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Esposa de Otro Tiempo: Curando al Alfa Despiadado
Esposa de Otro Tiempo: Curando al Alfa Despiadado
Esposa de Otro Tiempo: Curando al Alfa Despiadado
Libro electrónico361 páginas6 horas

Esposa de Otro Tiempo: Curando al Alfa Despiadado

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Un alfa despiadado.
Una omega de regalo.
Por acabar con la vida de su madre durante el parto, Joanna estaba condenada a ser odiada toda su vida.
Luego, desesperada por ser amada, se esforzó por complacer a su manada y demostrar su valía, pero acababa siendo un nadie para ellos.
Y la amarga experiencia de ser emparejada con su matón, que enseguida la rechazó, la desanimó a aparearse, pero la diosa le da una segunda oportunidad en la persona del alfa Carlos Wheatly.
Como el alfa de la manada más fuerte del mundo, Carlos tenía fama de sanguinario, frío y cruel.
Lo que nadie sabía fue que bajo su sangrienta armadura había un hombre lleno de cicatrices.
Carlos ya no tenía lugar para una compañera en su vida, pero la diosa le ofrecía a Joanna.
Aunque no veía ninguna utilidad en una compañera, no podía resistirse a la atracción del vínculo de pareja, ni a las seductoras curvas de Joanna.
Besada por la diosa y dotada de habilidades curativas, se convirtió en un tesoro que su ex compañero y su manada se negaba a abandonar, pero ¿quién podía impedir que un hombre como Carlos reclamara a su compañera?
¿Podrá Carlos aprender a amar y Joanna curar sus heridas?
¿Funcionará una relación entre dos personas rotas o estarán mejor el uno sin el otro?

IdiomaEspañol
EditorialPublishdrive
Fecha de lanzamiento29 ene 2024
Esposa de Otro Tiempo: Curando al Alfa Despiadado

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    Esposa de Otro Tiempo - PopNovel

    Chapter 1

    Faltaba un día para cumplir veintiún años y poder dejar al infierno que era mi manada para finalmente convertirme en un lobo solitario. Se nos consideraba adultos desde los dieciocho años, pero era raro encontrarse con uno porque los lobos se volvían locos cuando no contaban con los vínculos que una manada otorgaba. Además, la ley prohibía que cualquiera menor a veintiún años eligiera esa vida porque querían mantener a la población de solitarios bajo control.

    —Mañana, Joyce, dejaremos este infierno y encontraremos un verdadero hogar —le dijo a la loba negro que tenía al costado mientras le acariciaba el pelaje. La había encontrado en la calle hace un año y se había vuelto mi amiga.

    —¿Por qué estás holgazaneando? —preguntó una voz comandante interrumpiendo el ambiente sereno que habíamos logrado escondiéndonos detrás de la mansión de la manada—. ¿Te mantenemos para pierdas el tiempo? Desperdicio de aire.

    Me puse de pie rápidamente cuando vi que Freya se nos acercaba. Traté de decirle algo, pero fui silenciada con una bofetada que me giró el rostro y me hizo retroceder unos pasos.

    —Estoy en mi descanso —le dije con indignación mientras me agarraba la mejilla—. Merezco uno después de trabajar doce horas sin parar.

    —M*ldita asquerosa —gritó la otra con la cara roja después de volverme a callar con otra bofetada, se me acercó pero se detuvo cuando Joyce le gruñó amenazante—. ¿Cómo te atreves a responderme?

    —Joyce, no hagas nada —le advertí a mi amiga. La pobre ya había sufrido suficiente por mi culpa, sin embargo, cada vez que intentaba obligarla a irse, siempre regresaba conmigo. Joyce era un lobo común, lo que significaba que no podía cambiar de forma. No sabía si me había entendido cuando le pedí que dejara la manada, que encontrara un mejor lugar o que se escondiera. Siempre prefería quedarse a mi lado y por su lealtad había sido castigada muchas veces.

    —Me dan asco las dos —dijo Freya con desdén y con la vista clavada en mi amiga porque no había dejado de gruñir, al contrario, seguía aumentado de intensidad conforme pasaban los minutos—. Me dan igual, voy a reportar tu descaro con mi padre.

