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Corriendo con lobos
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Libro electrónico224 páginas

Corriendo con lobos

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Información de este libro electrónico

«Me resbalé en una fábrica y en ese momento yo no corría, no hacía nada, y con ese resbalón se me partió el peroné por tres sitios y los ligamentos en el lado contrario. Los médicos empezaron a decirme que me olvidara de jugar al fútbol, de correr, y todo eso. Y yo no lo hacía. Y entonces basta que me dijeran que no lo hiciera, pues dije, pues voy a empezar a hacerlo.»

Corriendo con Lobos es una emocionante historia de superación personal, amistad con los animales salvajes y amor por la montaña. Fernando, el protagonista de esta historia, es un corredor de montaña especializado en carreras de ultrafondo que ha logrado superar todo tipo de obstáculos para perseguir sus sueños. A pesar de una lesión que le impedía correr, y tras haber sido desahuciado por los médicos, ha logrado convertirse en un corredor de éxito y ha construido una relación única con Amets e Itzal, dos perras de raza lobo checoslovaco, que le acompañan en los entrenamientos y carreras.

Este libro es una combinación de aventura, superación personal y amor por la naturaleza. Es una lectura esencial para cualquier corredor de montaña que busque inspiración y motivación en su propio camino, así como para cualquier amante de la naturaleza interesado en conocer más sobre la relación del ser humano con los animales salvajes. Además, el libro incluirá un anexo con fotografías de las carreras más relevantes en las que Fernando ha participado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 may 2024
ISBN9788419999511
Corriendo con lobos

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    Vista previa del libro

    Corriendo con lobos - Fernando Fernández

    portada.jpg

    Primera edición digital: mayo 2024

    Campaña de crowdfunding: equipo de Libros.com

    Cubierta y maquetación: Patricia Á. Casal

    Edición y textos: Puri Escuredo y Fernando Fernández

    Corrección: Ana Briz

    Revisión: María Luisa Toribio

    Versión digital realizada por Libros.com

    © 2024 Fernando Fernández

    © 2024 Libros.com

    [email protected]

    ISBN digital: 978-84-19999-51-1

    Logo Libros.com

    Fernando Fernández

    Corriendo con lobos

    Índice

    Cubierta

    Créditos

    Portada

    Prólogo

    Introducción

    Capítulo 1. Los primeros pasos. Infancia, juventud y primeras carreras

    Capítulo 2. Encontrando mi manada

    Capítulo de Simon Gfeller

    Capítulo 3. De las lesiones a la motivación. La lesión y la recuperación

    Capítulo de Txerra Sainz

    Capítulo 4. La carrera de mi vida,la Transpirinea

    Capítulo de Marc Fernández

    Capítulo 5. La llamada de la montaña

    Capítulo de Montse Vázquez

    Capítulo 6. Los grandes desafíos

    Capítulo de Oriol Antolí

    Capítulo 7. Familia y amigos

    Capítulo de Sara

    Capítulo 8. Pasado, presente y futuro

    Capítulo de Kepa Larrea

    Capítulo 9. Epílogo

    Capítulo de los Hermanos Bailo. Jesús, Alfredo y Juan

    Capítulo de Agustín Vega

    Agradecimientos

    Anexo fotográfico

    Mecenas

    Contraportada

    Prólogo

    Apenas había amanecido y un telón gris cubría el cielo amenazando con lluvia. Allí estábamos unos cuántos locos rezando a los dioses antes de correr más de 90 kms por los bosques encantados del Montnegre junto a nuestros perros lobo. Un mágico vínculo y una cuerda a la cintura formaba una unión indivisible, una extensión de nuestro ser.

    Y bajo estas circunstancias conocí personalmente a Fernando, y no fue casualidad: naturaleza, lobos y kilómetros por delante… Era el sitio indicado para encontrarlo; su hábitat natural.

    Muchos años después, cuando me enteré de una editorial que estaba buscando corredores y una historia que contar, yo les dije: «conozco a la persona indicada y su historia es la de una persona normal haciendo cosas increíbles».

    Historias como la de Fernando merecen ser contadas ya que aportan un gran valor en la sociedad de hoy. Son la resistencia de unos valores en decadencia como la disciplina, el sacrificio y la superación. Pero va más allá de todo eso. En un mundo virtual gobernado por un homo sedentaris pegado a una pantalla, estas personas son el último reducto de nuestro estado más primigenio, la faceta más animal del ser humano.

