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Renacer entre agaves
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Libro electrónico269 páginas4 horas

Renacer entre agaves

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Como antesala a su primera novela, Renacer entre agaves, Karen Sangeado escribe: "Andar de nuevo sobre estos pasos es adentrarme en el baúl donde encerré memorias que han pataleado por años nuestras vidas".
En cada capítulo, las y los lectores sentirán en sus corazones cómo las memorias de toda una familia van siendo extraídas del "baúl" para ser desdobladas ante sus ojos, no sin la comprensión, la sabiduría y la compasión que la perspectiva de los años le dio a su autora, no sin amor.
Karen Sangeado –en el ejercicio de la escritura de su novela– no sólo buscará que la historia vivida –y resguardada en la memoria familiar, con Karen como su escribiente– cobre una existencia lingüística y estética, ni tampoco buscará sólo traspasar los límites del tiempo y el espacio, sino que línea a línea, capítulo a capítulo, las y los lectores descubriremos que en Renacer entre agaves, Karen también ha escrito para sembrar en las almas dispuestas, la inspiración que nos lleve a constatar la premisa de la filosofía clásica griega, y que, al caso, puede expresarse como: la vida es buena, bella y verdadera.
Karen presta su voz de autora para recrearse en el texto como la narradora de la historia de Érika, su hermana, la protagonista de Renacer entre agaves, y con ello, contar una de las más grandes historias de amor de su familia.

 

Minerva Mendoza

 

 

Renacer entre agaves es la primera novela de Karen Sangeado; en ella, se cuenta la historia de Érika, su protagonista, quién es una exitosa Maestra Tequilera y es hermana de la autora.
Karen viaja a través del tiempo para revivir la historia familiar de cuando tenía 21 años y fue testigo del suceso en que su hermana fue víctima de un terrible accidente automovilístico que la tuvo al borde de la muerte.
La historia se desarrolla a lo largo de 30 años en los que Érika debe reconocerse, aceptar a la mujer frente al espejo y comprender que solo con amor lo puede lograr. La vida que se le presenta a Érika la desafía una y otra vez, retos que enfrenta con una fortaleza digna de contar.
Karen expone y elogia a Érika, nos la presenta como víctima, como guerrera, pero sobre todo, como un ser humano, vulnerable y tenaz. En el ejercicio de la escritura, Karen empatiza desde la mujer que es hoy con su hermana y de paso busca inspirar a otros a que con fuerza, tenacidad, fe y mucho amor, todos los sueños se pueden alcanzar.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 jun 2024
ISBN9786072954960
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    Renacer entre agaves - Karen Sangeado

    PRÓLOGO

    Renacer entre agaves, de Karen Sangeado Ponce.

    Un acercamiento a la obra desde las palabras de su autora o el milagro que se canta.

    Las vías para acercarse a una obra literaria —antes de leerla, una vez leída o para hacerlo— son incontables, finitas, pero incontables, también misteriosas y enigmáticas, y yendo más allá, mágicas y milagrosas. No hay modo ni manera correcta o incorrecta, no hay vía ideal, pero tampoco certera. Cada lector y lectora lo deciden desde sí, y ese modo de acercarse, de llegar, de quedarse o irse de una obra solo es, es y punto final.

    He aquí que con todo, estas líneas tienen la pretensión —humilde, por cierto— de diseñar un camino —no el mejor, eso es seguro— solo una vía de acercamiento a Renacer entre agaves desde las palabras que Karen Sangeado Ponce ha escrito al respecto, dentro de la misma obra.

    Sangeado Ponce escribe acerca del relato de la novela, cuatro textos. El primero, en la página de dedicatorias, comunica y reflexiona acerca del ejercicio de indagar en la memoria un algo que había que contar y el descubrimiento que esta indagación ofrece. El segundo de los textos es la dedicatoria, en la que en apenas un par de líneas dibuja con poesía a su madre. El tercero, el prefacio, dota de contexto la escritura de la novela y nos revela que la historia contada es, sí, la historia de Érika, la protagonista, pero también la de la familia misma. El cuarto de los textos, el epílogo, es una reflexión de lo que rodeó a la escritura de la novela, el relato que implica que la vida sigue más allá de su escritura y el reconocimiento de lo que representó lo vivido.

