Cartas Eruditas, y Curiosas III - Benito Jeronimo Feijoo
Cartas Eruditas, y Curiosas III - Benito Jeronimo Feijoo
Cartas eruditas, y
curiosas
Tomo III
ePub r1.0
IbnKhaldun 12.02.14
Título original: Cartas eruditas, y
curiosas
Benito Jerónimo Feijoo, 1750
RAYMUNDUS DE SABUNDE.
Eius Thelogia naturalis, seu
liber creaturarum de homine, &
natura eius, a Raymundo de
Sabunde ante duo saecula
conscriptus, nunc autem latino
stylo oblatus a Ioanne Amos
Commenio, Amsterdami apud
Petrum Van Dem Berg.
Illmo. Señor.
1. Habrá cosa de mes y medio que
recibí de V.S.I. la noticia de que en la
Gaceta de Lisboa acababa de publicarse
un Libro intitulado: Teatro do Mundo
visibel, Filosófico, Matemático, &c. ou
coloquios varios en tudo o genero de
materias, con as que se representa a
fermosura do universo, e se impugnan
muytos Discursos do Sapientísimo [81]
Fr. Benito Jerónimo Feijoo: cuyo Autor
es el muy Reverendo P. M. Fr.
Bernardino de Santa Rosa, Doctor en
Sagrada Teología, Calificador del Santo
Oficio, &c. Entonces insinué a V.S.I. la
baja idea que de la Obra me ofrecía el
título de ella: y cuanto más le medité,
tanto más me firmé en el mismo
concepto, diciendo para mí con
Horacio:
Corolario segundo
Corolario tercero
Nota
Adición
Excmo. Señor.
1. Repasando pocos días ha, ya con
la vista, ya con la memoria diversas
especies de la Historia del Zar Pedro
Primero, con ocasión de escribir una
Carta, en quien era como principal
asunto, hice especial reflexión sobre una
que me dio motivo para escribir ésta a
V.E.
2. Entre varios establecimientos, que
este gran Rey, y excelente Legislador
hizo para la recta administración de
Justicia, en uno miró a la pronta
terminación de los litigios; en que es
muy notable la circunstancia del tiempo,
o estado en que entonces se hallaba el
Monarca Rusiano. Estaba gravemente
enfermo, y en conocimiento de que se
iba acercando su hora fatal, lo que en
efecto sucedió dentro de pocos días.
Debajo de esta consideración convocó
el Senado, y principales Señores de la
Rusia para recomendarles con la mayor
eficacia la observación de todas las
Leyes, y disposiciones, que había hecho
para el mejor gobierno de aquel grande
Imperio; y habiendo todos prometido
ejecutarlo puntualemente, llenos de
ternura le dieron las gracias por las
muchas, y grandes cosas que había
hecho para la felicidad de sus Vasallos.
A lo que el Emperador (copiaré aquí las
palabras del Autor Anónimo de la
Historia de dicho Héroe, impresa en
Amsterdam el año de 1742) respondió:
Que entre las Artes, y cosas útiles que
[245] había derivado de los Cristianos
de otros Reinos al suyo; en que ellos
excedían infinitamente a los Turcos,
había notado, que éstos recíprocamente
ejercen mucho a los Cristianos en la
administración de Justicia: que los
procesos duraban años, y siglos en la
Cristiandad, por la tramposa
elocuencia de los Abogados, que
embrollaban las leyes más claras;
cuando entre los Turcos dos, o tres días
bastaban para terminar el proceso más
importante, y casi sin gasto alguno.
Que para remediar los abusos de la
Justicia en la Cristiandad era
menester, como en Turquía, llevar lo
primero las causas a la Justicia
Ordinaria: producir las pruebas por
escrito, hacer oír los testigos, y
examinar sobre todo el carácter, y
costumbre de éstos, y luego pronunciar
la sentencia: que si la Parte condenada
por este Tribunal creía serlo
injustamente, pudiese apelar al
Senado, luego al Sínodo, y últimamente
al Soberano. Habiendo todos los
asistentes aplaudido la determinación
del Zar, Pedro el Grande, hizo formar
el decreto, que signó en la cama, y fue
enviado a todos los Tribunales de su
Imperio. Este decreto limitaba la
decisión de todos los procesos a once
días, lo que luego se ejecutó en los que
estaban empezados, de modo, que antes
de expirar, tuvo Pedro el consuelo de
haber también reformado la Justicia.
3. He dicho, que es digna de muy
particular reparo la circunstancia de
tiempo en que Pedro el Grande hizo esta
ley. Los demás Monarcas, cuando se ven
próximos a salir del Mundo, a nada de
cuanto contiene el Mundo aplican el
cuidado, sino a la conservación, y
aumento de su familia, y casa; o si
establecen alguna disposición
testamentaria extraña a este respecto, lo
hacen precisados de la conciencia, tal
vez a sugestiones importunas de los
interesados en ella. Pedro el Grande dio
su último, y especial cuidado al buen
gobierno, y felicidad de su Reino. Esto
fue morir como Rey, que quiere decir,
como Padre de sus Pueblos. Los demás
Reyes sólo piensan entonces en dejar
bien puestos sus hijos, nietos, o
parientes. Pedro el Grande sólo pensaba
en dejar bien puestos a sus Vasallos,
porque miraba a sus [246] Vasallos (y
esta mira deben tener todos los Reyes)
como hijos.
4. Pero dejando ésta, que es
digresión, aunque no intempestiva, trato
ya de exponer a V.E. el intento con que
le propongo esta ley de Pedro el
Grande; el cual no es otro que el que
V.E. con su alto juicio examine si será
útil la misma en España. Si será útil,
digo, tomada por mayor, o en cuanto a la
substancia; porque en cuanto a la
limitación de días, que en ella se
expresa, desde luego convengo en que la
diferente naturaleza, y circunstancias de
los litigios pedirán varias
modificaciones.
5. En la citada ley no se expresa si
el término de once días es
comprehensivo de las apelaciones, y
juicios de diferentes Tribunales, o es
respectivo a cada uno de ellos. Pero la
razón dicta lo segundo; porque para lo
primero es claro, que se estrecha
demasiadamente el plazo.
6. De modo, que en esta materia hay
dos escollos que evitar; el uno, que por
abreviar excesivamente las causas no
sean bien examinadas: el otro, que por
proceder con demasiada lentitud en
ellas, se sigan otros inconvenientes, que
son muchos, y gravísimos.
7. El primero es de los excesivos
gastos que se ocasionan a las Partes, los
cuales no pocas veces suben tanto, que
el mismo, que gana el pleito, sale
perdidoso, por no adquirir tanto en lo
que le adjudica la sentencia, como le
costó la prosecución del litigio. Aquí
sucedió, que en un litigio, que yo seguí
por esta Comunidad, una de las tres
veces que fui Prelado de ella, y en que
ésta logró su pretensión, todo lo que
ganó por la sentencia, que era un palmo
de tierra, no importaba la tercera parte
de lo que gastó en el proceso. No cito
éste como ejemplar raro, sino como uno
de los muchos que he visto, y tocado. En
que advierto, que si de la culpa, que
pudo haber en la dilación, que he
notado, tocó alguna parte a los Jueces,
como yo lo siento, en ninguna manera
recae la nota sobre los Ministros que
hoy tiene esta Real Audiencia, que sin
duda alguna los tiene hoy muy
excelentes, así en la sabiduría, [247]
como en el celo, e integridad. Y la
misma prevención hago para otros
casos, que quizá insinuaré abajo; esto
es, que ninguno de ellos corrió por la
mano de los Ministros hoy existentes;
sin que por eso niegue, que de los
pasados conocí algunos adornados de
todas las prendas, que constituyen un
perfecto Magistrado.
8. El segundo inconveniente es lo
mucho que pierde el Público por la
detención de los Litigantes en los
lugares donde están las Audiencias.
Deja el Labrador el cultivo de la tierra:
el Artífice el trabajo de su oficio: el
Mercader el manejo de la tienda: aquél
un viaje preciso: el otro la asistencia a
la mujer enferma; y todos el cuidado de
su casa. Todo esto junto hace un cúmulo
de daños muy lamentable.
9. El tercero consiste en los muchos
individuos, que hace inútiles a la
República el destino a los oficios del
manejo de Pleitos, Abogados,
Procuradores, Escribanos, Agentes, y
otros. Todos estos tendrían mucho menos
que hacer, si los juicios fuesen más
compendiarios, y breves; y teniendo
menos que hacer, necesariamente se
habrían de reducir a menor número,
porque dividida entre muchos la
ocupación a que bastan pocos, a
proporción lograría cada uno mucho más
corto emolumento, y tan corto, que no
bastando para su subsistencia, sería
forzoso, que una gran parte la buscase en
otro ministerio. Hago juicio, que los
Pleitos, que hoy ocupan a veinte
Abogados, y a veinte Procuradores, no
ocuparían entonces sino a seis
Procuradores, y seis Abogados, acaso
aun menos. El número de Escribanos se
minoraría infinito. Y es de advertir, que
minorado el número de Abogados,
Procuradores, y Escribanos, se lograría
otra rebaja, no sólo igual, pero aun
mayor en los que sirven a éstos. Los
amanuenses, o escribientes son tantos
como ellos, pues raro hay que no le
tenga, y se añaden los sirvientes
domésticos, respecto de todos aquellos,
que si no tuviesen alguno de dichos
empleos, por ser pobres, servirían la
República en algún oficio humilde.
[248]
10. Por lo expresado se puede hacer
a buen ojo el cómputo de que España
pierde en sus Tribunales Eclesiásticos, y
Seculares más de cien mil hombres, que
con la nueva planta de abreviar los
Pleitos serían muy útiles al todo del
Reino, aplicados a la Agricultura, a la
Milicia, a la Marina, a las Artes
liberales, y mecánicas.
