La Caramelera
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Un libro conformado por algunas historias basadas en hechos reales, pero que resultan ser increíbles. Otras, son construcciones personales de momentos muy íntimos y especiales para el autor. Hay también enérgicas protestas contra ciertas injusticias que suelen ocurrir. Podrás encontrar hechos asombrosos de la vida real dignos de ser llevados a la hoja mediante los fantásticos símbolos que son las letras. Muchos son relatos surgidos de la imaginación; sin embargo, narran momentos muy interesantes que no distan demasiado de la realidad.
Luego de su novela Esteban, el Discípulo y su libro de cuentos Momentos, llega esta variedad de sabores.
Prepárate para descubrir situaciones inéditas y que, asimismo, bien podrían ocurrir. Momentos de inocencia que encierran grandes verdades. Sencillez en la complejidad que todas las cosas encierran. Fábulas que representan mucho más que aparentes historias para niños. Exposiciones descarnadas de lo terrible que puede ser la misma cotidianeidad. Introspecciones sobre lo equivocados que podemos estar en cuanto a nuestra propia actitud y a cómo percibimos el mundo.
El autor eligió depositar en cada compartimento de esta caramelera tanto desencuentros, como malos entendidos, finales inesperados, así como valores perdidos, ora duda razonable, ora reflexiones necesarias. Aunque también incluyó algunas sonrisas rociadas como agua bendita. Él recomienda degustarlos entre mate y mate.
Máximo Olivera Sum
Máximo Olivera Sum Nació en Tacuarembó, en 1978. Una vez finalizado el Bachillerato, inició su carrera como Oficial de la Fuerza Aérea Uruguaya en la Escuela Militar de Aeronáutica, graduándose en 2001 como aviador. Posteriormente impartiría clases de Historia Nacional en la Escuela Técnica de Aeronáutica y de Juego de Guerra "Fénix" en la Escuela de Comando y Estado Mayor Aéreo. Es piloto de aeronaves de ala fija y helicópteros. Al día de hoy se encuentra realizando la carrera de Periodismo en el IPEP (Instituto Profesional de Enseñanza Periodística). Es investigador, además de poeta, cuentista y ensayista. Para más información, contáctelo a través de su casilla de correo electrónico: [email protected]
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La Caramelera - Máximo Olivera Sum
PRÓLOGO
Entrenar el cuerpo junto a la mente. Hoy en día podemos afirmar que para tener una salud plena el entrenamiento, además de ser físico, tiene que ser mental y espiritual. Esto se debe a que mente y cuerpo son dos, y al mismo tiempo es uno. Son interdependientes y están interrelacionados.
Dicho esto, rápidamente se me viene a la mente el día en que nos conocimos con Máximo. Una tardecita en la que no deambulaba ni un alma por la calle, más que la de él y la mía, nos encontrábamos debajo de una barra realizando dominadas y charlando abiertamente de diferentes temas como si nos conociéramos de toda la vida. Me sorprendió mucho cuando me comentó que era escritor. Para mis adentros me puse a cavilar: este tipo tiene ese equilibrio de salud plena que muchos anhelamos; entrenaba su físico, parecía instruido en varios temas y se lo notaba espiritualmente fuerte.
Sabía que tenía que leer sí o sí alguno de sus libros. Bueno, hoy ya voy por el tercero. Porque leer es mi escapada durante el día y más entusiasma si tenés el honor de conocer a su creador.
Como dice un colega Entrenador Holístico al cual admiro mucho, Daniel Tangona: ‘Hay que encontrar la zanahoria’, es decir, el sentido que alegre tus días y te motive o con el cual te sientas identificado. Bien, lo encontré en estos libros, en ‘La Caramelera’, con historias que podrían ser tranquilamente de cualquiera de nosotros los lectores, o en la novela ‘Esteban, el Discípulo’, llevándonos a tiempos remotos junto a nuestro Salvador. Y, ¿por qué no? Hasta dejarse llevar en la mente con lo que podría llegar a ser el futuro al mejor estilo de ‘Colonización de Marte’.
Hace mucho que estoy consciente de que no existen las casualidades, sino las causalidades. Si será así que, por ir a la barra ese día, a esa hora, un día en que era muy probable que no hubiese nadie en la calle por ser pandemia conocí a Máximo. Y hoy tengo el honor y la oportunidad de estar plasmando una parte de cómo pienso en este prólogo, en algo tan inmortal como lo es un libro.
