Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El Pintor Cautivo
El Pintor Cautivo
El Pintor Cautivo
Libro electrónico229 páginas3 horas

El Pintor Cautivo

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La trama nos pasea por Varsovia, Nueva York y París donde la pasión por la pintura de este joven artista se mezcla con intrigas y romance. El relato atrapa y sorprende. Muestra la ambición y el poder donde la lealtad es un valor. Una novela que combina maldad y benevolencia mostrando la nobleza de sentimientos.Un joven pintor polaco se ve atrapado en una red de internacional de comercio de arte controlada por Francisco, un enigmático merchant. La trama nos pasea por Varsovia, Nueva York y París donde la pasión por la pintura de este joven artista se mezcla con intrigas y romance. El relato atrapa y sorprende. Muestra la ambición y el poder donde la lealtad es un valor. Una novela que combina maldad y benevolencia mostrando la nobleza de sentimientos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 may 2024
ISBN9798224671489
El Pintor Cautivo

Relacionado con El Pintor Cautivo

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para El Pintor Cautivo

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El Pintor Cautivo - Patricio Canessa Palma

    El Pintor Cautivo - Novela

    Patricio Canessa Palma

    El pintor Cautivo

    novela

    El Pintor Cautivo

    © 2023, Patricio Canessa Palma

    Registro Propiedad Intelectual Chile: b 2023 - A - 8999

    Imagen portada:

    Propiedad del autor

    https://lagar.cl

    SIGNO Editorial - Editorial Lagar

    Contacto: [email protected]

    https://webmediabook.com

    Edición, producción y distribución e-book (libro digital)

    www.webmediabook.com

    [email protected] +56 990 990 670

    Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos mecánicos, ópticos, químicos, eléctricos, fotográficos, incluidas las fotocopias, sin autorización escrita de los editores.

    Tabla de Contenido

    Cubierta

    El pintor Cautivo

    Indice

    … resumen:

    … ya entraba la noche

    … el fogón de los indigentes

    … la linda joven sostenía un vaso

    … fue en defensa propia

    … no la volveré a ver

    … Una lucha de fuerza en las miradas

    … sentí el aroma a trementina

    … el retrato de la condesa

    … quiero que seas sincera

    … cerré los ojos y apreté los puños

    … escalofrío recorrió mi cuerpo

    … dejé que caminara hacia mí

    … los cielos eran alegorías oníricas

    … incluso el gringo demostraba educación

    … le temblaba la barbilla

    … como caballo recién domado

    … hay espacio para lo tuyo también

    … le pasó una máscara

    … el semblante del juez era de estupor

    … el silencio que había envuelto la cabina

    … una tela inconclusa

    … destacaban con letras rojas

    … se sonrió quitándome la mirada

    … mirando a la modelo y el lienzo

    … aplicó la llama en un extremo

    … desnúdalo, si está circunciso mátalo

    … el Autor

    Otros libros de Patricio Canessa Palma:

    … resumen:

    Un joven pintor polaco se ve atrapado en una red internacional de comercio de arte controlada por Francisco, un enigmático merchant. La trama nos pasea por Varsovia, Nueva York y París, donde la pasión por la pintura de este joven artista se mezcla con intrigas y romance. El relato atrapa y sorprende. Muestra la ambición y el poder donde la lealtad es un valor. Una novela que combina maldad y benevolencia mostrando la nobleza de sentimientos.

    … ya entraba la noche

    Acababa de ingresar y me disponía a descolgar el cuadro cuando un ruido en la puerta me detuvo. Giré para ver que era, enfrenté a dos figuras. Y, una luz que me encegueció. Dos policías me encañonaron con sus armas, de pronto me vi contra la pared. En segundos mis manos quedaron esposadas. Paralizado por el susto, no atiné a reaccionar, solo pregunté –¿Qué pasa? –.

    En la jefatura te harán hablar –soltó uno, con voz seca.

