Dia de Los Slashers
Por V. Castro
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Faltan pocas Semanas para Halloween y para el Día de Muertos. Carmen, la amiga de Tula, la convence para acudir a un nuevo evento llamado «La Noche de la Calavera» que combina ambas fiestas en la ciudad de Driftwood, Texas, no muy lejos del hogar de Tula en Slaughter Creek.
A Tula le encanta Halloween, pero el Día de Muertos es su noche preferida. Cada año, se marcha de Slaughter Creek y celebra a su manera ese día tan especial en una ubicación distinta.
A pesar de la previsión de lluvia tras una semana de tormentas, Tula acepta ir a la Noche de la Calavera, que tendrá lugar en un zoo para niños abandonado dentro de una granja. Además, quiere sacarse de la cabeza a alguien a quien admira desde lejos pero que le resulta inalcanzable.
Cuando las dos amigas llegan al recinto, se dan cuenta de que el evento es un completo fracaso. Apenas hay gente, y aún menos vendedores en sus puestos. Sin embargo, lo que Tula no sabe es que la Calavera es real… y que tiene sed de sangre.
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Dia de Los Slashers - V. Castro
Dedicado a la Santa Muerte, a la familia,
a los lectores y lectoras, reseñadores y reseñadoras
y a todos y todas mis fans.
Gracias.
Capítulo 1
La lluvia y las tormentas que se prolongaron durante una semana hicieron que pareciera otoño tras un agosto abrasador y un septiembre caluroso. A pesar del fango que le llegaba hasta los tobillos y de la alerta por inundación, Tula caminaba por la ribera del arroyo crecido de Slaughter Creek, al sur de Austin, a diez minutos en coche desde su apartamento de un dormitorio. El agua marrón iba a juego con los árboles que cambiaban de color. Nadie paseaba a sus perros por allí durante la alerta después de que un hombre muriera intentando salvar a su hijo. No merecía morir de esa forma, pero ¿quién decide lo que merecemos y cuándo lo merecemos? A juzgar por el aspecto de aquel lugar, resultaba imposible adivinar que un accidente de ese tipo hubiera sucedido allí. Sin embargo, eran muchos los lugares que evocaban paz o que poseían una belleza excepcional y que aun así albergaban un pasado oscuro. Podría decirse lo mismo de las personas. Tula levantó la cámara y tomó una fotografía de una rama que se aferraba a las raíces expuestas de un árbol a la orilla del río. Parecía una mano que intentaba salvarse inútilmente mientras el agua se precipitaba rauda, arrastrando pedazos de tierra a su paso. En cuestión de segundos, la rama se desprendió y desapareció. Tula bajó la cámara para seguir su camino mientras pensaba en la futilidad de la mayoría de propósitos en la vida. Aquel hombre se marchó de este mundo haciendo algo realmente valioso. En aquel preciso instante su vida tuvo sentido, y su recuerdo como un héroe y como una buena persona seguía vivo. Es lo máximo a lo que uno puede aspirar, a menos que se trate del tipo de persona a la que esas cosas le dan exactamente igual.
La luz tenue que perforaba la escala de grises del cielo se deslizaba a través de las hojas de los robles. El aroma de la quema de mezquite impregnaba el aire a lo lejos. La soledad del momento hizo que Tula se sintiera agradecida de estar viva. Había aprendido por las malas que no importaba que los demás no creyeran en ella o que la odiaran, siempre que no se diera la espalda a sí misma. A veces, a esa parte herida aún le costaba sonreír. En esas ocasiones sabía que debía hacer la maleta y marcharse de viaje durante un par de días. Las escapadas habituales le brindaban la oportunidad de superar las malas rachas. En el fondo, sabía que la existencia de las personas es tan breve como la de las ramas caídas y atrapadas en la corriente. Lo que sucedía bajo el agua, después de la muerte, era un viaje distinto.
Sintió la vibración del celular en el bolsillo trasero del pantalón. Era un mensaje de Carmen. Sonrió. Iba de camino a su casa tras arreglarse las uñas para prepararse juntas para un evento de Halloween mezclado con el Día de Muertos. Sería una noche divertida, aunque Tula ansiaba celebrar el Día de Muertos a su manera un par de semanas después. Primero, Halloween con Carmen, que insistía en acudir a aquella cosa. Veintiocho años y Tula aún se disfrazaba para Halloween.
ESTABAN SENTADAS FRENTE al tocador de Tula, hurgando en tres neceseres desordenados en busca de maquillaje para ella. Carmen ya estaba vestida de diabla sexy y maquillada a la perfección. Miraba a Tula mientras esta sacaba un delineador negro y se perfilaba los labios.
—¿De veras vas a ir de payasa chola? ¿Por qué no te pones una de tus camisetas de heavy metal o de películas de terror y un maquillaje corriente?
Tula seguía concentrada en sus labios.
—Sí. Llámame patética si quieres, cariño, porque no soy capaz de sacarme a ese hombre de la cabeza. Solo nos hemos visto tres veces. Pero, maldita sea, es tan guapo... Y listo. Y esa sonrisa... Cuando me miró por primera vez... Por poco se me caen las botas, y eso que las llevaba por encima de la rodilla, y la falda se me quería subir sola. No sé. Seguro que le sabe la boca a sal y a tequila cuando...
—Y está de todo menos disponible —espetó Carmen mientras cerraba de golpe la paleta de sombras. Sus uñas largas y con forma de ataúd, pintadas de negro, repiqueteaban sobre la madera.
Tula rellenó las líneas exageradas alrededor de la boca con labial negro.
—Exacto. Lo que me convierte en una maldita payasa.
Carmen buscaba algo en su celular. Comenzó a sonar música del pequeño altavoz junto a la cama de Tula. Ese riff inconfundible era el de «I Was Made For Lovin’ You» de Kiss. Esa canción le recordaba a él. A Gage. El tempo de los aullidos de la guitarra y el chasquido de los cortes rápidos como latigazos que recorrían su cuerpo la hacían sangrar de lujuria. El