La Cordillera en La Literatura Chilena
La Cordillera en La Literatura Chilena
La Cordillera en La Literatura Chilena
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Pg. 18
Pg. 25
Pg. 39
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Pg. 192.
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NOTAS
Pg. 203.
En montaas me cri
con tres docenas alzadas.
Parece que nunca, nunca
aunque me escuche la marcha,
las perd;
ni cuando es da
ni cuando es noche estrellada
Gabriela Mistral.
4
el sentir del hombre de esta tierra frente a su belleza. Y ello merece ser
investigado.
Pero hay, adems, una razn de otra ndole: existen pocos trabajos que
estudian temticas puntuales en nuestra literatura, pues la mayor parte de los
investigadores, como ha expresado Hugo Montes, ha preferido parcelar por
pocas a obras y autores (1). Esto es extremo en relacin con el tema
cordillerano: no sabemos de ninguna investigacin sobre el particular, salvo las
indicaciones que hizo Eduardo Solar Correa al tratar a Alonso de Ovalle (2), las
que, desde entonces, han venido ms o menos repitiendo otros tratadistas. En
consecuencia, es necesario examinar una temtica por muchos conceptos
relevante de nuestras letras, tal como se ha hecho en otras latitudes donde los
escritores se han visto permanentemente impactados por la realidad orogrfica.
(3)
psicolgica
como
de
la
descripcin
objetiva--- son
aqu
inoperantes? Se siente que hay otra cosa que expresar que lo que se ofrece a
la expresin. Lo que habra que expresar, es la grandeza oculta, una
profundidad. Lejos de entregarse a la prolijidad de las impresiones, lejos de
perderse en el detalle de la luz y de las sombras, se siente uno ante una
impresin esencial que busca su expresin. (2) Y no es fcil decir la esencia
del sentimiento montas; por eso, pareciera que dicha esencia se expresa
mejor en las imgenes de un poema que en la trama de un relato.
Otro investigador, artista y alpinista, plantea una posibilidad diferente de
causa del problema, aunque en gran medida enlazada con la anterior: Il y a l
quelque chose dessentiel: la dcouverte, ou pltot la redcouverte dun sorte
6
dallgresse cosmique, le vritable endroit du dcor, dont la prsence balaie le
morne universe o patauge langoisse contemporaine, et quimpose trop
souvent dinnombrables moutons une littrature la fois habile et veule; car
lexplotation de cette angoisse est payante. Il nest pas certaine que la joie, ou
pltot la Joie, comme les bons sentiments, et sauf intervention du gnie,
fournisse un bon sujet dart. Il sagit pltot dune exprience personelle, vcue
en prise directe. Cest pourquoi toute un gamme de plaisirs intenses, justement
ceux quoffre la frquentation de la nature en gneral et de la montagne en
particulier, reste peu communicable. Il est possible, bien entendu, den parler,
den crire. Mais comme lamiti, lamour, cest la chose mme qui compte
esentiellement. Et chacun soit que le langage commun des vraies passions a
toujours t le silence. Personne ne pourra donc jamais transcrire a laide de
mots, et dans sa force explosive, la trs simple aventure dun homme
quelconque parvenant un matin dt sur un alpage anonyme ou sur les rives
inclines dun lac aux eaux calmes, et sy trouvant soudain roul, malax,
transport au septime ciel par un irrsistible typhon de joie. (3)
En el fondo, es lo mismo que expres Gabriela Mistral como razn de
que Alonso de Ercilla no nombrara la hermosa selva austral en La Araucana:
Algunas veces he pensado si a este hombre le pas lo que a nosotros nos
pasa con la cordillera: que no la cantamos porque no podemos con ella. (4)
De all que muchos escritores reconozcan tal limitacin y digan lo que
indic el sacerdote Achille Ratti, ms tarde Papa Po XI, al relatar su vivencia
en la cumbre Dufour del Monte Rosa en el verano de 1889, alcanzada luego de
ardua ascensin: No prodigar siquiera una palabra para describir aquel
momento inolvidable y lo que vimos y sentimos. A los expertos les habla con
incomparable elocuencia el recuerdo de momentos anlogos; para los otros,
ninguna palabra sera suficiente ni parecera creble". (5)
Agreguemos que el problema de la dificultad de la expresin del
sentimiento que produce la montaa es general a todo el arte.
7
En efecto, ya en el siglo XIX, el crtico francs Henri Delaborde,
refirindose a la pintura, sealaba: Lart prtendait aussi vainement figurer les
glaciers des Alpes que les steppes sans horizon de la Russie, parce quici
lnormit du spectacle crase ou dconcerte le sentiment de la proportion
pittoresque, parce que en face de pareils modles toute volont personelle se
paralyse, tout dsir dinvention sanantit, parce quen fin le fait a reprsenter
exclut galement le droit den modifier les termes. (6) De lo mismo se quejaba
Waldemar Sommer en Chile, al comentar los trabajos presentados al Concurso
Nacional de Artes Plsticas 1981 en el Museo de Bellas Artes, cuyo tema era la
cordillera: Hallamos cuarenta y dos obras, leos en su mayora. Abunda aqu,
dentro de los diversos lenguajes, la interpretacin convencional, estereotipada,
de superficie. (7) Y de ah tambin las interrogantes planteadas por el pintor y
arquitecto Ernesto Barreda en su discurso de incorporacin a la Academia de
Bellas Artes: No es acaso la grandeza csmica de nuestra naturaleza, por
citar slo un ejemplo, una fuente inagotable de inspiracin creadora? Por qu
sta ha sido tocada por nuestro arte slo tangencialmente, diramos con las
manos enguantadas, en lugar de hurgar profundamente en ella en busca de la
fuerza que da la tierra, joven an? Quin ha, realmente, pintado el desierto en
su grandeza metafsica? Quin las montaas, no como formas en que
bellamente se refleja el sol poniente, sino como violenta expresin de la
materia cargada de csmica tensin interior? Quin, ante la sobrecogedora
inmensidad de los Andes y de los glaciares, ha sentido y expresado que ello no
es ms que una fuerza contenida, un instante en el eterno proceso de
creacin? (8)
Algo similar ocurre en la tercera de las artes mayores, la msica, a pesar
de su mayor poder de evocacin: son pocas las obras que se inspiran total o
parcialmente en la montaa, y sus resultados, mediocres, salvo excepciones
como las de Vincent DIndy o Arthur Honegger, por ejemplo. Tal vez ello se
deba en definitiva a que, como ha dicho en broma, aunque seriamente en el
fondo, el ya citado Samivel, ce qui est le plus beau en montagne, Madame,
cest le silence.
