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Andersen, Hans Christian - Cuentos Clasicos I
Andersen, Hans Christian - Cuentos Clasicos I
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acab de lavar la ropa, bastante mal por cierto, pero hay que aceptar la
buena voluntad y, sin escurrirla, la guard en el cesto.
Al anochecer se hallaba nuevamente a la cabecera de la enferma. En la
cocina de la alcalda le haban dado unas patatas asadas y una buena lonja de
jamn, con lo que cenaron opparamente el nio y la coja; la enferma se dio por
satisfecha con el olor, y lo encontr muy nutritivo.
Acostse el nio en la misma cama de su madre, atravesado en los pies y
abrigado con una vieja alfombra toda zurcida y remendada con tiras rojas y
azules.
La lavandera se encontraba un tanto mejorada; la cerveza caliente la haba
fortalecido, y el olor de la sabrosa cena le haba hecho bien.
Gracias, buen alma! dijo a la coja . Te lo contar todo cuando el
pequeo duerma. Creo que est ya dormido. Qu hermoso y dulce est con los
ojos cerrados! No sabe lo que sufre su madre. Quiera Dios Nuestro Seor que
no haya de pasar nunca por estos trances! Cuando yo serva en casa del padre
del alcalde, que era Consejero, regres el ms joven de los hijos, que entonces
era estudiante. Yo era joven, alborotada y fogosa pero honrada, eso s que
puedo afirmarlo ante Dios dijo la lavandera . El mozo era alegre y
animado, y muy bien parecido. Hasta la ltima gota de su sangre era honesta y
buena. Jams dio la tierra un hombre mejor. Era hijo de la casa, y yo slo una
criada, pero nos prometimos fidelidad, siempre dentro de la honradez. Un beso
no es pecado cuando dos se quieren de verdad. l lo confes a su madre; para
l representaba a Dios en la Tierra, y la seora era tan inteligente, tan tierna y
amorosa. Antes de marcharse me puso en el dedo su anillo de oro. Cuando
hubo partido, la seora me llam a su cuarto. Me habl con seriedad, y no
obstante con dulzura, como slo el bondadoso Dios hubiera podido hacerlo, y
me hizo ver la distancia que mediaba entre su hijo y yo, en inteligencia y
educacin. Ahora l slo ve lo bonita que eres, pero la hermosura se
desvanece. T no has sido educada como l; no sois iguales en la inteligencia, y
ah est el obstculo. Yo respeto a los pobres prosigui ; ante Dios muchos
de ellos ocuparn un lugar superior al de los ricos, pero aqu en la Tierra no
hay que desviarse del camino, si se quiere avanzar; de otro modo, volcar el
coche, y los dos seris vctimas de vuestro desatino. S que un buen hombre,
un artesano, se interesa por ti; es el guantero Erich. Es viudo, no tiene hijos y
se gana bien la vida. Piensa bien en esto. Cada una de sus palabras fue para
m una cuchillada en el corazn, pero la seora estaba en lo cierto, y esto me
oblig a ceder. Le bes la mano llorando amargas lgrimas, y llor an mucho
ms cuando, encerrndome en mi cuarto, me ech sobre la cama. Fue una
noche dolorosa; slo Dios sabe lo que sufr y luch. Al siguiente domingo acud
a la Sagrada Misa a pedir a Dios paz y luz para mi corazn. Y como si l lo
hubiera dispuesto, al salir de la iglesia me encontr con Erich, el guantero. Yo
no dudaba ya; ramos de la misma clase y condicin, y l gozaba incluso de
una posicin desahogada. Por eso fui a su encuentro y cogindole la mano, le
dije: Piensas todava en m?. S, y mis pensamientos sern siempre para ti
sola, me respondi. Ests dispuesto a casarte con una muchacha que te
estima y respeta, aunque no te ame? Pero quizs el amor venga ms tarde.
Vendr!, dijo l, y nos dimos las manos. Me volv yo a la casa de mi seora;
llevaba pendiente del cuello, sobre el corazn, el anillo de oro que me haba
dado su hijo; de da no poda ponrmelo en el dedo, pero lo hice a la noche al
acostarme, besndolo tan fuertemente que la sangre me sali de los labios.
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Qu hermosa!
El escultor Alfredo seguramente lo conoces, pues todos lo conocemos
gan la medalla de oro, hizo un viaje a Italia y regres luego a su patria.
Entonces era joven, y, aunque lo es todava, siempre tiene unos aos ms que
en aquella poca.
