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LITERATURA DE LA VIOLENCIA POLTICA O

LA POLITICA DE VIOLENTAR LA LITERATURA?


1


Miguel ngel HUAMN
Universidad de San Marcos

Opinar sobre la publicacin de un libro en un medio editorial tan pobre como el nuestro
debe ser la crnica de un elogio anunciado. Ms an, cuando los que han impulsado la
aparicin de dicho texto son jvenes promotores de un nuevo sello, los mismos que han
logrado una excelente calidad grfica. Asimismo, debe estar asegurado el juicio favorable si
el evento donde se tiene que emitir dicho comentario est relacionado con un documento de
gran significacin para la sociedad y cultura del pas. Sin embargo, el crtico debe ser fiel a
su conciencia y tiene la responsabilidad de expresar, de manera clara y precisa, su
discrepancia. Este es el caso, y lo que a continuacin voy a compartir como reflexin
abierta no pretende negar la sinceridad del esfuerzo del autor, ni el profesionalismo de la
editorial y mucho menos la gran importancia del Informe de la Comisin de la Verdad y
Reconciliacin.

Mis comentarios giran en torno a la lectura de Toda la sangre. Antologa de cuentos
peruanos sobre la violencia poltica de Gustavo Favern Patriau (Lima: Matalamanga,
2006), texto que se inscribe dentro de un conjunto de otras antologas que, ltimamente,
buscan presentar una imagen de nuestra literatura a partir de ejes temticos como la
violencia poltica, la discriminacin, la sexualidad o la drogadiccin. Esta constatacin me
ha llevado a plantear el primer aspecto que la lectura del libro reseado me ha suscitado y
que se relaciona con el problema del colonialismo cultural.

Desde la invasin espaola a nuestro territorio en el siglo XVI se han impuesto visiones de
nuestra realidad sociocultural que refuerzan arquetipos de dominacin. Por un lado, nos ven
como el buen salvaje, lo que supone una cierta mirada condescendiente porque somos
dados a la diversin, a los placeres, propios de seres de una colectividad inmadura e
infantil. Por otro lado, nos califican, de acuerdo con la llamada leyenda negra, como
desalmados y agresivos, razas inferiores, seres torvos y falsos, proclives al engao, la
violencia y la corrupcin. Ambas lecturas refuerzan nuestra condicin de formaciones
sociales dependientes.

Esta situacin no ha desaparecido con la Independencia ni con el inicio del siglo XXI, sino
que se ha mantenido como poscolonialismo, cuyo rasgo bsico consiste en promover el
mismo tipo de mirada sobre nuestras sociedades, pero mediada por criterios de mercado.
Por ejemplo, la literatura peruana que ms vende es precisamente la narrativa de la
subjetividad que recrea las experiencias en drogas y sexo de los sectores juveniles
marginales o acomodados indolentes. Tambin, complementariamente, aquellos relatos que
presentan los actos de violencia terrorista y de violaciones de derechos humanos, cuya
persistencia se presenta como rasgo de atraso y decadencia.


1
Publicado en la Revista Ajos & Zafiros, Lima, N 8-9, 2007.
Por ello, con respecto al primer rubro que se promueve, no debe sorprendernos que resalten
como denominador comn entre los ttulos ms vendidos de nuestra narrativa ltima dos
aspectos: la sexualidad intimista de la narrativa del yo y la ficcionalizacin de la violencia
poltica. En el primer caso, el espectro de la influencia va desde escritores cuajados como
Mario Vargas Llosa (Travesuras de la nia mala, 2006) o Fernando Ampuero (Mujeres
difciles, hombres benditos, 2005; Puta linda, 2006), hasta ms recientes como Max
Palacios (Amores bizarros, 2003), Beto Ortiz (Maldita ternura, 2004), Rafael Moreno
Casarrubios (E/ diario de Susy Scott, 2005), escaparate donde indudablemente las estrellas
son Jaime Bayly y Alfredo Bryce.

