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La última novela
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Libro electrónico182 páginas

La última novela

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Un novelista en el tramo final de su vida afronta la escritura de la que, sospecha, será su última obra. Viejo, arruinado, enfermo y solitario, apenas sale de su apartamento en la parte baja de Manhattan. Abrumado por el insoportable goteo de muertes de amigos y la posibilidad de un nuevo diagnóstico que, esta vez, resulte definitivo, el Novelista despliega los conocimientos adquiridos a lo largo de toda una vida, pero también sus obsesiones, sus miedos y sus anécdotas preferidas de los personajes de la historia del arte y el pensamiento que más marcaron su singular forma de ver el mundo y la literatura. De esta manera, compone una novela atípica, construida a partir de fragmentos, citas, fechas y reflexiones tan breves como brillantes sobre el sentido de la vida, el paso del tiempo y la condición humana. En La última novela asistimos a la coda de la carrera literaria de uno de los autores más venerados de las letras estadounidenses. Se trata de una obra aparentemente caótica que, no obstante, va descubriendo poco a poco una estructura sólida y compleja, en la que los fragmentos se van entreverando para construir un testimonio tierno, lúcido y profundamente honesto sobre el mundo que vio nacer y verá morir al autor, así como un homenaje a las personas que lograron hacer de ese mundo un lugar mejor. Pero, por encima de todo, David Markson nos deja una reflexión sobrecogedora sobre el miedo a la muerte y la no menos desconcertante experiencia de haber vivido.
IdiomaEspañol
EditorialSexto Piso
Fecha de lanzamiento22 may 2024
ISBN9788410249066
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    La última novela - Markson David

    Cubierta

    La última novela

    DAVID MARKSON

    TRADUCCIÓN DE MARIANO PEYROU

    Sexto Piso

    Todos los derechos reservados.

    Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,

    transmitida o almacenada de manera alguna sin el permiso previo del editor.

    Título original

    The Last Novel

    Copyright © DAVID MARKSON, 2007

    Primera edición: 2024

    Traducción

    © MARIANO PEYROU

    Imagen de portada

    Calligraphy

    © ZEREN BADAR

    Copyright © EDITORIAL SEXTO PISO, S. A. DE C. V., 2024

    América 109

    Parque San Andrés, Coyoacán

    04040, Ciudad de México

    SEXTO PISO ESPAÑA, S. L.

    C/ Los Madrazo, 24, semisótano izquierda

    28014, Madrid, España

    www.sextopiso.com

    Formación

    GRAFIME

    ISBN: 978-84-10249-06-6

    De nuevo

    para Sydney, para Duncan, para Toby

    y para Trish Hoard

    La pintura no es para decorar apartamentos.

    PABLO PICASSO

    Si no existiera la muerte, creo que no podrías seguir adelante.

    STEVIE SMITH

    El edificio de apartamentos del Novelista tiene seis pisos. Pero en realidad hay un patio interior en el nivel del sótano, con lo cual son siete.

    Y luego está el tejado.


    Cuando estaba en lo alto de la Capilla Sixtina, Miguel Ángel de vez en cuando dejaba caer alguna cosa: cepillos e incluso tablones bastante grandes.

    Sobre todo, por lo visto, cuando el papa merodeaba cerca para echar un vistazo a su trabajo.


    Cuando me muera, abriré un burdel. Sabéis lo que es un burdel, ¿no? Pero a cada uno de vosotros, a todos, os cerraré la puerta a cal y canto.

    Dijo Arturo Toscanini ante una orquesta poco motivada.


    Una vez, cuando todavía era joven y no tenía un céntimo, a modo de talismán para el futuro, Balzac esbozó una gran representación de un marco vacío en una de las paredes de su buhardilla y lo llamó Cuadro de Rafael.


    Viejo. Cansado. Enfermo. Solo. Arruinado.


    En Delft, en 1663, a un francés interesado en comprar arte barato le enseñaron un Vermeer que estaba expuesto en una pastelería.

    Casi con seguridad Vermeer lo había dejado ahí como fianza por una deuda que tenía con el panadero.


    Keats se quedó toda una noche sin dormir tras haberle echado un primer vistazo al Homero de Chapman, y luego compuso su soneto tan rápido que pudo enviárselo con un mensajero a un amigo para que lo leyera antes del desayuno.


