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Las Cartas eruditas, y curiosas son

cinco tomos más del polígrafo y


escritor español Benito Jerónimo
Feijoo, publicados entre 1742 y
1760.
En ellas el erudito benedictino, con
afán continuador respecto de su
obra principal, el Teatro crítico
universal, analiza gran cantidad de
ciencias: Física, Matemáticas,
Historia Natural, Medicina,
Astronomía, Geografía, Filosofía,
Economía, Derecho Político,
Literatura, Filología, así como de
creencias populares (supersticiones,
milagros), personajes históricos
coetáneos…
Mantiene el tono desmitificador de
las creencias más irracionales:
milagrería, «opiniones vulgares».
También se muestra favorable al
método experimental, las ciencias
naturales, la reforma de los
estudios, y manifiesta un espíritu
abierto a las innovaciones. Su estilo
es llano, ajeno a la ornamentación y
a la artificiosidad del barroco, y con
adición consciente de galicismos y
latines.
Pero que hable el padre Feijoo:
«Preséntote, Lector mío, nuevo
Escrito, y con nuevo nombre; pero
sin variar el género, ni el designio,
pues todo es Crítica, todo
Instrucción en varias materias, con
muchos desengaños de opiniones
vulgares, o errores comunes. Si te
agradaron mis antecedentes
producciones, no puede
desagradarte ésta, que es en todo
semejante a aquéllas, sin otra
discrepancia, que ser en esta mayor
la variedad; y no pienso tengas por
defecto lo que sobre extender a más
dilatada esfera de objetos la
enseñanza, te aleja más del riesgo
del fastidio. VALE».
Benito Jerónimo Feijoo

Cartas eruditas, y
curiosas
Tomo III

ePub r1.0
IbnKhaldun 12.02.14
Título original: Cartas eruditas, y
curiosas
Benito Jerónimo Feijoo, 1750

Editor digital: IbnKhaldun


ePub base r1.0
Dedicatoria, que hizo
el Autor al Rey
nuestro Señor Don
Fernando el Justo
Señor
A los pies de V.M. pongo este Libro,
no con el fin de solicitar para [IV] él la
protección de V.M. sí sólo con el de
satisfacer mi obligación, presentándole
como tributo de mi gratitud. No Señor,
no imploro el amparo de V.M. ni para el
Autor, ni para la Obra; pues ya V.M. me
anticipó este beneficio, cuando, con
liberalidad verdaderamente Regia, en
consideración de mis trabajos literarios,
me concedió los honores de Consejero
suyo. ¿Quién duda que esto fue
declararse V.M. Protector mío, y de mis
Obras, colocándome con ellas al amparo
de su augusta sombra? Pues habiendo
sido aquel favor, no sólo en la intención,
mas aun en la expresión de V.M. premio
de mis estudiosas tareas, habrá ya algún
Vasallo tan irreverente, o desatento, que
con grosera pluma, como hasta aquí
hicieron algunos, quiera ultrajar unos
Escritos, de que V.M. con tan auténtico
testimonio mostró hacer un singular
aprecio?
Fue, Señor, vuelvo a decirlo, aquel
favor premio de mis estudiosas tareas;
[V] pero premio tan excedente al mérito
que se vio haber la piedad, y la
benevolencia puesto en él mucho más
que la Justicia: premio tan agigantado,
que ningún Monarca juzgo le dio hasta
ahora a algún sabio Vasallo suyo, a
excepción de uno sólo, que encuentro en
las Historias, o igual, o equivalente.
Aquel excelente Rey de Sicilia Hierón
el Segundo, de quien V.M. por muchas
partes es una viva copia, mandó
construir una Nao tan enormemente
grande, que concluida la obra, se halló,
que todas las fuerzas del Reino no
bastaban para impelerla al agua. En este
apuro acudió aquel portentoso ingenio,
el admirable Matemático Arquímedes,
ofreciendo, que él sólo echaría el Navío
al Mar. Riéronse todos, el Rey entre los
demás, del ofrecimiento, como de
quimérica ejecución. Pero Arquímedes,
sin detenerse en inútiles disputas, formó
una pequeña máquina, mediante la cual,
él con una mano sola arrastró el Bajel al
piélago. Determinó Hieron [VI] calificar
con un premio de esfera superior la
estimación que daba a aquella maravilla
de la maquinaria, y al ingenio del
Artífice. ¿Pues qué hizo? Diole a
Arquímedes riquezas, puestos,
dominios, tierras, posesiones? Nada de
eso. El premio fue mandar a todos sus
Vasallos, que de allí adelante creyesen
cuanto dijese Arquímedes.
Supongo que este decreto no tuvo
por objeto la creencia interior, la cual
estaba muy fuera de la Regia autoridad,
sí sólo privilegiar a Arquímedes de
públicas contradicciones a cuanto él
afirmase. Y entendido en estos términos
el decreto, se halla en él una clara
analogía con el que V.M. expidió a mi
favor. El de Hierón indemnizó de
groseras repulsas todas sus aserciones.
El de V.M. a favor mío pone a cubierto
de molestas contradicciones todos mis
Escritos. Estos han padecido hasta
ahora, no sólo muchas oposiciones, mas
aun torbellinos de injurias, ultrajes, y
baldones: que la ignorancia,
acompañada [VII] con la envidia, no
acierta a dictar otra cosa. ¿Mas qué
Vasallo se atreverá ya a fechar dicterios
contra unos Escritos, que su propio Rey
muestra apreciar tanto? Su propio Rey, y
un tal Rey: un Rey, que nada obra por
capricho: un Rey, que en todo consulta
la razón, y la conciencia: un Rey tan
mirado, y remirado en cuanto ejecuta, y
en cuanto ordena: un Rey en fin, a quien
yo en la inscripción directiva de esta
Carta, bien persuadida a que toda la
posteridad aprobará, y repetirá el
epíteto, con que justísimamente llamó
FERNANDO EL JUSTO.
Sí Señor, a la vista de todo el
Mundo saludo a V.M. con este epíteto de
JUSTO, que la Francia con mucho menor
motivo aplicó al tercer Abuelo Francés
de V.M. y que yo prefiero a todos los
demás, que hasta ahora la común
opinión asoció a los nombres de varios
ilustres Progenitores de V.M. a
excepción del de SANTO, con que el
infalible Oráculo de [VIII] la Iglesia
decoró a uno de España, y otro de
Francia; Fernando el Tercero aquél, y
éste Luis el Nono. Plutarco en la Vida de
Arístides, aquel insigne Magistrado de
los Atenienses, a quien toda la Grecia
apellidó Arístides el Justo, dice, que
esta apelación es, no sólo dignísima de
un Rey, mas aun divinísima: Rege
dignissimam, & divinissimam
appellationem traxit Iusti. La Corona
erige los hombres a Reyes; la cualidad
de Justos, en cierto modo, levanta los
Reyes a Deidades.
En las Historias de estas dos
grandes Monarquías, que dieron tantos
gloriosos ascendientes a V.M. veo un
Monarca, que se apellida Invicto, otro
Animoso, otro Conquistador, otro
Magnánimo, otro Batallador, otro
Prudente, otro Noble, otro Augusto, otro
Sabio, otro Valiente, otro Católico, otro
Grande. Pero todos estos atributos son
muy inferiores al de JUSTO, porque cada
uno de ellos (a excepción del de
Grande, que [IX] puede incluir dos, o
tres) no significa más de una virtud; el
de JUSTO tiene significación ilimitada; o
por lo menos amplísima, en la línea de
bondad moral.
Añado, que tal vez la significación
de aquellos epítetos es equívoca entre
virtud, y vicio, sin que aun el sonoro de
Grande esté libre de una aplicación
siniestra, cuando vemos, que la pública
voz se le concedió a aquel Alejandro,
cuyos méritos para él únicamente
consistieron en una insaciable ambición,
acompañada de una ciega, pero feliz
temeridad; pues aunque sus primeras
expediciones fueron ilustradas con
algunas plausibles virtudes, todo su
esplendor obscurecieron después
muchos mayores vicios. ¿Y qué es
menester para hallar ejemplares de este
abuso extender los ojos a los que están
tan distantes de nosotros, como los
Alejandros, los Ciros, los Sesostris, u
otros algunos, que se nos muestran en
los antiguos Teatros de Asia, Grecia,
Egipto, [X] y Roma; cuando mucho más
cerca se podrían señalar seis, u ocho
Príncipes, a quienes granjeo el título de
Grandes, no otra prenda, que una
ambición desmesurada, favorecida de la
fortuna? ¿Qué fueron los más insignes
Conquistadores, sino unos esclarecidos
malhechores, tiranos de sus Vasallos,
arruinadores de sus vecinos, robadores
de Reinos enteros, homicidas de muchos
millares de hombres, bestias carniceras
dentro de su misma especie, y furias
sedientas de la humana sangre? De
modo, que por lo común el nombre de
Conquistador, debajo de un sonido
magnífico, envuelve un significado
maléfico.
España, Señor, España sola entre
todos los Reinos del Mundo, goza el
singular honor de que habiendo
florecido en ella muchos Reyes
Conquistadores, todos lo fueron sin
injusticia, sin tiranía, sin usurpación,
porque sus conquistas no salieron de los
límites de un lícito recobro. El mayor
infortunio de España, que fue [XI]
apoderarse de ella los Mahometanos, le
ocasionó la mayor gloria. Ocios hubiera
estado, o se hubiera aplicado a algún
ejercicio injusto el corazón magnánimo,
y guerrero de muchos de nuestros Reyes,
si el derecho que tenían para arrojar de
su inicua posesión los Sarracenos, no
hubiera presentado una ocupación tan
justa, como honrada a su valor.
Y ya que naturalmente me condujo a
este punto la serie de esta Carta-
Dedicatoria, antes de salir de él, no
puedo menos de hacer memoria de una
circunstancia, cuya noticia ciertamente
será muy grata a todos los amantísimos
Vasallos de V.M. que con tan tierno
afecto, en repetidos Vivas, gritan su
augusto nombre. Y es, que todos los
Reyes Fernandos, que antes de V.M.
ocuparon el Trono de Castilla, fueron
Conquistadores, y todos Conquistadores
Justos. Cinco fueron, y todos cinco
lograron gloriosas victorias sobre los
enemigos del nombre de Cristiano, y
robadores de nuestras Provincias; pero
con mucha [XII] especialidad el
primero, el tercero, y el quinto; cada uno
de los cuales por sí solo era capaz de
dar una gloria inmortal a cualquier
grande Monarquía. Todos tres
obtuvieron, y obtienen hoy los más
honoríficos renombres. Al primero
todos los Historiadores apellidan
Fernando el Grande, el Tercero se llama
el Santo, porque tal le declaró, y como a
tal da cultos la Iglesia: el Quinto el
Católico, habiéndole ilustrado con este
título, realmente muy merecido, la
suprema Silla.
Es para mí muy verisímil, que el
piadoso Padre de V.M. Felipe V, de
recomendable memoria, cuando V.M.
desde su nacimiento le destinó el
nombre de Fernando, tuvo la idea de
hacerle en él continuamente presentes
los ejemplos de aquellos tres Héroes,
mayormente de los dos primeros: y
nuestra dicha es, que V.M. aprovecha
esa memoria en su imitación. Imítalos
V.M. en todo aquello que puede
imitarlos. Imítalos en aquellas virtudes,
[XIII] que hacen merecer a V.M.
respecto de sus Pueblos, la aclamación,
y renombre de JUSTO. Ahora ya no es
tiempo de conquistas, porque ya no hay
en España Moros. Aquellos Fernandos
fueron Conquistadores, y fueron Justos;
y fueron justos Conquistadores, porque
praeliati sunt praelia Domini,
despojando a los Infieles de lo que a
Cristo, y a España habían robado. Y
como en esta parte nada dejaron que
hacer a V.M. porque ellos hicieron todo
lo que había que hacer, sólo representan
a V.M. sus virtudes Cristianas, y
Morales, para que en sí mismo las copie
de aquellos excelentes Prototipos.
Fueron los dos Fernandos Primero, y
Tercero dos grandes Guerreros; pero aun
más píos, religiosos, y devotos, que
guerreros. El Tercero está canonizado
por la Iglesia. Con esto se dice todo. El
Primero, aunque no llegó a ver
coronadas sus efigies con la sagrada
Laureola, no le faltó para ella aquel
mérito que dan una vida [XIV]
enteramente irreprehensible, y muchas
virtudes heróicas. Es cosa admirable, y
de suma edificación para Príncipes, y no
Príncipes, lo que de él refiere el
Arzobispo Don Rodrigo (lib. 6, cap.
14). Descansaba esta gran Rey de las
fatigas Militares, y del gobierno
Político, en algunos intervalos, en que
sin inconveniente podía hacerlo. ¿Pero
qué descanso era éste? Entraba en
nuestro gran Monasterio de San Benito
de Sahagún, de quien fue Bienhechor
insigne, y allí pasaba algún número de
días, asistiendo a todos los actos
Conventuales con igual puntualidad a la
del Monje más observante. Cantaba con
todos las divinas alabanzas, y con todos
tomaba el alimento diario en el
Refectorio, sin permitir que se le
pusiese más que aquella precisa, y
limitada ración, que nuestro Estatuto
concede a cada Monje, y esa servida, no
en otra vajilla, que la humilde de la
Comunidad.
¿Qué espectáculo tan grato, no digo
para los individuos de aquel
Religiosísimo [XV] Monasterio, no digo
para todos los Españoles, mas aun para
las Angélicas Jerarquías, para todos los
Espíritus Bienaventurados,
especialmente para mi Santísimo
Patriarca Benito, ver aquel Rey de
Castilla, y León, aquel rayo de la
Guerra, aquel Marte Cristiano, aquel
terror de las Africanas Huestes,
incorporado con sus Monjes, y viviendo
tan monásticamente como ellos.
Fielmente sigue V.M. la senda por
donde caminaron los mejores
Fernandos: Pío, Religioso, Devoto como
ellos. Imítalos en cuanto le es posible la
imitación: viviente copia suya en el
Trono, y en el Templo, para cuanto
exigen la Piedad, la Religión, y la
Justicia. Confieso, que los otros
Fernandos tuvieron sobre la gloria, que
resulta del ejercicio de estas virtudes
cristianas, la de vencer muchas batallas,
y coronarse de muchos triunfos. Mas si
le falta a V.M. este lustre, es porque le
falta la materia de que fabricarle, que
les sobró a ellos, y quiera [XVI] Dios,
que le falte en todo el tiempo de su
Reinado. La paz siempre es deseable.
Pero V.M. la hizo más deseable a sus
Pueblos, que lo fue en los tiempos de
todos sus predecesores; porque ven los
Pueblos, que hace V.M. fructífera para
ellos la paz de innumerables beneficios,
que España nunca logró, aun en los
intervalos de su mayor tranquilidad.
Subió V.M. al Trono a tiempo que
España estaba padeciendo los daños de
una funesta guerra; y en las fervorosas
ansias, con que V.M. desde luego se
aplicó a librarla de esta infelicidad, se
vió claramente, que a un Guerrero David
sucedía un pacífico Salomón.
Consiguióse la paz, pero en la paz por sí
sola no lograría España otro alivio, que
aquel que logra un cuerpo lánguido,
enfermo desangrado, cuando de un
fatigante ejercicio es trasladado al
reposo del lecho. Tal estaba el cuerpo
de esta gran Monarquía cuando se
terminó la guerra, [XVII] exhausto,
doliente, débil, muy falto de sangre, y
aun de jugo nutricio. En este estado no
bastaba procurarle la quietud del lecho,
era menester también restaurarle las
fuerzas; mayormente cuando no sólo la
enfermedad había debilitado mucho las
fuerzas, mas aun la falta de fuerzas había
ocasionado la enfermedad.
Todos los males de España de dos
siglos a esta parte vienen, Señor, de la
falta de fuerzas; de la falta de fuerzas
terrestres, de la falta de fuerzas
marítimas. Y no sé, Señor, si la falta de
fuerzas en este Cuerpo Político provino,
como muchas veces sucede en el cuerpo
natural, de la falta de régimen, que hubo
en otros tiempos. Pero sé, que el
régimen, que hay ahora es el que nunca
hubo. Así se ven efectos de él, cual en
España nunca se vieron; y tales, tan
prodigiosos, que aun viéndolos, apenas
acertamos a creerlos. Vemos amontonar
materiales para aumentar la Marina de
modo, [XVIII] que en breve tiempo la
gozaremos en un estado muy ventajoso.
Vemos promover más, y más cada día
las Fábricas, de que España padecía una
extrema indigencia. Vemos fortificar los
Puertos, y fabricar en el Ferrol,
Cartagena, y Cádiz unos amplísimos
Arsenales. Vemos romper montañas para
hacer más tratables, y compendiosos los
caminos. Vemos abrir Acequias en
beneficio de las tierras, y manufacturas.
Vemos engrosar el Comercio con la
formación de varias Compañías. Vemos
establecer Escuelas para la Náutica,
para la Artillería, y todo lo demás que
deben saber los Oficiales de Marina.
Vemos formar una insigne de Cirugía,
debajo de la dirección del célebre
Maestro de ella Don Pedro Virgilio, de
cuyo Arte había tanta necesidad en
España, que en raro Pueblo, aun de los
mayores, se hallaban otros Cirujanos,
que unos miserables emplastistas;
siendo muchísima la gente que moría por
esta falta, como yo, yo mismo, Señor, lo
he visto, y [XIX] observado en
innumerables ocasiones. Vemos pagar
exactamente los sueldos a los Ministros
de tantos Tribunales. Vemos asimismo
fielemente asistida de los suyos la
Tropa. Vemos satisfacer hasta el último
maravedí los caudales anticipados por
los Recaudadores. Vemos consignados
anualmente cien mil escudos de vellón
para extinguir las deudas contraídas por
el difunto Padre de V.M. Vemos atraer
con el cebo de gruesos estipendios
varios insignes Artífices Extranjeros, ya
de Pintura, ya de Estatuaria, ya de las
tres Arquitecturas, Civil, Militar, y
Náutica, ya de otras Artes, en que no
sólo se debe considerar la utilidad de lo
que éstos han de trabajar en España,
sino otra mucho mayor de lo que han de
enseñar a los Españoles. Vemos trabajar
en la grande, y utilísima obra de reglar
la contribución de los Vasallos a
proporción de sus respectivas
haciendas: lo que a mi entender no
podrá perfeccionarse sin grandes gastos;
[XX] pero serán sin comparación
mayores los frutos: lo que entiendo,
dónde, y en cuánto sea practicable esta
providencia, ignorando yo si pide, o
admite algunas restricciones en cuanto a
territorios, y modo de disponerla.
¿Pero cómo se hace todo esto? ¿Con
qué caudales? Esta es la gran maravilla
del Reinado de V.M. ¿Quién, sino el que
lo ve, no juzgará, que para poner en
ejecución tantas, y tan costosas
providencias, acaba de extraherse, con
nuevas imposiciones a los extenuados
Vasallos la poca sangre que les quedó en
las venas? Muy al contrario: Antes bien
han sido, y son aliviados de una no
pequeña parte de las cargas
establecidas; entre ellas de tres
gravosísimas, y que producían grandes
sumas al Real Erario, la de los trece
reales en cada anega de Sal, la de la
mitad del producto de los arbitrios
concedidos a tantos Pueblos, y el de los
Valdíos. Y al mismo tiempo se están
condonando los derechos de entrada de
algunos [XXI] géneros a varios Pueblos,
en atención a su presente necesidad, y a
muchos Fabricantes, para hacer menos
costoso su trabajo. En que son también
muy considerables las gracias que V.M.
por su Decreto de 10 de Marzo próximo
concedió al Gremio de Pescadores,
rebajándoles un real en el precio de la
Sal, fiándoles las que hayan menester
por seis meses, y relevándoles de la
exacción de algunos derechos de
Aduanas y Entradas.
Temo, Señor, que cuando los
venideros lean en la Historia de este
tiempo tantas, y tan grandes cosas,
hechas en el corto espacio de dos años,
y esto rebajando a la Corona muchos de
sus derechos; no pocos dificultarán el
asenso, otros acaso le negarán
resueltamente: y me figuro, que habrá
quienes irónicamente pregunten, si V.M.
o alguno de sus Ministros halló el
secreto de la Piedra Filosofal: o si en
FERNANDO EL SEXTO se hizo realidad
lo que fue [XXII] fábula en el otro Rey
de Frigia, que cuanto tocaba, se
convertía en oro: o en fin, si en nuestros
días se repitió el prodigio de fluir en
arroyos, derretido por una
extraordinaria vehemencia de los rayos
del Sol, este metal precioso, de las
cumbres de los Pirineos hacia los llanos
de España; como, haber sucedido tal vez
en muy remotos tiempos, cuentan, o
fingen nuestras más antiguas Historias.
Pero si el gobierno de España se
continúa en los Reyes sucesores sobre el
pie en que V.M. le ha puesto, o lo que
coincide a lo mismo, si los Reyes
sucesores fueren dotados de las virtudes
que resplandecen en V.M. y los
Ministros de que se sirvan fueren como
los de hoy, debajo de la dirección de
V.M. manejan los mayores intereses de
la Monarquía, no habrá lugar a estas, o
dudas, o incredulidades, porque verán
entonces lo que experimentamos ahora;
esto es, que un Rey Pío, Justo, Amante
de sus Vasallos, verdadero [XXIII]
Padre de la Patria, segundado de
Ministros celosos, hábiles,
desinteresados, activos, es capaza de
hacer todos los milagros expresados.
Uno, y otro es menester que
concurra. Es cierto, que España tuvo
algunos muy buenos Reyes. Pero ninguno
de los buenos Reyes tuvo igual
colección de buenos Ministros. Yo,
Señor, y acaso yo sólo puedo hablar con
esta libertad en elogio de V.M. y de
ellos; a lo menos muy pocos podrán
hacerlo con la misma, sin el riesgo de
que muchos piensen, que la ambición es
quien dirige la pluma al panegírico; pues
el ser éste verdadero, no obsta a que la
intención sea interesada. Nadie creo me
impondrá esta nota, por que todo el
Mundo puede haber conocido, que no
soy ambicioso. Son muchos los que
saben, que he resistido varios embates, y
envites, que me solicitaban a establecer
mi habitación, ya en uno, ya en otro de
los dos Monasterios, que mi Religión
tiene en Madrid; y los que no lo saben
por [XXIV] noticia positiva, por varias
circunstancias notorias pueden haberlo
conjeturado. Quien voluntariamente huye
de la Corte, mira sin duda con
indiferencia los favores del Aula. No
por virtud, sino por genio amo al retiro.
Y aun cuando éste no fuera mi genio, ya
en el estado presente, mis achaques, y
mis años me hicieran abrazar por
necesidad lo que en otra edad pudo ser
elección. Ya para mí no puede haber
otra convenencia en esta vida, que la
que me presenta el sosiego de la Celda.
Supuesto esto, que es de notoriedad
pública, pues en mis Escritos he
manifestado mi edad, y no una vez sola
me he quejado de mis achaques, tengo,
enteramente desembarazada la pluma
para decir de V.M. y de sus Ministros lo
que siento. Y conviene decirlo, porque
lo que a V.M. escribo hoy, lo ha de leer,
u oír todo el Mundo mañana. Conviene
decirlo, para que España esté más
reconocida a Dios del bien que tiene, y
con más fervor [XXV] le pida la
conservación de la vida de V.M. y de sus
Ministros. Conviene decirlo, porque
tantos bien intencionados Vasallos
desprecien con indignación las
sugestiones de unos pocos, que miran
con ojeriza unas providencias utilísimas
al Público, por algún leve detrimento,
que ocasionan a su bien particular.
Conviene decirlo, porque a los mismos
que por inclinación, y obligación con
tanto celo promueven la común utilidad,
añade nuevo estímulo para continuar tan
laudable empeño, el ver, que los
interesados lo observan, aplauden, y
agradecen.
Es así, Señor, que España logra hoy
en los Ministros, que manejan sus
mayores intereses, los instrumentos más
proporcionados a las santas intenciones
de V.M. ¿Con tal Rey, y tales Ministros,
cuánto se puede prometer en España? Si
en dos años se hizo tanto, cuánto se hará
en veinte, o treinta? Yo me lleno de
gozo, Señor, cuando contemplo, que esta
[XXVI] humillada, y abatida Nación,
que de siglo, y medio a esta parte ha
estado como despreciada de las demás,
dentro de poco tiempo verá respetadas
sus fuerzas de todas ellas, como lo
fueron en otros tiempos. Veo a España ir
recobrando su vigor antiguo; y la
complacencia con que lo miro, me
induce a felicitarla con aquellas
palabras, con que el Profeta Isaías
celebraba la redención de su abatido
Pueblo: Consurge, consurge, inducere,
fortitudine tua Sion: excutere de
pulvere, consurge, sede Ierusalem.
No tiene V.M. que envidiar las
hazañas de sus más ilustres
Progenitores. El glorioso empeño que
V.M. ha emprendido, y que cada día va
adelantado, de relevar a España del
estado de humillación, con que la
pusieron tantos accidentes adversos,
equivale a lo que hicieron todos ellos,
restaurándola de la opresión que
padecía de los Africanos. No tiene V.M.
que envidiar a los Reyes antecesores;
pero los sucesores tendrán mucho
[XXVII] que envidiar, y que imitar en
V.M. Y creo poder decir sin
exageración, que deberán venerar a V.M.
como nuevo Fundador de esta
Monarquía, así como los Romanos
contemplaron en el gran Camilo un
segundo Rómulo, o nuevo Fundador de
Roma; porque recobrando el perdido
Capitolio, erigió los ánimos, y fuerzas
de aquella agonizante República, como
nos lo dice Livio: Romulus, ac Parens
Patriae Conditorque alter Urbis, haud
vanis laudibus appellatur (Dec. 1. libro
5).
La grande empresa de restituir a esta
Monarquía todo su espíritu, y vigor
antiguo, tanto es más laudable en V.M.
cuanto es cierto, que en ella no mira
V.M. al fin de emplear el valor de los
Españoles en alguna nueva Guerra; antes
sí al de establecernos una durable Paz.
Los Príncipes vecinos antes de ver a
V.M. en el Trono tenían bastante noticia
de su dulce, y pacífico genio; y creo, que
también en los corazones de ellos reina
[XXVIII] ya una notable moderación: lo
que persuade la prontitud con que dieron
las manos a los últimos tratados de Paz.
Y esta moderación de ánimo es cualidad
sin duda mucho más apreciable, no sólo
a los ojos de Dios, mas también a los de
todos los hombres sabios, que el
complejo de todas las Virtudes
Militares. Acaso hemos arribado a una
Epoca dichosa; en que los más de los
Potentados Europeos empiezan a
hacerse cargo de que la Guerra a todos
es incómoda; y que la Nación vencedora
padece de presente poco menos, que la
vencida, quedando siempre incierto lo
venidero. Ojalá todos los Príncipes
Cristianos tengan de aquí adelante
presente, que al Divino Redemptor, a
quien adoran entre otros nombres, que
explican sus cualidades características,
dio Isaías el de Príncipe de Paz:
Vocabitur nomen eius Admirabilis,
Consiliarius, Deus, fortis, Pater futuri
saeculi, PRINCEPS PACIS (capit. 9.). Y
nuestra Madre la Iglesia en el Oficio,
con que celebra [XXIX] su venida al
Mundo, el epíteto de REY PACÍFICO: Rex
Pacificus magnificatus est.
Por lo que mira a V.M. nadie duda
de que jamás perderá de vista este
soberano ejemplar, mayormente cuando
su dulcísima índole, y la extremada
ternura, con que ama a sus Pueblos, le
inclina poderosamente a lo mismo; no
ignorando V.M. que el mayor beneficio,
con que puede explicarles su
benevolencia, es la conservación de su
tranquilidad. O por mejor decir, que la
paz de un Reino, no es un beneficio sólo,
sino un cúmulo de beneficios, siendo
ella quien pone en seguro las honras, las
vidas, y las haciendas, que la Guerra
expone a cada paso. Y aun no son éstos
los efectos más apreciables de la Paz,
sino que también es convenientísima
para el bien espiritual de las Almas.
Aun la Guerra más justa ocasiona la
ruina de muchas. Y la miseria, o pobreza
de los Pueblos, secuela ordinaria de la
Guerra, ocasiona la de [XXX] muchas
más. Declamen los Filósofos cuanto
quieran contra los vicios, que resultan
de la riqueza, o superfluidad de los
bienes temporales. Yo estoy, y estaré
siempre, en que son mucho más
frecuentes los que provienen de la falta
de lo necesario. ¿De qué otra causa, sino
de ésta, viene (aun dejando otros
capítulos), que en nuestra España de
parte de un sexo lloremos tantos
latrocinios, y de parte del otro tantas
torpes condescendencias?
Señor, V.M. logra todo aquel colmo
de felicidad temporal, a que puede,
aspirar un Rey bueno; y que un Rey
bueno, siempre, o casi siempre,
consigue; esto es, hallarse adorado de
sus súbditos, y bien visto de sus
vecinos. Pero lo que en esto debe llenar
a V.M. de un indecible gozo, es, que el
mismo medio por donde V.M. adquirió
esa felicidad temporal, hace una gran
parte de aquéllos, que a un Príncipe
conducen a la eterna. Es V.M. amado de
sus [XXXI] Vasallos, porque los ama,
porque se duele de sus males, porque
hace cuanto puede por remediarlos,
porque los mira como unas prendas, que
recibió de las manos de Dios, para
procurar sus bien en todo, y por todo.
Así como es un objeto sumamente
aborrecible a los ojos del Altísimo un
Rey, que a sus súbditos trata como
esclavos, es digno de su mayor
complacencia el que los acaricia como
hijos. Esto es ser el Rey con toda
propiedad imagen de Dios; imagen,
digo, de aquel que siendo Rey de Reyes,
se digna de que le llamemos Padre
nuestro; y realmente lo es. Vive, Señor,
todo el Reino con la firme esperanza de
que ese Rey de Reyes, que puso a V.M.
en tan buen camino, le conduzca por él,
llevándole como de la mano por todo el
tiempo de su glorioso Reinado:
Confidens hoc ipsum, quia coepit in te
opus bonum, perficiet usque in diem
Christi Iesu (Ad Philipenses, cap. 1.)
Así se lo suplicamos al Altísimo, como
también el que prolongue [XXXII] la
vida de V.M. hasta superar la edad de
aquel antiguo Rey Argantonio, que
imperó en la mejor parte de los
Dominios de V.M. y de quien dice Plinio
(lib. 7. cap. 48.), que vivió ciento
cincuenta años. Oviedo y Junio 12 de
1750.
SEÑOR

Fr. Benito Jerónimo Feijoo


Al Excmo. Señor D.
José de Carvajal y
Lancaster, Caballero
del Insigne Orden del
Toisón de Oro, Gentil-
Hombre de Cámara de
S.M. con ejercicio,
Ministro de Estado, y
Decano de este
Consejo, Gobernador
del Supremo de Indias,
Presidente de la Real
Junta de Comercio, y
Moneda, y
Superintendente
General de las
Estafetas, y Postas de
España, &c.
Excmo. Señor
Siendo, entre varios insignes
beneficios, de que soy deudor a la
generosidad de V.E. uno de los mayores,
haberme obtenido de la piedad del Rey
nuestro Señor la permisión de dedicarle
este Libro, no quedó a mi arbitrio
solicitar otra mano, que la de V.E. para
transferirle de la mía a los pies de S.M.
Este favor [XXXIV] debo en algún
modo mirar como consecuencia, o por lo
menos como complemento de aquél. Es
ésta, me parece, una deuda, que V.E. ha
contraído respecto de sí mismo, y que en
su novilísima índole le ejecuta por la
paga. Pero como al mismo tiempo es
nuevo ejercicio de benevolencia hacia
mi persona, debajo de este carácter
interpongo con V.E. mi humilde ruego
para lograrle. Oviedo, y Junio 12 de
1750.
B.L.M. de V.E.
Su más humilde servidor, y Capellán,
Fr. Benito Jerónimo Feijoo
Aprobación Del
M.R.P.M. Fr. Gregorio
Moreiras, del Gremio
y Claustro de la
Universidad de
Oviedo, y su
Catedrático de Santo
Tomás, Abad del Real
Colegio de San Vicente
de dicha Ciudad, y
Examinador Sinodal
de su Obispado, &c.
De orden de nuestro Rmo. P. M. Fr.
Iñigo Ferreras, General de la
Congregación de San Benito de España,
Inglaterra, &c. he visto, y examinado el
Tercer Tomo de Cartas Eruditas, y
Curiosas, que pretende dar a luz pública
su Autor el Rmo. P. M. Don Benito
Jerónimo Feijoo, Maestro General de
nuestra Sagrada Religión, del Consejo
de su Majestad, &c. Y ciñéndome a la
precisa cualidad de Censor, digo, que no
encuentro en esta Obra un ápice, que
desdiga, o de la pureza de nuestra Santa
Fe, o de la integridad de las buenas
costumbres. Digo, que me ciño a la
precisa cualidad del Censor; porque,
aunque en España reina la práctica de
introducirse los Censores de los Libros
a Panegiristas de los Autores, juzgo no
debo seguirla en el caso presente. A la
verdad, aquella práctica, en la extensión
que se le ha dado, me parece no poco
abusiva: porque cómo se puede negar,
que tiene mucha disonancia, y aun mucha
ridiculez, lo que vemos cada día
celebrar con elogios amplísimos a
Autores, que ni por la calidad, ni la
cantidad de sus Escritos tienen mérito
para una mediana aceptación? Si son
creídos todos los Aprobantes de Libros,
se hallará, que nuestra Nación produce
más Escritores insignes en cuatro, o seis
años, que la Grecia, [XXXVI] Gentílica,
y Cristiana en cuatro, o seis de sus
mejores siglos. Y muchos, o los más de
esos insignes Escritores, dentro de otros
cuatro, o seis años paran en las
Especierías, u Oficinas de Coheteros: Et
sunt quorum non est memoria,
perierunt quasi qui non fuerint, & nati
sunt quasi non nati.
Mas sea lo que fuere de esto, en el
caso presente una razón diametralmente
opuesta me disuade hacer el Panegírico
del Autor de esta nueva Obra, que es ser
su mérito, sobre tan eminente, tan
conocido de todo el Mundo. Si es
prodigalidad tributar elogios a quien no
los merece, también es superfluidad
derramarlos en obsequio de un hombre,
que recibe este agradable incienso de
todas las Naciones sabias del Orbe. Por
esta razón, reducido, como dije arriba, a
los límites de mero Censor, me ratifico
en que la doctrina de este Libro en nada
desdice de la pureza de la Fe, y notoria
religiosidad de su Autor. Así lo siento.
En este Real Colegio de San Vicente de
Oviedo a 3 de Junio de 1750.

Fr. Gregorio Moreiras


Dictamen del Doct. D.
Diego Rodríguez de
Rivas, Colegial que ha
sido en el de los Verdes
de la Universidad de
Alcalá, Opositor a las
Cátedras de Cánones,
y Arcediano de la
Iglesia Metropolitana
de Guatemala
De orden del señor Don Tomás de
Najera Salvador, del Orden de Santiago,
Capellán de Honor de su Majestad,
Inquisidor Ordinario, y Vicario de esta
Villa de Madrid, y su Partido, &c. he
visto con singular atención el Tomo
tercero de Cartas Eruditas, que desea
dar al público el muy ilustre, y Rmo. P.
M. D. Fr. Benito Jerónimo Feijoo,
Maestro General de la Religión de San
Benito, del Consejo de su Majestad, &c.
y aunque le reconozco digno de los
elogios, que logran los antecedentes, aun
no me determino a decidir sobre la
licencia que pretende, porque no he
llegado a descubrir lo que es preciso
saber de un libro para permitir su
impresión; esto es, el fin a que se dirige
{(*) Simplic. Coment. Epict.}: Ut
neque vituperemus, neque laudemus
facta, cuiusquam, nisi scopo eius
cognito, ad quem illa referentur: ex eo
enim iudicium est ferendum. Esta
noticia, como debe ser la primera en el
Censor, es la que regularmente
anteponen los Autores en el título de sus
Obras; y ésta no hallo yo en este Tomo
tercero, ni en los dos antecedentes, en
que sólo se leen estas palabras: Cartas
Eruditas, y Curiosas, en que por la
mayor parte se continúa el designio del
Teatro Crítico Universal. Noto
[XXXVIII] la voz designio, y buscando
el fin que necesito, recurro al título del
Teatro, y en él no se ve más que el
desengaño de Errores comunes. No
parece creíble, que de una Obra como la
del Teatro Crítico sea todo el fin sólo el
desengaño de errores comunes. Ofensa
haría yo al Autor, si me diera por
satisfecho de la duda, con sola la
declaración literal del título del Teatro;
y más cuanto en todos sus Discursos
manifiesta, no tanto su erudición grande
contra errores comunes, cuanto su celo
por la introducción de aquellas
Ciencias, a quienes con propiedad
llamamos Facultades: quizá por las que
dan a los que las cultivan: aquéllas que
Agesilao, Rey de los Lacedemonios,
creía tan importantes para la instrucción
de la juventud: Iis rebus, quibus usuri
sint, cum ad virilem aetatem
pervenerint. Cotéjense, pues, los
errores combatidos en todo el Teatro
Crítico con la multitud de doctrinas, al
parecer vertidas sin cuidado, o nacidas
de los mismos desengaños. Hágase el
juicio por el número, o por el peso, y
por todos lados se hallará excesivo el
deseo de las Ciencias. Este eficaz deseo
fue, según presumo, quien empeñó al
Autor en declarar la guerra a los errores
comunes, considerándolos único
tropiezo para su intento, y asegurada su
sospecha con el dictamen de Séneca
{(*) De Vita Beat. c. I}: Versat nos, &
praecipitat traditus per manus error,
alienisque perimus exemplis. Fundó
bien la esperanza de sus deseos en el
desengaño de errores comunes.
Sanabimur, dijo el mismo Séneca si
modo separemur a coetu; y queriendo
ganar horas para lo útil, dio principio a
su [XXXIX] Teatro con el desengaño de
la multitud de errores, que fomenta la
vulgar incredulidad {(a) Nihil ergo
magis praestandum est, quam pecorum
ritu sequamur antecedentium gregem,
pergentes, non qua eundem est, sed qua
itur. Atqui nulla res nos maioribus
malis implicat, quam quod ad rumorem
componimur, optima rati ea, quae
magno assensu recepta sunt,
quorumque exempla multa sunt; nec ad
rationem, sed ad similitudinem vivimus.
Senec. ib.} y por hacerlo en breve con
todos, hizo contra la Voz del Pueblo su
primer discurso, con tan feliz suceso,
que aseguró más de la mitad del previo
intento, y la ocasión, para destinar desde
luego a las Ciencias el campo, que
dejaban los errores, plantando en él
luego especies de erudición útil a la
sociedad, o que sirviesen de antemural
contra errores comunes, para que otra
vez no se verificase el fatal trastorno, y
la ruina. Esta máxima siguió el Autor en
todo su Teatro, con tal destreza, que en
los más de sus Discursos no se acierta a
distinguir cuál intento fue en la
ejecución el preferido: y si de ella se
hubiera servido el Eminentísimo Señor
Cardenal Cisneros, cuando con igual
designio al del muy Ilustre Feijoo fundó
la Universidad de Alcalá, no tuviera hoy
nuestra Nación en que emplear sus
deseos, ni el muy ilustre Feijoo que
envidiar de Reinos Extranjeros para la
comodidad de todos los Españoles: pero
como de todas las Cátedras de Ciencias
quedaron solamente resguardadas por
sus respectivos Supremos Tribunales la
Teología Escolástica, y Moral, y la
Jurisprudencia Canónica, y Civil: por
eso estas solas Facultades pudieron
prevalecer, y florecer en toda España
tanto como se celebra por las Naciones
Extranjeras.
Advertida la importancia del
desengaño de errores, resta saber la
utilidad de las deseadas Ciencias. [XL]
De esta duda nos saca el Autor en una de
estas Cartas, asegurándonos, que toda se
reduce a dar adelantamiento, y
perfección a las Artes liberales, y
mecánicas: y aunque a primera vista
parezca increíble su dictamen, es
preciso convenir en que no dan, ni
pueden dar dichas Ciencias mayor
utilidad, pues tenemos tan claro, como
infalible, testimonio con toda la
sabiduría, inteligencia, y ciencia, que
infundió Dios a Beseleel: El implevi
eum Spiritu Dei, Sapientia, &
Intelligentia, & Scientia in omni opere.
Véase para qué fue todo este cúmulo de
Ciencia: Ad excogitandum quidquid
fabrefieri potest ex auro, & argento, &
aere, & marmore, & gemmis, &
diversitate lignorum. De aquí es
preciso inferir, que todo el cuidado del
Illmo. Feijoo en el desengaño de
errores, y todo su celo por la
introducción, y permanencia de las
Ciencias, ha sido y es con el fin de dar a
la Nación seguros medios de conseguir
el adelantamiento, y perfección de las
Artes liberales, y mecánicas. Siendo así,
no necesito saber más como censor, para
afirmar la utilidad de esta Obra, sino
para celebrar el acierto de su Autor en
la elección de tan oportunos medios,
pues son los únicos humanos con que se
pueden lograr las Artes liberales, y
mecánicas, cuya utilidad no necesita
prueba, pues nos es tan notoria, como
publicada por las Naciones Extranjeras,
que estudiando sólo en adelantarlas,
tanto las han pulido, que con ellas ha
llegado a perfeccionar las Artes de
empobrecernos {(*) Chok. Thes. Polit.
lib. 2. cap. 10.}: Ex omnibus autem
cogendae pecuniae artibus, vel illa
potissima est, quod Princeps eas domi
merces habeat, quibus ad se exterorum
monetam attrabat. Unde [XLI]
laudabili admodum Instituto Galliae
Rex Henricus eius nominis IV, artem
sericam paucis ab hinc annis in
nonnullas suae ditionis Provincias
introduxit, cum antea vermiculi in
exteris ditionibus alerentur: quo
quidem ex commercio, dictu
incredibile, quantu commodi, &
pecuniae in illas Galliae oras
importetur: Sin que por nuestra parte se
haya podido evitar, cuando poco, o nada
se sabía hacer en España; no por falta de
habilidad (de que podemos dar ya
buenas pruebas), sino por oculta causa,
que nadie pudo excogitar, hasta que el
Illmo. Feijoo la llegó a descubrir,
haciéndonos ver en los errores comunes
el origen, y raíz, de todos nuestros males
{(a) Qui palam est adversarius, facile
cavendo vitare possis: hoc vero
occultum, intestinum, ac domesticum
malum, non modo non existit,
verumetiam opprimit antequam
perspicere, atque explorare potueris.
Cic. 1. in. Ver.}; y no satisfecho su celo,
y amor a la Patria con sólo señalar los
errores nos dio desengaños tan
importantes, que en la soberana
estimación de nuestro Monarca se
calificaron de Utiles, y Eruditos,
cuando en premio de tan especial
servicio honró su Majestad al Autor con
el señalado título de su Consejo {(b)
Por cuanto la general aprobación, y
aplauso, que han merecido en la
República Literaria de Propios, y
Extraños las Utiles, y Eruditas Obras de
Vos el Maestro Fr. Benito Feijoo, digno
Hijo de la Religión Benedictina,
mueven mi Real ánimo a hacer
manifiesta mi gratitud a tan
provechosos trabajos, y al que sea
notorio el deseo que me asiste, de que
continúen con igual acierto para mayor
lustre de mis Vasallos, &c.}; añadiendo
a esta honra la de hacer notorio el Real
deseo de la continuación de las Obras
del Autor {(c) Cicer. de Divinat. lib.
2.}: Nullum munus Reipublicae afferre
maius, meliusve Princeps possunt,
quam si docere, ac erudire iuventutem
curent. Y siendo ésta [XLII] la primera
que en cumplimiento del Real orden da
al público, con el respetable nombre de
su Majestad, y tan antigua la costumbre
de no hacer oposición a las Cartas que
tienen el nombre del Rey {(a) Ester cap.
8. v. 8.}: Haec enim consuetudo erat, ut
Epístolis, quae ex Regis nomine
mittebantur, & illius annulo signatae
erant, nemo auderet contradiceret.
Aunque para la común veneración haga
falta en éstas el Real Sello, creo que
para el muy particular aprecio de toda la
Nación basta sean autorizadas con el
signo de tan acreditado Autor, Ministro
de su Majestad: Annulos aureos est
signum Senatoris. Por todo lo dicho, y
no contener cosa, que se oponga a
nuestra Santa Fe, buenas costumbres, y
Leyes del Reino, soy de dictamen, que
se le dé la licencia que pide. Así lo
siento. Madrid, y Junio primero de
1750.

Doct. D. Diego Rodríguez de Rivas


Aprobación del Doctor
Don Tomás de
Querejazu y
Mollinedo, Caballero
del Orden de Santiago,
Catedrático de el
Maestro de las
Sentencias en la Real
Universidad de Lima,
Prebendado de aquella
Santa Iglesia, &c.
M. P. S.

Por orden de V.A. he visto con toda


atención y complacencia el Tomo
Tercero de Cartas Eruditas, que da a
luz el Illmo. y Rmo. P. M. D. Fr. Benito
Jerónimo Feijoo, del Consejo de S.M.
&c. Iba a protestar a V.A. que me
hallaba sin talentos, ni prendas para
Censor de Obra tan erudita como útil;
pero haciéndome cargo de las
antecedentes del Autor en su eruditísimo
Teatro Crítico, hube de ceder a mi
misma repugnancia, poniendo en
ejecución el mandato de V.A. ¿Cómo,
dije, puede faltarme instrucción para
hacer dictamen en este nuevo parto de su
ingenio, cuando la lectura del Teatro, y
su continuación (que ha sido mi mayor
delicia) es un preciosísimo tesoro,
bastante a ilustrar el entendimiento más
rudo? Es tan elegante, y dulce la
enérgica facundia de los Escritos del
Autor, que todas las potencias se le
rinden sin violencia; pero ésta es la
singular prerrogativa de su grato estilo,
antes recomendada, y aplaudida de
Casiodoro: {(a) Casiod. lib. 6. Variar.
Epist. 5. de Formula quaestur.}: Nihil
praestabilius videtur quam posse
[XLIV] dicendo, tenere hominum
mentes, allicere voluntates, impellere,
quo velit, unde autem velit deducere.
Por eso quien empieza a leerlos queda
sin libertad para dejarlos; y siendo el
blanco de su feliz pluma cautivar al
Lector para ilustrarlo, por rudo que éste
sea, ¿cómo ha de desistir a su cultura?

Nemo adeo ferus est, ut non


mitescere possit.
Si modo culturae patientem
commodet aurem.{(a) Horat. lib. 1.
Epist. 1. }

Nadie puede negar el caudal de


erudición, y doctrina, que para cultivo
de las Bellas Letras nos ha franqueado
el Illmo. P. M. Feijoo; ya se ve, que a
esmeros de su inmensa aplicación, y
profundo genio; pero no contento con
este heróico beneficio para el Público,
nos ofrece ahora en el tercer Tomo de
sus Cartas otro nuevo tesoro: no digo
bien, nos vuelve a dar aquel mismo
tesoro, con otra novedad de agudas
percepciones, y delicados discursos; de
suerte, que olvidándose de las fatigas de
su principal Obra; y lo que es más, de
los repetidos insultos de emulación, que
le han manifestado sus impugnadores (no
sé si diga, que con menos decoro de
nuestra misma Nación) se ha tomado el
trabajo de darnos en el epílogo todo
aquel tesoro, o en un solo volumen el
valor, y utilidad de todos juntos. Esto es,
si no me engaño, haberse declarado el
Autor verdadero padre de la Familia
Literaria, pues quiere comunicarle la
doctrina con mejoras, volviéndole el
capital con gananciales. ¿Y quién
pudiera dispensarla con estas
apreciabilísimas [XLV] ventajas, sino el
Autor, que llena bien toda aquella
descripción del Evangelio para un
Maestro? {(a) Matth. cap. 13.} Omnis
Scriba doctus in Regno Caelorum,
similis est homini Patrifamilias, qui
profert de Thesauro suo nova, & vetera.
El Escritor, dice, y Maestro Sabio es
parecido al Padre de Familias, que para
alimentarla se vale de su tesoro antiguo,
y nuevo. Lo de Padre de Familias en el
cultivo de las Ciencias ya lo tiene
manifestado su Ilustrísima en el Teatro
Crítico con la imponderable riqueza de
sus Discursos; dispensándonos en ellos,
ya el desengaño de muchas
preocupaciones, que se hacían lugar, aun
en personas de superior reflexión a la
del vulgo: ya el conocimiento de la
verdadera causa de algunos Fenómenos,
cuya aprehensión nos era tan nociva: ya
la noticia de innumerables utensilios
para la Matemática, cuyo manejo nos
rinde, y rendirá utilísimos efectos. ¿Y en
fin, qué materia Física, o Geométrica,
Política, o Moral no ha manejado la
diestra pluma del Autor, d¡en que no se
trasluzca desde luego un vivísimo deseo
del adelantamiento de las Ciencias, y
Artes en España? No hay más claro
testimonio de su ardiente celo para tan
alto fin, como el de su inimitable
aplicación a saber, sólo por tener el
gozo de que sepamos los demás {(b)
Senec. Epist. 6. ad Lucil.}: Ego cupio
omnia in te transfundere, & in hoc
gaudeo aliquid discere, ut doceam,
decía Séneca a su Lucilio, y le da la
razón: Nullius boni, prosigue, sine socio
iucunda possessio est: mittam itaque
ipsos tibi libros. ¡Y a la verdad, que
sería menos grata [XLVI] a nuestro
ilustres Padre de Familias la posesión
de sus adquiridos Tesoros, sin la
condición de hacer participante de ellos
a la Sociedad! Nullius boni sine socio,
iucunda possessio est. No se ha
satisfecho el Autor con adquirir las
Ciencias: todas las quiere refundir en la
utilidad pública; y aun renunciaría de
ellas, si hubiese de tenerlas con la
pensión de no comunicarlas: Si cum hac
exceptione, concluye Séneca detur
sapientia, ut illam inclusam teneam, ne
enuntiem, rejiciam. He aquí la causa
porque el Ilustrísimo Padre Feijoo nos
ha enviado sus Libros, o sus Obras:

Mittam itaque ipsos tibi libros.

Sobre este tesoro grande, ya adquirido,


su elevado ingenio, siempre fecundo de
nuevas producciones, sin duda que en
este nuevo Tomo nos ha aumentado
muchas preciosidades, para que de uno,
y otro tesoro, antiguo y nuevo, como de
buen Padre de Familias, resulte mucha
utilidad a nuestros entendimientos: con
lo que se logrará en España una dichosa
propagación de la Sabiduría, pasando
como herencia de padre a hijos sus más
ricos tesoros. Así lo pensaba Séneca,
quien escribiendo a Lucilio, habla tan a
propósito de lo que dijo el Texto
Evangélico, que parece su Intérprete
{(a) Senec. eadem epist. 6. }: Veneror
inventa sapientiae, inventoresque adire
tamquam multorum haereditatem iuvat:
Mihi ista acquisita, mihi ista elaborata
sunt, sed agamus bonum patrem-
familias, faciamus ampliora quae
accepimus: Maior ista hereditas a me
ad posteros transeat. En las primeras
Obras acreditó el Autor su Magisterio,
estimulándonos a venerar los hallazgos
de la Sabiduría, [XLVII] para dejarnos
como herencia la solicitud de otros hasta
ahora escondidos: Veneror inventa
sapientiae, inventoresque adire
tamquam multorum haereditatem iuvat.
Parece que aquéllos no podían ser
adquiridos, sino por el singular ingenio
del Autor. ¡Mihi ista adquisita, mihi
elaborata sunt! Mas no
desentendiéndose del cargo que ejerce
de Padre de Familias, hagamos, dijo, en
este último Tomo nuevos
descubrimientos, además de los
adquiridos, para que así pase a los
postreros la herencia con ganancias: Sed
agamus bonum patremfamilias, facimus
ampliora, quae accepimus: Maior ista
haereditas a me ad posteros transeat.
Pero no sólo en ella debe fundar la
posteridad su mayor realce, pues en el
Ilustre Padre que la adopta queda
todavía sobrado material para más
engrandecerla. Réstale al Autor mucho
que dar; y es, que su fecundo ingenio
tiene la cualidad de mina inagotable,
siempre lleno cuanto más pródigo {(a)
Multum adhuc restat operis multumque
restabit; dio a entender hablando a su
Lucilio el mismo Séneca ya citado; y
otro tanto puede decirnos sin la menor
lisonja de sí mismo nuestro sapientísimo
Autor; y porque ya tiene declarado como
herencia su ejemplar estímulo para
nuestra aplicación, puede añadirnos con
el mismo: Nec ulli nato, post mille
saecula praecludetur occasio aliquid
adhuc abjicendi. De este modo, pues,
hemos conseguido en este siglo, que
podemos llamar el siglo de oro, con el
Magisterio del Autor un ascendiente de
Sabios, y padre de muchos Doctos,
enriqueciendo con los tesoros de su
mente a los hijos de [XLVIII] su
entendimiento. Hijos a la verdad
dichosos; pues con tan recomendable
herencia aseguran el vínculo mayor de
una esclarecida gloria.
Estos son los bienes con que el
Autor nos ha enriquecido. Bienes de
tanto mayor aprecio, cuanto han
merecido la celebridad y aprobación de
otras eruditísimas Naciones, y aun de la
Cabeza de todas, como de la Iglesia,
nuestro muy Santo Padre Benedicto XIV,
quien en su eruditísima Carta circular a
los Señores Obispos del Estado
Eclesiástico sobre varias providencias,
que debían tomar, con ocasión del
presente Año Santo, cita en tres párrafos
diferentes a nuestro Autor. Bastaba esta
repetida memoria de su Santidad, como
Príncipe Supremo, para caracterizar los
Escritos de su Ilustrísima, libertándolos
de toda censura; pero además de ese
privilegio, tiene su Santidad el de Padre,
y Protector de la erudición, notoria al
Mundo en sus apreciabilísimos Escritos.
Lambertinus hic est Romae decus,
& Pater Orbis,
Qui terram scriptis docuit,
virtutibus ornat.

{(a) Mr. de Voltaire en su Carta al P.


Latour, principal del Colegio de Luis el
Grande en París, año de 1746.}

Esta aprobación Pontificia es el sello


más recomendable de los Escritos del
Autor, de que puede jactarse sin el
riesgo de que a ninguna parezca
vanagloria. ¿Pero qué mucho se hayan
adquirido este general elogio, cuando en
todos ellos puede hallar el Mundo
Literario un sumo provecho? Pudiera sin
dificultad demostrarlo, renovando aquí
las materias [XLIX] esparcidas en todas
sus Obras; pero esto sería apartarme del
oficio de Censor, tomándome el de
Panegirista. Ellas solas bastan para
desempeño de la utilidad pública en
cualesquiera materias, siendo todas
juntas una continuada máxima para
nuestro gobierno Económico, Moral, y
Político: dádivas son todas de Padre de
Familias; y con más justa razón deberá
serlo la de este tercer Tomo, por la
mayor utilidad que en él recibimos {(a)
Casiod. lib. 1. de Variar. epist. 28.}:
Datur enim quod majori utilitate
recipitur, dijo Casiodoro hablando de la
generosidad de Teodorico Rey en sus
dádivas, y otro tanto pudiera decirse con
toda propriedad de las del Autor; pero
con esta diferencia, que aquéllas, aunque
Reales, no excedían de la comodidad,
material en el uso del oro; mas la de su
Ilustrísima pasan a más alto grado en la
comodidad de alma. Son tesoros de su
perspicaz entendimiento, y por eso
deben ser para uso, y adorno del
espíritu. En las monedas de los
Emperadores era frecuente poner esta
inscripción: Spes publica. Mejor la
pusiera yo en todas las Obras del Autor,
que siendo la finca de nuestros deseos,
nos asegura en sus discursos toda
nuestra esperanza. Concluyo ya con dar
el pláceme a nuestro Gremio Literario,
por la felicidad tan apreciable que le ha
venido con el Magisterio del Autor,
dignísimo acreedor de nuestra gratitud,
por sus singulares dones en beneficio, y
aumento de la Sociedad. Esforcémosle,
pues, con nuestras súplicas a que no
desmaye en la continuación de su
utilísima tarea, y sea el último desahogo
de nuestro reconocimiento confesarle
con ingenuidad, que sólo sus [L] Obras
pueden tenerle la más recomendable
corona de su elevado mérito. Y respecto
de no encontrar en esta Obra
proposición censurable, ni opuesta a la
pureza de la Fe, buenas costumbres, y
Reales Pragmáticas, hallo por
conveniente se le conceda la licencia,
que pide. Así lo siento, salvo meliori.
Madrid, y Junio primero de 1750.

Doct. D. Tomás de Querejazu.


Carta I
Falibilidad de los Adagios

1. [1] A buena hora viene Vmd. a


redarguirme el primer Discurso del
Teatro Crítico. A buena hora, digo, o a
buen tiempo; porque ya pasó tanto desde
que se dio a la estampa aquel Discurso,
que ya no se me puede impugnar el
juicio posesorio, y es poco papel una
Carta para disputármele en la
propriedad. Sin embargo no rehuso el
litigio entretanto que no se producen
mejores instrumentos, que el que Vmd.
exhibe.
2. Toda la impugnación de Vmd. se
reduce a que la proposición de que la
voz del Pueblo es voz de Dios, es
Adagio, por consiguiente debo admitirla
como verdadera, porque los Adagios
son Evangelios breves. ¡Grande
argumento! Sí Señor: El que la voz del
Pueblo es voz de Dios, es un adagio;
pero el que los Adagios son Evangelios
breves es otro adagio; y quien niega la
verdad del primero, dicho se está, que
ha de negar la verdad del segundo. Con
que es menester, que Vmd. pruebe ésta; y
si sólo la prueba con otro adagio, y
aunque sea con mil adagios, nada
tenemos; porque si a mí la cualidad del
Adagio en una proposición no me hace
fuerza para admitirla como verdadera,
lo mismo será de otra cualquiera que se
me quiera hacer tragar por ese título.
3. Mas ya parece que Vmd. olió algo
de esta solución, cuando añade, que el
que los Adagios son Evangelios breves
lo dice todo el Mundo, y no puede sin
temeridad negarse por un hombre sólo lo
que los demás afirman. Señor mío, el
que todo el Mundo dice, así sea, como
otras cosas, se cuenta de muchas
maneras. Mil veces de palabra, y por
escrito me han rallado los ojos, y los
oídos, y mucho más las potencias
internas con esa cantinela. Cualquiera
que pronuncia, que todo el Mundo
afirma tal, o tal [2] cosa, ¿tomó por
ventura uno por uno, ni aun en montón, el
parecer de todos los hombres? Todo lo
que puede significar esa absoluta de
todo el Mundo, bien entendida es, que el
vulgo lo dice así comúnmente. ¿Y qué
fuerza debe hacer que el vulgo lo diga?
¿Ni que lo digan la mayor, y aun máxima
parte de los hombres que tratamos? En
la Sagrada Escritura leo, que es infinito
el número de los tontos; y en ninguna
Escritura, ni Sagrada, ni Profana, leo
que sea infinito el número de los Sabios,
Discretos, y Prudentes.
4. Bastaba lo dicho para mi defensa;
pero a más aspiro, que es mostrar a
Vmd. que hay muchos Adagios, no sólo
falsos, sino injustos, inicuos,
escandalosos, desnudos de toda
apariencia de fundamentos, y también
contradictorios unos a otros. Por
consiguietne es una necedad insigne el
reconocer en los Adagios la
prerrogativa de Evangelios breves. Vaya
Vmd. teniendo cuenta con los que
siguen.
5. Bien sabe la rosa en qué mano
posa. ¿En qué sentido será verdad esto?
Y queda muy satisfecha una mozuela
cuando pretende adularla con este
adagio un barbiponiente mentecato, con
ocasión de verle una rosa en la mano. Ni
aun como expresión figurada se le puede
adaptar alguna significación verdadera.
Casa sucia, huéspedes anuncia.
Antes lo contrario, pues el que espera
huéspedes procura la limpieza de la
casa. Así hay otro adagio contrario a
éste, que dice: Casa barrida, y mesa
puesta huéspedes espera.
Tapar la nariz, y comer la Perdiz.
Quiere decir, que la mayor sazón de la
perdiz es cuando empieza a oler mal.
Muy depravado gusto tiene quien la
halla más grata al paladar cuando
empieza a corromperse.
Ni moza Marina, ni mozo Pedro en
casa. ¡Insigne desatino! Como si las
costumbres, o las almas tuviesen
conexión con los nombres.
Constanza, ni ésa se críe, ni otra
nazca. Digo lo mismo de este adagio
que del antecedente.
Dos Juanes, y un Pedro hacen un
asno entero. Otro que bien baila. Harían
muy mal los Párrocos en poner el
nombre [3] de Juan, o Pedro a alguno,
porque sería condenarle a ser una
tercera parte de asno.
Ni Sábado sin Sol, ni moza sin
amor, ni viejo sin dolor. He observado
falso lo primero, y todos pueden haber
observado que también es falso lo
segundo.
No hay hermosa si no toca en
Roma. Creo que todos tienen esa
configuración de la nariz por algo
defectuosa.
Por San Matías iguala la noche con
el día. Aún es por San Matías mucho
menor el día que la noche.
Por San Andrés crece el día un es
no es. Ni aun veinte días más adelante
crece poco, ni mucho.
Por Santa Lucía crece el día un
paso de gallina. Ni aun ocho días
después empieza a crecer.
Cuando menguare la Luna no
siembre cosa alguna. No en una parte
sola de mis Escritos tengo mostrado, que
estas observaciones Lunares no tienen
fundamento alguno, y pueden muchas
veces perjudicar a los que las creen.
Pongo por ejemplo: Dejará un Labrador
de sembrar en menguante, fundado en el
adagio, aunque haya entonces un
bellísimo tiempo para sembrar; y en la
creciente inmediata vendrá mal tiempo,
con que hará una sementera infeliz.
Rencilla de por San Juan, paz para
todo el año. ¿Qué conexión tiene la riña
en este día con la paz en todos los
demás hasta otro San Juan?
A buen comer, mal comer, tres veces
beber. Regla de régimen disparatada: lo
uno, porque la bebida debe
proporcionarse, ya a la cantidad, ya a la
calidad de la comida, ya a la sed, y
temperamento del sujeto: lo otro, porque
supuesto que la bebida no exceda en la
cantidad, o en la cualidad, lo mismo es
que se divida en tres haustos que en seis.
Agua fría, sarna cría, agua roja
sarna escosca. Quiere decir, que el vino
es saludable para los sarnosos. No sé
que aprueben esta receta los Médicos.
Al quinto día verás qué mes
tendrás. Entiéndese del quinto día de la
Luna, y está bastantemente vulgarizado
este pronóstico; pero mil observaciones
me han demostrado que [4] así éste,
como los que se hacen por plenilunios,
conjunciones, y cuadrantes enteramente
carecen de fundamento.
Echate al Oriente, echarte has
sano, levantarte has doliente. Supongo
significa, que es enfermizo dormir con la
delantera hacia Oriente. ¡Cosa ridícula!
Más se detiene que hija en el
vientre. Supone que los partos de
hembras son más tardos. La experiencia
lo contradice. Caeteris paribus, a igual
espacio de tiempo vienen las hembras
que los varones.
Mientras el discreto piensa, hace el
necio la hacienda. Significa que el
necio se aprovecha de la oportunidad
obrando a tiempo, y el discreto pierde la
coyuntura por detenerse en meditar las
cosas más que dicta la razón; lo cual es
lo mismo que decir, que el necio es
discreto, y el discreto necio.
6. Ni Judío necio, ni liebre
perezosa. Supongo que en cuanto a la
primera parte es locución hiperbólica, y
que no significa otra cosa, sino que la
Nación Judáica es por lo común más
hábil, y despierta que otras. Pero yo
pienso que no hay gente más necia en el
Mundo que la que mil setecientos años
después que vino el Mesías, aún le está
esperando como venidero. Ni hay que
oponerme que en todos tiempos hubo
hombres agudísimos, que desbarraron en
materias de Religión. La necedad, o
ceguera de los Judíos es muy especial.
Ellos vieron un tiempo los prodigios de
Cristo, y hoy tienen siempre en las
manos, y reconocen por divinamente
dictadas las Profecías del Viejo
Testamento, que les están dando con el
desengaño en los ojos, y a todo resiste
su insensatez. Si se me alega su
habilidad para la negociación, respondo
que cualquiera otra gente que se hallase
como la Judáica sin suelo estable, y se
dedicase al comercio, sería tan hábil
como ella. Este es todo su estudio, ésta
toda la enseñanza que dan los padres a
los hijos. Y se debe añadir, que no
conduce poco a poco a sus ventajas en
el comercio lo poco escrupulosos que
son sobre el capítulo de la usura. Acá
tenemos, en los que llaman Gitanos, un
ejemplo de lo mucho que [5] habilita
una gente para la negociación el no tener
tierra que trabajar, ni otro oficio de que
vivir. Nadie ignora la incomparable
habilidad de los Gitanos para engañar
en la venta, y trueque de bestias de
carga. ¿Diremos por eso, que ésta es una
gente de especial ingenio?
7. Pascua Marzal, hambre, o
mortandad. No sólo es falso, mas
parece incide en aquella especie de
superstición que se llama vana
observancia. ¿Qué conexión tiene lo uno
con lo otro? El que la Festividad Santa
de la Pascua caiga en Marzo, o en Abril
induce, ni puede inducir, ni en el Globo
Terráqueo, ni en la Atmósfera, ni en
algunos de los cuerpos Celestes alguna
cualidad, o disposición, de donde venga
el influjo de hambre, o mortandad.
El mozo durmiendo sana, y el viejo
se acaba. Tanto, y aún más daño hace la
vigilia a los viejos como a los mozos.
8. Después de comer dormir,
después de cenar pasos mil. Venga de
donde quisiese este consejo de la
Escuela Salernitana, o de otra parte, no
le tengo por saludable: la agitación,
estando lleno el estómago, que sea
después de cenar, que después de comer,
es mala. El ejercicio se debe hacer, no
después, sino antes de comer, o por lo
menos cuatro, o cinco horas después de
la comida.
Si quisieses vivir sano, la ropa que
traes por Invierno traela por Verano.
Si no se le da el sentido que propongo
en el primer Tomo del Teatro Crítico,
Disc. 6, es el adagio irracional, y
bárbaro, como opuesto a lo que a todos
dicta, y aun de todos exige la naturaleza.
Buenas palabras, y malos hechos
engañan necios, y cuerdos. No pueden
las dos cosas juntas engañar, sino a
necios, y muy necios.
Ante la puerta del rezador nunca
eches trigo al Sol. Temerario, impío, y
escandaloso, pues derechamente va a
desconfiar de la fidelidad, y limpieza de
la gente devota.
Abriles, y Condes los más son
Traidores. ¿Por qué más los Condes,
que Duques, que Marqueses, simples
Caballeros, &c? ¿Y por qué más los
Nobles que los que no lo son? Este [6]
adagio sería forjado por sujeto a quien
algún Conde hizo alguna pesada burla.
Del bueno no fiar, y al malo echar.
Máxima bestial en cuanto a la primera
parte: pues si del bueno no se ha de fiar,
de nadie se ha de fiar: lo que admitido
haría desconsoladísima la vida humana.
9. Dí a tu amigo el secreto, y
tenerte ha el pie en el pescuezo. Induce
a una universal desconfianza como el
pasado. Opuesto a este adagio, y muy
racional, y político es el del Portugües:
A bon amigo naoencubras segredo,
porque das causa a perdelo. La razón es
clara, porque ¿cómo podré mirar como
amigo a quien veo que no se fía de mí?
Entre dos amigos un Notario, y dos
testigos. Aun más fuertemente que los
antecedentes persuade a la desconfianza
recíproca, y universal.
Oficial que no miente salga de
entre la gente. Quiere decir, que tendrá
poca ganancia el Oficial que no fuere
mentiroso; y lo contrario sucede, pues
comúnmente son más buscados los que
se experimentan verídicos.
Cien Sastres, cien Molineros, y cien
Tejedores, hacen justos Trescientos
Ladrones. El Oficio de Sastre, a la
verdad, es muy ocasionado a la suciedad
de manos, y de conciencia, y pocos hay
de quienes se pueda fiar enteramente por
lo que Quevedo con sumo donaire llamó
Sastres Monteses a los Salteadores de
caminos. Mas Molineros, y Tejedores no
veo por dónde merezcan más esta nota
que los Profesores de otros muchos
Oficios mecánicos.
10. El mozo no ha la culpa, que la
moza se lo busca. Lo contrario es lo que
sucede comunísimamente, o casi
siempre. Como tales simplezas dicta el
plebeyo prurito de hablar mal en común
de las mujeres. Un Adagio hay Italiano
diametralmente opuesto al Castellano,
que es éste: Ogni femina é casta, se non
ha chi la caza. Toda mujer es casta, si
falta quien la provoca.
La mujer, y lo empedrado siempre
quiere andar hollado. Quiere decir, que
a la mujer continuamente se ha de pisar,
[7] ajar, y aun golpear. ¡Qué consejo tan
conforme a las santas Leyes del
Matrimonio! Muy conforme a éste es el
que le sigue.
La mujer, y la candela, tuércele el
cuello, si la quieres buena. Pero
opuesto a éste, y al antecedente es otro
que dice: La mula, y la mujer por alago
hacen el mandado. Y éste sí que es
racional, y Cristiano; los otros dos
fueron inventados por hombres
bestiales, y sólo hombres bestiales los
practican.
Quien no miente, no viene de buena
gente. Esto es decir, que es calidad
privativamente propia de los Nobles ser
mentirosos. Blasfemia política, y que
también puede ser perniciosa en lo
Moral, pues acaso algunos tontos,
asintiendo al Adagio, mentirán por
acreditarse de Nobles.
11. Los Adagios, que se siguen,
todos son satíricos respecto de algunas
Provincias, o Pueblos. Esto bastaba para
conocer que son falsos. Pues es cierto
que en todas partes hay de todo, bueno, y
malo. Ni cada uno de estos Adagios ha
tenido otro origen que la malignidad de
alguno, que hallándose resentido de
otro, natural de tal Provincia, o Pueblo,
extendiendo su irritación a todos los
demás naturales, quiso vengarse,
poniendo en consonante, o asonante
alguna sentencia infamatoria de todos.
Ni Perro, ni Negro, ni mozo
Gallego. A mí no me coge, porque ya
soy viejo; pero más quisiera que me
cogiera. Si habla de los mozos de
servicio, desmentirán el Adagio muchos
de otras Naciones, que por lo común
acreditan de muy fieles a los Criados
Gallegos.
Palencia la necia, quien te oye te
desprecia. Supongo que hay en Palencia
discretos, y necios como en otras partes;
y que serán más los necios que los
discretos, como en todo el Mundo.
Asturiano, ni mulo, ninguno. Es
falso en una, y otra parte. Hay muchos
mulos buenos, y muchos Asturianos
bonísimos. Y es cierto, que si el Adagio
fuese verdadero, no viviría yo en
Asturias. [8] Del Toledano, guárdate de
él tarde, o temprano. Dudo que algún
Pueblo de España haya honrado toda la
Nación con más ilustres sujetos en
Letras, Armas, y Santidad, que la
Imperial Toledo. Y en cuanto a
desconfiar de todo Toledano está contra
el Adagio no menos que todo el
Concilio Tridentino, que fió al
Sapientísimo, e Ilustrísimo Toledano el
Señor Covarrubias una cosa de tanta
importancia, y gravedad para toda la
Iglesia, como la formación de los
Decretos de Reforma.
Del Andaluz guarda tu capuz. Otro
semejante, y que comprehende mucho
más el siguiente.
Al Andaluz hazle la Cruz, al
Sevillano con una, y otra mano, al
Cordobés con manos, y pies. Alguno
que viajaría por Andalucía, y llevaría
muchos palos en Sevilla, y Córdoba, por
haberlos merecido, inventaría estos
Adagios. Y téngase esto por dicho para
los Autores de todos los demás de esta
especie.
12. Cuchillo Pamplonés, y zapato
de valdrés, y amigo Burgalés,
guárdeme Dios de todos tres. He
conocido algunos Burgaleses muy finos
amigos de sus amigos.
Gato Segoviano, colmillos agudos,
y fíngese sano. En todas partes hay
gatos de estas calidades; y nunca oí cosa
de Segovia por donde merezca la
especial adaptación del Adagio.
Obispo de Calahorra, que hace los
asnos de corona. Esto significa, que los
naturales de la Diócesis de Calahorra
son muy rudos. Mi experiencia y la de
otros muchos califica todo lo contrario.
Aprendiz de Portugal no sabe coser,
y quiere cortar. No sé qué cosa son los
Sastres Portugueses. Pero discurro que
habiendo producido aquel Reino muchos
hombres habilísimos en otras Artes;
también habrá dado, y estará dando
buenos Sastres.
13. Tierra de Campos, tierra de
diablos, sueltan los perros, y atan los
cantos. Esto se dice porque en aquella
tierra tienen para custodia de los
ganados unos mastinotes, de los cuales
tal vez algún mal criado se desmanda
contra los [9] caminantes; bien que yo
nunca lo ví, aunque anduve por tierra de
Campos muchas veces. Que atan los
cantos es locución figurada; esto es, que
por la mayor parte no los hay en aquella
tierra. Sea lo que fuere de esto, yo
siempre tendré, no por tierra de diablos,
sino por tierra de Dios la que produce
mucho, y buen pan. Y por lo que mira a
los naturales del País, más autorizada
está el bonus vir de Campis que el
adagio propuesto.
El viento, y el varón no es bueno de
Aragón. Entiéndase el Adagista con las
dos Iglesias, Militante, y Triunfante, a
quienes dio tantos ilustres Santos
Aragón. Entiéndase con las Historias
Profanas, donde se encuentran tantos
Héroes Aragoneses; y por lo que mira a
las Letras, quisiera tener presente al
Adagista para preguntarle, si su Patria
había producido un hombre tan Sabio
como Antonio Agustino, y un
Historiador tan eminente como Jerónimo
Zurita.
Médicos de Valencia, luengas
haldas, y poca ciencia. No sé lo que era
Valencia en orden a Médicos cuando se
fabricó el adagio. Pero sé que hoy la
Escuela de Medicina de Valencia es una
de las mejores de España.
Ruín con ruín, que así casan en
Dueñas. En Dueñas hay Hidalgos como
en otras partes, y casarán Hidalgos con
Hidalgas, como en otros Lugares.
14. Otros muchos Adagios hay
igualmente, y aun más falsos que los
pasados, y sobre eso maldicientes,
escandalosos, sacrílegos, porque son
infamantes de los Eclesiásticos (en
común) ya Regulares, ya Seculares;
habiendo entre ellos no tan pocos
desatinados, que hasta ahora no sé que
hayan salido dicterios tan injuriosos
contra los Eclesiásticos Católicos de la
boca, o pluma de algún Hereje. Con
todo, andan estampados en un Libro que
se reimprimió en Madrid el año de
1619, su Autor Hernán Núñez, que
comúnmente llaman el Pinciano; y creo
que es Libro raro. Para el intento que
sigo de reprobar la mal fundada fe que
Vmd. tiene en los Adagios, nada sería
más eficaz que proponerles delante
algunos de aquellos impíos refranes.
[10] Pero no puedo vencer la
repugnancia que siento en mí, para
transcribir tales variedades.
15. No negaré yo a Vmd. que los
más de los Adagios, con grande exceso
son verdaderos, y que entre ellos hay
algunos muy agudos, que incluyen
hermosísimas sentencias. Pero basta que
haya muchos falsos, y ruínes, para que
legítimamente se recuse por prueba de
cosa alguna la autoridad de un Adagio.
Y con esto tengo respondido a Vmd. a
quien deseo servir con fino afecto, &c.
Carta II
De la vana y perniciosa
aplicación a buscar Tesoros
escondidos

1. Muy Señor mío: Estando en Galicia


he oído mucho de la manía de buscar
Tesoros sepultados, con esperanza de
hallarlos; y después que vine a este
Principado de Asturias, puedo decir que
lo he visto. Manía la llamo, ya porque
no tiene esta esperanza más fundamento
que el error, y la impostura: ya porque
teniendo presentes las infelices
tentativas de muchos, que pretendiendo
sacar de las entrañas de la tierra plata, u
oro, con que hacerse ricos, gastando en
ellas el poco dinero que tenían,
quedaron más pobres, no les sirve esta
experiencia para el desengaño. Sucede a
éstos lo que infatuados a los
investigadores de la Piedra Filosofal,
que buscando la opulencia, caen en la
mendiguez, sin que la ruina de los que
van delante escarmiente a los que los
siguen. Creo que, por lo menos, tan
ciega es la avaricia como el amor.
2. ¿Mas cuáles son el error, y la
impostura de que hablo aquí? El error es
histórico. Suponen estos ignorantes que
en la expulsión general de los Moros de
España, no permitiéndoseles a aquellos
Infieles llevar consigo sus riquezas, [11]
se previnieron, sepultandolas en varios
sitios, cada uno en que el le pareció más
cómodo, no perdiendo la esperanza de
gozarlas ellos, o sus hijos algún día,
mediante alguna posible revolución, en
que la fuerza de las armas los restituyese
a la posesión de nuestra Península.
Añaden, que para este efecto llevaron
memoria, y apuntamiento de las señas
que distinguen los sitios donde las
dejaron sepultadas, para asegurar su
recobro cuando llegue el caso, el cual
esperan como los Judíos su Mesías.
Estos son los Tesoros que buscan, y que
nunca hallarán, porque no los hay;
siendo constante, que a los Moros,
cuando fueron expelidos de España, se
permitió llevar toda su moneda, y aun
todos sus muebles; y serían ellos muy
fatuos, si voluntariamente perdiesen una
posesión cierta de presente por una
posesión futura, incierta, y aun
inverisímil.
3. Con este craso error de nuestros
exploradores de Tesoros se ha
concretado una crasísima impostura, sin
la cual no tuviera ejercicio el error. Ya
se ve, que aun cuando fuese verdad, que
los Moros dejaron sepultados estos
Tesoros, esta noticia por sí sola nada
serviría para descubrirlos, ignorándose
en qué parajes los escondieron. A esta
dificultad, pues, ocurrió la impostura.
Estando en Galicia oí muchas veces (y
lo creí siendo niño), que había uno, u
otro Librejo manuscrito, en que estaban
notadas las señas de los sitios de varios
Tesoros. Después que vine a Asturias oí
lo mismo; y en uno, y otro País atribuyen
la posesión de alguno de estos Librejos
(asientan que son rarísimos) a tal cual
feliz particular, que por alguna
extraordinaria vía lo adquirió, y le
guarda, no sólo como un gran tesoro,
mas como llave de muchos tesoros.
4. Juzgará Vmd. acaso como en
efecto lo juzgan muchos, que este Libro
es como el de tribus famosis
Impostoribus, de que tantos hablan, y
que ninguno vió. No es así. Sobre estar
yo mucho tiempo ha persuadido con
buenas razones que hay tales Libros, ví
uno de ellos, que por el accidente, que
diré abajo, vino a mis manos. De suerte,
que no es ficción que haya tal libro; [12]
bien que es un libro que no contiene sino
ficciones.
5. ¿Pero quién será el Autor de este
Libro? o mejor preguntaré, quiénes
habrán sido los Autores de estos libros,
porque en diferentes Países son Libros
diferentes. Uno da las señas de los
tesoros que hay en tal territorio, otro de
los de otro. El que yo ví comprehendía
sólo el ámbito de algunas leguas que
hacia todas partes ciñe esta Ciudad de
Oviedo. Si aquí se lo preguntamos a
quien tenga noticia de este Libro, y crea
sus ficciones, juzgo responderá, que un
cautivo de Argel, Túnez, o Marruecos lo
adquirió del amo de quien era esclavo, o
porque se lo hurtó, o porque juzgando el
amo imposible ya el usar de él en
beneficio propio, se lo vendió por
alguna cantidad de dinero; o en fin,
porque habiéndole cobrado alguna
singular afición, se lo dio graciosamente
al tiempo de su redempción. Y los de los
otros Países dirán lo mismo de los
Libros que allá corren.
6. Pero la verdad es, que estos
Libros fueron fraguados por algunos
embusteros, habitadores de los Países
donde señalan los tesoros. Argumento
concluyente de esto es, que las señas
con que distinguen los sitios se hallan
realmente en ellos. Hablo de las señas
que están sobre la superficie de la tierra.
El Libro, que ví, hablaba de sitios de
veinte tesoros, poco más, o menos,
especificando señales que efectivamente
se encuentran; v. gr. en el camino de tal a
tal parte, al pie de un Monte, a tal
distancia, al lado derecho del camino
hallarás una peña, y junto a la peña una
fuente: a la distancia de dos varas de la
peña, por la parte que mira al Oriente,
cavarás, y encontrarás a la profundidad
de dos varas, &c. ¿Quién pudo dar las
señas de todos estos sitios sino quien
los reconoció todos? ¿Y quién pudo
reconocerlos todos sino algún habitador
del propio País? O sean dos, o tres, o
más, si se quiere, pues no hay
imposibilidad alguna en que tres, o
cuatro bribones concurriesen a esta
buena obra. Pero la hay en que algún
Moro, habiendo heredado este cartafolio
de sus mayores, regalase con él a algún
Español, por la razón que ya se ha [13]
dado de que los Moros no dejaron
escondidas acá sus riquezas.
7. Mas el pobre mentecato que
advierte puntuales todas las
circunstancias exteriores del sitio que
apunta el cartafolio, como está en la
errada persuasión de que aquellas
noticias vinieron de la Africa,
comunicadas entre aquellos infieles de
hijos a nietos, desde alguno o algunos de
los expedidos de España, no dudando de
la verdad de ellas, traga el hilo y
anzuelo, y se pone a cavar en el sitio
llena la cabeza y el corazón de la
esperanza de verse luego muy opulento.
Agrega oficiales, porque se supone que
hay mucho que cavar, y es menester
abreviar la obra por concluirla, antes
que llegue la noticia a los Ministros de
la Cruzada. Con esta mira se expenden
tajadas y tragos con mano pródiga. No
se duda de hallar las señas interiores,
porque las juzgan consecuencia firme de
las exteriores. Aquéllas varían en el
manuscrito, respecto de varios sitios,
como éstas. Y también en la calidad, y
cantidad de tesoro hay su diferencia.
Pongo por ejemplo (prosigue así el
manuscrito): A vara y media de
profundidad hallarás una piedra
cuadrada de una vara de ancho, debajo
de ella dos vigas cruzadas, debajo de
éstas una bóveda de ladrillos que
romperás, y dentro encontrarás un cofre
grande de plata, lleno de monedas de
oro.
8. Como el que compuso el Librejo
no era Zahorí (en el tercer Tomo del
Teatro Crítico tengo probado que no los
hay en el Mundo) para ver lo que hay
dentro de la tierra, si que aquí echa
mano de lo primero que ocurre, después
de reventarse los infelices a cavar, y
más cavar, ni hallan la piedra cuadrada,
ni las vigas cruzadas, &c. Con que se
vuelven a sus casas pesarosos, y
arrepentidos, aunque no escarmentados,
porque aun quedan con la esperanza de
que en otros sitios no los engañará el
cartafolio, porque acaso el Moro se
equivocaría en las circunstancias del
que exploraron, o había error del
amanuense. Conocí a hombre que
exploró más de siete u ocho sitios.
9. Habrá quienes juzguen
inverisímil, y aun increíble, [14] que
estos escritos sean mera producción de
un voluntario embuste, porque nadie
miente, especialmente cuando la mentira
es algo laboriosa, sin interés alguno:
¿pero qué interés puede tener el Autor
de un Libro de éstos en cargarse del
trabajo de escribirle? Convengo en que
el asumpto de la objeción es verdadero.
Es así que nadie comete alguna acción
viciosa sin interesarse en ella por algún
camino. Pero digo lo primero, que este
interés es vario, y uno de los más
comunes es el deleite que se percibe en
ella misma. El glotón, el ebrio, el
lascivo, ¿qué otro fruto sacan de sus
excesos que la delectación que logran en
ellos? ¿Y para qué hemos de filosofar en
un asumpto que cada día palpamos con
la experiencia? Ojalá no la hubiera. Los
hombres, que se deleitan en mentir, son
muchos. Este deleite consiste, ya en que
lo consideran como gracejo capaz de
divertirlos a ellos, y a otros; ya en que
miran la ficción como parto de su
agudeza; ya en que el que engaña, se
contempla con cierta superioridad de
espíritu respecto del engañado, cuya
resulta es una especie de triunfo sobre la
ajena credulidad. Yo quisiera que
conspirasen conmigo todas las almas
nobles a apear de tan necia presunción a
estos bastardos espíritus, dándoles a
conocer, que si en la racionalidad hay
heces, eso que llaman agudeza son las
más viles heces de la racionalidad. Lo
que yo por mí con toda realidad puedo
protestarles es, que hasta ahora no ví
hombre alguno de entendimiento claro, y
penetrante que no fuese amantísimo de la
verdad.
10. Digo lo segundo, que el
embustero que fabrica un escrito de
tesoros, puede mirar a otro interés más
sólido que el deleite de mentir, aunque
justamente más ilícito, que es
vendérselo por precio algo considerable
a algún avaro simple, cuyos reparos
contra la veracidad del escrito será fácil
eludir con algunas artificiosas
invenciones.
11. Lo que más coopera a mantener a
los investigadores de tesoros en la vana
esperanza de descubrirlos es la noticia
de algunos, que por casualidad se
hallaron en varias partes; pero esto
mismo debiera desengañarlos: porque si
[15] la invención de esos se debió a la
casualidad, y no a la diligencia, esos
ejemplares en ningún modo pueden
alentarlos al trabajo que se toman. Sin
embargo, la codicia los ciega para
pensar, que lo que uno u otro lograron,
por mero beneficio de la fortuna,
conseguirán ellos por su afán.
Acuérdome de haber leído en Plutarco,
en la vida de Pompeyo, que cuando este
Héroe marchaba en la Africa con sus
Tropas contra Domicio, dos o tres
Soldados suyos tuvieron la suerte de
encontrar una buena cantidad de plata
mal escondida en la tierra, lo cual visto
por los demás todo el Ejército se aplicó
a revolver la tierra de un dilatadísimo
campo, creyendo que en él estarían otras
muchas riquezas ocultadas, sin que por
algunos días pudiese el Imperio de
Pompeyo removerlos de aquella vana
fatiga, que no les produjo otra cosa que
el arrepentimiento de haberse metido en
ella. Lo primero sucede a nuestros
investigadores de tesoros. La felicidad
de poquísimos en la fortuita invención
de ellos, hace infelices a muchos que
inútilmente expenden su dinero, y su
sudor por descubrirlos.
12. Ni aun cuando fuese efecto de su
diligencia la dicha de esos pocos, sería
del caso para alentar la esperanza de
nuestros exploradores. Estos buscan
tesoros que dejaron escondidos los
Moros; pero los que fortuitamente se han
hallado (por lo menos aquellos pocos de
que yo tengo noticia) ni son, ni fueron
jamás de Moros. Aquí ví hasta treinta
monedas de plata de uno, que poco mas
ha de veinte años se descubrió a
distancia de seis, o siete leguas de la
Ciudad de León; pero todas, como se
veía en sus inscripciones, eran del
tiempo de los primeros Emperadores
Romanos.
13. Lo peor que tiene esta manía de
buscar tesoros es, que según la práctica
de muchos entra en ella una buena dosis
de superstición. Es el caso, que debajo
de la persuasión de que los tesoros
están encantados, o que por lo menos lo
están algunos, se han inventado
Exorcismos con varias fórmulas, y ritos
para desencantarlos. Yo me enteré de
toda la maniobra que hay en esto, por
medio de dos manuscritos [16] que me
comunicó cierto buen hombre. Éste,
después de fatigarse a sí, y a otros
mucho tiempo en la inquisición de
tesoros, algo desengañado ya de la
inutilidad de su trabajo, y al mismo
tiempo receloso de que hubiese en él
algo de superstición, me comunicó los
dos manuscritos, que un tiempo había
guardado como más preciosos que la
Piedra Filosofal. Uno de estos
manuscritos era el que dije arriba, que
daba razón de los sitios donde están
sepultados los tesoros. El otro contiene
los conjuros con que se desencantan. No
ví disparatorio igual en mi vida.
14. Según lo que supone el mismo
contexto de los conjuros, lo que
significa esto de estar encantados los
tesoros es, que los demonios (o uno o
muchos en cada sitio) los guardan donde
están sepultados; de modo, que no
pueden parecer, o descubrirse, si
primero con la virtud de los Exorcismos
no se arrojan de allí los malignos
Espíritus. El proceder de los conjuros es
dilatado. Inclúyense en él varios
Evangelios, y Oraciones. Entra también
la Letanía mayor, el Ofertorio de la
Misa, y el Responso de San Antonio.
Repítense sahumerios de incienso y
mirra, como también rociadas de agua
bendita. Hay tal cual ceremonia ridícula,
y la sacrílega barbarie de que cuando se
invocan la Santísima Trinidad nuestro
Señor Jesu-Cristo, y María Santísima,
esta Señora se nombra antes que la
Santísima Trinidad. A lo último se
intima, que en todos estos conjuros
intervengan a lo menos tres Sacerdotes.
15. Yo no creo más que el diablo se
ocupe en guardar tesoros sepultados en
la tierra, que lo que nos dicen los
Mitológicos, que un dragón guardaba el
de las manzanas de oro en la Africa, y
otro el del vellocino de oro en Colcos.
Y no sería acaso desnudo de toda
verisimilitud discurrir que de aquellas
fábulas tomó estotra su origen,
mayormente cuando el dragón es
símbolo tan propio del demonio, que en
el Apocalipsis se designa repetidad
veces con este nombre.
16. Como quiera, la ridícula
persuasión de que el demonio se
constituye guarda de los tesoros
sepultados, no es [17] tan
privativamente propia del ignorante
Vulgo, que no se halle apoyada por tal
cual Escritor serio. El Padre Martín
Delrío cita algunos, que refieren casos,
los cuales, no sólo suponen que los
Espíritus malignos se han encargado de
la custodia de las riquezas subterráneas,
mas aun podrían, siendo verdaderos,
autorizar la práctica de proceder con
exorcismos en el descubrimiento de
ellas, porque su asunto se reduce a que
el demonio mata, o por lo menos lo
procura, a los que se empeñan en
descubrirlas. El más célebre, por estar
vestido de circunstancias muy
especiales, es el siguiente.
17. Hay en el territorio de Basilea
una dilatada caverna, a cuyo término
acaso no se penetró hasta ahora. Un
Sastre de Basilea, que se pinta simple, o
bien por mera curiosidad, o con la
esperanza de hallar algún tesoro, se
animó, no sólo a entrar en ella, mas aun
de avanzarse más adelante de donde
otros habían llegado. Metido en la gruta,
con una vela bendita encendida en la
mano, dijo, que lo primero había entrado
por una puerta de hierro a una cámara,
de allí a otra; y en fin a unos
deliciosísimos jardines, en medio de los
cuales, colocada en magnífico Palacio,
estaba una Doncella extremamente
hermosa, sueltos los cabellos, ceñidas
las sienes de dorada diadema; pero en
vez de los miembros, que corresponden
a la parte inferior, terminaba en una
horrible Serpiente. Luego que el Sastre
pareció a su vista, tomándole de la
mano, le acercó a una arca de hierro, y
abriéndola le mostró en ella infinidad de
monedas de oro, plata, y cobre, de las
cuales le dio algunas, las cuales él
después mostraba. Mas para abrir la
arca fue menester que la Doncella
imperiosamente acallase dos grandes
Alanos que la guardaban, y daban
terribles ladridos. A esto se siguió
manifestar la Doncella al Sastre su
historia, y su destino; conviene a saber,
que era hija de un Rey, y en virtud de no
sé qué imprecaciones diabólicas había
tomado aquella horrible figura, en la
cual había de conservarse hasta que un
joven, que jamás hubiese tocado a mujer
alguna, le diese tres osculos, con lo cual
se restituiría [18] a su antigua forma, y
recompensaría a su galante redentor,
haciéndole dueño de todo aquel tesoro.
El Sastre, que debía de hallarse con la
pureza necesaria para aquella empresa,
se resolvió a ella; pero no la finalizó,
porque al Segundo osculo hizo la
Doncella tan extraordinarios
movimientos, por el gozo de ver tan
próxima su redención, que temiendo le
hiciese pedazos, huyó de ella, y de la
gruta.
18. Referido así el caso, le explica
el Padre Delrío, diciendo, que aunque
puede ser que el sujeto de la historia
padeciese alguna demencia, que le
representase como visto lo que era
puramente imaginado, se inclina más a
que realmente la Doncella era un
demonio del género de aquellos que
llaman Lamias; los dos perros otros dos
demonios, que eran guardas del tesoro, o
verdadero, o imaginario; y que el intento
de aquellos Espíritus infernales era
matar al pobre Sastre, si hubiese dado el
tercer osculo, de cuyo riesgo Dios le
libró, imprimiéndole aquel terror que le
hizo huir. Comentó bien excusado,
cuando sería mucho más fácil, y mucho
más verisímil cortar por la raíz, tratando
de fabulosa la narración, la cual es un
complejo de circunstancias
extravagantes, que tiene todo el aire de
cuento de viejas, y más cuando no hay
otro fiador de la realidad más que un
Sastre. Pero ha que en la Ciudad de
Santiago se fabricó otro embuste
semejante, interviniendo en él personas
de muy superior condición a la del
Sastre. Hay un monte vecino a aquella
Ciudad, llamado Pico-Sagro, y en él una
profunda caverna, en la cual se
atrevieron a descender ciertos
aventureros, que afirmaban después
haber encontrado en ella un Ídolo de oro
que guardaban dos Gigantes, con otras
particularidades que hacían la relación
completa. Averiguóse ser todo patraña,
de que resultó bastante confusión a los
autores de ella.
19. Ni es menos ridícula que el
cuento pasado la causa que señala
Lorenzo Ananías, citado por el mismo
Delrío, de guardar el demonio con tanta
vigilancia los tesoros escondidos. Dice
que lo hace así por reservarlos para el
Anti-Cristo, a quien los entregará para
lograr el séquito de los [19] hombres, y
traerlos a la apostasía. ¿Pero de dónde
se sabe esto? Responde, que el mismo
demonio se lo reveló así a cierto
adivino, Ariolo cuidam. Y el P. Delrío
añade, que aunque el demonio, como
padre de la mentira, no merece crédito
alguno, no deja de ser algo verisímil, a
vero parum abhorret, que ése sea el
motivo porque el demonio guarda los
tesoros. Pero yo pronuncio, que no tiene
esto ni el menor vestigio de
verisimilitud. ¿Para qué los demonios,
que tienen otras muchas cosas que hacer,
han de estar continuamente ligados a
guardar los tesoros subterráneos, cuando
con la diligencia momentánea de
sepultarlos tres o cuatro picas más
abajo, los resguardarán de la rapiña, y
se desembarazarán de ese cuidado? Ni
es necesario imputar la mentira,
suponiendo que lo sea, al demonio: ¿no
era bastantemente abonado para ella por
sí mismo el Adivino?
20. Arriba dije, que no me parecía
enteramente inverisímil, que esta vulgar
persuasión de que el demonio guarda los
tesoros viniese de alguna de las dos
fábulas, el dragón que guardaba las
manzanas de las Hespérides, y el que
defendía el vellocino de oro. Pero
ahora, dentro del mismo recinto de las
ficciones Mitológicas, me ocurre origen
mucho más acomodado a aquel error
vulgar. Entre las fingidas Deidades del
Paganismo fue una Pluto, a quien
veneraron como Dios de las riquezas.
Quieren algunos distinguirle de Plutón
Dios infernal; pero la opinión común
dice que es el mismo. Está claro sobre
la materia un pasaje de Cicerón en el
libro 2. de Natura Deorum: dictus
Pluto a Ploutos (voz Griega) hoc est, a
divitiis, eo quod opes omnes ab inferis,
hoc est, ab intimis, terrae visceribus
eruantur. Lo propio dice Paseracio
debajo del nombre de Pluto, en que se
conoce que hablan de uno mismo: Plutus
a Graecis fingitur divitiarum Deus.
Pero sobre todo es decisiva en el asunto
la autoridad de Platón, el cual en el
Diálogo de Crátilo dice así: Plutonis
nomen ex divitiarum contributione
ductum est, eo quod inferne ex terra
divitiae emergunt. De estos, y otros
muchos pasajes, que se hallan en los
Autores Mitológicos, se evidencia, que
los Gentiles; que adoraban [20] a Plutón
como Dios del Infierno, no consideraban
su imperio ceñido a aquella horrible
caverna, destinada al suplicio eterno de
los malos, sino extendido a todos los
lugares, y sitios subterráneos, que es
donde ya por las minas de los metales,
ya por los tesoros escondidos, se hallan
las riquezas. Ni en rigor las voces
Latinas infernus, inferne, inferi,
significan sino lo que está debajo de
nosotros; y por consiguiente todo lo
subterráneo, como se puede ver en los
Diccionarios Latinos; así como las
voces opuestas supernus, superne,
superi, tampoco significan en rigor sino
lo que está sobre nosotros; aunque en
cosas pertenecientes a la Religión
restringimos comúnmente el significado
de las voces infernus, inferi, superi, a
lo supremo, y a lo ínfimo.
21. No sólo parece hija de esta
fábula Gentílica la falsa preocupación
de los que hoy usan de Exorcismos para
descubrir los tesoros; sino la misma, con
sólo la diferencia de que éstos dan a
Plutón su verdadero carácter que
desfiguraban los Gentiles. Plutón era
Intendente, y Depositario de los tesoros
subterráneos. Eslo el demonio según
nuestros preocupados vulgares. ¿Pero
quién es realmente Plutón, Deidad del
Gentilismo, sino el demonio? Quoniam
omnes Dei Gentium daemonia, dice el
Psalmista (Psalm. 95.); lo que con más
propiedad se verifica de Plutón, que de
todas las demás Deidades fingidas, por
ser su morada, y lugar de su residencia
el infierno, donde preside al castigo de
los malhechores.
22. Pero tenga el origen que se
quiera la aprehensión de que los
demonios son custodios de los tesoros
subterráneos, venga o no del Gentilismo,
lo que nos hace al caso es saber que esta
es una idea vana y ridícula, lo que me
parece he demostrado arriba
suficientísimamente; y la inspección de
los conjuros; de que usan los minadores
de tesoros para desencantarlos, como
ellos dicen, descubre más su fatuidad.
Ve aquí Vmd. la ceremonia con que
concluyen todos sus conjuros, copiada
del Librejo al pie de la letra, porque ría
un poco.
23. Todo alrededor donde
estuvieren, con agua bendita, y [21]
después con un humazo en una olla
grande, como mirra, e incienso, y
laurel, y yerbas de San Juan, y romero,
y piedra azufre, y ruda, todo esto
bendito, se ha de fumar el círculo todo
alrededor, y por todo él muy bien:
después dejarlo estar, incensando el
medio: y así como fueren cavando, se
ha de ir echando agua bendita; y
cuando lo hallaren (el tesoro), lo han
de fumar muy bien para quitarle el
veneno, y pestilencia. E inmediatamente
supone la advertencia de que
intervengan en esto a lo menos tres
Sacerdotes. Bien puede ser que algún
Sacerdote mentecato haya sido autor de
todos estos conjuros, porque he
observado, que de tres siglos a esta
parte, o poco más, algunos Sacerdotes
idiotas van extendiendo cada día a más y
más objetos improprios el uso de los
Exorcismos. Nuestro Señor guarde a
Vmd. muchos años, &c.
Carta III
Sobre el Rinoceronte, y
Unicornio. Es respuesta a una
anónima

1. Muy Señor mío: Aunque habiendo


V… ocultado en la suya, sin que yo
pueda adivinar el motivo, no sólo la
persona, mas también el lugar de donde
escribe, es preciso que yo ignore a
quién, y a dónde debo dirigir la
respuesta. No me quita esto la esperanza
de que llegue a sus manos; porque
estando yo en ánimo de estamparla en mi
segundo Tomo de Cartas, y viendo por la
de V… que es aficionado a mis Escritos,
puedo suponer, que deseará ver esta
nueva producción mía, y por
consiguiente en ella se verá respondido.
Réstame empero, por aquella omisión,
la duda del tratamiento que debo dar a
V… Veo [22] en la Carta señas de ser
por lo menos Señoría, pero que no
desdicen de que sea Excelencia; ¿y qué
sé yo si Alteza? Así me resuelvo a dejar
lo del tratamiento de blanco, para que
V… coloque el que le corresponde.
2. Díceme V… por vía de
impugnación a lo que en el segundo
Tomo del Teatro, disc. 2, escribí del
Unicornio, que los Autores Naturalistas,
que han escrito que no hay Rinocerontes,
Unicornios terrestres, han estado en un
error, lo que se prueba con un
Rinoceronte, que se trajo vivo a
Bruselas en el mes de Junio del presente
año de 1743, el cual añade V… que su
ayuda de Cámara, que se hallaba a la
sazón en Bruselas, tuvo la curiosidad de
ver como puesto en espectáculo a toda
la Ciudad. La relación del Ayuda de
Cámara, copiada por V… contiene lo
siguiente: «Esta bestia no tiene más de
cuatro años, y pesa tres mil quinientas
libras; pero no ha crecido todavía lo que
ha de crecer. Tiene un cuerno debajo de
los ojos, el cual, aún no tiene más que un
pie de largo, por razón de ser todavía
cachorro; pero con el tiempo será de una
vara como otros. Estos animales viven
cien años. Comen todos los días
cincuenta libras de heno, y veinticinco
de pan, y beben catorce cubos de agua.
Es tan alto como un buey de Frisia; y
aunque tiene las piernas muy cortas,
dicen, que corre más que un caballo. El
pellejo no tiene pelo, pero está cubierto
de una especie de pequeñas conchas.
Tiene la cabeza como de ternera, pero
mucho mayor. Está siempre el
Rinoceronte ocupado en amolar su
cuerno, por instinto natural, para
defenderse de los Elefantes, que son sus
mayores enemigos. Dicen que el Rey de
Francia le quiere comprar para tenerle
en Versalles.» Hasta aquí la relación,
sobre la cual, y sobre lo que V… supone
en ella, tengo que hacer uno, u otro
reparo.
3. Entra V… suponiendo, que los
Rinocerontes son los mismos que se
llaman Unicornios terrestres. Es verdad
que hay Autores que los confunden; pero
los más, y mejores los distinguen, ya por
la estatura, dando mucho mayor [23]
corpulencia al Rinoceronte; ya por el
sitio del cuerno, el cual en el Unicornio
sale de la frente, y en el Rinoceronte de
la nariz; ya por el tamaño de él, suponen
de mucha mayor longitud en el
Unicornio que en el Rinoceronte; ya por
la piel, que es pelosa en el Unicornio, y
no en el Rinoceronte. También es común
distinguirlos por el capítulo de la virtud
alevifármaca, que conceden al cuerno
del Unicornio, y niegan al del
Rinoceronte.
4. Supuesta la distinción dicha, es
claro, que la descripción hecha por el
Ayuda de Cámara no cuadra al
Unicornio, sí sólo al Rinoceronte; ya
porque tiene el cuerno, no en la frente, o
sobre los ojos, sino debajo de ellos, y
por consiguiente en la nariz; ya por su
pequeñez: pues aunque en la relación se
pretende, que en llegando a su mayor
incremento, será largo una vara, esto se
me hace enteramente inverisímil, no
teniendo ahora más que un pie, cuando
ya la bestia es de tan gran corpulencia
que pesa tres mil quinientas libras, pues
un tercio más que creciese, el más
agigantado Elefante no le igualaría; y
comúnmente se le atribuye al
Rinoceronte algo menor estatura que al
Elefante, aunque algunos pretenden que
sea igual. Y a la verdad, aún dudo que el
mayor Elefante exceda el peso de tres
mil quinientas libras. Finalmente,
persuade que el de Bruselas es
Rinoceronte, la piel cubierta, como dice
la relación, con una especie de pequeñas
conchas; lo que coincide con lo que dice
Gesnero de un Rinoceronte, que en su
tiempo se trajo a Portugal, cuya piel
estaba llena de costras escamosas: Idem
testantur, qui nostro saeculo belluam in
Lusitania viderunt: pellem enim habere
praedensam aiunt, ceu crustis
quibusdam squamatim contextam
(Gesner. in Rhinocer.)
5. Lo que añade el Ayuda de
Cámara, que esa fiera está siempre
ocupada en amolar el cuerno, por natural
instinto, para defenderse de los
Elefantes, juzgo inverisímil. Lo que
dicen Plinio, Solino, Eliano, y otros
Naturalistas es, que afila el cuerno
cuando se prepara para pelear con el
Elefante: Cornu ad saxa limato
praeparat se pugna (Plin. [24] lib. 8.
cap. 20.) Sea esto así, lo que acaso
nadie vió, pero ¿no se viene a los ojos,
que si estuviese afilando siempre el
cuerno le gastaría enteramente, y en vez
de preparar la única arma que tiene para
la pelea se desarmaría del todo?
Supongo que algunos de tantos
noveleros, como concurrieron a ver la
fiera, se lo dijo el Ayuda de Cámara, y
éste por falta de reflexión lo creyó.
6. También hallo alguna dificultad en
el enorme peso de tres mil quinientas
libras. Ya arriba dije, que acaso el
mayor Elefante no pesa más. Pero
permitamos, que éste arribe al peso de
cuatro mil, que son ciento sesenta
arrobas. Si la bestia de Bruselas, siendo
aún cachorro, como sienta la relación,
pesa tres mil quinientas, cuando crezca
todo lo que puede crecer pesará cinco, o
seis mil, o más: con que será mucho
mayor que el mayor Elefante, lo que no
pienso haya dicho algún Naturalista.
7. Convengo en que nada de esto
quita que la relación sea verdadera en lo
substancial, y como tal la admito,
haciendo la distinción que se debe entre
lo que al referente informaron sus ojos,
y las noticias que adquirió por los
oídos. Es justo que a él creamos lo
primero, aunque él incautamente haya
creído lo segundo. Pero supuesta como
verdadera la relación, lo que ella nos
presenta no es la bestia a quien
particularmente damos el nombre de
Unicornio, sino la que con nombre
específico se llama Rinoceronte.
8. A quien particularmente, digo,
damos el nombre de Unicornio; porque
tomada esta voz genéricamente, y según
toda la amplitud de su significación,
también es adaptable, no sólo al
Rinoceronte, mas también a otras
algunas bestias que sólo tienen un
cuerno, como son el Asno Indico, la
Rupicapra Oriental, la llamada Origes, y
otras. Hasta siete especies de brutos
unicornes cuenta Jacobo Delechamp en
su Comentario de Plinio. Sobre lo que
acaso no hizo reflexión el doctísimo
Autor de la Bibliografía Crítica, cuando
pensó exhibir contra mí una prueba
concluyente de la existencia del
Unicornio terrestre con la especie, que
trae nuestro Calmet en su Diccionario
Bíblico, [25] de ciertos Jesuitas
Portugueses que vieron, y sustentaron
Unicornios en la Etiopía: Quin & PP.
Iesuitae Lusitani, & vidisse se, &
aluisse in Aethiopia Unicornes
testantur: pues para salvar la verdad de
esta noticia no es menester, que aquéllos
fuesen los que particularmente, y
específicamente están en posesión de
este nombre, pudiendo entenderse la voz
como genérica de cualquiera de las
muchas bestias, que no tienen más que
un cuerno. Y que aquel grande Expositor
la tomó en este sentido, se colige con
evidencia de dos cosas: la una, que en la
cláusula inmediata antecedente, a que es
relativa la conjunción quin et, &c. No
habla del Unicornio propiamente tal, y
que posee este nombre como específico,
sino del Rinoceronte: Cosmas
Monachus Aegyptius ita Rhinocerontem
describit, quasi notissima esset in
Aethiopia bellua. Quin et, &c. La otra,
la duda que en la misma parte muestra
en orden a la existencia del Unicornio:
Ex his plane, quae hucusque narrata
sunt, satis intelligimus ea, quae de
Unicornibus in Itinerariis narrantur,
vel fabellas esse meras vel plura, ac
varia belluarum genera unum, idemque
reputari. ¿Cómo pudiera quedar dudoso
en orden a la existencia del Unicornio
propiamente tal, si de él entendiese la
noticia que dan unos testigos tan
calificados?
9. La confusión de los Autores, que
nota Calmet en el citado pasaje, es
ciertamente tan grande, que apenas sobre
otro algún punto de Historia Natural se
hallará mayor, ni acaso igual; pues
debajo de un mismo nombre nos
proponen animales de diferentes figuras,
y tamaños, extendiendo asimismo esta
diversidad a los cuernos de que están
armados. Con todo, la mayor, y mejor
parte de ellos está convenida en
distinguir el Rinoceronte del Unicornio,
ya por la mayor corpulencia de aquél, ya
porque el cuerno del Rinoceronte nace
de la nariz, y es breve como de pie y
medio, y recorvo hacia arriba: el del
Unicornio largo, recto, y sale de la
frente.
10. La perplejidad, que con las
varias descripciones inducen los
Naturalistas, se aumenta, o se confirma
con [26] la inspección de los cuernos,
entre sí diversísimos, que se muestran en
varios gabinetes, y todos con el título de
ser de Unicornios. Aunque a la verdad,
la duda que se funda en esta diversidad,
se pudiera allanar con un pensamiento
que me ha ocurrido; y es, que
verisímilmente esos cuernos, o algunos
de ellos no son naturales, sino
monstruosos. Como la naturaleza dentro
de la clase de los animales, en orden a
los miembros, se aparte muchas veces
de las reglas comunes, dando a tal, o tal
miembro una configuración, y magnitud
muy distinta de la ordinaria: ¿por qué no
podrá en brutos de una misma especie
producir cuernos muy distintos en
tamaños, y figura?
11. En conclusión, yo me mantengo
en la incertidumbre, que manifesté en el
lugar citado arriba del Teatro Crítico,
sobre la existencia de bestia particular
de las circunstancias que allí señaló en
el num. 13. Y en cuanto a la virtud
elexifármica universal, que atribuyen a
aquel cuerno, no quedo en la misma
indiferencia, antes resueltamente la
juzgo fabulosa. También en el uso, y
manifestación de esta virtud discrepan
los Autores. Unos dicen, que disipa la
cualidad venenosa, infundiéndose en el
licor inficionado de ella, o echando el
licor en un vaso hecho de él: otros que
sudando demuestra el veneno que se
pone a su vista. Y ya no faltan quienes
también refieran esta maravilla del
cuerno del Rinoceronte. Herbelot en su
Biblioteca Oriental, v. Kerkedan (esto
es el nombre que los Persas dan al
Rinoceronte) dice, que los Reyes de la
India tienen en sus mesas el cuerno de
este animal, porque con su sudor se
descubre cualquier veneno que pongan
en ellas: Car elle sue al’aproche de
quelque venin que ce soit. Crealo quien
quisiere, que yo creo en Dios, a quien
suplico guarde a V. muchos años.
NOTA. No disimularé al Lector, que
temo mucho que la noticia, que recibí
del Rinoceronte de Bruselas, sea
ficción de algún ocioso. Así de mi
dictamen debe suspender el asenso,
hasta que se le confirme por otra parte.
Carta IV
Sobre el Libro intitulado: El
Académico antiguo contra el
Escéptico moderno

1. Muy Señor mío: Segunda vez me insta


Vmd. sobre que responda a mi nuevo
Impugnador el R. P. Fr. Luis de Flandes,
Autor del Librejo intitulado: El antiguo
Académico contra el moderno
Escéptico; dándome ahora como antes
por motivo, el que, aunque esta
impugnación es igualmente débil, que
otras que la han precedido, la cualidad
de Capuchino, y el título de Ex-
Provincial de la Provincia de Valencia
pueden imponer a los que sólo juzgan de
los Escritos por las circunstancias
extrínsecas de sus Autores.
2. Por lo que mira a la cualidad de
Capuchino no pienso, que ésta haga
fuerza a nadie; porque nadie ignora, que
todas las Religiones tienen sus sabios, y
sus ignorantes, sus agudos, y sus romos;
y la circunstancia de barba más larga en
la Sagrada Orden de Capuchinos dudo
que a ninguno persuada, que éstos son
excepción de aquella regla. Lo de Ex-
Provincial es otra cosa. Los honores
adquiridos imponen muchas veces para
la existimación de sabiduría, porque son
pocos los que tienen presente lo de
Juvenal.

Ergo, ut miremur te, non tua;


primum aliquid da,
Quod possim titulis incidere
praeter honores.