En el segundo rubro, tenemos tratamientos de los sucesos del periodo de la violencia
terrorista (1980-2000) incorporados como parte del conflicto narrativo del mundo
representado, expresados desde una modalidad diegtica orientada al lector o mimtica
orientada hacia el referente. Los relatos de esta tendencia se manifiestan en todas las
variantes de nuestra tradicin. As, han optado por esta veta escritores postmodernos como
Alonso Gueto (La hora azul, 2005) y Santiago Roncagliolo (Abril rojo, 2006); indigenistas
como Flix Huamn Cabrera (Candela quema luceros, 2003) y Enrique Rosas Paravicino
(Ciudad apocalptica, 1998), y modernistas como Dante Castro Arrasco (Cuando hablan
los muertos, 1998) y Luis Nieto Degregori (Seores destos reynos, 1994).

Las imgenes de la literatura peruana que refuerzan ambos rubros y que responden a una
visin poscolonial son promovidas por la crtica de acuerdo con sus propuestas ideolgicas.
As, dentro de la segunda ptica descrita, existe una lectura que ha puesto de relieve el
vnculo entre literatura y violencia poltica con la intencin de conseguir notoriedad. Han
surgido antologas y estudios que enfatizan la existencia de un supuesto gran corpus en la
narrativa nacional que transitara por el tratamiento de las acciones terroristas, cuya
presencia sera el rasgo distintivo de la novela andina. Esta estrategia involucra a estudiosos
nacionales como Jorge Flrez-ybar (Literatura y violencia en Los Andes, 2004), as como
a acadmicos extranjeros como Mark R. Cox (Pachaticray. El mundo al revs. Testimonios
y ensayos sobre la violencia poltica y la cultura peruana desde 1980, 2004 y El cuento
peruano en los aos de violencia, 2000).

Toda la sangre. Antologa de cuentos peruanos sobre la violencia poltica (2006) de
Gustavo Favern Patriau se inscribe dentro de esta tendencia. Aunque, es necesario precisar
que en el estudio introductorio expone argumentos ms coherentes y consistentes que
anteriores propuestas para justificar su eleccin. Asimismo, la inclusin del texto
Violencia y ficcin: mirar a contraluz de Flix Retegui Carrillo aparece como muy
atinada porque propone al final de la lectura una intencin crtica que hubiramos querido
encontrar en el ensayo inicial del antologador. En el libro, el problema radica en el empleo
del trmino poltica y sus implicancias, punto que me permite formular el segundo
aspecto de mi reflexin: cul es el sentido que adquiere dicha palabra en la obra y en qu
medida su uso contribuye a la comprensin de nuestra literatura?

En el estudio que antecede a los textos de la antologa, Favern, sin establecer exactamente
qu significa para su trabajo el trmino poltica, relaciona permanentemente la
produccin literaria con los acontecimientos de la llamada guerra popular o interna, que el
grupo terrorista Sendero Luminoso iniciara en 1980, y que, en complicidad con el
terrorismo del Estado, desatara un bao de sangre en el Per durante dos dcadas. En el
inicio del trabajo, el autor formula una idea de justificacin: La necesaria recaptura de la
sensacin de que nuestra historia ha salido del hoyo negro de la guerra es una de las tareas
que la literatura ha tomado para s, como tom antes la labor de dar cuenta de la guerra
misma (9). Es decir, la palabra poltica se usa en sentido referencial para aludir a los
sucesos o acciones violentas del perodo 1980-2000. Ello pertenece -segn el crtico- a las
funciones que debe cumplir la literatura. Esta prioridad dada a estos hechos violentos para
atribuirles exclusivamente una condicin poltica nos plantea un conjunto de dudas y
discrepancias. Evidentemente, la antologa ha excluido un vasto conjunto de sucesos que,
sin estar orientados hacia la toma violenta del poder o su conservacin, tienen
innegablemente una raigambre poltica que tambin forman parte de la historia de nuestra
nacin.

Maltratos y violaciones a miles de mujeres, explotacin laboral de nios y adolescentes,
desamparo y represin contra adictos o enfermos, castigo y abuso de estudiantes,
discriminacin y exclusin de minoras tnicas son ejemplos de violencia cuya naturaleza
es esencialmente poltica. Por qu, si la literatura tiene la tarea de dar cuenta de la
violencia poltica, tendra que excluir o ignorar estas manifestaciones? Evidentemente, la
literatura como escritura o prctica comunicativa sociocultural no excluye nada. Pero
tampoco abarca todo, como explicaremos ms adelante.

