Red de poder

Un caso común

El ajetreo matutino de Madrid ya estaba en pleno apogeo cuando Julia Montes cruzó las puertas de cristal del Juzgado de lo Penal número 23. El edificio, una estructura moderna de acero y vidrio, contrastaba con los edificios históricos que lo rodeaban en el corazón de la capital española.

Julia ajustó su maletín de cuero negro mientras se dirigía hacia los ascensores. A sus 32 años, era una de las abogadas penalistas más prometedoras de la ciudad, conocida por su aguda inteligencia y su incansable búsqueda de la justicia.

El ascensor la llevó al quinto piso, donde se encontraban las oficinas del fiscal. Julia caminó por el pasillo, saludando a sus colegas con un gesto cortés pero distante. Nunca había sido muy dada a las relaciones personales en el trabajo.

Al llegar a su despacho, Julia se encontró con su asistente, María, quien la esperaba con una pila de documentos y una taza de café.

—Buenos días, Dra. Montes —saludó María con una sonrisa—. Tiene una mañana bastante ocupada por delante.

Julia tomó el café agradecida:

—Gracias, María. ¿Qué tenemos para hoy?

María comenzó a enumerar:

—Tiene una reunión con el fiscal jefe a las 10, luego una vista preliminar a las 11:30, y después...

Julia la interrumpió al ver un expediente que sobresalía entre los demás:

—¿Qué es esto?

María miró el archivo:

—Oh, eso llegó esta mañana. Un nuevo caso de robo. Parece bastante simple, la verdad.

Julia tomó el expediente y lo hojeó rápidamente. Efectivamente, parecía un caso de robo común: una joyería en el barrio de Salamanca, un ladrón solitario, botín moderado. Nada que llamara particularmente la atención.

—Bien, me ocuparé de esto más tarde —dijo Julia, dejando el expediente sobre su escritorio—. Primero, preparémonos para la reunión con el fiscal jefe.

Las siguientes horas transcurrieron en un torbellino de actividad. La reunión con el fiscal jefe fue tensa pero productiva, discutiendo estrategias para casos pendientes. La vista preliminar resultó ser un ejercicio de paciencia, con un abogado defensor que parecía decidido a retrasar el proceso tanto como fuera posible.

No fue hasta bien entrada la tarde que Julia pudo sentarse tranquilamente en su despacho y revisar el nuevo caso de robo. Abrió el expediente y comenzó a leer los detalles con más atención.

El robo había ocurrido en la joyería Diamantes Eternos, ubicada en la calle Serrano. El ladrón había entrado poco antes del cierre, amenazado al personal con lo que parecía ser un arma y se había llevado varias piezas de joyería de valor considerable.

Julia frunció el ceño. Algo en el informe no cuadraba. La descripción del ladrón era demasiado vaga, y la lista de joyas robadas parecía inconsistente con el inventario de la tienda.

Intrigada, Julia decidió hacer algunas llamadas. Primero, contactó con el detective a cargo del caso.

—Detective Gómez —respondió una voz ronca al otro lado de la línea.

—Buenos días, detective. Soy la fiscal Julia Montes. Estoy revisando el caso del robo en Diamantes Eternos y tengo algunas preguntas.

El detective pareció dudar un momento antes de responder:

—Ah, sí, el robo de la joyería. ¿Qué quiere saber?

Julia notó cierta reticencia en su voz:

—La descripción del sospechoso es bastante vaga. ¿No hay cámaras de seguridad en la tienda?

—Las cámaras... estaban fuera de servicio ese día —respondió Gómez, con un tono que a Julia le pareció poco convincente.

—Ya veo —dijo Julia, anotando esto en su libreta—. ¿Y qué hay de las joyas robadas? La lista parece incompleta.

Hubo un largo silencio antes de que el detective respondiera:

—Mire, fiscal Montes, es un caso sencillo. Un ladrón amateur, probablemente desesperado por dinero. No hay necesidad de complicar las cosas.

Julia sintió que su instinto se activaba. Algo no estaba bien.

—Gracias por su tiempo, detective. Estaré en contacto —dijo antes de colgar.

Julia se reclinó en su silla, pensativa. Su mente ya estaba trabajando, conectando puntos invisibles. Decidió que necesitaba ver la escena del crimen por sí misma.

Tomó su abrigo y salió de la oficina, ignorando la mirada sorprendida de María.

—Cancelar mis citas para el resto de la tarde —le dijo mientras pasaba junto a su escritorio—. Tengo que hacer una visita.

El tráfico de Madrid estaba en su punto álgido cuando Julia llegó a la calle Serrano. Aparcó su coche a una manzana de la joyería y caminó el resto del camino, observando el entorno.

Diamantes Eternos era una tienda elegante, con un escaparate que mostraba joyas deslumbrantes. Julia entró, haciendo sonar una campanilla sobre la puerta.

Una mujer de mediana edad, con un traje impecable, se acercó a recibirla:

—Bienvenida a Diamantes Eternos. ¿En qué puedo ayudarla?

Julia mostró su identificación:

—Soy la fiscal Julia Montes. Estoy investigando el robo que ocurrió aquí la semana pasada.

La expresión de la mujer cambió instantáneamente, pasando de la cortesía profesional a una mezcla de sorpresa y lo que Julia interpretó como nerviosismo.

—Oh, por supuesto. Soy Marta Vega, la gerente. Pensé que el caso ya estaba cerrado.

Julia sonrió levemente:

—Solo estoy haciendo algunas comprobaciones de rutina. ¿Le importaría mostrarme dónde ocurrió exactamente el robo?

Marta asintió, aunque Julia notó que sus manos temblaban ligeramente:

—Por aquí, por favor.

Mientras Marta la guiaba por la tienda, Julia observaba cada detalle. Las vitrinas estaban llenas de joyas caras, pero notó que algunas parecían fuera de lugar, como si hubieran sido colocadas apresuradamente.

—El ladrón entró por esa puerta —explicó Marta, señalando la entrada principal—. Amenazó a nuestro personal con un arma y exigió que le entregáramos las joyas de esta vitrina.

Julia se acercó a la vitrina indicada:

—¿Solo de esta? ¿No tocó ninguna otra?

Marta pareció dudar:

—Bueno, fue todo muy rápido. Es posible