8
A pesar de tal dificultad expresiva, la montaa entra temprano en la
literatura chilena: aparece profusamente en los mitos y leyendas indgenas y es
descubierta, para las letras nacionales, por Alonso de Ovalle en el siglo XVII.
En adelante, nunca ms dejar de ser una presencia importante en ellas: los
escritores chilenos, a partir de entonces, como embobados ante su majestad,
permanecen vueltos hacia la mole andina (9)
Es natural que, con el correr de los siglos, la evolucin de la sensibilidad
vital de las diversas generaciones de escritores nacionales determinara la
incorporacin de la cordillera a sus obras en mayor o menor grado y su
tratamiento desde perspectivas diferentes; pero, ms all de estas variaciones
naturales, lo evidente es que el Ande aparece como temtica constante de la
literatura chilena, incluso en momentos que parecieran no ser artsticamente
propicios para ello. Es cierto que, segn algunos espritus especialmente
sensibles, dada la calidad de fuente magnfica e inagotable de inspiracin
creadora del referente, tal temtica debera darse en mayor medida an,
coincidindose as con la apreciacin de Gabriela Mistral, la gran enamorada
de nuestras montaas, quien asegur con apasionamiento: La naturaleza
nuestra parece, una vez desatada, que vocea sin parar a una tribu de sordos
estupendos. Responder a esa voz, casi nadie. (10)
Lo que no admite discusin es la lamentable sordera, o ceguera, del
chileno no-escritor, del chileno corriente, frente a las hermosas montaas que
lo rodean. Como expres Horacio Serrano, el chileno tiene a su vez una de las
cordilleras ms bellas del mundo, grandiosa y gloriosa. Pero nunca la mira.
(11) Es lo mismo que, con vehemencia y desde otra perspectiva, reclama
Ernesto Barreda: Por qu, como avergonzados, evitamos aceptar que somos
un pas andino y las consecuencias que de ello se derivan? Por qu,
culturalmente, no queremos ver la cordillera? Ser que lo continuo de la visin
ha cegado los ojos chilenos a tal belleza? (12)
En respuesta a ello, nos proponemos revisar en qu medida y de qu
modo la Cordillera ---la de los Andes; la de la Costa, diferente en todo sentido a
la gran dorsal chilena y sudamericana, aunque tambin ha originado una
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produccin literaria interesante, implica otra investigacin---, y los sentimientos
que produce, han sido expresados por los escritores chilenos, a partir de la
siguiente hiptesis de trabajo.
La cordillera tuvo para el indgena prehispnico ---y sigue tenindola
para el de hoy--- una connotacin sobrenatural, lo que determin formas de
expresin mtica y legendaria. Tal concepcin eminentemente sacra de la
montaa, se quebr de manera radical con la irrupcin espaola en Amrica, la
que trajo consigo una visin slo natural sobre el particular. Desde esta nueva
perspectiva, inicialmente se atribuy a la montaa la calidad de simple
obstculo fsico, negativo por tanto. Sin embargo, tal cambio no poda ser
permanente, pues las ideas de elevacin y grandeza que la montaa siempre
ha inspirado terminaran imponindose, conduciendo evolutivamente a etapas
de curiosidad, acercamiento, bsqueda y comunin del hombre con el
fenmeno orogrfico y su significacin simblica profunda, en expresiones
literarias de distintos gneros y con diferentes modos de representacin de
dicha realidad. En otras palabras: la sacralidad que la montaa tuvo para el
indgena, mantenida en sus tradiciones aunque perdida para el hombre
hispanoamericano, y chileno por tanto, sera recuperada paulatinamente en la
percepcin y expresin de nuestros escritores, especialmente poetas, luego de
un
extenso camino
en cuyo
inicio slo
hubo una
visin
material,
10
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imaginacin, all lo hall. Una alta montaa rodeada de espeso bosque y
baada al norte por frescas y lmpidas aguas
Algo similar ocurri con su hermano Gregorio de Nissa, quien seal que
la contemplacin de tal espectculo hace
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proviene tambin de que es el punto de unin del cielo y la tierra, centro por el
cual pasa el eje del mundo, ligando los tres niveles. La masa, a su vez,
conlleva la expresin del ser, grandiosa y poderosa en este caso. Y la forma,
que vista desde la cima se ensancha de manera progresiva, corresponde al
rbol invertido cuyas races estn en el cielo y cuya copa, en la parte inferior,
expresa la multiplicidad, la expansin del universo, la involucin y la
materializacin.
La conjuncin de los elementos citados, en consecuencia, se asocia,
siempre en palabras de Cirlot, a la idea de meditacin, elevacin, comunin
de los santos; y de ah a la idea de divinidad hay un solo paso.
Lo anterior se refuerza con hechos bblicos concretos, en los muchos
casos en que la montaa ha sido el espacio donde Dios se ha manifestado al
hombre en toda su gloria y majestad.
En el libro del Gnesis (22,11), por ejemplo, se relata la prueba a que
someti Dios a Abraham: el sacrificio de Isaac, su propio hijo, al que deba
ofrecer en holocausto en un monte que Yo te indicar. El monte Moriah fue
elegido para que aquel padre sobrellevara con fe absoluta la prueba tremenda,
en la que demostr la fuerza enorme de su amor a Dios.
Otro es el caso de Moiss en el monte Horeb, llamado monte de Dios,
en los libros bblicos. All, en medio de una zarza que arda sin consumirse,
Yav le orden ir a Egipto para liberar a los hijos de Israel, sealndole:
cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, adoraris a Dios sobre este monte
(Exodo, 3, 12). Tambin en el monte Horeb habl Dios a Elas (Primer Libro de
los Reyes, 19, 9 a 18).
