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Notas para una potica del cuento romntico en verso (con algunos ejemplos)

Luis F. Daz Larios Universidad de Barcelona

Al presentar al pblico este ensayo, que lo es tambin de un gnero nuevo en la poesa castellana, juzga el autor conveniente, y aun indispensable, dar una explicacin de las doctrinas literarias que para su composicin ha seguido.

El moro expsito,Prlogo.

Precisamente. Los autores romnticos suelen exponer en advertencias preliminares los principios justificativos de la originalidad de sus obras. Pero si tales prlogos manifiestan en el nivel terico la ruptura con la potica clsica y la exploracin de nuevas formas, en la prctica no raramente revelan cierta arbitrariedad e indeterminacin para denominar los tipos en que se constituyen, en especial los narrativos, sean extensos o breves, en verso o en prosa. Como fuera previsible, la confusin de los aos iniciales tiende a desaparecer conforme se fijan los paradigmas a que se atiene cada gnero. Es el caso del romance, por lo que a los relatos breves en verso se refiere, objeto ahora de nuestro inters. Pero no sucede as con la leyenda y el cuento, cuya inestabilidad, en mi opinin, es una de sus caractersticas ms relevantes.

El romance histrico acuado por el Duque de Rivas defini el gnero, y su xito condicion su evolucin posterior1. Quienes compusieron despus romanceros apenas pudieron sustraerse a las frmulas de Saavedra, que prcticamente siguieron vigentes hasta los aledaos del Modernismo, sin otra novedad con respecto al dechado que el empobrecimiento del estilo y, en ocasiones, la incorporacin de lo heroico contemporneo. Las intenciones estticas e ideolgicas del aristcrata cordobs no cambiaron en el medio siglo siguiente: los prlogos del Romancero de la Guerra de frica (1860), del Romancero espaol contemporneo (1864), compilado por Jos Mara Gutirrez de Alba, y del Romancero espaol. Coleccin de romances histricos y tradicionales (1873), por poner slo tres ejemplos, insisten en pretensiones similares a las de Saavedra cuando llamaba la atencin sobre "el metro castizo de nuestra lengua, en el que se cantaron las hazaas de nuestros mayoresv2 y encarnaba en sus hroes los valores tradicionales propuestos por el liberalismo moderado como ideales Frente a la voluntad artstica del Duque, que morales de la nueva ~ociedad.~ busca entre la "estudiosa juventud" a sus lectores y seguidores, quizs el rasgo ms significativo que observo en los romanceros tardos sea su explcita intencin didctica, a la que se sacrifican las galas del decir en aras de una mayor eficacia aleccionadora para el pueblo, su destinatario4. As pues, el trmino romance -que durante los aos anteriores a 1840 haba designado indistintamente un relato largo o breve, tradicional o contemporneo,

l Dicho est que Rivas se inserta a su vez en una corriente que se remonta a principios de siglo y a cuyas aguas l mismo haba aportado los romances de sus primeros libros de Poesias. Romances histricos, Salvador Garca Castaeda (ed.), Ctedra, Madrid, 1987; Prlogo, p. 99. Sobre los aspectos ideolgicos de los romances de Rivas vase Garca Castaeda, ed. cit., pp. 28 y 29; y Donald Shaw, "En tomo al Rivas de los Romances histricos", en Romanticismo 7. La poesia romntica, 1 Capitello del Sole, Bolonia, 2000, pp. 185-191. 1 El Marqus de Molins escribe en la justificacin del primero: "Ellos [...] conservarn el sello de un sentimiento sincero y unnime de Espaa; ellos perpetuarn la memoria de hechos que aaden un eslabn ms a la cadena de nuestras glorias militares [...]" (p. 7). Gutirrez Alba, por su parte, tanto en la Dedicatoria como en el romance "Introduccin" a la coleccin, insiste en la necesidad de ofrecer al pueblo lecciones asequibles en la lengua sencilla y antigua del Romancero proponindole como modelos los "hroes patrios", la "religin sagrada de Cristo", los "hidalgos sentimientos", la "historia nacional", etc., que recupere el orgullo de los espaoles y los saque del letargo en que duermen. Y el annimo prologuista del Romancero espaol se justifica en trminos parecidos: "Tan pronto como se dibuj en nuestra alma una concepcin potica [...] quiso revestir el atavo nacional, omarse con las glorias patrias, y llegar hasta el pueblo [...] cuyo amor es para todos una necesidad" (fol. r).

en prosa o en verso, se ajustara total o parcialmente a la serie mtrica del octoslabo asonantado5- a partir de la recreacin de ~ i v a denominar la "narras~ cin relativamente breve, compuesta en exclusiva en verso castizo, de una ancdota histrica o legendaria, atribuida a un personaje verdadero que es encarnacin de valores ticos y patriticos". Frente a la identificacin del romance con la forma homnima, la leyenda romntica se define desde el principio por su diversidad mtrica. As lo proclama Jos Joaqun de Mora en las primeras palabras que dirige "Al lector":
Mi objeto al escribir estos poemas, ha sido aplicar la versficacin espaola a un jenero de narracin que diste tanto de la humilde trivialidad del Romancero, como del altisonante entonamiento de la ~ ~ o ~ e ~ a ~ .