    Aparentaba no tenerle miedo a Joyce, pero sabía que le tenía miedo. Pasó por mi costado, golpeándome el hombro y haciéndome trastrabillar. Supe en ese momento que mi amiga se le tiraría encima. La loba le clavó las garras en el brazo antes de que la joven pudiera transformarse.

    —Quítate de encima, ¡te meterás en problemas! —le grité mientras revisaba el lugar, todavía no podía oír nada, pero sabía que el olor de la sangre atraería a varias personas. Me volví hacia mi amiga y le supliqué, si ella podía entenderme, no mostró señal de que lo había hecho. Siguió luchando como un animal salvaje y, aunque la hija del Alfa logro transformarse, no tenía la misma intención asesina de Joyce.

    —¡Freya! —gritó la voz de un hombre detrás de mí y rápidamente se acercó a ambas lobas para separarlas. Keifer no había venido solo, así que con los otros dos rompieron la pelea en segundos.

    —¿Qué hiciste? —me preguntó con una cara que prometía dolor, así que tragué saliva y me encogí en mi lugar. Me miró con ojos enojados y me persiguió mientras retrocedía.

    —Keifer —sollozó miserablemente Freya mientras un hombre le ponía un abrigo encima y me señalaba con un dedo tembloroso—, le pidió a su loba violenta que me atacara.

    —Eso no es lo que pasó. Ella chocó conmigo a propósito y Joyce solamente me defendió —dije, de inmediato, saltando a defenderla, pero fui ignorada.

    —Suficiente —dijo el otro con un tono tan helado que me estremecí y me gruñó en la cara antes de acercarse a su hermana para abrazarla—. ¿Por qué puedes estar un día sin causar problemas? ¿Qué ganas lastimando a Freya?

    Lo normal sería que me defendiera, pero sabía que nadie me creería. Mis palabras no tenían peso si las comparaban contra las de Freya. Aparte de ello, de todas maneras no importaba porque aún si nos hubiera encontrado a mí en el piso con la cara toda golpeada y a ella con solo un rasguño, la culpa hubiera seguido siendo mía. Freya era la preciosa hija del Alfa, la manada la adoraba, por el contrario, yo era la hija omega del Beta que todo el mundo odiaba porque había matado a mi madre. Este tratamiento no era una sorpresa. Me había pasado toda la vida tratando de ganarme el cariño de los demás, pero ya me había dado por vencida. Las palabras hirientes que me echaban no me lastimaban, después de veintiún años, un día no significaba nada.

    —Lo siento —susurré bajando la cabeza y luchando para controlar las lágrimas que amenazaban con salirse. La manada Night Walker ya me había visto llorar lo suficiente y no les daría la satisfacción de verme mal de nuevo.

    —Acabas de matar a ese lobo —sentenció con dureza haciendo que se me congelara la sangre en las venas antes de darle la orden a los hombres con los que había venido—. Córtenle la cabeza.

    —No, por favor, fue mi error —grité, esta vez dejando caer las lágrimas libremente al escuchar el llanto de mi amiga. Los hombres la cargaron y se la llevaron, ella intentó escapar, pero fue en vano. Intenté seguirlos, pero Kiefer me detuvo.

    —Quieta. —El comando de un Alfa era imposible de desobedecer, cuando Kiefer lo usó, mi cuerpo le obedeció y me vi obligada a quedarme en mi lugar.

    —Por favor, ella es a la única que tengo, te prometo que nunca volveré a causar problemas. Nunca volveremos a causar otro problema si...

    —Cállate, me estás dando dolor de cabeza —espetó, apartándose el pelo de la cara mientras seguía sosteniendo a su hermana a su costado porque esta seguía fingiendo que estaba mal, aunque se podía ver claramente cómo las heridas que tenía en los brazos se estaban curando rápidamente por su sangre Alfa.

    —Tu castigo se decidirá más tarde —dijo con finalidad y caminó en dirección a la puerta. Freya no perdió la oportunidad para levantar la cabeza y sonreírme con malicia antes de volver a apoyarse en el cuerpo de su hermano—. Te di numerosas oportunidades para que te deshicieras de ese lobo, pero igual te lo quedaste. Su sangre está en tus manos.