En el mismo xodo (19, 1 a 25, y 20, 1 a 21), se relata la entrega del
Declogo hecha por Dios a Moiss en la cumbre del monte Sina, en medio de
una espesa nube y de truenos y relmpagos. Para nuestro efecto, son
tremendamente significativas las siguientes palabras de dicho texto: Subi
Moiss a Dios, y Yav le llam desde la montaa
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Y es muy decidor que en los Salmos (24,3) se exprese que slo los que
tengan las manos inocentes y el corazn puro podrn subir hasta el monte de
Yav, el que es asimismo denominado recinto santo, imagen que nos lleva
de lleno al simbolismo de la montaa como lugar de unin entre la divinidad y
el hombre.
Pero quiz donde queda ms patente la caracterizacin de espacio
sagrado de la montaa, es en los momentos, siempre decisivos, de la vida de
Jesucristo que ocurrieron en ella.
En efecto, en una montaa fue tentado Jess por el demonio y all
expres esas palabras que son a la vez rechazo, afirmacin y legado a la
humanidad: Slo al Seor, tu Dios, servirs.
En lo alto de una colina, sitio ideal para la expresin de los ms puros
sentimientos, pronunci Jess el Sermn de las Bienaventuranzas, ms
conocido como Sermn de la Montaa, y ense el Padre Nuestro.
El monte Tabor, el monte de los Olivos y la Glgota son otras tres
elevaciones en que ocurren hechos trascendentes en la vida de Jess. El
primero sirvi de escenario a Su transfiguracin (Mateo, 17, 1 a 13). El
segundo era uno de Sus lugares favoritos de oracin (Lucas, 22, 39). En el
tercero fue crucificado (Juan, 19,17).
Cerramos el parntesis y regresamos a Mazzotti.
Los poetas tambin comenzaron poco a poco a modificar su sentimiento
frente a la montaa. A modo de ejemplo, recordemos que ella es presencia
permanente en la Chanson de Roland:
Halt sunt li pui li val tenebrus
les roches bises les destreiz merveilus.
Halt sunt li pui et tenebrus et grant
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Li val parefunt et les ewes curant.;
que Dante nos entrega su esencia, como smbolo de aspiracin a la pureza, en
muchos versos perfectos; y que Petrarca subi al Mont Ventoux el 26 de Abril
de 1336, nicamente movido por el deseo de ver la extraordinaria altura del
lugar y tambin, lo sabemos aunque no lo haya dicho, para buscar consuelo a
su amor contrariado, experimentando, como seala en el relato de su
ascensin, el encanto de una indefinible tenuidad del aire, pero viendo opacado
el feliz momento por la lectura del fragmento de las Confesiones de San
Agustn antes mencionado. Recordemos tambin que Rabelais recogi en
Gargantua et Pantagruel el eco de la increble primera ascensin del monte
Aiguille, del Delfinado, llamado entonces Mons Inencensibilis, efectuada el 26
de Junio de 1492 por Antoine de Ville y sus hombres; que Montaigne, que
haba cruzado los pasos alpinos de Brenner y Mont Cenis, hizo un anlisis del
vrtigo en uno de sus Essais (II, 13); y que algunos poetas y escritores italianos
---Boiardo, San Nazario, Sacchetti, Poliziano y otros--- expresaron sus
impresiones frente a este rasgo destacado de la geografa, aunque casi
siempre refirindose a las zonas pedemontanas, de naturaleza vegetal y
amable, y en un sentido de elemento idlico, pastoril, consolador de anhelos
amorosos o simplemente decorativo.
El incipiente inters cientfico por los Alpes contribuy tambin a
desarrollar un cambio de actitud literaria hacia las cumbres nevadas. Los
naturalistas del siglo XVI, especialmente el italiano Guillermo Grataroli, los
zuriquenses Conrado Gesner y Josas Simler y el berns Benoit Marti,
siguieron los pasos iniciados por Leonardo de Vinci, quien no slo estudi
aspectos fsicos y fenomnicos de los Alpes en su Tratado de la pintura y dio
fondo montas a muchos de sus cuadros, sino que ascendi en 1511 al
Monboso, identificado por algunos como el monte Viso y por otros como una de
las cumbres del monte Rosa. De ellos, Gesner fue quien expres con mayor
vehemencia lo que senta: Qu otro placer de este mundo puede ser tan
elevado, precioso y perfecto como el subir una montaa? Toda excursin alpina
ser fuente de supremos placeres y vivas alegras para nuestros sentimientos.
(4)
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aparecer en 1888 en la Coleccin de Historiadores de Chile, salvo la
publicacin de un extracto que de l se hizo en 1704, en ingls, en el volumen
tercero de la Coleccin de Viajes Churchill. Recin en 1969, el Instituto de
Literatura Chilena lanz una edicin accesible a un pblico amplio.
Tal olvido, en todo caso, debe ser reparado, porque an sin la amplia
repercusin que tendra ciento quince aos ms tarde la obra de Rousseau, no
cabe duda de que el Vamos por aquellos montes pisando nubes del Padre
Ovalle, es la frase que inaugura universal y definitivamente la expresin de la
poesa no slo de la montaa verde, sino tambin de la montaa mineral y
blanca, de la alta montaa. Es, pues, efectiva la afirmacin de Solar Correa
antes citada: el Padre Alonso de Ovalle fue el primer hombre ---as, el
primero--- que sinti y expres la poesa de las cumbres. Sin duda, hermoso
ttulo para un escritor nuestro y para una literatura que ha nacido y crecido a la
sombra de una maravillosa cordillera.
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reaccin natural frente a lo desconocido, sigui una etapa en que la montaa
se relacion con lo religioso, dado que, como ha sealado Giuseppe Mazzoti,
es corto el camino que media del temor a la plegaria y a la adoracin. (2)
En esta etapa, la montaa adquiri inicialmente la categora de dios
mismo y fue adorada como tal. Ello parece natural considerando la carga
simblica que producen su altura, su verticalidad, la grandiosidad de sus
formas y su cima, lugar de unin de la tierra y el cielo.