    A lo largo de estas páginas podrás descubrir su vida desde la infancia, pasando por todos sus logros y proyectos deportivos. Los éxitos y las sonrisas; los fracasos y las lágrimas. Caer y levantarte de nuevo.

    Pero no solo eso, podrás sentir en tu misma piel un acto tan simple y ancestral como correr, sentir el barro y la nieve en tus pies, la lluvia y el viento azotando el rostro. Las noches sin dormir corriendo por un bosque bajo la tenue luz de un frontal y la luna llena. La magia de un amanecer que te sorprende corriendo en lo más alto de una montaña con un mar de nubes bajo tus pies. Todo ello acompañado por su familia, su manada.

    Rubén Torres Pacheca

    Introducción

    «No hay cojones de… ». Nunca una frase hizo tanto daño a un corredor de Bilbao como yo

    Llevábamos más de 100 kilómetros cruzando valles y montañas de la GR-11, acumulando metros positivos por miles. Digo «llevábamos» porque era un entrenamiento y yo no suelo ir solo. Ese día, igual que muchos otros, me acompañaba Kea, Superkea.

    Anochece y las fuerzas que tenía guardadas para el día comienzan a desvanecerse, al menos las mías. Las de Kea continúan intactas, es incombustible. Para complicarnos el momento, porque a veces las cosas vienen en el peor momento, no puede ser fácil siempre, teníamos la mirada de dos enormes mastines blancos clavada en nosotros dos. Llevaban un rato rondando nuestros pasos, decidiendo si éramos un peligro, una amenaza para su rebaño. Esos perros hacen su trabajo, como tiene que ser.

    —Kea, ¿qué hacemos? ¿Corremos o nos hacemos los despistados?

    Kea me miró como riendo, pero ella también estaba tensa porque su instinto era protegerme. Se interpuso entre la mirada de los mastines y mi cuerpo.

    Los dos perrazos de los Pirineos la miraron entonces a ella, fascinados, mientras Kea, dando un solo paso al frente, dejaba su cresta crecer y sacaba su enorme dentadura lobuna. Claro, no os lo he contado; Kea es, era, una perra loba checoslovaca. Recuerdo un silencio tenso. Kea no dudó ni un momento, pegada a mí e interponiéndose en todo momento entre mi cuerpo y los mastines. Ellos nos abrieron un escueto pasillo y nosotros cruzamos sin apenas pestañear. A pesar del frío y el miedo, yo tenía la seguridad de que mi fiel amiga no hubiese dejado que me sucediese nada malo, nunca.

    Me surgieron dudas. En momentos como ese, cómo no te van a surgir. Y le pregunté:

    —Kea, ¿me ves capaz de terminar esa carrera de 900 kilómetros o estoy realmente loco?

    Pero bueno, echemos la vista atrás unos años y que comience el rock and roll. Creo que he empezado a contaros la historia algo desordenadamente. A veces la cabeza fluye hacia donde le da la gana. Pensar en escribir este libro y ponerme a ello me ha hecho rememorar muchas cosas, me ha hecho analizar mis motivaciones, mis valores o mi forma de ser. Es curioso, escribir se puede convertir en un psicoanálisis.

    Podemos ponerle una fecha a esto si queréis. Para mí, el año cero fue el 1997. Fallece Diana de Gales en un accidente, Induráin decide colgar la bici y yo me parto el tobillo derecho por tres sitios, tibia y peroné. Muchas noticias trágicas juntas.

    Tanta gente sin saber la que algún día va a caer…

    (Skakeitan con Manu Chao)

    1. Los primeros pasos. Infancia, juventud y primeras carreras

    El que sabe si puedes o no puedes eres tú,

    y no lo vas a saber hasta que pruebes

    Me apetecía contar mi historia porque puede que ayude a otros y otras que quieran correr o que se encuentren con una lesión grave, como me pasó a mí. Me veo un poco friki con esto de las carreras de larga distancia. No somos muchos, por eso siento que nos conocemos, que me podréis entender.

    Nací en Bilbao y me moriré en Bilbao si es que el destino me deja escoger, eso lo tengo claro. Aunque mis primeros años los pasé en Basauri y luego ya nos trasladamos a vivir a Bilbao.