    El aullido de mi amiga se escuchó a la distancia y esto me ayudó a que se me movieran las piernas. Temblé de los pies a cabeza mientras seguía el olor punzante de la sangre del único ser que me quería, pero, desafortunadamente, me topé con la supervisora de mi trabajo al doblar la esquina.

    —Ahí estás —me dijo, agarrándome de la mano y comenzando a arrastrarme hacia la mansión—. Tu descanso de treinta minutos terminó hace diez minutos. ¿Qué sigues haciendo aquí afuera? Da igual, tenemos mucho que hacer o, ¿te olvidaste que estaremos recibiendo invitados esta noche?

    —Señora —le dije, tratando de soltarme, pero tenía un agarre de hierro en mi mano. Insistí de nuevo y perdió los estribos.

    —¡No hay tiempo para tu drama! —me espetó, dejando el tono amable de lado y amenazándome con el dedo—. Tenemos mucho que hacer para prepararnos para la entrega de mañana. Si no te portas bien, tendré que llamar al Beta.

    —Pero mi amiga... —dije, mirando en la dirección de dónde había escuchado los aullidos de Joyce.

    Esperaba que Beta Melinda entendiera cómo me sentía, ya que era la única de esta manada que me tenía algo de afecto. Podía ser rígida en sus expresiones y se preocupe únicamente por el trabajo, pero de vez en cuando me mostraba empatía. Me hubiera gustado que este fuera uno de esos momentos.

    —¡Ese lobo está muerto! —me espetó con impaciencia, poniendo las manos en las caderas— ¿Quieres perseguirla? Si no quieres perder la cabeza, vuelve al trabajo. Kiefer está a punto de convertirse en nuestro nuevo Alfa. Mañana marcará el comienzo de un nuevo amanecer para la manada. Tenemos que hacer un buen trabajo, a menos que quieras ofender al actual Alfa y Luna.

    Asentí ante la advertencia, pero realmente no entendía porque no podía llorar por la amiga que acaba de perder, ¿por qué tenía que ayudar con la fiesta de alguien que odiaba?

    —Si abandonas tus deberes, solo sufrirás y estoy segura de que a esa loba no quisiera eso —me dijo dándome unas palmaditas en el hombro—. Mantenla en tu corazón y llora por ella más tarde, ahora mismo debes atender a tus deberes.

    Qué fácil era aconsejar sobre algo de lo que uno no tenía experiencia. Qué fácil era decirme que pospusiera mi luto y continuara con los deberes impuestos por una manada que nunca me había valorado mi esfuerzo pues solo me veían como una esclava. Siempre había hecho todo por esta manada, esperando que algún día reconocieran mis sacrificios y fuera apreciada. Renuncié a mi dignidad como persona para complacerlos, pero lo único que esto provocó fue que siguieran pidiéndome más y me castigaran por crímenes que no había cometido. Joyce había muerto por nada.

    Me dolía el corazón, cargué con el dolor adentro mientras continuaba con el trabajo que me habían dado en la lavandería. Mi padre era el Beta de esta manada, pero nunca me había disfrutado de ningún lujo. Siempre había vivido con lo justo como una huérfana a pesar de la posición tan elevada de mi progenitor.

    Durante las siguientes siete horas, planché las sábanas para después llevarlas a las veinte habitaciones que estaban siendo preparadas para los huéspedes que venían a presenciar la sucesión de Keifer. Manché más de una sábana con mis lágrimas mientras las tendía. A pesar de lo cansada que estaba, la pena que me inundaba era tanta que me ayudó a desconectarme de todo lo cual facilitó mi trabajo. No podía respirar por momentos y tenía ganas de salir corriendo para nunca regresar. Sin embargo, sabía que no sobreviviría en soledad si no tenía la edad suficiente, así que simplemente continué con las tareas con la cabeza gacha. No quería arriesgarme y volverme un animal salvaje sin raciocinio.

    Terminé con las últimas sábanas después de medianoche y bajé las escaleras hasta mi habitación con piernas tambaleantes mientras me lamentaba que en menos de cuatro horas tendría que volver a subirlas porque Melinda me quería en la cocina para ayudar con el desayuno.