El resto del enjundioso prologuillo es una insistente defensa del "mrito de la dificultad vencida" que logra el poeta con "el acertado uso de la rima perfecta" frente a quien se limita a "escribir versos asonantados de ocho slabas, [que] necesita mui poco mas esfuerzo que el que se requiere para escribir en prosa" (p. ix). De este modo, Mora define el nuevo gnero narrativo marcando distancias respecto a su precedente inmediato en prosa, por un lado: The Romance o Histoiy o Spain (Londres, 1830) -ttulo que debera traducirse por f f "Leyendas histricas espaolas" y no por Espaa romntica, como difundi la edicin de Barcelona (1840) a partir de la versin francesa-; y, por otro, realzando su valor artstico con su mtrica culta y su estilo medio, a los que quizs se atiene bajo la sugestin de la "Leyenda en doce romances" de Rivas, expresamente citada en su prlogo8. En cuanto a los asuntos -cuyas fuentes cita en las notas finales-, todos pertenecen al Corpus mtico de la historia de Espaa,

Aunque mis referencias son distintas, me parece que se explican dentro del mismo marco que estudia Russell P. Sebold, "Lo 'romancesco', la novela y el teatro", en Trayectoria del Romanticismo espaol, Crtica, Barcelona, 1983, pp. 137-163. El poeta consagraba artsticamente la teora de Agustn Durn expuesta en el "Discurso preliminar" de su Romancero de romances caballerescos e histricos (Madrid, 1832). Leyendas espaolas, C. y H . Senior, Londres, 1840, p. v. Mantengo ortografa y puntuacin. La cursiva de esta y de las siguientes citas es ma. "Con la nica excepcin del Moro Expsito, no tengo idea de un solo poema narrativo de alguna nombrada que no pertenezca a uno u otro de aquellos dos jeneros [el romance y la epopeya]", p. v.

llegando alguna vez el autor a subrayar en el texto su autenticidad. As ocurre en "La Florinda":
"Cuento, no en el sentido de patraa. Es historia veridica, aunque extraa". (P.102)

Tal nfasis en lo que de 'cuento histrico' tienen estas leyendas coincide con los romances, aunque entre estos y aquellas haya una diferencia esencial, aparte la mtrica: Mora recurre Xomo Scott, Byron y el Saavedra del Moro- a una variedad tonal de la que los romances carecen, interrumpiendo la lnea narrativa con digresiones melanclicas y humorsticas, patticas e irnicas. Sin forzar demasiado las simetras, se podra afirmar que las propuestas de Rivas y de Mora, empezadas y culminadas por las mismas fechas, constituan dos opciones en la transcripcin potica de similar material histrico-legendario. Dicho con trminos de Bakhtin: mientras una se defina por su 'monodia', otra tenda a la 'polifona'. Y como lo polifnico caracteriza la novela, lo novelesco ser tambin rasgo distintivo de la leyenda. El mismo ao en que aparecan las Leyendas espaolas, publicaba Zorrilla el primer volumen de los Cantos del trovador. Coleccin de leyendas y tradiciones histricas 9. Aunque el joven vallisoletano haba recogido ya en las sucesivas entregas de sus Poesas algunos relatos en verso bajo tales denominaci~nes'~, es la primera coleccin integrada exclusivamente por esta este tipo de poesa del que lleg a ser considerado creador por antonomasia". Y
1. Boix, Madrid, 1840. Los tomos siguientes aparecieron en 1841, coincidiendo con los Romances histricos de Rivas (Libr. de Vicente Salva, Paris; e Imp. de Vicente Lalama, Madrid) y los Cuentos histricos, leyendas antiguas y tradiciones populares de Gregorio Romero Larraaga, publicadas por el mismo editor. ' O "Para verdades el tiempo y para justicias Dios. Tradicin" y "A buen juez mejor testigo. Tradicin de Toledo", en Poesias de D., Imp. de Jos M" Repulls, Madrid, 1838, t. 11; "Honra y vida que se pierden, no se cobran, mas se vengan. Leyenda", 1838, t. 111; "Recuerdos de Valladolid. Tradicin", 1839, t. IV; "Principe y rey. Romance histrico", "Las dos Rosas", "El nio y la maga. Fantasa", 1839, t. VI; "El capitn Montoya", "Justicias del rey don Pedro", "El escultor y el duque. Cuento", 1840, t. VIII. " Tan obvia lleg a ser su vinculacin con el nuevo gnero, que Manuel Ossorio Bernard la satirizaba en su Novisimo diccionario festivo (Madrid, 1868):
"Leyenda. Molde que us Zorrilla, y que se llev Al Nuevo Mundo en el barco"