Segn parece, la idea ha sido ofrecer esa seleccin porque el pblico se interesa en esa
temtica, sin importar que algn joven vaya a creer que basta abordar esos sucesos para
lograr destacar como escritor o que muchos fundamentalistas se sientan gratificados por la
reafirmacin de sus postulados que proclaman que la literatura debe expresar la lucha de
clases. Evidentemente, cualquier segmentacin o seleccin responde a opciones del crtico
y estas, ms all de su intencin consciente, pueden resultar funcionales o disfuncionales a
las necesidades del mercado. Tengo la impresin de que, en este caso, ha primado ms el
criterio de ventas.

En este punto, conviene recordar a un autor que Favern ha ledo y cita profusamente:
Edward Said. Este alerta sobre el peligro de validar la ideologa dominante al ejercer la
crtica, pues entiende que, al proceder de ese modo se aparta de su funcin frente a la
cultura dominante y deja al pblico abandonado: en manos de las fuerzas del libre
mercado, las corporaciones multinacionales y las manipulaciones de los apetitos del
consumidor (Said 2004: 13).

Otro aspecto para resaltar es el que Favern recurra constantemente a ensayos de ciencias
sociales para ilustrar su punto de vista. Con ello refrenda, tal vez sin proponrselo, dos
tpicos errores de los cientficos sociales cuando enfrentan la literatura: la falacia referencial
y el determinismo positivista. Expliquemos brevemente ambas lecturas empobrecedoras
frente al fenmeno esttico-literario.

Tomar el discurso literario como un documento que refleja directamente la realidad, y la
prctica de creacin verbal como un uso referencial que brinda informacin directa de los
fenmenos sociales son concepciones que empobrecen radicalmente el fenmeno esttico-
literario. La literatura no existe en funcin de reflejar la realidad; es decir, no se trata de ver
cmo la sociedad establece los contenidos del discurso literario, sino de cmo esta propone
significados que permitan, por la va de la imaginacin, descubrir nuevos sentidos de la
experiencia social.

Dicha dimensin esttica est mediada por el lenguaje y se corresponde con un uso
simblico del mismo, que posibilita la diversidad de sentidos que una obra literaria puede
desencadenar. El error recurrente de muchos investigadores surge cuando pretenden otorgar
a la produccin literaria un valor en base a la coincidencia de sus mensajes con el sistema
de interpretacin que manejan. La literatura como creacin verbal siempre cuestiona
cualquier reduccionismo ideolgico y niega toda explicacin racional o determinista. Ese
afn corresponde a los estudios literarios o la llamada crtica, cuya vocacin comprensiva
postula condiciones regulares para su manifestacin.

En ese sentido no hay una literatura peruana de la violencia poltica, sino una lectura crtica
que la inventa como totalidad referencial. Unidad propugnada que defiende un sentido
general en la escritura literaria que trascienda su fragmentacin y dispersin en miles de
casos personales e individuales. La paradoja de esa conversin radica en que en lugar de
postular en esa produccin la existencia de una comunidad imaginada que llamamos pas, la
conciencia crtica, por claudicar ante el fetichismo de la mercanca, enfatiza la necesidad de
dicha plenitud, solo para constatar su inevitable carencia. Con ello cierra el paso y oculta la
posibilidad de que la escritura literaria, incluso la que aborda la violencia, ofrezca
significados abarcadores que permitan imaginariamente superar las contradicciones de la
experiencia colectiva; es decir, construir efectivamente el espacio simblico de una
comunidad imaginada que restae las heridas.

Leda as, la produccin discursiva de la escritura literaria de las ltimas dcadas puede
verse como una bsqueda de negacin de la violencia y de afirmacin de una cultura
integradora que supone una respuesta crtica a los intentos de fomentar una narrativa
oficial de la violencia poltica. A nuestro juicio, hay autores, incluso algunos de los
recopilados en el libro, que pertenecen a una literatura andina que puede estudiarse como
parte de una respuesta simblica y cultural frente a violencia y, por lo tanto, como parte de
la cura o superacin de la misma. Funcin, esta, de la literatura, que debera enfatizarse en
lugar de conceder en el tratamiento sensacionalista y en la bsqueda de gneros ms
comerciales.