    De estos cuatro textos se han seleccionado algunos breves fragmentos, la selección busca ser una especie de punta para el encuentro de las y los lectores con Renacer entre agaves, aunque el verdadero encuentro está en la lectura misma de la novela.

    1. Memorias que patalean.

    Están los que fuimos y los que somos

    Andar de nuevo sobre estos pasos es adentrarme en el baúl donde encerré memorias que han pataleado por años nuestras vidas. Hoy que me permito afrontarle, me doy cuenta que ese personaje frente a mí, que camina como yo, que habla como yo y que se parece a mí, ya no es yo, aunque las emociones afloren de igual manera (p.5).

    Hay sucesos y sucesos de la vida, ¿cuáles son los eventos que lo cambian todo, cuáles no? ¿Hay acontecimientos insignificantes que no tracen que no determinen? Tal vez no. Especulemos. Tal vez todo evento vivido suma, cada diminuto acontecimiento de hoy es parte trascendente e importante de lo que sucederá mañana. Tal vez esto sea siempre un misterio. Hay acontecimientos, en cambio, que como meteoritos, dejan claro que sí o sí, nada volverá a ser lo que era y todo lo que de ahí se derive tendrá que estar ligado de forma intrínseca con él. Hay sucesos meteorito, pero tal vez sean la suma de aquello que consideramos demasiado pequeño. Pero esto es solo especulación.

    Lo que dice Sangeado Ponce es que andar de nuevo sobre estos pasos, es decir revivir lo sucedido para buscarle acomodo en la escritura, implicaba por lo menos dos asuntos: adentrarse en la memoria y reconocerse, en el ahora, como un otro distinto al que se fue.

    Adentrarse en la memoria

    Andar de nuevo sobre estos pasos es adentrarme en el baúl donde encerré memorias que han pataleado por años nuestras vidas. Por un lado, meter las manos —el ser entero— al baúl que lo contiene todo, es decir, a la memoria porque aquello que está ahí encerrado —que no guardado— patalea, no está tocando la puerta, no está llamando en un susurro, no grita, patalea, que es distinto, muy distinto. ¿Cómo se abre la puerta a quien da de patadas? ¿Quién abre esa puerta?

    Reconocimiento

    Hoy que me permito afrontarle, me doy cuenta que ese personaje frente a mí, que camina como yo, que habla como yo y que se parece a mí, ya no es yo aunque las emociones afloren de igual manera. Entonces, ante nosotros, están las y los que fuimos y ya no somos, y sin embargo todo se revive como si volviera a suceder.

    Primer apuntalamiento del camino

    Escribir lo sucedido es volver a vivir aquella vida con su todo, reconocer que ya no somos lo que fuimos, pero que aquello nos ha hecho ser estos de ahora. Renacer entre agaves, son decenas de página de esto, de vuelta a vivir el dolor, el miedo, las alegrías, la tenacidad, la constancia, el cambio, el amor, mucho amor; reconocer, no sin trabajo, mucho trabajo, a los que fuimos y a quienes somos.

    2. Luz en la oscuridad

    A mi mamá, la luz que siempre se ha mantenido encendida iluminando nuestros caminos. Quien ríe, llora y canta con la misma intensidad (p.3).

    La frase lo dice todo. Hay personas en nuestra vida que son la luz que ilumina nuestro camino; un día son una lámpara, y al otro, un faro que nos evita naufragar, o bien, la flama de una vela que con ternura nos permita ver nuestros pasos para no chocar, la hoguera alrededor de la que todos se reúnen a relatar la vida, o el sol que nos permite reverdecer, pero siempre iluminando. No hay iluminación sin oscuridad, en la oscuridad se anda a ciegas.