    No es fácil descender de un auto con las manos amarradas atrás. No es que me resistiera, estaba por caerme.

    A empujones llegué a la puerta, –otro ladrón más– dijo el que me empujaba –el llamado era verdad, lo vieron entrar al departamento y nos avisaron, estaba robando en el 310–.

    310 era el número del departamento de Francisco. Algo andaba mal. Me quitaron lo que tenía en los bolsillos. La carta de Francisco también.

    En las películas había visto que los detenidos siempre piden un abogado. Soy pintor, que se me iba a ocurrir la necesidad de un abogado. Pero igual lo pediré, que me irán a preguntar.

    Es una pequeña sala, sin ventanas, en las películas siempre vi que existe una oculta, la usan para observar a los detenidos. Me quitaron las esposas. Al parecer estiman que no soy peligroso.

    Un policía de mediana edad entró y se sentó, fijó su vista en mis ojos.

    –Así es que, por encargo, buena excusa, ingeniosa– dijo severamente.

    No sé a qué se refería. Mi cara de sorpresa, con los ojos abiertos como plato, produjo una sonrisa burlona en el policía.

    –¿Y esto qué es? –.

    La carta de Francisco. Me mostraba la carta de Francisco. Me apuré en contestar.

    –Usted lo ve, estaba ahí por un encargo– dije en forma atolondrada. –Así es que un tal Francisco le pide que vaya a su departamento, le indica que la llave está sobre el dintel de la puerta de entrada, que retire un cuadro, haga una copia, ¡he escuchado centenares de historias, pero esta es la mejor! Primer premio en un concurso de mentiras, –exclamó con vehemencia el policía–.

    No era muy verosímil, es verdad, pero Francisco me pidió una copia del retrato de su mamá, era el regalo de cumpleaños a su hermana. No quería deshacerse del propio. El policía continuó.

    –y…. ¿Dónde está este Francisco?, ¿se puede saber de él?

    Francisco había dejado Nueva York, le cargaba. Venía solo cuando era estrictamente necesario, de paso, cuando alguno de sus negocios requería su presencia. Ahora estaba de regreso en Francia. Aguardaba el envío de su cuadro junto con la copia para su hermana.

    –¿Dice ser pintor? – preguntó el policía–.

    –Sí, mi amigo Francisco no hubiera encargado una copia de su cuadro a alguien que no fuera pintor –contesté–.

    –¿Chistosito? – No siga con las mentiras, ¡basta! Dijo bruscamente.

    Dormir en una celda no era precisamente lo que esperaba aquella noche, digo dormir, claro, traté. Cada ruido me sobresaltaba.

    La siguiente mañana sería una jornada larga. Me condujeron temprano al cuarto de interrogatorio. Ingresó otro policía, no el mismo de ayer. De pie, afirmado en el muro frente a mí, me observó por largos minutos. No me atreví a decir nada.

    Se abrió la puerta, otro policía le tendió unas hojas.

    Comenzó a leer en voz alta: Stefan Kazac, 24 años, polaco, domiciliado en calle 44, departamento 72, pintor, ingresó al país declarando ser estudiante de arte, no registra historial delictivo. Corroboraron su domicilio, los vecinos dijeron conocerlo. En su domicilio no encontraron ningún cuadro, algunos óleos, un caballete y una tela. Nadie certifica la existencia de alguien llamado Francisco, ¿algo que decir?

    Francisco compra todo lo que pinto. Los cuadros los envía a París a una galería de arte.

    ...siga … siga por favor, es una historia fascinante, ¡qué imaginación...! Continúe.

    –No se burle, es verdad. Francisco lo corroborará.

    Pero dice que no está en Nueva York.

    –Espero que se entere, va a volver cuando no reciba el cuadro y sepa que estoy detenido.

