La vida es otra cosa
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Queda flotando en la atmósfera de esta historia un mensaje de fe y respeto por aquellos que, al tratar de salir de una rutina soporífera y casi anestésica, se estrellan una y otra vez con la realidad de lugares y gentes con idiosincrasias antagónicas y conflictivas.
Cada episodio de la vida de Juan es un hecho vital en sí mismo que refleja la lucha por conquistar el espacio que acoja su sueño de libertad y, a la vez, de compromiso con sus relaciones, aunque no sea la razón principal de su existencia.
Los lectores que se sumerjan en esta historia encontraran un paralelo con los sueños que alentaron su vida, aunque hayan sido en otras circunstancias, en otros escenarios y en un tiempo diferente.
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La vida es otra cosa - Roberto Omar Cirimello
La vida es otra cosa
La vida es otra cosa
Roberto Omar Cirimello
logo de ediciones liliumLA VIDA ES OTRA COSA
© 2023: Roberto Omar Cirimello
Diseño y Maquetación
Martín Cairns
Ediciones Lilium
Buenos Aires, Argentina
www.edicioneslilium.com.ar
Nº ISBN: 978-631-6521-27-9
Buenos Aires, Argentina en Mayo 2024
LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
No se permite la reproducción total o parcial, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del Autor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.
Cirimello, Roberto Omar
La vida es otra cosa / Roberto Omar Cirimello. - 1a ed - Olivos : Lilium, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-631-6521-27-9
1. Identidad Personal. 2. Relaciones Familiares. I. Título.
CDD A863
Contenido
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
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Puntos de referencia
Portada
Portadilla
Prólogo
Prólogo
"El ser humano se autorrealiza en la misma
medida en que se compromete con el
cumplimiento del sentido de su vida"
Viktor Frankl
Muchos seres humanos por necesidad, por guerras, por la búsqueda de un lugar en el mundo que le ofrezca una vida más placentera que la de su lugar de origen, parten hacia un destino desconocido. En el fondo se trata de encontrar su
lugar en el mundo, el que cree que se merece, el que se adapte a su personalidad y aspiraciones. Muchos salen disparados del lugar en que nacieron expulsados como la bala de un cañón y caen más allá de donde pensaban llegar.
Encontrarse a sí mismo es uno de los desafíos más extremos que enfrenta el ser humano y pocos los logran. La mayoría se asimila a lo que las circunstancias o las condiciones de ese lugar le imponen y no logran la paz, la armonía y la felicidad que anhelaban. Si bien puede parecer una verdad de Perogrullo, encontrarse a sí mismo, no pasa por lo externo, por el escenario en que se desarrolla nuestra vida. Puede ayudar, puede ser un catalizador del camino hacia nuestro interior, pero no lo es todo. Aun místicos relevantes han reconocido al final de la vida que todo su esfuerzo por encontrar la armonía con lo divino se estrelló contra la naturaleza humana en el momento de la muerte. Sin embargo, lo más importante de este relato está en el esfuerzo del protagonista por ser él mismo hasta el mismísimo final. En realidad, todo se trata de encontrar el sentido de la vida y ser fiel a ese mandato.
Este es un tributo a todos los que no escatiman esfuerzos por buscar su destino, aunque eso los lleve a romper, una y otra vez, con los mandatos que la vida le impone.
El Autor
Capítulo 1
Juan Domingo Sandoval era un muchacho de barrio en un pueblo como tantos del interior de la Argentina. Como cualquiera como él, de esos que, de tanto parecerse, podrían ser de la misma familia, estaba orgulloso de haber nacido allí, de ser;pergaminense,;bonaerense. No se iría nunca a otro lugar, allí nació, pasó su infancia, su adolescencia;y empezaba a transitar su juventud. Alumno de la escuela primaria Nº 64;y ahora flamante técnico mecánico egresado de la escuela industrial Nº 1 Bartolomé Mitre
.
De la primaria solo se acordaba que lo trataban como a un alfeñique porque era flacucho, tímido e inocente. Nunca se destacó, aunque era buen alumno, con inquietud por lo que aprendía en la escuela. Hasta allí, nada especial. Pasaba de grado sin problemas y no le gustaba participar de los actos. Subir al escenario hubiese sido una pesadilla. Solo colaboraba en la organización. Cantaba el himno y la canción de la bandera con pasión, como le habían enseñado porque era por la Patria, según le había inculcado la maestra.