    Segundo apuntalamiento del camino

    Renacer entre agaves también es el relato de esta dedicatoria, el relato y el retrato de esa madre, que es luz, y el de ese camino oscuro que su esposo, sus hijos y ella misma habrán de recorrer mientras ríe, llora y canta.

    3. La historia de los otros también es la nuestra

    [...] un día desperté dándome cuenta que yo había vivido una historia, un suceso que había marcado mi vida —aunque yo no fuera la protagonista y mis cicatrices no se vieran—, justo ahora, que dediqué todo este tiempo de búsqueda a explorar ese pasado, es que las descubro.

    Esta historia es un viaje por el goteo del tiempo que marcó a mi familia, a los que nos aman, a mí, pero sobre todo, a mi hermana Érika, un suceso que nos persigue y nos recuerda quiénes somos (p.17).

    En el centro de todo sistema hay un núcleo. El núcleo puede o no ser el mismo a través del tiempo y el espacio; el porqué puede ser un enigma, una respuesta o solo un milagro.

    El sistema es lo que es porque está engranado, el núcleo no es núcleo sin lo que gira a su alrededor, y el sistema no lo es sin el núcleo. La forma, el medio en que sus engranes se mantienen unidos o no, la motivación que encuentran para mantenerse juntos o no es siempre una historia: Esta historia es un viaje por el goteo del tiempo que marcó a mi familia, a los que nos aman, a mí, pero sobre todo, a mi hermana Érika, una historia en particular, la de Érika Sangeado Ponce, pero también la historia de todos ellos, su familia, y la de todos nosotros, los que leeremos.

    Una vez que lo vivido se vuelve escritura, ya no es solo de aquellos de quien se nos habla. El sistema se extiende en la experiencia lectora, y nosotros los lectores nos volvemos parte de él.

    Tercer apuntalamiento del camino

    Renacer entre agaves es también ser tocado por aquello, es volverse un poco este, ese o aquel. Es la revelación de lo propio por mediación de lo que en un principio podríamos llegar a creer ajeno.

    4. La caja de Pandora, una luz, y la vida que ocurre

    La vida es, quizás, más que esto que a cada quien nos pasa entre nuestro nacimiento y nuestra muerte, un continuo aquí y ahora que va con o sin nosotros, pero así como algunos humanos solemos ser, hay a quien nos da por en–cajar la vida, meterla allá, o acullá para verle alguna dirección, alguna luz que nos ayude a dirigir nuestro andar por la vida que no cesa. Sin que esto sea un calificativo o una categoría de lo bueno o lo malo, se comprende que como humanos queramos encontrarle sentido a nuestra existencia, y que en un intento por hacerlo, nos demos a la tarea de construirlo con o sin plan.

    También puede ser, nadie lo sabe con certeza, que aquella mirada que echamos sobre lo que creemos pasado, traiga todo igual y distinto a la vez, y que de esta nueva conciencia nos nazca el deseo genuino y generoso de decirle a las y los demás, mira esta luz que me encontré, mientras la vida que no cesa, ocurre y nos trae más y más.

    La caja de Pandora y una luz

    No imaginé que abrir la caja de Pandora me sacudiría de esta manera y que de paso, llevaría a Érika a ese recorrido junto conmigo [...] Confirmé que el tiempo es una ilusión y que el pasado es presente cuando lo llamas [...] (p.249).

    [...] observar desde las gradas el sinuoso camino que mi hermana ha recorrido para gozar de esa calma y plenitud con las que se encuentra hoy, es digno de compartir, por ello tengo la esperanza de que este libro ilumine la vida de alguien más tal como lo ha hecho con la mía (p.249).

    Algunas de esas cajas puede que lleven nombre, la caja de Pandora, por ejemplo. Quizá, de cuando en cuando nos llegará no solo la inquietud sino la necesidad, premura, la urgencia de revisitar y, además, escribir sobre aquello.

