Partir piedras
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En la segunda parte resulta cautivante el hallazgo del amor y el proyecto singular que conduce a la pareja hacia un cambio total de direccionalidad. Allí se luce la autora en su abordaje a sucesos en los que la protagonista inaugura la adultez. 'Mi mamá cuando narra encuentra el alma en todas las cosas', leemos en el prólogo de Juli, hija de Paula, que acompaña el 'temblor' con sus ilustraciones. Paula Saporiti traduce la realidad, recorta acontecimientos y los dispone como en un juego de fotogramas impregnados de arte, de gran fuerza sutileza. La narración fluye en la gracia de intuiciones, en la calma sobre la que sobrevuelan tormentas refrenadas con delicadeza, tensiones que serevelan en mínimas perturbaciones, en silencios que hablan. El sentido que atraviesa esta novela se confirma al final en el rescate amoroso que realiza la narradora de la voz iniciática de la madre. Este es un libro para leer sin apuro, degustándolo, para que dure" (Alicia Lennard).
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Partir piedras - Paula Saporiti
Paula Saporiti
Partir piedras
ILUSTRACIONES DE JULIETA RIGABERT
Metrópolis LibrosNARRATIVAS
Saporiti, Paula
Partir piedras / Paula Saporiti. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Metrópolis Libros, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-631-6505-50-7
1. Novelas. I. Título.
CDD A863
© 2023, Paula Saporiti
Primera edición, diciembre 2023
Dirección comercial
Sol Echegoyen
Dirección editorial
Julieta Mortati
Coordinación editorial
Martín Vittón
Edición
Jacqueline Golbert
Ilustración de tapa e interior
Julieta Rigabert
Diseño y diagramación
Lara Melamet
Corrección
Malvina Chacón y Patricia Jitric
Conversión a formato digital
Estudio eBook
Hecho el depósito que establece la ley 11.723.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.
Metrópolis LibrosEditorial PAM! Publicaciones SRL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina
www.pampublicaciones.com.ar
A Lili, mi madre.
Prólogo
Nací el día del cumpleaños de mi mamá. Me dijo que dejé de llorar cuando me apoyó en su pecho. Sus brazos son ese espacio de refugio del mundo que siento cada vez que una emoción aparece.
El hueco que tiene en su cuello siempre me llamó la atención; de chica me gustaba tocarlo con mis dedos y hacerle caricias, jugar a que era un lago, una pileta. Imaginarme estar reposada en ese hueco, entre el cuello y sus brazos, solo me da tranquilidad. Sus manos son suaves, acarician mi piel y me siento niña otra vez. Sus latidos a veces se entremezclan con los míos. Creamos un temblor que solo nosotras entendemos, algo que no podemos evitar y nos inunda por completo. Una vez que empezamos, no podemos parar. Algunos lo llamarían inspiración
, pero no sé por qué a nosotras no nos gusta esa palabra, creo que es algo más fuerte. Juntas aumentamos ese motor. A veces me impresiona y se lo digo, y ella me responde que apenas con decirme algo, ya arranco para cualquier lado. Y es así.
A medida que voy creciendo, me veo reflejada en ella. Me veo reflejada en su forma de soñar, de mirar, de comunicar. Leer su historia me hizo conocerla desde otro lugar. Cuando me propuso ilustrar su libro, me pregunté qué es lo que ella hacía con la escritura, para trasladar la misma lógica a la pintura. Mi respuesta concluyó en que, cuando mi mamá escribe, encuentra el alma en todas las cosas. Desde su forma de contarlo, se desprenden capas que van a lo más profundo, y al leerla me sumerge en escalofríos y lágrimas en los ojos.
Cuando mi mamá escribe, abre una puerta al recuerdo, y lo hace durar. Te hace permanecer ahí por un tiempo.
Cuando mi mamá escribe, hace ver la luz que hasta entonces no existía. Aparece en la penumbra de un encierro, en la enfermedad, en la niebla. Su escritura es como el rayo del sol que aparece mientras las nubes grises están en movimiento.
Cuando mi mamá escribe, puede estar más cerca de su mamá. Y te adentra en la maternidad en todas sus formas.
Cuando mi mamá escribe, encuentra todo lo que no es infierno dentro del infierno. Parte piedras para encontrar algo de esa luz.
La búsqueda de la que hablo siempre tiene que ver con eso. Admiro su valentía y coraje para encontrar algo de felicidad en la tristeza, y la emoción en todas las cosas. Este libro, como todo lo que ella llevó a cabo en su vida, está hecho desde ese lugar.
Siempre me pregunté de dónde venía esa voz cuando escribía o pintaba, de dónde salía eso que me llevaba a hacerlo. Hoy sé que tiene que ver con mi mamá. Ella fue la que me transmitió el amor por el arte. Y todo lo que sale solo, como escribir o pintar, viene desde ahí, desde su voz. Es esa voz que llevo adentro siempre.
Hacer este proyecto juntas fue construir un puente uniendo la imagen y el texto, desde el mismo lugar, la misma búsqueda. El otro día, cuando hicimos una de esas videollamadas que tanto hacemos, mientras yo estoy en Buenos Aires y ella en Suipacha, me dijo que entré en la frecuencia, así, sin saber lo que para mí significaba que me lo dijera. Fui corriendo y lo anoté en mi cuaderno, porque eso fue, una fuerza, una voz que nos llevaba a las dos por el mismo camino: la de encontrar el temblor y representarlo.
Julieta Rigabert
PARTE I
Ponete un saquito
De esos días que según mis padres formaron parte del año más feliz de sus vidas, tengo algunos recuerdos puntuales. Nuestro departamento de dos ambientes en el Quartier Latin, el cuarto que compartía con mi hermana en el fondo, papá escribiendo su tesis en la máquina de escribir, en el piso, rodeado de papeles, y la cama de mis padres empotrada en la pared que se subía y se bajaba como un puente colgante de castillo medieval para ahorrar espacio. Como no teníamos baño privado (muchos departamentos en París durante la década del sesenta tenían baño compartido), recuerdo que todo se inundaba con agua y espuma cuando nos lavaban el pelo en la cocina para que no tuviéramos frío, así como recuerdo también los zapatos guillermina que trepaban por las piedras de las ruinas romanas de les Arènes de Lutèce, la plaza adonde nos llevaban a jugar y a pasear.
A madame Boucher, la portera de aquella casa, solíamos visitarla en su cuarto de la planta baja. Supongo que como nuestros seres queridos estaban lejos en Buenos Aires, la confianza que nos teníamos venía por la necesidad de sentir a alguien cercano, como de la familia.
Una mañana, la portera tocó la puerta de nuestra casa, reconocí su manera de llamar: tres golpes secos.
—¿Quién es? —preguntó mamá.
Mamá también sabía quién era. Además, pocas personas venían a visitarnos. Apoyó su taza de desayuno en la mesa y repitió:
—¿Quién es? —y abrió la puerta sin esperar respuesta.
La portera saludó desde el pasillo oscuro, estiró su papada sobre el hombro de mamá y preguntó por mí.