3. Confieso, que esto me hizo alguna


fuerza; y en efecto, desde luego propuse
rebatir a este nuevo Impugnador. ¿Mas
que le parece a Vmd. me sucedió? A la
lectura reflexionada de una parte de la
obra reconocí la dificultad [28] de la
empresa. No ví escrito contencioso en
mi vida, cuya respuesta, o impugnación
fuese igualmente ardua, porque ninguno
ví en quien reinase igual confusión. No
hay método, distinción, ni orden en
cuanto arguye. A cada paso se
encuentran embolismos, en que no se
percibe por dónde va, ni para dónde
viene, ni aun si va, o si viene. Propónese
tal vez un objeto, como que va a tratar
de él, y al momento le vemos saltar a
otro diferente. Frecuentemente arrolla lo
verdadero con lo falso, y lo dudoso,
como que son una misma cosa. Copia
algunas proposiciones mías para
impugnarlas, y la impugnación no las
toca en el pelo de la ropa, porque muda
de objeto. Tan infeliz es en la puntería,
que puesto el blanco a dos dedos de la
boca del cañón, va el tiro a otra parte.
Pierde la mira, y el tino a cada paso; y
perdiéndole, le hace perder también a
los lectores, los cuales queriendo tomar
el hilo, no hallan sino hilachas; distintas
sí, pero enredadas unas con otras; de
modo, que ni hacen tejido, ni ovillo,
sino laberinto. Al fin, no me parece me
apartaré mucho de la verdad, si digo que
el Libro no es otra cosa que un almacén
de noticias infarcinadas (las más
bebidas en charcos, o mal entendidas),
imaginaciones quiméricas, ideas
obscuras, doctrinas embarradas,
conceptos indigestos, explicaciones
implicantes, contradicciones
manifiestas, &c. ¿Pero constituiré yo al
Rmo. P. Flandes responsable de todos
estos defectos? En ninguna manera.
¿Pues no es él el Autor del Libro? En
alguna pequeña parte lo concederé. En
el todo, o lo más lo negaré. Explícome.
4. Ha días que de Murcia se me
participó la postdata siguiente de una
Carta del Rmo. Flandes a un
corresponsal suyo: Aquí (en Valencia) se
ha forjado una nueva Academia, que ha
de ser Real. Son cincuenta sujetos,
entran a diez pesos, y cada mes dos
para gastos. Escribirán desde luego las
glorias de España, el origen de la
Ciencia en ella: su Censor principal, y
Autor el Doctor Mayans tiene que
imprimir para ocho años. Mi primer
Tomo le imprimen este Invierno en
Madrid: somos de la Tertulia de Mañer,
y de D. Diego [29] de Torres. Sobre esta
noticia es fácil discurrir, que el Rmo.
Flandes tuvo muy poca parte en la Obra,
y que entraría una porción de aquella
Sociedad literaria en ella. Los
Académicos se ayudan mutuamente. Es
verosímil, que el Rmo. Flandes sólo
diesen la idea, y ministrase algunas
noticias, dejando lo demás al arbitrio de
tres, o cuatro Socios, de los cuales uno
haría un retazo, otro otro, y de aquí vino
la confusión, la falta de método, las
muchas contradicciones, &c. A uno se la
antoja decir una cosa, a otro otra. A uno
se le antoja el alabarme, a otro
vituperarme. Uno daba en el clavo, otro
en la herradura. ¿Pero no podría, me
dirán, corregir la Obra el Rmo. Flandes?
Respondo, que no admite esta Obra más
corrección que fundirse toda de nuevo; y
temió dar en rostro con su ineptitud a los
subalternos, que estando recién formada
la Academia, podría descomponerse la
Sociedad.
5. Desde el título comparado con el
asunto empiezan las contradicciones. El
título es: El antiguo Académico contra
el moderno Escéptico. El Autor se
cualifica a sí de antiguo Académico, y a
mí de moderno Escéptico. Ya sabe Vmd.
que Escéptico significa dubitante, que
no afirma, ni niega; antes entre la
afirmación, y negación se mantiene
siempre perplejo. Vamos ahora a la
Obra. Debajo del rótulo común de
Defensa de la Física intenta probar
contra mí cinco cosas. La primera, que
la Medicina, como hoy se practica, está
en su perfección, y carece de
incertidumbre. La segunda, que
realmente hay Esfera del fuego. La
tercera, que hay Antiperístasis. La
cuarta, que hay Simpatías, y Antipatías.
Y la quinta, que hay Piedra Filosofal.
Note ahora Vmd. que en ninguno de
estos cinco asuntos he procedido como
Escéptico, o dubitante; antes
resueltamente he negado todo lo que el
Autor del Libro (hablaré siempre en
singular del Autor, aunque hayan sido
muchos) afirma, o afirmado lo que él
niega. ¿Qué coherencia puede esperar en
lo individual de la Obra quien al primer
paso encuentra una contradicción tan
palpable entre el grueso de ella, y el
título? [30]
6. Este concepto de incoherencia se
confirma inmediatamente en la entrada
de la Obra, pues ésta empieza con una
larga, y vehemente inventiva de Justo
Lipsio contra los ruines Críticos. Mas
después de copiada aquella invectiva,
para exceptuarme de ella, estampa las
cláusulas siguientes, en que me adorna
con un amplísimo elogio.
7. «Esta ingeniosísima sátira de
Justo Lipsio, contiene cuanto sucede hoy
día entre muchos Críticos. Son pocos los
sabios Correctores de nuestro siglo. No
obstante, luce brillando entre todos,
como el Sol a vista de sus Planetas, el
Reverendísimo Padre Maestro Fr.
Benito Jerónimo Feijoo, bien conocido
por su Teatro Crítico Universal, con
varios Discursos en todo género de
letras; pudiéndose con razón dudar, si
resplandece más en modestia, que en
doctrina. Ésta se manifiesta en una
universalidad de las Artes, y las
Ciencias que penetra, usa, y distribuye:
aquélla se ve en una relevante, y
eminente religiosidad que le acompaña.
La erudición en los Autores de todas
clases es como inmensa: su alta
sabiduría en el profundo conocimiento
de las causas admira: su inteligencia en
la penetración de los principios es digno
fruto de su clara idea: su firme ciencia
en las resoluciones que establece rinde
el ánimo del que leyere: y finalmente su
dulce elegancia deleita, al paso que su
método arrebata. Lejos está el Rmo. P.
Mro. de ser comprehendido en el sueño
Lipsiano (está aquella invectiva
concebida en la idea de un sueño),
contra la perversión de la Crisis, siendo
su juicio mayor que su fama.»
8. Sobre que preguntaré lo primero
al Autor del Libro, ¿cómo se compone el
decir, que mi firme Ciencia en las
resoluciones que establece rinde el
ánimo de los Lectores, con tratarme de
Escéptico, o dubitante ¿La ciencia firme
es perplejidad vacilante? ¿Establecer
resoluciones es proponer dudas?
Preguntaréle lo segundo, ¿cómo se
compone este amplísimo, y no merecido
panegírico con los muchos dicterios que
se me disparan en todo el discurso de la
Obra? Pues aunque no se me suele
nombrar en ellos, el contexto [31]
declara con evidencia, que a mí vienen
derechamente. En la página siguiente
llama frenéticos a los que se enfurecen
contra los Médicos; y en la inmediata
dice, que el reprobar el uso de la
Medicina fue error de los Anabaptistas,
y es necedad de los Turcos. Estas dos
sentencias totales tan honrosas, y tan
modestas, o son contra mí, o no vienen
al caso. Mas no dije bien: no vienen al
caso, y con todo eso son contra mí. No
vienen al caso, porque yo, que soy el
objeto de la impugnación, ni me he
enfurecido contra los Médicos, ni he
reprobado el uso, sino el abuso de la
Medicina. Y con todo son contra mí,
porque como el designio constante del
Autor en todo el Libro es alterar mis
proposiciones, y suponer que he escrito
lo que ni aún me pasó por el
pensamiento; y como he dicho, no hay
otro objeto de la impugnación que yo, a
mí se me carga el frenesí de los
enfurecidos, el error de los
Anabaptistas, y la necedad de los
Turcos. ¿Quién podrá creer, que es un
mismo Autor el que me adorna con
aquellos elogios, y el que me aja con
estos improperios, y tan cerca lo uno de
lo otro?
9. ¿Mas adónde habrá leído el Autor
que fue error de los Anabaptistas
reprobar el uso de la Medicina? Entre
los errores comunes de aquellos Herejes
no hay tal cosa, ni señalará Autor
fidedigno que lo diga. Aun cuando
alguna de las muchas Sectas, en que se
dividieron los Anabaptistas, por
capricho particular reprobase el uso de
la Medicina, esto no se debiera cargar a
los Anabaptistas en común, sino a
aquella Secta particular. Diré en qué
consiste la alucinación, o voluntaria, o
involuntaria del Autor. Entre las muchas
Sectas, en que se dividieron los
Anabaptistas, hubo una que llamaron de
los Euchitas; esto es, Orantes, los
cuales reprobaban como ilícita en
general toda diligencia humana
necesaria para conservar la vida,
diciendo que todo se había de esperar
inmediatamente de Dios, por medio de
la oración, ora fuese el manjar para
alimentarse, ora la ropa para vestirse,
&c. (Nat. Alex. tom. 8. Histor. Eccles.
pag. 132.) Supongo, que entre estas
diligencias para conservar la vida
comprehendían también la Medicina.
¿Pero quién no ve cuánta distancia [32]
hay de aquella exclusiva universal a esta
particular? Así el Autor tan favorable a
aquellos Sectarios, como inicuo
conmigo, a ellos rebaja la mayor y más
disonante parte de las fatuidades que
proferían, y a mí me impone una
extravagancia en que jamás he caído.
10. ¿Dónde leyó tampoco, que es
necedad de los Turcos reprobar el uso
de la Medicina? Antes pecan por el
extremo contrario, que es medicarse
demasiado, y amar los medicamentos
nimiamente fuertes, y alterantes. Oigase
al Geógrafo Mr. de la Martiniere, que es
el Escritor más instruido en los genios, y
costumbres de todas las Naciones, que
hasta ahora ha padecido. Luego (dice
hablando de los Turcos) que se sienten
con la menor incomodidad, van a la
casa del Cirujano a sangrarse, y no
hallan dificultad en abrirse la vena en
medio de la calle: hácense aplicar
ventosas, y quieren vomitivos, y
purgantes muy violentos. Cuanto más
obra el remedio, tanto más es alabado
el Médico, quien para contemplarlos se
ve precisado a cargar excesivamente la
dosis. Mire el Señor Académico mejor
las cosas antes de ponerse a escribir.
11. Lo bueno es, que este ardiente
defensor de la Medicina, que hoy se
practica, la pone en mucho peor estado
que yo. Yo he dicho, que hay pocos
Médicos buenos, expresión que no quita
que haya cuarenta, o cincuenta buenos en
España, otros tantos en Francia, &c.
Pero según mi impugnación, apenas
habrá cuatro, o cinco en toda Europa que
merezcan el nombre de Médicos. Nótese
esta cláusula suya, conque empieza el n.
8. Por lo mismo protesto, que mi ánimo
no es litigar, ni contradecir, sí dudar,
dando a entender mis pensamientos
tocante a la Física Pitagórica, que
discurro inseparable de la Medicina.
Esto es decir, que no puede ser Médico
quien en la Física no siga a Pitágoras, o
no sea Filósofo Pitagórico. Pregunto
ahora: ¿Cuántos Médicos habrá en
España que sigan la secta Pitagórica?
Quiero perder cuanto escribo, si se
hallaren ni aun dos, o tres que hayan
dado en tal manía. Por lo menos hasta
ahora, habiendo tratado a muchos
Médicos, ninguno ví que adoleciese [33]
de ella. Con que habremos de decir,
apenas habrá en España dos, o tres que
merezcan el nombre de Médicos.
Quedan muy bien los señores Médicos
con la ilustre defensa que de ellos, y de
la Medicina hace mi sabio Impugnador.
12. Noto, que los asociados a esta
Obra seguían varias sectas Filosóficas:
uno una, otro otra, porque en varias
partes de ellas se ven recomendadas, y
aplaudidas, ya la de Pitágoras, ya la de
Platón, ya la de Aristóteles, ya la de
Lulio. Con que la cláusula, que acabo de
copiar, fue sin duda obra de algún
Pitagórico; pero que debía serlo sólo
por un lado, y por el otro era Escéptico;
porque aquello de no querer litigar, ni
contradecir, sino dudar, es proprio del
Escepticismo.
13. Es verdad que aunque seguían
diferentes sectas, hallaron un raro modo
de conciliarse, y conciliarlas, que fue
suponer, que todas eran una misma, que
ni Lulio discrepaba de Aristóteles, ni
Aristóteles de Platón, ni Platón de
Pitágoras. De modo, que según estos
Académicos se puede aplicar a aquellos
cuatro Filósofos lo que San Gregorio
dijo de los cuatro Evangelistas: Si
quaeras, quid Lullius sentit, hoc
nimirum quod Aristoteles, Plato, &
Pythagoras. Si quaeras, quid
Aristoteles sentiat, hoc procul dubio
quod Plato, Pythagoras, & Lullius. Si
quaeras, quid Plato, hoc quod Lullius,
Pythagoras, & Aristoteles. Si quaeras,
quid Pythagoras, hoc quod Lullius,
Aristoteles, & Plato. ¿Se habrá visto
jamás igual embrollata filosófica? Se ha
tenido por extraño el intento del
Filósofo Ammonio de conciliar las
doctrinas de Aristóteles, y Platón. Pero
nuestros Académicos, no sólo son
hombres para esto, sí para mucho más,
pues no sólo concilian a Platón con
Aristóteles; mas también a estos dos con
Pitágoras, y Lulio, que aun son más
opuestos a Aristóteles, y Platón, que
estos dos entre sí.
14. Al acabar de escribir esto,
sintiéndome la cabeza algo cargada,
determiné orearme, dando algunos
paseos en la Celda. Y ve aquí, que no
bien empecé a hacerlo cuando me vino
al pensamiento determinar el modo con
[34] que procedería en la asistencia de
un enfermo un Médico imbuido de la
Filosofía Pitagórica. Como había poco
que discurrir en la materia, al momento
dí en ello. Lo primero preguntaría por la
edad del enfermo, para saber si estaba
en año climatérico, o no; esto es, en año
compuesto de septenarios (porque esta
observación viene de Pitágoras, que en
todo aplicaba la observación de los
números), para determinar si la
enfermedad era más, o menos peligrosa.
Juntaría a esto para el pronóstico alguna
operación de Hidromancia, o
Nigromancia; porque según San Agustín
(lib. 7. de Civitat. Dei cap. 35.), que
para ello cita a Marco Varron, Pitágoras
era Hidromántico, y Nigromántico.
Cualquier cosa aplicaría por
medicamento, porque según Pitágoras en
el mundo todo es animado (este dogma
le atribuye Plutarco) y así todo puede
vivificar, y alentar los espíritus; pero si
recetase algunas píldoras, observaría
inviolablemente el número impar,
sagrado entre los Pitagóricos. En cuanto
a la dieta, mandaría severamente la
abstinencia de toda carne, en que jamás
dispensó Pitágoras por el principio de
que nuestras almas pasan a los cuerpos
de los brutos, y así es ilícito matarlos.
Este precepto era común a sanos, y
enfermos. Lo mismo el de la abstinencia
del pez llamado Melanuro, porque decía
estaba consagrado a los Dioses
infernales. Lo de las habas ya se sabe.
Para recrear el ánimo del enfermo
prescribiría el deleite de la Música, a la
cual fue muy aficionado Pitágoras; pero
no sólo el de la Música de acá abajo,
mas también de aquel celestial concepto
que (según Pitágoras) hacen,
moviéndose, y rozándose unos con otros,
los Orbes celestes; que aunque
confesaba no poder sentirle los oídos,
por estar acostumbrados a él desde que
nacemos, pero sí percibirle con la
mente. Finalmente, si viese que el
enfermo, en vez de sanar, se iba
acercando a la muerte, le consolaría con
la doctrina de la transmigración, y
circulación de su alma por varios
cuerpos de brutos; la cual concluida, por
muchos que fuesen sus pecados, en el
espacio de treinta mil años (éste es el
plazo que señalaba Pitágoras a aquella
peregrinación [35] de bruto en bruto a
los que tuviesen muchas culpas que
expiar) volvería a entrar en otro cuerpo
humano al tiempo de engendrarse éste.
15. Si me dijeren que éstas son
chanzonetas, repongo, que los dichos
son los dogmas Pitagóricos; y no veo
otro modo de usar de la Física
Pitagórica en la Medicina.
16. Quisiera parar aquí: pero veo en
el número inmediato una vehemente
declamación contra todas las doctrinas
de Autores extranjeros (por lo menos los
del Norte) en Física, Matemática, y
Medicina, sobre que no puedo menos de
decir algo. En ella, después de otras
cosas, se explica así el Autor: Al cabo
de tantos años introducir
improporcionadas plantas venidas del
Norte, donde los Autores viven helados
en la Fe, y Caridad, y concurriendo
todos ellos (como se ve), al desprecio
de la Física Pitagórica, de la
Metafísica Platónica, de la Lógica
Aristotélica, y de los Santos Padres, en
cuanto Filósofos, es motivo para
recelar que los Herejes con sus
halagüeñas voces nos quieran
introducir su veneno en la dorada copa
de su experimental Filosofía,
disponiéndonos a sacudir el yugo de la
autoridad de nuestros mayores, para
abrir en adelante brecha contra los
estudios de Filósofos, si Gentiles en
sus escritos, ya cristianizados, y lograr
en nosotros la ignorancia de la Lógica,
órgano maravilloso que coadyuva a
resolver sus sofismas, para avanzar
ellos después a que le sacudamos
también en cuanto Teólogos: de suerte,
que triunfe el Infierno de nuestra Fe,
&c.
17. Muchos más absurdos hay que
renglones en esta declamatoria
invectiva. 1. Las doctrinas Médicas,
Físicas, y Matemáticas que recibimos de
afuera, no sólo vienen del Norte, mas
también del Nordeste, y del Este. Quiero
decir, de Francia, y de Italia. 2.
Extráñese como obscura la expresión de
plantas improporcionadas Será acaso
modo de hablar Pitagórico; porque
Pitágoras todo lo reducía a proporciones
numéricas. 3. Sea el que se fuere el
significado de esas voces, para que
creamos esa improporción no basta que
el Académico lo diga. 4. El que todos
los Autores Matemáticos, Físicos, [36] y
Médicos del Norte concurran al
desprecio de la Física Pitagórica, si se
habla de desprecio expresado en sus
Escritores, es muy falso, pues no se
acuerdan de Pitágoras, ni para bien, ni
para mal. 5. Física Pitagórica se puede
decir que es negación de supuesto.
Pitágoras nada escribió. Así lo dicen
Plutarco, y Diógenes Laercio. Sólo por
tradición se sabe, que daba por
principios de todas las cosas las
proporciones numéricas, y que había
tomado de los Egipcios la
transmigración de las almas.
Consiguientemente a lo cual afirmaba
que su alma había estado en otros
cuerpos antes que él naciese; y lo que es
más gracioso, los señalaba, diciendo
que había estado primero en el cuerpo
de Etalides, hijo de Mercurio: luego en
el de Euforbo, que se halló en la guerra
de Troya, y fue herido por Menelao:
después en el de Hermotimo, Ciudadano
de Clazomena en la Jonia;
consiguientemente en el de un Pescador
de Delos, llamado Pirro; muerto el cual,
aquella alma se había venido al cuerpo
del mismo Pitágoras. ¿Todo esto es
Física Pitagórica? ¿O son sueños, y
delirios Pitagóricos? 6. Siendo tal la
doctrina de Pitágoras harían muy bien en
despreciarla, no sólo los Autores del
Norte, mas también los de Oriente,
Poniente, y Mediodía. 7. Tampoco se
acuerdan, ni Médicos, ni Matemáticos
extranjeros de la Metafísica de Platón,
ni para apreciarla, ni para despreciarla,
porque tanto hace al caso para aquellas
facultades, como a uno que tratase de la
Náutica el arte de cocina. 8. La
Metafísica de Platón se reduce a las
ideas separadas, y de éstas digo lo
mismo, que si los Autores del Norte las
despreciasen harían muy bien, como las
despreció Aristóteles, y los que siguen a
Aristóteles. Sin que obste, que algunos
hayan querido dar a Platón un buen
sentido, porque manifiestamente es
opuesto a la letra, como yo tengo bien
averiguado. Haeretica Idearum
Sacramenta llama Tertuliano a las Ideas
Platónicas; y dice que en ellas se ven las
semillas de los errores de los Gnósticos.
9. El que todos los Autores del Norte
desprecian la Lógica de Aristóteles se
dice muy voluntariamente. Lo que hay en
esto es, que los Autores, tanto del
Nordeste, y del Oriente, como del [37]
Norte, que tratan de Filosofía
Experimental, Medicina y Matemática,
no se acuerdan de tratar ni de la
Aristotélica, ni de otra alguna Lógica, o
ya porque no la juzgan necesaria para
aquellas facultades, o ya porque la
suponen estudiada en las Aulas. 10. Ni
los Autores Médicos, ni los
Matemáticos del Norte se acuerdan en
sus escritos de los Santos Padres; como
ni tampoco se acuerdan de ellos los
Autores Médicos, y Matemáticos de
Italia, Francia, y España. Si este
silencio significa desprecio, a todas las
Naciones toca el rayo. 11. Si los
Filósofos nuestros mayores erraron,
debemos estimar a los modernos que los
impugnan, y nos desengañan. Las
cuestiones Filosóficas no se deciden por
la Cronología, averiguando en qué edad
floreció cada Autor, para saber si es
más antiguo, o más moderno, sino por
razón y experiencia. 12. Querer
mantener la autoridad de los Filósofos
Gentiles, porque están cristianizados, es
una de las más raras ilusiones del
Mundo. ¿Qué es eso de estar
cristianizados? O se dice de los
Autores, o de las Obras, y uno, y otro es
falso. Los Autores murieron Gentiles, y
en el infierno es cierto que no se
bautizaron. Las Obras están hoy
impresas con los mismos errores que
ellos escribieron. Con más verdad, o
apariencia se diría que están catolizados
los Libros Médicos, y Matemáticos de
Autores Protestantes, porque no
contienen, por lo menos en lo común,
algún error puesto a nuestros Dogmas.
Con todo, el Académico quiere que se
repudien todos estos por ser de Herejes,
por más que los Libros no herejizen, y
se adoren los de Hipócrates, en quienes
sirve de umbral una abierta profesión
del Gentilismo en aquel célebre
juramento del mismo Hipócrates:
Apollinem Medicum, & Aesculapium,
Hygaeamque, ac Panaceam iuro,
Deosque omnes, itemque Deas testes
facio, &c. De Galeno ya se sabe que
constituyendo el alma en la harmonía, o
proporción de los cuatro humores, le
negó la inmortalidad. 13. La
experimental Filosofía da una idea más
viva de la infinita sabiduría, y poder del
Criador, y en ninguna de sus partes tiene
la más leve concernencia con los errores
de los Herejes. [38]
18. Yo tengo los cuatro Tomos de
Filosofía Experimental de Roberto
Boyle, Hereje Anglicano; y desde luego
desafío a todos los cincuenta
Académicos de la nueva Academia a
que no me darán en todos ellos ni una
palabra que no pueda pasar indemne por
todos los Tribunales de la Santa
Inquisición; y alargo la apuesta aun a los
cuatro Tratados Teológicos que escribió
este Autor: el primero de Amore
Seraphico: el segundo de suma
veneratione debita Deo ab humano
intellectu: el tercero de Stylo Sacrae
Scripturae: el cuarto de Excellentia
Theologiae. 14. Y en caso que los
Herejes en la dorada copa de la
Experimental Filosofía nos presenten el
veneno de sus errores, ¿no será mejor
admitir la copa, y derramar el veneno,
que repeler uno, y otro? Los ignorantes
no disciernen el veneno, es verdad, y
pueden tragarle pensando que es cordial.
Mas en ninguna parte faltan Doctos que
se lo hagan vomitar. 15. ¿Pero no hay
más Libros de Filosofía Experimental
que los que componen los Herejes? De
Autores buenos Católicos nos dan Italia,
y Francia innumerables. Pero al señor
Académico, que escribió lo que ahora se
va notando, se le advierte, que ese vano
espantajo, con que ha tiempo nos andan
algunos quebrando la cabeza del riesgo
que hay en la lectura de Libros
Extranjeros, es una añagaza que ya está
muy entendida. Este es un artificio
grosero de ciertos pobres Literarios, que
quieren pasar por Filósofos, sin ser más
que unos Metafísicos; y como los Libros
Extranjeros, que tratan de la Filosofía
Experimental, y enseñan los secretos del
mecanismo, descubren su ignorancia, o
hacen que la descubran los que se
aplican a ellos, con este fingido miedo
de la introducción de la herejía, los
quieren desterrar todos de España, y
quieren que todos los Españoles sean
ignorantes, porque no se conozca que
ellos lo son. También le advierto, que
por más que se desgañite contra los
Libros Médicos de Autores Herejes, no
ha de lograr, que nuestros profesores
Españoles echen al fuego a su Wilis, a su
Sidenhan, a su Doleo, a su Etmulero, a
su Manget, a su Boerahave, a su
Hoffman, y a otros muchos. [39]
19. Yo, Señor mío, empecé a
escribir esta Carta sin ánimo de hacer
crítica del Libro que suena ser del P.
Flandes, sino en términos muy generales.
Pero ya que insensiblemente me fui
metiendo en particularizar algo, no me
amaño a contentarme con tan poco. Pero
tampoco me alargaré mucho, porque
aclarar todas las confusiones, manifestar
todos los desaciertos de este Libro, no
podría ser sin hacer seis volúmenes del
mismo tamaño; porque ciertamente,
desde el principio hasta el fin, no veo en
él sino continuas, no sé si las llame
equivocaciones, o alucinaciones, y por
la mayor parte arrolladas unas con otras;
de modo, que la única dificultad que hay
aquí, y verdaderamente no leve, es
desenredarlas, y colocar cada una en su
lugar; pues hecho esto, el más lerdo
conocerá lo que es equivocación, lo que
es despropósito, lo que es futilidad, lo
que es quimera, &c.
20. Y desde luego conocerá Vmd.
que es preciso que haya infinito de estas
baratijas en el primer asunto que se
propone el Autor, o los Autores; esto es,
probar, o defender la incertidumbre, y
perfección de la Medicina en el estado
que hoy la tenemos.
21. Si la Medicina es incierta, de su
incertidumbre se sigue su imperfección;
y el que la Medicina, a excepción de
poquísimas reglas, es incierta, es una
cosa tan visible, tan palpable, que se
debe admirar que haya racional que se
empeñe en contradecirlo; mas no se
debe admirar, que el que se pone en este
empeño, aunque sea el mayor ingenio
del Mundo, no diga cosa que tenga la
más leve apariencia de prueba; porque,
¿cómo se ha de probar lo que es
visiblemente falso? Así en tales casos el
único recurso que queda, es a
embolismos, y confusiones. Pero los
embolismos, y confusiones se disipan,
como disipó Diógenes el sofisma, con
que Zenón de Elea pretendía probarle,
que no había movimiento alguno en el
Mundo. Esperaba Zenón meter, y
enredar a Diógenes en el obscuro
laberinto de su sofisma, de modo que no
pudiese salir de él. Pero Diógenes,
despreciando aquella dialéctica
fruslería, se levantó del asiento [40] en
que estaba, y paseándose por la cuadra
dijo a Zenón no es menester más que
esto para convencerte de que hay:
movimiento, y que pretender lo contrario
es un delirio.
22. Al caso. Invéntense los sofismas,
que se quieren, para probar que la
Medicina es científica, y cierta; la
experiencia nos muestra tan claramente
en las contradicciones, y contrariedades
de los Médicos su incertidumbre, como
en el paseo de Diógenes la existencia
real del movimiento. Si reprueban unos
lo que aprueban otros, y esto tan
generalmente, que es rarísimo el
remedio, o en rarísima enfermedad hay
remedio que no tenga muchos
contradictores, ¿dónde está la certeza de
la Medicina? Yo lo diré, en los Angeles,
no en los hombres.
23. ¿Y qué responde el Académico a
una prueba tan clara, y decisiva? Cosas
que no están escritas. Cosas, digo, no
escritas, ni vistas, ni representadas, ni
aun soñadas, hasta que el Académico las
soñó, y las escribió.
24. Dice, que las oposiciones que
hay entre los Médicos, que opinan
diversamente, sólo son aparentes; pero
en la substancia de la cosa todos están
conformes. Mas para disponer los
ánimos de los lectores a tan
impersuasible asunto, entra sentando
primero lo mismo, y aun con más rigor
en la Teología, y la Filosofía, siendo su
dictamen, que en todas las cuestiones,
que se agitan entre Filósofos, y Teólogos
de diversas Escuelas, todos dicen una
misma cosa, y todos dicen la verdad, sin
otra discrepancia que la de explicarse
diversamente. ¿Qué es posible, que el
Académico diga eso? Nada más, y nada
menos.
25. En orden a la Teología repase
Vmd. la siguiente cláusula al num. 37, en
que habla de las disputas que tienen
unos con otros los Teólogos: Repito, que
toda la duda está en las voces, y en que
cada Teólogo piensa explicarse mejor
que el que lleva modo contrario al
suyo. Por esta misma razón los tolera
la Santa Iglesia Romana, que si viese a
los Teólogos oponerse realmente, v.g.
diciendo: Dios es bueno: Dios no es
bueno, de contado condenaría la
negativa; pero viendo, que todos se
explican bien, y sólo se disputa [41]
quien se explica mejor, los deja decir, y
que formen opiniones sobre la mejoría
de su explicación.
26. ¡Ay pobre de mí! Con que tantos
Libros llenos de cuestiones de Teología
Escolástica; tantas, y tan vivas
concertaciones entre Escuelas opuestas,
tantos; y tan continuados gritos en las
Aulas, todo rueda únicamente sobre
explicarse más, o menos bien. Todos
dicen una misma cosa, todos dan con la
verdad, (expresión de que había usado
poco antes); y aun lo que es más, todos
se explican bien. Unicamente se porfía
desde que hay Cátedras de Teología
Escolástica, sobre quien se explica
mejor. ¡Qué lástima! ¡Qué tiempo tan
perdido! ¡Qué rentas tan mal empleadas!
27. No toleraría, según el
Académico, la Santa Iglesia Romana a
los Teólogos, si los viese oponerse
realmente, y para esto trae el
impertinentísimo verbi gratia de si unos
dijesen, Dios es bueno, y otros, Dios no
es bueno, en cuyo caso de contado
condenaría la negativa. Ya se ve, que
condenaría la negativa, porque la
negativa es una blasfemia. Pero no
habiendo, ni blasfemia, ni error
Teológico, ni átomos de él, ni por una
parte, ni por otra, en las cuestiones en
que sienten diversamente los Teólogos,
aunque la oposición sea real, y no sólo
diversidad en el modo de explicarse,
¿por qué no los ha de tolerar la Iglesia?
¿O por qué ha de condenar ni a una, ni a
otra opinión? Mas esto de embarrar,
mezclar, y confundir cosas diversísimas,
como si fuesen una misma, ya he
advertido, que es un defecto
transcendente a todo el Libro del
Académico, y muchas veces sin
solaparlo en alguna manera, como en el
caso presente, en que con un verbi
gratia, metido de topetón confunde las
cuestiones, en que mutuamente discrepan
los Teólogos, con las verdades
Católicas, en que todos los Teólogos
concuerdan.
28. Es cierto, que graves Teólogos
sienten, que entre los muchos centenares
de cuestiones de Teología Escolástica,
que se agitan en las Escuelas, hay una, u
otra en que, bien descifradas las cosas,
se halla que la disputa [42] es sólo de
nomine; pero a red barredera, sujetarlas
todas a esta nota es una rara
extravagancia. Vayan al caso dos, o tres
verbi gratias. Dicen los Tomistas, que
Dios predetermina físicamente nuestras
acciones libres. Niéganlo los Jesuitas.
¿Esta disputa consiste sólo en las voces,
o en el diferente modo de explicarse?
¿Dicen unos, y otros in rei veritate una
misma cosa, y unos, y otros la verdad?
Estas proposiciones, hay física
predeterminación; no hay física
predeterminación son contradictorias:
por consiguiente, si la una es verdadera,
la otra es falsa; si la una es falsa, la otra
es verdadera. Luego, o los que profieren
la primera, o los que profieren la
segunda se apartan de la verdad. Del
mismo modo son contradictorias éstas,
la física predeterminación destruye la
libertad: la física predeterminación no
destruye la libertad. Los Jesuitas
pronuncian la primera, los Tomistas la
segunda: luego in rei veritate, y en
cuanto a la substancia de la cosa, o
yerran éstos o aquéllos. También son
contradictorias éstas, hay distinción
real formal in Divinis; no hay
distinción real formal in Divinis.
Aquélla es de la Escuela Escotística,
ésta de la Tomística. ¿Lo que afirman los
Escotistas no es una cosa real, que hay
ex parte objecti, y no sólo ex modo
significandi? No hay duda. ¿No niegan
los Tomistas esa cosa real? Tampoco la
tiene. Luego la cuestión no rueda sobre
el modo de explicarse, sino sobre la
cosa explicada. Lástima sería gastar el
tiempo en esto, si no sirviese para
desengañar a algunos pobres ignorantes,
a quienes se procura alucinar con tales
ilusiones.
29. De la Teología desciende el
Académico a la Filosofía, donde con la
misma caridad ejercita su espíritu
conciliativo, pronunciando, que
Realistas, Nominales, Tomistas,
Escotistas, Jesuitas, todos dicen una
misma cosa, aunque en diferente
lenguaje; pero aun la diferencia de
lenguaje es poquísima, y que casi sólo
consiste en la diversa pronunciación de
las mismas voces: Al modo (éste es el
símil de que usa) que el Valenciano, el
Catalán, y Mallorquín, [43] usando de
las mismas voces, y significado de ellas
en su lengua Lemosina, apenas se
distinguen más que en la
pronunciación. Lo más gracioso es, que
después de proponernos tan monstruosa
paradoja, sin más prueba que el símil de
su lengua Lemosina, concluye con el
fallo magistral de que quien esto
ignorase no sabe Filosofía; y a esta
cuenta el Académico es el único que la
sabe, porque todos los demás
ignoramos, o tenemos por quimera esa
identidad de doctrinas, debajo de una
leve distinción en las voces, que
ciertamente vienen a ser un hircocervo
literario.
30. Para en fin en la Medicina; y
aunque confiesa, que en esta hay mayor
dificultad de conciliar las diferentes
opiniones, no duda sujetarlas a su
universal proyecto de unión de Sectas. A
cuyo fin, después de unas proposiciones
vagas, y obscuras que piden mucho
comento, prosigue así:
31. La ilimitación del objeto real
que es la potencial salud, sale aun por
líneas que parecen encontradas;
porque las universales máximas
abrazan las opuestas inferiores, como
ser indiferente el animal para ser
racional, o irracional; abrazar la
universal cantidad el ser continua, o
discreta, &c. concordándolas en sí
mismas. Al modo que para entrar en
Murcia, uno vendrá por Orihuela, otro
por Andalucía, otro por Cartagena, y
otro por la Mancha: son opuestos
caminos, pero todos llegan.
32. No puede negarse, que el
Académico es especioso en la inventiva
de los símiles: así apenas usa jamás de
otras pruebas; pero descuidándose
mucho en examinar si son, o no
aplicables al asunto para que los trae.
Los que propone en el pasaje, que acabo
de copiar, son tan impertinentes al
propósito, como el de la lengua
Lemosina a las diferentes opiniones
Filosóficas. En el símil de los caminos
de Murcia se incurre una crasa
materialidad. Hay para Murcia
diferentes caminos, pero no hay en la
elección de ellos encuentros de
opiniones; pues, ni el que va a Murcia
por Orihuela niega que llegará a aquella
Ciudad el que va por Andalucía; ni el
que va por Cartagena afirma que [44] va
descaminado el que toma la rota por la
Mancha. No así en la facultad Médica,
pues en ésta, no sólo hay diferencia de
caminos, mas también encuentro de
opiniones, de las cuales una reprueba el
camino por donde va la otra.
32. Esto es lo que se ve cada día en
los Pueblos grandes. Son llamados
varios Médicos para curar a un
personaje enfermo de peligro. Uno
receta sangría, otro purga, y un tercero
reprueba uno, y otro. Todos pretenden la
salud del enfermo. Este es el término a
que aspiran. ¿Pero asiente cada uno a
que los caminos, que toman los otros,
conduzcan a ese término? Nada menos.
El que receta sangría, dice que el vicio
está en la sangre, y así la purga no es del
caso. El que receta la purga, acusa la
pituita, de que infiere que la sangría será
nociva. Y el que reprueba sangría, y
purga alega, que el enfermo no tiene
fuerzas para tolerar ni uno, ni otro
medio. Si viene un cuarto, acaso
convendrá en la purga: pero no por
entonces, por estar aún la materia
incocta, a que se opondrá el que la había
ordenado antes, alegando que hay
turgencia, &c. Es verdad que
últimamente se determina esto, o
aquello; pero no porque nadie se dé por
convencido de las razones de otro; sino,
o por la mayor autoridad extrínseca de
alguno, o por evitar querellas; y muy
comúnmente se deja la decisión al
arbitrio del enfermo, y de los suyos.
Todos juzgan que van por el camino
derecho, por aquel camino, digo, que
conduce a la salud del enfermo. ¿Pero
qué sucede infinitas veces al Médico,
satisfecho del camino que ha elegido?
Lo que dice Salomón (Proverb. cap. 16.)
Est via quae videtur homini recta, &
novisima eius ducunt ad mortem.
Piensa que camina al término feliz de la
enfermedad, y da con el funesto término
de la vida.
34. Esta oposición diametral de los
Médicos, condenando unos por nocivo
lo que otros aprueban por útil, no sólo
se ve en los Profesores que ejercitan el
Arte, mas también frecuentísimamente en
los Autores que la enseñan en los
Libros. Esta es una verdad tan clara, que
sólo podrá dudar de ella quien no haya
puesto jamás los ojos en [45] Libros de
Medicina; y yo la he observado con la
mayor evidencia en varias partes de mis
Obras, por lo cual es superfluidad
detenerme más sobre este asumpto.
35. Vamos al otro símil de la
indiferencia del animal para ser
racional, o irracional. Es proverbio de
los rústicos de mi tierra: Hum bom
exempriño acrara muyto a vista. Un
buen ejemplito, o simil esclarece mucho
la vista; esto es, da mucha luz al
entendimiento para percibir bien
cualquier cosa. Es cierto. Como por la
razón contraria lo es también, que los
símiles impertinentes, en vez de ilustrar,
confunden, y anublan la razón. Si malo
es el ejemplo de Murcia, abierta a
diferentes caminos, peor es el del
animal común a diferentes especies.
36. La aplicación de él a la materia
presente claramente está indicada por
aquella proposición que le precede
inmediatamente: las universales
máximas abrazan las opuestas
inferiores, y por todo el resto del
contexto. Quiere decir: así como la
razón común de animal es indiferente
para todas las especies inferiores a ella,
y las abraza todas de modo, que aunque
opuestas entre sí, de todas se verifica
aquella razón común; del mismo modo
la razón común de Medicina abraza
todos los remedios, o métodos opuestos
de curar: de suerte, que todos logran el
fin común de la Medicina, que es sanar
los enfermos.
37. Esto se llama ajustar la cuenta
sin la huéspeda; y la cuenta viene errada
de la cruz a la fecha. Supónese en ella,
que todos los que los Médicos llaman
remedios, o métodos curativos,
realmente son tales. Y esto, no sólo es
falsísimo en sí, pero lo tienen por
falsísimo los mismos Médicos, entre
quienes lo que uno tiene por remedio
para tal enfermedad, niega otro que lo
sea; y recíprocamente niega aquel que lo
sea el que éste recomienda. Es remedio
el que aprovecha, no el que daña, y a
cada paso a unos oímos decir que dañan
los que otros dicen que aprovechan. La
Medicina tomada propriamente, es un
arte realmente curativo, no curativo sólo
en el nombre; así sólo abraza en su
esfera los que realmente son remedios,
no los que lo son [46] sólo en el
nombre, o los que erradamente juzgan
serlo en varias ocasiones, y
enfermedades muchos Médicos. ¿Qué
paridad, pues, hay de esto a las
diferentes especies comprehendidas
debajo de la razón común de animal?
Nómbrese el bruto que se quiera, todos
convienen en que realmente es animal, o
viviente sensible. Pero son infinitos los
que tienen el nombre de remedios, a
quienes niegan muchos Médicos que lo
sean para tales, y tales enfermedades, a
las cuales los aplican otros Médicos.
Mas como quiera, estos símiles
impertinentes tienen su uso para la
infinidad que hay de lectores
superficiales.
38. Como yo no sólo probé la
incertidumbre de la Medicina a ratione,
mas también ab auctoritate, citando a
cinco Autores Médicos, que llanamente
confiesan dicha incertidumbre, pretende
asimismo el Académico satisfacer a esta
prueba, aunque no a la verdad,
respondiendo, sino empatando; esto es,
oponiendo a cinco Autores Médicos,
que confiesan la incertidumbre, otros
cinco que afirman la certeza. Los que yo
cité son Etmulero, Ballivo, Sidhenan,
Mr. le Franzois, y Martínez. Los que el
Académico opone son, a Etmulero, Luis
Cornelio Rigio: a Ballivo, Raimundo de
Sabunde; a Sidhenan, Cornelio Gemma;
a Mr. le Franzois, el Doctor Juan Aubri,
a Martínez, Don José Sánchez de León.
39. Pero queda el Académico con
todo esto muy lejos del pretendido
empate por muchas razones. La primera,
y sumamente substancial es que yo
señalo individualmente los lugares de
mis cinco Autores, y exhibo literalmente
los pasajes; el Académico, ni uno, ni
otro hace exceptuando al último de
quien señala el lugar; mas no exhibe las
palabras. Y no puede ignorar el
Académico, que en puntos que se
disputan, no hacen fe citas vagas,
enunciando sólo, que tal Autor dice tal
cosa, sino que es menester notar el lugar,
y copiar las palabras, porque así se
practica en todo el mundo; y es preciso
practicarlo así, pues de otro modo es
imposible examinar la mente del Autor
citado. [47]
40. La segunda razón, que quita el
empate, es, que no hacen igual fe, ni con
mucho, los Autores Médicos que
aseguran la certeza de la Medicina, que
los que confiesan la incertidumbre;
porque a aquéllos puede moverlos un
afecto apasionado a su profesión; a éstos
sólo la verdad.
41. La tercera razón consiste en la
desigualdad de los cinco que alega el
Académico, respecto de los cinco que
yo cito. ¿Quién es Luis Cornelio Rigio
para oponerlo a Etmulero? ¿Quién es
Raimundo de Sabunde para ponerle
enfrente de Ballivo? ¿Quién Cornelio
Gemma para compararle con Sidhenan?
Etmulero, Ballivo, y Sidhenan logran
entre los facultativos una muy
distinguida reputación, por lo cual
apenas hay Profesor con medios para
comprar Libros Médicos, que no los
tengan en su Librería. ¿Pero quién se
acuerda de Rigio, Sabunde, y Gemma, ni
para comprarlos, ni para leerlos?
Apenas dos entre dos mil. Aun Cornelio
Gemma ya puede pasar; porque al fin fue
algo en su tiempo; esto es, ha cerca de
dos siglos, cuando aún los Profesores
iurabant in verba Magistri Galeni;
aunque verdaderamente más conocido
fue por Astrónomo que por Médico.
¿Pero qué Médico oyó, ni leyó, no digo
las Obras, pero aun los nombres de
Rigio, y de Sabunde, salvo alguno que
quisiese perder el tiempo en leer el
Catálogo de Autores Lulistas, que los
dos Aprobantes del Académico, y
Apologistas de Lulio copiaron de Ibo
Zalzinger?
42. Por lo que mira a Raimundo
Sabunde, noto aquí que quiso el
Académico satisfacer de paso el
escrúpulo que algunos lectores podía
ocasionar ver condenado en el
Expurgatorio Español su Libro de la
Teología Natural, que a creo es la única
Obra que compuso. Yo no sé si Sabunde
fue Médico, aunque el Académico le
cita como tal. Pero en caso que lo fuese,
bien pudo ser un gran Médico, y caer en
algunos errores Teológicos, como
sucedió a Daniel Sannerto, y a otros.
Mas el camino, por donde el Académico
pretende salvarle de la condenación, es
descamino. Dice que la Obra prohibida
de la Teología Natural [48] es una
contrahecha por el Hereje Juan Amos
Comenio, impresa en Amsterdam por
Pedro Van Dem Berg.
43. Con su licencia no es así. El
mismo mismísimo Libro, no
contrahecho, sino por Sabunde, y del
modo que estaba escrito antes de la
edición de Amsterdam, se halla
condenado en el Expurgatorio. Para
convencerse de esto no hay más que leer
las palabras del Expurgatorio que son
las siguientes.

RAYMUNDUS DE SABUNDE.
Eius Thelogia naturalis, seu
liber creaturarum de homine, &
natura eius, a Raymundo de
Sabunde ante duo saecula
conscriptus, nunc autem latino
stylo oblatus a Ioanne Amos
Commenio, Amsterdami apud
Petrum Van Dem Berg.

44. En que se debe notar lo primero el


eius Theologia naturalis; esto es, se
condena la Teología natural eius del
mismo Raimundo, no la Teología natural
de Juan Amos, ni de otro Hereje. Lo
segundo, se condena el Libro que
escribió el mismo Raimundo dos siglos
ha a Ruymundo de Sabunde ante duo
saecula conscriptus: luego no sólo la
nueva edición de Amsterdam. Lo
tercero, no se dice en la prohibición que
el Libro de Raimundo fue depravado, o
contrahecho por Juan Amos, sino
precisamente traducido en latín: nunc
autem latino stylo oblatus a Ioanne
Amos Comenio.
45. Ni obsta el especificarse la
edición de Amsterdam: porque en la
regla 13 del Expurgatorio se advierte,
que los Libros condenados, expresando
alguna edición suya, se deben entender
condenados en todas las demás, que
sean anteriores, que posteriores, si no se
hace positiva excepción. Y así la
edición de Argentina, con que acota el
Académico, tan condenada está como la
de Amsterdam.
46. Finalmente se debe observar que
Raimundo de Sabunde está
comprehendido en el Expurgatorio entre
los Autores damnate memoriae de
primera clase. Y así le coge la cuarta de
las advertencias para la inteligencia del
Expurgatorio, [49] que declara que de
los Autores damnatae memoriae de
primera clase todas las Obras se deben
entender condenadas, que se expresen,
que no, salvo cuando se haga positiva
excepción de alguna. De que se infiere
con evidencia, que aun cuando el Libro
de la Teología Natural, como lo escribió
Sabunde, se distinguiese mucho del que
tradujo Juan Amos, como Obra de Autor
damnatae memoriae de primera clase
está comprehendido en la condenación.
47. Prosiguiendo en el paralelo de
los cinco Autores del Académico con
los cinco míos, digo, que el Doctor Juan
Aubri, que se sigue, es testigo contra
producentem. Diré el por qué. Cita el
Académico un Libro suyo, intitulado:
Triunfo del Archeo. Esto significa que
siguió en la Medicina la Secta
Helmonciana; que con su jefe
Helmoncio atribuye todas las
enfermedades al Archeo, o Espíritu
ínsito. Ahora bien: Los Helmoncianos
condenan la doctrina Galénica, como
errada en la Teórica, y perniciosa en la
Práctica. Buen apoyo éste para la
pretensión del Académico, que quiere
conciliar todas las Sectas como
convenientes para la curación de las
enfermedades, sin otra discrepancia que
en el modo de explicarse.
48. Finalmente Don José Sánchez de
León, Médico de Murcia, puede ser que
sea un buen Médico; pero en razón de
Autor oponer éste, que lo fue de la
aprobación de un Libro (pues no se cita
otro Escrito suyo), al Doctor Martínez,
que lo fue de tantos que corren en el
público con mucho aplauso, es sacar al
campo un Pigmeo contra un Gigante.
49. Pero ya suple el Académico los
defectos de sus cinco Autores,
añadiendo que pudiera citar por la
certeza de la Medicina treinta, Lulistas.
Supónese que estos treinta Autores
Lulistas son Médicos; porque si no, no
son del caso. ¿Y dónde están esos
Señores? En los espacios imaginarios, o
con el nuevo mundo que, según el P.
Daniel, fabricó Descartes. Vé aquí una
de las muchas cosas que convencen que
el Rmo. Flandes no fue Autor de este
Libro, o [50] sólo lo fue en una
pequeñísima parte. Esto de decir que
pudiera citar treinta Autores Médicos
Lulistas sobre ser una visible
baladronada, indigna de un hombre
serio, es una ficción manifiesta. La
demostración está en la mano. Hizo Ibo
Zalzinger aquel largo Catálogo de
Autores Lulistas que copiaron los dos
Aprobantes hermanos del P. Flandes; y
en qué, para engrosarle, discurriendo
por los ángulos de todas las Bibliotecas,
juntó cuantos pudo ex omni tribu, &
lingua & populo, & natione. En aquel
Catálogo se señala el estado, y
profesión de todos los Lulistas que se
citan. Pues ve aquí que no hay entre
todos ellos más de tres con la cualidad
de Médicos. ¿Y dónde están los
veintisiete que restan? No es menester
que estén en parte alguna. De tres se
hacen fácilmente treinta con añadir al
guarismo tres un cero. No siendo de esta
suerte, le digo al Académico, que más
fácil es contar una por una las once mil
Vírgenes, dando sus nombres, y los de
sus padres, y abuelos, que señalar
treinta Autores Médicos Lulistas: y que
cuando el Académico señale éstos
contra cada uno de ellos señalaré yo
trescientos Autores Médicos
Hipocráticos. Los pocos que siguen a
Lulio multiplican sus Sectarios como el
vulgacho las Brujas, que dice que está el
mundo lleno de ellas, y apenas en
trescientas leguas de tierra parecen diez,
o doce. Pero multipliquen los Lulistas a
sus Cofrades, y Sectarios de Lulio
cuanto quieran, no pueden evitar la
desdicha de no hallar entre todos ellos
(¿qué mayor descrédito de una Secta?),
no digo dos, tres, pero ni aun Autor sólo
de un nombre sobresaliente en la
República Literaria.
50. Tan infelizmente como se ha
visto discurre el Académico en la
pretensión de la certeza de la Medicina
hasta el núm. 41, donde repentinamente
le vemos pasar de Médico a
Genealogista. Presentemos, dice, la
Genealogía de la Medicina. ¿Y a qué
propósito? Lo primero que ocurre es,
que como aquellos Nobles, que no
tienen mérito alguno personal, sólo
pueden alegar la generosidad, y virtud
de sus mayores para lograr la estimación
que pretenden; así el Académico,
desconfiando del valor intrínseco de la
Medicina, [51] alega la excelencia de su
origen, para que quien no la aprecie por
útil la estime por noble. Pero no es eso.
Propone la excelencia de su origen para
que creamos que hoy es tan perfecta,
cierta, y excelente, como en sus
principios: lo que viene a ser lo mismo
que querer probar que un tal Fernández
de Córdoba es tan valiente como el Gran
Capitán, porque desciende del Gran
Capitán. Lo peor es, que ni aun la
pretendida descendencia puede probar
el Académico.
51. Su discurso, removida la infinita
fagina inútil, que mete en él, se reduce a
esto. El Autor de la Medicina es Dios,
quien con las demás ciencias la infundió
a Adán. Adán, porque vivió novecientos
treinta años, alcanzó a su sexto nieto
Matusalén. Este alcanzó a Noé por
seiscientos años. Noé, viviendo
trescientos cincuenta años después del
Diluvio, alcanzó a su tercer nieto Heber,
en cuyo tiempo floreció Esculapio. De
aquí infiere que la Ciencia Médica
infusa de Adán, de éste pasó a
Matusalén, de Matusalén a Noé, y de
Noé, o mediata, o inmediatamente a
Esculapio: por lo cual concluye muy
satisfecho, que viviendo Noé, enseñaba
ya Esculapio en la Asiria lo que oyó a
sus abuelos, hijos del susodicho
Patriarca.
52. No para aquí. Sem (prosigue el
Académico), hijo de Noé, alcanzó a
Leví, Leví al Patriarca José, José a
Amran, padre de Moisés. De que se
infiere (añade) que con otras tres
generaciones se hallan las Ciencias,
entre ellas la Medicina, comunicadas al
Egipto. Mas porque llegando aquí se le
presenta hacia delante un larguísimo
intervalo de tiempo, sin ver los órganos
por donde en él se pudo comunicar a los
siglos posteriores la Ciencia Médica de
Adán, vea Vmd. cómo se socorre en esta
angustia. Si permitiésemos (escribe) el
decir que en los cuatro, o cinco siglos
siguientes se hubiera perdido la
Medicina, es ciertísimo que renovó
Dios las Ciencias en Salomón, como
consta de la Sagrada Escritura; por
consiguiente renovó la Ciencia Médica.
Si había de parar en esto pudo empezar
de aquí, constituyendo por fuente de
nuestra Medicina la infusa de Salomón,
[52] sin cansarse en tejer la serie de los
Patriarcas, por donde pretende se
comunicó la de Adán, en cuya
comunicación se había de hallar la
quiebra de cuatro, o cinco siglos; si no
es que fuese por obstentar una erudición
trivial, que cualquier principiante puede
adquirir por la lectura del Génesis, y el
Exodo.
53. ¿Mas cómo trae a nosotros la
Medicina infusa de Salomón? De este
modo: Desde acabado, dice, el Templo
de Salomón, hasta florecer el más
antiguo Pitágoras, van cerca de
cuatrocientos años. De éste a
Hipócrates van ciento cincuenta y dos:
y juntas las dos partidas, desde la
fábrica del Templo Jerosolimitano van
pocos más de quinientos cincuenta, en
cuyo tiempo ya tenemos en el mundo al
Príncipe de la Medicina Racional, y
Dogmática.
54. Dejando a parte las cosas que el
Académico escribe de pura imaginación,
como el que Esculapio alcanzó los
tiempos de Heber, o Heber los de
Esculapio; en el uso de las mismas
especies que le subministró su poca, o
mucha lectura (todas a la verdad bien
triviales), manifiesta una gran falta de
crisis, o reflexión; lo que con facilidad
se le hará presente.
55. Concédase desde luego que a
Adán, y Salomón infundió Dios todas las
Ciencias; v.g. la Física, la Medicina, la
que llamamos Historia Natural,
Geometría, Astronomía, Música, y las
demás Matemáticas. ¿Infiérese de aquí
que todas se fuesen comunicando a la
posteridad; de modo, que podamos
lisonjearnos que nuestra Física,
Geometría, Música, &c. nos vino por
sucesión desde Adán, o Salomón?
Delirio sería el pensarlo cuando
sabemos que hubo siglos en que el
mundo estaba lleno de una gran
ignorancia en orden a estas Ciencias, y
que lo que hoy se sabe de ellas se debe
a algunos grandes genios que hicieron el
primer plantío, y a los que después
siguiendo sus huellas, le cultivaron.
¿Pues por qué no sucedería lo mismo a
la Medicina?
56. Es de creer sin duda que ni
Adán, ni Salomón fueron escasos con el
mundo de las grandes luces que tenían;
[53] pero por más que procurasen
difundirlas, no podían librarlas de la
contingencia a que están expuestas todas
las cosas humanas. Por mil accidentes
puede cesar la comunicación de las
Ciencias de un siglo a otro. Así se ve
que a siglos de mucha cultura se
siguieron otros de barbarie.
57. Es palpable esto en la
comunicación de la Ciencia de Salomón.
Infundióle Dios a aquel Rey un gran
conocimiento de las especies,
propriedades, y virtudes de plantas, y
animales. Esto es expreso en la
Escritura. Et disputavit super lignis a
Cedro, quae est in Libano, usque ad
Hysopum, quae egreditur de pariete: &
disseruit de iumentis, de volucribus, &
reptilibus, & piscibus (lib. 3. Reg. cap.
4.). Es asimismo expresa en la Escritura
la liberal profusión que Salomón hacía
de su gran sabiduría, no sólo respecto de
sus súbditos, y patrienses, mas hacia
todo el mundo: como también la ansia
con que acudían de todas las Naciones a
lograr tan alto magisterio: Et veniebant
de cunctis populis ad audiendan
sapientiam Salomonis, & ab universis
Regibus terrae, qui audiebant
sapientiam eius.
58. Pregunto ahora: ¿Llegó a
nosotros esta Ciencia? Bueno es eso. Ni
aun a los que vivían veinte siglos ha.
Consta esto con evidencia, porque los
libros que trataban de plantas, y
animales, cuyos Autores precedieron a
Plinio tres siglos, o más, estaban llenos
de horrendas fábulas como se ve en el
mismo Plinio, que las cita, y
comúnmente las refuta. Hasta Aristóteles
hubo una gran ignorancia en orden a la
Historia de los Animales. ¿Y las muchas
noticias que de esta parte de la Historia
natural nos dejó Aristóteles las debió
éste a Salomón? No, sino a sus muchas
observaciones experimentales, y a los
grandes tesoros que expendió Alejandro
para que pudiese hacerlas, como sabe
todo el mundo.
59. ¿Y por lo que mira a la Medicina
infusa de Adán pudo imaginar jamás el
Académico, que así nuestro primer
Padre, como los Patriarcas, a quienes él
pudo comunicarla, tuviesen más cuidado
de transferir aquella Ciencia a la
posteridad, que la verdadera Religión, o
el culto de verdadero [54] Dios? Ni aun
tanto. Sin embargo, poco tiempo después
del Diluvio empezó a olvidarse la
verdadera Religión; y el culto Idólatra
tan rápidamente se extendió en breve
por el mundo, que en la edad de
Abrahán, dice Calmet, a cualquier parte
del mundo, que se vuelvan los ojos, no
se ve sino impiedad, e idolatría:
Quocumque oculos vertamus, aetate
Abrahami, nihil utique cernimus in
mundo, nisi impium cultum, &
idolatriam (Dict. Bibl. v. Idolatría). San
Epifanio, a Sarug, bisabuelo de
Abrahán, hace primer Autor de la
Idolatría. Pero por lo menos el que
Tharé, padre de Abrahán, fue Idólatra,
consta del capítulo 24. de Josué.
60. Muy superficialmente mira las
cosas quien no comprehende que muy
fácilmente se corrompe, y altera la
doctrina más sana, ya por malicia, ya
por descuido, ya por la nimia aplicación
a otras cosas. El capricho disparatado
de un Príncipe enemigo de las letras
basta a desterrarlas enteramente de su
Reino. De un antiguo Emperador de la
China se cuenta que mandó quemar
todos los Libros de aquella Nación. Si
Juliano Apóstata hubiera vivido más
según lo que se puede pensar de la
disposición de las causas naturales, y
políticas, todos los Cristianos hubieran
caído en una profunda ignorancia de
cuanto escribieron los Autores Gentiles;
porque aquel Emperador les había
prohibido severamente el uso de sus
Libros, y de sus Escuelas. De los Libros
de Salomón dice Eusebio, citado por
Alápide (3. Reg. 4.), que los mandó
quemar el Rey Ezequías.
61. Pero lo que más visiblemente
descubre que es un vanísimo sueño, y no
merece otro nombre esta imaginada
derivación de la Medicina infusa de
Adán, y Salomón a los siglos
posteriores hasta el nuestro, es la
frecuentísima oposición de los Médicos
en la Teórica, y Práctica de su Arte.
Manda Galeno derramar a cántaros la
sangre: Hipócrates que se dispense con
exactísima economía: Helmoncio que no
se sangre ni una gota. ¿Pregunto, si Dios
infundió a Adán, y Salomón todas tres
máximas, siendo [55] entre sí tan
opuestas? Galeno manda que en algunas
ocasiones se sangre usque ad animi
deliquium. Abominan de este decreto,
como bárbaro, los mismos Médicos que
se llaman Galénicos, y jamás le reducen
a práctica. ¿Pregunto, si Dios dictó a
Adán, y Salomón el que convenía
sangrar algunas veces usque ad animi
deliquium, y juntamente que nunca
convenía? Hipócrates usaba
bastantemente de purgantes. Vinieron
después Crisipo, Erasístrato, y Tesalo,
que generalmente los reprobaron, y en
nuestros tiempos hizo lo mismo
Cristiano Kusnero, cuya Diatriba sobre
este asunto aprobó, y elogió Juan Doleo.
¿Pregunto, si Dios infundió a Adán, y
Salomón que se usase bastantemente de
purgantes, y que nunca se usase de
ellos? Entre los Modernos unos culpan
en las fiebres los Acidos, y quieren que
se curen con Alcalis; otros culpan los
Alcalis, y quieren que se curen con
Acidos; y otros entretanto se burlan de
cuanto se dice de Acidos, y Alcalis.
¿Infundió tres dictámenes tan opuestos
Dios a Adán, y Salomón? Pero en tantas
partes de mis Obras tengo mostrado, que
no hay cosa alguna bien asentada entre
los Médicos, a excepción de curar las
fiebres intermitentes con la Quina, el
gálico con el Mercurio, la disentería
con la Hipecacuana, y la sarna con el
Azufre, (y aun en estos remedios, en
orden al cuándo, al cuánto, y al cómo
hay batallas a cada paso) que es
excusado detenerme más ahora en cosa
tan notoria. Sin embargo, las cuestiones,
que hubo sobre el Antimonio, juzgo que
tienen alguna particularidad por donde
merecen especial memoria.
62. Basilio Valentino, Benedictino
Alemán, célebre Quimista, o Príncipe de
los Quimistas, fue el primero que,
discurriendo el modo de prepararle, o
corregirle, introdujo su uso en la
Medicina. Habiéndose éste después
olvidado, le restituyó Paracelso, a quien
siguieron algunos Médicos. Pero no
pasado mucho tiempo empezó a padecer
este remedio un tal descrédito, que la
Facultad Médica de París condenó
totalmente su uso, declarando por un
Decreto solemne que tenía una cualidad
venenosa, que con [56] ninguna
preparación podía corregirse. En
consecuencia de esta declaración de la
facultad, del Parlamento de París el año
de 1566, por arresto suyo prohibió
enteramente a los Médicos de toda la
Francia el uso del Antimonio; de modo,
que Julián de Paulmier, por haberle
administrado algún tiempo después,
aunque era un Médico de grandes
créditos, fue excluido de la facultad. Sin
embargo, algunos Médicos le empleaban
secretamente; y creciendo el número de
éstos, lograron que se incluyese en el
Antidotario, hecho en París por orden de
la Facultad el año de 1637. Esto dio
ocasión a grandes disputas,
dividiéndose los más célebres Médicos
de París, unos a favor del Antimonio,
otros contra él: en cuyo tiempo el
célebre Guido Patin, que era uno de los
contrarios, hizo un grueso catálogo de
enfermos, a quienes había muerto este
mineral, dando al escrito el título de
Martirologio del Antimonio.
Encendiéndose más, y más de día en día
el fuego de la disputa, fue preciso
recurrir la autoridad del Parlamento
para que le apagase. El Parlamento
decretó que se juntase la Facultad a
deliberar sobre la materia.
Congregáronse ciento dos Doctores, y
por voto de noventa y dos hizo la
Facultad un Decreto aprobando el uso
del Antimonio.
63. Estando tan inconstante la
Escuela Médica en lo que debe abrazar,
o repeler, y tan llena de opiniones, ya
contrarias, ya contradictorias la
Medicina, según el presente estado, para
mantener que esta misma es derivada de
la Ciencia infusa de Adán, o de
Salomón, es preciso que el Académico
diga una de dos cosas; o bien que Dios
infundió a aquellos dos Sabios
sentencias contrarias, o contradictorias,
lo que es imposible; o bien que les
infundió tal, o cual sentencia
determinada; pero no sabemos cuál, ni
lo saben los Médicos, y por eso batallan
sobre cuál es verdadera: lo cual siendo
así, con la misma incertidumbre
quedamos después de aquella infusión,
que si nunca la hubiera habido. Creo yo
que los Profesores se correrán de que su
Medicina se defienda con tales
extravagancias, con las cuales peor está
que estaba. [57]
64. De la infeliz prueba a favor de la
Medicina que acabo de rebatir, pasa el
Académico de golpe a una pepitoria
histórica, que ocupa no menos que cinco
hojas, y que viene al caso para la
Medicina como la Historia de Gaiferos
para probar que la Lógica es Ciencia.
Empieza por un elogio de Pitágoras,
donde por haber entendido mal un
pasaje de Clemente Alejandrino, nos
dice que hubo quien soñó que Pitágoras
fue el mismo Profeta Ezequiel: y parece
que aprecia este sueño el Académico,
siendo así que de lo que él dice del año
en que Pitágoras pasó a Italia, y lo que
consta de la Escritura del año en que
empezó a profetizar Ezequiel, resulta
evidente anterioridad de aquél a éste.
Nos dice asimismo que Hermipo, citado
por Josefo, califica a Pitágoras de
excelente en sabiduría, y piedad. El que
Hermipo fuese contemporáneo de
Pitágoras no lo dijo Josefo, ni nadie;
púsolo el Académico de su cabeza;
como más arriba el que Esculapio fue
contemporáneo de Heber. Tampoco dice
Hermipo lo de la excelente sabiduría, y
piedad de Pitágoras. Esto dícelo el
mismo Josefo. Para lo que cita Josefo a
Hermipo es, para lo de haber tomado
Pitágoras algunas opiniones de los
Traces, y de los Judíos. ¿Pero quién no
admirará que cite el Académico, como
palabras literales de Josefo, las
siguientes: Multa a Iudaeis in suam
Phylosophiam transtulisse, ait
Hermippus, no habiendo tales palabras
en Josefo? Todo lo que hay de Hermipo
en el lugar alegado de Josefo es una
fábula, o delirio de Pitágoras; esto es,
que decía este Filósofo que habiendo
muerto un doméstico suyo, llamado
Callifonte, la alma de este difunto
acompañaba siempre a Pitágoras, y le
daba algunos preceptos, entre ellos, que
nunca fuese por camino donde hubiese
caído algún asno. E inmediatamente
pone Josefo estas palabras de Hermipo:
Haec autem agebat, atque dicebat
(Pitágoras) Iudaeorum, & Tracum
opiniones imitatus, ac transferens in
semetipsum. Y aquí para todo lo que
Josefo copia de Hermipo. ¿A vista de
esto qué concepto se puede hacer del
Académico, sino que se alucina en
cuanto lee, y escribe? ¿Ni [58] qué
concepto se puede hacer de Pitágoras
por lo que de él dice Hermipo, sino que
para autorizar su errada doctrina
procuraba engañar al Mundo con varias
ficciones?
65. Dice más el Académico, que el
Ilustrísimo Caramuel sospecha que
Pitágoras no enseñó dogma de la
Transmigración de las almas, sino que
sus Discípulos erradamente lo
entendieron así. ¿Y qué hacemos con una
sospecha del Ilustrísimo Caramuel
contra lo que deponen uniformes todos
los antiguos? Mayormente cuando no
funda Caramuel su sospecha, si no en
que Pitágoras fue un gran hombre; como
si no hubiese sido un gran hombre
Aristóteles, y otros de la antigüedad,
aunque abrazaron la Idolatría, error sin
duda más craso que el de la
Transmigración de las almas.
66. Síguese luego que Pitágoras
siguió los principios Cabalísticos de la
Aritmética (sí haría, y buen provecho le
hagan los tales principios Cabalísticos:
así a Pitágoras como al Académico), y
por números numerados, no por los
numerantes proporcionó la Física, &c.
Con licencia del señor Académico en la
Secta Pitagórica (apud omnes praeter
Academicum) los números numerantes
son los principios, los numerados son
los principiados.
67. Tras de esto nos viene con la
portentosa novedad, de que quien no
está instruido en la Cábala numérica de
Pitágoras, ignora las raíces de las
Ciencias (extrañas ideas tiene el
Académico); y trayendo para esto un
símil, que viene al caso como los
notados arriba, prosigue así: A este
modo los genios superficiales se
contentan con formar silogismos,
ignorando las raíces que tiene en
triángulo de ellos, y en el número de
sus principios. ¿Qué farfala es ésta? Ya
parece que no basta la Cábala
Aritmética de Pitágoras para penetrar
las raíces de las Ciencias, si no que es
menester otra Cábala Geométrica de la
invención del Académico; pues el
triángulo no es objeto de la Aritmética,
sino de la Geometría. Que esto se
escribiese en la Laponia, o en la nueva
Zembla no lo extrañaría; pero que se
escriba en España, que está llena de
Escolásticos; esto es de hombres [59]
que saben que la raíz, o fundamento
primordial del silogismo es únicamente
aquel principio per se noto, quae sunt
eadem uni tertio, sunt eadem inter se,
es digno de admiración. Yo he estudiado
también un poco de Geometría, y
Aritmética, y acaso algo más que el
Académico, y sé que la Ciencia de
Triángulos, y números es tan del caso
para los silogismos, como la Dióptrica,
o Catóptrica para sembrar berenjenas.
68. Después de darnos esta nueva
doctrina con una de aquellas
transiciones de topetón, que
frecuentemente usa el Académico,
pasando sin preparación alguna de una
materia a otra, que no viene al caso, sin
qué, ni por qué nos empuja un Catálogo
de Autores, que en diferentes tiempos
asistieron a los cuatro Elementos
vulgares. Es verdad que algunos son
traídos por los cabellos; v.gr. San
Gregorio el Grande, no más que porque
dijo: Sicut in Arte Medicinae contraria
contrariis curantur, como si el uso de
los contrarios en la Medicina no tuviese
lugar, que los Elementos sean éstos, o
aquéllos, o los otros. Por ventura los
Químicos, que admiten principios
distintos, no procuran disolver lo
coagulado, coagular lo disuelto,
atemperar los ácidos con los álcalis,
refrenar los álcalis con los ácidos, &c.?
69. Pero pasemos aquella lista de
Autores. ¿A qué viene eso? ¿Hay alguno
que ignore, o niegue que son, y fueron
muchísimos los secuaces de los cuatro
Elementos vulgares (y aun por eso se
llaman vulgares), Aire, Fuego, Tierra, y
Agua? Pues si nadie niega, o ignora esto,
a qué propósito es esa lista?
70. Mas aunque la lista no es del
caso, mucho menos lo es una invectiva
que se sigue a ella contra Wiclef, Lutero,
y Calvino, porque impugnaron la
Teología Escolástica. Ya se ve que lo
hicieron contra razón. ¿Pero a qué viene
eso ahora? ¿Qué conexión tiene la
Teología Escolástica, ni con que los
Elementos sean tales, o cuales, ni con
que la Medicina sea cierta, o incierta,
perfecta, o imperfecta? [60]
71. Como quiera, este despropósito
le ha servido para volver a declarar su
ojeriza contra todo libro extranjero, que
trate de Física, que de Medicina, que de
Matemática, pretextándola con aquel
ridículo espantajo de que se puede temer
que a vuelta de doctrinas puramente
naturales nos sugieran los Herejes sus
errores. Sobre que se le repite al
Académico, que esa añagaza ya está
entendida; que ése es un artificio de
muchos, que sólo son Filósofos en el
nombre, para ocultar su ignorancia. Aun
si este tema fuese solamente contra los
Libros de Autores Herejes, pudiera
pasar, pero explicándola en general
contra los Libros Extranjeros, ya no se
puede dudar del fin con que se hace.
72. Corona el Académico esta
impertinente invectiva señalando ocho
proposiciones erróneas (así las llama)
comunes a los nuevos Filósofos, que
propone, con las palabras siguientes.
Dicen lo primero, que no hay más
que un principio de todas las cosas,
que es el Fiat de la Divina voluntad, y
esparcen los Holandeses Libros enteros
de esta materia.
Lo segundo dicen, que los cuerpos
mixtos, aunque sean de los brutos, sólo
se distinguen entre sí en la varia
magnitud, figura, sitio, textura,
quietud, y movimiento de los átomos;
esto es, de partículas insensibles de
que los suponen compuestos.
Lo tercero, que el calor, y frío, luz,
color, sonido, y otros entes que se
llaman cualidades sensibles, no son
más que afecciones de sola nuestra
mente, y no de los cuerpos mismos que
llamamos cálidos, fríos, &c.
Lo cuarto, que las bestias, y figuras
solamente son máquinas como las de
los relojes de campanilla, que carecen
de todo sentido, y conocimiento.
Lo quinto, que el entendimiento
humano puede, y debe dudar de todo,
exceptuando del pensamiento con que
juzga existir.
Lo sexto, que antes de la revelación
de que hay Dios, cualquiera pudiera
dudar, si el hombre no fue criado de tal
condición, que por naturaleza se
engañe en todos sus juicios, aun en los
que le parecen más ciertos, y evidentes.
[61]
Lo séptimo, que por ser limitado
nuestro entendimiento nada cierto
puede saber de lo infinito, y por esa
razón que nunca debe arguir, o
disputar de él.
Lo octavo, que la Fe Divina es la
que solamente certifica haber algunos
cuerpos existentes: pues a no
intervenir la Fe, se pudiera dudar
hasta del proprio cuerpo que tenemos.
Estas son las ocho proposiciones
que nota de erróneas el Académico; y en
el modo, con que las enuncia, se conoce
que oyó cantar, pero sin entender la
letra, ni el tono.
73. Lo primero muestra su
ignorancia en cuanto al hecho,
atribuyendo a los Filósofos modernos en
común las ocho proposiciones, siendo la
colección de ellas propria
privativamente de los Cartesianos, y
Cartesianos rígidos, de los cuales hay ya
muy pocos en las Naciones. Y si no me
cree el Académico sobre el corto
número de Sectarios a que está reducido
el Cartesianismo puro, crea el mejor
Impugnador de Descartes el P. Daniel,
que en la página 126 (de la traducción
de Salamanca) de su excelente Libro
Viaje al Mundo de Descartes, afirma
esto mismo.
74. Lo segundo muestra su
ignorancia en cuanto al derecho, ya
calificando todas las ocho
proposiciones de erróneas, pues
ciertamente no todas lo son; ya
entendiendo algunas, y aun las más muy
siniestramente. Lo que voy a mostrar.
75. Del modo que enuncia la primera
proposición, bien lejos de ser errónea,
es una verdad de Fe Divina; pues de
aquella proposición, no hay más que un
principio de todas las cosas, que es la
voluntad Divina, es equivalente ésta:
sólo de la voluntad Divina se verifica
que es principio de todas las cosas, que
coincide con el omnia per ipsum facta
sunt de San Juan. Así es una verdad muy
de Fe el que no hay otro principio, o
cosa universalísima más que Dios.
Supongo que no quiso decir esto el
Académico, sino que su intención se
dirigió a aquella máxima de Mr.
Descartes, que fuera de Dios no hay sino
causas ocasionales; pero no acertó a
explicarse.
76. La segunda proposición (dejando
a parte lo de los [62] brutos, porque esto
toca a la cuarta) es afirmada por santos
Doctos, y buenos Católicos, que de ellos
se pueden formar doscientas Academias,
más numerosas que la nueva de
Valencia; y es arrojo capitular de
errónea una doctrina seguida por tanta
gente honrada. El confundir las
partículas insensibles con los átomos
sólo cabe en quien ignora aún el
significado de las más triviales voces
Filosóficas. El que todos los cuerpos
constan de partículas insensibles es de
la suprema evidencia, porque todos se
componen de tales partes sensibles,
éstas de otras menores, éstas de otras,
hasta llegar a las insensibles. Lo de los
átomos es otra cosa que tiene secta
Filosófica a parte, distinta de la
Cartesiana. Algunos Aristotélicos,
aunque pocos, admiten los átomos; pero
los Cartesianos, nemine discrepante, los
reprueban. Sobre lo que reconvengo al
Académico con uno de los Artículos que
propone el P. Daniel en aquel Tratado de
Paz, de su invención, entre Aristotélicos,
y Cartesianos en el Libro citado arriba.
El Artículo es como se sigue, página
111.
77. Prohibirase igualmente a los
Peripatéticos el maldecir la Filosofía
de Descartes, sin haberse instruido
bastantemente de ella, so pena de
hacerse, y haber de ser tenidos por
ridículos, como algunos Autores que
han puesto a este Filósofo en el número
de los Atomistas.
78. La tercera proposición está
defectuosa, y aun siniestramente
proferida; supongo que no por mala fe,
sino por falta de inteligencia. Debiera
advertir el Académico, que los
Filósofos, que niegan las cualidades
Aristotélicas, substituyen por ellas un
mecanismo que las equivale, para
producir en nosotros las sensaciones
correspondientes; y estas sensaciones no
son afecciones de la mente, de modo,
que la mente por ella se denomine
cálida, fría, &c. sino que a la mano, al
pie, &c. competen estas
denominaciones, y la realidad de ellas.
Entendiendo de este modo la
proposición, son ya en las Naciones muy
pocos los Filósofos que la niegan, en
comparación de los que la afirman. Y
debiera bastar para contener al
Académico, de modo que no censurase
[63] de errónea la proposición, el que
los dos doctos Jesuitas, y grandes
Filósofos uno, y otro, el P. Daniel, y el
P. Regnault están constantemente por
ella, aquél en su Viaje al Mundo de
Descartes, y éste en sus Diálogos
Físicos. Cito estos Autores, y Libros,
porque están ya tan vulgarizados en
España, especialmente el primero, que
me parece inverosímil que no los haya
visto el Académico.
79. La cuarta proposición fue una
caprichada de Descartes, que aún siguen
algunos Sectarios suyos, aunque pocos.
¿Pero por qué se ha de poner a cuenta de
los Filósofos Modernos, hablando de
ellos en general, esta caprichada de Mr.
Descartes, cuando entre los modernos
para cada uno que la sigue hay
quinientos que la desprecien?
80. En orden a las proposiciones
quinta, sexta, y octava repito lo que dije
arriba. El Académico oyó cantar, pero
sin entender la letra, ni el tono. De la
Escuela Cartesiana viene la duda de que
en ellas se habla. ¿Pero qué duda es
ésta? ¿Es una duda seria, que realmente
tenga en suspensión, y perplejidad a los
Cartesianos? Nada menos. Es una duda
como teatral, y de mera apariencia,
destinada a sujetar a nuevo examen
aquello mismo que se tiene por cierto,
para asegurar, o comprobar más su
certeza; al modo que los Lógicos usan
de los Entes de razón, empleando la
ficción para descubrir la verdad. O por
usar de un ejemplo más justo, al modo
que en la cuestión, que Santo Tomás
propone 1. parte, quaest. 1. art. Utrum
Deus sit, suena duda de la existencia de
Dios, pues de lo que se pone en utrum
parece que se duda; y la entrada del
artículo Ad tertium sic proceditur:
videtur quod Deus non sit, suena a
disenso; sin que por eso se pueda decir
que Santo Tomás dudó nunca de la
existencia de Dios.
81. Creo que Descartes se explicaría
mejor si dijese, no que pretendía que se
dudase de la cosa, sino que se
prescindiese de la certeza. Que esto sólo
quiso decir no tiene duda, y creo
también que se explicaría así, si fuese
Escolástico.
82. Yerra también mucho el
Académico en atribuir a [64] los
Filósofos que proponen aquella duda, o
dudas, el que digan que sólo se puede
salir de ellas, suponiendo la Fe Divina,
o la revelación de la existencia de Dios.
No hay tal. Lo que dicen es, que no
podemos asegurarnos de que haya
algunos cuerpos existentes, sino por la
evidencia natural que tenemos de que
hay Dios, y que este Dios es tal que nec
falere potest, nec falli. Pues si se
hiciese la hipótesis imposible de que no
hay Dios, y consiguientemente que el
hombre fue hecho por el concurso casual
de los Atomos, como ponía Epicuro,
podrían concurrir los Atomos a formar
su cerebro tan despropositadamente, que
al hombre pareciesen evidencias los
más crasos errores; como por una
inversión, o turbación accidental de este
órgano sucede a muchos locos. Del
mismo modo, aun suponiendo que hay
Dios, si se hace la otra hipótesis
igualmente imposible de que este Dios
no es infinitamente bueno, antes capaz
de engañar, se sigue de ella que pudo
formar mi cerebro de modo que no me
represente sino falsedades, y quimeras.
83. Entiéndase lo dicho como una
mera explicación de lo que sienten los
Cartesianos sobre esta materia, para
obviar a la siniestra inteligencia del
Académico, y de otros que se meten a
impugnar, y aun a insultar a Descartes,
sin entender más de la Doctrina
Cartesiana, que yo de la lengua China;
mas no como que yo apruebe el nuevo
método demostrativo de Descartes, que
poniendo por preliminar aquella duda
universal, o abstracción de toda certeza,
empieza por la demostración de la
existencia, para tomar de este principio
las pruebas de todo lo que juzga
demostrable.
84. La séptima proposición ni está
afecta al Cartesianismo, ni a otra Secta
alguna. Sólo es de uno, u otro Filósofo,
y admite diversísimos sentidos. En
alguna manera la prueban los
Escolásticos, cuando confiesan que los
Atributos de Infinidad, e Inmensidad
sólo se pueden explicar por
negociaciones que lo son ex modo
significandi, por no dar más de sí la
cortedad del humano entendimiento
respecto [65] del Ente Infinito. Pero
tomada con todo rigor, o propriedad la
proposición, lo que más inmediatamente
significa es una timidez respetosa, de
quien conociendo cuán fácil es errar en
orden a objeto tan incomprehensible, no
se atreve a pasar de aquello que enseña
la Fe.
85. Ve aquí Vmd. puesto a derechas,
y a las claras todo lo que trastornó al
Académico, quien no contento con
atribuir al común de los Filósofos
modernos algunas ideas proprias de Mr.
Descartes, confundió esas mismas ideas;
de modo, que no las conocerá el padre
que las engendró.
86. Mas ya que le disimulemos todo
esto al Académico, ¿cómo podré yo, por
lo que a mí toca, disimularle el visible
despropósito de incluir todas estas
baratijas en un escrito dirigido
singularmente contra mí? ¿A qué
propósito vienen las ocho proposiciones
que el Académico, por no entenderlas,
califica de errores, si ninguna de ellas
se halla en parte alguna de mis Escritos?
¿A qué propósito extenderse tanto sobre
los cuatro Elementos, Agua, Tierra,
Aire, y Fuego, no habiéndolos yo negado
jamás, ni metídome con ellos? ¿A qué
propósito dar contra los Sistemas
modernos, si ninguno de ellos sigo yo?
Si a mí me califica de Escéptico, y como
tal me impugna, para qué se mete con los
Sistemáticos, y especialmente con Mr.
Descartes, el hombre más distante del
Escepticismo que hubo jamás, pues no
vió el Mundo Filósofo alguno
igualmente resuelto, y decisivo?
87. Mas ya es tiempo de dejarlo.
Basta lo dicho para que Vmd. haga el
debido concepto del Libro del
Académico. Lo que he expuesto es la
muestra del paño. Todo el resto de la
pieza es de la misma calidad. No se
pueden poner los ojos en parte alguna,
sin encontrar, o un pensamiento absurdo,
o una especie que no viene al caso, o
una doctrina siniestramente entendida, o
una consecuencia mal hilada, o una
crítica torcida, o una farfala confusa,
&c. ¿Parece a Vmd. que un Escrito de
tales circunstancias puede tener por
Autor al P. Flandes? Yo no lo creeré
jamás. [66] No conozco al P. Flandes, ni
le había oído nombrar, por lo menos no
me acuerdo, hasta que con ocasión de
este Librejo se puso su nombre en la
Gazeta. Pero habiendo sido Provincial
en una Religión que tanto abundan de
hombres Doctos, debo suponer que él
también lo es, y con alguna distinción.
Por consiguiente juzgo inverosímil que
sea suya una tan estrafalaria
impugnación. Y aun cuando la
impugnación fuese tolerable, no me
atrevería yo a atribuírsela; porque esto
de procurar el nombre de Autor sin más
coste que el impugnar a otro, es proprio
de los pobretones de la República
Literaria, que sólo vestidos de andrajos
salen a la plaza; es ser Autor al
baratillo: porque aun para impugnar
medianamente basta mucho menos que
mediana habilidad.
88. Este es mi sentir; y si Vmd. no
fuere por ahora del mismo, espero que
con el tiempo lo sea en vista de nuevas,
y más claras pruebas que le daré de que
el P. Flandes no puede ser el Autor de
esta Obra. Entretanto suplico a nuestro
Señor guarde a Vmd. muchos años, &c.
Carta V
Respuesta a dos objeciones

1. Háceme Vmd. cargo de no haber dado


respuesta a dos Escritos que salieron al
público contra dos proposiciones, o
máximas mías, los cuales, dice, la
merecían por su erudición, su cultura, y
su urbanidad. Yo añado que también por
las circunstancias de sus Autores. El
primero fue un joven Jesuita de bellas
esperanzas, que presto se desvanecieron
con su temprana muerte muy sentida de
mí, porque le estimaba, y amaba mucho,
por su Religión, por su nacimiento, y por
sus prendas. Este me impugnó en el
asunto de haber preferido, en la línea de
Poeta, Lucano [67] a Virgilio. El
segundo fue un docto Cortesano, bien
conocido en Madrid, y otras partes por
sus empleos, por su ingenio, y erudición.
Este combatió la máxima que yo había
procurado establecer, de que la
Elocuencia en ninguna manera pende de
las reglas de la Retórica.
2. Es verdad, que ni a uno, ni a otro
respondí, aunque confieso que uno, y
otro, por las circunstancias que Vmd. me
expresa, y la que yo añado, merecieron
mi estimación, y por consiguiente mi
respuesta. ¿Por qué, pues, no la dí?
Dirélo. Por haber conocido con varias
observaciones que las respuestas a
semejantes Escritos son por la mayor
parte inútiles, y ociosas. ¿Y por qué
esto? Porque comúnmente cuando salen
las respuestas, ya el público tiene
olvidadas las impugnaciones. Si Vmd.
me dijere que cuando las impugnaciones
tienen las buenas cualidades que yo
confieso en las dos que se habla, no las
olvida tan presto el Público, le
responderé que está Vmd. muy
engañado, y que no conoce bien la
disposición que para ese efecto tiene la
mayor parte de los hombres. Los más de
ellos, por ignorantes, o por rudos no
conocen la hermosura de las
impugnaciones discretas; a que es
consiguiente que no pudiendo recibir
algún deleite de su lectura, las desechan,
y dan de mano por insípidas. Al
contrario, pónganles en la mano un
papelón inculto, tosco, lleno de
insolentes sátiras, de sucios dicterios,
de viles truanadas, éste es el que leen
gustosísimos, éste es el que aplauden, y
éste es el que por algún tiempo
conservan.
3. Y no para aquí el mal; sino que lo
mismo sucede a muchos de aquellos que
tienen alguna inteligencia en materia de
escritos, supliendo en éstos, por la
ignorancia, y la rudeza, la envidia, y la
malignidad. Pero es punto este, en que,
por tener tanto que decir, no diré más;
contentándome con exclamar, copiando a
Barclayo en la entrada de su Euformión:
¡Quae non vidi! quae non passus sum!
4. Mas al fin, todos estos Escritos,
cuyo asunto es censurar Obras ajenas, es
de tan corta duración, que el [68] que
más se conserva, en el curso de una
Luna absuelve el de su vida. ¿Para qué,
pues, se ha de fatigar un Autor en rebatir
unos contrarios, que sin causarle más
daño que una leve pasajera inquietud,
verá luego sepultados en el olvido?
¿Qué se hizo la multitud de sátiras que
inundaron la Francia contra el célebre
Juan Luis de Balzac? ¿Qué las que se
produjeron contra la famosa Magdalena
Scuderi? Ya no hay memoria de ellas, y
las obras de aquél, y de ésta subsisten, y
verosímilmente subsistirán mucho
tiempo con estimación. Estas censuras
son un humo, que turba, y molesta un
poco, mas luego se disipa. Tal vez
sucede, y a mí me sucedió más de tres
veces, que antes de concluir el Autor su
Apología ya no hay en el Mundo
memoria de la impugnación.
5. Este fue el motivo de no haber
respondido a las dos que Vmd. me
recuerda. Pero ahora los muchos que
tengo para complacer a Vmd. me
mueven a dar alguna, cuando le veo tan
deseoso de ella.
6. Y lo primero, por lo que mira al
Escrito del Jesuita, yo no veo que éste
pruebe más de lo que yo supongo; esto
es, que en la disputa sobre preferencia
entre Virgilio, y Lucano hay mucho
mayor número de votos por el primero,
que por el segundo; lo que incluye una
clara confesión de que la mayor
probabilidad extrínseca está a favor de
Virgilio; pero con la reserva del derecho
que Lucano puede tener a la mayor, o
igual probabilidad intrínseca; la cual es
muy compatible con la minoridad de la
extrínseca, pues todo el Mundo sabe que
multa falsa sunt probabiliora veris.
7. Digo que el P. Jesuita sólo esto
probó, pues no produjo otro fundamento
a su dictamen que la multitud de Críticos
que elevan a Virgilio sobre Lucano, y
sobre todos los demás Poetas Latinos.
Pero aun de éstos pretendo que se deben
descartar todos aquellos que quieren
humillar a Lucano, y aun degradarle de
Poeta, no por otro defecto que la falta de
ficción. ¿Quién no ve que es una
cuestión de mero nombre, si se debe
llamar Poesía, o no, una composición
[69] métrica, en que no haya ficción
alguna? Es verdad que Aristóteles dio
por inseparable la fábula de la Poesía;
pero sin más motivo que querer que
fuese pauta para todos los Poetas
Homero. Y por más que lo haya dicho
Aristóteles, el común modo de hablar
está, y estará siempre en contrario. ¿Por
ventura no se cuentan, y contaron
siempre entre las obras Poéticas de
Virgilio las Geórgicas, en las cuales no
hay ficción alguna? No está colocado en
la clase de los Poetas Lucrecio, que sólo
escribió una Filosofía que él juzgaba
verdadera? Las Sátiras de Horacio,
Persio, y Juvenal, que no contienen otra
cosa que corrección de las costumbres
viciadas de aquel tiempo, no están
anumeradas a las Obras Poéticas por
todo el Mundo? ¿Quién hay que no tenga
por Poéticos los Sacros Himnos de que
usa la Iglesia en el Oficio Divino? ¿No
llaman todos Poemas la María Estuarda
de Lope de Vega, y la Auracana de Don
Alfonso de Ercilla?
8. Pero demos graciosamente que
sólo se puede llamar Poeta
impropriamente el que no finge. Pondré
la cuestión debajo de otras voces,
quedando la misma en cuanto a la cosa
significada. Esto es, quiero considerar a
Lucano, no como Poeta, sino como
Autor métrico, o versificante. Como a
mí me concediesen que en esta línea
tiene iguales, o superiores primores a
los de Virgilio, ¿qué se me dará, ni al
mismo Lucano se le daría si viviese
ahora, porque le nieguen la cualidad de
Poeta? Virgilio versificó ficciones,
Lucano realidades. Como me concedan
que la versificación de éste no cede a la
de aquél en valentía, en majestad, en la
vivacidad de expresión, en la agudeza
de la sentencia, en la harmonía, en el
entusiasmo, &c. yo dejaré de muy buena
gana que a Lucano censuren el vicio de
verídico, reservando a Virgilio, y otros
la gloria de invencioneros.
9. Vamos ya al segundo Impugnador.
Este me acomete con dos argumentos,
que a la verdad no impugnan la
substancia del asunto, sino lo que yo
escribí de que nunca estudié las reglas
de Retórica; o si impugnan la substancia
[70] del asunto, sólo es por un modo
indirecto. Para el primero me supone
elocuente en un grado muy alto. Y hecha
esta suposición, procura representar
sumamente difícil, y aun imposible
haber llegado a esta eminencia sin el
estudio de las reglas.
10. Para este argumento tengo dos
soluciones. La primera consiste en la
negación del supuesto: la segunda en la
negación del asunto. El supuesto es que
soy elocuentísimo: elogio que en
ninguna manera merezco. El asunto es
que sea, o imposible, o sumamente
difícil arribar a un grado elevado de
Elocuencia, sin estudiar las reglas; lo
que también niego, y para negarlo me
remito a las pruebas que dí cuando traté
de este asunto.
11. El segundo argumento propuso el
Impugnador, con la satisfacción de
tenerle por totalmente indisoluble. Y aun
Vmd. en su Carta de algún modo insinúa
estar en la misma inteligencia. Fúndale
en que en varias partes de mis Escritos
cito las Instituciones Oratorias de
Quintiliano, el mayor Maestro de
Elocuencia que hasta ahora hubo: luego
estudié, infiere, las Reglas de la
Oratoria en este Autor.
12. También para este argumento
tengo dos soluciones. La primera doy,
diciendo, que no es lo mismo leer que
estudiar. Y si el Impugnador quiso
suponerme de una tan feliz memoria (en
que ciertamente padeció engaño, como
le padecieron algunos otros) que en mí
coincida el estudiar con el leer, añadiré
que como las Instituciones de
Quintiliano tienen un Indice muy
copioso, pude por él buscar una, u otra
especie que necesitaba, sin leer
seguidamente, ni aun un capítulo entero
de Quintiliano.
13. Pero la segunda solución es más
decisiva, y revuelve terriblemente
contra el Impugnador. Para darla
supongo una cosa, que sin duda me
concederán como ciertísima cuantos
leyeron mis Escritos; esto es, que si en
ellos hay algo de elocuencia, nada son
inferiores en ella el primero, y segundo
Tomo del Teatro Crítico a los que se
siguieron después. Aún creo yo que los
que tienen crítica fina, [71] habrán
reconocido algo de decadencia de estilo
en los Tomos posteriores, tanto más
perceptible, cuanto más fue creciendo la
edad. Por lo menos yo lo juzgo así; y
aún creo que es preciso que así
sucediese, porque la energía, brillantez,
y vivacidad de estilo piden una especie
de vigor en el alma, que sucesivamente
se va debilitando casi a proporción de
lo que cada día se va disminuyendo la
fuerza del cuerpo. Un Sófocles, que en
la edad nonagenaria, o cerca de ella
daba a sus composiciones dramáticas
tanto esplendor, y viveza de espíritu,
como en la consistente, se debe reputar
por un rarísimo monstruo; mejor diré
por un milagro de la naturaleza.
14. ¿Pero adónde voy con esto?
Derechamente a mi asunto. De
Quintiliano no había leído ni un renglón,
ni aun visto este Autor por la cubierta,
hasta después de dar a luz el Segundo
Tomo del Teatro Crítico. Compréle el
año de 28 en el deshecho de la Librería
del difunto Conde de Torrehermosa, y
desde entonces la tengo en la mía. Creo
basta mi dicho para que esto se me crea;
porque, si no estoy muy engañado, por
mis Escritos ha conocido todo el Mundo
mi sinceridad. Pero si es menester más
prueba, daré una línea de conjetural
bastantemente fuerte; y es, que, aunque
he citado varias veces a Quintiliano,
todas esas citas están en los Tomos
posteriores, y ninguna en los dos
primeros.
15. Si me respondieren que esto
pudo depender de que para ninguno de
los asuntos, que contienen el primero, y
segundo Tomo, hallaría cosa en
Quintiliano que me hiciese al caso, les
pondré luego delante (y podría otras
cosas) lo que este Autor lib. 1. cap. 1,
dice de algunas mujeres que fueron
elocuentísimas; lo cual me era
oportunísimo para lo que en el Discurso
último del primer Tomo procuro
persuadir de la habilidad intelectual de
las mujeres.
16. He dicho que esta segunda
solución resuelve fuertemente contra el
Impugnador, porque si yo soy
elocuentísimo (como él afirma), y esto
sin estudiar las reglas de [72] la
Retórica, como afirmo yo, y de nuevo
protesto no haberlas estudiado, ni en
Quintiliano, ni en otro Autor alguno;
otros, sin el estudio de las reglas,
podrán lograr lo mismo. Y para dos
asuntos que no son de mucha
importancia basta lo dicho.
Nuestro Señor guarde a Vmd.
muchos años, &c.
Carta VI
Sobre una disertación Médica

1. Muy Señor mío. Recibí agradecido, y


leí gustoso la Disertación Impresa
sobre el método de curar que Vmd. se ha
dignado de enviarme, a fin (dice Vmd.
en la Carta adjunta) de que yo la corrija:
expresión que yo entiendo, como debo
entender; esto es, como de mera
cortesanía; o cuando más, extendiendo
yo cuanto puedo su significación a mi
favor, como que en ella se me da
licencia para decir lo que siento sobre
el Escrito: facultad de que me
aprovecharé, por dar a conocer a Vmd.
en el uso que hago del favor, la
estimación que le doy. Así propondré a
Vmd. algo que he notado en uno, u otro
punto de su impreso.
2. Es verdaderísima la máxima que
Vmd. propone como primordial
fundamento del método, y en que se
extiende mucho, ya explicándola, ya
aprobándola; esto es, que el Médico
debe proceder como Ministro de la
naturaleza, siguiendo sus pasos,
imitando su modo de obrar, &c. Pero
dos reparos se me ofrecen sobre ella. El
primero, que el establecimiento de esa
máxima en ningún modo quita las dudas,
o allana las dificultades que ocurren en
la práctica curativa. Esto se ve claro en
que los mismos Médicos que convienen
en la rectitud de esa regla, siguen a cada
paso rumbos distintos, y opuestos en la
curación; lo cual consiste en que los
impulsos, con que la naturaleza se
esfuerza [73] contra la enfermedad, son
por la mayor parte muy equívocos, y así
los interpretan distintamente distintos
Médicos, juzgando cada uno que ejecuta
lo que la naturaleza le dicta. ¡Cuántas
veces se juzga conato de la naturaleza el
que lo es de la enfermedad! Los amagos
de tal evacuación parecerán a un
Médico esfuerzos de la Naturaleza
contra su enemigo; y a otro esfuerzos del
enemigo contra la Naturaleza. También
sucederá muchas veces proceder la
naturaleza con una evacuación lenta, la
cual es conveniente en aquel grado en
que la naturaleza la toma: pero nociva,
siendo más acelerada, o en mayor
cantidad: e imaginando el Médico que
ayuda la naturaleza promoviendo la
evacuación, arruinará al enfermo en vez
de expugnar la enfermedad. Será aquella
lentitud una sabia conducta de la
naturaleza, y el Médico la atribuirá a
debilidad.
3. Así, Señor, aquella sentencia de
Valles: Medici plures curarent, si
scirent, se naturae ministros esse, no
me parece que sea de las más ciertas.
¿Qué Médico hay que ignore que debe
obrar como ministro de la naturaleza?
Ninguno hay, aun incluyendo los más
ignorantes, que no esté imbuido del
axioma: Medicina est auxiliaris
naturae; sin que esto les impida cometer
innumerables errores. ¿Qué importa que
sepan que deben ser ministros de la
naturaleza, si no saben ser ministros, si
no aciertan con el ministerio; si
pensando que la sirven la atropellan?
4. El segundo reparo mío sobre
aquella máxima es, que no alcanzo cómo
pueda conciliarse con ella aquella
sentencia Hipocrática, de que Vmd. hace
memoria al num. 19. exponiendo las
reglas, que de mente de Hipócrates
deben observarse en las evacuaciones
Médicas, y es tomada del aforismo 23.
del libro 2. Et ubi oportet usque ad
animi deliquium ducere, & hoc
faciendum est, si sufficiat aeger. Digo
que no veo cómo pueda conciliarse este
fallo con la máxima de que el Médico
debe seguir los pasos de la naturaleza,
imitar sus acciones, cooperar a sus
designios. El deliquio, o desmayo no es
conforme, antes enteramente opuesto a
los designios, de la naturaleza, no es
obra suya cuando [74] arriba a un
enfermo, sino de la causa morbífica.
¿Quién dirá que la naturaleza solicita
una incoada muerte suya? Bien lejos de
procurarla, la abomina; no la hace, la
padece. Luego, o nunca el Médico debe
ordenar evacuación, que conduzca al
enfermo al estado de deliquio; o no es
verdadera en toda su extensión la
máxima de que el Médico debe ajustarse
a los intentos de la naturaleza.
5. Ya sé que no han faltado Médicos,
que considerando absurda aquella
sentencia en el sentido que inmediata, y
naturalmente ofrece, han procurado
darla exposiciones, que la mitiguen. Y
aun Cardano reprehendía severamente a
Galeno, porque la aceptó en su propia, y
rigurosa significación. Pero Señor mío,
lo que yo siento de este recurso a
interpretaciones violentas, para atraer
contra el tenor de la letra a buen sentido
algunas sentencias Hipocráticas, puede
servir, cuando más, para salvar a
Hipócrates la reputación de Sabio; pero
deja sin autoridad sus Escritos en la
forma que hoy los poseemos; porque si
asentimos a que en varias partes
Hipócrates quiso decir cosa muy distinta
de lo que suena la letra, sólo a uno de
dos principios se puede atribuir, o a que
Hipócrates no se explicaba bien, o a que
el texto está viciado: y cualquiera de las
dos cosas, que se suponga, induce una
desconfianza general de todos sus
Escritos; porque en cualquier parte de
ellos pudo suceder, o explicarse
Hipócrates mal, o alterarse el texto. ¿De
dónde nos consta que no ha sucedido?
6. Esta reflexión me conduce
naturalmente a lo que he notado sobre la
explicación que en los números 9, y 10
da Vmd. al aforismo Hipocrático:
Omnia secundum rationem facienti, si
non succedant secundum rationem, non
est transeundum ad aliud, manente eo,
quod ab initio visum fuit. Este es el que
yo (en el Tom. V. del Teatro, Discurs. 7)
llamé Aforismo Exterminador; y no me
retrato de ello, no obstante la
reconversión que Vmd. me hace con la
otra doctrina Hipocrática, extraída del
Libro de Locis in homine: & semper
non sanantem variare oportet modum.
Et [75] si quidem peius reddiderit
malum; ad contrarium te converte; si
vero ad sanitatem tendat, omnino nihil
ad his, quae adhibentur, auferre
oportet, nec quicquam aliud addere,
aut apponere.
7. Dice Vmd. en el num. 10 que si yo
hubiese leído esta doctrina no hubiera
dado a aquel aforismo el infame nombre
de Exterminador. Antes bien lejos de
eso, Señor mío, esta mismísima doctrina
fue la que me indujo a desacreditar tan
altamente aquel aforismo. Es el caso,
que siendo esta doctrina buena, y sana,
como yo la juzgo, y debe juzgarla todo
el Mundo, es preciso que la contenida en
el aforismo sea nociva, y perniciosa.
Así puede Vmd. notar que en dicho
Discurso 7 del quinto Tomo del Teatro,
§. 6, alegué contra el aforismo la
doctrina de Cornelio Celso, que Vmd.
num. 9. dice ser traducción Latina de la
citada de Hipócrates.
8. ¿Pero es esto decir que
Hipócrates contradijo en el aforismo lo
que había sentado en el libro de Locis; o
que el aforismo en el sentido en que
Hipócrates le produjo sea falso? Ni uno,
ni otro. Yo creo que Hipócrates quiso
decir en él alguna cosa buena, y acaso la
dijo; pero del modo que hoy tenemos el
texto no puede servir sino de ocasionar
infinitos, y perniciosos errores, y de
hecho los ocasiona. Dice el texto que el
Médico, que obra según razón
(ordenando tal, o cual remedio,
prescribiendo tal, o cual régimen, &c.)
aunque no tenga buen efecto, o aunque el
efecto sea contrario a su intento, no debe
mudar de rumbo, pudiendo proseguir
como había empezado. Ahora pues: El
Médico, cuando empieza a tratar un
enfermo, siempre piensa que en los
órdenes que da, aunque en realidad lo
yerre, obra según razón: con que guiado
por el aforismo, proseguirá errando, y
empeorando más, y más la enfermedad.
¿Qué importará que uno, u otro Autor
traiga a algún buen sentido el aforismo?
Los más de los Médicos no ven esas
exposiciones, y arreglan la práctica a la
letra del texto.
9. No es esto hablar por sospechas,
y conjeturas, sino [76] decir lo que he
visto, y tocado innumerables veces. Uno
de los casos, que ví, fue quien
últimamente me determinó a escribir
contra el Aforismo Exterminador.
Habiendo enfermado una señorita de
esta Ciudad con una especie de
dolencia, que por su esencia, y por sus
circunstancias, según mi sentir (que
después aprobó un Médico docto, y
confirmó el suceso) enteramente
contraindicaba sangría, resolvió
sangrarla el Médico, que la asistía.
Vióse al momento el mal efecto de la
sangría en la postración de las fuerzas, y
agravación de los síntomas. Con todo el
Médico determinó sangrarla segunda vez
para el día siguiente. Procuré con todas
mis fuerzas persuadir a la enferma, a su
madre, y a toda la familia que no lo
consintiesen. En efecto los reduje a ello;
pero de nada sirvió, porque volviendo
el Médico el día siguiente de mañana, a
fuerza de gritos, y protestas se hizo
obedecer, y la sangría se ejecutó.
Apenas error alguno de los Médicos
pudo jamás tener más funesto, y más
pronto efecto. No bien se hizo la
evacuación, cuando se vió casi cadáver
la enferma. No contento yo con las
persuasiones del día antecedente,
bastante de mañana había repetido el
encargo, enviando a decir, que por
ningún caso permitiesen sangrarla. Llegó
mi aviso al punto que acababa de
ejecutarse la sangría: lo cual sabido
inmediatamente fui a ver la enferma.
Halléla hecha un tronco; esto es, sin
habla, y sin movimiento. A mi
persuasión se llamó otro Médico de
mucha mayor ciencia, y juicio, para que
evitase, si era posible, aquel homicidio.
En efecto se evitó, por haber caído el
error en una edad floreciente, cuerpo
robusto, y de bella constitución. Se
evitó, digo, con fomentos, bebidas, y
alimentos muy espiritosos. Resta lo que
hace más al caso. Volviendo al
Monasterio, encontré en la calle al
Médico Sangrador, a quien no pude
menos de reconvenir con su yerro en
términos muy fuertes, cargándole
especialmente sobre haber pasado a
segunda sangría, después de visto el
efecto de la primera. A esto el buen
Doctor me salió con el aforismo: Omnia
secundum rationem facienti, si non
succedat secundum rationem [77], &c.
Lo que en vez de aplacarme, me
encendió más la indignación, y así le
volví la espalda sin decirle otra palabra,
sino que todos los Tiranos del Mundo
juntos no habían muerto tanta gente como
aquel aforismo.
10. Ni hay que decirme que sólo
Médicos muy rudos, y de ninguna
opinión caen, abusando del aforismo, en
yerros tan enormes. Clama contra esta
evasión el suceso trágico del famoso
Gasendo. Habiendo caído enfermo aquel
gran hombre a los sesenta y cinco años
de edad, fueron llamados para su
curación los más famosos Médicos de
París, o por mejor decir todos los
Médicos famosos de aquella Corte. Así
lo afirma su amigo el Docto Samuel
Sorbiere en la Prefacción de Vita, &
moribus Petri Gassendi, que hizo para
la impresión de sus Obras: Si quid
Lutetiae vere eruditum, & magni
nominis fuit inter Medicos, totum illud
adfuit sanando Gassendo. ¿Y qué
hicieron aquellos Médicos de tanta
erudición, y fama? Imaginando que la
enfermedad indicaba evacuación de
sangre, empezaron a sangrar, y
prosiguieron sangrando, no obstante
estar viendo que así como se iban
repitiendo las sangrías, sucesivamente
se iban postrando más, y más las
fuerzas. Reconvínolos con esta
experiencia el enfermo para que tomasen
otro rumbo. Pero ellos se obstinaron en
proseguir por el mismo, no por otra
razón, sino porque, omnia secundum
rationem facienti, si secundum
rationem non eveniat, non est
transeundum ad aliud, manente eo,
quod ab initio visum fuit. Las sangrías
fueron muchas. A la última se le sufocó
enteramente la voz, para sufocarse luego
la vida. Así se dispuso la muerte de
aquel venerable anciano; porque según
el dictamen de los Médicos así lo había
decretado Hipócrates más ha de dos mil
años, o como ellos entendían el oráculo
del aforismo, su adorado Idolo Coo así
les había mandado sacrificarle esta
noble víctima.
11. Bien sé que muchos Médicos no
usan tan bárbaramente del aforismo.
Pero igualmente sé que son muchos más
los que lo hacen. Estos, encaprichados
de que es muy conforme a razón el
rumbo que eligieron para la cura, por
[78] mal que le suceda al enfermo, le
llevan adelante, escudados con la
sentencia Hipocrática. Es verdad que
para mayor seguridad suya han añadido
a la autoridad del aforismo cierta
ingeniosa treta que inventaron, y de que
usan de tiempo inmemorial a esta parte,
echando con ella polvo en los ojos del
mísero Vulgo.
12. Sucede frecuentemente que con
los remedios, o por muchos, o por
intempestivos, una disposición leve se
hacer enfermedad grave. Es natural en
estos casos el juicio de que el Médico
ha errado la cura. Pero él se
precauciona admirablemente contra esta
nota, de modo, que hace creer que el
empeoramiento del enfermo fue acierto
insigne del arte. Dice que con la
oportuna aplicación de los remedios se
descubrió el enemigo, que estaba oculto;
que se le sacó de la emboscada, donde
era inexpugnable, a campo raso; donde
viendo todos sus movimientos, hay más
comodidad para evitar sus insultos. El
haberse encendido mucho más la fiebre,
y agravado a proporción los síntomas,
no fue otra cosa que descubrir, a fuerza
de pericia Médica, el enemigo, o
extraerle, digámoslo así, de sus
atrincheramientos, para combatirle
libremente. Y es tal la ceguera de los
hombres, que con esta trampa entran en
mayor confianza, y satisfacción del
Médico.
13. Mucho antes que yo descubrió
este error Lucas Tozzi, tratando (tom. 1.
pag. mihi. 54.) del método que siguen
los Médicos, que en estos tiempos se
apellidan Galénicos, donde, después de
proponer lo que suelen ordenar los
primeros días de la enfermedad; esto es,
ayudas, jarabes, sangrías, y purgas,
prosigue así: Mox, si fortasse, ut facile
est, symptomata ingravescant,
malignitatem iam detectam vi
medicamenti proclamant.
14. Bien creo yo, que hay Médicos
tan buenos hombres, que dicen esto con
buena fe, y engañan, porque están
engañados. Pero esto es lo peor que
tiene el caso; porque estando poseídos
de este craso error, nunca mudan de
método, antes procuran siempre con el
uso de los mismos remedios descubrir el
enemigo encubierto. No sé si la [79]
reflexión, que voy a proponer, servirá
algo para su desengaño. Si el descubrir
la malignidad de la dolencia en la forma
dicha es conveniente, tanto más
conveniente será cuanto más se
descubra. Al modo que, cuando algunas
Tropas enemigas están cubiertas de sus
reparos, si es conveniente descubrirlas
algo, o en parte, derribando una porción
de los reparos, más conveniente será
descubrirlas del todo, derribando los
reparos enteramente. Prosigo así. Si el
ver la calentura mucho más encendida, y
más agravados los síntomas que al
principio, es muestra de haberse
descubierto al enemigo, que estaba
oculto; cuanto más grados de incendio
adquiera de ahí adelante la calentura, y
más malignidad manifiesten los
síntomas, tanto más descubierto estará el
enemigo, o la malignidad que estaba
cubierta. Por consiguiente el enemigo no
estará enteramente descubierto hasta que
el enfermo se vea reducido a la última
extremidad. Luego podrá aplaudirse de
sus aciertos el Médico, cuando vea el
enfermo en ese estado, porque logró la
conveniencia de descubrir enteramente
el enemigo. Si se me dice que en esa
extremidad no sólo está el enemigo
descubierto, mas también triunfante;
repongo que cuando el ardor de la
fiebre, y calidad de los síntomas
empiezan a demostrar malignidad, no
sólo empieza a descubrirse el enemigo,
mas también a ganar tierra para lograr el
triunfo.
15. Todo lo dicho, Señor mío, se
dirige a justificar lo que he proferido
sobre el aforismo en cuestión. Para que
el sea, del modo que está estampado,
pernicioso, funesto, y Exterminador, no
es menester que Hipócrates le haya
pronunciado en algún mal sentido, sino
el que se lo den muchos Médicos. Ni
cualquier buena intención, que haya
tenido Hipócrates cuando escribió
aquella máxima, es capaz de estorbar el
horrendo abuso, que infinitos Profesores
hacen en ella. Tampoco sirve para éstos
de correctivo la otra doctrina
Hipocrática: Et semper non sanantem
variare oportet modum; & si quidem
peius reddiderit malum, ad contrarium
te converte. Lo primero, porque muchos
jamás leyeron esta doctrina; pero el
aforismo todos, o casi todos [80] le
tienen en la uña. Lo segundo, porque
aunque la hayan leído, nunca la aplican
al caso en que se hallan; pues, aunque
con el método, que siguen hayan
empeorado el mal, nunca lo confiesan, y
rara vez lo creen, engañados de aquel
falso supuesto, que su proceder no
aumentó el mal, sí sólo le descubrió. Lo
tercero, porque muy comúnmente se
sirven de otra escapatoria, que es decir,
que aunque la enfermedad se haya
agravado, siempre fueron útiles los
remedios aplicados; porque sin ellos el
mal, aunque grande ya sería mucho
mayor. En fin, sea por esto, o por
aquello, el hecho constante es, que
rarísimo Médico, por infelices sucesos
que tenga, muda jamás de método en el
modo de curar; y todo pende de estar en
el juicio de que obra secundum
rationem.
16. Dejado ya esto, en todo lo demás
me parece bonísimo el Escrito de Vmd.
y muy llena de oportunas reglas de
práctica, sobre que le gratulo de todo
corazón, y le ruego que en la estimación,
que profeso a sus buenas prendas, funde
una segura confianza de mi obediencia a
sus preceptos, &c.
Carta VII
Sobre la impugnación de un
Religioso Lusitano al Autor

Illmo. Señor.
1. Habrá cosa de mes y medio que
recibí de V.S.I. la noticia de que en la
Gaceta de Lisboa acababa de publicarse
un Libro intitulado: Teatro do Mundo
visibel, Filosófico, Matemático, &c. ou
coloquios varios en tudo o genero de
materias, con as que se representa a
fermosura do universo, e se impugnan
muytos Discursos do Sapientísimo [81]
Fr. Benito Jerónimo Feijoo: cuyo Autor
es el muy Reverendo P. M. Fr.
Bernardino de Santa Rosa, Doctor en
Sagrada Teología, Calificador del Santo
Oficio, &c. Entonces insinué a V.S.I. la
baja idea que de la Obra me ofrecía el
título de ella: y cuanto más le medité,
tanto más me firmé en el mismo
concepto, diciendo para mí con
Horacio:

¿Quid dignum tanto feret hic


promissor hiatu?