    Van Gogh, en una carta enviada desde Arlés, unas semanas después de haberle regalado un trozo de su oreja a una mujer en un prostíbulo:

    Ayer fui a ver a la chica con la que había estado cuando perdí la razón. Me dijeron que en este país esa clase de cosas no son nada fuera de lo común.


    Shelley, en una carta enviada desde Venecia, sobre las innamorati locales de Byron:

    Las más ignorantes, las más desagradables, las más prejuiciosas: las condesas huelen tanto a ajo que un inglés común y corriente no puede acercarse a ellas. Bueno, L. B. se relaciona con la clase más baja de estas mujeres, la gente que sus gondolieri recogen en la calle.


    La celda inimaginablemente estrecha en la que en una ocasión fue encarcelado durante meses san Juan de la Cruz, donde recibió constantes palizas y casi murió de hambre, pero donde pese a todo logró componer algunos de sus mejores poemas.

    En un edificio que ya no existe, pero que puede verse en la Vista de Toledo, de El Greco.


    Al menos en una ocasión, Flaubert informa a los lectores de que los ojos de Emma Bovary son castaños.

    Y muchas otras veces dice que son negros.


    Sigmund Freud dirigía su hogar de una manera tan patriarcal y rígida que literalmente esperaba de su esposa que le extendiera un poco de pasta de dientes sobre el cepillo cada mañana.


    Viejo. Cansado. Enfermo. Solo. Arruinado.

    Todo lo cual evidentemente significa que este es el último libro que el Novelista va a escribir.


    Antón Chéjov murió en Alemania. Su ataúd llegó a Moscú en un vagón de carga donde claramente ponía Ostras.


    Durante los primeros cuatro años que pasaron en la casa de East Hampton en la que vivirían hasta la muerte de Pollock, once años más tarde, Jackson Pollock y Lee Krasner no pudieron permitirse instalar unas tuberías para tener calefacción y agua caliente.


    Clarence Darrow se tomó la molestia de informar a A. E. Housman de que había recitado dos poemas de Housman para evitarles la pena de muerte a Leopold y Loeb, e incluso le regaló a Housman una copia del sumario del caso, que mostraba que había citado los dos mal.


    La confesión de Claude Monet, después de haber pasado un tiempo junto al lecho de muerte de una persona que había amado, de que a pesar del dolor había pasado la mayor parte del tiempo analizando qué pigmentos plasmarían el color de sus párpados.


    Habiendo llegado el día, César fue al senado y le dijo alegremente al adivino: los idus de marzo han llegado. Así es, contestó el adivino con voz queda, pero todavía no han pasado.

    Dice el Plutarco de North.


    El cuerpo de una mujer no es una masa de carne en descomposición sobre la que las manchas verdes y violáceas indican un estado de completa putrefacción cadavérica.

    Se atrevió un crítico a informar al joven Renoir.


    Que el diablo te carbonice, sesos de requesón;

    ¿de dónde has sacado esa cara de ganso?

    Escribió Shakespeare en Macbeth.


    Bueno, amigo, ¿qué significa ese cambio en tu semblante?

    Sustituyó William Davenant, en una versión reescrita que se interpretó durante casi un siglo.


    Su último libro. Lo cual también proporciona al Novelista carta blanca para hacer lo que le dé la puta gana.

    O sea, escribir en un género propio y personal, por decirlo así.


    La primera exposición individual de un artista de la que se tiene registro, organizada por Gustave Courbet en París en 1855.

    En una tienda de campaña delante de la exposición colectiva oficial que lo había rechazado.


    Absorto durante la escritura de un poema, Paul Valéry en una ocasión se detuvo delante del cristal de una imprenta para echar un vistazo a una impresión de prueba, y entonces sin darse cuenta comenzó a revisar mentalmente las frases.

    Hasta que se dio cuenta, muy avergonzado, de que había estado reescribiendo a Racine y no su propio poema.


    Vermeer murió en 1675. En ese momento, una de sus mayores deudas era, en efecto, con un panadero de Delft.

    Por el pan para alimentar a una familia de trece miembros.


    En noviembre de 1919, después de que un eclipse solar confirmara irrefutablemente el concepto de relatividad de Einstein, unos físicos británicos organizaron una gran rueda de prensa para anunciarlo. El New York Times envió a cubrir el acto a un hombre llamado Henry Crouch, que era comentarista de golf.