    La vida tiene sus milagros. Puede que pase que aquello que nos dio por llamar caja de Pandora no solo contenga lo que pensamos todos los males del mundo, sino también todas sus bondades, sus bellezas y verdades.

    Karen sabe que los milagros se cantan y se comparten para que otros puedan reencontrar su fe.

    La vida ocurre

    Capturar la vida en cajas, en novelas, en cantos para compartir no la detiene, y como río que no cesa, fluye, siempre pasa, con, sin o a pesar de nosotros. La vida pasa, con otras curvas, pero también con otros remansos.

    Nos rompemos hasta hacernos añicos, pero nos unimos una y otra vez tratando de descubrir y averiguar quiénes somos y para qué venimos, mientras la vida ocurre. De forma irónica, mi idea era compartir la historia hasta aquí, hasta este momento de calma y paz, pero este no es un cuento de hadas con final feliz, esta es una historia real de quien vive y se procura felicidad siempre, y así, cuando estaba por concluir el primer borrador del libro y trabajaba en este cierre, recibí una llamada de Érika [...] (p.249).

    Cuarto y último apuntalamiento para el camino

    Decir que Renacer entre agaves, de Karen Sangeado Ponce, es una novela de no ficción, que da testimonio literario de cómo un accidente cambió la vida de su protagonista y su familia es hablar con verdad de algo constatable, pero minúsculo y rabón.

    Por lo que diré, en primera persona —y rememorando con el corazón el eco, la resonancia en mí de las palabras que leí en cada una de las lecturas que llevé a cabo de Renacer entre agaves— que la novela es más el despliegue de un milagro: rayo de luz, río, valle, brisa y viento, semillas germinando bajo tierra hasta que con mucho trabajo irrumpen, como retoños tiernos, sobre la superficie para que el sol les toque el borde del verdor recién nacido y les dé el aliento que los lleve a crecer tanto que puedan tocar el cielo.

    Renacer entre agaves es el amor que nos conecta a todos, y Érika, su protagonista, junto a su familia, una inspiración para vivir la vida.

    Minerva Mendoza

    PREFACIO

    Renacer entre agaves

    Estaba por concluir mi Diplomado en Literatura y me encontraba perpleja en la búsqueda de una historia para mi novela. Al principio, comencé a buscar en mi memoria; después, en vidas ajenas, hasta que un día desperté dándome cuenta que yo había vivido una historia, un suceso que había marcado mi vida —aunque yo no fuera la protagonista y mis cicatrices no se vieran—, justo ahora, que dediqué todo este tiempo de búsqueda a explorar ese pasado, es que las descubro.

    Esta historia es un viaje por el goteo del tiempo que marcó a mi familia, a los que nos aman, a mí, pero sobre todo, a mi hermana Érika, un suceso que nos persigue y nos recuerda quiénes somos.

    Karen Sangeado

    1. LA LLAMADA

    La luz del día nos regalaba las últimas horas de las vacaciones escurridos en el sofá, corría una película en el televisor de la sala que nos albergaba. El teléfono sonó:

    —¡Paso! —gritamos los tres hermanos al unísono. Rafa y yo miramos a Juan Pablo, quien había dejado la última o en el aire. Él miró a una tía que se había unido a la apacible tarde y que había permanecido en silencio. Juan Pablo, derrotado, se puso de pie, tomó el control remoto, pausó la película y levantó el auricular.

    El integrante más chico de la familia, Juan Pablo, contaba con 15 años cuando escuchó a una mujer del otro lado de la línea:

    —Hola, ¿ahí vive Laura Érika Sangeado?

    —Sí, aquí vive —respondió Juan Pablo. Nosotros lo mirábamos atentos para saber a quién culpar por la interrupción, pero la mirada de mi hermano pasó de la curiosidad a una interrogante que su futura madurez se encargaría de responderle.

