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Cuadernos de Primavera
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Libro electrónico161 páginas2 horas

Cuadernos de Primavera

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Un viaje de amores de juventud y transformación.
Cuadernos de primavera es una novela que trata sobre los amores de juventud y las marcas que nos dejan. En ella el autor explora cómo la fuerza del enamoramiento puede llevarnos a cuestionar las bases de nuestro ser: aquellos valores que creemos intocables. A lo largo de la obra, se exploran varios temas como estos: ¿puede nacer el amor ante situaciones adversas? ¿Qué define una conexión entre dos personas? ¿Vale la pena traicionar los propios valores por complacer a otro? La historia sigue a Fernando, un estudiante que está a punto de retornar a España para continuar con una vida que aborrecía y de la cual se siente cada vez más alejado. Dentro de sus últimas semanas en Bolonia, conoce a Audra, quien solo reforzará estos sentimientos. Mediante sus diferencias, irán descubriendo el origen de sus problemas y verán aquello que necesitan cambiar para convertirse en quienes anhelan ser. En sus caminos se interponen las heridas del pasado y el temor al futuro. ¿Se atreverán a cambiar o continuarán con sus viejos hábitos?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 sept 2023
ISBN9788419774965
Cuadernos de Primavera
Autor

Alyosha Izotzenko

Alyosha es un apasionado de la música y de la narración en todas sus formas. A través de su escritura, busca explorar diversas ideas y escenarios a la vez que rinde homenaje a los artistas que lo han inspirado a lo largo de su vida. Cuadernos de primavera es su primera novela publicada. En ella explora cómo surge una conexión entre dos personas y de qué manera un vínculo, incluso efímero, puede repercutir sobre ellos.

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    Cuadernos de Primavera - Alyosha Izotzenko

    Prólogo

    Mi paso por Italia estaba por acabar. Solo me encontraba haciendo tiempo antes de volver a mi país. Mis exámenes habían terminado hace un par de semanas. En ese periodo, me dedicaba a trabajar en algunos proyectos que tenía de escritura y aprovechaba para reunirme con mis amigos antes de que llegara el adiós definitivo.

    Por supuesto, esto es una exageración. Seguiría viéndolos y estando en contacto con ellos, mas no sería lo mismo de nuevo. Siempre fui una persona extremadamente nostálgica. Quizás eso sea lo que me haga expresarme de este modo. Y también era este rasgo el cual me provocaba estar deprimido durante esos últimos días. Esto y la frustración que me producía dejar atrás Bolonia por la realidad que me esperaba al regresar a mi hogar. Un trabajo en la compañía de mi padre. Un trabajo por el cual muchos habrían matado, pero por el que yo sentía que sacrificaba una parte, tal vez la más real, de mí mismo.

    Mientras más lo pensaba, menos entendía por qué me había decidido no solo a tomar aquel empleo, sino que tampoco comprendía mi elección de estudios universitarios. En realidad, no entendía nada sobre el devenir de mi vida. Pues todo en ella me parecía ajeno. Eran las decisiones y la vida de otra persona, no la mía. Aun así, me faltaba el coraje para aceptarlo y, ante todo, para tomar cartas en el asunto.

    Fue en este tiempo en el que conocí a Audra. Incluso meses después de aquellos días, su impacto sigue influyendo en mi vida. Puede que para muchos una semana sea poco. Pero varias cosas pueden suceder en menos tiempo. No sé qué me impulsa a escribir estos cuadernos. No sé si es un esfuerzo por comprender mis propios pensamientos o la relación que se formó entre nosotros. Puede que solo sea mi manera de dejar salir sentimientos que no encuentran otro escape. Tampoco descarto que se trate de mi melancolía actuando de nuevo y sacando las cosas de su proporción real.

    Para cuando la conocí, solo había pasado por una relación seria, la cual acabó bastante mal. Tal vez aquello me hacía sobredimensionar la naturaleza de mis sentimientos. O, quizás, se trató de una conexión real. De aquellas que ocurren pocas veces entre dos personas y que, cuando suceden, dejan una huella difícil de olvidar.

    En fin. Toda esta especulación ayuda poco. Si quiero sacar algo de esto, he de retornar a mi relato. Solo así podré entenderlo como si de un desconocido se tratase y comprenderé quién soy y por qué ella causó una impresión tan grande en mí.

    Lunes

    Aquel día estuve encerrado trabajando en el borrador de una novela que, por la carga de mi maestría, me vi forzado a dejar de lado por más de un año. En general, esto jamás termina bien, en especial, si el escritor está demasiado conectado con su obra, como era mi caso. Pues es difícil retomar el proyecto si se ha cambiado demasiado. Incluso en caso de trabajar en un manuscrito —como me gustaba hacer en mis primeros intentos por escribir—, a menos que la historia sea transcrita de forma exacta, las diferencias entre las versiones aparecerán siempre, ya sea por nuevas ideas o por cambios que fluyen.