2. ¿Qué esperanza de cosa buena, ni aun


mediana se puede concebir en esta
imitación, o traslación ridícula, y
pedantesca del título de mi Obra
principal? Porque yo escribí Teatro
Crítico Universal, escribe el nuevo
Autor Teatro del Mundo visible. Porque
yo expliqué el título añadiendo: O
Discursos varios en todo género de
Materias. Muy pobre Escritor es, quien
aun el título del Libro ha menester
mendigar de otro Autor.
3. Estando yo en el concepto que he
dicho, ve aquí V.S.I. que acabo de ver
una Carta de un Eclesiástico de bellas
prendas, natural de este País, y residente
en la Ciudad de Tuy, a un hermano suyo,
Monje nuestro, que está estudiando en
este Colegio, en la cual hay la siguiente
cláusula: Dile al P. Maestro Feijoo, que
en Portugal salió ahora a luz un nuevo
N. (aquí nombra un Escritor Español de
estos tiempos, que ha logrado muy poca
aceptación) a quien sus mismos
paisanos desprecian, y dicen… No
puedo copiar lo que se sigue, porque no
merezco que se haya escrito, y mucho
menos que se estampe; aunque no tiene
inconveniente manifestar que el fondo se
reduce a que los eruditos Lusitanos se
impacientan de que uno de su Nación se
haya entrometido a impugnarme; lo que
yo no extraño, por las repetidas
experiencias, y noticias que tengo de lo
mucho que me favorece aquella
gloriosa, y sabia Nación; en cuya
aceptación acaso tendrá la mayor parte,
el que sabiendo que he nacido en sus
confines, me consideran los señores
Portugueses, como medio compatriota
suyo, y suple la pasión lo que le falta a
la justicia. [82]
4. ¿Pero no le parece a V.S.I. que
este nuevo campeón que la Carta de Tuy
caracteriza nuevo N. es el mismo Autor
de que V.S.I. me dio noticia? Yo no
puedo poner duda en ello, pues sobre
que aquella expresión es muy conforme
a la idea que da del Autor la inscripción
de su Libro; si a un tiempo hubiesen
salido en Portugal dos Impugnadores
míos, el que escribe de Tuy, que no
puede ignorar el que expresa la Gaceta
de Lisboa, por ser esta Gaceta a causa
de la gran inmediación a Portugal, muy
vulgar en Tuy, hablaría de dos nuevos
NN. y no de uno sólo.
5. Vaya ahora otra conjetura en
orden a la substancia, y contenido del
Libro, que aunque no tan seguramente
fundada como la antecedente, hallo en
ella un aire de verosimilitud que casi me
persuade como prueba positiva.
Discurro habrá visto V.S.I. una excelente
Obra, dividida en cuatro Tomos de
octavo, que salió de Francia pocos años
ha con el título de Espectáculo de la
Naturaleza, y ha sido recibida con
aplauso de los Eruditos curiosos de
todas las Naciones Europeas. Si V.S.I.
vió, o ve esta Obra, hallará que es
sumamente adecuado a ella el título de
Teatro del mundo visible; y no menos la
substancial circunstancia de representar
la hermosura del Universo, porque
realmente el Autor Francés no hace otra
cosa en todos cuatro Tomos, que
exponer a los ojos, y mente del Lector el
gran Teatro del Mundo visible en toda su
extensión (del Mundo invisible nada),
con bellas reflexiones que muestran la
hermosura del todo, y de sus partes.
Añado, que lo de Filosófico,
Matemático, con su et caetera, también
le cuadra admirablemente, porque lo
más de la Obra del Francés, con gran
exceso, es Filosófico, y Matemático; y
el et caetera puede venir a lo que se
mezcla en ella de Político, y Moral. ¿No
podremos, pues, discurrir con bastante
verosimilitud que el nuevo Escritor
Lusitano es un mero plagiario del
Francés, que sólo puso de su casa alguna
diferencia en estilo, y método, y algunas
impugnaciones buenas, o malas contra
varios Discursos míos? [83]
6. Pero me replicará V.S.I. ¿por qué
no podrá ser el Autor Original el
Lusitano? El Teatro del Mundo visible
se puede exponer a la consideración
debajo de muy diferentes aspectos, y
representarse su hermosura a muy
diferentes visos; así como de cualquier
objeto, según los varios puntos de vista
de donde se mira, se pueden hacer
distintas pinturas, todas buenas, y todas
originales. Pudo, pues, muy bien el
Autor Lusitano, debajo de un título
adaptable a la Obra del Francés, formar
otra diferente, y muy original.
7. Esto está muy bien discurrido; y
me hiciera alguna fuerza, si en el mismo
título no reconociese señas de Autor
pobre, mendigo, y plagiario. Si aun los
pocos, y pequeños renglones, de que
consta la inscripción, no pudo componer
sin arañar la mitad de la mía, ¿qué se
puede esperar en el cuerpo del Libro?
Pero la peor seña está en aquella infeliz
adición: Y se impugnan muchos
Discursos del Sapientísimo Fr. Benito
Jerónimo Feijoo. Los Impugnadores,
Ilustrísimo Señor, son la gente más
miserable que hay en la República
Literaria. Son éstos unos pobres, que a
falta de fondo propio trabajan en el
ajeno: unos desnudos, que no teniendo
tela para vestirse, se cubren con
hilachas, y trapos recogidos aquí y allí:
unos infelices, cuyo caudalejo se reduce
a unas tristes raeduras que sacan de las
monedas de plata, y oro que pueden
haber a las manos. Lo peor es, que
cuanto está en ellos las alteran, y
destruyen, porque son como unos
Alquimistas al revés. La Alquimia de
los metales bajos, como hierro, plomo, y
estaño pretende hacer plata, y oro: éstos
de la plata, y oro: esto es, de los
Escritos más preciosos pretenden hacer
hierro, estaño, y plomo, procurando
envilecerlos con sus imposturas; porque
es muy común en ellos suprimir, o
alterar las pruebas, truncar pasajes,
interpretar siniestramente las voces,
ocultar, o dejar entre renglones todo
aquello que da luz clara a las materias,
haciendo con éstas, y otras fraudulencias
semejantes decir al Autor impugnado lo
que no le pasó por el pensamiento. [84]
8. Mas cuando haya impugnadores
de mejor fe, lo que es bastantemente
raro, no se puede negar, que
generalmente hablando, todos los que no
dan a luz otros Escritos que
impugnaciones, o censuras de otros
Escritos, son Autores al baratillo;
porque esto de impugnar es aún más
fácil que pedir prestado; y bien, o mal,
ninguno hay tan ignorante, o rudo que no
pueda hacerlo. Un Barbero de esta
Ciudad, y mal Barbero, estuvo para
escribir contra mí en defensa de la
Medicina; y se hubiera salido con ello,
si tuviese con qué costear la impresión,
que fue lo único que le faltó al pobre
para constituirse Autor. Por eso, como
escribí en otra parte, el célebre Trágico
Racine llame Autorcillos (petits
Auteurs) a los que no escriben sino
censuras de los que son propriamente
Autores. Se puede decir que éstos son
una especie de ratones racionales,
porque su ocupación es la misma de los
ratones, hacer ruido, inquietar, y roer.
Hacen ruido en el vulgo, y con el ruido
que hacen en el vulgo, inquietan al que
no es vulgo. Unos, y otros se sustentan
royendo, mas con una considerable
diferencia. Los ratones irracionales roen
los Libros por afuera, estotros por
adentro: aquéllos el pergamino, éstos la
escritura. Y aun hay entre ellos algunos
tan ruines, y malignos, que no sólo roen
los Escritos, mas aun los zancajos de los
Escritores: a lo que nunca llegan
aquellas bestezuelas domésticas.
9. Podrá oponerse a favor del nuevo
Escritor Lusitano, que éste no es un
mero Impugnador, pues el título anuncia
cuerpo de obra distinto de las
impugnaciones, y en que éstas es
verosímil que entran como accesorias,
por tocarse puntos en el asunto principal
en que el Autor lleva opiniones opuestas
a algunas mías. Ya veo que esto bien
podría ser, pero dudo que sea, porque
abultar el título con el anuncio de las
impugnaciones, significa en ellas algo
más que cosa accesoria. Y cuando no
signifique esto, significa por lo menos,
que el Autor desconfía del mérito de su
Obra para el despacho; y para lograrlo
se vale del pegote de título, que
impugna muchos Discursos [85] míos.
Este es el artificio de que antes del
Lusitano se han valido muchos. Ya en
alguna parte he dicho, que soy dotado de
una gracia gratis data, de que
renunciaría muy gustoso la mitad; y es,
que no sólo tienen mucho curso mis
Escritos, mas también mi nombre hace
que tengan alguno los de mis contrarios.
Son muchos los que no se contentan con
saber lo que dice el Padre Feijoo, si no
saben también lo que se dice del Padre
Feijoo, o contra el Padre Feijoo. De
aquí es, que a ninguno de la turba multa
de Escritores ramplones del año de 27
faltaron compradores, y lectores.
10. Este es el concepto, que
conjeturalmente pude hacer del nuevo
Autor Lusitano. Si por algún accidente
llegare su Libro a mis manos, y me
mereciere otro, estoy pronto a hacer
públicamente justicia a su mérito.
Entretanto sujeto ese tal cual dictamen
mío al de los Eruditos que le leyeren.
Nuestro Señor guarde a V.S.I. muchos
años, &c.
Carta VIII
Reconvenciones caritativas a
los Profesores de la Ley de
Moisés. En respuesta a un
Judío de Bayona de Francia

1. Muy Señor mío: recibí la de Vmd.


conducida por Don Lázaro Suárez,
Mercader de esta Ciudad, agradeciendo,
como debo, las protestas de afecto a mi
persona, y estimación de mis Escritos,
que Vmd. hace en ella; sin que la
circunstancia de profesar Vmd. una
Religión tan opuesta a la mía, obste a
que yo crea aquellas protestas muy
sinceras, ni menos rebaje en mi
estimación su valor; antes en alguna
manera le encarece [86] por la parte que
significa en Vmd. un juicio superior a
las preocupaciones vulgares, de las
cuales es una, harto común, mirar la
diversidad de Religiones como
inseparable de la enajenación de los
ánimos. Error cierto, igualmente
absurdo, que nocivo. Es absurdo, porque
todos los hombres debemos
contemplarnos como hermanos,
separando mentalmente los vicios, y
errores de las personas para constituir
aquéllos, objeto de nuestra displicencia,
como éstas de nuestro amor. Es nocivo,
porque impide, o debilita en los
Profesores de la verdadera Religión los
medios para traer a ella a los Sectarios
de las falsas; siendo cierto, que como la
benevolencia del que exhorta da una
gran energía a la persuasiva, así su
aversión respecto de aquel a quien
pretende convencer, le indispone para la
convicción.
2. No sé si Vmd. asentirá fácilmente
a que yo sigo la máxima propuesta, a
vista de que se queja de que los señores
Españoles aborrecen el Pueblo de
Israel más que otra ninguna Nación del
Mundo: odio, que Vmd. reprueba como
injusto, cargando sobre él a los
Españoles de la nota de ingratos; por lo
que luego añade, que los Cautivos
Españoles de Berbería reciben por lo
general muchos beneficios de los
Hebreos Españoles, residentes entre
aquellos bárbaros. Yo pretendo al
contrario, y haré ver a Vmd. que es
injusta su queja.
3. Y lo primero que pudiera notar en
la cláusula citada de la Carta de Vmd. es
dar nombre de Pueblo de Israel a los
que hoy profesan la Ley de Moisés.
Señor mío, los Profesores de la Ley de
Moisés, después de su dispersión por
las Naciones, constituyen Secta, o
Partido, pero no Pueblo; pues no hay en
el Mundo Pueblo alguno, que se pueda
decir Hebreos, o Judíos; siendo cierto,
que los que hay en varios Pueblos
siempre son una pequeña parte respecto
del todo; y que sean pocos, o muchos,
nunca dejan de ser considerados como
forasteros.
4. No ignoro, que el Rabino
Benjamín de Tudela, que floreció en el
duodécimo siglo, en la relación de sus
viajes dice, que hay en el Asia un Reino
entero de Judíos, de [87] extensión de
dieciséis jornadas, gobernado en toda
soberanía por uno de la misma Nación:
que el que reinaba en su tiempo se
llamaba Anán, y era descendiente de
David: que asimismo un hermano de
éste, llamado Salomón, dominaba con
total independencia otro Estado; pero
añade, que no se podía penetrar aquellas
tierras, por ser preciso para llegar a
ellas pasar diez jornadas de desierto. Y
en la misma conformidad refiere, que
hay otros Estados, o Repúblicas
puramente Judaicas, mas todas
colocadas en sitios inaccesibles. Pero
en la relación de Benjamín de Tudela
hay tan crasas fábulas, y errores
históricos, cronológicos, y geográficos,
que es indigna de toda fe. ¿Qué
consideración merece un Autor, que
pone la Escuela de Aristóteles junto a
Alejandría de Egipto, y hace a Rómulo
coetáneo de David, habiendo precedido
este Santo Rey al Fundador de Roma
cerca de tres siglos, insertando de más a
más este error cronológico en la
ridícula, y extravagante fábula de que
Rómulo, temiendo una expedición de
David, y de su Capitán Joab, excavó
debajo de los montes una caverna de
quince millas de longitud para
esconderse en ella. ¿No se echa de ver
en esto, que este Autor Judío, por el
empeño de honrar a su Nación, estaba
pronto a abrazar cualquier patraña? Y
para conocer, que lo es eso de Estados,
o Repúblicas de Judíos independientes
de toda otra Nación, basta el saber, que
nadie hasta ahora habló de ellas sino
este Viajero.
5. Yo conozco, que Vmd. usa de las
voces del Pueblo de Israel por el buen
sonido que tienen, como relativas a
aquel tiempo, en que esta expresión era
muy honorífica, como designativa de una
Nación más favorecida de Dios que
todas las demás del Mundo. Mas no nos
detengamos en las voces. Vamos a la
substancia.
6. Supone Vmd. como un hecho
constante, y notorio, el que los
Españoles exceden en el aborrecimiento
de la Nación Judaica a todo el resto del
Mundo. Pero yo creo tener un gran
derecho para dudar por lo menos de lo
que Vmd. supone. Porque, pregunto,
¿qué señas han dado [88] los Españoles
de su aborrecimiento a los Judíos, que
no hayan dado otras muchas Naciones?
Supongo, que las expulsiones, y malos
tratamientos, que en diferentes tiempos
han padecido los Judíos en España,
juntamente con el desprecio, que acá se
hace de la Nación Judaica, dan motivo a
Vmd. para la suposición que hace. Pero
haré ver a Vmd. que en nada de esto es
singular la Nación Española.
Empecemos por los Romanos.
7. En Suetonio podrá ver Vmd. que
Tiberio expelió todos los Judíos de
Roma, con la agravante circunstancia de
enviar los Jóvenes de esta Nación a
Países enfermizos: Iudaeorum
iuventutem per speciem sacramenti in
Provincias gravioris coeli distribuit:
reliquos gentis eiusdem, vel similia
sectantes, urbe submovit. Y que lo
proprio hizo después el Emperador
Claudio, de que puede inferirse, que se
habían restituido en tiempo de Calígula.
Tácito refiere también la expulsión
hecha por Tiberio, con la circunstancia
de haber enviado cuatro mil jóvenes a la
Isla de Cerdeña porque podían servir
allí de algo; pero haciéndose la cuenta
de que en caso que muriesen luego, por
ser aquella Isla muy insaludable, se
podía reputar por una pérdida
despreciable: Et si ob gravitatem coeli
interiisent vile damnum. Este
desprecio, y aborrecimiento de los
Romanos a los Judíos confirma el
mismo Tácito, cuando en el Libro quinto
de sus Anales llama a la Nación Judaica
teterrimam gentem.
8. En Flavio Josefo (que como Autor
nacional, y proprio habrá sin duda Vmd.
leído, siendo tan dado a la lectura de los
Libros, como me expresa en la suya)
vería las horribles carnicerías que en
Cesaréa, Scitopolis, Ascalón,
Ptolemaida, Damasco, y otras partes de
la Asia hicieron los habitadores en los
Judíos; algunas veces, a la verdad,
dando ellos ocasión; mas otras sin
motivo alguno, más que la ojeriza común
a la Nación Judaica.
9. Si descendemos a mirar una por
una las principales Naciones Europeas,
apenas se hallará alguna, que no haya
explicado su odio a los Judíos, no sólo
igualmente, pero aún más que la
Española. Aquella numerosa Tropa, que
el [89] año de 1096 sin Jefe, dirección,
ni orden, tumultuariamente se congregó
con ánimo de ir a la conquista de la
Tierra Santa, constaba de doscientos mil
hombres Franceses, y Alemanes. La gran
hazaña de éstos fue matar cuantos Judíos
encontraron en los Lugares por donde
pasaban.
10. Lo proprio hizo la otra canalla,
que en tiempo de Felipe VI se juntó en
Francia con el mismo designio, o
pretexto de la conquista de la Tierra
Santa, derramando ríos de sangre de esta
infeliz Nación en varias partes,
especialmente en Tolosa, y en el Bajo
Languedoc. Véase sobre estos dos
hechos la Historia Eclesiástica del Abad
Fleury en los libros 64, y 92.
11. No fue menor contra los Judíos
la ira de los que el año de 1236 se
congregaron en algunas Provincias de
Francia, también con el destino del viaje
de la Tierra Santa, que ni aun
perdonaban a los Infantes, ni a las
mujeres preñadas.
12. En tiempo de Ricardo primero
fueron innumerables los Judíos que
sacrificó a su odio el populacho de
Inglaterra, especialmente en Londres, en
York, y en otras muchas Ciudades, sin
preceder de parte de ellos motivo
alguno. Refiere estos dos hechos el
Monje Mateo de París, y otros
Historiadores Anglicanos.
13. En el Suplemento al tomo 7,
num. 6, referí, citando a Juan Cristoforo
Wagenselio Autor Alemán, la horrible
matanza que hicieron los Alemanes en
los Judíos el año de 1348, por la
pretextada aprehensión de que la peste,
que entonces se padeció, provenía de
que los Judíos habían envenenado las
aguas de fuentes, y pozos.
14. No niego, que en España
padecieron sus persecuciones los
Judíos, pero menos sangrientas que las
expresadas. El Padre Mariana dice, que
el Rey Sisebuto los persiguió; pero
sobre que parece, que esta persecución
se redujo a comminarlos con la
expulsión de las tierras de España, para
obligarlos a recibir el Bautismo; el
mismo Mariana, añade, que esto lo hizo
Sisebuto a persuasión del Emperador
Heraclio. Como quiera, esta persecución
no fue [90] particular de España, pues al
mismo Autor refiere, que el Rey
Dagoberto los arrojó al mismo tiempo
de Francia, instigado también del
Emperador Heraclio, el cual los había
expelido antes de las Provincias del
Imperio.
15. En cuanto a furores del Pueblo
tumultuante contra los Judíos sólo me
ocurren dos casos en España; y uno, y
otro muy desiguales en la extensión a los
que arriba referí de otras Naciones,
porque uno fue limitado al Reino de
Navarra, el otro a la Ciudad de Lisboa.
Refiere el primero el Padre Mariana,
lib. 15, cap. 19; pero con una
circunstancia desnuda de toda
verosimilitud. En esta sazón, dice, los
Navarros, por tener los Reyes flacos, se
alborotaron, y como gente sin dueño se
encarnizaron en los Judíos, que
moraban en aquel Reino; en particular
en Estella cargó tanto la tempestad,
que degollaron diez mil de ellos. No
pienso que la población de Estella pase
de mil vecinos; ni hay vestigios de que
fuese mucho mayor en los pasados
siglos: con que aun cuando todos en
aquel tiempo fuesen Judíos, no pasarían
los individuos de cinco mil. Ni aun
cuando debajo del nombre de Estella se
entienda el territorio, o merindad, de
quien Estella es cabeza, es creíble, que
en él se anidase tanto número de Judíos.
Por lo cual el citado Historiador
dificultando el hecho, inmediatamente a
las palabras copiadas arriba prosigue
así: Si ya el número, o las memorias no
van errados.
16. El caso de Lisboa es el mismo
que tengo escrito en el tercer Tomo del
Teatro Crítico, Disc. 6, num. 42. Pero se
debe enmendar allí un yerro; y es, que
por equivocación dije, que aquella
tragedia había sido ocasionada en la
Iglesia Catedral de aquel Pueblo, no
habiéndolo sido sino en un Convento de
Religiosos.
17. Puede ser que cuando Vmd. hizo
la suposición de que los Españoles
exceden en el odio de los Judíos a las
demás Naciones, no tuviese presentes
los hechos referidos; sí sólo, que con
otras Naciones les conceden habitación,
y en España no. Mas a esto tengo mucho
que reponer. Lo primero, que la
negación de domicilio no significa odio,
[91] pudiendo proceder de otras muchas
causas distintas de todo lo que es
ojeriza, y aborrecimiento. Lo segundo,
es totalmente cierto, que en la expulsión,
que se hizo en España de los Judíos,
únicamente intervino el motivo de celo
por nuestra Religión. Hiciéronla los
Reyes Católicos D. Fernando, y Doña
Isabel con consejo del Cardenal
Jiménez, todos tres personajes
celosísimos de la pureza de nuestra
Santa Fe, y especialmente el Cardenal,
hombre enteramente desnudo de todo
afecto, o pasión viciosa.
18. Lo tercero, y principal,
expelieron los Reyes Católicos los
Judíos de España. Antes los había
expelido de Francia el Rey Felipe el
Hermoso. Pensará Vmd. al leer esto, que
propongo la expulsión de Francia sólo
como empate, o compensación de la de
España. No Señor. Mucho más pretendo.
La expulsión de Francia fue bárbara,
cruel, y tiránica. Nada tuvo de esto la de
España. No citaré a Vmd. para
justificación de uno, y otro sino Autores
Franceses. Para lo primero el Abad
Fleury en el libro 91 de su Historia
Eclesiástica, num. 6, donde dice así:
Queriendo el Rey Felipe expeler los
Judíos de su Reino, los hizo prender
todos en un mismo día, que fue el 22 de
Julio del año 1306. Y el orden se dio
tan secretamente, que casi no
percibieron seña alguna. Todos sus
bienes fueron confiscados, dejando
sólo a cada uno el dinero preciso para
salir del Reino, y prohibiéndoles, pena
de la vida, restituirse a él… Algunos
pocos Judíos admitieron el bautismo,
muchos de los otros murieron en el
viaje de fatiga, o de pesadumbre.
19. Cito para lo segundo al Padre
Orleans en su Historia de España, tom.
3, lib. 9, pag. mihi 650, donde se lee lo
siguiente, hablando del Rey Don
Fernando el Católico. El año de 1492
inmediatamente después de la toma de
Granada, por un espíritu de celo arrojó
de sus Estados todos los Judíos en
número de cerca de doscientos mil.
Otros dicen ochocientos mil.
Verdaderamente se censura en esto su
Política, porque por esta expulsión
perdieron sus Provincias inmensos
tesoros, que los Judíos transportaron a
otros Países.
20. Coteje ahora Vmd. un caso con
otro. En el primero [91] fue causa de la
expulsión una sórdida avaricia, junta
con una cruel inhumanidad. En el
segundo fue único motivo el amor de la
pureza de la Fe, segregado de todo
interés humano. El Rey de Francia ganó
mucho en la expulsión de los Judíos,
porque al mismo tiempo los robó. El
Rey Católico perdió mucho en ella,
porque perdió para su Reino las grandes
riquezas, que dejó llevar a los Judíos. El
Rey de Francia hizo una gravísima
injuria a los Judíos, despojándolos. El
Rey de España usó de su derecho
expeliéndolos; porque todo Príncipe
Católico le tiene para no permitir en su
Reino otra Religión que la suya.
21. Es verdad, que el sucesor de
Felipe el Hermoso Luis X permitió la
restitución de los Judíos a Francia, la
cual no lograron en España después de
su destierro. ¿Pero fue aquella
restitución motivada de alguna piedad?
No, sino de mero interés. Felipe el
Hermoso los robó al expelerlos: Luis su
sucesor, los disfrutó al admitirlos. Cito
al mismo Abad Fleury en el lib. 92 de su
Historia, num. 16. Son sus palabras:
Mas por otra parte permitió, que los
Judíos volviesen a Francia, de donde
habían sido expelidos, y sus bienes
confiscados; de suerte, que no se creía
que hubiesen de volver jamás; y esto lo
permitió mediante la contribución, que
le hicieron, del dinero que había
menester para la guerra de Flandes.
22. Véngase ahora Vmd. con la queja
de que los Españoles exceden a las
demás Naciones en el odio de los
Judíos. Si Vmd. lo mira bien, hallará
que otras Naciones, tanto más aborrecen
a los Judíos, cuanto más aman el dinero
de los Judíos que los Españoles.
23. Y últimamente le daré a Vmd.
una brillante prueba de que toda la
displicencia, que de los Judíos
experimentan en los Españoles, tiene
por objeto, no su Nación, sino su
Religión. Esta prueba me la ministra el
XIV Concilio Toledano, celebrado el año
de 693, en cuyo primer Capítulo, con
consentimiento del Rey Egica, se
estableció que los Judíos, que se
convirtiesen a nuestra Santa Fe,
quedasen exentos de todo pecho, o
contribución al Fisco [93] Real. Así
decreta hablando de ellos: Ita nempe, ut
quique eorum ad Christum plena
mentis intentione se converteverint, &
Fidem Catholicam, absque aliquo
infidelitatis fuco servaverint, ab omni
exactione, quam sacratisimo fisco
persolvere consueti sunt, cum his, quae
habere poterint: securi, exortesque
persistant.
24. De modo, señor mío, que todo
esto se reduce a que los Reyes de
España, por amar la salud de los Judíos,
ceden a los gruesos intereses que podían
percibir de ellos. Otros Reyes, por amar
el dinero de los Judíos, no se embarazan
en que crean lo que quisieren; y que los
admitan, que los rechazen, todo es a fin
de chuparles el jugo nutricio.
25. Por lo que mira a los buenos
oficios, que Vmd. asegura deben los
esclavos Españoles en Berbería a los
Judíos, posible es que sea así; y también
es muy posible, que sea mucho menos de
lo que Vmd. expresa, por no estar bien
informado de lo que en el tratamiento de
los esclavos Españoles pasa en
Berbería: Atestiguo (dice Vmd.) con los
Cautivos, que vienen de Berbería, los
beneficios que por lo general reciben
entre aquellos Bárbaros de los Hebreos
Españoles, comprándolos a los Moros
para librarlos de las Mazmorras en
que los meten, y del tiránico trato que
les dan, trayéndolos a su casa,
poniéndolos a su mesa, &c.
26. Señor mío, el tiránico trato de
los Moros respecto de los Cautivos
Cristianos, es más invención de
Cautivos embusteros, que realidad. Lo
que he oído a tal cual hombre de bien,
que tuvo la desgracia de caer en manos
de Moros, es, que entre ellos sucede lo
mismo que entre nosotros; esto es, hay
por allá, como por acá, Amos de buena,
y mala índole: y aun los de mala índole
casi no la explican jamás sino con la
voz, y con el gesto, como el esclavo no
haya faltado a la obediencia, cometido
delito, o caído en algún grave descuido.
La razón de todo esto es, que aquellos
Bárbaros son interesados en la
conservación de sus esclavos, por cuya
redención perciben gruesos intereses; y
así por mala índole, o por mucha
aversión que [94] tengan a los esclavos
Cristianos, se abstienen de todo
tratamiento áspero, que les quebrante la
salud, y mucho más que les quite la vida,
porque en lo primero perderían la
utilidad del servicio, y en lo segundo el
dinero de la redención. En suma el Moro
de peor condición, salvo el caso de uno,
u otro rapto de ira, cuida de la vista, y
salud de su esclavo Cristiano, como acá
se cuida de la de un caballo, u otra
bestia, en cuya posesión se utiliza su
dueño. Cautivo he visto, que ponderaba
el buen trato que le habían hecho los
Moros, y experiencias de mucho amor
en sus Amos. Y así es natural que sea,
porque los Moros son hombres como
nosotros; y no serían hombres, sino
bestias, si no les inspirase algún afecto
amoroso la gracia, el buen modo, la
buena índole, la buena presencia, y
sobre todo la habilidad, y buen
entendimiento de este, o aquel esclavo.
27. Lo que algunos Cautivos nos
dicen por acá, y creo lo dirán también
por allá, que padecieron en Berbería
alguna grave vejación por la Fe, es
enteramente ajeno de verdad. Desde que
en Argel se tomó por el más importante
tráfico la piratería sobre los esclavos,
jamás se hizo allí proceso a algún
esclavo sobre la creencia, ni violentado
a que abandonase su Religión; a menos
que él, con algún desordenado proceder,
irritarse la cólera de los Moros, o que
con Misión, o sin ella (esto segundo es
más ordinario) metiéndose a predicante,
maldijese la Ley Mahometana, o a su
Autor el falso Profeta Mahoma; en cuyo
caso, tratándole como blasfemo, le
aplicarían pena capital. Las señales que
trae por acá uno, u otro Cautivo de haber
padecido alguna pena corporal, como la
privación de orejas, la impresión de
algún yerro ardiente, &c. y él quiere
atribuir a su constancia en la Fe, sólo
son señales de que cometió algún delito,
por donde mereció aquella pena.
28. Tan lejos está de que los Moros,
ni con la persuasión, ni con la fuerza
induzcan a sus esclavos Cristianos a
abjurar su Religión, que antes tienen
mucho que sentir [95] cuando alguno por
su maldad lo hace, porque luego las
Leyes le hacen libre, y el Amo pierde el
esclavo, y su precio.
29. Más es, que los Moros estiman,
o por lo menos hacen confianza de los
esclavos Cristianos, que ven
observantes de su Ley; y al contrario,
miran con desconfianza, y ojeriza a los
que conocen tibios, o relajados. La
razón de esto se viene a los ojos. Del
esclavo, que es buen Cristiano, está
asegurado el Amo, que no cometerá con
él robo, o perfidia, pudiendo justamente
temer lo contrario del mal Cristiano. Es
el caso, que los preceptos de la Ley
natural son reconocidos de los
Mahometanos como de los Cristianos. Y
por esta razón, como nosotros decimos
por modo de adagio, de mal Moro
nunca buen cristiano: los Moros dicen,
de mal Cristiano nunca buen Moro.
30. Mas sin embargo de que los
Cristianos, que son esclavos de los
Moros, no sean bárbaramente
maltratados por ellos, posible es, que
los que son comprados por los Judíos,
experimenten en ellos algo más de
dulzura, ya que no en la substancia, en el
modo; porque al fin los Judíos son por
lo común para el trato civil más
racionales, y tienen el entendimiento
más cultivado que los Moros. Y si por
uno, u otro hecho particular se pudiese
formar concepto en la materia, a más me
extendería. Dígolo, porque conocí a uno,
que había sido Cautivo en Argel, donde
después de ser sucesivamente esclavo
de tres Moros, fue comprado por un
Judío, de quien había sido tratado mucho
más benigna, y amorosamente que de los
Moros.
31. Pero lo que se lee en algunos de
nuestros Historiadores Españoles,
refiriendo la expedición de Carlos V a
favor de Mulei Hacen, Rey de Túnez,
despojado por el famoso Corsario
Barbarroja, es de mucho mayor
consideración para el asunto de los
buenos oficios, que deben los esclavos
Cristianos a los Judíos en Berbería;
porque de dichos Historiadores consta,
que un Judío salvó dos veces la vida a
muchos millares de esclavos Cristianos,
a quienes quería degollar Barbarroja.
Los mejores Capitanes, [96] que tenía
este General en su Ejército, y como tales
sus inmediatos subalternos, eran un
Judío, llamado Sinaam Smirco, y un
Turco, llamado Haidin Calamanos.
Estaban a la disposición de Barbarroja
diez mil esclavos Cristianos en la Plaza
de la Goleta, y quince mil en la de
Túnez; y cuando vió a Carlos V en
disposición de embestir la Goleta,
propuso a los dos Capitanes nombrados
la determinación en que estaba de quitar
a unos, y a otros la vida. Convino en ella
el Turco; pero el Judío se opuso tan
eficazmente, que retraso a Barbarroja de
aquella cruel ejecución. Conquistada
por Carlos V la Goleta, y retirado a
Túnez Barbarroja, volvió al bárbaro
designio de degollar los quince mil
esclavos, que había en aquella Ciudad; y
segunda vez halló apoyo en el Capitán
Turco, como contradicción en el Judío, a
cuya generosa piedad debieron dos
veces la vida los quince mil Cristianos
de Túnez, como una vez los diez mil de
la Goleta.
32. En los dos casos, que acabo de
referir, verá Vmd. que nada disimulo de
lo que hallo favorable a su Nación en el
asunto que Vmd. se propone de
constituirla acreedora a la gratitud de
los Cristianos esclavos en Berbería.
Pero tampoco puede dejar de ver Vmd.
que unos pocos hechos particulares nada
prueban en la materia, debiendo
suponerse, que en la Nación Judaica,
como en otras, hay algunos sujetos de
genio clemente, y benigno para todo el
Mundo. La Religión no influye en el
temperamento, cuyo existencia en el
sujeto precede a la Religión. Así se ven
en las Religiones falsas sujetos de
índole generosa; como en la verdadera
algunos de corazón feroz, y sanguinario.
33. Consiguientemente a lo dicho es
posible que uno, u otro Judío haya, por
el único motivo de compasión,
comprado tal cual Cristiano a los
Moros; mas que esto sea cosa algo
frecuente no puedo admitirlo. No ignora
Vmd. que la Nación Judaica esta notada
generalmente de muy adicta al interés
pecuniario. Así, exceptuando uno, u otro
caso particular, los Judíos en Berbería
comprarán los esclavos Cristianos, que
consideren útiles para su servicio; y
[97] qué sé yo si tal vez se comprará
alguno con ánimo de pervertirle.
34. Y verdaderamente Señor mío, si
los Judíos hoy compran los Cristianos
en Berbería para librarlos del mal
tratamiento, que les dan los Moros, muy
distintos son de sus antepasados; pues
hubo tiempo en que éstos compraban los
Cristianos Cautivos para matarlos.
Atroz, y lamentable en extremo es el
caso, que refiere en su Crónica el Abad
Teófanes, citado por el Cardenal
Baronio al año de 614. En la
desolación, que los Persas de orden de
su Rey Chosroas hicieron de la Ciudad
de Jerusalén, y de toda la Palestina el
año quinto del Imperio de Heraclio,
llevaron innumerables Cautivos
Cristianos, los cuales luego (en número
de noventa mil dicen algunos)
compraron los Judíos para matarlos,
como de hecho lo ejecutaron. Estas son
las palabras de Teófanes: Anno quinto
Imperii Heraclii ceperunt Persae
Iordanem bello, & Palestinam, &
Sanctam Civitatem, & multos in ea per
manus Iudaeorum interfecerunt id est,
ut quidam aiunt nonaginta milia; isti
enim ementes Christianos, prout
unusquisque habere poterat,
occidebant eos. El Abad Teófanes fue
sujeto de ilustre santidad; por
consiguiente, no sólo es increíble que
impusiese a la Nación Judaica tan atroz
delito, mas aunque lo refiriese como
verdadero, sin estar bien informado.
35. Diráme acaso Vmd. que los
Cristianos compensaron ventajosamente
aquella bárbara ferocidad ejecutada en
ellos con la horrible matanza que en
varias ocasiones, y Reinos (como yo
mismo referí arriba) hicieron en los
Judíos. Pero repongo que hay dos
circunstancias, las cuales hacen sin
comparación más odioso el hecho de los
Judíos. La primera, que fue meditado, y
cometido a sangre fría. La compra y
venta de tantos millares de esclavos
sujetos separadamente a un gran número
de dueños, que los apreciarían
diversamente; ya según su codicia, ya
según la calidad de ellos, es negocio, no
sólo de muchos días, mas que pide de
parte de vendedores, y compradores
ánimo nada alterado, o furioso. La
segunda circunstancia, y [98] que tiene
conexión con la primera, es, que la
misma calidad del ingenio muestra, que
los mismos Jefes, o Caudillos de los
Judíos intervinieron en él, por lo menos
con su permisión, y aprobación. A no ser
así, les fuera fácil con tenerlos.
36. Una, y otra circunstancia faltaron
en las bárbaras ejecuciones que los
Cristianos hicieron en los Judíos. El
vulgacho, arrebatado de un impetuoso
furor, cometió aquellas violencias; y el
vulgacho solo, no sólo sin la
aprobación, o permisión de los
Príncipes, o Magistrados, ni Civiles, ni
Eclesiásticos, mas siempre improbando
éstos el hecho, y aun castigándolo,
cuando las circunstancias lo permitían.
En Spira padecieron pena capital
algunos de los Cristianos, que el año de
1096, con ocasión de la Cruzada, se
ensangrentaron en los Judíos. El Rey
Ricardo primero de Inglaterra hizo
ahorcar a los que pusieron fuego a las
dos casas donde se refugiaron los Judíos
cuando el motín de Londres contra ellos.
En el de Lisboa del año 1506
padecieron el último suplicio muchos de
los amotinados, y entre ellos dos
Religiosos, que con una Cruz delante del
populacho furioso le iban capitaneando:
profanación horrible de la Religión
Cristiana, por el mismo caso que se
quería ostentar como acción de un
heróico celo por ella.
37. Pero lo que a Vmd. y a todos los
de su Secta debe hacer más fuerza es,
que los mismos Jefes de nuestra
Religión, digo los Soberanos Pontífices,
siempre que se ofreció la ocasión, se
explicaron a favor de los Judíos,
procurando redimirlos de las
vejaciones, que les hacía el populacho
Cristiano.
38. Entre las Epístolas de San
Gregorio el Grande se hallan por lo
menos cuatro, dirigidas a este fin. En la
34 del primer libro, Indicc. 9. con
ocasión de habérsele quejado un Judío
que en Terracina los habían expelido de
un sitio donde solían congregarse a
celebrar sus festividades, manda al
Obispo de Terracina los desagravie,
restituyéndolos al mismo sitio, y
estorbando que nadie los impida [99]
continuar en él su solemnidades. Y da la
razón el Santo en esta notable sentencia:
Eos enim, qui a Christiana Religione
discordant, mansuetudine, benignitate,
admonendo, suadendo, ad unitatem
Fidei necesse est congregare: ne quos
dulcedo praedicationis ad credendum
invitare poterat, minis, & terroribus
repellantur. En la 26 del libro 7. Indicc.
1, manda al Obispo de Palermo haga se
les dé satisfacción a los Judíos de
aquella Ciudad en asunto de una queja,
que habían dado a su Santidad. En la 58
del libro 7, Indicc. 2, sabiendo que a los
Judíos se habían usurpado unas
Sinagogas, y luego se habían consagrado
para nuestro culto; después de tratar el
despojo de inicuo, y la consagración de
temeraria, declara no obstante, que
estando consagrados los Templos ya no
se les pueden entregar a los despojados:
pero al mismo tiempo ordena, que se les
dé en dinero el valor correspondiente, y
que todas las alhajas halladas en las
Sinagogas se les restituyan en su ser. En
la 15 del libro 11, Indicc. 6, porque en
Nápoles se había impedido, como en
Terracina, a los Judíos continuar sus
festividades, manda al Obispo
Napolitano, después de reprehenderle
con alguna severidad sobre el caso, no
se las estorbe en adelante. En la 5 del
libro 7. Indicc. 2, porque en Caller un
Judío recién convertido, y baptizado,
llevando por compañeros algunos
imprudentes Cristianos había ocupado
una Sinagoga, y propuesto en ella la
Imagen de nuestra Señora, y una Cruz:
después de improbar severamente el
atentado, manda al Obispo de Caller que
quite con todo respeto la Imagen, y la
Cruz, y haga restituir la Sinagoga a los
Judíos.
39. El Papa Alejandro II, en una
Carta suya, que es la 34, dirigida a todos
los Obispos de las Galias, los aplaude
por haber protegido a los Judíos contra
el furor de los Franceses, que iban a
guerrear contra los Sarracenos de
España. Y dice en la misma Carta, que
la guerra contra los Sarracenos es justa,
porque éstos persiguen a los Cristianos;
y por la razón opuesta, injusta contra los
Judíos. [100]
Inocencio II, en Carta escrita el año
de 1199, prohibió forzarlos a recibir el
Bautismo, turbarlos en la celebración de
sus fiestas, exigir de ellos nuevos
servicios, y desenterrar sus cuerpos.
Gregorio XI protegió
fervorosamente a los Judíos en la
persecución que padecieron en Francia
por los de la Cruzada el año de 1236,
escribiendo a este fin al Rey, y a varios
Obispos de Francia.
Lo mismo hizo el Papa Juan XXII en
la que padecieron en Francia el año de
1320, por la Tropa que llamaron de los
Zagales, que se habían propuesto a la
conquista de la Tierra Santa.
El año de 1348, que el rudo, y ciego
populacho dio en el delirio de que la
peste, que entonces desolaba algunos
Reinos de Europa, provenía de que los
Judíos habían envenenado fuentes, y
pozos, y con este motivo hizo una
horrible carnicería de ellos,
especialmente en Alemania: Clemente
VI expidió dos Bulas a favor suyo; de
las cuales en la segunda mandó a todos
los Obispos publicar en sus Iglesias que
nadie maltratase en algún modo a los
Judíos, pena de excomunión Pontificia.
40. He puesto todo lo dicho a los
ojos de Vmd. para que vea cuánta
diferencia hay entre las violencias
ejecutadas por los Judíos contra los
Cristianos, y las cometidas por los
Cristianos contra los Judíos: aquéllas
autorizadas por sus Jefes; éstas
improbadas, y aun castigadas por los
nuestros: aquellas calificadas por los
principales de la Secta Judaica, como
meritorias; estas tratadas por los
Príncipes Eclesiásticos, y Seculares,
como delincuentes.
41. De modo, Señor mío, que a
ninguna Nación, o Secta se deben
imputar los desórdenes del ignorante, y
ciego Vulgo, cuando no sólo los
superiores, mas aun los doctos, y
discretos de la misma Nación, o Secta
los condenan; pero sí cuando los
principales, o los imperan, o los
aprueban por lo menos. En el primer
caso estamos los Cristianos; en el
segundo los Judíos. El vulgo es, con muy
poca diferencia, uno mismo en todo el
mundo; esto es, [101] ignorante, y rudo
en cada individuo; pero cuando llega a
conglobarse, preocupados los
entendimientos de algún error, y
agitados los corazones de alguna pasión
de odio, o ira, precipitado, furioso,
cruel, y bárbaro; y esto sucede
principalmente cuando juzgan
interesarse la Religión en sus
violencias. Una furia bestial es entonces
para ellos celo heróico por la Religión.
42. De este mal entendido celo
religioso del Vulgo han nacido muchas
ridículas opiniones, con que los de una
Religión pretenden infamar, o hacer
odiosos, y despreciables a los de otra,
cuales son las de que Vmd. se queja en
su Carta, inventada para dar a la Nación
Judaica un carácter especial de horror, y
abominación. La queja es justa; pero
también es cierto que únicamente cae
sobre el Vulgo. A ningún hombre de
buen juicio, y libre de preocupaciones
he visto persuadido a esas fábulas. Y
por lo que toca a mí, no en una parte
sola he manifestado que las tengo por
tales. En el Tomo quinto del Teatro
Crítico, Disc. 5, num. 13, puede ver
Vmd. que impugno, como error vulgar,
el que los Judíos tienen cola; y en el
número siguiente demuestro, a mi
parecer con evidencia, ser falso lo que
tan comúnmente se dice que los Médicos
Judíos quitan; esto es, de cada cinco
Cristianos enfermos, para quienes son
llamados, matan uno. En el Suplemento
del Teatro, pag. 177, num. 27, y los dos
siguientes condeno también con Tomás
Brown, como falsa, la noticia de que
todos los Judíos, exhalan mal olor. Y en
la pag. siguiente num. 30, cito a Juan
Cristoforo Wagenselio, que defiende a
los Judíos de la atroz acusación, que
hace contra ellos una gran parte de la
plebe, de que matan todos los niños
Cristianos que pueden; pero dejando
lugar a que en tal cual caso particular
hayan cometido tales homicidios.
43. Mas a la verdad, el que los
Judíos practiquen esta atrocidad, no es
sólo la opinión del Vulgo, pues la
afirman algunos Autores nada
despreciables; y como en el citado lugar
del Suplemento no he explicado mi
sentir en orden [102] a ella, sí sólo
referido el dictamen de otro Autor, lo
haré ahora.
44. Los que atribuyen esta
monstruosa crueldad a los Judíos varían
algo en modo. Unos dicen lo que ya se
ha insinuado, que matan todos los niños
Cristianos que pueden: otros, que
sacrifican uno el día de Jueves, o
Viernes Santo, u otro día de aquella
semana. Yo creo, que en esta materia, ni
todo es verdad, ni todo mentira. No
entraré jamás en que entre los Judíos
haya estatuto, o costumbre autorizada de
matar los Cristianos que pueden haber a
las manos, o de hacer ese sacrificio, que
se dice, por la Semana Santa. Lo
primero, porque es increíble que toda
una Nación, y no Nación bárbara, pues
habita, y conversa con tantas Naciones
bien cultivadas, ni por error, ni por
ferocidad haya convenido en tan
horrible establecimiento. Lo segundo,
porque si fuese así, constaría por la
deposición de los Judíos, que
sinceramente se convierten: lo cual no
hay.
45. Pero asiento a que esta maldad
se ha practicado algunas veces por
particulares individuos de la Nación
Judaica, porque algunos hechos de éstos
se han justificado bastantemente. Gayot
de Pitaval en el libro 18 de sus Causas
célebres refiere uno acaecido en Metz
de Lorena el año de 1669, comprobado
con todas las solemnidades del Derecho.
El caso fue, que un Judío, llamado
Rafael Levi, hurtó un niño Cristiano; y
luego que empezaron a aparecer indicios
contra él, dispuso que llevando el niño a
una selva, allí le matasen, y destrozasen,
de modo, que pareciese haber sido
despedazado por alguna fiera. Pero
convencióse enteramente el robo, y el
homicidio, y Rafael Levi fue quemado
vivo. Verdad es que del proceso no
consta que el robo se hiciese con
intención del homicidio, pues pasaron
dos meses y medio entre uno y otro, a
cuyo plazo se reconoció que el niño
estaba recién muerto; antes parece fue
casualmente el homicidio ocasionado
del deseo de ocultar el robo.
46. Si estos casos son muchos, o
pocos, más, o menos [103] frecuentes,
¿quién podrá determinarlo? El Abad
Fleury, después de referir en el Tomo
15, y en el 18 de su Historia
Eclesiástica varios de hechos de éstos,
unos acaecidos en el XII siglo, otros en
el XIII, añade lo siguiente: Algunos
Autores dicen que los Judíos cometían
estas crueldades para tener sangre de
Cristianos, y usar de ella para
remedios, u operaciones mágicas; pero
las razones, que dan de esto, son tan
frívolas, que me desdeño de referirlas.
Por otra parte yo no encuentro alguno
de estos hechos apoyado de pruebas
incontrastables; e importa verificarlos,
sino es que sea por causa del culto de
estos pretendidos Mártires; porque la
Iglesia sólo se interesa en convertir a
los Judíos, mas no en destruirlos, o
hacerlos odiosos.
47. Lo que el Autor dice de el culto
de los pretendidos Mártires, es relativo
a la noticia que antes había dado de
haberse venerado, y dado culto como a
verdaderos Mártires a algunos infantes,
que se creía haber sido muertos por los
Judíos. Lo de que no encontró alguno de
aquellos hechos apoyados sobre pruebas
incontrastables, nada infiere
positivamente a favor de los Judíos.
Leería sin duda en varios Escritores los
hechos, y no las pruebas; porque lo
común de los Historiadores es referir
aquéllos, sin especificar éstas. Mas pues
hubo pruebas incontrastables del hecho
de Metz de Lorena, es verosímil que las
hubo en algunos otros. Bien que es
igualmente verosímil, que por el gran
odio, que la Plebe Cristiana profesa a
los Judíos, a que es consiguiente igual
inclinación a calumniarlos, una gran
parte, o la mayor de aquellos odiosos
hechos fuese impostura, y no realidad.
¿Y qué mucho? Es tan ignorante, y rudo
el Vulgo, que muchas veces piensa hacer
obsequio a la Religión, acusando por
levísimas conjeturas de algún delito
enorme a los Judíos; y también juzga
hacer obsequio a la Religión, creyendo a
los acusadores. Tal vez calumnias
semejantes proceden, no de ignorancia,
sino de mera malicia sugerida del odio.
De lo cual el mismo Abad Fleury refiere
algunos ejemplos.
48. En Heirmiburg, Lugar de la
Diócesis de Pasau, el [104] año de
1338, o poco antes, un Sacerdote colocó
en la Iglesia una Hostia bañada en
sangre, mas no consagrada,
persuadiendo al Pueblo que la sangre
había brotado milagrosamente de las
heridas, que le había dado un Judío; y
confesó después en presencia del
Obispo, y de otras personas fidedignas,
que él mismo había ensangrentado la
Hostia, y forjado la calumnia por el odio
que tenía a los Judíos. Y porque la
Hostia dentro de poco tiempo se halló
medio comida de insectos, otro
Sacerdote quiso mantener la impostura,
colocando en lugar de ella otra
enteramente semejante. Estas calumnias
descubiertas no quitaron que en Pulca,
Lugar también de la misma Diócesis de
Pasau, poco después se formase otra
igual. Un hombre lego mostró una Hostia
ensangrentada, diciendo que la había
hallado debajo de paja en la calle
delante de la casa de un Judío; y el
Pueblo, suponiendo, sin más examen,
que de los sacrílegos golpes del Judío
había resultado la sangre, se arrojó
sobre los Judíos, y mató a muchos. Pero
las personas de más juicio, añade el
Autor, juzgaron que más se hacía esto
por pillar sus bienes, que por vengar el
pretendido sacrilegio.
49. Así sucede siempre que hay
alguna acusación falsa contra los Judíos.
Sólo alguna porción del Vulgo Cristiano
es autora de ella, y siempre los hombres
de juicio la imprueban, y condenan. Yo
tendré por delitos suyos verdaderos
aquellos, que judicialmente constaren,
como el de Metz de Lorena, dando
siempre por inciertos los que no tienen
más fundamento que rumores populares.
50. Ya sólo resta un punto de la
Carta de Vmd. sobre que decir algo, que
es lo del Talmud. Este nombre se da a
una compilación de toda la doctrina
Judaica, que hizo la primera vez Judas,
hijo de Simeón ciento cincuenta años
después de la ruina de Jerusalén, y
después en distintos tiempos fue
aumentada por otros Rabinos. Pretende
Vmd. persuadirme, que ésta es una obra
muy buena, y exenta de todo error. Y
porque el testimonio de un Judío, y aun
de mil Judíos, en la materia es de ningún
peso, me cita [105] a favor de ella un
Autor Católico; esto es Galatino, que
hablando del Talmud, dice ser obra muy
excelente, y digna de ser estudiada en
las Universidades, y Colegios de la
Cristiandad.
51. Sí Señor, Pedro Galatino, a
excepción del elogio de ser el Talmud
obra muy excelente, dice lo demás que
Vmd. expresa. Pero también es cierto,
que ésta es una extravagancia de
Galatino, de que se ríen los demás
Autores Católicos, entre ellos Sixto
Senense, hombre sin controversia mucho
más docto que el Galatino, mucho más
inteligente en la lengua Hebrea, y mucho
más versado en el Talmud, como quien
había profesado la Religión Judaica,
hasta que le convirtió el Santo Pontífice
Pío V antes de ser Papa, ni Cardenal.
Proinde (son palabras de Sixto Senense
en el lib. 2. de su Biblioteca Santa, litt.
T.) non possum hic non magnopere
mirari inane studium Petri Galatini ex
Ordine Minorum, qui cum, in primo de
Arcanis Catolicae veritatis libro,
defensionem Talmudicorum voluminum
suscepisset, in eam vanitatem devenit,
ut non solum affirmaverit. Talmudica
opera in latium verti oportere, &
publice in Scholis Christianorum
explicari, sed hoc ipsum conatus fuerit
astruere auctoritate Clementis Papae V.
&c.
52. El mismo Sixto Senense nos da
luego a conocer, que el Talmud, en vez
de ser una obra excelente, es una obra
pestilente, que abunda de impiedades, y
delirios; pues demás de las blasfemias,
que contiene en orden a Cristo Señor
nuestro, las cuales son tan horrendas,
que el Autor no pudo resolverse a
escribirlas por no horrorizar a los
lectores, contra Dios, contra la caridad,
contra algunos Santos del Viejo
Testamento, contra la misma Ley de
Moisés; profiere desatinos Teológicos,
Históricos, y Morales, iguales a los que
tienen admitidos las Naciones más
bárbaras del Mundo. Referiré aquí
algunos, con la advertencia de que Sixto
Senense, de quien los copió, cita para
cada uno de ellos, con toda puntualidad,
el lugar del Talmud, donde se hallare.
53. Dios, antes que criase el
Mundo, por no estar ocioso, [106] se
ocupaba en formar varios Mundos; los
cuales destruía luego, y volvía a
fabricar, hasta que aprehendía a hacer
el Mundo, que hoy tenemos.
Dios ocupa siempre las tres
primeras horas del día en la lección de
la Ley Judaica.
Habiendo subido Moisés una vez al
Cielo halló a Dios escribiendo acentos
en la Sagrada Escritura.
Dios, el día primero del Novilunio
del mes de Septiembre juzga todo el
Mundo; y en los días siguientes de la
misma Luna se aplica a escribir los
justos en el libro de la vida, y los malos
en el libro de la muerte.
Tiene Dios cierto lugar separado,
donde en determinados tiempos
derrama copiosas lágrimas, y se aflige
por haber, airado contra los Judíos,
destruido el Templo de Jerusalén, y
esparcido por la tierra su Pueblo.
Dios mandó al Pueblo Judaico, que
en cada Novilunio haga un sacrificio,
para expiar el delito, que Dios cometió
cuando dio al Sol la luz, que
injustamente quitó a la Luna.
Siempre que Dios trae a la memoria
las calamidades, que padecen los
Judíos oprimidos por las Naciones,
derrama dos lágrimas en el Mar
Océano, y dolorido, se golpea el pecho
con ambas manos.
En otro tiempo Dios, en las tres
últimas horas del día, se entretenía
jugueteando con un pez de portentosa
magnitud, llamado Leviathan, hasta
que indignado contra él (no se sabe por
qué), le mató, y saló sus carnes para
darlas a comer a los Santos en la vida
venidera.
Habiendo el Angel Gabriel
cometido un delito grave, mandó Dios
azotarle con unas disciplinas de fuego.
Adán tuvo concúbito con todas las
bestias de uno, y otro sexo, sin poder
satisfacer su apetito hasta que usó de
Eva.
El Cuervo, que Noé despachó del
Arca, resistía salir de ella por el temor
de que, en su ausencia, Noé adulterase
con la Corneja, que era su consorte.
David no pecó, ni en el adulterio, ni
en el homicidio; y cualquiera que diga
que pecó, es Hereje.
Las almas de los hombres pasan de
un cuerpo a otro debajo [107] de esa
ley: que si la alma pecó en el primer
cuerpo, pase al segundo: si peca en el
segundo, pase al tercero; y si también
peca en éste, sea arrojada al Infierno.
La alma de Abel pasó a Seth, y la
alma de Seth a Moisés.
Las almas de los hombres indoctos
en la resurrección no recibirán sus
cuerpos.
El que orare vuelto al Mediodía,
conseguirá sabiduría; y riqueza el que
orare al Septentrión.
Si alguno pasare debajo del vientre
de un Camello, o por entre dos
Camellos, o por entre dos Mujeres,
jamás podrá aprehender algo del
Talmud.
Si alguno negare los Libros
Talmúdicos, niega el mismo Dios.
El Rabino, que no tuviere odio
mortal, a su enemigo, y procurase
vengarse de él, es indigno del nombre
de Rabino.
Mayor castigo merecen los que
contradicen las palabras de los
Escribas, que los que contradicen las
de la Ley Mosaica a las cuales el que
contradijere puede ser absuelto; pero
el que contradice las palabras de los
Rabinos, irremisiblemente debe morir.
Si los testigos fueren convencidos
de falsedad, deben ser castigados con
la pena del Talión; mas si sucediere,
que el que fue injustamente acusado,
sea condenado, los testigos deben ser
enteramente absueltos.
Aquél, a quien la mayor parte de
los Jueces condenare a muerte, debe
morir; mas si todos los Jueces
unánimes convinieren en su
condenación, sea absuelto.
Si alguno hallare bolsa con dinero
en lugar público, y supiere que el
dueño de ella ya desesperó de hallarla,
no está obligado a la restitución.
54. Omito otros muchos insignes
disparates, y especialmente lo que el
Talmud dice contra los Cristianos,
porque estoy en ánimo de dar esta Carta
a la estampa. Los que manejan los
Libros pueden verlo en el lugar citado
de Sixto Senense; y el Vulgo mejor es
que lo ignore, porque rara, o ninguna vez
usa bien de tales noticias.
55. Ahora, bien, señor mío, contra el
testimonio de [108] Sixto Senense no
hay réplica, que pueda ser admitida,
porque sabemos muy bien, que este
Autor fue sincerísimo, y religiosísimo:
manejó el Talmud con gran cuidado, y
era peritísimo en la lengua Hebrea.
56. Acaso recurrirán los Judíos a
algunas interpretaciones violentas de los
desatinos Talmúdicos. Y aun me parece
que Vmd. significa eso, cuando se ofrece
enviarme algunas de los Emblemas del
Talmud con su declaración, probados
por la Santa Escritura, y que veré la
diferencia de su significado a lo que
suena la letra. Señor mío, el explicar
errores de modo que admitida la
explicación dejen de ser errores, es cosa
fácil. La dificultad está en dar
explicación que deba, o pueda ser
admitida; esto es, natural, y no violenta.
Y yo me atrevo a desafiar a Vmd. y a
todos sus Rabinos, sobre que no me
darán exposición alguna de los errores
Talmúdicos citados, que no sea muy
forzada, e incongruente a la letra del
texto.
57. Lo que yo entiendo en esto es,
que los Rabinos de estos últimos siglos
son mucho más instruidos, y cultivados
que los de los siglos anteriores, y por
tanto reconocen los errores, y
extravagancias que hay en el Talmud;
pero no atreviéndose a combatir
derechamente la autoridad de esa
colección, que hallan tan establecida por
sus mayores, y tan reverenciada como
sacrosanta del Pueblo, tomaron el sesgo
de exponer como pudieron aquellos
delirios, trayéndolos a sentidos
extraños, en que dejan de ser delirios.
58. El que los Rabinos antiguos, que
existieron en los nueve, o diez primeros
siglos del Cristianismo, fueron unos
hombres ignorantes, crédulos,
supersticiosos, qu adoptaban como
tradiciones legítimas los más ridículos
cuentos de viejas, consta, no sólo de los
que esparcieron en los libros, de que se
formó la colección del Talmud, mas
también de otros muchos, los más
impertinentes del Mundo, que
amontonaron en sus exposiciones de la
Biblia, y de que hacen memoria los
Expositores Cristianos, que leyeron los
Comentarios Judaicos de la Escritura.
Mas después del siglo décimo
parecieron los Rabinos Natán, [109]
Abenezra, Abrahán, Halleví, Moisés,
Maimónides, José Kimchi, y sus dos
hijos David, y Moisés, Salomón Jarchi,
Abrabanel, y otros que miraron con
algún desengaño las más groseras
ficciones Judaicas; pero con más luz que
todos los demás Moisés Maimónides, de
quien se dice vulgarmente haber sido el
primero entre los Judíos, que dejó de
decir necedades. Fue éste un hombre de
extraordinaria capacidad, de quien
Vosio afirma, que fue eminente en la
Literatura Hebraica, en la
Jurisprudencia, y en la Medicina
también, y en la Matemática; y de quien
dice el Doctísimo Obispo Huet: Inter
Iudaeos quotquot a Mosis aetate
floruerunt, doctrinae, & ingenii gloria
praestantisimus Rabbi Moses Ben
Maimon. Donde advierto, que
Maimónides, y Ben Maimon significa
una misma cosa; esto es, hijo de
Maimón.
59. Este Rabino, pues, abrevió el
Talmud, purgándole de la mayor parte de
sus quimeras; y en otra obra expositiva
de la Escritura, atándose al texto, aunque
usa muchas veces para su explicación de
la Filosofía Aristotélica, hace guerra
declarada a las ridículas tradiciones de
su gente: por lo que la mayor parte de
los Judíos conspiraron contra él, como
un enemigo de su Religión; pero los
Judíos Españoles estuvieron de su parte,
o ya por pasión nacional, porque este
famoso Rabino fue natural de Córdoba,
o ya porque los Rabinos Españoles eran
en aquel tiempo mucho más hábiles que
los de las demás Naciones, como
quienes tenían abierta para su estudio la
gran Escuela Arábiga de Córdoba. En
efecto, en el mismo siglo (que fue el XII)
florecieron otros dos famosísimos
Rabinos Españoles, Abenezra, y muy
probablemente también José, y David
Kimchi.
60. Como quiera, los muchos
enemigos, que tuvo Moisés Maimónides,
no estorbaron, que con el tiempo
triunfase de todos ellos; de suerte, que
hoy todos los Hebreos le veneran como
el Príncipe de todos los Rabinos. Así
dice el Obispo Huer, que todos los
Judíos respetan sus decisiones como
oráculos dictados del Cielo: Illius [110]
effata haud secus quam dictata de
Caelo oracula audiunt. De Optim. Gen.
Interpretandi. La lástima es, que este
gran ingenio dejase intacto el tronco de
la superstición Judaica, contentándose
sólo con derribar las ramas; ni aun todas
esas, según el testimonio del P. Ricardo
Simón. Digo que dejó en pie el tronco
de la superstición Judaica, porque fue
hasta la muerte constante profesor de la
abrogada Ley de Moisés.
61. De lo dicho en esta materia
resulta el concepto que insinué arriba.
Los Judíos modernos por una parte ven
que el Príncipe de sus Rabinos, y otros
que le siguieron, han reconocido en el
Talmud varias fábulas monstruosas, y
máximas inicuas. Por otra parte el
interés de la Secta los mantiene en la
veneración del Talmud como de una
cosa muy sacrosanta. Con que para
conciliar uno con otro, recurrieron al
medio de trasladar del sentido literal al
alegórico, u otro improprio las
extravagancias, y errores del Talmud.
¿Pero esto mismo no hace visible la
ignorancia, rudeza, y superstición de los
antiguos Rabinos, Autores del Talmud,
de modo, que los mismos Judíos, si
voluntariamente no cierran los ojos, no
pueden menos de conocerla?
Ciertamente.
62. He dicho, que el interés de Secta
mantiene a los Judíos en la veneración
del Talmud. Esta obra fue compuesta, y
añadida por algunos Rabinos, que
existieron en los primeros siglos del
Cristianismo, y eran entonces los
Directores, y Maestros principales de la
Nación Judaica, a quien como tales
mantuvieron en obstinada resistencia a
reconocer por verdadero Mesías a
nuestro Señor Jesucristo. Con que lo
mismo sería faltar los Judíos a la
veneración del Talmud, por conocer que
contiene muchas fábulas, y errores
groseros, que confesar, que en su
resistencia a venerar como verdadero
Mesías al que los Cristianos adoran
como tal, fueron guiados por unos
hombres estúpidos, o alucinados: lo que
viene a ser lo mismo que confesar, que
es falsa, y errónea la Religión que
profesan. [111]
63. No ignoro, que los Judíos dicen,
que los Rabinos, que compusieron el
Talmud, nada más hicieron, que poner
por escrito las tradiciones, que llaman
Orales; esto es, que no constaban por
escrito alguno, habiéndose comunicado
de boca en boca desde Moisés hasta
ellos, y derivado primeramente de Dios
a Moisés. ¿Mas qué importa que digan
esto, si los muchos horrendos absurdos,
que hay entre esas tradiciones, muestran
claramente que no vinieron de Dios, ni
de Moisés, ni aun de hombres que fuesen
dotados de algún juicio?
64. Señor mío, pues Vmd. como me
asegura, ha leído mis Escritos, discurro
habrá hecho por ellos el juicio, que
hacen casi todos los demás; esto es, que
soy perfectamente sincero, y que nunca
el odio, el amor, u otra pasión humana
dan impulso a mi pluma, sí sólo el puro
amor de la verdad, y de que el público
la conozca. Buena prueba hacen de esto
para Vmd. y para todos los de su Secta
los pasajes que cité arriba de mis
Libros, en que defiendo a los Judíos de
algunas imposturas, con que procuran
hacerlos más odiosos, y abominables
muchos de nuestros vulgares. Y esta
misma defensa deberá persuadirlos a
que de tal modo detestos sus errores,
que al mismo tiempo amo las personas;
porque ¿qué otro motivo sino este amor
podría inducirme a ser su Apologista
contra aquellas imposturas?
65. Quisiera yo que Vmd. y todos los
de su Secta entendiesen, que esta misma
buena disposición de mi ánimo hacia
ellos hay en todos los Católicos de buen
entendimiento. ¿Y cómo puede ser otra
cosa, sabiendo éstos, que nuestra
soberana doctrina del precepto de la
Caridad comprehende a los Judíos,
como a todos los demás hombres? Si la
Nación Judaica se hiciese cargo de esto,
creo la hallarían mucho menos indócil
los argumentos, con que los Católicos
combaten su errada Secta; porque como
noté al principio de esta Carta, el
concepto que hacen los profesores de
alguna Religión, que los de la opuesta
los miran con odio, y rencor, influye en
sus corazones una aversión [112] capaz
de endurecerlos, y obstinarlos, aun
cuando los de la opuesta los impugnen
con clarísimas evidencias.
66. Bien presente tenía esto el Gran
Augustino cuando nos dio la importante
lección de que en los casos de predicar
a los Judíos procedamos con tal dulzura,
que en la suavidad de la exhortación
conozcan la sinceridad con que los
amamos; añadiendo, que en ninguna
manera los despreciemos, o insultemos
porque van descaminados; antes
cariñosamente procuremos llamarlos a
nuestra compañía, y atraerlos a la senda
de la verdad: Haec, fratres charissimi,
sive gratanter, sive indignanter audiant
Iudaei, nos tamen, ubi possumus, cum
eorum dilectione proedicemus. Nec
superbe gloriemus adversus ramos
fractos, sed humilibus consentientes,
non eis cum praesumptione insultando,
sed cum tremore exultando, dicamus,
venite ambulemus in luce Domini (Tom.
6. in Orat. adversus Iudaeos).
67. Inducido de este espíritu de
lenidad, y amor, quisiera yo representar
a Vmd. con algunos eficaces argumentos
la falsedad de su Secta; pero veo, que
ésta es materia, no de una Carta, sino de
un Libro entero, y Libro grande; cuando
sólo el que se toma del cumplimiento de
las Profecías del Testamento Antiguo en
Cristo Señor nuestro, y en su Iglesia; de
la incompetencia de ellas al esperado
Mesías de los Judíos; si se han de
refutar juntamente los vanos efugios, con
que éstos pretenden evadirse de este
invencible argumento, ocupará un
volumen más que mediano. Sin embargo,
por vía de complemento de esta Carta
propondré a Vmd. algunos de los
capítulos, que no necesitan, ni de mucho
aparato de erudición, ni de largos
razonamientos, para convencernos de
que van visiblemente descaminados los
que después de la venida de Cristo
profesan la Ley de Moisés.
68. El primer argumento a este
propósito formo sobre las grandes
variaciones de los Judíos en orden a su
esperado Mesías. La variación de
alguna Secta sobre cualquier artículo,
que se considera substancial en ella,
visiblemente caracteriza su falsedad. De
este género es para los Judíos [113] su
prometido Mesías. Esperábanle cuando
Cristo Señor nuestro vino al Mundo, y
prosiguieron esperándole por algunos
siglos, en cuyo espacio de tiempo varios
embusteros de la misma Nación los
engañaron, ostentando cada uno ser el
prometido Mesías; con que la hicieron
objeto de escarnio, y risa, no sólo para
los Cristianos, mas aun para
Mahometanos, y Gentiles. Por lo que,
pasado un gran espacio de tiempo,
cansados, o corridos de tantas burlas,
muchos de sus Doctores empezaron a
mudar de tono, afirmando, que ya ha
muchos siglos que vino el Mesías; pero
que está escondido, o en el Paraíso
Terrenal, o en otra parte,
suspendiéndose su descubrimiento por
los pecados de los mismos Judíos. Otros
echaron por el efugio, de que la promesa
del Mesías no es artículo esencial de la
Religión Judaica, la cual por tanto queda
íntegra en lo substancial, aunque sus
profesores se hayan engañado en la
esperanza de él. Pero sobre que así
éstos, como aquéllos se apartaron de lo
que sobre la materia pensaron casi todos
sus mayores (en que es visible la
variación substancial) vino ya muy tarde
el recurso a una, y otra solución; esto es,
forzada de las muchas burlas, que ya
habían padecido por la esperanza
unánime de su venidero Mesías.
69. En el Tomo séptimo del Teatro
Crítico tengo enumerados veinticuatro
impostores, que en diferentes tiempos,
desde el primer siglo del Cristianismo,
hasta fines del próximo pasado
engañaron a los Judíos, haciendo cada
uno el personaje del Mesías, de modo
que algunos de ellos arrastraron, o toda
la Nación, o gran parte de ella,
ocasionándole esta errada persuasión
gravísimos daños. Y aun a aquella lista
puedo añadir el famoso Cromuel, de
quien hago memoria en el Suplemento,
pag. 292, porque aunque éste no engañó
a los Judíos, los Judíos se engañaron
con él, como expongo, y pruebo en el
lugar citado.
70. Esta esperanza perdurable, a
quien sobran méritos para pasar a
desesperación, las contradicciones de
unos Judíos con otros sobre el mismo
artículo, y en fin, las repetidas [114]
burlas, que en virtud de su vana
esperanza padecieron por impostores de
su misma Nación, no sólo mostraron a
las gentes la falsedad de la Religión
Judaica, mas también representaron sus
Profesores a los ojos de todo el Mundo
como hombres ridículos, y alucinados.
71. El segundo argumento se toma de
la comparación de la Sinagoga antigua
con la moderna; esto es, de la que
precedió la venida de Cristo, con la que
le subsiguió.

O quantum haec Niobe, Niobe


distabat ab illa!

En la Sinagoga antigua había Profetas, y


no pocos: había milagros, y muchos; y
así en estos dos grandes favores, como
en otros, hacía Dios visible, que miraba
al Pueblo de Israel como Pueblo suyo.
¿Pero ahora? Fuimus Troes. Todo se
acabó. A los Profetas sucedieron
Pseudo-Profetas: a los Patradores de
prodigios, Seductores que los
prometieron, y no ejecutaron. Tales
fueron todos aquellos, que vendiéndose
por Mesías, ofrecían su redención a los
Judíos, por medio de portentosas
victorias, sobre los Profesores de todas
las demás Religiones, parando estas
promesas en hacer su opresión más dura,
y su creencia más irrisible. ¿No es eso
seña clara de que el árbol, que un
tiempo produjo tan bellos frutos, y
ahora, en vez de profecías, y milagros,
sólo es fecundo de ilusiones, está
enteramente viciado, por alimentarse ya,
no del nutrimento saludable de la Fe,
sino del juzgo adulterino del error?
72. El tercer argumento se deduce
del estado aflictivo, y calamitoso en que
se halla la gente Hebrea desde el tiempo
de la Pasión de nuestro Redentor, hasta
ahora; el cual, mirado fuera de toda
preocupación, no puede menos de
considerarse como castigo de algún
atrocísimo crimen cometido por dicha
gente. No es esto decir que
generalmente, las calamidades
temporales sean castigo de algunos
delitos. Deja Dios muchas veces, por
justísimos motivos, padecer a los
buenos, y prosperarse los malos. Las
circunstancias son quienes determinan la
prudencia al juicio de si la infelicidad
mundana es pena del delito, u ordenada
del [115] Cielo por otra causa; y
siguiendo esta regla, resueltamente
afirmo, que cuanto padecen los Judíos,
se debe mirar como castigo de la muerte
que dieron al Salvador, y de su
obstinación en no reconocerla injusta.
73. Diecisiete siglos ha que está
viviendo la Nación Hebrea en la más
miserable opresión, que hasta ahora
padeció gente alguna; dispersos por el
Mundo, sin poder formar siquiera alguna
pequeña República; aborrecidos, y
despreciados como gente vilísima;
arrojados ignominiosamente, ya de esta
región, ya de aquella; cargados de
graves exacciones, y ceñida su libertad
con severísimas leyes, donde son
contenidos. Así como una calamidad tan
larga, y tan funesta es tan particular a los
Judíos, que no se le halla ejemplar en
alguna otra Nación; así es preciso
discurrir, que interviene en ella de parte
de la Providencia, respecto de los
Judíos, algún motivo muy particular. ¿Y
cuál puede ser este motivo particular,
sino un delito tan particular a los Judíos,
que no cayó jamás en él otra alguna
gente; esto es, la muerte de Cristo?
74. Este argumento, que por sí es
eficacísimo, recibe muchos grados de
fuerza, observando la diferentísima
conducta que Dios tuvo en castigar a los
Judíos antes, y después de la venida del
Redentor. Antes de ella había idolatrado
varias veces el Pueblo Hebreo; y siendo
el crimen de la Idolatría tan horrible, se
contentaba Dios entonces con castigos
pasajeros; esto es, que duraban poco
tiempo; pasado el cual, a los azotes
sucedían los alhagos. Esto consta de
varios lugares de la Escritura. Vino el
Redentor, y poco después de su muerte
sucedió la ruina lamentable de
Jerusalén, a que se siguió la dispersión,
y opresión de la gente Judaica, la cual
lleva ya diecisiete siglos bien cumplidos
de duración. ¿Qué es esto? ¿Antes
duraba el castigo por días, o cuando más
por años, y ahora por siglos? ¿Mudó
Dios de genio? ¿No lo dirán los Judíos,
pues le confiesan el atributo de la
inmutabilidad? ¿Cayeron éstos en alguna
nueva Idolatría, que, por ser mucho más
torpe que todas las anteriores; mereciese
a Dios mucho más severa indignación?
[116] Bien lejos de eso, desde que vino
el Redentor al Mundo, hasta ahora,
consta que no idolatró más la gente
Hebrea; antes bien, a costa de mucha
sangre suya resistieron los Judíos,
únicos en esto entre todas las Naciones,
conceder al Emperador Cayo el título
que pretendía de Divino; y antes, por no
consentir cosa que contuviese la más
leve apariencia de Idolo, derribaron, e
hicieron pedazos la Aguila de oro que
Herodes había colocado en la puerta
mayor del Templo. ¿Pues cómo Dios tan
moderado antes en castigar la Idolatría
de los Judíos, hoy que tan constantes
están en su Ley de Moisés, los trata con
tanta severidad? A la vista está la causa.
Castigólos antes por el delito de la
Idolatría; hoy los castiga por otro delito
mayor que el de la Idolatría; por la
muerte que dieron al Santo de los
Santos, al Hijo de Dios, y tan Dios como
su Padre.
75. El asunto del cuarto argumento
es la adecuada, y puntual
correspondencia de la ruina de
Jerusalén, ejecutada por los Romanos
con la predicción que Cristo Señor
nuestro hizo de ella, y se halla
estampada en el cap. 19 del Evangelista
San Lucas por estas palabras: Quia
venient dies in te: & circundabunt te
inimici tui vallo, & circundabunt te: &
coangustabunt te undique: & ad terram
prosternent te, & filios tuos, qui in te
sunt, & non relinquent in te lapidem,
super lapidem: eo quod non cognoveris
tempus visitationis tuae.
76. En cuyas pocas líneas se
expresan con la más ajustada
puntualidad el motivo que hubo de parte
de Dios para decretar la destrucción de
Jerusalén; el medio que para conseguirla
tomaron los Romanos; y últimamente la
total ruina de aquella infeliz Ciudad. El
motivo de parte de Dios fue la
incredulidad de los Judíos: Eo quod non
cognoveris tempus visitationis tuae. El
medio de parte de los Romanos fue
aquel gran Muro de treinta y nueve
estados de circuito, que corresponden a
más de legua y media de las Españolas,
(Véase a Josefo, libro 6 de Bello Judaic.
cap. 13) con que se estorbaron las
furiosas irrupciones [117] de la
guarnición, y la introducción de todo
género de víveres: Et circundabunt te
inimici tui vallo. Finalmente, la entera
destrucción de Jerusalén, que empezó
por el incendio del Templo, de allí pasó
a la inferior parte de la Ciudad, y
últimamente a la superior; Ad terram
prosternent te… & non relinquent in te
lapidem super lapidem.
77. Concluyo ya con un bello
paralelo, que hace el Venerable Padre
Señeri en el segundo Tomo del
Incrédulo sin excusa, cap. 14. num. 12.
de las circunstancias que intervinieron
de parte de los Judíos en la muerte de
Cristo; con las que ordenó la Divina
Providencia la destrucción de la Nación
Judaica, en que se hace palpable que
ésta fue pena de aquel delito.
78. «Si el temor, dice, de las Armas
Romanas fue el consejero de la muerte
dada a Jesús, el furor de las Armas
Romanas fue el verdugo castigador de
esa muerte.
Si los Judíos le compraron la vida
del Redentor al impío Judas por treinta
reales, apreciándole con esto menos que
a un vil jumento; los Soldados de la
rendición, y del saco de Jerusalén
tuvieron en tan poco a los Judíos, que no
sabiendo qué hacerse de ellos, daban a
treinta por un real, que aún no llegara a
equivaler a la piel del mismo jumento
desollado.
Si los Judíos llevaron a Cristo por
las calles públicas con las manos atadas
a las espaldas, como a reo de
gravísimos delitos, y le azotaron atado
desnudo a una Columna; los Romanos
arrastraron por las calles públicas a los
más venerables de aquella detestada
Nación, con las manos también detrás de
las espaldas atadas a unos con cordeles,
a otros con cadenas, y sobre aquellas
Plazas también desnudos los azotaron
hasta hacerlos morir debajo de los
golpes; como después lo lloró (pero sin
entender la causa) Filón Hebreo, más
docto para el bien de otros, que para el
suyo.
Si los Judíos crucificaron a Cristo
sobre el Calvario, los Romanos les
mudaron a los Judíos en otros tantos
Calvarios todos los collados
circunvecinos, hasta faltar [118] selvas
de que sacar más patíbulo, y suelo sobre
que plantarlos». Esta expresión del
Padre Señeri es copiada de Josefo, el
cual en el libro 6. de Bello Iudaico, cap.
12. dice: Et propter multitudinem (de
los Judíos crucificados) iam spatium
crucibus deerat, & corporibus cruces.
«Si los Judíos en el tiempo de la
Pascua cometieron su horrible Deicidio;
los Romanos en el tiempo de la Pascua
sitiaron la Ciudad en que fue cometido;
esto es, en el tiempo que, recogida de
todos los contornos para la fiesta de los
Azimos la malvada gente, se puede creer
que fácilmente llegaría a cuatro
millones; pues el número sólo de los
purificados, según la Ley, lo calculó el
Historiador (Josefo) en dos millones, y
setecientas mil personas. De suerte, que
como el cazador no se determina a tirar
la red, mientras la tropa de los pájaros,
que aguarda, no está muy espesa; así
parece que la Divina Justicia no cuidó
de dar el último ataque a la impía
Ciudad, hasta que la miró más colmada
de habitadores.»
79. Hasta aquí el Padre Señeri. Y
hasta aquí yo también. Ya dije arriba a
Vmd. que para comprehender todos los
argumentos, que tenemos contra los
Judíos, sería necesario un grueso
volumen. Yo me he contentado con los
pocos que he propuesto, escogiendo, y
prefiriendo unas pruebas manuales y
sencillas, cuya fuerza se descubre a
primera vista, a otras más operosas, y
eruditas, que así como constan de mayor
copia de materiales, son más
ocasionadas a que los contrarios las
frustren, confundiendo las especies.
Ruego a nuestro Señor con las mayores
veras, que por su infinita Misericordia
disponga el corazón de Vmd. de modo,
que mis razones hagan en él la
impresión, que yo deseo; ofreciéndome
con las mismas a servir a Vmd. en
cuanto me ordenare, &c.
Carta IX
Sobre un libro nuevo de
Medicina

1. Muy Señor mío: Recibí el Libro


intitulado: El Médico de sí mismo, o
Arte de conservar la salud por instinto,
traducido del Francés en Español, que
Vmd. me remite, y cuya Crisis me
enmienda, deseando saber mi dictamen
en orden a la estimación que merecen
sus preceptos.
2. Y empezando desde luego a
obedecer a Vmd. digo lo primero, que
no vi hasta ahora Libro donde menos
correspondiese al título de la Obra.
Dista lo uno de lo otro lo que el Polo
Artico del Antártico. No sólo hay
distancia, sino oposición, y
contrariedad. Significa el título, que
cada hombre puede curarse a sí mismo,
sin más reglas que la atención al propio
instinto; pero en todo el discurso de la
Obra, bien lejos de dar lugar a que cada
uno sea Médico de sí mismo, él pretende
ser Médico de todos, proponiendo unas
reglas que le dictó su capricho
particular.
3. A este fin instituyó un sistema
especial, que consiste en colocar por
causa próxima de la mayor parte de las
enfermedades las heces detenidas en el
intestino colon, constando el cual de
varias celdillas, ensenadas, o pliegues,
aptas para que en ellos se aniden los
excrementos, éstos detenidos allí
fermentan, y se corrompen, de que
resulta exhalar después unos vapores
sutiles, pero malignos, que comunicados
a la masa sanguinaria, la inficionan. En
consecuencia de esto prescribe, como
remedios casi universales, la dieta, la
purga, la ayuda, y la sangría. De los tres
primeros ya se entiende cómo pueden
obrar contra la que constituye causa
próxima de las enfermedades. En cuanto
[120] al último algo embarazado se
halla el Autor para señalar cómo influye
en la expulsión de las heces; y así se
atiene más a la operación de enmendar
el mal efecto de ellas; por cuanto,
quitando alguna porción de mala sangre,
da lugar a que el resto se corrija.
4. Pero este sistema es una fábrica
en el aire, que enteramente carece de
fundamento. Basta para descubrir su
falsedad la observación experimental de
muchos, que siendo bastantemente
difíciles de vientre, se conservan por
muchos años en buena salud; lo que no
podría ser, si fuese verdad que los
vapores de las heces detenidas en el
intestino colon inficionan la sangre.
Cinco años tuve en este Colegio por
Compañero a un Monje, y de mediana
edad, el cual frecuentemente pasaba
ocho, diez, y doce días sin evacuación
intestinal. Con todo, en dichos cinco
años no tuvo un día de cama.
5. Pero aunque diésemos al Autor
que su sistema fuese verdadero, siempre
quedaría muy lejos de desempeñar la
propuesta, que hace en título del Libro,
la cual contiene que todo hombre,
siguiendo el instinto propio, puede ser
Médico de sí mismo. ¿Por ventura dicta
a todos los hombres el instinto, que las
heces detenidas en los intestinos sean
causa de las más enfermedades? Creo
que a algunos, y no pocos, se lo
persuade su discurso, aunque discurso
errado, pero a ninguno el instinto. Ni,
dejando a parte la causa de las
enfermedades, dicta a todos los hombres
el instinto que la curación, o
precautoria, o expulsiva consista en la
sangría, y la purga.
6. Dice el Autor que a algunos
brutos dicta el instinto estos remedios.
Supongo que esto hace relación a las
especies que se hallan en varios Libros,
de que el perro solicita el vómito,
cuando le incomoda la repleción: la ave
Ibis usa de su largo cuello, y acomodado
pico para exonerarse con la ayuda: y el
Hipopótamo, animal anfibio,
revolcándose en las puntas de las cañas
quebradas, se quita porción de sangre,
cuando se halla muy gravado de ella.
Pero sobre que lo que se dice del
Hipopótamo, y la Ibis es muy [121]
dudoso, y el vómito del perro es harto
verosímil que sea coacto, y no
procurado, como a los hombres sucede
infinitas veces, todo lo que estos hechos,
siendo verdaderos, pueden probarse,
que a esas tres especies de brutos les
dicta el instinto el vómito, la ayuda, y la
sangría; de lo cual no se puede deducir
consecuencia a los demás brutos, y
mucho menos a los hombres; porque
cada especie animal tiene su instinto
particular, o una particular
representación natural, de que tales, o
cuales cosas les son convenientes, o
nocivas; y como muy frecuentemente
cosas, que son convenientes a una
especie, son nocivas a otra, es preciso
que el dictamen del instinto sea diverso
en diversas especies en orden a muchas
cosas.
7. ¿Qué pretende, pues, este Autor?
¿Que nos gobernemos por el instinto de
tres particulares brutos? ¡Cosa extraña!
Todos, al leer en el título Arte de
conservar la salud por instinto, lo
entenderán del instinto propio del
hombre. Pues no es eso. Ese instinto,
según la mente del Autor, no es instinto
del hombre, sino del bruto; y ni aun de
todo bruto, sino de tres determinadas
especies de brutos, a cuyo dictamen
pretenden sujetar todos los hombres.
8. Mas es, que si se habla en
particular del Hipopótamo, no sólo el
instinto del hombre es diverso del de
aquel bruto, mas aun diametralmente
opuesto. Esto se evidencia en el nativo
horror con que miramos la efusión de
sangre, ocasionada por herida, y la
herida misma que la ocasiona. De modo,
que si hemos de atender a nuestro propio
instinto, en orden a la conservación de
la salud, nunca consentiremos en la
sangría, porque, antecedentemente a
todo discurso, nuestro instinto nos la
hace mirar con horror.
9. No es más feliz el Autor en las
señales que propone para pronosticar
las enfermedades, o prevenir su próxima
venida, que en la doctrina de sus causas,
y remedios. También quiere que aquel
conocimiento venga puramente del
instinto; sin reparar en que, si ello fuera
así, excusado sería que él nos
propusiese esas señales, como lo hace
en un [122] largo Catálogo, que hace de
ellos: pues son superfluos los
documentos para que entendamos lo que
nos dicta el instinto. Pero esta
contradicción, o consecuencia es
transcendental a todo el contenido del
Libro.
10. Lo peor es, que la mayor parte
de las señales, que propone, bien lejos
de dictarlas el instinto, ni aun puede
aprobarlas el entendimiento. Verálo
Vmd. en el siguiente Catálogo, que es el
mismo del Autor, omitida una pequeña
parte.
Los cansancios, el abatimiento, y
pesadez de todo el cuerpo, sin estar
fatigado por algún violento ejercicio.
Las erisipelas, o comezones en la
piel, la sarna, y los diviesos en
diferentes partes.
Los dolores de reumatismo vagos, y
frecuentes, acompañados de pequeños
temblores sin regla.
La gana de dormir casi continua,
pero principalmente después de comer:
o al contrario, los desvelos, o los
sueños interrumpidos por no sé qué
inquietudes, sueños espantosos, y
terrores pánicos.
El humor sombrío, triste, y
melancólico, que no consiente el uso de
ningún deleite.
Los frecuentes dolores de cabeza,
desvanecimientos, vértigos, y el
entumecimiento de esta misma parte en
poniéndose el sombrero.
El color rojo en todo el rostro.
Los flujos de sangre por nariz, o por
alguna otra parte del cuerpo.
El sonar de los oídos como
campanas, o el silbo de ellos.
El encendimiento de las mejillas, o
de los labios, o su sequedad.
Los bostezos, y los suspiros
involuntarios.
Sequedad en la garganta, como si
estuviera desollada, principalmente por
la mañana, sin que los excesos del día
antecedente sean causa de ello.
El mal olor del aliento, que no
precede de la corrupción de los dientes,
ni de ninguna llaga, o de absceso en la
boca. [123]
La pérdida del apetito, y
levantamiento del estómago contra las
viandas.
La reuma, la tos, y la dificultad de
respirar, sin dolor alguno en el pecho,
sino antes por opresión.
La tirantez, o hinchazón del vientre,
con ruidos, dolores, y pequeños influjos
que vienen con frecuencia.
Las almorranas obstinadas, y muy
doloridas.
El gran calor en las palmas de las
manos.
11. Certifico que he padecido los
más de los afectos expresados muchas
veces; y visto padecer éstos, y los
restantes a otros muchos sujetos, sin que,
ni en mí, ni en los otros resultase
enfermedad alguna. Con que estas señas
son enteramente falibles; y aun algunas
juzgo, que bien lejos de serlo de
enfermedad, lo son de salud, como las
comezones del cutis, sarna, diviesos, la
hemorragia por las narices, y algunos
flujos de vientre.
12. Por lo que mira a las señales,
que dejo de copiar, las considero
equívocas, y que más ordinariamente
son efectos de enfermedad existente, que
preámbulos de enfermedad futura.
13. Así, señor mío, no sólo juzgo
este Libro inútil, mas aun pernicioso,
como ocasionado a que los que le
leyeren, y dieren asenso a sus
documentos, sin necesidad alguna se
purgen, y sangren, o ya por precaver
enfermedades, de que sin fundamento se
juzgan amenazados; o ya por curar las
que actualmente padecen, y no piden
purga, o sangría. Dios guarde a Vmd.
&c.
Carta X
Sobre los nuevos exorcismos

1. Muy Señor mío: Pregúntame Vmd.


por qué no he impugnado el nuevo
Escrito del R. P. Respondo, que sigo
grandes ejemplos en dejar libre el
campo [124] a Escritos de este carácter.
Pues Vmd. ha visto ese Folleto, ya me
entiende. Con semejantes Escritores
sólo deben lidiar Escritores semejantes;
quiero decir, los que pueden imitar su
estilo. Pero doy que no debiese
detenerme este justísimo reparo. ¿De
qué serviría sostener la contienda? Este
Padre, o no ha querido, o no ha podido
entender lo que le he dicho en la
respuesta a su Carta. Lo mismo sucederá
siempre. Púsosele en la cabeza el
desvarío de que los Exorcismos, de
cuyo valor he dudado en el octavo Tomo
del Teatro, se usaron en todos tiempos
en la Iglesia, sin más motivo que el
ejemplar de las bendiciones de la Sal, y
el Agua, usadas en todos tiempos, a
quienes en el Ritual se da el nombre de
Exorcismos. Hízosele ver, que esos se
dicen Exorcismos lato modo; y que el no
ser propiamente tales, se colige con
evidencia de que aquellas bendiciones
no pertenecen al Orden de Exorcistas,
sino al de Presbíteros; de lo cual se dio
prueba manifiesta. Y en fin, que se hayan
de llamar Exorcismos, que no, no es de
esa especie de Exorcismos la cuestión,
sino de otra diversísima, que es la que
he explicado en dicho Tomo octavo; y
cuya introducción es defectuosa por
nueva, y por faltarle la aprobación de la
Iglesia. Esto es, no se disputa de
Exorcismos, cuyo ser consiste
únicamente en preces, y bendiciones;
sino de aquellos que proceden por vía
de imperio, y coacción contra daños que
únicamente penden de causa natural.
2. Quiso también forzar uno, o dos
textos del Evangelio, y una autoridad de
Santo Tomás, para calificar los nuevos
Exorcismos. Hízosele patente, que Santo
Tomás es claramente contrario a su
intento, y que el Evangelio habla de otra
cosa muy diversa de Exorcismos.
3. ¿Pero de qué ha servido darle
toda esta luz? De nada. En las mismas
tinieblas se ha quedado, en que estaba,
pues sale repitiendo en su papelón la
misma cantinela, sin añadir a lo dicho
antes, sino confusiones, embrollos,
dicterios; inculcando repetidas veces,
que el proceder con Exorcismos contra
las enfermedades, y contra todas [125]
las criaturas que incomodan al hombre,
es práctica común de la Iglesia; a que se
sigue declamar contra mí, como que
pretendo inducir doctrinas nuevas contra
lo que la Iglesia tiene recibido, y
aprobado.
4. ¿Se habrá visto, u oído mayor
extravagancia? Práctica común de la
Iglesia en cosa que concierne al
ejercicio de algún Orden Sacro, se dice
de aquello que hacen, o todos, o los más
Eclesiásticos que tienen aquel Orden.
¿Quién ha visto esa práctica, ni en todos
ni en los más, ni en la mitad de ellos, ni
aun en la quinta, ni décima parte? Eso de
conjurar enfermedades, en que no hay
sospecha de maleficio, está reducido a
uno, u otro Clérigo particular; de modo
que juntos todos los que se dan a este
ejercicio, no constituyen ni aun de cien
partes la una de los Eclesiásticos. ¿Y
eso se ha de llamar práctica común de la
Iglesia?
5. Más: Pregúntele Vmd. a ese Padre
si en su Religión se usa, cuando hay
enfermos (exceptúo siempre el caso de
sospecha de maleficio), ir algún
Exorcista con su Libro, Estola, y Agua
bendita conjurando las enfermedades de
cama en cama. Pregúntele más: si ha
oído que en Religión alguna se use. Pues
aquí de Dios. Si ése fuese un remedio
aprobado por la Iglesia, y remedio
universal para todo género de males
(como pretende ese Padre), siendo por
otra parte de tan fácil ejecución, y en la
cual no hay inconveniente, o riesgo
alguno, ¿cómo podrían los Prelados en
conciencia, excusarse de ordenar la
aplicación de este remedio? Deberían
hacerlo, no sólo por la obligación de la
caridad, más aún de la justicia.
6. Lo propio digo de los que tienen a
su cuenta el cuidado de los Hospitales.
¿Cómo a los enfermos, que yacen en
ellos, no se procura el fácil beneficio de
los Exorcismos? Si éste fuese un
remedio aprobado por la Iglesia,
haciendo por otra parte dos grandes
ventajas a todos los de la Botica, una
costar poco, o nada, otra carecer de todo
riesgo, sería una omisión cruel, y tirana
dejar de aplicarlo a los enfermos de los
Hospitales. Con un día en la semana que
fuese [126] un Exorcista a hacer su
oficio en el Hospital, estaba compuesto
todo.
7. Sería también reprehensible esta
omisión en las casas particulares, siendo
cierto, que apenas en una de mil piensan
en Exorcismos para curar otras
enfermedades, que la Demoníaca.
8. Y he aquí en lo que para la que
llama ese Padre práctica común de la
Iglesia. Ni en las Religiones, ni en los
Hospitales, ni en otra especie alguna de
Comunidades, ni en los Palacios de los
Príncipes, ni en los de los Obispos, ni
en las casas particulares se usa de
Exorcismos contra las enfermedades
naturales; y con todo viene con gran
pachorra un Religioso a decirnos, que
ese uso es práctica común de la Iglesia.
Esto parece que es hacer burla del
Público, y tener el Padre por insensatos
a todos los Lectores, por cuyos ojos ha
de pasar su Folleto.
9. Lo mismo digo de los Conjuros
contra animales nocivos, v. gr. Gusanos,
Ratones, Lobos, &c. Todas ésas son
cosas inventadas de ayer acá, que no
tienen a su favor ni el uso común, ni la
aprobación de la Iglesia. No el uso
común, pues yo he visto muchas
habitaciones y aun lugares enteros muy
incomodados, ya de Chinches, ya de
Ratones, Cinifes, Moscas, &c. sin que
nadie echase mano de aquellos
Exorcismos imperiosos, y coactivos
para remover estas plagas. Tampoco la
aprobación de la Iglesia: ¿porque dónde
está ésa? Pensar que es, o se pueda
llamar aprobación de la Iglesia la de
uno, u otro Obispo, en cuya Diócesis se
imprimió algún Libro, que contiene
Exorcismos de esa especie, es una
extraña simpleza. No podría, si fuese
así, el Santo Tribunal reprobar el
contenido de ningún Libro impreso, pues
todos están aprobados por algún
Obispo, o por quien tiene sus veces;
siendo cierto que no puede el Santo
Tribunal reprobar, ni reprobó, o
reprobará jamás lo que aprobó la
Iglesia. Mucho menos sería lícito a
ningún particular impugnar cosa alguna
de Libro impreso con aprobación
Episcopal. Sin embargo, cada día
estamos viendo esas impugnaciones.
[127]
10. Hay a la verdad un Canon del
Concilio primero de Milán, que prohíbe
el uso de otros Exorcismos que los que
aprobare el Obispo. ¿Pero esto es
aprobar cualesquiera, que apruebe el
Obispo? De ningún modo. El Concilio V
Lateranense, y el Tridentino prohíben la
impresión de cualquier Libro, que no
apruebe el Obispo. ¿Quién por eso dirá
que aquellos Concilios aprueban todos
los Libros, que el Obispo aprobare?
Dejo a parte, porque no es menester, que
aquel Concilio de Milán no es más que
Proverbial; y la aprobación de un
Concilio Provincial no es aprobación de
la Iglesia, sino de tales Iglesias; esto es,
las comprendidas en aquella Provincia.
Pero no será inútil añadir, que el
Concilio Bituricense, que, aunque
también Provincial, fue confirmado por
la Santidad de Sixto V, en el tit. 40, can.
3 previene a los Obispos, que no
permitan el uso de otros Exorcismos,
que aquellos que están aprobados por la
Iglesia. Provideant Episcopi, ne
praetextu pietatis, ulli Exorcismi fiant,
nisi qui ab Ecclesia probati sunt.
11. Dirá acaso Vmd. que por lo
menos los Obispos, que aprobaron
aquellos Exorcismos, hacen opinión
probable en la materia; por consiguiente,
su aprobación deja probable el uso de
ellos. Respondo, que la probabilidad,
que cuatro, o seis Prelados, o los
examinadores depurados por ellos
pueden dar a los Exorcismos
cuestionados, no estorba que yo, u otro
cualquiera los impugne, y pretenda
mostrar que son abusivos. No hay
opinión, por probable que sea, que no se
pueda sujetar a nuevo examen; y muchas,
que tenían a su favor mucho mayor
número de Autores, y verosímilmente de
doctrina más calificada que los
Aprobantes de dichos Exorcismos, a
fuerza de las razones, que otros después
discurrieron contra ellas, perdieron en
todo, o en gran parte su probabilidad.
Yo sé, que algunos, y no pocos, que
estaban en la buena fe del valor de
aquellos Exorcismos, habiendo visto lo
que en el octavo Tomo del Teatro escribí
contra ellos, mudaron enteramente de
parecer. Nunca la probabilidad [128]
logra derecho de prescripción contra la
verdad.
12. De lo dicho colegirá Vmd. cuán
fuera de propósito me acusa ese Padre
de introducir novedades. En otras
muchas materias podría decirlo con
algún fundamento. En la presente, bien
lejos de introducirlas, mi único intento
es desterrarlas. Los Exorcismos, que él
defiende, son de muy reciente data.
Pasaron más de trece, o catorce siglos,
desde el principio de la Iglesia, sin que
se viese alguno de esa especie en uso:
porque pretende su antigua existencia
con el ejemplo de algunos Santos, que
con voces, o acciones que significaban
imperio, exterminaban sabandijas
venenosas, o nocivas, es a cuanto puede
llegar la extravagancia; porque eso no lo
hicieron como Exorcistas, o en virtud de
algún orden Sacro, (como en efecto
algunos no tenían algún Orden Sacro)
sino como instrumentos particulares de
la Omnipotencia, por el don de milagros
que Dios les había concedido. Los que
están íntimamente unidos con Dios,
(dice mi Padre San Gregorio) unas
veces hacen milagros usando de la
Oración, otras veces con una especie de
potestad imperativa. Qui devota mente
Deo adhaerent, cum rerum necessitas
exposcit, exhibere signa modo utroque
solent, ut mira quaeque aliquando ex
prece faciant, aliquando es potestate.
(Lib. 2. Dialog. cap. 30.)
13. Igualmente inútil sería alegar la
posesión de estos últimos tiempos. Lo
primero, porque ninguna posesión tiene
fuerza contra la verdad. Lo segundo,
porque el uso de un corto número de
Clérigos (que como se ha dicho, apenas
constituyen la centésima parte de los
Eclesiásticos) no es capaz de establecer
posesión legítima; mayormente cuando
aun ese corto número apenas se ve
jamás practicar los Exorcismos
cuestionados, sino a llamamiento, y
ruego de gente idiota, como cualquier
Lector mío puede haber observado.
14. Aquellas insulsas
declamaciones, y pasmarotas pueriles
sobre que limito la potestad de la
Iglesia, inculcando repetidas veces que
ésta tiene dominio sobre todas las
criaturas irracionales, supongo habrán
movido la risa de Vmd. [129] como la
mía. Sobre ese dominio tan universal,
afirmado así vagamente, sin especificar
qué usos tiene, o a qué efectos se
extiende, hay mucho que decir. Mas no
nos detengamos en eso. Sea enhorabuena
que tenga la Iglesia potestad para
transferir los Montes, detener el curso
de los Ríos, y aun de los Astros,
suspender la guerra de los Elementos,
despoblar los Montes de Fieras, el Aire
de Aves, y el Océano de Peces, &c.
resta que nos pruebe el P.R. que toda la
potestad de la Iglesia, qua late patet,
está colocada en los Exorcistas; y
entonces deberemos a su alta sabiduría
el peregrino documento de que en cada
Exorcista tenemos un Papa, o todo un
Concilio General. Entretanto que no
llega este caso, nos permitirá que
tengamos por primera pauta el Ritual
Romano, y por segunda el de Toledo; de
los cuales, ni uno, ni otro nos muestran
conjuros preceptivos, sino contra los
demonios; señalándonos el remedio de
las preces para las demás necesidades, y
contra los demás enemigos.
15. Dentro de esta esfera se deben
contener los buenos hijos de la Iglesia
Católica, si quieren defender
sólidamente de las impugnaciones de los
Herejes los Exorcismos, que ella usa.
Oigase al caso el doctísimo Padre
Martín Delrío, cuyas son las palabras
siguientes, haciéndose cargo de los
reparos, que cierto Protestante hacía
sobre algunos Exorcismos inventados
por Autores particulares: Nec nos
omnes privatos Exorcismos, a diversis
Exorcistis pro cuiusque devotione
compositas, defendimus: solum
Ecclesiae Catholicae Ritum, & publica
Ecclesiae auctoritate introductos
Exorcismos, tuemus. (Disquisit. Magic.
lib. 6, cap. 3.) Y poco más arriba había
desafiado a todos los Herejes, sobre que
mostrasen algún Exorcismo
supersticioso, sacado del Ritual de la
Iglesia: Proferant Exorcismum aliquem
superstitiosum ex Caeremoniali
Ecclesiae Romanae, quod nominant.
Estos solos se obliga a defender el
Padre Delrío. Estos solo estamos
obligados todos los Católicos a
defender.
16. Si aun todo lo dicho no basta,
baste la decisión de la cuestión en
términos formales, y precisos, hecha
como [130] de mente de Santo Tomás
por aquel gran Discípulo del Doctor
Angélico, y Sapientísimo Teólogo del
Concilio Tridentino el Maestro Fr.
Domingo de Soto. Pregunta en el lib. 8.
de Iustitia, & Iure, quaest. 3, art. 3:
Utrum liceat adiurare irrationalem
creaturam? Entra haciendo relación de
lo que había resuelto en los dos
artículos antecedentes, para decidir la
duda que propone en éste. Postquam
visum est, (dice) tam Deum, quam
homines, & daemones adiurari posse
sequitur postremo, an irrationales
quoque creatura liceat adiurare, sicuti
locustas, & bruchum, nubesque, atque
alias tempestates. Et respondet D.
Thomas, suppositis distinctionibus
duabus, per tres conclusiones.
Distinctio prior est: adiuratio
huiusmodi, aut refertur ad ipsam
irrationalem creaturam, ita ut oratio,
& locutio ad illam dirigatur. Et de hoc
est prima conclusio; vanum esse
irrationalem creaturam sic adiurare, ut
sermo ad eam dirigeretur. Atque hanc
probant argumenta tria D. Thomae.
Nam cum adiuratio no nisi per
locutionem fiat, quam irrationales
creaturae percipere non valent,
frustraneum esset illas adiurare.
Deinde adiuratio illis tantum competit,
quibus congruit iurare; irrationales
autem creaturae iurare non possunt:
ergo neque adiurari. Ad haec, cum
duplex (ut dictum est) sit adiurationis
modus, scilicet deprecatorius, &
compulsorius, prior vanus est respectu
irrationalium creaturarum, utpote quae
nullum habent suarum actionum
dominium, ut prece moveri queant.
Posterior vero soli Deo competit, cuius
illius imperio, ut habetur Matthei 8.
obediunt venti, & mare. Quare nos
creaturis irrationabilibus nihil
imperare possumus.
17. Entiéndase ahora el P.R. con
Santo Tomás, y con el Maestro Soto,
pues dicen puntualísimamente lo mismo
que yo; esto es, que las adjuraciones, o
Exorcismos imperantes, compulsorios, o
coactivos, con voces dirigidas a las
criaturas irracionales, son vanos,
frustraneos, abusivos; y ejerza contra
ellos aquel estilo cultísimo, y
cortesanísimo, de que ya dio tan bella
muestra al Público.
18. ¡Ah señor mío! Cuánto más nos
importara que a [131] vuelta de tantos
Exorcismos como hay para la langosta,
ratones, gusanos, y otras plagas que
dañan los frutos, saliera a luz algún
conjuro fuerte, y eficaz contra la
horrenda plaga de malos Escritores, que
infestan estos Reinos, pues según va,
temo ha de llegar tiempo que en España
se diga con verdad: Desdichada la
Madre que no tiene algún hijo Escritor.
19. No pensaba, cuando empecé a
escribir esta Carta, extenderme tanto en
ella; y mucho menos meterme cosa que
pueda parecer impugnación. Pero así fue
saliendo sin haberlo premeditado, y casi
no me pesa. Ni acaso le pesará tampoco
a Vmd. a quien deseo mucha vida, y
salud, &c.
Carta XI
Causa de la destreza en el
juego de Naipes

1. Muy Señor mío: La cuestión, que


Vmd. me propone, es sin duda curiosa, y
muy propia de un entendimiento
reflexivo. ¿Pero cómo puede Vmd.
esperar de mi solución que le satisfaga,
no habiéndola logrado de otros muchos
que Vmd. me insinúa ha consultado, y en
cuyo número habría sin duda algunos
talentos muy superiores al mío, como es
naturalísimo, viviendo Vmd. en el gran
Teatro Literario de Salamanca, donde
nunca faltan ingenios del primer orden?
Acaso procederá Vmd. en esto fundado
en la esperanza de que, como muchos
aciertos se han debido más a la fortuna,
que a la capacidad, suceda ahora lo
mismo. Por lo menos yo no con otro
fundamento puedo presumir resolver a
gusto de Vmd. la cuestión; aunque muy
luego que leí su Carta, me ocurrió lo que
pienso disuelve la dificultad. [132]
2. Pregúntame Vmd. en qué consiste
que muchísimos, de más que mediana
habilidad, y agudeza, para imponerse
con prontitud en las materias de la
facultad, que profesan, y en cualesquiera
otras, a que por diversión se dedican
con algún esfuerzo, habiendo empleado
tanto, o más tiempo en el juego aquel
despejado entendimiento, con tanta, o
más afición, intensión, y gusto que en
aquellas facultades, en que los vemos
muy bien instruidos, nunca juegan bien,
ni adelantan más un día, que otro,
quedando siempre en aquel corto
conocimiento, que lograron al principio.
3. Para responder con orden a la
pregunta digo lo primero, que para jugar,
no sólo bien, mas aun con excelencia a
cualquier juego de los que admiten
destreza, como Cáscara, Revesino,
Damas, Ajedrez, &c. de parte del
entendimiento no se requiere más que
una mera medianía, y aun acaso menos
que medianía.
4. Pruébase esto por experiencia, y
por razón. Por experiencia, porque se
ven algunos grandes jugadores (yo los
he visto) bastantemente ineptos para
todas las Ciencias. Por razón, porque el
jugar bien, ni pende del conocimiento de
algunas verdades, que sean de difícil
inteligencia, ni de la ilación de algunas
consecuencias, que sean de difícil
deducción. Los principios que dirigen
las jugadas, el mismo juego los presenta
a la vista, o al oído; v. gr. en el juego de
Malilla, que fulano está fallo a tal palo,
que citano, que está a mi mano, tiene la
Malilla sola. Sé lo primero, porque una
jugada anterior no sirvió. Sé lo segundo,
porque en una de las preguntas, que le
hizo su compañero, lo dijo. Ya se ve que
estos conocimientos no piden discurso
alguno. Lo uno se ve, lo otro se oye.
¿Qué infiero de estos principios para
arreglar mis jugadas? Supongo que en el
primer caso me hallo con algunos
triunfos superiores, y tengo una carta
alta que jugar del palo a que fulano está
fallo. Infiero, pues, del primer principio,
que es menester tirar a destriunfarle
primero, para asegurar aquella Carta.
Supongo que en el segundo tengo, fuera
de [133] algunos triunfos bajos, el Rey,
o el As: infiero, pues, del segundo
principio, que me conviene precisarle
con un triunfo bajo a que eche la
Malilla, por evitar el riesgo de que
después, saliendo la jugada de otra
parte, me coma con la Malilla el As, o
el Rey. ¿Qué ingenio se ha menester para
estas ilaciones? Ninguno. Y caso que se
necesitase alguno, sólo sería necesario
en el primero, que en tal, o cual Pueblo
las hizo de propio marte. A los demás se
va comunicando la noticia, y toman la
lección de memoria.
5. Digo lo segundo, que el exceso de
ingenio está por demás, o no hace al
caso para el efecto de jugar bien.
Supongamos que a Juan, que tiene un
mediano entendimiento, y juega muy
bien, Dios le diese tres, o cuatro grados
más de ingenio. Afirmo, que ni por eso
jugaría después mejor. La prueba se
toma de lo dicho arriba. Ese exceso de
ingenio estará como ocioso, y sin
ocupación. Esto es, Juan más ingenioso
no conocerá más principios, ni deducirá
más consecuencias, que conocía, y
deducía Juan menos ingenioso; porque
en el juego todos los principios son
obvios, y todas las consecuencias
fáciles; y para conocer tales principios,
y deducir tales consecuencias; está por
demás el exceso de ingenio.
6. No ignoro yo que en el
conocimiento de una misma cosa, o de
una misma verdad cabe mucho más, y
menos entre desiguales ingenios; porque
aunque dos hombres desigualmente
ingeniosos conozcan una misma verdad,
puede conocerla con más claridad, y
penetración el más ingenioso: porque en
cuanto a esto sucede a la vista
intelectual respecto de sus objetos lo
mismo que a la corpórea respecto de los
suyos. Pedro, y Juan, aquél de vista
mucho más perspicaz que éste, ven a
distancia de veinte pasos a Antonio.
Entrambos le ven, y distinguen lo
bastante para conocer con toda
seguridad que es Antonio, y no Alonso,
Diego, &c. Con todo le ve con mucho
mayor claridad Pedro, distinguiendo, v.
gr. en su semblante los lineamentos
menudos, que Juan no distingue. De
modo, que podría suceder, que
poniéndose en el mismo sitio, o [134] a
la misma distancia, no Antonio, sino el
hombre más parecido a Antonio que
haya en el Mundo, Juan se equivocase, y
Pedro no.
7. De esta discrepancia en la
claridad intelectual, (por advertir esto
de paso, lo cual comúnmente es muy
poco advertido) pende la desigualdad
más substancial entre los Profesores de
las Ciencias. Pondré ejemplo en la
Jurisprudencia. Entre dos Profesores,
que sepan de memoria los mismos
textos, y leyes, uno hará, por lo común,
muy recto juicio en las causas que le
presenten, y el otro le errará muchas
veces. ¿Cómo es esto, si éste está
enterado del hecho, y sabe las leyes, y
explicaciones de los Comentadores
como aquél? El cómo es lo que niego
yo. Las sabe, sí, mas no como el otro,
porque no las penetra como el otro, no
las ve con la misma claridad: es en su
inteligencia más superficial: no llega a
aquel fondo donde se representa con
viveza la mente del Legislador, y la
razón de la Ley. De aquí viene que éste
yerra la aplicación de las Leyes a la
práctica en muchos casos, en que aquél
la acierta.
8. De aquí viene también, el dejarse,
no pocas veces, engañar Jueces muy
rectos, pero no muy perspicaces, por
Abogados muy hábiles, pero nada
escrupulosos. Aquella máxima de
Juliano, que colocan los Juristas entre
las reglas del Derecho: Ea est natura
cavillationis, ut ab evidenter veris, per
brevissimas mutationes disputatio ad
ea, quae evidenter falsa sunt,
perducatur, es rasgo de un bello
entendimiento, y da a conocer el medio
más sutil con que un Abogado muy hábil
puede alucinar a Jueces que no lo son.
Echa mano de una proposición, que sin
serlo en realidad, por medio de una
brevísima mutación suena ser
equivalente a un Axioma recibido de los
Juristas, o ser el mismo Axioma. Un
Juez, poco penetrante, engañado de la
semejanza superficial, tomará uno por
otro del mismo modo que un hombre de
corta vista corporal fácilmente equívoca
a dos hombres muy semejantes, Antonio,
y Jacinto, juzgando que Antonio es
Jacinto, o Jacinto Antonio. Aquella
brevísima mutación, que hizo el
Abogado, [135] es como un lineamiento
delicado que se esconde, por lo menos
en cuanto al fondo de su significación, a
la vista intelectual del Juez; como al de
corta vista corporal se esconden
aquellos tenues lineamientos, que
distinguen los rostros de Antonio, y
Jacinto. Si él penetrase bien el Axioma,
o le viese con toda claridad, y asimismo
la ilusoria proposición, con que quiere
equivocarla el Abogado, al punto
conocería la distinción.
9. Lo mismo sucede en todas las
demás Ciencias. La mayor, o menor
claridad, o perspicacia con que se
entienden las verdades, inducen una
desigualdad muy grande entre los
Profesores. El que penetra
profundamente una Definición,
Sentencia, Axioma, o Aforismo, conoce
su extensión, sus limitaciones, o
excepciones; las aplicaciones que puede
tener, los consiguientes que infiere. Y en
todo esto puede padecer varios errores
el que carece de aquel grado de claridad
intelectual.
10. Pero esto no tiene lugar en orden
a los principios, o fundamentos por
donde se gobierna el juego, porque en
ellos no hay distinción de superficie, y
profundidad. Todo es superficie. El que
Pedro jugó tal carta, Juan tal de Oros,
salieron tantas, y tales cartas, de Copas
tantas, y tales, &c. son los principios de
donde se infiere, que se debe hacer tal, o
cual jugada; y estos principios, como
son unos meros hechos experimentales,
tanto, y también los conoce el de corto
entendimiento, como el ingeniosísimo.
11. Digo, pues, lo tercero, que el
jugar con destreza pende, no de una sola,
sino de dos dificultades, ambas distintas
del entendimiento, que son Memoria, y
Atención extensiva.
12. La voz, o complejo de voces
Atención extensiva extrañará Vmd.
como nuevo. Pero es preciso, que yo
invente la voz para significar un objeto,
de quien nadie habló, o por lo menos a
quien nadie dio nombre hasta ahora.
13. Supongo que el juego pide
atención; y ésta, aun prescindiendo de la
calidad de extensiva, tomada de parte de
la potencia, es una especie de prenda, o
facultad muy apreciable, no sólo para el
juego, mas para otras infinitas [136]
cosas. Prenda, o facultad la llamo,
porque es error pensar que el atender
pende sólo de querer atender. Hay
quienes, por más que se esfuercen para
atender cuanto pasa en el juego, o cuanto
se habla en una conversación, no pueden
lograrlo; porque su volátil imaginación,
cuyos movimientos son por la mayor
parte involuntarios, se disipa hacia otros
objetos, sin dependencia del albedrío. Y
hay otros, que sin esfuerzo, o conato
alguno para atender, fijan la imaginación
en el objeto que quieren.
14. Más digo: nunca atenderá
bastantemente, el que ha menester
esfuerzo para atender; porque si ha
menester esfuerzo, es porque su
imaginación es muy inconstante; y
siéndolo, padecerá muchas distracciones
involuntarias, que ningún esfuerzo puede
evitar.
15. Es menester, pues, esta prenda,
la atención digo, o facilidad de atender
para jugar bien. Mas no basta cualquier
atención. Es menester la atención que
llamo extensiva, esto es, que haga
presentes simultánemente al
entendimiento, no una, o dos cosas
solas, sino muchas.
16. Supongo que Pedro, estando para
hacer la quinta jugada en una mano de
Malilla, retiene en la memoria todo lo
que ha pasado en las cuatro jugadas
antecedentes: qué cartas echaron todos
los jugadores, y que se dijeron de las
que tenían en la mano recíprocamente
unos, y otros compañeros. Pero no es lo
mismo retenerlo en la memoria, que
tenerlo presente al entendimiento; pues
no hay punto de tiempo en que yo no
retenga millares de objetos en la
memoria, en los cuales en aquel punto
no pienso. Es necesaria, pues, demás de
la memoria, la atención, aunque ésta
supone indispensablemente aquélla.
Pero hoc opus hic labor. Ve aquí Vmd.
el punto de la dificultad. Hay en el
juego, para terminar tal, o cual jugada,
indicantes, coindicantes, y
contraindicantes, del mismo modo que
en la Medicina para prescribir tal, o
cual remedio. Estos indicantes,
coindicantes, y contraindicantes son las
jugadas vistas, y las cartas que tienen, o
no tienen los jugadores, de lo cual
mucho consta por lo que dicen unos a
otros. Hubo tal jugada, [137] o hay tal
carta en tal mano, que infiere, que Pedro
debe jugar, v. gr. el As de copas;
coadyuva a esto, el que su compañero no
tiene carta de copas, y puede irse de otra
carta que le incomoda; pero por otra
jugada antecedente, o porque lo dijo uno
de los contrarios, sabe que éste está
fallo a copas, y tiene triunfo mayor. Lo
primero es indicante de la jugada del As
de copas; lo segundo coindicante, y lo
tercero contraindicante. No para aquí.
Este mismo, que es contraindicante de
aquella jugada, es indicante para que
antes de hacerla se procure destriunfar
al que está en estado de fallarle. Resta
saber si se puede, lo cual se ha de
colegir de otros principios, que también
se deben combinar. Resta asimismo
considerar, si destriunfando a los
contrarios, se destriunfa también a sí, y a
su compañero; y si en este caso los
contrarios quedan con cartas falsas,
seguras en las manos, en que se pierda
más que se gana en asegurar el As de
copas, por lo cual sería mas conveniente
sacrificar éste.
17. A cada paso se ven en la
Malilla, y otros juegos de destreza casos
más complicados que el propuesto; y en
que hay más cabos que atar. Contemple
ahora Vmd. por una parte, de qué servirá
en ellos un gran ingenio, si no puede
abarcar con la atención todos aquellos
cabos; y considere por otra, poniendo la
vista en el caso, que he propuesto, cuán
poco entendimiento es necesario, una
vez que los cabos se abarquen, para
conocer las conveniencias, o
inconvenientes que tiene tal, o cual
jugada.
18. Mas hay que reflexionar en la
materia; y es, que ni aun ese
medianísimo entendimiento, que a Vmd.
le parecerá que basta para hacer todas
aquellas advertencias, ni aun ése, es por
la mayor parte necesario. Esta, que
parece paradoja, se demuestra
simplicísimamente. Es el caso, que por
lo común estas advertencias son
lecciones, que los jugadores toman unos
de otros. Danse ordinariamente los
jugadores unos a otros, y también a los
mirones razón de las jugadas, y también
recíprocamente corrigen unos a otros los
yerros. De este modo van aprendiendo
los [138] que por sí no eran capaces de
instruirse bastantemente. Por el continuo
comercio de unos Pueblos con otros
puede suceder, que de cien jugadores,
que hay en una Provincia, todos hayan
sido aprendices de otros, y éstos de
otros.
19. Pero por lo menos dirá Vmd.
aquél, que fue el primer Maestro, y de
propio marte hizo todo el cúmulo de
advertencias necesarias para jugar con
perfección, no se puede negar que era un
hombre muy reflexivo. Respondo lo
primero, que probabilísimamente no
hubo jamás tal hombre en el Mundo.
Nunca, o rarísima vez la perfección en
un juego, o en un arte se debe al talento
de un hombre solo. Siempre concurren
muchos. Uno descubre una cosa, otro
otra, y después se van congregando
todos los descubrimientos. Respondo lo
segundo, que si ese hombre solo en
brevísimo tiempo advirtiese todo cuanto
es menester para jugar con excelencia,
no por eso le concedería un
entendimiento muy sutil, o profundo,
pero sí muy pronto, y ágil.
20. Mas si en un gran espacio de
tiempo, y con mucha aplicación arribase
a aquel grado de destreza, ni uno, ni
otro. Yo he visto jugar muchas veces
varios juegos de destreza, y en ellos
algunos grandes jugadores; pero nunca,
dando éstos razón de sus jugadas,
percibí cosa alguna que pidiese ingenio,
ni aun medianamente sutil, o que
mereciese llamarse sutileza de ingenio.
Así, el que en poco tiempo de propio
marte adquiriese una gran destreza, sería
de un entendimiento muy ágil, mas no
por eso sutil.
21. Concluyo diciendo, que si los
grados de destreza en jugar
correspondiesen a los de entendimiento,
los grandes jugadores de Ajedrez serían
los mayores ingenios del Mundo; y aquel
hombrecillo Calabrés, llamado Joaquino
Greco, que se hizo admirar en todas
partes por su eminencia en el manejo de
aquel laberinto de piezas de varios
movimientos, sería por lo menos igual
en discurso a los Leibniz, y a los
Newton. ¿Pero en qué otra cosa dio
muestra de tener algún particular
talento? La gran dificultad de este juego
consiste únicamente en la multitud de
combinaciones [139], que es menester
tener presentes para determinar el
movimiento de tal, o tal pieza: y esta
presencia de multitud de combinaciones
no pende del ingenio, sino de la facultad
que llamo Atención extensiva, en la cual
cabe mucho más, y menos. Lo mismo, a
proporción, sucede en el juego de las
Damas, aunque es la complicación de
combinaciones mucho menor. Y bien
lejos de pedir mucho ingenio este juego,
puedo asegurar que el mayor jugador de
Damas, que he conocido, era, y es de
muy limitado discurso.
He obedecido a Vmd. en la forma
que pude, y con igual voluntad lo haré en
cuanto quiera ordenarme. Nuestro Señor
guarde a Vmd. muchos años. Oviedo,
&c.
Carta XII
Causa de Savonarola