    Al entrar a mi pequeña y desordenada habitación, me encontré con Kiefer tirado en mi cama con el ceño fruncido.

    Chapter 2

    —¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté deteniéndome en seco y con el estómago hecho un lío.

    —Cierra la puerta —ordenó con voz ronca al mismo tiempo que se levantaba, era tan alto que su cabeza casi tocaba el techo.

    A los dieciocho años, mi padre me había echado de su mansión. Era algo que había querido hacer desde el día en el que había nacido, pero no había podido hasta que tuviera la edad suficiente. Después de eso, me había mudado a una de las pequeñas habitaciones que tenían en la parte de atrás de la mansión de la manada, el lugar no tenía focos y la única luz provenía de una ventana diminuta. Había permanecido aquí durante los últimos tres años, pero finalmente mañana podría dejar esta manada para siempre con los pequeños ahorros que había reunido.

    Justo me di cuenta en ese momento que ya no tenía que esperar a mañana. El reloj había marcado las doce de la noche hace treinta minutos cuando había pasado por la sala de estar.

    —¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté a Kiefer nuevamente, sin hacer ningún movimiento para cerrar la puerta. No quería quedar atrapada en una habitación tan pequeña con este maníaco. El otro en vez de responderme, se me acercó para agarrarme de la cintura. Contemplé salir corriendo, pero sabía que me alcanzaría en un segundo. Nunca podría ganarle a Kiefer. Cerró la puerta y me jaló al centro de la habitación.

    —¿Por qué has empacado tus cosas? —me preguntó tan tranquilo que los latidos de mi corazón salieron disparados. ¿Qué quería de mí esta vez? Ya me había rechazado, había mandado a matar a mi única amiga hace unas horas. ¿Cuándo me dejaría en paz?

    —Con el debido respeto, eso no es asunto tuyo, ¿por qué estás aquí? —le pregunté antes de alejarme de su persona con la piel de gallina.

    —Joanna —dijo con una voz tan dura que me hizo estremecer, se cruzó de brazos y se le dilataron las fosas nasales—. ¿Estabas planeando huir?

    Sudé frío, me temblaron las manos y los labios. Se me podría haber comparado perfectamente con una hoja en el viento. Cuando había cumplido dieciocho años, no solo tuve que lidiar con el hecho de que me había quedado sin hogar, sino que también había descubierto que era la compañera del imb*cil más grande del planeta: Kiefer. Hasta ese momento había estado más preocupada en mis tareas y en complacer a mi padre, pero una pequeña parte de mí todavía había sostenido la esperanza de que tendría un buen compañero. Nunca hubiera esperado que el destino fuera tan cruel.

    Ninguno de los quería la unión, así que en el momento en que descubrió que éramos compañeros, me rechazó. Lo acepté y soporté el dolor que producía romper este vínculo con tranquilidad porque esto suponía que no me pasaría el resto de mi vida con un hombre que disfrutaba maltratándome para divertir a sus amigos.

    Kiefer había de esa forma desde que éramos niños. La manada siempre había intentado juntarnos porque querían que reemplazáramos a nuestros padres quienes habían sido mejores amigos. Sin embargo, el hecho de que terminara presentándome como una omega había provocado que todos me odiaran. El primer recuerdo que tenía era de él burlándose de mí para después empujarme contra el barro. Tenía cinco años. Nunca le había agradado, y sinceramente el sentimiento era mutuo, pero Kiefer tenía la mala costumbre de creer que todo lo que perteneciera a la manada era de su propieda.

    —¿Qué quieres de mí? —le dije con en tono amargo, fijándome en sus pies para no verlo a los ojos. ¿Por qué no me dejaba en paz? ¡Ya había sufrido bastante a sus manos!

    —¿Qué te dije el día que me rechazaste? —preguntó, dando un paso hacia adelante a lo que respondí retrocediendo para no estar tan cerca de él, pero terminé chocando con la puerta.

    —Tú fuiste quien me rechazó —le dije haciendo énfasis en la primera palabra para refrescarle la memoria—. No importa, tengo que dormir. Por favor, vete.

