El retorno de la heredera
Por Moris Polanco
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La continuación de "La hija del adelantado" sigue los esfuerzos de doña Leonor por tomar control de su destino en un mundo dominado por las ambiciones y enredos políticos de los que la rodean. Su amor por don Pedro de Portocarrero se enfrenta a los planes estratégicos de su padre y a los oscuros designios de aquellos que buscan poder y riqueza en la Nueva España. La aparición de un antiguo conocido de la corte española desata una serie de eventos que podrían cambiar el rumbo de la historia, y Leonor se ve obligada a luchar por su amor y su libertad.
Moris Polanco
Moris Polanco (Guatemala, 1962) es doctor en filosofía por la Universidad de Navarra. Ha sido profesor en diversas universidades de Guatemala y Colombia y es autor de más de 20 libros. Es miembro de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española.
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El retorno de la heredera - Moris Polanco
Capítulo 1: La sombra del pasado
La mañana se cernía sobre la ciudad con un manto de luz dorada. En el palacio del adelantado, la vida comenzaba a desperezarse con el bullicio propio de la grandeza y los preparativos para la jornada.
—Doña Leonor, vuestra presencia es requerida en el salón del trono —anunció una sirvienta, haciendo una reverencia ante la joven heredera.
Leonor asintió con una gracia que ocultaba su inquietud. Algo en el aire le decía que este día sería distinto a los demás. Caminó por los pasillos adornados con tapices traídos de la madre patria, su mente divagando en los recuerdos de don Pedro de Portocarrero, el hombre al que amaba y quien había partido en una misión en nombre de su padre hacía ya varias semanas.
Al llegar al salón, encontró a su padre, don Pedro de Alvarado, en medio de una conversación con un hombre de porte distinguido que no reconoció de inmediato.
—Padre —dijo Leonor con una inclinación de cabeza—, habéis solicitado mi presencia.
Don Pedro, con su mirada de águila y postura imponente, se volvió hacia ella y sonrió, aunque había una severidad en sus ojos que apenas disimulaba.
—Leonor, permitidme presentaros al señor Juan Peralta, un distinguido visitante de la corte española —habló con tono formal.
—Señorita, es un honor conocer a la hija de tan ilustre figura —saludó Peralta, haciendo una reverente inclinación.
—El honor es mío —respondió Leonor, aunque la curiosidad y una cautela innata le impedían sentirse completamente a gusto.
—Peralta trae noticias del rey y de la corte, pero también viene con un asunto... personal que tratar —añadió Alvarado, intercambiando una mirada intensa con el visitante.
—¿Personal, decís? —Leonor sintió cómo la inquietud se asentaba en su estómago.
—Sí, algo que os concierne directamente, hija mía —continuó su padre—. Pero primero, dejad que os pongáis al día sobre los asuntos del reino. Peralta, por favor.
—Como bien sabéis, nuestra amada España está en una encrucijada, y las decisiones que se toman en la corte repercuten hasta estas tierras. Vuestra influencia y lealtad son más importantes que nunca —explicó Peralta con una voz que destilaba diplomacia y un dejo de urgencia.
—Entiendo —respondió Leonor, aún a la espera de una explicación más concreta—. Pero, ¿cuál es ese asunto personal del que habláis?
Peralta intercambió una rápida mirada con Don Pedro antes de responder.
—La cuestión es delicada —comenzó Peralta—. Vuestra mano ha sido solicitada.
La revelación golpeó a Leonor como un rayo. Su mente se llenó con la imagen de don Pedro de Portocarrero.
—¿Solicitada? Pero mi corazón ya...
—No es momento para sentimentalismos —interrumpió su padre con firmeza—. La propuesta viene acompañada de una alianza estratégica que no podemos ignorar.
Leonor sintió cómo la habitación giraba. No podía ser que su futuro se desmoronara justo cuando más segura se sentía de sus sentimientos.
—¿Quién se ha atrevido a tal osadía sin mi consentimiento?
Peralta, consciente de la tensión que aumentaba, respondió con cautela:
—Es don Francisco de la Cueva, un hombre de considerable poder e influencia.
Leonor palideció. Don Francisco era conocido por su ambición y su poca consideración hacia aquellos que consideraba inferiores.
—Eso no puede ser. Mi amor pertenece a don Pedro de Portocarrero y no hay alianza, por poderosa que sea, que cambie mi corazón —dijo con la mirada encendida por la determinación.
—Hija, las decisiones se toman pensando en el bienestar y el futuro. Vuestro amor por Portocarrero es una ilusión juvenil frente a la política y el poder —replicó su padre con una voz que no admitía réplica.
—Pero padre...
—No hay más que hablar —sentenció don Pedro de Alvarado—. Aceptaremos la proposición de don Francisco y prepararemos todo para el compromiso.
La impotencia llenó el rostro de Leonor. Buscó en los ojos de Peralta alguna señal de comprensión, pero lo que encontró fue un destello de algo que no supo interpretar. ¿Era aviso o amenaza? El destino de doña Leonor de Alvarado se tejía en los hilos de la intriga y el poder, y su lucha por la libertad apenas comenzaba.
Capítulo 2: El retorno de un viejo amigo
—¡L eonor, esperad! —La voz de Agustina Córdova resonó en el corredor, deteniendo a la heredera en su apresurada marcha.
Leonor giró sobre sus talones, sus ojos aún humedecidos por la frustración y la rabia contenida. Ante ella, la viuda Córdova se acercaba con pasos apresurados, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y determinación.
—Agustina, ¿qué sucede? —preguntó Leonor, intentando ocultar su desesperación.
—He oído lo acontecido. Vuestra mano... ¿es verdad que don Francisco...? —La pregunta de Agustina se desvaneció en el aire, colgando entre ellas como un presagio oscuro.
—Así lo ha decidido mi padre. Pero, os lo ruego, no hablemos más de ello ahora. Mi corazón no puede soportar más afrentas —respondió Leonor, con un suspiro de resignación.
—Entiendo vuestra pena, pero... —Agustina titubeó, buscando las palabras adecuadas—. Se ha presentado un hombre, uno que dice conoceros desde la corte española. Llegó justo después de que ese... Juan Peralta anunciara la propuesta de matrimonio.
Leonor frunció el ceño, sorprendida por la noticia inesperada.
—¿Un conocido de la corte? No esperaba visitas de España, mucho menos ahora —musitó, su curiosidad despertando a pesar de sus tribulaciones.
—Dice llamarse Cristóbal de Olid. Afirma tener asuntos importantes que tratar con vos —continuó Agustina, observando atentamente la reacción de Leonor.
—Olid... —La mención de ese nombre evocó recuerdos lejanos en