Las chicas del gym
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Leer «Las Chicas del Gym» es similar a ver un film de Andréi Tarkovski, el director ruso que, en sus largas escenas, describía visualmente la belleza de lo cotidiano, casi como obras de arte. La prosa de Sofía Raquel ha adquirido esa sutileza, los detalles casi fotográficos de lo que ocurre en el contexto social del gimnasio donde acuden Tina, Nori, Sil, Marilú y Sole, son historias pequeñas que ocurren en cualquier barrio de Asunción, o de cualquier ciudad. El lector puede tener la seguridad de que leerá una obra que lo sumergirá en una historia que puede ser la historia de cualquier habitante de esta ciudad, o de otra, o de cualquier ciudad; el realismo es mágico cuando las descripciones son exactas para imaginarlas.
Osvaldo Olivera
Sofía Raquel nos ofrece en esta obra, el día a día de cinco mujeres que congenian y entablan relaciones amistosas. Entre una y otra actividad cotidiana de las amigas, emergen relatos de sucesos y situaciones, pasadas y presentes de su entorno que, sin duda, captarán la atención del lector y lo transportarán al lugar y momento de los hechos.
Mirella Cossovel de Cuellar
En «Las Chicas del Gym», aunque los relatos son sencillos y de fácil lectura, la autora logra tejer una trama que va más allá de la superficie, dejando en cada página un intrigante cuestionamiento. Con una prosa envolvente, Sofía Raquel llevará al lector a explorar las sutilezas y matices de las historias narradas, en un viaje literario que promete convertirse en una experiencia única e inolvidable.
Carmen Cáceres
Para mí, «Las Chicas del Gym» es un reflejo honesto y precioso de Sofía Raquel, una novelista en ciernes, una cuentista avezada y, sobre todo, una autora que aprendió a revelar la luz escondida en cada personaje, sin importar las sombras de su humanidad. «Las Chicas del Gym» es una oda a la amistad y a todas aquellas personas dedicadas a sanar el alma a partir de pequeños gestos.
Marco Augusto Ferreira
Sofía Raquel Fernández Casabianca
Sofía Raquel Fernández Casabianca nació en Asunción, es egresada del Colegio Internacional, y de la Facultad de Derecho de la UNA, como Abogada y Escribana. Fue catequista de varias Parroquias. Trabajó en ONGs, como voluntaria, consultora y miembro. Es Mediadora, y forma parte del Centro de Mediación del Colegio de Escribanos del Paraguay. Asistió a la Academia Diplomática y Consular del Ministerio de Relaciones Exteriores, de donde egresó, abrigando la esperanza de servir a su país algún día en el extranjero. Impartió cátedras de Derecho, Notariado y otras materias relacionadas con las ciencias sociales en diversas universidades, y en la Educación Media, hasta el año 2008. Ejerce la profesión de Escribana Pública, hasta la fecha. El sobre azul de rafia, es el segundo libro que publica; La caja de latón es el primero. Actualmente se encuentra trabajando en un libro enfocado en la espiritualidad.
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Las chicas del gym - Sofía Raquel Fernández Casabianca
El coliseo
Como todos los días, al despertar, Marilú miró el celular, y apagó la alarma. Lo primero que vio fue el saludo de buenos días de sus amigas del gimnasio. «Las chicas del gym» se llamaba el grupo de WhatsApp cuyo icono tenía como foto de perfil a las cinco chicas del chat, sonrientes, vistiendo coloridas prendas deportivas.
Se habían conocido en el 2018, en el único gimnasio del barrio El Coliseo. El local tenía un enorme cartel en la entrada, con la imagen de dos gladiadores luchando. Había allí todo tipo de aparatos, algunos ya un poco viejos, y otros más nuevos. Era bastante amplio, contaba con estacionamiento para unos cuantos autos. Al ingresar, lo que más impactaba era la decoración con múltiples espejos colgados o adheridos a la pared, de punta a punta, en el gran salón principal. También tenía posters de paisajes de Roma. El efecto rebote de tantos espejos, hacía que los clientes, al ver su propio reflejo, desearan adelgazar o ponerse en forma. En el gimnasio también se daban clases de pilates, zumba, entrenamiento funcional y baile latino. La dueña era una chica de pelito corto, llena de tatuajes, llamada Cristi. Sus padres le habían ayudado económicamente a montar el negocio. Cristi se reveló como una muy buena empresaria.
La clientela estaba conformada por gente bien entrada en años, jóvenes universitarios, oficinistas de la zona, profesionales de mediana edad y amas de casa. Los adultos mayores iban acompañados de alguna persona que los cuidaba, sus máquinas preferidas eran el caminador o la bicicleta estática. Los acompañantes esperaban en un jardincito, donde había algunas mesas con sombrillas y unas pocas sillas. En general, el ambiente era jovial, con música de moda, bien fuerte. Todo el conjunto levantaba el ánimo de los concurrentes.
