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Sagitta Flecha
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Libro electrónico379 páginas6 horas

Sagitta Flecha

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Información de este libro electrónico

En el año 2210, un grupo de seis personas es reclutado en Barcelona para participar en una innovadora misión. En un escenario donde la inteligencia artificial convive con el ser humano como si fuera la voz de su conciencia, donde la tecnología ocupa un lugar privilegiado en las vidas de las personas y se ha asumido con naturalidad una manera distinta de entender el trabajo, el ocio… ¡y hasta la gastronomía!, resulta difícil imaginar que todavía pueda surgir algún descubrimiento novedoso. Pero fuera del entorno conocido de la Tierra, hay un universo entero por explorar. ¿Qué les deparará a los seis protagonistas la misión para la que han sido elegidos?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 abr 2024
ISBN9788410683617

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    Sagitta Flecha - Francisco Gómez Luque

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    [email protected]

    © Francisco Gómez Luque

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Planos del final: Raúl Velázquez Gómez

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-361-7

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Prólogo

    Intentar imaginar dónde estaremos dentro de algunos años, cómo serán nuestras relaciones y hasta los detalles más cotidianos de nuestras vidas, no es tarea fácil. Y, sin embargo, esto es lo que ha conseguido el autor de Sagitta-Flecha, una novela que plantea un futurible nada descabellado, pero no por eso carente de sorpresa.

    El autor desarrolla esta premisa con gran acierto y nos pone delante de seis personajes muy bien retratados con los que conseguiremos empatizar y a los que acompañaremos en esta aventura que se les plantea de forma inesperada y con la que nos haremos alguna que otra pregunta.

    Prepárense para disfrutar de esta (quién sabe si, tal vez, visionaria) historia.

    Nota del autor

    Como toda historia que se precie, esta historia empieza un día soleado en Barcelona. Pero no es un día soleado en Barcelona cualquiera, va a ser un día soleado en Barcelona, diferente a cualquier otro día.

    Seis personas se van a conocer por primera vez y van a unir sus caminos. Pero no se sabe muy bien por qué unirán sus caminos, si simplemente es el destino, que es muy caprichoso, o es el último recurso del planeta para salvaguardar a la humanidad de catástrofes incontrolables y confusas.

    Aunque la humanidad se ha unido para equilibrar las desigualdades ocasionadas por el pasado, existen otros factores que los humanos no pueden controlar. Por ejemplo, el espacio. Ese espacio ilimitado, que sigue al margen del control de los humanos. Ese espacio, sin descubrir, fuera del alcance de la debilidad humana, a pesar de todos los avances para limitarla. Porque, aunque hemos avanzado y mucho, seguimos sin poseer el control de nuestro destino. Queda tan lejos, pero a la vez tan cerca. Los detalles marcan esa diferencia y, casualmente, un selecto grupo de personas, sin nada en común, pero ávidos de conocimiento y aventura, retuercen el destino, para ser héroes de su propia historia. Una historia que nos repercute paralelamente en nuestras vidas. El futuro de la humanidad está cerca de asomar. El mundo, tal y como lo conocemos, se está quedando en una mota de polvo, que, en breve, quedará olvidado. O no. Ya lo veremos.

    Somos un planeta joven, acabamos de crear el Nuevo Mundo Libre. Estamos en el camino adecuado, las ideas son buenas, pero el tiempo no da para más.

    Vamos a ver qué pasa. Veamos a nuestros héroes.

    .

    Martes, 13 de marzo de 2210. COPA. 08:48 h.

    Suena el despertador. No me lo creo, me acabo de acostar. Trabajo de 21:45 a 05:45. He llegado a casa a las 06:16 y en cuanto he llegado me he acostado, porque, a las 09:30, tengo un partido de pádel holográfico. En mi calendario está marcado en rojo. Es un partido amistoso, sí, pero es contra una pareja que juega muy bien y es el tipo de partido que uno nunca se quiere perder.