11. Fuera de estos inconvenientes
hay otros proprios de las Criminales.
Por varios capítulos es ocasionada la
demora a que los delitos se queden sin
castigo, o a que el castigo sea muy
inferior a la culpa. Recién cometido un
crimen de especial fealdad, los Jueces
se enardecen, el Público irritado clama,
la parte ofendida conmueve Cielo, y
Tierra. Mas todo este ardor se va
entibiando, cuanto se va dilatando el
castigo; ya porque se amontonan
intercesiones, así hacia los Jueces, como
hacia el Actor; ya porque todo afecto,
por vivo que sea, sucesivamente va
perdiendo su fuerza con el tiempo. Y en
fin, por uno, y otro llega el caso de que
los Jueces atienden más a los textos que
promueven la Clemencia, que a los que
persuaden la Justicia. La parte ofendida,
alhagada con algún interés, se da por
medianamente satisfecha; y el Público
ya está olvidado del Reo, y del delito.
Este es el primer inconveniente que
resulta de la prolongación de las causas
criminales. ¿Y quién habrá que no haya
podido observar sobre este asunto, lo
mismo que he observado yo?
12. El segundo es, la mucho mayor
dificultad que hay en averiguar la
verdad, interviniendo espacio
considerable de tiempo entre el hecho, y
la averiguación, que recién cometido el
delito. Este inconveniente he
representado en la primera Carta de mi
segundo Tomo, en los números 14, y 15,
probando con tanta evidencia, y
claridad, que por lo común es fácil
investigar la verdad en el tiempo
inmediato a la acción facinerosa, y muy
difícil si se retarda mucho; que no
pienso que haya hombre, que leyendo lo
que he escrito en el citado lugar, no
quede convencido. Como sé que V.E.
tiene en su Biblioteca todas mis Obras,
excuso repetirle aquí lo que dije allí.
[249]
13. El tercer inconveniente es el
riesgo de la fuga: ya porque en una
prolongada prisión hay mucho lugar para
discurrir el modo de ejecutarla: asunto
en que siempre está pensando un Reo; y
mucho más se discurre en dos años, que
en dos meses: ya porque en un dilatado
espacio de tiempo es más fácil
presentarse alguna ocasión, o
circunstancia favorable para evadirse,
que en uno corto. La experiencia
muestra, que las fugas de los Reos son
muchas; y de éstas, si no todas, las más
se evitarían acelerando el proceso.
14. Pero veamos ya qué
inconvenientes hay en la aceleración.
Sólo se descubre uno, y es el que no se
examine bastantemente la causa; por lo
que uno, y otro Derecho condenan las
sentencias dadas precipitadamente; el
Civil en la ley 2, cap. de Sententiis ex
periculo recitandis; y el Canónico en el
cap. Deus Omnipotens, 20, causa 2,
quaest. 1.
15. Mas sobre esto tengo mucho que
decir. Digo lo primero, que
ordinariamente, no por dilatarse más el
Pleito, se examina mejor la causa. Está
muchas veces, y mucho tiempo el Pleito
detenido, sin hacerse diligencia alguna
en orden a él, en que es muy frecuente
echar la culpa los Jueces a los
Subalternos, y los Subalternos a los
Jueces. Este tiempo de mera inacción
¿qué conducencia puede tener para
descubrir la verdad? Preguntando la
Reina Isabela de Inglaterra al señor
Porfan, Orador de la Cámara Baja, en
ocasión que habían pasado seis semanas
sin resolver el Parlamento cosa alguna:
¿Qué ha pasado en el Parlamento?
Respondió Porfan: Seis semanas,
Señora. ¡Oh qué justa aplicación tiene el
chiste a los muchos largos intervalos de
suspensión, que hay en nuestros Pleitos!
16. Digo lo segundo, que el mucho
tiempo, que se pretende ser necesario
para aclarar la verdad, frecuentemente
sirve para obscurecerla. Vese un Pleito.
Alegan los Abogados, representando a
los Jueces las razones que hay por una, y
otra parte. ¿Y qué sucede muchas veces?
Dejar el negocio en este estado, y no
pronunciar la sentencia hasta mucho
tiempo después. Digo lo que he visto. Y
[250] pregunto: ¿No sería más probable
el acierto, si luego que oyen los
alegatos, fuesen a su Estudio a verificar
las citas, examinar los textos, y tomando
dos, o tres días para hacer reflexión
sobre todo, pronunciar sin más dilación
la sentencia, que guardándola para
cuando están ya olvidados de cuanto
alegaron los Jurisconsultos?
17. Digo lo tercero, que en orden a
las causas criminales, en el lugar citado
arriba de la primera Carta del segundo
Tomo, en los números 14, y 15, mostré
con evidencia, que procediendo sin
intermisión en el tiempo inmediato, se
averiguaría con mucha mayor seguridad
el delincuente, y el delito, que
caminando con la lentitud que se
practica.
18. Digo lo cuarto, que aun cuando
no hubiese alguna mayor probabilidad
del acierto en la demora, que en la
brevedad; esta mayor probabilidad debe
posponerse a la necesidad de evitar los
gravísimos inconvenientes, que, como
mostré arriba, se siguen al Público de la
demora. La Máxima de Cicerón: Bonum
publicum suprema lex esto, es
claramente dictada por la razón natural.
El que una, u otra decisión se yerre por
la aceleración del proceso, es daño de
uno, u otro particular. El que en todos
los Pleitos se proceda con la lentitud
ordinaria es daño gravísimo del
Público. Luego mucho mayor cuidado se
debe poner en evitar éste, que aquél.
Esto se confirma eficazmente; porque
aunque el orden judicial, y modo de
proceder ordinario se tiene por más
seguro para investigar la verdad; en los
Crímenes de herejía, y de lesa Majestad,
o ya por las Leyes, o ya por la Práctica
se apartan los Jueces en varias cosas del
modo de proceder ordinario; v.g.
negando la comunicación de los indicios
al Reo, admitiendo testigos singulares
contra él, &c. Esto, no por otra cosa,
sino porque importa tanto al Público la
conservación de la Fe, del Príncipe, y
de la Patria, que se tiene por
conveniente, por lograr ese bien
público, dispensar en algunas
circunstancias del modo de proceder
ordinario, aunque más seguro éste para
la investigación de la verdad; de suerte
que [251] se juzga menor inconveniente
permitir con ese menos exacto juicio el
riesgo de que sea condenado un
inocente, que aventurarse al peligro de
que queden sin la debida pena delitos
tan perjudiciales a la República.
19. Digo lo quinto, que es fácil
tomar una providencia, con la cual,
dentro de breve tiempo, se puede arribar
al conocimiento de la causa, aun con
más seguridad que la que hoy se logra
con tantas dilaciones. ¿Y qué
providencia es ésta? La de castigar con
severidad a todos aquellos que
maliciosamente concurran a obscurecer
la verdad del hecho sobre que se litiga.
La benignidad, con que en esta materia
proceden los Tribunales, es
perjudicialísima. En cuarenta años que
ha que vivo en este País, fueron
muchísimos los casos que oí de testigos
perjuros, u de Escribanos infieles; pero
nunca por ello ví condenar a azotes, ni
galeras a nadie. Tal vez sucedió
descubrirse la falsedad de cuatro
Escribanos en una misma causa, y todo
el castigo se redujo a suspenderlos de
ejercicio por un año. Concurrieron en
otra causa, en que se interesaba muy
altamente el honor, y la conveniencia de
una mujer noble, veinte y dos testigos,
que con juramento depusieron de la
inocencia de un Caballero, que debajo
de palabra de casamiento la había
violado; y el castigo no pasó de una
multa, que de ninguno de ellos minoraba
sensiblemente la comodidad. De
Relatores también oí varias quejas; pero
nunca que se hubiese hecho con ellos
demostración capaz de escarmentarlos.
Y es cierto, que éstos, no sólo con la
retinencia, o con la alteración de alguna
circunstancia importante del hecho, mas
aun con la mera substitución, a veces
casi imperceptible, de una palabra por
otra, pueden hacer gravísimos daños.
20. Todas estas ilegalidades están
comprehendidas debajo de aquel género
de delito, que los Jurisconsultos llaman
Crimen falsi; el cual de suyo es capital,
como se puede ver en el señor Matheu
de Re Criminali, controv. 38, donde con
varios textos de las Leyes Romanas, y
de las nuestras, prueba que se impuso a
esta culpa, y se practicó [252]
regularmente en los tiempos pasados el
último suplicio; pero añade, que
después poco a poco se fue moderando
el rigor, hasta reducirlo a pena
arbitraria, atendiendo a la cualidad del
delito, y de las personas: de modo, que
no sólo se ha dejado la pena capital,
mas aun la de cortar la mano al
Escribano falsario.
21. El citado Autor aprueba esta
moderación, dando por razón de ella,
que el fin de las penas es curar la
República, y los delincuentes; y no
cura bien quien corta el pie, o la mano:
consiguientemente mucho menos el que
quita la vida: Non recte medetur, qui
manum vel pedem amputat. Razón
extrémamente débil, si hay alguna en el
Mundo que lo sea, y que procede sobre
un falso supuesto.
22. Que las leyes en la imposición
de las penas se propongan por fin a la
curación (por lo menos precautoria) de
la República, es muy cierto; pero que
del mismo modo se propongan siempre
por fin la curación de los mismos
delincuentes es muy contrario a la
verdad: pues las que imponen pena
capital no miran la enmienda del Reo,
sino a echarle del Mundo; ya porque no
inficione a otros con la persuasión, o
con el ejemplo; ya porque el castigo de
éste sirva a otros de terror, y de
escarmiento. En cuanto al primero de
estos dos motivos disponen las leyes en
la curación del cuerpo político, lo que
ejecuta la Medicina Quirúrgica en la
curación del cuerpo natural; la cual
cuando corta un miembro gangrenado, no
se propone la curación de este miembro,
sino impedir con su separación, que
inficione a los demás.