Las cinco dinámicas chicas, coincidieron en clases de baile latino. Tenían un profesor muy divertido, César D., que insistía siempre en festejar los cumpleaños de sus alumnas. En realidad, cualquier motivo era una excusa válida para reunirse a celebrar. En esos festejos, las chicas comenzaron a charlar, y resultó que todas eran vecinas bastante cercanas. Hubo buena onda entre ellas, enseguida surgió una salida entre las cinco, y así fue como formaron el grupito de WhatsApp.
La primera del grupo se llamaba María Luisa Prieto Meza, pero le decían Marilú. Era abogada y tenía su estudio jurídico muy cerca del gimnasio, que, a la vez, quedaba cerca de su casa. En ocasiones, iba a entrenar antes del trabajo; otras, al mediodía, y, a veces, al concluir la jornada laboral.
Marilú era bajita, trigueña, con un pelo lacio negro, que siempre llevaba largo hasta los hombros. Tenía los ojos negros y era dueña de una mirada que transmitía seguridad. Llevaba una vida muy equilibrada, sus amigas le decían en tono de burla, que parecía un monje negro. No sabían por qué razón, le gustaba el color negro y casi siempre, vestía de ese color.
Se había divorciado hacía unos seis meses. Con su marido había tenido un solo hijo, su amado Lucas, que estaba estudiando, en Estados Unidos, la carrera de bioquímica. Lucas era el punto de unión entre ambos, y el motivo por el cual sus padres permanecieron juntos tanto tiempo. Inspirado por su abuelo paterno, que fue propietario de un laboratorio, el joven se decidió por la carrera de bioquímica. Era muy aplicado, tenía buenas notas, y todo contribuyó para que la Universidad en Estados Unidos lo aceptara.
Todas en el grupo pensaban que Marilú estaba llevando muy bien el proceso del post divorcio, encarando con optimismo, su nueva vida independiente.
Marilú era inteligente, reservada y prudente, características muy valoradas por ser poco frecuentes. Hablaba lo justo, no contaba nada, a no ser que fuera estrictamente necesario. Una cualidad apreciada por sus amigas, que la tenían por confidente.
Comenzó a frecuentar el gimnasio, por recomendación médica. Su psicóloga, le había dicho que hacer ejercicios, los que fueran, le servirían para despejarse y comenzar con fuerzas la nueva vida que había emprendido.
La segunda de las chicas del grupo era Tina, le decían así desde chiquita. Disfrazaba su nombre, no le gustaba mucho el verdadero: Agustina Peña Duarte. Adoptó la soltería por convicción, ni en sueños se consideraba una solterona; al contrario, con orgullo, sostenía que era la mujer más feliz del mundo viviendo sin pareja, no tenía que rendir cuentas a nadie. Su padre la había consentido toda la vida. Nunca necesitó de nadie más, para tener lo que deseara. Era autosuficiente.
—¡Pero te parece que me hace falta casarme, con todo lo que pasaron mi tía Ana y mamá! ¡Ni en sueños! Si bien papá era muy bueno, mamá le tuvo que bancar varios fatos; ciega nunca fui, tengo muchos recuerdos que reprimí en mi memoria, fui muy mimada por papá y mamá, siempre. Además, ahora tía Ana vive en casa, con la conversación de las dos, tengo material para varios artículos, inclusive libros.
Se refería al hecho de que la única hermana de su papá, tía Ana, se había mudado a vivir a su casa, cuando falleció el papá de Tina. Él había sido el sostén de las tres: de su hermana, de su esposa y de su hija. A Tina le había costado muchísimo superar la ausencia de su padre, quien murió de un infarto masivo. Se puede decir que fue un hombre muy ordenado y considerado con su familia. Dejó todo dispuesto para el momento en que el ya no estuviera en este mundo, su negocio, una imprenta de rango considerable, se manejaba a la perfección con personal de su confianza. El gerente era un primo de Tina, el hijo que nunca tuvo su padre.
Tina era alta, de pelo rubio enrulado, super flaca, a pesar de ser bastante comilona. Tenía los ojos chiquitos y estirados como una chinita, se había puesto delineador definitivo en el contorno de sus ojos verdes. Este detalle favoreció sus facciones, dándole más fuerza a su mirada, pues sus cejas eran claras.
Tina cultivó el entrenamiento físico; además de pilates, hacía aparatos y estaba apuntada en clases de baile latino. El gimnasio la tenía como una de sus mejores clientes, y Cristi la trataba como tal. En síntesis, era la mimada del local, donde pasaba bastante tiempo, dada la cantidad de disciplinas que practicaba.
En cuanto a su pinta, era un verdadero desastre. No era esclava de la moda. Llevaba siempre ropas cómodas, a veces grandes, pues lo único que le importaba era sentirse bien. Su pelo enrulado lo sujetaba con una coleta, que le daba un aire juvenil, desenfadado, como de alerta, lo cual era perfecto para su profesión de periodista. A veces, en la peluquería del barrio, le hacían shock de queratina o planchita, sobre todo, cuando tenía algún evento.