    Lo primero que hago es ir al lavabo, los cafés de la noche pasan factura y eso que solo tengo 34 años. Me miro al espejo y veo a un muchacho delgado, rubio, con una nariz con justa prominencia, pero no destacable, ojos, boca y orejas pequeñas. Común. Nací en 2175 y tuve la suerte de nacer justo en el inicio de la creación del Nuevo Mundo Libre. Mimaron mi ADN para nacer con los mejores genes, de la misma forma que el resto de las personas que viven en el mundo desarrollado, porque, por desgracia, cuando nací, todavía existían países subdesarrollados, en comparación con los que más poder y modernidad tenían. Ellos en aquella época no tenían tanta suerte como yo. Pero eso estaba cambiando. Desde la creación del Nuevo Mundo Libre, las cosas se estaban equilibrando. Actualmente, seguía habiendo desigualdades, pero se estaban corrigiendo, poco a poco, eso sí.

    También al nacer me habían incorporado una IA, que controlaba mi salud y que por desgracia también me la quitaba a veces, ya que es bastante impertinente y quiere controlar todo aquello que hago, para que no me desvíe del buen camino, además de ser una insufrible conversadora y generadora, en mí, de cabreos innecesarios. La llamo Jonsu.

    Me preparo con tranquilidad el café con leche y unas galletas. Mi piso es mediano. Tiene un gran comedor con cocina, separados, eso sí, por una gran mesa de mármol. En el comedor solo tengo un sofá de tres plazas y una televisión holográfica que ocupa toda una pared. La cocina casi no la uso, porque tengo una antigua máquina de comida que genera lo suficiente para comer cada día, algún día me la actualizaré, pero ahora mismo pienso que es innecesario, además muchos días como fuera. En la cocina también tengo la incineradora, que recicla todo lo que no se usa y destruye los desechos que genero. El piso tienes dos habitaciones grandes, una con lavabo, que tiene una gran ducha, y la otra habitación que solo uso para la ropa que no reciclo en la incineradora y que voy acumulando, porque no me gusta tirar nada. Sobre todo, aquellos artículos que me regalan mi familia o amigos y no he usado en la vida. Allí están por si algún día me da por usarlos. En esa habitación, que la llamo cambiador, tengo la máquina de ropa y la de 3D. El piso también tiene terraza, pero prefiero no salir a menudo, no me gusta la gente, intento relacionarme poco. Me gusta ser yo mismo y decir las cosas como me vienen, y eso a la gente que me rodea no le gusta mucho. Eso creo que lo he aprendido de Jonsu.

    Cuando llegue del pádel, dejaré todo preparado para cuando vaya de nuevo a trabajar esta noche. Así podré ducharme tranquilamente y a la piltra, para aprovechar todas las horas que pueda de sueño, aunque luego me despierto pronto y no consigo echar muchas horas seguidas.

    Trabajo en el sector de la logística, es lo que elegí cuando cumplí los 16 años. Ese era mi sueño, bueno, a los 16, porque después me fascinó el tema del espacio, sobre todo después de ejercer mi derecho de ir a formarme en el nuevo ejército del Mundo Libre. Simplemente eran 9 meses de formación militar y después volvías a la vida cotidiana. Ahora soy un profesional de la logística. Trabajo en el almacenaje automático de piezas de la fabricación de módulos. Los módulos son los vehículos particulares, de transporte, de mercancías, de todo tipo, aquellos que se deslizan por la tierra.

    Mi trabajo es sencillo, que todo vaya como la seda, pero, con toda la automatización, es difícil conseguirlo. Siempre pasa algo. No hay una noche tranquila. Mucho trabajo.

    Debéis tener en cuenta que ya no se lleva mucho lo de estudiar. Desde hace décadas, por no decir, lustros, al tener implantadas las IA, ya no es necesario el aprendizaje de las personas, aunque sí que es cierto que a muchos de nosotros todavía nos gustaba leer libros, el conocimiento de lo desconocido, y de lo antiguo. Pero son caprichos ociosos con pocos seguidores. Cada día nos parecemos más a las máquinas, a los robots. Nos movemos por inercia y trabajamos artificialmente rítmicos. Tenemos rutinas diarias y nos cuesta mucho generar nuevas distracciones.