23. ¿Y quién no ve, que si la razón
del señor Matheu es buena, igualmente
prueba, que ningún delito se puede
castigar con pena capital? Porque si no
cura bien al enfermo quien le corta pie,
o mano, peor le curará el que le corta la
cabeza, u de otro modo le quita la vida.
24. Es, pues constante, que aunque
en las penas no muy graves las leyes no
sólo atienden a la indemnización de la
República, mas también a la enmienda
del Reo: en el castigo de los delitos muy
perjudiciales al Público sólo [253] mira
a los dos fines de separar del cuerpo
político un miembro, que puede
inficionarle; y con la severidad, que
ejerce en éste, escarmentar a la multitud
en cabeza ajena, inspirándole horror al
delito por el miedo de la pena.
25. Yo soy de genio tan compasivo
como el que más; pero cuando se trata
de delitos perniciosos a la República,
dirijo la compasión principalmente a los
muchos inocentes, que padecen, o
pueden padecer el daño, y no al Reo que
la ocasiona; o aunque también me duela
de la infelicidad de éste, la abraza mi
razón como necesaria.
26. Convendré también en que en el
caso de la cuestión no se proceda a pena
capital, como se aplique tal castigo, que
baste a amedrentar a otros, y ponerlos en
estado de que sea mucho mayor en ellos
el temor de la pena, que el apetito del
interés, que puede resultarles de la
falsedad.
27. Mas para lograr el importante fin
de abreviar los Pleitos pretendo, que la
severidad de los Jueces no se ciña sólo
a testigos falsos, y a Escribanos infieles.
Conviene que se extienda también a
todos los demás, que en algún modo
pueden cooperar a obscurecer las
causas, a multiplicar injustamente los
litigios, o alargarlos maliciosamente;
esto es, a los Abogados, Procuradores,
Recetores, y aun a las mismas Partes.
¿Por qué no ha de tener su castigo el
Abogado, que en su alegato altera el
hecho, o cita un texto que no hay? Lo
mismo, en cuanto al hecho, digo del
Procurador de la Parte. ¿Por qué no ha
de tener también el suyo el Recetor, que
gasta veinte días en la comisión, que
pudiera absolver en seis, u ocho? La
introducción de artículos, o
impertinente, o enteramente
improbables, sólo con el fin de alargar,
es privativa culpa del Abogado, y culpa
merecedora de agria corrección.
28. En la multiplicación de los
litigios todos cooperan, o pueden
cooperar: la Parte presentando una
demanda injusta, y el Abogado, y
Procurador protegiéndola; en cuyo
asunto regularmente es el más
delincuente, y aun muchas [254] veces
único Reo el Abogado, como quien debe
saber si la pretensión de la parte tiene
algo de probabilidad, o carece de ella.
A los Litigantes de mala fe ya se castiga,
cargándoles todas las costas: pero es
pena por una parte muy leve, respecto de
la gravedad de la culpa, y por otra,
insuficiente para escarmentar a tantos
tramposos como hay.
29. Si en todas las culpas judiciales,
de que he hablado, se practicase una
proporcionada severidad con los Reos,
habría menos litigios: los inevitables se
expedirían más brevemente; y en las
sentencias habría mayor seguridad del
acierto. Como el miedo del castigo haga
que todos traten verdad, ésta llegará
inoffenso pede, y en breve tiempo a los
Tribunales, que es cuanto se necesita
para que el Público logre un supremo
beneficio, y los Jueces ejerzan su
ministerio con menos trabajo.
30. Si me opusiese, que no todas las
providencias, que propongo para
abreviar los pleitos, están en manos de
los Jueces, los cuales en varias cosas
las tienen atadas, o por las leyes, o por
costumbres generalmente recibidas;
respondo, que en este asunto, no sólo
hablo con los Ministros de Justicia, mas
también, y principalmente con el que
tiene en la mano la potestad Legislativa;
y por tanto dirijo esta Carta a V.E. como
a quien puede representarle
inmediatamente cuando le parezca
conveniente en materia tan importante. Y
con esto mismo tengo respondido a las
leyes opuestas arriba, y a tal cual otra,
que se me puede oponer a favor de la
dilación de las causas Judiciales.
Nuestro Señor guarde a V.E. muchos
años para bien de esta Monarquía, &c.
Carta XXIII
Erección de hospicios en
España
Excmo. Señor.
1. Animado del mismo celo, que me
movió a representar a V.E. la
importancia de abreviar los
procedimientos en los Tribunales de
Justicia, le escribo ahora sobre la
insigne utilidad, que resultará de erigir
en todas las Ciudades principales de
España Hospicios, o Casas, dotadas
para habitación, y sustento de Pobres
inválidos.
2. Para el buen gobierno de los
Reinos es muchas veces inexcusable
tomar algunas providencias gravosas
para varios particulares; siendo preciso
sacrificar la comodidad de éstos al
interés del cuerpo político de la
República: así como en el cuerpo
natural es inexcusable ocasionar algo de
dolor al brazo con la picadura de la
lanceta, cuando para la salud del todo es
conducente la sangría.
3. No hay que extrañar que respecto
de tales providencias frecuentemente
ocurran estorbos, que dificultan la
ejecución, y aun tal vez hacen
desvanecer la idea. Cuando los
damnificados son muchos, y poderosos,
la queja, el ruego, la negociación hacen
una resistencia terrible. Pero es muy de
extrañar, que otras providencias, que a
nadie dañan, y al Público aprovechan, y
que no tropiezan en alguno de los
estorbos referidos, ni se huyen a la
inteligencia de los Ministros, que
pueden promoverlas, con todo no se
lleven a ejecución.
4. Tal es la que propongo de la
erección de Hospicios, cuya utilidad es
notoria a cualquiera que haga alguna
[256] reflexión; sin ser incómoda a
otros, que a unos viles vagabundos, que
prefieren la mendicidad ociosa a toda
aplicación honesta; pero la misma
incomodidad de éstos es un insigne
beneficio para el Público.
5. Es constante, que entre los
mendigos, que lo son por necesidad, se
ingieren muchos, que lo son por vicio;
hombres por su temperamento, y
disposición, capaces de cualquier
trabajo mecánico; pero que por mera
holgazanería huyendo de él, abrazan la
vida de pordioseros; y con la ficción de
enfermedades, u defectos corporales que
no tienen, representándose inválidos,
abusan de la misericordia de los
acomodados, y usurpan todo aquello que
granjean; pues en el fondo tanto vale
apropiarse con dolo lo que se da con
título de limosna, como arrebatarlo
furtivamente con la mano. Asi el
Concilio Coloniense primero, part. II.
cap. 6. los llama Pauperum
depraedatores, raptoresque, de alieno
viventes, mandando severamente, que en
ningún modo se permitan.
6. Y no sólo son injustos con los
particulares en el modo dicho, mas
también con la República, a quien
defraudan de la utilidad, que debían
producirla con su aplicación al trabajo.
Que debían, digo, pues la República es
acreedora a que todos sus miembros la
sirvan, cada uno respectivamente a su
estado. Y lo que ella pierde en la
ociosidad de estos vagabundos en
mucho, porque son muchos ellos.
7. Purgaríase España de esta peste
con el establecimiento de Hospicios;
porque dado el orden de recoger en
ellos a todos los pobres, y de negar a
todo mendigo la limosna fuera de ellos;
o los zánganos, de que hablo, consentían
en abrazar el recogimiento, o no. Si lo
primero, era fácil reconocer muy presto,
que los males, u defectos que pretendía
inhabilitarlos para el trabajo, eran
supuestos, y los expelerían, y aun podría
aplicárseles alguna pena por la
impostura. Si no querían recogerse, les
sería preciso aplicarse a algún oficio
para no perecer de hambre.
8. Aun prescindiendo de lo que
merecen los holgazanes por impostores,
varios Legisladores miraron como
crimen [257] digno de castigo, por sí
sola la holgazanería. Dracón, aquel
antiguo severísimo Legislador de los
Atenienses, de cuyas Leyes se dijo, que
estaban escritas con sangre, la castigaba
con pena capital. Solón, que dio Leyes
después a la misma República, puso
entre ellas también castigo a los
holgazanes; pero más moderado. Platón
quería que se desterrasen de su
República todos los mendigos
voluntarios: Nullus mendicus nobis in
Civitati sit; (de Legibus, Dial. 11,) y
poco después: Extra fines expellatur: ut
regio ad huiusmodi animali penitus
pura fiat. Herodoto dice, que los
Egipcios castigaban la ociosidad como
crimen de Estado. Tácito refiere, que los
Alemanes metían a los holgazanes en
unas lagunas, en donde los dejaban
expirar. Y por varias Leyes
Imperatorias, expresadas en el Código
de Justiniano, tit. de Mendicantibus
validis, están impuestas penas a los que,
sin ser inválidos, ejercen la mendicidad.
9. ¿Pero qué es menester alegar
leyes de otras Regiones, y de otras
edades, cuando en España las tenemos
oportunísimas al asunto? Véanse en el
Tomo 2 de la Nueva Recopilación, lib.