    Por su parte, la intuición paternal que se encontraba en mi progenitor, de forma inexplicable, lo alertó acerca de la situación.

    —¿A quién buscan? —preguntó mi papá.

    —¡Papá, dicen que Érika tuvo un accidente!

    Seguro fue en ese momento cuando la serenidad abandonó por siempre a mi padre para agregarle una veladura que remarcaría cada pliegue de su rostro.

    Los semáforos dejaron de tener sentido y los sentidos de la calle dejaron de tener dirección cuando mi papá manejó como si de eso dependiera que los latidos de su hija no cesaran.

    Mientras él conducía, a mí me parecía que era exagerado que nos arriesgara al pilotear de aquel modo, además, aquella mujer tras la línea, nunca

    habló de ninguna urgencia, mi hermana estaba bien y solo debíamos ir por ella.

    Yo tenía 21 años, ahora que soy mayor, comprendo que el acelerador no hubiera tocado fondo si la noticia hubiera salido directamente de los labios de su hija.

    Al llegar al hospital, una bofetada de realidad nos encaró; se abrió el telón e ingresamos impávidos a encarar la vida.

    Nos encontrábamos en la sala de urgencias del Centro Médico de Occidente de la ciudad de Guadalajara, un escenario que exhibía más emergencias de las que su capacidad podía permitirle.

    Era el domingo de pascua de 1994 y en la sala se presentaba un crudo drama, estaba abarrotada; personas iban y venían con más historias que una biblioteca; había enfermos con todo tipo de padecimientos: vendados, en camillas, aletargados; familiares a la espera desbordaban las pocas bancas que había mientras otros tantos se echaban en el suelo, algunos en medio de un llanto, y aquellos que, por su sabiduría o su incredulidad, permanecían serenos abrazando en paciencia la ardua espera.

    Las enfermeras daban giros en su acto por contener el caos y las trabajadoras sociales toreaban papeles, trámites y gritos. Los médicos, esos jóvenes que entran con el sueño de convertirse en grandes especialistas, y que enseguida cambian las batas por capas y antifaz haciendo uso más de su creatividad y su pasión que de los recursos con que disponen, se movían de un lado a otro examinando, tomando muestras y daban tantas instrucciones como podían. Mi papá se había abierto paso con la ayuda de sus 183 centímetros de altura, su corpulencia y su ansiedad para poder llegar al mostrador de informes. Entre todos aquellos personajes, alzó la voz y preguntó:

    —Señorita, me llamaron. Que trajeron aquí a mi hija. Señorita, señorita, por favor —insistió.

    —¿Cuál es su nombre? —preguntó la trabajadora social.

    —Laura Érika Sangeado.

    —¡Ya llegaron! —gritó la mujer. Un par de chicos de bata blanca cubiertas de sangre le entregaron a mi papá unas tablas con papeles y le pidieron firmas y más firmas. Él intentaba leer, pero ellos, sin que les importara mucho, le decían: —Señor, su hija tuvo un accidente, son órdenes para poder ingresarla. Firme, por favor, y la señorita le ayudará a llenarlos. Aquí y aquí y aquí. Y, usted, señora, por favor, lea esto y firme aquí, llene acá.

    Poco a poco, nos empujaron a mis hermanos y a mí lejos del mostrador hasta que un policía nos pidió que saliéramos del lugar. Así, en un segundo, desaparecieron de mi vista esos dos adultos indefensos, escoltados por desconocidos.

    Mis dos hermanos, Rafael y Juan Pablo, y yo, habíamos sido expulsados del nosocomio sin saber qué acontecía con nuestra hermana mayor.

    Hoy tengo la certeza de que la mente se defiende siempre que evita las malas noticias. Sin comprender una pizca de lo que nos sucedía, sentados en la banqueta frente al edificio, elaborábamos bromas absurdas acerca del yeso con el que saldría Érika por esa puerta y sobre el castigo muy merecido que se llevaría. Debajo del absurdo, éramos tres chicos asustados.