    Llevo los restos del desayuno y la taza a la incineradora. Tengo que elegir equipación, no me queda mucho tiempo para prepararme. Me cambio, voy hacia el recibidor y, cuando llego a la puerta, veo que han pasado una carta por debajo la puerta. Es una sobre amarillo. Lleva mi nombre manuscrito. Pone COPA, pero nada de quien lo envía. Mi nombre en realidad es Frank, pero siempre me han llamado Copa. Hubiera sido más fácil enviarme un mensaje por la red, más rápido y seguro. Quién pierde el tiempo escribiendo una carta. Pero cuando abro el sobre hay una postal o, más bien, una invitación. Propaganda. Ese es mi primer pensamiento. La dejo encima de la mesa del recibidor y me voy hacia el pádel holográfico.

    Martes, 13 de marzo de 2210. COPA. 11:22 h.

    Entro en casa derrotado. El partido me ha ido fatal. He jugado peor que nunca. He cambiado de pala holográfica varias veces porque no estaba golpeando bien la pelota holográfica. Mi compañero ha tenido mucha paciencia conmigo. A pesar de todo, hemos quedado para la semana que viene para repetir el partido. Menos mal, a ver si estoy más concentrado. Cuando entro en casa, veo el sobre amarillo que me habían pasado por debajo de la puerta. Propaganda, no. Eso no se estila, es un gasto de papel innecesario. Alguna broma, seguro. No sé por qué pienso en ello. Será una tontería. Pero ahora mismo mi meta es coger el sobre amarillo y mirar la tarjeta que lleva dentro. La saco. No tiene ningún logo ni dibujo.

    Es una invitación, a mi nombre.

    «Sr. Frank Zemog, queda Vd. invitado a la conferencia sobre la Nueva Era Espacial realizada por el profesor de Universidad Dr. Williams Reitter, el próximo sábado a las 20 h, en el Palacio de Congresos de Barcelona.

    No es necesario confirmar asistencia, pero debe presentar esta tarjeta para poder acceder al recinto y a la sala donde se efectuará la conferencia. Firmado: Sr. Artemis Donter».

    Flipa. Será propaganda. Se la habrán enviado a todo el mundo. Es raro, sí. Pero una conferencia. Imagino que alguna vez habré visto un reportaje sobre la Nueva Era Espacial y mi encantador amigo Jonsu habrá rellenado alguna solicitud online por mí. Sí, debe de ser eso. Jonsu. Pero Jonsu me dice rápidamente que él no sabe nada. Me da datos de lo que hay detrás de esa conferencia y me dice que es para gente de mucho más nivel del que yo tengo. Igualdad. Y cómo me ha llegado esa tarjeta a mí, con mi nombre. Jonsu no tiene ni idea. Creo que sigue cabreado porque le he dicho que la culpa de fallar en el partido de pádel ha sido suya. En el módulo me iba diciendo que no necesitaba ayuda para hacerlo mal, que yo solo me basto.

    Jonsu me dice que es raro lo de la tarjeta, pero que es una oportunidad para hacer algo diferente el fin de semana. Además, es un tema que me gusta. Sí, creo que iré, no pierdo nada.

    Martes, 13 de marzo de 2210. BEATRIX. 13:46 h.

    Ella estaba sentada en su despacho. Todos la llamaban Beatrix, aunque su verdadero nombre era Beatriz Sáez. Tenía 32 años.

    Era comercial, es lo que había elegido ser. No de las que te querían vender algo, sino de las que montaba y ejecutaba programas comerciales holográficos para cualquier tipo de empresa. Para exteriores o para la televisión comercial. De comida o de muebles, daba igual, ella te montaba anuncios holográficos que se adaptaban a tu empresa. Eran muy buenos, pero estaba en una empresa pequeña y los proyectos que realizaba no le significaban mucho sacrificio. Era lo que había decidido, trabajar de comercial. Y era suficiente para ella, no necesitaba más. Se llevaba muy bien con sus compañeros y compañeras de trabajo. Salían a menudo a comer o cenar juntos. En su departamento eran seis, cuatro chicas y dos chicos y se iban repartiendo el trabajo por orden de llegada de los proyectos, nadie estaba especializado en nada en concreto y todos podían desarrollar cualquier tipo de anuncio holográfico. Ella no era la más atractiva del grupo, pero sí la más simpática y atenta. Su físico, delgado y sin curvas, no enamoraba demasiado, pelo moreno con media melena, cara angelical, como de no haber roto un plato en su vida. No le gustaban los compromisos largos, ni perder el tiempo en una relación, no era una apasionada de los chicos que la rodeaban. Era libre emocionalmente. Además, mantenía la mente abierta, por eso sus proyectos eran de lo mejorcito de la empresa.