Asimismo, la relacin entre procesos sociales y produccin literaria que estas falacias
promueven est definida por un determinismo, segn el cual la literatura expresa o refleja
todos los sucesos sociales de una colectividad. Al asumir la literatura como un documento
que ofrece informacin sobre los conflictos y luchas de la sociedad se reduce
equivocadamente su naturaleza a su contenido o mensaje explcito y se parte de la idea de
que la serie literaria posee la misma densidad y dimensin que lo social. Perspectiva que la
produccin discursiva literaria niega en su configuracin y registro, porque no solo son
algunos acontecimientos los que asume, sino que su expresin, ms que ser inmediata o
automtica, est mediada por la forma.

Precisamente, por lo sealado, detectamos un problema en el corpus escogido. No hay
perfecta coincidencia entre los sucesos o acontecimientos sociopolticos y la escritura
literaria. A pesar del afn de cierta crtica de establecer una correspondencia directa entre
ambas series, se hace evidente que la prctica esttico-literaria imagina secuencia y sucesos
cuya trascendencia radica precisamente en no coincidir con lo acontecido. Por ello, la
simtrica relacin cronolgica entre procesos sociales y prcticas literarias de la antologa
aparece forzada e incluso proftica pues resulta que atendiendo a los relatos seleccionados,
que van desde 1974 al presente, desde antes del surgimiento de Sendero, la escritura
literaria ya lo haba registrado.

Por otro lado, el estudio de Gustavo Favern tiene como ttulo El principio de afiliacin
y utiliza un concepto propuesto por Edward Said. Nuestra impresin es que ha hecho una
lectura apresurada de las propuestas de este crtico y, en tal sentido, el trabajo nos permite
establecer algunas precisiones que sirvan para esclarecer la contribucin del destacado
escritor y la pertinencia de sus propuestas para el tema que estamos tratando.

Al respecto, Favern sostiene lo siguiente: Las ficciones de los aos de la violencia
poltica en el Per abundan en la nocin de una filiacin natural problemtica, cuando no
imposible; pero, en un giro que las distancia de Said, aqu la afiliacin resulta, casi siempre,
no la alternativa, sino la causa de la destruccin de las filiaciones naturales (16). Qu
significa filiacin natural problemtica, cuando no imposible? Por qu afirmar que la
afiliacin que causa la destruccin de las filiaciones naturales constituye un giro que se
aleja de Said? Tal vez, en el primer caso, no se ha entendido correctamente qu es una
filiacin y, en el segundo, se ha obviado que Said seala exactamente que las afiliaciones
tienden a reemplazar a las filiaciones. Abordemos, pues, los planteamientos desarrollados
por el crtico para aclarar estas y otras preguntas.

Qu entiende Said por filiacin y afiliacin? En el ensayo Crtica secular, Edward Said
reflexiona sobre el crtico literario como intelectual y su relacin con la sociedad.
Considera que la literatura y las humanidades que se dan en el seno de una formacin social
sirven para validar o legitimar una cultura. El proceso de diferenciacin de la prctica
comprensiva, su fragmentacin en cuatro formas especializadas de crtica (prctica,
acadmica, interpretativa y terica), tiene como objetivo alejar la reflexin de los
problemas polticos serios de la colectividad y servir a la autoridad o el poder. A la
sofisticacin, elitizacin y erudicin promovidas como rasgos de la profesin opone una
idea del humanista como conciencia crtica que no guarda silencio ante la dominacin ni
escinde las virtudes esttico-literarias del placer del texto, su radical capacidad de
cuestionamiento de la alienacin.

La teora literaria tuvo un carcter revolucionario como actividad cuando enfrent al
determinismo y el positivismo. Al convertir el texto en nico objeto de su inters, se alej
del compromiso con la historia y enarbol el principio de no interferencia. As, el crtico
literario se apart del pblico y del ciudadano cotidiano, a los que abandon: en manos de
las fuerzas del libre mercado, las corporaciones multinacionales y las manipulaciones de los
apetitos del consumidor (15). En ese sentido, el estudioso de la literatura que busc con
las categoras tericas ampliar su capacidad cuestionadora se encerr en sus modelos,
enajenndose de aquello que haba producido. La afiliacin a este proceso de reificacin es
denunciada por Said. Este sostiene que la conciencia crtica solo se puede ejercer al margen
y ms all del consenso que gobierna la literatura bajo las cuatro formas aceptadas
mencionadas anteriormente. Su funcin es situarse entre la cultura dominante y las formas
globales resultantes de los sistemas criticas (16).