Hay en las montaas chilenas mltiples mitos y leyendas que refrendan
esta etapa. Casos destacados fueron los de los cerros y volcanes sagrados del
norte del pas: Tacora, considerado dios pacfico y generoso; Taapaca o
Thunupa ---ms conocido hoy como Nevado de Putre---, dios defensor de los
necesitados contra los poderosos; Moroni, cuya hija Ttalla Tunupa fue diosa de
los aimaras; Tatajachura, dios traganios, al que se
hacan sacrificios
anuales de seres pequeos; y Licancabur, Cerro del pueblo, deificado por los
atacameos. Y sabemos que, como ha estudiado el antroplogo Johan
Reinhard, an hoy se realizan ceremonias, incluso con sacrificios de llamas y
hasta de personas, para pedir un buen ao a varias de estas montaas
sagradas del norte chileno. (3)
En la regin centro-sur del pas, en cambio, los grandes volcanes
representaron potencias malignas: eran la morada del pilln, espritu de
difuntos caciques utilizados de manera negativa por una calcu o hechicera, de
quien dependan las erupciones, los terremotos, las tempestades, las
inundaciones y otros males, y a quien haba que hacerle ceremonias de
rogativas o guillatunes.
Viajando hacia el sur desde el centro del pas, el primer pilln
cordillerano es el Nevado de Longav ---cabeza de serpiente---, llamado as por
la espira de su cumbre; viene luego una sucesin de volcanes o pillanes ---la
palabra mapuche deqi, volcn, ha sido sustituida por sta--- como el Antuco,
causante, segn la tradicin, de los temblores del puerto de Talcahuano; el
Copahue, que para defenderse de los intrusos crea tormentas y huitranches,
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hombres petrificados; el Quetropilln, residencia de Quetronamn, diablo que
camina en un pie y al que se sacrificaban personas jvenes; el Villarrica,
nombre castellano del Pucanu ---del nombre de dicho pajarito--- o Pirepilln
---diablo de la nieve--- y el Lann, cuyo nombre mapuche significa pen de
la muerte, pues mata a todos quienes osan a llegar a sus alturas. Segn la
leyenda, estos tres ltimos volcanes pelearon entre s y sus respectivos
pillanes se lanzaron mutuamente llamaradas de su fuego y proyectiles de roca
y lava ardiendo en un despliegue de bravura y fuerza (4), resultado de lo cual
fue que el Villarrica qued intacto, el Lann apagado y el Quetropilln mutilado,
por lo que tambin se lo denomina Mocho.
Algo ms al sur, el volcn Osorno, nombre hispano que prevaleci sobre
ms de veinte hermosos nombres mapuches, tiene una linda leyenda: dos
jvenes enamorados ---Licarayn y Pitralpique--- murieron por salvar a su
pueblo. A raz de que su tribu, que habitaba al pie del volcn, se dedic a la
molicie, fue castigada con una gran erupcin que cubri todo de cenizas. Un
anciano les dijo que la solucin era sacrificar a la hija del cacique, Licarayn, y
llevar su corazn a lo alto de una colina. Su novio le dio muerte, subi su
corazn a la cumbre y se atraves el suyo con su lanza. Un enorme cndor
tom luego el corazn de la joven, se elev por sobre el volcn, dio tres veces
vuelta al crter y lo arroj al fuego. Comenz a caer nieve amarilla, la que poco
a poco fue apagando las llamas y enfriando la lava. Tanta nieve cay que el
crter qued taponado, enterrando al pilln, y, al derretirse parte de ella, el
agua se desliz por las laderas hacia los valles circundantes, limpiando los
campos y formando los lagos Llanquihue y Todos los Santos. Y segn la
tradicin, el alma de los dos jvenes vive hasta hoy en la isla Loreley, en La
Poza, cercana a Puerto Varas.
Al Este del volcn Osorno, en la frontera con Argentina, el pico Ann, la
cumbre de mayor altura de las tres que presenta el monte Tronador, tiene
tambin sus leyendas. Una de ellas dice relacin con su nombre castellano: la
gran montaa adivina la intencin de los hombres que pasan por su cercana y,
si stas son malas, lanza desde la cumbre sus estruendosas avalanchas para
castigarlos, provocando grandes ruidos.
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Junto a los pillanes, habitaron tambin los volcanes sureos otros seres
infernales, como Anchimalln, nio robado al nacer por los brujos y alimentado
con sangre humana, y Hueauca, que produce fuego por medio de frotacin y
toma a veces la forma de un macho cabro.
Pero en las montaas del territorio mapuche hay tambin una divinidad
positiva y protectora, que ha originado un hermoso mito que entronca
directamente con las tradicin bblica del diluvio universal: Trentreng, la
serpiente-montaa que salva a un puado de hombres de las aguas
arrastradas por Kaicai, la serpiente del mar, para ahogar a quienes han actuado
mal. Dicho mito, que fue recogido por los jesuitas Alonso de Ovalle y Diego de
Rosales en el siglo XVII, tiene numerosas versiones, siendo tal vez la ms
completa y decidora la recopilada por Saint-Loup (5), que en su momento
culminante, expresa:
Y haba muchas llamas en el cielo.
Y haba mucho agua sobre la tierra.
Y haba grandes ruidos en las montaas.
Y el mar cubri toda la tierra.
Y hubo muchos guerreros mapuches ahogados por las aguas.
Y hubo muchas mujeres ahogadas por las aguas.
Pero gracias a la intervencin de Trentreng, se salv un grupo de
hombres buenos:
Y despus el agua dej de caer del cielo.
Y despus hubo grandes llamas en el cielo.
Y despus hubo un viento del Este que rechaz el mar.
Y despus el agua dej de cubrir la tierra.
Y despus Kaicaivil, la culebra enemiga de los hombres, volvi
a entrar al mar.
Y despus, es todo
Dicho mito habla del enfrentamiento de las fuerzas del bien y del mal, lo
que se concreta a nivel textual en las dos culebras mticas. Toca la
preocupacin humana ancestral por el sentimiento tico de la existencia y la
posibilidad de castigo, incluso colectivo, frente a la maldad, pero tambin
expresa la justicia y el amor de las potencias sobrenaturales positivas hacia
aquellos que han obrado rectamente.