    Su IA la avisó de que tenía una llamada de recepción. Era Stwart, el conserje. Le dijo que había en la recepción un mensajero y que preguntaba por ella.

    El despacho de Beatrix se encontraba en la tercera planta de un bloque de despachos de doce. No tardó mucho en bajar hasta la recepción. Stwart le señaló a una muchacha de unos 20 años, que la esperaba de pie al lado de la puerta de entrada al edificio. Srta. Beatriz Sáez. Sí, soy yo. Le entregó un sobre amarillo. La chica automáticamente salió a la calle y desapareció al instante. No tuvo tiempo de preguntarle nada. El sobre amarillo venía con su nombre, bueno, mejor dicho, con su apodo, Beatrix, manuscrito. No entendía nada. Un sobre, propaganda, felicitación, ¡no! Eso ya no se lleva, es un gasto de papel innecesario. Una broma de sus colegas de trabajo, eso sí que podía ser. Stwart la despertó de sus pensamientos. Subió directamente a la tercera planta y miró a sus compañeros. Una broma, ¿verdad? Los compañeros se quedaron boquiabiertos al ver el sobre amarillo. No, ellos no habían sido, se dijo, sus caras los hubieran delatado. Pero tarde, todos se arremolinaban alrededor de ella para ver el sobre amarillo. Tuvo incluso que escuchar el comentario de Sara, que conocía a un pariente que había recibido un sobre parecido. Dentro del sobre, continuó contando Sara, había una poesía dedicada de un antiguo novio. Algo muy romántico y fuera de lo común en aquella época. Beatrix esperaba que aquella carta no fuera igual. Seguro que era de uno de los chicos que se le quería insinuar de la misma manera. Era un momento de tierra, trágame. Al final decidió no abrirla, a pesar de los comentarios contradictorios de sus compañeros. Esperaría a estar sola o a llegar a su piso, mejor.

    Martes, 13 de marzo de 2210. BEATRIX. 17:26 h.

    Beatrix estaba recogiendo la mesa de su despacho. Había acabado por hoy. Pero tenía que ir al lavabo, más que nada porque tenía 40 minutos de camino hasta su piso. Se sentó en el váter y se dio cuenta de que tenía el sobre amarillo en el bolsillo de la chaquetilla que llevaba puesta. Decidió abrirlo. Dentro había una tarjeta. No tenía ningún logo ni dibujo. La abrió.

    «Srta. Beatriz Sáez, queda Vd. invitada a la conferencia sobre la Nueva Era Espacial realizada por el profesor de Universidad Dr. Williams Reitter, el próximo sábado a las 20 h, en el Palacio de Congresos de Barcelona.

    No es necesario confirmar asistencia, pero debe presentar esta tarjeta para poder acceder al recinto y a la sala donde se efectuará la conferencia. Firmado: Sr. Artemis Donter».

    Sería de alguna de las empresas para la que había efectuado algún proyecto. Ni idea, no conocía ninguno de los nombres allí mencionados, ni logos conocidos. Pero tenía curiosidad. Por qué a ella. Por qué esa invitación. Sí es cierto que ella era una gran fan del espacio y era un tema recurrente en las conversaciones del trabajo y en los proyectos que creaba. Igual era interesante acudir, no tenía nada más que hacer el sábado. No tenía nada que perder. Sí mucho que ganar, pero ella todavía no lo sabía…

    Martes, 13 de marzo de 2210. PORTER. 19:03 h.