con remozado y gallardo estilo troubadour, se presenta ante su pblico en la "Introduccin" como el trovador errante y nostlgico que invoca la "inspiracin cristiana" para encender en su mente "la llama creadora / que del aliento del Querub emana" y levantar su "voz consoladora / sobre las ruinas en que Espaa llora". En el contexto del final de la guerra carlista, Zorrilla quiere contar "sabrosas historias de otros das" para distraer a sus contemporneos de los sufrimientos inmediatos:
Yo cantar tus olvidadas glorias: Que en alas de la ardiente poesa, no aspiro a mas laurel ni ms hazaas, que a una sonrisa de mi dulce ~ s ~ a a ! ' '

Ms que los sentimientos esencialistas de la Religin y de la Patria -a veces entendidas como simple ubicacin cultural o espacial-, que constituyen los polos del eje temtico en tomo al cual gira la serie13, conviene resaltar en estas seis leyendas -dos bajo el marbete de cuentos- la coincidencia con las de Mora en su polimorfismo tonal y versal, bien que llevados frecuentemente a los extremos del virtuosismo. Pero Zorrilla da un paso ms que su precedente14:se distancia de la verdad histrica en sus "creaciones" -como con tanta imprecisin se refiere a ellas en alguna ocasin15- reclamando para el poeta la 'libertad de invencin'. Es transparente lo que "Al lector, el autor" advierte en "Apuntaciones para un sermn sobre los novsimos", la "leyenda quinta" de Cantos del trovador:

(Cit. por Jos Mara de Cosso, Cincuenta aos de poesa espaola (1850-1900), Espasa-Calpe, Madrid, 1960, t.1, p. 806). 12 Obras completas, Narciso Alonso Corts (ed.), Librera Santarn, Valladolid, 1943, t. 1 p. , 494a. Todas las citas remiten a esta edicin. Disponemos ahora de la ms asequible y bien prologada seleccin de Leyendas, Salvador Garca Castaeda (ed.), Ctedra, Madrid, 2000. l 3 No tengo inconveniente en matizar esta afirmacin con el reconocimiento de la hiptesis que Ricardo Navas Ruiz sintetiza en la frase: "Zorrilla ocultaba un talante progresista bajo la mscara de un conservador" (La poesa de Jos Zorrilla. Nueva lectura hitrico-critica, Gredos, Madrid, 1995, p. 85). 14 En una nota a "Para verdades el tiempo y para justicias Dios", su primera leyenda, en la edicin de sus Obras completas (Barcelona, 1884), Zonilla reconoci la prioridad de Mora en la denominacin del gnero. IS "El capitn Montoya", t. 1 p. 337a. ,

Atae al historiador lo cierto que pudo haber.

..................................
Dejemos la verdad, pues, que es la verdad siempre amarga y lo cierto grave carga para los poetas es.

.............................
Yo vivo con la mentira, lector, en pblico trato, y confieso sin recato que la verdad no me inspira. (1, pp. 664-665)

Zorrilla insiste en los rasgos definitorios en dos textos muy posteriores. Uno figura en la "leyenda en dos partes" titulada Dos Rosas y dos s osa les'':
[...] esta clase de leyendas, cuyo gnero a luz di yo algn dia, tienen la preciossima ventaja de admitir todo estilo y todo invento, y que ninguno su valor rebaja como est cultivado con talento [...]