    Acusado de invadir propiedad ajena con intención de robo el 7° juzgado de Nueva York me condenó a tres años de presidio. No supe de Francisco. Por ser reo de baja peligrosidad, según me enteré, tuve privilegios, me permitieron pintar. Acumulé varias pinturas. En las salidas de recreo al patio aprovechaba para observar a los reos. Algunos siempre se sentaban en el suelo contra la pared, me dijeron que era por seguridad. Otros solo corren tras la pelota de básquet sin detenerse hasta la hora de retirarse a las celdas.

    Pinté a Rogelio, el gendarme en jefe de mi pabellón, un buen tipo, de origen mexicano, algo obeso, cabeza grande, unos ojos negros penetrantes, de acogedores a feroces, me trataba bien, no como a otros, apreciaba mis cuadros. Era el único retrato que pinté, las demás obras fueron variaciones sobre temas carcelarios, escenas de convictos. Llevé a la tela expresiones de desesperanza en rostros patibularios. Miradas estrellándose contra un horizonte de ladrillo y cemento. Caras donde la certidumbre había sido drenada hasta la última gota. Gestos de rebeldía y desafío a la autoridad. Pinté un conjunto de reclusos que contaban el tiempo que les quedaba para su libertad. Era un juego que tenían, estaban condenados de por vida. Mis manos, en esa tela, demoraron en dar cada pincelada. Los pinceles muchas veces se rehusaron a pintar. Quizás igual que yo, alguno de ellos estaba acá por error.

    Rogelio me dijo que guardaba cada una de mis pinturas. Nunca me dijo donde, tampoco por qué, pero, una vez me dijo que esperaba poder mostrarlas.

    Llevaba año y medio encerrado, cuando frente a mi celda, Rogelio con su rostro alterado, a través de los barrotes me pasa un papel. Dice:

    Stefan, me tomó tiempo enterarme de lo que pasó. Rogelio sabe que estás preso por error, te ayudará a huir de ese lugar. Serás considerado desaparecido, muerto en el escape, ahogado en el río Hudson.

    Te entregará un pasaporte con tu nueva identidad, eres Gerik Ansalek, polaco. Aborda la nave Aurora, te esperan, llegarás a Le Havre en cuatro días. Rogelio me envió todas tus pinturas.

    Francisco.

    Debo esperar a que cierren las celdas. Escuchar el sonido de la cerradura. A medianoche sonará nuevamente, esta vez para abrir mi puerta.

    Me puse el uniforme que me pasó Rogelio. Me queda grande, pero sobre el mameluco que usamos los reos queda perfecto. Salgo al pasillo. Camino como si fuera un guardia rumbo a la escala. No hay ruido. Poca luz. Los pasillos en penumbras, las celdas oscuras. Tranquilo, tranquilo me insistió Rogelio. Bajo al primer piso. El patio iluminado solo por la luz del puesto de guardia. Está vacío. Tal como anticipo Rogelio que estaría. Me acerco y espero con la espalda pegada al muro. Siento los latidos de mi corazón. La frente sudada, tengo calor. Calma, calma insistió Rogelio. Todo va a salir bien. El tiempo parece detenido ¿O, son solo segundos? El silencio es total. Me tiemblan las piernas. Rogelio no aparece. Me da pánico. Quizá me sorprendan.

    Se apagó la luz de la guardia. Es el imperio de oscuridad. Siento que una mano que me tuerce el brazo jalándome hacia atrás.

    –¡Al suelo, calla y no te muevas! –. La voz de Rogelio susurra en mi oído.

    Sentí el peso de su cuerpo sobre mi espalda. Trabado e inmóvil de cara al suelo escuché sus instrucciones.