    Tantas actualizaciones para qué, cada día actualiza esto, actualiza lo otro, cambia esto, lo otro. Es lo que pensó Porter. Había elegido mecánica. Las IA habían predicho que era el trabajo perfecto para él, pero rondando los 50 años, lo que estaba era aburrido de cada día lo mismo. Tenía dinero ahorrado, no mucho, pero lo suficiente para poder vivir sin que le faltara nada durante muchos años. Siempre con las manos manchadas. Retoque de pintura por aquí, actualización del software de seguridad por allá, cambio de imanes del sistema de elevación del módulo, este asiento es incómodo, cámbialo por uno más ergonómico. Estaba harto. Todo el día lo mismo. Cuando creía que podía plegar e irse para casa, aparecía un nuevo cliente y todo eran prisas y más prisas. Ya no tenía paciencia. Se hacía viejo, no físicamente, pero sí en su mente. No lo soportaba más. Deseaba unas vacaciones. Sí, se lo iba a plantear a su jefe. Unas vacaciones. Llevaba más de tres años sin días de descanso. No podía más. Acababa aquel módulo que tenían que entregar por la mañana y le enviaría un email al jefe solicitándole unas vacaciones inmediatas. Llevaba 25 años trabajando allí y sí, le habían tratado muy bien, pero necesitaba parar o se pondría malo. Su IA interior llevaba avisándolo desde hace meses. Para. Quince minutos después terminó el módulo y lo dejó preparado en la plataforma de entrega al cliente. Fue hasta su taquilla, cogió la toalla y la ropa interior y se fue a duchar. Después, sin dudar, a su cubículo, donde tenía el ordenador del trabajo y redactaba todo aquello que había hecho al módulo y las horas empleadas. Respiró varias veces, se abrió la pantalla holográfica y fue dictándole a su IA lo que debía escribir a su jefe en el email.

    «Sr. Rdenten:

    Con la presente le informo de que, a partir de mañana, día 14 de marzo de 2210, me tomaré un mes de vacaciones a costa de los días que tengo acumulados en mi cuenta. Gracias de antemano. Saludos.

    Firmado: Sr. Porter».

    Su IA escribió el texto tal cual lo pronunció Porter e inmediatamente lo envió. Porter se había quitado un peso de encima. Necesitaba descansar física y mentalmente. Era un vaso colmado que estaba a punto de rebosar. En ese momento sonó el timbre del taller. Mierda, otra vez. No se movió. No hizo ruido. Sonó de nuevo el timbre. Silencio. Su IA le mencionó que podía atender a quien fuera, solo hacer la inscripción del módulo y la reparación a efectuar y que se fuera para casa. Su jefe al día siguiente ya se encargaría. Porter no lo tenía claro. Seguro que es una urgencia, pensó. Seguro que es una urgencia. Mañana vacaciones. Mañana vacaciones. Y fue a abrir la puerta del taller. Se encontró a una chica rubia de más o menos 20 años, vestida con un atuendo bastante escueto de color verde oliva. Gafas de administrativa y calcetines blancos con unos zapatos de charol no aptos para andar por la ciudad. Todo esto hizo que Porter se relajara. Sr. Porter Smith, preguntó la muchacha. Sí, soy yo, respondió él. Tenga. Y le entregó un sobre amarillo. La chica, en cuanto se lo dio, giró sobre sí misma y se marchó hacia la negrura de las callejuelas de aquel barrio de Barcelona. Desapareció como si nunca hubiera estado allí. Visto y no visto. El sobre amarillo qué era, una broma, un regalo, propaganda. No, ya no se llevaba el papel, era un gasto innecesario. No tenía amigos, no sería una broma de sus antiguos compañeros de taller. No. Se fijó bien en la letra manuscrita con su nombre, Porter Smith, no reconocía esa caligrafía, aunque también es cierto que conocía a poca gente que escribiera a mano todavía. Abrió el sobre. Había una tarjeta dentro del sobre. No tenía propaganda, ni anuncios de ninguna empresa.

    Era una invitación a un evento, o, mejor dicho, a una convención.