Esa etapa de su vida, su infancia, estuvo plagada de hechos insólitos que hicieron que la recordara como una infancia feliz. Cuando robaba mandarinas a la siesta y don Carmelo, el dueño de la casa, los perseguía sin compasión, o cuando le cortaron la cola al gato de doña Ernestina, o cuando la vieja de la casa tétrica les devolvía la pelota pinchada cuando caía en su patio siniestro. Esa infancia terminó cuando se le ocurrió correr en los cien metros de los campeonatos Evita y salió tercero, cómodo, a quince metros del segundo. Vale decir que eran tres los que corrían.
En la secundaria todo empezó igual. Aún usaba pantalones cortos como solo dos o tres más del curso. Era el "punto" para las cargadas que empezaron al segundo día de clases. Por suerte para él duró poco porque cuando terminó el primer trimestre y salió al primer recreo, lo señalaban como a un bicho raro:
— Ese es, decían,;es ese.
Juan decidió cortar por lo sano. No pasaría otros seis años como los que vivió en la primaria. Se encaminó a la dirección donde estaba el único celador de la escuela con la idea de quejarse por las cargadas. Al llegar había tres o cuatro chicos observando un cuadro que colgaba en la puerta de entrada a las oficinas:
CUADRO DE HONOR
Primer trimestre 1954
Juan Domingo Sandoval
No entendía nada. ¿Qué era eso? ¿Qué había hecho para que su nombre estuviera allí? Mientras pensaba, un par de compañeros de su curso pasaron a su lado y le dijeron: tragón. No alcanzó a reaccionar porque en ese momento salió el celador, un hombre maduro que, dándole una palmada en su hombro, le dijo:
— Bien pibe, seguí así. Sacaste más de 7 en todas las materias.
De allí en adelante su paso por el primer año de secundaria fue llano y sin sobresaltos. Se acordaba de la profesora de historia, una jovencita de no más de diecinueve años que muchos de sus compañeros miraban con ojos depredadores. Pero él no, él tenía doce años que lo mantenían más cerca de la niñez que de la pubertad.
Cuando empezó el segundo era el único del curso que aún tenía pantalones cortos y los compañeros lo cargaban diciéndole que los gatos le comerían las bolas. Con temor, por si se enojaba, se lo contó a su padre. En ese momento nada le dijo. Don Anselmo era un hombre de pocas palabras, nada afectivo pero consciente de sus deberes de padre. Por eso, contrariamente a lo que Juan pensaba, en unas semanas tenía pantalones largos para la escuela y un traje con saco cruzado, camisa y corbata. A los trece años lo estrenó un domingo yendo a la matiné del cine Pergamino a ver tres películas. De ese año también se acordaba de las clases de religión y cuando el cura les preguntó que era la fe él, con una libertad envidiable, le contestó que era como ir a ver a Douglas High todos los domingos a pesar que sabían que siempre perdía.
¿Y en tercer año? Si, se acordaba que lo llamaban Ñaró
. En dibujo técnico le salían las letras mayúsculas un tanto rusticas. En esa época había una tienda en Buenos Aires que vendía trajes de hombres a medida, de Suixtil. Su emblema era un indio llamado Ñaró y su escritura eras como ramas de árboles, de allí su sobrenombre.
Todo se sucedía como una película en cámara rápida, el cuadro de honor en todos los trimestres, compartido con otros, no muchos, el taller, que era un oasis, sobre todo a la hora del único recreo donde tomaban mate cocido con galletas.
Los tres años siguientes fueron diferentes. Eran de noche. Iba en bicicleta, llegaba a su casa casi a media noche. Siempre lo esperaba un plato de milanesas, frías, con un pan francés y mostaza. Nunca su madre o su hermana lo esperaban. De eso se acordaba. Nada más. Aunque si, había otra cosa. No fue más a clases de taller porque empezó a trabajar de mañana en un taller mecánico. Con un certificado del dueño lo eximían de ir a las clases de taller en la escuela. Ah… y también se acordó cuando el profesor de Termodinámica de 5° año los llevó a conocer el Congreso en la mismísima Buenos Aires, la Capital, como la llamaban en el pueblo.