1. Muy Señor mío: Ya, con la que acabo


de recibir, son tres las Cartas en que
Vmd. me estimula a rebatir al Religioso
Valenciano, nuevo Apologista de
Savonarola: y yo puedo responder a ésta
lo mismo que a las dos antecedentes;
que ni he visto esa Apología, ni la veré,
porque no pienso gastar dinero en su
compra, y tiempo en su lectura. Díceme
Vmd. acaso para excitar mi sentimiento,
y provocarme por este medio al
combate, que ese Religioso, en el modo
de impugnarme, dista mucho de la
moderación, y urbanidad que yo observo
en semejantes Escritos. Pero eso está
muy lejos de moverme. Si él es
destemplado, y yo contenido, tanto peor
para él, y tanto mejor para mí. Ya por
las noticias, que dan nuestros Diaristas
Matritenses, de algunas pendencias
literarias, que ha tenido, comprehendo
que es de genio algo requemadillo; pero
esto, no tanto debe excitar la ira, como
la compasión [140] de los mismos con
quienes lidia. Algo hará padecer a éstos,
pero él padecerá mucho más que ellos.
Un natural adusto es un tormento de por
vida del sujeto.
2. Aunque he dicho, que puedo
responder a la última de Vmd. lo mismo
que a las dos antecedentes, en orden a
no haber visto esa Apología de
Savonarola; puedo, no obstante, decir
también, que ya en algún modo la he
visto de poco tiempo a esta parte; esto
es, no en ella misma, sino en la
recopilación que hizo de ella el
Reverendísimo, y Doctísimo Padre
Maestro Fray Miguel de San José, en el
segundo tomo de su Bibliografía
Crítica, v. Hieronymus Savonarola.
Habiendo el Reverendísimo Padre San
José manifestado en varias partes de su
Obra, que es muy amigo del Autor de la
Apología, se debe creer, que en la
recopilación, no sólo no omitió alguno
de los fundamentos, que podían hacer
alguna fuerza a favor de la opinión de su
amigo, mas también los representó con
toda la energía, que les pudo dar. Sin
embargo, al fin deja la cuestión
indecisa, sin atreverse a resolver, ni por
la inocencia, ni por la culpa de
Savonarola: lo que verisímilmente
puedo interpretar a mi favor; porque
teniendo la parte contraria ganada la
gracia del Juez, sólo la superioridad de
mi razón pudo retraerle de pronunciar la
sentencia. Y realmente esta indiferencia
se debe reputar una mera cortesanía, que
observa con el Apologista, pues antes se
había explicado contra Savonarola,
diciendo, que de derecho se debe
presumir la equidad de los Jueces, que
le condenaron: aunque no proponerse
como irrefragable, o infalible: Quorum
aequitas iure praesumi debet, sed non
proponi, aut praedicari velut
irrefragabilis, aut infallibilis. Desde
luego me contento con esta decisión,
pues yo nunca he pretendido, que fuese
infalible la justicia de aquella sentencia.
Fueron hombres los que testificaron la
culpa, fueron hombres los que
decretaron la pena; por consiguiente no
incapaces, ni unos, ni otros de error, o
dolo. En toda sentencia contra
cualquiera delincuente hay esta absoluta
falibilidad. Pero esto no obsta a que
todas las que se pronuncian, observando
[141] las solemnidades esenciales del
Derecho, sean acreedoras a un positivo,
prudente, y racional asenso, si contra la
justicia de ella no hay por otra parte
argumentos concluyentes.
3. ¿Pero qué argumentos hay contra
la justicia de la sentencia de
Savonarola? Bien lejos de ser
concluyentes, los más miserables del
mundo. Cita lo primero el nuevo
Apologista muchos Escritores, que
defienden, o elogian a Savonarola. Esto
respecto de otro reo, podría significar
algo. Respecto de Savonarola nada.
Tenía este Religioso a su favor dos
poderosísimos Partidos, el de una gran
Religión, y de un gran Reino. Aquel por
la profesión, éste por coligación
política. Tenía muchos, y poderosos
amigos dentro de la misma Italia. Y en
fin todos los enemigos del Papa
Alejandro VI, que eran innumerables,
estaban interesados en la justificación
de Savonarola. ¿Cómo a un hombre de
tales circunstancias podían faltar
defensores, por delincuente que fuese?
Es verdad, que el Apologista cita
algunos Autores desapasionados a favor
de Savonarola, pero ésos son bien
pocos; y es verisímil, que aun para
juntar estos pocos, por encargo suyo, los
que tienen el mismo interés que él,
registrasen en varios Lugares, y
Provincias muchas Bibliotecas. Yo cité
contra Savonarola los Autores que hallé
a mano, y ésos son bastantes. Si
escribiese a varias partes, como pude,
solicitando noticias de otros Autores al
mismo fin, creo podría estampar un
larguísimo Catálogo. Añádese, que los
más de los Escritores, que defienden a
Savonarola, siguieron la Apología de
Juan Francisco Mirandulano, condenada
después por la Inquisición de España.
4. Lo segundo procura el Apologista
sostener la legitimidad de la Carta de
San Francisco de Paula, que se alega a
favor de Savonarola, contra las pruebas
de suposición, que propuse en el
Prólogo Apologético del tercer Tomo
del Teatro, alegando el testimonio de
Vicente María Perrimecio, exaltado de
la Religión de los Mínimos al
Arzobispado Bostrense: el cual
certifica, que el original de [142]
aquella Carta tiene el sello de la Orden;
de quien se infiere, que no es supuesta.
Pero un hecho, que al mismo tiempo
confiesa, no pudiendo negarle este
Autor, arruina enteramente la pretensión
del Apologista. Es el caso, que la
colección de Cartas de San Francisco de
Paula, o atribuidas al Santo, y
publicadas por el Padre Francisco de
Longobardis el año de 1655, en que está
incluida la que se cita en favor de
Savonarola, fue condenada por la Santa
Congregación del Indice el año de 1659.
5. Para librarse de este mal paso el
Autor, dice, que aquella colección de
Cartas, fue condenada por el motivo de
tener muchas cosas apócrifas, falsas, y
fingidas; pero que de esta misma
expresión se infiere, que no todas las
que hay en ellas son tales; a que añade,
que en muchas de aquellas Cartas, esto
es, en las originales, se reconoce el
sello de la Orden.
6. Pero bien. ¿De qué sirve esa
distinción entre las Cartas, que tienen el
sello de la Orden, y las que no le tienen,
si el sello no sirvió para que la Sagrada
Congregación del Indice no envolviese
en la condenación unas con otras? O el
sello es una especie de salvaguardia, y
recomendación, que exime las Cartas,
que le tienen, de la nota de contener
cosas apócrifas, y falsas, o no. Si lo
primero, la Sagrada Congregación debió
discernir entre unas, y otras, dejando a
salvo las del sello, y no confundirlas en
la condenación con las demás. Si lo
segundo, carecen de toda autoridad, para
determinar por ellas la cuestión en que
estamos, y otra cualquiera. Cada Carta
es una pieza distinta, que debe
examinarse por sí misma, si merece
nota, o no; por consiguiente, siendo en
aquella colección muchas las Cartas
instruidas del sello de la Orden, o éste
las hace más respetables que las otras, o
no. Si lo primero, no pudo la
Congregación menos de hacerlas
examinar con particular cuidado; y si
habiéndolo hecho, con todo las envolvió
en la condenación con las demás, dignas
de ella las reconoció sin duda. Si lo
segundo, el que tengan el sello ninguna
autoridad particular les da para hacer
argumento con ellas. [143]
7. Que el que la Sagrada
Congregación haya declarado, que en
aquella colección de Cartas hay muchas
cosas apócrifas, y falsas, no infiere que
todo el contenido de ellas lo sea; es muy
cierto, pero juntamente muy inútil para
la cuestión; porque aunque aquella
condenación no falsifique las Cartas en
todo, por lo menos las desautoriza para
todo. Cuando aquel Santo Tribunal, y
otro cualquiera que tiene semejante
autoridad, condena en un libro tal, o tal
proposición determinada, queda el Libro
indemne en todo lo demás, y en aquel
grado de aceptación, que los Eruditos
dan al ingenio, y doctrina del Autor: y en
este grado puede citarse, o alegarse el
Libro en todo aquello que no está
condenado; pero cuando el Libro se
condena por entero con el motivo de que
contiene muchas cosas apócrifas, y
falsas, así como queda vedada
enteramente su lectura, queda también
postrada enteramente su autoridad. Es
ciertísimo, que no todo lo que
escribieron Lutero, y Calvino, y aun el
mismo Mahoma, es falso. ¿Sería por
esto tolerable, que en una nueva cuestión
Teológica, que empezase a agitarse entre
nosotros, se alegase como de alguna
importancia un pasaje de Mahoma,
Lutero, o Calvino?
8. Yo extraño mucho (y al mismo
paso lo siento), que por el empeño de
defender a Savonarola se arriesgue, o el
crédito del Santísimo Patriarca San
Francisco de Paula, o el de la Sagrada
Congregación del Indice. Una de las dos
cosas es precisa; porque si el sello de
aquellas Cartas asegura, que fueron obra
del Santo; o éste en ellas escribió varias
cosas apócrifas, y falsas, o la Sagrada
Congregación les impuso esta nota
injustamente. ¿No sería más racional, y
juntamente más cómodo discurrir, que
aquellas Cartas fueron supuestas al
Santo, y el sello contrahecho por alguno
de tantos impostores como tiene, y tuvo
siempre el Mundo, pues con esto
quedaría puesto en salvo el crédito del
Santo, y el acierto de la Sagrada
Congregación? ¿Quién no lo ve? No
debe ser harto más precioso, para
cualquiera que tenga la piedad cristiana
en el punto debido, [144] el honor de
aquel ilustre Santo, y de este
venerabilísimo Congreso, que el de un
Religioso particular, cual fue
Savonarola. ¿Qué dictan, pues, la
piedad, la razón, la Religión, sino que
procuremos salvar aquéllos, y dejemos
el crédito de Savonarola a su buena, o
mala suerte?
9. Ni se me diga, que la suposición
de Carta, y sello es una quimera, o por
lo menos un accidente totalmente
inverisímil. No lo es. Pues lo que
sucedió a San Bernardo pudo suceder
muy bien a San Francisco de Paula. ¿A
San Bernardo? No hay cosa más cierta.
En dos Cartas escritas al Papa Eugenio
III, que son la 284, y la 298, según el
orden de la edición de Mabillon,
testifica el mismo Santo, que un Notario
contrahizo su sello, y usó de él para
escribir muchas Cartas fingidas, y llenas
de patrañas en su nombre a varios
sujetos, entre ellos al mismo Papa
Eugenio. ¿Por qué no podría, pues,
padecer la misma alevosía San
Francisco de Paula?
10. Finalmente, yo en ningún modo
me intereso en la cuestión de si esas
Cartas son, o no son del Santo. Para mi
intento basta que estén condenadas por
la Santa Congregación. Sean de quien
fueren, pues con ese gran borrón sobre
sí ya no sirven, ni pueden alegarse, ni
para la defensa de Savonarola, ni para
otro algún asunto. Los hijos de aquel
Santo Patriarca verán si deben tolerar,
que el honor de su Fundador se exponga
por salvar la fama de un particular de
otra Orden.
11. Opóneme lo tercero el
Apologista, como argumento ad
hominem, que la confesión, que hizo
Savonarola en la tortura, no le prueba
delincuente; pues yo tengo escrito, y
probado en el Tomo sexto del Teatro
Crítico, Disc. 1, que la tortura es un
medio sumamente falible para la
averiguación de los delitos. Pero esta
objeción sería del caso, si yo hubiese
probado los delitos de Savonarola con
la confesión que él hizo en la tortura. No
habiendo alegado tal prueba, el
argumento es totalmente fuera de
propósito.
12. Finalmente, pretende, que los
que fueron depurados [145] para
examinar la causa de Savonarola, eran
enemigos suyos. Yo no sé si por estos
examinadores entiende los mismos
Jueces que pronunciaron la sentencia; y
parece que así debe ser, porque en todo
Tribunal examinan el delito los mismos
que han de juzgar al reo. Ahora bien.
Los jueces deputados por el Papa para
la causa de Savonarola fueron el
General de su Orden, y el Obispo
Romulino. Creo que a favor de éste la
dignidad Episcopal basta para fundar un
prudente juicio de que por ninguna
pasión humana incurriría en la horrenda
iniquidad de condenar a muerte a un
inocente. Pero sea lo que fuere de éste,
¿a quién se hará creer, que su proprio
General cometió tan grave maldad?
Pudieron a la verdad, los testigos, por
enemistad que tuviesen con Savonarola,
deponer contra él falsamente. ¿Pero no
le darían en ese caso los Jueces lugar a
la recusación, y no la admitirían siendo
legítima?
13. ¿Mas para qué me canso en
satisfacer objeciones vanas? Es
evidente, que cuanto se ha dicho hasta
ahora en favor de Savonarola, cuanto se
dice, y cuanto se podrá decir en
adelante, todo es querer con un puño de
polvo obscurecer la luz meridiana en
todo un hemisferio. Hablo con toda esta
satisfacción, porque a lo menos dos
delitos gravísimos de Savonarola fueron
de pública notoriedad; y así, ni sus
mismos defensores se atreven a
negarlos. Uno fue su inobediencia, y
desprecio al precepto, y Censuras
Pontificias con que se le había mandado
abstenerse de la predicación. Otro,
haber solicitado ardientemente, que el
Rey de Francia Carlos VIII entrase con
Ejército en Italia a subyugar sus
Provincias con el pretexto de reformar
la Corte de Roma, y costumbres de los
Eclesiásticos. De este segundo, y
enormísimo delito, cuando no constase
por otra parte, hace entera fe Felipe de
Comines, que vale en esta materia por
mil testigos, por su acreditadísima
sinceridad, y porque siendo de la íntima
confianza del Rey Carlos, no pudo
padecer error en el asunto. Así, pues,
pudo ser, que los enemigos de
Savonarola falsamente le imputasen
otros delitos; pero los dos expresados
están puestos [146] fuera de toda duda.
El primero convengo en que no mereció
el acerbo castigo, que se le aplicó. Del
segundo júzguenlo los Legistas. Quedo a
la obediencia de Vmd. &c.
Carta Décimo tercera
Días aziagos

1. Muy Señor mío: No ceso de admirar,


que un hombre como Vmd. esté
titubeando entre el asenso, y disenso al
dicho popular de que el día Martes es
Aziago. Confiesa Vmd. que esta
observación tiene todo el aire de vana, y
supersticiosa. Mas por otra parte la
experiencia de algunos considerables
infortunios, que padeció en ese día, le
inclina a juzgar, que no carece
enteramente de fundamento. En un
Martes le llevó Dios a Vmd. la mujer.
En otro cayó Vmd. en una grave
enfermedad. En otro se le huyó un criado
con cincuenta pesos, que le había dado
para emplear en una Feria.
2. Son muchísimos, a la verdad, los
hombres que fundan reglas sobre las
casualidades; pero estaba yo muy lejos
de pensar, que Vmd. padeciese la más
leve tentación de caer en este vulgar
error. Hago juicio de que Vmd. tenga de
cuarenta y seis a cuarenta y ocho años
de edad, tiempo que ha incluido más de
dos mil y cuatrocientos Martes. Pues yo
apostaré cualquier cosa, a que en buena
parte de este número logró Vmd. días
muy felices, y gustosos. Pero estos no se
apuntan, porque no tienen a su favor la
preocupación. Al modo que los Médicos
observan unos pocos casos, en que la
crise de la enfermedad sucede en los
septenarios, pasando por alto mucho
mayor número de ellos, en que se hace
según otra serie de números.
3. La observación del Martes como
aziago pienso que es particular a
España; pero debajo de la generalidad
de [147] reputar tales, o tales días
faustos, o infaustos, es manía muy
antigua, y muy repetida en el Mundo.
Romanos, Griegos, Persas, Egipcios,
Cartaginenses cayeron en este delirio;
pero no atribuyendo la felicidad, o
infelicidad a los mismos días unos que
otros, sino que cada Nación tenía por
infeliz aquel día, v. g. el segundo, o
tercero de tal, o tal mes, en que había
padecido alguna calamidad señalada. En
el libro 4, cap. 20 de los días Geniales
de Alejandro podrá ver Vmd. un largo
Catálogo de los diferentes días, que
tales, y tales Naciones tenían por
felices, o infaustos. Sin embargo, los
hombres de superior talento
despreciaban estas observaciones
Nacionales. Así Lúculo emprendió la
batalla contra Tigranes en día que los
Romanos tenían por infausto; y lo mismo
hizo el Cesar en su expedición a la
África, correspondiendo feliz suceso. Y
Alejandro, amonestado por los suyos,
que no invadiese a los Persas en el mes
de Junio, porque era luctuoso para los
Macedones, despreció la advertencia,
diciendo con escarnio de ella, que
mandaba que quitasen a aquel mes el
nombre de Junio, y le llamasen segundo
Mayo.
4. La Mote le Mayer dice, que los
Turcos tienen por día feliz el Miércoles,
y los Españoles el Viernes. Esto
segundo nunca lo he oído; pero sí el que
los Italianos tienen por infausto el
Viernes, como acá se dice, que lo es el
Martes.
5. Como acabo de decir a Vmd. que
el común origen de reputar diferentes
Naciones tal, o tal día por infausto, fue
haber padecido aquel día alguna
sobresaliente calamidad; es natural
desee saber, si de este principio viene
tenerse en España el Martes por aziago.
Y yo satisfago a su presumido deseo,
diciendo que sí. Pero será nueva prueba
de ser esta observación vanísima la
relación del infortunio, que dio ocasión
a ella. Fue esta una derrota, que
padecieron los Aragoneses, y
Valencianos un día Martes, vencidos por
los Moros en la batalla de Lujen el año
de 1276. Dos famosos Historiadores
Españoles son mis fiadores. El Padre
Mariana, y el gran Zurita. El Padre
Mariana, lib. [148] 14 de su Historia de
España, cap. 20, dice así: Al tiempo que
el Rey (Don Jaime) estaba el Játiva, los
suyos fueron destrozados en Lujen. El
estrago fue tal, y la matanza, que desde
entonces comenzó el Vulgo a llamar
aquel día, que era Martes, de mal
agüero, y aziago.
6. Zurita, lib. 3 de sus Anales, cap.
100, refiere el caso de esta suerte:
Llegaron a Lujen los nuestros muy
cansados, y fatigados del grande calor
que hacía, y a vista de Lujen
descubrieron los enemigos, que eran
quinientos de a caballo, y tres mil de a
pie, y tuvieron con ellos una muy brava
batalla, y fueron los nuestros vencidos,
y murieron Don García Ortiz de
Azagra, y un hijo de D. Bernardo
Guillén de Entenza, y tanta gente de
caballo, y de pie de Játiva, que quedó
aquella Villa por este destrozo muy
yerma, y por esta causa, según
Marsilio escribe, se decía aún en su
tiempo por los de Játiva el Martes
aziago.
7. Dos reflexiones ocurren aquí, que
hacen visible la suma inadvertencia de
los que sobre este suceso fundaron la
observación de ser aziago el Martes. La
primera es, que el estrago, que
padecieron los Cristianos en esta
ocasión, fue levísimo en comparación
del que ejecutaron en ellos los Moros en
la funesta batalla de Guadalete, en que
fue destrozado un Ejército de cien mil
hombres, mandado por el Rey Don
Rodrigo, cuando la gente vencida en
Lujen verosímilmente no pasaría,
cuando más, de cinco mil hombres, pues
los enemigos no pasaban de tres mil y
quinientos. Pues si en aquel gran
destrozo no se observó el día de la
semana, en que acaeció, para declararle
aziago, cosa ridícula fue observar esto
otro.
8. La segunda es, que aquel daño fue
particular de Aragoneses, y Valencianos,
no común a todos los Españoles, siendo
entonces la Corona de Aragón Reino
aparte, de quien en ninguna manera
dependía el resto de España. Al
contrario, la batalla de Guadalete fue
funesta, y funestísima a la Nación
Española. Permítase, pues,
graciosamente, que en Aragón, y
Valencia tengan por aziago el Martes.
Mas si en toda España se debiese
observar algún [149] día como tal, sería
aquel en que se dio la batalla de
Guadalete, a que se añade; que los
Autores de esa observación fueron
únicamente los vecinos de Játiva, por
los muchos de aquel Pueblo, que
perecieron en aquel combate. ¿Pues qué
cosa más irracional, que mirar algún día
como aziago para toda la Nación,
porque fue funesto para un Pueblo
particular?
9. Y observo aquí de paso, que si
algún día de la semana se debiese notar
como funesto para Játiva, con mucha
más razón se notaría el Jueves, que el
Martes. Diré a Vmd. el por qué. A 25 de
Mayo del año de 1707, después de un
sitio fuertemente resistido de parte de
los sitiados, entró a viva fuerza en Játiva
el Caballero d’Asfelt, Comandante de
las Tropas de España, y Francia en el
Reino de Valencia, a que, después de
llevar al Soldado a filo de cuchillo
cuanto encontró, se siguió la total
desolación de aquel Pueblo, que fue
enteramente arrasado, a excepción de
las Iglesias, y pocas casas de algunos
particulares, que se mantuvieron fieles.
Cayó aquel año el día 25 de Mayo en
Jueves. ¡Cuánto más calamitoso fue este
Jueves, que aquel Martes!
10. Pero lo peor, señor mío, no está
en que esta observación es falsa, sino
que sobre esto es supersticiosa; y lo
mismo digo de la observación de otro
cualquiera día, o de la semana, o del
año, como fausto, o como infausto, y
asimismo como apto, o inepto para que
alguna operación, o diligencia tenga
buen efecto, o como significante de
algún suceso futuro. Este es el sentir
común de los Teólogos Morales, aunque
en orden a una, u otra particularidad no
están todos convenidos. Yo sobre este
punto enteramente suscribo a las
decisiones del P. Martín Delrio, lib. 3,
Disquisit. Magic. p. 2, q. 4, sect. 6. Así
digo con él, que es supersticioso
observar qué tiempo, v. g. si lluvioso, o
sereno, hizo en los días de San Vicente,
San Urbano, y de la Conversión de San
Pablo, para colegir de ahí si la cosecha
será buena, o mala. Leandro, apud
Gobat, de Superstitione, sect. 2, n. 953,
pretende absolver esta observación
[150] supersticiosa. Verdaderamente si
ésta no lo es, ninguna lo será; porque es
visible la inconexión de la buena, o
mala cosecha con el temporal que se
notó aquellos tres días.
11. Igualmente supersticiosa es la
observación, que reina, según se me ha
escrito, en muchos lugares de Castilla de
los tres primeros de Febrero,
pretendiendo el Vulgo, que en aquellos
tres días se cuaja el granizo, que en el
discurso del año ha de dañar los frutos.
Y para precaución; esto es, para
estorbar la coagulación del granizo,
usan, como de remedio, de la pulsación
de las campanas. Digo que esta
observación es igualmente supersticiosa,
que la pasada; pero más ridícula, porque
supone la coagulación del granizo
anterior días, y meses a su precipitación
sobre la tierra, como si pudiese estar
naturalmente suspendido tanto tiempo en
el aire.
12. Digo lo segundo con el P. Delrio,
que es superstición coger tales, o tales
hierbas el día, o noche de San Juan, en
la creencia de que cogidas entonces
tendrán virtud natural más eficaz, que en
otro cualquier tiempo. Vi en cierto País,
que cuando había truenos, quemaban
hierbas cogidas en la noche de San Juan,
pretendiendo disipar el nublado con
aquel sahumerio. De la misma harina es
ingerir los árboles el día de la
Anunciación: sangrar los caballos el día
de San Esteban: cortarse las uñas los
Viernes, o los Sábados, y otras
observaciones semejantes, las cuales,
dice el mismo Autor, bien lejos de ser
obsequiosas a aquellas festividades,
antes las infaman, y deshonran: Festa sic
potius inhonorant, quam colunt.
13. Es verdad que añade, que no se
atreve a condenar a los que adscribiesen
los buenos efectos de estas prácticas al
mérito, y protección de los Santos, que
se celebran en aquellos días: Non
auderem eos damnare. Mas para mí
siempre es sospechoso, que sólo para
una cosa determinada, y sólo en día
determinado fíen en el mérito de los
Santos. Los devotos del Proto-Martir
San Esteban podrán valerse de su
intercesión con Dios para cualquier cosa
útil, y honesta, [151] y no precisamente
para una operación tan mecánica, y sucia
como es sangrar los caballos; y podrán
implorar su protección, no sólo el día de
su fiesta, mas en otro cualquiera; aunque
no niego, que más excitada la devoción
en su festividad pueda ser más eficaz.
Pero si la devoción es buena, o mala;
esto es, falsa, o verdadera, se ha de
colegir de las circunstancias: Non bona
devotio, dice el P. Delrio, quae cum
scandalo conjuncta, quae merito
suspecta, quae anilis, quae singularis,
quae nullo Ecclesiae, vel traditionis
munita suffragio. Por esta regla (que es
muy segura) toda devoción, que tenga
alguna apariencia de disonante, o
ridícula, y por otra parte no estuviere
apoyada por la Iglesia, o por tradición
legítima, se debe condenar como
supersticiosa.
14. El P. Gobat, ubi supra,
justísimamente se lastima de que muchos
Católicos con tales prácticas
supersticiosas dan ocasión, o pretexto a
los Herejes para hacer burla de nuestra
Religión: Vere multi Catolici praebent
a Catolicis ansam subsannandi nostran
Religionem, atque abhorrendi ab ea,
dum vacant, & mordicus quidem,
superstitiosis quibusdam actionibus;
añadiendo, que están los Prelados de las
Iglesias obligados a poner remedio en
ello, como lo hizo el Obispo de
Ratisbona Sebastián Henichio, varón de
gran prudencia, y celo, en un caso, de
que fue testigo el mismo P. Gobat.
Practicaban los rústicos de una Aldea,
distante tres leguas de Ratisbona,
sumergir en una fuente, o lago la Imagen
de San Urbano, para alcanzar de este
modo por su intercesión lluvia cuando la
necesitaban. Diose noticia al señor
Obispo de que los Luteranos de
Ratisbona hacían mofa de esta práctica,
tratándola de ridícula, y supersticiosa.
Conoció el Obispo, que los Luteranos
tenían razón, y la prohibió severamente
para en adelante.
15. Este ejemplo pueden tener
presente ciertos Escritores (o mejor diré
Escribientes) ignorantes, y rudos de
nuestra Península, que cuando articulan,
o escriben los Herejes condenan por
herejía, o por lo menos como
sospechoso de ella, extendiendo
malignamente la censura a [152]
materias las más inconexas con la
Religión. Perteneciente a la Religión era
la nota que ponían los Luteranos de
Ratisbona a aquella práctica rústica.
Con todo, el Prelado condenó ésta
aprobando, o confirmando el dictamen
de los Luteranos; porque la Religión
Católica ama la verdad en cualquiera
parte que la encuentra, y no el celo
imprudente, y ciego, que casi siempre es
acompañado de tema, y ojeriza. Pero lo
más intolerable es, que estos burdos
Aristarcos, porque no se haga patente a
todos su ignorancia con las luces de
Crítica, Filosofía, Matemática, y aún de
Historia Sagrada, y Profana, que nos
comunican varios doctos Extranjeros,
buenos Autores, y buenos Católicos, aún
sobre éstos pretenden arrojar la nota de
sospechos, sin más título, que el de ser
Extranjeros. Injuria tan grave, que si
ignoran su fealdad, podemos colegir,
que no están mucho más adelantados en
Teología, que en Filosofía. Dejando
aparte, que esto es usurpar en alguna
manera la jurisdicción de aquel Sagrado
Tribunal, a quien únicamente compete
echar tales fallos.
Carta XIV
Sobre las traducciones de las
Obras del Autor en otros
Idiomas

1. Muy Señor mío: Gustoso, y


agradecido recibo la norabuena con que
V.S. me favorece del curso, y aceptación
que han logrado mis Escritos; pues no
puedo negar, que ésta ha sido bastante, y
respectivamente a su mérito muy
excesiva. Mas eso de que el Teatro
Crítico esté traducido en todas las
lenguas vivas de Europa, aunque a mis
oídos tal vez llegó alguna voz vaga de
eso mismo, creo que carece de
fundamento. Y pues V.S. desea saber lo
que he alcanzado en esta materia, digo,
que apenas tengo certeza [153] de otras
traducciones, que las que hay en lengua
Francesa, e Italiana; y ni aun sé si alguna
de éstas está concluida. La Francesa se
hace en París, y se vende en la Oficina
de Pepro Clemente, Mercader de Libros.
Empezóse el año de cuarenta y dos. Lo
que tiene de particular esta traducción
es, que el Traductor no ata en cuerpo de
libro los Discursos pertenecientes a
cada Tomo; sí que luego que se imprime
cada Discurso suelto, lo echa al
Público, en que pienso lo haya acertado
para su interés. A mi mano sólo han
llegado los diez y seis Discursos del
primer Tomo, y los tres primeros del
segundo, que me remitió el año de 43
Mr. Boyer, Médico del Rey
Cristianísimo, con quien he tenido
alguna correspondencia. Esta traducción
está en un todo defectuosísima; de modo,
que parece que el Traductor sabe muy
mal la lengua Española, y nada bien la
Francesa. Sin embargo, poco ha supe,
que corre con felicidad.
2. En Italia se están haciendo a un
tiempo tres traducciones: una en Roma,
otra en Nápoles, y otra en Venecia. De la
de Nápoles me dio noticia el mismo
Traductor habrá como cuatro años.
Empezó la traducción, según él me
avisó, por el cuarto Tomo, sin que me
explicase el motivo que tuvo para esta
inversión, que en efecto envuelve algo
de deformidad. De la de Venecia sólo
sé, porque se lo dijo en Madrid el año
de 40 el Señor Marqués de Santa Cruz
del Viso a mi Compañero el Padre
Maestro Fr. José Pérez Catedrático de
Vísperas de Teología de esta
Universidad de Oviedo. Y habiendo
tanto tiempo que esta traducción empezó
a salir a luz, es verisímil que hoy esté
toda fuera de la prensa.
3. La traducción Romana fue la más
tardía, porque empezó el año de 44, y
con todo ésta es la única que llegó a mi
mano. Sólo tengo el primer Tomo. El
Traductor es el Abad Marco Antonio
Franconi, Académico de la Arcadia de
Roma. Está estampado en la Oficina de
los Hermanos Pagliarinis, Impresores, y
Mercaderes de Libros. Nada se omitió
en esta impresión para hacerla hermosa.
Es excelente [154] el papel, y bella la
letra, con amplia margen, y buena
encuadernación. La lástima es, que en lo
más que importaba, que es la fidelidad
de la traducción, no hubo el mismo
cuidado, o no pudo haberle. En efecto,
aunque se debe suponer, que el
Traductor, siendo de la Academia
Arcadia, posee con perfección la lengua
Italiana, está algo lejos de llegar a este
grado en la Española. Así en algunas
partes falta la significación propria de la
voz, o el sentido genuino de la cláusula.
En Roma sólo se notó, que la traducción
era seca, según escribió el Coronel Don
Rodrigo de Peral, que estaba a la sazón
alojado a siete leguas de distancia de
Roma, y a quien poco después debí el
favor de remitirme el Libro, y el de
avisarme, que para la traducción del
segundo Tomo, y siguientes se habían
aplicado manos más hábiles: lo que yo
entiendo de que el Abad Franconi se
haya asociado algún sujeto muy versado
en los dos idiomas, Italiano, y Español,
pues dicho Abad en el Prólogo promete
continuar la traducción de todas mis
Obras: Doppo l’ottavo Tomo,
compimento del Teatro Critico, vidaro
la versione del primo Tomo delle
Lettere Erudite, sperando di poter vi
presentare anche il secondo.
4. Sobre cuyas palabras advierto a
V.S. que este Traductor llama al octavo
Tomo complemento del Teatro Crítico, a
causa de que aunque en el original el
Teatro, entrando el Suplemento, se
compone de nueve Tomos, en esta
versión Italiana no tiene más que ocho.
Es el caso, que fue el Traductor
esparciendo, y acomodando en los
lugares respectivos las adiciones, y
correcciones de que se compone el
Suplemento, colocando al fin de cada
Discurso las correspondientes a aquel
Discurso, en que no puedo menos de
aplaudir, y agradecer su idea.
5. Dije arriba, que apenas tengo
certeza de otras traducciones, que las
expresadas; porque aunque se me dio
noticia de la traducción Alemana, no sé
si le dé entero asenso. Esta me vino por
medio de Don José Gartia Tuñón,
Capellán del Ilustrísimo Señor Nuncio
de España; y a éste por un Romano,
Oficial de la Nunciatura, que le [155]
aseguró, que el Eminentísimo Cardenal
Bezzozi tenía el Teatro Crítico en lengua
Alemana. Si hay esta traducción, es
verisímil que sea Autor de ella el Barón
de Schomberg, residente en Dresde;
porque este docto Caballero ha trece, o
catorce años pidió a un corresponsal
suyo Español un resumen de mi vida,
con las circunstancias de nacimiento,
patria, nombres, y calidad de mis
padres, edad, tiempo en que recibí el
santo Hábito, estudios, empleos, y
honores que tuve en la Religión, &c. lo
cual no veo para qué pudiese ser, sino
para estampar estas noticias en la frente
de alguna traducción de mis Obras.
6. De Inglaterra sólo sé, que años ha
entró allá el Teatro Crítico. Esto me
consta por Carta de un Inglés, que ni sé
cómo se llama, porque no firmaba, ni
cómo introdujo el pliego en el Correo de
Madrid. El asunto de dicha Carta es
digno de que V.S. y otros lo sepan,
porque fue corrección de un yerro mío.
Había yo escrito en el Tom. 4, Disc. 12,
§. 25, que el arte de la escritura
compendiosa, aquella digo, que
procediendo por breves notas
significativas de dicciones enteras,
seguía con la pluma el rápido
movimiento de la lengua, conocida, y
usada de los Antiguos, no ha llegado a
nuestros tiempos. Advirtióme, pues, el
Anónimo Inglés, que yo estaba muy
engañado en esto, porque dicha arte
vive, y es muy practicada en Inglaterra,
de la cual me nombraba los Maestros
más famosos, que la enseñan allí, y aún
ponía una especie de ensayo, o muestra
de ella en la Carta. Después que la
recibí, que habrá cuatro años, poco más,
o menos, ví confirmada la misma noticia
en el Diccionario Crítico de Pedro
Bayle, Tom. 3, pág. 2410, donde
después de hablar del uso que hacían los
Antiguos de las notas de abreviación,
añade: Este arte es conocido, y
practicado hoy en Inglaterra mejor que
en algún otro Lugar del Mundo. Estas
palabras a la verdad suenan, que no sólo
en Inglaterra se practica este arte, mas
también en otras tierras, aunque no con
igual perfección; pero yo creo, que lo
más a que se puede extender su
significación es, que en otra Regiones
sólo uno, u otro [156] particular se haya
dado a este estudio; pero no que haya
Maestros destinados a su enseñanza,
como en la Gran Bretaña: y sin el
auxilio de la escuela, cuanto pueda
avanzarse un particular será poquísima
cosa.
7. El citado Anónimo me añadía, que
este arte cada día se va perfeccionando
más, y más en Inglaterra. Y no sería
maravilla, atenta la valentía del genio
Inglés, que se adelante, o esté ya más
adelantado en Londres, que lo estuvo en
la antigua Roma.
8. Finalmente, como respecto de las
Naciones, con quienes guerreamos, a
vueltas del Político, tenemos impedido
el comercio Literario, no es fácil saber
lo que pasa en Alemania, Inglaterra,
Polonia, &c. en orden a las traducciones
de mis Obras. A que puede V.S. añadir
lo poco, o nada que yo cuido de adquirir
tales noticias. Nuestro Señor guarde a
V.S. muchos años, &c.
Carta XV
Contra la pretendida multitud
de Hechiceros

1. Muy Señor mío: Muy trasnochada


viene ya la reconvención, que Vmd. me
hace, sobre lo que en el Discurso quinto
del segundo Tomo del Teatro Crítico
dije sobre la raridad de hechiceros.
Pero ya veo que esta tardanza pendió de
que hasta ahora no tenía los materiales,
que hoy me presenta como objeción
contra lo que afirmé en el lugar citado.
¿Y qué materiales son éstos? La
hechicera de una Aldea del Tirol, y el
Mágico de Ingolstad, de que le dio
noticia un Viajero, que Vmd. no nombra,
contentándose con decir, que es un
Militar muy entendido. Norabuena que
lo sea. ¿Y qué? ¿No hay Militares muy
[157] entendidos, que cuentan sendas
patrañas? Señor mío, como no soy
amigo de insinuar por rodeos lo que
puedo explicar por atajos, resueltamente
digo, que tanto creo el vuelo de la
hechicera, y la burla que hizo él al
Mágico Viandante de desaparecerle los
platos de la mesa, con lo demás que me
refiere de uno, y otro, como las
aventuras de Amadis de Gaula, y de Don
Belianis de Grecia.
2. Ni lo que Vmd. añade, como
previniendo de antemano mi disenso,
que aquellos prodigios son posibles,
hace alguna fuerza. Sí señor, posibles
son. ¿Pero estoy yo obligado a creer
como existente todo lo que es posible?
En ninguna manera. Posible es sin duda,
que Dios haya colocado algunos
habitadores en la Luna, y otros Planetas.
Con todo, apostaré algo de bueno a que
Vmd. no cree existentes tales
habitadores, como yo tampoco los creo.
Lo posible no coincide con lo verisímil,
antes discrepa infinito uno de otro. Todo
lo que es extraordinario, por posible que
sea, tiene otros tantos grados de
increíble, cuantos tiene de
extraordinario. Esto se entiende
prescindiendo de los testimonios que lo
apoyan, los cuales pueden ser tan
fuertes, que obliguen a creer lo que sin
ese apoyo sería imposible. Sobre que
puede Vmd. leer lo que he escrito en el
Discurso de la Regla Matemática de la
Fe Humana, que es el primero del
quinto Tomo del Teatro Crítico. ¿Y qué
autoridad tiene para calificar aquellos
prodigios mágicos un Viandante, sin otro
carácter, que el que Vmd. le da (acaso
graciosamente) de un Militar muy
entendido? Mas doy que sea verdad todo
lo que dijo el Viandante. No veo que eso
pueda servir mucho al intento de Vmd.
pues yo no niego, que haya hechiceros:
sólo digo que éstos son rarísimos; y el
que sean muchos no se prueba con dos
solos que se cuentan allá de lejas
tierras.
3. Hágome cargo de que ya Vmd.
preocupó esta solución, agregando a los
prodigios, que refirió su Viajero, otros
muchos, (aunque sin especificarlos) que
testifican varias relaciones escritas por
otros Viajeros, (que tampoco [158]
nombra) especialmente algunos que han
peregrinado, ya por los Países
Orientales, ya por la América.
4. Lo primero, señor mío, Estrabón
dijo, que todos los Viajeros son
mentirosos en el asunto de sus viajes. Ya
veo que esto es mucho decir. Mas no se
puede negar, que, por lo común, este
género de gente claudica bastantemente
por este camino. Hacerse un hombre
espectable, y grato en las
conversaciones, refiriendo de lejas
tierras cosas singulares, que los
circunstantes no han visto, ni oído, da
una gran satisfacción a su amor proprio.
Mucho más si son sucesos prodigiosos
los que refiere. Ya lo he escrito más de
una vez, que hombres, por otra parte
nada embusteros, suelen caer en la
tentación de fingir, que vieron tal, o cual
portento, por complacerse en la
admiración de los oyentes; como que
ésta es en alguna manera reflexiva sobre
sus proprias personas. Se puede decir,
que es menester una veracidad heroica
para no rendirse a este género de alhago.
Sobre todo, cosas de hechicerías, y
encantamientos hechizan, y encantan al
que habla, y al que oye. De aquí vienen
tantos cuentos Mágicos, que primero se
esparcieron en las Plazas, y después,
por beneficio de la Imprenta, subieron a
las Bibliotecas.
5. Lo segundo, contra lo que afirman
esos Viajeros de las muchas hechicerías
de Países remotos está el silencio de
otros, que anduvieron las mismas
tierras, y refieren lo que observaron en
ellas, sin hablar palabra de hechiceros,
o hechiceras; lo que no dejarían de
hacer, si los hubieran hallado, por ser
esto cosa que excita, y lisonjea más la
curiosidad, que todo lo demás que
refieren.
6. Lo tercero, lo que por la mayor
parte se infiere de las relaciones de esos
Viajeros no es que haya los muchos
hechiceros, de que hacen mención; sino
que los bárbaros de aquellos Países, los
tienen por tales, en que es facilísimo
sean engañados: pues aun los pobres
paisanos de por acá, con ser mucho
menos estúpidos, lo son muchas veces,
teniendo por hechiceros a los
embusteros, que quieren [159]
persuadirlos que lo son. De varios
Países, se sabe positivamente por
buenos Autores, que los que creen en
ellos ser hechiceros, no son otra cosa,
que unos bribones, que se hacen temer, y
respetar con ese embuste.
7. Ya en otra parte cité al Padre du
Halde, de la Compañía de Jesús, que en
el Tomo 3. de su grande Historia de la
China es de este sentir en orden a los
hechiceros de aquella Región. El Padre
Charlevoix, de la misma Compañía,
viene a decir lo mismo de los del Japón
en el Tomo primero de la Historia de
aquel Imperio, cap. 11. Lo proprio
asienta el Geógrafo Martiniere de los
Iroqueses, Nación de la América
Septentrional, en el Tomo 4, part. 2. pág.
149.
8. Pero el testimonio más decisivo
en esta materia es el del Reverendísimo
Padre Maestro José Gumilla, de la
misma Compañía, Autor de la bella
Obra del Orinoco Ilustrado, dada a luz
en dos Tomos este año próximo de 1745.
Digo que es el testimonio más decisivo
por varias circunstancias. La primera es,
que habla de lo que vio, y observó por
sí mismo en los muchos años que ejerció
el sagrado ministerio de Misionero en
varios Países de la América Meridional.
La segunda, que los oficios que obtuvo
de Superior de las Misiones del
Orinoco, Meta, y Casanare, Provincial
del Nuevo Reino de Granada, y el que
hoy ejerce de Procurador a entrambas
Curias por dichas Misiones, y
Provincia, constituyen un testigo muy
superior a toda excepción. La tercera, y
principalísima es, que sus mismos
Escritos hacen visible, que es dotado de
una justa crítica, y de conocida
veracidad.
9. Vea, pues, Vmd. ahora lo que este
sujeto en el libro 1. de su Orinoco
Ilustrado, cap. 10, donde habla de la
Nación de los Aruacas, siente de los
hechiceros Americanos. Estos Indios,
dice, son los más diestros, y aun creo
que son los inventores de la Maraca,
que se ha introducido también en otras
Naciones; y se reduce a un embustero,
que se introduce a Médico: hace creer
a los Indios, que habla con el [160]
demonio, y por su medio sabe si ha de
morir, o no el enfermo. Para estas
consultas tienen sus casitas apartadas,
pero a vista de las poblaciones; y
encerrados en ellas los Médicos, se
pasan toda la noche gritando, y sin
dejar dormir a nadie, así por los gritos,
como por la Maraca, que es un
calabazo con mucho número de
piedrecillas adentro, con que hacen un
fiero, e incesante ruido: grita y
pregunta al demonio el Piache; (así
llaman a los tales Médicos) y cuando
se le antoja muda de voz, y finge las
respuestas del Demonio. Digo que
finge, porque ya está averiguado, que
todo es una pura mentira, y un engaño,
y hurto manifiesto lo que cobra por su
trabajo después que muere el enfermo,
y es todo lo mejor del difunto, menos lo
que la pobre viuda puede esconder. Y
muy poco después: Así entre estos
Indios Aruacas, como en las demás
Naciones del Orinoco, y Río Meta, no
hallé señal alguna probable de que se
aparezca el demonio a los tales. Y algo
más abajo refiere, cómo un Flamenco,
llamado Francisco Eglin, con astucia
sorprehendió en la trampa de su fingido
demonio a un Piache, con lo cual
confesó de plano el Indio, su flaqueza,
y el embuste con que engañaba a los
Indios, para ganar de comer. Vea Vmd.
en lo que paran esos Piaches Mágicos,
de que algunos de nuestros Viajeros nos
aseguran hay tanto número en la
América.
10. Es verdad que en la misma parte
apunta un caso particular, en que parece,
que el demonio con voz sensible
procuraba retraer a unos Indios del
ánimo en que estaban de hacerse
Cristianos. Pero las señas que da, son
compatibles con que esto fuese trampa
de otro Indio. Fuera de que yo no niego,
que en uno, u otro caso raro el demonio
se aparezca a sus Idólatras.
11. Hágome cargo de que uno, u otro
Misionero, de cuya veracidad, en
atención a su Apostólica vida, no se
puede dudar, sin hacerles grave injuria,
dan por sentado en sus relaciones haber
muchos hechiceros en los Países
Gentílicos, donde ejercieron su sagrado
ministerio. Pero respondo lo primero,
que la mayor parte de lo que dicen [161]
es puramente de oídas. Respondo lo
segundo, que aunque no se puede dudar
de su veracidad, se puede, y aun debe
dudar si tenían la sagacidad, y
aplicación necesarias para discernir
entre la realidad, y el embuste; porque
son infinitas las invenciones que hay
para fingir operaciones Mágicas, y
algunas tan solapadas, que imponen a
los más advertidos.
12. El Padre Gaspar Scoto, en su
Magia Natural, cuenta de un profesor de
juegos de manos, que a todo el Pueblo
Romano persuadió, que era Mágico; y si
a él no le fuese preciso, para evitar el
castigo, descubrir la superchería de que
había usado, hasta hoy estarían allí en
aquella creencia.
13. Gayot de Pitaval, en el Tomo
sexto de sus Causas célebres, cuenta,
que en París una mujer, llamada la
Voisin, fue tenida de aquel gran Pueblo
por hechicera insigne; y refiere los
artificios de que usaba para vender una
espada, que por encanto hacía vencedor
de todos al que usaba de ella: para hacer
creer, que sabía los secretos más íntimos
de todas las familias: para representar
en la agua de un barreño la figura
propria del ladrón, que había hurtado
unos dineros: para imitar truenos, y
relámpagos, &c.
14. Mr. de Segrais, en sus
Anécdotas, refiere cosas semejantes del
Abad Brigalier. Este expendió cuarenta
mil escudos por hacerse Mágico; y no
pudiendo conseguirlo, se aplicó a
persuadir, que lo era, lo que logró con
varias sutilezas. En el Autor citado se
puede ver cómo fingió la resurrección
de un pajarillo realmente muerto: la
mudanza repentina del color rojo de una
pieza de tela en verde: la transformación
de un pollo de gallina en pavo; y en fin,
la aparición del diablo: pero esta última
ilusión fue funesta para muchos. El
modo con que se condujo en ella fue el
siguiente.
15. Formó en una pared de su casa
un nicho, o seno capaz de ocultar en él
un hombre, poniendo delante una pintura
del diablo. Hecho esto, para hacer el
papel de tal, [162] echó mano de un
pobre de la peor figura que pudo
encontrar; al cual, después de bien
tiznado el rostro, y revestido de otras
circunstancias, que esforzasen la
representación, colocó en el nicho,
previniéndole, que cuando pronunciase
tales palabras, tirando la efigie del
diablo al suelo, saltase al pavimento de
la cuadra, y corriendo sin detenerse
pasase a otra inmediata, que estaba
obscura. Fueron muchos los curiosos
que concurrieron a ver cómo el Abad
Brigalier desempeñaba la promesa, que
había hecho de mostrarles el diablo, y
después de practicadas por el Abad
delante de todos, algunas ceremonias,
que tenían el aire de mágicas, se ejecutó
la ilusión en la forma insinuada; de que
resultó la fractura de muchas piernas, y
brazos, porque aterrados todos los
circunstantes, hubo algunos que se
arrojaron por las ventanas.
16. Pitaval en el lugar citado arriba
dice, que la Voisin jugó la misma
invención en París; pero como en León
de Francia fue costosa para los
circunstantes, en París estuvo muy cerca
de ser funesta para el que hacía el papel
de diablo. Fue el caso, que hallándose
allí el famoso Duque de Luxemburgo,
uno de los más resueltos Capitanes que
tuvo la Francia, que había gustado de
concurrir al ofrecido espectáculo;
haciendo el diablo farsante, luego que se
apareció, ademán de ir a embestirle para
hacerle huir aterrado, el Duque le puso
delante la punta del espadín, diciéndole:
Monsieur diablo, si adelantáis un paso
más, os pasaré de parte a parte: con
que el pobre diablo no tuvo otro
recurso, que echarse a sus pies pidiendo
misericordia.
17. El mismo Pitaval, citando a
Bakero, refiere de un Mágico fingido,
que dejó atónita la gente, quitando
repentinamente la corcoba a un hombre,
que padecía esta deformidad, no más
que con pasarle la mano por la espalda.
¿Pero qué? La corcoba era sólo
aparente, y consistía en una vejiga
entumecida, dispuesta de modo, que con
una ligera presión se deshinchaba.
18. Me opondrá acaso Vmd. que en
aquellas tierras [163] bárbaras, donde
nos cuentan tantas hechicerías, no son
los hombres capaces de discurrir estas
sutilezas para contrahacer la Mágica.
Pero a esto digo lo primero, que para
mentir, y engañar en ninguna tierra faltan
hombres muy hábiles. En el libro 6 de
las Cartas edificantes se refiere un
ingeniosísimo artificio con que los
Sacerdotes idólatras del Maduré (País
de la India Oriental) representaban, que
su venerado Idolo lloraba a tiempos,
ordenando este embuste a retraer aquella
miserable gente de abrazar la Religión
Cristiana.
19. Digo lo segundo, que si los
embusteros de allá no son tan sagaces
como los embusteros de acá, a
proporción el Vulgo de allá es más rudo
que el de acá: con que menos habilidad
bastará para engañarlos. El Marqués de
San Aubin refiere; que el que era
respetado por supremo Hechicero entre
los Hottentotes (Nación sumamente
bárbara hacia el Cabo de Buena
Esperanza) confesó, que era mayor
Mágico que él un Soldado Europeo, a
quien vio beber un poco de agua
ardiente encendida; en que no hay más
dificultad, que la de atreverse a hacerlo.
20. Digo lo tercero, que ni aun acá
es menester alguna especial habilidad
para engañar al Vulgo en materia de
hechicerías. Añado, que ni aun poca,
porque no ha menester que nadie le
engañe. El se engaña a sí mismo. Por
vanísimas conjeturas, y levísimas
apariencias cree hechiceros, y
hechicerías que no hay. Trate Vmd. esta
materia con los inocentes paisanos de
cualquier territorio, y les oirá tantos
cuentos de hechicerías, que para ser
verdaderos era preciso hormiguear el
Mundo de hechiceros, y hechiceras.
21. Es verdad, que estos cuentos por
la mayor parte son mentiras, que ellos
fraguan, o que oyeron a otros. Pero
muchas veces sólo a su propia rudeza
deben el concepto de la hechicería. En
cualquier Pueblo donde parezca un
Volatín de particular agilidad, o un
Jugador de manos de algo especial
destreza: en fin, el que haga cualquier
[164] cosa insólita, y en alguna manera
admirable, juzga el Vulgo, que procede
de pacto con el demonio.
22. Y entienda Vmd. que aquí debajo
del nombre de Vulgo comprehendo no
pocas brillantes pelucas, no pocos
venerables bonetes, no pocas reverendas
capillas. Habrá como treinta y seis años,
que algunos Maestros, y Doctores de
cierta Universidad tuvieron por
hechicero a un tunante Francés, que
imitaba con gran propriedad las voces
de veinte y cuatro pájaros. Y habrá
como catorce, que haciendo sus
habilidades en esta Celda, en que estoy
escribiendo, un Italiano muy diestro en
juegos de manos, tuvimos bastante
trabajo en quitar de la cabeza a un
Lector de Teología, que concurrió, el
que ejecutaba algunas cosas en virtud de
pacto.
23. Por conclusión, Señor mío, en lo
que todos debemos convenir es, que
hubo, y hay Hechiceros, pero
poquísimos; y aun ésos con un poder
muy limitado: ya porque Dios por su
bondad no permite al demonio que pase
de tales, o tales límites; ya porque el
demonio por su malicia rehusa a sus
siervos, aun aquellas comodidades
temporales, que por medio de la Magia
podrían adquirir. Mas esta reflexión me
da motivo, y ofrece materia para otra
Carta, que remitiré a Vmd. cuanto antes
pueda. Entretanto ruego a nuestro Señor
guarde a Vmd. muchos años, &c.
Carta XVI
Sobre cierta lesión de la vista
de un Caballero.

En respuesta a la madre del paciente,


que había escrito al Autor, enviándole la
consulta, que le hacían dos Médicos, por
si hallaba algún remedio al accidente.
Donde se advierte, que como la
respuesta a la señora es ordenada a que
la vean los Médicos consultantes, no
debe extrañar el Lector los textos
Latinos, y noticias Físicas, Anatómicas,
y Matemáticas que hay en ella.

1. Muy Señora mía: Con gran dolor he


leído la de Vmd. y la consulta que la
acompaña de los Señores Doctores N. y
N.; porque juzgo el defecto que su hijo
de Vmd. contrajo en la vista, de resulta
de estar mirando al Sol de hito en hito
largo rato, de muy difícil, y acaso de
imposible curación. Esa nieblecita
blanca, que le impide la inspección de
aquella parte del objeto, que quiere
mirar directamente, proviene sin duda,
como esos señores Doctores discurren
muy bien, de la lesión que los rayos
solares hicieron en la retina; a que
añado, que no en toda ella sí sólo en su
parte central, o en el medio, donde
termina el nervio óptico, que es el sitio
en que hicieron impresión los rayos del
Sol; digo la impresión más viva, y
eficaz; lo que es general a los rayos
visuales de cualquier objeto, que vienen
por el exóptico; esto es, por aquella
línea, que, [166] saliendo del objeto, se
considera encaminarse por el centro, o
medio de los tres humores del ojo
perpendicular a ellos, y se termina en el
centro de la retina. De aquí es, que el
paciente ve los objetos, que mira, algo
lateralmente; porque los rayos visuales
de estos no vienen por el eje óptico, ni
se terminan en el centro de la retina,
sino con algún desvío.
2. El Padre Claudio Francisco
Dechales, lib. 1. Opticae, proposit. 30.
cuyo título es, de oculorum
suffusionibus, muscis, & aliis
huiusmodi, toca, aunque muy de paso, y
generalísimamente el caso de nuestro
enfermo, atribuyendo el daño a la retina,
por estas palabras: Hoc accidit his, qui
Solem intuiti sunt, qui propterea in
obiectis singulis Solem vident, eo quod
retina fuerit vulnerata.
3. ¿Pero qué lesión es la que recibe
en este caso la retina? Resueltamente
afirmo que es una alteración constante
de su textura, que viene a ser
continuación de aquella misma que
padeció al recibir los rayos Solares,
aunque algo debilitada; y por eso
representa siempre el Sol, aunque débil,
y confusamente. Esto se entenderá
claramente con un experimento muy fácil
de hacer, y que yo hice algunas veces. Si
el que miró por un rato un objeto
luminoso, o muy iluminado, cierra luego
los ojos por algún espacio de tiempo,
v.g. cuatro, o cinco credos, le parece ver
aquel mismo objeto, aunque débil, y
confusamente. Puede hacerse esta
experiencia con la luz de una candela al
tiempo de acostarse, y de día con una
vidriera iluminada al Sol: una, y otra
hice algunas veces; pero en la vidriera
se hace con mayor evidencia, porque
después de cerrados los ojos, se
representa con la división de todos sus
cuarterones, y las listas de plomo que
los dividen.
4. Esto prueba, a mi parecer,
invenciblemente que dura por algún rato
en la retina aquella preternatural textura,
que produjo en ella la impresión viva
del objeto, y por la cual se representa.
¿Mas por qué no permanece por más
tiempo aquella textura preternatural?
Porque las fibras por su fuerza elástica
se van restituyendo a su positura natural;
[167] y así como poco a poco se van
restituyendo, al mismo paso se va
desvaneciendo la imagen del objeto,
hasta que, lograda enteramente la textura
nativa, se desaparece enteramente la
imagen.
5. Esto sucede cuando el objeto no
es muy intensamente luminoso, o es poco
el tiempo en que se mira. Mas como la
luz del Sol es extremamente viva, a
proporción es su acción mucho más
eficaz, que la de otro cualquier objeto
luminoso, o iluminado: con que,
recibida en la retina por algún tiempo
considerable, es natural, que induciendo
en sus fibras una corrugación, o
crispatura fuerte, extinga, o deje sin
ejercicio la fuerza elástica de ellas; del
mismo modo que hace el mismo efecto
de crispar, o currugar el fuego en
cualquier cuerpo flexible, y fibroso; v.g.
un pergamino que reciba su acción muy
de cerca, y por algún tiempo
considerable. Donde advierto, que éste
no es caso símil, sino el mismo, porque
el Sol es realmente fuego, y su acción es
rigurosamente ígnea, como se ve en los
espejos ustorios; y lo que hace en los
espejos ustorios, hace, aunque no con
tanta fuerza, en los ojos; o hacen los
ojos, respecto del Sol, lo mismo que los
espejos ustorios convexos; esto es, por
medio de la refracción, que padecen en
los tres humores de que constan, unir sus
rayos en el centro de la retina. De modo
que el ojo es en realidad un espejo
ustórico convexo.
6. Siendo tal la lesión, que padeció
en los ojos el paciente, me parece a mí
naturalísima la mala secuela que tuvo la
aplicación de la aguardiente, ruda,
eufrasia, y nuez moscada; o por mejor
decir, la mala secuela, que resultó de
empeorar el paciente con la aplicación
de estos remedios, es nueva prueba de
que la lesión, que padeció en los ojos,
es la misma que yo he afirmado; porque
remedios ardientes, y aromáticos que
habían de hacer, sino aumentar la
crispatura, y rigidez de las fibras de la
retina. Parece ser se había de tomar el
rumbo diametralmente contrario; esto es,
aplicar humectantes, y emolientes. ¿Pero
acuso yo en esto de impericia al
Médico, que usó de aquellos [168]
remedios? En ninguna manera. Por los
principios de la Medicina, que estudió,
es natural que no pensase en otra cosa
que en lo que hizo. En nuestras Aulas de
Física, y Medicina todo se atribuye a
cualidades, sin acordarse jamás de la
constitución mecánicas de las varias
partes de cuerpo animado, ni de las
alteraciones, que en esa constitución
mecánica pueden inducir varias causas.
Pero en nuestro caso más es menester
que la noticia del mecanismo de las
partes. Es el caso, que muchas de las
lesiones de los ojos piden para su
conocimiento, y curación la pericia en
otra facultad distinta de la Medicina,
que es una de las Matemáticas, llamada
Optica. Por esto en otras Naciones, que
abundan de Artífices para todo, tienen
Médicos especiales para las
enfermedades de los ojos, que por eso
se llaman Oculistas; a ellos remiten los
Médicos comunes a cualquiera que los
consulta sobre afectos oculares; y
cuando no lo hacen, suelen caer en
notables errores.
7. El Padre Dechales, en el lugar que
he citado arriba, refiere como para la
curación de un Jesuita de su Colegio,
que empezaba a padecer cierto defecto
en la vista, fueron llamados unos
Médicos bastantemente doctos a
consulta, a la cual asistió también el
mismo Padre Dechales, que
comprehendió claramente la esencia del
defecto, y su causa; pero los Médicos
iban mil leguas de allí. Con todo los
disculpa, porque su error consistía, no
en ignorancia de la Medicina, sino de la
Optica: Cum ex suis tantum principiis
loquerentur, nec Opticas rationes
advocarent, mirum quantum in re,
alioquin facili, hallucinabantur.
8. Lo proprio digo yo, Señora, del
Médico que tentó la curación del hijo de
Vmd. Supongolo muy docto en su
facultad; pero a su facultad, le falta
mucho para alcanzar, no digo sólo a la
curación, mas aun al conocimiento del
mal, por falta del indispensable auxilio
de la Optica. Y aun añado, que en
nuestro caso era también necesaria
cierta dosis de Física experimental,
como verán estos señores Doctores que
entra en la explicación, que hice arriba,
del afecto que padece ese Caballerito, y
de su causa. Y tampoco [169] esa Física
experimental se enseña, por lo común, a
lo menos en las Escuelas de España.
9. Tengo noticia de que hoy se halla
en Santiago de Galicia un Oculista
Extranjero muy perito en su arte. Y si
salió ya de Santiago, sería para la de
Lisboa, de donde me dicen está llamado.
Mi dictamen, pues, es, que se le
consulte, remitiéndole copia de esta
Carta mía. En un Lugar tan populoso, y
de tanto comercio como ése, no faltarán
quienes tengan alguna correspondencia
en Lisboa, y en Santiago. La lesión de
vista, que padece el hijo de Vmd. ni
pide, ni admite operación manual; y así,
en caso de ser curable (lo que yo
dificulto mucho), por escrito podrá
informar de lo que se debe hacer.
A los señores Doctores N. y N.
B.L.M. y a Vmd. me ofrezco con el más
afectuoso rendimiento, para cuanto
pueda servirla, &c.
Carta Décimo séptima
Como trata el demonio a los
suyos

1. Muy señor mío: Ofrecí a Vmd. otra


Carta consiguiente en el asunto aquella
reflexión sobre la malicia diabólica, con
que terminé la antecedente. Cumplo
ahora la promesa.
2. Si en orden a la multitud, y poder
de los Magos se hubiese de hacer
concepto por lo que un discurso
aparentemente muy bien fundado ofrece
a primera vista, nada parecería más
razonable, que el juzgar que aquellos
confidentes del demonio son muchos, y
muy poderosos. No es dudable la
ardiente actividad, con que este
implacable enemigo nuestro procura la
ruina de las almas; por consiguiente
tampoco es dudable, que pondrá en
ejecución los [170] medios más eficaces
para conseguirla; y es igualmente cierto,
que el medio más eficaz es brindarlas
con la satisfacción de todos sus apetitos.
Ahora bien. Esto puede ejecutar por
medio de la Magia; conviene a saber,
ofreciéndoles, mediante el pacto,
asistirlas para el logro de todos sus
deseos. Luego así lo ejecutará, o
ejecuta.
3. Estoy persuadido a que este
discurso es quien fomenta la vana
credulidad de tantas hechicerías, y
tantos hechiceros; disponiendo el ánimo
para dar asenso a las innumerables
historietas, y cuentecillos que se oyen, y
leen en este asunto, porque los que
discurren así, se hacen esta cuenta. El
demonio puede, el demonio quiere,
luego lo hace. Sólo resta para estorbarlo
la resistencia, que puede hallar de parte
de los hombres, sin cuyo consentimiento
todas sus diligencias sin inútiles. Pero
este excepción no quita, que la cuenta,
que hacen los crédulos, no salga muy
cabal. Es así, dirán, que el
consentimiento del hombre es
indispensable en este tratado. Y desde
luego se concede, que no convendrán en
él los más; pero convendrán muchos;
esto es, gran parte de aquellos, que
siendo agitados de vehementísimas
pasiones, no encuentran otro medio de
satisfacerlas. Y dado que éstos no
constituyan más que la milésima parte de
los hombres, hartos hechiceros quedan
en el mundo. Por este cálculo España le
tocarán más de seis mil.
4. Pero ve aquí que este Discurso, al
parecer tan especioso, flaquea por todas
partes. Primeramente, lo que supone el
poder del demonio está muy lejos de la
verdad. Podrá sin duda todo lo que
argumento pretende, si Dios no le atase
corto. Pero la bondad Divina tiene
tirante la rienda a la malicia diabólica.
Es el demonio un león rugiente, y feroz,
bestia de grandes fuerzas; pero león
puesto en cadenas. Si no fuese así,
quitaría de repente la vida a todos los
hombres, luego que ve que acaban de
cometer algún pecado grave.
5. Lo segundo, la notoriedad del
hecho manifiesta la falencia de aquel
cálculo, de que resultan tantos millares
[170] de hechiceros; pues es notorio que
no hay tantos, ni con mucho. Todos
viéramos los efectos; esto es, muchas
hechicerías, si fuese tan grueso el
número de los hechiceros. Y yo por mí
protesto, que ninguna vi hasta ahora. A
que añado, que eso mismo oí decir
varias veces a sujetos observadores y
veraces.
6. Con todo debo confesar, que este
argumento no comprende a todos los
crédulos de hechicerías. Éstos se
dividen en dos clases, que son los
vulgares vulgarísimos, y los
semivulgares. Los vulgares vulgarísimos
creen, que todo el Mundo, sin distinción
de Reinos, Naciones, y Creencias, está
lleno de hechiceros; y contra éstos es
eficaz el argumento propuesto. Los
semivulgares distinguen, diciendo, que a
la verdad, entre los que adoran al
verdadero Dios hay pocos; pero en las
Naciones idólatras muchos. Esto es lo
que se lee en varios Escritos, y a estos
da fácilmente asenso la razón; siendo
natural que el demonio halague, y
favorezca con mucha especialidad a
aquellos, que mira como muy suyos,
como sus alumnos, como sus clientes; a
aquellos que le doblan la rodilla, y
prestan el culto, que sólo se debe al
verdadero Dios. Con estos sus queridos
contrae, mediante el pacto, la obligación
de asistirlos, de regalarlos, poniendo a
su arbitrio todas las comodidades
temporales, que apetecen, ya que
después de esta vida mortal han de ser
eternamente infelices.
7. Este es el punto a que yo quería
traer la atención de Vmd. siendo mi
pretensión en esta Carta establecer, y
probar aquella máxima, con que concluí
la antecedente; que el demonio por su
malicia rehusa a los hombres, aún
aquellas comodidades temporales, que
por medio de la Magia podrían
adquirir. Esta cláusula me condujo al
asunto de esta Carta, en que haré ver,
que los que se imaginan que el demonio
procura a los Idólatras una vida
deliciosa, con la satisfacción de todas
sus pasiones, y apetitos, ni conocen al
demonio, ni conocen al Mundo. No
conocen al demonio, porque la
propensión violenta de esta maldita
criatura [172] es hacer a los hombres
infelices de todos modos; esto es, no
sólo en el otro Mundo, más también en
éste. No conocen el Mundo, (hablo de
aquel conocimiento que da la lectura de
las Historias Sagradas, y Profanas);
porque si tuviesen este conocimiento,
sabrían que efectivamente los que son
peor tratados del demonio, son esos
adoradores suyos. Ningún bárbaro
dueño ejerció tanta crueldad con sus
más infames esclavos, como el demonio
practica, y practicó siempre con sus
devotos. Parece esta ferocísima bestia
una sed proporcionada al fuego en que
arde; pero no es des de agua, como la
del Rico Avariento, sino de nuestra
sangre, de que hacer verter tanta en las
Regiones donde es venerado como
Deidad, que de ella se podrían
componer otro Mar Bermejo.
8. Para eso desde la más remota
antigüedad introdujo los sacrificios de
víctimas humanas; lo que consta de
varios lugares de la Sagrada Escritura.
Los de Sepharuain quemaban los
propios hijos inmolándolos a sus Ídolos:
(4. Reg. cap. II) lo que los Maobitas
parece también practicaban con su Ídolo
Moloch. Y en Isaías, y Ezequiel se ve,
que en muchas partes del Gentilísimo
había esta horrenda barbarie de
obsequiar las falsas Deidades,
entregando los infantes a la muerte los
mismos que les habían dado la vida. Y
aún parece que esta costumbre en
aquellos antiquísimos tiempos era
general, en atención a que David, y
Jeremías, cuando hacen memoria de
varias apostasías de los Hebreos hacia
la Idolatría, les dan en rostro con la
misma brutalidad. El primero en el
Salmo 105: Et commixti sunt inter
Gentes, & didicerunt opera eorum::: &
immolaverunt filios suos, & filias suas
daemoniis. El segundo en el cap. 19: Et
aedificaverunt excelsa Baalim ad
comburendos filios suos igni in
holocaustum Baalim.
9. Las Historias Profanas nos
continúan las mismas noticias de los
tiempos subsiguientes. En la Historia de
la Academia Real de Inscripciones, y
bellas letras, tomo I. pág. 27. se cita una
Disertación del Abad Choisi, en la cual,
con testimonios de Manethon,
Sanchoniaton, Herodoto, [173] Pausinas,
Josepho, Filón, Diodoro Siculo,
Dionisio Halicarnaseo, Estrabón,
Cicerón, Julio Cesar, Macrobio, Plinio,
muchos Poetas Griegos, y Latinos, y
algunos Padres de la Iglesia prueba, que
los Fenicios, los Egipcios, los Árabes,
los Cananeos, los habitadores de Tyro, y
Cartago, los de Atenas, de Lacedemonia,
los Jonios, todos los Griegos del
Continente, y de las Islas, los Romanos,
los Escitas, los Albaneses, los
Alemanes, los Ingleses, los Españoles, y
los Galos; en una palabra, casi toda la
tierra estaba inundada de esta cruel
superstición.
10. Es verdad, que entre los
Romanos eran raros estos sacrificios, y
sólo se usaban en ocasiones, y con
motivos muy particulares. Pero en
compensación les inspiró el demonio
otra carnicería mayor, que fue la de los
Espectáculos Gladiatorios. Digo que se
la inspiró el demonio, porque ¿cómo es
posible, que sin influencia especial de
este espíritu maligno, en un Pueblo tan
racional como el Romano, se tomase por
diversión pública, como entre nosotros
lo es una Comida, o una corrida de
Toros, ver matarse unos a otros
centenares de hombres, que a nadie
habían ofendido, ni entre sí tenían alguna
querella? Y muchos más si se
consideran las varias circunstancias.
11. La primera, que respecto de los
esclavos esto no era libre, sino que el
Magistrado, o el Pueblo obligaba a los
que quería al combate. Donde es bien
notar, que entre los Romanos eran
esclavos todos los prisioneros, que
hacían en la guerra. ¡Horrible abuso!
Que a unos hombres, que habían nacido
libres, sin más delito, que cumplir con la
obligación de defender la libertad de su
Patria, se redujese a la esclavitud, y
esclavitud tal, que los dueños lo eran de
su vida, y su muerte, sin más motivo que
su antojo.
12. La segunda, que aunque por la
institución sólo se usaba de esclavos
para esta función sanguinaria, y así se
practicó los primeros tiempos, después
de se introdujo admitir a hombres libres;
siendo muchos los que por estipendio, o
por captar gloria de valientes, tal vez
por el despecho que [174] les
ocasionaba algún gran revés de la
fortuna, exponían sus vidas en la arena.
13. La tercera, aunque en la
institución, y práctica de los primeros
tiempos está se miraba como una pompa
fúnebre para honrar la muerte de algunos
Varones ilustres, u hombres principales;
y aún algunos piensan que era una
especie de sacrificio destinado a aplicar
los Dioses Manes: después se extendió
el uso aún a la muerte de gente privada,
como los hijos, o parientes, o amigos
del difunto no quisiesen comprar los
Gladiatores. Y aún algunas veces el
mismo difunto dejaba dispuesto en el
testamento, que se honrase su muerte con
esta sangrienta pompa.
14. La cuarta, que pasando más
tiempo se introdujo, usar de ella
meramente por recreación, y festejo;
tanto que pocos eran los días festivos
principales en Roma, en que no se diese
al placer del Pueblo este espectáculo. Y
aún llegó a tanto la barbarie, que se
celebraban con él algunos convites
suntuosos, matándose bellamente los
Gladiatores en la misma cuadra, que era
teatro de los brindis. Quid credulitati
cum deliciis? Quid cum funeribus
voluptati? S. Ambros. lib. 3 de
Virginibus.
15. Contemplen bien todo esto los
infinitos admiradores que hay de la
política, y generosidad de los Romanos,
en cuyo número no entro yo, ni entraré
jamás. ¿Pero qué política, qué
generosidad, ni qué humanidad se puede
esperar donde reina la idolatría? Son
allí mucho más eficaces, permitiéndolo
Dios así justísimamente, las sugestiones
del común enemigo, el cual de este
modo trata a los suyos; esto es,
inspirándoles que se truciden como
bestias feroces unos a otros; y lo es que
es más, infundiéndoles en cierta manera
su propio genio de deleitarse con la
efusión de la humana sangre.
16. En esta misma conformidad ha
procedido hasta nuestro tiempos en los
demás Países, donde dominó, u domina
la idolatría. En varias partes de la
África es servido con víctimas humanas;
unas que se le ofrecen voluntariamente,
como en el Reino de Casangas; las más,
que son por [175] fuerza, como en
Riafar, y en los Giachas. En otras partes
dictó la Ley de que en la muerte de los
Príncipes, y Grandes se maten muchos
hombres con el destino de que vayan a
servir a aquellos personajes en el otro
Mundo. En muchos Reinos de la Asia
introdujo la observancia de que, cuando
mueren los maridos, las pobres viudas
se dejen quemar vivas para
acompañarlos, so pena de quedar como
una mujeres vilísimas, expuestas al
desprecio, ajamiento, y abominación de
aquellos naturales. En uno de los Libros
de las Cartas edificantes leí, que en una
de aquellas Naciones idólatras, donde, o
los Portugueses, u Holandeses, (que no
me acuerdo, a la verdad, cual de las dos
Naciones) tenían una Colonia, habiendo
fallecido un Reyezuelo, que tenía
muchas mujeres, y mostrándose todas
resueltas a morir en la pira; en vano los
Cristianos, ofreciéndoles su protección
(porque eran allí poderosos) procuraron
disuadirlas del destino. Ni una sola
pudieron reducir. Tanto ciega el
demonio a aquella miserable gente.
17. En el mismo País había reducido
en otros tiempos al mismo furor a
aquellos famosos Filósofos antiguos
Indianos, llamados Gymnosofistas; de
los cuales, o todos, o los más dejaban la
vida, haciéndose voluntariamente
cenizas en una pira: dicen, que por
evitar las incomodidades de la senectud,
o los trabajos de una prolija
enfermedad. Mas como para esto
bastaba otra cualquiera muerta menos
penosa, creo que por captar el aplauso
de un heroico valor, elegían la de fuego.
Del Gymnosofista Calano refiere
Plutarco en la vida de Alejandro, que se
entregó al fuego con gran serenidad a
vista de aquel Monarca, y de toda su
Corte, cuya sentencia había solicitado el
mismo. ¿Para qué la pompa de tantos, y
tan ilustres Espectadores, sino para
hacer gloriosa ostentación de su
magnanimidad? Y en el mismo lugar
añade Plutarco el ejemplo de otro
Filósofo Indiano, que mucho tiempo
después se quemó (según se puede
colegir del contexto) en presencia de
Julio Cesar.
18. Luciano refiere, como testigo de
vista, el caso de un Filósofo Cínico,
llamado Peregrino, que con el mismo
[176] género de muerte, pero aún con
mucha mayor pompa, se hizo víctima de
su vanidad. Éste, pocos años antes de
padecerla, publicaba a todo el Mundo,
que por imitar a Hercules en la muerte,
como le imitaba en la virtud, se había de
quemar en los inmediatos juegos
Olímpicos a vista de toda la Grecia; y
así lo ejecutó.
19. A los Bracmanes, o Bramines, y
a los Fakirs, (especie de Religiosos
Idólatras de la India, aunque también los
hay Mahometanos) que se pueden
considerar sucesores de los antiguos
Gymnosofistas, ya no les inspira el
demonio la manía de quemarse vivos;
pero en compensación les hace padecer
la vida más penosa, y miserable del
Mundo, influyendo en ellos la
observancia de unas penitencias, o
mortificaciones horribles, que exceden
mucho a cuanto practicaron los más
austeros Solitarios de la Thebaida. El
célebre Viajero Juan Bautista Tebernier
refiere sobre esto cosas admirables. Hay
unos, que en los días más ardientes del
Estío, en un suelo arenoso, retostado de
los rayos del Sol, desnudos, y fijados
solo sobre un pie, se están desde el
amanecer hasta el anochecer. Hay
quienes clavándose los pies en garfios
de hierro, fijados en el tronco de un
árbol, se están pendientes allí pies
arriba, y cabeza abajo, hasta que el peso
del cuerpo, rasgando carnes, venas,
nervios, y arterias hace caer el cuerpo a
tierra. Hay quienes, haciéndose atar las
manos en las espaldas, llevando
violentamente los brazos por sobre los
hombros, están padeciendo por mucho
tiempo inmensos dolores, hasta que en
fin enteramente pierden el uso de las
manos, y brazos, quedando éstos por el
resto de su vida pendientes, como parte
inanimadas. Pero su más ordinaria
mortificación son prolijos, y
severísimos ayunos, con total
abstinencia de comida, y bebida, que los
reducen a la apariencia de esqueletos.
20. Mas donde el demonio ejerce
con mayor crueldad su dominio, que en
todo el resto del Oriente, es en el Japón.
Allí se saciaría, si fuese saciable, de
víctimas humanas, y de mortificaciones
horribles. Hay en el Japón varias sectas
de Idólatras. Las principales son las de
Jaca, del [177] Budso, y de Amida.
Especificar en qué se distinguen estas
Sectas, y de dónde toman sus nombres,
sería aquí muy prolijo, sin ser del caso.
Lo que nos importa es, ver cómo es
servido de estos miserables el demonio.
El P. Charlevoix, que en nueve Tomos
escribió la Historia del Japón, en el cap.
13. del primero nos satisface
cumplidamente sobre esta artículo.
21. De las Sectas de Jaca, y del
Budso, que de la India se comunicaron
al Japón, dice lo siguiente: «La doctrina
exterior de Jaca halló, sobre todo en
estos Isleños, admirables disposiciones
para darle curso, y esplendor. No hay
cosa en efecto que les parezca difícil,
cuando se trata de procurarse una
felicidad eterna, y honrar a sus Dioses.
De aquí vienen aquellas Escenas
trágicas tan frecuentes de toda edad, y
de todo sexo, que se dan la muerte a
sangre fría, y aún con regocijo,
persuadidos a que esto es muy grato a
sus Dioses, quienes los recibirán al
momento en el Paraíso, sin nueva prueba
de su virtud.»
22. «Es cosa comunísima ver a lo
largo de las Costas del Mar barcas
llenas de estos Fanáticos, (Nota: Estos
son de la Secta del Budso) que se
precipitan al agua cargados de piedras,
o que barrenan las barcas, y se dejan
sumergir poco a poco, cantando
alabanzas de su Dios Canon, cuyo
Paraíso, dicen ellos, está en el fondo del
Océano.»
23. Luego habla de los adoradores
de Amida, que es la deidad que más
séquito tiene en todo el Imperio del
Japón en esta forma. «Los Sectarios de
Amida, dice, se hacen encarcelar en
unas cavernas, donde apenas tienen
espacio para estar sentados, y donde no
pueden respirar sino por un tubo, que
tienen cuidado de conservar. Allí se
dejan morir de hambre tranquilamente
con la esperanza de que Amida vendrá a
recibir su alma al salir del cuerpo. Otros
se colocan sobre las puntas de unas
rocas altísimas, donde hay minas de
azufre, de que a veces salen algunas
llamas; y allí están invocando sin cesar
la deidad, rogándola que acepte el
sacrifico de su vida; y [178] luego que
parece alguna llama, tomándola por seña
de consentimiento del Dios, se arrojan
la cabeza lo primero por aquellos
precipicios, en que se hacen pedazos.
Otros se tienden en tierra al encuentro
de los carros en que llevan sus Ídolos en
procesión, para que las ruedas los
quiebren los huesos, y estrujen el
cuerpo. Otros, finalmente, en las grandes
solemnidades, en que es mayor el
concurso al Templo, se postran a la
entrada, esperando a que cuando sea
mayor el aprieto de la gente al entrar, o
al salir los pise, y sufoque.»
24. Ya que hemos examinado en
orden al asunto las tres partes del
Mundo antiguo, Asia, África, y Europa,
vamos a ver cómo lo hacía el demonio
con los habitadores del nuevo Mundo,
mientras permanecieron en la idolatría.
Peor aún que con los Idólatras del
antiguo. No hay especie de crueldad,
que este horrible tirano no ejerciese con
aquellos miserables. Las víctimas
humanas eran muy frecuentes en aquellas
vastísimas Regiones. En el Perú
sacrificaban niños de cuatro a diez años
por los intereses de los Incas. De suerte,
que si el Inca estaba enfermo, para
impetrar su salud, o si emprendía alguna
guerra para que obtuviese la victoria, se
recurría a este abominable sacrificio.
Sacrificaban también al mismo fin
doncellas, que sacaban de unos
Monasterios, donde las tenían
encerradas, que también allá sugirió el
demonio se fundasen Comunidades de
Vírgenes Religiosas para su culto; y en
hacerlas quitar la vida inhumanamente,
debajo de la engañosa persuasión de que
eso convenía para la felicidad del
Monarca, explicaba al amor con que
miraba a aquellas esposas suyas.
25. Fuera de esto, cuando daban el
Penacho al nuevo Inca, que era la
insignia de la potestad Regia, como acá
el Cetro, o la Corona, sacrificaban
doscientos niños de edad que expresé
arriba.
26. En el Imperio de Méjico, y
Naciones vecinas eran innumerables las
víctimas humanas, que se ofrecían a los
Ídolos. Es verdad que sólo se
sacrificaban los prisioneros de guerra.
¿Pero qué importa? Todos eran
comprendidos [179] en el destrozo. Los
Mejicanos sacrificaban a los que
cautivaban en las guerras con otras
Naciones; y éstas recíprocamente
sacrificaban los que podían cautivar de
los Mejicanos. El P. Acosta, a quien
principalmente sigo en estas noticias de
la América, por ser el Escritor más
autorizado en ellas, dice, que muchas
veces se hacían guerra aquellos
bárbaros, sin otro motivo que el de
hacer prisioneros para sacrificar. Como
dijesen los Sacerdotes de los Ídolos, (y
lo decían muchas veces) que sus Dioses
estaban hambrientos, luego se decretaba
la guerra contra tal, o tal Nación; y el
empeño principal en las batallas era
coger vivos unos a otros, para tener
víctimas que matar. De aquí resultaba
ser éstas tantas, que hubo ocasión que la
suma de los sacrificados en varias
partes en un mismo día subió a veinte
mil.
27. Creo que no ignora Vmd. que en
estos sacrificios había la inhumanísima
circunstancia (o por mejor decir esta era
la esencia de ellos) de abrirles el pecho
a los sacrificados con un cuchillo de
pedernal, y arrancarles el corazón
estando vivos.
28. En varias Regiones del nuevo
Mundo no había, a la verdad, estos
sacrificios; pero en esas mismas tenía el
demonio otros modos de dar pasto a su
sevicia. En unas, por sugestión suya,
cuando moría algún personaje principal,
se hacía lo mismo que arriba dije de
algunas Naciones Africanas, matar
muchos de sus más allegados, o por
dependencia, o por amistad, para que
fuesen a servirlos en el otro Mundo. En
otras lo hacían mucho peor con los
prisioneros de guerra, que en las
Provincias donde los sacrificaban;
porque no contentándose con matarlos a
sangre fría, les daban la muerte más
cruel que podían imaginar; como los
hacían los Iroqueses, que atando a sus
prisioneros al tronco de un árbol, ya les
metían las astillas de cañas entre la
carne y uñas de los dedos; ya con
materias encendidas los iban tostando en
varias partes del cuerpo; ya con sus
propios dientes les iban sacando
bocados de las carnes, que comían a la
vista de aquellos miserables. Y todo
[180] esto hacían que durase lo más que
se pudiese. En otras, en que no eran tan
despiadados con los prisioneros, aunque
no igual la crueldad, era mayor el
horror; porque los mataban para
comerlos, procurando antes cebarlos, y
engrasarlos, como acá se hace con las
bestias, que nos sirve de alimento.
29. En otras ha inspirado el demonio
unas modas, o modos de adornarse
igualmente disformes, que dolorosos.
Algunos de estos refiere el P. Gumilla en
su bella Historia del Orinoco, que si
mueven la compasión por trabajosos,
excitan la risa por extravagantes. Hay
Naciones, donde a las niñas, luego que
nacen, les ajustan las madres debajo de
las rodillas, y sobre los tobillos, a
alguna distancia de ellos, dos fajas, o
cintas de torzal de pita, tan fuertes, que
les duran toda la vida, y con la
comprensión las están atormentando
todo el tiempo que crece el cuerpo. El
efecto de ellas es abultarse en volumen
monstruoso, como una grande bola, la
parte de las piernas, que está entre las
dos fajas. Y esto tiene aquella gente por
cosa de mucha gracia, y donaire. Es gala
en muchas partes taladrar las orejas, e ir
sucesivamente ensanchando el agujero
hasta que cabe por él una bola de trucos.
Los Indios Rocones, Nación montaraz de
Buenos Aires, al punto que nace la
criatura, le rasgan la boca por uno, y
otro lado, de modo que las aberturas
llegan a las orejas. A la Nación, que
llaman de los Entablillados, dieron los
Españoles este nombre, porque luego
que sale a luz el infante, poniéndole en
prensa la parte superior de la cabeza
entre dos tablas, la una por la frente, y la
otra por el cogote, la dejan
ridículamente afilada. Las Indias
Achaguas tienen por gala unos grandes
bigotes artificiales, que en la niñez les
forman sus madres, abiéndoles en la
cara con un colmillo del pez Payara,
que es agudo como una lanceta, las rayas
necesarias, para que los bigotes queden
garbosos; y después de enjugar la sangre
con cierta tinta ennegrecen aquellas
cisuras, con que están hechos los bigotes
para toda la vida. Las grasas hediondas,
y abominables, con que untándose
pretenden [181] dar lustre al cuerpo, y a
la cara son comunes a varias Naciones
Americanas. Omito otras muchas modas
semejantes, que refieren éste, y otros
Autores.
30. Finalmente, la horrenda
inhumanidad, que practican con los
enfermos, ¿cómo podía menos de ser
sugerida del demonio? El Padre
Gumilla, testigo de vista, dice, que los
dejan morir, sin que ninguno de los
parientes, y domésticos de la menor
seña de sentimiento, o ponga, ni con
palabras, ni con obras, la más leve
aplicación a su alivio, y consuelo. Todo
lo que hacen, es ponerles la comida a
mano, la misma de que usan los demás; y
que coman, que no, nadie les dice
palabra. Con los viejos inválidos parece
que proceden del mismo modo, o acaso
peor; porque yo le oí al R.P. Mro. Fr.
Gabriel de Tineo, que fue Superior de
seis Provincias Franciscanas en la
América, y hoy reside en esta Ciudad de
Oviedo, que viendo a un pobre viejo de
aquellos Gentiles enteramente
desatendido, y abandonado de sus
domésticos mismos, y corrigiéndolos él
sobre esta inhumanidad, uno de ellos le
respondió secamente: ¿Pues de qué
puede servir éste ya en el Mundo?
31. Ve aquí, señor mío, expuesto
bastantemente a la larga cómo trata el
demonio a los que le sirven, y adoran.
Estos son los regalos, que les hace;
estos los deleites, y comodidades que
les procura. Hagan, pues, otros el
aprecio que quieran de esas Relaciones,
que en las Naciones Idólatras acumulan
tantos, y tantas, que usan para sus fines
del pacto que hicieron con el demonio.
Yo creo, que como en el pacto dada una
de las partes contrayentes pone, o
admite las condiciones que quiere, los
hombres siempre capitularían con el
demonio, que les diese unas grandes
felicidades temporales, y el demonio
vendría en ello por hacerlos eternamente
infelices. ¿Pero vemos esas felicidades
temporales entre los Idólatras? Todo lo
contrario, como llevo largamente
probado en esta Carta.
32. En vano se me opondrá contra
esto lo de los Magos de Faraón, los
cuales eran Gentiles. En vano, digo,
pues yo concedo, que haya hechiceros
entre los Idólatras; pero [182] muy
raros, y acaso tan raros como entre
nosotros. Y aún esto se prueba con lo
mismo que nos proponen por argumento;
pues el caso de los Magos de Faraones
tan raro, que no se encuentra otro
semejante en toda la Escritura.
33. Es verdad, que en varias partes
de los Sagrados Libros ocurren las
voces de Magos, Encantadores,
Adivinos, Augures, Ariolos. Pero estas
voces más ordinariamente significan
cosa muy distinta de lo que nosotros
llamamos verdaderos hechiceros. La voz
Magos, en varios pasajes de Daniel, y
en el cap. 2 de San Mateo, ciertamente
significa los Sabios de Caldea, y de
otras partes del Oriente. Sabios, digo, en
las cosas Astronómicas, y Físicas.
Ariolo, o Adivino es voz muy equívoca.
Cuando en el Libro de los Números se
da este epíteto a Balaan, aunque hay
algunos que quieran traerle a mala parte,
lo contradice expresamente el texto, que
a la letra le manifiesta verdadero
Profeta, que habla sólo por revelación
Divina: Venit Deus, & dixit ad eum.
Dixitque Deus ad Balaam. Venit ergo
Deus ad Balaam nocte, & dixit ad eum.
En Daniel, Ariolos, Magos, Caldeos,
Aruspices, parece se toman por una
misma clase de gentes; los cuales,
aunque doctos en las Ciencias naturales,
mezclaban a ellas algunas vanas
observancias, como la interpretación de
los sueños. En Isaías, cap. 47, se da el
nombre de Augures, o Agoreros a los
profesores de Astrología Judiciaria:
Stent, & salvent te Augures Caeli, qui
contemplabantur sidera, &
supputabant menses, ut ex eis
annunciarent ventura tibi. Los
encantadores propia, y primordialmente
eran aquellos, que con ciertas cantinelas
ponían inmóviles los áspides, y otras
serpientes. Sobre éstos hay una
disertación de nuestro Calmet, donde,
aunque admite Encantadores mágicos, se
inclina a que también cabe en esta
materia algún arte natural.
34. Sobre cuyo asunto diré a Vmd.
cierta observación mía. Un Caballero de
este Principado, por otra parte nada
rudo, ni supersticioso, con ocasión de
ver caminar una araña por una pared, me
aseguró ser experiencia constante, que
pronunciando el nombre de mi Patriarca
San Benito [183] de modo que ella le
oyese, suspendería el curso, quedando
inmóvil por un rato. Prontamente se
llegó a la experiencia. Él pronunció el
nombre de San Benito hacia la araña, y
ella se paró. Pero notando yo, que había
articulado el nombre del Santo en voz
muy fuerte, y sonante, hice juicio de que
acaso todo el misterio estaba en que el
estrépito de la voz había aturdido algo a
la araña. En efecto no era otra cosa;
porque habiendo esperado algún tiempo
(que no fue mucho) a que la araña se
moviese, yo en voz mediana le hice oír
el nombre de San Benito, sin que por
eso dejase de seguir su camino; pero
pronunciando después otra voz profana
en tono esforzado, paró en la carrera.
35. De arbitrio semejante a éste
podían usar los encantadores. Los que
saben la maravillosa curación de los
mordidos de la Tarántula por la Música,
y otros prodigios de este Divino Arte,
podrán discurrir, que los encantadores
tenían algunas cantinelas, cuya melodía
suspendía, y embelesaba.
36. Sin embargo confieso que
muchas veces las voces de Magos,
Augures, Maléficos, Aruspices, Ariolos,
Encantadores, se toman in mala partem;
pero rara vez por los que con propiedad
llamamos Hechiceros, sino por los que
sin pacto, por lo menos expreso, con el
demonio, usan de observancias vanas, y
prácticas supersticiosas, cuales hay
muchos entre los vulgares, o ignorantes,
que profesan la Ley de Cristo, y aún
entre algunos, que se precian de
Literatos; pero quienes distan infinito de
los que con rigor llamamos Magos, o
Hechiceros; esto es, aquellos que en
virtud de pacto expreso con el demonio
obran prodigios raros, como los Magos
de Faraón, y acaso la Pitonisa de Saúl.
Digo acaso, porque no faltan intérpretes,
que a ésta sólo dan el atributo de
embustera, diciendo con bastante
fundamento en el texto, que para ella fue
casual, y no esperada la aparición de
Samuel.
37. En fin, señor mío, mi conclusión
es, que los supersticiosos, en cuyas
prácticas mezcla a veces
insensiblemente [184] su acción el
demonio, sea por vía de pacto implícito,
o de otro modo, pero para cosas de poco
momento, en todos Países son muchos.
Los operadores de aquellos portentosos
mágicos, que con asombro de los
oyentes se cuentan en las cocinas, en
todos los Países siempre son, y siempre
fueron pocos. Dios guarde a Vmd. &c.

ADICIÓN PARA LA IMPRENTA

38. Si alguno notare, que hablando de


los Magos rigurosamente tales, que
constan de la Escritura, no hago mención
de dos, de quienes se habla en los Actos
de los Apóstoles, uno llamado Simón, y
otro Barjesú, respondo lo primero, que
yo en esta materia hago una excepción
notable de aquel tiempo, que fue
ilustrado con la predicación de Cristo, y
de los Apóstoles, respecto de todos los
siglos anteriores; y posteriores; como en
otra parte hice la misma excepción en
orden a la multitud de energúmenos. Es
el caso, que entonces era movido el
demonio de vivísimos estímulos a
travesear, y usar de sus artes en daño de
los hombres; y de parte de Dios había un
especial y muy alto motivo para
permitírselo. Al demonio impelía su
furiosa malicia a echar todas sus fuerzas
para impedir los efectos de la
predicación de Cristo, y de los
Apóstoles. Dios se lo permitía, porque
por medio de los milagros de Cristo, y
de los Apóstoles tenía dispuesto triunfar
gloriosamente de todos sus esfuerzos.
39. Respondo lo segundo, que
siendo los nombres de Mago, y Magia
de tan ambigua significación como
expuse arriba, y no exprimiéndose en los
Actos de los Apóstoles el grado, o
especie de Magia, de que usaban
aquellos dos llamados Magos; no parece
que hará violencia al Sagrado Texto
quien dijere, que estos no eran más que
unos agudos embelecadores, que con
artificiosas apariencias simulaban
grandes prodigios; al modo de lo que
referí en la Carta anterior a la inmediata
del Abad Brigalier, y la Voisin.
[185] 40. Debe confesarse, que si la
Historia de Simón Mago, que se teje de
lo que se lee en los Libros de las
Constituciones, y Recogniciones
Apostólicas, vulgarmente atribuidas al
Papa San Clemente, en San Justino
Martir, en Clemente Alejandrino, en San
Ireneo, San Agustín, Tertuliano, en el
Pseudo-Abdias, y otros antiguos, que
siguieron a aquellos, es verdadera,
dicho Simón fue uno de los mayores
Magos del Mundo. San Justino dice, que
este hombre hizo tales prodigios en
Roma, que los Romanos le tuvieron por
Deidad, y como a tal le erigieron estatua
con la inscripción Simoni Deo Sancto,
que el mismo San Justino dice que vio
en Roma. El Autor de las Constituciones
Apostólicas, y el Pseudo-Abdias
refieren el combate, que entre San
Pedro, y él hubo en Roma, que se
terminó en ser, con la Oración del
Apóstol, precipitado aquel impío de la
altura del aire, (adonde, ayudado del
demonio, había tomado vuelo, habiendo
prometido a los Romanos subir
corporalmente al Cielo) y romperse las
piernas en la caída, a que se siguió
perder luego la vida. En la Prefación
Arábiga del Concilio Niceno se da a
entender, que tenía una carroza, en la
cual le conducían los demonios por los
aires: Multa opere magico perpetrabat
mira: acinter caetera fecit sibi currum,
quo per area a doemonibus ferretur.
41. Sin embargo, en estos
Testimonios hallaron tales tropiezos
varios Críticos, que se han mantenido
dudosos en orden a toda la historia; y
aún algunos más resueltos dan los
hechos por supuestos. El Pseudo-Abdias
ninguna fe merece apud omnes. Los
Libros de Constituciones, y
Recogniciones pocos los reconocen por
producción legítima de San Clemente; o
en caso que lo fuesen, no se puede negar,
que después se introdujeron en ellos
muchos errores, y fábulas. Dicen, que
los Padres, que refieren los mismos
hechos, los copiaron con buena fe de
aquellos Libros, antes que se
descubriese la suposición. Al testimonio
de San Justino responden, que es de
presumir, que el Santo se equivocó
leyendo en la epígrafe, Simoni Deo
Santo; en [186] lugar de Semoni Deo
Sanco. Este Semon Sanco era una
Deidad, o Semideidad Sabino, venerada
en Roma; de lo cual aún subsisten
monumentos en aquella Capital del
Cristianismo. En el Monte Quirinal hay
una Estatua con esta inscripción: Sancto
Sanco Semoni Deo Fidio. Pero lo más
fuerte a favor de estos Críticos es, que
en el mismo sitio en que San Justino
dice vio la epígrafe Simoni Deo Sancto;
esto es, en la Isla Tiberina, el año 1574
se halló enterrado un mármol con esta
inscripción: Semoni Sanco Deo Fidio
sacrum.
42. ¿Pero qué? ¿Las cavilaciones de
estos Críticos carecen de solución? En
ninguna manera. Demos que los Libros
atribuidos a San Clemente sean
supuestos. ¿De dónde consta, que los
Santos Padres, que dieron aquellos
hechos de Simón Mago por verdaderos,
no tuvieron para darles asenso otros
monumentos que aquellos Libros? Antes
se debe suponer de su veracidad,
doctrina, y discreción, que hallaron
fiadores muy seguros de los hechos
expresados; los cuales en la sucesión de
tan largo tiempo se perdieron. A los
monumentos Romanos de Semon Sanco
es fácil responder, que uno, y otro había
en Roma: esto es, Estatuas a esa Deidad
Sabina, y también a Simón Mago. ¿Y
cómo se puede negar, que no carece de
temeridad suponer en San Justino,
personaje sobre su santidad tan docto, y
tan discreto, como acreditan sus
excelentes Obras, una alucinación, o
inadvertencia tal en materia tan
importante, que hizo de ella asunto para
improperar a los Romanos en un escrito
público su ceguera?
43. Por otra parte el Autor de los
Actos de los Apóstoles habla en
términos tan enérgicos de la Magia de
este Simón, que sin violencia no se
pueden entender, sino de Magia
propiamente tal. Dice, que con sus
Magias había dementado a los
Samaritanos, y todos, sin exceptuar
alguno, le escuchaban como un insigne
Oráculo, llamándole la virtud grande de
Dios: Cui auscultabant omnes a
minimo usque ad maximum, dicentes:
Hic est virtus Dei, quae vocatur magna.
Attendebant autem eum propter quod
multo [187] tempore Magiis suis
dementasset eos. Así doy asenso a que
dicho Simón, no sólo era Mago, sino un
gran Mago, comparable a los de Faraón,
Jannes y Mambres. Creo también, que
Barjesú sería Mago propiamente tal,
pues usaba el demonio de él, como de
Simón, para oponerse a la predicación
de los Apóstoles. Nuestro Señor guarde
a Vmd. &c.
Carta XVIII
Sobre una extraordinarísima
Inedia

1. Muy Señor mío: Aunque el Cirujano,


que asiste a la pobre enferma del Lugar
de Malpartida, parece que en la
descripción, que hace de sus accidentes,
a muchos de ellos se extiende la duda de
si son naturales, o preternaturales; no
veo que tenga razón en ello el singulto
contumaz, y diuturno, que juzga no pudo
tolerar la enferma, a no ser ayudada de
la Divina Providencia, lo que en el
modo de hablar significa providencia
especial. Se ha visto muchas veces; y así
Etmulero en el segundo Tomo, V.
Singultus, pag. mihi 194, absolutamente
pronuncia, que singultus saepe
diuturnum malum est: y cuando es
mortal, como lo es muchas veces, no lo
es por sí mismo, sino por las causas que
le producen, o comites que le
acompañan.
2. El tumor de la garganta, que
repentinamente apareció, y
repentinamente se desapareció;
suponiendo, como se debe suponer, que
hay tumores ventosos; aunque se puede
decir, que es cosa bastantemente rara,
pero no admirable, pues el aire, como
halle puerta para entrar, o salir, en un
momento puede entrar, y salir.
3. En la explicación, que dio Mr.
Litre, célebre Cirujano, [188] y
Anatómico Parisiense, de la generación
de los tumores ventosos, y está
estampada en la Historia de la
Academia Real de las Ciencias del año
de 1714, se hace como palpable, que
éstos pueden formarse en un momento, y
disiparse en otro.
4. En la Centuria de Observaciones
Médico-Curiosas de Juan Doleo, que
está hacia el fin de su Encyclopedia
Chirurgica (observat. 73) se halla un
célebre ejemplo de estos tumores
prontamente movibles, a quienes el
Autor justamente da el nombre de
volátiles, o volantes. A una niña de
cinco años se apareció un tumor en una
mano. Aplicóle el Autor un
medicamento discuciente, y al punto
pasó de la mano al codo; aplicó el
mismo medicamento al codo, y al punto
volvió del codo a la mano; cuyas idas, y
venidas se repitieron otras tantas veces,
cuantas se aplicó en una parte, y otra el
medicamento, hasta que enteramente se
disipó.
5. Ni el haberse sustentado esa
pobre mucho tiempo de malos manjares,
y en poquísima cantidad se debe juzgar
preternatural: pues ni aun la total
carencia de manjar en los nueve, o diez
últimos meses, considerada por sí sola,
se puede asegurar que lo sea, como
explicaré luego.
6. Son muchos los ejemplos de
larguísimas Inedias, que se leen en los
Libros, y sobre que varían los juicios de
los hombres. Unos les niegan
enteramente el asenso; otros, admitiendo
su posibilidad natural, las creen: y otros,
en fin, sólo les conceden la existencia,
suponiendo que sean preternaturales;
esto es, o por milagro, o por prodigio
diabólico. Pero yo juzgo, que estrechan
mucho los términos de la naturaleza los
que niegan, que quepan dentro de la
esfera de su actividad.
7. Es notorio, que la necesidad de
alimentos viene de la diaria, y continua
consumpción de la sangre; la cual dentro
de poco tiempo acarrearía
inevitablemente la muerte, si no
substituyese a la que se consume la que
de nuevo se engendra con el alimento.
Supongamos, pues, que un hombre, por
esta, o aquella causa, contrajo una tal
[189] disposición extraordinaria, que
ninguna, o sólo una levísima porción de
su sangre se disipa, o consume. Este no
necesitará de alimento para reparar las
pérdidas de sangre; por consiguiente
podrá pasar un tiempo considerable sin
alimento alguno.
8. Opondráseme quizá, que el caso
que supongo es imposible, porque en el
cuerpo animado no puede faltar el
movimiento circulatorio de la sangre: si
hay este movimiento hay calor; y el
calor introducido en el fluido no puede
menos de disipar algunas partículas de
él.
9. Pero pregunto: ¿No hay
circulación de la sangre, y calor vital en
las Marmotas, que están durmiendo
profundamente seis meses, y por
consiguiente sin tomar alimento alguno
sensible? ¿No hay circulación de la
sangre, y calor vital en las Golondrinas,
a quienes sucede lo mismo? Dejo aparte
las Culebras, e innumerables insectos,
que sin dejar de vivir, están como
cadáveres todo el Invierno. Es preciso,
pues, decir, que estos animales, en el
estado referido, no disipan la sangre, o
líquido análogo a la sangre con que
conservan la vida.
10. ¿Y por qué no podrá suceder lo
mismo a algunos individuos de nuestra
especie en alguna disposición
extraordinaria, que sobrevenga a su
temperamento, y que estorbe dicha
disipación? Sólo los que todo lo
extraordinario dan por imposible
negarán esta posibilidad. Y no
negándose la posibilidad, es preciso
conceder como probables los hechos,
que varios Autores refieren de las
larguísimas Inedias de seis meses, de
uno, de dos, y aun de tres años.
11. Pero lo más es, que en la
enferma de nuestra cuestión hay
principio por donde probar algo más,
que mera posibilidad. Este se toma de lo
mismo que refiere la consulta. Dícese en
ella, que la enferma en todo el tiempo de
su total abstinencia no tuvo evacuación
alguna sensible por los conductos
destinados a ella. Dícese más, que su
ropa interior, aun después de muchos
días de uso, está tan blanca, y pura,
como si acabara de lavarse entonces.
Esto prueba con evidencia, que tampoco
evacua nada por la [190] insensible
transpiración, que es la que mancha la
ropa interior. Luego en todo el tiempo de
su abstinencia no tuvo evacuación
alguna, ni sensible, ni insensible; de que
se sigue con la misma certeza, que en
todo ese tiempo no padeció disipación
alguna, ni de las partes fluidas, ni
sólidas del cuerpo. Luego, finalmente,
no tuvo en todo ese tiempo necesidad de
alimento alguno; pues, como dije arriba,
éste sólo se requiere para reemplazar lo
que sucesivamente se va consumiendo, o
disipando de la substancia del cuerpo.
12. Ciertamente, que si en el caso de
nuestra enferma no hubiese más que lo
que hasta aquí referido, yo estaría
sumamente satisfecho de haber dado
enteramente en el hito de la dificultad, y
explicado con la mayor claridad, y
exactitud el Fenómeno.
13. ¿Mas cómo puedo disimular, que
aún queda en pie la mayor dificultad, y
que no sólo es mayor, sino máxima? Esta
consiste en la generación de tanta sangre
en el mismo tiempo de la total
abstinencia. Dice el Cirujano, que si no
sangran la enferma dos, o tres veces
cada mes, después de llenarla de
florones, rompe la sangre por narices, y
boca, y aun al pique de la lanceta sale
con extraordinario ímpetu. ¿De qué se
engendra tanta sangre en quien no recibe
alimento alguno? ¡Nudo verdaderamente
Gordiano! Esto es muy difícil de
disolver, pero muy fácil de cortar.
Disolverle, es explicar el Fenómeno
filosóficamente, mostrándole
comprehensible dentro de la actividad
de las causas naturales. Cortarle, puede
ser de dos maneras, ya insinuadas
arriba.
14. La primera negando el hecho. De
este recurso se han valido algunos, aun
en casos muchos menos difíciles; esto
es, en los de largas abstinencias,
desnudas de la circunstancia
agravantísima de generación copiosa de
nueva sangre. Sin embargo, por la
explicación, que poco ha dí de estos
casos, creo que sin temeridad se puede
decir, que es ignorancia filosófica
reputar los imposibles.
15. El segundo modo de cortar el
nudo es, concediendo [191] el hecho,
sacarle fuera de la actividad de las
causas naturales, calificando, o ya de
milagro de la Omnipotencia, ya de
prestigia diabólica. Y ya confieso, que
hay cosas en que es legítimo este
recurso. Los prodigiosos, y
dilatadísimos ayunos de personas de
notoria santidad se deben juzgar
milagrosos; lo que ha sucedido varias
veces. Y aun ahora novísimamente las
Memorias de Trevoux dan noticia de un
Monje ejemplarísimo de nuestro
Monasterio de San Dionisio de París, el
cual en todo el Adviento, y Cuaresma no
goza de otro alimento, que el de las
Especies Sacramentales, que
diariamente percibe en el Santo
Sacrificio de la Misa; siendo así, que en
el resto del año se alimenta con una
parsimonia, que nada tiene de
extraordinario. Asimismo habrá casos
en que sea justo atribuir una
extraordinarísima Inedia a influjo
diabólico. Mas para uno, y para otro es
menester que concurran circunstancias,
que por su naturaleza hagan este recurso
verisímil. Esto es, como en los Santos su
eminente virtud induce a discurrir, que
la mano poderosa de Dios obra en ellos
el prodigio: en los que no lo son, o bien
por las señas legítimas de posesión, u
obsesión, o porque se rastrea algún
designio depravado en tan raro efecto,
se pueda conjeturar, que interviene en él
la malicia diabólica.
16. No niego, que la suma arduidad,
que en nuestro caso hay de explicar
cómo sea compatible con diuturna, y
total abstinencia de alimento la
generación de tanta sangre, es una
vehementísima tentación para creerlo
preternatural.
17. Mas para no caer en ella es justo
hacernos cargo de que hay dentro de la
esfera de la naturaleza muchísimos
efectos, cuyas causas se esconden, y han
escondido siempre a los mayores
Filósofos; ¿por qué no podrá ser éste
uno de ellos?
18. Lo que se debe dar por asentado
es, que en esta mujer la sangre (supuesta
su nueva, y sucesiva producción) se
engendra de algún alimento; porque ex
nihilo nihil fit, sino en la rigurosa, y
verdadera creación, que aquí [192] no
se debe admitir. ¿Pero de qué alimento
se puede engendrar, cuando se supone,
que en los nueve, o diez meses no
recibió alimento alguno? Que se supone
es verdad; pero que la suposición sea
verdadera se podrá negar: por lo menos
aseguro, que no se podrá dar prueba
evidente de que lo sea. Explícome. La
certificación de los testigos sólo nos
puede informar de que no percibió
alimento alguno sensible. ¿Pero no pudo
nutrirse con algún alimento alguno
insensible; en que nadie pensó hasta
ahora? Juzgo que sí. ¿Pero dónde está, o
estaba este alimento? En el aire.
¡Arduísima paradoja! a la cual sin
embargo creo se pueden dar algunos
grados de probabilidad.
19. Para lo cual admito, que lo que
es propriamente aire elemental no puede
servir de alimento a animal alguno. Pero
al mismo tiempo afirmo, que hay
envueltas en ese aire innumerables
partículas alimentosas, las cuales,
introducidas por la inspiración en el
cuerpo animado, como hallen facultad
proporcionada para su inmutación, le
pueden nutrir. Ciertamente en el aire
están nadando continuamente las
partículas suculentas, que exhalan las
plantas, que exhalan las carnes, que
exhalan los peces, que exhalan los
vinos, que exhala aun la misma tierra.
Aun la misma tierra digo: porque el que
esta tiene jugo, capaz no sólo de nutrir
las plantas, mas aun algunos animales,
se experimenta en el ave, que en esta
tierra llaman Arcea, y en otras Pitorra, y
Gallina boba; la cual, careciendo de
lengua, no se alimenta de otro modo, que
metiendo el pico en la tierra, y chupando
el jugo de ella. Experiméntase también
en los Bueyes, los cuales engordan con
la agua lodosa, y se debilitan con la
clara. Este jugo de la tierra, evaporado
de ella continuamente, ya en más, ya en
menos cantidad, en fuerza del calor
subterráneo, y esparcido por el aire, en
menudas partículas se introduce por
medio de la inspiración en los cuerpos
de los animales, a quienes por
consiguiente puede servir de nutrimento.
20. Y si para esto basta el jugo
evaporado de la tierra, mucho mejor
bastará el que continuamente exhalan los
[193] vegetables. El Padre Lelio
Bisciola, y otros muchos refieren lo del
Buey, que habiéndose dormido sobre un
gran montón de heno, perseveró en el
sueño muchos meses, hasta que unos
Rústicos, que le juzgaban perdido,
hallándole allí, le despertaron del
letargo; pero estaba tan gordo, que no se
podía mover. ¿Qué duda tiene, que las
partículas exhaladas del heno, y
introducidas por la inspiración le
sustentaron todo ese tiempo?
21. En vano se me opondrá, que si
esto fuese así, todos los animales, entre
ellos el hombre, podrían pasar
solamente con ese alimento insensible,
que se introduce por la inspiración.
Digo, que no se sigue tal cosa, porque
no en todos los animales hay la misma
actividad para transmutar ese alimento
en su propria substancia. Aun dentro de
nuestra especie la facultad nutritiva es
diversísima en diversos individuos.
¡Cuántos hay, que no pueden actuar un
alimento, del cual otros se sirven
bellamente! Hay quienes con poco
alimento se ponen muy crasos, al paso
que otros comiendo mucho parecen
esqueletos. Hállanse en los Autores
varias historias de hombres, y mujeres,
que semanas, meses, y aun años se
sustentaron con agua sola. (Véase
Gaspar de los Reyes en la cuest. 58. de
su Campo Elisio, num. 33. y 35.) Sin que
de aquí se siga, que cualquiera se puede
sustentar con sola agua.
22. Pero la prueba más clara del
sistema, que establezco, es el mismo
hecho. Esa mujer, en tanto tiempo que se
abstuvo de toda comida, y bebida,
engendró nueva sangre, y en mucha
copia. Esta no pudo engendrarse sino de
algún alimento: no de alimento sensible:
luego insensible; pero éste no pudo
percibirle sino del aire, mediante la
inspiración: Luego, &c.
23. Esto es en suma lo que puedo
discurrir en orden al caso propuesto.
Digo en suma, porque la materia es
capaz de más extensión. En efecto,
alguna más le daré, añadiendo algunos
Corolarios, que pueden servir a ilustrar
mi respuesta, y son los siguientes. [194]
Corolario primero

24. El caso consultado no es tan


singular, que no se halle en tal cual de la
misma especie en algunos Libros; esto
es, de la total, y diuturna Inedia,
acompañada de copiosa generación de
sangre. Yo he leído cuatro de estos
casos: es verdad, que en los tres es tanta
la sangre de nuevo engendrada, que se
relaciona, que los coloca en la esfera de
increíbles, si no se recurre a causa
preternatural.
25. El primero se lee en el tercer
Tomo de las Observaciones Curiosas
sobre todas las partes de la Física, pag.
mihi 316. En Pallet, Aldea del Condado
de Borgoña, una mujer, llamada
Jaquelina Nicolet, estuvo treinta y cinco
semanas sin tomar alimento alguno,
logrando en todo este tiempo las
evacuaciones periódicas proprias de su
sexo, aunque ninguna otra. Este hecho
contiene una Carta del Abad Boytor,
residente en Besanzon, sobre el
testimonio del Médico, que asistía a la
enferma. A ésta se sigue otra del mismo
Abad, en que refiere, que algún tiempo
después, por curiosidad, fue a ver a esta
mujer; y que no sólo los parientes
inmediatos de ella, mas todos los
vecinos del Pueblo le aseguraron, que
había catorce meses, que no comía, ni
bebía cosa alguna. En esta Carta, que es
muy breve, no toca de la evacuación
periódica referida. Pero si en el espacio
de treinta y cinco semanas la tuvo,
vencida está la dificultad para que
prosiguiese en adelante.
26. Los otros tres casos refiere
Gaspar de los Reyes en la cuest. 58. de
su Campo Elisio, num. 22, y 23, citando
los Autores, que los atestiguan. Pero por
más Autores que cite, dificulto, que haya
quien les dé asenso, salvo que se
atribuyan a causa preternatural. El
primero es de una doncella de Padua,
que el año de 1598, después de ser
afligida con varias enfermedades, y
molestísimos accidentes, vino a caer en
una terrible aversión a todo alimento; de
modo, que no gustó alguno por espacio
de ocho meses, en que [195]
intervinieron dos circunstancias
admirables: una, no haber enflaquecido,
ni perdido el color natural: otra, que por
espacio de tres meses, cada día, o
cuando menos de tercer en tercer día
(quotidie vel alternis diebus) evacuaba
una libra de sangre por la vía posterior.
27. El segundo es de una Religiosa
Agustina, que vivió tres años vomitando
todo lo que comía, y aun mayor
cantidad; y por espacio de ocho meses
abundaba tanto de sangre, que era
preciso sangrarla, ya dos, ya tres veces
cada semana. El tercero de una Matrona,
que dentro de un año excretó mil libras
de sangre, y a más de esto recibió
cincuenta sangrías. Si los dos casos
antecedentes son fabulosos, éste
fabulosísimo.