    Por estos motivos, me costaba particularmente retomar la creación de aquella obra en la que me encontraba trabajando. Así, peleaba y discutía con la historia que había comenzado un tiempo antes. Intentaba reanudarla contra mi propia evolución. Mi compromiso con aquel trabajo que veía como mi última insubordinación ante una vida indeseada era tal que recientemente había declinado varios planes con mis amigos, todo con tal de terminarlo antes de empezar mi nuevo empleo en la empresa de mi padre.

    Así, había pasado las últimas dos semanas, desde el fin de mi práctica, principalmente reescribiendo escenas que cada vez me convencían menos. Las pocas interacciones sociales que tuve durante aquel periodo se debían en gran parte a mis compañeros de piso con quienes, quisiera o no, debía relacionarme, dado que compartíamos una cocina.

    Con todo, dejaría mi reclusión aquella semana. Me quedaban pocos días y quería pasarlo con mis amigos: una parte esencial de aquellos meses. Había una fiesta de todas las maestrías de la escuela de negocios. A la cual, pese a no estar en aquella facultad, estaba invitado por algunos amigos que sí estudiaban ahí. A ellos los conocí por José, quien era el único hispanoparlante que vivía conmigo. Al compartir casa, fuimos conociendo al grupo del otro. Así fue como terminé siendo «adoptado» por los de su maestría en Tecnología Financiera.

    Unas horas antes de la fiesta, cuando salí de mi habitación para prepararme un café en la cocina, me topé con José en el pasillo. Me dijo que ya estaba todo listo. Desde el pago de las entradas hasta la reserva para la cena.

    —¿Cena? ¿Vamos a ir a comer antes? —le pregunté sorprendido.

    —Sí. Hice la reserva en la Trattoria para las ocho. ¿Te queda bien?

    —Sí, obvio. De hecho, es mejor, así no tengo que preocuparme por la comida. ¿Quiénes van?

    —Vamos, bueno, nosotros dos, obviamente. —Empezó a enumerar—: Vittorio, Fabio, Sofi y una amiga suya que vino de Letonia a verla. El gang y la amiga de Sofi.

    —Ya, buenísimo. Me alegra no ser el único infiltrado —comenté riendo.

    —No, tú eres CCS —las siglas de la facultad de sus másteres—, la única infiltrada es la amiga de Sofi. Maldita —concluyó bromeando.

    —Hablando de…, ¿alguien la conoce?

    —Estuvo ayer con nosotros. La llevó al bar. Se ve buena gente. Algo callada quizás. Pero no alcancé a pasar mucho rato con ella. Estuvimos como diez minutos y Sofi empezó a molestar. Vos sabes cómo se pone con la hora. —Y añadió imitándola con sorna—: ¡Ay! Es que tengo que dormir, que estoy cansada.

    —Es verdad —concedí riéndome—. Sofi tiene ese problema con los horarios.

    Miré mi reloj. Si la reserva era a las ocho, apenas tenía un par de horas para trabajar antes de salir. Acordamos irnos juntos al restaurante y nos despedimos. Volví a mi cuarto para seguir avanzando. Era una habitación típica de residencia universitaria: con una cama de una plaza y un escritorio. Había espacio para poco más y casi todo lo ocupaban mi bajo y mi amplificador. La única decoración eran algunos vinilos que había colocado para cubrir las opacas paredes de azul prusiano. Su mayor beneficio era, sin dudas, su baño privado.

    Una vez regresé a mi escritorio, no avancé mucho. Solo conseguí dudar sobre cuál sería el mejor modo de continuar con la historia. Después de tanto tiempo intentando alejarme de la narración, había logrado atrofiar mi creatividad de una manera que creía imposible. Suele suceder con aquellas habilidades que desarrollamos de forma natural que, cuando las damos por garantizadas, olvidamos que no siempre las tuvimos igualmente afinadas.

    Antes de que pudiera encontrar aquello que quería reescribir, llegaron las ocho. José golpeó mi puerta, listo para salir. Se había puesto unos jeans largos y una polera azul marino con el cuello circular, pero abotonado. Solía llevarla cuando quería vestirse casualmente, aunque de casual tenía poco. A decir verdad, no difería tanto de su vestimenta habitual, salvo por el detalle de que, en general, usaba poleras más coloridas. Su cabello, el cual llevaba tan corto como era posible, no necesitaba de mayor atención que los lavados, tampoco se dejaba la barba.