El otro se encuentra en la an ms tarda e inconclusa Leyenda de Don Juan ~enorio'~:


[...] tal es de las leyendas el privilegio: su autor va por donde se le antoja, que vaya bien o que no. Poema de nuestro siglo destartalado, invencin

l6 Con el ttulo "Historia de dos Rosas y dos Rosales" se public la primera parte, "Historia de la primera Rosa", a cuyo cap. iv, 1 pertenece la cita, en La,flor de los recuerdos. Ofrenda que hace a los pueblos hispano-americanos Don [...], Imprenta del Correo de Espaa, Mxico, 1855. La leyenda completa y con su ttulo definitivo apareci cuatro aos ms tarde en La Habana. " Montaner y Simn, Barcelona, 1895.

romntica de moderno cuo, aun no le resell con reglas un Aristteles


de Academia;
[...]18

Ambos pertenecen a un tiempo que desborda el perodo romntico. Aunque el gnero haba sido fijado ya en la prctica por muchos que siguieron las huellas del maestro, era cierto que careca de una potica propia. Dado su carcter fronterizo, la palabra leyenda tanto poda designar un "poema narrativo de dimensin similar a una novela", segn la definicin esbozada por Antonio Ribot y Fontser en el Prlogo de su extensa Solimn y 2aida19, como un "cuento". Creo que ese es el problema fundamental. Dentro de la renovacin de la pica que llevan a cabo los romnticos, el romance es el gnero que menos novedades incorpora, porque se trata en realidad de una puesta al da fiel a sus orgenes, acompaada de la recuperacin de su prestigio. "Sali el Romance, tan jentil y hermoso 1 Como el pais donde naci", escribe el progresista Ribot en su Emancipacin literaria didctica de 1837 y repite en su reedicin de 1846, sin ms cambios que los ortogrficos20.Y lo que dice del histrico podra aplicarse a los que ya estaba componiendo Rivas:
Tambien veces el jentil Romance Las pjinas revuelve de la historia, Y cuenta con su esplndida arrogancia La accion de un adalid caballerosa.

(P.35)

Ed. cit., t. 1 , p. 544b. 1 Las "novelas [de W. Scott], si como estn escritas en prosa estuviesen escritas en verso, seran ingeniosas leyendas que se pareceran mas a las baladas alemanas y a los cantos de Byron, que a los poemas picos de los griegos y de los latinos", [...] o el precio de una venganza. Leyenda rabe, Gaspar y Roig, Madrid, 1849, Prlogo, p. ix. Aos despus, Emilia Pardo Bazn coincida en la semejanza: "[ ...] la leyenda, ms o menos zorrillesca, que podemos llamar novela histrica [sic] en verso [...]", "La novela en la lrica", en Nuevo Teatro Crtico, 8 (agosto, 1891), cit. por Mariano Baquero Goyanes, El cuento espaol: del Romanticismo al Realismo, Ana L. Baquero Escudero (ed.), CSIC, Madrid, 1992, pp. 9-10. 20 Imp. de Oliva, Barcelona, 1837, p. 33. Con el ttulo "Didctica" figura en Poesas escogidas de Antonio Ribot y Fontser, Imp. del Tiempo, Madrid, 1846. Cito por la primera, manteniendo ortografa y cursivas.
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l9

El cuento y la leyenda, en cambio, se desarrollan en el espacio incierto en donde la pica se desnaturaliza. Son criaturas bastardas de arrabal literario, mestizajes que crecen en libertad ante la inquieta mirada de vigilantes poetlogos. Citar una vez ms al perspicaz Ribot, quien en los "Comentarios" al texto en verso de su Emancipacin literaria, no conforme con rechazar los contenidos, hroes y objetivos de los viejos poemas del clasicismo, copia "El cristiano en Oriente" de Jacinto Salas y Quiroga y "El bulto vestido de negro capuz" de Patricio de la Escosura como ejemplos de epopeya, con la observacin: "Poco me importa que sean cortas, si la accin es interesante y es grande el efecto que producen". Retengamos la "brevedad" y el "efectismo" de ambas "composiciones" como l las llama, que haban aparecido en El Artista (1835-1836), la revista que public los primeros cuentos y leyendas aunque con vacilaciones en su clasificacin genrica que evidencian la dificultad para distinguirlos conceptualmente. Consecuente con su intencin de ocuparse principalmente de las obras de "la nueva escuela [que] no se designan con un nombre particular derivado de sus formas, ni de su objeto" (ibid., p. 122), Ribot desecha tanto los fragmentos del Pelayo esproncediano como los relatos cortos en prosa de Espronceda, Eugenio y Jos A. de Ochoa y Gonzlez Bravo -tres expresamente bajo el rtulo de "cuento" (dos de ellos con la adicin de "fantsticos") y uno de "leyendav2'para seleccionar estos dos ejemplares de las orientaciones de la pica moderna22. Con independencia ahora de la sugestin que ejerza la lectura del "Canto del cruzado" de Espronceda sobre Escosura, su cuento es modelo de un tipo de

