Jacinta Francisco Marcial
Jacinta Francisco Marcial
Jacinta Francisco Marcial
Hechos
El 26 de marzo de 2006, seis elementos de la AFI, sin identificarse como tales y sin
portar uniforme, llegaron al tianguis de la plaza central de Santiago Mexquititlán.
Despojaron a varios comerciantes de sus mercancías con lujo de violencia,
alegando que se trataba de "piratería". Los tianguistas afectados exigieron a los
agentes su identificación y la exhibición de la orden que avalara su proceder;
estos se negaron. La tensión aumentó y varios comerciantes afectados
comenzaron a protestar.
Fue hasta el 3 de agosto de 2006, cuando la señora Jacinta Francisco Marcial fue
llevada, con engaños, a la ciudad de Querétaro. Allí, al ser presentada ante los
medios de comunicación, se enteró de que la acusaban, con otras dos mujeres,
de haber secuestrado a los agentes de la AFI durante los hechos ocurridos en
marzo del mismo año. A la fecha, dentro del proceso se le condenó a 21 años de
prisión y dos mil días de multa. Tras un minucioso proceso de documentación, el
Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro (Centro Prodh) asume su
defensa integral.
El caso de Jacinta Francisco Marcial muestra una vez más las deficiencias del
sistema de justicia, las cuales tienen efectos que son sufridos con mayor intensidad
por las mujeres indígenas debido a la triple discriminación de que son objeto: por
ser indígenas, por ser mujeres y por ser pobres. Doña Jacinta ha sido víctima de
violaciones a sus derechos humanos debido a que los órganos encargados de
impartir justicia han vulnerado sus garantías procesales. Jacinta Francisco Marcial
nunca tuvo acceso a un intérprete o traductor y se le negó el derecho de
presunción de inocencia. En su caso, salen a relucir también las deficiencias de
un modelo de justicia en el que subsisten elementos inquisitivos, como la
preponderancia de las pruebas desahogadas por el propio Ministerio Público, que
generan desigualdad procesal.
En el actual contexto de temor e inseguridad, dominado por las voces que exigen
endurecer las sanciones para disminuir la delincuencia, el caso de doña Jacinta
muestra la proclividad del sistema de justicia a imputar a personas inocentes,
cuya situación es agravada por su condición étnica o de género, delitos que
despiertan el mayor repudio social.
24.feb.09
POR Ricardo Rocha
Publicado en El Universal el 5 de marzo de 2009
Así, Jacinta es una víctima más de la intolerancia rabiosa que caracteriza a los
gobiernos panistas como el que ahí encabeza Francisco Garrido Patrón, que no
ha movido un dedo en defensa de una de sus gobernadas. ¿Cómo si es una india
de pueblo?
Para llegar a ella hay que rebasar la ciudad de Querétaro y luego tomar una
carretera secundaria. Al poco rato se aparece la doble mole de los penales: de
un lado del camino los hombres y del otro lado las mujeres. Luego recorre uno a
pie una larga, solitaria y estrecha calle que busca al fondo la puerta negra de
hierro. De un lado el altísimo muro de hormigón y del otro la alambrada coronada
de púas.
Es una cárcel. Aunque los eufemismos le llamen Centro de Readaptación Social,
es una prisión, eso lo recuerdan los trámites y registros de rigor y el predominio de
las rejas y las puertas giratorias de pesado metal. Salvo los guardias hombres de la
entrada voy contando una veintena de custodios mujeres que nos van
conduciendo por los laberínticos pasillos interiores. Y no puedes evitarlo, a cada
paso hacia adentro vas perdiendo más y más lo que se queda allá afuera. Es una
cárcel.
Y ahí están sus habitantes: en el patio y al sol hay unas 10 de las 141 reclusas; una
de ellas fortísima, de rostro decidido y mirada fulminante que impondría todavía
más temor de no ser porque vive y reina desde un trono insólito de una silla de
ruedas: perdió ambas piernas… ni siquiera me atrevo a preguntar por su historia;
sin embargo, me cuentan inevitablemente la de una muchacha muy bella con
un niño en brazos a la que agarraron con su marido por venta de drogas. En
cambio, al hablar de Jacinta, Martha Yáñez Carbajo, la directora del penal,
como que se apena. Recuerda que desde que llegó supo que era inocente, que
se trató desde el principio de una acusación infundada, de una historia más que
increíble, inadmisible; a ver, quién se puede creer que una mujer indígena otomí
—ahora de 46 años— haya secuestrado a seis agentes armados de la PGR-AFI; es
no sólo un insulto a la justicia sino a la más elemental inteligencia. Pero nuestra
opinión no cuenta —me dice— nosotros nada podemos hacer que no sea tratar
de la mejor manera posible a Jacinta y a las otras internas.
JFM — Como que no puedo creer, no puedo creer que cómo qué fue, pos como
que no es realidad, como que es este, como que nada más un sueño, como que
estoy aquí nada más por un sueño… nada más, porque no puedo creer… ahora
me dicen de que sentencia, de que delito, mis compañeras y mi maestra.
JFM — Pues ellos la que me dicen… ellos la que me están poniendo ese delito,
porque yo nunca la hice eso… y ni lo sé que es secuestro ni lo que me estaba
acusando… yo no entendí nada.
JFM — Sí, sí, yo de eso estaba escuchando, pero yo ni… luego salí en el periódico.
JFM — No, lo del tiangui fue en marzo, lo de que me fueron a traer fue hasta
agosto… pero yo no sabía quién eran, no más que muchos con armas por todos
lados.
JFM — Que porque iba a declarar por un árbol tumbado… luego ya en el juzgado
me dijo que no’más iba a declarar… y ahí pues estaban hablando y todo… y
hacían papeles… y me daban muchos papeles a firmar y yo firmé muchos
papeles y ni sabía qué era porque no entendía… luego, ya en la noche, me
trajeron a la cárcel y así estoy aquí.
JFM — Se me hizo bien largo, bien largo… ya de por sí estos años son muchos, ya
he perdido tiempo, mucho tiempo para mis hijos, para mi familia, para mi casa.
Al salir de Santiago me traigo a México muchas voces adentro del pellejo. Pero
me desgarra el llanto de Estela, la hija, cuando me enseña los estandartes de las
procesiones religiosas a que convocaba Jacinta que siempre andaba visitando
enfermos y moribundos. Y cuando me muestra el jardín reseco porque me
asegura que las plantas extrañan a su madre. Así que prefiero quedarme con la
esperanza de Jacinta cuando me dice que sí, que cree en que Dios y la gente la
ayuden para recuperar su libertad.
JFM — Claro que sí, unos nopales bien sabrosos y, si alcanza, hasta pollo.