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Relatos raros
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Libro electrónico92 páginas1 hora

Relatos raros

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Información de este libro electrónico

Relatos Raros es una colección de trece historias breves que ofrecen una experiencia literaria de gran riqueza al explorar lo inusual y lo misterioso en situaciones aparentemente ordinarias. En su conjunto, la colección invita al lector a sumergirse en un mundo donde lo cotidiano se mezcla con lo extraordinario. Los relatos utilizan una narrativa hábil para jugar con la noción de lo conocido y lo desconocido, explorando temas de misterio, percepción y significado. Al mismo tiempo, como hilo conductor entre los relatos, está la ambientación en lo rural, con personajes naturales y espontáneos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jul 2024
ISBN9788410347496
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    Relatos raros - Abraham Fernández

    Relatos Raros

    Abraham Fernández y Víctor Ortega

    ISBN: 978-84-10430-02-0

    1ª edición, Junio de 2024.

    Conversión a formato de libro electrónico: Lucia Quaresma

    Editorial Autografía

    Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

    www.autografia.es

    Reservados todos los derechos.

    Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

    Prólogo

    Los trece relatos contenidos en este libro tienen en común una serie de características, siendo especialmente destacables tres de ellas. La primera de estas características es que todos ellos están escritos con un lenguaje y una forma particular que, si se quiere buscar antecedentes, podríamos encontrarlos en las obras anteriores de los autores Abraham F. y Víctor O.; y es que ambos remanecen de tierras fronterizas, casi místicas de los ríos de Pozo Alcón. Por lo que, si durante la lectura, se topan con lo que parecen faltas de ortografía y expresión, piensen que la mayor parte de ellas están hechas a conciencia. Dequeísmos; expresiones extrañas; términos no recogidos por la RAE; la palabra bujero, etc., son algunos ejemplos que podrán encontrar. La segunda característica a tener en consideración, bastante en relación con la primera, es que todos los relatos acontecen en zonas rurales. Y la tercera de estas características es el aire tenebroso de las historias en sí. Aire tenebroso, que no temática pura de terror.

    Además de estas características, que hacen de hilo conductor entre los relatos, existen otras tantas más que el lector irá atisbando desde el segundo y maldito de esta serie de breves historias.

    Puesto que vivimos en una época donde se valora la eficiencia y el tiempo, aun siendo partidarios de una vida pausada y del disfrute, si se puede de la pausa y el divagar, no haremos caso omiso de esta prisa, dejándolos sin más rodeos con el meollo de la cuestión: los relatos.

    La puerta

    La puerta siempre había estado ahí. No había reparado en ella más de lo normal, simplemente estaba ahí. Se sabía que no abría y formaba parte de la casa como si fuera una pared más. Pasaron años sin que nadie hablara de ella o tan siquiera intentara abrirla. Estaba allí antes de que llegaran y seguiría años después.

    Manuel, que hacía ya 20 años que abandonó el hogar familiar, por vicisitudes del destino, debía volver a la casa para buscar unos papeles por unas gestiones administrativas. Cada rincón de ella le traía todo tipo de recuerdos: melancolía, alegría y tristeza. Sus padres hacía años que habían fallecido y él era el último con vida de sus tres hermanos. Ya no quedaba nada, todo estaba lleno de polvo y el olor a cerrado inundaba cada habitación. De súbito reparó en la puerta, olvidando por completo el motivo de su visita. Empezó a preguntarse por qué no intentar abrir la puerta y ver que había al otro lado, si es que había algo y no solamente un tabique detrás.

    Empezó a imaginar si era posible que hubiese alguna habitación al otro lado simplemente procesando la imagen de la casa desde el exterior y localizando dónde estaba situada la puerta. A priori, le parecía imposible decir con certeza si había espacio o no, era un simple camarero de hotel, no un ingeniero o arquitecto.

    Comenzó a forcejear y, evidentemente, la puerta no abría. Lanzó varias patadas y nada. Salió a la cochera para ver si quedaba alguna herramienta de su padre. Convenientemente quedaba una pata de cabra y lo que antaño parecía haber sido un destornillador. Manolo entró en la casa rápido y empezó a forzar la puerta. Mientras se afanaba en su labor, pensaba cómo era posible que nunca le hubiera preguntado a sus padres. ¿Cómo era posible que nunca nadie hubiera intentado abrir la puerta delante de él? Parecían preguntas vanas, pero empezaron a hacer mella en él.

    −Joder, esta mierda no abre. Me cago en Dios. −Espetó al aire, resollando.

    −Tú lo has querido− pensó. Se levantó, dejando la puerta atrás, y bajó a por un hacha a la ferretería del pueblo.

    Una vez adquirida la herramienta, avanzó rápido a la casa; de nuevo, de frente a la puerta. Iba a iniciar la destrucción cuando, de repente, la puerta pareció crujir de extraña manera y se abrió muy levemente. Dejó caer el hacha y abrió la puerta de par en par.

    Manolo estaba completamente perplejo ante lo que veían sus ojos, una habitación vastísima vacía, pero con el mismo estilo arquitectónico que su casa de toda la vida. Avanzó y se internó en la misma, completamente desbordado ante lo que veía. El ambiente era gris, el viento apenas se notaba y la temperatura era muy baja, teniendo en cuenta que era verano. No avanzó mucho más, pues, a todas luces, estaba sufriendo algún tipo de alucinación. Incluso llegó a pensar que, efectivamente, se estaba quedando por fin esquizofrénico; al fin de al cabo siempre había creído que acabaría loco. Corrió hacia atrás y nada más salir de la estancia cerró la puerta con un terror que jamás había sentido. La mayor sensación de miedo de su vida se apoderó de él. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué había ocurrido? Para asegurarse de que todo había sido real, volvió a intentar abrir la puerta, pero no había forma; era imposible.

    Manolo salió atropelladamente de la casa, intentando asimilar lo sucedido y repitiéndose a sí mismo que había debido ser una alucinación. Cuán grande fue la confusión cuando, súbitamente, cayó en la cuenta de que era noche cerrada. Pero no podía ser, era imposible. Él había venido antes de entrar al trabajo, a las 9:30 de la mañana, para buscar unos papeles en la casa. La confusión ya era completa; su psique se derrumbaba a pasos agigantados.

    −¿Un desmayo, quizás? −Se preguntaba.− Sí, debió ser eso, ¿cómo no? Intentando abrir la puerta debí realizar mucho esfuerzo y me desmayé por una bajada de tensión o algo. Eso explica lo de la habitación, debió ser un sueño mientras estaba desmayado...− Manolo avanzaba a paso ligero hacia su coche, un Ford Ka del 2012 aparcado en la esquina donde toda la vida había aparcado su familia. Cuando por fin la tranquilidad empezaba a inundar su cuerpo por la consistente explicación que se había dado a si mismo, de súbito, desapareció. Su coche no se encontraba ahí, es más, no había ningún coche en ningún lado de la calle.

    Atónito, Manolo comenzó a fijarse en las casas y observó cómo ninguna luz interior se hallaba encendida, tampoco se escuchaba el murmullo nocturno que había en el pueblo. Casi con total certeza, parecía que estaba solo; acompañado únicamente por la fría luz tintineante de las farolas. Soledad absoluta, la más inimaginable soledad que jamás nadie pueda sentir. Manolo siempre había sido de naturaleza solitaria, pese a su extroversión en el trabajo. Adoraba ciertamente su espacio y nunca llegó a tener pareja más allá de unos meses. Entre los largos ratos de melancolía, él apreciaba la tristeza que le otorgaba pensar más profundamente. Nunca llegó a entrar en depresión profunda pero tampoco

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