8, tit. 11, la ley 1, y 2. La primera
dispone, que a los vagabundos, y
holgazanes, capaces de trabajar,
cualquiera por su autoridad pueda
tomarlos, y servirse de ellos sin salario
alguno, ni otra pensión, que darlos de
comer. Y si ninguno quisiere servirse de
ellos, las Justicias de los Lugares les
hagan dar sesenta azotes, y les arrojen
fuera. La segunda ordena, que con
pregón público los obliguen a trabajar; y
no lo haciendo, los den cincuenta azotes,
y echen de los Pueblos.
10. Donde debo advertir, que estas
leyes no quitan que, por razón de alguna
circunstancia gravante, o en cualquier
otro caso, en que la prudencia dicte, que
el mal pide mayor remedio, se proceda
con más severidad. No ignoraba dichas
leyes el señor Bobadilla, y con todo
echó a Galeras a un Pícaro, que
agregando a la holgazanería la
impostura, fingía enfermedad que no
tenía. Acuérdome, (dice este sabio
Político, lib. 2. cap, 13, num. 32) que el
año de 68 en la Ciudad de Badajoz,
llegándome a pedir [258] limosna un
pobre muy acuitado con un brazo
vendado, y alzado con un sosteniente,
pareciéndome que era simulado, y
fingido, hice que le mirase un
Cirujano, y pareció estar sano, y muy
bueno, y le envié a ejercitar los brazos
al remo en las Galeras, para que allí
desentumeciese el brazo. Como este
artificio es bastantemente frecuente,
podrá frecuentarse a proporción la pena.
11. Las utilidades, que de esta
providencia resultarán a la República,
son muy considerables. Lo primero,
estos zánganos inútiles podrán
convenirse en útiles Regnícolas,
aplicados a la Agricultura, a la Marina,
y a la Guerra. Y cuando no hubiese otra
ocupación que darles, la República
podría asalariarlos como peones para
componer caminos, levantar puentes,
hacer reparos contra inundaciones,
plantar arboledas, que de todos estos
beneficios se padece gran falta en
España. Lo segundo, se limpiarán las
poblaciones de ésta, que es a un tiempo
inmundicia, y embarazo. Lo tercero se
evitarán no pocos latrocinios, que
cometen algunos de estos holgazanes,
facilitándoles la entrada, y conocimiento
de las ensenadas de las casas la capa, y
título de pobres, por lo cual
frecuentemente se desaparecen de ellas
varias alhajas. Lo cuarto también se
evitarán muchos pecados en otra
materia; siendo cierto, que éstos que
entran en las casas a título de pobres,
son los medianeros más oportunos, y al
mismo tiempo menos sospechosos para
trabar comercios ilícitos entre uno, y
otro sexo.
12. A excepción de la primera, las
mismas utilidades que resultan de
excluir los mendicantes válidos de los
Pueblos, se siguen de incluir los
inválidos en los Hospicios. Se siguen
las mismas, digo, y con ventajas.
Embarazan más, porque es mayor el
número: son más fastidiosos a la vista
por sus enfermedades, y defectos
corporales; y en orden a los robos, y
tercerías delincuentes, siendo tan aptos
como los otros, pueden hacer más daño
por ser mayor el número.
13. Pero la excepción, que respecto
de los mendigos inválidos hago de la
primera de las cuatro utilidades [259]
señaladas, puede tener por otra parte su
compensación, que es el trabajar éstos a
beneficio común para algunas especies
de fábricas; pues muy raro hay tan
impedido, que no pueda emplearse en
alguna ocupación mecánica.
14. Fuera de las conveniencias, que
con el establecimiento proyectado
logrará el Público, resta otra
importantísima a favor de los mismos
mendigos, o recogidos en el Hospicio, o
precisados al trabajo, que es el vivir
más cristianamente.
15. Yo no me atreveré a decir cuál
de los dos extremos es más ocasionado
a pecar, si el de la mucha riqueza, o el
de la mucha pobreza; pero estoy algo
inclinado a determinar por el segundo.
La mucha riqueza ofrece muchas
ocasiones; pero la mucha pobreza incita
con más acres impulsos. La redundancia
de bienes temporales puede fomentar la
ambición, la soberbia, y la lascivia;
pero mucho más es lo que la gran
carestía de ellos estimula para la
malevolencia, para la envidia, para el
embuste, y para el robo. Y aun se puede
añadir, por lo menos respecto de los
mendicantes válidos, lo que sobre la
indigencia influye para el vicio la
ociosidad.
16. Con el establecimiento, pues, de
los Hospicios se evitarán por la mayor
parte los pecados de los pobres: en los
recogidos, ya por su clausura, ya por los
socorros espirituales que tienen,
especialmente en la frecuencia
razonable de los Santos Sacramentos: en
los obligados a ocupaciones mecánicas
por su trabajo corporal; el cual, no sólo
en el cuerpo, mas también en el alma,
excluye los malos efectos de la
ociosidad.
17. Sé que muchos me dirán, que es
fácil demostrar la utilidad de los
Hospicios; pero es muy difícil su
fundación, y mucho más su
conservación, habiendo mostrado la
experiencia varias dificultades, o
tropiezos, que muchas veces han
impedido lo primero, y muchas más
imposibilitado lo segundo. Yo concedo
la experiencia de esos tropiezos; pero
niego constantemente, que ellos sean
inevitables. Si se hace reflexión sobre
las causas que han estorbado, [260] u
deteriorado, y aun arruinado los
Hospicios, se hallará sin duda, que si no
todas, las más provinieron de las
defectuosas providencias que se
tomaron para su erección, y
subsistencia; y conocidos los yerros, que
se cometieron en ellas, no será difícil
tomar mejor las medidas. Con efecto
oigo, que en otras Naciones hay no
pocos Hospicios, que se conservan
muchos años después de su fundación.
¿Por qué en España no se podrá lograr
lo mismo? El reglar la contribución
necesaria para la fundación, y
conservación es facilísimo. Hacerla
indefectible también lo será, mediando
la Autoridad Regia para la de los Legos,
y la Pontificia para la de los
Eclesiásticos; pues a lo que a todos
interesa es justísimo que todos
concurran.
18. Finalmente, por lo que mira a
mayor especificación de las
providencias convenientes a este asunto,
me remito a lo que a V.E. puede informar
el señor Don Antonio de Heredia,
Marqués de Rafal, hoy dignísimo
Corregidor de Madrid, que juzgo el
sujeto de los más prácticos en la
materia, que hay dentro de España.
Nuestro Señor guarde a V.E. muchos
años. Oviedo, &c.
Carta XXIV
Exterminio de ladrones
Rmo. P. M.
1. Amigo, y Señor: Raro es el
Fenómeno literario, que V. Rma. me
comunica, y no menos curioso, que raro.
¿Qué es posible, que un Albeitar
Español haya sido el primer descubridor
de la circulación de la Sangre? Parece
que no hay que dudar en ello. Escríbeme
V. Rma. que un Amigo suyo tiene un
libro de Albeitería, su Autor el Albeitar
Francisco de la Reina, impreso en
Burgos en casa de Felipe de la Junta el
año de 1564, y él mismo [315] vió otro
semejante en la Biblioteca Regia, que
sin embargo es libro raro, y acaso no
habrá en España más ejemplares, que
los dos expresados. Remíteme, pues, V.
Rma. copiado un pasaje del capítulo 94
de dicho libro, tan claro, tan decisivo en
orden a la circulación de la sangre, que
hace evidente, que el expresado Reina la
conoció. Aquella cláusula suya: Por
manera, que la sangre anda en torno, y
en rueda por todos los miembros,
excluye toda duda.
2. Veamos ahora si este hombre fue
el primero que penetró este precioso
movimiento, de que pende
absolutamente la vida animal. El Inglés
Guillermo Harveo se levantó con la
fama de dicho descubrimiento a los
principios, o poco después de los
principios del siglo pasado, de modo,
que por algún tiempo a nadie vino el
pensamiento de que otro le hubiese
precedido en el conocimiento de la
circulación. Pero la precedencia de
nuestro Albeitar, respecto del Médico
Inglés, es notoria: imprimióse el libro
del Albeitar el año de 1564. Harveo
murió el año de 1657 en la edad de
ochenta años. Con que estaba impreso el
libro del Albeitar algunos años antes
que naciese Harveo.
3. No sé si muerto ya Harveo, o
antes de su muerte, uno, u otro Médico
echaron la especie de que el famoso
Servita Pedro Pablo Sarpi, bien
conocido por su satírica Historia del
Concilio Tridentino, antes que Harveo
había descubierto la circulación de la
sangre; y esta noticia hizo bastante
fortuna en la República Literaria. Este
Religioso, según Moreri, nació el año
de 1552, doce años antes que se
imprimiese, en Burgos el libro del
Albeitar la Reina. Nadie soñara, que un
niño Veneciano, antes de llegar a la edad
de doce años, supiese tanta Anatomía,
que por ella pudiese rastrear el
movimiento circular de la sangre;
porque en efecto el Sarpi, según se dice,
por una delicada observación anatómica
arribó a este conocimiento. Y sobre ese
era menester dar antes de los doce años
algún tiempo para que la noticia pudiese
venir a España. [316]
4. Otros pensaron hallar la noticia
de la circulación en Andrés Cesalpino,
famoso Médico Italiano, que fue algo
anterior al Servita. No era a la verdad
repugnante, supuesto el hallazgo de la
circulación por Cesalpino, que de él
viniese a España la noticia, antes que
nuestro Albeitar escribiese de ella; pues
echada la cuenta, el año de 1564, que
fue el de la edición de su libro en
Burgos, ya Andrés Cesalpino tenía algo
más de cuarenta años. Pero esto nada
obsta para que a nuestro Albeitar se
adjudique la primacía del invento. Lo
primero, porque los mismos que
atribuyen esta gloria a Cesalpino, ponen
por data de su descubrimiento el año de
1593; esto es, veinte y nueve años
después de la edición del libro del
Albeitar. Lo segundo, porque aun cuando
fuese la invención de Cesalpino anterior
a la edición de este libro, ¿quién creerá,
que ocultándose a todos los Médicos,
que entonces había en España, pues
ninguno se halla, que toque el punto,
sólo a un Albeitar llegase la noticia? Lo
tercero, porque el pasaje de Cesalpino,
de donde se quiere inferir, que conoció
la circulación, necesita de que la buena
intención del que le lee ayude mucho la
letra para hallar en él lo que pretende.