Culminando por acá, quiero darte las gracias por tu amistad, por este gran regalo, y te deseo muchos éxitos amigo en tu nuevo libro.
Profesor Manuel Albernaz Borgeaud.-
PREFACIO
Aunque no lo creas, hay pocas cosas más apasionantes que sentarse frente a una hoja (o a un documento de Word en este caso) en blanco para comenzar a desarrollar una historia. También puede resultar decepcionante muchas veces al ver el resultado final, pero siempre se puede arrancar la hoja (o presionar suprimir) y volver a empezar. A fin de cuentas, es como la vida misma de día en día y de fracaso en fracaso, pero, eso sí, siempre sin perder el entusiasmo.
Es el equivalente a toparse con una caramelera repleta de diferentes caramelos y dulces variados. Por lo general, serán buenas sorpresas las que recibas al probar cada uno de los contenidos. Aunque, como alguien alguna vez dijo y a mí me gusta citarlo, para gustos están los colores. Siempre habrá alguno que no te caerá del todo bien, rechinándote en los dientes. De ser así, tienes la posibilidad de aplacar el mal sabor con la siguiente golosina. ¿Ves cómo todo tiene remedio en esta vida?
En este caso, fui depositando con esmero los diferentes tipos de confites y gollerías en cada una de las reparticiones de la caramelera. En algunas divisiones incluso están entreveradas, porque en realidad nada es lineal. Puedes tomar a manos llenas sin reservas, yo invito. Pero tómate un tiempo para degustarlos bien.
A este libro lo conforman algunas historias basadas en hechos reales, pero que resultaron ser increíbles. Otras, son construcciones personales de momentos muy íntimos y, por ende, muy especiales para mí. Hay también enérgicas protestas contra ciertas injusticias. Podrás encontrar hechos asombrosos de la vida real dignos de ser llevados a la hoja mediante los fantásticos símbolos que son las letras. Muchos son relatos surgidos de la imaginación, sin embargo, narran momentos muy interesantes que no distan demasiado de la realidad.
Prepárate para descubrir situaciones inéditas y que, asimismo, bien podrían ocurrir. Momentos de inocencia que contienen grandes verdades. Sencillez en la complejidad que todas las cosas encierran. Fábulas que representan mucho más que aparentes historias para niños. Exposiciones descarnadas de lo terrible que puede ser la misma cotidianidad. Introspecciones sobre lo equivocados que podemos estar en cuanto a nuestra propia actitud y a cómo percibimos el mundo.
Elegí depositar en cada compartimento tanto desencuentros, como malos entendidos, finales inesperados, así como valores perdidos, ora duda razonable, ora reflexiones necesarias. Aunque también incluí algunas sonrisas rociadas como agua bendita. En definitiva, un sincero intento por volver a lo esencial, lo que tiene real valor y que al final, nunca pasa de moda. Porque todo vuelve.
No te agarres una indigestión, comiéndotelos todos de una vez. Yo recomiendo ir paladeándolos cada día con reflexivo detenimiento. Tampoco deseches toda la estantería por un solo ejemplar que no satisfizo tu refinado paladar; siempre puedes otorgarle una segunda oportunidad. Entre mate y mate (para no empalagar con tanta dulzura) acompañar un momento del día con el producto repleto de distintos colores, aromas y sabores, expuesto en esta caramelera.
Toma asiento,
aquí tienes un mate.
Resulta que...
Ayuda oportuna
Basado en una historia real.
Una vez revisado el inflado y la profundidad del dibujo de las cubiertas, oteó el estado general de la camioneta dando una vuelta alrededor de la misma. Luego verificó el nivel de aceite del motor, de líquido de frenos y de agua del radiador, y a continuación lavó ambos parabrisas. Recién cuando hubo chequeado todo, envió un mensaje de texto avisando que estaba saliendo para ir a buscarlos.
Tras pasar por la estación de servicio a llenar el tanque, se dirigió a casa de su hermano para después pasar por la de dos amigos a recogerlos. Al llegar, acomodaron los bolsos en la caja y cubrieron la carga con la lona. Y entre chistes y anécdotas, ocuparon sus lugares y arrancaron con el mate acompañado de unos bizcochos recién salidos de la panadería. Así comenzaron el viaje desde la capital a Tacuarembó por la ruta cinco.
