La última princesa
Por Eduard All
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Los reyes esperaban gemelas , pero a la hora del parto notaron que había otra bebé. ¡Eran trillizas! La reina con sus últimas fuerzas la trajo al mundo, sonrió y luego expiró. Entonces aquella sorpresa se volvió desgracia y el Soberano mandó al destierro a aquella inocente niña. Solo que no sabía que años después las cosas cambiarían.
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La última princesa - Eduard All
La última princesa
Capítulo 1: Un nacimiento inesperado
En tierras del Este había dominios regidos por una joven pareja de monarcas . Calíope se nombraba aquel reino. Ambos nobles sostenían un mandato de justicia y equidad, procurando ser uno solo en cada decisión tomada. Los padres de los reyes eran parte del Consejo Real y con la experiencia de su ancianidad, ayudaban a solucionar las problemáticas de la región. Los pobladores estaban felices de sus gobernantes; pues, no existían mendigos, ni desempleados, y los impuestos eran razonablemente justos. La clase obrera trabajaba principalmente en establecimientos a lo largo de un gran bazar, famoso por la venta de frutos secos y atuendos de seda. Aunque, naturalmente, había quienes atendían los sembrados y quienes se ocupaban también de las artes, la educación y la salud. Se trataba de un pueblo laborioso, esmerado en el bienestar de sus familias.
Por otro lado, pudiera decirse, que además de su prosperidad, la ciudad se conocía por sus laderas montañosas, su vista al mar y, sobre todo, por su peculiar sello distintivo: el arcoíris real. Decenas de pintores, fotógrafos y reporteros enfocaban su labor a este maravilloso acontecimiento. Y sucedía que las condiciones climáticas permitían asombrosamente la aparición de un arco multicolor cada tarde, siendo esto enigmático y atrayente a la vez.
Se diría que transcurrían los años más felices de Calíope. Entonces el rey y la reina decidieron tener su primer hijo, y así ocurrió, el vientre de Su majestad comenzó a crecer velozmente. Esto, como era de esperar, produjo tal regocijo en el rey que no escatimó en colmar a su amada de obsequios. Le ofrecía desde hermosos ramos de flores, hasta joyas y vestidos.
—¿Me amas, rey mío?
—Te amo, mi reina.
— Entonces mi felicidad es completa —decía la monarca y se acariciaba el vientre.
Transcurridas las semanas aquella panza enorme empezó a impedirle a la monarca sostenerse en pie y, claro, este exceso de crecimiento tenía un motivo; el cual fue revelado en breve: cargaba un embarazo gemelar. Esta vez, el rey dio literalmente brincos y más brincos. No sabía qué hacer para mimar a su esposa. La llevaba de picnic, a contemplar el mar desde los riscos, a escuchar el canto del ruiseñor que tanto le gustaba. No perdía oportunidad de estar a su lado y complacerla.
Sin embargo, para los tan anhelados días del alumbramiento, el príncipe de tierras vecinas celebraba su aniversario veinte de nacimiento y convidó al gobernante. Contra su pesar, el rey abandonó el palacio y acudió a la celebración;