22
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cronista de nuestro pas, indicaba en 1558 que los indios promaucaes adoran
al sol y a las nieves porque les da agua para regar las sementeras (8)
La etapa de la montaa-dios perdur mucho tiempo entre nuestros
indgenas: En esa poca (siglo XIX) no se haban extinguido otras costumbres
ceremoniales aplicadas a () cerros y volcanes. (9) Y no sabemos si en el
alma
de
algn
aborigen
chileno
de
nuestros
das,
consciente
24
Licancabur, al otro lado del salar, el que, a su vez, otras dos veces, gracias al
sol naciente, proyecta la suya sobre la masa del Quimal, lo que ha originado la
leyenda del matrimonio de ambas cumbres.
La Ciudad de los Csares, en cambio, estara situada en la cordillera
patagnica. Segn algunos, habra sido construida por espaoles que huyeron
de Osorno y de otros poblados destruidos por los mapuches en 1599; segn
otros, fue fundada por tripulantes de embarcaciones naufragadas en el
Estrecho de Magallanes o por sobrevivientes del Puerto del Hambre. Su
nombre derivara del de Francisco Csar, capitn espaol cuyos hombres, los
csares, dijeron haber visto una ciudad con edificios de techos de plata,
iglesias y torres de jaspe y campanas de oro.
Dice la leyenda que la Ciudad de los Csares, habitada por inmortales,
puede divisarse slo en Semana Santa y que desaparece envuelta en densa
niebla si alguien se acerca. Su bsqueda origin, histricamente, expediciones
oficiales hasta el siglo XVIII, las que, si bien no la encontraron, sirvieron para
explorar esos territorios cordilleranos australes. Ya en el siglo XX, sirvi de
tema, como veremos ms adelante, a tres buenas novelas de destacados
escritores nacionales.
Hay, por cierto, otras leyendas cordilleranas, narradas hasta ahora por
arrieros y baqueanos, que explican la formacin de las montaas o de otros
elementos naturales de esos lugares, las interpretan como morada de los
muertos o como cscara de cavernas disimuladas, se refieren al origen de la
fauna y la flora montaesa o aclaran o celebran acontecimientos extraos
ocurridos en las alturas, cuyo recuerdo ha quedado grabado para siempre en la
memoria colectiva. Muchos de estos relatos han sido recogidos por el Profesor
Dr. Evelio Echevarra durante sus mltiples excursiones y ascensiones
cordilleranas y publicadas en su antologa Leyendas de los Andes de Chile
(10), la nica existente sobre el tema.
25
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Como se ve, ya en los dos primeros textos referidos a nuestro pas, las
montaas aparecen como el rasgo geogrfico ms destacado.
Lo mismo en el tercero: el diario de Martn de Uriarte, piloto de la Santa
Mara de la Victoria, nave de la expedicin del Comendador Fray Garca Jofr
de Loaysa, que cruz por segunda vez el estrecho entre el 8 de abril y el 26 de
mayo de 1526, seala que en la costa del sueste son montaas muy altas y
llenas de nieve, y por cima de las primeras montaas, sale una gran montaa
ahorcada que face dos puntas como Santa Entrega, sino que es muy alta. (2)
Se refiere al denominado actualmente Monte Sarmiento.
Una nueva referencia a la cordillera se dio en la bitcora de la
expedicin de Alonso de Camargo, que en 1540 cruz por tercera vez el
Estrecho de Magallanes: que meta dentro grandes ensenadas con unas
montaas muy altas. (3)
Pero cuatro aos antes, a fines de marzo de 1536, y esta vez en afn de
descubrimiento de Chile, Diego de Almagro y sus hombres cruzaron la
cordillera de Copiap por el paso llamado por ellos Puerto de la Nieve, primer
nombre castellano de nuestras montaas. Si bien no tenemos el relato de
aquella trgica travesa ---hay s un dibujo de la ruta seguida, enviado al Rey
por Cristbal de Molina en carta de 12 de junio de 1539---, en las probanzas e
informaciones de servicio
27
cuando el Marqus don Francisco Pizarro me dio esta empresa, no haba
hombre que quisiese venir a esta tierra, y los que ms huan della eran los que
truxo el Adelantado don Diego de Almagro, que como la desampar qued tan
mal infamada, que como de la pestilencia huan della (5)
A pesar de aquello, en diciembre de 1540, Pedro de Valdivia lleg al
valle del Mapocho, iniciando el perodo de la Conquista y su obra fundadora.
Como se sabe, el perodo de la Conquista implic fundamentalmente la
guerra, el avance, no siempre afortunado, de los tercios hispanos hacia
territorio mapuche, cuyo pueblo supo oponerles una resistencia hasta entonces
desconocida por ellos en Amrica; resistencia que determin, a los 71 de
iniciado, el trmino del perodo, el inicio de la guerra defensiva y el comienzo
de la Colonia.
En consecuencia, los conquistadores que escribieron en esa poca lo
hicieron literalmente con las armas bajo el brazo, para narrar los sucesos de la
guerra en que estaban empeados., e influenciados por la visin renacentista,
antropocntrica en la vida y en el arte que predominaba en Europa.
En este duro marco, es natural que el paisaje ---y en l el cordillerano---,
que fue visto y vivido por los conquistadores, est casi totalmente ausente de
sus obras. Adems, no caba esperar que fuese de otro modo, pues en la
Europa del siglo XVI el sentimiento de la Naturaleza prcticamente no se dio
como expresin artstica. Incluso en Italia, pas de artistas tan sensibles, no
haba espacio para el sentimiento de la Naturaleza, como ha sealado Jacobo
Burckhardt: Desde luego, ni en la lrica, ni en la epopeya, ni en la novela,
encontramos la descripcin propiamente dicha de grandes visiones de paisaje,
cabalmente porque era otra su misin en tal enrgico lapso. (6) Era, pues, el
momento de la pica y la crnica, ambos gneros eminentemente
antropocntricos.