Para Said la cooperacin entre filiacin y afiliacin (...) se encuentra en el ncleo de la
conciencia crtica (30). Esto significa que como integrante de la interaccin social, el
crtico no puede excluirse del proceso de desarrollo de una hegemona, debe estar atento a
la manifestacin de dificultades y, finalmente, de imposibilidades para la filiacin porque
ello impulsa a la afiliacin, es decir, a la asuncin de formas propias de la dominacin
cultural.

El proceso de desarrollo de una colectividad implica una dialctica entre la naturaleza y la
cultura; es decir, entre el cambio y la continuidad. La sociedad, con el transcurrir del
tiempo, se renueva en su ser material (biolgico, econmico y geogrfico), pero su ser
mental (normas, valores, sentidos) tiende a la continuidad. De modo que la tarea de adecuar
o transitar hacia otras formas de conciencia se manifiesta con urgencia en forma recurrente.
Esta dinmica es descrita en trminos de paso de la filiacin a la afiliacin: El esquema
filiativo pertenece a los dominios de la naturaleza y de la vida, mientras que la afiliacin
pertenece exclusivamente a la cultura y la sociedad (Said 2004: 34).

Desde esta perspectiva, la historia de la cultura moderna puede verse como un proceso
donde las relaciones de filiacin y afiliacin son abundantes y Said, para evidenciarlas,
revisa la produccin literaria occidental. Entiende que a fines del siglo XIX y comienzos
del XX se produce un cambio en la sociedad y la cultura, que obras como Tierra balda,
Ulises, Muerte en Venecia y otras expresaran la crisis de la filiacin. Como apunta Said:
Parejas sin hijos, nios hurfanos, nacimientos abortados y hombres y mujeres
incorregiblemente clibes pueblan con asombrosa insistencia el mundo del modernismo
refinado, todos los cuales dan a entender las dificultades de la filiacin (31). Pero ello
conduce al surgimiento de nuevas afiliaciones: La nica alternativa diferente parecan
ofrecerla las instituciones, asociaciones y comunidades cuya existencia social no estuviera
garantizada de hecho por la biologa, sino por la afiliacin (31).

Es decir, se trata del trnsito hacia una nueva etapa del desarrollo capitalista y la
repercusin en el plano cultural de la modernizacin. A nuestro juicio, en esto radica el
error en la lectura de Favern: el trasladar mecnicamente la apreciacin de Said para
intentar aplicarla a la lectura de las obras que abordan el conflicto armado peruano:

Las fuerzas enfrentadas en la guerra fueron prontamente percibidas como elementos
desarticuladores de la filiacin natural portadoras del mensaje del fin de la historia, nada
podan engendrar que no fuera destruccin, y su presencia invasiva en pueblos y hogares
era la disrupcin de toda normalidad gentica (sic). El senderista -ese monje laco cuya
mente funcionaba de acuerdo a principios desconocidos, segn leemos en Plido cielo-
era la encarnacin de un movimiento ajeno a las formas tradicionales de filiacin natural y
afiliacin comunitaria. En Una vida completamente ordinaria, de Gutirrez, se establece
de modo meridiano la escisin ltima: si para el senderista el enemigo es degenerado, para
el enemigo los senderistas son an ms temibles por pensarse seres puros que se erigen en
tu consciencia. El luchador militante existe fuera de la dinmica de las filiaciones, carece de
sexo: ngel del fin de los tiempos, es ajeno a la reproduccin. Dice el clandestino maosta
del relato de Gutirrez: 'en cuanto a las mujeres, siempre me ha bastado conmigo mismo.
Para todo. Entendido? Para todo'. La afiliacin senderista implica necesariamente la
clausura de la filiacin natural (2006: 17).

El fragmento es ilustrativo sobre varios aspectos: en primer lugar, se ha reducido la idea de
afiliacin hasta convertirla en sinnimo de ideologa (con lo que se enfatiza su rasgo de
conciencia falsa); en segundo lugar, se obvia la dimensin social del trmino (la prioridad
en el individualismo es una afiliacin opuesta a la filiacin comunitaria); en tercer lugar, la
idea de filiacin que implica una dialctica entre naturaleza y vida se ha convertido en un
determinismo gentico (acaso los indios estn afincados a la tierra porque sus
cromosomas lo establecen?); en cuarto lugar, la adscripciones anteriores terminan por
eliminar la pluralidad de respuestas socioculturales del mundo andino ante la violencia
(seores e indios, comuneros o campesinos, mistis y estudiantes, respondieron ante
la violencia terrorista de forma diferente); y en quinto lugar, la lectura simblica del
discurso literario se ha convertido en la unvoca constatacin referencial (por ello, una
relato de 1974 que aborda la ideologa izquierdista se convierte en senderista antes de que
aparezca Sendero Luminoso).