A su regreso fue a visitar una pequea ciudad de Zelanda. Toda la poblacin
saba quin era el forastero. Una familia acaudalada dio una fiesta en su
honor, a la que fueron invitadas todas las personas que representaban o
posean algo en la localidad. Fue un acontecimiento, que no hubo necesidad de
pregonar con bombo y platillos. Oficiales artesanos e hijos de familias
humildes, algunos con sus padres, contemplaron desde la calle las iluminadas
cortinas; el vigilante pudo imaginar que haba all tertulia, a juzgar por el
gento congregado en la calle. El aire ola a fiesta, y en el interior de la casa
reinaba el regocijo, pues en ella estaba don Alfredo, el escultor.
Habl, cont, y todos los presentes lo escucharon con gusto y con uncin,
principalmente la viuda de un funcionario, ya de cierta edad. Vena a ser como
un papel secante nuevecito para todas las palabras de don Alfredo: chupaba
enseguida lo que l deca, y peda ms; era enormemente impresionable e
increblemente ignorante: un Kaspar Hauser femenino.
Supongo que visitara Roma dijo . Debe ser una ciudad esplndida, con
tanto extranjero como all acude. Descrbanos Roma! Qu impresin produce
cuando se llega a ella?
Es muy fcil describirla dijo el joven escultor . Hay una gran plaza,
con un obelisco en el centro, un obelisco que tiene cuatro mil aos.
Un organista! exclam la mujer, pues no haba odo nunca aquella
palabra. Algunos estuvieron a punto de soltar la carcajada, y tambin el
escultor, pero la sonrisa que apuntaba se transform en ensimismamiento, al
ver junto a la seora un par de grandes ojos azules: era la hija de la dama que
acababa de hablar, y cuando se tiene una hija como aqulla, no cabe ser tonto.
La madre era una fuente inagotable de preguntas, y de esta fuente la hija era la
hermosa nyade. Qu preciosa! Para un escultor resultaba un objeto digno de
admiracin, aunque poco apropiado para entablar un coloquio; la verdad es
que hablaba poco o nada.
Tiene una gran familia el Papa? pregunt la seora. El joven interpret
la pregunta del mejor modo posible, y contest:
No, no es de una gran familia.
No es eso lo que quiero decir repuso la seora . Me refiero a si tiene
muchos hijos.
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Algo
Quiero ser algo! deca el mayor de cinco hermanos. Quiero servir de
algo en este mundo. Si ocupo un puesto, por modesto que sea, que sirva a mis
semejantes, ser algo. Los hombres necesitan ladrillos. Pues bien, si yo los
fabrico, har algo real y positivo.
S, pero eso es muy poca cosa replic el segundo hermano. Tu
ambicin es muy humilde: es trabajo de pen, que una mquina puede hacer.
No, ms vale ser albail. Eso s es algo, y yo quiero serlo. Es un verdadero
oficio. Quien lo profesa es admitido en el gremio y se convierte en ciudadano,
con su bandera propia y su casa gremial. Si todo marcha bien, podr tener
oficiales, me llamarn maestro, y mi mujer ser la seora patrona. A eso llamo
yo ser algo.
Tonteras! intervino el tercero. Ser albail no es nada. Quedars
excluido de los estamentos superiores, y en una ciudad hay muchos que estn
por encima del maestro artesano. Aunque seas un hombre de bien, tu
condicin de maestro no te librar de ser lo que llaman un patn . No, yo s
algo mejor. Ser arquitecto, seguir por la senda del Arte, del pensamiento,
subir hasta el nivel ms alto en el reino de la inteligencia. Habr de empezar
desde abajo, s; te lo digo sin rodeos: comenzar de aprendiz. Llevar gorra,
aunque estoy acostumbrado a tocarme con sombrero de seda. Ir a comprar
aguardiente y cerveza para los oficiales, y ellos me tutearn, lo cual no me
agrada, pero imaginar que no es sino una comedia, libertades propias del
Carnaval. Maana, es decir, cuando sea oficial, emprender mi propio camino,
sin preocuparme de los dems. Ir a la academia a aprender dibujo, y ser
arquitecto. Esto s es algo. Y mucho!. Acaso me llamen seora, y excelencia, y
me pongan, adems, algn ttulo delante y detrs, y venga edificar, como otros
hicieron antes que yo. Y entretanto ir construyendo mi fortuna. Ese algo vale
la pena!
Pues eso que t dices que es algo, se me antoja muy poca cosa, y hasta te
dir que nada dijo el cuarto. No quiero tomar caminos trillados. No quiero
ser un copista. Mi ambicin es ser un genio, mayor que todos vosotros juntos.