    Me levanté con cuidado sin hacer ruido, sentí mis piernas flaquear. Por el pasillo hasta el fondo, sin correr, era largo, muy largo, cuantos pasos faltaban para llegar a la primera puerta. ¡Estaba cerrada!, olvidé con mi angustia recordar… la primera de la derecha. Las demás están sin llave. Las abro y cierro sin meter ruido. Veo la última que da al patio de salida. El patio se ilumina por los focos de seguridad activados por el tronar de la sirena. ¡Escapa…! ¡Escapa!... ¡Hacia la puerta central! Con la voz de Rogelio en mi mente, corro lo que más puedo. El uniforme me molesta. Me parece que la puerta se aleja. De un tirón la abro hacia atrás. Estoy afuera. Siento el aire frío en mi rostro. Mis ojos lagrimean. Corro sin parar. Me siento agotado. No puedo detenerme.

    El río está cerca debo alcanzar la orilla. Oigo carreras detrás de mí. Voces confusas, no entiendo lo que dicen. Son guardias de la prisión. Saben que alguien escapó. No me pueden atrapar. Los árboles de la ribera me ayudarán. Me esconderé hasta que pasen. Rogelio dijo que siguiera hasta los muelles.

    Allá voy, le haré caso. Se acercan. Estoy agotado. Los gendarmes están muy cerca. Rogelio grita: –¡Está en el agua, se tiró al río! – Disparan al agua. Siento la balacera. Creen que caí al agua, pero no, sigo corriendo, a veces gateando. Debo detenerme, no puedo más. El sonido de sus armas me parece cada vez más distante.

    El rumor de las aguas me adormece. Estoy tendido entre escombros, al borde del malecón destruido. El cielo estrellado me cubre. Cuanto tiempo sin verlo, sin sentir los olores del puerto ni la brisa helada de la noche.

    Con dificultad me levanto asustado. Me he dormido. Aún no amanece, no sé qué hora es. A cierta distancia se recortan las siluetas de los barcos atracados en los muelles. Me acercaré a ver si encuentro el Aurora. Lo debo abordar pronto. Nunca me gustó correr. Jamás pensé que algún día iba a tener que arrancar corriendo sin parar hasta desfallecer. Casi no puedo permanecer de pie. ¿Cómo pude correr entre escombros y basuras sin caerme o terminar herido? Lo pudiste hacer, me diría Rogelio. Ando con ropa de gendarme. Tengo que evitar ser visto. ¿Cómo llegué a esto? ¡Qué historia podría escribir!

    … el fogón de los indigentes

    Stefan despertó de un corto sueño. A un centenar de metros se encontraban unos mendigos alrededor de un tarro del que se desprendían llamas de un agónico fuego. Se acercó con paso lento. Quería cerciorarse que no fueran policías ni gendarmes. La figura de Stefan, al trasluz del amanecer provocó un pánico instantáneo en los indigentes que desaparecieron despavoridos abandonando el improvisado calefactor. Calentando sus manos observaba la lenta corriente del río. La ciudad de Nueva York, como telón de fondo, mostraba sus edificios gigantes en perpetua inmovilidad. La frescura del aire y el graznido de las gaviotas le llevaron a soñar, si no fuera por el cuerpo adolorido que le despertó sin piedad.

    En los muelles, recortados contra la luz de la madrugada, se perfilaban navíos atracados. Uno de ellos debía ser el Aurora. Entrado en calor gracias al fogón de los indigentes me dirigí a los muelles. Escondí, el mameluco de la prisión, que no sobresaliera bajo el uniforme de gendarme que aún llevaba puesto. Comenzaba a aumentar la actividad. El sol con rayos diagonales se abría paso entre los conteiner apilados.