Diciembre del 60 y Juan Domingo Sandoval con el Título de Técnico Mecánico debajo del brazo caminaba por Av. de Mayo, la de Pergamino, rumbo a su casa. Con su mente ocupada en los hechos más sobresalientes de los últimos seis años. ¿Y ahora qué?
Caminaba despacio, sin apuro, casi saboreando el momento que vivía después del esfuerzo de los últimos tres años, que le pesaban como si los hubiese transitado remando en dulce de leche. Como esos episodios que había visto repetidos en las películas del cine Pergamino. Ese que;había acogido al grupo del 5° año del industrial varias veces en las ratas que se hacían cuando llovía, excusa vana pero válida para no tener amonestaciones colectivas. Escenas de la película Casablanca en la que mostraban a Humphrey Bogart en la barra de un bar, fumando un cigarrillo negro y tomando un whisky. Para Juan el cigarrillo era un Saratoga y el whisky su título bajo el brazo.
Sumido en estos pensamientos llegó a su casa y cuando entró le mostró el título a su madre, Doña Celina, y, abrazándola, se largó a llorar. Su madre no entendía nada.
— ¿Que te pasó?
A su lado una tía comprensiva y más serena le dijo a su hermana:
— Está emocionado. Es una descarga de años de esfuerzo. Nada más.
Esa noche en la cena familiar, comieron milanesas, recién hechas, con puré después de una tarta de verduras. Tomaron vino tinto, Gargantini, preferido de su padre, y de postre melón.
Al día siguiente, como siempre, fue al taller y, como si nada hubiera pasado, estuvo casi toda la mañana torneando bujes de bronce. Regresó a su casa,;almorzó y durmió la siesta. A la noche fue a visitar a su novia y mientras aceptaba las felicitaciones de los padres de Leticia, se dio cuenta que en un par de años debería ir pensando en formar una familia. Tan apurado estaba por ser adulto que se estaba olvidando de vivir la juventud, esa que había leído le llamaban divino tesoro. Así que, mientras volvía a su casa, en un rapto de realismo, pensó que faltaba mucho para formalizar con Leticia. Al fin y al cabo, su amigo Cacho, tal vez el único, dos años mayor que él, hacía cuatro años que estaba de novio y ni miras de casarse.
A los dieciocho años tenía tiempo de forjarse un futuro, no pensaba en seguir estudiando, pondría su propio taller y seguiría su vida allí como siempre había soñado.;Juan aún no había experimentado eso de que el hombre es él y sus circunstancias. Al día siguiente, cuando llegó al taller donde trabajaba y empezó a tornear bujes de bronce, se le acercó un hombre que siempre iba de visita, tomaba mates con los dueños y hablaban de la vida. Era profesor de la Universidad Tecnológica de San Nicolás.
— Buen día Juan. Me han dicho que terminaste el Industrial y tenés el título de Técnico Mecánico. ¿No pensás en seguir estudiando en la Universidad?
— ¿Y para qué? ¿Si estoy bien así? Ahorraré un par de años mientras compro lo necesario para poner un taller propio en el fondo de la casa de mis padres y así podré vivir.
Don Manuel Ordoñez era un hombre sereno y convincente. Con paciencia pasó su brazo por los hombros de Juan Martín y le dijo:
— Mirá Juan, sos un muchacho inteligente, aun no has empezado a vivir y tenés un futuro hermoso por delante. Hoy no tenés demasiadas necesidades. Has vivido siempre en la casa de tus padres y con tu trabajo te comprás ropa y pagas tus salidas de los sábados. Cuando tengas una familia esos gastos se multiplica por cinco o por diez. Además, te pregunto: ¿Si estuvieras en el borde de un precipicio y se empieza a desmoronar el piso y te nés que saltar hacia atrás para salvarte de caer, lo haces un metro o todo lo que te da tus fuerzas para alejarte lo máximo posible del borde?
— Lo de la familia lo entiendo Don Manuel, pero lo del precipicio no.
— Claro, mientras tengas la fuerza y la capacidad necesaria tenés que avanzar todo lo posible y adquirir todos los conocimientos que puedas para enfrentar la vida. No sabemos lo que puede venir. El mundo cambia aun aquí en nuestro Pergamino. Tenés que tener las herramientas para