Crear un estilo nuevo, levantar el plano de los edificios segn el clima y los
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Y si a mi tierra regresara un da
atrado por el amor que all dej,
alrgame la mano, patria ma,
y t, casita que ma te llam.
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y ms casas, una junto a otra, hasta formar toda una calle. Terminada sta,
que era muy bonita y realzaba el aspecto de la ciudad, las casas edificaron
para l una casita, de su propiedad. Cmo pueden construir las casas?
Pregntaselo a ellas. Si no te responden, lo har la gente en su lugar, diciendo:
S, es verdad, la calle le ha construido una casa . Era pequea y de
pavimento de arcilla, pero bailando sobre l con su novia se volvi liso y
brillante; y de
cada piedra de la pared brot una flor, con lo que las paredes parecan
cubiertas de preciosos tapices. Fue una linda casa y una pareja feliz. La
bandera del gremio ondeaba en la fachada, y los oficiales y aprendices gritaban
Hurra por nuestro maestro! . S, seor, aqul lleg a ser algo. Y muri siendo
algo.
Vino luego el arquitecto, el tercero de los hermanos, que haba empezado de
aprendiz, llevando gorra y haciendo de mandadero, pero ms tarde haba
ascendido a arquitecto, tras los estudios en la Academia, y fue honrado con los
ttulos de Seora y Excelencia. Y si las casas de la calle haban edificado una
para el hermano albail, a la calle le dieron el nombre del arquitecto, y la mejor
casa de ella fue suya. Lleg a ser algo, sin duda alguna, con un largo ttulo
delante y otro detrs. Sus hijos pasaban por ser de familia distinguida, y
cuando muri, su viuda fue una viuda de alto copete... y esto es algo. Y su
nombre qued en el extremo de la calle y como nombre de calle sigui viviendo
en labios de todos. Esto tambin es algo, s seor.
Sigui despus el genio, el cuarto de los hermanos, el que pretenda idear
algo nuevo, aparte del camino trillado, y realzar los edificios con un piso ms,
que deba inmortalizarle. Pero se cay de este piso y se rompi el cuello. Eso s,
le hicieron un entierro solemnsimo, con las banderas de los gremios, msica,
flores en la calle y elogios en el peridico; en su honor se pronunciaron tres
panegricos, cada uno ms largo que el anterior, lo cual le habra satisfecho en
extremo, pues le gustaba mucho que hablaran de l. Sobre su tumba erigieron
un monumento, de un solo piso, es verdad, pero esto es algo.
El tercero haba muerto, pues, como sus tres hermanos mayores. Pero el
ltimo, el razonador, sobrevivi a todos, y en esto estuvo en su papel, pues as
pudo decir la ltima palabra, que es lo que a l le interesaba. Como deca la
gente, era la cabeza clara de la familia. Pero le lleg tambin su hora, se muri
y se present a la puerta del cielo, por la cual se entra siempre de dos en dos. Y
he aqu que l iba de pareja con otra alma que deseaba entrar a su vez, y
result ser la pobre vieja Margarita, la de la casa del malecn.
De seguro que ser para realzar el contraste por lo que me han puesto de
pareja con esta pobre alma dijo el razonador . Quien sois, abuelita?
Queris entrar tambin? le pregunt.
Inclinse la vieja lo mejor que pudo, pensando que el que le hablaba era San
Pedro en persona.
Soy una pobre mujer sencilla, sin familia, la vieja Margarita de la casita
del malecn.
Ya, y qu es lo que hicisteis all abajo?
Bien poca cosa, en realidad. Nada que pueda valerme la entrada aqu.
Ser una gracia muy grande de Nuestro Seor, si me admiten en el Paraso.
Y cmo fue que os marchasteis del mundo? sigui preguntando l, slo
por decir algo, pues al hombre le aburra la espera.
La verdad es que no lo s. El ltimo ao lo pas enferma y pobre. Un da
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hecho, siendo obra de tus manos, pero algo valdra la buena voluntad. Por
desgracia, no puedes volverte, y nada puedo hacer por ti.
Entonces, aquella pobre alma, la mujer de la casita del malecn, intercedi
por l:
Su hermano me regal todos los ladrillos y trozos con los que pude
levantar mi humilde casa. Fue un gran favor que me hizo. No serviran todos
aquellos trozos como un ladrillo para l? Es una gracia que pido. La necesita
tanto, y puesto que estamos en el reino de la gracia...