5. Otros pretendieron deslucir a
Harveo, diciendo, que éste adquirió la
noticia de la circulación de Fabricio de
Acuapendente, célebre Médico,
Cirujano, y Anatómico Italiano, Profesor
de estas Facultades por espacio de
cuarenta años en la Universidad de
Padua, donde tuvo por oyente a Harveo.
Esto por varias razones se hace
totalmente inverisímil. Mas cuando
fuese verdad, perjudicaría al Médico
Inglés, no al Albeitar Español, que fue
no poco anterior a Fabricio.
6. No ignoro, que hubo, y aun hay
ahora quienes quisieron decir, que más
ha de veinte siglos conoció Hipócrates
el movimiento circular de la sangre.
Pero ésta fue una mera afectación, hija
en parte de la supersticiosa veneración
de los Hipocráticos, que quieren que
nada haya ignorando su Jefe; y en parte
de envidia a la gloria de [317] Harveo.
El hecho fue, que luego que Harveo
publicó el descubrimiento de la
circulación, todos, o casi todos los
Médicos de la Europa se echaron sobre
él, llenándole de injurias, tratando su
invento de ilusión, y gritando contra esa
inaudita novedad, como contra una
perniciosa herejía Filosófica, y Médica.
Harveo probó su novedad con
argumentos tan evidentes, que casi todos
los Médicos se rindieron a ellos; pero
entre éstos algunos, y no pocos, ya por
amor de la gloria de Hipócrates, ya por
desvanecer la de Harveo, no pudiendo
ya negar la verdad de la circulación,
negaron, que ésa fuese invento de
Harveo, pues ya Hipócrates la había
descubierto; para lo cual produjeron
dos, o tres lugares de Hipócrates, que
exprimiendo a viva fuerza la letra,
vanamente quisieron que significasen
dicha circulación.
7. En el cuarto Tomo del Teatro
Crítico, Discurso 12, pag. 386, en la cita
(a) escribí, que en una Observación de
las Actas Físico-Médicas de la
Academia Leopoldina, copiada en las
Memorias de Trevoux del año de 1729,
se lee, que el célebre Heister produjo
dos pasajes, el primero de un antiguo
Escoliador de Eurípides, el segundo de
Plutarco, en que formalmente se
expresa la circulación de la sangre.
Pero remirándolo ahora, hallo, que
realmente Heister no dijo, o pretendió
tanto; sí sólo, que en uno, y otro pasaje
se leen algunos de los principios
anatómicos, de donde se puede inferir la
circulación, sin que los Autores citados
llegasen a conocerla distintamente. Y de
Sarpi, y Cesalpino tampoco dicen más
que esto los que quisieron hablar a favor
suyo, sin faltar enteramente a la verdad.
8. En el mismo Tomo, y Discurso,
página 288, en la cita (a) escribí que el
Barón de Leibniz en una de sus Cartas,
citada en las Memorias de Trevoux del
año 1727, afirma como cosa averiguada,
que aquel famoso Hereje Antitrinario
Miguel Servet fue el verdadero
descubridor de la circulación de la
sangre. La relación del Barón de Leibniz
es como se sigue: Yo tengo tanto mayor
compasión [318] de la infeliz suerte de
Servet (Calvino le hizo quemar en
Ginebra), cuanto su mérito debía ser
extraordinario; pues se ha hallado en
nuestros días, que tenía un
conocimiento de la circulación de la
sangre superior a todo lo que se sabía
antes de ella. Servet fue algo anterior a
Cesalpino. Pero como no nos dice
Leibniz hasta qué punto llegó su
descubrimiento, es verisímil, que aunque
alcanzase algo más que los que le
precedieron, no excediese a Cesalpino,
o Sarpi, que le subsiguieron. Lo que se
puede asegurar es, que no consta, que
antes de Harveo algún Médico, o
Filósofo haya hablado distintamente de
la circulación, con la voz circulación, ni
con otra equivalente, a excepción de
nuestro Albeitar, que claramente dejó
escrito, que la sangre anda en torno, y
rueda por todos los miembros. Y en
caso que Servet llegase a otro tanto,
como este Autor fue Español, dentro de
España queda siempre la gloria del
descubrimiento de la circulación; y de
tal modo queda esa gloria en España por
Servet, que en ningún modo perjudica a
la particular del Albeitar; pues no
pudiendo éste tener noticia del
descubrimiento hecho por Servet, que,
como asegura el Barón de Leibniz, se
ignoró hasta muy poco tiempo ha, sólo
en fuerza de un ingenio sagacísimo pudo
arribar al proprio conocimiento. No
hubo menester tanta sagacidad Harveo,
porque halló la ciencia anatómica mucho
más adelantada que estaba en tiempo del
Albeitar; y sólo por observaciones
anatómicas se podría descubrir la
circulación.
9. ¿Pero no es cosa admirable, Padre
Rmo. que sólo por dos ejemplares del
Libro del Albeitar la Reina, que se
salvaron de las injurias del tiempo, se
haya conservado la memoria de este
feliz descubrimiento, y que sólo por el
accidente de tener un amigo de V. Rma.
uno de estos dos ejemplares, haya
llegado a V. Rma. y a mí la noticia?
Verdaderamente no hay voces con que
ponderar la negligencia, el descuido, y
aun la insensibilidad de nuestros
Españoles, en orden a todo aquello que
puede dar algún lustre al ingenio
literario de la Nación; siendo mucho
más [319] reprehensible esta
negligencia, respecto de los inventos
útiles, en todos tiempos tan gloriosos,
que los antiguos Gentiles elevaron los
Inventores a la esfera de Deidades.
10. Lo más notable en esto es, que
los Extranjeros aprecian las riquezas
intelectuales, que nosotros
despreciamos, y tal vez nos venden
como suyo, lo que nosotros olvidamos, y
ignoramos, que fue, y es nuestro. Buen
ejemplar de esto tenemos en el singular
sistema de la nutrición por el suco
nerveo, inventado por nuestra famosa
Doña Oliva de Sabuco, que olvidado en
España, le produjo después, como
invento suyo, un Autor Anglicano. Aún
mejor es el de nuestro Benedictino Fray
Pedro Ponce, inventor de la admirable
Arte de enseñar a hablar a los mudos, de
que dí noticia en el Tomo cuarto del
Teatro, Discurso 14, y que parece
después se creía producción de Juan
Walis, insigne Profesor de Matemáticas
en la Universidad de Oxford. Por lo
menos los Autores de las Memorias de
Trevoux, en el Tomo tercero del año
1701, página 85, donde hablando de un
Tratado, que sobre este Arte dio a luz en
Amsterdam el año de 1700 Juan
Conrado Amman, Médico Holandés,
dicen, que ya antes de éste había escrito
del mismo Arte, y hecho hablar algunos
mudos dicho Walis, sin memoria de otro
alguno, ni en común, ni en particular;
tácitamente insinúan, que a éste juzgaban
ser el primero en la invención, y en el
uso del Arte.
11. ¿Y no pudo suceder con el
invento de la circulación, lo que sucedió
con el del jugo nerveo, y el del Arte de
hablar los mudos; esto es, que Harveo,
hallándole en el Libro del Albeitar
Español, se le apropiase, como otros
dos de su Nación se apropiaron los
otros dos inventos Españoles? Que pudo
suceder no hay duda, aunque no se podrá
sin temeridad afirmar, que sucedió.
12. ¿Y qué queja podemos tener los
Españoles de los Extranjeros, porque
ellos se aprovechen de lo que nosotros
abandonamos? Nosotros no debemos
quejarnos, y el mundo debe darles las
gracias de que se conserve por su [320]
diligencia lo que sin ella se perdería por
nuestra desidia. En el lugar citado de las
Memorias de Trevoux se lee, que el
Inglés Walis, y el Holandés Amman
enseñaron a hablar muchos mudos. La
invención fue del Benedictino Español,
y ese Español también enseñó a hablar a
algunos. ¿Pero quién en España se
aprovechó, o aprovecha hoy de ese
Arte? De ninguno tengo noticia. ¿No es
ésta una lamentable incuria de parte
nuestra? ¿Y no es aquella en los dos
Extranjeros una laudable aplicación de
parte suya?
13. Creo que no pocos Libros muy
buenos de Autores Españoles se
hubieran perdido, si no los hubieran
conservado los Extranjeros, que es a
cuanto puede llegar nuestra, no diré ya
negligencia, sino modorra literaria.
Algunos nombra en su Biblioteca Don
Nicolás Antonio, de los cuales no tuvo
noticia, sino por Autores Extranjeros.
No ha mucho tiempo, que leyendo el
Tercer Tomo del Espectador Anglicano,
en el Discurso 49, hallé citado un Libro,
cuyo título es: Examen de Ingenios para
las Ciencias, y su Autor Juan Huarte,
Médico Español. Por lo que se dice de
este Libro el Escritor Inglés hice juicio
de la excelencia de la idea, y de la
importancia del asunto. Y como no tenía
otra noticia anterior de él, fui a buscarla
en la Biblioteca de Don Nicolás
Antonio, como en efecto la hallé a la
página 543 del primer Tomo de la
Biblioteca nueva; y allí un amplísimo
elogio, que del libro, y del Autor hizo
Escasio Mayor (Escritor, según parece,
Alemán), que le tradujo en Latín; y
traducido, le imprimió el año de 1621.