    «Sr. Porter Smith, queda Vd. invitado a la conferencia sobre la Nueva Era Espacial realizada por el profesor de Universidad Dr. Williams Reitter, el próximo sábado a las 20 h, en el Palacio de Congresos de Barcelona.

    No es necesario confirmar asistencia, pero debe presentar esta tarjeta para poder acceder al recinto y a la sala donde se efectuará la conferencia. Firmado: Sr. Artemis Donter».

    Se habrán equivocado al poner el nombre, pensó. Él no había rellenado ningún formulario para asistir a ningún evento, ni conferencia del espacio, ni nada de eso, aunque sí que es cierto que el tema le gustaba mucho. Bueno, al día siguiente estaría de vacaciones, tendría un mes de vacaciones, qué mejor forma de empezarlas. Sí, iría a la convención esa y, si se habían equivocado de persona, lo siento, pero él ya estaría allí y no podrían echarlo.

    Miércoles, 14 de marzo de 2210. PORTER. 09:12 h.

    Se despertó tarde, estaba acostumbrado a levantarse sobre las 06:45. Había dormido mucho y le dolía todo el cuerpo. Su IA no le molestó hasta que se despertó por sí mismo, como le había dicho antes de acostarse. Su IA le avisó de que tenía la respuesta de su jefe.

    «Buenos días, Sr. Porter. Por la presente le comunico que Vd. deja de formar parte de esta empresa. Sus vacaciones y sus días acumulados serán añadidos a su finiquito. Le agradecemos sus 25 años de dedicación.

    Nuestros gestores se pondrán en contacto con Vd. a partir de mañana, día 15 de marzo. Sus pertenencias también serán entregadas a los gestores, por lo que no será necesario que se presente en el taller a recogerlas.

    Todo suyo, Sr. Rdenten».

    Su rostro cambió instantáneamente. Estaba cabreado. Veinticinco años de trabajo en aquel taller lo habían envejecido más de la cuenta. Su cuerpo estaba hinchado de mal comer, de no prestarse atención a sí mismo. Media casi los dos metros, no era un cuerpo para despreocuparse. Su IA le tenía que recordar cada día que tenía que hacer ejercicio para aliviar el estrés. Qué ejercicio, decía él, si no le quedaban ganas de nada cuando salía del trabajo. Sus ojos marrones estaban ensangrentados de pura locura. «Me pido unas vacaciones y me despiden. Después de 25 años donde me he dejado la vida», se dijo a sí mismo. Su IA controló su nivel de bombeo al corazón. Iba a estallar. Su IA lo tranquilizó, le dijo que no era el final del mundo. Por suerte había mucho trabajo, sobre todo de mecánico. No era el fin del mundo, no. Pensó que no era por el trabajo, era por lo que representaba aquello, después de 25 años. Lo habían despedido sin más. La IA lo relajó al punto que casi se quedó dormido, de nuevo. Dormitando, cayó al sofá. Se despertó una hora más tarde, más relajado, con sus pelos grisáceos, revueltos. Los ojos llorosos, pero ya sin ira.

    Miércoles, 14 de marzo de 2210. NAURIS. 09:54 h.

    Nauris era cocinera. Con sus 26 años se creía una chef, de las mejores. Trabajaba en un restaurante de la zona VIP de Barcelona, en Pedralbes, del barrio de Les Corts. Y sí, era muy buena, pero no le dejaban preparar sus propios platos. Había un chef italiano que no permitía que el resto de los cocineros propusiera ningún cambio en sus platos. Su comida era buena, pero se podía mejorar, pensaba Nauris. En casa, ella usaba muy poco la máquina de comida, que, aunque estaba recién comprada y seguramente era uno de los últimos modelos, no acaba de darle el mejor sabor a los platos. Y sí, las máquinas más modernas de comida tenían mucha más variedad de platos cocinados que los anteriores modelos y más rudimentarios.

    Los restaurantes estaban en extinción desde que las máquinas de comida hicieron su aparición, pero todavía quedaba gente de buen gusto, según ella, que practicaba el buen comer. Sobre todo, el restaurante donde trabajaba. El nombre del restaurante donde trabajaba era Rocina. Pero el nombre no le pegaba al restaurante. Servían comida mediterránea impregnada del típico bocado de la comida asiática, lo que le confería un diferencial respecto al resto de restaurantes y por eso siempre estaba tan concurrido.