    Una hora más tarde, en lugar de salir ella, mi hermana, salió un tío, hermano único de mi papá. Ignorábamos qué hacía allí, por dónde había ingresado o cuándo había llegado. Se acercó muy serio a nosotros, se abrió espacio en la banqueta y se colocó en medio nuestro. Tengo muy presente su seriedad incisiva:

    —Érika tuvo un accidente y se encuentra muy grave.

    Bueno, eso ya lo sabíamos o no lo sabíamos, pero no lo queríamos saber. Él continuó con un discurso, mentiría si lo expongo porque ni siquiera lo recuerdo, hasta que concluyó:

    —Tienen que apoyar a sus papás, por lo pronto, quédense aquí.

    Volvió a ingresar al hospital y como si eso no hubiera sucedido, nosotros continuamos con bromas más subidas de tono.

    —Seguramente saldrá en una camilla cubierta y comenzará a elevarse por los cielos —reíamos con descontrol. En el fondo de nuestra mirada, muy dentro donde el alma yace, nada nos hacía gracia y solo reflejábamos un miedo descomunal.

    A partir de ese momento, no hay una pena en la familia en donde lo primero que aflore sean sarcasmos y la crudeza correspondiente antes de soltar alguna lágrima. Deduzco que es un armazón con el que nos protegemos antes de inhalar y proceder o, en su defecto, desmoronarnos en mil pedazos.

    2. EL ACCIDENTE

    Ignoro la maniobra que se llevó a cabo para recuperar el cuerpo inconsciente de mi hermana mayor que yacía tendido entre el asfalto y su Caribe azul. Según nos informarían más adelante, cuando fue liberada de lo que parecía ser su tumba, una ambulancia se hizo cargo de ella trasladándola a toda velocidad por las principales avenidas de la ciudad marcando una estela de sueños rotos a su paso.

    Hoy, no puedo evitar que el sonido de las sirenas me paralice mientras observo un corcel montado por la esperanza, galopando en contra de las manecillas del reloj.

    Lo siguiente no son más que mis suposiciones, pues nadie que yo conociera estuvo ahí para contarme.

    ***

    Esa tarde, imagino que dentro del vehículo, un grupo de jóvenes harían uso de todos sus conocimientos médicos para mantener con vida a mi hermana. Yo me pregunto si al entregar un paciente al hospital, cuando sus corazones recuperan sus latidos, cuestionan su vocación.

    Supongo que un río pegajoso color escarlata marcó su recorrido por la rampa de emergencias hasta la sala en la que Érika fue recibida por un considerable número de doctores quienes ya debían estar advertidos de la situación.

    Deduzco que llevaron a mi hermana sobre una camilla, y que una vez dentro, si aún tenía sus ropas, estas habrían sido cortadas. No alcanzo a imaginar cómo sus piernas cayeron hacia los costados dando evidencia de la gravedad, eso sí me lo compartirían más adelante. Considero que tomaron muestras de su sangre y limpiaron su cuerpo descubriendo el origen de la hemorragia.

    ***

    Por su parte, mis papás eran acosados en el mostrador para firmar todo tipo de autorizaciones para que pudieran ingresar a Érika.

    Mi tía, quien se encontraba con nosotros cuando nos habían llamado para darnos la noticia, era doctora y laboraba en la misma institución pública, así que mientras mis papás llenaban papeles, mi tía ingresó por la parte de atrás hasta la sala de urgencias donde estaban atendiendo a mi hermana.

    Los practicantes que la habían recibido se preparaban para meterla a quirófano cuando el médico residente les ordenó que ya no lo hicieran mientras les leía los primeros resultados. Érika tenía cero plaquetas y dos de hemoglobina, era una batalla perdida e ineludiblemente moriría. Fue justo en ese momento que la serie de acontecimientos

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