Tu hermano, a quien t creas el de ms cortos alcances dijo el ngel
aqul cuya honrada labor te pareca la ms baja, te da su bolo celestial. No
sers expulsado. Se te permitir permanecer ah fuera reflexionando y
reparando tu vida terrenal; pero no entrars mientras no hayas hecho una
buena accin.
Yo lo habra sabido decir mejor pens el pedante, pero no lo dijo en voz
alta, y esto ya es algo.
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acechaban por ah dragones y vestigios. Contaba de una manera tan viva, que
a los oyentes se les ofuscaba la vista, y el suelo pareca negro de sangre
humana; horrible de ver y de or y, sin embargo, tan agradable!, pues haca
tanto tiempo que haba sucedido...
Y si no volviera a llamar! exclamaba el hombre, clavando la mirada en
la puerta con tanta insistencia, que crea ver manchas negras en el aire y en el
suelo. No saba si era sangre o un crespn de luto por los terribles y lgubres
das vividos.
Un da en que estaba cavilando, ocurrisele la idea de que tal vez el cuento
se hubiese escondido, como la princesa de aquellos antiguos cuentos, y quera
que lo buscasen. Si lo encontraban, brillara con nueva luz, ms hermosa que
antes.
Quin sabe, a lo mejor se ha ocultado en la paja tirada junto al pretil del
pozo! Cuidado, cuidado! Tal vez se esconde en una flor marchita, guardada en
uno de aquellos voluminosos libros del anaquel.
Y el hombre, dirigindose a la biblioteca, abri uno de los tomos ms nuevos,
deseoso de poner las cosas en claro. Mas no haba all ninguna flor: slo
historias de Holger Danske. Y el hombre ley cmo aquella historia haba sido
inventada en Francia por un monje, arreglada en forma de novela y traducida
e impresa en lengua danesa. Que Holger Danske no haba vivido en realidad y,
por tanto, no poda volver, contra lo que creamos y tan a gusto cantbamos.
Con Holger Danske ocurra lo que con Guillermo Tell: todo era pura palabrera,
sin nada en que poder apoyarse; y todo eso apareca escrito en aquel libro, con
grandes alardes de erudicin.
Bueno, yo s lo que tengo que creer dijo el hombre . Donde no ha
pisado ningn pie, no se trilla camino . Y cerrando el libro y volvindolo al
estante, dirigise a las flores que crecan en la ventana. A lo mejor se haba
escondido en el rojo tulipn de borde dorado, o en la fresca rosa, o en la
reluciente camelia. El sol jugaba entre las hojas, pero el cuento no asomaba
por ningn lado.
Las flores que haba aqu, en aquellos das tristes, eran mucho ms
hermosas; pero las cortaron sin dejar una, para trenzar coronas con ellas,
coronas que fueron colocadas en el atad recubierto con la bandera. Tal vez
con las flores enterraron tambin al cuento. Pero las flores lo habran sabido, y
el atad se habra dado cuenta, y la tierra tambin, y los tallitos de hierba lo
habran dicho al brotar. El cuento no muere jams!
Quiz vino aqu y llam, pero quin estaba entonces para l! La gente
miraba con ojos sombros, melanclicos, casi colricos, el sol de primavera, el
revoloteo de los pjaros y el verde esperanzador de los campos; la lengua no
soportaba las viejas canciones populares, que haban sido enterradas, como
tantas otras cosas tan queridas de nuestro corazn. Es muy posible que el
cuento haya venido a llamar a la puerta, pero nadie lo haba odo, nadie le
haba dado la bienvenida, y as se march nuevamente.
Ir a buscarlo. Al campo, al bosque, a la anchurosa orilla!
En pleno campo hay una vieja mansin seorial de rojas paredes, frontn
dentado y ondeante bandera en la torre. El ruiseor canta entre las
festoneadas hojas del haya, mientras mira los manzanos en flor del jardn,
tomndolos por rosas. Aqu y all, las diligentes abejas revolotean al sol,
rodeando a su reina con su zumbido montono. La tempestad de otoo sabe de
la caza salvaje, de las generaciones humanas y del follaje del bosque, que
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pasan veloces. Por Navidad, al exterior cantan los cisnes salvajes desde las
aguas abiertas, mientras los hombres, cmodamente instalados junto al fuego
de la chimenea, escuchan canciones y leyendas.