    Como todos los niños de mi época yo he jugado en la calle, ya sé que suena a tópico, pero estar en la calle nos hacía más avispados. También nos hacía aprender las reglas sociales y a relacionarte con los demás cuando no existían las redes y la tele era en blanco y negro. Nos juntábamos todos los del barrio; aunque tuvieras más afinidad con unos que con otros, el juego era comunitario e inclusivo, como dicen ahora. Mi hermano, aunque fuese dos años menor que yo, también se venía conmigo. Los que habéis vivido aquella época sabéis de lo que hablo. El barrio era el patio de recreo de todos y todas. Desde intercambio de cromos hasta darle a la pelota e intentar no romper algo, correr, saltar, andar en bici y aventuras y triquiñuelas que se nos ocurrían más elaboradas.

    Deportivamente participé de pequeño en el equipo de fútbol del barrio, pero siempre me ha gustado mucho la bici. Yo creo que las carreras de bicicletas marcaron bastante a mi generación. En la televisión se veían el Tour, la Vuelta y el Giro y nos sabíamos los nombres de algunos ciclistas a los que admirábamos.

    Está bien pensar que las cosas buenas se heredan. Yo tengo un tío ciclista, de los buenos, que fue amateur. Ganaba muchas carreras y estoy casi seguro de que no llegó a profesional por los miedos de mi abuela a la carretera. Llegaron a ir a casa en dos ocasiones a buscarle los de Ferrys, considerado en aquella época uno de los mejores equipos ciclistas de España, si no el mejor. Mi tío se enteró años después de ello. No ayudó tener que cumplir el servicio militar lejos, en aquella época muy largo. Si no recuerdo mal, me contaba cuando yo era txikia que tres años en la Marina se tuvo que hacer. Se llegó a llevar la bici a su destino en el sur de la península, pero no siguió corriendo.

    Antes de eso, mi tío ganaba carreras, se codeaba con gente que luego veía ganar etapas en la Vuelta o en el Tour. Subía la hostia, como decimos por aquí. Tenía un apodo curioso, el Cuatrero. Corría por libre, sin equipo. Su primera carrera, según me ha contado, acabó con una escapada de cinco y él hizo el quinto puesto. En la segunda carrera, escapada de tres e hizo tercero. Ahí se dio cuenta de que si quería ganar dependía de él mismo, así que en la siguiente arrancó solo: ganó montaña, metas volantes y la carrera. Tengo el recuerdo de niño de ver en casa de mi abuela un montón de trofeos de aquella etapa de mi tío, y cuando digo «un montón» es un montón de verdad.

    Es posible que él fuese un referente para mí como deportista. Me gustaba escucharle contándonos sus carreras y sobre todo a mi padre, que le acompañaba siempre que podía. Tengo una anécdota en la memoria que nos contaba de una carrera en Cantabria. Se les había olvidado la licencia que tenías que tener como federado y le dejaron salir en la carrera si prometían tener la licencia para cuando acabase el recorrido. Creo que los organizadores no se esperaban lo que ocurrió: mi tío ganó la carrera y mi padre llegó con la licencia después de haberse hecho en moto la distancia a Bilbao y vuelta a tiempo. A los demás no les hizo mucha gracia y tuvieron que salir de allí algo precipitadamente. Así andaban; jugando al límite.

    A mi padre le gustaba el mundo de la bici y nos animó a mi hermano y a mí a correr en serio. Así que considero que mi vida deportiva empezó con la bicicleta en la adolescencia.

    En aquella época uno de mis primos estaba en el equipo ciclista de Galdakao y a mí me enganchó el ciclismo. Juan Mari Abril estaba de director y fue mi primer maestro deportivo. Cuando llegué al equipo yo era «el primo de» y él me ayudó a ser yo, a ser Fernando el ciclista. Recuerdo aquella época como un buen entrenamiento. No me refiero solo en lo deportivo, sino que me ayudó a forjar el carácter sacrificado que se necesita para hacer lo que hago. Me retaba, me picaba, para que intentara mejorar y superarme. Siendo todavía un crío, tenía que recorrer la distancia desde Bilbao a Galdakao (algo más de 7 kilómetros) con mi bicicleta y la bolsa. Daba igual el clima; lloviese, hiciese frío o un sol de justicia yo allí estaba. Muchas veces quedábamos a las ocho de la mañana para que nos llevasen a una carrera. Y no olvidemos la vuelta, después de correr había que volver a casa. Se hacía duro, te hacías duro.