—¿No van a ponerse el cinturón de seguridad?
—Sí, ahora me lo pongo.
—No pasa nada, acá atrás no te ve la caminera. ¡Vamo’arriba que no llegamos más! —comentó el amigo, mientras se frotaba las manos con ansiedad.
Aquel viaje de rutina siempre los congregaba tres veces al año para ir a auditar algún departamento al azar. En este caso le había tocado en suerte al pago más grande de la Patria.
Entre mate y mate, los kilómetros comenzaron a pasar. El trayecto después del peaje estaba impecable e invitaba a apurar el paso. La camioneta estaba aún en garantía y la velocidad no se sentía. Con el aire acondicionado encendido y la entretenida conversación que llevaban, los ciento sesenta kilómetros por hora parecían menos de cien dentro de la silenciosa y confortable cabina. Varias veces, por motu proprio o porque alguno de los acompañantes le observara, tuvo que alivianar el pie, ya que se iba a ciento ochenta sin darse cuenta.
Nada podía hacer ante la inminente colisión, solo esperar lo inevitable. En una rauda decisión, optó por mantener firme el volante en la dirección que traía. Se hizo un súbito silencio, a través del cual se pudo escuchar un fuerte golpe. La rapidez con que sucedió todo fue tal que no pudieron distinguir qué había sido. Pese a que Eduardo llevaba los ojos clavados en la carretera, no pudo evitar embestir un animal que surgió desde la banquina frente a la camioneta. Tras el choque, desaceleró con precaución hasta aparcar a un lado de la carretera.
Encendió las balizas y todos descendieron para hacer un control de daños y determinar qué animal habían arrollado. Podía verse un feo abollón lleno de pelos y sangre mezclados con la pintura saltada como testimonio del fuerte impacto ocurrido. Caminaron más de trescientos metros hasta llegar al lugar donde yacía muerto el animal. Resultó ser un venado de mediano tamaño que voló por los aires hasta caer a cincuenta metros del lugar donde había sido embestido.
Tras el fatal accidente con el venado, retomaron el viaje. Al principio, la velocidad se redujo casi a la mitad y se hablaba poco. Pero, con el transcurso de los kilómetros y las horas, tanto la velocidad y la conversación fueron aumentando otra vez. Asimismo, la atención y los reflejos fueron disminuyendo paulatinamente.
—Qué tipo plaga el jefe —dijo uno como para romper el hielo y retomar el ambiente ameno que habían traído hasta ahora, el cual se había diluido ante la eventualidad que habían sufrido.
—Yo creo que es demasiado responsable.
—Debés de ser el único que no coincide con el resto en que es un grandísimo hijo de su propia madre.
—Jaja... Es que a nadie le gusta que lo controlen. Tampoco es agradable que te presionen y saquen el cien por ciento.
—No seas malo. Es un verdadero tirano. No te da respiro. No te perdona una. Te exprime hasta la última gota como si fueras un limón y cuando le pedís algo, te manda a freír boniatos a cara lavada.
—Apoyo la moción.
La conversación era cerrada y no se escapaba nadie. Todos los temas giraban en torno al trabajo, entre ocasionales chistes de fútbol a los hinchas del equipo perdedor del fin de semana, y así transcurrían de nuevo los kilómetros, casi sin notarlo. Ahora todo aparentaba volver a la normalidad. Nada parecía salirse de lo esperado, hasta que uno de los que iba en el asiento trasero extendió espasmódico el brazo lleno de asombro. Señaló con el índice mientras exclamaba con los ojos desorbitados:
—¡Mirá, mirá!
Eduardo giró rápidamente la cabeza para encontrarse con un vehículo que se había propuesto rebasar en plena subida. En consecuencia, cuando salió por la cima, venía por el carril contrario, de frente hacia ellos. Eduardo clavó los frenos y giró el volante hacia su derecha. Las chirriantes ruedas perdieron la tracción y la camioneta se fue de costado.
Mientras tanto, el otro vehículo hacía lo propio. Como el largo del remolque que estaba rebasando y su posición con respecto al mismo no le permitían volver atrás, se pegó al acoplado. A su vez, viendo por el retrovisor la pésima maniobra del conductor que tenía