    En mi caso, no me arreglé. Ni siquiera me ocupé de afeitarme, pese a que mi barba llevaba creciendo una semana y lucía desprolija. No me importaba demasiado, tendría tiempo para preocuparme de esos detalles cuando cumpliera con los horarios de oficina. Fuera de eso, utilicé mi ropa de siempre, unos jeans, una polera negra y zapatillas del mismo color. Incluso los accesorios eran los de todos los días: el reloj de pulsera, un collar y los pendientes de argolla. En menos de dos minutos ya estábamos camino al local. Y, aunque nos atrasamos un poco, éramos los primeros.

    Aunque Fabio y Vittorio llegaban usualmente tarde, honrando el estereotipo italiano, me sorprendió la tardanza de Sofi. Solía ser ella quien nos reclamaba a nosotros por los retrasos.

    —Qué raro que llegue tarde. ¿Viene con Fabio? —cuestioné.

    —No creo, acuérdate de que está con su amiga. Debe venir con ella.

    —Verdad. Se me había olvidado.

    —Eso es lo que me molesta de ella. Cuando alguien más se demora —se puso a imitarla con una voz más aguda—: ay, que estos italianos son así, y que José y no sé. Pero si ella llega tarde ni madre.

    —Bueno, igual ella no suele atrasarse. En ese sentido, nadie le gana a Fabio.

    —¡Ni madre! —repitió bromeando.

    Luego nos reímos hablando de cómo Fabio se presentaba siempre tarde. Efectivamente, podía llegar dos horas atrasado y, de hecho, lo hacía al menos una vez por semana o semana por medio si teníamos suerte. Ni siquiera Sofi había logrado cambiar eso. Ni él había conseguido que ella se relajara con su precisión. Para mí, habría sido ideal un punto intermedio entre ambos.

    Durante el resto de la espera conversamos sobre Svetlana, una chica rusa con la que José salía por aquel tiempo. Era la primera mujer, desde que estaba en Bolonia, que le interesaba de manera más seria. Mientras hablábamos de su, digámosle, novia, mencionó que Sofi había querido presentarle a su amiga. Lo cual no tenía mucho sentido, pues ella sabía que estaba saliendo con alguien más. Él dijo que tampoco entendía, pero que así era ella. Además, había intentado presentarle a otra de sus amigas hacía un tiempo. Así que era posible. Pero salvo extrañarme por la situación, no lo pensé demasiado.

    Cuando conversábamos de este y otros temas, llegó Fabio en bicicleta. Como era una de las públicas que se rentan, no se preocupó de más que dejarla a un costado de la calle. Le preguntamos por Vittorio. Se suponía que iba detrás de él. Me preocupé luego de que no apareciera tras unos minutos, así que fui a buscarlo a las calles aledañas. A pesar de que mi búsqueda fracasó, no alcancé a inquietarme mucho más, ya que apareció poco después. Según explicó, había chocado con un basurero, pero no le había ocurrido nada más allá de ensuciar un poco su camisa floreada. Aunque esto era apenas visible gracias a sus tonos beige oscuro.

    Ahora, solo faltaba Sofi, quien llamó a Fabio al poco de que llegara Vittorio.

    Amore, ¿cómo estás? —Esperó la respuesta de su interlocutora, quien evidentemente era Sofi por su saludo—. No, nosotros ya llegamos. Estamos Fernandito, Josesote y Vittorito. —Realizó una nueva pausa y aprovechó para acomodarse los anteojos—. ¿Come cinque minuti? Pero te esperamos… Bueno, vabbè.

    Avisó que todavía le faltaba para llegar. Y le comentó que entráramos al local entre tanto. El restaurante era medianamente grande. Contaba con tres salones. Todos con la misma decoración: las mesas estaban cubiertas por unos manteles de cuadros rojos; las sillas eran de madera con una pintura café oscura. Y las blancas paredes se encontraban desnudas salvo por un par de cuadros repartidos arbitrariamente. Nos hicieron pasar al salón principal, nuestra mesa estaba al fondo a la izquierda, junto a las ventanas que daban a la calle. Como aún era de día, se podía ver un poco a través de las cortinas que las cubrían.

    Una vez sentados, pedimos al mesero que nos esperara para ordenar, pues nos faltaban un par de personas. No tuvo problemas y nos llevó agua mientras hacíamos tiempo. Pasamos el rato hablando sobre sus pasantías y cuáles eran los planes de cada uno. Los cinco minutos de Sofilja se convirtieron en quince. Aunque, salvo el apetito, no fueron tediosos. De pronto, la vi pasar, acompañado por otra figura.

    —Ahí viene.

    —¿Quién? —quiso saber Vittorio.

    —Sofi. Pasó por afuera recién —respondí apuntando a la ventana.

    —¿Sabes qué significa?

    Negué con un gesto.

    —¡Que vamos a comer! —agregó con alegría casi infantil. La relación con la comida de Vittorio era algo particular. Aunque se cuidaba bastante, era, de todas las personas

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