    Estuve dos años en el club. Hacía carretera y en invierno ciclocrós. Lo de meterme en el barro y por los caminos de montaña ya me gustaba de aquella. Demostré habilidad para manejarme por ese tipo de medio. Hasta hice algún podio y estuve preseleccionado en concentraciones con la selección española.

    Dejé de competir, pero me quedé con la selección española de ciclocrós como mecánico. A mí el mundillo de las bicis me gustaba y me gusta mucho. Estuve diez años acompañando a la selección durante los inviernos, que es la época en la que se compite. A Óscar Pereiro le apañaba yo la bicicleta cuando él estaba en la selección sub-23 de ciclocrós. También estuve de mecánico unos años de un equipo amateur por el cual pasaron corredores como Óscar Freire mientras estaba de director deportivo el gran Matxin. Mi amigo Rubio, que también había corrido, se pasó a masajista y entre las etapas nosotros nos íbamos de juerga. Lo hemos pasado muy bien, recorrimos muchas competiciones y conocimos a gente muy grande que luego ha llegado muy arriba. Éramos jóvenes y tenemos anécdotas muy divertidas, como la noche que Rubio les medio rapó el pelo a todos a su manera, parecíamos una banda en vez de un equipo ciclista.

    No recuerdo bien qué ciclista dijo que cuando has sido ciclista, lo sigues siendo siempre. Es verdad. Yo me siento ciclista; aunque hoy no compita ni entrene para carreras con bici, sigo sacando la bici de vez en cuando, pero necesita mucha dedicación y tiempo para prepararte tú y la máquina; y dependes del clima, que en Euskadi no acompaña siempre, en invierno es muy difícil salir porque la noche llega temprano. La bicicleta exige un mínimo de dos horas de entrenamiento si quieres hacer algo.

    Sigo ligado a ese mundo con un club que formamos en aquella época, Motoenlace, va para treinta años. Somos varios exciclistas que nos dedicamos a colaborar en las pruebas ciclistas: llevamos en moto a los árbitros, fotógrafos y lo que se necesite. Yo he hecho muchos kilómetros en moto, pero esa es otra historia.

    Siento que el ciclismo me formó como el deportista que he sido y el que soy hoy. Tengo en el recuerdo a Marino Lejarreta, contemporáneo de Induráin. Me gustaba mucho verlo correr. Fue él el que me enganchó a la larga distancia sin yo saberlo. Era un deportista que competía en las tres grandes en un solo año, Vuelta, Giro y Tour, y yo le admiraba por esa capacidad. Lo consideraba un corredor de fondo.

    La vida continúa y empecé a trabajar. Abandoné el deporte por completo durante una buena temporada. Claro que yo sedentario no soy. O sea, no he nacido para estar quieto, me es imposible. Así que aquella época fue algo gamberra, como suele ser cuando eres joven y empiezas a ganar los primeros dineros. Salí mucho de fiesta, aunque con cabeza. Eso no sé si me lo inculcaron bien en casa o me salía a mí, supongo que las dos cosas, pero siempre me he cuidado, me he mantenido firme ante ciertos excesos. Fiesta sí, pero tenía claro los límites. No me gustaba ver a conocidos del instituto, gente que había compartido espacio y vida conmigo, destrozados, me impactaba. Fue una época, la de finales de los años ochenta y primeros noventa, en la que en Bilbao, y creo que en la mayoría de las ciudades, se vivió un auge de enganches a drogas que desbarató la vida de muchos jóvenes.

    De aquella época sigo teniendo amigos. A los que se pasaron a una vida más sana, por decirlo de alguna manera, los vi más a menudo, al final compartes aficiones. A los que no, pues los sigo viendo por el barrio, pero la vida de fiesta no es compatible con la deportiva, hay que escoger.

    Volví a retomar la actividad física unos años después, cuando me junté con los amigos por hacer algo de vez en cuando. Hicimos un equipo de fútbol solo con ciclistas. Perdíamos todos los partidos, pero corríamos mucho y nos divertíamos. Además, salíamos algo en bici.

    Entonces ocurrió lo que os contaba en la introducción.

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