Por el sector antiguo del jardn, con su atrayente y penumbrosa avenida de
castaos, paseaba el hombre que haba salido en busca del cuento. Una vez el
viento le haba murmurado all algo relativo a Waldemar Daae y sus hijas. La
drada del rbol, que era la propia madre de las leyendas, le haba contado all
el ltimo sueo del viejo roble. En tiempos de la abuela haba all setos
recortados; ahora, en cambio, slo crecan helechos y ortigas, que se extendan
por encima de abandonados restos de antiguas estatuas de piedra. Crecales
musgo en los ojos, a pesar de lo cual vean tan bien como en sus buenos
tiempos. Esto no lo saba el hombre que andaba en busca del cuento y no lo
vea. Dnde estara?
Por sobre su cabeza y los viejos rboles volaban las cornejas a centenares,
lanzando su cra, da, cra, da!. l sali del jardn a la alameda, pasando por
los fosos. Haba all una casita de forma hexagonal, con un gallinero y un
corral de patos. En la habitacin estaba la anciana que cuidaba de la hacienda
y que se enteraba de cada huevo que ponan las gallinas y de cada polluelo que
sala del cascarn. Pero no era ella el cuento que el hombre andaba buscando,
como poda verse por la fe de bautismo y el certificado de vacunacin que
estaban sobre la cmoda.
Al exterior, a poca distancia de la casa, hay un montculo cubierto de acerolo
y codeso. Yace all una antigua losa sepulcral, que haba venido a parar a aquel
lugar procedente del pequeo cementerio de la villa. Era un monumento de
uno de los honorables consejeros de la ciudad. Alrededor de su imagen se
vean esculpidas las de su esposa y sus cinco hijas, todas con alzacuellos y con
las manos dobladas. Si uno estaba un rato contemplndola, al fin obraba sobre
el pensamiento, y ste, a su vez, sobre la losa, hacindole contar recuerdos de
tiempos pretritos; por lo menos esto le sucedi al hombre que iba en busca del
cuento. Al llegar all vio que una mariposa se haba posado sobre la frente del
relieve que representaba al consejero. El insecto alete, vol un poco ms lejos
y volvi a posarse, cansado, sobre la losa sepulcral, como queriendo llamar la
atencin sobre lo que en ella creca, o sea, trboles de cuatro hojas, siete de
ellos juntos. Si viene la fortuna, bienvenida sea! El hombre recogi los trboles
y se los guard en el bolsillo. La suerte vale tanto como el dinero contante y
sonante. Hubiera preferido un cuento nuevo y bonito, pens nuestro amigo;
pero tampoco estaba all.
El sol se pona como un gran globo rojo. Del prado suban vapores: era que la
reina del pantano estaba destilando.
Ya anochecido, hallbase nuestro hombre solo en su casa, paseando la
mirada por el jardn y el prado, el pantano y la orilla. Brillaba la luna clara, del
prado suban vapores, como si fuese un gran lago, y, en efecto, lo haba sido en
otros tiempos, segn la leyenda, y la luz de la luna es lo mejor que hay para las
leyendas.
Entonces se acord el hombre de lo que leyera en la ciudad: que Guillermo
Tell y Holger Danske no haban existido nunca, a pesar de lo cual persistan en
la creencia del pueblo, como aquel lago lejano, vivas imgenes de la leyenda.
S, Holger Danske volva!
Estando as pensativo, algo llam a la ventana con un fuerte golpe. Sera un
ave, un murcilago o un mochuelo? A sos no los dejan entrar por mucho que
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llamen. Pero la ventana se abri por s sola, y el hombre vio a una anciana que
lo miraba.
Qu desea? le pregunt . Quin es usted? Alcanza al primer piso?
O se sostiene con una escalera de mano?
Tienes en el bolsillo un trbol de cuatro hojas dijo ella - o, mejor dicho,
tienes siete, uno de los cuales es de seis hojas.
Quin es usted? pregunt el hombre.
La reina del pantano respondi ella . La reina del pantano, la
destiladora; ahora iba a destilar, precisamente. Tena puesta ya la espita en el
barril, pero un chiquillo hizo una de sus travesuras, la sac y la ech en
direccin al patio, donde vino a dar contra la ventana. Y ahora la cerveza se
est saliendo del barril, con perjuicio para todos.
Cunteme ms cosas le pidi el hombre.
Esprate un poco dijo la mujer . Ahora tengo cosas ms urgentes que
hacer y se march.
El hombre se dispona a cerrar la ventana, cuando la vieja se present de
nuevo.
Ya est dijo . La mitad de la cerveza puedo volver a destilarla
maana, si el tiempo no cambia. Bueno, qu queras preguntarme? He vuelto
porque siempre cumplo mi palabra, y porque t llevas en el bolsillo siete
trboles de cuatro hojas, y uno de seis. Esto impone respeto; es una
condecoracin que crece en los caminos, pero que no todos encuentran. Qu
tenas que preguntarme? No te quedes ah como un bobo, que debo volver
cuanto antes a mi espita y mi barril.