Copiaré aquí parte del elogio,
trasladado a nuestro Idioma: Me ha
parecido (dice Escasio de nuestro
Huarte) con gran exceso el más sutil
entre los hombres doctos de nuestro
siglo, a quien el Público debe tributar
supremas estimaciones, y que entre los
Escritores más excelentes, cuantos yo
conozco, tiene un gran derecho para
ser copiado de todos.
14. Como yo, antes de ver la noticia
del Médico Huarte en el Espectador, no
había leído, ni oído su nombre, no dejé
de extrañar, al ver este gran elogio suyo,
que tan tarde llegase a mí la primera
noticia de un Autor Español [312] de
tanto mérito; y aun esa primera noticia
derivada a mí de un Escritor Anglicano.
Pero cesó después mi admiración,
llegando a reconocer, que este Autor
Español, al paso que muy famoso entre
los Extranjeros, casi está enteramente
olvidado de los Españoles. En el
segundo Tomo de la Menagiana de la
edición de París del año de 1729, a la
página 18, donde en nombre de Mr.
Menage son censurados de poco
eruditos los Españoles, hay al fin de la
página la nota siguiente de letra menuda,
puesta por el Adicionador: Mr. Berteud
en su viaje dice, que en España no es
conocido el Doctor Huarte, ni su Libro
del Examen de los Ingenios.
15. ¿Puede llegar a más nuestra
desidia? O por mejor decir, puede llegar
a más nuestro oprobio, que el que los
mismos Extranjeros nos den en el rostro
con la desestimación de nuestros más
escogidos Autores? Es verdad, que el
Censor no nombra más que uno; pero el
nombrar este sólo para confirmar la nota
de la poca erudición Española, significa
mucho; significa, que ése es un Autor
insigne, esclarecido, célebre; y
significa, que pues los Españoles,
siendo suyo, y tan grande, le tienen
olvidado, ¿qué concepto se puede hacer
de la erudición de los Españoles?
16. De lo que dice Don Nicolás
Antonio de las pocas ediciones, que se
hicieron de este libro en España, y de
las muchas que se hicieron en las
Naciones Extranjeras, se colige lo
mismo con que nos da en rostro el
Adicionador de la Menagiana. Tres
ediciones refiere hechas en España, la
última el año de 1640, y nueve en los
Reinos extraños, la última el año de
1663. Y puede conjeturarse, que después
de la edición Española de 1640 no se
hizo acá otra, pues a haber alguna más
cercana a nuestros tiempos, no
estuvieran tan olvidados en España el
libro, y el Autor. Como asimismo se
puede conjeturar, que haciendo los
Extranjeros tanta estimación de uno, y
otro, hayan hecho repetidas ediciones
sobre la de 1663.
17. De este, y otros ejemplos, que
pudiera alegar, se [322] colige cuán
injusta es aquella queja, que a cada paso
se oye de la vulgaridad Española, de
que los Extranjeros, envidiosos de la
gloria de nuestra Nación, procuran
deprimirla, y obscurecerla cuanto
pueden. No hay acusación más ajena de
verdad. Protesto, que no tengo noticia de
algún Español ilustre, o por las armas, o
por las Letras, que no haya visto más
elogiado por los Autores Extranjeros,
que por nuestros Nacionales: los que
procuran deprimir la gloria de los
Españoles ilustres son los mismos
Españoles: Invidia haeret in vicino.
Pero, Padre Reverendísimo, dejo un
asunto tan odioso, porque si en él se
calentase demasiado la pluma, podría
derramar alguna sangre en vez de tinta.
Y concluyo, rogando a V. Rma. que si
puede agenciarme el libro del Doctor
Huarte, en cualquiera de las tres
Lenguas, en que esté traducido, Latina,
Italiana, o Francesa, me lo procure
cuanto antes; pues supongo, que en el
Idioma Español, y en España será difícil
hallarle. Y en caso que se pueda
conseguir, sólo quien, como V. Rma.
reside en el centro de España, podrá
hacer diligencias eficaces para este
hallazgo.
Primera Nota
Nota segunda
Nota
Apéndice
Excmo. Señor.
1. El celo, que todos conocen en V.E.
en orden a promover en España las
Ciencias, y las Artes, me mueve a
escribir esta Carta, siendo mi intento
representar a V.E. un gran estorbo, que
nuestra Nación se pone al
adelantamiento de las primeras, a fin de
que V.E. se aplique a removerle;
solicitando para ello la intervención de
la autoridad del Monarca, pues de otro
modo lo juzgo imposible.
2. No pueden adelantarse las letras
en España entre tanto que nuestros
Escritores circunscriban el estudio, y la
pluma a lo que supieron, y escribieron
los que fueron delante de ellos de siglo
y medio a esta parte (excepción que
hago, porque en el siglo anterior al
tiempo dicho [353] tuvo España
doctísimos Varones, en nada inferiores a
los más distinguidos, que entonces
florecían entre los Extranjeros; sobre lo
cual se puede ver el Teatro Crítico,
Tomo 4, Disc. 14.). Supongo que en las
tres Facultades de Teología Escolástica,
la Moral, y Jurisprudencia nada tiene
que envidiar nuestra Nación a las
demás. La Teología Escolástica es como
la cabeza de mayorazgo de nuestras
Universidades. La Moral, y
Jurisprudencia, especialmente en cuanto
al Derecho Civil, se han cultivado
felizmente por gran copia de Autores
célebres en una, y otra. Pero saliendo de
estas Facultades, es preciso confesar la
mucha pobreza de España, por más que
quieran negarlo los que por
demasiadamente pobres, ni aun
confusamente saben lo mucho, que nos
falta; o en caso que tengan una escasa
noticia de ello, como de hecho la tienen
algunos, por ocultar su pobreza, niegan
la común de la Nación. Y éstos,
adulando nuestras Escuelas como ricas
en literatura, son gran parte para atajar
los progresos en ella. Por lo que yo
gritaré a mi Nación contra éstos, o
lisonjeros, o ignorantes, con aquellas
palabras del Profeta Isaías: Popule
meus, qui te beatum dicunt, ipsi te
decipiunt, & viam gressuum tuorum
dissipant. (Isai. cap. 3.)
3. Pero en los mismos, que por esta
parte adulan nuestras Escuelas, anda la
maledicencia muy cerca de la lisonja,
hermanándose estos dos extremos,
aunque al parecer tan distantes. Es el
caso, que la lisonja abre el camino a la
maledicencia. ¿Cómo? De este modo.
Después de entablado, que acá
abundamos en todo género de literatura,
si algún Autor Español, porque Dios le
dio el espíritu, y capacidad necesaria
para ello, se avanza más allá de los
límites, en que hasta ahora se
contuvieron nuestros Profesores,
procurando dar a la Nación luces, que le
faltan en otras materias; si descubre a
sus compatriotas nuevos Países
intelectuales, a fin de hacerlos
partícipes en la posesión de ellos; ¿qué
le sucede? Lo que al gran Colón, en el
descubrimiento de las Indias
Occidentales: lo que al gran Vasco de
Gama en el descubrimiento de las
Orientales: [354] padecer insultos, y
conspiraciones de parte de aquellos
mismos, que eran interesados en el
descubrimiento. En las oposiciones, que
se hacen a estas empresas literarias,
frecuentemente se ponen baterías contra
la honra, como en las de aquellos dos
Héroes hubo tentativas contra la vida.
4. De los que se oponen, unos
proceden por ignorancia, otros por
malicia. Los primeros tienen alguna
disculpa; ninguna los segundos. Y la
malicia de éstos atrae por auxiliar suya
la ignorancia de los otros. Grita éste,
que cuanto da a luz el nuevo Escritor son
unas inutilidades, que tanto vale
ignorarlas, como saberlas. Clama aquél,
que todas novedades en materias
literarias son peligrosas. Fulmina el
otro, que cuanto produce como nuevo su
compatriota, es tomado de Extranjeros,
que, o son herejes, o les falta poco para
serlo. Y aquí entra con afectado énfasis
lo de los aires infectos del Norte, que
se hizo ya estribillo en tales asuntos, y
es admirable para alucinar a muchos
buenos Católicos, mas igualmente que
Católicos ignorantes.
5. En tan frívolos, y falsos pretextos
se emboza la negra envidia de los que se
consumen de ver, que otro logre el
lucimiento, crédito, y fama, que ellos no
son capaces de merecer. Y como no hay
insulto, por torpe que sea, inaccesible a
los furores de esta pasión, no faltan
quienes, no contentándose con mentir
todo el mal que pueden de los Escritos,
que impugnan; si hallan por donde herir
al Autor, aunque sea en materia
totalmente inconexa con los Escritos,
por aquel vulnerable acometen.
Iamque faces, & saxa volant, furor
arma ministrat.
Rmo. P.M.
1. Amigo, y Señor: Este Correo no
recibí Carta de V. Rma. y así no tengo a
qué responder. Mas no por eso me falta
que escribir, y en asunto, que será muy
del agrado de V. Rma. Respecto de una
Carta, esto poco basta para exordio, y
así vamos al caso.