Una lectura de este tipo propicia la confusin y desarma ideolgicamente porque induce a
suponer que cualquier crisis de filiacin individual (por ejemplo, el rechazo del joven a la
familia o al uso de medicinas), implicara necesariamente el surgimiento de una afiliacin
social emergente e innovadora (por ejemplo, la adhesin de algn joven a grupos radicales
ecolgicos, fanticos religiosos o terroristas). Muchas crisis de filiacin son truncas y no
confluyen hacia nuevas relaciones sociales e institucionales que renueven la sociedad.
Cuando se trata del terrorismo y de la violencia del Estado no se trata de un cambio de
poca, ni de un proceso al que se adscribe toda la colectividad, sino individuos o grupos
marginales. Otro problema es saber por qu llegan, como en el fascismo, a incidir en la vida
de una sociedad o nacin, pero las respuestas a ese asunto son materia de las ciencias
sociales y polticas, no de la literatura.

Muchos conceptos hermenuticos que lcidas mentalidades crticas acuan para una
comprensin ms adecuada de la produccin literaria en dilogo con la cultura no pueden
trasladarse directamente a la explicacin de los procesos sociopolticos sin el riesgo de caer
en el determinismo o, peor an, en una fcil concesin al consumismo. Por ejemplo,
Northrop Frye en El camino crtico (1986) sostiene que la crtica no es una subdivisin de
la literatura, sino una teora que forma parte de dos campos: la esttica y la mitologa. De
ah que proponga la existencia del mito de la incumbencia y el mito de la libertad, en cuya
dialctica se instaura el hombre, atrapado entre la naturaleza y la civilizacin. Sin embargo,
extraer esos dos trminos para intentar explicar mecnicamente algunas obras puede
significar una grave tergiversacin a la propuesta inicial y, en lugar de contribuir a la
comprensin de una produccin discursiva, termina por inducir a errores de interpretacin.
Por ello, cuando se trata de un tema tan lgido, conviene asimilar la propuesta integral de
un autor, antes de aplicar o utilizar algunos de sus conceptos o aportes.

Para concluir esta exposicin conviene recordar, tal vez, lo que dice el propio Said:

Qu significa tener conciencia crtica si, como he estado tratando de sugerir, la situacin
del intelectual es mundana y sin embargo, en virtud de la misma mundaneidad, la identidad
social del intelectual debe llevar consigo algo ms que el fortalecimiento de aquellos
aspectos de la cultura que requieren de sus miembros mera afirmacin y sumisin
ortodoxa? (...) Este libro en su conjunto es un intento de responder a esta pregunta. Mi
punto de vista, una vez ms, es que la conciencia crtica contempornea est situada entre
las tentaciones que representan dos formidables fuerzas interrelacionadas que atraen la
atencin crtica. Una es la cultura a la que los crticos estn ligados por filiacin
(nacimiento, nacionalidad, profesin); la otra es un mtodo o sistema adquirido por va
afiliativa (por conviccin social y poltica, por las circunstancias econmicas e histricas o
por esfuerzo voluntario o reflexin deliberada) (40-41).

Finalmente, debo reiterar mi apreciacin inicial. La intencin de esta lectura crtica ha sido
la de propiciar el dilogo y la reflexin sobre nuestra formacin discursiva. En ese sentido,
celebro la publicacin de libros como Toda la sangre. Antologa de cuentos peruanos sobre
la violencia poltica de Gustavo. Favern Patriau porque nos permiten discutir en torno a la
literatura peruana y su repercusin sociocultural. Emitir juicios discrepantes no me impide
reconocer el sincero esfuerzo del antologador y el profesionalismo de la editorial. Como he
sealado en mltiples ocasiones, debato ideas, no personas; aunque, en un medio proclive a
la confrontacin y carente de una tradicin de dilogo, el ser fiel a nuestra conciencia
crtica implica el riesgo de la incomprensin o la tergiversacin.


BIBLIOGRAFA

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