El hombre le pregunt entonces por el cuento, No lo habra encontrado en
su camino?
Mira con lo que me sale ahora! exclam la mujer . An no tienes
bastantes cuentos? La mayora estn ya hasta la coronilla. Otras cosas hay
que hacer y a que atender. Hasta los nios se han emancipado en este punto!
Da un cigarro a un mozalbete o un miriaque nuevo a una nia, y lo
preferirn. Escuchar cuentos! Como si no hubiera en qu ocuparse, y
problemas mucho ms importantes!
Qu quiere decir con eso? dijo el hombre . Qu sabe usted del
mundo? Usted slo ve ranas y fuegos fatuos!
S, pues mucho cuidado con los fuegos fatuos replic la vieja . Andan
por ah sueltos. Tendramos que hablar de ellos. Ven conmigo al pantano,
donde es necesaria mi presencia, y te lo contar todo. Pero de prisa, mientras
estn frescos tus siete trboles de cuatro hojas y el de seis, y mientras la Luna
est en el cielo.
Y la reina del pantano desapareci.
Dieron las doce en el reloj del campanario, y antes de que se extinguiera el
eco de la ltima campanada, el hombre ya haba bajado al patio, salido al
jardn y llegado al prado. La niebla se haba disipado, y la mujer haba cesado
de destilar.
Cunto has tardado! dijo . Las brujas corremos ms que los
hombres. Estoy muy contenta de haber nacido de la familia de las hechiceras.
Qu tiene que decirme? pregunt el hombre . Puede informarme
sobre el cuento?
No se te ocurre preguntar otra cosa? dijo la vieja.
Tal vez podra usted ilustrarme sobre la poesa de lo por venir inquiri
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el hombre.
No te pongas retrico contest la mujer , y te responder. Slo
piensas en poesa y slo preguntas por el cuento, como si fuesen los reyes del
mundo. Cierto es que el cuento es lo ms viejo que hay, y, sin embargo, es
considerado siempre como el ms joven. Bien lo conozco! Tambin yo fui joven,
y no es sta una enfermedad de infancia. Un da fui una linda elfilla, y bail a
la luz de la luna con las dems; escuch el canto del ruiseor, fui al bosque y
me encontr con el seor cuento, que vagaba por aquellos lugares. Tan pronto
estableca su lecho en un tulipn a medio abrir o en una flor del prado, como
entraba a hurtadillas en la iglesia y se envolva en un fnebre crespn que
colgaba de los cirios del altar.
Est usted muy bien informada dijo el hombre.
Al menos he de saber tanto como t replic la vieja Cuento y Poesa,
dos pedazos de la misma pieza, pueden echarse donde les apetezca. Toda su
obra y toda su charla puede recocerse y sale mejor y ms barata. Yo te la dar
gratis. Tengo un armario lleno de poesa embotellada. Es la esencia, lo mejor de
ella; hierbas, dulces y amargas. Guardo en botellas toda la poesa que utilizan
los humanos, para poner unas gotas en el pauelo los domingos y aspirarla.
Es maravilloso lo que me explica dijo el hombre . Guarda poesa en
botellas?
Ms de la que puedas necesitar respondi la mujer . Supongo que
sabrs aquel cuento de la muchacha que pisote el pan para no ensuciarse los
zapatos nuevos. Anda por ah escrito e impreso.
Yo mismo lo cont dijo el hombre.
En ese caso sabrs tambin que la muchacha se hundi en el suelo y fue
a parar a la morada de la reina del pantano en el preciso momento en que se
hallaba en ella la abuela del diablo, que quera presenciar las operaciones de la
destilacin. Vio caer a la chica y pidi que se le diese para pedestal, como un
recuerdo de su visita, y se lo di. A cambio me obsequi con una cosa que no me
sirve para nada: un botiqun de viaje, todo un armario lleno de poesa
embotellada. La abuela me indic el lugar donde deba colocar el armario y all
est todava. Mira! Tienes en el bolsillo tus siete trboles de cuatro hojas, uno
de los cuales es de seis. Si los guardas, an podrs verlo, seguramente.
Y, en efecto, en el centro del pantano haba un objeto voluminoso,
parecido a un cepo de chopo y que en realidad era el armario de la abuela.