    Después de decir esto, traté de alejarme de él, pero detuvo cualquier salida de escape posando una mano velluda en la puerta a la altura de mi cabeza.

    —¿Crees que puedes deshacerte de mí? —bufó, había cierta diversión en sus ojos—. Me convertiré en el Alfa en unas horas, ¿crees que solo porque tienes edad suficiente te dejaré irte de la manada?

    —No hay nada que puedas hacer al respecto —le respondí, enojándome con sus amenazas. Levanté el mentón y lo miré fijamente a los ojos, no quería que creyera que me estaba intimidando.

    —Quítate la blusa —soltó con malicia y me puse rígida. Apreté los puños a los costados mientras luchaba contra el comando como si mi vida dependiera de ello, pero me lo volvió a pedir y mi voluntad se quebró. Mis manos se levantaron y agarré el dobladillo de la camiseta para sacármela por la cabeza. Kiefer se inclinó para rozarme el cuello con su nariz mientras trataba de batallas las lágrimas—. ¿Sigues creyendo que no puedo hacer nada? Ni siquiera he sucedido a mi padre y no te puedes resistir a mis órdenes.

    Se rio entre dientes y sus palabras me pusieron la piel de gallina porque era cierto, faltaban unas horas para que Kiefer fuera el Alfa de la manada y ni siquiera podía negarle alguna orden. ¿Todavía podría irme cuando ascendiera? ¿Podría ser que era demasiado tarde para mí?

    —Es una lástima que seas una omega —susurró mientras me pasaba el dedo por la cara, lo tenía tan cerca que me sentía asfixiada—. Tienes un buen cuerpo, me hubiera gustado acostarme contigo, pero no puedo arriesgarme a tener cachorros como tú.

    Me echó aire en la cara y me agarró de la cintura, cerré los ojos con asco.

    —¿Qué quieres? Ya me rechazaste, sé que me odias, ¿por qué me sigues torturando? —le dije, apartando la cara para no tener que soportar su aliento. Si tan solo no fuera una omega, si tan solo tuviera cualquier atisbo de poder que me permitiera pelearle. Posiblemente igual no le ganaría, pero al menos si fuera un Alfa, podría rebelarme y no obedecer todas sus órdenes.

    —¿Quién dice que te odio? —me preguntó mientras me pasaba la mano por entre las piernas, subiéndome la falda.

    —Me rechazaste cuando supiste que era tu compañera y siempre me has molestado —le contesté mientras me estremecía por el asco, traté de apartarle la mano de mi muslo, pero se aferró con fuerza sin soltarme—. Déjame ir y no te volveré a molestar.

    —Eres un omega, ¿qué esperabas? ¿Crees que un Alfa aceptaría a un omega como compañero? ¿Crees que quiero hijos de tu índole? ¿Crees que quiero que mi descendencia se contamine con la tuya? —me preguntó con burla antes de seguir con sus caricias—. ¿Qué gano si te dejo ir? ¿Quién me satisfaría sino cuando la luna esté en su apogeo?

    Esta noche la luna estaba en su punto más alto. Siempre me ponía nerviosa por su culpa, hace dos años había intentado lo mismo y me había jurado que sería la última vez que dejaría que me sometieran de tal forma.

    —Ve con Amelia. Estoy segura de que ella estará más que dispuesta a complacerte —le dije, pero su respuesta fue pegar nuestras caderas y contuve las arcadas cuando sentí su erección contra mi estómago. La bilis me quemó la garganta, quería escapar, pero me agarró del muslo con tanta fuerza que sabía no sería posible.

    —Amy no puede ayudarme en una luna llena, solo es algo que tú puedes hacer y lo sabes —dijo, pasándome la nariz desde detrás de la oreja hasta el valle de mis senos. Me quedé tan rígida como una tabla ante su tacto.

    La luna no me afectaba de la misma manera que a él, no sabía qué era lo que causaba que se intensificaran sus sentidos, pero no sentía nada desde que habíamos roto el vínculo. Kiefer no parecía tener la misma suerte porque siempre se ponía en este humor cuando pasaba. Había pasado por primera vez hace dos años, que me había agarrado desprevenida y no me había soltado hasta que la luna se fue.