2. Estos días pasados supe, que el
Señor Don Isidoro Gil de Jaz, Regente
de esta Real Audiencia de Asturias,
tenía unos Libros nuevos intitulados:
España Sagrada, que su Señoría
alababa mucho. No hube menester más
informe para desear, y solicitar su
lectura; porque este Ministro, no sólo
tiene altamente calificada la autoridad
de su voto en las sentencias legales, mas
también es dotado de un bello
discernimiento para las Críticas. Pedíle,
pues, prestados a su Señoría los Libros
para leerlos, y lo primero fue buscar en
la frente el nombre del Autor. Hallé, que
éste era el Rmo. P.M. Fr. Enrique
Flórez, de la esclarecida Orden de San
Agustín. Tate, dije hacia mi capote. ¿El
Maestro Fr. Enrique Flórez? No es éste
aquel Padre Maestro, que de comisión
del Ordinario dio su aprobación a mi
segundo Tomo de Cartas, y una tal
aprobación, que ella merece para sí
misma, por su gracia, discreción y
agudezas cuatrocientas mil
aprobaciones? ¿No es este mismo aquel,
que con motivo de dicha aprobación mi
íntimo amigo el Rmo. P.M. Sarmiento,
Juez en materia de [391] erudición cual
sabe todo el Mundo, me ponderó como
erudito de primera clase, y primer
orden, especialmente en todo género de
antigüedades sagradas, y profanas; esto
es, en la materia en que aun el ser
mediocremente erudito es harto difícil?
Sí. El mismo es; porque el nombre, el
apellido, la Religión, y los títulos
honoríficos los mismos son en la frente
de estos Libros, que en la cabeza de la
Aprobación.
3. Supuesto este conocimiento, ya se
echa de ver con cuánta ansia entraría yo
en la lectura. Pero aun entrando con este
conocimiento en la lectura, hallé en ella
más que lo que esperaba, porque sobre
una erudición de rara amplitud, y
profundidad, hallé un estilo noble,
elegante, puro, igualmente grave,
conceptuoso, y elevado, que natural,
dulce, y apacible: un entendimiento
claro, que consigo lleva la luz que es
menester para romper las densas nieblas
de la antigüedad; una Crítica fina, y
delicada, que en fiel balanza pesa hasta
los átomos de las probabilidades: una
veracidad tan exacta, que llegaría a
pecar de escrupulosa, si en esta virtud
cupiera nimiedad: un genio felizmente
combinatorio, que hace servir la
variedad, y aun el encuentro de las
noticias al descubrimiento de las
verdades: una destreza tal para colocar
en orden todas esas noticias, que la
multitud queda muy fuera de los riesgos
de la confusión.
4. ¿Mas a qué propósito, escribiendo
a V. Rma. le represento la excelencia de
una Obra, que supongo ha leído, y
consiguientemente conocido su valor?
No lo hago por informar a V. Rma. de lo
que ya sabe, sino por complacerme a mí
mismo de lo que acabo de saber. No es
esto dar a V. Rma. la noticia, sino
satisfacer mi propia Inclinación.
Explícome. No ignora V. Rma. la náusea,
la indignación, la pesadilla, que muchos
años ha estoy padeciendo de ver tantos
infelices Escritos como en este siglo
salen de nuestras prensas, que en vez de
acreditar en otras Naciones la Literatura
Española, la infaman, y desacreditan.
¿Qué me sucede, pues? Que cuando en
España, y de pluma [392] Española sale
uno, u otro Escrito excelente, con la
complacencia que me infunden éstos, me
compenso de la displicencia, que me
inspiran los otros, mirando los buenos
como unos justos vindicadores, o
restauradores del crédito, que hacia los
extranjeros nos quitan los malos. De
aquí es, que prendado de la hermosura
de aquéllos, caigo en la flaqueza común
de los enamorados; esto es, alabar, y
realabar opportune, importune, venga, o
no venga, el objeto que ha inflamado su
cariño. Y de que lo hago así con los
pocos Escritos de alguna perfección,
que produce tal cual ingenio Español,
doy por testigos a todos los que
comúnmente me tratan, y trataron. No me
contento con leer, y estimar los buenos
Libros, cuando ellos son de algo
sobresaliente nobleza; me apasiono
extremadamente por sus Autores; y
efecto de esta pasión es celebrarlos
siempre que la ocasión se ofrece; y aun
buscando yo la ocasión, cuando ella no
se me presenta. Así desahogo mi afecto,
ya que no puedo de otro modo.
5. Estos días pasados se padeció
aquí una horrible tempestad, que hizo
grandes daños en Mar, y Tierra: en aquel
sumergiendo muchos Navíos, y Barcos;
de suerte, que han quedado en estos
Puertos poquísimos Pescadores; y aun
esos pocos apenas tienen vasos para la
pesca: en la Tierra, arrastrando los ríos,
y arroyos muchísimo ganado de todas
especies, que se sepultaron en ellos, o
fueron a sepultarse en el Mar vecino. Y
ni aun perdonó el ímpetu de la corriente
a las bestias más feroces, pues a la
playa de Pravia arrojó el río Nalón dos
osos, lo que dicen los naturales nunca se
vio.
6. Estando para firmar, y cerrar esta
Carta, entró en mi Celda (favor que
muchas veces me hace, y que yo le
agradezco mucho) el señor Don Manuel
Verdeja, dignísimo Ministro ahora de
esta Real Audiencia, y antes dignísimo
Catedrático Primario de Leyes de
Salamanca, y ofreciéndose en la
conversación tocar el asunto de esta
Carta, que gustó de ver, tuve la
complacencia de hallarle enteramente de
acuerdo con mi dictamen en orden a las
prendas [393] del Rmo. P.M. Flórez,
cuyas Obras había leído, y de que entre
otros elogios le oí uno, que me cayó muy
en gracia: A este Autor, me dijo, por su
penetración en los puntos más obscuros
de la Historia, se puede apropriar lo
que mucho ha se dijo del famoso
Ambrosio de Morales, que VEIA DE
NOCHE. Persuádome a que tendrá V.
Rma. noticia del bello complejo de
prendas de este sujeto, pues lo que suena
mucho en Salamanca, no puede menos
de oírse en Madrid; de que infiero, que
será a V. Rma. muy grato este breve,
pero bien expresivo Panegírico de su
Amigo; porque Panegiristas de esta
clase nunca sobran.
Nuestro Señor guarde a V. Rma.
muchos años, &c.
O. S. C. S. R. E.
Indice alfabético de las
cosas más notables
El primer número denota la Carta, y el
segundo el Número marginal.
C
Calamo. Filósofo, que se arrojó
vivo en la hoguera por
vanidad. Carta XVII. n. 17.
Calmet (Don Agustín). No ha creído
la existencia del Unicornio,
cuya existencia se disputa.
Carta III. n. 8. Su elogio. Carta
XXXI. n. 55.
Carduche. Ladrón famoso. Carta
XXIV. n. 8.
Cartesianos. Su dictamen en orden
al alma de las bestias. Carta
XXVII. n. 15.
Catón. Elogio singular de su
veracidad. Carta XVIII. n. 38.
Causas. Utilidades de abreviar las
Causas Judiciales. Toda la
Carta XXII.
San Chrysostomo. Su dictamen
sobre la compasión con los
irracionales. Carta XXVII. n. 4.
Cielos. Si son animados. Carta
XXVI. n. 79.
Ciencias. Sobre el adelantamiento
de Ciencias, y Artes en
España. Toda la Carta XXXI.
Circulación de la Sangre. Véase
Albeytar.
Clavio (Padre Christoforo). Su
singular genio para las
Matemáticas. Carta XXVIII. n.
18.
Codorniu (Padre Antonio). Jesuita.
Noticia, y elogio de su Libro:
Indice de la Phylosofía
Moral Christiano-Política.
Toda la Carta XXIX.
Cometas. Si son Astros. Carta XXI.
num. 10. No son perjudiciales.
Carta XXXI. n. 29.
Copérnico (Nicolás). Sobre el
Sistema Copernicano. Toda la
Carta XX. Textos de la
Escritura contra el dicho
Sistema. Carta XX. n. 26.
Coral. Sus flores, y semillas. Carta
XXX. n. 54. y 55.
Cornejo. Caso de la Compasión del
Ilustrísimo Cornejo con los
irracionales. Carta XXVII. n. 6.
[397]
Corte. Ingrata habitación la de la
Corte. Toda la Carta XXV.
Coulanges. Villa de Borgoña, en
donde, por penuria de agua, se
apagó un incendio con vino,
Carta XXXI. num. 70.
Cusa (Cardenal de). ¿Qué sintió de
estar habitados los Planetas?
Carta XXI. n. 12.
Cycloida. Utilidad, y aplicación de
la línea curva Cycloida. Carta
XXXI. número 17.
Czar (Pedro). Paralelo de Luis XIV
con el Czar Pedro el Grande
de Moscovia. Toda la Carta
XIX. Decreto suyo contra la
demora de las Causas
Judiciales. Carta XXII. número
2.
E
Eclypses. Daños que se siguen de
creerlos perniciosos. Carta
XXXI. num. 27. y sig.
Electricidad. Utilidad de la virtud
Eléctrica. Carta XXXI. num.
17.
Enfermedad. Crítica de unas
señales, que se creen ser
previas de enfermedad. Carta
IX. n. 10. y 11.
Escritores. Carácter de los que sólo
escriben impugnando. Carta
VII. n. 8.
Escritura. Dificultades que hay para
exponer la Sagrada Escritura
Carta XXXI. n. 59.
Escritura. La Escritura, o el escribir
en compendio de los antiguos,
se practica hoy en Inglaterra.
[398] Carta XIV. número 6. y
siguiente.
España. Sobre el adelantamiento de
las Ciencias, y Artes en
España. Toda la Carta XXXI.
Españoles. No exceden a los de
otras Naciones en el
aborrecimiento de los Judíos.
Carta VIII. num. 6. y siguiente.
Espectáculo de la Naturaleza.
Título de Obra curiosa. Carta
VII. num. 5.
Exorcismos. Los que hay para
desencantar los tesoros son
disparatados. Carta II. num.