    Una ermitaña excéntrica, fantasiosa y de escasa cultura que vive en un pueblito perdido de Nueva Inglaterra no puede desafiar impunemente las leyes de la gravitación y la gramática. El olvido la está esperando.

    Dijo Thomas Bailey Aldrich de Emily Dickinson.


    El William Sakspere de Gloucestershire, que fue ahorcado por ladrón en 1248.


    Junto a una carta de homenaje, Berlioz le envió una copia de la partitura de La condenación de Fausto a Goethe.

    Que no le contestó.


    Venenosamente maligno. Nocivo. Blasfemo. Grotesco. Asqueroso. Repulsivo. Absolutamente monstruoso. Indecente.

    Forman parte de la recepción crítica de Hojas de hierba.

    Sin omitir audacia itifálica.

    Ni basura.


    Profunda estupidez. Delirios maníacos. Puro sinsentido.

    Están entre las mejores de Shelley.

    Que también fue llamado abominable.


    Infantil. Absurdo. Chorradas. Nauseabundo.

    Reservadas para Wordsworth.


    Porque la lluvia llueve cada día.


    En realidad, Goethe se sintió satisfecho al leer la carta de Berlioz. Pero luego le enseñó la partitura de Fausto a un compositor menor alemán, olvidado hace ya mucho tiempo, que le dijo que no valía nada.


    Tras la película de 1953 basada en La ópera del mendigo en la que aparecía Laurence Olivier, la Agencia Tributaria del Reino Unido envió numerosas peticiones solicitando la dirección de John Gay, que no había hecho la declaración de impuestos.

    1732, Gay fue enterrado en la abadía de Westminster en el año.


    Los libros del señor Dickens me gustan mucho más que los tuyos, papá.

    Dijo una de las hijas de Thackeray.


    En la cima de su carrera, Richard Brinsley Sheridan había llegado a ser propietario del Drury Lane. Y después sorprendió a todos los afectados al quedarse bebiendo tranquilamente en una cafetería cercana cuando el teatro se incendió.

    Desde luego, un hombre tiene derecho a tomarse una copa de vino al calor del hogar, ¿no?


    ¿Qué les parece lo que este artista pone sobre el lienzo? Cualquier cosa que tenga en la cabeza. Y ¿qué puede tener en la cabeza un hombre que se pasa la vida en compañía de prostitutas de la más baja condición?

    De un comentario sobre François Boucher solicitado a Denis Diderot en 1765, cuando el concepto de libelo, evidentemente, todavía no existía.


    Un hombre poco varonil cuya vida amorosa parece haberse limitado esencialmente a llorar sobre regazos y jugar a las mamás y los papás.

    Dijo Auden sobre Poe.


    Tras haber perdido la concentración a causa de un organillero que había al otro lado de la calle de su apartamento en Roma, Pietro Mascagni acabó enseñándole educadamente al hombre cómo emplear el aparato de una manera menos ruidosa.

    Para un tiempo después encontrárselo con un cartel que decía Alumno de Mascagni.


    Hace falta mucho tiempo para ser un genio, hay que estar mucho tiempo sentado sin hacer nada, realmente sin hacer nada.

    Dijo Gertrude Stein.


    No es entretenida, no es interesante, no es buena para la mente.

    Dijo T. S. Eliot con respecto a la prosa de Stein.


    Whistler, cuando quería mostrarle un nuevo cuadro a alguien en su estudio, siempre entraba primero, daba la vuelta al resto de lienzos y los ponía de cara a la pared.


    Jackie Robinson ya había jugado al béisbol durante ocho años en la primera división antes de que la ópera del Metropolitan considerase adecuado pedirle a Marian Anderson, que para entonces tenía cincuenta y siete años, que fuese la primera intérprete negra que cantase allí.


    Medio siglo después de que Marie Curie muriese a causa de la exposición a las radiaciones, se descubrió que los libros de cocina que había usado seguían contaminados.


    La cortesana Lais, que en una ocasión afirmó que no sabía nada en absoluto sobre la supuesta sabiduría de los poetas y los filósofos, salvo que llamaban a su puerta tan frecuentemente como los demás hombres.


    Ningún filósofo ha influido en la conducta ni siquiera de los que vivían en su calle.

    Dijo Voltaire.


    No

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