    Desde entonces, el miedo me paralizaba y no sabía si iba a buscarme de nuevo. Al día siguiente de me que hiciera eso, me había pasado horas en el baño tallándome la piel para quitarme su olor de encima. Me sentía sucia, pero también tenía que librarme de cualquier rastro de su presencia porque tenía una novia que me mataría si lo olía en mí. Le agarré de la mano cuando estaba a punto de quitarme un tirante del sostén.

    —No —le dije, negando con la cabeza, mientras sentía la misma sensación horrible en mi piel—. No quiero.

    —Esto nos aliviará a los dos, ¿por qué te resistes? —me dijo antes de fijarse en mis labios. No me aparté a tiempo y descendió con hambre sobre ellos, pero me quedé parada como estatua—. Te enseñé a cómo besarme de vuelta, ¿qué esta pasando? ¿Estás actuando así por tu loba? Algo se tenía que hacer con ese animal de todos modos, ahora, bésame.

    Volteé la cara hacia otro lado y me miró con frustración.

    —¿Acaso no quieres que se te pase el celo? —me preguntó enseñándome los colmillos—. No te estoy pidiendo demasiado.

    Volví a sacudir la cabeza, nunca me había creído cuando le decía que eso no me pasaba a mí. Seguramente había pensando que me retorcía en estas noches por su toque, pero la verdad era que nunca había sentido ninguna necesidad porque habíamos efectivamente roto nuestro vínculo.

    —No quiero —le dije antes de sacarle la mano—. Déjame en paz.

    —Bien —gruñó, alejándose de mí y agarrando mi camiseta—. ¡Igual esto no significa nada! Solo te advierto que nunca te dejaré irte de la manada.

    Chapter 3

    Mi sufrimiento había comenzado desde mi nacimiento. La gente del pueblo había designado ese día como desfavorable. Solamente tenía treinta y dos semanas cuando mi madre entró en trabajo de parto un viernes trece. Ese mismo día una tormenta cayó encima de la manada dejando atrás destrucción y dolor. Mi madre intentó pujar para que saliera durante todo el día, pero no tuvo éxito. Se estaban preparando para una cesárea, cuando finalmente dio a luz a la medianoche y ella dejó este mundo al mismo tiempo que lloraba por primera vez.

    Se consideró un mal augurio mi nacimiento al instante y no ayudó para nada que justo en ese momento la tormenta también se calmara. Había sido un mera coincidencia, pero no les importó a los de la manada. Me dijeron que había matado a mi madre y mi padre nunca pudo perdonarme por arrebatarle a su pareja. Siempre que podía me lo recordaba, decía que no debería haber tenido tantas ganas de vivir si al final había resultado ser una mera omega.

    Siempre fui pequeña para mi edad, mientras los otros niños se desarrollaban a un paso normal, yo me demoraba uno o dos años en alcanzarlos. No pude caminar hasta los tres años y tuve dificultades para hablar hasta los cinco. Mi sola existencia era una deshonra para mi padre pues nadie esperaba una hija tan rezagada proviniera de tan poderoso Beta.

    Siempre me miraba con enojo cada que estaba en su presencia. Recuerdo que una vez de niña, después de pasar semanas sin verlo porque estaba de viaje, corrí a abrazarlo ni bien lo vi de regreso. Se me llenaban los ojos de lágrimas cada vez que recordaba lo fuerte que me había empujado para que no lo tocara. Debido al odio de mi padre, los demás en la manada siguieron su ejemplo. Mi madre había muy querida por todos, así que desde pequeña había tenido que soportar sus insultos y señalamientos como la niña maldita.

    ¿Por qué habían sido tan desafortunadas las circunstancias de mi nacimiento? ¿Por qué había tenido que nacer si no valía la pena? Mis profesores, que habían sido colegas con mi madre, nunca me ofrecieron una sonrisa. Tenía que vivir con el conocimiento de que era una pérdida de espacio. Intenté demostrarles que tenía valor, pero nada fue suficiente, así que rápidamente le perdí el gusto y ahora no me importaba satisfacerlos. No nos necesitábamos, tenía que dejar este lugar antes de que Kiefer me pudiera detener.