Estaba abierto para la reina del pantano y para todas las gentes de todas las
tierras y de todos los tiempos que supiesen dnde se encontraba. Podra
abrirse por delante, por detrs, por los lados y por los bordes; era una
verdadera obra de arte, a pesar de su aspecto de cepo de chopo. Se haba
imitado all a los poetas de todos los pases, especialmente los del nuestro: su
espritu se haba examinado, criticado, renovado, concentrado y puesto en
botellas. Con certero instinto, como se dice cuando no se quiere decir talento,
la abuela haba sacado de la Naturaleza cuanto ola a tal o cual poeta,
aadindole un poquitn de sustancia diablica, y de este modo tena la poesa
embotellada para toda la eternidad.
Djemelo ver pidi el hombre.
S, pero tienes que or cosas an ms importantes replic la vieja.
Mas ya que estamos junto al armario dijo l, mirando al interior y
veo botellas de todos tamaos, dime: qu hay en sta? Y en sta?
sta contiene lo que llaman fragancias de mayo. No lo he probado, pero s
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Abuelita
Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco,
pero sus ojos brillan como estrellas, slo que mucho ms hermosos, pues su
expresin es dulce, y da gusto mirarlos. Tambin sabe cuentos maravillosos y
tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje
cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchsimas cosas, pues viva ya mucho
antes que pap y mam, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cnticos con
recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay
una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de
arrobamiento, y le asoman lgrimas a los ojos. Por qu abuelita mirar as la
marchita rosa de su devocionario? No lo sabes? Cada vez que las lgrimas de
la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda
la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura
niebla, y en derredor se levanta el bosque, esplndido y verde, con los rayos del
sol filtrndose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella
muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa;
no hay rosa ms lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha,
siguen siendo los ojos de abuelita.
Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y
ella sonre pero ya no es la sonrisa de abuelita! s, y vuelve a sonrer.
Ahora se ha marchado l, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos
y muchas figuras; el hombre gallardo ya no est, la rosa yace en el libro de
cnticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita
guardada en el libro.
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando
una larga y maravillosa historia.
Se ha terminado dijo y yo estoy muy cansada; dejadme echar un
sueecito.
Se recost respirando suavemente, y qued dormida; pero el silencio se volva
ms y ms profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; habrase
dicho que lo baaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.
La pusieron en el negro atad, envuelta en lienzos blancos. Estaba tan
hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas haban
desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco
como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la
abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cnticos bajo su
cabeza, pues ella lo haba pedido as, con la rosa entre las pginas. Y as
enterraron a abuelita.
En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que
floreci esplndidamente, y los ruiseores acudan a cantar all, y desde la
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Ana Isabel
Ana Isabel era un verdadero querubn, joven y alegre: un autntico primor,
con sus dientes blanqusimos, sus ojos tan claros, el pie ligero en la danza, y el
genio ms ligero an. Qu sali de ello? Un chiquillo horrible. No, lo que es
guapo no lo era. Se lo dieron a la mujer del pen caminero. Ana Isabel entr en
el palacio del conde, ocup una hermosa habitacin, adornse con vestidos de
seda y terciopelo... No poda darle una corriente de aire, ni nadie se hubiera
atrevido a dirigirle una palabra dura, pues hubiera podido afectarse, y eso
tendra malas consecuencias. Criaba al hijo del conde, que era delicado como
un prncipe y hermoso como un ngel. Cmo lo quera! En cuanto al suyo, el
propio, creca en casa del pen caminero; trabajaba all ms la boca que el
puchero, y era raro que hubiera alguien en casa. El nio lloraba, pero lo que
nadie oye, a nadie apena; y as segua llorando hasta dormirse; y mientras se
duerme no se siente hambre ni sed; para eso se invent el sueo. Con los aos
con el tiempo, la mala hierba crece creci el hijo de Ana Isabel. La gente
deca, sin embargo, que se haba quedado corto de talla. Pero se haba
incorporado a la familia que lo haba adoptado por dinero. Ana Isabel fue
siempre para l una extraa. Era una seora ciudadana, fina y atildada, lo
pasaba bien y nunca sala sin su sombrero. Jams se le ocurri ir a visitar al
pen caminero, viva demasiado lejos de la ciudad, y adems no tena nada que
hacer all. El chico era de ellos y consuma lo suyo; algo tena que hacer para
pagar su manutencin, por eso guardaba la vaca bermeja de Mads Jensen.
Saba ya cuidar del ganado y entretenerse.