A pesar de lo anterior, la literatura chilena escrita se inici, curiosamente,
con un conjunto de documentos que, en alguna medida, hacen excepcin a lo
28
dicho: las Cartas de Pedro de Valdivia. Alone, el gran crtico, en forma
aparentemente jocosa, lo expresa as: La primera piedra de nuestra literatura
pesa nueve mil kilos y est a los pies del Santa Luca, mirando hacia el sur: es
un trozo de granito trado de la cordillera donde puede leerse otro sacado de la
carta en que Pedro de Valdivia le cuenta a Carlos V maravillas de Chile y le
cuenta de su belleza (7)
Las once cartas encontradas hasta hoy ---se supone que debe haber
otras--- tuvieron su origen en la necesidad de informar al Rey de los sucesos
de Chile; y el fragmento de una de ellas, a la que se refiere Alone, fechada en
La Serena el 4 de septiembre de 1545, en opinin de algunos comentaristas,
se habra debido no slo al real sentimiento de su autor, sino a la necesidad de
atraer hacia este lejano territorio hombres y recursos, es decir, tendra sentido
utilitarista. Otros opinan en contrario, especialmente Jaime Eyzaguirre: Y si el
adversario sirve de acicate a su imaginacin heroica, el paisaje va ms all: le
toma el corazn y le afirma apasionado en la tarea difcil. Las descripciones de
Chile que estampa en sus cartas a Carlos V son como la justificacin de su
porfa en retener esta obra de Dios que le tiene perdido por los ojos. En esas
frases galanas se descubre el trazo del artista enamorado y se preludia el
patriotismo chileno. (8)
Son escasas las referencias a la cordillera en las cartas de Pedro de
Valdivia.
29
30
(Los
Andes,
llamados
Cordillera
grande
por
Pedro
de
Valdivia, .Cordillera grande que dicen de las nieves por Garca Hurtado de
Mendoza y Cordillera Nevada por Alonso de Gngora Marmolejo, aparecen
designados con su actual nombre en 1613 y posiblemente algo antes: En la
hoja Chili de las ya mencionadas ediciones de diversos atlas, desde 1613 a
1630, aparecen las cordilleras con el nombre de Sierra Nevado (sic) de los
Andes (Revista Chilena de Historia y Geografa N 88, Imprenta Universitaria,
Santiago, 1934, p. 165). Francisco Solano Asta-Buruaga, en su Diccionario
Geogrfico de la Repblica de Chile, indica que se supone que su nombre sea
una corrupcin de antis, denominacin de una familia de indios que habitaban
su pendiente E. en el lado de Bolivia, o bien de anta, palabra quechua que
significa cobre o metal en general, aludiendo a la abundancia con que se
encontraban en ella. Alberto Riso Patrn, en su Diccionario Geogrfico de
Chile, reproduce lo sealado por Asta-Buruaga. En cambio, el Padre Ernesto
W. de Moesbach, en su diccionario Voz de Arauco, lo hace provenir del
quechua inti, en el sentido de cordillera por donde sale el sol. Y otros autores lo
derivan del mapuche antu, en el mismo sentido que Moesbach da a la
derivacin de la palabra quechua.) (9))
No podamos esperar ms de las cartas de Pedro de Valdivia en relacin
a la cordillera, dadas las peculiaridades epocales antes sealadas, y a pesar de
que l mismo haba enviado ---lo que indica preocupacin y averiguaciones--- a
los capitanes Francisco de Aguirre a Tucumn, Francisco de Ribera a Cuyo,
Francisco de Villagra, desde Villarrica a Ro Negro, y Pedro de Villagra, desde
La Imperial a la regin transandina que la enfrenta. A pesar de ello, los prrafos
de sus cartas transcritos nos permiten asegurar que la cordillera estuvo
presente en nuestras letras desde el comienzo del perodo de la Conquista.
#
Respecto a la impresin que la cordillera, y la Naturaleza en general,
caus a Alonso de Ercilla, el autor, al decir de Solar Correa, de la primera gran
produccin potica que el Nuevo Mundo inspir al Mundo Viejo, Gabriela
Mistral, con su rotundidad habitual, ha expresado: y el propio D. Alonso de
31
Ercilla llevaba tal viga en el ojo que no vio la selva araucana. (10) Algo similar
indican Paul van Tieghem: Ercilla no ve la realidad como no sea a travs de
Virgilio; Azorn, quien opinaba que sus escasos paisajes pueden ser lo mismo
de Chile que de cualquiera regin de Espaa con rboles; y Graciela Illanes, al
expresar que no quiso ver el paisaje nuestro. (11) Es sta la opinin de casi
todos los expertos que han estudiado La Araucana, sintetizada por las palabras
de Alejandro von Humboldt: Nada hace suponer en toda la epopeya de La
Araucana que el poeta haya observado de cerca la naturaleza. Los volcanes
cubiertos de una nieve eterna, los valles abrasadores a pesar de la sombra de
las selvas, los brazos de mar que se avanzan a lo lejos en las tierras, no le han
inspirado nada que refleje la imagen (12) Por lo mismo, el ya citado Solar
Correa no lo perdona, sealando que siempre parecera inconcebible la
indiferencia, o mejor, la insensibilidad ptica de Ercilla ante el espectculo sin
par de nuestras regiones sureas. Nada hay en el poema, ni una frase
exclamativa que delate su admiracin (13
Es cierto, aunque se ha olvidado que a Ercilla, al igual que a Pedro de
Valdivia, no se le poda exigir el sentimiento de la Naturaleza. l mismo, en el
Prlogo a su poema, da una de las razones: y por el mal aparejo y poco
tiempo que para escribir hay en la ocupacin de la guerra, que no da lugar a
ello. Y otra razn sirve para rebatir a quien argumente que Ercilla pudo haber
tocado el paisaje, pues no escribi todo el poema en el teatro de la guerra ni en
torno a ella, sino lo hizo fundamentalmente en Espaa: era una poca en que
la funcin de la literatura era antropocntrica y tena por misin destacar o
aumentar la fama de algunos personajes destacados.