Corolario segundo

28. Los pocos Autores, que han tentado


explicar cómo se sustenta el cuerpo en
las larguísimas Inedias, dicen, que
entonces se alimenta de su proprio jugo,
convirtiéndole en sangre; mas como es
preciso, que ese jugo se consuma en
pocos días, añaden, que la sangre, que
se alimenta de él, se convierte en una
especie de rocío, o humor delicado, que
de nuevo la alimenta; y de este modo,
con una circulatoria transmutación de la
sangre en otro humor, y de otro humor en
sangre, pretenden puede subsistir la vida
meses, y años enteros. Esta circulación
tengo por quimérica, y sería fácil
demostrar su imposibilidad. Por eso he
recurrido a que en esos casos
extraordinarios no se consume, o disipa
la sangre, por aquello mismo que los
hace extraordinarios; esto es, porque hay
alguna constitución, o causa
extraordinaria, que impide la disipación.
Esto se entiende sólo en las Inedias en
que no hay evacuación; que donde la
hay, especialmente si es algo copiosa,
como en el caso de la consulta, es
preciso buscarle al cuerpo víveres por
la parte de afuera. [196]

Corolario tercero

29. Ningún Autor de los que refieren las


largas Inedias, acompañadas de
copiosas evacuaciones, se ha atrevido (a
lo menos que yo sepa) a explicar cómo
se sustenta, y nutre entonces el cuerpo.
Yo le he buscado alimento por medio de
la inspiración; no porque el aire
inspirado pueda alimentar, lo que juzgo
imposible, sino varios jugos nutritivos,
que divididos en partículas menudas,
están siempre nadando en el aire. Mas
aun cuando en el aire no hubiese sino
partículas aqueas, que nunca faltan, no
juzgo imposible, que por algún tiempo
se pudiese sustentar el cuerpo con ellas.
Las historias de los que se han
sustentado algún tiempo considerable
con agua sola prueban esta posibilidad.
30. También me parece se puede
probar con una, u otra experiencia, que
se ha hecho, de que las plantas se
pueden nutrir con agua sola. En que
supongo, que su nutrimento ordinario no
es de sola agua; pues el jugo de la tierra,
que las presta alimento, es un compuesto
heterogéneo de varias materias,
especialmente salinas; aunque en él con
grande exceso predomina a todas las
demás el agua. Pero una particular
experiencia de Helmoncio, que refiere
el Abad de Vallemont en el primer Tomo
de las Curiosidades de la Naturaleza, y
del Arte, pag. mihi 340, muestra, que el
agua sola (no se entiende esto de la
elemental pura, sino de la usual que
bebemos) basta para nutrimento suyo.
Tomó Helmoncio doscientas libras de
tierra, que desecó perfectamente en el
horno, y colocó en un gran vaso de
barro: plantó en medio de ella un sauce
de cinco libras de peso, cubriendo el
vaso con una plancha de hoja de lata,
abierta con varios agujeros muy
pequeños para introducir el agua por
ellos. Al término de cinco años de riego
arrancó el árbol, el cual halló que
pesaba ciento y sesenta y nueve libras, y
tres onzas, aun sin entrar en cuenta las
hojas que habían caído en los cuatro
Otoños. Desecó de nuevo [197] la tierra
en el horno, y de las doscientas libras
sólo halló dos onzas de disminución. No
desharía partido esta experiencia de
Helmoncio para confirmarle en la
opinión, que había abrazado, de que la
agua es principio universal de todos los
mixtos; esto es, que todos son formados
primordialmente del agua coagulada de
diferentes modos: sentencia que en la
antigüedad tuvo por primer Autor a
Tales Milesio; y que en el siglo décimo
cuarto de nuestra Redención renovó
Roberto Flud, célebre Dominicano
Inglés, a quien por sus particulares
especulaciones filosóficas llamaron el
Investigador.
31. Mas sea lo que fuere de este
sistema, que acaso es más especioso que
sólido; lo que pretendo inferir de la
experiencia de Helmoncio, y de la
misma, que he apoyado con ella, es, que
si la agua usual por sí sola puede nutrir
las plantas, también podrá nutrir los
animales. Y a una cierta luz es más
inteligible lo segundo, que lo primero.
Digo que es más inteligible que un
líquido, cual es el agua, se convierta en
sangre, que es otro líquido; que el que se
transmute en las fibras duras, y sólidas
de un leño.
32. Pero lo cierto es, que la grande
fluidez del agua no estorba el que sea
nutrimento de los cuerpos más sólidos, y
duros. Más fluido sin duda, y más
delicado que el agua es aquel jugo con
que se nutren nuestros huesos, pues
penetra sus estrechísimos poros, lo que
el agua no puede. Sin embargo,
consolidándose en ellos, aumenta su
durísima substancia. ¿Y cuánta será la
delicadeza de aquel jugo, que
penetrando los, aun mucho más angostos,
poros del marfil, nutre los preciosos
colmillos del Elefante? Estas
observaciones son concluyentes contra
los que en la mucha fluidez del agua
ponen la dificultad de que pueda
alimentarnos.
33. Finalmente, si por la autoridad
se ha de decidir esta cuestión, en Paulo
Zaquías, lib. 5. Quaest. Medic. Legal tit.
1, quaest. 6, se pueden ver los muchos
Médicos, y Filósofos, que este Autor
cita por la opinión de que el agua es
nutritiva de nuestros cuerpos. Aunque es
verdad, [198] que el mismo Zaquías
disiente a ella, diciendo, que la
contraria es común.
34. Mas si es verdad lo que dice
este Autor de que la opinión, que niega
la facultad nutritiva al agua, es común
entre Filósofos, y Médicos; estos
Profesores muy poco caso hacen de sus
dos grandes Príncipes Hipócrates, y
Aristóteles; pues estos supremos Jefes
de la Filosofía, y Medicina están
expresos por la sentencia de que la agua
es alimento de todos los cuerpos, sin
exceptuar alguno. Hipócrates, en el libro
primero de Dieta, en el cap. 6 división
2, num. 4, dice así: Ignis enim omnia
per omnia novere potest; aqua vero
omnia per omnia nutrire. No está menos
claro Aristóteles, o acaso lo está más.
Así dice, lib. 4. de Generat. Animal.
cap. 2, hacia el fin: Huius enim usus
plurimus est, atque in omnibus aqua
alimento est, etiam siccis. Donde es de
notar la advertencia de que los cuerpos
secos se alimentan de agua.
35. Pero ya otras muchas veces he
observado, que los Médicos, y
Filósofos, que más estrépito hacen con
la autoridad de Hipócrates, y
Aristóteles, son los que menos caso
hacen de ella, siguiendo frecuentemente
máximas opuestas a las suyas; aunque es
verdad, que esto por la mayor parte
pende de ignorancia de la doctrina de
esos dos Príncipes, en cuyas obras
apenas ponen los ojos los más de los
Profesores de una, y otra facultad, como
me consta con toda certeza. Pero eso
mismo muestra el poco aprecio que
hacen de ellos.
36. Yo, coartando la resolución a los
individuos de nuestra especie, que es lo
que únicamente nos hace al caso, juzgo
que el agua a todos presta algún
alimento, poquísimo comúnmente, pero
bastante respecto de algunos rarísimos,
y extraordinarísimos temperamentos; o
ya que sean tales por constitución nativa,
o que se hayan hecho tales por
accidente. He notado, que las Inedias
extraordinarias, que he leído, y en que
no he hallado repugnancia al asenso,
sobrevinieron a repetidos, y gravísimos
afectos morbosos. Así sucedió a la
enferma de la consulta, y [199] lo mismo
a aquella de quien da noticia el Abad
Boisot, como éste testifica en su
Relación. Estos repetidos, y gravísimos
afectos inmutaron el temperamento de
una, y otra enormemente.
37. Pues Vmd. me envió la consulta
por encargo de nuestro Padre Abad de
ese Colegio, el cual dimanó del
Ilustrísimo Señor Obispo de Coria;
después de ponerme a la obediencia de
su Paternidad, sírvase de decirle, que
cuando remita mi respuesta a aquel
Prelado, me haga el favor de asegurarle,
que con gran gusto mío he tomado este
leve trabajo por complacer a su
Ilustrísima; y será mayor el gusto si
fuere de su satisfacción el trabajo.
Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos
años. Oviedo, y Mayo 15 de 1747.

Nota

38. No puedo negar, que toda la


Filosofía, de que he usado en la Carta
antecedente, para salvar la posibilidad
del hecho, por lo relativo a la
generación de tanta sangre en tan larga
Inedia no me satisface, de modo, que no
haya quedado con algún escrúpulo en
orden a su realidad. Yo no abandonaré
jamás la regla que estampé en el
Discurso 1 del quinto Tomo del Teatro
Crítico, que cuanto son más
extraordinarios los casos, tanto para
darles asenso se exigen más fuertes, y
autorizados testimonios. El elogio más
hermoso, que he leído de Catón, fue el
que le dio como indirectamente, y por
incidencia, desde su Tribunal, un Pretor
Romano, viviendo aún el mismo Catón.
Pretendía el que oraba por una de las
partes ser creído sobre cierto hecho, por
el testimonio de un testigo único, que
alegaba, por el título de que el testigo
era hombre de conocida veracidad; a lo
que el Pretor replicó: Donde la ley pide
dos, o tres testigos, yo no me
contentaré con uno sólo, aunque este
testigo solo sea el mismo Catón. Lo
proprio digo con proporción a nuestro
caso. Donde la difícil credibilidad de un
hecho, por ser muy irregular, pide muy
[200] fuertes, y poderosos testimonios
para ser creído, nunca me contentaré con
los que bastan para probar un hecho
común, y regular.
39. ¿Pero qué testigos tenemos del
suceso de nuestra enferma? Sólo se me
citaron dos, su Confesor, y el Cirujano
que la asistía. Doy que entrambos sean
muy veraces, lo que especialmente
creeré sin dificultad del Confesor, de
cuyas prendas se me hizo una buena
pintura. ¿Pero no pudieron estos dos ser
engañados? Sin duda: porque debo
suponer, que ninguno de ellos asistía
siempre en presencia de la enferma en
continua vigilancia para observar si le
ministraban algún alimento. Realmente
todo bien considerado, la inclinación a
descreer el hecho, va cuesta abajo;
porque la Filosofía, para salvarle, va
muy cuesta arriba.
Carta XIX
Paralelo de Luis XIV, Rey de
Francia, y Pedro el Primero,
Zar, o Emperador de la Rusia

1. Muy Señor mío: Discurro, que la


lectura del Paralelo, que hice de Carlos
XII, Rey de Suecia, con Alejandro
Magno, movió a Vmd. a solicitar otro
semejante de los dos famosos Príncipes,
que poco ha reinaron, Luis XIV en la
Francia, y Pedro el Primero en la Rusia:
en que suponiendo Vmd. que ambos
merecieron el epíteto de Grandes, que
les da la Fama, duda quien entre los dos
se deba reputar mayor, en caso de no ser
perfectamente iguales.
2. Ya sobre este punto escribió algo
el Espectador Inglés, o Sócrates
moderno (uso de la voz Espectador
nueva [201] en el Castellano, por no
hallar en nuestro idioma otra
enteramente equivalente a la Latina
Spectator) en el Disc. 1 del Tomo 3.
Pero sobre que el Paralelo, que hizo este
amenísimo Autor, es demasiadamente
ceñido, le hallo algo vicioso, porque no
disimula en él el desafecto reinante en
su Nación hacia el Monarca Francés.
Cuanto a la substancia, convengo con él
en la preferencia que da al Moscovita; y
aun juzgo, que esta preferencia estriba
en unas insignes ventajas.
3. Pedro Alexovitz, Emperador de la
Rusia, si se atiende al complejo de
calidades, y acciones por donde
comúnmente el Mundo califica de
Grandes a los Príncipes, fue no sólo uno
de los mayores, que tuvo el Mundo, pero
tan sobresaliente aun en esta misma
elevada clase, que apenas se hallará
otro, que se le deba preferir. Con
advertencia he ceñido el mérito del
elogio al dictamen común del Mundo;
porque supongo, que no se puede decir
absolutamente Príncipe excelente el que
no posee todas aquellas Virtudes
Morales, que exige un imperio
razonable. A uno, que en presencia de
Agesilao, Rey de Esparta, ponderaba el
gran poder del Rey de Persia, replicó
con generosa indignación Agesilao: No
es mayor Rey que yo, quien no es más
justo que yo. Más oportuno fuera el
apotegma, si la magnificencia, con que
el otro hablaba del Rey de Persia, fuese
relativa a otra grandeza, que a la de su
vasto imperio. Pero no es ésta la regla
de que usa el Mundo para medir la
estatura de los Reyes. Sea un Alejandro,
lascivo, intemperante, ebrio, cruel a
tiempos, y siempre usurpador; como
posea en un grado eminente las Virtudes
Militares, y en sus empresas
corresponda su fortuna a su valor, será
de todos los siglos apellidado Alejandro
el Grande.
4. Es verdad, que aun de aquellos
que no son muy escrupulosos en la
definición del Heroísmo, son muchos los
que no reconocen por Héroes a los que
poseen aquellas virtudes, si están
manchados con tantos vicios. Si
hablásemos con toda propriedad, no
concediéramos la alta prerrogativa de
Héroe a quien habitualmente padezca
algún grave [202] defecto Moral. Pero
el Idioma de los políticos moderados, y
aun de plumas bastantemente religiosas,
no pide tanto; antes están regularmente
convenidos en practicar con los
Príncipes ilustres un género de
condescendencia benigna, en orden a
algunos vicios, especialmente el de la
ambición, y otro hacia quien es muy
resbalizada la libertad de los
Soberanos, como se contengan dentro de
ciertas márgenes.
5. Bien necesitan de esta Indulgencia
los dos Príncipes, cuya preferencia se
cuestiona, porque ninguno de ellos fue
Santo. Uno, y otro tuvieron no leves
vicios. La ambición, y la incontinencia
fueron comunes a entrambos, y la
ambición en entrambos acompañada de
la mala fe. Explicóla, el Moscovita en la
invasión de la Livonia, violando con
frívolos pretextos los tratados, que
habían, desde que la había conquistado
Gustavo Adolfo asegurado aquel País a
la Suecia, y engañando con promesas de
Paz por medio de su Embajador en
Estocolmo, al mismo tiempo que estaba
disponiendo la guerra. El Monarca
Francés, dicen muchos Autores, pecó
tanto en esta materia, que la relación de
sus infracciones de tratados con los
Príncipes vecinos, coloreadas con
falaces apariencias, casi vendría a ser
una historia completa de su vida
política. Pero debo añadir, que aunque
lo publicaron así en España, Italia,
Inglaterra, y Alemania, lo publicaron
cuando eran enemigas de la Francia; y
así, hasta saber si hay Autores Franceses
verídicos, que convengan en ello,
suspenderé el asenso.
6. La incontinencia en Luis XIV,
sobre escandalosa por pública, casi fue
un pecado de por vida. Y en ella fue de
especialísima nota la monstruosa
torpeza de despojar al Conde de
Montespan de su legítima esposa, para
que sirviese muchos años a su lascivia.
No hallo en las Historias, que leí del
Zar Pedro, que sus desórdenes en esta
materia pasasen de la juventud; y aun se
dice, que en los diez años, que mediaron
desde el repudio de la primera mujer,
hasta su casamiento con la segunda, no
tuvo comercio con mujer alguna. Pero a
toda su vida transcendió la mancha
[203] de repudiar, y cerrar en un
Monasterio a su mujer la Princesa
Eudoxia, y casarse con otra, viviendo
ella, sin que precediese de parte de esta
otra culpa, que quejarse de las
infidelidades del Zar: pues aunque no
falta Autor, que la creyó indiciada de
adulterio, fue rebatido por otros mejor
informados; y como dice el Anónimo
Escritor de la vida del Zar, impresa en
Amsterdam el año de 1742, toda la
Rusia está plenamente persuadida de su
inocencia.
7. Demás de estos vicios, comunes a
los dos Monarcas, otros tres se
atribuyen al Rusiano, de que no adoleció
el Francés. El primero, la intemperancia
en orden al vino, y licores fuertes. El
segundo, dejarse arrebatar de la ira, tal
vez por levísimas causas. El tercero, la
crueldad.
8. Los dos primeros capítulos son
ciertos. Pero se rebaja mucho de su
fealdad con dos consideraciones: La
primera, que esos vicios eran en gran
parte influidos por la bárbara educación
que tuvo: La segunda, que hacía no leves
esfuerzos por vencer una, y otra pasión,
especialmente la de la ira; y aun se
lastimaba amargamente de la gran
dificultad, que hallaba en reprimirla; de
modo que, según el Autor poco ha
citado, muchas veces al revenir de sus
raptos se le oyó prorrumpir en esta, u
otras semejantes exclamaciones: Yo
reformo a mis Vasallos, y no puedo
reformarme a mí mismo: maldito
temperamento, funesta educación, que
no puedo vencer por más reflexiones, y
propósitos que hago.
9. Lo de los conatos del Zar, para
vencer su pasión por el vino, y licores
fuertes, afirma el Historiador Inglés
Burnet, que trató al Zar en Londres. Pero
es más probable, que nunca la venció.
10. El capítulo de crueldad es el en
que yo no puedo convenir
absolutamente. Es verdad, que Pedro
ejecutó muchos, y severísimos castigos,
pero muy merecidos de repetidas
sediciones, cuyo asunto era despojarle,
no sólo de la corona, mas también de la
vida. A que se añadió, [204] que los
Rusianos, gente entonces bárbara, feroz,
y dura, sólo podían ser contenidos,
proporcionando el rigor a su ferocidad.
11. Fuera de esto, hallo en la
Historia de este Príncipe muchos actos
de singular clemencia. A su hermana la
Princesa Sofía, que fue autora de las
repetidas conspiraciones contra la vida
del Zar, no dio más castigo que clausura
de un Monasterio. Y al Príncipe Galicin,
instrumento principal de aquella
Princesa, no más que el destierro a la
Siberia. A los Cosacos rebeldes, que
haciéndose del partido del Rey de
Suecia, tomaron las armas contra él,
sólo castigó desarmándolos. En la
batalla de Fraustadt el General Sueco
Renschid, Capitán insigne, pero cruel,
hizo degollar a sangre fría a seis mil
Rusianos rendidos. Podía el Zar, por el
derecho de represalia, ejecutar lo
proprio con muchos prisioneros Suecos
que tenía, y a todos dejó con la vida.
12. En general con los prisioneros
de guerra era, no sólo benigno, y dulce,
mas aun noblemente generoso. Esto
mostró en varias ocasiones. A los
prisioneros de la batalla de Pultava, en
que fue enteramente derrotado el Rey de
Suecia, después de concederles
graciosamente unas condiciones, mucho
más ventajosas, que las que en la infeliz
situación, en que se hallaban, podían
esperar, trató con la mayor humanidad
del Mundo. Para cuya demostración
copiaré aquí las palabras del Autor de
las Memorias del Reinado de Pedro el
Grande, (B. Yyvan Nestesuranoi)
impresas en Amsterdam el año de 1740.
13. «La suerte de tantos infelices le
hizo (al Zar) una impresión muy
sensible, y más de una vez desaprobó la
conducta de un Príncipe, (el Rey de
Suecia) que de esta manera sacrificaba a
su ambición tantos fieles Vasallos, de
quienes debía ser Padre, y Conservador.
Concedió generosamente la libertad a
todos los Generales, y Oficiales; y por
dar a los Soldados rasos señales
sensibles de su compasión, hizo
distribuir a estos miserables más de
quince mil ducados. El día siguiente
convidó a su [205] mesa a todos los
Generales Suecos; y habiéndose
informado con aquella afabilidad, que le
era tan natural, de el Felt-Mariscal
Renschild, a qué número llegaba el
Ejército Sueco antes de la batalla; y
sabido de él, que contendríanm diez y
nueve mil Suecos, y de diez a once mil
Cosacos, le dijo: ¿Cómo es posible, que
un Príncipe tan prudente como el Rey
de Suecia, se haya aventurado con un
puñado de gente en un País incógnito,
y tan desdichado como éste?
Habiéndole respondido Renschild, que
ellos no habían sido consultados
siempre para las operaciones, sí sólo
que como fieles Vasallos habían servido
siempre sin contradicción a su Rey: Esta
fidelidad agradó tanto a su Majestad
Zarina, que quitándose la espada, que
tenía a la cinta, se la dio al Conde
Renschild, pidiéndole que la
conservase, como prenda de la
estimación que hacía de su persona, por
ser tan fiel a su Rey. No mostró menos
bondad con el Conde Piper; y para que
todos los prisioneros clásicos fuesen
asistidos de todo lo necesario, los
distribuyó por huéspedes a sus
Generales. El Conde Renschild tocó al
Conde Scheremereff; el Conde Piper al
Conde de Coloiukin; el Príncipe de
Wirtemberg al Príncipe Menzikoff; el
General Stakelberg al General Rone, y
así de los demás.»
14. Es verdad, que no fue después
consiguiente en este proceder humano
con los prisioneros de Pultava, los
cuales relegó a la Siberia: y de los dos
primeros Generales Renschild, y
Lovenhaut, el segundo vivió
misérrimamente aprisionado en
Moscovia, donde últimamente murió:
infelicidad que comprehendió también al
Conde Piper, primer Ministro del Sueco.
Acaso esos dos Próceres le darían
después algún motivo especial de
resentimiento, Renschild fue canjeado.
15. Al Comandante de la Flota
Sueca Erenschiold, de cuyo valor fue
testigo en la batalla de Alandt, luego que
le hizo prisionero, regaló con un vestido
rico; y después de elogiarle altamente
delante de todos sus Oficiales, le
ofreció su amistad para siempre. [206]
16. El proceder que tuvo en la toma
de Nerva fue digno del más noble
Héroe. Obstinado el Sueco Gobernador
en no rendirse, entraron los Rusianos la
Plaza por asalto. Ordenó al punto el Zar
a sus Oficiales, que impidiesen toda
violencia sobre los habitadores; mas no
pudiendo éstos contener a los Soldados,
que furiosos robaban, violaban, y
mataban cuanto veían, acudió el Zar por
sí mismo al remedio; y corriendo de
calle en calle, arrancaba las mujeres, y
los niños de las manos de los Rusianos,
amenazaba a éstos con los más severos
castigos para que se detuviesen,
ayudando al imperio de su voz el terror
de su espada, pues con ella mató más de
cincuenta de los que halló más
obstinados en proseguir las violencias.
En fin, atajado el desorden, haciendo
juntar en la casa de Ayuntamiento los
principales Ciudadanos, entró él; y
poniendo su espada toda bañada en
sangre sobre una mesa, les dijo estas
palabras: No es sangre de los
Ciudadanos de Nerva la de que está
teñido este acero, sino la de muchos
Rusianos, que he sacrificado a vuestra
conservación. Depositada está hoy la
espada en aquel sitio, ostentándose
como monumento precioso de la
humanidad de aquel Monarca; y sería
justo, que en las paredes de todos los
Edificios públicos de Nerva, se
escribiese con caracteres de oro todo el
hecho.
17. He expuesto a Vmd. los vicios
de los dos Monarcas, en que no siendo
grande la desigualdad, se hallará menor,
o ninguna, si se atiende a dos
circunstancias, que disculpan en parte
los del Moscovita, y gravan los del
Francés: la educación, y la Religión.
18. La educación del Moscovita,
como ya se insinuó, fue perversa; y
nadie ignora cuánto la calidad de la
educación influye en todo el resto de la
vida. Toda Religión llena de errores,
cual es la que profesaba el Zar, turba
mucho la vista intelectual en orden a la
mortalidad. Ni una, ni otra disculpa se
puede alegar a favor de Luis XIV. Su
educación fue bella debajo del gobierno
del Marqués de Villeroy, hombre bueno,
y hábil, y a la vista de su Madre Ana de
Austria, de quien dice el Historiador
Mr. Larrey, [207] que todos los
Escritores concuerdan en darla el bello
elogio de la mejor Reina del Mundo.
Profesó siempre la Religión Católica
Romana, cuyas santas máximas no
podían menos de darle continuamente en
rostro con sus relajaciones. Así no tenía
otro recurso para hacerlas menos
intolerables, que el general de todos los
viciosos, la fragilidad humana.
19. Pasados ya en revista los vicios,
que afean a los dos Monarcas,
traslademos la consideración a las
acciones, o virtudes que los ilustran. Y
aquí es donde yo descubro unas grandes
ventajas del Rusiano sobre el Francés.
20. No se puede negar, que Luis XIV
fue dotado de muchas buenas
cualidades: hombre discreto, de juicio
sólido, de espíritu constante,
bastantemente aplicado al gobierno, de
una entereza Regia, mezclada con
afabilidad popular, amante de la justicia,
en cuanto no obstaba o a su ambición, o
a su deleite, estimador del mérito,
humano, liberal, propenso a que en el
Reino floreciesen las Artes, Ciencias, y
Comercio. Mas si estas partidas bastan
para constituir un buen Rey, no son
suficientes para constituir un gran Rey. Y
aun permitiendo, que sean suficientes
para constituir un gran Rey, añadiré, que
no lo son para constituir un Rey, tal, que
merezca adaptársele por renombre el
epíteto de Grande; que es muy distinto
lo uno de lo otro. No da idea, pongo por
ejemplo, tan magnífica de Alejandro,
decir, que fue un gran Príncipe, o un gran
Guerrero, como llamarle Alejandro el
Grande: no da idea tan magnífica del
Santo Pontífice Gregorio el Primero
decir fue un gran Papa, como
nombrarle, y designarle con el distintivo
de el Gran Gregorio. Esto segundo pide
una grandeza, no como quiera, sino
grandeza heróica: es aclamar la
excelencia del sujeto con una gran
especie de entusiasmo: significa
estatura, no sólo superior a las comunes
mas enteramente agigantada.
21. Dejando, pues, bastante campo a
los Panegiristas de Luis XIV para que se
extiendan en sus alabanzas, me
contentaré con decir, que este Príncipe
en ninguna manera [208] arribó la
grandeza del Heroísmo. Porque
pregunto: ¿qué acciones proprias de
Héroe ejecutó Luis XIV? Ni una hallo en
toda su Historia. Confieso, que hizo
algunas cosas utilísimas, cuales fueron,
sobre todo, la extinción de los duelos, y
el destierro de la herejía. Pero ni éstas,
y mucho menos otras inferiores a éstas,
pendían, de extraordinarios esfuerzos, o
de alcances superiores.
22. La herejía estaba enteramente
desnuda de fuerzas, cuando fue la
revocación del Edicto de Nantes. Los
Duelistas no constituían partido, porque
no lo eran por profesión; y aun cuando
se uniesen, sería en cortísimo número.
Así la ejecución de uno, y otro no le
costó a Luis XIV más que quererla, y
decretarla. De modo, que en las
circunstancias, en que entonces estaba la
Francia, otro cualquiera Rey, que se
aplicase a ello, haría lo mismo. Lo
proprio digo de todo lo demás que
quieran aplaudir en este Príncipe.
Cuando entró en el gobierno, estaba la
Francia enteramente pacificada, los
disturbios de la minoridad extinguidos.
Por recomendación del Cardenal
Mazarini vió luego a sus lados dos
insignes Ministros, destinados a
diferentes asuntos, Juan Baptista
Colbert, y Miguel de Tellier, que partían
entre sí todos los cuidados grandes de la
Corona de Francia. A Colbert se debió
cuanto se adelantó entonces la Francia
en el Comercio, en la Marina, en
Edificios públicos, en Ciencias, y Artes,
de que fue amantísimo, y liberalísimo
Protector. A Colbert sucedió el Marqués
de Louvoix, gran Ministro también, de
vastísima capacidad, y suma aplicación;
por lo que pudo cumplir con los muchos,
y altos empleos que tuvo. Asistiendo a
Luis XIV tales Ministros, no le quedaba
que hacer, sino autorizar sus ideas para
que se ejecutasen.
23. Por lo que mira a las grandes
ventajas, que logró en las guerras con
los Príncipes vecinos, aquéllas se
debieron a los excelentes Generales que
tuvo. Y no hay que decir, que él los
formase, o en alguna manera concurriese
a hacerlos tales, pues a las mayores de
todos ellos el Príncipe de Condé, y el
Mariscal de Turena, a quienes
justísimamente [209] se puede aplicar lo
que dijo Virgilio de los dos Escipiones:
Duo fulmina belli, hechos los halló, y
con la fama ilustre ya cuando empezó a
reinar. Los grandes Generales
comúnmente dejan buenos discípulos; y
así sucedió en la mayor parte del
reinado de Luis XIV. Sobre todo, el
Duque de Luxemburgo, que fue quien
principalmente, después que faltaron
aquellos dos Héroes, mantuvo la gloria
Militar de la Francia con ilustres, y
repetidas victorias, debajo de la
conducta del Príncipe de Condé había
aprendido el ministerio de la guerra.
24. De que resulta, que bien
considerado todo de las grandes cosas
que se hicieron en el reinado de Luis
XIV, la única gloria, que sólidamente le
queda a este Monarca, es haber
conocido los grandes talentos de algunos
Vasallos suyos, haberlos empleado, y
atendido.
25. ¿Pero qué? Aun dentro de esta
misma especie cayó en algunas
gravísimas faltas, que verisímilmente
hicieron infelices los últimos años de su
reinado. Habiendo los dos Príncipes de
su sangre, el de Conti, y el Duque de
Orleans, dado en algunas funciones, en
que se hallaron muestras de un
extremado valor, y una acertadísima
conducta; por unos celos, o llámense
recelos proprios de un corazón
pusilánime, los retiró del manejo de las
armas, y tuvo ociosos el resto de su
vida. Y aun al de Orleans lo poco que le
ocupó le tuvo atadas las manos con
órdenes opuestas a sus buenas ideas; por
lo que verisímilmente se perdió la gran
batalla de Turín, en que el Duque quería
que el Ejército Francés saliese de las
líneas a recibir los imperiales en rasa
campaña, que es lo que debía hacerse,
según los mejores Maestros del Arte
Militar; y el orden de la Corte, que le
presentó el Mariscal de Marsin, le
obligó, con sumo pesar suyo, que no
pudo, o no quiso disimular, a esperarlos
dentro de las trincheras. El mismo
desaire había padecido cinco años antes
el Mariscal de Catinat, a cuya prudente
conducta fue preferida la temeridad del
de Villeroy, de que se siguió el destrozo
que los Franceses padecieron en Chiari.
[210]
26. Vamos ya a examinar la conducta
de Pedro el Grande. ¡Oh qué grande en
todo! ¡Oh qué superior en todo a la del
Rey Francés! Hizo el Moscovita en un
reinado, de no muy extendida duración,
cosas tales, que divididas podrían
constituir gloriosos muchos Reyes, y
muchos reinados, y en todas se puede
decir, que él fue el todo, o por lo menos
en todas agente principal, y en muchas
agente, e instrumento juntamente. Hizo
Pedro el Grande, que en un vastísimo
Imperio, lleno todo de la más refinada
barbarie, cuyos habitadores rudos,
indómitos, y feroces, no sólo ignoraban
todas las Artes, pero parecían negados a
su enseñanza, todas las Artes floreciesen
como en otra cualquiera Nación
Europea. De unos hombres, que sólo
parecían hombres en la figura, hizo
buenos Soldados, hizo hábiles
Generales por Mar, y por Tierra, hizo
Pilotos, hizo Artífices para todo género
de maniobras, hizo excelentes
Matemáticos, Filósofos, Humanistas,
Historiadores, Políticos, Cortesanos,
Discretos, &c. y para todo tuvo que
vencer, no sólo la profunda ignorancia
de aquella gente, mas también su
obstinada resistencia a deponer la
barbarie. Añádese haberles hecho
renunciar los antiguos usos, que siendo
los más absurdos de todo nuestro
Continente, eran retenidos con indecible
terquedad: haber extinguido los
Strelizes, que eran casi toda la fuerza
del Imperio, Milicia inobediente, y
revoltosa, temida de todos sus
predecesores, formando otra nueva, a
quien dio Oficiales Extranjeros: haber
despojado de la mayor parte de su
autoridad al Patriarca, que siendo
adorado casi como Deidad de aquella
supersticiosísima gente, incomodaba
mucho la Soberanía de los Zares, o la
dividía con ellos: haber humillado el
tiránico orgullo de los nobles, que a sus
dependientes trataban como vilísimos
esclavos: haber hecho conocer, y
practicar a sus Vasallos varias virtudes
Políticas, y Morales, de quienes
ignoraban aun los nombres.
27. A los ojos se viene, que para
hacer todo esto era menester una
comprehensión, una capacidad inmensa,
una fuerza de espíritu robustísima, un
valor en supremo grado [211] heróico,
una actividad infatigable, una política
artificiosísima, un celo ardiente por la
felicidad de aquel dilatadísimo Imperio.
28. Efectos proporcionados a estas,
y otras virtudes fueron el
establecimiento de una Infantería tan
animosa, y reglada, como la de otra
cualquiera Nación Europea: una Marina
de cuarenta Bajeles de línea, y de
doscientas Galeras: Fortificaciones
según el estilo moderno de todas las
Plazas importantes: una excelente
Política en todas las Ciudades
principales: una Academia de Marina,
adonde todas las Familias Nobles son
obligadas a enviar algunos de sus hijos:
Colegios en Moscú, en Petersburg, y en
Kiof para enseñar las Lenguas, las
bellas Letras, y las Matemáticas:
Escuelas pequeñas en las Poblaciones
menores, donde los paisanos aprehenden
a leer, y escribir: Escuelas públicas en
Moscú de Medicina, Farmacéutica, y
Anatomía: un Observatorio para la
Astronomía: Imprentas tan buenas, como
las de los Reinos que florecen en
policía: una Biblioteca copiosísima,
compuesta de tres que compró en
Inglaterra, y Alemania, &c.
29. Tantas cosas insignes como las
que hasta aquí he referido, y otras que
omito, hizo Pedro el Grande en un
reinado de veinte y nueve años; (no más
que éstos reinó solo por la muerte de su
hermano Juan, que ocupaba la mitad del
Trono) que si las viésemos ejecutadas
en otro gran Imperio por cinco, o seis
Reyes en el espacio de siglo, y medio,
de modo, que se dividiesen entre ellos
las partes de tan magnífica obra; a todos
estos cinco, o seis Reyes aclamaría el
mundo por unos Príncipes de extremada
habilidad.
30. Los medios con que logró tantas,
y tan altas empresas, fueron tan
extraordinarios como ellas. Supo este
Príncipe hallar la mayor elevación en el
mayor abatimiento: levantóse sobre
todos los Reyes, bajando a igualarse con
sus más humildes Vasallos. ¿Cómo hizo
Soldados, y buenos Soldados a los
Rusianos? Sirviendo él como Soldado
desde el ínfimo grado, de donde fue
subiendo por los pasos [212] regulares
hasta el supremo. Sirvió primero de
Tambor, luego de Soldado raso, después
de Cabo de Escuadra, de Sargento, de
Alférez, &c. Supongo, que ejerciendo
estos empleos no exponía su persona en
las funciones, como corresponde a cada
uno de ellos; pero los ejercía con la
diligencia más puntual, y con la más
rendida obediencia a sus Jefes. ¡Cuánta
influencia tendría esto en todos los
Rusianos! ¡Qué noble Moscovita se
desdeñaría de servir con el fusil, o con
la granada en la mano, viendo a su
Príncipe batir el Tambor! He dicho, que
supongo que en aquellos empleos no
exponía su persona; porque aun cuando
su ardimiento le impeliese a ello, le
reprimirían sus Jefes, a quienes en todo,
y por todo obedecía con la mayor
resignación. Sobrábale valor pero sería
facinerosa imprudencia arriesgar una
vida, de quien pendía la felicidad de la
Rusia. Sobrábale valor, como mostraba
en varias ocasiones, siendo General de
sus Tropas, en cuyo estado no tenía
superior que le impidiese,
especialmente en dos. La una fue la
batalla, que dio al General Leventhaud a
la margen del Nieper, donde habiéndose
puesto en fuga al primer encuentro la
infantería Rusiana, congregada de
nuevo, colocó un número crecido de
Calmucos, y Cosacos detrás del
Ejército, con orden de que hiciesen
pedazos a cualquiera que huyese, sin
reservar su misma persona, en caso que
él cometiese esa vileza. Otra, cuando
circundado del Ejército Turco a las
orillas del Pruth, y perdido sin remedio,
eligió perecer con las armas en la mano,
antes que rendirse; aunque de uno, y otro
riesgo le libró su esposa la célebre
Emperatriz Catalina, sobornando con
todas sus preciosas joyas al avaro Visir,
que mandaba el Ejército enemigo.
31. El mismo ejemplo que a las
Tropas de Tierra dio a las de Mar,
subiendo por todos los oficios, desde el
de Grumete, hasta el de Almirante; no
siendo esto mera denominación, sino
empleo real, y verdadero; pues cuando
Grumete, servía al Capitán de Navío en
todas aquellas humildes ocupaciones en
que los demás Grumetes a los suyos
[213] y en una ocasión, que
imprudentemente el Capitán, corriendo
un viento fuerte, le mandó, o permitió
subir a la gabia, intrépidamente lo
ejecutó, aunque luego que el Capitán le
vió arriba, conociendo el peligro le
mandó bajar.
32. Raro espectáculo fue para el
Mundo, y lo será siempre puesto en la
Historia un Emperador de la Rusia
haciendo el oficio de Tambor en la
Tierra, y el de Grumete en el Mar. Pero
otro espectáculo más raro voy a
proponer. Pásmense todos los Príncipes
existentes, y venideros, de que ese
mismo Emperador de la Rusia, por
aprehender la construcción de los
Navíos, y enseñarla a sus Vasallos,
excitándoles juntamente para que se
aplicasen a ella con su ejemplo, dos
años estuviese ejerciendo el empleo de
Oficial de Carpintería en Amsterdam,
con todas las circunstancias, y
condiciones de tal, vestido como los
demás Oficiales, sustentándose de su
paga diaria como los demás; pero
excediéndolos a todos en el afán del
trabajo. No los triunfos de Camilo, de
Marcelo, de Mario, de César, de
Pompeyo embelesaron tanto a los
Romanos, como Pedro el Grande,
incógnito debajo del nombre de Pedro
Micaelof, y al mismo tiempo conocido
de todos por lo que era; madrugando
muy de mañana al astillero en hábito
humilde con la hacha debajo del brazo, y
ocupando todo el día en aquella tarea
con tanto ardor, como si pendiese de
ella su vida.
33. Esta fue una especie de heroísmo
incógnito hasta entonces al Mundo; pero
heroísmo de orden superior a cuantos el
Mundo celebró hasta entonces. Fue un
voluntario eclipse de la Majestad, que
descubrió todo el esplendor de la virtud.
Cuando se propone un fin tan noble
como el bien de los Vasallos, es
grandeza más que Regia despojarse
enteramente de la pompa. Aquellas
almas vulgares que sólo adoran en los
Príncipes la exterior magnificencia,
notarían, y aun despreciarían, como
indigna de la soberanía, aquella
aparente bajeza; y al mismo tiempo el
Zar, con una celsitud de ánimo, propria
de su gran corazón, [214] despreciaba
como irracional ese mismo desprecio. Y
aun puede ser (porque no ignoraba
enteramente la Sagrada Escritura)
tuviese presente lo que pasó entre
David, y Michol en caso muy semejante.
34. Aquel gran Rey, y gran Santo,
cuando en procesión solemnísima se
redujo el Arca del Testamento de la
Casa de Abinadab a Jerusalén, en
obsequio de la Divinidad, que en ella se
representaba, ceñido con una zona, o
cubierto con un sobrevestido de lino,
(que la voz de Ephod, de que usa la
Escritura, un medio entre uno, y otro
significa) iba danzando con cuanta
fuerza, y agilidad podía delante del
Arca: Saltabat totis viribus ante
Dominum. Viólo su Esposa Michol
desde una ventana, cuando ya el Arca
entraba por la Ciudad; y considerando a
David envilecido con el humilde oficio
de Danzarín, a que se añadía la
humildad del traje, dice la Escritura, que
le despreció en su corazón: Despexit
eum in corde suo. Y aun añade, que con
una irrisoria ironía le insultó luego
sobre el hecho: Quam gloriosus fuit
hodie Rex Israel, &c. ¿Y qué le
respondió David? Que haría lo mismo, y
aún más, interviniendo el proprio
motivo: y en esa aparente vileza
fundaría su mayor gloria: Et ludam, &
vilior fiam plus, quam factus sum… &
gloriosior apparebo. El mismo bajo
concepto, que de David hizo la
imprudente Princesa, viéndole en
humilde traje, y humilde oficio, harían
del Zar, viéndole en humildes oficios, y
traje muchos de no mejor juicio, que
Michol. ¿Mas qué tenemos con eso? Esa
vil exterioridad constituye para los
hombres de entendimiento la mayor
gloria del Zar, como también la de
David: Gloriosior apparebo.
35. Tanto hizo por el bien de sus
Reinos Pedro el Grande, y tanta gloria le
resulta de lo que hizo. Príncipe
verdaderamente incomparable, a quien
justísimamente se puede adaptar, aunque
no por el mismo título, lo que la
Escritura dice de Josías: Similis illi non
fuit ante eum Rex. (4. Reg. cap. 25.)
Nadie hizo lo que él hizo. Digan, pues
cuanto quieran en su alabanza los
Panegiristas de Luis XIV. [215]
Concederé, que fue un excelente Rey,
que mereció el epíteto de Grande. Pero
dudo, que en la conservación de este
epíteto, hacia la posteridad, logre la
dicha de su antecesor el glorioso Carlo
Magno, en quien la expresión de la
grandeza se unió con tanta estrechez al
nombre, que vino a hacerse parte del
nombre la expresión de la grandeza.
Adularon mucho sus Vasallos, y aun no
pocos forasteros a Luis XIV. Creo que
hubiera sido mucho mejor Rey, si no le
hubieran adulado tanto. No faltó sino
consagrar sus mismos vicios, dándoles
el nombre de virtudes; y en parte, ni aun
esto faltó. De aquellos pomposos
Panegíricos, de que se llenó su Reino, y
aun los extraños durante su vida,
quedaron sonoros ecos después de su
muerte, como olor de los inciensos, que
tan largamente le habían tributado. Pero
noto ya en algunos Escritores Franceses,
que tomaron la pluma posteriormente a
su fallecimiento, una tal languidez en sus
elogios, que temo, que pasado un siglo
ya el eco de los Panegíricos no suene, y
el humo de los Inciensos se disipe.
36. Ciertamente no sucederá esto a
Pedro el Grande porque a la grandeza de
sus acciones sobra mucha magnitud para
llenar la extensión de treinta, o cuarenta
siglos.
37. Sólo le faltó a este grande
hombre una hazaña superior a todas las
que logró, que fue plantar la verdadera
Religión en sus Reinos. Era sin duda
capaz de hacerlo; y aun me atrevo a
decir, que le sobraban fuerzas para ello,
cuando ya tenía a todos sus súbditos
enteramente rendidos a su arbitrio. Mas
para ejecutarlo era menester, que
primero la Divina Gracia le desterrase
del entendimiento su errada creencia,
con aquella iluminación, que sólo puede
venir del Padre de las Luces. Aun para
las previas disposiciones, que se pueden
poner acá abajo, o por hablar más
teológicamente, para la remoción de los
estorbos; había infinito que vencer,
porque es grande la resistencia del error
envejecido. ¡Cosa lamentable! que la
senectud, que todo lo debilita, y quita el
vigor a los animales, a las [216] plantas,
y aun a las piedras, aumenta las fuerzas
al error.
38. Con todo aun en esta materia
hizo algo, y no muy poco Pedro el
Grande; porque desterró algunas de
aquellas más crasas supersticiones, que
con una firmísima adherencia estaban
radicadas en la ceguera de sus Rusianos.
39. Ultimamente, para complemento
de éste, ya más Panegírico, que
Paralelo, añadiré aquí a Vmd. otra
maravilla de este grande hombre, que se
me haría increíble, si no lo viese
asegurado por varios Autores: y es, que
sin embargo de los máximos negocios,
que siempre le ocuparon, se instruyó en
varias Ciencias, y Artes, de modo, que
fue Matemático, Filósofo, excelente
General de las Tropas de Tierra,
habilísimo Almirante para las de Mar,
Político insigne, Historiador, Piloto,
Arquitecto Naval, &c. ¡Raro genio!
¡Portentosa capacidad! Nuestro Señor
guarde a Vmd. muchos años.
Carta XX
Sobre el Sistema Copernicano.

Se advierte, que las leguas de que se


habla en esta Carta, y en la siguiente
son de las veinte, y cinco en grado,
mucho menores, que las Españolas, de
las cuales no caben en cada grado
terrestre más que diez y siete y media

1. Muy Señor mío: Notable es la ira, que


Vmd. ha concebido contra el
Eclesiástico, y el Militar, que en la
concurrencia, de que Vmd. me da
noticia, tocándose la cuestión del
Sistema del Mundo, mostraron
inclinarse [217] a la opinión de Nicolao
Copérnico, que colocó al Sol quieto en
el centro del Mundo, transfiriendo a la
tierra el movimiento del Sol. Y bien
pudiera esa ira ser justa. Pero en Vmd.
por dos capítulos deja de serlo, uno de
exceso, otro de defecto. El exceso está
en la censura, que Vmd. hace de aquella
opinión, tratándola de sueño, delirio, y
quimera; y a los que la siguen de ilusos,
fatuos, y locos. El defecto es de las
noticias necesarias para hacer una crisis
justa en la materia: defecto que Vmd.
mismo no rehusa confesar, cuando dice,
que no sabe de esto, ni ha menester
saber más, que lo que le informan sus
ojos para tratar de quimérico el Sistema
Copernicano.
2. ¡Oh qué engañado que está Vmd!
Los ojos nada deciden, ni pueden
decidir en la cuestión. Esto lo confiesan
cuantos con conocimiento de causa han
impugnado a Copérnico. En efecto es
cosa de la suprema evidencia, que
aunque la tierra se moviese, y el Sol
estuviese quieto, nuestros ojos nos
representarían, del mismo modo que
ahora, la Tierra en reposo, y el Sol en
movimiento. E igualmente cierto es, que
suponiendo, como suponemos, el Sol en
movimiento, y la Tierra en reposo, si un
hombre estuviese en el Sol, se le
representaría éste quieto, y la Tierra
girando alderredor de él. Es regla
constante en la Optica, que respecto del
que está en un cuerpo grande, que se
mueve, la apariencia del movimiento se
transfiere a otro, u otros cuerpos
distantes, que están quietos, mayormente
si el movimiento es uniforme, y de un
tenor igual. Todos los que han navegado
algo, saben, que cuando un bajel va
costeando con un viento plácido, no
parece a los que van en él, que el bajel
se mueve; antes se les representa, que se
mueven en contrario sentido los árboles,
peñascos, o casas que están en las
orillas. Aun sin estar en el cuerpo que se
mueve, como éste esté más cerca, se
representa sin movimiento, transferido a
otro más distante, como el movimiento
de las nubes a la Luna sobrepuesta a
ellas; de modo, que si las agita un viento
Oriental muy fuerte; no se representa,
que las nubes [218] caminan de Oriente
a Poniente, sino que la Luna vuelva
rápidamente de Poniente a Oriente. Así
el argumento tomado de la apariencia
del movimiento del Sol, y quietud de la
Tierra, que parece a los vulgares
concluyente contra Copérnico, es oído
con irrisión de los Doctos, tanto
Copernicanos, como Anti-Copernicanos.
3. Ni son más eficaces, a la reserva
de uno sólo, los demás que se han
discurrido contra el Sistema
Copernicano; aunque es verdad, que la
falencia de ellos no está tan en la
superficie; que no sea menester algo de
Física para descubrirla. Arguyen lo
primero, que si la tierra se moviese, las
aves, después de vaguear un poco por el
aire, no hallarían sus nidos, porque
moviéndose la Tierra velocísimamente
con ellos, mientras ellas andaban
volando, ya estarían distantísimos
cuando se abatiesen a buscarlos. A esto
se responde, que en la opinión de
Copérnico, el aire, que insiste sobre la
Tierra, y toda la Atmósfera, gira
circularmente con ella, y lleva consigo
las aves siempre en igual distancia de
los nidos.
4. Arguyen lo segundo, que si la
Tierra se moviese, cuando alguno
arrojase una piedra perpendicularmente
hacia arriba, ésta caería, no junto al que
la había disparado, sino a gran distancia
de él; porque mientras la piedra sube, y
baja, la Tierra, moviéndose
velocísimamente con el que la disparó,
le pondría a mucha distancia del sitio
donde cae la piedra. Respóndese, que en
la suposición hecha, la proyección de la
piedra le da dos impulsos diversos, uno
vertical, otro horizontal: el movimiento
voluntario de la mano le da el vertical;
el movimiento necesario de la mano, y
de todo el cuerpo, conducido del de la
Tierra, que es horizontal, le comunica a
la piedra el impulso horizontal; y
combinados estos dos impulsos, no
resulta en la piedra, ni movimiento
vertical, ni horizontal, sino un
movimiento mixto, medio entre los dos,
por el cual la piedra va subiendo a la
verdad; pero por una línea, que tiene
mucho más de horizontal, que de
vertical, por ser el impulso horizontal, y
necesario, como impreso del
movimiento de la [219] Tierra mucho
más rápido que el de la mano, y mucho
más fuerte, que el vertical, y voluntario:
de que resulta, que la piedra en subida, y
bajada sigue una línea circular de
poquísima curvatura, o que
sensiblemente se puede tomar por recta,
en virtud de la cual va caminando
siempre verticalmente sobre el que la ha
disparado. Añádese, que el movimiento
del Aire conforme al de la Tierra,
promueve también el movimiento
horizontal de la piedra.
5. En Francia se hizo una
experiencia célebre en prueba de la
verdad de esta solución. Tratándose la
materia de ella en un concurso, en que se
hallaba el célebre Filósofo Pedro
Gasendo, opuso uno, que si la Tierra
diese el pretendido impulso horizontal a
la piedra, de tal modo, que ésta cayese
en el mismo sitio, que caería estando la
Tierra inmóvil; en caso que uno, puesto
en lo más alto del árbol mayor de un
bajel, instruido de tres órdenes de
remos, dejase caer una piedra,
moviéndose entretanto el bajel con toda
la rapidez, que le pudiesen dar unánimes
todos los remeros, caería la piedra al
pie del mastil; lo que al que proponía el
argumento le parecía imposible, y lo
mismo a los más del concurso, que
daban por infalible, que la piedra caería
detrás de la popa; de que concluían, que
el asunto de la solución dada, era más
ingenioso, que verdadero. Pero
Gasendo, que penetraba mejor que nadie
su solidez, mantuvo con una persuasión
invencible, que la piedra caería al pie
del mastil. Por interesarse en el examen
la curiosidad de algunas personas
poderosas, se llegó a la experiencia, y
sucedió puntualmente lo que Gasendo
había firmado.
6. Yo dijera, antes de la experiencia,
lo mismo que Pedro Gasendo, y con la
misma firmeza que él; porque la razón
me muestra con la mayor evidencia la
infalibilidad del afecto. Y con todo, ¡oh
cuántos, y cuántas al leer esto quedarán
descreyentes a la razón, y la
experiencia! Sucedióme tal vez no poder
meter esta física en la cabeza a un
sujeto, por otra parte bastantemente
hábil, aunque me empeñé en
explicársela con la mayor claridad
posible. [220]
7. Con la doctrina dada en las
soluciones a los dos argumentos
propuestos, bien penetrada, se pueden
disolver otras objeciones, que vienen a
reincidir en uno, u otro. Sólo hay una
dificultad, y realmente grande, contra el
Sistema Copernicano, para que no sirva
la doctrina dada, y es la que voy a
proponer ahora.
8. Es preciso en el Sistema
Copernicano alejar lo que llamamos
Firmamento; esto es, las Estrellas fijas a
una distancia tan enorme, no sólo de la
Tierra, mas aun de todo el Orbe
Planetario, que se hace insufrible a la
imaginación. Para concebir, qué
distancia es ésta, se ha de suponer lo
primero, que después de muchas exactas
observaciones, están convenidos los
Astrónomos modernos en que el Sol
dista de la Tierra treinta, y tres millones
de leguas. Se supone, que en esta
materia no cabe observación alguna tan
exacta, que no admita el error de un
millón de leguas. Pero esto importa tan
poco al asunto, que podemos
contentarnos con que sean no más que
treinta millones justos. De aquí resulta,
que el diámetro del círculo, por donde
gira la Tierra alderredor del Sol, es de
sesenta millones de leguas, y la
circunferencia de ciento y ochenta
millones. Se ha de suponer lo segundo,
que siendo de tan prodigiosa magnitud el
Orbe, a quien termina este círculo,
(Orbe anuo le llaman los Astrónomos,
nombre que le conviene igualmente, que
el Sol gire alderredor de la Tierra, que
la Tierra alderredor del Sol) es como un
punto imperceptible, respecto de la
grandeza, y distancia del Firmamento.
Lo que hace evidencia de esto es, que
aun suponiendo la Tierra trasladada de
un punto del Orbe anuo al punto
diametralmente opuesto, no se ha
hallado, aunque se ha tentado infinitas
veces con la mayor aplicación, paralaje
alguna de las Estrellas fijas; esto es, en
el mismo lugar aparente se ve cualquiera
fija, mirada de tal punto del Orbe anuo,
que del otro punto, que dista de éste
sesenta millones de leguas; y a no ser la
distancia de la Tierra al Firmamento
como inmensa, la paralaje de cualquier
Estrella fija; esto es, su distancia del
lugar aparente al [221] verdadero, sería
grandísima. De modo, que si una
Estrella Fija, v.g. la llamada Sirius que
es de las mayores, y más brillantes, no
distase (pongo por ejemplo) más que
diez mil veces más, que dista de la
Tierra el Sol, se observaría en ella un
paralaje muy sensible. En fin, los
mejores Astrónomos están convenidos,
en que si la Tierra gira alrededor del
Sol, la distancia de Sirius a la Tierra es
más de cuarenta mil veces mayor que la
distancia de la Tierra al Sol: dista por
consiguiente esta Estrella de la Tierra
mucho más que un millón de millones de
leguas. ¡Vacío inmenso! Distancia
portentosa, que resiste admitir la
imaginación, aunque el discurso no halla
argumento alguno con que convencerla
de falsa.
9. Este es el único argumento a
ratione contra Copérnico, que hace
alguna fuerza. ¿Y qué hay a favor de
Copérnico? ¡Oh qué lejos estará Vmd.
que tiene su Sistema por sueño, delirio,
y quimera de imaginar, que hay a favor
de él, no uno sólo, sino algunos
argumentos tan fuertes, que han
arrastrado a la mayor parte de los
primeros Matemáticos de Europa, sino a
abrazarle como cierto, por lo menos a
calificarle de más probable, que los
demás! Propondré los que juzgo más
plausibles.
10. El primero insiste en una especie
de compensación del pretendido
absurdo de la inmensa distancia del
Firmamento, que se deduce contra
Copérnico. Es verdad, dicen los
Copernicanos, que la imaginación mira
como monstruosidad aquella enorme
distancia. Pero otra monstruosidad igual,
y aun mayor, están obligados a tragar los
que se oponen al Sistema Copernicano,
que es la increíble celeridad de
movimiento de las Estrellas Fijas, y aun
del Sol, y demás Planetas; pues esta
increíble celeridad se evita enteramente
en el Sistema Copernicano; y en el
Sistema vulgar es increíble, como voy a
exponer.
11. Los Copernicanos, que ponen al
Sol inmóvil en el centro del Mundo,
suplen con dos movimientos de la Tierra
los dos movimientos; esto es, el anuo, y
el diurno, que el Sistema vulgar atribuye
al Sol. Con el movimiento anuo [222]
gira la Tierra alderredor del Sol por la
circunferencia de ciento y noventa y dos
millones de leguas (o sean no más que
ciento y ochenta, según la rebaja que
arriba admití) en trescientos y sesenta y
cinco días, y poco menos de seis horas;
y con el diurno hace una revolución
entera sobre su eje en el espacio de
veinte y cuatro horas. Dejemos ahora el
movimiento anuo, que no nos hace al
caso, y vamos al diurno. Si la tierra no
hace este movimiento de revolución
sobre su eje en veinticuatro horas, es
preciso que el Sol, los demás Planetas, y
las Estrellas Fijas, giren alderredor de
la Tierra en ese espacio de tiempo;
como en efecto se nos presenta así, y el
Sistema vulgar toma por realidad esa
representación.
12. Digo, pues, que sentado esto, es
preciso admitir una celeridad increíble
en el movimiento del Sol; mucho más,
sin comparación, en los Planetas
superiores, v.g. Saturno; y muchísimo
más en las Fijas. Distando el Sol treinta
millones de leguas de la Tierra (voy
consiguiente en la rebaja de los tres
millones de leguas) es forzoso, que
girando alderredor de la Tierra, corra en
el espacio de veinte y cuatro horas
ciento y ochenta millones de leguas,
pues esa circunferencia corresponde al
semidiámetro del Orbe anuo, que es de
treinta millones, distancia de la Tierra al
Sol, o al diámetro, que es de sesenta
millones. Para esta cuenta rebajo en la
circunferencia diez y ocho millones de
leguas; pues siendo en el común
cómputo de los Astrónomos el diámetro
del Orbe anuo sesenta y seis millones de
leguas, corresponden a la circunferencia
ciento y noventa y ocho millones. Corre,
pues, el Sol en cada hora del día siete
millones y medio de leguas, y en cada
minuto ciento veinte y cinco mil leguas.
Ya la imaginación, que no está hecha a
concebir mayor rapidez, que la de una
bala, no puede menos de extrañar
muchísimo esta rapidez del Sol, que es
más de mil veces mayor que aquélla.
Pero aun esto es poquísima cosa,
respecto de lo que resta.
13. A Saturno colocan los
Astrónomos diez veces más [223]
distante de la Tierra que el Sol; esto es,
trescientos y treinta millones de leguas.
Dejémoslos en trescientos, rebajando
los treinta. Y en efecto algunos
Astrónomos no le dan más distancia, que
la de trescientos millones. Gira, según
esa cuenta, Saturno alderredor de la
Tierra, en el espacio de veinte y cuatro
horas, por un círculo de mil y
ochocientos millones de leguas.
Correspóndele andar en cada hora
setenta y cinco millones de leguas: en
cada minuto primero un millón, y
doscientas mil leguas; y en cada minuto
segundo veinte mil leguas. La duración
del minuto segundo es poco mayor, que
el de una pulsación arterial.
14. Dígame Vmd. ahora con
sinceridad, si no se le representa más
arduo, que un cuerpo, en el brevísimo
tiempo de la pulsación de una arteria,
corra catorce, o quince mil leguas; que
el que las Estrellas Fijas estén a aquella
gran distancia de nosotros, que hace
precisa el Sistema Copernicano. Yo creo
que sí; porque al fin, para cualquier
distancia de un cuerpo a otro sabemos
que hay un espacio infinito, en que Dios
puede poner los cuerpos a la larga
cuanto quiera; pero un movimiento de
tan portentosa rapidez, no sólo la
imaginación, mas aun el entendimiento
halla una grandísima dificultad en
concebir como pueda hacerse, sin que el
móvil en cada punto indivisible de
tiempo corra más, que un punto
indivisible de espacio; lo cual por otra
parte es imposible, porque se seguiría
estar a un mismo tiempo en dos lugares
distintos.
15. Si de Saturno subimos a las
Estrellas Fijas, crece
extraordinariamente la dificultad. Estas,
de la misma calidad que el Sol, Saturno,
y los demás Planetas, si la tierra no se
resuelve diariamente sobre su eje, se
resuelven alderredor de la Tierra en el
espacio de veinte y cuatro horas, pero
por una órbita, sin comparación mayor
que la de Saturno: porque aunque en el
Sistema vulgar se les acorta mucho de
aquella enorme distancia, que les dan
los Copernicanos, todos convienen en
que están mucho más distantes de
nosotros que Saturno. El que están
elevados sobre [224] este Planeta, se
demuestra con evidencia, de que Saturno
varias veces eclipsa, ya está, ya aquella
de las Fijas; lo que no pudiera ser, a no
estar colocado entre ellas y la Tierra; y
que esta elevación de las Fijas sobre
Saturno es grandísima, se persuade con
razones conjeturales de mucho peso, que
es excusado poner aquí. Por
consiguiente el movimiento de las
Estrellas Fijas es mucho más rápido que
el de Saturno. Vea ya Vmd. si la
dificultad, que encuentra la imaginación
en concebir tan portentosa rapidez,
inevitable en el Sistema común,
equivale bien a la que halla en concebir
la portentosa distancia de las Fijas a la
Tierra, inevitable en el Sistema
Copernicano; y por consiguiente, si está
bien compensado el argumento, que
contra Copérnico se hace sobre esta
distancia, con el que, contra el Sistema
común, se forma sobre aquella rapidez.
16. Quedando las dos opiniones, en
cuanto a esta parte, en equilibrio, es
preciso en el todo de la disputa, en
cuanto esta rueda precisamente sobre
argumentos a ratione, conceder
considerables ventajas a la de
Copérnico; porque contra Copérnico no
hay argumento que tenga las más leve
dificultad, sino el propuesto de la
inmensa distancia del Firmamento; pero
a favor de Copérnico, y contra el
Sistema común, hay, fuera del que acabo
de exponer, otros de mucha fuerza.
17. El segundo argumento, pues, que
se hace a favor del Sistema
Copernicano, se toma de su simplicidad.
Hay tres Axiomas admitidos de todos
los Físicos, que protegen soberanamente
por esta parte dicho Sistema, aunque
todos tres coinciden en uno. El primero,
Non sunt multiplicandae entitates sine
necessitate. Segundo, Natura studet
compendio. Tercero, Frustra fit per
plura, quod potest fieri per pauciora.
Ahora bien. El Sistema vulgar no puede
subsistir, ni salvar los Fenómenos, sin
poner en movimiento, y movimiento
rapidísimo todos los Cuerpos Celestes
por espacio de veinte y cuatro horas; o
por mejor decir, ese movimiento diurno
de todos los Cuerpos Celestes entra en
la esencia del Sistema vulgar. Hay diez
y seis Cuerpos Planetarios, [225] a
quienes da el Sistema vulgar este
cotidiano movimiento; conviene a saber,
los siete Planetas principales, y nueve
secundarios, de los cuales cuatro se
llaman Satélites de Júpiter, y cinco de
Saturno. Todos estos están condenados
en el Sistema vulgar a voltear
alderredor de la Tierra diariamente. Lo
mismo todo el numerosísimo ejército de
las Estrellas Fijas. Cuanto más se han
perfeccionado los Telescopios, tanto
mayor multitud de Estrellas se ha ido
descubriendo. Según el P. Ricciolo no es
inverisímil, que hay dos millones de
Estrellas. Añádese, que casi unánimes
los Astrónomos modernos, convienen en
que todas son como otros tantos Soles,
pues tienen luz propria como nuestro
Sol; lo que se evidencia de su centelleo,
y radiación; y el parecer tan pequeñas
pende de estar por tan dilatados
espacios alejadas de nosotros. Todos
estos cuerpos, tantos, y de tan enorme
grandeza, se ve precisado el Sistema
vulgar a poner en movimiento, y
movimiento, cuya monstruosa rapidez se
hace inconceptible; y todo esto lo excusa
el Sistema Copernicano con sólo el
movimiento diurno de la Tierra sobre su
eje. ¿Quién no dirá, que esto segundo es
más conforme al genio de la naturaleza?
¿A aquel genio económico, digo, que
expresan los tres Axiomas citados
arriba?
18. El tercer argumento se funda en
la virtud magnética de la Tierra, la cual
tienen ya por indubitable los Filósofos,
como firmemente deducida de la
inclinación, y declinación de los
magnéticos. Se funda, digo, el argumento
en esta virtud magnética de la Tierra, la
cual sería enteramente inútil, y sin uso
alguno en la Naturaleza, si la Tierra no
girase en el Orbe anuo alderredor del
Sol; mas puesto este movimiento, tiene
el grande uso de conservar el
paralelismo del eje de la Tierra,
dirigiéndose al mismo punto del
Firmamento.
19. El P. Dechales, que se propone
este argumento, no da a él otra
respuesta, que la común de que el
magnetismo de la Tierra sirve para que
ésta se conservr inmóvil en su sitio, y
dos puntos suyos miren siempre los dos
Polos. Pero [226] dada esta solución,
muestra luego bastante desconfianza de
ella, oponiéndole, que para la
inmovilidad de la Tierra basta su
gravedad; esto es, la conspiración, o
tendencia de todas sus partes a un centro
común. Restat tamen, son sus palabras,
aliquis scrupulus, quod licet virtute
magnetica careret; sufficienter vi
gravitatis eundem situm observaret. ¿Y
qué responde a esta objeción? Nada en
substancia; contentándose con decir, que
los que llevan el Sistema opuesto al de
Copernicano, habrán de negar el que la
gravedad de la Tierra baste para salvar
su inmovilidad: Hoc tamen negandum
est in opinione communi. Mas yo no sé
que esto se pueda negar; y el P. Dechales
habla en un tono, que da sobradamente a
entender, que esta solución no le cuadra.
Sin embargo no da otra.
20. El cuarto argumento se toma, de
que en el Sistema Copernicano se salvan
los movimientos de los Astros sin
reposo, ni retrogradación. Cuando
hablan los Astrónomos en general del
movimiento de los Astros, los dividen
en Directos, Estacionarios, y
Retrógrados. Estas denominaciones son
respectivas al movimiento, o quietud,
que en diferentes tiempos, o situaciones
tiene un mismo Astro. Llámase Directo,
cuando va continuando el movimiento
hacia delante por su órbita:
Estacionario, cuando se representa
parado: y Retrógrado, cuando parece
que retrocede. Todos convienen en que
es un delirio asentir a que los Astros
paren, ni retrocedan efectivamente, si no
fuese por milagro: que por consiguiente,
así su reposo, como su retroceso, son
meras apariencias. La dificultad está en
señalar la causa de estas engañosas
apariencias. Y aquí es donde el Sistema
de Copérnico logra unas grandes
ventajas sobre el vulgar, en el cual, para
componer aquellas apariencias, se
recurre a un enredadísimo, y aun
imposible armatoste de Excéntricos, y
Epiciclos; pero en el de Copérnico
clarísimamente se componen con la
combinación del movimiento de la
Tierra en el Orbe anuo, con el del
Planeta en su Orbita. Si Vmd. quisiere
ver esto demostrado con la mayor
evidencia, recurra al Tomo cuarto del
[227] Espectáculo de la Naturaleza,
(Obra ya bastantemente vulgarizada en
España) y al fin de él hallará un
Tratadillo con el título de Explicación
del movimiento de los Planetas en el
Sistema de Copérnico, donde hay tres
figuras, y en la segunda se pone a los
ojos cuándo, y cómo el Planeta debe
representarse a nuestra vista
Estacionario, o Retrógrado, no obstante
que va continuando uniformemente su
curso.
21. El último argumento, que se hace
a favor de Copérnico, pienso que es de
la invención de Newton. Por lo menos
yo no le ví en otro Autor. Este argumento
entra suponiendo una cosa, que todos
deben admitir como certísima; y es lo
que dije al principio, que aunque la
Tierra se moviese, y el Sol estuviese
quieto, nuestros ojos nos representarían
la Tierra quieta, y el Sol en movimiento;
y por más que se mueva el Sol, a un
hombre que estuviese en él (lo mismo
digo de otro cualquiera Planeta, o Astro
que se mueva) se representaría el Sol
quieto, y la Tierra en movimiento.
Puesto lo cual, sólo por inducción
podemos determinar, si la tierra está
quieta, o se mueve; pero la inducción
determina eficacísimamente a favor del
movimiento; lo que voy a explicar.
22. En el Mundo Planetario; esto es,
en este amplísimo espacio,
comprehendido dentro del Firmamento,
hay diez y siete Cuerpos, o Globos
totales, que son los siete Planetas
primarios, Sol, Venus, Mercurio, la
Luna, Saturno, Júpiter, y Marte: los
cuatro Planetas secundarios, que llaman
Satélites de Júpiter: los cinco también
secundarios Satélites de Saturno, y la
Tierra, a quien asimismo dan el nombre
de Planeta de los Copernicanos; y de
hecho lo parecería a quien la mirase
desde la Luna, del mismo modo que lo
parece la Luna mirada desde la Tierra.
Entre estos diez y siete Cuerpos
distinguimos claramente el movimiento
de quince; esto es, de todos exceptuando
el Sol, y la Tierra, de quienes por
observación inmediata no podemos
discernir, si aquél gira alderredor de
ésta, o ésta alderredor de aquél.
23. En estos quince Cuerpos, de
cuyo movimiento no [228] podemos
dudar, observamos constante una regla,
o ley general, la cual es, que nunca gira
el mayor alderredor del menor; antes
siempre el menor alderredor del mayor.
24. Obsérvase constante esta regla,
porque Saturno, Júpiter, Marte, Venus, y
Mercurio, que son menores que el Sol,
giran alderredor del Sol: los cinco
Satélites de Saturno, que son menos que
Saturno, giran alderredor de éste: los
cuatro de Júpiter, menores que Júpiter,
hacen lo mismo respecto de él; y en fin,
la Luna, menor que la Tierra, gira
alderredor de la Tierra. Puesto esto, el
argumento de inducción persuade, que
entre el Sol, y la Tierra sucede lo
mismo; esto es, que la Tierra, menor que
el Sol, gira alderredor del Sol, que es
mucho mayor; no que el Sol, mucho
mayor que la tierra, gira alderredor de
ella.
25. Sería una respuesta irrisible
decir, que puede, respecto de la Tierra,
y el Sol, darse una excepción de aquella
regla. Las excepciones de las reglas
comunes nunca se admiten sin prueba
positiva, y prueba muy eficaz. Un mero
puede ser, nunca es motivo racional
para admitir la excepción de regla. La
posesión del juicio, o el juicio de
posesión siempre está por lo regular, y
común: A frequenter contingentibus fit
iudicium.
26. ¿Qué le parece ya a Vmd.? ¿Está
aún en que es quimérico el Sistema
Copernicano? No lo pienso, porque
sería menester una extrema rudeza para
perseverar en ese dictamen, después de
vistos los argumentos que he expuesto a
su favor. Y aún restan otros algunos,
nada despreciables, que he omitido por
no ser prolijo. Yo por mí protesto, que si
en esta cuestión no jugasen, sino razones
Filosóficas, y Matemáticas, sería el más
fino Copernicano del Mundo. Pero el
mal es, que después de apurado todo lo
que hay de Filosofía, y Matemática en la
materia, resta contra Copérnico un
argumento de muy superior clase a todos
los que se han alegado, o alegan a su
favor. ¿Cuál es éste? El que se toma de
la Autoridad de la Escritura: en varias
partes de la cual está tan expreso, que
[229] la Tierra está inmóvil, y el Sol
gira alderredor de ella, que sólo
recurriendo a interpretaciones violentas,
se puede mantener contra tan poderosa
fuerza el Sistema Copernicano.
Considere Vmd. los textos siguientes:
Genes. 15. Sol egressus est super
terram: Judith. 24. Et erit cum exierit
Sol: Josué 10. Sol contra Gabaon ne
movearis… steteruntque Sol, & Luna…
stetit itaque Sol in medio Coeli, & non
festinavit occumbere spatio unius diei:
4 Reg. 20. Reversus est Sol decem
lineis per gradus, quos descenderat:
Psalm. 18, hablando del Sol: Exultavit
ut Gigas ad currendam viam:
Ecclesiast. 1. Oritur Sol, & occidit, &
ad locum suum revertitur, ibique
renascens, gyrat per Meridiem, &
flectitur ad Aquilonem, &c. Omito
algunos otros.
27. No ignoro, que los Copernicanos
responden a esto, que la Escritura, en las
cosas puramente naturales, y
perfectamente inconexas con todo lo que
es Teológico, y Moral, usa de
expresiones acomodadas a las opiniones
vulgares, aunque éstas en la realidad
sean falsas; de lo cual producen algunos
ejemplos. Pero esta solución sólo se
podría admitir en caso que enteramente
careciesen de ella los argumentos, que
favorecen la opinión de Copérnico; lo
que no es así. Debe confesarse, que el
Sistema vulgar, o Ptolemaico es
absolutamente indefensable, y sólo
domina en España por la grande
ignorancia de nuestras Escuelas en las
cosas Astronómicas; pero puede
abandonarse éste juntamente con el
Copernicano, abrazando el de Tyco
Brahe, en el cual se explican
bastantemente los Fenómenos Celestes.
28. Tampoco ignoro, que se explican
mejor, y con más simplicidad en el
Copernicano, por cuya razón tiene en las
Naciones incomparablemente mayor
séquito, que el Tyconiano: y el
sapientísimo P. Dechales, aunque no le
sigue, en atención a ésta más fácil, y
natural explicación de los Fenómenos le
llama Inventum Divinum. Pero yo no
veo por qué razón pudo Dios estar
obligado a fabricar el Mundo según el
Sistema que a nosotros nos parece más
cómodo. Acaso para varios designios de
la Providencia, [230] que ignoramos
enteramente, el Sistema que nos parece
más cómodo, será el más incómodo de
todos. Y para mí lo es ahora
efectivamente, porque habiéndome
saltado en este momento la imaginación
de que si el Sistema de Copérnico es
verdadero, actualemente estoy girando
con la mesa en que escribo, y con toda
la Celda, con una velocidad grandísima,
alderredor del Sol; esta aprehensión me
causó una especie de vértigo, que me
obliga a soltar la pluma. Nuestro Señor
guarde a Vmd. &c.

Adición

29. Algunos días después de concluida


esta Carta me ocurrió una particular
impugnación del Sistema Copernicano,
que me parece de mucho mayor fuerza,
que cuantas hasta ahora se han
discurrido contra él; porque es tomada
de la suposición muy común entre los
mismos Copernicanos de que las Fijas
son Soles tan lucientes, y tan grandes
como el nuestro; combinada con una
ingeniosa observación del célebre
Holandés Cristiano Huyghens, insigne
Filósofo, y Matemático; por lo cual
viene a ser argumento ad hominem
contra los que siguen el Sistema de
Copérnico.
30. El grande Filósofo, y
Matemático que he dicho, suponiendo a
la Estrella Sirius, que es la mayor, y más
brillante del Hemisferio Septentrional,
igual al Sol, quiso averiguar cuánta es su
distancia respecto de nosotros. Para esto
dispuso un Telescopio; (usando de él
inversamente) de modo, que
disminuyese el tamaño de él al Sol hasta
hacerle parecer en tamaño, y resplandor
igual a Sirius; después de lo cual,
habiendo calculado por las reglas de la
Dióptrica, que había reducido el
diámetro del Sol a no ser más que la
27664 parte de lo que nos parece
ordinariamente, concluyó, que si el Sol
estuviese 27664 veces más distante de
la Tierra, de lo que está ahora, se nos
representaría según aquella disminución
de tamaño, y claridad: de lo que se sigue
evidentemente, que si Sirius es igual en
resplandor, [231] y grandeza al Sol,
dista de nosotros 27664 veces más que
el Sol.
31. Sobre la resulta de este cálculo
formo mi argumento. Si Sirius no dista
de la Tierra más que lo dicho, y el
Sistema Copernicano fuese verdadero,
se observaría sin duda en ella alguna
paralaje, examinada de dos puntos
diametralmente opuestos del círculo por
donde los Copernicanos hacen girar la
Tierra alderredor del Sol; pero tal
paralaje hasta ahora no se ha observado,
pues Jacobo Casini, que se dio a este
examen con prolija, y grande aplicación,
como se refiere en la Historia de la
Academia Real de las Ciencias, no halló
tal paralaje: luego es falso el Sistema
Copernicano.
32. La mayor se prueba; porque,
según el mismo Casini, para salvar el
Sistema Copernicano sin paralaje
sensible de la Estrella Sirius, es
menester que ésta diste de la Tierra por
lo menos 43700 veces más que el Sol:
de modo, que el Orbe anuo, que ciñe la
Tierra con su movimiento, y cuyo
diámetro es de sesenta y seis millones
de leguas, sea como un punto respecto
del Firmamento; pues siendo menor la
distancia, ya se podría observar alguna
paralaje: pero la distancia de la Sirius a
la Tierra, que resulta de la observación
de Mr. Huyghens, es mucho menor lo
que va del número 27664 al de 43700.
Luego, &c.
Carta XXI
Del Sistema Magno

1. Muy Señor mío: Escríbeme Vmd. que,


habiendo leído mi Carta antecedente en
un congreso, donde había dos, o tres
sujetos algo noticiosos de los nuevos
Inventos Físicos, y Matemáticos, uno de
ellos dijo a Vmd. [232] deseaba mucho
saber mi dictamen en orden al que
llaman Sistema Magno; pero
preguntándole Vmd. qué es lo que
llaman Sistema Magno; no quiso dar
otra respuesta, sino que a mí me podría
pedir la explicación. Acaso no será
temeridad conjeturar, que él no podría
darla, pudiendo ser uno de aquellos, que
habiendo cogido al vuelo tal cual voz
facultativa, la vierten en la
conversación, como con misteriosa
reserva de todo lo que está
comprehendido debajo de su
significado, siendo así, que apenas
saben el significado de la voz. Como
quiera diré a Vmd. qué es lo que llaman
algunos Modernos Sistema Magno, y qué
fundamento tiene este magnífico ideal
edificio.
2. La idea del Sistema Magno es hija
legítima de la del Sistema Copernicano;
pero idea de incomparablemente mayor
grandeza, y majestad, que la que le dio
el ser. Después que los Copernicanos se
familiarizaron bien el concepto de que
el Sol inmóvil es centro común de las
revoluciones de todos los Planetas, en
cuyo número incluyen el Globo, que
habitamos, sin hallar inconveniente en la
forzosa resulta de la inmensa distancia
de las Estrellas Fijas a nosotros, que
dije en la pasada, fue fácil, y natural dar
en el pensamiento de que cada una de
las Estrellas Fijas es un Sol, como el
que luce sobre nosotros, de igual
resplandor que el que nos alumbra. El
que son en alguna manera Soles; esto es,
Astros que resplandecen con luz
propria, como el Sol, y no mendigada de
éste, como los demás Planetas, es
innegable. Y su aparente pequeñez en
ningún modo prueba, que cualquiera de
ellas no sea tan grande como nuestro
gran Luminar; pues este mismo gran
Luminar colocado en aquella inmensa
distancia de nosotros, en que los
Copernicanos ponen las Fijas, parecería
pequeñísimo.
3. Establecida ya en las Estrellas
fijas el resplandor, y grandeza de soles,
les ha parecido a los Modernos
Copernicanos, por lo menos a muchos,
supremamente verisímil, que cada una
sea centro de la revolución de varios
Planetas, [233] como nuestro Sol; y este
complejo de cada uno de aquellos Soles
con sus Planetas venga a ser un Mundo,
u Orbe tan grande como el nuestro.
Llamo nuestro en esta hipótesis el que se
termina en aquel gran círculo, dentro del
cual está nuestro Sol con todos sus
Planetas, y el inmenso Eter, que llena tan
vasto espacio. Este nuestro Mundo, a
beneficio de los Astrónomos Modernos,
recibió de un siglo a esta parte un
aumento de tal magnitud, que le hizo más
de doscientas veces mayor, que nos le
representaban los Astrónomos Antiguos,
y de hecho a los que no son Astrónomos
los asombra, como monstruosa, la
prodigiosa extensión que les dan los que
lo son. Pienso, que entre los ignorantes
de las observaciones Astronómicas
modernas los más oyen con irrisión, que
el Sol dista de nosotros treinta y tres
millones de leguas, y Saturno
trescientos. Más racionalmente proceden
los que dudan, pretendiendo que esto no
puede saberse; y si cuando dicen esto,
sólo quieren excluir verdadera Ciencia,
o Demostración Matemática, dicen bien,
porque en efecto no hay prueba de ello,
que se pueda llamar demostrativa; pero
hay tales pruebas, que han persuadido a
todos los grandes Astrónomos, que hay
las distancias dichas; lo que no harían,
si ellas no fuesen muy fuertes. Y en fin,
invenciblemente persuade la recta razón,
que nunca (o por lo menos rarísima vez)
convienen todos los grandes hombres de
cualquiera facultad en alguna máxima,
que no sea verdadera.
4. Pero ve aquí, que cuando se oía, o
con desprecio, o por lo menos con una
especie de asombro, esta grande
extensión del Orbe Planetario, nos traen
la novedad de que todo este grande Orbe
viene a ser una parte mínima, y como
insensible del Universo. En la
antecedente dije, que al Padre Ricciolo,
famoso Astrónomo, no pareció
inverisímil, que haya dos millones de
Estrellas. ¿Qué viene a ser por este
cómputo nuestro Orbe respecto del
Universo? No más, que una millonésima
parte suya; esto es, como una nada.
[234]
5. Y con todo, aún no hemos llegado
a un término donde se pueda fijar el
discurso; porque ¿cómo se puede saber,
que el número de las Estrellas no sea
mucho mayor, que el que conjetura el
Padre Ricciolo? Lo que se sabe es, que
luego que se inventó el Telescopio, y se
empezó a usar de él en orden a los
Astros, se descubrieron muchísimas
Estrellas, que antes no se veían; y al
paso que se fueron perfeccionando más
los Telescopios, y se hicieron mayores,
sucesivamente se fueron descubriendo
más, y más. Como este instrumento
puede ir recibiendo más aumentos de
perfección, sin que llegue al mayor
grado posible de ella, pueden irse
descubriendo a proporción más, y más
Estrellas, sin que jamás quedemos
asegurados de que no haya otras, que
aún no se ven. Y aun cuando el
Telescopio arribase a la última
perfección posible, en ninguna manera
se puede inferir de ahí, que con él se
vean todas las Estrellas existentes, así
como no podemos asegurar, que en ese
caso se vea con él una pulga a distancia
de dos leguas.
6. Diráme Vmd. que esas Estrellas,
que sólo se ven con los mayores, y
mejores Telescopios, y con más razón
las que sólo se verán con otros
Telescopios mucho más aventajados que
todos los que hay ahora, precisamente
son muy pequeñas; por consiguiente no
se les puede atribuir, como a Soles, la
gran prerrogativa de verse circundados
de Planetas, y ser centro de otros tantos
Orbes como el nuestro. Respondo, que
de la menor visibilidad de esas Estrellas
no se infiere la pretendida pequeñez, sí
sólo su mayor distancia de nosotros. Es
poco conforme a la razón pensar, que
todas las Estrellas están en igual altura.
Pues todos los demás Astros distan con
suma desigualdad de nosotros; lo mismo
es justo pensar de las Estrellas: y éste es
el dictamen de Casini, y otros célebres
Astrónomos; los cuales por su menor
magnitud aparente regulan su distancia; y
por consiguiente a las Estrellas de la
sexta magnitud juzgan seis veces más
distantes de la Tierra, que las de
primera magnitud. [235]
7. Antes de pasar adelante, entre
Vmd. conmigo en un cómputo. El Sol,
según los Astrónomos Modernos, dista
de la Tierra treinta y tres millones de
leguas. Según Casini, la Estrella Sirius,
de primera magnitud, y verisímilmente
la mayor de nuestro Hemisferio, dista de
la Tierra cuarenta y tres mil veces más
que el Sol, que viene a ser más de cuatro
millones de millones de leguas. Las de
sexta magnitud distan seis veces más;
con que su distancia es más de veinte y
cuatro millones de millones. ¿Y hemos
cerrado la cuenta con esto? De ningún
modo, porque las Estrellas de sexta
magnitud se ven a ojo desnudo; esto es,
sin intervención del Telescopio. ¿Cuánto
más distarán las que no se ven sin este
instrumento? Entre éstas, cuánto más, y
más, las que necesitan para hacerse
visibles de más perfectos Telescopios?
¡Océano inmenso, en que ni el discurso,
ni la imaginación divisan orilla alguna!
8. ¿Pero hay inverisimilitud alguna
en esta portentosa magnitud del
Universo? Ninguna encuentro,
exceptuando la parte que tiene en ella el
Sistema Copernicano; quiero decir, en la
enorme distancia, que da a las Estrellas
de parte de la tierra. Pero quítese de
ésta cuanto se quiera: como cuanto se
cercenare de la parte de acá se puede
compensar de la parte de allá, pues no
se nos pone delante término alguno,
siempre queda la magnitud del Universo
muchos millares de veces mayor, que la
que los que siguen el Sistema vulgar han
concebido, y en ella un objeto digno de
nuestro asombro.
9. Digno, digo, de nuestro asombro;
pero más digno del concepto que
debemos hacer de la grandeza, y poder
del Artífice Soberano. Es cierto, que
Dios pudo estrechar, o alargar el
Mundo, hacerle mayor, o menor, como
quisiese. Pero juntamente dicta la razón,
que sin motivo bastante no le
designemos término alguno; antes bien le
concedamos toda aquella extensión, por
grande que sea, que nos insinúan algunas
apariencias. Estas están de parte que las
Estrellas Fijas, son otros tantos Soles, y
que su mayor, o menor aparente
magnitud proviene de su [236] mayor, o
menor distancia de nosotros; y de aquí
resulta, por la reflexión hecha arriba,
aquella prodigiosa extensión del
Universo, que dije entonces.
10. Y para que Vmd. no dificulte
entrar en tan noble idea le advierto, que
ésta se puede mantener, sin dependencia
del Sistema Copernicano, sólo con
admitir la verisímil suposición de que
las Fijas son otros tantos Soles; lo que
puede ser muy bien, aunque la Tierra
esté quieta, como nosotros la ponemos.
Sólo se ofrece con ello la enorme
distancia respecto de nosotros, y
respecto de todo el Cielo Planetario, en
que es preciso colocarlas, en la cual
ocurren dos inconvenientes. El primero,
que es forzoso concebir en ellas un
movimiento, sin comparación, más
rápido, que el que tendrían mucho menos
elevadas: El segundo, que parece
absurdo admitir entre el Cielo
Planetario, y las Fijas un espacio
inmenso vacío de todo cuerpo. Mas a lo
primero se puede responder, que al
movimiento en general no le repugna
ningún grado de velocidad, y así se les
puede conceder a las Fijas cuanta se
quiera. A lo segundo respondió Mr. de
Fontenelle en su Tratado de la
Pluralidad de Mundos, que aquel
espacio le ocupan los Cometas. Y a la
verdad, admitida la opinión dominante
entre los Modernos de que los Cometas
son Astros criados en el principio del
Mundo, los cuales giran por círculos
Excéntricos a la Tierra extremamente
grandes, y sólo en una muy pequeña
parte de ellos se nos acercan lo bastante
para hacerse visibles, porque sólo con
una muy pequeña parte cortan alguna
porción del Cielo Planetario; se sigue
necesariamente, que aquel grande
espacio, interpuesto entre el Cielo
Planetario, y las Fijas sea la habitación
de los Cometas. ¿Pero quién quita que
haya en aquel espacio otros muchos
cuerpos de diferentes especies, y
bastantemente grandes, aunque no los
veamos? No los vemos por lo mucho
que distan de nosotros; así como por
esta razón no vemos los Cometas, sino
mientras giran por aquella pequeña parte
del círculo, que cortando el Cielo
Planetario, se nos acerca algo. [237]
11. Pero volvamos a los
Copernicanos. Estos, por lo menos
muchos de ellos, después de establecida
en las Fijas la grandeza, y resplandor de
Soles, dan, ya que no por cierto, por
sumamente verisímil, que cada una sea
centro de la revolución de varios
Planetas, como nuestro Sol; y este
complejo de cada uno de aquellos Soles
con sus Planetas venga a ser un Mundo,
u Orbe tan grande como el nuestro.
Considerando después, que un Mundo
enteramente desierto, y vacío de
habitadores, se puede tener por un
absurdo tan grande como el mismo
Mundo, asintieron a la población de
todos estos Mundos. Digo asintieron,
porque los demás no hicieron más que
seguir la voz de uno, que dio en el
pensamiento de poblar todo el Universo.
¿Pero cómo pobló los otros Mundos?
Colocando en cada uno de ellos un
Globo Terráqueo como el nuestro, el
cual esté habitado de varios vivientes,
con exclusión de ellos en todo el resto
de aquel grande espacio. No se contentó
con tan poco. Pero es de advertir, que ni
se contentó con tan poco respecto de
nuestro Orbe, antes en la contemplación
de éste le nació la grande idea de llenar
de vivientes todos los demás Mundos.
12. En el Tomo 8 del Teatro,
Discurso 7, §. 9, escribí, que algunos
Filósofos antiguos fueron de opinión,
que todos los Planetas, sin excluir al
Sol, están habitados de hombres, y
brutos, como nuestro Globo; y que a esta
opinión, ya sepultada en el olvido, u
despreciada por muchos siglos, la hizo
revivir en el siglo décimoquinto el
piísimo, y doctísimo Cardenal de Cusa,
aunque sólo por modo de sospecha, o
conjetura. Pero ni la autoridad de este
grande hombre, que en efecto la tenía
muy grande en toda la Iglesia, fue capaz
de darle curso alguno; y así se sepultó
segunda vez, mirándola todos los
Filósofos, que se siguieron, sólo como
un especioso sueño, hasta que salió a luz
(no sé si a fines del siglo pasado, o
principios del presente) El coloquio
sobre la pluralidad de Mundos del
célebre Bernardo Fontenelle. Este raro
genio, que aun a [238] las materias más
espinosas, y secas sabía dar una gracia,
y amenidad incomparable, en dicho
Escrito esforzó, cuanto cupo en su
grande ingenio, la opinión de que los
Planetas son habitados: mas con la
precaución de mezclar de tal calidad la
jocosidad urbana con la agudeza
Filosófica, que quedó el semblante del
Escrito entre risueño, y serio; de modo,
que se puede dudar si escribió con
ánimo de persuadir, o sólo de divertir.
El efecto fue, que logró con algunos lo
primero, y con todos lo segundo. Los
que se persuadieron, juzgaron al mismo
Fontenelle persuadido, y no sin
fundamento. Era una novedad peligrosa
para su Autor, y así pedía prudencia
publicarla, de modo, que le quedase el
recurso de decir, que había hablado de
chanza. Pero es de advertir, que ni el
Autor, ni los que le siguen tienen, o
pretenden en esta materia más asenso,
que el que exige una racional conjetura;
no ignorando, que en ella es totalmente
imposible la certeza.
13. Dejó Fontenelle sin habitadores
al Sol, pareciéndole absolutamente
inhabitable; y no sé por qué: pues no
repugna, que entre las criaturas posibles
haya vivientes, que tan naturalmente se
conserven en el Fuego, como los peces
en el Agua. Si Dios no hubiera criado
aves, ni peces, tendría el común de los
hombres por tan inhabitables estos dos
Elementos, como el del Fuego; y tan
imposible se presentaría, que el Agua no
ahogase a sus habitadores, como que el
Fuego no abrasase a los suyos. A los
demás Planetas da habitadores de
temperamento correspondiente al clima,
digámoslo así de cada Planeta. Pongo
por ejemplo. Los habitadores del
Planeta Venus, que están más próximos
al Sol, que nosotros, por consiguiente
reciben de él mucha más luz, y calor;
son más vivos, ardientes, apasionados, y
venéreos, que los habitadores de la
Tierra. Los de Mercurio, que es más
vecino al Sol que Venus, de tanta
vivacidad, que viene a ser locura: gente
incapaz de reflexión, que obra en todo
por movimientos súbitos, e
indeliberados. Muy al contrario los de
Saturno que dista del Sol diez veces más
que la Tierra, [239] extremamente
melancólicos, perezosos, y tardos, que
no se ríen jamás, y tienen que pensar un
día entero para responder a la pregunta
más fácil, v.g. si se han desayunado. A
este modo van discurriendo en todas las
demás cosas, proporcionando todo a las
circunstancias de cada Planeta.
14. Viendo el Autor poblado de esta
suerte nuestro Mundo, desde Saturno
levantó la consideración a las Estrellas;
y contemplando en ellas otros tantos
Soles, le pareció un desperdicio indigno
de la Sabiduría del Criador, que
produjese tantos, tan grandes, y tan
bellos cuerpos sólo para que nos diesen
una tenuísima luz, cuando con criar una
segunda Luna, o hacer la que tenemos
doblado mayor, nos daría más luz que la
que recibimos de las Estrellas. En
cuanto al beneficio de los influjos no
tuvo por qué detenerse, porque éstos ya
los halló enteramente desacreditados
por muchos de los Filósofos, que le
precedieron. Esta reflexión, junta con la
fuerza de la analogía de aquellos Soles
con el nuestro, le indujo al pensamiento
de que cada uno de ellos podría ser muy
bien, como estotro, centro de la
revolución de otros Planetas, y Planetas
también habitados: porque ¿para qué un
Sol todo entero, y tantos Soles, si no
iluminan, ni fomentan cada uno dentro de
su Orbe un buen número de vivientes?
Añádese, que parece mucho más
razonable pensar, que Dios esparciese
por todos esos Orbes un número
prodigioso de criaturas, que le alaben, y
sirvan, que el que coartase este
beneficio al Globo que habitamos, que
viene a ser como un nada, respecto de la
inmensidad del Universo, siendo cierto,
que es mucho menor el Globo Terráqueo
comparado con el todo del Universo,
que el más menudo grano de arena
comparado con todo el Globo
Terráqueo.
15. A esto se redujo lo que Mr. de
Fontenelle, más circunstanciado, y
difuso, dicen en su Tratado de la
pluralidad de Mundos; y esto es a lo
que hoy se da el nombre de Sistema
Magno, que tiene ya bastantes Sectarios
en las Naciones.
16. La gran dificultad, o la única que
hay contra él, [240] viene de parte de la
Religión; porque en lo Físico, y
Metafísico ninguna hallo. En el lugar
citado arriba del Teatro dije, que la
habitación de los Planetas es posible, y
cabiendo en la posibilidad, como la
materia no es capaz de observación, o
examen, no cabe argumento alguno
contra la existencia. Pero hacia la
Religión tiene el Sistema unas esquinas
que parece que la rozan.
17. ¿Pregúntase lo primero, de qué
especie, o especies son esos habitadores
de los Astros? El Cardenal de Cusa
decía que hombres, sin otra diferencia
de nosotros, que la mayor estatura. Pero
esto tiene contra sí lo que dice San
Pablo, Actor. cap. 12, que todos los
hombres descienden de Adán: Fecitque
ex uno omne genus hominum. Mr. de
Fontenelle, más cauto, después de
confesar la imposibilidad de que los
habitadores de los Astros tengan el
mismo Padre común que nosotros,
añade, que sería embarazoso en la
Teología admitir hombres, que no
desciendan de Adán: Il seroit
embarrassant dans la Theologie, qu’il
y eut des homes, qui ne descendissent
de lui (Adán). Acaso tuvo presente el
Texto, que acabo de alegar, u otros
equivalentes. Resuelve, pues, que no son
de nuestra especie los habitadores de
los Astros. ¿Pues qué son? Responde,
que absolutamente lo ignora, y así se
abstiene de caracterizarlos en alguna
manera.
18. Mucha indeterminación es ésta
para quien tenía tan fértil inventiva; y si
yo me hallase en la plaza de Mr. de
Fontenelle, algo respondería de
positivo, echando mano de lo verisímil a
falta de lo cierto. Diría lo primero, que
los Astros están poblados de substancias
racionales, y irracionales: lo primero,
porque el fin, que se nos ofrece más
digno de Dios para poblarlos, es
multiplicar criaturas que le adoren, y
alaben: lo segundo, por analogía a lo
que pasa en nuestro Globo, siendo lo
más natural, que en los demás, como en
éste, haya susbtancias irracionales,
destinadas al uso, y servicio de las
racionales.
19. Diría lo segundo, que esas
substancias intelectuales no son puros
Espíritus, sino mezclados, o unidos con
la [241] misma materia. Luego hombres
me dirán. Resueltamente niego la
consecuencia. Es de entendimientos
estrechamente limitados pensar, que no
pueda haber substancias compuestas de
materia, y espíritu, que no sean de
nuestra especie. Yo al contrario juzgo,
que entre las posibles hay innumerables,
que convienen en el género con
nosotros, mas no en la especie. De los
puros espíritus hay innumerables
especies en la sentencia de Santo Tomás,
que en cada individuo constituye especie
aparte. Son innumerables también las
que hay de substancias puramente
materiales. ¿Qué dificultad hay en que
suceda lo mismo en las mixtas? Más:
Son asimismo innumerables los
vivientes, que conviniendo en la razón
común de irracionales, constituyen
diferentes especies. ¿Por qué no habrá
también diferentes especies, que
convengan en la razón común de
racionales? Mas dentro de la línea de
Espíritus, totalmente independientes de
la materia, hay distintas especies. ¿Por
dónde se puede, ni aun levísimamente
conjeturar repugnancia alguna en que las
haya dentro de la línea de Espíritus
dependientes de la materia?
20. ¿Pero si son posibles, se me
dirá, distintas especies de substancias
mixtas de Espíritu, y Materia, como de
substancias totalmente materiales; pero
qué no produjo en nuestro Globo algunas
de aquéllas, como produjo muchas de
éstas? Este reparo es enteramente fútil,
porque igualmente se puede formar
sobre cuanto Dios dejó de hacer,
pudiéndolo hacer. ¿Es por ventura de
nuestra facultad reglar la conducta de
Dios, o apurar los designios, que pudo
tener en hacer esto, y no aquello?
21. Más: Si en materia tan superior a
la humana inteligencia es lícito
franquear la puerta a la conjetura, yo me
imagino en la producción de una única
especie de criaturas intelectuales, en
medio de tantas materiales, un designio
de buen orden, y harmonía. Esto, digo,
fue constituir una especie de Monarquía
en la República Natural de nuestro
Globo Terráqueo. Las Repúblicas
Políticas se componen de muchos
individuos de la misma especie: la
natural, [242] de que hablamos, de
muchas especies distintas; y como en las
Repúblicas Políticas, que se componen
sólo de muchos individuos, si son
Monárquicas, son muchos los individuos
que obedecen, y sólo uno el que reina:
así, habiendo de constituirse el
Gobierno Monárquico en la República
Natural, que consta de muchas especies,
lo que corresponde es, que sólo haya
una especie que domine, y todas las
demás sirvan, y obedezcan. Aquélla es
la racional, éstas las irracionales.
22. Lo mismo, debajo de la hipótesis
en que procedemos, se puede conjeturar
en orden a la población de los Astros;
esto es, que en cada uno haya una
especie dominante, y muchas sirvientes:
aquélla compuesta de espíritu, y cuerpo:
éstas adecuadamente materiales; pero
aquélla distinta específicamente del
hombre: éstas distintas asimismo
específicamente de todas las que acá
vemos.
23. Ha visto Vmd. lo que es el
Sistema Magno. O mejor diré, que ha
visto lo que no es; porque haciendo
justicia, todo esto no es más que un
agradable sueño, un gran edificio en el
aire, un mundo ideal, una obra de pura
imaginación, una ostentosa pintura a que
yo he añadido tal cual pincelada; una
insigne máquina, que sólo tiene ser,
como dicen los Lógicos, objective in
intellectu. Y en mi juicio no pueden
evitar la nota de temerarios los que
pretenden, aun por vía de conjetura,
darle alguna realidad. Es sin duda
posible todo ello en la forma que se ha
dicho; pero de la posibilidad a la
existencia hay la infinita distancia, que
media entre la nada, y el ser. En orden a
la posibilidad podemos tomar por guía
el discurso: en orden a la existencia sólo
el Sentido, o la Revelación; y ni uno, ni
otro nos da la más leve seña de esa
multitud de Mundos. No el sentido; pues
aunque vemos las Estrellas, no vemos
que son Soles; o si vemos que son Soles,
no vemos que sean centro de la
revolución de otros Planetas; y mucho
menos, que ni aquellos Planetas, caso
que los haya, ni los nuestros sean
habitados. Pensar que sea prueba
legítima de la existencia de otros
Mundos, y de otros vivientes [243] en
ellos, el que no habiéndolos serían
inútiles aquellas innumerables
lumbreras, que los modernos llaman
Soles, es una insolencia del discurso;
como si Dios no pudiese tener en su
creación otro motivo que el que a
nosotros nos ocurre, o como si el
humano entendimiento pudiese apurar,
que no hay en la latitud de la posibilidad
otro motivo, que aquel que él imagina.
Más racional, y más religiosamente
discurriría quien dijese, que Dios crió
esa gran multitud de Soles;
primariamente para exponer ese
ostentoso espectáculo a la
contemplación de los Bienaventurados,
como un aditamento insigne de su gloria
accidental; y secundariamente para
nuestra utilidad, ya por la luz que nos
comunican, ya por servir con su
discurso, como un reloj inalterable, a
distinguir las horas de la noche, ya en
fin, por dirigir nuestros viajes por Mar,
y Tierra.
24. Por lo que mira a la revelación,
bien lejos de favorecer ésta el Sistema
Magno, le contradice. Lo primero,
porque no sólo no hay en toda la
Sagrada Escritura alguna seña, o
vestigio de él, mas en ella se habla
siempre de Angeles, y Hombres, en un
tono, que da bastantemente a entender,
que no hay otras criaturas intelectuales
en el Universo. Lo segundo, y principal,
porque los textos, que alegué en la Carta
pasada contra el Sistema de Copérnico,
militan del mismo modo contra el
Sistema Magno; el cual, de tal modo
tiene por basa, o cimiento el de
Copérnico, que sin él es imposible
subsistir.
Tiene Vmd. con qué satisfacer al
sujeto, que le indujo a preguntarme por
el Sistema Magno; y yo quedo con la
complacencia de haber satisfecho a
Vmd. cuya vida guarde Dios, &c.
Carta XXII
Sobre la grave importancia de
abreviar las Causas Judiciales