Le apasionaba su carrera de periodismo. Había terminado la facultad, y su padre le consiguió laburo en una multimedia, o sea, trabajaba en radio y prensa. Bien caradura y con una autoestima a toda prueba, pronto se ganó su lugar entre los periodistas del medio.
La tercera, Nori, en verdad se llamaba Nora Liz Lara Vega; era contadora, estaba casada con Bernardo. Tenían dos hijos. Aborrecía a su marido con toda el alma, pero nunca se animaba a dejarlo. Había intentado de todo por convivir en paz con él, sobre todo por sus hijos, en el fondo, tal vez, por no dejar su zona de confort. El matrimonio había construido un patrimonio económico considerable y todos los bienes eran gananciales.
Nori tenía ojos color miel, de mirada dulce y un poco confundida; en ocasiones miraba con el ceño fruncido, y ponía cara de mala o intransigente, pero en realidad era de una bondad a toda prueba. Tenía el pelo lacio color castaño, que no le gustaba. Por esa razón, siempre se hacía la permanente, y le quedaban unos rulos suaves. Llevaba una melena larga. Era muy cuidadosa con el dinero. Todas la admiraban y siempre le estaban haciendo consultas sobre cómo administrar, invertir o ahorrar. Trabajaba en una institución pública, en el área de contabilidad. Tenía allí un cargo de importancia.
La cuarta de las chicas, se llamaba Silvana Escobar Abente, Sil para las chicas; era una orgullosa y feliz ama de casa, tenía un matrimonio idílico. Todo en su vida era como un sueño, su marido era perfecto, al menos para los demás. Jamás supieron de una pelea entre ellos. Eran padres de dos varones y una nena.
Sil poseía una belleza exótica, tenía el pelo negro ondulado con mechas blancas, salvajemente natural. Casi nunca se maquillaba, ni lo necesitaba. Despertaba paz y plenitud, todo a su lado parecía mágico. Sus ojos, de un color azul violeta (como los de Liz Taylor) transmitían tranquilidad. Era la favorita de todas. Su casa era el centro de reunión preferido de las chicas. Como nunca quería dejar solo a su marido, los cumpleaños, timbas, o lo que fuera, se hacían allí. Además, era una anfitriona perfecta. Su marido, Guille, un empresario exitoso, del rubro del transporte, también tenía en el campo, una cabaña de reproductores; toda la familia era accionista de la empresa. Guille era de lo más amable, saludaba a las chicas, y luego se dirigía directo a su dormitorio, para no molestar, decía. Los hijos ya eran grandes, y, dicho sea de paso, adorables, como sus padres.
La quinta de las chicas era Sole. Su nombre completo era Soledad González Zayas. Era soltera, anhelaba encontrar pareja, pero no tenía suerte.
Decía que necesitaba del gimnasio, hacer ejercicios, justamente para contrarrestar su sedentaria vida de bibliotecaria. Vivía con su madre y una sobrina, que sufría de un leve retardo mental. Le costaba mucho independizarse, se sentía estancada y sofocada en ese departamento que juntas compartían. Su mal hermano se había desentendido de ellas, les pasaba una pequeña mensualidad, y con eso acallaba el reclamo de su conciencia. No era nada fácil sostener ese escenario vivencial.
Su piel era tan clara como Blancanieves, la del cuento. De pelo negro, oscuro, igual que sus ojos, tenía la capacidad de pasar de una gélida mirada, dura y fría, como un cuchillo filoso, a una mirada alegre y risueña, que siempre le quedaba medio falsa, tipo selfie. Era como si le faltara un condimento indispensable: la sal. Se le notaba una mirada huidiza, a veces misteriosa. Con su actitud, demostraba que te amaba o te odiaba. En el fondo, era buena, y todas las amigas la aceptaban; se habían adaptado a su rara forma de ser.
Peligro en el
gimnasio
Las chicas decidieron salir juntas por primera vez. En esa oportunidad, surgió el comentario de que el año anterior, cuando ellas aún no asistían al gimnasio, había ocurrido allí algo un poco siniestro. La que se enteró del triste caso, fue Tina. En el lapso de seis meses, dos chicas que entrenaban con Cristi murieron en las mismas y extrañas circunstancias. Al vehículo de cada una de ellas, le habían fallado los frenos, y chocaron con una columna, muy cerca del gimnasio, donde había una bajada en forma de curva cerrada y empinada. Cuando ocurrió el segundo accidente, llamó la atención, la extraña coincidencia.
Por ser un tema muy doloroso para Cristi, nadie hablaba de eso. Fue borrado como si nunca hubiera ocurrido, pero, a la vez, flotaba un tufillo en el ambiente. Temiendo que el hecho se repitiera,