    Me di cuenta de que tendría que dejar todo lo que había empacado para irme rápidamente sin levantar sospecha. Me apenaba dejar las pocas posesiones que había acumulado a lo largo de mi vida, pero prefería eso a quedarme. Rebusqué en mi bolso viejo el monedero que había guardado en en lo más profundo y me quedé perpleja cuando no lo encontré.

    —No —susurré mientras movía todo alrededor sin éxito y volteaba el bolso de adentro para afuera—, no puedo hacerme esto. Diosa, por favor, que no sea real.

    Se había llevado mi dinero.

    —No puede ser —dije, negándome a creerlo, mientras rebuscaba ahora entre las otras maletas. Comencé a sudar frío mientras movía todo. Busqué debajo de la cama, alrededor de las esquinas de la alfombra, mis bolsillos por quinta vez, mis zapatos. Revisé todos los lugares, pero no encontré nada. Lo maldije por lo bajo, pero estaba en un estado de negación absoluta, así que continué buscando hasta las tres de la mañana porque, en el fondo, no quería reconocer que había perdido todo el dinero.

    Me destrozó el alma admitir que todo el dinero que había reunido durante más de un año para salir de este infierno se lo había llevado ese bastardo.

    —¿Qué hago ahora? —me preguntó mientras caminaba de un lado a otro. No creía que me lo devolviera, pensé en pedírselo de vuelta, o quizás hacerle un escándalo en público, pero sabía que nada de eso funcionaría.

    Me dejé caer al suelo y un sollozo desgarrado escapó desde lo más profundo de mi ser. ¿Por qué seguía torturándome? Nunca le había hecho nada para ofenderlo, nunca lo había tratado mal y nunca había sido mi intención matar a mi madre. ¿Por qué tenía que ser el mundo tan cruel?

    —Tengo que irme como sea —me dije, no podía permitirme hundirme en un pozo de lástima, no solucionaría nada llorando. Kiefer tenía mi dinero y no me devolvería. ¿Realmente quería quedarme otro año mientras ahorraba de nuevo? Me había advertido que nunca me dejaría irme.

    Comencé a meter ropa a toda prisa en el bolso, no tenía sentido esperar, tenía que salir de esta manada a como dé lugar. No importaba si tenía dinero o no, lo más importante era que dejara esta horrible lugar y me mantuviera el mayor tiempo posible alejada de ellos para romper el vínculo con la manada. Mi plan era cruzar la frontera por el este en dirección a la manada Blood Pearl y de ahí seguir hasta llegar al asentamiento humano que estaba a unos kilómetros de ellos. No tenía dinero para ir en tren o avión, pero tenía una loba que me podía ayudar.

    Me puse la bolsa en el hombre y salí sigilosamente de la habitación. En media hora, se comenzarían con los preparativos para la sucesión de Kiefer, tenía que llegar a la frontera antes de que notaran mi ausencia. Sabía que el día sería tan ajetreado que posiblemente nadie más que Melinda lo notaría, pero estaba rezando para que realmente nadie se diera cuenta.

    Mi loba, Audrey, corrió lo más rápido que le permitieron sus patas. Saltamos por cada obstáculo que encontrábamos sin mirar atrás hasta que escuchamos un aullido desgarrar el aire. Audrey se distrajo y se tropezó. Nos detuvimos para escucharlo de nuevo.

    —¿Qué es eso? —le pregunté mientras paraba las orejas para escuchar el sonido de nuevo.

    —Un animal está herido, pareciera que fuera un lobo común —me respondió mientras se movía impacientemente de pata en pata. Teníamos que irnos, pero no podíamos ignorar el pedido de ayuda.

    —¿Podría ser Joyce? —le pregunté, pero negó con la cabeza. Ella hubiera reconocido su olor al instante, no solo porque tenía mejores sentidos, sino porque también solían corretear en mis tiempos libres.

    —No es ella, pero podemos ir a asegurarnos —me dijo con amabilidad. Audrey tenía un corazón tan grande que no le importaba ponerse

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