Para el estudio de estos textos, remito a los trabajos de Carla Perugini, "La prosa narrativa romantica: 'Cuento' e 'Novela"', en Studi Ispanici (Pisa), 1982, pp. 125-168; Rafael Lozano Miralles, "La prosa narrativa en El Artista", en Romanticismo 3-4. La narrativa romantica (Gnova), 1988, pp. 171-174; y Gabriela Pozzi, "Fantasmas reales y misterios resueltos: convenciones narrativas en los 'cuentos fantsticos' de El Artista", en Espaa Contempornea (Zaragoza), VIII, 2 (1995), pp. 75-87. Segn confesin propia, el escritor cataln no tuvo "ocasin de rejistrar mas que algunos nmeros del Artista" dada la condicin de exiliado en que se encontraba cuando compuso su potica. Sospecho que no dispuso de ningn fascculo posterior a las pgs. 72 73 del tomo 11 porque ninguno de los textos seleccionados procedentes del semanario madrileo fueron publicados despus. Sobre las relaciones de Ribot y El Artista, vase Leonardo Romero Tobar, Panorama critico del Romanticismo espaol, Castalia, Madrid, 1994, p. 62.
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ccfabulacin"23 que el narrador heterodiegtico mantiene la expectacin del en narratario al combinar los tintes ttricos de la nocturnidad y la amenazadora naturaleza con el movimiento de misterioso/s personajels que se dirigeln hacia la sorprendente anagnrisis final con fatal determinacin. El discurso narrativo se construye en dos niveles, de cuya interaccin resulta la verdad potica: el objetivo-histrico (obispo Acua, das sucesivos a la derrota de Villalar, castillo de Simancas) y el subjetivo-verosmil de la "fbula" (amor e inmolacin de Blanca, prisin, ejecucin de los amantes). Una atmsfera medievalizante y un parntesis lrico en la digesis cantado por un trovador intensifican el tono emotivo en esta serie que se origina con "El bulto vestido de negro capuz" y contina con "Ricardo" (El Artista, 11, 1835) de Julin Romea, Blanca (1836) de J.F. Daz, El sayn (1836) y "El paje de la banda" (1838; en Poesas, 1841) de Romero ~ a r r a a ~Sin ~ ~ a . dificultad se podran aadir tambin a este grupo algunas caballerescas de Arolas ("La hora de maitines", 1837; "La hermosa prima", 1844; "Isaura", 1845) y "El trovador" (1837; en Poesas, 1841) de Mara Josepa Massans. "El cristiano en Oriente" remite al tipo que, al margen de sus referencias temporales, enfatiza el exotismo espacial en que se desenvuelve el relato, en donde subyace con frecuencia el conflicto cultural del que es vctima la pareja de protagonistas. En general, se puede decir que constituyen un renuevo del romancero morisco proyectado sobre una geografa de ms lejanos horizontes. La nota lrica que aportaba la cancin intercalada en el grupo anterior, suele extenderse en ste a las efusiones del narrador, ms implicado en lo contado, y el marco histrico es impreciso. "Elvira" (Luz y tinieblas, 1842) de Garca Gutirrez y muchas orientales de Arolas ("Los amores de Semramis", "La hermosa Halewa", "El poeta", "La muerte de Al", 1838; "Fakma y Acmet", 1839; "Zora la trtara", 1840) cumplen estos requisitos. No toma en consideracin Ribot otros tipos de "pica breve" porque prescinde de la prosa narrativa de El Artista. Pero es obvio que los Ochoa y Gonzlez Bravo dejan en otros cuentistas huella de su gusto por lo "fantstico" y lo "gtico", y -ms que Hoffmann- Lewis o sus imitadores, y la misma Galera

Empleo el trmino con el valor de "lo contante o discurso" por oposicin a "fbula" como "lo contado o historia". Vase Juan Oleza, "Discurso y espacialidad en el relato", en Cuadernos de Filologa. I. Teora: Lenguajes, Universidad de Valencia, 1980, pp. 49-85. 24 Sobre estos cuentos vase Narciso Alonso Corts, Espronceda. Ilustraciones biogrificas y criticas, Libr. Santarn, Valladolid, 1945, pp. 21-34.
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fnebre de Prez Zaragoza y Godnez satisficieron la demanda popular. "La virgen y el espectro" (1837), "El castillo maldito" (1842), "Cuento fantstico" (1842) y "El pichn mensajero" (1844) de Arolas son ejemplos que cabe sumar a la nmina de los publicados en los peridicos de la poca25. Todos los ejemplos anteriores comparten una caracterstica que me parece esencial: la relacin entre el autor-narrador y el lector-narratario se establece sobre la aceptacin, tcita o no, del relato por s mismo; es decir, la 'fabulacin' crea su propia verdad y no requiere ms justificacin que su culminacin como texto. Y eso es as porque el cuento tiende a formularse -y a ser recibidocomo una ficcin libre de cualquier compromiso metatextual con la memoria o con la historia. E110 nos devuelve a Zorrilla, que habamos dejado con la palabra en la boca cuando reclamaba para sus leyendas la libertad de invencin que creemos distinguir como rasgo del cuento. Igual que otros contemporneos, el poeta "nacional" usaba indistintamente ambos vocablos26.En eso coincida con muchos preceptistas decimonnicos que ms bien tendieron a identificarlos2' y, cuando pretendieron deslindarlos, fueron poco afortunados. Jos Col1 y Veh, por ejemplo, escriba lo siguiente en la versin escolar de sus Elementos de Literatura: Cuento. Los poemas a que se ha dado el nombre de cuentos, como el Don Juan [sic] de Espronceda, se alejan ya mucho de la epopeya. La accin no
es heroica; bscanse situaciones ms novelescas y dramticas; el dilogo se sustituye con frecuencia a la forma narrativa, y tanto el estilo como la