14. Fórmula de uno, num. 23.
Sobre los nuevos Exorcismos.
Toda la Carta X. Dictamen del
Padre Delrio. Carta X. número
15. El del Maestro Soto, num.
16. El Decreto del Concilio
Bituricense, num. 10.
Evangelios. No son Evangelios
breves los Adagios. Carta I.
num. 3. y 4.
H
Harveo. No es el inventor de la
circulación de la sangre. Carta
XXVIII. n. 2. y 3.
Hechiceros. Contra la pretendida
multitud de hechiceros. Toda
la Carta XV.
Heirmiburg. Impostura que allí
sucedió. Carta VIII. número
48.
Heraclio. Instigó a los Reyes
Sisebuto, y Diagoberto, para
que expeliesen los Judíos.
Carta VIII. número 14.
Hierbas. Es superstición cogerlas en
tales, y cuales días, para que
tengan más virtud. Carta XIII.
número 12.
Hippócrates. Su Juramento. Carta
IV. num. 17. Comparación de
dos Textos suyos. Carta VI.
num. 6. y 7. ¿Si conoció la
circulación de la sangre?
Carta XXVIII. n. 6.
Holgazanes. ¿En dónde se
castigaban con la pena de
muerte? Carta XXIII. n. 8.
Hospicios. Erección de Hospicios
en España. Toda la Carta
XXIII.
Huarte (Juan). Noticia de su Libro,
Examen de Ingenios. Carta
XXVIII. n. 13. 14. y 18.
Huevos. ¿Si todo viviente se
engendra de huevos? [400]
Carta XXX. n. 29. y sig. y 35. y
sig.
Huyghens (Christiano). Sentir suyo
sobre la extraordinaria
elevación del Azogue en el
tubo. Carta XXX. n. 7.
IyJ
S
Sabunde (Raymundo). Noticia de la
condenación de su Libro.
Carta IV. numer. 43. 44. y
siguient. [405] y Carta XXVI.
num. 52.
Salomón. Noticia de su Ciencia
infusa. Carta IV. n. 57. No ha
llegado a nosotros. num. 58.
Salzinger. Véase Zalzinger.
Sangre. Descubrimiento de la
circulación de la sangre por
un Albeytar Español. Toda la
Carta XXVIII.
Santos. Más usaban de preces, y
Oraciones, que de
Exorcismos. Carta X. n. 12.
Satélites. Utilidad de los Satélites
de Júpiter. Carta XXXI. n. 17.
Savonarola. Causa de Savonarola.
Toda la Carta XII. Sus delitos
innegables, Carta XII. n. 13.
Scéptico. ¿En qué se distingue del
Académico? Carta IV. num. 5.
Shbomberg. (El Barón de). Si
tradujo algo del Teatro Crítico
al Alemán. Carta XIV. n. 5.
Señeri (P. Pablo). Paralelo que hace
de las insolencias de los
Judíos contra Christo; y las
venganzas de los Romanos
contra los Judíos. Carta VIII. n.
78.
Servet (Miguel). ¿Si descubrió la
circulación de la sangre?
Carta XXVIII. n. 8.
Similis. Sentencioso epitafio suyo.
Carta XXV. n. 3.
Simón Mago. Sobre una Estatua suya
en Roma. Carta XVII. n. 40.
41. 42. Ha sido un grande
Mago. Ib. num. 43.
Sirius, Estrella fija, no tiene
paralaje. Carta XX. n. 9.
Debía tenerla en el Sistema
Copernicano, n. 30. y sig.
Sixto Senense. Su carácter. Carta
VIII. n. 51. Crítica que hace
del Talmud. Ib. n 52. y 53.
Sol. ¿Cuántas leguas anda en un
minuto? Carta XX. n. 12. Son
125 leguas, lo que es
incomprehensible. Ibid.
Sóphocles. Conservó en la vejez
vigoroso su entendimiento.
Carta V. n. 13.
Soto (Mro. Fr. Domingo). Su
dictamen sobre los
Exorcismos. Carta X. n. 16.
Synagoga. Comparación de la
antigua con la moderna. Carta
VIII. n. 71.
Systema Copernicano. Toda la Carta
XX.
Systema Magno. ¿Cuál es? Toda la
Carta XXI. Dificultades contra
él. XXI. n. 16. y sig.
Impúgnase Ibid. n. 23. [406]
VyU
FIN
BENITO JERÓNIMO FEIJOO Y
MONTENEGRO (Casdemiro, Orense, 8
de octubre de 1676 - Oviedo, 26 de
septiembre de 1764) fue un ensayista y
polígrafo español.
Nació en el seno de una familia
hidalga del muy antiguo linaje de Feijoo,
en el pazo de Casdemiro, parroquia de
Santa María de Melias. Sus padres
fueron D. Antonio Feijoo Montenegro y
Sanjurjo y Da. María de Puga Sandoval
Novoa y Feijoo. Cursó sus estudios
primarios en el Real Colegio de San
Esteban de Rivas de Sil. En 1690
ingresó en la Orden Benedictina, por lo
cual debió renunciar a los derechos que
le correspondían al mayorazgo de su
casa.
Estudió en Salamanca y ganó por
oposición una cátedra de Teología en la
Universidad de Oviedo, en donde
residió desde 1709 hasta el fin de sus
días, si bien se había ordenado
sacerdote en el monasterio de San Juan
de Samos (Lugo). Desde muy joven
perteneció a la orden de San Benito de
Nursia o benedictina y había dado
clases en Galicia, en León y en
Salamanca. Feijoo es considerado el
primer ensayista de la literatura
española y uno de los más famosos
miembros (junto con Mayans) de la que
es considerada la Primera Ilustración
Española (desde 1737 hasta poco
después de la muerte de Fernando VI),
tras una primera etapa de pre-ilustración
representada por los novatores: un
grupo constituido fundamentalmente por
médicos y cuyas obras se reimprimieron
sin pausa a lo largo de todo el siglo
XVIII.
Hasta 1725, Feijoo no comenzó a
publicar sus obras, casi todas ellas
colecciones de opúsculos polémicos que
llamó discursos (de discurrir, esto es,
disertar libremente), verdaderos ensayos
si la libertad de su pensamiento hubiera
sido absoluta. Su obra en este género
está integrada, por una parte, por los
ocho volúmenes (118 discursos), más
uno adicional (suplemento) de su Teatro
crítico universal, publicados entre 1727
y 1739 (el título teatro ha de entenderse
con la acepción, hoy olvidada, de
«panorama» o visión general de
conjunto), y, por otra, por los cinco de
las Cartas eruditas y curiosas (166
ensayos, más cortos), publicadas entre
1742 y 1760. A estas obras hay que
agregar también un tomo extra de
Adiciones que fue publicado en 1783 y
su copiosa correspondencia privada,
que continúa inédita hasta el día de hoy.
Feijoo fue un hombre versado en
letras, pero que parece citar muchas
veces de segunda mano. Por otro lado,
algunos de sus discursos, como el del
«Anfibio de Liérganes», son una muestra
palpable de los límites de su
pensamiento y su capacidad intelectual;
en él admite como verosímil la
existencia de un ser mitad hombre y
mitad pez.
Los temas sobre los que versan estas
disertaciones son muy diversos, pero
todos se hallan presididos por el
vigoroso afán patriótico de acabar con
toda superstición y su empeño en
divulgar toda suerte de novedades
científicas para erradicar lo que él
llamaba «errores comunes», lo que hizo
con toda dureza y determinación, como
Christian Thomasius en Alemania, o
Thomas Browne en Inglaterra. Se
denominaba a sí mismo «ciudadano
libre de la república de las letras», si
bien sometía todos sus juicios a la
ortodoxia católica, y poseía una
incurable curiosidad, a la par que un
estilo muy llano y atractivo, libre de los
juegos de ingenio y las oscuridades
postbarrocas, que abominaba, si bien se
le deslizan frecuentemente los
galicismos. Se mantenía al tanto de
todas las novedades europeas en
ciencias experimentales y humanas y las
divulgaba en sus ensayos, pero rara vez
se propuso teorizar reformas concretas
en línea con su implícito progresismo.
En cuestión de estética fue singularmente
moderno (véase por ejemplo su artículo
«El nosequé») y adelanta posturas que
defenderá el Romanticismo, pero critica
sin piedad las supersticiones que
contradicen la razón, la experiencia
empírica y la observación rigurosa y
documentada.
Sus discursos suscitaron una
auténtica tempestad de rechazos,
protestas e impugnaciones, sobre todo
entre los frailes tomistas y escolásticos.
Las más importantes fueron las de
Ignacio de Armesto Osorio, autor de un
Teatro anticrítico (1735) en dos
volúmenes, fray Francisco de Soto
Marne, que publicó en su contra dos
volúmenes de Reflexiones crítico-
apologéticas en 1748; Salvador José
Mañer, quien publicó un Antiteatro
crítico (1729); Diego de Torres
Villarroel y otros muchos. Le
defendieron el doctor Martín Martínez y
los padres Isla y Martín Sarmiento y el
mismo rey Fernando VI, quien, por un
real decreto de 1750, prohibió que se le
atacara.
El padre Feijoo publicó asimismo
otras obras menores: Apología del
escepticismo médico (1725),
Satisfacción al Escrupuloso (1727),
Respuesta al discurso fisiológico-
médico (1727), Ilustración apologética
(1729), Suplemento del Teatro Crítico
(1740) y Justa repulsa de inicuas
acusaciones, como nota curiosa en el 4.º
tomo de sus Cartas Eruditas, y
Curiosas, la #20 trata sobre el tratado
de Augustin Calmet sobre vampiros.
Está enterrado en la iglesia de Santa
María de la Corte.