    Ella solo llevaba trabajando allí año y medio, y, si no fuera por el chef, sería genial, por lo menos si le dejaran, de vez en cuando, preparar alguno de sus manjares.

    Por desgracia se tenía que conformar con cocinar en su piso, pero, de momento para ella, eso era más que suficiente. Sin lugar a duda, ella había elegido cocina cuando tuvo que decidir trabajo a los 16 años. Era su sueño, llegar a chef y cocinar los mejores manjares, en los mejores restaurantes del mundo. Y había tenido suerte al ser seleccionada entre los otros ocho cocineros del restaurante. Ella se encargaba siempre de los postres, una de las faenas más difíciles del restaurante. Vamos, que fue la última en elegir puesto y no tuvo más remedio que aceptarlo. Pero se le daba bien. Cumplía las órdenes a rajatabla y su chef y jefes estaban encantados con ella. Aunque no se dejaba amedrentar por nadie, era muy ingeniosa y habladora. No se rendía nunca. Un poco desorganizada, sí, pero tampoco se puede ser perfecto del todo, no.

    Su horario de trabajo era bastante bueno, de 10 h a 17 h. Y su salario tampoco era malo. A su edad no podía tener nada mejor que aquello y estaba orgullosa, al igual que su familia, de haber llegado tan pronto a ese estatus, aunque, realmente, desde que se había creado el Nuevo Mundo Libre, las cosas no dejaban de mejorar para casi todos. Siempre había algún desgraciado que no levantaba la cabeza y en ellos siempre pensaba para no bajar nunca la suya.

    Eran casi las diez de la mañana y el encargado no había aparecido por allí. Era extraño. Lluís era siempre puntual. Vamos, que cuando llegaba ella sobre las diez menos cinco, el local ya estaba abierto, siempre. Y Lluís vivía muy cerca de allí. Cuando estaba enviando un mensaje desde su IA interna al encargado, un módulo negro y alargado se paró muy cerquita de ella. Dejó de dictarle a la IA lo que debía enviar y se centró en el módulo. De él salió una chica joven rubia de unos 20 años, vestida con un atuendo bastante informal, bueno, más que informal, como si se fuera de fiesta, sí, un vestido de fiesta de color verde oliva, dejando entrever más de lo que ella misma sería capaz de enseñar, pensó. Llevaba puestas unas gafas con montura negra, calcetines blancos con unos zapatos de charol, que deberían costar un dineral. Era guapa, la verdad. La chica se acercó a Nauris y le preguntó si se llamaba Nauris García. En cuanto le dijo que sí con la cabeza, le entregó un sobre amarillo. Con letra manuscrita ponía claramente Srta. Nauris García. En cuanto levantó la cabeza del sobre, ni estaba la chica, ni estaba el módulo negro. Estaba ella sola. El restaurante seguía cerrado. Sin tiempo para pensar en nada de aquello la IA recibió un mensaje del chef del restaurante.

    «Nauris, estaremos unas semanas cerrados por reformas. Siento avisarte con tanta precipitación y sin aviso previo, pero a las 9 h nos han aceptado el permiso de obras. En cuanto tengamos fecha de nueva apertura te aviso. Siento las molestias. Chef Remi».

    Reformas. No habían dicho nada de reformas. «El local lleva poco tiempo abierto y ya necesitan reformas, no entiendo nada», pensó ella. Todo el mundo debía de estar ya avisado porque eran las 09:30 pasadas y no había aparecido nadie. Le parecía muy extraño, pero también era cierto que los restaurantes como en el que trabajaba solían reformar cada poco tiempo para no aburrir a su clientela y últimamente era habitual cambiar el ambiente dentro del restaurante para dar un fondo temático diferente y conseguir nuevos clientes.