NO tendra sentido en estas breves notas detenerse en un gnero que cuenta con una excelente bibliografa terica y de investigacin documental. Quiero recordar slo el libro de Antonio Risco, Literatura,fantstica de lengua espaola. Teoras y aplicaciones, Taurus, Madrid, 1987; y el de Jaume Pont (ed.), Narrativa fantstica en el siglo XZX (Espaa e Hispanoamrica), Universitat de Lleida, 1997. "Tal vez groseros cuentos populares" ("La torre de Fuensaldaa", 1, 80a), "[ ...] y opina que queda el cuento / incompleto [...]" ("El capitn Montoya", S, 353a), "Un da en que mi mujer lea los cuentos de Hoffmann, y escriba yo los mos" ("La pasionaria", 1, 616b), "donde la escena de mi cuento pasa" ("Dos Rosas y dos Rosales", 1, 1761b), etc. 27 Vase ngeles Ezama Gil, "El relato breve en las preceptivas decimonnicas espaolas", en Espaa contempornea, VIII, 2 (1995), pp. 41-51. La autora cita en concreto (p. 48) el prrafo de la Retrica y Potica o Literatura preceptiva de Narciso Campillo en que se consideran "distinciones pueriles y que a nada conducen" la divisin de leyendas y cuentos segn se apliquen a un "asunto histrico o tradicional" o "totalmente ficticio(s)".
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versificacin varan a cada paso, siguiendo el caprichoso vuelo de la imaginacin del poeta.
Leyenda. Algunos de nuestros poetas han dado el nombre de leyendas a

ciertas narraciones apoyadas en la historia y en la tradicin, en las cuales divaga agradablemente la fantasa, ya detenindose en minuciosas descripciones, ya en incidentes fantsticos o populares, ya en digresiones de un carcter enteramente lrico. Han desplegado en este gnero de composicin dotes muy sobresalientes el duque de Rivas y D. Jos ~ o r r i l l a ~ ~ . Sin embargo, la frontera as trazada es poco o nada esclarecedora porque con facilidad encontraramos ejemplos de ambos tipos o, ms precisamente, conocidos bajo esos nombres, a los que sin demasiadas objeciones se les podra aplicar el marbete opuesto. Sera difcil negar lirismo a la segunda parte de "El estudiante de Salamanca" u olvidarse de las dramatizaciones de "Margarita la tornera". Creo que resultara ms fructfero prescindir de clasificaciones apriorsticas o en funcin de la "fbula" y detenerse en el anlisis interno de los mecanismos de la "fabulacin". Para los preceptistas, el cuento no se compone a partir de un "cuento" previo -lo que no quiere decir que carezca de antecedentes reconocibles- o al menos no es determinado por su existencia, sino que enfatiza su originalidad. En cambio, la leyenda se entiende como la configuracin de una "creencia", de una materia contable preexistente de carcter tradicional, intrahistrico, tanto si se conserva en la memoria colectiva en estado latente como si se transmite a travs de un documento libresco. Dicho con trminos de Jakobson: el cuento nace como "hecho de habla", mientras que la leyenda llega a serlo por la conversin de un "hecho de lengua". De este modo, la "realizacin individual" del escritor, que es consustancial de la literariedad, quedara reducida en el segundo caso a la transcripcin potica de un material folclrico o seudohistrico. En otras palabras, una leyenda vendra definida por su dependencia de otra "leyenda". Pues bien, tal interpretacin debera aplicarse, slo en segunda instancia y con toda precaucin, a la clase particular de las tradiciones, como la emblemtica "A buen juez mejor testigo" y todas las que comparten similares caractersticas. Es sintomtico que en la mayora de los casos en que el texto remite a una "historia" o "tradicin popular" que lo justifica, la forma potica predomi28

Compendio de Retrica y Potica o Nociones elementales de Literatura, Imp. Barcelona, Barcelona, 1878 (7" ed.), p. 141.