Excmo. Señor.
1. Repasando pocos días ha, ya con
la vista, ya con la memoria diversas
especies de la Historia del Zar Pedro
Primero, con ocasión de escribir una
Carta, en quien era como principal
asunto, hice especial reflexión sobre una
que me dio motivo para escribir ésta a
V.E.
2. Entre varios establecimientos, que
este gran Rey, y excelente Legislador
hizo para la recta administración de
Justicia, en uno miró a la pronta
terminación de los litigios; en que es
muy notable la circunstancia del tiempo,
o estado en que entonces se hallaba el
Monarca Rusiano. Estaba gravemente
enfermo, y en conocimiento de que se
iba acercando su hora fatal, lo que en
efecto sucedió dentro de pocos días.
Debajo de esta consideración convocó
el Senado, y principales Señores de la
Rusia para recomendarles con la mayor
eficacia la observación de todas las
Leyes, y disposiciones, que había hecho
para el mejor gobierno de aquel grande
Imperio; y habiendo todos prometido
ejecutarlo puntualemente, llenos de
ternura le dieron las gracias por las
muchas, y grandes cosas que había
hecho para la felicidad de sus Vasallos.
A lo que el Emperador (copiaré aquí las
palabras del Autor Anónimo de la
Historia de dicho Héroe, impresa en
Amsterdam el año de 1742) respondió:
Que entre las Artes, y cosas útiles que
[245] había derivado de los Cristianos
de otros Reinos al suyo; en que ellos
excedían infinitamente a los Turcos,
había notado, que éstos recíprocamente
ejercen mucho a los Cristianos en la
administración de Justicia: que los
procesos duraban años, y siglos en la
Cristiandad, por la tramposa
elocuencia de los Abogados, que
embrollaban las leyes más claras;
cuando entre los Turcos dos, o tres días
bastaban para terminar el proceso más
importante, y casi sin gasto alguno.
Que para remediar los abusos de la
Justicia en la Cristiandad era
menester, como en Turquía, llevar lo
primero las causas a la Justicia
Ordinaria: producir las pruebas por
escrito, hacer oír los testigos, y
examinar sobre todo el carácter, y
costumbre de éstos, y luego pronunciar
la sentencia: que si la Parte condenada
por este Tribunal creía serlo
injustamente, pudiese apelar al
Senado, luego al Sínodo, y últimamente
al Soberano. Habiendo todos los
asistentes aplaudido la determinación
del Zar, Pedro el Grande, hizo formar
el decreto, que signó en la cama, y fue
enviado a todos los Tribunales de su
Imperio. Este decreto limitaba la
decisión de todos los procesos a once
días, lo que luego se ejecutó en los que
estaban empezados, de modo, que antes
de expirar, tuvo Pedro el consuelo de
haber también reformado la Justicia.
3. He dicho, que es digna de muy
particular reparo la circunstancia de
tiempo en que Pedro el Grande hizo esta
ley. Los demás Monarcas, cuando se ven
próximos a salir del Mundo, a nada de
cuanto contiene el Mundo aplican el
cuidado, sino a la conservación, y
aumento de su familia, y casa; o si
establecen alguna disposición
testamentaria extraña a este respecto, lo
hacen precisados de la conciencia, tal
vez a sugestiones importunas de los
interesados en ella. Pedro el Grande dio
su último, y especial cuidado al buen
gobierno, y felicidad de su Reino. Esto
fue morir como Rey, que quiere decir,
como Padre de sus Pueblos. Los demás
Reyes sólo piensan entonces en dejar
bien puestos sus hijos, nietos, o
parientes. Pedro el Grande sólo pensaba
en dejar bien puestos a sus Vasallos,
porque miraba a sus [246] Vasallos (y
esta mira deben tener todos los Reyes)
como hijos.
4. Pero dejando ésta, que es
digresión, aunque no intempestiva, trato
ya de exponer a V.E. el intento con que
le propongo esta ley de Pedro el
Grande; el cual no es otro que el que
V.E. con su alto juicio examine si será
útil la misma en España. Si será útil,
digo, tomada por mayor, o en cuanto a la
substancia; porque en cuanto a la
limitación de días, que en ella se
expresa, desde luego convengo en que la
diferente naturaleza, y circunstancias de
los litigios pedirán varias
modificaciones.
5. En la citada ley no se expresa si
el término de once días es
comprehensivo de las apelaciones, y
juicios de diferentes Tribunales, o es
respectivo a cada uno de ellos. Pero la
razón dicta lo segundo; porque para lo
primero es claro, que se estrecha
demasiadamente el plazo.
6. De modo, que en esta materia hay
dos escollos que evitar; el uno, que por
abreviar excesivamente las causas no
sean bien examinadas: el otro, que por
proceder con demasiada lentitud en
ellas, se sigan otros inconvenientes, que
son muchos, y gravísimos.
7. El primero es de los excesivos
gastos que se ocasionan a las Partes, los
cuales no pocas veces suben tanto, que
el mismo, que gana el pleito, sale
perdidoso, por no adquirir tanto en lo
que le adjudica la sentencia, como le
costó la prosecución del litigio. Aquí
sucedió, que en un litigio, que yo seguí
por esta Comunidad, una de las tres
veces que fui Prelado de ella, y en que
ésta logró su pretensión, todo lo que
ganó por la sentencia, que era un palmo
de tierra, no importaba la tercera parte
de lo que gastó en el proceso. No cito
éste como ejemplar raro, sino como uno
de los muchos que he visto, y tocado. En
que advierto, que si de la culpa, que
pudo haber en la dilación, que he
notado, tocó alguna parte a los Jueces,
como yo lo siento, en ninguna manera
recae la nota sobre los Ministros que
hoy tiene esta Real Audiencia, que sin
duda alguna los tiene hoy muy
excelentes, así en la sabiduría, [247]
como en el celo, e integridad. Y la
misma prevención hago para otros
casos, que quizá insinuaré abajo; esto
es, que ninguno de ellos corrió por la
mano de los Ministros hoy existentes;
sin que por eso niegue, que de los
pasados conocí algunos adornados de
todas las prendas, que constituyen un
perfecto Magistrado.
8. El segundo inconveniente es lo
mucho que pierde el Público por la
detención de los Litigantes en los
lugares donde están las Audiencias.
Deja el Labrador el cultivo de la tierra:
el Artífice el trabajo de su oficio: el
Mercader el manejo de la tienda: aquél
un viaje preciso: el otro la asistencia a
la mujer enferma; y todos el cuidado de
su casa. Todo esto junto hace un cúmulo
de daños muy lamentable.
9. El tercero consiste en los muchos
individuos, que hace inútiles a la
República el destino a los oficios del
manejo de Pleitos, Abogados,
Procuradores, Escribanos, Agentes, y
otros. Todos estos tendrían mucho menos
que hacer, si los juicios fuesen más
compendiarios, y breves; y teniendo
menos que hacer, necesariamente se
habrían de reducir a menor número,
porque dividida entre muchos la
ocupación a que bastan pocos, a
proporción lograría cada uno mucho más
corto emolumento, y tan corto, que no
bastando para su subsistencia, sería
forzoso, que una gran parte la buscase en
otro ministerio. Hago juicio, que los
Pleitos, que hoy ocupan a veinte
Abogados, y a veinte Procuradores, no
ocuparían entonces sino a seis
Procuradores, y seis Abogados, acaso
aun menos. El número de Escribanos se
minoraría infinito. Y es de advertir, que
minorado el número de Abogados,
Procuradores, y Escribanos, se lograría
otra rebaja, no sólo igual, pero aun
mayor en los que sirven a éstos. Los
amanuenses, o escribientes son tantos
como ellos, pues raro hay que no le
tenga, y se añaden los sirvientes
domésticos, respecto de todos aquellos,
que si no tuviesen alguno de dichos
empleos, por ser pobres, servirían la
República en algún oficio humilde.
[248]
10. Por lo expresado se puede hacer
a buen ojo el cómputo de que España
pierde en sus Tribunales Eclesiásticos, y
Seculares más de cien mil hombres, que
con la nueva planta de abreviar los
Pleitos serían muy útiles al todo del
Reino, aplicados a la Agricultura, a la
Milicia, a la Marina, a las Artes
liberales, y mecánicas.
11. Fuera de estos inconvenientes
hay otros proprios de las Criminales.
Por varios capítulos es ocasionada la
demora a que los delitos se queden sin
castigo, o a que el castigo sea muy
inferior a la culpa. Recién cometido un
crimen de especial fealdad, los Jueces
se enardecen, el Público irritado clama,
la parte ofendida conmueve Cielo, y
Tierra. Mas todo este ardor se va
entibiando, cuanto se va dilatando el
castigo; ya porque se amontonan
intercesiones, así hacia los Jueces, como
hacia el Actor; ya porque todo afecto,
por vivo que sea, sucesivamente va
perdiendo su fuerza con el tiempo. Y en
fin, por uno, y otro llega el caso de que
los Jueces atienden más a los textos que
promueven la Clemencia, que a los que
persuaden la Justicia. La parte ofendida,
alhagada con algún interés, se da por
medianamente satisfecha; y el Público
ya está olvidado del Reo, y del delito.
Este es el primer inconveniente que
resulta de la prolongación de las causas
criminales. ¿Y quién habrá que no haya
podido observar sobre este asunto, lo
mismo que he observado yo?
12. El segundo es, la mucho mayor
dificultad que hay en averiguar la
verdad, interviniendo espacio
considerable de tiempo entre el hecho, y
la averiguación, que recién cometido el
delito. Este inconveniente he
representado en la primera Carta de mi
segundo Tomo, en los números 14, y 15,
probando con tanta evidencia, y
claridad, que por lo común es fácil
investigar la verdad en el tiempo
inmediato a la acción facinerosa, y muy
difícil si se retarda mucho; que no
pienso que haya hombre, que leyendo lo
que he escrito en el citado lugar, no
quede convencido. Como sé que V.E.
tiene en su Biblioteca todas mis Obras,
excuso repetirle aquí lo que dije allí.
[249]
13. El tercer inconveniente es el
riesgo de la fuga: ya porque en una
prolongada prisión hay mucho lugar para
discurrir el modo de ejecutarla: asunto
en que siempre está pensando un Reo; y
mucho más se discurre en dos años, que
en dos meses: ya porque en un dilatado
espacio de tiempo es más fácil
presentarse alguna ocasión, o
circunstancia favorable para evadirse,
que en uno corto. La experiencia
muestra, que las fugas de los Reos son
muchas; y de éstas, si no todas, las más
se evitarían acelerando el proceso.
14. Pero veamos ya qué
inconvenientes hay en la aceleración.
Sólo se descubre uno, y es el que no se
examine bastantemente la causa; por lo
que uno, y otro Derecho condenan las
sentencias dadas precipitadamente; el
Civil en la ley 2, cap. de Sententiis ex
periculo recitandis; y el Canónico en el
cap. Deus Omnipotens, 20, causa 2,
quaest. 1.
15. Mas sobre esto tengo mucho que
decir. Digo lo primero, que
ordinariamente, no por dilatarse más el
Pleito, se examina mejor la causa. Está
muchas veces, y mucho tiempo el Pleito
detenido, sin hacerse diligencia alguna
en orden a él, en que es muy frecuente
echar la culpa los Jueces a los
Subalternos, y los Subalternos a los
Jueces. Este tiempo de mera inacción
¿qué conducencia puede tener para
descubrir la verdad? Preguntando la
Reina Isabela de Inglaterra al señor
Porfan, Orador de la Cámara Baja, en
ocasión que habían pasado seis semanas
sin resolver el Parlamento cosa alguna:
¿Qué ha pasado en el Parlamento?
Respondió Porfan: Seis semanas,
Señora. ¡Oh qué justa aplicación tiene el
chiste a los muchos largos intervalos de
suspensión, que hay en nuestros Pleitos!
16. Digo lo segundo, que el mucho
tiempo, que se pretende ser necesario
para aclarar la verdad, frecuentemente
sirve para obscurecerla. Vese un Pleito.
Alegan los Abogados, representando a
los Jueces las razones que hay por una, y
otra parte. ¿Y qué sucede muchas veces?
Dejar el negocio en este estado, y no
pronunciar la sentencia hasta mucho
tiempo después. Digo lo que he visto. Y
[250] pregunto: ¿No sería más probable
el acierto, si luego que oyen los
alegatos, fuesen a su Estudio a verificar
las citas, examinar los textos, y tomando
dos, o tres días para hacer reflexión
sobre todo, pronunciar sin más dilación
la sentencia, que guardándola para
cuando están ya olvidados de cuanto
alegaron los Jurisconsultos?
17. Digo lo tercero, que en orden a
las causas criminales, en el lugar citado
arriba de la primera Carta del segundo
Tomo, en los números 14, y 15, mostré
con evidencia, que procediendo sin
intermisión en el tiempo inmediato, se
averiguaría con mucha mayor seguridad
el delincuente, y el delito, que
caminando con la lentitud que se
practica.
18. Digo lo cuarto, que aun cuando
no hubiese alguna mayor probabilidad
del acierto en la demora, que en la
brevedad; esta mayor probabilidad debe
posponerse a la necesidad de evitar los
gravísimos inconvenientes, que, como
mostré arriba, se siguen al Público de la
demora. La Máxima de Cicerón: Bonum
publicum suprema lex esto, es
claramente dictada por la razón natural.
El que una, u otra decisión se yerre por
la aceleración del proceso, es daño de
uno, u otro particular. El que en todos
los Pleitos se proceda con la lentitud
ordinaria es daño gravísimo del
Público. Luego mucho mayor cuidado se
debe poner en evitar éste, que aquél.
Esto se confirma eficazmente; porque
aunque el orden judicial, y modo de
proceder ordinario se tiene por más
seguro para investigar la verdad; en los
Crímenes de herejía, y de lesa Majestad,
o ya por las Leyes, o ya por la Práctica
se apartan los Jueces en varias cosas del
modo de proceder ordinario; v.g.
negando la comunicación de los indicios
al Reo, admitiendo testigos singulares
contra él, &c. Esto, no por otra cosa,
sino porque importa tanto al Público la
conservación de la Fe, del Príncipe, y
de la Patria, que se tiene por
conveniente, por lograr ese bien
público, dispensar en algunas
circunstancias del modo de proceder
ordinario, aunque más seguro éste para
la investigación de la verdad; de suerte
que [251] se juzga menor inconveniente
permitir con ese menos exacto juicio el
riesgo de que sea condenado un
inocente, que aventurarse al peligro de
que queden sin la debida pena delitos
tan perjudiciales a la República.
19. Digo lo quinto, que es fácil
tomar una providencia, con la cual,
dentro de breve tiempo, se puede arribar
al conocimiento de la causa, aun con
más seguridad que la que hoy se logra
con tantas dilaciones. ¿Y qué
providencia es ésta? La de castigar con
severidad a todos aquellos que
maliciosamente concurran a obscurecer
la verdad del hecho sobre que se litiga.
La benignidad, con que en esta materia
proceden los Tribunales, es
perjudicialísima. En cuarenta años que
ha que vivo en este País, fueron
muchísimos los casos que oí de testigos
perjuros, u de Escribanos infieles; pero
nunca por ello ví condenar a azotes, ni
galeras a nadie. Tal vez sucedió
descubrirse la falsedad de cuatro
Escribanos en una misma causa, y todo
el castigo se redujo a suspenderlos de
ejercicio por un año. Concurrieron en
otra causa, en que se interesaba muy
altamente el honor, y la conveniencia de
una mujer noble, veinte y dos testigos,
que con juramento depusieron de la
inocencia de un Caballero, que debajo
de palabra de casamiento la había
violado; y el castigo no pasó de una
multa, que de ninguno de ellos minoraba
sensiblemente la comodidad. De
Relatores también oí varias quejas; pero
nunca que se hubiese hecho con ellos
demostración capaz de escarmentarlos.
Y es cierto, que éstos, no sólo con la
retinencia, o con la alteración de alguna
circunstancia importante del hecho, mas
aun con la mera substitución, a veces
casi imperceptible, de una palabra por
otra, pueden hacer gravísimos daños.
20. Todas estas ilegalidades están
comprehendidas debajo de aquel género
de delito, que los Jurisconsultos llaman
Crimen falsi; el cual de suyo es capital,
como se puede ver en el señor Matheu
de Re Criminali, controv. 38, donde con
varios textos de las Leyes Romanas, y
de las nuestras, prueba que se impuso a
esta culpa, y se practicó [252]
regularmente en los tiempos pasados el
último suplicio; pero añade, que
después poco a poco se fue moderando
el rigor, hasta reducirlo a pena
arbitraria, atendiendo a la cualidad del
delito, y de las personas: de modo, que
no sólo se ha dejado la pena capital,
mas aun la de cortar la mano al
Escribano falsario.
21. El citado Autor aprueba esta
moderación, dando por razón de ella,
que el fin de las penas es curar la
República, y los delincuentes; y no
cura bien quien corta el pie, o la mano:
consiguientemente mucho menos el que
quita la vida: Non recte medetur, qui
manum vel pedem amputat. Razón
extrémamente débil, si hay alguna en el
Mundo que lo sea, y que procede sobre
un falso supuesto.
22. Que las leyes en la imposición
de las penas se propongan por fin a la
curación (por lo menos precautoria) de
la República, es muy cierto; pero que
del mismo modo se propongan siempre
por fin la curación de los mismos
delincuentes es muy contrario a la
verdad: pues las que imponen pena
capital no miran la enmienda del Reo,
sino a echarle del Mundo; ya porque no
inficione a otros con la persuasión, o
con el ejemplo; ya porque el castigo de
éste sirva a otros de terror, y de
escarmiento. En cuanto al primero de
estos dos motivos disponen las leyes en
la curación del cuerpo político, lo que
ejecuta la Medicina Quirúrgica en la
curación del cuerpo natural; la cual
cuando corta un miembro gangrenado, no
se propone la curación de este miembro,
sino impedir con su separación, que
inficione a los demás.
23. ¿Y quién no ve, que si la razón
del señor Matheu es buena, igualmente
prueba, que ningún delito se puede
castigar con pena capital? Porque si no
cura bien al enfermo quien le corta pie,
o mano, peor le curará el que le corta la
cabeza, u de otro modo le quita la vida.
24. Es, pues constante, que aunque
en las penas no muy graves las leyes no
sólo atienden a la indemnización de la
República, mas también a la enmienda
del Reo: en el castigo de los delitos muy
perjudiciales al Público sólo [253] mira
a los dos fines de separar del cuerpo
político un miembro, que puede
inficionarle; y con la severidad, que
ejerce en éste, escarmentar a la multitud
en cabeza ajena, inspirándole horror al
delito por el miedo de la pena.
25. Yo soy de genio tan compasivo
como el que más; pero cuando se trata
de delitos perniciosos a la República,
dirijo la compasión principalmente a los
muchos inocentes, que padecen, o
pueden padecer el daño, y no al Reo que
la ocasiona; o aunque también me duela
de la infelicidad de éste, la abraza mi
razón como necesaria.
26. Convendré también en que en el
caso de la cuestión no se proceda a pena
capital, como se aplique tal castigo, que
baste a amedrentar a otros, y ponerlos en
estado de que sea mucho mayor en ellos
el temor de la pena, que el apetito del
interés, que puede resultarles de la
falsedad.
27. Mas para lograr el importante fin
de abreviar los Pleitos pretendo, que la
severidad de los Jueces no se ciña sólo
a testigos falsos, y a Escribanos infieles.
Conviene que se extienda también a
todos los demás, que en algún modo
pueden cooperar a obscurecer las
causas, a multiplicar injustamente los
litigios, o alargarlos maliciosamente;
esto es, a los Abogados, Procuradores,
Recetores, y aun a las mismas Partes.
¿Por qué no ha de tener su castigo el
Abogado, que en su alegato altera el
hecho, o cita un texto que no hay? Lo
mismo, en cuanto al hecho, digo del
Procurador de la Parte. ¿Por qué no ha
de tener también el suyo el Recetor, que
gasta veinte días en la comisión, que
pudiera absolver en seis, u ocho? La
introducción de artículos, o
impertinente, o enteramente
improbables, sólo con el fin de alargar,
es privativa culpa del Abogado, y culpa
merecedora de agria corrección.
28. En la multiplicación de los
litigios todos cooperan, o pueden
cooperar: la Parte presentando una
demanda injusta, y el Abogado, y
Procurador protegiéndola; en cuyo
asunto regularmente es el más
delincuente, y aun muchas [254] veces
único Reo el Abogado, como quien debe
saber si la pretensión de la parte tiene
algo de probabilidad, o carece de ella.
A los Litigantes de mala fe ya se castiga,
cargándoles todas las costas: pero es
pena por una parte muy leve, respecto de
la gravedad de la culpa, y por otra,
insuficiente para escarmentar a tantos
tramposos como hay.
29. Si en todas las culpas judiciales,
de que he hablado, se practicase una
proporcionada severidad con los Reos,
habría menos litigios: los inevitables se
expedirían más brevemente; y en las
sentencias habría mayor seguridad del
acierto. Como el miedo del castigo haga
que todos traten verdad, ésta llegará
inoffenso pede, y en breve tiempo a los
Tribunales, que es cuanto se necesita
para que el Público logre un supremo
beneficio, y los Jueces ejerzan su
ministerio con menos trabajo.
30. Si me opusiese, que no todas las
providencias, que propongo para
abreviar los pleitos, están en manos de
los Jueces, los cuales en varias cosas
las tienen atadas, o por las leyes, o por
costumbres generalmente recibidas;
respondo, que en este asunto, no sólo
hablo con los Ministros de Justicia, mas
también, y principalmente con el que
tiene en la mano la potestad Legislativa;
y por tanto dirijo esta Carta a V.E. como
a quien puede representarle
inmediatamente cuando le parezca
conveniente en materia tan importante. Y
con esto mismo tengo respondido a las
leyes opuestas arriba, y a tal cual otra,
que se me puede oponer a favor de la
dilación de las causas Judiciales.
Nuestro Señor guarde a V.E. muchos
años para bien de esta Monarquía, &c.
Carta XXIII
Erección de hospicios en
España

Excmo. Señor.
1. Animado del mismo celo, que me
movió a representar a V.E. la
importancia de abreviar los
procedimientos en los Tribunales de
Justicia, le escribo ahora sobre la
insigne utilidad, que resultará de erigir
en todas las Ciudades principales de
España Hospicios, o Casas, dotadas
para habitación, y sustento de Pobres
inválidos.
2. Para el buen gobierno de los
Reinos es muchas veces inexcusable
tomar algunas providencias gravosas
para varios particulares; siendo preciso
sacrificar la comodidad de éstos al
interés del cuerpo político de la
República: así como en el cuerpo
natural es inexcusable ocasionar algo de
dolor al brazo con la picadura de la
lanceta, cuando para la salud del todo es
conducente la sangría.
3. No hay que extrañar que respecto
de tales providencias frecuentemente
ocurran estorbos, que dificultan la
ejecución, y aun tal vez hacen
desvanecer la idea. Cuando los
damnificados son muchos, y poderosos,
la queja, el ruego, la negociación hacen
una resistencia terrible. Pero es muy de
extrañar, que otras providencias, que a
nadie dañan, y al Público aprovechan, y
que no tropiezan en alguno de los
estorbos referidos, ni se huyen a la
inteligencia de los Ministros, que
pueden promoverlas, con todo no se
lleven a ejecución.
4. Tal es la que propongo de la
erección de Hospicios, cuya utilidad es
notoria a cualquiera que haga alguna
[256] reflexión; sin ser incómoda a
otros, que a unos viles vagabundos, que
prefieren la mendicidad ociosa a toda
aplicación honesta; pero la misma
incomodidad de éstos es un insigne
beneficio para el Público.
5. Es constante, que entre los
mendigos, que lo son por necesidad, se
ingieren muchos, que lo son por vicio;
hombres por su temperamento, y
disposición, capaces de cualquier
trabajo mecánico; pero que por mera
holgazanería huyendo de él, abrazan la
vida de pordioseros; y con la ficción de
enfermedades, u defectos corporales que
no tienen, representándose inválidos,
abusan de la misericordia de los
acomodados, y usurpan todo aquello que
granjean; pues en el fondo tanto vale
apropiarse con dolo lo que se da con
título de limosna, como arrebatarlo
furtivamente con la mano. Asi el
Concilio Coloniense primero, part. II.
cap. 6. los llama Pauperum
depraedatores, raptoresque, de alieno
viventes, mandando severamente, que en
ningún modo se permitan.
6. Y no sólo son injustos con los
particulares en el modo dicho, mas
también con la República, a quien
defraudan de la utilidad, que debían
producirla con su aplicación al trabajo.
Que debían, digo, pues la República es
acreedora a que todos sus miembros la
sirvan, cada uno respectivamente a su
estado. Y lo que ella pierde en la
ociosidad de estos vagabundos en
mucho, porque son muchos ellos.
7. Purgaríase España de esta peste
con el establecimiento de Hospicios;
porque dado el orden de recoger en
ellos a todos los pobres, y de negar a
todo mendigo la limosna fuera de ellos;
o los zánganos, de que hablo, consentían
en abrazar el recogimiento, o no. Si lo
primero, era fácil reconocer muy presto,
que los males, u defectos que pretendía
inhabilitarlos para el trabajo, eran
supuestos, y los expelerían, y aun podría
aplicárseles alguna pena por la
impostura. Si no querían recogerse, les
sería preciso aplicarse a algún oficio
para no perecer de hambre.
8. Aun prescindiendo de lo que
merecen los holgazanes por impostores,
varios Legisladores miraron como
crimen [257] digno de castigo, por sí
sola la holgazanería. Dracón, aquel
antiguo severísimo Legislador de los
Atenienses, de cuyas Leyes se dijo, que
estaban escritas con sangre, la castigaba
con pena capital. Solón, que dio Leyes
después a la misma República, puso
entre ellas también castigo a los
holgazanes; pero más moderado. Platón
quería que se desterrasen de su
República todos los mendigos
voluntarios: Nullus mendicus nobis in
Civitati sit; (de Legibus, Dial. 11,) y
poco después: Extra fines expellatur: ut
regio ad huiusmodi animali penitus
pura fiat. Herodoto dice, que los
Egipcios castigaban la ociosidad como
crimen de Estado. Tácito refiere, que los
Alemanes metían a los holgazanes en
unas lagunas, en donde los dejaban
expirar. Y por varias Leyes
Imperatorias, expresadas en el Código
de Justiniano, tit. de Mendicantibus
validis, están impuestas penas a los que,
sin ser inválidos, ejercen la mendicidad.
9. ¿Pero qué es menester alegar
leyes de otras Regiones, y de otras
edades, cuando en España las tenemos
oportunísimas al asunto? Véanse en el
Tomo 2 de la Nueva Recopilación, lib.
8, tit. 11, la ley 1, y 2. La primera
dispone, que a los vagabundos, y
holgazanes, capaces de trabajar,
cualquiera por su autoridad pueda
tomarlos, y servirse de ellos sin salario
alguno, ni otra pensión, que darlos de
comer. Y si ninguno quisiere servirse de
ellos, las Justicias de los Lugares les
hagan dar sesenta azotes, y les arrojen
fuera. La segunda ordena, que con
pregón público los obliguen a trabajar; y
no lo haciendo, los den cincuenta azotes,
y echen de los Pueblos.
10. Donde debo advertir, que estas
leyes no quitan que, por razón de alguna
circunstancia gravante, o en cualquier
otro caso, en que la prudencia dicte, que
el mal pide mayor remedio, se proceda
con más severidad. No ignoraba dichas
leyes el señor Bobadilla, y con todo
echó a Galeras a un Pícaro, que
agregando a la holgazanería la
impostura, fingía enfermedad que no
tenía. Acuérdome, (dice este sabio
Político, lib. 2. cap, 13, num. 32) que el
año de 68 en la Ciudad de Badajoz,
llegándome a pedir [258] limosna un
pobre muy acuitado con un brazo
vendado, y alzado con un sosteniente,
pareciéndome que era simulado, y
fingido, hice que le mirase un
Cirujano, y pareció estar sano, y muy
bueno, y le envié a ejercitar los brazos
al remo en las Galeras, para que allí
desentumeciese el brazo. Como este
artificio es bastantemente frecuente,
podrá frecuentarse a proporción la pena.
11. Las utilidades, que de esta
providencia resultarán a la República,
son muy considerables. Lo primero,
estos zánganos inútiles podrán
convenirse en útiles Regnícolas,
aplicados a la Agricultura, a la Marina,
y a la Guerra. Y cuando no hubiese otra
ocupación que darles, la República
podría asalariarlos como peones para
componer caminos, levantar puentes,
hacer reparos contra inundaciones,
plantar arboledas, que de todos estos
beneficios se padece gran falta en
España. Lo segundo, se limpiarán las
poblaciones de ésta, que es a un tiempo
inmundicia, y embarazo. Lo tercero se
evitarán no pocos latrocinios, que
cometen algunos de estos holgazanes,
facilitándoles la entrada, y conocimiento
de las ensenadas de las casas la capa, y
título de pobres, por lo cual
frecuentemente se desaparecen de ellas
varias alhajas. Lo cuarto también se
evitarán muchos pecados en otra
materia; siendo cierto, que éstos que
entran en las casas a título de pobres,
son los medianeros más oportunos, y al
mismo tiempo menos sospechosos para
trabar comercios ilícitos entre uno, y
otro sexo.
12. A excepción de la primera, las
mismas utilidades que resultan de
excluir los mendicantes válidos de los
Pueblos, se siguen de incluir los
inválidos en los Hospicios. Se siguen
las mismas, digo, y con ventajas.
Embarazan más, porque es mayor el
número: son más fastidiosos a la vista
por sus enfermedades, y defectos
corporales; y en orden a los robos, y
tercerías delincuentes, siendo tan aptos
como los otros, pueden hacer más daño
por ser mayor el número.
13. Pero la excepción, que respecto
de los mendigos inválidos hago de la
primera de las cuatro utilidades [259]
señaladas, puede tener por otra parte su
compensación, que es el trabajar éstos a
beneficio común para algunas especies
de fábricas; pues muy raro hay tan
impedido, que no pueda emplearse en
alguna ocupación mecánica.
14. Fuera de las conveniencias, que
con el establecimiento proyectado
logrará el Público, resta otra
importantísima a favor de los mismos
mendigos, o recogidos en el Hospicio, o
precisados al trabajo, que es el vivir
más cristianamente.
15. Yo no me atreveré a decir cuál
de los dos extremos es más ocasionado
a pecar, si el de la mucha riqueza, o el
de la mucha pobreza; pero estoy algo
inclinado a determinar por el segundo.
La mucha riqueza ofrece muchas
ocasiones; pero la mucha pobreza incita
con más acres impulsos. La redundancia
de bienes temporales puede fomentar la
ambición, la soberbia, y la lascivia;
pero mucho más es lo que la gran
carestía de ellos estimula para la
malevolencia, para la envidia, para el
embuste, y para el robo. Y aun se puede
añadir, por lo menos respecto de los
mendicantes válidos, lo que sobre la
indigencia influye para el vicio la
ociosidad.
16. Con el establecimiento, pues, de
los Hospicios se evitarán por la mayor
parte los pecados de los pobres: en los
recogidos, ya por su clausura, ya por los
socorros espirituales que tienen,
especialmente en la frecuencia
razonable de los Santos Sacramentos: en
los obligados a ocupaciones mecánicas
por su trabajo corporal; el cual, no sólo
en el cuerpo, mas también en el alma,
excluye los malos efectos de la
ociosidad.
17. Sé que muchos me dirán, que es
fácil demostrar la utilidad de los
Hospicios; pero es muy difícil su
fundación, y mucho más su
conservación, habiendo mostrado la
experiencia varias dificultades, o
tropiezos, que muchas veces han
impedido lo primero, y muchas más
imposibilitado lo segundo. Yo concedo
la experiencia de esos tropiezos; pero
niego constantemente, que ellos sean
inevitables. Si se hace reflexión sobre
las causas que han estorbado, [260] u
deteriorado, y aun arruinado los
Hospicios, se hallará sin duda, que si no
todas, las más provinieron de las
defectuosas providencias que se
tomaron para su erección, y
subsistencia; y conocidos los yerros, que
se cometieron en ellas, no será difícil
tomar mejor las medidas. Con efecto
oigo, que en otras Naciones hay no
pocos Hospicios, que se conservan
muchos años después de su fundación.
¿Por qué en España no se podrá lograr
lo mismo? El reglar la contribución
necesaria para la fundación, y
conservación es facilísimo. Hacerla
indefectible también lo será, mediando
la Autoridad Regia para la de los Legos,
y la Pontificia para la de los
Eclesiásticos; pues a lo que a todos
interesa es justísimo que todos
concurran.
18. Finalmente, por lo que mira a
mayor especificación de las
providencias convenientes a este asunto,
me remito a lo que a V.E. puede informar
el señor Don Antonio de Heredia,
Marqués de Rafal, hoy dignísimo
Corregidor de Madrid, que juzgo el
sujeto de los más prácticos en la
materia, que hay dentro de España.
Nuestro Señor guarde a V.E. muchos
años. Oviedo, &c.
Carta XXIV
Exterminio de ladrones

1. Habiendo mostrado a un Amigo mío


la Carta antecedente sobre la erección
de Hospicios, me hizo una objeción
contra el proyecto que le pareció
formidable, y aun concluyente; porque
bien lejos de convenir conmigo en que
la denegación de limosna, y mucho más
[261] cualquiera especie de castigo a
los mendicantes válidos, sea útil a la
República, insistía en que antes bien al
contrario sería esta providencia muy
perniciosa. ¿Qué harán, decía, estos
vagabundos, enemigos de todo trabajo, e
ignorantes de todo oficio, viéndose
obligados a abandonar la mendicidad,
sino meterse a Ladrones, e infestar con
sus robos los caminos, y los Pueblos?
Haránse enjambres de éstos, que la
mayor vigilancia de las Justicias no
podrá disipar. Y aunque para robar en
los poblados no sean los más hábiles,
hasta ejercitarse en ello algún tiempo,
ningunos más aptos para dañar en los
Pueblos, como a quienes la antecedente
profesión de mendicidad, no sólo hizo
conocer entradas, salidas, y senos de
Templos, y habitaciones, mas también
facilitó la noticia de quiénes son las
personas, en cuyo poder se hallan el oro,
y la plata: es incomparablemente menor
inconveniente el que algunos de estos
holgazanes hagan tal cual hurtillo, que
andando desligados, como andan, puede
reducirse a algún plato, a alguna almilla
vieja, u otra cosilla igualmente leve; que
el que coligados en cuadrilla, y
proveídos de armas, con asaltos
nocturnos desvalijen las casas del oro, y
plata, que hay en ellas, como lo harán
por evitar un trabajo, que de cualquiera
modo que sea, no los indemnizará de una
vida muy incómoda.
2. Así me arguía este Amigo, bien
persuadido a que con su argumento me
haría suprimir, no sólo como inútil, mas
aun como nociva la Carta antecedente.
Pero yo estuve tan lejos de eso entonces,
como lo estoy ahora; así ahora, como
entonces enteramente satisfecho de que
es, no sólo posible, sino fácil precaver
el daño, que, como moralmente
inevitable, me proponía.
3. En algunas partes de mis Escritos
he propuesto dos providencias
sumamente conducentes para extinguir, o
por lo menos minorar muchísimo los
latrocinios. Una es, abreviar todo lo
posible las causas de los Ladrones,
especialmente de los Ladrones
homicidas. Otra, aplicarles
inviolablemente las penas que
prescriben las Leyes. Pero mis [262]
declamaciones sobre uno, y otro punto
de nada han servido. Las cosas siguen el
paso que llevaban antes, especialmente
en orden a la fastidiosísima pereza de
los procesos. Los rompimientos, y fugas
de las prisiones se repiten, porque a los
delincuentes se les da sobrado tiempo
para discurrir el cómo; y porque en un
largo espacio de tiempo es natural, que
por tal, o tal accidente se les presente
alguna ocasión favorable. También he
representado con la mayor viveza
posible, que no es éste el único
inconveniente, que tiene la dilación de
las causas. Igual a éste es, que cuanto
más se dilata la sentencia, tanto más, y
más se van enfriando el celo de los
Jueces, la ira del Público, y el
sentimiento de la Parte; de lo cual, junto
con la importunidad de los intercesores,
suele resultar un levísimo castigo; y tal
vez ninguno más, que el de la prisión
padecida.
4. Pero yo grito a sordos. Los Jueces
se disculpan, ya con los términos
legales, en que no pueden dispensar; ya
imputando las demoras a los Abogados,
Procuradores, y Escribanos. Mas ni una,
ni otra solución alcanza. No la primera,
porque ya sabemos lo que son términos
legales; y sabemos, que sus detenciones
pasan muchas leguas más allá de esos
términos. ¿A quién harán creer, que la
instrucción de un proceso pide el
espacio de dos, o tres años, sino en
algún caso muy raro? ¿O a quién hará
creer, que el delito, que no se puede
probar en tres, o cuatro meses, se podrá
probar ni en veinte años? Tampoco sirve
la segunda solución, porque siendo esos,
con quienes se disculpan, súbditos
suyos, en su mano está avivarlos, y
castigar sus demoras.
5. Mas ya que inútilmente me fatigo
en este asunto, propondré otro arbitrio,
para evitar los latrocinios, que tendrá la
ventaja de ser menos severo, sin ser
menos eficaz. Este es el mismo que he
propuesto en el sexto Tomo del Teatro
Crítico, Disc. 1. num. 81, y 82; esto es,
que se haga constar al Magistrado de
qué se sustentan todos los individuos
del Pueblo.
6. Esta averiguación se puede hacer
con facilidad, y [263] seguridad; porque
cualquiera individuo, examinado sobre
la materia, no tiene que discurrir para
responder la verdad, y así se le obligará
a que responda sin dilación. Si se
sustenta de algún oficio, podrá decirlo
al momento, y aun comprobarlo con los
vecinos. Lo mismo digo, si vive de su
hacienda, u de alguna especie de
comercio. En que no es menester, que la
inquisición proceda a ajustar muy por
menudo el valor, o utilidad, que resulta
de lo uno, u de lo otro, sí solo
prudencialmente, y como dicen, a buen
ojo. Cuando no parezcan las fincas, en
que se funda su sustento, o las fincas
sean muy insuficientes para el porte que
tiene, funda certeza moral de que vive
del robo, u de otra alguna negociación
inhonesta: con que se deberá poner en
prisión, y tenerle en ella, hasta que se
explore cuál era su fondo; lo que, si se
hacen bien las diligencias, será fácil
lograr. Y la primera, a mi parecer, será
la de registrar sus casas, y las de
aquellos con quienes se hallare, que
tienen más frecuente comercio, no
siendo personas, cuyas circunstancias
las eximan de toda sospecha. La
segunda, si a tiempos hacía algunas
ausencias del Pueblo adonde vive,
inquirir adónde fue, y adónde estuvo.
7. ¡Oh cuántas aves de rapiña con
plumas de pavo, y aun de paloma se
descubrirán en los Pueblos, tomando
esta providencia! ¡De cuántos robos se
descubrirán los autores, que antes no se
pudieron averiguar! ¡Cuántas
obediencias detestables a personas
poderosas! ¡Cuántas fullerías en el
juego! ¡Cuántas estafas con el falso
ofrecimiento de útiles servicios!
¡Cuántos empréstitos, cuya paga se
reserva para el Infierno! &c. De modo,
que con la providencia dicha, no sólo se
descubrirán los robos, mas también
otras especies de delitos, cuyo castigo, y
cuya preservación importa infinito a
toda la República.
8. Cuanto mayores son los Pueblos,
tanto más necesario es, y tanto más
frecuente, y estudioso debe ser el
examen propuesto, especialmente en las
Cortes, porque illic reptilia, quorum
non est numerus. Tal vez sucederá, que
[264] el descubrimiento de uno de estos
delincuentes sirva para el
descubrimiento de muchísimos. El
famoso Carduche que no ha muchos años
fue castigado en París con el tormento
de la rueda, con su declaración, que no
quiso hacer, aunque estimulado de una
violentísima tortura, hasta que se vió en
el sitio del suplicio, dio luz para la
prisión, y castigo de seiscientos
cómplices, que hurtaban debajo de su
imperio, y dirección. Nuestro Señor
guarde a V.E. &c.
Carta XXV
Ingrata habitación la de la
Corte

1. Muy Señor mío: Supone V.S. y supone


bien, que me sería fácil dejare este País,
y fijar mi habitación en la Corte, si lo
desease. En consecuencia de lo cual,
admirándose de que no lo solicite, y
ejecute, me pregunta, ¿por qué quiero
vivir en este retiro? A lo que, siendo yo
Escritor de profesión, pudiera satisfacer
con la sentencia de Horacio:
Scriptorum chorus omnis amat
nemus, & fugit Urbes.

2. Porque al fin, aunque el Pueblo, que


habito, no puede decirse desierto;
respecto de una Corte, poco desdice de
soledad. Pero más me cuadra la
respuesta lacónica, de que quiero vivir
en este retiro, porque quiero vivir.
3. De un hombre ilustre, llamado
Similis, que fue Prefecto del Pretorio en
tiempo del Emperador Adriano, refiere
Xifilino, que habiendo hecho voluntaria
demisión de aquella Magistratura, se
retiró a la campaña, donde [265] vivió
siete años de persona privada, y viendo
al fin de ellos acercársele la muerte,
hizo este epitafio para que se le pusiese
en el sepulcro: Aqui yace Similis, que
murió de una edad muy larga; pero
sólo vivió siete años. Miraba aquel
Romano la vida Aulica como un estado,
que más tiene de muerte, que de vida, y
del mismo modo la miro yo.
4. En el derecho Civil los esclavos
son reputados por muertos: Servi pro
nullis habentur, dijo el Jurisconsulto
Ulpiano; y en otra parte el mismo:
Servitutem mortalitati fere
comparamus. ¿Y qué es la vida
Cortesana, sino una mal disfrazada
esclavitud? Compónense las Cortes de
los que gobiernan, y de los que
pretenden. Y considero, que hay una
recíproca esclavitud de unos a otros.
Los pretendientes son esclavos de los
gobernantes, y los gobernantes de los
pretendientes. Aquéllos, porque ni aun
de su propria respiración son dueños,
debiendo compasarla, según
supersticiosamente adivinan, sea más
grata al Idolo que veneran: éstos,
porque, por más que los opriman,
sufoquen, angustien las importunidades
de los pretendientes, se ven por mil
motivos precisados a sufrirlos, como el
más vil esclavo al más imperioso dueño.
De suerte, que parece que una misma
cadena, atando a unos con otros, ata a
unos, y a otros. Y sea norabuena cadena
de oro la que aprisiona a los que
mandan; otro tanto será más pesada: lo
que sucedió a la infeliz Reina Zenobia,
que padeció mucho más que los demás
esclavos en el triunfo de Aureliano,
porque iba ceñida con cadena de oro, y
los demás sólo de hierro.
5. Hágome cargo de que, puesto en
la Corte, no me aprisionaría una, ni otra
cadena, porque mi demérito me aleja
tanto del riesgo de mandar, como mi
genio del de pretender. Pero temo otra,
que acaso no sería menos pesada que
aquéllas. Esta es la que me echaría a
cuestas la importunidad de los
preguntadores, y con que me atarían, no
sólo el cuerpo, mas también el alma. La
tal cual aceptación, que han logrado mis
escritos, ha impreso a muchos un
concepto de mi ciencia muy superior a
la realidad [266] de ella, pensando que
sé mucho más de lo que sé, y aun tal vez
más de lo que nadie sabe.
Considerándome, pues, como que podría
satisfacer todo género de dudas,
lloverían sobre mí consultas a todo
momento. Con que me vería precisado a
estar al poste todo el día, ejerciendo un
Magisterio sumamente laborioso sin
sueldo alguno.
6. De esto hice experiencia el año de
28, que me detuve en Madrid un mes, y
todo él estuve, sin intermisión,
padeciendo esta impertinencia. Y era
cosa de ver las cuestiones extrañas, y
ridículas, que me proponían algunos.
Uno, por ejemplo, dedicado a la
Historia, me preguntaba menudencias de
la Guerra de Troya, que ni Homero, ni
otro alguno antiguo escribió. Otro,
encaprichado de la Quiromancia, quería
le dijese qué significaban las rayas de
sus manos. Otro, que iba por la Física,
pretendía saber qué especies de cuerpos
hay a la distancia de treinta leguas
debajo de tierra. Otro, curioso en la
Historia Natural, venía a inquirir en qué
tierras se crían los mejores tomates del
mundo. Otro, observador de sueños,
quería le interpretase lo que había
soñado tal, o cual noche. Otro, picado
de anticuario, se mataba por averiguar
qué especies de ratoneras habían usado
los antiguos. Otro, que sólo era
apasionado por la Historia moderna, me
ponía en tortura para que le dijese cómo
se llamaba la mujer del Mogol: cuántas,
y de qué naciones eran las mujeres, que
el Persa tenía en su Serrallo. Digo,
porque V.S. no tome esto tan al pie de la
letra, que, o éstas, u otras preguntas tan
impertinentes, y ridículas como éstas
venían a proponerme algunos. Si cuando
no había dado a luz más que dos Libros
padecía esta molestia, qué sería ahora,
cuando los Libros se han multiplicado;
siendo natural, que por la mayor
variedad de materias, que en ellos toco,
me atribuyan mayor extensión de ciencia
para resolver todas sus dudas, por
extravagantes que sean? ¿Y esto sería
vivir?
7. Me ocurre ahora, que los
Filósofos definen la vida actual
movimiento ab intrinseco, diciendo, que
el viviente es el que se mueve ab
intrinseco, de tal modo, que este [267]
movimiento no se haga por
determinación de otro agente distinto,
ita ut motus ille ex alterius
determinatione non sit; y aunque
algunos proponen otras definiciones,
casi todas, en cuanto a la substancia,
vienen a coincidir a lo mismo. Si
tomamos esta definición en sentido algo
lato, hallaremos, que habiendo tantos
millares de habitadores en las Cortes,
son muy pocos los vivientes que hay en
ellas, porque son pocos los que se
mueven, sino por determinación de otro
agente. Los pretendientes, que son
tantos, se mueven por el impulso, ya
activo, ya atractivo de los que miran
como agentes de su fortuna. Estos están
distribuidos en varios grados, en que
sucesivamente van trayendo unos a
otros. Los inmediatos al Príncipe se
mueven por la atracción del Príncipe, y
esos mismos atraen a otros, que son
pretendientes, respecto de ellos, y de
este modo va bajando la atracción, y el
movimiento hasta los ínfimos. De modo,
que en las Cortes se ve una
representación del sistema Newtoniano
del Universo, en que con la virtud
atractiva los cuerpos mayores ponen en
movimiento a los menores; y tanto más,
cuanto es mayor el exceso, y menor la
distancia. Y como en las Cortes están tan
inmediatos los Grandes a los pequeños,
es mucho mayor el movimiento que dan
aquéllos a éstos, que el que pueden dar a
los pequeños, que están alejados por las
Provincias. De aquí viene verse a cada
paso sujetos, que viviendo lejos de la
Corte, no los mueve, o mueve poco la
ambición a pretender; y transferidos a la
Corte, la cercanía de los mayores los
agita fuertísimamente. ¿Y qué sé yo si a
mí me sucedería lo mismo? En todo
caso, bonum est non hic esse;
mayormente cuando, aunque no me
moviesen por este camino, no me
dejarían reposar por el que insinué
arriba, y acaso por otros; siendo
verisímil, que no sólo me inquietarían
los curiosos como erudito, mas tal vez
también los pretendientes como
medianero.
8. Pero aunque todo lo dicho basta
por sí mismo para hacerme displicente
la habitación de la Corte, mucho más me
la hace odiosa por una como necesaria
resulta que tiene; [268] y es, que donde
hierven las pretensiones, hierven ciertas
especies de vicios, con quienes tengo
especial ojeriza: La hipocresía, la
trampa, el embuste, la adulación, la
alevosía, la perfidia. Aborrezco la
hipocresía, no sólo por razón, mas aun
por instinto; o llámase, si se quiere,
antipatía. Y nadie podrá negarme, que
donde concurre una multitud de
pretendientes, concurre una copiosa
turba de hipócritas. ¿Qué es un
pretendiente, sino un hombre, que está
pensando siempre en figurarse a los
demás hombres distinto de lo que es?
¿Qué es sino un Farsante, dispuesto a
representar en todo tiempo el personaje
que más le convenga? ¿Qué es sino un
Proteo, que muda de apariencias, según
le persuaden las oportunidades? ¿Qué es
sino un Camaleón, que alterna los
colores, como alternan los aires? ¿Qué
es sino un ostentador de virtudes, y
encubridor de vicios? ¿Qué es sino un
hombre, que está pensando siempre en
engañar a otros hombres? Es verdad,
que son muchos los que le pagan en la
misma moneda; esto es, aquellos mismos
que busca como arquitectos de su
fortuna. El miente virtudes, y a él le
mienten favores. El va a engañar con
adulaciones, y a él le engañan con
esperanzas.
9. Este es el comercio más válido, y
casi general en las Cortes. Esta es la
moneda que en ellas circula sin cesar.
Moneda falsa; pero ninguna más
corriente. No sólo corre, vuela;
propriamente moneda de soplillo,
porque toda es aire. Es un tráfico de
embeleco, en que con comisiones
engañosas se compran benevolencias
aparentes. De una, y otra parte
intervienen promesas vanas. El
poderoso hace esperar beneficios, y el
dependiente agradecimientos.
10. Pero de quienes se hallan al fin
más burlados los pretendientes, no es de
los que mandan, sino de ciertos
faranduleros, que hay en las Cortes, a
quienes creen, que tienen introducción
con los que mandan. Estos son unos
vilísimos estafadores, hambrientas
harpías, sedientas sanguijuelas, que a
los pobres incautos que de las
Provincias acuden allí a sus
pretensiones, a poco que se descuiden,
les chupan hasta la última gota de
sangre: y al mismo tiempo [269] que les
persuaden, los harán bien recibidos en
Palacio, insensiblemente los van
llevando al Hospital. Y lo más
admirable en esto es, que haya algunos
tan neciamente crédulos, que se dejan
persuadir a que son capaces de
levantarlos a mejor fortuna, los que no
aciertan a mejorar la propria: necedad
que coincide con la de aquéllos, que
creen que son dueños del secreto de la
Piedra Filosofal: unos vagabundos, que
apenas tienen lo necesario para librarse
de la hambre. Sin embargo, no falta
quien espera que le granjee cuatro mil
ducados de renta, quien no puede
adquirir para sí cuatrocientos; o que le
introduzca en el gabinete, quien no se
atreve a subir a la antesala.
11. Mas todo lo dicho es nada en
comparación de lo que pasa entre los
mismos pretendientes, sobre el empeño
de desembarazarse recíprocamente unos
de otros. El que ve a su lado un
concurrente, que puede disputarle la
plaza, a que él mismo aspira, ¿qué
máquinas no mueve para desbaratarle?
Todas sus acciones acecha, y aun se
adelanta a adivinarle los pensamientos.
Estudia toda su vida, desde el
nacimiento hasta la hora presente.
Indaga quiénes fueron sus padres, y
abuelos, por si en su genealogía puede
encontrar nota, que le infame. Por medio
de algún tercero procura indagar sus
secretos para hacerlos públicos,
poniéndoles a la margen las más odiosas
interpretaciones. Consulta si puede a sus
mayores enemigos, tomando de ellos los
informes de vita, & moribus. No hay
escondrijo que no examine, ni noticia
que no apunte, de cuántas pueden
servirle para echar a perder su
reputación. ¿Y esto para qué? Para
verterlo por sí, o por sus emisarios en
calles, plazas, y paseos.
12. No dudo yo, que hay muchos
pretendientes timoratos, y honestos, que
buscan su fortuna por medios
permitidos. Doy que la mitad de ellos
sean de esta clase. Siempre quedan fuera
de ella los bastantes para llenar la Corte
de chismes, e incomodar con ellos casi
todas las conversaciones, aun las que se
ejercen en los más solitarios retiros;
porque los pretendientes todo lo andan.
[270]
13. Todo lo que hasta aquí he
expuesto me enfada en la habitación de
la Corte. Pero aún no he expuesto todo
lo que me enfada. Falta una partida de
gran consideración. Yo no sé si lo
influye la Corte, por ser Corte, o si por
vía de contagio se comunica en la Corte.
Hay un vicio de los pretendientes, que
se ha hecho común, y como trascendente
aun a los Cortesanos, que no son
pretendientes. Hablo de las expresiones
fingidas de amistad, o cariño. Si se cree
lo que en esta materia se oye en la
Corte, se juzgará, que aquella vecindad
se compone de los genios más bellos,
más dulces, y más sociables del Mundo.
Digo lo que ví muchas veces.
Encuéntranse dos personas en la calle, o
en el paseo, sin más conocimiento de
uno a otro, que el preciso para
saludarse. ¿Y se contentan con
saludarse? Nada menos.
Recíprocamente se esmeran en las más
expresivas protestas de una cordialísima
amistad, o un amor muy fino. Y esto no
pocas veces se practica entre personas,
que no sólo se miran con una perfecta
indiferencia, mas aun con positivo
desafecto. Ví algunos de estos
encuentros en ocasiones que yo
acompañaba a este, o aquel sujeto de
bastante carácter; y en que, después de
los más tiernos requiebros de parte a
parte, luego que se separaban, el sujeto
a quien yo hacía compañía, en confianza
me manifestaba, que el otro, a quien
había requebrado, era uno de los que
más le enfadaban en la Corte. No dejaba
yo de significarle cuánto extrañaba, y
aun cuánto me desplacía un defecto tan
grave de sinceridad. Pero a esto se me
respondía, que ése era el estilo de la
Corte. Será, según esto, replicaba yo, el
estilo de la Corte el dolo, la simulación,
y el embuste. No, me respondía, que
aquello se tomaba por mera ceremonia,
que nada significaba; y así, ni el otro le
creía las expresiones de amor, que le
había hecho, ni él al otro las suyas.
¿Pues si esos requiebros de nada sirven,
reponía yo, por qué no hablan unos
hombres a otros, como se deben hablar
los hombres, y no como hablan los
Jovenetos a las Damiselas? Porque éste
es el estilo de la Corte, se me volvía a
responder. [271]
14. Sin embargo, yo con algún
escrúpulo quedaba de que esta respuesta
no era más sincera, que las ternuras
cómicas, que acababa de oír a los dos
fingidos enamorados. Y me inclinaba
bastantemente a pensar, que
recíprocamente tiraban a engañarse, y
acaso cada uno quedaba satisfecho de
que había engañado al otro. Mucho
tiempo ha tengo observado, que una de
las más comunes simplezas de los
hombres, es tener a los demás por
simples. Todos los mentirosos por
hábito padecen esta simpleza; pues sólo
en la confianza de la corta capacidad de
los oyentes pueden esperar ser creídos,
aun cuando las mentiras carecen de toda
verisimilitud. En la materia en que
estamos, se ve esto claro. ¿En qué puede
fundar un hombre la esperanza de ser
creído, cuando a otro hombre, a quien no
debe servicio, o beneficio alguno, le
dice, que le ama finamente, sino en el
concepto, que ha hecho, de que el tal es
sumamente inadvertido?
15. No niego yo, que también fuera
de las Cortes hay los vicios, que he
representado como proprios de las
Cortes, porque los hombres en todas
partes son hombres; pero mucho más
infrecuentes, porque son mucho más
infrecuentes las ocasiones, y los
motivos. Como las Cortes son los
Teatros, donde la fortuna principalmente
reparte sus favores, o aflige con sus
desdenes, también en ellas
principalmente la condición humana
influye la envidia, la emulación, el odio,
la detracción, el embuste, las amistades
fingidas, las alevosías verdaderas, los
despechos, las desesperaciones, y otros
mil desreglados afectos, que a quien,
como yo, nada espera, o solicita en la
Corte no puede menos de ocasionar
mucho enfado. Nuestro Señor guarde a
V.S. muchos años, &c.
Carta XXVI
Respuesta al Rmo. P.M. Fr.
Raimundo Pascual en asunto
de la doctrina de Raimundo
Lulio

1. Muy Señor mío: Recibí la de Vmd.


juntamente con el Libro, que la
acompañaba, del P.M. Cisterciense
Mallorquín, en defensa de su Raimundo
Lulio. Y porque Vmd. solicita saber qué
siento del Autor, y de la Obra, pasé
luego a reconocerle, para que necesité
muy poco tiempo; porque la Obra no es
larga, y el Autor se explica con claridad,
y despejo. Esto es lo primero que de él
puedo decir. Y lo segundo, y principal,
que si tomara otra mejor causa entre
manos, tiene Pluma para manejarla tan
bien como el que mejor. ¿Mas en
defensa de Lulio qué puede hacer el
hombre de más habilidad?
2. En cuanto a la Obra, como no
instituyo Libro, sino Carta, no pienso
seguir al Autor Cisterciense paso a
paso, sino reducir a dos puntos capitales
el asunto, porque a dos puntos capitales
se reduce la Obra del Cisterciense. El
primero es, descartar, como indignos de
fe en la materia, los Autores contrarios a
Lulio: Y el segundo, ponderar la
excelencia del Arte Luliana. Veré, pues,
lo primero, con qué justicia se hace
sospechosa la fe de aquellos Autores; y
lo segundo, examinaré los méritos del
Arte Luliana.
3. El primer descartado en esta
causa soy yo, por no haber visto el Arte
de Lulio, como he confesado yo mismo.
¿Pues qué? ¿No se puede hacer juicio
prudente de la utilidad, o inutilidad del
Arte de Lulio, sin verla, únicamente por
el testimonio de Autores graves, y
desapasionados [273] que la vieron?
¿La fe humana no tiene lugar en esto,
como en otras muchas cosas? Alegué los
testimonios de diez Autores, todos
graves, todos muy doctos, todos Críticos
distinguidos, todos libres de toda
sospecha de mala fe, y que hablan del
Arte de Lulio, como testigos de vista.
Con muchos menos, y de menos
autoridad pronuncia el Tribunal más
recto la sentencia contra el reo en
materias gravísimas; y sería la más
extraña impertinencia del mundo acusar
a ese Tribunal de injusto, porque no vio
por sus ojos el delito.
4. Bien conoció la fuerza de este
argumento el Autor Cisterciense, y que
por consiguiente era menester para
eludir su fuerza, tachar los testigos que
produzco a mi favor. En efecto lo
intenta; pero con inútiles esfuerzos,
porque todo se reduce a decir, que los
Autores, que alego, vieron sólo
superficialmente, y sin hacer el debido
examen el Arte de Lulio. Digo, que todo
se reduce a decirlo, porque no da de
ello la más leve prueba; ni para decirlo
tuvo otro motivo, que ser sus
desposiciones opuestas a su intento. El
lo dijo: pero creo que sin esperanza de
que ningún hombre de razón se lo
creyese. Porque en efecto, ¿quién le
podrá creer, que unos Autores graves,
doctos, algunos entre ellos Críticos
famosos, y de alta reputación en la
República Literaria procediesen tan
imprudentemente, tan temerariamente,
que sin el debido examen profiriesen
sentencias tan acerbas contra el Arte de
Lulio, cuales son las que he exhibido en
la Carta trece de mi segundo Tomo
Epistolar? Así el creerlo, como el
decirlo, sería, y es una grave injuria
contra el merecido crédito de aquellos
Autores.
5. Pero el de Wadingo es el que más
padece en ella. Conoció muy bien el
docto Cisterciense, que el testimonio de
Wadingo, atendidas todas las
circunstancias, era el que más
perjudicaba a su causa; porque sobre la
opinión de Autor fidelísimo,
sincerísimo, doctísimo, que
generalmente obtiene en la República
Literaria, se añade la notable
circunstancia de haber sido Religioso
Franciscano, a [274] quien por
consiguiente sólo la fuerza de la verdad
podía impeler a declararse contra Lulio.
7. La fuerza, que al testimonio de
Wadingo da esta circunstancia, pretende
debilitar el docto Cisterciense: ¿Pero
con qué? Con una reflexión general, y
vaga, que va a Dios, ya dicha, y nada
significa. Salga (dice Disert. 2, num.
61.) salga, que ya es hora al Teatro el
célebre Analista Wadingo, quien por
ser Franciscano se tiene por testigo
fuera de toda excepción, (aquí entra la
reflexión vaga que he dicho) como si
entre sujetos de una misma profesión
no cupieran emulaciones,
inadvertencias, preocupaciones, &c.
7. Esto es hablar, nada más. Y
perdóneme el docto Cisterciense, si le
digo, que la voz emulaciones está aquí
muy fuera de su lugar. ¿Por qué capítulo,
o motivo podía Wadingo ser émulo de
Lulio? Floreció éste cerca de tres siglos
y medio antes que aquel; y aun más
distantes que en el tiempo lo estuvieron
de toda concurrencia, que pudiese
ocasionar emulación de uno a otro. ¿Qué
tenía Wadingo que partir con Lulio?
¿Pudo estorbar éste a aquel, u disputarle
los honores de su Orden? ¿Pudo ponerle
algún óbice a la gran fama de insigne
Escritor, y hombre doctísimo, que tan
justamente adquirió en el mundo: o a
otra alguna cosa, capaz de lisonjear el
deseo de Wadingo? Añado, que este
Escritor fue un Religioso muy ejemplar,
y por consiguiente muy exento de toda
sospecha de emulación, que le hiciese
faltar a la verdad. Leí algunos años ha
su vida impresa al principio de sus
Anales, y me acuerdo de haber hallado
en ella, que su Religión le encargó la
reforma de algunos Conventos, que
habían decaído algo de su antigua
observancia: comisión, que en ninguna
Orden se da, sino a sujetos de muy
distinguida virtud. Por consiguiente se le
hace muy grave injuria en atribuirle una
emulación viciosa, indigna, no sólo de
un gran Religioso, mas aun de todo
hombre honrado. ¡Pero, oh fragilidad
humana! A estas extremidades lleva el
tesón de defender una mala causa.
8. Mas ya el Cisterciense da a
conocer bastantemente lo [275] mucho
que desconfió de este motivo de
recusación, pues declinando al extremo
opuesto, procura figurar a Wadingo
favorable en parte a Lulio. Para este
efecto, después de admirar mi
inadvertencia, por no haber notado la
contradicción, que hay en Wadingo
sobre el asunto, dice, que esta
contradicción está entre las palabras que
trasladé de Wadingo, y las que omití,
contenidas dentro del mismo pasaje, en
aquella parte donde interpuse los
puntillos; esto es, entre las palabras per
tot saecula latere, y las abstinendum
itaque. Yo no sé si tácitamente pretende
acusar esta omisión mía de falta de
buena fe, o que el Lector, aunque él no
lo expresa, lo entienda así. En todo
caso, por si fuese menester
indemnizarme sobre este artículo, digo,
que yo en esto no hice más, que lo que
ordinariamente ejecutan los que citan
pasajes largos de otros Autores; que
cuando alguna porción, envuelta en las
demás de su contenido, no les hace al
caso, por evitar la prolijidad omiten esa
porción, substituyendo por ella los
puntillos, para que el Lector entienda,
que allí se omite algo del pasaje.
9. Cuanto a la contradicción, que el
Cisterciense pretende hay en el pasaje
de Wadingo, digo, que no hallo tal
contradicción. Las palabras omitidas
adonde puse los puntillos (que tampoco
el Cisterciense las propone
íntegramente; antes bien no sólo en una,
mas aun en dos partes las trunca), son
como se siguen.
10. Revelationes certe Scientiarum
a Deo fiunt ad Fidei incrementum, vel
Ecclesiae fulcimentum, quae ab hac
non vidimus hucusque prodiise.
Dixerim itaque, nec totam, nec
praecipuam aliquam doctrinae partem
a Deo inmediate infusam; sed
mirabiliter & coelitus fortasse,
illuminatum intellectum hominis rudis,
& literarum expertis, ut tot & tanta,
quae eius superabant captum, ampliori
& singulari ultra alios capacitate
comprehenderit. Mirum etenim, &
supra naturam videtur hominem
Idiotam tot & tan varia argumenta
tractasse, ac quali quali methodo
confinxisse. Certe nec ipse (ut aliqui ei
imponunt) aliquando dixit universam
suam Scientiam infusam esse; sed
Artem dumtaxat generalem [276] sibi
Dominum in monte ostendisse, & hanc
dono spirituali a Deo datam, non quod
ipsam Artem immediate Deus
dictaverit, sed quod dono quodam
spirituali intelectum illuminaverit &
excitaverit ad eandem
compaginandam: in qua etiam errores
irrepere potuisse agnoscit eosdemque
humiliter, ut infra dicemus, exponit
corrigendos Sacrosanctae Matris
Ecclesiae censurae, sed, & ipse eandem
haud semel correxit & immutavit.
Abstinendum igitur, &c.
11. Para ver si hay contradicción en
este pasaje de Wadingo se ha de
distinguir lo primero lo que afirma de lo
que duda. Lo que afirma es, que Dios no
infundió a Lulio inmediatamente, ni toda
su doctrina, ni lo principal de ella. Lo
que duda es, si tuvo ilustración mediata;
esto es, si Dios con una luz como
genérica le ilustró el entendimiento, de
modo, que le hizo capaz de tratar con tal
cual método tantos asuntos diferentes, lo
que no pudiera hacer sin esa luz un
hombre Idiota, cual era Lulio. Digo, que
esto lo duda, porque cuanto dice sobre
este punto, todo va debajo de aquel
quizá (fortase). Pero añado, que aunque
afirmase lo que duda, ninguna
contradicción habría entre esto, y la
desestimación que antes, y después de
esto muestra hacer de la doctrina de
Lulio. La razón es clara, porque esa
iluminación no se extendió a más, que a
darle a Lulio más capacidad para tratar
aquellas materias, que la que el mismo
Lulio sin ella, y sin estudio alguno
tuviera. ¿Pero ese exceso de capacidad,
sobre la de un mero Idiota, basta por
ventura para hacer recomendable su
doctrina? Es claro que no; porque pudo
saber lo que no sabe un mero Idiota,
siendo muy poco lo que supo.
12. Lo segundo se ha de distinguir lo
que Wadingo dice del Arte de Lulio, de
lo que refiere que dijo de ella el mismo
Lulio. Lo que él sintió del Arte está
explicado en otros pasajes, que yo cité.
Pero en aquella parte que omití, y a
quien substituí los puntillos, sólo dice lo
que de ella refiere el mismo Lulio, como
se ve claro desde aquellas palabras
certe nec ipse; y aquí es donde echo
menos la buena fe del Cisterciense, que
truncando el pasaje de [277] Wadingo,
dejó fuera aquellas líneas donde se
expresa, que lo que en él se dice del
Arte de Lulio, que Dios con algún don
especial le iluminó para formarla, es
afirmado por el mismo Lulio, y no por
Wadingo. Todo lo contrario quiere dar a
entender el Cisterciense para salvar la
contradicción en que pretende cayó
Wadingo, y desautorizar con esto su
Crítica.
13. Es cierto, que Lulio dijo, que
Dios le iluminó para formar su Arte.
¿Pero estamos obligados ni Wadingo, ni
yo a creerlo? No por cierto: así como no
se consideraron obligados a ello muchos
hombres sabios, que hablaron con
soberano desprecio de dicho Arte. Ni de
esto se sigue, que Lulio mintiese, sino
que se equivocó creyendo ser luz divina
lo que era producción de su proprio
entendimiento; lo que sucedió varias
veces a otros siervos de Dios. Ni aun
parece que el mismo Lulio estaba muy
satisfecho de esa iluminación, si es
verdad lo que afirma Wadingo, de que
corrigió, e inmutó su Arte no una vez
sola.
14. Finalmente, todos los que tienen
el Arte de Lulio por inútil, es preciso
nieguen, que para su formación intervino
iluminación alguna, ni perfecta, ni
imperfecta, ni mediata, ni inmediata. Y
lo primero digo de los que,
concediéndole alguna utilidad, la juzgan
menos conducente para las Ciencias, que
la Lógica de Aristóteles. Ad quid
perditio haec? ¿Para qué una
iluminación, que nada nos mejoró? Y
aun extendiendo esta reflexión a toda la
doctrina de Lulio, ¿para qué una
iluminación, que nada sirvió hasta ahora
a la Iglesia de Dios? Cuatro Concilios
Generales, y creo que cerca de ciento
Provinciales, se celebraron después de
la muerte de Lulio, sin que en ninguno de
ellos se hiciese memoria alguna de
Lulio, ni de su doctrina.
15. Igualmente echo menos la buena
crítica, y la buena fe en otro cargo, que
como muy substancial me hace el docto
Cisterciense; y es no haber leído, y
examinado por mí mismo los Autores,
que, como Lulistas, o Panegiristas de
Lulio, citaron los dos Apologistas
Capuchinos, a quienes yo respondí en la
citada Carta. ¿Pero es posible, [278]
que me haya hecho cargo de veras?
Apenas puedo creerlo. Porque lo
primero sabe muy bien, que esos
Autores, sujetos por la mayor parte
obscuros, y de ningún nombre, apenas se
hallarán juntos en Biblioteca alguna del
mundo, sino, cuando más, uno aquí, y
otro acullá. En mi Biblioteca, y en la de
este Colegio, protesto que ni uno hay de
todos ellos. Puede ser que en Mallorca
haya esa gran provisión, que yo en
ninguna manera envidio, o envidiaré a
los Mallorquines, hasta tanto que vea,
que ellos sacan del estudio de Lulio los
grandes provechos, que prometen a todo
el mundo.
16. Lo segundo: si los dos
Capuchinos Apologistas de Lulio no
leyeron esos libros, pues ellos mismos
confiesan, que no hicieron más que
trasladar el catálogo de ellos, que
hallaron en Ibo Zalzinger; ¿cómo se me
puede imponer a mí sino por modo de
chanza esa obligación? Si ellos, sin leer
esos libros, en fe del testimonio de sus
Autores se metieron a Apologistas de
Lulio; ¿por qué yo sin leerlos no podré
declamarme contra Lulio? Cuando,
digan ellos lo que quisieren, me sobran
fundamentos para combatir a todo
Lulista, los que se pueden ver en mi
citada Carta, y a los cuales, ni han
respondido los dos Capuchinos, ni ahora
responde el Padre Cisterciense, ni podrá
responder algún otro, porque son
ineluctables.
17. Vuelvo a decir, que no es
posible, que de veras me haya hecho
este cargo el Padre Cisterciense. No
ignora él la general desestimación, que
padecen los Autores Lulistas en todas
partes, a excepción de Mallorca; y esto
es lo que mata a los Mallorquines.
Siendo así, ¿cómo pudo pensar él, ni
nadie, que hay toda la máquina de
Autores Lulistas, que componen el largo
catálogo de Zalzinger, ni el diezmo de
ellos en Oviedo, ni en Ciudad alguna de
España? ¿Y qué? No teniéndolos a mano
los buscaría yo por las Naciones, los
compraría, y me quebraría la cabeza en
leer tanto legajo? Mucho menos bastaba
para que me tuviesen por el hombre más
extravagante del mundo, y especialmente
no necesitado para cosa alguna ese
gasto, ni esa fatiga, pues [279] para
rebatir a los Lulistas, no es menester, ni
uno, ni otro.
18. Toda esa colección de Autores,
en la forma misma que la proponen los
dos Padre Capuchinos, está tan llena de
nulidades, que bien lejos de persuadir lo
que ellos intentan, conduce a creer lo
contrario; o por lo menos no resulta de
tanto Autor media dragma de peso de
autoridad a favor de Lulio. Muchas de
esas nulidades propuse en la citada
Carta, desde el número 38, hasta el 64, y
sólo de dos se hace cargo el docto
Cisterciense para responder, aunque
efectivamente no responde; en las demás
no toca: recopilarelas aquí, añadiendo
algun más a las que allí expuse.
19. Lo primero los Padres
Capuchinos no vieron esos Autores, sino
con los ojos de Ibo Zalzinger, que
verisímilmente no estarían muy limpios
de toda niebla, siendo Lulista
apasionadísimo. Esto lo confiesan ellos
mismos a la página 31, donde dicen, que
el catálogo, que acaban de hacer, es
extracto del Docto Ibo Zalzinger: Con
que se puede decir, que todos esos
testigos en alguna manera se reducen a
uno.
20. Lo segundo, la cualidad de
extracto es nuevo capítulo de nulidad,
cuando el extracto se hace por la parte
interesada. Muy raro pleito dejaría de
ganar el litigante, si la sentencia se diese
por el extracto que él mismo hiciese de
los Autos.
21. Lo tercero, de los mismos
Autores citados, muchos, o los más son
declarados Lulistas. De lo que alega
contra esta nulidad el Padre Cisterciense
hablaremos más abajo.
22. Lo cuarto, muchos de los citados
son Mallorquines. Otro capítulo de
recusación por la bien fundada sospecha
de pasión por su Compatriota Lulio.
23. Lo quinto, las alabanzas
excesivas, y verdaderamente
intolerables, que algunos de los Autores
alegados dan a Lulio, muestran
claramente, que escribieron inducidos
de una pasión ciega. ¿Quién podrá sufrir
a Adrián Turnebo haber dicho, que el
Libro de la Teología Natural de
Raimundo Sabunde, que contiene la
práctica del Arte [280] magna de
Raimundo Lulio, es la quinta esencia de
Santo Tomás: mucho menos sabiendo,
que Turnebo, aunque doctísimo
Humanista, ni una pizca tuvo de
Teólogo? El Médico Aubri llama a Lulio
Maestro de la Sabiduría, Príncipe de la
Inteligencia. En una declaración de
ciertos Doctores, que dicen tienen los
Mallorquines, se pronuncia, que el Arte
de Lulio, no sólo es buena, y útil, mas
necesaria para mantener la Fe
Católica. La voz necesaria, cuando no
se restringe, se entiende de necesidad
proprie & simpliciter, tal como saben
Gramáticos, y Lógicos. ¡Santo Dios!
¿Que la Fe Católica dará consigo en el
suelo, si no la sostiene el Arte de Lulio?
El Señor Jacobo dice, que quien está en
el centro del Arte de Lulio ve todas las
cosas con perfección, y que muy
fácilmente puede estudiar todas las
Ciencias. Cristóbal Suárez de Figueroa
atribuye al Maestro Fr. Luis de León el
dicho, tres Sabios hubo en el mundo,
Adán, Salomón, y Raimundo, que es lo
mismo que decir, que estos tres fueron
Sabios con eminencia sobre todos los
demás.
24. Pretende satisfacer a este cargo
el docto Cisterciense, diciendo que esos
elogios no se han de entender con el
rigor que yo quiero, sino con las
explicaciones que él les da. Pero yo no
quiero que se entiendan sino según el
sentido obvio, y natural, que presenta la
letra; y por el cual se califica la verdad,
o falsedad de las sentencias; pues con
explicaciones voluntarias no hay
desatino que no se pueda trasmutar en
verdad; ni verdad, que no se pueda
trasmutar en desatino.
25. Lo sexto, de una gran parte de
los Aprobantes de Lulio, que se alegan,
no se especifica la cita. Setenta y seis he
contado de éstos, entre quienes de
cuarenta y nueve, o cincuenta, ni aun se
nombra el Libro, u Obra en que
manifestaron su dictamen. Del resto se
nombra el Libro, pero sin expresar el
capítulo, disertación, sección, artículo,
página, &c.
26. Lo séptimo, de los que tienen
especificada la cita muy raro habla
sobre el punto cuestionado; esto es, la
[281] importancia, o inutilidad del Arte
de Lulio. Unos le califican de Santo, y
Mártir, sin meterse en la doctrina. Otros
meramente le defienden de errores
contra la Fe. Otros en general le
califican de ingenioso, y sabio. Otros,
aun sobre estos capítulos: suspenden el
dictamen. Nada de eso se disputa, sí
sólo de si el Arte de Lulio es útil, o
inútil.
27. Lo octavo, algunos de los
Autores, que se alegan a favor de Lulio,
son testigos contra producentem. Tales
son Wadingo, Don Nicolás Antonio, y
los Jesuitas de Amberes.
28. Lo nono, hay en el catálogo
muchos Autores obscuros, y de ningún
nombre, aunque los Apologistas tal vez
suplen esta falta con sus gratuitos
elogios. Y adonde no lo hicieron los dos
Capuchinos, v.gr. con el Médico Aubri,
suple el Maestro Cisterciense. ¿Y qué
nos dice el Médico Aubri? Lo que basta
para que el Médico Aubri no creamos
cosa alguna. Dice en la Disertación 3,
num. 22. que este Médico se gloriaba de
saber el secreto de la Medicina
universal, y verdadera para toda suerte
de enfermedades las más desesperadas.
Y en el num. 81, que él mismo
publicaba, que sabía la Crisopeya, o
Arte de convertir los demás metales en
oro. Apenas hay hombre cuerdo, que
ignore, qué juicio se debe hacer de
Autor, que se atribuye estos grandes
secretos. Lo mejor es, que habiendo
dicho esto en el número 81, en el 82
dice: Los verdaderos Filósofos
prácticos guardan para sí estos
secretos; y para mí es prueba
constante, que mienten los que
fanfarrones se jactan de ellos. Raro
olvido, y rara contradicción de un
número a otro inmediato; sino es que un
Lulista, respecto de otro Lulista, tenga
privilegio para ser creído, aun cuando
para no creerle haya el motivo que basta
para no creer a todos los demás. Lo que
alega a favor del Médico Aubri, que cita
las personas que curaba, sus nombres, y
lugares de su habitación, exhibiendo las
cartas de gratulación por las curas de
los que le habían consultado, nada
prueba. Podría hacer muy bien todo esto,
aunque de ciento que le consultasen
matase los ochenta, pues éstos no habían
de [282] resucitar a acusarle de los
homicidios; y los que sanaban, creían
que le debían la salud, aunque ésta fuese
mera obra de la naturaleza, como sucede
ordinarísimamente respecto de otros
Médicos.
29. Lo décimo, sin razón se cuentan,
como Autores aprobantes de la doctrina
de Lulio (para completar el número
designado), once Reyes, que dieron
Privilegios a la Universidad de
Mallorca. ¿Quién hasta ahora ha
pensado, que dar Privilegios a una
Universidad sea aprobar todas las
doctrinas, que en ella se enseñan? De
ese modo se aprobarían simul & semel
doctrinas opuestas, y encontradas;
siendo cierto, que es comunísimo
enseñar en la misma Universidad
doctrinas que pugnen inveritate &
falsitate, v.gr. Hay in Divinis distinción
formal ex natura rei. No hay in Divinis
distinción formal ex natura rei. Aun si
en la Universidad de Mallorca no se
enseñase otra doctrina, que la de Lulio,
vaya que los Privilegios de los Reyes se
pudiesen interpretar tácita aprobación
de esa doctrina; pero ésta, a lo que
entiendo, sólo tiene una Cátedra
destinada a su enseñanza, y hay otras
muchas, en las cuales para nada se
acuerdan de Lulio.
30. Finalmente, ¿por qué se han de
contar como aprobantes del Arte de
Lulio los nueve Religiosos, cuatro
Dominicanos, y cinco Franciscanos, que
habiendo de orden del Cardenal
Alamano examinado la doctrina de
Lulio, la dieron por Católica? ¿Es por
ventura ésa la cuestión? Nada menos. Lo
que se disputa sólo es, si el Arte de
Lulio es útil, o inútil. Añado, que la
declaración del Catolicismo de Lulio,
que tanto se ostenta, hecha por aquellos
nueve Religiosos, sólo cayó sobre tres
proposiciones suyas, que se examinaron
a ruego de algunos amigos, y parientes
del mismo Lulio.
31. Expurgado de este modo aquel
gran catálogo, que produjo Ibo
Zalzinger, no se hallan en él sino siete
pasajes copiados, que favorezcan a
Lulio en el punto cuestionado. De éstos
los tres sólo se pueden verificar en
Mallorca: ¿y qué sé yo si allí se pueden
verificar? Otro es de [283] Euvaldo
Vogelio, a quien nunca oí nombrar.
Cítase éste en un libro, intitulado de
Lapidis Physici conditionibus. Si es,
como suena, a favor de la Piedra
Filosofal, ¿qué aprecio merece su
testimonio? Añado, que no se
especifica, ni capítulo, ni página, &c.
Otro es el que sólo se nombra Señor
Jacobo, a quien tampoco conozco. Este
es el que dijo el insigne desatino de que
quien está en el centro del Arte de
Lulio ve todas las cosas con
perfección.
32. Los dos restantes son el Padre
Atanasio Kircher, y el Padre Sebastián
Izquierdo, Autores conocidos, y el uno
muy famoso. Pero la aprobación que
éstos dan al Arte de Lulio, es tan
limitada, tan diminuta, que bien lejos de
probar, que su Autor fue ilustrado para
formarla, prueba lo contrario; pues el
primero sólo califica, la idea en general.
Y el segundo tacha la Arte defectuosa
por cinco capítulos substanciales, como
se puede ver en su Pharus Scientiarum,
disput. 23, quaest. 4, número 43. Con
que bien echada la cuenta, lo que resulta
es, que los Apologistas de Lulio no
presentan sino dos Autores conocidos, y
no recusables, que aprueban su Arte muy
diminutamente (y aun el Padre Izquierdo
se puede decir que la reprueba),
habiendo yo presentado diez, todos
conocidos, y famosos, que
absolutamente la condena como inútil.
33. Vuelvo ahora al artículo que
quedó suspenso arriba, de lo que alega
el docto Cisterciense contra la
recusación, que hice del testimonio de
los Autores Lulistas, a favor de Lulio.
«Alega lo primero, que los Lulistas,
aunque es notoria la inclinación a su
Maestro, son hombres como los demás,
y no son de otra casta sus
entendimientos; y no parece verisímil,
que sujetos de tan diferentes Naciones, y
estados, que ya desde la muerte del B.
Raimundo han seguido, y abrazado su
doctrina, hubiesen procedido tan
engañados, que ninguno hubiese
reparado la futilidad, y trampantojo de
su Arte; y esto mucho más, cuando por
su estado, profesión, empleos, y
circunstancias deben reputarse por
hombres de razón, e ingenuidad, no
concurriendo en ellos algún vínculo, o
[284] motivo, como sucede en los que
frecuentan la Escuela común, en orden a
los Maestros de ella, para abrazar la
doctrina de Lulio.»
34. Todo esto no es más que una
neblina, que a dos soplos se desvanece.
Un ejemplito lo hará todo. Demos que a
una Comunidad Religiosa, o a una
Religión entera (como ha sucedido
muchas veces) le dispute un Prelado
Eclesiástico algún Privilegio, o
prerrogativa, cuyo derecho aseguran
todos los individuos de aquella
Religión. Para que el Prelado no pueda
legalmente recusar su testimonio,
¿valdrá alegar, que son hombres como
los demás, y que por su estado,
profesión, empleos, y circunstancias
deben reputarse por hombres de razón, e
ingenuidad? ¿Quién lo dirá? Ni vale la
excepción, que aquí son todos de un
estado, y los Lulistas de diferentes;
porque la comunidad de estado, por
tanto induce el motivo de recusación, en
cuanto induce la comunidad de interés:
con que siempre que haya comunidad de
interés, entra el motivo de recusación.
Esta comunidad de interés la hay en
todos los Lulistas, porque todos son
interesados en que el mundo no tenga la
doctrina que siguen por errada, o por
inútil. Así no hace al caso el que no los
ligue aquel vínculo, o motivo de respeto,
que interviene en los que frecuentan la
escuela común en orden a los Maestros
de ella. ¿Qué importa eso, si los liga
otro vínculo más fuerte, que es el del
interés, o amor proprio?
35. Lo de que ninguno de los que han
seguido, y abrazado la doctrina de Lulio
reparó la futilidad de su Arte, se dice
muy voluntariamente. Consta de muchos,
que en la Religión de San Francisco se
dieron con gran tesón al estudio del Arte
de Lulio; y aunque encaprichados por
algún tiempo de ella, conociendo
después su inutilidad, la abandonaron. Y
el que hayan sido muchos, y muchísimos
los que en la Religión Seráfica se dieron
con ardor a ese estudio, se lo persuadirá
cualquiera que sepa, que en dicha
Religión fue la opinión reinante, que
Lulio escribió su Arte ilustrado
superiormente para este fin. Supongo,
que [285] algunos pocos llevaron
adelante su capricho. Bien puede
conjeturarse, que parte de éstos lo
harían por evitar el rubor de confesar,
que hasta entonces habían procedido
engañados, pasión harto común en
nuestra fragilidad. Otros persistirían por
error. Pero ni la persuasión de éstos, ni
unidas con ella, ya la confraternidad
considerada en Raimundo Lulio, ya su
predicada iluminación, fueron capaces
de hacer doblar la Religión Seráfica
hacia el estudio de este Tercero de su
Orden. Lo cual sin duda pendió de haber
advertido, que los más adictos al Arte
de Lulio no adelantaban más en alguna
Ciencia (creo, que ni tanto), que los que
seguían el camino trillado de la Lógica
de Aristóteles.
36. Pero avancemos más para ver
cuán apartado de la verdad va el docto
Cisterciense en decir, que ninguno de los
que siguieron la doctrina de Lulio
reparó en la inutilidad de su Arte. No
sólo hicieron esto varios particulares,
mas aun Universidades enteras. Los dos
Capuchinos, Apologistas de Lulio, nos
testifican en su Apología, que hubo un
tiempo Escuela pública de la doctrina
de Lulio en las tres Universidades de
París, Barcelona, y Valencia. ¿Hayla el
día de hoy en alguna de ellas? No por
cierto. Luego tres Universidades enteras,
después de oída, y entendida la doctrina
de Lulio, la abandonaron. ¿Y ésta es la
pretendida constancia de los instruidos
en esa doctrina?
37. El símil con que el docto
Cisterciense pretende confirmar, que no
es recusable el testimonio de los
Sectarios de Lulio a favor de su
doctrina, es enteramente fútil. Si valiera,
dice, contra los Lulistas este reparo, no
valiera a favor de Santo Tomás de
Aquino el testimonio de ningún
Tomista, &c. En honor de Santo Tomás
hay elogios indisputables, como que fue
un gran Santo, y que fue un Santo
Doctísimo. En elogios, que nadie le
disputa, cesa todo motivo de recusar el
testimonio. En orden a su doctrina hay
cosas que se disputan, y pueden
disputarse; v.g. si tal sentencia, u
opinión suya es verdadera, o falsa. Y en
orden a esto es recusable el testimonio
de los Tomistas por [286] los que siguen
Escuela, u opinión contraria. Y éste es el
caso en que estamos respecto de Lulio.
Lo que se añade del testimonio de los
Apóstoles, y de los Cristianos a favor de
la doctrina de Cristo es muy fuera del
caso; pues este testimonio es
irrecusable, no por la razón única de ser
los que le dan Discípulos de tal Escuela
(aunque de parte de los Apóstoles,
podría serlo, no por la generalidad de
Discípulos, sí por las especiales
circunstancias de tales Discípulos) sino
por las razones invencibles con que
apoyan la verdad de su doctrina.
38. Tampoco vale cosa la reflexión
de que sólo los Lulistas pueden dar
testimonio seguro del valor de la
doctrina de Lulio, por ser los únicos,
que con una singular aplicación la han
examinado. Lo uno, porque también los
Tomistas, con mucho mayor aplicación
(por lo común) que los de otras
Escuelas, procuraron profundizar la
doctrina de su Jefe, sin que por eso se
creyese Escoto obligado a ceder a su
testimonio, en orden a varias sentencias
de Santo Tomás. Lo segundo, porque es
increíble, que habiendo habido Escuela
pública de la doctrina Luliana en las tres
Universidades de París, Valencia, y
Barcelona, no floreciesen en ellas
algunos sujetos, que penetrasen bien la
doctrina de Lulio. Luego habiéndola
abandonado aquellas tres
Universidades, hubo en ellas sujetos,
que, habiéndola examinado bien, dieron
de ella un mal informe. De otro modo
sería una inconstancia muy torpe la de
aquellas Universidades.
39. Y antes de pasar adelante, no
puedo menos de decir algo de una
exclamación muy intempestiva, que hace
el Docto Cisterciense, sobre que yo dije,
que citar los Lulistas a favor de Lulio,
es lo mismo que si a favor de la
Astrología Judiciaria se alegasen los
que la profesan: a favor de la Cábala
los Cabalistas; y a favor de la Piedra
Filosofal los que están infatuados de
esta simpleza. Dice, que esta cláusula
mía escandaliza. ¿A quién? Será a los
Lulistas, porque el cotejo les duele. Y ni
el cotejo debiera dolerles, si le
entendiesen. Un símil no debe tomarse,
sino por aquella [287] parte en que se
hace la comparación. En el que yo he
propuesto no comparo las Artes de la
Judiciaria, Cábala, y Crisopeya con la
Arte Luliana; sí sólo la fuerza, o valor
que tiene el testimonio de los profesores
de aquéllas, con el valor del testimonio
de los profesores de ésta a favor de ella.
Tomado de este modo (que es como se
debe tomar, y como manifiesta la misma
letra), el símil es exactísimo; y lo sería
aun cuando la Arte Luliana fuese
excelentísima, y disparatadas las otras
tres; porque su verdad se reduce a la
regla general de que nadie es testigo
legítimo en causa propria. Supongamos
que ocurren dos litigantes a un Tribunal:
uno, cuya pretensión es justa; otro
desnudo de todo derecho. Cada uno dice
que tiene justicia. A la verdad la tiene
Pedro, y no Pablo. Pero en cuanto al
testimonio, que cada uno da de ella, van
iguales. Esto es, no debe hacer más
fuerza el de Pedro a favor suyo, que el
de Pablo a su favor; porque la regla
general de no deber ser nadie admitido
como testigo en causa propria,
igualmente comprehende a los dos.
Verdaderamente es cosa admirable, que
un Padre Maestro Lulista, que está con
su Arte de Lulio continuamente
manejando combinaciones, no haya
entendido, la que yo digo en aquella
cláusula, estando tan clara; esto es, que
en ella no se combina Arte con Arte,
sino testimonio con testimonio.
40. Así, perdóneme el Padre
Maestro si le digo, que aquella
melindrosa exclamación, que después de
decir, que se juzga tan honrado por
Lulista, como yo por lo que soy, hace
por estas palabras: Y ahora (ay
miserable de mí) me veo contado en la
clase de los Astrólogos Judiciarios,
cuya profesión en gran parte está
condenada: de los Cabalistas, que no
son de mejor talento; y de los
Alquimistas, &c. digo, que esa
melindrosa exclamación es muy
intempestiva. Aliéntese el Padre
Maestro: Quiescat vox tua, a ploratu, &
oculi tui a lacrimis; que no le ponen
ahora en esa clase, por lo que llevo
dicho.
41. Pero doy que le pusieran. ¿Pues
qué? ¿Esa es una cosa nunca vista, ni
oída? Pensaba yo que los Lulistas ya
[288] tenían hechos callos, o por lo
menos los tenía el Padre Maestro para
semejantes invectivas. No leyó en mi
Carta lo del Padre Mariana, que dice,
que las doctrinas de Lulio más parecen
deslumbramientos, y trampantojos con
que la vista se engaña, y deslumbra,
burla, y escarnio de las Ciencias, que
verdaderas Artes, y Ciencias. ¿No leyó
asimismo lo que dice el Marqués de San
Aubin, que la Lógica de Raimundo no
es más que una jerigonza, una
colocación de voces en un orden
arbitrario, que nada tiene de real? ¿No
leyó lo del Sabio Modenés Ludovico
Antonio Muratori, que en el Arte de
Lulio reconoce no sé qué espíritu de
fanatismo, y que no hay en ella cosa
que exceda a cualquier vulgar ingenio?
¿No leyó lo de nuestro sapientísimo
crítico Don Juan de Mabillon, que en
orden a la inutilidad hace el paralelo,
que ahora tanto le escandaliza, del Arte
de Lulio con la Astrología Judiciaria, y
la Piedra Filosofal? Me parece que esto
se ve claro en aquellas palabras suyas:
Con más fuerte razón se debe
exceptuar (de los estudios de los
Monjes) la Arte Química, la Piedra
Filosofal, la Arte de Raimundo Lulio,
que de nada sirve, la Astrología
Judiciaria, la Quiromancia, &c. Pues
habiendo leído todo esto, y mucho más,
que al propósito hay en la citada Carta;
¿para qué son ahora esos melindres, y
aspavientos?
42. De todo lo que he escrito en
aquella Carta, y en parte de lo que
apunto en ésta, consta sobradamente, que
en el argumento ab auctoritate estoy
muy superior a los Lulistas. ¿Y no me
basta esto para fijar mi dictamen, sin ser
necesario examinar el Arte de Lulio?
Sin duda. Por ventura, para hacer juicio
prudente de que son Artes vanas la
Judiciaria, la Quiromancia, la
Crisopeya es necesario revolver los
libros, que tratan de esas Artes? No
basta para esto saber, que ése es el
concepto, que de ellas hacen muchos
hombres sabios, y que rarísimos sujetos
de sobresaliente fama, y sabiduría las
apadrinan? Pues ése es el caso en que
estamos respecto de Lulio. Yo produzco
contra ella diez sabios muy conocidos
en el Orbe Literario. Produzco el
testimonio de tres Universidades, que
después de oída, [289] y examinada la
doctrina de Lulio, la desterraron.
Produzco el común, y general concepto,
que de ella se hace en la Religión de
San Francisco; la cual, sin embargo de
mirar a Lulio como hijo suyo, no la
admitió en sus Escuelas, lo que viene a
ser una tácita, o virtual reprobación de
ella. Por lo menos se sigue, que no
miran esa doctrina como derivada de
especial iluminación; pues en ese caso
deberían preferirla a la del Sutil Escoto;
y cuando no eso, darle siquiera parte en
sus Escuelas, teniendo en cada Colegio
un Lector, que la enseñase. ¿Qué hay de
parte de Lulio contra el grave peso de
tanta autoridad? Lo que se dijo arriba,
que todo casi es nada.
43. A tanta autoridad he agregado
también una fuertísima razón, tomada de
lo poco que han adelantado los Lulistas
en las Ciencias con toda su decantada
Arte, y doctrina de Lulio. Dice el Docto
Cisterciense (Disertac. 3 número 7.) que
por medio del Arte (de Lulio) sabido,
puede cualquiera con mayor brevedad,
y facilidad, de la acostumbrada
perfeccionarse en cada Ciencia. Si esto
fuese verdad, nos mostrarían los Lulistas
dentro de su gremio algunos gigantes de
enormísima estatura en todas, o en
muchas ciencias, de modo, que
podríamos decir de ellos todos los de
las demás Escuelas lo que dijeron los
Exploradores Israelitas de los
habitadores de la Tierra de Promisión:
Ibi vidimus monstra quaedam filiorum
Enac de genere giganteo, quibus
comparati quasi locustae videbamur.
(Num. 13) Pero bien lejos de eso, es tan
claro como la luz del mediodía, que no
hay dentro de la clase de los Lulistas
hombre alguno tan grande en ninguna
Ciencia, que en la misma no podamos
señalar muchos, sin comparación,
mayores de los que siguen otras
Escuelas.
44. Este es un argumento terrible
contra los Lulistas, y contra su
decantada facilidad, y brevedad, que la
doctrina de Lulio presta para
adelantarse en las Ciencias. De modo,
que miradas las cosas a esta luz (y es
como deben mirarse) lo que
naturalmente se sigue es, que la doctrina
Luliana, en vez de facilitar, estorba, o
dificulta la perfección [290] de las
Ciencias. Digo, que éste es un argumento
a que no responderán jamás los Lulistas.
Yo le propuse en la citada Carta. Allí le
leyó el Docto Cisterciense; y habiendo
tenido bastante tiempo para buscar la
solución, no pudiendo dar con ella,
aunque lo intentó; porque lo que dice al
asunto en la Disertación 3, desde el
número 11 al 17, sólo descubre la
inutilidad de sus conatos para responder.
En los números 12, y 13 se divierte en
unas generalidades, que ni dicen cosa, ni
son del caso, y en los 14, y 15, donde se
esfuerza a dar alguna satisfacción,
clarísimamente muestra, que ninguna
tiene que dar.
45. Todo lo que dice en el número
14 es lo que se sigue: Esto supuesto (lo
que supone son las generalidades
expresadas) digo, que hacerse un
hombre grande en estas facultades
(Teología, y Jurisprudencia, &c.)
depende de la aplicación a ellas; y
como puedan haber dejado los Lulistas
de aplicarse a algunas, bien pueden
dejar de ser grandes en éstas, sin que
por eso deje de ser muy conducente el
Arte para todas. Yo confieso, que de los
que he visto, los más se han aplicado
determinadamente más a una facultad
que a las otras, y los que a muchas, o
todas se han extendido, lo han hecho
con gran brevedad; pero me duelo, que
de muchos no se encuentra algunas de
sus Obras para hacer ver su
adelantamiento. ¿Decirnos esto es más
que decir nada?
46. Por una parte quiere dar a
entender, que si los Lulistas no han
hecho progresos considerables en las
Ciencias pendió de la falta de
aplicación a ellas. Esto es totalmente
increíble, si ellos están persuadidos a lo
que nos quieren persuadir, de que su
Arte facilita mucho el adelantamiento, y
aun la perfección de las Ciencias. Se
aplican a ellas infinitos, que con gran
dificultad, y trabajo pueden ascender a
alguna altura; y sólo los Lulistas, que
con mucha facilidad pueden colocarse
en la cumbre, se están ociosos en el
llano. Por otra parte dice, que los más
que ha visto, se han aplicado más a una
facultad que a las otras; y los que a
muchas, o todas, las han logrado con
brevedad. Pues bien. O en alguna
determinada, o en muchas, o en [291]
todas, muéstrenos algún Lulista, u de su
tiempo, u de los tiempos, y siglos
anteriores, que sea comparable a los
muchos de otras Escuelas, que le
mostraremos eminentísimos en cualquier
Ciencia que se quiera designar. Y
concluye con que se duele, que de
muchos no se encuentren algunas de
sus Obras para hacer ver su
adelantamiento. Por la cuenta, no sólo
se encuentran de algunos, mas de
ninguno se encuentran; y si se encuentran
de algunos, dígannos cuáles. ¡Válgame
Dios! ¡Qué gente tan dejada son los
Lulistas! Son pocos los que se aplican a
las Ciencias; y de esos pocos dejan
sepultados los preciosos monumentos
por donde habían de dar a conocer al
Mundo lo mucho que adelantaron en
ellas.
47. El num. 15 empieza así: También
confieso ingenuamente, que los
Lulistas, en cuanto tengo noticia, no
han dejado tantos, y tan grandes
volúmenes como muchísimos Autores de
la Escuela común; pero bien sabe el
Padre Maestro, que en esto no consiste
el ser un hombre grande en la Ciencia,
sino en que lo mucho, o poco que
escribe esté fundado en sólida
doctrina, y proceda científicamente;
esto es, por demostración en lo que
trata.
48. Yo no me meto, ni hablo palabra
de si los volúmenes escritos por los
Lulistas son muchos, o pocos, grandes, o
chicos. Lo que he dicho, y digo es, que
con muchos, o pocos, grandes, o chicos,
nos señalen los Lulistas respecto de
cualquier Ciencia, escogiendo la que
quisieren, alguno de los suyos tan
famoso en el Orbe literario o como
muchos que les señalaremos de otras
Escuelas, respecto de esa misma
Ciencia. A esto se debe satisfacer. Todo
lo demás es andar arriba, y abajo
buscando mosquitos para presentarlos a
quien busca faisanes.
49. Pero vaya: quiero estrecharme a
los términos en que se pone mi
contrario, y atacarle dentro de las líneas
en que procura atrincherarse. Digo que
convengo en que un solo libro pequeño,
en que el Autor proceda por
demostraciones sobre materia en que los
demás no pasaron de probabilidades,
basta para constituirle grande, y [292]
grandísimo. ¿Pero hay algún Lulista que
llegase a esto? Si mostraren al Mundo
no más que un pequeño cuaderno
compuesto por algún Lulista en la forma
dicha, convendré en que es más sabio,
que Santo Tomás. En efecto, los
elementos de Euclides: que componen
un pequeño libro, pero todo
demostrativo, hicieron el nombre de su
Autor inmortal en el Mundo. Menos
papel ocupan los Logaritmos del
Escocés Juan Nepero, que floreció en el
siglo pasado; con todo bastaron para que
por ellos se dijese Sapientiores sumus
Antiquis. Lo dicho dicho. Parezca el
más pequeño libro de algún Lulista, que
proceda por demostraciones en materia
en que los demás no arribaron a más que
a argumentos probables, y estamos
compuestos. Pero éstas son
baladronadas, como las del Médico
Aubri, imitador en ellas de Helmoncio,
de quien fue Sectario, que ofrecía curar
a todos, y de todo por medio de su
Alkaest, o remedio universal; constando
por otra parte de su misma confesión,
que no acertó a curarse a sí mismo, ni a
su mujer, ni a una hija suya. Véase el
Tercer Tomo del Teatro Crítico,
Discurso 2. num. 34, donde de paso noto
una rara equivocación (si no fue
ignorancia) del Cisterciense, que a la
página 114 toma por lo mismo el
Archeo, que la Medicina universal.
Archeo en el Idioma Helmonciano no
significa el remedio de las
enfermedades, antes bien la causa de
ellas. No sé cómo pudo ignorar esto, si
leyó el libro del Médico Aubri.
50. En el número siguiente,
prosiguiendo en el empeño de responder
a mi argumento, me acusa de incauto en
haber improperado a los Lulistas
Españoles el ser tan desconocidos, que
no hizo memoria de ellos Don Nicolás
Antonio en su Biblioteca, y para el
desengaño me remite al Tomo segundo
de su Biblioteca antigua, lib. 9, cap. 3.
donde dice hace honorífica mención de
muchos Lulistas Españoles. Respondo,
que no dije tal generalmente, o en común
de los Lulistas Españoles, sí sólo de
dos, Lobet, y Montalvo. Véase mi citada
Carta, num. 37. De Lober ya confiesa el
Cisterciense, que no hace memoria Don
Nicolás [293] Antonio. De Montalvo
dice, que éste es nombre, no de la
persona, sino de su patria: que su
apellido era Dagui; pero yo busqué con
todo cuidado este apellido en los
índices de apellidos de los Autores, así
de la Biblioteca antigua, como de la
nueva, y protesto, que no le hallé. Con
que creo que en esto se equivocó el
Cisterciense, como en otros muchísimos
puntos.
51. Lo de que en el lugar que éste me
cita del segundo Tomo de la Biblioteca
antigua hace Don Nicolás Antonio
mención honorífica de muchos Lulistas
Españoles, es verdad en cuanto al
substantivo de mención, pero no en
orden al adjetivo de honorífica. Hace el
Bibliotecario en aquel lugar
enumeración de algunos Autores, que
escribieron sobre el Arte de Lulio; pero
es enumeración simple, sin una palabra
que suene a aprobación, o reprobación,
elogio, o vituperio de ninguno de ellos.
Y así la honorificencia la pone el
Apologista Cisterciense de su casa. Pero
una particularidad, que no es para
omitir, noto en aquel catálogo; y es, que
en él están comprehendidos como
Lulistas Juan Enrico Alstedio, Enrico
Cornelio Agripa, y Jordán Bruno. De los
cuales, el primero está condenado en el
Expurgatorio de España por Hereje
entre los de primera clase. El segundo,
puesto en la misma clase, así en el
Expurgatorio de España, como en el
Indice Romano, hecho de orden del
Concilio Tridentino. Y sobre el tercero
véase Moreri, verbo Brunus (Jordanus),
donde se hallará, que este mal hombre
atacó las verdades más constantes de
nuestra Santa Fe; y que se dice, que por
impío fue quemado en Roma el año de
1600. No hace memoria de su persona,
ni de sus Escritos nuestro Expurgatorio.
No tendrían acá noticia de ella, ni de
ellos; lo que ha sucedido respecto de
otros muchos Herejes.
52. No es esta nota imtempestiva
para la contienda en que estoy. Es el
caso, que los Lulistas pretenden, que
nadie escribió con más luz que su Jefe
para persuadir las verdades Católicas; y
parece que no fue muy eficaz en orden a
este fin la pluma de Lulio, pues a tres
amantes de [294] sus principios no pudo
con ella arrancar de sus errores. Yo no
sé si con buen derecho pretendió salvar
de igual nota a Raimundo de Sabunde,
cuya Teología Natural al contrario
pretendía yo estar condenada en nuestro
Expurgatorio; porque en su segundo
Tomo, pag. 176, col. 2, se leen estas
palabras: RAYMUNDUS DE SABUNDE,
eius Theologia Naturalis, seu liber
creaturarum de homine, & natura eius,
a Raymundo de Sabunde ante duo
saecula conscriptus, nunc autem latino
stylo oblatus a Ioanne Amos Comenio.
Amstelodami apud Petrum Vandemberg.
53. Pretende, digo, el P.
Cisterciense, que por estas palabras no
se condena absolutamente el Libro de
Raimundo de Sabunde, sí sólo la edición
que de él hizo en Amsterdam Juan Amos
Comenio; pero a mí me parece lo
contrario. Lo primero, porque la letra
expresa claramente, que se condena
aquel mismísimo libro, que dos siglos
antes había escrito Raimundo de
Sabunde, a Raymundo de Sabunde ante
duo saecula conscriptus: luego no sólo
la edición que dos siglos después se
hizo en Amsterdam. Lo segundo, porque
a Juan Amos Comenio no se le atribuye
alguna alteración de la substancia de
aquel libro, sí sólo haberle impreso
puesto en la lengua Latina. Lo tercero,
porque en la Regla 13 del Expurgatorio
se declara, que los libros prohibidos en
una impresión quedan prohibidos de
otra cualquiera, mientras no constare
de la corrección.
54. Lo que alega el Cisterciense, que
vio ese libro en tal, o cual Librería, no
hace fuerza, pues pudo introducirse en
ella con ignorancia invencible de la
prohibición; ¿porque quién hay que
aunque haya repasado todo el
Expurgatorio diez veces, retenga en la
memoria todos los libros, que en él se
prohiben? Y finalmente, aunque le
concedamos graciosamente haber
librado de la Inquisición a Sabunde, ahí
le quedan otros tres Lulistas, con
quienes no podrá ejercer la misma obra
de caridad.
55. Pero volviendo a la acusación,
que me intenta, sobre haber dicho yo,
que los Lulistas Españoles son tan
obscuros, o tan de ningún nombre, que
no hace memoria de [295] ellos Don
Nicolás Antonio, no sólo me quejo de la
injusticia que me hace en atribuirme a
que dije de los Lulistas Españoles
indefinidamente, lo que expresamente
particularicé a dos, Montalvo, y Lobet;
mas también de que esta acusación en el
lugar donde la introduce es totalmente
importuna. Lo que allí cuestionamos es,
si entre los Lulistas hubo algunos tan
eminentes en las Ciencias, como muchos
de la Escuela común, que fueron
insignes en ellas. ¿Qué hace al caso para
esto el decir, que los Lulistas Españoles
no son tan despreciables, que no haga
Don Nicolás Antonio memoria de nueve
de ellos? No hay medio, y aun
grandísima latitud entre no ser Autores
totalmente despreciables, o
arrinconados, y ser famosos en el Orbe
literario? Pero éste es un ordinarísimo
recurso del Cisterciense, cuando se ve
apretado, divertir la conversación a
alguna fruslería inconducente. A cuyo fin
nos introdujo también en su Libro tantos
elogios, que dan los Lulistas, no sólo a
Lulio, mas también unos a otros, como si
no supiésemos lo mucho que estos
Señores procuran honrarse
recíprocamente.
56. Lo mejor es, que pecando él
tanto por el lado de gastar muchísimo
papel en lo que nada hace al caso de la
cuestión, quiera imputarme a mí este
vicio. Sobre lo cual será bien ponderar
un graciosísimo pasaje suyo.
57. Había yo en el num. 44 de mi
citada Carta, notado de no merecido un
elogio, que, según refieren los dos
Apologistas Capuchinos, dieron ciertos
Doctores de París a la Arte de Lulio,
diciendo, que era, no sólo buena, y útil,
mas aun necesaria para defender la Fe
Católica. Opuse a esto, que la voz
necesario, cuando no se restringe, se
entiende del necesario proprie, &
simpliciter; y tomada en este sentido la
proposición, se siguen de ella grandes
abusos, que están muy a los ojos. Y
luego añadí: Pero aun explicada de la
necesidad impropriamente, o secundum
quid tal, no es admisible; ¿porque qué
efectos se han visto hasta ahora del
Arte Lulista en orden a la conservación
de la Fe? Y en caso que se hayan visto
algunos, no quiero, [296] ni puedo
creer, que no se lograsen más
ventajosos, substituyendo a la doctrina
de Lulio la de San Agustín, o Santo
Tomás.
58. No pudo leer esto sin
indignación el Padre Cisterciense; y la
indignación fue tal, que le hizo
prorrumpir en voces tan poco
correspondientes a su buena crianza,
modestia, hábito, y carácter, que sólo
puede creerlas el que las lee en su
proprio Escrito. Después de transcribir
las dos últimas líneas de aquel pasaje
mío inmediatamente, así a secas, y sin
llover, me dispara estas palabras en
impersonal: ¿Quién le mete en estas
comparaciones? Hable formal, y al
caso, pues esto no es sino tocar un
reclamo para conmover a todo el
Mundo, que tanto venera la doctrina de
estos Santos.
59. ¿Quién no ve en estas palabras
representar al vivo un Maestro de
Niños, que está con la férula en la mano
amenazando a un chicuelo, y
reprehendiéndole, porque dijo alguna
bachillería? Señor Maestro (iba a
decirle, disculpándome, y prometiendo
la enmienda, como haría el párvulo
corregido). Pero no. Hablemos como se
debe hablar, que nos oye todo el Mundo.
Carísimo hermano, y señor mío, ruégole
encarecidamente, que no ocupe tanto la
memoria en recordar su profesión de
Lulista, y su Discipulato de Zalzinger,
que enteramente se olvide de que es
Monje Benito, y Monje Benito de la
extremamente Venerable Congregación
Cisterciense. Digo esto, no sólo por
avisarle de la obligación a una modesta
cortesanía, que un tan santo, y tan noble
Instituto inspira; mas también para
advertirle, que de hablarme con ese
modo magistral, insultante, y soberano,
no sacará mi carísimo hermano otra
cosa, que dar que reír a los que lo lean.
Pero vamos al caso.
60. Digo, que ni haciendo aquella
comparación me metí en lo que no
debiera, ni dejé de hablar formal, y al
caso. Los que se meten en lo que no
deben, y no hablan formal, ni al caso,
sino impertinentísimamente son los
Lulistas, que a su Jefe quieren coronar
con elogios, no sólo [297] indebidos,
sino extravagantes; v.g. los que dicen,
que su doctrina es una quinta esencia
de la de Santo Tomás; los que claman,
que el que está en el centro de ella, ve
todas las cosas con perfección; y en fin
(dejadas otras cosas), los que nos
intiman, que el Arte de Lulio es, no sólo
buena, y útil, mas aun necesaria para
defender la Fe Católica. Es verdad, que
ahora el Apologista Mallorquín
contradice sobre esto último lo que
dijeron de dos Capuchinos Valencianos.
Con que yo no sé a quién crea. Lo que se
me hace más verisímil es, que los
Lulistas inconsideradamente echan estas
gloriosas de su Jefe; y después, cuando
les dan en los ojos con la extravagancia,
no hallan otro recurso, que dar pasos
hacia atrás, o negando, o interpretando
violentamente los dichos.
61. En lo que dice mi carísimo
hermano, que hacer aquella
comparación, es tocar un reclamo para
conmover a todo el Mundo, que tanto
venera la doctrina de San Agustín, y
Santo Tomás, le aseguro, que está muy
engañado. El Mundo se estará muy
quieto, y los que saben quiénes son San
Agustín, y Santo Tomás, y que la
conservación de la Fe sería la misma,
aunque no hubiese habido Lulio en el
Mundo, se reirán grandemente a cuenta
de los que me movieron a hacer aquella
comparación.
62. Lo que me dice mi carísimo
hermano, para representar algo
tolerables los monstruosos elogios de
Lulio, que éste en Bona, Ciudad de la
Africa, convirtió sesenta Filósofos a la
Fe de Cristo, en caso que lo crea, le
protestó, que no es formal, ni al caso.
Porque pregunto: ¿los convirtió con los
preceptos, y reglas del Arte sobre que
disputamos? Gran dislate, si lo dicen.
Pues lo demás no es formal, ni al caso.
Quizá responderán, que el Arte,
dirigiendo a raciocinar con acierto,
sirvió para proponer a aquellos Infieles
los argumentos, con tal eficacia, que los
convenciesen. ¿Pero si el Arte fuera
capaz de hacer esas maravillas, o fuera
creíble que las hiciese, no se
aprovecharían de ella muchos de los
innumerables Misioneros, destinados a
la conversión de los infieles? Lo que se
debe [298] creer es, que si fue
verdadera esa prodigiosa conversión,
Lulio se valdría para ella de aquellos
fuertes argumentos, que persuaden las
verdades de nuestra Santa Fe, y de que
con insignes frutos se valieron tantos
varones Apostólicos antes que hubiese
Lulio en el Mundo.
63. ¿Pero sería verdadera esa
conversión de tantos Filósofos? Sus
dificultades tiene el caso. La primera,
que se juntasen tantos Filósofos en
Bona. La segunda, que, convertidos
tantos Filósofos, que serían todos los
sabios del País, no los llevase tras sí a
la verdadera Religión.
64. Todo lo que hasta ahora he
propuesto puede convencer a mi
hermano el Cisterciense, si es algo
dócil, de que yo no necesité examinar el
Arte de Lulio para conocer su inutilidad.
Lo cual recopilado se reduce a estos
cuatro capítulos.
65. El primero, la autoridad de diez
sabios, famosos Críticos indiferentes en
la cuestión, los cuales soberanamente
desprecian el Arte de Lulio, cuando los
contrarios no pueden alegar a favor de
ella, ni aun dos de igual valor.
66. El segundo, que la Religión de
San Francisco no introdujo el Arte de
Lulio en sus Aulas, lo cual hiciera sin
duda, si la creyera tan útil como
predican los Lulistas, estimulándole a
ello la hermandad del Hábito. ¿Y quién
duda, que si la Arte de Lulio fuese, no
digo más sino tan útil, como la Lógica
de Aristóteles, por el honor de la
Religión debieran preferir el Cristiano,
y Religioso al Filósofo Gentil? Es
verdad, que la Religión Seráfica permite
a uno, u otro de sus individuos defender
en públicos Escritos a Lulio, y predicar
la excelencia de su Arte; pero si éstos
no pueden persuadirlo a los mismos
Religiosos Franciscanos, ¿cómo quieren
que los creamos los demás?
67. El tercero, haber repelido la
doctrina Luliana, después de conocida,
las tres Universidades de París,
Barcelona, y Valencia.
68. El cuarto, no haber producido
hasta ahora la doctrina Luliana algún
hombre, en ninguna de las Ciencias,
igual a muchos eminentísimos en ellas,
que se formaron en [299] otras Escuelas;
lo cual enteramente convence de falso lo
que dicen los Lulistas, de que su Arte es
el mejor instrumento, que hasta ahora se
ha hallado, para lograr con brevedad, y
perfección todas las Ciencias. Y este
argumento se pone en el supremo grado
de urgentísimo, con la advertencia de
que no nombrándose en el prolijo
Catálogo de Zalzinger más que once
Lulistas de primera clase, que
especifico en el número 73 de mi citada
Carta (aunque se admita en el número el
Padre Izquierdo, que no debiera entrar),
ninguno se halla en todos ellos, que
fuese eminente en alguna Ciencia.
Explicaráme este ejemplo. ¿Si yo viese
los individuos de una República todos
aplicados a adquirir riquezas, los más
con las industrias ordinarias; pero
algunos mediante algún artificio, de que
particularmente se hubiesen
encaprichado, teniéndole por más
conveniente que todos los comunes, y
triviales para hacerse ricos; y
examinados los caudales de unos, y
otros, hallase, aun a proporción del
número, mucha más riqueza en los
primeros, que en los segundos, y que
entre éstos ninguno había opulento, no
debería hacer juicio de que acertaban el
medio los primeros, y le erraban los
segundos? La aplicación está corriente.
69. Todo esto, por más que le
amargue a mi hermano el Cisterciense,
es formal, y al caso; pues prueba con la
mayor evidencia, que sin ver el Arte de
Lulio, puede hacer recto juicio de su
inutilidad.
70. Mas ya que mi hermano tantas
veces me ha inculcado la necesidad de
ver ese Arte, no porque lo haya creído,
ni porque la lectura de su libro me haya
movido a ello, le intimo ahora, que ya he
visto el Arte, y algo más que el Arte, y
le tengo en mi Librería, sin haber hecho
diligencia alguna para lograrle; porque
ha tres años, de su proprio motivo, me
envió de Monserrate un Monje Catalán
un libro, en que, no sólo está el Arte
parva, mas también otros Tratados de
Lulio, cuales son el Libro de los
Correlativos, el Tratado de Venatione
meddi inter subiectum, & praedicatum:
el de Conversione subiecti, & predicati
[300] per medium: el de Substantia, &
accidente; y el de Demonstratione per
aequiparantiam: todo impreso en
Palma, Capital de Mallorca, el año de
1744. ¿Y qué resultó de la inspección
que hice de dichos Escritos de Lulio?
Que peor está que estaba. Porque
dejando aparte aquellas tablas
combinatorias de algunos conceptos
generales; v.g. bondad, magnitud,
potestad, virtud, duración,
contrariedad, en las cuales el Padre
Izquierdo, como insinué arriba, halló
cinco defectos substanciales; todo el
resto es un montón confuso de
proposiciones inconexas, las más que
nada explican, muchas falsas, no pocas
absurdas, puestas en un lenguaje, que el
Padre Wadingo pronunció ser, no sólo
bajo, desigula, y feo, mas aun a cada
paso bárbaro, verum & pasim barbarus.
Esto se verá por algunos ejemplos.
71. En el primer capítulo, que
intitula de Deo, nos dice lo primero:
Deus est discurribilis per principia, &
regulas. La voz discurribilis ¿en qué
Diccionario se hallará? Lo segundo: In
Deo no est aliqua contrarietas. ¿Esto
no lo sabía todo el Mundo antes que lo
dijese Lulio? Lo tercero: In Deo
differentia correlativorum. Esto de los
correlativos es cierta greguería Luliana,
que toca a uno de los Tratados arriba
expresados, y en que hay infinito que
notar. Lo cuarto: In Deo est
concordantia. Lo quinto: In Deo non est
quantitas, nec tempus, nec ullum
accidens. Y esto es todo lo que nos dice
de Dios en una hoja de octavo. Con la
advertencia, de que las pruebas suelen
echar a perder con su ineptitud, y
confusión lo que pueden tener de verdad
las proposiciones.
72. El segundo capítulo es de
Angelo, donde después de definirle:
Angelus est espiritus corpori non
coniunctus, no nos da más nociones de
él, que las que expresan estas dos
proposiciones: In Angelo est maioritas,
la que prueba de que es más semejante a
Dios que el hombre. Y in Angelo est
differentia; y la prueba es, nam suus
intellectus, memoria, & voluntas
differentes sunt inter se.
73. El tercer capítulo es de Coelo, y
en este caso nos da la [301] venerable
noticia, de que el Cielo es dotado de
instinto, y apetito natural, in ipso sunt
instinctus & appetitus naturalis; lo que,
en cuanto a la primera parte, cada uno
entenderá como pudiere, que yo no
quiero detenerme en adivinanzas.
74. El cuarto es de Homine, donde
nos da una definición del hombre, que
debemos estimarle mucho: Homo est
animal homificans, que construida la
voz bárbara homificans, quiere decir, el
hombre es un animal, que hace, o puede
hacer hombres. Y estaba tan satisfecho
de esta definición suya; que en la parte,
o sección siguiente, que intitula de
Aplicatione Artis, cap. 3. cuyo título es
de Quaestionibus secundae figurae, la
cuestión tercera, que allí propone, es;
¿Utrum ista definiio sit magis ostentiva
dicendo sic homo, est animal
homificans vel homo est ens, cui
proprie competit homificare: quam ista,
homo est animal rationale mortale? Y
con gran serenidad responde, que
mejores son aquellas definiciones que
esta. Et dicendum quod sic. Y en la
prueba, que da para esto, muestra
claramente, que ignoraba que la
definición debe constar de género, y
diferencia.
75. Pero en esto de definiciones
tiene raras especiosidades. V.gr. define
la Potencia Imaginativa, cui proprie
competit imaginari: la Sensitiva, cui
proprie competit sentire: la Vegetativa,
cui proprie competit vegetare: la
Elementativa (que así la llama), cui
proprie competit elementare: la
Justicia, habitus, cum quo iustus agit
iuste: la Prudencia, habitus, cum quo
prudens utitur prudenter: la Caridad,
habitus, cum quo habens propria bona,
illa facit communia. ¿No es una bella
definición de la caridad aquella en que
no se hace mención alguna de su
primario objeto motivo, y terminativo,
que es Dios, o la Bondad Divina? La
Gula, habitus cum quo gulosus est
incarceratus in posterum in infirmitate,
& paupertate. ¡Que jerigonza! Como si
no hubiera hartos golosos ricos. Pero de
definiciones diremos después mucho
más. Ahora veamos cómo resuelve
algunas cuestiones.
76. En el capítulo, que intitula de
Quaestionibus novem [302]
subiectorum, a la cuestión ¿Quid est
Deus? Dice se ha de responder: Deus
est ens qui tantum agit in se ipso
quantum ipse est. A la inmediata: Quid
habet Deus in se ensentialiter?
Prescribe se responda: Habet suos
correlativos sine quibus non posset
habere immensas, & aeternas rationes.
Estas respuestas las da así secas, sin
explicación alguna, pasando
inmediatamente a otra cosa.
77. En el capítulo de Quaestionibus
Coeli, de seis cuestiones, que propone,
la primera es: ¿Utrum Coelum moveat
se ipsum? La respuesta es:
Respodendum est, quod sic; ut sua
principia habeant correlativa
substantialia, & propria per suas
constellationes. ¿No es buena prueba de
aquella respuesta disparatada esta
algarabía? Pues así lo deja, sin explicar
nada.
78. La tercera cuestión es, ¿utrum
Angelus moveat Coelum? Respuesta:
Respondendum est, quod non; quia si
moveret, iam tiva correlativorum Coeli
essent inferius & bilia superius. El tiva,
y el bilia son expresiones Lulianas, que
los Lulistas pretenden se reciban como
misteriosas, sólo porque son bárbaras, o
terminaciones de voces bárbaras; v. gr.
en el Libro de los Correlativos, pag. 26
y 27, possificativum, possificabile, a
que se sigue la hermosura de las voces
possificans, y possificabilitas. Pero aun
explicando, como ellos quieren, el tiva,
y el bilia en la prueba de aquella
respuesta, dicha prueba no deja de ser
un disparatorio de primera clase.
79. La cuarta cuestión es, ¿utrum
Coelum habeat animam motivam? La
respuesta: Dicendum est quod sic. Y la
razón: Nam aliter sensitiva, &
vegetativa non haberent animas
motivas, nec elementa haberent motum.
Esto ya se entiende, pero tal es ello.
Asiente Lulio a la absurda, y desterrada
sentencia de que los Cielos son
animados, que llevaron algunos
Antiguos, a quienes siguió el Rabino
Moisés Maimónides; y porque esto no se
pueda interpretar de las inteligencias
motivas de los Cuerpos Celestes,
acabamos de ver, cómo en la tercera
cuestión niega, que los Angeles muevan
el Cielo. La prueba parece toma del
universal [303] influjo de los Cielos,
juzgando que éstos no pueden influir en
plantas, y animales, que gozan de alma
vegetativa, y sensitiva, sin que ellos
tengan una, y otra. De que se puede
inferir, que no tiene al Cielo por causa
equívoca, sino unívoca; y siéndolo,
podrá definirse el Cielo animal
coelificans, como el hombre animal
homificans. También si el Cielo es
vegetativo, se puede esperar, que vaya
creciendo hacia nosotros, y algún día se
vean los hombres en el Cielo, sin dejar
la Tierra.
80. En el capítulo de Quaestionibus
Angeli no propone más de dos
cuestiones, que son: ¿Angelus de quo
est? Et cuius est? Da dos respuestas. La
primera: Respondendum est, quod est
de se ipso; sua enim essentia non
potest esse punctualis nec linealis.
¿Puede responder mejor, ni con más
claridad? La segunda es, que est de suis
correlativis spiritualibus, scilicet de
suis tibis vilibus, & are, ex quibus est
compositus. La inteligencia de éstas,
que parecen voces de Cábala, pertenece
al Tratado de los Correlativos, de que
diremos cosas admirables en adelante,
dándonos Dios vida, si saliere algún
nuevo defensor de Lulio, como es
posible; porque aunque los Lulistas ven,
que cuanto más lo urgan, peor lo ponen,
no tratan de escarmentar. Y para
entonces dejamos otras cuestiones tan
bellamente deducidas como las pasadas.
Y volvamos a las definiciones, que
como éstas son las basas de las
Ciencias, por las de Lulio se puede
conocer su gran sabiduría. Propondré
algunas muy curiosas, con que nos
regala en el capítulo, que intitula de
centum formis; y todo él consta de
definiciones sin explicación alguna.
81. Primera: Entitas est causa,
ratione cuius ens causat aliud ens.
Segunda: Unitas est forma, cui proprie
competit unire. Error Metafísico, que
puede inducir error Teológico. A la
unidad compete no unir, sino identificar.
En la Esencia Divina, y Atributos, y en
estos entre sí hay unidad; pero no unión,
sino entidad. Tercera: Natura est forma,
cui proprie competit naturare. ¿Qué
más dijera el mismo inventor de las
definiciones? Cuarta: Simplicitas [304]
est forma, quae magis distat a
compositione, quam aliud ens. Quinta:
Compositio est forma aggregata ex
pluribus essentis. Muy bien vendrá esta
definición a la composición de partes
integrales.
82. Sexta: Plenitudo est forma a
vacuitate remota. Esto sólo quiere
decir, que lo lleno no está vacío, lo cual
no es más que perogrullada. Séptima:
Diffusio est forma, cum qua diffundens
diffundit diffundibile. Octava: Digestio
est forma, cum qua digerens digerit
digestible. ¡Notables secretos nos
revelan estas definiciones! Nona:
Punctuitas est essentia puncti naturalis
existentis minoris partis corporis.
Décima: Corpus est substantia punctis
lineis, & angulis plena. ¿Y si el cuerpo
es esférico, tendrá ángulos? Undécima:
Umbra est habitus privationis lucis. Si
es hábito, será cosa positiva.
83. Duodécima: Proportio est forma
cui proprie competit proporcionare.
Décimatercia: Dispositio est forma, cui
proprie competit disponere.
Décimacuarta: Misericordia in
aeternitate est idea, in
praedestinatione autem creatura.
¡Embolismo! Décimaquinta: Fortuna est
accidens inhaerens subiecte: &
fortunatus est homo dispositus ad
illam. Mala Filosofía, y peor Teología.
Décimasexta: Ordinatio est forma, cui
proprium est ordinare. Décimaséptima:
Perfectio est forma cui, proprie
competit perficere in subiecto perfecto.
Décimaoctava: Alteratio est forma nata
in alterato.
84. Decimanona: Inventio est forma,
cum qua intellectus invenit inventum.
Vigésima: Similitudo est forma, cum
qua assimilans assimilat sibi suum
assimilatum. ¡Qué hermosura! Si es
posible mejorar, parece que cada vez va
mejorando. Vigésimaprimera: Musica
est ars inventa ad ordinandum multas
voces in uno cantu. ¿Pues qué? ¿No hay
también música de una voz sola, como la
del clarín? ¿No cabe, y se ejecuta la
modulación con una sola voz?
Vigésimasecunda: Logica est ars, cum
qua Logicus invenit naturalem
conjunctionem inter subiectum, &
praedicatum. ¿Y no hace más que eso la
Lógica? Es verdad, que la Lógica de
Lulio aún no llega a eso, como vemos en
muchas de las proposiciones, [305] que
hemos repasado, donde el predicado de
forma no es adaptable al sujeto.
85. Vigésimatercia: Navigatio est
ars, cum qua Nautae per mare sciunt
navigare. Otra que bien baila. ¿El
ejercicio de navegar es el arte de
navegar? ¡Qué bien viene aquí el
predicado al sujeto! Vigésimacuarta:
Conscientia est forma, cum qua
intellectus affligit animam de
commissis. Tampoco aquí es adaptable
el predicado al sujeto, porque se
confunde un efecto particular de la
conciencia con la conciencia misma, la
cual esencialmente no es otra cosa, que
aquel dictamen de la razón, el cual
intima lo que hic, & nunc se debe obrar,
u omitir.
86. ¿Para qué más? ¿No basta, y
sobra ya? Esto es el Arte de Lulio, que
tanto se matan sus Sectarios sobre que
se lea, para hacer recto juicio de ella.
¿No fuera mejor callar? Si la colección
de los Tratados de Lulio, que tengo
presente, no se hubiese impreso en la
Capital de Mallorca cinco años ha, con
aprobación, y permiso de los
Superiores, y juntamente no
correspondiese a las noticias, que
anteriormente tenía del Arte de Lulio,
creyera que esta colección se había
compuesto por algún enemigo de Lulio,
y de los Lulistas para hacerlos
irrisibles. Sin embargo, el Colector, que
por otra parte me honra con el epíteto de
Eruditísimo, en la admonición al Lector
me capitula como de inconsiderado, por
haber impuesto al Arte de Lulio la nota
de inútil, en quien insinúa tener alguna
esperanza de que en viéndola mudaré de
dictamen. Los fundamentos, que tuve
para condenarla antes de verla, quedan
expuestos arriba, y cualquiera Lector
razonable conocerá, que son gravísimos.
Ahora que ví el Arte estoy enteramente
convencido de la inutilidad de ella. Si
los Lulistas dieren en porfiar, y
quisieren presentar algún otro Campeón
en la palestra, les aseguro, que me
quedan bastantes fuerzas reservadas
para el nuevo combate, pues hasta ahora
me pareció justo no usar más que de las
precisas.
87. Advierto a Vmd. que yo podría
impugnar al Cisterciense sobre varios
puntos particulares, que toca, y en [306]
que tiene poca razón. Pero dejo de
hacerlo: lo uno, porque son
inconducentes a la substancia del asunto.
Lo otro, porque no quiero extender este
Escrito más allá de los términos de
Carta: que eso de componer un Libro
entero para impugnar otro Libro, se debe
dejar para los que no pueden darse el
baño de Autores de otro modo. Nuestro
Señor guarde a Vmd. &c.
Carta XXVII
Si es racional el afecto de
compasión, respecto de los
irracionales