A pesar de lo anterior, como han sealado Miguel ngel Vega y Alone,
respectivamente, hay en el poema algunas estrofas que narran hechos
extraordinarios en los que participa la propia naturaleza como teln de fondo o
como animado personaje y otras en las que se establece una asociacin de la
naturaleza a una congoja humana. Y si bien la obra no contiene descripciones
admirativas en tal sentido, entrega, en cambio, precisas referencias
geogrficas, entre las que hay algunas relacionadas con la cordillera:
32
cerca de los volcanes, que lanzaban a tiempo tanto fuego y tan alto,
que acontece llover en el pueblo ceniza.
(Declaracin de algunas dudas que se
Pueden ofrecer en esta obra,)
a la banda del Este va una sierra
que el mismo rumbo mil leguas camina.
(Parte I, Canto I)
tiene cerca de la banda del oriente
la grande cordillera y alta sierra.
(Parte I, Canto XII)
de la gran cordillera se apartaban.
(Parte I, Canto XIII)
y atravesando la alta cordillera.
(Parte II, Canto XXVII)
Caete, La Imperial y hacia Levante
la Villarrica y el volcn fogoso.
(Parte II, Canto XXVII)
Pas de Villarrica el frtil llano
que tiene al sur el gran volcn vecino.
fragua (segn se afirma) de Vulcano
que regoldando fuego est contino.
(Parte III, Canto XXXIV)
Figuran tambin en el poema montaas de otras latitudes,
mencionadas por Belona:
dos montes, que el Atlante y Apenino
con gran parte no son de tal grandeza
33
ni de tanta espesura y aspereza.
(Parte II, Canto XVII);
O por el mago Fitn:
y el alto monte Cucaso, fragoso,
que su cumbre gran tierra seorea
.
Ves a Logia y sus montes levantados,
que a todos sobrepujan en grandeza,
canos siempre de nieve los collados
y abajo peascales y aspereza,
que forman un gran muelle, rodeados
de breales espesos y malezas
...
De estos peascos speros pendientes,
llamados hoy el monte de la Luna,
nacen del Nilo las famosas fuentes.
..
que rematan su trmino y medida
las Rifeas montaas por un lado
.
Piura, Loja, la Zarza y cordillera
De do nacen y bajan tantos ros.
34
adquirindolo
luego
en
parte
cuando
fue
redactada
35
relacin copiosa y verdadera de los reynos de Chile, de Jernimo de Bibar
(14)--- el captulo XCII ntegro est dedicado a tratar de la cordillera nevada y
de donde viene y lo que ocurre y de una gente que habita dentro de ella. Es
verdad que se trata prcticamente de una descripcin geogrfica, de la que
est ausente toda expresin de sentimiento; pero tambin es verdad que se
trata de la primera descripcin en nuestras letras.
La descripcin es objetiva y precisa: Muchas veces se ha tratado de la
cordillera nevada y, pareciendo justo decir de ella y donde procede, que es
desde Santa Marta y pasa por cerca de Cartagena y atraviesa todo el Per y
toda esta gobernacin de Chile y llega al Estrecho de Magallanes y pasa
adelante, segn se ha visto. Y contina ms adelante: En muchas partes de
ella no se quita la nieve en todo el ao. Tiene de atravesa veinte y cinco y
treinta leguas y ms, de altas sierras y profundas quebradas. En esta
gobernacin es en parte montuosa la falda de ella y en parte es pelada.
Al igual que Pedro de Valdivia, Bibar destaca las dificultades del cruce
de la cordillera: Psase por tres o cuatro partes y con gran trabajo. Son tres
meses en el ao, que es enero, febrero y marzo, y todos los dems no se
puede pasar por causa de los grandes fros. Por eso, refirindose al cruce que
realizara Francisco de Villagra en septiembre de 1551, poca poco apropiada,
por el sector de Uspallata, Bibar comenta: y ans pas la cordillera sin
perder ms de dos esclavos y dos caballos. Fue Dios servido hacelles buen
tiempo, porque muy pocas veces le suele hacer sino es en los tres meses que
tengo dichos, porque, en el tiempo que l pas, suele caer mucha nieve y
hacer grandes fros.
Finalmente, refirese tambin Bibar a los pocos habitantes de las
montaas: Dentro de esta cordillera a quince y a veinte leguas hay unos valles
donde habita una gente, los cuales se llaman Puelches y son pocos. Habr en
una parcialidad quince y veinte y treinta indios. Esta gente no siembra;
sustntase de caza que hay en apuestos valles. Hay muchos guanacos y
leones y tigres y zorros y venados pequeos y unos gatos monteses y aves de
36
muchas maneras. De toda esta caza y montera se mantienen, que la matan
con sus armas que son arco y flechas
Otro de los cronistas importantes de la poca, Alonso de Gngora
Marmolejo, dedic el primer captulo de su Historia de Chile desde su
descubrimiento hasta el ao de 1575 (15) a mostrarnos nuestro pas desde el
valle de Copiap, ques al principio y entrada, hasta la ciudad de Castro, ltimo
del reino; y en esta descripcin, parte destacada corresponde a la cordillera:
Es el reino de Chile y la tierra de la manera de una vaina de espada, angosta y
larga. Tiene por la una parte la mar del Sur, y por la otra la Cordillera Nevada,
que lo va prolongando todo l; y habr en esta distancia de la mar a la
Cordillera, por unas partes diez y seis leguas, y por otras diez y ocho, y veinte
por lo ms largo, y ans poco ms o menos. La Codillera est nevada todo el
ao, y es tan brava a la apariencia de la vista, como lo es la que pasa y divide a
Italia de la Francia y a Alemania de la Italia, y hai por ella valles que se pasan a
sus tiempos de la otra parte, y ans la andan los naturales en sus
contractaciones, y espaoles la han pasado algunas veces para tomar pltica
de la tierra. ()
Tiene muchos ros, que corren desde la Cordillera Nevada a entrar en la
mar del Sur
Hai asimismo por la Cordillera muchos volcanes por toda ella que echan
fuego de s ordinario, y ms en el invierno que en el verano, y muchos lagos al
pie de tales volcanes.