El mastn de la hacienda estaba sentado al sol, orgulloso de su perrera y
ladrando a todos los que pasaban; cuando llueve se mete en la casita, donde se
tumba, seco y caliente. El hijo de Ana Isabel estaba sentado al sol en la zanja,
tallando una estaca; en primavera haba tres freseras floridas que seguramente
daran fruto. Era un pensamiento agradable; mas no hubo fresas. All estaba
l, expuesto al viento y a la intemperie, calado hasta los huesos; para secarse
las ropas que llevaba puestas no tena ms fuego que el viento cortante. Si
trataba de refugiarse en el cortijo, lo echaban a golpes y empujones; era
demasiado feo y asqueroso, decan las sirvientas y los mozos. Estaba
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pensamos en ellos, como tampoco pens Ana Isabel; nada de malo haba
cometido contra la ley y el derecho de su pas, era bien considerada, honrada y
respetable lo saba bien. Y segua avanzando por la orilla... Qu era aquello
que yaca en el suelo? Se detuvo. Qu haba arrojado el mar? Un sombrero
viejo de hombre. Se habra cado por la borda? Acercse a la prenda, volvi a
detenerse y mir: Qu era aquello? Asustse mucho, y, sin embargo, nada
haba all que pudiese asustarla. Slo un montn de algas y juncos enredados
en torno a una piedra alargada, que pareca un cuerpo humano. No eran sino
algas y juncos, y, sin embargo, ella se asust. Y al proseguir su camino
vinironle a la mente muchas cosas que oyera de nia. Aquellas supersticiones
acerca del fantasma de la costa, el espectro de los cuerpos insepultos
arrojados por las olas a la playa. El cuerpo muerto, que nada haca, pero cuyo
espectro, el fantasma de la playa, segua al caminante solitario, se agarraba
fuertemente a l y le peda que lo llevase al cementerio y le diese cristiana
sepultura. Tente firme, tente firme!, deca. Y al repetir para s estas palabras
Ana Isabel, se le present de repente todo su sueo, con las madres cogidas a
ella y exclamando: Tente firme, tente firme!. Y luego el mundo se haba
hundido, y se le haban desgarrado las mangas, y se haba desprendido de su
hijo, que se esforzaba por llevarla consigo al juicio final. Su hijo, el hijo de su
carne y de su sangre, al que nunca quisiera, en quien nunca haba pensado,
aquel hijo estaba ahora en el fondo del mar. Poda aparecrsele en figura de
espectro y gritarle: Cgeme fuerte, cgeme fuerte! Llvame a tierra cristiana!.
Y al pensar en esto, la angustia le espole los talones, obligndola a apresurar
el paso. El miedo, como una mano fra y hmeda, le apretaba el corazn. Se
sinti a punto de desmayarse, y al mirar a lo lejos, mar adentro, vio que el aire
se volva ms denso y espeso. Descenda una pesada niebla, envolviendo
rboles y matas, y dndoles un aspecto maravilloso. Volvise ella a mirar la
luna, que quedaba a su espalda y pareca un disco plido, sin rayos, y sinti
como si algo muy pesado se posara sobre sus miembros. Tente firme, tente
firme!, pens, y al volverse a mirar a la luna parecile como si su blanca cara
estuviese junto a ella, y como si la niebla colgara sobre sus hombros a modo de
blanco sudario: Cgeme fuerte! Llvame a tierra cristiana!, crey or, y le
pareci percibir tambin un sonido hueco y extrao, que no vena ni de las
ranas del pantano, ni de los cuervos, ni de las cornejas, pues no vea ninguna.
Entirrame, entirrame!, deca una voz gritando. S, era el espectro de su
hijo, yacente en el fondo del mar, y que no encontraba reposo mientras no
fuera llevado al cementerio y depositado en tierra cristiana. Quiso ir all y darle
sepultura, y tom la direccin de la iglesia. Le pareci entonces como si la
carga se hiciera ms liviana y desapareciera; reemprendi su camino anterior,
el ms corto para ir a su casa. Pero de nuevo oy: Cgeme fuerte, cgeme
fuerte!. Resonaba como el croar de las ranas, como el grito de un ave
quejumbrosa, pero ahora se entenda claramente: Entirrame, por amor de
Dios, entirrame!.
La niebla era fra y hmeda; la mano y el rostro de la mujer lo estaban
tambin, pero de terror. Senta la presencia de algo, y en su mente se haba
hecho espacio para pensamientos que nunca haba tenido antes.
En las tierras del Norte, los hayedos pueden abrirse en una noche de
primavera, y presentarse en su juvenil magnificencia bajo el sol del da
siguiente. Tambin en un segundo, la semilla del pecado que hay latente en
nuestra vida puede germinar y desarrollarse. Y as lo hace cuando despierta la
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Libros Tauro
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