    Sin pensar en el sobre que le había entregado la chica desconocida y que se había guardado en el bolso, se fue directamente a la tienda de alimentos. Hoy tendría todo el día para poder cocinar nuevas recetas. Bueno, hoy y no sabe cuántos días más. Cogió la línea 5 del metro y se bajó en Hospitalet y desde allí tenía 5 minutos hasta su tienda de alimentos preferida, y varios bloques de edificios más allá, su piso. Se gastó una buena cantidad de bitcores. Su IA interior le iba indicando y anotando todo aquello que se le pasaba por la cabeza. De ahí, directa a su piso.

    Era un segundo, siempre usaba las escaleras. Los ascensores la mareaban. Estaba en forma, con 26 años se comía el mundo. Su cuerpo era atlético. Su melena corta pelirroja dejaba al descubierto su cara de niña, redondita, con bastantes pecas, de las cuales no estaba nada orgullosa. Vestía con una camiseta sencilla blanca, pantalones tejanos azules y unas bambas también blancas.

    Soltó la compra encima del mármol de la cocina y guardó todos y cada uno de los alimentos, no muy lejos de su alcance, para usarlos en breve. Se puso una copa de vino, puso la televisión holográfica y calculó detalladamente cuál sería su primer plato en cocinar. No lo dudó. Pulpo con cachelos. Sacó la olla y puso las patatas a hervir, mientras preparaba ya el pulpo al vapor de primera calidad que había comprado. Por respeto a ella, en este punto, no voy a poner los ingredientes que estaba usando, porque a muchos de vosotros, además de haceros la boca agua, seguro que se os ha antojado hacerlo. Pero su receta es suya y de nadie más.

    Miércoles, 14 de marzo de 2210. NAURIS. 14:08 h.

    Tres horas después ya había acabado el quinto plato. Estaba exhausta. Todo estaba delicioso, aunque pensó en quién se iba a comer tal variedad de comida. Pulpo con cachelos, pollo al curry, croquetas vegetales, canelones de salmón con bechamel y, por último y no por ello peor, el postre. Tarta de fresa con vainilla y azúcar caramelizada.

    Su IA no lo dudó y envió por su cuenta y riesgo un mensaje a la hermana de Nauris, Penélope, que vivía no muy lejos de allí. Su hermana era su mayor fan. Amaba la cocina tanto como Nauris, pero cuando tuvo que decidir trabajo, Penélope escogió administración, porque las IA dictaminaron que sus capacidades eran un 81 por ciento superior que cualquier otro trabajo. Y así lo hizo. Penélope trabajaba ahora en una gran empresa de desarrollo, de robótica, y se encargaba de tener en orden todas las peticiones de compra y venta de la empresa. Vamos, que no se aburría. En menos de un minuto Penélope le contestó a la IA que en media hora estaba allí con Nauris para probar todos aquellos deliciosos platos.

    Cuando llegó Penélope al piso de Nauris, esta ya tenía preparada la mesa. Estaba toda la comida esperando a ser abordada con una buena botella de vino tinto y otra de vino blanco, acechando los paladares de aquellas dos mujeres.

    Cuando acabaron de comer, se tiraron al sofá, no podían moverse. Penélope no dejaba de agradecerle a su hermana lo bueno que estaba todo. Las dos abrazadas en el sofá decidieron ponerse una película a sabiendas de que no tardarían en dormirse para la siesta, allí mismo.

    Miércoles, 14 de marzo de 2210. NAURIS. 18:21 h.

    Nauris se despertó de golpe. No se había acordado del sobre amarillo. Lo de la reforma del restaurante la había dejado sin otros pensamientos, bueno, sí, y también los de la preparación de la comida y sus nuevos días de fiesta. No pensó, en ningún otro momento, en el sobre amarillo. Su hermana vio la reacción que tuvo y le preguntó. Nauris, sin decir nada, se levantó, fue al bolso y sacó el sobre amarillo. Se lo enseñó a su hermana. Le explicó lo del coche y la chica que salió de él, que le había preguntado su nombre y en cuanto le dio el sobre desapareció sin dar más explicaciones. Ambas observaron el sobre. Sería propaganda, algún aviso de las autoridades, alguna broma. No lo entendían, por lo que Nauris decidió abrirlo. Dentro había una tarjeta, sin logos ni nombre de

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