    Estibadores y grúas horquilla trasladaban pallets de un lado a otro. Las bodegas abiertas ofrecían un lugar seguro de refugio en caso de necesitarlo. No fue necesario. El uniforme de gendarme espantaba, era como insecticida entre insectos y cucarachas. Se quitaban al verme. Seguí caminando. No veía el nombre Aurora. Empezaron a funcionar las grúas. Los conteiner volaban para ser apilados en las cubiertas de un buque. Entre dos naves gigantescas estaba escondido Aurora. El óxido acusaba el tiempo de años navegando. Barco chico frente a los demás. Era un fantasma mal vestido entre naves elegantes. Las olas lo aprisionaban contra el muelle, se escuchaba su gemido. Nadie se veía a bordo. Parecía abandonado. Una escala de cuerdas pendía de su costado. Me acerqué mirando hacia lado y lado. Que nadie notara que lo abordaba. No es fácil subir por una escalera de cordeles. ¿Qué estaba haciendo? No lo había pensado. Era tarde. No había opción. Rogelio había sido claro. Llegar al barco. Si no, regreso a la cárcel y todo, vuelta atrás. Agazapado en la cubierta detrás de un bulto recuperé la respiración. No escuché y de golpe quedé cara al piso con una bota asfixiándome el cuello. Un par de exclamaciones que no entendí. Me pusieron de pie. No sé si era uno o varios más. A empujones me metieron en un closet. Había varas, escobillones, trapos y un par de baldes. Sentí las voces alejarse. La luz se escurría por tres hoyos en la puerta cerrada. No tenía espacio, más que mantenerme parado. Al poco rato, ¿una hora tal vez?, se abrió la puerta. La luz me encegueció. Me restregué los ojos para poder ver. De pie ante mí un tipo enorme me escudriñaba de arriba abajo. Gruñó un par de frases, al parecer que lo siguiera. Subimos por una estrecha escala que conducía a una sala. Había dos personas más. El techo era bajo. Una mesa central con cuatro asientos en sus costados. Nada en los muros. Dos luces tenues mantenían la habitación en penumbra.

    Me sentaron frente al que parecía ser el jefe. Le entregaron una nota, la leyó, y de inmediato me miró. Yo estaba muy asustado.

    No me atreví a hablar. Conversaron entre ellos en otro idioma. El hombre corpulento se levantó y mascullo unas palabras. Me siguió con la mirada cuando me sacaron de la sala. No le quité la vista. Su rostro tenía cicatrices, señas de una vida tormentosa. Su cabeza descansaba en anchos hombros. La gorra, con visera corta, dejaba ver algo de cabello negro desordenado. Un suéter de cuello alto lo hacía más imponente. Me encerraron en un tugurio. Una cama y un espacio, apenas suficiente para entrar, y salir. No me dijeron nada. Estaba detenido.

    Recostado, mi mente empezó a vagar… me sentí desfallecer… vislumbre la figura de Rogelio… me pasaba un papel… yo lo recogía… no alcanzaba a leer…. En ese momento alguien me despertó. No sé cuánto tiempo dormí. Varias horas creo, tenía hambre y sed. Me llevaron nuevamente a la sala de techo bajo. Me sentaron frente a un plato con comida y un vaso con agua al parecer. No había nadie más. No resistí el aroma y engullí lo que estaba en el plato. Me pareció sabroso. El vaso tenía agua, de dos tragos desapareció. ¿Me espiaban por alguna rendija? Tenía la sensación de estar acompañado. No olvidaba la persecución, los balazos y lo que pasó después. Al recordarlo temblaba.

    Mi pasión era pintar. ¿Todo esto como iba a concluir? Se abrió la puerta interrumpiendo lo que pensaba. El gigante se sentó frente a mí. Desplazó el plato hacia un costado y extendió un periódico. Era la emisión vespertina del New York News.

    Mi foto venía en primera plana.

    En letras rojas mayúsculas el titular denunciaba:

    FUGA EN LA CÁRCEL DE NUEVA YORK

    Stefan Kazac, pintor polaco de 25 años escapa de prisión.

    Alcanzado por los disparos de los guardias en la huida se precipita al río Hudson. Se trabaja en el dragado para recuperar su cuerpo.

    Mi cara de espanto alteró el rostro del gigante. Esbozó una sonrisa. Me pasó un sobre que sacó del bolsillo interior de su chaqueta y expresó en un

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1