1. Muy Señor mío: Lo que Vmd. llama


curiosidad agradezco yo como favor.
Dice Vmd. que entre varias
particularidades de mi genio, de que le
informaron uno, y otro sujeto de los que
me han tratado, a una sola ha dificultado
el asenso, por no hallarla
correspondiente al concepto, que tiene
hecho de mi persona; en consecuencia
de lo cual, de mí espera saber la verdad.
Digo que esta curiosidad agradezco
como favor. Lo uno, porque la
contemplo indicio seguro del buen
afecto que le debo; siendo cierto, que el
gusto de los hombres no se interesa en
noticias tan individuales, y menudas,
sino respecto de hombres de quienes
hacen alguna especial estimación
mirando con indiferencia cuanto de esta
clase pertenece a aquellos que mira con
indiferencia. Lo otro, porque el deferir a
mi informe en orden a una noticia, que
en caso de ser verdadera, no me la
considera Vmd. ventajosa, o favorable,
supone en Vmd. un concepto muy firme
de mi veracidad. Vamos al caso.
Pintaron a Vmd. mi genio tan
delicadamente compasivo, que no sólo
me conmueve a conmiseración los
males, o infortunios de los individuos de
la especie humana, mas aun los de las
bestias. Y el motivo porque [307] Vmd.
dificulta el asenso a esta noticia, es
porque ella le representa un corazón
afeminado, estando Vmd. hasta ahora en
la persuasión de que le tengo muy
valeroso, por las pruebas que he dado
de fortaleza de ánimo, en la firmeza con
que me he mantenido contra tantos
émulos como me han atacado, y aun sin
cesar me están atacando.
2. Es cierto, señor mío, que mi genio
en la propriedad de compasivo es cual a
Vmd. se le han pintado. De modo, que
no veo padecer alguna bestia de
aquellas, que en vez de incomodarnos,
nos producen varias utilidades, cuales
son casi todas las domésticas, que no me
conduela en algún modo de su dolor;
pero mucho más, cuando sin motivo
alguno justo, sólo por antojo, o capricho
las hacen padecer. Cuando advierto, que
están para torcer el pescuezo a una
gallina, o entrar el cuchillo a un carnero,
aparto los ojos por no verlo. Pero esta
compasión no llega al que acaso algunos
llamarían necio melindre, y otros grado
heroico, de conmiseración de meterme a
medianero para evitar su muerte. Veo
que ésta es conveniente, y así me
conformo a que la padezcan. Nunca en
los muchos viajes, que hice, usé de la
espuela con las caballerías que montaba,
sino lo muy preciso para una moderada
jornada, y miraba con enojo, que otros
por una levísima conveniencia no
reparasen en desangrar estos pobres
animales. Siempre que veo un muchacho
herir sin qué, ni por qué a un perro con
una piedra, quisiera estar cerca de él
para castigar con dos bofetadas su
travesura.
3. ¿Pero esto es ser de corazón
afeminado? Nada menos. Dista tanto lo
compasivo de lo apocado, que los
Filósofos, que más observaron la
conexión de unos vicios con otros,
hallaron, que el de la crueldad es en
alguna manera propria de los cobardes.
Y en las Historias se ve, que rarísimo
hombre muy animoso fue notado de
inhumano; siendo al contrario
comunísima en Príncipes cobardes la
crueldad.
4. El apoyo de San Juan Crisostomo
es soberano a mi intento. Este Santo
Doctor fue dotado de una fortaleza
sumamente heroica, de una grandeza de
ánimo [308] incomparable, que nunca
pudieron doblar las iras de la
Emperatriz Eudoxia, ni la conspiración
de muchos Eclesiásticos, y Seculares
poderosos, cuyos desórdenes no cesaba
de corregir con toda la valentía de un
espíritu Apostólicamente intrépido. ¿Y
tenía el Crisostomo por indigna de su
gran corazón la misericordia en orden a
los brutos? Antes la recomienda como
propria de todo hombre virtuoso. Son
las almas de los Justos, dice el Santo,
sumamente blandas, y amorosas, de
suerte, que extienden su genio
compasivo, no sólo a los proprios, mas
también a los extraños; y no sólo a los
hombres, mas también a los brutos.
Sunt enim Sanctorum animae
vehementer mites, & hominum amantes,
non solum erga suos, sed etiam alienos;
ita ut hanc suam mansuetudinem etiam
ad animantia bruta extendant. (Homil.
29. in Epist. ad Romam.)
5. El ejemplo de otro Santo Doctor
de mi Religión; esto es, San Anselmo,
no es menos favorable, que la doctrina
del Crisostomo. Dio San Anselmo las
mayores pruebas del mundo de un valor
verdaderamente heroico en la constante
resistencia, que hizo a dos Reyes de
Inglaterra, Guillermo el Conquistador, y
Enrico Primero, en defensa de la
Inmunidad Eclesiástica. Pues el Monje
Eadmero, compañero suyo, y Escritor de
su vida, nos dice, que este Santo tenía
unas entrañas tan dulces, y amorosas,
que no sólo era de un trato benignísimo
con todos los hombres, sin excluir los
mismos Infieles, o Paganos, mas se
extendía esta benignidad aun hasta las
bestias: de que refiere algunos ejemplos.
En una ocasión, que viajaba el Santo,
una liebre acosada de los perros fue a
guarecerse debajo de su caballería, y el
Santo se detuvo a protegerla, hasta que
logró su fuga. En otra se le vio
entristecerse mucho por lo que padecía
un pajarillo, con quien jugueteaba un
muchacho, teniéndole preso con un hilo,
y alegrarse a proporción, cuando vio,
que el pájaro, rompiéndose el hilo,
había recobrado su libertad.
6. Del Gran Patriarca San Francisco
refiere cosas admirables a este
propósito el Seráfico Doctor San
Buenaventura, [309] como el redimir los
corderos, que conducían a la muerte,
soltar los peces cogidos en la red, y los
pájaros encarcelados en las jaulas. En lo
cual, como en otras muchas virtudes, era
digno hijo de este Glorioso Santo el
Ilustrísimo Señor Don Fray Damián
Cornejo, Cronista discreto de su
Religión, de quien hago grata memoria,
por haberle, siendo yo joven, conocido
Obispo de mi Diócesi de Orense; y
conocido asimismo su amabilísimo
genio, por el cual puedo decir de él lo
que la Escritura dice de Moisés: Erat
Moyses vir mitissimus inter omnes
homines, qui morabantur in terra
(Num. 12.). Estando aún este docto, y
piadoso varón en el Claustro, sucedió
fallecer en el mismo Convento donde él
vivía un Padre grave, que por ser muy
aficionado al canto de los pájaros, tenía
algunos de los de mejor voz colocados
en varias jaulas. Pasó a la Celda donde
había morado este Religioso, por ser
más cómoda, el Señor Cornejo, obtenida
para ello la permisión del Prelado; el
cual para su recreación tuvo la
complacencia de dejarle en ella los
pájaros. Pero luego que los vio el Señor
Cornejo, mostró condolerse de que
aquellas inocentes criaturas, sin haber
cometido delito alguno, estuviesen
encarceladas; y diciendo, y haciendo
abrió las puertas de las jaulas,
dejándolos volar; y prefiriendo al
deleite de gozar la dulzura de su voz el
gusto de que los pajarillos recobrasen su
amada libertad. En otra ocasión, siendo
aún muy joven, redimió de la muerte
cierta bestia, que en algún modo le
pareció imploraba su protección,
prometiendo pagar su valor (andaba a la
sazón a la cuesta) de las primeras
limosnas que recogiese, para lo cual
suponía le daría licencia su Prelado.
Pero sin paga, ni prenda obtuvo su
demanda, enamorando al dueño de la
bestia con la muestra de su benignísima
índole, y singular gracia con que la
explicaba.
7. Es para mí certísimo, que este
genio conmiserativo hacia las bestias
prueba un gran fondo de misericordia
hacia los de la propria especie; en lo
que me confirma también el Crisostomo,
citado arriba, cuando dice, que quien es
[310] compasivo hacia un bruto, mucho
más lo será respecto de otro hombre:
Qui misericordiam exercet in
iumentum, magis illam exercebit in
fratrem consanguineum.
8. Y al contrario siento, que en un
corazón capaz de sevicia hacia las
bestias no cabe mucha humanidad hacia
los racionales. Ni puedo persuadirme a
que quien se complace en hacer padecer
un bruto, se doliese mucho de ver
atormentar a un hombre. Los Atenienses,
que fueron los más racionales de todos
los Gentiles, no sólo miraron esto como
indicio de genio poco piadoso, mas aun
de positivamente cruel. Y así castigaron
severamente, según Plutarco, al que
desolló vivo un carnero; y según
Quintiliano al muchacho, que tenía por
juguete quitar los ojos a las codornices.
Y el Padre Famiano Estrada (lib. 7. de
Bello Belgico) aprueba el dictamen de
los que notando, que el Príncipe Carlos,
hijo de Felipe Segundo, siendo niño, se
deleitaba en matar por su mano, y ver
muriendo palpitantes las liebrecitas
pequeñas, hicieron concepto de su
índole desapiadada, y feroz.
9. Plutarco en la Oración segunda de
Esu carnium sospecha, que en las
muertes de los brutos se fueron poco a
poco ensayando los hombres para
matarse unos a otros. Al principio, dice,
nadie comía carne; sólo se sustentaban
de los frutos de la tierra. Sucedió, que
después matando alguna fiera, se tentó a
probar aquel alimento. Pasaron luego a
hacer lo mismo con algún pez, o ave
indomesticable, cogidos en la red. Ya
hechos a mirar sin horror la sangre de
esas bestias, o enemigas, o nada
sociables, tuvieron menos que vencer en
ensangrentar las manos en la inocente,
pacífica, y doméstica oveja, que en su
lana les tributaba el vestido: parando
últimamente la costumbre ya inveterada
de verter sangre ajena, en enfurecerse
contra la de la propria especie: Atque
ita crudelitas, illo gustu imbuta, & in
illis caedibus prius exercitata, ad
ovem, quae nos vestimentis induit, &
gallum gallinaceum domesticum
progressa est. Et ita sensim colectis
viribus ad hominum caedes, neces, &
praelia pervenit. [311]
10. Ya se ve que ya no estamos en
tiempo de reducirnos a la dieta
Pitagórica, o culpar el uso de las carnes
en la mesa. Pero me duele, y me indigna
ver, que haya hombres tan
excesivamente amantes de su regalo, que
por hacer un bocado de carne más
delicioso, no duden de atormentar
cruelísimamente antes de matarle al
pobre animal, que les ha de prestar su
regalo. Y no quiero decir el modo,
porque no lo sepan por mí los que lo
ignoran. ¿Y qué diré de las Damiselas,
que porque salga un perrillo más
donoso, respecto de su ridículo gusto,
están ejerciendo con él la tiranía de una
rigurosa hambre, y sed por todo un año,
y no sé si más; y sobre esto oprimirle la
espalda con un peso intolerable, y
quebrantarle la nariz, estragando la
figura que le dio el Autor de la
naturaleza, para hacer objeto de su
placer una monstruosa fealdad? ¿Y es
éste el sexo blando, dulce, y compasivo?
¡Oh, con cuánto gusto redimiera yo, si
pudiese, estos pobres animalejos de tan
desapiadada vejación!
11. Debe confesarse, que hay mucha
distancia del vicio de mortificar un
bruto por algún deleite, que de ello
puede resultar accidentalmente, a la
sevicia de deleitarse en el mismo
tormento del bruto; el cual puede ser tan
horrible, v.gr. abrasar vivo a un perro,
que algunos Teólogos Morales lo dan
por pecado grave, cuando no se hace por
otro motivo, que el bárbaro deleite de
verle arder. Y yo subscribo sin la menor
perplejidad a la opinión de estos
Teólogos, por la gravísima disonancia,
que hace a la razón tan desaforada
barbarie, sin que obste, que el que la
padece no es hombre, sino bruto; pues
tampoco es hombre el cadáver del
hombre, y aun dista más del hombre por
Insensible, que el bruto; y con todo,
Teólogos de mucha autoridad hallan
malicia grave en el furioso ultraje de los
cadáveres humanos, como el que
practicó Aquiles, arrastrando tres veces
el del Hector, atado a su carroza,
alrededor de los muros de Troya; o el
Egipcio Eunuco Bagoas con su
Artajerjes Occo, cuyo cadáver entregó
para que le devorasen a una turba de
gatos. Por lo menos pienso, que nadie
podrá negar, que tales desafueros sean
[312] gravemente pecaminosos, respecto
de aquellos cadáveres a quienes se daba
sepultura Eclesiástica, por más que
dichos cadáveres no lo sientan, ni se
pueda verificar de ellos, que son
hombres.
12. Digo, que hay mucha distancia
de hacer padecer un bruto, porque de
ello puede resultar por accidente alguna
utilidad, o gusto, a la barbarie de
deleitarse en el mismo tormento del
bruto. Mas aunque la distancia en lo
Moral es mucha, el camino intermedio,
considerado filosóficamente es algo
resbaladizo; siendo cierto, que el objeto
que el entendimiento eficazmente
representa como útil, fácilmente se hace
abrazar de la voluntad como amable.
13. Si Vmd. desea apoyo más alto de
mi dictamen, y genio sobre este punto,
creo se le puedo dar en las Sagradas
Letras. Aquella sentencia de Salomón
(Prov. cap. 12.) Novit Justus
Jumentorum suorum animas, viscera
autem impiorum crudelia, vierten los
setenta, Justus miseretur animas
Jumentorum suorum; y realmente la
contraposición, que en la segunda parte
de la sentencia se hace de la crueldad de
los impíos, prueba, que el novit de la
primera tiene el significado que le
atribuyen los Setenta; porque la crueldad
no es contrapuesta al conocimiento, sino
a la conmiseración.
14. En el capítulo 23 del Exodo
manda Dios, que no se cueza el
corderillo en la leche de su Madre: Non
coques haedum in lacte matris suae.
¿Cuál puede ser el motivo de este
mandato, sino la disonancia, que hace a
la razón, el que aquel dulce licor,
destinado a nutrir el cordero, sirva a
disponerle más para que le devore el
apetito? Como que, aun con los
cadáveres de los brutos, haya lugar al
ejercicio de cierta especie de
humanidad. Y en el 22 del Deuteronomio
se ordena, que el que en un nido hallare
la ave con sus pollos, o huevos,
aprovechándose de éstos, deje libre, y
con vida la madre: Si ambulans per
viam, in arbore, vel in terra, nidum avis
inveneris, & matrem pullis, vel ovis
desuper incubantem, non tenebis eam
cum filiis, sed abire patieris. En que los
Expositores se hallan algo [313]
perplejos sobre el fin a que miró Dios
en esta Ley: y hay quienes recurran a
algún sentido simbólico; pero me parece
que se le puede dar bastantemente
literal, diciendo, que en ella quiso Dios
dar a entender, que aunque el hombre
tiene jurisdicción para usar en provecho
suyo de los brutos, esto debe ser con
moderación, y no extendiéndose a ser
cruel, o inhumano con ellos; de suerte,
que se dé algo a la clemencia en ese
mismo uso.
15. Advierto a Vmd. que lo que he
escrito en esta Carta en ninguna manera
comprehende a los Filósofos
Cartesianos, los cuales en orden al
asunto de ella son gente privilegiada;
porque como sólo reconocen los brutos
en cualidad de máquinas autómatas,
desnudas de todo sentimiento, sin el
menor escrúpulo, o el más leve
movimiento de compasión, pueden
cortar, y rajar en ellos, hacerlos gigote,
abrasarlos, aunque sea a fuego lento;
bien que deberán usar en ello de dos
precauciones, la una de no hacer ese
estrago sino en los brutos, que están a su
disposición; pues si son ajenos, aunque
éstos como meros autómatas no lo
sientan, lo sentirán sus dueños: la otra,
que no se tomen esa diversión delante de
los que no son Sectarios de Descartes,
por no moverlos a lástima, o compasión.
Nuestro Señor guarde a Vmd.
muchos años.
16. Habiendo leído esta Carta,
luego que acabé de escribirla, mi
amigo el Doctor D. Lope José Valdés,
Catedrático de Teología de esta
Universidad, sujeto muy veraz, me dio
una noticia, que dijo haber leído en un
libro poco ha impreso, la cual me fue
sumamente agradable, por calificar mi
dictamen, y aprobar mi genio
compasivo con el soberano ejemplo de
nuestros dos Soberanos. Estando el Rey
nuestro Señor, y la Reina nuestra
Señora, cuando estos dos Príncipes no
eran más que Príncipes, en la diversión
del paseo, en una salida de Sevilla,
hacia la que llaman Torre de San Isidro
del Campo, sucedió, que una Paloma
herida vino a caer cerca de sus pies.
Viendo el Príncipe padecer la inocente
avecilla, y que verisímilmente duraría
algún tiempo [314] su tormento, porque
la herida no era de las más ejecutivas,
compadecido de ella, mandó, que al
momento acabasen de matarla para dar
fin a su dolor. Pero a esto acudió la
Princesa, diciendo, que le parecía
mejor salvarle, si pudiese ser, la vida,
llamando a un Cirujano, que la curase.
¡Oh corazones verdaderamente Regios!
¡Oh noble benignidad, con que se
debiera dar en rostro a otros Príncipes,
que bien lejos de compadecerse de los
afligidos brutos, ni aun se duelen de
las angustias de aquellos míseros
racionales, que la Providencia colocó
debajo de su dominio! ¡Ay de los
Vasallos de Reyes, que tienen por parte
de la soberanía la inclemencia! ¿Y ay
de esos mismos Reyes cuando
comparezcan delante de aquel
Soberano, que, según la expresión de
David, es terrible hacia los Reyes de la
Tierra? Ps. 75.
Carta XXVIII
Del descubrimiento de la
circulación de la Sangre,
hecho por un Albeitar Español

Rmo. P. M.
1. Amigo, y Señor: Raro es el
Fenómeno literario, que V. Rma. me
comunica, y no menos curioso, que raro.
¿Qué es posible, que un Albeitar
Español haya sido el primer descubridor
de la circulación de la Sangre? Parece
que no hay que dudar en ello. Escríbeme
V. Rma. que un Amigo suyo tiene un
libro de Albeitería, su Autor el Albeitar
Francisco de la Reina, impreso en
Burgos en casa de Felipe de la Junta el
año de 1564, y él mismo [315] vió otro
semejante en la Biblioteca Regia, que
sin embargo es libro raro, y acaso no
habrá en España más ejemplares, que
los dos expresados. Remíteme, pues, V.
Rma. copiado un pasaje del capítulo 94
de dicho libro, tan claro, tan decisivo en
orden a la circulación de la sangre, que
hace evidente, que el expresado Reina la
conoció. Aquella cláusula suya: Por
manera, que la sangre anda en torno, y
en rueda por todos los miembros,
excluye toda duda.
2. Veamos ahora si este hombre fue
el primero que penetró este precioso
movimiento, de que pende
absolutamente la vida animal. El Inglés
Guillermo Harveo se levantó con la
fama de dicho descubrimiento a los
principios, o poco después de los
principios del siglo pasado, de modo,
que por algún tiempo a nadie vino el
pensamiento de que otro le hubiese
precedido en el conocimiento de la
circulación. Pero la precedencia de
nuestro Albeitar, respecto del Médico
Inglés, es notoria: imprimióse el libro
del Albeitar el año de 1564. Harveo
murió el año de 1657 en la edad de
ochenta años. Con que estaba impreso el
libro del Albeitar algunos años antes
que naciese Harveo.
3. No sé si muerto ya Harveo, o
antes de su muerte, uno, u otro Médico
echaron la especie de que el famoso
Servita Pedro Pablo Sarpi, bien
conocido por su satírica Historia del
Concilio Tridentino, antes que Harveo
había descubierto la circulación de la
sangre; y esta noticia hizo bastante
fortuna en la República Literaria. Este
Religioso, según Moreri, nació el año
de 1552, doce años antes que se
imprimiese, en Burgos el libro del
Albeitar la Reina. Nadie soñara, que un
niño Veneciano, antes de llegar a la edad
de doce años, supiese tanta Anatomía,
que por ella pudiese rastrear el
movimiento circular de la sangre;
porque en efecto el Sarpi, según se dice,
por una delicada observación anatómica
arribó a este conocimiento. Y sobre ese
era menester dar antes de los doce años
algún tiempo para que la noticia pudiese
venir a España. [316]
4. Otros pensaron hallar la noticia
de la circulación en Andrés Cesalpino,
famoso Médico Italiano, que fue algo
anterior al Servita. No era a la verdad
repugnante, supuesto el hallazgo de la
circulación por Cesalpino, que de él
viniese a España la noticia, antes que
nuestro Albeitar escribiese de ella; pues
echada la cuenta, el año de 1564, que
fue el de la edición de su libro en
Burgos, ya Andrés Cesalpino tenía algo
más de cuarenta años. Pero esto nada
obsta para que a nuestro Albeitar se
adjudique la primacía del invento. Lo
primero, porque los mismos que
atribuyen esta gloria a Cesalpino, ponen
por data de su descubrimiento el año de
1593; esto es, veinte y nueve años
después de la edición del libro del
Albeitar. Lo segundo, porque aun cuando
fuese la invención de Cesalpino anterior
a la edición de este libro, ¿quién creerá,
que ocultándose a todos los Médicos,
que entonces había en España, pues
ninguno se halla, que toque el punto,
sólo a un Albeitar llegase la noticia? Lo
tercero, porque el pasaje de Cesalpino,
de donde se quiere inferir, que conoció
la circulación, necesita de que la buena
intención del que le lee ayude mucho la
letra para hallar en él lo que pretende.
5. Otros pretendieron deslucir a
Harveo, diciendo, que éste adquirió la
noticia de la circulación de Fabricio de
Acuapendente, célebre Médico,
Cirujano, y Anatómico Italiano, Profesor
de estas Facultades por espacio de
cuarenta años en la Universidad de
Padua, donde tuvo por oyente a Harveo.
Esto por varias razones se hace
totalmente inverisímil. Mas cuando
fuese verdad, perjudicaría al Médico
Inglés, no al Albeitar Español, que fue
no poco anterior a Fabricio.
6. No ignoro, que hubo, y aun hay
ahora quienes quisieron decir, que más
ha de veinte siglos conoció Hipócrates
el movimiento circular de la sangre.
Pero ésta fue una mera afectación, hija
en parte de la supersticiosa veneración
de los Hipocráticos, que quieren que
nada haya ignorando su Jefe; y en parte
de envidia a la gloria de [317] Harveo.
El hecho fue, que luego que Harveo
publicó el descubrimiento de la
circulación, todos, o casi todos los
Médicos de la Europa se echaron sobre
él, llenándole de injurias, tratando su
invento de ilusión, y gritando contra esa
inaudita novedad, como contra una
perniciosa herejía Filosófica, y Médica.
Harveo probó su novedad con
argumentos tan evidentes, que casi todos
los Médicos se rindieron a ellos; pero
entre éstos algunos, y no pocos, ya por
amor de la gloria de Hipócrates, ya por
desvanecer la de Harveo, no pudiendo
ya negar la verdad de la circulación,
negaron, que ésa fuese invento de
Harveo, pues ya Hipócrates la había
descubierto; para lo cual produjeron
dos, o tres lugares de Hipócrates, que
exprimiendo a viva fuerza la letra,
vanamente quisieron que significasen
dicha circulación.
7. En el cuarto Tomo del Teatro
Crítico, Discurso 12, pag. 386, en la cita
(a) escribí, que en una Observación de
las Actas Físico-Médicas de la
Academia Leopoldina, copiada en las
Memorias de Trevoux del año de 1729,
se lee, que el célebre Heister produjo
dos pasajes, el primero de un antiguo
Escoliador de Eurípides, el segundo de
Plutarco, en que formalmente se
expresa la circulación de la sangre.
Pero remirándolo ahora, hallo, que
realmente Heister no dijo, o pretendió
tanto; sí sólo, que en uno, y otro pasaje
se leen algunos de los principios
anatómicos, de donde se puede inferir la
circulación, sin que los Autores citados
llegasen a conocerla distintamente. Y de
Sarpi, y Cesalpino tampoco dicen más
que esto los que quisieron hablar a favor
suyo, sin faltar enteramente a la verdad.
8. En el mismo Tomo, y Discurso,
página 288, en la cita (a) escribí que el
Barón de Leibniz en una de sus Cartas,
citada en las Memorias de Trevoux del
año 1727, afirma como cosa averiguada,
que aquel famoso Hereje Antitrinario
Miguel Servet fue el verdadero
descubridor de la circulación de la
sangre. La relación del Barón de Leibniz
es como se sigue: Yo tengo tanto mayor
compasión [318] de la infeliz suerte de
Servet (Calvino le hizo quemar en
Ginebra), cuanto su mérito debía ser
extraordinario; pues se ha hallado en
nuestros días, que tenía un
conocimiento de la circulación de la
sangre superior a todo lo que se sabía
antes de ella. Servet fue algo anterior a
Cesalpino. Pero como no nos dice
Leibniz hasta qué punto llegó su
descubrimiento, es verisímil, que aunque
alcanzase algo más que los que le
precedieron, no excediese a Cesalpino,
o Sarpi, que le subsiguieron. Lo que se
puede asegurar es, que no consta, que
antes de Harveo algún Médico, o
Filósofo haya hablado distintamente de
la circulación, con la voz circulación, ni
con otra equivalente, a excepción de
nuestro Albeitar, que claramente dejó
escrito, que la sangre anda en torno, y
rueda por todos los miembros. Y en
caso que Servet llegase a otro tanto,
como este Autor fue Español, dentro de
España queda siempre la gloria del
descubrimiento de la circulación; y de
tal modo queda esa gloria en España por
Servet, que en ningún modo perjudica a
la particular del Albeitar; pues no
pudiendo éste tener noticia del
descubrimiento hecho por Servet, que,
como asegura el Barón de Leibniz, se
ignoró hasta muy poco tiempo ha, sólo
en fuerza de un ingenio sagacísimo pudo
arribar al proprio conocimiento. No
hubo menester tanta sagacidad Harveo,
porque halló la ciencia anatómica mucho
más adelantada que estaba en tiempo del
Albeitar; y sólo por observaciones
anatómicas se podría descubrir la
circulación.
9. ¿Pero no es cosa admirable, Padre
Rmo. que sólo por dos ejemplares del
Libro del Albeitar la Reina, que se
salvaron de las injurias del tiempo, se
haya conservado la memoria de este
feliz descubrimiento, y que sólo por el
accidente de tener un amigo de V. Rma.
uno de estos dos ejemplares, haya
llegado a V. Rma. y a mí la noticia?
Verdaderamente no hay voces con que
ponderar la negligencia, el descuido, y
aun la insensibilidad de nuestros
Españoles, en orden a todo aquello que
puede dar algún lustre al ingenio
literario de la Nación; siendo mucho
más [319] reprehensible esta
negligencia, respecto de los inventos
útiles, en todos tiempos tan gloriosos,
que los antiguos Gentiles elevaron los
Inventores a la esfera de Deidades.
10. Lo más notable en esto es, que
los Extranjeros aprecian las riquezas
intelectuales, que nosotros
despreciamos, y tal vez nos venden
como suyo, lo que nosotros olvidamos, y
ignoramos, que fue, y es nuestro. Buen
ejemplar de esto tenemos en el singular
sistema de la nutrición por el suco
nerveo, inventado por nuestra famosa
Doña Oliva de Sabuco, que olvidado en
España, le produjo después, como
invento suyo, un Autor Anglicano. Aún
mejor es el de nuestro Benedictino Fray
Pedro Ponce, inventor de la admirable
Arte de enseñar a hablar a los mudos, de
que dí noticia en el Tomo cuarto del
Teatro, Discurso 14, y que parece
después se creía producción de Juan
Walis, insigne Profesor de Matemáticas
en la Universidad de Oxford. Por lo
menos los Autores de las Memorias de
Trevoux, en el Tomo tercero del año
1701, página 85, donde hablando de un
Tratado, que sobre este Arte dio a luz en
Amsterdam el año de 1700 Juan
Conrado Amman, Médico Holandés,
dicen, que ya antes de éste había escrito
del mismo Arte, y hecho hablar algunos
mudos dicho Walis, sin memoria de otro
alguno, ni en común, ni en particular;
tácitamente insinúan, que a éste juzgaban
ser el primero en la invención, y en el
uso del Arte.
11. ¿Y no pudo suceder con el
invento de la circulación, lo que sucedió
con el del jugo nerveo, y el del Arte de
hablar los mudos; esto es, que Harveo,
hallándole en el Libro del Albeitar
Español, se le apropiase, como otros
dos de su Nación se apropiaron los
otros dos inventos Españoles? Que pudo
suceder no hay duda, aunque no se podrá
sin temeridad afirmar, que sucedió.
12. ¿Y qué queja podemos tener los
Españoles de los Extranjeros, porque
ellos se aprovechen de lo que nosotros
abandonamos? Nosotros no debemos
quejarnos, y el mundo debe darles las
gracias de que se conserve por su [320]
diligencia lo que sin ella se perdería por
nuestra desidia. En el lugar citado de las
Memorias de Trevoux se lee, que el
Inglés Walis, y el Holandés Amman
enseñaron a hablar muchos mudos. La
invención fue del Benedictino Español,
y ese Español también enseñó a hablar a
algunos. ¿Pero quién en España se
aprovechó, o aprovecha hoy de ese
Arte? De ninguno tengo noticia. ¿No es
ésta una lamentable incuria de parte
nuestra? ¿Y no es aquella en los dos
Extranjeros una laudable aplicación de
parte suya?
13. Creo que no pocos Libros muy
buenos de Autores Españoles se
hubieran perdido, si no los hubieran
conservado los Extranjeros, que es a
cuanto puede llegar nuestra, no diré ya
negligencia, sino modorra literaria.
Algunos nombra en su Biblioteca Don
Nicolás Antonio, de los cuales no tuvo
noticia, sino por Autores Extranjeros.
No ha mucho tiempo, que leyendo el
Tercer Tomo del Espectador Anglicano,
en el Discurso 49, hallé citado un Libro,
cuyo título es: Examen de Ingenios para
las Ciencias, y su Autor Juan Huarte,
Médico Español. Por lo que se dice de
este Libro el Escritor Inglés hice juicio
de la excelencia de la idea, y de la
importancia del asunto. Y como no tenía
otra noticia anterior de él, fui a buscarla
en la Biblioteca de Don Nicolás
Antonio, como en efecto la hallé a la
página 543 del primer Tomo de la
Biblioteca nueva; y allí un amplísimo
elogio, que del libro, y del Autor hizo
Escasio Mayor (Escritor, según parece,
Alemán), que le tradujo en Latín; y
traducido, le imprimió el año de 1621.
Copiaré aquí parte del elogio,
trasladado a nuestro Idioma: Me ha
parecido (dice Escasio de nuestro
Huarte) con gran exceso el más sutil
entre los hombres doctos de nuestro
siglo, a quien el Público debe tributar
supremas estimaciones, y que entre los
Escritores más excelentes, cuantos yo
conozco, tiene un gran derecho para
ser copiado de todos.
14. Como yo, antes de ver la noticia
del Médico Huarte en el Espectador, no
había leído, ni oído su nombre, no dejé
de extrañar, al ver este gran elogio suyo,
que tan tarde llegase a mí la primera
noticia de un Autor Español [312] de
tanto mérito; y aun esa primera noticia
derivada a mí de un Escritor Anglicano.
Pero cesó después mi admiración,
llegando a reconocer, que este Autor
Español, al paso que muy famoso entre
los Extranjeros, casi está enteramente
olvidado de los Españoles. En el
segundo Tomo de la Menagiana de la
edición de París del año de 1729, a la
página 18, donde en nombre de Mr.
Menage son censurados de poco
eruditos los Españoles, hay al fin de la
página la nota siguiente de letra menuda,
puesta por el Adicionador: Mr. Berteud
en su viaje dice, que en España no es
conocido el Doctor Huarte, ni su Libro
del Examen de los Ingenios.
15. ¿Puede llegar a más nuestra
desidia? O por mejor decir, puede llegar
a más nuestro oprobio, que el que los
mismos Extranjeros nos den en el rostro
con la desestimación de nuestros más
escogidos Autores? Es verdad, que el
Censor no nombra más que uno; pero el
nombrar este sólo para confirmar la nota
de la poca erudición Española, significa
mucho; significa, que ése es un Autor
insigne, esclarecido, célebre; y
significa, que pues los Españoles,
siendo suyo, y tan grande, le tienen
olvidado, ¿qué concepto se puede hacer
de la erudición de los Españoles?
16. De lo que dice Don Nicolás
Antonio de las pocas ediciones, que se
hicieron de este libro en España, y de
las muchas que se hicieron en las
Naciones Extranjeras, se colige lo
mismo con que nos da en rostro el
Adicionador de la Menagiana. Tres
ediciones refiere hechas en España, la
última el año de 1640, y nueve en los
Reinos extraños, la última el año de
1663. Y puede conjeturarse, que después
de la edición Española de 1640 no se
hizo acá otra, pues a haber alguna más
cercana a nuestros tiempos, no
estuvieran tan olvidados en España el
libro, y el Autor. Como asimismo se
puede conjeturar, que haciendo los
Extranjeros tanta estimación de uno, y
otro, hayan hecho repetidas ediciones
sobre la de 1663.
17. De este, y otros ejemplos, que
pudiera alegar, se [322] colige cuán
injusta es aquella queja, que a cada paso
se oye de la vulgaridad Española, de
que los Extranjeros, envidiosos de la
gloria de nuestra Nación, procuran
deprimirla, y obscurecerla cuanto
pueden. No hay acusación más ajena de
verdad. Protesto, que no tengo noticia de
algún Español ilustre, o por las armas, o
por las Letras, que no haya visto más
elogiado por los Autores Extranjeros,
que por nuestros Nacionales: los que
procuran deprimir la gloria de los
Españoles ilustres son los mismos
Españoles: Invidia haeret in vicino.
Pero, Padre Reverendísimo, dejo un
asunto tan odioso, porque si en él se
calentase demasiado la pluma, podría
derramar alguna sangre en vez de tinta.
Y concluyo, rogando a V. Rma. que si
puede agenciarme el libro del Doctor
Huarte, en cualquiera de las tres
Lenguas, en que esté traducido, Latina,
Italiana, o Francesa, me lo procure
cuanto antes; pues supongo, que en el
Idioma Español, y en España será difícil
hallarle. Y en caso que se pueda
conseguir, sólo quien, como V. Rma.
reside en el centro de España, podrá
hacer diligencias eficaces para este
hallazgo.
Primera Nota

18. La idea, y asunto del Doctor Huarte


en su libro de Examen de Ingenios es,
que antes de destinar a los niños, o
jóvenes a este, o el otro estudio
particular, se investigue su inclinación, y
habilidad, para ver en qué facultad
podrá aprovechar más. A cada paso se
ven genios rudos para una, y agudos
para otra. Este, que es inepto para las
Letras, es muy apto para las Armas; y
aquél, que así para las Armas, como
para las Letras es inhábil, es un rayo
para la Mercatura. He leído, que el
Jesuita Cristóforo Clavio, mostrando al
empezar sus estudios un ingenio, u
obtuso, o nada penetrante para la
Escolástica, un hombre docto de su
Compañía, rastreando por algunas señas
su capacidad para la Matemática,
dispuso que se aplicase a la Geometría,
en que salió tan eminente, que fue
venerado [323] de todos como el
Euclides de su siglo, y uno de los
mayores Astrónomos, si no el mayor de
su tiempo. Todo el mundo sabe cuánto su
insigne pericia Astronómica sirvió a la
Iglesia en la reforma del Calendario
Gregoriano, cuyo ilustre, y utilísimo
servicio nunca hubiera llegado a
lograrse, si los Superiores del Padre
Clavio se hubiesen obstinado en llevarle
por el trillado camino de la literatura
ordinaria. A nuestro gran Héroe Hernán
Cortés puso su padre al estudio de las
Letras; pero él, conociendo que su genio
no era para ellas, tomó el rumbo de las
Armas. ¡Cuánto hubiera perdido España,
si hubiera seguido el primer destino!
19. Es, pues, evidente, que florecía
infinito cualquiera República en que se
practicase el proyecto del Doctor Huarte
de examinar los genios, y inclinaciones
de sus individuos, y aplicarlos a aquello
a que fuesen más proporcionados. Creo
yo bien, que esto nunca llegará a
lograrse, porque los padres, que
comunísimamente determinan el destino
de los hijos, miran a su interés
particular, y no al público. ¿Quién hay
que no quiera más ver en su familia un
Eclesiástico rico, que un gran Soldado?
Pero aunque del libro del Doctor Huarte
no pueda esperarse la grande reforma,
que él pretende, podrá ser muy útil para
otros efectos; porque siendo el Autor de
un ingenio supremamente sutil, y
perspicaz, como consta del elogio, que
hace de él Escasio Mayor, se debe creer,
que da unas reglas de especialísima
delicadeza, para discernir los genios,
talentos, e inclinaciones de los sujetos.
Y este discernimiento es
convenientísimo para todos los que
gobiernan Repúblicas, y aun para
cualesquiera particulares, &c.

Nota segunda

20. Sé muy bien, que el Expurgatorio


manda borrar muchas cláusulas, y
expresiones de la edición Castellana del
libro de Huarte; pero esto no debe
estorbar, que el libro sea apreciable, y
tenga cosas buenas. Nuestro Señor
guarde a V. Rma. muchos años.
Carta XXIX
Sobre el libro intitulado: Índice
de la Filosofía Moral
Cristiano-Política, que
compuso el Rmo. P. Antonio
Codorniu, de la Compañía de
Jesús

1. Muy Señor mío: Al punto que recibí


el libro de la Filosofía Moral Cristiano-
Política del M.R. P.M. Antonio
Codorniu, que este sabio Jesuita se
dignó de remitirme, al punto, digo, me
apliqué a su lectura, y la continué hasta
concluirla, sin interpolarla con otra que
la del Breviario, y Misal. Dos
impelentes tuve para empezar sin
dilación a leer el libro: uno, la noticia,
en que estaba bastantemente instruido,
de las distinguidas prendas del Autor:
otro haberme explicado V.P. su deseo de
que yo le manifestase cuanto antes el
dictamen que hiciese de la Obra. Pero
una vez empezada la lectura, ni uno, ni
otro eran necesarios para continuarla.
Una hoja leída incitaba a leer otra hoja,
un pliego a otro pliego. Cuanto dejaba
atrás, forcejeaba sobre mí, obligándome
a pasar adelante. Siendo agua dulcísima
la que bebía, tenía la propriedad de la
salada, de encenderme más la sed, en
vez de apagarla.
2. ¿Mas para qué quiere V.P. saber lo
que siento de esta Obra? Siento lo
mismo que es preciso haya sentido V.P.
Hay muchos escritos, que aunque
buenos, y muy buenos, no son del gusto
de todos, aun limitando la voz todos a lo
doctos, y críticos. El paladar del alma
(si es lícito usar de esta expresión) es de
diferente temperamento, como el del
cuerpo en diferentes hombres. Estoy en
juicio de que aun en entendimientos de
igual perspicacia es diferente el gusto
intelectual, así como en hombres de
igual sanidad [325] es diferente el
corpóreo. Así entre grandes críticos se
hallan quienes desprecian Autores que
otros alaban, como verá fácilmente
quien pueda leer el libro, Censura
celebriorum Auctorum de Tomás Pope-
Blount. Sin embargo, la paridad de un
gusto a otro no es adecuada; porque no
hay manjar, por excelente que sea, que
agrade a todos los hombres sanos; pero
hay Autores, aunque muy pocos, que son
celebrados de todos los inteligentes. Así
todos convienen en que Homero, y
Virgilio fueron nobilísimos Poetas:
Demóstenes, y Cicerón Oradores
insignes: Livio, y Jenofonte
Historiadores admirables.
3. En esta clase me atrevo yo a
colocar el libro del Padre Codorniu;
digo que en la clase de los que es
preciso sean generalmente aprobados:
¿porque qué defecto podrá censurar en
él el crítico más desabrido? El asunto es
importantísimo: el método de una exacta
regularidad: el estilo harmonioso,
proprio brillante, enérgico, dulce,
natural: todo él abunda de hermosas
sentencias, de conceptos agudos: las
doctrinas sanísimas, sugeridas de un
profundo conocimiento de la Etica
cristiana: las razones, con que las
prueba, igualmente fuertes que
ingeniosas: el modo insinuante con que
las propone, al mismo tiempo que las
introduce, con suavidad en el
entendimiento, las hace abrazar
amorosamente de la voluntad.
Finalmente, hallo este escrito, por
cualquier parte que se mire, tan cabal,
que resueltamente desafiaré al hombre
más invido, sobre que me señale en él
algún defecto probablemente tal.
4. Pero lo más admirable de él es
ser en su asunto original. ¿Quién dijera,
que en materia de Etica cristiana, sobre
que se han escrito millares de libros, y
tratados, en que han mostrado su celo,
habilidad, y doctrina tantos nobles
Ingenios, se nos podría dar hoy cosa, no
sólo nueva en los accidentes, mas
también en la substancia? Esto, que
nadie se atrevería a esperar, ejecuta el
Padre Codorniu: conciliar todas las
virtudes de la Etica cristiana con las
más escrupulosas atenciones de la
urbana práctica: componer el
cumplimiento de los preceptos del Cielo
con el de [326] todas las obligaciones
del pundonor mundano: dirigir al que
navega a la patria por un mar lleno de
escollos, de modo, que evite todos los
riesgos: poner en perfecta consonancia
las altísimas voces del Evangelio con
las humildes de la cartilla política.
Empresa nueva, pero utilísima; empresa
utilísima, pero muy ardua. Muchos
habrán conocido por mayor, y dicho, o
escrito, que esa conciliación es posible,
y practicable; y la dificultad no está en
ese conocimiento vago, o indeterminado;
sino en formar una colección de reglas,
o arbitrios para dar lugar cómodo, y
desembarazado al ejercicio de las
virtudes cristianas en todos aquellos
lances en que parece se oponen a ese
ejercicio las máximas de la mundana
nobleza. Esto hace el P. Codorniu, y no
sé que lo haya hecho, ni aun tentado con
esta especificación otro alguno. El
Padre Causino, en su Corte Santa tiró
algunas líneas, que en alguna manera
parece miraban a este centro; pero
realmente la idea, y el rumbo son
diferentes.
5. De modo, que el asunto del Padre
Codorniu es hacer unos Caballeros del
Orden de Cristo, que lo sean más
propriamente, que los que en el Reino
de Portugal gozan esta honrosa
denominación; cuanto excede el ser
Caballeros de Cristo por imitación, y
por la observancia de su doctrina a serlo
por el nombre, y la venera. ¡Proyecto
verdaderamente grande, y nobilísimo!
Dios quiera que logre plenamente el
efecto deseado, y a V.P. guarde muchos
años, &c.
6. Me olvidaba de decir a V.P. que
también leí con grande complacencia la
aprobación, que al libro del Padre
Codorniu dio nuestro Hermano el señor
Abad del Monasterio de San Pedro de
Galligans, que ciertamente está buena
buena. Y lo mejor que tiene es, que
ninguna parte dio en ella a la adulación;
toda la tributó a la justicia. Es verdad,
que en elogio de tan bella obra, sobre lo
que se debía a la justicia, no sé qué
pudiese añadir cosa alguna la adulación.
Así el abstenerse de adular al Autor
pudo ser virtud, y juntamente necesidad.
[327]
7. Y aun se contuvo dentro de más
estrechos límites en su aprobación el
Rmo. P.M. Mariano Alberich, Ex-
Rector, de los dos Colegios, que tiene la
Compañía en Cerdellas, y Gerona, y
Prefecto de los Estudios de Artes, y
Teología del de Barcelona. Digo, que en
su aprobación aun se contuvo dentro de
más estrechos límites; pues cercenó en
la alabanza del Autor mucho de lo que
pudiera decir, sin faltar a la verdad;
pero con motivo muy proprio de la
noble modestia Jesuítica. Fue el Autor
discípulo suyo.
Carta XXX
Reflexiones Filosóficas, con
ocasión de una criatura
humana hallada poco ha en el
vientre de una Cabra

1. Muy Señor mío: El monstruoso feto,


que poco ha se manifestó en la Villa de
Fernán-Caballero, y de que V.S. me
envió una relación muy exacta, me
confirma el miedo, que mucho tiempo ha
empezó a congojarme, de que la
naturaleza burle siempre todos los
conatos de nuestra Filosofía. Varias
reflexiones me introdujeron este temor
en el alma, el cual sucesivamente va
creciendo, de modo, que se me hace muy
verisímil, que llegue a tocar la raya de
la desesperación. Muchos siglos ha, que
los hombres andan inquiriendo las
causas de los efectos naturales; y
muchos siglos ha, que la naturaleza se
obstina en mostrarles sólo los efectos,
escondiendo las causas.
2. Habrá como siglo y medio, que el
Canciller Bacon, hombre de espíritu
vasto, e imaginación elevada, introdujo
el desengaño de que, entretanto que los
Filósofos no saliesen de las ideas
abstractas, y Metafísicas, ningún [328]
conocimiento adquirían de la naturaleza;
insinuando al mismo tiempo, que el
único medio para explorar sus senos era
la aplicación al examen del mecanismo.
Como fue fácil persuadir esta verdad a
muchos entendimientos limpios, y no
preocupados, se concibieron unas
grandes esperanzas de que con esta
antorcha en la mano se desterrarían
todas las sombras, que hasta entonces
habían ocultado las causas naturales.
Pero estas esperanzas no duraron mucho.
Descartes, y Gasendo abrazando la idea
del mecanismo, erraron el uso, porque
se avanzaron a sistemas generales,
expuestos a tantas objeciones, algunas
en mi juicio insuperables; que los
hombres de entendimiento más sólido
vinieron a quedar en una incertidumbre
igual a la confusión antecedente. Pero
estos mismos salieron de ella, e hicieron
salir a otros muchos, descubriendo, que
el verdadero mecanismo no se debía
indagar por ideas teóricas, sino por
observaciones experimentales, sin
pensar en sistema general alguno; sí sólo
contemplando una por una las especies
de los Fenómenos. Alcanzóse por este
camino algo de la verdadera Física, no
la verdad penetrando a alguno de los
principios primordiales de las cosas, sí
sólo descubriendo las causas
inmediatas, o próximas de algunos
particulares efectos. Pero esto bastó
para que reviviesen las esperanzas ya
perdidas de sondear enteramente la
naturaleza.
3. ¿Mas qué sucede? Que la
naturaleza, empeñada siempre en
desengañarnos de lo poco que
avanzamos, sucesivamente nos va
presentando nuevos Fenómenos antes no
vistos, ni aun imaginados; con unos de
los cuales nos hace dudar de lo que
antes dábamos por asentado, o también
nos muestra, que hemos errado en eso
mismo: con otros nos hace ver, que
cuanto hemos alcanzado en comparación
de lo que resta no es más, que un átomo
comparado con un monte; o una gota de
agua respecto de todo un Océano: como
otros, en fin, que en aquellas materias,
en que reconocíamos grandes
dificultades hau otras dificultades
mayores, y misterios más profundos.
4. Estaban los Filósofos satisfechos
de sus explicaciones [329] en orden a
los meteóros ígneos, que vemos errar
por el aire; y de que en esta materia ya
no había más que discurrir; y ve aquí,
que de algunos años a esta parte
empieza a arrebatar los ojos, y
admiraciones de los Filósofos el
magnífico espectáculo de la Aurora
Boreal, pendiente con evidencia de otras
causas diferentísimas de las que se
habían imaginado para los demás
meteóros ígneos, y capaz de inducir la
duda de si éstas estaban bien
imaginadas.
5. Había Descartes adivinado en
grueso, o por mayor la causa de las
admirables propriedades atractiva, y
directiva del Imán; y éste acaso fue el
mayor, y más feliz esfuerzo de aquel
valiente genio, pero quedando siempre
en la portentosa variedad de los
Fenómenos vastísimo campo a nuevas
especulaciones; y como si éstos
verisímilmente no diesen materia
bastante en que ejercitarnos hasta el fin
del mundo, se nos aparece de un tiempo
a esta parte en la virtud Eléctrica otro
abismo de maravillas, que, a lo que se
puede juzgar, darán tanto ejercicio a los
ingenios, como las de la magnética.
6. Considerábanse los Filósofos
descansados para siempre de la fatiga
de averiguar la altura de la Atmósfera,
porque los repetidos experimentos del
desigual peso de ella en diferentes
alturas los habían hecho inferir, que su
elevación es de diez y seis, o diez y
siete leguas Francesas. Y cuando
estaban convenidos en esto, sucede, que
Mr. de Mairán, (que hoy por la demisión
de Mr. de Fontenelle es Secretario de la
Academia Real de las Ciencias)
meditando profundamente sobre el
Fenómeno de la Aurora Boreal, y la
causa de él, coligiendo
probabilísimamente de la altura del
Fenómeno la altura de la Atmósfera;
resuelve, que ésta se eleva por lo menos
a doscientas leguas sobre la superficie
de la tierra. Por lo menos digo, porque
el fundamento, sobre que discurrió Mr.
Mairán, deja lugar abierto a que su
altura sea mucho mayor, que la señalada.
Y en efecto, poco después Mr. Casini, el
hijo, combinando las observaciones
hechas por otros del ascenso, y descenso
mayor, o menor del Mercurio en el Tubo
de Torriceli, colocado [330] en
diferentes alturas, se atrevió a
pronunciar, que la de la Atmósfera podía
muy bien llegar, y aun pasar de
quinientas leguas.
7. Tampoco el ascenso del Mercurio
en el Tubo de Torriceli, reglado por el
peso del aire, tuvo la firmeza que se
había pensado. El célebre Boyle, y el
Vizconde de Brounker, Presidente de la
Sociedad Regia de Londres, observaron,
que en algunas circunstancias el
Mercurio quedaba suspendido en el
Tubo a la altura de treinta y cuatro
dedos, a la de cincuenta y dos, a la de
cincuenta y cinco, y en fin, a la de
sesenta y cinco, en vez de veinte y siete,
o veinte y ocho, a que le hace subir el
peso del aire. El Señor Don Tiburcio de
Aguirre, que hoy es del Consejo de su
Majestad en el de Ordenes, y Capellán
Mayor de las Descalzas Reales, siendo
Fiscal del Consejo de Navarra, me
comunicó otra observación semejante,
que él había hecho, para que yo
discurriese la causa de tan no esperado
Fenómeno. Yo discurrí, y le propuse
una, que no le satisfizo, porque no era
adaptable a las circunstancias de su
experimento; con que yo no tuve que
hacer sino confesarle, que atentas ellas
mi solución de la dificultad era
insuficiente, diciéndole al mismo
tiempo, que no esperase de mí otra
mejor, porque el célebre Holandés
Huyghens, habiendosele propuesto los
experimentos de los dos Filósofos
Ingleses mencionados, tampoco en
realidad acertó con la causa de aquella
rara desigualdad; pues en suma sólo
dijo, que la elevación del Mercurio
hasta veinte y siete, o veinte y ocho
dedos, en virtud del peso del aire,
estaba establecida con tanta evidencia,
que era absolutamente innegable; pero
que en algunas circunstancias concurría
con el peso del aire otra causa oculta
más fuerte que él, y hacía la elevación
mucho mayor, lo que no es más, que una
conjetura vaga, que nada enseña; y pues
un ingenio tan grande como el de Mr.
Huyghens no pudo arribar a la solución
específica de la dificultad, ¿cómo
podría vencerla el mío, siendo muy
inferior al de aquel gran Filósofo? En el
Tomo décimo de la Historia de la
Academia Real de las [331] Ciencias de
Mr. Du-Hamel, pag. 532, se lee en el
Fenómeno observado por Boyle, y el
Vizconde Brounker; y en la siguiente el
esfuerzo inútil de Huyghens para
investigar la causa.
8. A la misma contemplación de la
insuficiencia de nuestro entendimiento,
para penetrar las obras de la naturaleza,
me conduce el objeto que V.S. me hizo
presente con la relación, que se sirvió
de enviarme. Con juicio profundo, y
verdaderamente filosófico dijo
Aristóteles, que en todas las partes de la
naturaleza, sin exceptuar alguna, hay
algo admirable: Cum nulla res sit
naturae, in qua non mirandum aliquid
inditum videatur. (lib. 1. de Part.
Animal. cap. 5.) En todas las obras de la
naturaleza hay que admirar. Pero en mi
juicio, en ninguna tanto como en la
producción animal, de modo, que juzgo
más accesible la explicación de las
causas del flujo, y reflujo del mar, de las
propriedades del Imán, y de la virtud
eléctrica, que la del mecanismo de la
producción de los animales, cuya
formación, desde el punto de la
concepción, hasta el del parto casi toda
está llena de misterios. Todo este
progreso está cubierto de tinieblas. Pero
en el principio de él; esto es, en la
concepción, o primera formación es la
obscuridad mucho mayor. Esto sucede
en la formación regular, y ordinaria;
¿cuánto mayor será la confusión en la
que es tan extraordinaria, y peregrina
como la del monstruo, que acaba de
parecer en la Villa de Fernán-
Caballero? Algunos Filósofos modernos
abrieron cierto camino para dar alguna
luz a aquella misteriosa obra, y fueron
seguidos de muchos, en cuyo número
pude yo contarme un tiempo, por haber
prestado, no a la verdad asenso firme, sí
sólo probable, u opinativo a aquella
nueva idea. Pero veo, que el nuevo
monstruo destruye la nueva idea, y
descubre, que aquella imaginada nueva
luz no fue realmente más que una nueva
sombra. Voy a explicar el monstruo, y a
explicarme a mí.
9. Para lo cual supongo lo primero,
que ése no es un mixto de las dos
especie humana, y caprina, al modo que
[332] nos pintan los Faunos, Sátiros, o
Silvanos del Gentilismo. Lo uno, porque
la unidad individual supone la
específica. Ese es un individuo solo,
pues es, no bicorpóreo, sino
unicorpóreo: luego pertenece a una sola
especie. Lo otro; porque la mixtura de
dos especies, aun siendo brutas una, y
otra, está reputada entre los Filósofos
por tan imposible, que señalan por
ejemplo de todo lo que es repugnante, o
quimérico el Hirco-cervo; esto es, el
complejo de cabra, y ciervo; y por la
quimera misma, el complejo de la
leonina, caprina, y serpentina, según lo
de Ovidio (6. Metamorf.):

Quoque chimaera iugo mediis in


partibus hircum,
pectus, & ora leae, caudam
serpentis habebat.

10. Supongo lo segundo, que no es de


una tercera especie, o media entre las
dos humana, y caprina. La razón es,
porque siendo un individuo, no puede
tener más de un alma, y no hay alma
media entre la racional, y la bruta. O es
material, o inmaterial. Si material, es
enteramente bruta; si inmaterial, es
enteramente racional. De la comixtión
de brutos de diferente especie puede
resultar individuo de una tercera
especie, o media entre los dos, como en
efecto resulta del jumento, y de la yegua.
Mas de la comixtión de la especie
humana con alguna bruta es imposible
esta resultancia por la razón alegada.
11. Consiguientemente a estas dos
suposiciones digo, que ese monstruo se
debe declarar íntegramente colocado
dentro de la especie humana; por lo que
la figura declinó hacia la caprina, es tan
poco, que no puede inducir la más leve
duda. La descripción, que V.S. me envió,
le representa en la forma siguiente.
12. La cabeza era redonda como la
humana: los ojos abiertos en el sitio
regular: las cejas, y pestañas con pelo
rubio muy suave, que con dificultad se
percibía: las narices romas de figura
humana: la boca lo mismo: la lengua
de la misma forma, sólo que terminaba
en dos puntas: las orejas de [333]
cabra, y en su cóncavo parece que
apuntaban otras humanas: la barbilla,
y quijada inferior algo salida afuera de
la superior: los labios, y encías de
figura humana: el pescuezo, y hombros
de la misma figura, y el nacimiento de
los brazos del mismo modo seguidos, y
rectos, sólo que terminaban en una
mano redonda, que apuntaba en su
circunferencia cinco dedos en una, y en
otra seis, que en vez de uñas tenían
unas pezuñas pequeñas: por la parte
inferior de la mano se manifestaba la
palma de la mano humana: y por la
superior se descubrían los nervios, y
venas, que corrían del brazo, y muñeca,
hasta los dedos: las espaldas, y pecho
extendidas en forma humana, y se
dejaban ver las costillas: el vientre, y
partes posteriores opuestas a él de la
misma figura: los testículos divididos
en dos bolsitas, separadas una de otra
como un dedo, y manifestaban tener en
su interior algún líquido: en la
rabadilla tenía una colita pequeña,
como el grueso de un dedo de larga:
los muslos, piernas, y pies del mismo
modo que se ha referido de brazos, y
manos: a la entrada del pecho tenía un
hoyito, como se registra en el cuerpo
humano: la longitud del monstruo
desde la cabeza a los pies era algo más
que una tercia: el grueso como de
infante humano recién nacido al
regular tiempo: la superficie de todo el
monstruo blanca, y suave, sin pelo
alguno (ni en la cabeza, a excepción de
las cejas, y pestañas, como se ha
referido), como se registra en el infante
humano. Hasta aquí la pintura que se
hace en la relación.
13. En la cual ningún miembro se
representa determinadamente caprino, a
excepción de las orejas; porque las que
se llaman mano redonda, y pezuñas,
podrían ser mano, y pezuñas parecidas a
las de otras muchas bestias, o a poco
que se desviasen de la figura regular, las
darían esos nombres. El de cola se daría
a cualquier excrecencia que hubiese en
aquel sitio, o acaso sería el hueso sacro
algo más prominente que lo ordinario.
La terminación de la lengua en dos
puntas no es proprio de las cabras, y así
no se puede llamar lengua caprina, sino
simplemente monstruosa, o irregular. Y
aun mucho mayor monstruosidad, dice
[334] el Doctor Martínez en su
Anatomía Completa, pag. mihi 502,
citando por testigo a Doleo, se vio en
una muchacha, que tenía dos lenguas.
14. Acaso aun las orejas se
imaginaron caprinas, sólo por la
preocupación de hallarse el feto dentro
de una cabra; de modo, que aquellas
mismas, sin la más leve variedad en la
conformación, si el feto estuviese
incluído en una perra, o en una cierva,
se llamarían caninas, o cervinas. Y
realmente me parece, que en aquel
estado el feto no sería muy fácil
distinguir unas de otras.
15. No por eso pretendo yo, que en
uno, u otro miembro en que la naturaleza
apuntó configuración bruta, nada, o poco
desemejante al miembro
correspondiente de la madre, no sea lo
más verisímil, que dicha configuración
fuese heredada de ella; sí sólo, que esto
no es absolutamente necesario; porque
iguales imitaciones de miembros brutos
se vieron tal vez en producciones, que lo
fueron adecuadamente de nuestra
especie: de que se pueden ver algunos
ejemplos en el tercer Tomo de la
Specula Physico-Mathematica del
Padre Zahn, Scrutin. 5, cap. 4, como
alas, pies, y uñas de varias aves, con
cuyas especies era imposible a la
nuestra conmixtión venérea. Refiere
también el mismo Autor de un niño, que
nació con trompa elefantina en París,
donde no había Elefantes.
16. Pero si fuesen (me dirá alguno)
mero error de la naturaleza, sin designio
de imitar los miembros maternos, las
orejas, y pezuñas, que tiraban a
caprinas, a no haber ese error, podría el
feto, aunque concebido de la cabra,
tener en todo, y por todo figura humana.
Respondo concediendo redondamente la
consecuencia: ¿porque si la naturaleza
pudo formar en la matriz caprina cabeza,
cara, brazos, pecho, piernas, pies, &c.
que es lo más, observando en esos
miembros la configuración humana; por
qué no podría observar la misma en
orejas, y manos que es mucho menos?
17. ¿Y qué? ¿No se han visto ya
partos perfectamente configurados a lo
humano, aunque concebidos en matriz
bruta? Algunos nos presentan las
Historias, y me alegro [335] de que la
serie, o progreso del discurso
naturalmente me haya conducido a un
punto de Física tan curiosa. Plutarco en
los Paralelos, cap. 55, refiere, que
habiendo un tal Fulvio Stello
mezcládose con una yegua, ésta parió
una niña, no sólo perfecta en la figura
humana, mas también muy hermosa. En
el Teatro de la Vida Humana, tom. 4,
pag. 964, citando a Estobeo, se refiere,
que de la mezcla de Aristón, joven noble
de Efeso, con una jumenta, se produjo
también una hermosísima niña. Siendo
yo muchacho se contaba, citando muchos
testigos, que había una mujer en la
Rioja, a quien llamaban la Hija de la
Vaca, porque realmente lo era, sin que
en alguna cosa degenerase de la figura
humana, salvo que una parte de la
espalda estaba cubierta de pelo áspero,
o cerdoso, lo cual se puede reputar por
nada.
18. En el tomo 6. del Diccionario de
Moreri, v. Ursin, (Joseph) se lee la
peregrina relación siguiente: «Diose
este nombre de Joseph Ursino a un niño
monstruoso, que se halló en las selvas
de Lituania el año de 1661. Vieron en
ellas ciertos cazadores una tropa de
Osos, y entre ellos dos pequeños, que
tenían figura de hombres. Persiguiendo
las fieras, pudieron coger uno de ellos,
el cual hizo la resistencia que pudo con
uñas, y dientes. Atado le llevaron a
Varsovia, donde lo presentaron al Rey, y
Reina de Polonia. Su estatura
representaba la edad de nueve años. La
cutis era extremamente blanca, como
también los cabellos. Sus miembros eran
bien proporcionados, y muy fuertes. Era
de hermoso rostro: los ojos azules; pero
sus potencias se conservaron siempre
tan embrutecidas, que parecía no tener
de hombre más que la figura. No tenía el
uso de la loquela, y todas sus
inclinaciones eran brutales. Sin
embargo, reconociéndole por hombre, le
bautizó el Obispo de Posnania, siendo
su Madrina la Reina, y su Padrino el
Embajador de Francia. No hubo poco
trabajo en suavizar, y domesticar el
genio feroz de este niño, como también
en enseñarle algo de los principios de la
Religión, porque no [336] pudo hablar
jamás, aunque en la lengua no había
defecto alguno. Se conoció, no obstante,
que no se había perdido enteramente el
tiempo en instruirle, porque cuando le
hablaban de Dios, levantaba las manos,
y los ojos al Cielo. El Rey se le dio a un
Señor Polaco, que le llevó a su casa
para que sirviese con los demás
domésticos; pero nunca abandonó del
todo la ferocidad del natural, que había
contraido entre las bestias. Tomó sin
embargo el hábito de caminar recio
sobre los dos pies, e iba donde le
enviaban. Comía con igual gusto la
carne cruda, y la cocida: no podía sufrir
ropa alguna, ni zapatos ni cubría jamás
la cabeza. Algunas veces huía a las
selvas vecinas, donde se complacía en
destrozar con las uñas las cortezas de
los árboles, y chupar su jugo. Se notó,
que en cierta ocasión un Oso, habiendo
muerto a dos hombres, se llegó a él sin
hacerle daño alguno, antes bien
alhagándole, y lamiéndole
cariñosamente el cuerpo, y la cara.»
Cita el Diccionario sobre esta Historia a
Juan Redwits, Carm. Alc.
19. No sé por qué los Autores del
Diccionario llaman monstruo a esta
criatura, no desdiciendo en miembro
alguno de la configuración humana. Si le
dan este nombre por su particular
indocilidad, y rudeza, ésa sólo será una
monstruosidad metafórica, como
también por el extremo contrario se
llaman monstruos aquellos que hacen
grandes ventajas a los demás hombres
en la perspicacia intelectual. Si es por la
raridad, también se podrá llamar
monstruosidad una singularísima
hermosura.
20. Habrá acaso quienes condenen
por increíbles las cuatro Historias
referidas. Pero será sin razón; pues con
el argumento, que hice arriba, está
vencida toda la dificultad para su
asenso. Supongo ciertísimamente en lo
substancial la relación del monstruo de
la Villa de Fernán-Caballero, pues V.S.
me la asegura perfectamente autorizada.
Supuesto que la naturaleza en aquélla
sólo aberró de la configuración humana
en uno, u otro pequeñísimo miembro,
acertando en todo lo demás, ¿por qué en
otras producciones [337] de padre
racional, y hembra bruta no podrá
acertar en todos?
21. Confieso no obstante, que en la
Historia de Joseph Ursino se representa
alguna especial dificultad, por la que
hay en la comixtión venérea de
individuo de nuestra especie con alguno
de aquella especie ferina. Mas al fin la
juzgo absolutamente posible, supuestas
algunas circunstancias, que no puedo
expresar, por ser la materia en sí tan
torpe, y abominable.
22. Añado, que así como el hecho, si
es verdadero, todo el Reino de Polonia
es testigo por la publicidad que le
dieron la intervención de los Reyes, y
otros altos Personajes en su bautismo, y
educación; y necesariamente en esta
suposición aún subsisten hoy
monumentos, que lo califican; asimismo
si fuese falso, toda Polonia testificaría
ser supuesto el suceso, por lo que es
inverisímil, que con data tan reciente se
atreviese Autor alguno a fingirle, mucho
menos Autor Polaco, como suena al
parecer el apellido Redwits.
23. Mas a la verdad, para el
designio, que me he propuesto, de
mostrar, que la naturaleza se obstina
siempre en hacer burla de toda nuestra
Filosofía, no he menester, que la historia
del niño Ursino sea verdadera. Bástame
que lo sean las tres antecedentes.
Bástame que lo sea cualquiera de ellas.
Aun cuando los hechos fuesen falsos en
cuanto a la existencia, bástame que sea
verdadera su posibilidad, la cual a mi
parecer tengo claramente deducida del
suceso de Fernán-Caballero. Y
finalmente, aun éste por sí solo me
basta.
24. Ponderé arriba, y con razón,
cuán impenetrable es el mecanismo de la
generación animal; y vuelvo a decir, que
tengo este misterio por más profundo,
que la colección de todos los fenómenos
de la virtud magnética, y eléctrica.
Porque al fin, que haya unos corpúsculos
invisibles, que se mueven de tal, o tal
modo, por tales, o tales cuerpos; y ese
movimiento, según varias
circunstancias, y combinaciones, se
modifique de tal suerte, que de él [338]
resulten en los cuerpos visibles esotros
movimientos, que constituyen la
variedad de los fenómenos magnéticos,
y eléctricos, en general se entiende bien,
pues sabemos con evidencia, que hay
corpúsculos invisibles: sabemos, que
los efluvios de los cuerpos por la mayor
parte constan de esos corpúsculos
invisibles; y sabemos en fin, que los
corpúsculos invisibles del poco aire,
contenido en los granos de la pólvora, y
dentro de ellos mismos, causan aquel
violentísimo movimiento, que derriban
muros, y torres. Estas noticias, y otras
semejantes nos ponen en estado de
concebir muy verisímil, a lo menos por
mayor, la invisible causa de aquellos
fenómenos. Mas que de una masa, al
parecer perfectamente uniforme, u
homogénea, y totalmente desemejante a
todo cuerpo animado, resulte la
admirable orgánica estructura de ese
mismo cuerpo, sólo se cree porque se
ve, y se reputaría absolutamente
imposible, si no se viese.

Nota

Es cosa enteramente averiguada, que


no es la pólvora por sí misma la que da
impulso a la bala; sí sólo el aire
contenido en sus poros, y en sus
intersticios de los granos; el cual,
enrarecido por el fuego con portentosa
fuerza, se extiende a espacio muchos
millares de veces mayor, que el que
anteriormente ocupa.
25. Los que juzgan desembarazarse
de la dificultad, recurriendo a la que
llaman Facultad formativa, son los que
más yerran, porque piensan decir algo,
cuando nada dicen: voz de Escuela, que
si significa algo, sólo significa, que un
agente, que puede formar el cuerpo
animado, es el que le forma:
Perogrullada Filosófica, semejante a
las de Raimundo Lulio, que define al
hombre, animal homificans: a la
naturaleza, forma cui proprie competit
naturare: a la proporción, forma cui
proprie competit proportionare, &c. Es
evidente, que nada se hace de la materia,
sino por mecanismo. ¿Y cómo en todos
los animales un agente ciego, [339] que
no sabe qué es mecanismo, ni que hay
mecanismo, puede aceptar con esa
portentosa maniobra, incomprehensible
a todo humano discurso? Hay Autores,
que dan a la facultad formatriz los
nombres de Plástica, y Arquitectónica,
para saciar con tan sonoras voces el
oído, ya que dejan en ayunas el
entendimiento.
26. Mas ya algunos Modernos,
dando azadonadas en este campo, que
dejaron inculto los Antiguos, se
avanzaron a decir algo, y aun a decir
mucho, como ello fuese verdadero,
recurriendo por un raro camino a aquel
agente, que todo lo sabe, y todo lo
puede. Para este efecto formaron un
discurso progresivo desde la planta,
hasta el hombre. Examinando la semilla
de las plantas, hallaron algunos
vestigios, de que en ellas antes de
germinar están contenidas formalmente
las plantas mismas con toda la
organización, u disposición de
miembros respectiva a la especie de
cada una. Dicen, que en la semilla del
tulipán se ve esto distintamente con el
microscopio. Yo no hice la experiencia.
Mr. de Leeuwenhoek, de la Sociedad
Real de Inglaterra, insigne Observador
de la naturaleza, afirma, que en muchas
especies de granos se ve claramente con
el microscopio toda la planta entera,
aunque a la verdad encogida, o
arrollada, lo que nada quita, o pone a su
integridad; añadiendo, que la raíz, y las
hojas están en una situación no confusa,
sino distinta. Puede verse sobre esto el
Abad de Vallemont en su Tomo primero
de Curiosidades de la naturaleza, y el
arte, pag. 44.
27. Hallando, pues, a su parecer, los
Filósofos, de que hablo, en la semilla de
una planta contenida enteramente otra
planta, infirieron, que esta planta
contenida, aun cuando contenida en la
semilla de otra, también tenía su semilla,
la cual, siendo de la misma naturaleza
que la antecedente, debía contener
formalmente otra planta. Puesto este
principio, se hace precisa la propria
progresión de semilla en semilla hasta la
primera que hubo en el mundo; porque
en cada semilla, que sea la cuarta, que la
vigésima, que la centésima, milita la
misma razón. Ni aterró a [340] estos
Filósofos la prodigiosísima pequeñez a
que era preciso reducir la planta
contenida en la, pongo por ejemplo,
centésima semilla; porque esta dificultad
sólo toca a la imaginación, no al
entendimiento, el cual en la infinita
divisibilidad de la materia ve posible la
sucesiva disminución de la estatura de
las plantas sin límite alguno.
28. No pienso, que el haber hallado
la exacta configuración del tulipán, u de
algunas otras plantas en sus semillas,
fuese en estos Filósofos total
determinativo para la idea expresada.
Acaso sólo fue excitativo de ella. Es el
caso, que lo que los movía eficazmente a
buscar camino por donde recurrir a la
causa primera, fue la insuficiencia que
reconocían en la planta para hacer de su
semilla otra planta, o en la semilla
misma para la misma obra: pues así la
planta, como la semilla son agentes
ciegos, absolutamente ignorantes de la
estructura orgánica de la planta. Toda
obra bien formada pide Artífice
inteligente, y tanto más inteligente,
cuanto ella fuere más primorosa. La
disposición orgánica de una planta
excede a cuanto hace el arte humano.
¿Cómo podrá arribar a esa perfección
una causa enteramente desnuda de todo
conocimiento? Puestos, pues, en la
necesidad de buscar causa inteligente, la
naturaleza misma en el examen de las
semillas de las plantas les mostró el
camino por donde habían de hallarla,
llevándolos con la ayuda de su discurso
de semilla en semilla, hasta dar en la
primera con la primera causa, dotada de
inteligencia infinita.
29. Mas como en el cuerpo animal
hay la misma necesidad, y aun al parecer
mayor, en atención a su esquisitísimo
artificio, de darle causa inteligente,
oportunamente se les presentaron los
primeros los peces, en cuyas huevas, o
huevos hallaron verdaderas semillas, y
en cuyas semillas hallaron verdaderos
huevos, porque realmente parecen, y son
uno, y otro. Y ve aquí descubierto en
ellos el mismo camino que en las
semillas de las plantas para arribar a la
primera causa.
30. Hallados en los peces huevos,
que son semillas, es [341] natural
colegir lo mismo de los huevos de las
aves; con que ya no restaba sino hallar
huevos en los demás brutos, y en el
hombre, para asentar, que todos los
animales se forman de huevos, y por
consiguiente de tan verdaderas semillas,
como las de las plantas, y peces.
31. Encontróse a la verdad para ello
algún tropiezo en la famosa distinción
que habían establecido los Filósofos de
animales vivíparos, y ovíparos; como
dando por sentado, que unos animales
engendran por medio de huevo, y otros
no, y colocando en aquella clase aves, y
peces, y en ésta los demás brutos, y el
hombre. Pero bien mirado, la autoridad
de los antiguos Filósofos, que apenas
llegaron a palpar la ropa a la naturaleza,
no debía detener a los modernos, una
vez puestos en tan bello camino, como
se hallase en la hembra, ya racional, ya
bruta, cosa capaz de recibir
oportunamente la denominación de
huevo.
32. Pareció a muchos Anatomistas
hallarse ésta en efecto en ciertos
miembrecillos de la hembra destinados
a la generación, a quienes antes daban el
nombre mismo que se da a otros que hay
en el másculo, destinados también a la
misma obra; pero habiendo el célebre
Bartholino, por la razón de parecer
dentro de ellos unos cuerpecillos, que
parecen huevos, empezado a llamarlos
Ovarios; ya comúnmente se substituye
entre los Anatomistas este nombre al que
tenían antes. Están estos miembros, que
son dos, como en el másculo, no en el
sitio manifiesto que los de éste, sino
recogidos en la cavidad del hipogastrio,
a los lados del fondo del útero, de quien
distan dos, o tres dedos, y con quien se
comunican, mediante las tubas llamadas
Fallopionas, por su descubridor Gabriel
Fallopio. Dentro de ellas están
contenidas muchas vejiguillas del grueso
de alberjones verdes, llenas de un humor
diáfano: a éstas dieron el nombre de
huevos, por parecerles tales, y algunas
observaciones los confirmaron en esta
opinión.
33. Dicen, que el Médico Mr. de San
Mauricio en el ovario de una mujer, que
abrió en París el año de 1682, [342]
halló un feto enteramente formado: que
Mr. Olivier, Médico de Brest, vio que
una mujer preñada de siete meses parió
un plato lleno de huevos de diferentes
tamaños, desde el de una lenteja, hasta
un huevo de paloma, unidos en forma de
racimo: que Wormio vio otra, que arrojó
un huevo, y Bartholino lo confirma: que
Teófilo Bonet en una Carta suya testifica
de otra que expelió una grande cantidad
de huevos: Lauzono de otra que parió
uno, ni tan grande como los de gallina,
ni tan pequeño como los de paloma.
34. Creo no podrán quejarse los que
llevan la opinión de que la generación
del hombre, y todos los demás animales
se hace ex ovo, de que no he
representado los fundamentos, y motivos
de ella con la mayor eficacia, y modo
más persuasivo, que me ha sido posible:
de modo, que el que sólo leyere lo que
llevo escrito hasta aquí, hará a mi
parecer juicio de que me inclino a la
misma opinión: mucho más si tiene
presente lo que en orden a ella dije en el
tomo 6. del Teatro Crítico, Disc. 1.
Parad. 14.
35. Confieso, que un tiempo tuve por
bastantemente probable la sentencia de
que todos los animales se engendran de
huevo, y así lo insinué en el lugar citado
del Teatro Crítico; mas ya llegó el caso
de mudar de opinión, y hacer constar al
público, que ya soy de otro sentir, sin
que para eso me embaraze el
absurdísimo dictamen de cierto Escritor
moderno, que poco ha dio el nombre de
Vergonzosa palinodia a la retractación
que hice de cierta cosa, que había
escrito poco antes. ¿Vergonzosa
palinodia? Sólo quien por una rara
fatalidad esté determinado a entender
todo al revés, podrá dar a una voluntaria
retractación ese nombre. ¿Vergonzosa
palinodia? No sino noble sencillez, y
purísimo amor de la verdad.
¿Vergonzosa palinodia? Así llamará
también todas las retractaciones del
Gran Padre de la Iglesia San Agustín.
¿Vergonzosa palinodia? Si la ingenua
confesión de la verdad, que antes no se
conocía, o en cuyo conocimiento se
había padecido alguna equivocación, es
vergonzosa, y reprehensible, será
honesta, y [343] laudable la cerril, y
rústica terquedad de mantener el error
después de conocido. Si tan monstruoso
desatino se admite, y extiende en
España, será nuestra Península la región
de la barbarie. A la verdad, por nuestra
desgracia la práctica, que puede
conducir a aquella detestable teórica,
bastantemente introducida está; porque
hay muchos, y de ellos conozco no
pocos, que después de ponerles delante
unas claras, y evidentes convicciones,
ya de sus opiniones disparatadas, ya de
citas falsas, ya de hechos supuestos, ya
de inteligencias siniestras, todavía
porfían, se endurecen, y obstinan en
calificar con nuevos errores, y
falsedades las falsedades, y errores
antecedentes, con que al fin, con porfías
sobre porfías, y embrollos sobre
embrollos, logran cansar a los que
querrían desengañar al público; pues
fatigar a los desengañadores es lo único
a que pueden aspirar.
36. Mi ejemplo en cuanto a retractar
en el Suplemento del Teatro Crítico
alguna parte de lo que había escrito en
los Tomos antecedentes, no sé a quién
haya movido a la imitación hasta ahora.
Acaso esto en algunos pende de que si
empiezan a retractar, hay tanto que hacer
en ello, que casi lo han de llevar todo,
como se dice, a roso y belloso, pues es
lo que dijo cierto Poeta Italiano a un
coplizante, que le pidió limase cierta
composición que había hecho: Señor
mío, si me pongo a limarla, todo se irá
en limaduras. Esta en mi juicio es una
de las principales causas de no apurarse
tanto la verdad de las cosas en España.
Es el caso, que como la mala fe en el
comercio pecuniario en vez de adelantar
suele arruinar los caudales, del mismo
modo la mala fe en el comercio literario
atrasa visiblemente los progresos de las
letras. Pero volviendo al propósito.
37. Repito, que aunque un tiempo
tuve por bastantemente probable la
opinión de que en todos los animales se
hace la generación ex ovo, ahora me
hacen mudar de parecer los casos ahora
referidos de hallarse fetos de figura
humana dentro de matrices de hembras
brutas; y supuesta [344] la realidad,
harán mudar a cualquiera, como no sea
de los cerriles. Ni es menester, que
todos aquellos casos sean verdaderos;
basta que lo sea el reciente de la Villa
de Fernán-Caballero, porque no sólo
decide la cuestión; siendo claro, que si
todos los animales se formasen de
huevos, contenidos en las hembras de su
propria especie, y en quienes hay los
lineamientos correspondientes a su
organización específica, nunca podría
suceder hallar en matriz bruta cuerpo de
configuración humana.
38. A la verdad, la opinión de los
Overos, u Ovaristas, aun prescindiendo
de este argumento, o antes de hacerse
esta observación, ya padecía graves
dificultades, especialmente la terrible de
la generación de los híbridas, o
animales de tercera especie; pues si se
formasen del huevo contenido en la
hembra, parece que siempre saldrían, no
de alguna tercera especie, sino de la
especie propria de la hembra. Y lo que
hay en esta materia dignísimo de reparo
es, que de cualquiera modo que se haga
la comixtión de las dos especies, v.gr.
de caballo con hembra de la especie
asinina, u de macho de la especie
asinina con hembra de la especie equina,
siempre sale el hijo de la especie mular.
39. Este argumento, como digo, es
terrible, y no podían menos de conocer
su fuerza los Autores Ovaristas. Pero
como a los que están encaprichados de
algún sistema se hace durísimo
abandonarle; aun cuando se hallan
apretados de la más fuerte objeción,
buscan algún resquicio para el efugio, y
por insuficiente que sea, quieren que
valga como bueno: de modo, que a los
Autores muy sistemáticos se puede dar
esta denominación, aun quitando de ella
la primera sílaba. Así no hay que
extrañar, que los que hasta ahora
siguieron el sistema del huevo, hayan
procurado a toda fuerza mantenerse en
él, mayormente siendo tan especioso.
40. Realmente están de parte de él
dos motivos, que parece conspiran a
constituirle apreciable. El primero es la
analogía que hay entre aquellas
vejiguillas, que se ven en [345] el
llamado ovario, o los verdaderos
huevos. El segundo, la bien fundada
consideración, consiguiente a varias
observaciones de que la naturaleza en la
producción, no sólo de diferentes
especies, mas aun de diferentes géneros,
sigue alguna uniformidad, aunque
mezclada con una dosis, ya mayor, ya
menor de discrepancia; y esta mixtura de
uniformidad, y discrepancia se halla en
algún modo entre las vejiguillas de los
vivíparos, y los huevos de los ovíparos,
como asimismo entre éstos, y las
semillas de las plantas.
41. Donde es oportuno advertir, que
la observada uniformidad discrepante,
así como dio motivo para extender los
huevos hacia arriba, le dio también para
extenderlos hacia abajo; esto es, dio
motivo a unos Autores para subir los
huevos generativos desde los animales
vivíparos, hasta los hombres, y a otros a
bajar las semillas desde las plantas,
hasta las piedras.
42. La especiosidad de este sistema,
ayudado de los dos motivos dichos, me
impelió un tiempo a contemplarle
probable, aunque no con tanta adhesión
a su probabilidad, que no hallase otros
motivos para fiar poco en los dos
expresados motivos. Desconfiaba algo
del primero de la analogía, porque
habiendo en el Mundo muchas cosas,
que son lo que no parecen, o parecen lo
que no son, poco se puede fundar en esa
diminuta, o imperfecta semejanza de las
vejiguillas femíneas a los huevos de
aves, y peces. Desconfiaba también algo
del segundo, porque nadie puede saber a
qué punto llega, o qué términos tiene esa
pretendida uniformidad de la naturaleza.
¿Quién dijera, que hay mucho mayor
semejanza entre las semillas de dos
árboles distintos, que entre las del
mismo árbol? Sin embargo es así.
Engéndranse los árboles, no sólo de
aquellas granas, a quienes damos el
nombre de semillas, mas también de las
varas de los mismos árboles, y de
cualesquiera porciones de esas mismas
varas. Con que estas porciones también
vienen a ser semillas. ¡Pero cuán
desemejantes en todo a la grana! ¡Y aquí
también se desaparece enteramente
[346] la analogía. Más: Discurriendo
por reglas de analogía, y proporción,
asentiríamos a que cuanto mayores son
las plantas, mayores son sus semillas.
Pero no hay tal cosa, sabiéndose, que
plantas mucho mayores, que otras, tienen
mucho más menudas las semillas.
43. Cuando, pues, estaba ya
fluctuante entre las dos opuestas
opiniones, oportunamente vino el
extraordinario feto de la Villa de
Fernán-Caballero a sosegar todas las
dudas, pudiendo aplicar con levísima
inmutación a este propósito lo que dijo
Claudiano, cuando por un suceso no
esperado se desembarazó de otra
gravísima duda (Lib. 1. in. Rufinum.):

Abstulit hunc tandem proles


caprina tumultum.

44. Todo cuanto se forma de huevo, o


semilla, se forma de huevo, o semilla
propria de su especie. Nunca se vio, ni
se verá, que del huevo de una gallina se
engendre una águila, ni del huevo de una
paloma una calandria: luego mucho
menos (porque es aún mayor la
desemejanza) del huevo de una cabra
alguna humana criatura. Y si una criatura
humana se pudo formar sin huevo
femíneo, es evidente, que ninguna le
necesita para su formación.
45. Sólo resta responder a las
Historias con que pretenden probar la
generación humana ex ovo. A la primera
digo, que una cosa tan extraordinaria
como hallarse un feto enteramente
formado en el ovario femíneo se debe
probar con una información autenticada,
y no con sola la deposición del Médico
que se cita. Añado, que en caso que
viese algún cuerpecillo en el ovario,
estando reducido a tanta pequeñez,
cuanta era menester para caber en él,
dejando lugar para los demás huevos,
mal podría distinguir el Médico si era
feto humano, u otro algún cuerpecillo
extraordinario, formado por la
coagulación del líquido contenido en la
vejiguilla. Es naturalísimo, que estando
el Médico preocupado de la opinión de
la generación ex ovo, viese más con la
imaginación, que con los ojos los
lineamientos proprios del feto humano,
que es lo que sucede mil veces en casos
semejantes. Uno muy al propósito
refiere el famoso Boyle. [347]
46. Dice, que varios Autores
escribieron, como cosa muchas veces
experimentada, que haciendo lejía de las
cenizas, o sales fijos de alguna planta
quemada, y helando aquella lejía, se
representaba en ella la imagen, o
configuración de la misma planta: que él
tentó muchas veces este experimento, y
nunca pudo conseguir el efecto
prometido, sí sólo varias
configuraciones, que no se podían
adaptar más a la planta, que se había
reducido a cenizas, que a otra cualquiera
planta, o a otras mil cosas distintas de
toda planta, y que lo mismo había
experimentado sucedía en la agua simple
congelada, en que no había ceniza, o sal
de planta alguna: por lo que,
concluyendo, dice, que sospecha
fuertemente, que los que aseguran haber
visto esos simulacros de plantas,
formados de sus sales, o cenizas, no
menos emplearon su imaginación que su
vista en ese espectáculo: Et sane
magnopere vereor, ne qui se eiusmodi
plantarum simulachra in glacie vidisse
profitentur, imaginationem, non minus
quam oculos, ad hoc spectaculum
adhihuerit. (Tentamin. Fisiolog.)
47. A las observaciones de huevos
femíneos, arrojados fuera, respondo, que
pudieron ser muy bien hydatidas
desprendidas; pues Mr. Fauvel, Cirujano
Parisiense, las halló sobre un ovario
femíneo, como se lee en la Historia de
la Academia Real de las Ciencias del
año de 1711, pág. 26. Y en la Historia
de la misma Academia del año 1701,
pág. 28, y siguientes, se refieren
observaciones encontradas de distintos
Anatómicos: unas que favorecen al
sistema de los huevos, y otras, que le
destruyen.
48. Y finalmente, para acabar de
cubrir de nieblas, y confusiones esta
materia, también se refieren
observaciones de Anatómicos, que dicen
vieron en el esperma másculo, así del
hombre, como de los brutos, los
rudimentos de los fetos respectivos.
Sobre que se puede ver el célebre
Boerhabe de aeconomia animali, num.
651. Dichas observaciones han inducido
en algunos Físicos la opinión de que no
la hembra, sino el másculo contribuye la
materia para la generación. Y no se
puede negar, que la formación del [348]
feto humano en la Cabra de Fernán-
Caballero da un gran aire de
probabilidad a esta opinión.
49. Yo sin embargo me abstendré de
pronunciar absolutamente por ella; ya
porque acaso las observaciones, que la
favorecen, no fueron más exactas, que
las antes referidas; ya porque la idea,
que algunos dan a ésos, que llaman
rudimentos del feto humano, parecerá a
muchos muy absurda. No hay opinión
alguna en esta materia, que no padezca
terribles dificultades. Por lo cual yo
juzgo mucho más razonable dejar el
pleito indeciso, confesando
ingenuamente mi ignorancia, que
proferir temerariamente alguna
sentencia. Una opinión, que viene desde
Hipócrates, y al favor de este gran
hombre se hizo respetar de muchos,
entre ellos recientemente del Doctor
Martínez, está también expuesta a
muchas, y grandes objeciones.
50. Siendo el objeto, y motivo de
esta Carta el feto que resultó de la
comixtión de individuo de nuestra
especie con el de una especie bruta,
naturalmente me conduce a disipar dos
fabulosas genealógicas, que se leen en
algunos libros, y en que se suponen otras
comixtiones semejantes. La primera es,
que la ilustrísima Familia de los
Ursinos desciende la mezcla de
individuo humano con Oso, o con Osa.
La segunda, que la nobilísima de los
Mariños de Galicia viene de la mezcla
de cierto monstruo marino con una
mujer. Nuestro doctísimo Cardenal
Sfrondati, en su amenísimo Curso
Filosófico, que leí muchos años ha,
refiere uno, y otro; pero no me acuerdo
de si escribe sólo refiriéndose a lo que
dijeron otros, o prestando asenso
probable a las dos especies.
51. Digo que entrambas son falsas.
La primera pudo nacer de una de dos
equivocaciones. Dicen algunos, que el
que dio nombre a esta familia fue un
Señor llamado Ursus, como se puede
ver en el Moreri, v. Ursins; e
inconsideradamente tomaron algunos el
nombre proprio de un hombre por el
común de una especie beluina. Dicen
otros, que el nombre proprio de esa
estirpe no es Ursini, ni Orsini, (que de
este segundo modo le escriben los
Italianos) [349] sino Rosini; lo que
prueban, ya de que las Armas de esa
Casa son coronadas de una Rosa, ya de
que de ella descienden los Condes de
Rosemberg en Alemania. Para una, y
otra especie cita el Moreri al célebre
Genealogista Imhoff. Según esta opinión,
el nombre Rosini (como ha sucedido a
otros muchos) se corrompió,
transfiriéndole a Orsini, o Ursini; y de
aquí se pasó a soñar aquella
extraordinaria descendencia.
52. La de los Mariños no la leí sino
en el citado Sfrondati, que dice viene ex
puella cuidam monstro marino assueta.
Pero un Genealogista Español, y
Profesor de la Facultad Genealógica,
bien conocido, en Carta que me escribió
a otro intento por incidencia, me citó
para dicha noticia un Autor, llamado
Diego Hernández de Mendoza; el cual
(pongo las palabras de la Carta), cuando
trata de la familia de los Mariños, dice:
Que tomaron este apellido, porque
habiendo visto un Caballero unos
hombres desnudos tomando el Sol al
abrigo de una peña, dio de improviso
sobre ellos, y sólo pudo coger uno, que
llevó a su casa; y haciéndole curar, se
le cayó un cuero grueso, y escamoso,
que tenía, descubriendo un rostro de
mujer hermosa: que la enseñó a hablar,
y tuvo de ella un hijo, de quien
proviene esta familia, preciándose de
este origen.
53. Yo no sé qué fe merece este
Diego Hernández de Mendoza. Lo que
sé es, que aunque soy natural del Reino
de Galicia, y tuve bastante comunicación
con algunos Señores de esta casa, y aun
puedo decir amistad con uno, u otro,
nunca, ni a ellos, ni a otra alguna
persona natural de dicho Reino oí tal
especie: Por lo que me resuelvo a
juzgarla fabulosa, y que no tuvo más
principio, que el antojo de algún
quimerizante, que sobre el sonido de la
voz Mariño quiso fabricar esta patraña;
como si la misma voz no pudiese haber
sido derivada de otras cien cosas, o
sucesos de alguno de esa Casa, que
tuviesen alguna relación con el mar. Del
mismo modo, y aun con derivación más
inmediata podría otro soñar, que los
apellidos [350] Carnero, Lobo,
Cordero, Vaca vienen de otras
comixtiones abominables con esas
especies.
Nuestro Señor guarde a V.S. &c.

Apéndice

54. Habiendo arriba dicho, que algunos


Autores extendieron la formación de
semilla a las piedras, parece justo
proponer aquí sus fundamentos. Juzgo,
que el famoso Botanista Joseph Pitton de
Tournefort fue el fundador de esta
opinión, ocasionándole el primer
pensamiento, en orden a ella, la
contemplación del Coral, de la
Madrepora, y otras plantas marinas, que
llaman Petrosas; porque viendo que son
cuerpos organizados cada uno en su
especie, de una manera constante, y
uniforme, coligió, que no podían menos
de provenir de semilla. Y prosiguiendo
en sus observaciones, le pareció haberla
hallado en cierta especie de leche acre,
cáustica, y glutinosa, que vertiéndose de
las extremidades de las ramas del Coral,
cae al fondo del mar; porque nunca, o
rara vez se mezcla, u deslie con el agua,
y en cualquier cuerpo sólido, que
encuentra, se pega, y pega, mediante su
viscosidad, alguna sutilísima semilla,
que se debe discurrir lleva envuelta. El
que esta semilla hasta ahora no se haya
visto nada prueba contra su existencia,
pues tampoco hasta ahora se ha visto
sino con el microscopio la del helecho,
ni la de la seta; sin que por eso duden
los Físicos de que esas dos plantas la
tengan como las demás. Y realmente,
viendo tanta desigualdad de tamaño en
las semillas de varias plantas, que aun
de las plantas muy crecidas son las
semillas más pequeñas, que de otras
menores; y lo mismo se observa en las
de los animales {*}: con razón debieron
atribuir la [351] invisibilidad de las dos
plantas expresadas a su pequeñez.
{(*) Nota. La semilla, o hueva del
pez llamado Narval, que habita en el
friísimo Mar de la Groenlandia, y tiene
más [351] de veinte pies de largo, es
mucho menor, que la de muchos peces
de muy inferior tamaño. Llaman algunos
a este pez el Unicornio del Mar, porque
tiene un cuerno, que le sale de la
mandíbula superior; y es tan grande, y
fuerte, que con él acomete a las mayores
Ballenas, y rompe el más grueso Bajel.
Muchos creen con gran verisimilitud,
que de este pez son todas las astas
grandes, que con nombre de Unicornios
se conservan en algunos gabinetes, o
tesoros de raridades.}
55. Después el sabio Conde Marsili,
que fue General de las Galeras de
Francia, y con esta ocasión se aplicó
fuertemente a observar la Naturaleza en
todo lo perteneciente al mar, descubrió
las flores del Coral, como se refiere en
la Historia de la Academia Real de las
Ciencias del año 1710. Y aunque es
verdad que no halló dentro de ellas sino
un jugo glutinoso (que supongo ser el
mismo de que ya se habló) ya parece no
se debe dudar de que en ese jugo
glutinoso está envuelta una
imperceptible semilla.
56. Volviendo a Mr. de Tournefort,
éste habiendo hallado en el Mar piedras,
que sin dejar de ser piedras son plantas,
y como verdaderos vegetables se forman
de semillas, se avanzó a sospechar lo
mismo en todas las demás piedras,
ofreciéndose las primeras a alentarle en
este Proyecto Filosófico las piedras
figuradas, que se encuentran en diversos
sitios, en uno cuadradas, en otro
lenticulares, en otro polígonas, &c. de
modo, que en un sitio se encuentran
muchas de una figura, y en otros de otra;
de la misma forma que en unos terrenos
espontáneamente produce la Naturaleza
plantas de tal especie, en otros de otra.
De las piedras, que llaman Cuernos de
Ammon, y tienen la figura de concha de
limazón, se encuentran muchas en la
Normandía, y en la Provenza; y no
pudiendo sospecharse, que se formaron
en algún molde, porque ninguno se halló,
que pudiese serlo, se infiere, que se
formaron de semilla. [352]
57. De aquí pasó el citado Autor a
conjeturar lo mismo en todas las
piedras, ya por las vetas que tienen, por
dónde se rompen más fácilmente, lo cual
ya es una especie de organización; ya
por una observación, que hizo en la Isla
de Candia, la cual le persuadió, que las
piedras se nutren como las plantas.
Parece que ya esta opinión de Tournefort
tiene algunos Sectarios. Yo sólo la
propongo históricamente.
Carta XXXI
Sobre el adelantamiento de las
Ciencias, y Artes en España.
Y Apología de los Escritos del
Autor

Excmo. Señor.
1. El celo, que todos conocen en V.E.
en orden a promover en España las
Ciencias, y las Artes, me mueve a
escribir esta Carta, siendo mi intento
representar a V.E. un gran estorbo, que
nuestra Nación se pone al
adelantamiento de las primeras, a fin de
que V.E. se aplique a removerle;
solicitando para ello la intervención de
la autoridad del Monarca, pues de otro
modo lo juzgo imposible.
2. No pueden adelantarse las letras
en España entre tanto que nuestros
Escritores circunscriban el estudio, y la
pluma a lo que supieron, y escribieron
los que fueron delante de ellos de siglo
y medio a esta parte (excepción que
hago, porque en el siglo anterior al
tiempo dicho [353] tuvo España
doctísimos Varones, en nada inferiores a
los más distinguidos, que entonces
florecían entre los Extranjeros; sobre lo
cual se puede ver el Teatro Crítico,
Tomo 4, Disc. 14.). Supongo que en las
tres Facultades de Teología Escolástica,
la Moral, y Jurisprudencia nada tiene
que envidiar nuestra Nación a las
demás. La Teología Escolástica es como
la cabeza de mayorazgo de nuestras
Universidades. La Moral, y
Jurisprudencia, especialmente en cuanto
al Derecho Civil, se han cultivado
felizmente por gran copia de Autores
célebres en una, y otra. Pero saliendo de
estas Facultades, es preciso confesar la
mucha pobreza de España, por más que
quieran negarlo los que por
demasiadamente pobres, ni aun
confusamente saben lo mucho, que nos
falta; o en caso que tengan una escasa
noticia de ello, como de hecho la tienen
algunos, por ocultar su pobreza, niegan
la común de la Nación. Y éstos,
adulando nuestras Escuelas como ricas
en literatura, son gran parte para atajar
los progresos en ella. Por lo que yo
gritaré a mi Nación contra éstos, o
lisonjeros, o ignorantes, con aquellas
palabras del Profeta Isaías: Popule
meus, qui te beatum dicunt, ipsi te
decipiunt, & viam gressuum tuorum
dissipant. (Isai. cap. 3.)
3. Pero en los mismos, que por esta
parte adulan nuestras Escuelas, anda la
maledicencia muy cerca de la lisonja,
hermanándose estos dos extremos,
aunque al parecer tan distantes. Es el
caso, que la lisonja abre el camino a la
maledicencia. ¿Cómo? De este modo.
Después de entablado, que acá
abundamos en todo género de literatura,
si algún Autor Español, porque Dios le
dio el espíritu, y capacidad necesaria
para ello, se avanza más allá de los
límites, en que hasta ahora se
contuvieron nuestros Profesores,
procurando dar a la Nación luces, que le
faltan en otras materias; si descubre a
sus compatriotas nuevos Países
intelectuales, a fin de hacerlos
partícipes en la posesión de ellos; ¿qué
le sucede? Lo que al gran Colón, en el
descubrimiento de las Indias
Occidentales: lo que al gran Vasco de
Gama en el descubrimiento de las
Orientales: [354] padecer insultos, y
conspiraciones de parte de aquellos
mismos, que eran interesados en el
descubrimiento. En las oposiciones, que
se hacen a estas empresas literarias,
frecuentemente se ponen baterías contra
la honra, como en las de aquellos dos
Héroes hubo tentativas contra la vida.
4. De los que se oponen, unos
proceden por ignorancia, otros por
malicia. Los primeros tienen alguna
disculpa; ninguna los segundos. Y la
malicia de éstos atrae por auxiliar suya
la ignorancia de los otros. Grita éste,
que cuanto da a luz el nuevo Escritor son
unas inutilidades, que tanto vale
ignorarlas, como saberlas. Clama aquél,
que todas novedades en materias
literarias son peligrosas. Fulmina el
otro, que cuanto produce como nuevo su
compatriota, es tomado de Extranjeros,
que, o son herejes, o les falta poco para
serlo. Y aquí entra con afectado énfasis
lo de los aires infectos del Norte, que
se hizo ya estribillo en tales asuntos, y
es admirable para alucinar a muchos
buenos Católicos, mas igualmente que
Católicos ignorantes.
5. En tan frívolos, y falsos pretextos
se emboza la negra envidia de los que se
consumen de ver, que otro logre el
lucimiento, crédito, y fama, que ellos no
son capaces de merecer. Y como no hay
insulto, por torpe que sea, inaccesible a
los furores de esta pasión, no faltan
quienes, no contentándose con mentir
todo el mal que pueden de los Escritos,
que impugnan; si hallan por donde herir
al Autor, aunque sea en materia
totalmente inconexa con los Escritos,
por aquel vulnerable acometen.
Iamque faces, & saxa volant, furor
arma ministrat.