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nante, cuando no exclusiva, sea tambin el tradicional romance. Pero debera desecharse su aplicacin indiscriminada al tipo de narracin potica llamada leyenda. La cual ofrece pocas garantas de que sus referencias externas no sean estrategias manipuladoras del autor-narrador en sus relaciones con el lectornarratario. La fidelidad histrica o intrahistrica pasa a segundo trmino, si existe, e, igual que las aportaciones documentales, est sometida a la libre ficcionalizacin. La serie de recursos de remota ascendencia narrativa que se encuentra en relatos breves romnticos pone de relieve afinidades estructurales ms all de distingos nominales. Me parece muy significativo el tpico del narrador que confiesa su condicin de mediador entre la 'fbula' preexistente y el lectornarratario, beneficindose incluso de una frmula que subraya su supuesta objetividad. El xito que tuvieron los versos de Juan de Castellanos ("Y si, lector, dijerdes ser comento, 1 como me lo contaron os lo cuento")29 es un ejemplo muy llamativo del aparente distanciamiento del narrador que ha sido sealado en "El estudiante de Salamanca" como un interesante caso de glissement con el consiguiente efecto sobre el destinatario3'. Zorrilla tuvo tambin presente la frmula en "El capitn Montoya", recrendola de acuerdo con su estilo:
Ni quitar ni pondr; como a m me la contaron fielmente la contar, y a ser falso, juro a fe que en Toledo me engaaron. (1, 351a)

Las implicaciones de un "yo-autor" en el relato dan lugar a un juego polifnico que relativiza las expectativas iniciales del "t-lector", quien acaba cambiado su ingenuidad inicial en incredulidad cmplice3'. Y tanto Espronceda
Ochoa ("Luisa"), Garca Villalta (El golpe en vago), Espronceda ("El estudiante de Salamanca", El Diablo Mundo), Piferrer ("El castillo de Monsoliu"), etc. 30 Vase M" Pilar Prez-Stansfield, " E l estudiante de Salamanca: discurso literario y voces narrativas. Una aproximacin", en Romanticismo 3-4, 1988, pp. 178-181. 3' Las citas y las variaciones en las voces narrativas podran multiplicarse. Son fciles de encontrar en las obras de los poetas que he tenido en cuenta para estas notas: "Empiezo mi cuento, pues, / [...] no preguntes al autor / s i mentira o verdad es", "Que siendo yo quien mi leyenda cuento (Zorrilla, 1 665b, 1762a); "Entre formas narrativas / oh lector, mi sueo vaga", "Oyen cantar las , nias de la aldea"/ la dolorosa historia que lamento" (Obras de Juan Arolas, B.AA.EE., Madrid,
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("antiguas historias cuentan", "que era pblica voz")32 como Zorrilla ("El vulgo a su vez la cuenta / como innegable verdad", ibid.)33remiten a la vox populi para apoyar el desenlace de sus respectivos cuento y leyenda. Esta receta es habitual cualquiera que sea el rtulo bajo el que figuren los relatos, bien apuntada con sintagmas impersonales de los tipos "dicen que" (y su versin arcaizante "diz que") y "hay quien", bien subrayando su oralidad mediante locuciones como "de boca en boca"34. Otras veces se recurre al viejo tpico de la autoridad documental de supuestos manuscritos y crnicas: "hubo, segn un cronista", "Y aqu corta el cronista / de quien copio esta historia" "mas slo hall un pergamino escrito" (Zorrilla, 1, 540b, 546a, 614b), "[ ...] da testimonio / la crnica de aquel ao", "Nosotros a contar vamos su historia / que antiguo cronicn dej en memoria" (Arolas, 11, 185b, 299a), "Nunca, nunca creyera / [...] a no atestiguarlo unnimes 1 la tradicin y los cdices" (Garca Gutirrez, 370). Una ltima prueba de las fntas del discurso suele ofrecer la "conclusin", en donde el narrador da fe de lo que cuenta sealando al lector los vestigios del escenario o el monumento que recuerda lo sucedido y garantiza su verdad:
Amantes!, el sitio, la espada yo vi; el dardo inhumano, el prfido acero; y aquestas palabras lloroso le:

1982, tt. 11, 202b y 111, 12a); "Piensa t lo que te agrade / lector, mas si fue o no astucia 1 de Vargas [...]" (Poesas de Antonio Garcia Gutirrez, Joaqun de Entrambasaguas (ed.), Aldus, Madrid, 1947, p. 374). 32 El estudiante de Salamanca. El Diablo Mundo, Robert Marrast (ed.), Castalia, Madrid, 1980, pp. 87 v. 2 y 156 v. 1697. 33 Otros ejemplos: "Y aunque el vulgo no lo cuenta" (Historias caballerescas espaolas de Don Gregorio Romero Larraaga, Imp. de Vicente Lalama, Madrid, 1843, p.61); "Y es la pblica fama que, en la noche", "por ser tradicin antigua" (Arolas, 11, 164a, 194a). 34 He aqu algunas muestras: diz que: "d. q. con nombre postizo", "Y aun d. q. que dio una doncella", "d. q. de sus anchos sotos" (Zorrilla: 1, 85b,184b, 504", etc), "y aun d. q. oy" (Poesas de D. Gregorio Romero Larraaga, Imp. de D. Vicente Lalama, Madrid, 1841, 202), "d. q. est desfigurado", "d. q. de noche en lbrica algazara" (Arolas, 11, 249a, 292b); dicen que: "d. q. en una batalla", "con que d. q. sala", "D. q. en una ocasin" (Zomlla: 1, 186b, 528b, 553", etc.) ; "Y d. iba pensando" (Romero Larraaga, Historias [...], 64); hay quien: "Pues h. del rey Egica / q. [...]","que h. q. a magia lo achaca" (Zorrilla, 1, 506b, 519a); de boca en boca: "el caso de b. en b.", "hazaa contada de b. en b." (Zorrilla, 1, 370a, 483b).

"Arturo el amante, el bravo guerrero, y Elena preciosa, reposan aqu". As acaba "El guerrero y su querida" de Marcelino Azlor en la temprana fecha de 1834, dos aos antes de su publicacin35.Con parecidos iconos testimoniales terminan tambin sus leyendas y cuentos Arolas ("Las vsperas en San Pedro", "El castillo maldito", 11, 166b, 298b), Garca Gutirrez ("Las dos rivales", 21), Romero Larraaga ("Los hijos del conde don Vela", "El alcaide de Madrid Gracin Ramrez de Vargas", Historias caballerescas, 110, 151) y Zorrilla ("A buen juez mejor testigo", "Las dos rosas", "El capitn Montoya", "Un espaol y dos francesas" 1, 141b, 282b, 352b, 538b). "Tal vez groseros cuentos populares", dicho con un verso del poeta vallisoletano, fueran el origen de algunas de sus leyendas, pero gracias a su libertad de invencin convirti las patraas de las que desdeosamente se distanciaba Mora en cuentos "que ampar en su regin la poesa" (1, 1794a). La polisemia de "cuento" y su movediza corporeidad lexemtica daban como resultado una palabra demasiado imprecisa para designar un nuevo tipo de discurso en los anni mirabiles en que se rediseaban los gneros literarios. Muchos de los que se acogieron bajo ese vocablo, tenan al principio el perfil de u11 esbozo, de un fragmento inconcluso que subrayaba su desnudez expresiva y su embrionario asunto original. La "leyenda" parta de un "episodio" histrico o tradicional ms o menos formalizado. Pero en el desarrollo de ambos acabaron aproximndose hasta confundirse, superando el inicial "ensimismamiento lrico e indeciso de su forma"36. La similitud de recursos narrativos que he anotado parecen probar su acercamiento. Al margen de la ideologa subyacente, es muy significativa la coincidencia de caractersticas del discurso narrativo de Espronceda y Zorrilla, los dos autores emblemticos en la concepcin del cuento romntico espaol en verso. Confluyeron en un tiempo de plurinomasias, y de ah la confusin y el difcil deslinde. Pero desde una perspectiva diacrnica, son legtimos ambos trminos para designar dos tipos distintos de discurso: el cuento tendi a la quintaesencia narrativa mediante un esfuerzo de reduccin y precisin; por el contrario, la leyenda evolucion hacia la amplifi-

35 El

Artista, t. 111 (1836), pp. 10-12. Reproducido por Jos Simon Daz (ed.), El Artista (Madrid, 1835-1836), C.S.I.C., Madrid, 1946, pp. 41-42a.

36 Enrique Pupo-Walker, "El cuadro de costumbres, el cuento y la posibilidad de un deslinde", en Revista Iberoamericana ( Pittsburgh ), 102-103 (1978), pp. 1-15.

cacin, con frecuencia a costa de la narracin. Los ms de 6000 versos de la Leyenda de don Juan Tenorio que Zorrilla dej inacabada prueban lo que apunto.

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