6. He visto Escritos, donde se


propalaban tachas del nacimiento. Los
he visto también, donde se publicaban
defectos morales del impugnado,
impertinentes del todo al asunto que se
disputaba. Estas infamias sólo se ven, y
toleran en España. ¿A vista de esto, qué
mucho será, Excmo. Señor, que algunos
sujetos, muy capaces de dar buenas
[355] luces a nuestra Nación con sus
Escritos, los sepulten dentro de sí
mismos, por no exponerse a tan villanas
hostilidades? Apenas hay sujeto de
quien no pueda clamorearse algo que le
duela. Y cuando haya algunos en todo
tan puros, esto no los indemniza de
calumnias sensibles al honor. En uno de
tantos Escritos, como parecieron contra
mí, a quien no faltaron Aprobantes, ni
las Licencias Ordinarias, se repitió dos
veces con poco, o ningún rebozo, que yo
estaba tocado de cierta fea enfermedad,
de la cual jamás padecí el más leve
asomo. Lo que me mueve a exclamar con
el Poeta (Aeneid. lib. 1.):

¿Quod genus hoc hominum? quaeve


hunc tam barbara morem Permittit
Patria?
7. Oí decir, que en otro Escrito, que no
llegó a mis ojos, se me representaba de
muy pobre, y obscuro nacimiento.
Gracias a nuestro Señor, que me dio
corazón para no aterrarme de estas, y
otras imposturas, haciéndome siempre la
cuenta de que menos padecía yo en
ellas, que sus Autores en la maligna
rabia que los movía a proferirlas.
8. Es verdad, que pocos llegan a la
horrible extremidad de infamar la
persona del Autor; pero son muchos los
que invidos de su gloria procuran
infamar los Escritos; y esto basta para
contener con el miedo a los que sean
capaces de imitarle. Cualquiera de
estos, al querer tomar la pluma, se
considera solo, y con mil enemigos
delante. ¿Mil? He dicho poco. Enemigos
suyos son, o por lo menos pueden serlo,
todos los que quieran arribar a su fama,
y se ven sin fuerzas para conseguirlo.
Enemigos suyos son, o por lo menos
pueden serlo todos aquellos a quienes,
aunque por considerarse fuera de la
posibilidad de erigirse a concurrentes,
no les duela la preferencia sobre sus
personas; sienten la que les concede el
público sobre todos los de su
República, o Partido. Enemigos suyos
son, o por lo menos pueden serlo, todos
aquellos, cuyas opiniones combate,
porque ven, que éstas tanto más se
desacreditan, [356] cuanto más está
acreditado el Autor. Enemigos suyos
son, o por lo menos pueden serlo, todos
aquellos, que por mantener la
desmerecida estimación, que se tributa a
su aparente, o limitada Ciencia,
quisieran se conservase en la Nación la
común ignorancia.
9. ¿Quién no ve, que esta
consideración puede inspirar un terror
pánico a la pluma más valiente? Y
mucho más, si al mismo tiempo advierte,
que hay varios medios, y fáciles para
desacreditar el mejor Escrito del
Mundo. Hay las citas falsas: hay las
inteligencias siniestras: hay las
interpretaciones malignas: hay las
truncaciones de cláusulas: hay las
falsedades de que aquello ya lo dijeron
otros; y hay, en fin, el descubridor con
osadía, y desvergüenza: que esto,
aunque a muchos mueve la indignación,
y el desprecio, para el estúpido
vulgacho es una prueba relevante de la
gran suficiencia del impugnador. No de
uno, u otro de los seis medios
expresados, sino de todos juntos se
valió uno, que poco ha dio a luz contra
mí dos Tomos en cuarto.
10. No quiero yo, que las prendas de
un Autor, por excelentes que sean, le
eximan de la Crítica de otros. Pretender
esa prerrogativa sería aspirar a una
denominación tiránica sobre toda la
República Literaria. Haya Crítica; pero
sea la Crítica como Dios manda, y no
sólo como se permite en España para
castigo de nuestros pecados. Haya
Crítica; pero los que quieran meterse a
Críticos, sean primero examinados, no
sólo en ingenio, y ciencia, mas también
en las virtudes de veracidad, modestia, y
cortesanía, desterrando a las selvas los
Críticos montaraces, y ferinos, para que
allí hagan compañía a los Lobos, Osos,
y Jabalíes; aunque de éstos podrán
quedar unos pocos en las Escuelas para
diversión de la estudiantina, haciendo
primero la diligencia de arrancarles
dientes, y garras. Haya Crítica; pero
cuenta con unas crises, que son como las
falsas de las enfermedades agudas, en
que los pacientes evacúan parte de sus
malos humores, quedando los más
dentro del cuerpo; y lo que evacúan, sin
aliviar a los [357] dolientes, apesta a
los circunstantes. Estas crises, aunque
vengan con sobrescrito de celo, de
defensa justa, de amor de la verdad, se
conocerán luego por su mal olor, y así
deberán los lectores precaucionarse con
ciertos defensivos, que llaman
antiatrabiliarios, antiinvidos,
antisuperbos, antimaledicos, y
antimalignos.
11. Los Autores de tales Escritos
pueden, Excmo. Señor, con propriedad
llamarse los malcontentos de la
República Literaria, que turban su
sosiego, sólo porque no son tan
atendidos en ella como quisieran. Este
daño sólo, aun cuando no hiciesen otro,
da sobrado motivo para procurar
contenerlos. Mas no sólo hay éste; otros
dos aún mas graves ocasionan: el
primero, es promover cuanto está de su
parte, la ignorancia de la Nación, ya
desacreditando a los que la ministran
luces en lo que ignora, ya llenando de
inepcias, y falsedades las cabezas de
infinitos lectores, que si no hubiera tales
Libros, se ocuparían en la lectura de
otros útiles; y aun cuando no lo hiciesen,
harto mejor les estaría no leer alguno,
que leer éstos. El segundo es contra el
interés del Estado, porque se emplea
mucho papel extranjero en la impresión
de estos Libros inútiles; y el dinero que
se gasta en su compra, se pierde para
España, sin resarcirse de modo alguno
en la venta; porque rarísimo de tales
libros pasa, por vía de venta, a las
Naciones Extranjeras; sucediendo todo
lo contrario en la impresión de los
buenos Libros.
12. De suerte, que según la diferente
calidad de ellos, o pierde, o gana
España en la impresión: en los malos
pierde el dinero con que se compró el
papel, que viene de fuera del Reyno; en
los buenos se gana el que emplean los
Extranjeros en su compra; y demás de
eso se gana con ellos crédito para la
literatura de España.
13. La más ordinaria cantinela, de
que usa la envidia contra los que
escriben cosas, por lo común ignoradas
en España, es, que ésas son unas meras
curiosidades, que de nada sirven,
porque sin ellas se puede saber todo lo
que [358] importa saber, lo que
extienden a todos los Libros extranjeros,
tratándolos de inútiles a todos.
14. Pero lo primero repongo, que
aun permitiendo, que esas curiosidades,
tomadas objetivamente, de nada sirvan,
la lectura de ellas puede servir de
mucho. ¿No es ésa por lo menos una
diversión honesta, que ocupando
agradablemente el alma, la hace dar a
ella el tiempo, que mil veces, a falta de
ella, emplearía en pasatiempos nocivos?
¿No es saber algo saber esas
curiosidades? ¿No es mejor hacer
conversación de ellas, que de
cuentecillos populares, en que
comúnmente entra una buena dosis de
murmuración del prójimo? ¿No será
mejor entretener a los circunstantes con
los experimentos de la Máquina
Pneumática, o con los de la virtud
Eléctrica, que con los desórdenes, que
hubo tal día en el paseo: con las
borracheras, que hubo en tal romería, o
con los infelices efectos, que produjo un
desigual casamiento?
15. ¡Oh! que bastantes Libros
tenemos por acá en que ocupar
agradablemente el tiempo. Si se habla
de Libros de Comedias, y Novelas,
bastantes hay. Pero esos Libros son
nocivos para muchas personas,
especialmente para jóvenes de uno, y
otro sexo. Doy que no sean. ¿No será
mejor sacar de la lectura, sobre el
deleite de gozarla, alguna noticia Física,
Astronómica, Botánica, Geográfica, de
Historia Natural, &c. que es un bien
algo estable, y duradero, que el deleite
sólo de la lectura, que únicamente tiene
la existencia pasajera de uno, u otro
rato?
16. Hay también, me dirán, Libros
de Historia. Sí, Libros de Historia hay;
¿pero los tienen todos? Y los que los
tienen, si los han leído ya, y acaso dos, o
tres veces, ¿qué gusto hallarán en leerlos
cuarta, y quinta vez? Libros de Historia
hay; ¿pero cuántos son, o por su mal
estilo, o por su desordenado método, o
por otros mil defectos desapacibles?
Libros de Historia hay; pero como los
gustos de los hombres son tan varios en
orden a los Libros, como en orden a los
manjares, muchos no gustarán de Libros
de [359] Historia, y gustarán de estotras
curiosidades. Lo proprio digo de otros
cualesquiera Libros de diversión. De los
que tratan materias pertenecientes a las
Ciencias, que por acá se estudian, no
hay para qué hablar; pues ésos sólo los
abren los Profesores; y aun para los
Profesores son tarea, y fatiga; que a los
que no gustan de otra diversión, que la
lectura, o gustan más de ésta, que de
cualquiera otra, en algún modo los
precisa a buscar el desahogo de su
cansancio en la amenaza de otros
Libros.
17. Pero utilidades mucho más
sólidas traen ésas, que la envidia, o la
ignorancia llaman meras curiosidades.
Esas curiosidades muestran a los
Españoles lo que los Extranjeros han
adelantado en la Física, Matemática,
Anatomía, Optica, Botánica, y otras
Ciencias. Esas curiosidades muestran a
los Españoles, como el adelantamiento
en ésas, y otras Ciencias ha servido a
los Extranjeros para perfeccionar
muchas Artes liberales, y mecánicas,
que hacen mucho más cómoda, y mucho
menos trabajosa la vida humana. ¿Quién
en España no dijera, que era una mera
curiosidad Astronómica el
descubrimiento, que hizo el gran
Florentín Galileo Galilei, de aquellos
cinco Planetas secundarios, que llaman
Satélites de Júpiter? ¿Quién en España
no dijera, que era una mera curiosidad
Geométrica la invención de una nueva
línea corva, llamada Cycloida, que hizo
el célebre Holandés Cristiano
Huighens? Pues el descubrimiento de los
Satélites de Júpiter, añadiendo nuevas
luces a la Geografía, enmendó la falsa
posición de muchos puertos, lo que
sirvió a evitar muchos naufragios; y la
aplicación, que hizo Huighens de la
Cycloida a los Relojes de péndula, los
colocó en mucho mayor exactitud.
¿Quién no dijera en España (¿o quién no
lo dice?), que el examen de la figura de
la Tierra, hecho estos últimos años con
no poco gasto del Rey de Francia, y a
costa de grandes fatigas de ocho, o diez
Académicos de la Academia Real de las
Ciencias, es un trabajo especioso, pero
inútil? Pues ese trabajo puede dar
mucho mayor seguridad a la navegación
en las grandes distancias de la
Equinoccial. ¿Quién no [360] dijera (¿o
quién no lo dice?), que los
experimentos, que hoy se repiten tanto
de la virtud Eléctrica, sólo sirven a
divertir gente ociosa? Sin embargo, ya
se han visto muestras en Inglaterra de
que en ocasiones conducen para curar
una enfermedad, comúnmente incurable,
que es la perlesía, y es verisímil que se
vayan reconociendo en adelante más
utilidades de esta virtud en fuerza de
nuevos experimentos. ¿Quién no dijera,
que una línea corva descubierta por el
Caballero Newton, como parto de la
más ardua, y sublime Geometría, no
podía hacer otro papel en el Mundo, que
dar que hablar a los Matemáticos? Pues
esa línea, aplicada a la construcción de
la figura de los Bajeles, produjo la
gravísima importancia de aumentar su
velocidad. ¿Quién en España no dijera
(¿y aun quién no lo dice?), que no pasa
de una mera curiosidad aquella prolija
aplicación con que los Extranjeros
examinan el mecanismo; la figura, la
situación de todas las partes del cuerpo
humano, siguiendo con los microscopios
el alcance de aquellas, que por muy
menudas huyen de la vista? Pues esta
aplicación ha dado más seguridad, y
perfección a muchas operaciones
Quirúrgicas; de modo, que por medio de
esta utilísima Ciencia se curan hoy
muchísimos, que cien años ha se daban
por incurables. Sería infinito, si me
empeñase en enumerar otros muchos
beneficios, que han resultado de varios
descubrimientos, y experimentos de los
Extranjeros, que los Españoles tratan de
curiosidades inútiles.
18. Los Españoles digo. ¿Pero qué
Españoles? Estoy muy lejos de suponer
esta mancha general a la Nación. Unos
Españoles semiestúpidos, unos
ignorantes soberbios, unos charlatanes
de la Literatura, unos hipócritas de
Ciencia, que procuran persuadir al
Mundo, que no hay más que saber, que
lo que ellos saben; siendo lo que saben
tan poco, que no vale ni aun la centésima
parte del papel, que se gastó en los
cartafolios por donde estudiaron.
19. ¡Oh, cuántas impertinencias he
tenido yo que sufrir a estos sicofantes!
¡Cuántas veces se me ha repetido, que
[361] pudiera, y debiera emplear la
pluma en asuntos más útiles! ¿Y cuáles
son esos asuntos más útiles? Son, según
ellos quieren dar a entender, la Teología
Escolástica, la Moral, la Expositiva. ¿Y
ésos son asuntos más útiles? Distingo:
absolutamente hablando, y
prescindiendo de las circunstancias de
tiempo, regiones: y otras, lo concedo:
contrayendo la proposición a las
circunstancias en que nos hallamos, lo
niego. Explícome. Yo escribo
principalmente para España. ¿Y qué es
más útil para España? ¿Escribir sobre
aquellas Facultades, en las cuales está
llena de muchos, y muy excelentes
Autores? ¿Quién lo dirá? ¿Para qué
llevar agua a la mar? ¿O escribir
aquello, en que España está pobrísima
de Autores, y noticias? Esto sí que le
puede ser, y en efecto le es muy útil.
20. Bien sé, que algunos, por
hacerme el favor que no merezco, han
dicho, que si yo dedicase la pluma a
cualquiera de las Facultades en que
abundamos de Libros, por la mayor
claridad en concebir, y en explicar las
cosas, podría dar sobre esas mismas
materias trilladas más luz, que dieron
otros Autores, y aun adelantar algo en la
substancia. Pero éste es dictamen, que
sugiere un excesivo afecto a algunos
apasionados míos: por los cuales diré lo
que por otros, que lo eran suyos, dijo el
Grande Augustino en su Epístola
séptima a Marcelino: Non mihi placet,
cum a charissimis meis talis existimor,
qualis non sum. Yo no presumo de mí
tanto; y aun cuando lo presumiese,
debiera recelar, que presumirlo fuese
mera presunción, o que ese ventajoso
concepto de mi habilidad fuese derivado
del influjo del amor proprio, como lo
fue en otros muchos. Raro Escritor se
produce al Público, que no imagine, que
ha de lograr los comunes aplausos; y
poquísimos son los que, en vez de los
comunes aplausos no padecen los
comunes desprecios. Y con razón,
porque son poquísimos los que,
escribiendo sobre esas materias
trilladas, hacen otra cosa, que trasladar
de los Escritores que los precedieron; y
no pocos con tanta infelicidad, que
escribieron muy mal lo que por otros
estaba escrito muy bien, de que pudiera
[362] producir bastantes ejemplos; pero
dejo de hacerlo, por no multiplicarme
enemigos.
21. Finalmente, yo no tengo motivo
para pensar, que seré útil al Público,
escribiendo sobre las Facultades, en que
tenemos copia de Libros. Y al contrario,
vivo con una bien fundada satisfacción
de que lo que he escrito, puede ser, es, y
fue muy útil al Mundo, por los muchos
errores de perniciosas consecuencias en
la práctica, de que le he desengañado. Y
fuera mucho mayor la utilidad, si contra
un desengañador único no salieran al
campo muchos engañadores a echar
polvo en los ojos a ignorantes, y rudos.
Sin hacer cuenta de más desengaños, que
los que he dado en materia de la
Medicina en varias partes de mis
Escritos; pero más copiosamente en el
primer Tomo del Teatro Crítico, éstos
por sí solos produjeron dos efectos de
suma importancia en España.
22. El primero fue el ahorro de
muchísimo dinero en la compra de
drogas medicinales extranjeras. La
persuasión, en que puse a muchos
Médicos de la incertidumbre de su Arte,
y mucho más la en que puse a
innumerables enfermos de los daños, y
riesgos de medicinarme con frecuencia,
indujo este grande ahorro. Hago juicio,
que desde el año de 26 hasta ahora se
excusó por este medio la salida de
muchos millones de pesos de España;
pues en todas, o casi todas partes es
visible, que el gasto de Botica es menor
que antes. Y una cosa notaré aquí, que es
bien que se sepa; esto es, haber
observado, que hoy, por lo común,
recetan mucho menos los Médicos, que
los que no lo son. Los Cirujanos, y
Sangradores, a quienes malamente se
consiente meterse a Médicos, son los
que hacen el gasto más considerable en
las Boticas, siendo los que recetan más,
no por otra razón, sino porque saben
menos.
23. El segundo efecto, aun de mayor
importancia que el primero, fue el
ahorro de salud. De varias partes de
España, y en muchas Cartas se me avisó,
que una gran multitud de estos
semienfermos, que por unas leves
habituales indisposiciones no dejaban
reposar a los Médicos, [363]
deponiendo en virtud de mis
persuasiones tan perniciosa práctica, y
entregándose al beneficio de la
naturaleza, se reconocían muy
mejorados; a que contribuía no poco el
haber sacudido el jugo de una forzada
molesta dieta, que ordinariamente
imponen los Médicos por chorrillo, sin
atención al temperamento de los
enfermos, y aun con poquísimo
conocimiento de las cualidades de
comestibles, y potables. Sé de muchos,
que pasaban una vida miserísima,
hechos unos esqueletos, por haberlos
estrechado a su infeliz pucherito, que
apenas podían mirar jamás sin náusea;
los cuales, ensanchándose después a
comer de todo, fruta, leche, pescado,
&c. sin otra reserva, que la de no gravar
el estómago, excediendo en la cantidad,
engordaron: sacudieron las
aprehensiones que antes los afligían; y
de unos enclenques, inútiles para todo,
se hicieron, digámoslo así, hombres de
provecho.
24. Mas ya, Excmo. Señor, que el
argumento de esta Carta, naturalmente, y
sin previsión, o designio anterior, me
condujo a exponer, que en mis Escritos
se interesó el Público, no sólo por la
parte de entretener honestamente su
curiosidad, mas también hacia otras
utilidades más sólidas, teniendo ya el
ánimo hecho a dar a la prensa esta
Carta; por el mismo interés del Público
determino extenderme más sobre esta
materia, mostrando, que por más que los
invidos griten, que mis Escritos sólo
sirven al deleite de gente ociosa; trato
en ellos innumerables puntos, de que a
todos pueden resultar, y han resultado ya
a muchos grandes, y sensibilísimos
provechos. Sea también norabuena esta,
en alguna manera, una Apología de mis
Escritos. ¿Por qué no será muy lícito
hacerla, cuando me obliga a esta justa
defensa la malicia de mis contrarios?
Ellos dirán, que es jactancia, y a mí se
me da poco de que lo digan, porque ya
me encuentran muy habituado a sufrir sus
malignas interpretaciones.
25. Digo, que haré una enumeración
de varios asuntos, que trato en mis
Libros, cuya importancia no pueden
menos de conocer los mismos que más
reñidos se muestran [364] con mis
tareas; por lo menos después que yo se
la ponga a los ojos. Ciertamente estoy en
la fe de que nada he escrito, que sea
enteramente inútil; y a juzgarlo tal, no lo
hubiera escrito. Mas sólo me ceñiré a
aquello en que es menester poca
reflexión, tal vez ninguna, para conocer
la utilidad. Lo uno, porque alargarme a
más, sería meterme en una fastidiosa
prolijidad. Lo otro, porque esto basta a
mi principal intento, que es animar a
otros a que imiten mi aplicación. No
faltan para ello, y es verisímil, que
jamás faltarán sujetos muy hábiles en
España. Y los que me sucedieren,
tendrán mucho menos que vencer que yo;
ya porque lidiarán con menos caterva de
ignorantes, que tanto como este fruto ya
me lo prometo de mis fatigas; fuera de
que también por otros caminos van ya
rayando hacia España nuevas luces, ya
porque hallarán la malignidad, y la
envidia algo fatigadas de lo mucho que
han trabajado contra mí.
26. Esto supuesto, discurriré por
todos mis Libros entresacando de ellos
los asuntos en quienes concurra la
circunstancia ya expresada. Y lo
primero del primer Tomo del Teatro
Crítico, omitiendo lo que en él traté de
Medicina, y Régimen, pongo a los ojos
del público los tres Discursos del
Desagravio de la Profesión Literaria,
de Eclipses, y de Cometas. El primero
sirve para animar al estudio a infinitos,
que, o huyen de él, o estudian con tibieza
por la falsa persuasión, en que están, de
que una más viva aplicación será muy
perjudicial a su salud.
27. El segundo se destina a desterrar
el mal fundado miedo, que hay al
siniestro influjo de los Eclipses. ¿Y este
es asunto de mera curiosidad? No sino
de gravísima importancia. ¡Cuántos por
el vano temor de los Eclipses
interrumpen los ejercicios que exigían
sus Negocios! Muchos Labradores se
retiran del campo amedrentados, luego
que notan el Eclipse; y aunque como los
Eclipses no son frecuentes, en la
suspensión del trabajo de uno, u otro se
pierda poco, en la de muchos se pierde
mucho. A los que viven en Lugares
populosos, muy frecuentemente obligan
varios [365] intereses al trato con sus
vecinos; y a muchos de estos retiene el
miedo del Eclipse dentro de sus casas,
perdiendo tal vez ocasiones favorables,
que después no encuentran. ¡Cuántos,
intimidados de un Eclipse, o por temer
su pernicioso influjo, o imaginándole
siniestro agüero, retardaron algún viaje
necesario, tal vez con grave detrimento
suyo!
28. La antigua Grecia nos presenta
en esta materia un ejemplo muy funesto.
Nicias, General Ateniense, que de orden
de su República hacía guerra a los
Siracusanos, viendo, después de algunos
infelices combates, muy debilitadas sus
Tropas, trató de retirarse, que era el
único partido que debía elegir. Mas
teniendo ya las Galeras dispuestas para
la marcha, sucedió eclipsarse la Luna.
No fue menester más para suspender la
retirada, porque al temor del mal influjo
del Astro se agregó la superstición
Gentílica, dictándole, que en caso
semejante debía alargarse la detención
algunos días. Con que por temer más al
Eclipse, que a los Siracusanos, dio lugar
a que éstos, acometiéndole, le
derrotasen tan del todo, que de una
numerosa armada no se salvo ni un solo
Bajel. El temor de otro Eclipse Lunar
fue también la causa de la derrota, que
padeció el Ejercito de Perseo, Rey de
Macedonia, superior en fuerzas al de
Paulo Emilio, de quien fue invadido;
porque los Soldados de aquél, aterrados
del Eclipse, pelearon tan lánguidamente,
que les fue fácil a los Romanos ganar la
victoria. Y a los Romanos hubiera
dominado el mismo terror, si Sulpicio
Galo, uno de sus Tribunos, que sabía
algo de Astronomía, no hubiera
oportunamente dicho el día antes a todo
el Ejército, como aquella noche, y a qué
hora había de venir el Eclipse.
29. El miedo de los Cometas no
parece que expone a tales daños. Sin
embargo, no es poco el que ocasiona,
porque contrista la gente la creída
amenaza de alguna grave calamidad; y
los hombres, poseídos de la tristeza, y el
pavor, sobre el perjuicio que estos
afectos pueden inducir en la salud,
quedan menos aptos para todas aquellas
operaciones [366] en que debieran
ocuparse. En los Príncipes sobre todo
puede ser mayor este daño, por la
ridícula persuasión que hay de que
contra sus vidas principalmente se
dirigen las iras de aquella maligna
llama; como si el Cometa tuviese alguna
especial ojeriza con el Cetro, y la
Corona: de que hizo con suma
graciosidad burla Quevedo en el célebre
soneto, que empieza:

Si el Cometa viniera por Coronas,


ni Clérigo, ni Fraile nos dejara,
y el tal Cometa irregular quedara
en el ovillo de las cinco Zonas.

30. En el segundo Tomo presento al


Público los Discursos sobre las Artes
Divinatorias, y sobre el Uso de la
Mágica. El primero es destinado a
atajar muchas supersticiones, y cuidados
vanos: el segundo a evitar algunos
horrendos crímenes. El deseo de
penetrar lo venidero es una pasión
común a casi todos los hombres, y
pasión, que en todos tiempos produjo
innumerables prácticas supersticiosas.
De éstas había una grande multitud entre
los antiguos Gentiles, y estaban
autorizadas por las Leyes. Prohíbelas la
Religión Cristiana, como antes lo
prohibió la Ley Escrita; mas no por eso
deja de haber muchas entre los
Cristianos. Confieso, que en la mayor
parte por ignorancia, pero acaso en
muchos es la ignorancia vencible; y aun
cuando no lo sea, ¿no es conveniente, y
aun debido desterrar esta ignorancia,
cuando sin inconveniente se puede?
Aunque no hubiese otro motivo para
desengañar de la vanidad de la
Quiromancia, que el impedir, que el
Vulgo dé algún crédito a esa canalla,
que llaman Gitanos, y le embauca con la
persuasión de pronosticar algo por las
rayas de la mano, no sería esta una
pequeña utilidad, porque esa vana
creencia da a los Gitanos ocasión a
introducirse en las casas, y ejecutar
algunos robos.
31. La falsa persuasión de que hay
mucha Mágica en el Mundo, o que son
muchos los hechiceros, y hechiceras,
[367] ha introducido en muchos el
peligroso asenso, a que el ser Mágico, o
hechicero no consiste en más que querer
serlo, suponiendo al demonio dispuesto
siempre a condescender al pacto con
cuaquiera que lo solicita. Y como son no
pocos los hombres dominados de
furiosísimas pasiones, como de la ansia
de las riquezas, de los esclarecidos
honores, de la venganza de sus
enemigos, de la satisfacción de los
afectos carnales, y no hallan por la
mayor parte modo de saciar la ardiente
sed que los abrasa, sino el de lograr
para ello la protección del común
enemigo; hay algunos tan desalmados,
que a riesgo de perder el alma abrazan
este partido. Pero ya porque el demonio
quiere el pecado, y no la conveniencia
del hombre, ya porque, aunque el
demonio la quiera, Dios no le permite la
ejecución, sino en uno, u otro caso
rarísimo; estos infelices, después de
cometer el horrible crimen de la
invocación del demonio, se quedan
burlados en el designio. Si a algunos
pareciese increíble, que entre Cristianos
haya hombres capaces de tan pernicioso,
y tan abominable delito, yo les aseguro,
que bien pueden creerlo, y que lo afirmo
fundado en buenos papeles. A precaver
tan detestable atentado sirve, y se
ordena aquel Discurso.
32. Añado, que en este segundo
Tomo, Disc. 2, num. 52, descubrí el
importantísimo secreto (pues secreto era
hasta entonces) de la Piedra de la
Serpiente.
33. En el tercer Tomo hay muchos
Discursos muy importantes. Tales son
los de Saludadores, Secretos de
Naturaleza, Duendes, y Espíritus
Familiares, Vara Divinatoria, Zahoríes,
y Piedra Filosofal. ¡Cuántos engaños
muy costosos precaven aquellos
Discursos! Los Saludadores son unos
embusteros, que comen a cuenta de
embustes. Los Secretos de Naturaleza
son por la máxima parte un embeleco de
simples, que les gasta mucho el tiempo
en la prolijidad de las manipulaciones, y
mucho dinero en la compra de los
materiales. En el Discurso sobre los
Duendes tengo bien ponderados los
graves inconvenientes, que su común
creencia ocasiona. Y aunque no es tan
común la de los Espíritus [368]
Familiares, no deja de ser útil el
desterrarla. Los Zahoríes, y los que
ostentan la Vara Divinatoria han
engañado a muchos, y cometido grandes
estafas con la promesa de descubrir
tesoros. Lo proprio digo de los que se
jactan de poseer el secreto de la Piedra
Filosofal.
34. En el Tomo 4 el Discurso de la
Virtud Aparente da reglas para
discernirla de la verdadera, lo que es de
una insigne conducencia para el buen
gobierno del Mundo, pues por falta de
este discernimiento se ve en
innumerables partes de él,
especialmente en las Cortes, el embuste
coronado, y el mérito abatido. Ocupan
muchos indignos los empleos, y muchos
dignos viven abandonados. Y aunque
este punto, ya por incidencia, ya de
intento ha sido tratado por otros, si es
verdad lo que algunos han dicho, que yo
le he tratado con alguna mayor
penetración, siempre servirá de mucho
aquel trabajo mío. Por lo menos yo me
lisonjeo de que he introducido en él
varias reflexiones conducentes, que no
leí en otro alguno.
35. El del Valor de la Nobleza, e
influjo de la sangre toca un asunto, que
ya entre los antiguos Poetas, y Oradores
produjo muchas delicadas, y sólidas
sentencias. Después de todo creo, que en
aquel Discurso mío se hallarán algunas
bastantemente particulares; y como los
genios de los hombres son tan varios,
puede ser que a algunos hagan más
fuerza las mías, que las de todos los que
me precedieron. Fuera de que es mucho
más a propósito para persuadir un
Discurso seguido, comprehensivo de la
materia, apoyado con razones, y
autoridades, que unos rasgos sueltos,
aunque agudos, y harmoniosos, que en
prosa, que en verso. Como quiera, el
persuadirle a los Nobles, que la virtud
de sus mayores, que sólo siendo imitada,
puede constituirlos merecedores de la
común estimación, haría un gran bien a
la República.
36. El Discurso sobre
Peregrinaciones Sagradas, y Romerías,
en cuanto a la primera parte, sobre
representar, que en orden a muchos
particulares tienen aquellas
Peregrinaciones graves riesgos;
persuade, que los más Extranjeros [369]
(v.g. de dos mil los mil y novecientos),
que con este título vienen a España, no
son más que meros tunantes, que una
gran parte de tiempo se sustentan a costa
nuestra para que se evite el abuso de
erogar a estos la limosna que debemos a
los muchos legítimos pobres
Nacionales, que por falta de ella viven
misérrimamente, o más mueren, que
viven. En cuanto a la segunda parte se
muestran los frecuentes desórdenes, que
se cometen en las Romerías, para que
los Magistrados Eclesiásticos, y
Seculares tomen sobre ellos las
providencias que juzguen más oportunas.
Ciertamente en las Romerías hace el
demonio larguísima cosecha; pero aun
es más la semilla, que en ellas derrama,
para hacer la cosecha después.
37. El de las Transformaciones, y
Transmigraciones Mágicas tiene en
parte el mismo fin, que el Uso de la
Mágica del segundo Tomo; a que se
añade, que con alguna razón más
especial precave el grave inconveniente
de que los Jueces tal vez traten como
verdaderos delincuentes los que, o por
estar infatuados creen, y confiesan esas
transformaciones, y transmigraciones, o
porque puestos en la tortura, no
pudiendo resistir el dolor, confiesan lo
mismo que no creen; a cuyo error induce
también frecuentemente la necedad de
los testigos, que sobre vanísimos
indicios se persuaden a esos mágicos
portentos.
38. En el quinto Tomo se ofrecen los
Discursos de la Regla Matemática de la
Fe Humana, de Fisiognomia, de
Observaciones comunes, de las Señales
de muerte actual, y del Gran
Magisterio de la Experiencia.
39. El primero de estos cinco
Discursos expone lograda la empresa de
reducir al cálculo Matemático los
motivos de asenso, y disenso a las
noticias, que se oyen, o leen. Empresa,
digo, que no sé que hasta ahora haya
otro conseguido, mas ni aun intentando,
sino, cuando más, algún confuso
rasguño, sin designio, sin método, sin
orden. En efecto, quien desapasionado, y
con reflexión leyere aquel Discurso,
deberá confesar que no sólo da una
grande luz para la Crítica, mas tiene un
uso muy extendido [370] para dar, o
negar el crédito a infinitas cosas, que
importa examinar en el común comercio
de la vida humana.
40. El segundo es útil para
desvanecer los juicios temerarios, que
en orden a inclinaciones, y costumbres
no pocas veces se forman sobre las
vanas observancias Fisiognómicas.
41. El tercero abunda mucho de
desengaños útiles en varias materias
prácticas, y sobre todo es dignísimo de
notarse lo que en él, desde el num. 34,
hasta el 41 inclusive, se propone contra
un comunísimo, y nocivo error en orden
al uso de las campanas, cuando hay
nublados.
42. El cuarto con razones, y
ejemplos se dirige a evitar para adelante
aquellas lastimosas tragedias, que varias
veces se han repetido, de enterrar los
hombres vivos. Sobre que no omitiré,
que cuando yo acababa de escribir este
Discurso, habiéndole leído el Señor
Don Pedro Gómez de la Torre, entonces
Penitenciario de esta Santa Iglesia de
Oviedo, y hoy Obispo de la de Ciudad
Rodrigo, que concurría varias veces a
mi Celda, como amigo, a ver lo que
escribía; me dijo, que cuando no hubiera
dado a luz otra cosa más, que aquel
Discurso, me debía dar las gracias por
él todo el Género Humano. Añado, que
en ese mismo Discurso, desde el num.
45, escribí el admirable remedio de los
sufocados, cuya verdad han comprobado
ya algunos experimentos.
43. El quinto enseña una cosa
importantísima, que es el recto uso de la
experiencia, dirigiendo con sólidas
reflexiones a hacer como se deben, las
Observaciones experimentales: materia
en que, con harto daño nuestro, se yerra
infinito en asuntos de Física, y
Medicina.
44. En el sexto Tomo produzco el
Discurso de las Paradojas Políticas, y
Morales: el de la Impunidad de la
mentira; y el del Error Universal. Del
primero, sin el menor recelo, me atrevo
a asegurar, que de quince Paradojas, que
comprehende, ninguna hay, que no tenga
alguna máxima, o Política, o Moral
importante a la República. Y entre ellas
es digno de notar, que la segunda, cuyo
intento [371] es minorar el número de
los días festivos, se halla hoy teórica, y
prácticamente aprobada por las
Provincias, y Prelados de España, y
confirmada con la benigna concesión de
la Cabeza de la Iglesia.
45. La doctrina, que propone el
segundo, sería capaz de restablecer en el
Mundo el siglo de oro, si se ejecutase lo
que yo con ella he pretendido. Pero
ninguna esperanza de ello tengo, viendo
que tanto se miente después que he dado
a luz aquel Discurso, como antes, y que
nadie se mueve a aplicar el remedio.
46. El tercero contiene un desengaño
generalísimo, que bien persuadido a los
hombres, produciría innumerables
bienes, en el mundo; siendo cierto, que
son innumerables los males que nacen
de la mal fundada satisfacción, que los
más de los hombres tienen, de que Dios
les ha dotado de un buen entendimiento.
Mas confieso, que la pretendida
persuasión apenas logrará efecto alguno
en los que más importaba que le lograse;
esto es, en los de muy corta capacidad;
porque a éstos les falta aun la necesaria
para enterarse de la reflexión, que yo les
propongo para su desengaño; y aun
convendré en que generalmente será
poco el fruto de aquel Discurso, porque
siempre serán poquísimos los hombres,
que no se hagan merced a sí mismos en
el punto del entendimiento, que Dios les
ha dado, por más avisos que reciban
sobre la materia.
47. Del séptimo Tomo el Discurso
de la verdadera, y falsa Urbanidad
contiene muchos preceptos, y
reflexiones útiles a la sociedad, ya
corrigiendo los vicios de la urbanidad
hipócrita, ya pintando los gravámenes de
la urbanidad incómoda; para que
aquéllos se conozcan, y éstos se eviten;
y si no del todo, por lo menos se
cercenen.
48. Los cuatro siguientes Discursos
miran a ciertas especies de reforma en
la enseñanza de algunas Facultades, de
cuya utilidad se dan pruebas
invencibles. Ignoro qué fruto hayan
producido, o se pueda esperar para en
adelante. Todas las reformas son muy
difíciles. Todas encuentran tropiezos en
la práctica, que no siempre alcanza a
allanar [372] el poder, y mucho menos
alcanzará la mera persuasión. En la
materia presente contemplo, que en tres
clases de Profesores hallará
impedimento la reforma; esto es, en los
tímidos, en los indóciles, y en los
inhábiles. Los primeros no se atreven a
hacer novedad, temiendo el maniático
capricho de los que reprueban toda
inmutación. Los segundos oponen a la
razón más concluyente, como muralla
impenetrable, el uso establecido. Los
terceros no pueden, aunque no quieran,
empezar a plantar el nuevo método,
porque su habilidad no alcanza a más,
que trasladar con alguna inteligencia, y
leer a los discípulos los Cursos que
hallaron, o impresos o manuscritos.
49. De los trece Discursos, de que
consta el octavo Tomo, se hace visible,
que todos son importantísimos en la
práctica, a excepción del 7, 8, 9, que son
puramente de Física.
50. Del Suplemento se debe
considerar la misma importancia en todo
aquello que confirma, o añade algo
considerable a todos los Discursos de
los ocho Tomos del Teatro, que se ha
representado ser importantes.
51. Los dos Tomos de Cartas
abundan tanto de asuntos del mismo
carácter, que sería prolijidad tediosa
discurrir individualmente por todos
ellos.
52. Todo esto expongo a V.E. para
exponerlo después al Público, no por
motivo de jactancia, sí sólo por el de
una justa defensa contra los que imponen
alguna nota a mi aplicación sobre la
especie de Literatura, que tomé por
objeto de mis Escritos; pretendiendo,
que éstos serían más útiles, si hubiera
compuesto algunos Tratados de Teología
Escolástica, o Dogmática, o Expositiva:
propuesta a la verdad especiosa para los
ignorantes; pero despreciable, y
totalmente falsa para los que entienden
algo de las expresadas Facultades.
53. ¿Por qué (empezando por la
Teología Escolástica) no me dirán, aun
en caso que me concedan para ella una
muy ventajosa habilidad, de qué
serviría, que yo añadiese algo a lo
mucho que sobre ella trabajaron algunos
grandes [373] ingenios, lo cual todo se
reduciría a alguna nueva solución a tal
argumento, o a algún argumento nuevo
contra tal doctrina, y acaso sólo a
proponer con más claridad de solución,
y el argumento, que ciento, u doscientos
años ha están escritos? Seriame muy
fácil, y barato escribir algo de Teología
Escolástica, lo cual me concederá
cualquiera que sepa, que después de tres
años de Lector de Artes, y uno de
Maestro de Estudiantes en Teología, leí
esta Facultad por espacio de diez años
en este Colegio; y en la Universidad de
Oviedo por espacio de veinte y cuatro,
obteniendo en aquel, y en esta
sucesivamente todas las Cátedras, desde
la ínfima, hasta la suprema. Protesto con
toda verdad, que mientras he escrito un
pliego del Teatro Crítico, u de las Cartas
Eruditas, podría escribir dos, o tres de
Teología Escolástica, sin ser copiante de
nadie. ¿Pero qué provecho sacaría de
esto el Público? ¿Qué fruto resultaría a
España? Ciertamente ninguno.
54. La Teología Dogmática es
importantísima, y nobilísima. ¿Pero no
hay mucho, y excelentísimo escrito
sobre ella? ¿Podría yo acaso probar las
verdades Católicas mejor que un
Cardenal Belarmino, o un Obispo
Bosuet? Estoy muy lejos de hacerme a
mí mismo tanta merced. Ni pienso que
haya alguno que me la haga. Pero aun
dado caso que yo fuese capaz de tanto,
escribiendo en España, y para España,
no me metiera a escribir Libros de
Controversia, porque éstos son como los
remedios mayores, que aprovechan tal
vez a los enfermos; pero tal vez también
hacen grave daño a los sanos. En
España no hay Herejes, que son los
enfermos, que necesitan de aquella
medicina. Por esta razón siempre he
sido de sentir, que no conviene fundar en
nuestras Universidades Cátedras de
Teología Dogmática. Si las hubiese, ¿a
cuántos, por faltarles la penetración
necesaria, se representaría más fuerte el
argumento del Hereje, que sólida la
solución del Catedrático? Puede
aplicarse al propósito lo que suele
decirse, que donde hay Conjuradores,
nunca faltan endemoniados. Pues
estamos bien, estemos así. [374]
55. De la Teología Expositiva digo
lo mismo, que de la Escolástica. ¿Para
qué nuevas exposiciones, o nuevos
Expositores de la Escritura, cuando son
tantos los que tenemos, que de ellos sólo
se puede formar una gran Biblioteca?
España produjo muchos muy buenos.
Las demás Naciones contribuyeron bien
por su parte. Y finalmente en este siglo
nos dio una exposición comprehensiva
de toda la Escritura el célebre Lorenés,
nuestro Monje Don Agustín Calmet, tan
hermosa, tan excelente, tan a
satisfacción de todo el Mundo, que no
nos dejó más que desear. Acuérdome de
haber leído, que habiendo, no sé quién,
preguntado a Quinto, hermano de
Cicerón, ¿por qué no se aplicaba a la
Oratoria como su hermano? Le
respondió, que si un Orador bastaba
para una Ciudad, con más razón bastaba
para una familia: Y yo aprovechándome
del dicho de aquel Romano, puedo
excusarme del trabajo de exponer la
Escritura, diciendo, que si la exposición
de Calmet basta para toda la Iglesia, con
más razón bastará para la Familia
Benedictina: quiero decir, que un Monje
Benito, tan grande Expositor, cual lo fue
Calmet, sin que se le agrege otro, basta
muy bien para gloria de la Religión
Benedictina.
56. El caso es, que aunque yo
quisiera dedicarme a eso, no podría.
Hay en España, aun entre los que han
estudiado algo, un error vulgarísimo en
orden a la exposición de la Escritura,
dando este nombre a la que realmente no
lo es, y de Libros expositivos a los que
en rigor no lo son. Hablo de aquellos
Escritos, en que discurriendo sus
Autores por tal, o tal Libro de la
Escritura, van entresacando de este, o
aquel Texto, con aplicaciones
arbitrarias, lo que les puede servir para
los que llamamos Conceptos
pulpitables. Si esto es exponer la
Escritura, confieso que es facilísima la
exposición de la Escritura; siendo
cierto, que menos tiempo, y menos
habilidad es menester para escribir un
Libro de estos, que para componer un
Libro de Sermones, porque en los
Sermones se liga el entendimiento a idea
determinada; mas en libros, que [375]
llaman de Conceptos pulpitables,
discurre con libertad por donde se le
antoja.
57. ¿Pero esto es servir a la Iglesia
exponiendo la Escritura? Estaba para
decir, que antes parece servirse de la
Escritura para medrar en la Iglesia. No
digo yo, que en la Escritura no quepan
varios sentidos, de los cuales pueden
útilmente aprovecharse los Oradores
Sagrados. Pero han de ser hallados
naturalmente, no traídos a él
violentamente: no opuestos al sentido
literal (como sucede a cada paso), antes
conformes, que le cuadren, y sienten
bien en él como basa suya.
58. De suerte, que el sentido Literal
es la raíz, y el tronco; los demás son
como ramas. En aquel está toda la
dificultad, y dificultad gravísima, mucho
más que comúnmente se piensa. Y por
esto digo yo, que aunque quisiera
dedicarme a la exposición de la
Escritura, no podría lograrlo: sino es
que quieran calificarme de Expositor de
la Escritura, no más porque copié a
otros, escribiendo en mi estilo lo que
ellos escribieron en el suyo, como
realmente algunos se acreditaron de
Expositores, sin hacer más que esto.
59. ¿Pero en qué está esta gran
dificultad de exponer el sentido literal
de la Escritura? En muchas cosas. Pero
sobre todo en la inteligencia de las
lenguas, que es preciso saber, no como
quiera, sino con perfección, para
meterse en ese empeño; esto es, la
Griega, la Hebrea, la Siriaca, y aun la
Arábiga. De suerte, que no sabiendo yo
esas cuatro lenguas, no sólo también,
pero mucho mejor que sé la Castellana,
jamás me metería en exponer la
Escritura. ¿Y cómo se han de aprehender
estas lenguas con perfección en España?
No lo sé. Sé, que no ha muchos años,
que hubo en cierta Universidad nuestra
un Catedrático de Griego, de quien un
Ministro muy aficionado al mismo
Idioma decía, que no tenía inteligencia
alguna de él. Es verdad, que el
Catedrático le pagaba al Ministro en la
misma moneda. Y yo creo, que uno, y
otro tendrían razón. Júzgase
comúnmente, que el saber bien una
Lengua [376] es meramente obra de la
memoria. Yo al contrario soy de sentir,
que no hay cosa, que para saberse con
alguna perfección, no pida mucho
ingenio, y mucha penetración. No basta
para la inteligencia de una Lengua saber
los significados inmediatos de sus
voces; es menester enterarse de todos
sus usos metafóricos, de sus expresiones
alusivas, saber cuáles pertenecen al
estilo noble, y cuáles al vulgar, y
humilde; y sobre todo, penetrar bien la
energía de voces, y frases: cosa, que
pende más de una nativa perspicacia,
que de enseñanza alguna. Finalmente, si
al Gran Belarmino, no sé si con razón, o
sin ella, notó el Padre Ricardo Simón,
de la Congregación del Oratorio, en su
Historia Crítica del Viejo Testamento,
lib. 3, cap. 12, que no sabiendo más que
medianamente el Hebreo, se metiese a
comentar los Psalmos; ¿qué se dirá de
quien, sin saberle ni aun medianamente,
se atreviese a interpretar cosa alguna de
la Escritura?
60. Por lo que mira a esotros
Comentarios, que realmente no son otra
cosa, que una colección de conceptos,
que llaman Pulpitables, ya he dicho, que
son obras muy fáciles; pero añado, que
por lo común no los juzgo necesarios,
pues sin ellos se puede predicar muy
bien; y no sólo en Francia apenas se usa
de ellos, mas aun en España he visto
alguno Sermones excelentes, donde no
parece algún vestigio de que sus Autores
se hayan dado mucho a este género de
estudio. Pero dado caso que sean
convenientes, entiendo, que antes
convendría disminuir su número, si
fuese posible, que aumentarlo. Algunos
pocos de los mejores bastarían para
lograr todo el fruto, que se puede
esperar de esos Comentarios, sin cargar
tanto las Bibliotecas.
61. Con mucha razón llevo mal tanto
Sermones impresos, o tantos Libros de
Sermones, a quien también dan el
nombre de Escritos expositivos; y
realmente son, por la mayor parte, unos
Libros de pane lucrando, que en alguna
manera deshonran el alto empleo de la
Oratoria Cristiana, sirviendo a que
prediquen muchos incapaces [377] de
predicar, a muchos, que para ponerse en
el púlpito no tienen otro estudio, que el
de mandar a la memoria esos mismos
Sermones, por ganar una mísera propina,
que no pudieran granjear sin ese
socorro. Me acuerdo de que, siendo yo
oyente en Salamanca, llovían allí tantos
Sermones impresos de Portugal, que
producían no poco interés a uno, u otro
Librero de aquella Ciudad, de donde se
extendían a toda Castilla; y cierto, que
había poquísimos entre ellos dignos de
alguna estimación; pero estaba el vulgo
Eclesiástico muy encaprichado de los
Sermones Portugueses; o ya porque un
Padre Vieira introdujo en Castilla la
aprehensión de que hay en Portugal
muchos Vieiras, como si el País, que
produce un hombre grande, estuviese
obligado a la producción de otros
iguales; o ya porque se prendaban de
unas, que llaman sutilezas (aunque yo las
doy nombre muy diverso); y dicen, que
es más fecundo de ellas el genio
Lusitano, que el de otra Nación alguna.
62. Yo quisiera, que hubiese
Sermones impresos, pero muy
escogidos, pero los más excelentes;
porque éstos servirían como ejemplares
para dirigir a los principiantes, y
ponerlos en el buen modo de predicar:
cuyo efecto no logran, o es poquísimo el
que logran, siendo acompañados de los
innumerables, que hay impresos de muy
bajo valor, a los cuales sin embargo
toman por pauta los principiantes de
escaso conocimiento, engañados de
ciertas ineptas travesurillas en la
aplicación de los Textos, que juzgan
agudezas, siendo en la realidad
futilidades.
63. A este daño se agrega otro, que
es proponérseles en muchos de esos
Sermones, como norma para el estilo,
una verbosidad afectada, impropria,
redundante, viciosamente entumecida, en
que se pretende pasar por gracia la
ridiculez, por adorno el desaseo, por
hermosura la fealdad, y aun tal vez por
cultura la barbarie. Hemos tenido en
España, dentro del tiempo que yo he
alcanzado, muy excelentes Oradores,
cuyos Sermones se han impreso, aunque
de algunos muy pocos; y de otros temo,
que se hayan acabado, o vayan acabando
las impresiones. Ojalá [378] sacasen a
luz nuevas producciones de aquéllos,
que tal vez por modestia nos dieron
pocas, y se reprodujesen por medio de
la Imprenta los bellos Sermones, que ya
se van desapareciendo, en vez de dar al
Público otros nuevos, por la mayor parte
inútiles.
64. Resta sólo decir algo de la
Teología Moral, por si acaso algunos
también me culpan de no haberme
aplicado a escribir Libros de ella. ¿Mas
para qué los había de escribir, cuando
no sobra otra cosa? Acaso convendría,
que no hubiese tanto número de Libros
de esa Facultad. Pasan de trescientos
Autores los que cita el Padre Lacroix,
cuyo catálogo se ve al principio del
primer Tomo de su Teología Moral. Y es
cierto, que restan otros muchos, que no
están comprehendidos en aquel catálogo.
65. En todo lo que hasta aquí,
Excmo. Señor, he discurrido, ya sobre la
importancia de mis Escritos, ya sobre la
poca, o ninguna que lograría, empleando
la pluma en otros asuntos, o Facultades,
especialmente en aquellas en que
tenemos copia de buenos Libros; aunque
puede servir a acreditar mi elección en
el destino, que he propuesto a mis
desvelos, no es éste el fin principal a
que miro, sino mostrar a mi Nación cuál
es la enseñanza, que más le conviene en
el presente estado, supuesto tener la
suficiente en todo aquello, que pertenece
al interés espiritual del alma; para que
los genios hábiles se apliquen a cultivar
aquellas partes de la Literatura en que
nos exceden tanto los Extranjeros, y de
que les resultan infinitas comodidades,
de que nosotros carecemos.
66. En efecto, no hay Ciencia, o Arte
de cuanta pueden contribuir a hacer más
cómoda la vida humana, en que no hayan
adelantado mucho, y no estén
adelantando cada día. La Agricultura, la
Náutica, el Arte Militar, la Arquitectura:
en una palabra, todas las Artes
Liberales, y Mecánicas sucesivamente
van arribando a mayor perfección,
debiéndose primordialmente todo, o casi
todo a los grandes progresos, que se han
hecho, y van haciendo en la Física, y en
las Matemáticas. De modo, pongo por
[379] ejemplo, que los Autores de las
ventajas de la Agricultura no son, como
por acá acaso se piensa, los mismos
Agricultores, o los que manejan la hoz,
el arado, o el hazadón. En el Gabinete, y
en la Academia se adquieren las luces
con que se inventa, se dirige, se rectifica
lo más conveniente en la Agricultura.
67. Sin poner los ojos más que en el
manejo de las aguas, se halla, que son
inmensos los beneficios, que con él
prestan a la fertilidad de las tierras las
especulaciones de la Estática,
Hidrostática, y Física. Hay muchas
tierras infecundas por falta de agua. Hay
no pocas, que lo son por sobra de ella.
Respecto de aquéllas es menester
procurar el aumento; respecto de éstas la
disminución. Aquellas Ciencias enseñan
cómo se ha de hacer uno, y otro,
abriendo canales, juntando, o
disgregando ríos, construyendo reparos,
usando de Máquinas; todo lo cual para
ejecutarlo como se debe, y no caer en
mayores daños, pide un profundo
conocimiento de algunas partes de la
Matemática, y de la Física. No ha
muchos años, que el señor Dominico
Guillelmini, Médico, y Matemático
Boloñés, prestó muy grandes servicios a
algunas Repúblicas de Italia, por las
excelentes reflexiones, que hizo sobre
todo lo perteneciente a esta materia; y
dos Libros, que compuso, uno en Latín,
Aquarum fluentium mensura novo
methodo illustrata; otro en Italiano,
Della natura defiumi (de la naturaleza
de los ríos), pueden ser de gran servicio
a todo el Mundo.
68. Pero aquí me ocurre, que si leen
esto algunos de nuestros Filósofos, dirán
hacia sí muy satisfechos: ¿Qué habrá
escrito, o qué pudo escribir este
Italiano sobre la naturaleza de los ríos,
que no sepamos por acá? Y yo desde
ahora les anticipo la respuesta de que
escribió muchas cosas sumamente útiles,
que ellos totalmente ignoran, y aun en
parte ignoraban los Filósofos, y
Matemáticos de otras Naciones. Y para
que en alguna manera entiendan la razón
de mi respuesta corresponderé a su
pregunta con otras; esto es, si saben en
qué proporción se va disminuyendo
[380] la velocidad del curso de un río,
desde que desciende de una montaña.
¿Cuáles son las causas de esa
disminución? Si es igual, o menor la
velocidad de las partes superiores del
agua, que la de las inferiores. ¿En qué
proporción es la desigualdad, en caso de
haberla, y cuáles son las causas de ella?
¿En qué proporción se disminuye el
volumen de la agua por el aumento de la
velocidad? Y consiguiente a esta
pregunta es estotra: Si saben, que puede
suceder aumentarse la agua de un río, sin
que éste sea más alto, ni más ancho?
Dirán, que esto es imposible. Pero no es
sino muy posible, y aun existente;
sabiéndose, que el brazo del Pó de
Venecia absorbió el brazo de Ferrara, y
otro del Panaro, sin dar mayor
capacidad a su lecho. La verdad de esta
admirable Paradoja pende de
aumentarse la velocidad del río a
proporción del agua que se les agrega,
de modo, que aunque se duplicase la
agua, como se duplicase la velocidad,
no sería mayor el volumen del río
después, que antes de recibir la nueva
agua.
69. Si juzgan que éstas son unas
curiosidades meramente teóricas, están
muy engañados; pues sin saber estas
cosas, y otras muchas de este género, se
procederá tan a ciegas, en el manejo de
las aguas, ya para fertilizar las tierras,
ya para desecar lagunas, ya para
precaver inundaciones, ya para otros
fines muy importantes, que se incurrirá
en graves daños, siendo tal vez el menor
constituir grandes caudales en gastos
inútiles.
70. De modo, que cuando el estudio
de la Física, y Matemática no sirviese a
otra cosa, que a facilitar la acertada
conducción de las aguas, o llevándolas a
donde son útiles, o removiéndolas de
donde son nocivas, estaría el linaje
humano sumamente obligado a los que
emplean sus desvelos en esas facultades;
pues a esos desvelos se deben, no sólo
las dos insignes utilidades de fertilizar
las tierras, y precaver inundaciones, mas
también otras dos no menos importantes,
que son socorrer la sed de racionales, y
de brutos, y contribuir un remedio
pronto a los incendios. Siglos enteros
estuvo padeciendo suma falta de agua
una [381] Villa de Borgoña, a quien por
el mucho vino, que produce su territorio,
llaman Coulanges la vinosa; pues
comúnmente era menester buscarla a una
legua de distancia; cuya penuria, no sólo
ocasionaba mucha fatiga a los naturales,
mas por ella, en el espacio de treinta
años, padeció el Lugar tres grandes
incendios: y otro, a falta de agua, se
vieron los vecinos precisados a
apagarle con vino, que tenían recogido.
Muchas veces se tentó el remedio por
medio de diferentes Operarios, que se
suponían inteligentes; pero todos los
gastos, y diligencias, que se hicieron
para procurarlo, fueron inútiles, hasta
que el año de 1705 Mr. Daguiseau, que
había adquirido el dominio de esta
Villa, y conocía la gran capacidad de
Claudio Antonio Couplet, de la
Academia Real de las Ciencias, para
esta especie de obras, se valió de él, y
de hecho, por su medio, logró un
copioso, y permanente caudal de agua
para aquella árida población. En que lo
más singular fue, que a alguna distancia
de la Villa, antes de verla, sólo con
designarle el paraje hacia donde estaba,
reconociendo la situación del territorio,
que la circundaba, resueltamente afirmó,
que le daría el pretendido socorro.
71. Aquí se viene naturalmente la
consideración, de que si en la aplicación
de una pequeña parte de la Física, y la
Matemática, al manejo de las aguas han
sabido los Extranjeros lograr tan
considerables beneficios para los
Pueblos; ¿cuánto mayores serán los que
con la extensión práctica de la gran
amplitud de estas dos Ciencias a otros
innumerables objetos, en que se interesa
la conveniencia de los hombres, habrán
logrado? En efecto han logrado, y van
sucesivamente logrando más cada día en
fuerza de su continua aplicación. Pues
aun dejando aparte lo que han
perfeccionado, o todas, o casi todas las
Artes Mecánicas: lo que han facilitado
el comercio por el Mar, con el mayor
conocimiento de cuanto pertenece a la
Náutica: por Tierra con la construcción
de carruajes más seguros, de puentes
menos costosos, y más cómodos: las
innumerables máquinas, que han
inventado, e inventan, con que ahorran
[382] mucho tiempo, trabajo, y dinero en
la ejecución de varias operaciones
necesarias: v.g. elevar pesos enormes,
serrar las piedras, sacar los bajeles
sumergidos, mover a un tiempo muchas
sierras, limpiar los puertos, y los ríos,
nivelar con mucha mayor exactitud los
terrenos, &c. me parece se debe
especial atención a lo que han
discurrido en orden a suplir con el Arte
algunos grandes defectos de nuestras
Facultades animales.
72. Y éste, acaso, es el mayor
beneficio, que les debe el Público. Con
los Telescopios, y Microscopios suplen
los defectos de la vista; y cada día van
mejorando estas dos especies de
instrumentos, como se ve en el
Telescopio de la invención de Newton,
en que un Tubo de dos pies alcanza tanto
como el ordinario de ocho; y el de Mr.
Tschirnhaus, que a un tiempo, o a un
golpe de ojo presenta toda una gran
Ciudad. Con varios instrumentos
acústicos esfuerzan el debilitado oído
de los sordos. Han llegado algunos a
substituir miembros artificiales a los
naturales mutilados, como el Padre
Sebastián Truchet, famoso Maquinista
Carmelita, que con la admirable
construcción de un brazo de hoja de lata
hacía ejecutar todos los movimientos
necesarios del brazo natural, que había
perdido un Oficial en la Guerra. Y lo
proprio logró Mr. Kiegseisen con otro
de cobre. Pero en orden al beneficio de
auxiliar nuestras potencias, lo más, y
mejor se debe al ingenio, y estudio de
los verdaderos, y grandes Oculistas. De
los verdaderos, y grandes digo, por
excluir algunos de poquísimo
conocimiento, que con título de
Oculistas se nos viene a viajar por
España, y por lo común dejan los ojos
peores, o a lo menos tan malos como
estaban antes. Los Oculistas Ingleses son
los que más se han aventajado en esta
Ciencia. El Sócrates Moderno dice
haber conocido uno en Londres, que
curó algunos ciegos, que lo eran por
nacimiento. No puedo tampoco menos
de hacer memoria aquí de la ingeniosa
invención con que el célebre
Matemático de Basilea Jacobo Bernulli,
enseñó a escribir a una muchacha ciega:
empeño sobre que mucho [383] antes
había discurrido Jerónimo Cardano;
pero sin lograr algún efecto, o logrando
poquísimo con el medio que para ello
había imaginado.
73. Pero Excmo. Señor, especificar
ni aun una vigésima parte de los
inventos útiles, con que las Naciones
Extranjeras enriquecieron el Mundo,
sería una cosa interminable. Por lo que
concluyo esta abreviada noticia, dando
la de una admirable máquina, que
construyó muy poco ha un Monje
Cisterciense Italiano, en la forma que la
describe el Mercurio Histórico del mes
de Junio de este año de 1749. Y es a la
letra como se sigue.
74. «Avisan de Crema (Ciudad de
Italia en Lombardía), que el Reverendo
Don Simplicio Griglione, del Orden del
Cister, acaba de hacer dos máquinas de
su invención, que merecen ponerse entre
las más útiles, y curiosas, que se han
hecho. En la primera la misma aguja
señala las horas Astronómicas, e
Italianas; y otra aguja señala los minutos
Italianos, y Astronómicos. 2. Se ve todas
las mañanas el disco, o cuerpo del Sol
levantarse de la punta del Horizonte, de
donde parte el Sol efectivamente aquel
día, pasar por el Meridiano, y ponerse
en el punto del Horizonte, que
corresponde al Cielo. 3. Se ve este
mismo disco en el signo, y grado del
Zodiaco, donde se halla efectivamente
en el Cielo. 4. El Zodiaco, que se
supone llevado por el primer móvil,
vuelve con el Sol. 5. En esta
consecuencia se ve a cada hora del día,
qué signos, y en qué grado se hallan en
el Horóscopo, en el Meridiano, y en el
Angulo Occidental. 6. La predilección
del Sol por los signos Boreales, donde
se detiene ocho días más, que en los
signos opuestos, se señala con la mayor
precisión. 7. Se nota claramente la
mudanza, que hace cada día el Horizonte
en su posición, y por este medio se
descubre, en un abrir y cerrar de ojos, lo
largo de los arcos diurnos, y nocturnos,
las horas, y los minutos de salir, y
ponerse el Sol, así según el cuadrante
Italiano, como según el Astronómico. 8.
El disco Lunar se ve igualmente en sus
signos, y grados del [384] Zodiaco; de
suerte, que también se ven todos sus
aspectos enfrente del Sol, en trino,
cuadrado, sextil, conjunción, oposición,
&c. 9. Finalmente, las estaciones, el
mes, el día del mes, y el de la semana se
ven también; y todas estas cosas
diferenciadas en tantos modos distintos,
y que mudan continuamente de rostro, y
de posición, están dispuestas con tal
arte, y precisión, que no se reconoce
confusión alguna en ellas, y que con un
solo abrir y cerrar de ojos se descubren
distantemente todas las partes, y todas
las conexiones de esta instructiva, y
magnífica máquina.»
75. «En la segunda, se ven entre las
horas, y los minutos la Eclíptica, y bajo
de este círculo el globo de la Tierra
hacer a un tiempo tres movimientos
diferentes; es a saber, el diurno en veinte
y cuatro horas sobre su proprio eje: el
anual a lo largo de la Eclíptica, en el
espacio de trescientos y sesenta y cinco
días, y seis horas: el del Paralelismo,
por cuyo medio levanta uno de sus
Polos, cuando se halla en los Signos
Boreales, y lo baja cuando se halla en
los signos opuestos, a fin de salvar por
este medio las declinaciones Austral, y
Boreal. Se ve también, que el Globo de
la Tierra se detiene ocho días menos en
los Signos de Mediodía, que en los del
Norte. Encima de la Eclíptica hay una
figura pequeña, que levanta
alternativamente los brazos, indicando
por este medio las variaciones sensibles
del aire. Como esta máquina representa
el sistema de Copérnico, se halla el Sol
colocado en medio, y en lo demás es el
todo simple, y colocado con tanta
inteligencia, que basta abrir los ojos
para aprehender en un instante lo que
ordinariamente no se comprehende, sino
después de largo estudio, y largas
explicaciones.»
76. Yo me imagino, que si como este
ingenioso Monje hizo sus dos máquinas
en Italia, hubiera emprehendido esta
obra colocado en España, nunca la
hubiera concluido; antes desde los
principios hubiera acabado con ella, y
aun acaso con él la multitud de
ignorantes, gritando, que [385] aquella
aplicación era indigna de un Religioso:
que sus Superiores no debían
permitírsela, antes bien precisarle a los
estudios proprios del Aula Española:
que un Monje, en orden a los Cuerpos
Celestes, no debe meterse en examinar, y
mucho menos en representar su
situación, y movimiento, sí sólo en
estudiar si la materia Celeste se
distingue en especie de la Sublunar, y si
las formas de los Cielos, y Elementos
fueron educidas de la potencia de la
materia, pues con estudiar esto se habían
contentado sus mayores, de dos, o tres
siglos a esta parte.
77. Esta, y otras cosas a este modo
gritarían los muchos, que por no ser
capaces de más, que tomar de memoria
especulaciones Lógicas, y Metafísicas
de sus predecesores, quieren persuadir
al mundo, que las sombras son
realidades, y que aquel estudio puede
conducir a saber algo, siendo cierto todo
lo contrario; ya porque nunca llegarán a
averiguar la verdad de eso mismo en
que trabajan, quedando siempre
inciertas, como lo han sido hasta ahora,
la distinción específica de las materias
Celeste, y Elemental, y la educción de
sus formas de la potencia de la materia:
ya porque aun cuando lleguen a saber
eso, especialmente lo segundo, será lo
mismo, que saber nada, tanto más,
cuanto es harto dudoso, si esa que
llaman educción de la forma es pura
voz, sin alguna realidad de parte del
significado; y muchos reputan ser una
quimera grande, que las formas se
extraigan de donde no están, como lo es,
que se saque algún dinero de una bolsa
enteramente vacía.
78. Como quiera, es harto verisímil,
que con las varias declamaciones que he
insinuado, o moviesen a los Superiores
del Monje a dirigir a su aplicación a
otro estudio, o despechando al mismo
Monje, le hiciesen abandonar la obra, y
aun le irritasen hasta el punto de que él
mismo la despedazase indignado: como
se dice de un Religioso Napolitano, que
habiendo construido una máquina muy
ingeniosa en forma de ballesta, que
podía ser de grande utilidad en la
defensa de aquella Ciudad, insultándole
la bárbara plebe, siempre que le veía,
con la irrisión de su [386] obra, la
destrozó enteramente; de donde asientan,
que tuvo su origen aquel sarcasmo de
daca la ballesta, que grita la vilísima
canalla a cualquier Religioso.
79. Que de un modo, que de otro, en
la suposición hecha de vivir en España
el Cisterciense Italiano, es verisímil que
no se lograrían aquellas dos admirables
esferas, muy superiores acaso a la
famosa de Arquímedes, que tanto
celebró Claudiano, pintando a Júpiter
como resentido de que un vejete
Siracusano en un pequeño vidrio
hubiese emulado su inmensa fábrica de
los Celestes Orbes.

Iupiter in parvo cum cerneret


aethera vitro, &c.

80. ¿Mas para qué sirven esas máquinas


trabajadas con tanto estudio, y trabajo?
me preguntarán algunos de nuestros
Cartapacistas. Respondo, que para saber
muchas cosas, unas útiles, y otras
curiosas, que sin ellas no supieran los
ignorantes; y los sabios no las sabrían
tan prontamente. Pongo por ejemplo:
suele ser conveniente saber en cualquier
punto del año cuántas horas, y minutos
tiene el día, para comensurar a su
extensión las operaciones en que se
puede ocupar aquel día. Y esto se
averigua en un momento con la simple
inspección de la máquina. Es mucho
mayor el número de las curiosas. Pero ni
aun ésas son de mera curiosidad, esto
es, también tienen su utilidad, y no poca.
¿Por ventura es poco útil aquella
satisfacción, y honesto deleite, que
recibe el alma en instruirse de los
arreglados movimientos de los cuerpos
Celestes, y de aquella admirable
harmónica relación de unos con otros?
¿No es natural al hombre el apetito de
saber? ¿Y este apetito no se sacia con
tanto mayor gusto, cuanto los objetos de
la Ciencia son más hermosos, nobles, y
augustos? ¿Y qué objeto hay entre lo
material más noble para la
consideración humana, que la grande
fábrica de Cielos, y Astros? Pero lo más
importante es, que esa misma pompa, y
hermosura material a toda alma bien
dispuesta eleva naturalmente a la
contemplación de la hermosura, y
grandeza inmaterial, inmensa, e infinita.
81. Esto nos representan en varias
partes las Sagradas [387] Letras. Los
Cielos, dice David, nos están intimando
la Gloria de Dios: Coeli enarrant
Gloriam Dei. A cuyo asunto dijo el
Crisostomo (Homil. 9. ad. Popul.
Antioch.) que el silencio de los Cielos
es el clarín más sonoro, que no a
nuestros oídos, sí a nuestros ojos está
representando la grandeza del Criador.
Y en otra parte el mismo David, como
extáticamente arrebatado, se complace
en la dulcísima esperanza de ver algún
día, esto es, en el estado de glorioso,
con una perfecta penetración de su
naturaleza, y propriedades, los Cielos, y
los Astros: Quoniam videbo Coelos
tuos, opera digitorum tuorum Lunam,
& Stellas quae tu fundasti. Donde es de
notar el que aunque todas las obras de
Dios son suyas, el llamar con
particularidad suyos a los Cielos, y a los
Astros obras de sus dedos, es una
expresión enérgica del impulso que dan
estas grandes, y nobilísimas criaturas a
nuestro entendimiento, para levantarle a
la contemplación del Soberano Artífice
de ellas.
82. Si con todo nuestros Profesores
de las Aulas Metafísicas (que no puedo
llamarlas Filosóficas) quisieren porfiar,
que se ocupa mejor el tiempo en
disputar eternamente sobre si la
privación es principio del ente natural:
si la unión se distingue de las partes: si
la materia tiene propria existencia, y
amontonar sobre estos, y otros tales
asuntos cuadernos sobre cuadernos, y
cursos sobre cursos: que le ocupó al
Cisterciense Italiano en fabricar
aquellas dos admirables máquinas, no
los importunaré más sobre la materia,
contentándome sólo con pedirles, que
me avisen, qué descubrimientos útiles
en orden a la práctica se hicieron por
espacio de tantos siglos en virtud de la
Filosofía Aristotélica, cuando entre los
Extranjeros, en virtud de la
Experimental, se han hecho tantos, y se
están haciendo cada día. Y digo en
virtud de la experimental, que en orden a
la Sistemática, tómese la que se quisiese
de las modernas, no la tengo por más
fructífera, que la de Aristóteles.
83. No por eso condeno la
enseñanza de nuestras Aulas, que
llamamos Filosóficas, como se
rectificase, según [388] las
instrucciones, que para ello he dado en
los Discursos 11, 12, 13, y 14 del Tomo
7, en los cuatro primeros del octavo del
Teatro Crítico, arreglándose a las
cuales, en mucho menos tiempo se
pueden adquirir muchas noticias
importantes dentro de aquella misma
línea, que las que hoy se adquieren; y en
el espacio de los tres años, que en
nuestras Aulas se dan al Curso, que
llaman de Artes; quedaría mucho tiempo
para una buena parte del estudio de la
verdadera Física.
84. Yo veo bien, que para introducir
esa mudanza de método hay algunas
dificultades, cuales son, en primer lugar
la falta de noticias en los Lectores, y
Catedráticos de Artes, y en segundo, la
falta de Libros para adquirirlas. Pero la
mayor de todas está de parte de los
Profesores antiguos, o viejos, a lo
menos de muchos de ellos, los cuales,
mirando como desprecio de su
existimada Ciencia, que en las Escuelas
se empiece a enseñar lo que ellos
ignoran, es natural se valgan de la
autoridad que les dan sus años, y sus
honores para hacer odiosa esta novedad
literaria. Los dos primeros estorbos
considero bastantemente vencibles. Pero
el último es formidable, y sólo veo, que
paulatinamente se puede ir removiendo
este estorbo, ofreciendo el tiempo
algunos nuevos Profesores de más que
ordinaria capacidad, y de espíritu
generoso, que rompan la valla, y vayan
introduciendo el buen gusto literario en
las Escuelas, repitiéndoles entre tanto a
los viejos Profesores el consejo
saludable, que les da el Padre Dechales:
Dum ipsi nihil explicant, & principiis
universalibus insistunt, alios ulterius
progredi, aequo animo patiantur (Lib.
2. de Magnete, prop. 9.)
85. Pero, Excelentísimo Señor, ni de
mis declamaciones, ni de las de otro
algún particular creo se puede esperar
mucho fruto, en orden a introducir, y
extender el conocimiento de las
Ciencias, y Artes útiles, de que en
España hay tan escasa noticia. Es
menester buscar más arriba el remedio,
y subir hasta el Trono del Monarca para
hallarle. ¿Y cuál es éste? La erección de
Academias Científicas [389] debajo de
la protección Regia; por lo menos de
una en la Corte, a imitación de la Real
de las Ciencias de París. Esta daría el
tono a todo el Reino en orden a la
elección de estudios útiles: excitaría los
ingenios capaces: los dirigiría con los
Escritos que fuesen produciendo, así el
cuerpo de la Academia, como los
particulares de ella. Y lo principal es,
que la protección del Monarca
estorbaría que se ejerciese contra ella la
maledicencia de los invidos. Habrá
como seis, u ocho años que el Rey de
Prusia, Príncipe de un gobierno
admirable, y de una capacidad
prodigiosa, erigió una semejante en
Berlín; para cuya fundación, y dirección
pidió al Rey de Francia le enviase a Mr.
de Vaupertuis, Miembro distinguido de
la Academia Real de las Ciencias, y
Jefe de los Académicos, que estos años
pasados se metieron en los hielos
Boreales para examinar la figura de la
Tierra. Mucho mejor podrá hacer un Rey
de España lo que hizo un Rey de Prusia.
La ocasión presente de lograr esta
Monarquía una paz, que según todas las
apariencias, debemos esperar, que sea
de larga duración, es sumamente
oportuna para poner en ejecución
cuantos medios parezcan convenientes
para el adelantamiento de las Artes, y
las Ciencias. Estos sin duda quisieron
significar los Antiguos, dedicando a
Minerva, Deidad protectriz de Ciencias,
y Artes, la Oliva, que es símbolo de la
paz. Los cuidados de la guerra absorben
todas las demás atenciones; y es
menester, que cese el ruido de las
Armas, para que se deje oír el canto de
las Musas.
Nuestro Señor guarde a V.E. muchos
años, &c.
Carta XXXII
Sobre la España Sagrada del
Rmo. P.M. Fr. Enrique Flórez

Rmo. P.M.
1. Amigo, y Señor: Este Correo no
recibí Carta de V. Rma. y así no tengo a
qué responder. Mas no por eso me falta
que escribir, y en asunto, que será muy
del agrado de V. Rma. Respecto de una
Carta, esto poco basta para exordio, y
así vamos al caso.
2. Estos días pasados supe, que el
Señor Don Isidoro Gil de Jaz, Regente
de esta Real Audiencia de Asturias,
tenía unos Libros nuevos intitulados:
España Sagrada, que su Señoría
alababa mucho. No hube menester más
informe para desear, y solicitar su
lectura; porque este Ministro, no sólo
tiene altamente calificada la autoridad
de su voto en las sentencias legales, mas
también es dotado de un bello
discernimiento para las Críticas. Pedíle,
pues, prestados a su Señoría los Libros
para leerlos, y lo primero fue buscar en
la frente el nombre del Autor. Hallé, que
éste era el Rmo. P.M. Fr. Enrique
Flórez, de la esclarecida Orden de San
Agustín. Tate, dije hacia mi capote. ¿El
Maestro Fr. Enrique Flórez? No es éste
aquel Padre Maestro, que de comisión
del Ordinario dio su aprobación a mi
segundo Tomo de Cartas, y una tal
aprobación, que ella merece para sí
misma, por su gracia, discreción y
agudezas cuatrocientas mil
aprobaciones? ¿No es este mismo aquel,
que con motivo de dicha aprobación mi
íntimo amigo el Rmo. P.M. Sarmiento,
Juez en materia de [391] erudición cual
sabe todo el Mundo, me ponderó como
erudito de primera clase, y primer
orden, especialmente en todo género de
antigüedades sagradas, y profanas; esto
es, en la materia en que aun el ser
mediocremente erudito es harto difícil?
Sí. El mismo es; porque el nombre, el
apellido, la Religión, y los títulos
honoríficos los mismos son en la frente
de estos Libros, que en la cabeza de la
Aprobación.
3. Supuesto este conocimiento, ya se
echa de ver con cuánta ansia entraría yo
en la lectura. Pero aun entrando con este
conocimiento en la lectura, hallé en ella
más que lo que esperaba, porque sobre
una erudición de rara amplitud, y
profundidad, hallé un estilo noble,
elegante, puro, igualmente grave,
conceptuoso, y elevado, que natural,
dulce, y apacible: un entendimiento
claro, que consigo lleva la luz que es
menester para romper las densas nieblas
de la antigüedad; una Crítica fina, y
delicada, que en fiel balanza pesa hasta
los átomos de las probabilidades: una
veracidad tan exacta, que llegaría a
pecar de escrupulosa, si en esta virtud
cupiera nimiedad: un genio felizmente
combinatorio, que hace servir la
variedad, y aun el encuentro de las
noticias al descubrimiento de las
verdades: una destreza tal para colocar
en orden todas esas noticias, que la
multitud queda muy fuera de los riesgos
de la confusión.
4. ¿Mas a qué propósito, escribiendo
a V. Rma. le represento la excelencia de
una Obra, que supongo ha leído, y
consiguientemente conocido su valor?
No lo hago por informar a V. Rma. de lo
que ya sabe, sino por complacerme a mí
mismo de lo que acabo de saber. No es
esto dar a V. Rma. la noticia, sino
satisfacer mi propia Inclinación.
Explícome. No ignora V. Rma. la náusea,
la indignación, la pesadilla, que muchos
años ha estoy padeciendo de ver tantos
infelices Escritos como en este siglo
salen de nuestras prensas, que en vez de
acreditar en otras Naciones la Literatura
Española, la infaman, y desacreditan.
¿Qué me sucede, pues? Que cuando en
España, y de pluma [392] Española sale
uno, u otro Escrito excelente, con la
complacencia que me infunden éstos, me
compenso de la displicencia, que me
inspiran los otros, mirando los buenos
como unos justos vindicadores, o
restauradores del crédito, que hacia los
extranjeros nos quitan los malos. De
aquí es, que prendado de la hermosura
de aquéllos, caigo en la flaqueza común
de los enamorados; esto es, alabar, y
realabar opportune, importune, venga, o
no venga, el objeto que ha inflamado su
cariño. Y de que lo hago así con los
pocos Escritos de alguna perfección,
que produce tal cual ingenio Español,
doy por testigos a todos los que
comúnmente me tratan, y trataron. No me
contento con leer, y estimar los buenos
Libros, cuando ellos son de algo
sobresaliente nobleza; me apasiono
extremadamente por sus Autores; y
efecto de esta pasión es celebrarlos
siempre que la ocasión se ofrece; y aun
buscando yo la ocasión, cuando ella no
se me presenta. Así desahogo mi afecto,
ya que no puedo de otro modo.
5. Estos días pasados se padeció
aquí una horrible tempestad, que hizo
grandes daños en Mar, y Tierra: en aquel
sumergiendo muchos Navíos, y Barcos;
de suerte, que han quedado en estos
Puertos poquísimos Pescadores; y aun
esos pocos apenas tienen vasos para la
pesca: en la Tierra, arrastrando los ríos,
y arroyos muchísimo ganado de todas
especies, que se sepultaron en ellos, o
fueron a sepultarse en el Mar vecino. Y
ni aun perdonó el ímpetu de la corriente
a las bestias más feroces, pues a la
playa de Pravia arrojó el río Nalón dos
osos, lo que dicen los naturales nunca se
vio.
6. Estando para firmar, y cerrar esta
Carta, entró en mi Celda (favor que
muchas veces me hace, y que yo le
agradezco mucho) el señor Don Manuel
Verdeja, dignísimo Ministro ahora de
esta Real Audiencia, y antes dignísimo
Catedrático Primario de Leyes de
Salamanca, y ofreciéndose en la
conversación tocar el asunto de esta
Carta, que gustó de ver, tuve la
complacencia de hallarle enteramente de
acuerdo con mi dictamen en orden a las
prendas [393] del Rmo. P.M. Flórez,
cuyas Obras había leído, y de que entre
otros elogios le oí uno, que me cayó muy
en gracia: A este Autor, me dijo, por su
penetración en los puntos más obscuros
de la Historia, se puede apropriar lo
que mucho ha se dijo del famoso
Ambrosio de Morales, que VEIA DE
NOCHE. Persuádome a que tendrá V.
Rma. noticia del bello complejo de
prendas de este sujeto, pues lo que suena
mucho en Salamanca, no puede menos
de oírse en Madrid; de que infiero, que
será a V. Rma. muy grato este breve,
pero bien expresivo Panegírico de su
Amigo; porque Panegiristas de esta
clase nunca sobran.
Nuestro Señor guarde a V. Rma.
muchos años, &c.

O. S. C. S. R. E.
Indice alfabético de las
cosas más notables
El primer número denota la Carta, y el
segundo el Número marginal.

Academias. Utilidades que se


seguirían de establecer en
España una Real Academia de
Artes, y Ciencias, a imitación
de la Academia Real de París.
Carta XXXI. num. 85.
Académico Antiguo contra el
Scéptico Moderno. Título de
un Escrito, el cual se impugna
en toda la Carta IV.
Adagios. Falibilidad de los Adagios.
Toda la Carta I. Página 1. ¿Si
son Evangelios breves? Carta
1. num. 3. Los Adagios
Satíricos contra Pueblos, o
Naciones son por lo común
muy falsos. Ibid. num. 11 y
siguientes. Los Satíricos
contra los Eclesiásticos son
por la mayor parte impíos,
num. 14. Hay muchos Adagios
verdaderos; pero muchos son
muy falsos. Ibi. n. 15.
Agua. Ella sola es suficiente para
alimentar una planta. Carta
XVIII. n. 30.
Albeytar. Noticia de la circulación
de la sangre, que
expresamente se halla escrita
en un Libro de Albeytar
bastante antiguo, Francisco de
la Reina Español. Toda la
Carta XXVIII.
América. Cómo el demonio trataba a
los Idólatras de la América.
Carta XVII. n. 24 y sig.
Amida. Penitencias bárbaras que los
Sectarios del falso Dios del
Japón, Amida, ejecutan. Carta
XVII. num. 23.
Anabaptistas. ¿Qué juicio [395]
hicieron de la Medicina los
Anabaptistas? Carta IV. num.
9.
San Anselmo. Su compasión con los
irracionales, y en especial con
una Liebre. Carta XXVII. n. 5.
Anti-Christo. No guarda el demonio
los tesoros para el Anti-
Christo. Carta II. num. 29.
Antimonio. Historia del Antimonio,
de su uso, y de su abuso. Carta
IV. número 62.
Antonio. (Don Nicolás.) ¿En qué
términos habla de los Lulistas
Españoles? Carta XXVI. n. 51.
Aphorismos. Justificación de haber
dado a uno el título de
Aphorismo Exterminador.
Carta VI. número 9. 10. y 15.
Aragoneses. Elogio de los
Aragoneses contra la falsedad
de un Adagio. Carta I. num.
13.
Arañas. Observación curiosa sobre
el movimiento de las Arañas.
Carta XVII. num. 34.
Archéo. Es cosa distintísima del
Alkaest. Carta XXVI. num. 49.
Athenienses. Castigaban a los que
eran crueles contra los
irracionales. Carta XXVII.
num. 8.
Axedrez. ¿En qué consiste la
dificultad para jugarle bien?
Carta XI. n. 21.
Aziagos. Véase Días Aziagos.

Bar-Iesu. Insigne Mago. Carta XVII.


n. 43.
Basilea. Caso que se cuenta de un
Sastre, que en Basilea tentó
hallar un tesoro. Carta II. n.
17.
Benjamín de Tudela. Judío antiguo.
Su itinerario lleno de
imposturas. Carta XIII. n. 4.
San Bernardo. En su tiempo le
supusieron Cartas falsas.
Carta XII. n. 9.
Bituricense. (Concilio). Decreto de
él para que no se usen otros
Exorcismos, que los que
aprueba la Iglesia. Carta X.
num. 10.
Bobadilla. Cómo, y por qué el Señor
Bobadilla castigó a un
impostor, que se fingía
enfermo. Carta XXIII. num. 10.
Boyle (Roberto). Circunstancia de
sus Obras. Carta IV. n. 18.
Bramines, o Bracmanes. Noticias de
sus bárbaras [396]
penitencias. Carta XVII.
número 19.
Brigalier (Mons.). Insigne
embustero. Carta XV. n. 14. y
15.
Budso. Penitencias de los Sectarios
de Budso, en el Japón. Carta
XVII. número 22.
Bueyes. Observación de un Buey,
que vivió mucho tiempo sin
alimento. Carta XVIII. n. 20.

C
Calamo. Filósofo, que se arrojó
vivo en la hoguera por
vanidad. Carta XVII. n. 17.
Calmet (Don Agustín). No ha creído
la existencia del Unicornio,
cuya existencia se disputa.
Carta III. n. 8. Su elogio. Carta
XXXI. n. 55.
Carduche. Ladrón famoso. Carta
XXIV. n. 8.
Cartesianos. Su dictamen en orden
al alma de las bestias. Carta
XXVII. n. 15.
Catón. Elogio singular de su
veracidad. Carta XVIII. n. 38.
Causas. Utilidades de abreviar las
Causas Judiciales. Toda la
Carta XXII.
San Chrysostomo. Su dictamen
sobre la compasión con los
irracionales. Carta XXVII. n. 4.
Cielos. Si son animados. Carta
XXVI. n. 79.
Ciencias. Sobre el adelantamiento
de Ciencias, y Artes en
España. Toda la Carta XXXI.
Circulación de la Sangre. Véase
Albeytar.
Clavio (Padre Christoforo). Su
singular genio para las
Matemáticas. Carta XXVIII. n.
18.
Codorniu (Padre Antonio). Jesuita.
Noticia, y elogio de su Libro:
Indice de la Phylosofía
Moral Christiano-Política.
Toda la Carta XXIX.
Cometas. Si son Astros. Carta XXI.
num. 10. No son perjudiciales.
Carta XXXI. n. 29.
Copérnico (Nicolás). Sobre el
Sistema Copernicano. Toda la
Carta XX. Textos de la
Escritura contra el dicho
Sistema. Carta XX. n. 26.
Coral. Sus flores, y semillas. Carta
XXX. n. 54. y 55.
Cornejo. Caso de la Compasión del
Ilustrísimo Cornejo con los
irracionales. Carta XXVII. n. 6.
[397]
Corte. Ingrata habitación la de la
Corte. Toda la Carta XXV.
Coulanges. Villa de Borgoña, en
donde, por penuria de agua, se
apagó un incendio con vino,
Carta XXXI. num. 70.
Cusa (Cardenal de). ¿Qué sintió de
estar habitados los Planetas?
Carta XXI. n. 12.
Cycloida. Utilidad, y aplicación de
la línea curva Cycloida. Carta
XXXI. número 17.
Czar (Pedro). Paralelo de Luis XIV
con el Czar Pedro el Grande
de Moscovia. Toda la Carta
XIX. Decreto suyo contra la
demora de las Causas
Judiciales. Carta XXII. número
2.

David. Es patraña de los Judíos el


que David hiciese alguna
expedición contra Rómulo.
Carta VIII. num. 4. ¿Qué hizo
delante del Arca? Carta XIX.
número 34.
Delrío (Padre Martín). Su dictamen
sobre los Exorcismos. Carta
X. n. 15.
Demonio. ¿Cómo trata el demonio a
los suyos? Toda la Carta XVII.
Destreza. ¿En qué consiste la
destreza en el juego? Carta XI.
num. 11. 12. y sig.
Días Aziagos. Toda la Carta XIII.
Origen de creerse ser Aziago
el Martes. Carta XIII. n. 1.
Diógenes. ¿Cómo desató el sofisma
de Zenón contra el
movimiento? Carta IV. número
21.

E
Eclypses. Daños que se siguen de
creerlos perniciosos. Carta
XXXI. num. 27. y sig.
Electricidad. Utilidad de la virtud
Eléctrica. Carta XXXI. num.
17.
Enfermedad. Crítica de unas
señales, que se creen ser
previas de enfermedad. Carta
IX. n. 10. y 11.
Escritores. Carácter de los que sólo
escriben impugnando. Carta
VII. n. 8.
Escritura. Dificultades que hay para
exponer la Sagrada Escritura
Carta XXXI. n. 59.
Escritura. La Escritura, o el escribir
en compendio de los antiguos,
se practica hoy en Inglaterra.
[398] Carta XIV. número 6. y
siguiente.
España. Sobre el adelantamiento de
las Ciencias, y Artes en
España. Toda la Carta XXXI.
Españoles. No exceden a los de
otras Naciones en el
aborrecimiento de los Judíos.
Carta VIII. num. 6. y siguiente.
Espectáculo de la Naturaleza.
Título de Obra curiosa. Carta
VII. num. 5.
Exorcismos. Los que hay para
desencantar los tesoros son
disparatados. Carta II. num.
14. Fórmula de uno, num. 23.
Sobre los nuevos Exorcismos.
Toda la Carta X. Dictamen del
Padre Delrio. Carta X. número
15. El del Maestro Soto, num.
16. El Decreto del Concilio
Bituricense, num. 10.
Evangelios. No son Evangelios
breves los Adagios. Carta I.
num. 3. y 4.

Fakires. ¿Quiénes son? Y sus


bárbaras penitencias. Carta
XVII. n. 19.
Fernán-Caballero. Noticia de un
feto humano, que se halló en el
vientre de una Cabra en la
Villa de Fernán-Caballero.
Toda la Carta XXX.
Firmamento. Su inmensa distancia
de nosotros en el Sistema
Copernicano. Carta XX. n. 8.
Flandes. (Padre). Crítica en general
de un Escrito del Padre
Flandes. Toda la Carta IV y en
especial, n. 3. y siguiente.
Flórez (Padre Maestro Fray
Enrique). Agustiniano. Elogio
de su España Sagrada. Toda
la Carta XXXII.
Fontenelle. (Mr. de). Su
pensamiento sobre estar
habitados los Planetas. Carta
XXI. n. 12. y sig.
Franceses. Primero expelieron a los
Judíos, que los Españoles: y
la diferencia de una, y otra
expulsión. Carta VIII. n. 18.
S. Francisco. Era compasivo con los
irracionales. Carta XXVII. n. 6.
Franconi (Marco Antonio).
Traductor de los Tomos del
Teatro Crítico al Idioma
Italiano. Carta XIV. n. 3. y sig.
G

Galatino (Pedro). Excede en los


elogios que [399] da al
Talmud. Carta VIII. n. 50. (a)
Gasendo (Pedro). Circunstancias de
su última enfermedad. Carta
VI. número 10.
Gitanos. Su carácter; y se comparan
con los Judíos. Carta I. n. 6.
Gladiatorios (Juegos). Han sido
invención del demonio. Carta
XVII. num. 10. y sig.
Greco (Joachín). Gran jugador del
Ajedrez. Carta XI. n. 21.
San Gregorio el Magno. Desagravio
a los Judíos. Carta VIII. num.
38.
Griglione (Don Simplicio),
Cisterciense. Noticia de dos
insignes Máquinas, que estos
años ha fabricado. Carta XXXI
número 74. y 75.
Gumilla (Padre), Jesuita. Sentir suyo
sobre los hechiceros de la
América. Carta XV. n. 8. y 9.
Guillelmini (Domingo), Célebre
Matemático. Su elogio. Carta
XXXI. n. 67. y sig.

H
Harveo. No es el inventor de la
circulación de la sangre. Carta
XXVIII. n. 2. y 3.
Hechiceros. Contra la pretendida
multitud de hechiceros. Toda
la Carta XV.
Heirmiburg. Impostura que allí
sucedió. Carta VIII. número
48.
Heraclio. Instigó a los Reyes
Sisebuto, y Diagoberto, para
que expeliesen los Judíos.
Carta VIII. número 14.
Hierbas. Es superstición cogerlas en
tales, y cuales días, para que
tengan más virtud. Carta XIII.
número 12.
Hippócrates. Su Juramento. Carta
IV. num. 17. Comparación de
dos Textos suyos. Carta VI.
num. 6. y 7. ¿Si conoció la
circulación de la sangre?
Carta XXVIII. n. 6.
Holgazanes. ¿En dónde se
castigaban con la pena de
muerte? Carta XXIII. n. 8.
Hospicios. Erección de Hospicios
en España. Toda la Carta
XXIII.
Huarte (Juan). Noticia de su Libro,
Examen de Ingenios. Carta
XXVIII. n. 13. 14. y 18.
Huevos. ¿Si todo viviente se
engendra de huevos? [400]
Carta XXX. n. 29. y sig. y 35. y
sig.
Huyghens (Christiano). Sentir suyo
sobre la extraordinaria
elevación del Azogue en el
tubo. Carta XXX. n. 7.

IyJ

Japón. Sus falsas Sectas, y bárbaras


penitencias de sus Sectarios.
Carta XVII. n. 20. y sig.
Idólatras. Cómo los trató, y trata el
demonio. Carta XVII. num. 7.
8. 9. y siguient.
Idolatría. Estaba ya extendida en
tiempo de Abraham. Carta IV.
n. 59.
Jerusalén. Profecías de su ruina.
Carta VIII. n. 75. y 76.
Indicantes. Cuáles se podrán llamar
indicantes en el juego de
naipes. Carta XI. n. 16.
Indice de Phylosofia Moral
Christiano-Política, título de
un Libro nuevo, escrito por el
Rmo. P. Codorniu, Jesuita. Su
elogio. Toda la Carta XXIX.
Iglesia. Su potestad. Carta X. num.
14.
Inedia. Sobre una extraordinarísima
Inedia. Toda la Carta XVIII
Inventos. Utilidades de algunos
Inventos modernos. Carta
XXXI. n. 17.
S. Joseph (M. Fr. Miguel de).
Dictamen sobre la sentencia
jurídica, que se dio contra
Savonarola. Carta XII. n. 2.
Irracionales. Si es racional el afecto
de compasión hacia ellos.
Toda la Carta XXVII.
Judíos. Compáranse con los
Gitanos. Carta I. num. 7.
Reconvenciones caritativas a
los Profesores de la Ley de
Moisés. Toda la Carta VIII.
num. 3. 4. y 5. No los
aborrecen los Españoles tanto
como otros, num. 6. ¿Cómo
los trataron los Romanos? n.
7. ¿Cómo los Franceses?
numer. 9. 10. y 11. ¿Cómo los
Ingleses? num. 12. ¿Cómo los
Alemanes? numer. 13.
Privilegios que el Concilio 16
Toledano concedió a los
Judíos, numer. 23. Ejemplos
del favor, que un Judío hizo a
muchos Cautivos Españoles,
numer. 31. Ejemplos de lo
contrario, num. 34. Los Papas
favorecieron a los [401]
Judíos, num. 37. y sig.
Argumentos contra su errada
penitencia, num. 67. 68. &c.
Juliano Apóstata. Prohibió las
Letras a los Christianos. Carta
IV. n. 60.
Junio. (Mes de). Chiste de
Alejandro contra la
preocupación de que ese mes
era Aziago. Carta XIII. numer.
3.
Izquierdo. (Padre). Juicio que hizo
del Arte de Lulio. Carta XXVI.
n. 32.
K

Kalendario Romano. Lo mucho que


el P. Clavio, Jesuita, trabajó
para su reforma. Carta XXVIII.
n. 18.
Kerkedán. Los Persianos llaman al
Rinoceronte Kerkedán. Carta
III. n. 11.

Ladrones. Exterminio de Ladrones


en España. Toda la Carta
XXIV.
Libros. Los que tratan de tesoros
escondidos son un complejo
de ficciones, Carta II. n. 3. 4. y
5.
Lisboa. Corrección del sitio en
donde sucedió en Lisboa la
tragedia contra los Judíos.
Carta VIII. num. 16.
Lucano. Comparación de Lucano
con Virgilio. Carta V. n. 6. 7. y
sig.
Luculo. Se burló de los días aziagos.
Carta XIII. numer. 3.
Luis XIV. Paralelo de Luis XIV con
Pedro el Czar. Toda la Carta
XIX.
Lulio. Respuesta a un Apologista de
Lulio. Toda la Carta XXVI.
Elogios exorbitantes que le
dan. Carta XXVI. num. 23.
Dictámenes opuestos a los
elogios, num. 41. Impugnación
de sus proposiciones, n. 70.
71. y sig.
Luxemburg. (Duque de). Chiste suyo
contra uno que quería pasar
por Mágico, Carta XV. n. 16.

Mago. Significación de esta, y otras


voces semejantes. Carta XVII.
n. 33. y 36.
Maymon (Rabí Moisés). Su carácter.
Carta VIII. numer. 58.
Mariana (Padre Juan). Juicio que
hizo de la doctrina de Lulio.
Carta XXVI. n. 41. [402]
Mariño. Sobre el origen del noble
apellido de Galicia Mariño.
Carta XXX. numer. 50.y 52.
Martes. ¿Si es día aziago? Y origen
de estas preocupaciones.
Carta XIII. num. 1. y 5.
Matheu. Impúgnase un dictamen del
Señor Matheu. Carta XXII.
num. 21. y siguient.
Medicina. ¿Cuál sería la Pitagórica?
Carta IV. numer. 14. La
Medicina de hoy no es la
comunicada a Adán, ni
derivada de la que supo
Salomón. Carta IV. num. 61.
Médico. Jucio del Libro: El Médico
de sí mismo, o Arte de
conservar la salud por
instinto. Toda la Carta IX.
Melanuro. (Pez). Por qué los
Pitagóricos se debían abstener
del Pez Melanuro. Carta IV. n.
14.
Mesías, Argumentos, que deben
convencer a los Judíos de
haber venido el Mesías. Carta
VIII. numer. 67. y 68.
Monstruo. Descripción de un raro
Monstruo de la Villa de
Fernán Caballero. Carta
XXX. n. 9. y 12.
Moros. Cómo los Moros tratan a los
Christianos Cautivos. Carta
VIII. numer. 26.
Moysés. Sobre los Profesores de la
Ley de Moisés. Véase Judíos.
Mujeres. ¿En qué Páises se queman
vivas por capricho? Carta
XVII. n. 16. y 17.

Narval, o Narwal. Las huevas del


Pez Cetáceo Narval no son
proporcionadas a su
corpulencia. Carta XXX. num.
54. Nota (a).
Navarros. Su furor contra los Judíos.
Carta VIII. numer. 15.
Naypes. Causa de la destreza en el
Juego de Naipes. Toda la
Carta XI.
Nerva. (Ciudad de). Acción heroica
de Pedro el Czar en la Ciudad
de Nerva. Carta XIX. num. 16.
Newton. (Isaac). El Sistema
Newtoniano aplicado a la
Política de la Corte. Carta
XXV. num. 7. Utilidad de una
línea curva, que descubrió.
Carta XXXI. n. 17.
Nicias. Perdió toda su [403] Armada
Naval por el vano terror de un
Eclipse. Carta XXXI. nm. 28.
Nicolet (Jacquelina). Noticia de su
rara Inedia. Carta XVIII. n. 25.

Ociosos. ¿En dónde se castigaban


con pena capital? Carta XXIII.
n. 8
Oculistas. ¿Cuáles son los más
famosos? Carta XXXI. numer.
72.
Oliva Sabuco. Descubrió el suco
nerveo. Carta XXVIII. num. 10
Optica. Es necesaria para conocer, y
curar las enfermedades de los
ojos. Carta XVI. n. 6.
Ovario. Si las mujeres tienen
Ovario? Carta XXX. numer.
31. 32. 33. y 34.

Palinodia. La Palinodia voluntaria


es muy laudable habiendo
razones para ella. Carta XXX.
numer. 35. y 36.
Papas. Los que favorecieron a los
Judíos. Carta VIII. num. 37. y
sig.
Paralaxe. Las Estrellas Fijas no
tienen Paralaxe. Carta XX.
num. 8.
París. El Parlamento de París
prohibió el uso del Antimonio
en la Medicina. Carta IV. num.
62. Moderó este Edicto,
ibidem. Aprobó el uso del
dicho Antimonio, ibid.
Pasqual. Respuesta al Rmo. P. Mro.
Fr. Raymundo Pasqual. Toda
la Carta XXVI.
Patin (Guido). Sacó un Escrito
contra el Antimonio con este
título: Martyrologio del
Antimonio. Carta IV. n. 62.
Paula (San Francisco de).
Suposición de algunas Cartas,
que se imprimieron con su
nombre. Carta XII. n. 6. 7. y 8.
Peregrino (Filósofo). Se echó vivo
en una hoguera. Carta XVII. n.
18.
Piache. Embustes de los Piaches de
la América. Carta XV. n. 9.
Pico-Sacro. Monte junto a Santiago.
Ficciones sobre un Tesoro,
que allí se imaginaba
escondido. Carta II. n. 18.
Piedras. ¿Si se producen de
semillas? Carta XXX. numer.
54. 56. y 57.
Planetas. ¿Si están habitados. Carta
XXI. n. 12. [404]
Pluto. Dios de las riquezas. Carta II.
num. 20. Algunos le confunden
con el Dios Plutón; y otros le
distinguen. Carta II. Ibidem.
Pó. Reflexiones sobre un brazo del
Río Pó. Carta XXXI. n. 68.
Poesías. Hay excelentes Poesías sin
ficción alguna. Carta V. n. 7.
Pólvora. ¿En qué consiste su
actividad? Carta XXX. numer.
24.
Ponce (Fr. Pedro). Benedictino.
Enseñó a hablar a los Mudos.
Carta XXVIII. n. 10.
Porphan. Chistosa respuesta, que
dio Mr. Porphan a Isabela de
Inglaterra. Carta XXII. n. 15.
Pretendientes. Su carácter. Carta
XXV. n. 8.
Pythágoras. Su carácter. Carta IV.
num. 14. Noticia de su vida.
Ibid. n. 64.

Quintiliano. ¿Cuándo el Autor del


Teatro Crítico compró, y leyó
las Instituciones de
Quintiliano? Carta V. n. 14.

Reforma. Obstáculos contra la


reforma de la enseñanza en
España. Carta. XXXI. n. 81. y
84.
Reyes. Ejemplo de la comiseración
de nuestros Señores los Reyes
actuales con una Paloma.
Carta XXVII. n. 16.
Reyna (Francisco de la), Albeytar
antiguo Español: Es el
primero que da noticia de la
circulación de la sangre en un
Escrito. Toda la Carta XXVIII.
Rinoceronte. Sobre el Rinoceronte,
y Unicornio. Toda la Carta III.
Descripción de un
Rinoceronte. Ibidem. num. 2.
Vióse uno en Portugal; ¿y en
qué se distingue del
Unicornio? num. 4.
Romanos. Barbarie de su Política.
Carta XVII. n. 25.
Rosa (Fr. Bernardino de Santa
Rosa). Noticia de un Escrito
suyo. Toda la Carta VII.

S
Sabunde (Raymundo). Noticia de la
condenación de su Libro.
Carta IV. numer. 43. 44. y
siguient. [405] y Carta XXVI.
num. 52.
Salomón. Noticia de su Ciencia
infusa. Carta IV. n. 57. No ha
llegado a nosotros. num. 58.
Salzinger. Véase Zalzinger.
Sangre. Descubrimiento de la
circulación de la sangre por
un Albeytar Español. Toda la
Carta XXVIII.
Santos. Más usaban de preces, y
Oraciones, que de
Exorcismos. Carta X. n. 12.
Satélites. Utilidad de los Satélites
de Júpiter. Carta XXXI. n. 17.
Savonarola. Causa de Savonarola.
Toda la Carta XII. Sus delitos
innegables, Carta XII. n. 13.
Scéptico. ¿En qué se distingue del
Académico? Carta IV. num. 5.
Shbomberg. (El Barón de). Si
tradujo algo del Teatro Crítico
al Alemán. Carta XIV. n. 5.
Señeri (P. Pablo). Paralelo que hace
de las insolencias de los
Judíos contra Christo; y las
venganzas de los Romanos
contra los Judíos. Carta VIII. n.
78.
Servet (Miguel). ¿Si descubrió la
circulación de la sangre?
Carta XXVIII. n. 8.
Similis. Sentencioso epitafio suyo.
Carta XXV. n. 3.
Simón Mago. Sobre una Estatua suya
en Roma. Carta XVII. n. 40.
41. 42. Ha sido un grande
Mago. Ib. num. 43.
Sirius, Estrella fija, no tiene
paralaje. Carta XX. n. 9.
Debía tenerla en el Sistema
Copernicano, n. 30. y sig.
Sixto Senense. Su carácter. Carta
VIII. n. 51. Crítica que hace
del Talmud. Ib. n 52. y 53.
Sol. ¿Cuántas leguas anda en un
minuto? Carta XX. n. 12. Son
125 leguas, lo que es
incomprehensible. Ibid.
Sóphocles. Conservó en la vejez
vigoroso su entendimiento.
Carta V. n. 13.
Soto (Mro. Fr. Domingo). Su
dictamen sobre los
Exorcismos. Carta X. n. 16.
Synagoga. Comparación de la
antigua con la moderna. Carta
VIII. n. 71.
Systema Copernicano. Toda la Carta
XX.
Systema Magno. ¿Cuál es? Toda la
Carta XXI. Dificultades contra
él. XXI. n. 16. y sig.
Impúgnase Ibid. n. 23. [406]

Talmud. ¿Qué libro es entre los


Judíos? Carta VIII. n. 50.
Noticia de los desatinos que
contiene. Ib. num. 53.
Teatro Crítico. Noticia de algunas
traducciones, que se han
comenzado de algunos Tomos
del Teatro Crítico. Toda la
Carta XIV.
Tesoros. De la vana, y perniciosa
aplicación a buscar Tesoros
escondidos.Toda la Carta II.
Libros que tratan de esos
Tesoros, Carta II. n. 3. 4. 5. y
sig. Los Tesoros, que por
algún accidente se hallan, no
son de Moros, n. 12.
Exorcismos disparatados, que
se dicen para desencantarlos,
n. 14. Caso raro, que sobre
Tesoros sucedió en Basilea, n.
17. Otro caso en Pico-Sagro,
monte de Galicia, n. 18.
Origen de las fábulas sobre
Tesoros encantados, n. 20.
Ceremonias que concurren con
los Exorcismos, n. 23.
Tierra. Véase Sistema Copernicano.
Toda la Carta XX. Solución a
un argumento contra el
movimiento de la tierra. Carta
XX. n. 5. Textos expresos de la
Escritura Sagrada contra el
movimiento de la Tierra, y a
favor del movimiento del Sol.
Carta XX. n. 26. La grande
utilidad que se seguirá de
averiguar a punto fijo la
figura de la Tierra. Carta
XXXI. n. 17.
Toledo. Elogio de los Toledanos
contra un Adagio Español.
Carta I. n. 12. El Concilio 16
de Toledo favoreció a los
Judíos. Carta VIII. n. 23.
Tournefort. (Mr. de). Opinión suya
que también las piedras se
producen de semilla. Carta
XXX. n. 54. 56. y 57.
Truchet. (Padre). Religioso
Carmelita, insigne Matemático
de Automatos. Carta XXXI. n.
72.
Turcos. Son nimios en el aprecio que
hacen de la Medicina. Carta
IV. n. 10.
Turnebo. (Adrián). Insigne
Humanista, pero no Teólogo.
Carta XXVI. n. 23.

VyU

Valentino. (Basilio), Benedictino


Alemán. [407] Introdujo el
uso de preparar el Antimonio
para la Medicina. Carta IV. n.
62.
Valles. Crítica de una máxima suya.
Carta VI. n. 3.
Verdeja. (Don Manuel). Dicho suyo.
Carta XXXII. num. ultim.
Virgilio. Cotejo de Lucano con
Virgilio. Carta V. numer. 6. 7.
y sig.
Vista. Sobre cierta lesión de la vista.
Toda la Carta XVI.
Unicornio. Sobre el Rinoceronte, y
Unicornio. Toda la Carta III.
Hay animales unicornes; pero
no el Unicornio famoso, y
cuestionado. Carta III. n. 8.
Universidades. Las de París,
Barcelona, y Valencia
tuvieron, y ya no tienen
Escuela pública para la
doctrina de Raymundo Lulio.
Carta XXVI. n. 36.
Voisin. Una Mujer llamada La
Voisin, tenida en París por
hechicera, y era una embustera
insigne. Carta XV. n. 13. y 16.
Voz del Pueblo es voz de Dios. ¿Si
es adagio? Carta I. num. 2.
S. Urbano. Superstición intolerable
de sumergir la Imagen de San
Urbano para conseguir lluvia.
Carta XIII. n. 14.
Ursino. (Joseph). Nombre que se
puso a un hombre silvestre,
¿en dónde, y por qué? Carta
XXX. num. 18. y sig.
Ursinos. Sobre el origen del
nobilísimo apellido de Ursini
en Italia. Carta XXX. n. 50. y
51.
Wadingo. (Lucas), insigne Escritor
Franciscano. Su elogio. Carta
XXVI. n. 5. y sig. Juicio que
hizo de la doctrina de Lulio,
ib. numer. 10. Vindícase de
una contradicción, que se le
impone, n. 11. 12. &c.

Xaca. Bárbaras penitencias de los


Sectarios del falso Dios Xaca
en el Japón. Carta XVII. n. 21.
Xátiva. Allí ha sido el origen de
tener por día aziago el
Martes. Carta XIII. n. 5.
Motivos que en el mismo
lugar han ocurrido para que
allí se deba tener por más
aziago el día Jueves, que el
Martes. Carta XIII. num. 9.
[408]

Zalzinger, o Salzinger (Ibo), Autor


Alemán. Hizo Catálogo de los
Autores Lulistas. Carta IV.
num. 9.
Zenobia. Reina Prisionera, y
cautiva, y llevada en triunfo,
atada con cadenas de oro.
Carta XXV. n. 4.
Zenón. Su sofisma contra la
existencia del movimiento, le
burló Diógenes paseándose
delante de Zenón. Carta IV. n.
21.

FIN
BENITO JERÓNIMO FEIJOO Y
MONTENEGRO (Casdemiro, Orense, 8
de octubre de 1676 - Oviedo, 26 de
septiembre de 1764) fue un ensayista y
polígrafo español.
Nació en el seno de una familia
hidalga del muy antiguo linaje de Feijoo,
en el pazo de Casdemiro, parroquia de
Santa María de Melias. Sus padres
fueron D. Antonio Feijoo Montenegro y
Sanjurjo y Da. María de Puga Sandoval
Novoa y Feijoo. Cursó sus estudios
primarios en el Real Colegio de San
Esteban de Rivas de Sil. En 1690
ingresó en la Orden Benedictina, por lo
cual debió renunciar a los derechos que
le correspondían al mayorazgo de su
casa.
Estudió en Salamanca y ganó por
oposición una cátedra de Teología en la
Universidad de Oviedo, en donde
residió desde 1709 hasta el fin de sus
días, si bien se había ordenado
sacerdote en el monasterio de San Juan
de Samos (Lugo). Desde muy joven
perteneció a la orden de San Benito de
Nursia o benedictina y había dado
clases en Galicia, en León y en
Salamanca. Feijoo es considerado el
primer ensayista de la literatura
española y uno de los más famosos
miembros (junto con Mayans) de la que
es considerada la Primera Ilustración
Española (desde 1737 hasta poco
después de la muerte de Fernando VI),
tras una primera etapa de pre-ilustración
representada por los novatores: un
grupo constituido fundamentalmente por
médicos y cuyas obras se reimprimieron
sin pausa a lo largo de todo el siglo
XVIII.
Hasta 1725, Feijoo no comenzó a
publicar sus obras, casi todas ellas
colecciones de opúsculos polémicos que
llamó discursos (de discurrir, esto es,
disertar libremente), verdaderos ensayos
si la libertad de su pensamiento hubiera
sido absoluta. Su obra en este género
está integrada, por una parte, por los
ocho volúmenes (118 discursos), más
uno adicional (suplemento) de su Teatro
crítico universal, publicados entre 1727
y 1739 (el título teatro ha de entenderse
con la acepción, hoy olvidada, de
«panorama» o visión general de
conjunto), y, por otra, por los cinco de
las Cartas eruditas y curiosas (166
ensayos, más cortos), publicadas entre
1742 y 1760. A estas obras hay que
agregar también un tomo extra de
Adiciones que fue publicado en 1783 y
su copiosa correspondencia privada,
que continúa inédita hasta el día de hoy.
Feijoo fue un hombre versado en
letras, pero que parece citar muchas
veces de segunda mano. Por otro lado,
algunos de sus discursos, como el del
«Anfibio de Liérganes», son una muestra
palpable de los límites de su
pensamiento y su capacidad intelectual;
en él admite como verosímil la
existencia de un ser mitad hombre y
mitad pez.
Los temas sobre los que versan estas
disertaciones son muy diversos, pero
todos se hallan presididos por el
vigoroso afán patriótico de acabar con
toda superstición y su empeño en
divulgar toda suerte de novedades
científicas para erradicar lo que él
llamaba «errores comunes», lo que hizo
con toda dureza y determinación, como
Christian Thomasius en Alemania, o
Thomas Browne en Inglaterra. Se
denominaba a sí mismo «ciudadano
libre de la república de las letras», si
bien sometía todos sus juicios a la
ortodoxia católica, y poseía una
incurable curiosidad, a la par que un
estilo muy llano y atractivo, libre de los
juegos de ingenio y las oscuridades
postbarrocas, que abominaba, si bien se
le deslizan frecuentemente los
galicismos. Se mantenía al tanto de
todas las novedades europeas en
ciencias experimentales y humanas y las
divulgaba en sus ensayos, pero rara vez
se propuso teorizar reformas concretas
en línea con su implícito progresismo.
En cuestión de estética fue singularmente
moderno (véase por ejemplo su artículo
«El nosequé») y adelanta posturas que
defenderá el Romanticismo, pero critica
sin piedad las supersticiones que
contradicen la razón, la experiencia
empírica y la observación rigurosa y
documentada.
Sus discursos suscitaron una
auténtica tempestad de rechazos,
protestas e impugnaciones, sobre todo
entre los frailes tomistas y escolásticos.
Las más importantes fueron las de
Ignacio de Armesto Osorio, autor de un
Teatro anticrítico (1735) en dos
volúmenes, fray Francisco de Soto
Marne, que publicó en su contra dos
volúmenes de Reflexiones crítico-
apologéticas en 1748; Salvador José
Mañer, quien publicó un Antiteatro
crítico (1729); Diego de Torres
Villarroel y otros muchos. Le
defendieron el doctor Martín Martínez y
los padres Isla y Martín Sarmiento y el
mismo rey Fernando VI, quien, por un
real decreto de 1750, prohibió que se le
atacara.
El padre Feijoo publicó asimismo
otras obras menores: Apología del
escepticismo médico (1725),
Satisfacción al Escrupuloso (1727),
Respuesta al discurso fisiológico-
médico (1727), Ilustración apologética
(1729), Suplemento del Teatro Crítico
(1740) y Justa repulsa de inicuas
acusaciones, como nota curiosa en el 4.º
tomo de sus Cartas Eruditas, y
Curiosas, la #20 trata sobre el tratado
de Augustin Calmet sobre vampiros.
Está enterrado en la iglesia de Santa
María de la Corte.

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