La descripcin de los Andes abarca, en otro captulo, el LVIII, de la obra
en referencia, hasta Patagonia austral: Desde all adelante va la costa hasta el
estrecho de Magallanes spera, aunque de muchos puertos, porque la mar va
acarreando siempre con las baldas de la Cordillera Nevada y no hay lugar
donde se pueda poblar otro hasta el estrecho.
La ltima referencia a la montaa que se hace en esta crnica
concuerda con las apreciaciones de Valdivia y Bibar sobre las dificultades que
37
ofrece su cruce. Recordando a Almagro, Gngora expresa: y as de
conformidad se volvieron todos, no por el camino que haban venido por el
despoblado de Copiap, por respeto de no volver a pasar la Cordillera Nevada,
donde tan mal les haba sucedido
La cordillera, aunque sobriamente, ocupa un lugar donde menos se
esperaba. Y si las palabras de los cronistas estn lejos de la expresin literaria
maravillada que se dar en la obra del Padre Alonso de Ovalle setenta aos
ms tarde, son, en todo caso, parte del camino que condujo a dicha
culminacin.
#
En sntesis, la literatura de la Conquista, por su carcter altamente
historiogrfico y vital, por los gneros que utiliz en su expresin ---cartas,
epopeya, crnicas--- y por razn de poca, toc muy escuetamente el tema de
la cordillera.
Sin embargo, es evidente en ella el alejamiento diametral en la
connotacin otorgada en esa poca a la montaa respecto de la que tuvo para
los pueblos indgenas. En los textos de la poca, las alturas cordilleranas nada
tienen de sagrado, mgico o numinoso; por el contrario, slo son vistas y
descritas como realidades naturales que implican un obstculo enorme al
avance del hombre. Prcticamente todas las citas que hemos anotado lo
confirman.
Tal desacralizacin absoluta marca el momento ms bajo de la expresin
de la naturaleza montaosa en toda nuestra historia literaria y coincide con el
intento de destruccin, violento a ratos, de la cosmovisin religiosa de los
indgenas. Es cierto que, en tal sentido, la funcin de la literatura europea del
momento determinaba otros rumbos; que el modelo grecolatino imperante no
admiraba, precisamente, las montaas y que los gneros literarios prevalentes,
en ntima relacin con la funcin de la literatura, tampoco aceptaban como
pertinente el canto emocionado a la naturaleza. Pero no es menos cierto que
asombra el que aquellos hombres que vivieron en todo su virgen esplendor el
38
paisaje magnfico de Chile, especialmente de su cordillera, no hayan esbozado
siquiera una palabra estticamente significativa en relacin con ella.
A pesar de todo, un hecho queda en pie: la temtica en estudio, aunque
sea de la manera que hemos visto, se da desde la primera obra de las letras
chilenas.
39
(1)
(2)
(3)
40
Francisco Antonio Encina, enjuiciando el aspecto cultural de la primera
de dichas centurias, expresa: Es difcil imaginar un ambiente ms desfavorable
que el de Chile en el siglo XVII para la produccin artstica, literaria y cientfica.
Prescindiendo del fenmeno del retraso o infancia mental, faltaban todas las
condiciones que hacen posible el florecimiento de las artes y de las letras. El
cultivo de la pintura, la estatuaria, la novela, el teatro, la poesa imaginativa y
los gneros anlogos exigen una vida social que rebalse las necesidades
materiales de la existencia, y el desarrollo de gustos que presuponen cierta
cultura y refinamiento por los menos en la alta clase social
Ni los
arrasaron por dos veces hasta los ltimos vestigios de la civilizacin de Maule
al sur, los piratas y corsarios, las viruelas, el tifus, el conflicto mstico-poltico,
que persiguiendo una quimera no dejaba proseguir la conquista ni abandonar el
pas, slo permitan al hombre vivir y reproducirse, para llenar los claros que
abra la lucha por la supervivencia y el predominio.
Despus de contemplar el ambiente, resulta casi candoroso recordar el
aislamiento de los grandes centros intelectuales del mundo, la ausencia de
preparacin literaria
41
Todo es trivial,
As se
42
desarrollaron, como vimos dos procesos aparentemente opuestos: mientras la
cultura y el saber fueron hacia arriba, el grado de evolucin mental y con l la
imaginacin creadora, de la cual depende la produccin artstica y cientfica,
vivieron hacia abajo, aunque no en un sentido absoluto, pues mientras
desaparecan las cumbres, los rezagados subieron, para refundirse en una
mediana general, que culmin hacia 1750.
Como ya lo dijimos, el descenso cerebral se detuvo hacia la mitad del
siglo; y empez un nuevo impulso ascendente, que, como sucede siempre, en
esta fase de los ciclos intelectuales, pronto iba a excederse a s mismo en
casos aislados: mas, la expulsin de los jesuitas lo desorganiz.
Molina,
(6)
43
las de sus contemporneos, sino que contina siendo hasta hoy la ms alta
cumbre literaria alcanzada por el ingenio criollo
(7)
(8)
(10)
44
indica: Esto lo experimentan claramente los que atraviesan esta cordillera para
ir de Chile a Cuyo, como lo he hecho yo muchas veces... (11).
Dicha admiracin se aprecia en toda su magnitud en numerosos
momentos de la obra, entre los que sobresale ste: Pero lo que he visto
muchas veces es que cuando, despus de algn buen aguacero que suele
durar dos y tres y ms das, se descubre esta cordillera (porque todo el tiempo
que dura el agua est cubierta de nublados), aparece toda blanca desde su pie
hasta las puntas de los primeros y anteriores montes que estn delante, y
causa una hermossima vista, porque el aire de aquel cielo tan puro y limpio
que, pasando el temporal, aunque sea en lo ms riguroso del invierno, lo
despeja de manera que no parece l una nube ni se ve en muchos das;
entonces, rayando el sol en aquella inmensidad de nieves y en aquellas
empinadas laderas y blancos costados y cuchillas de tan dilatadas sierras,
hacen una vista que an a los que nacemos all y estamos acostumbrados a
ella, nos admira y da motivos de alabanzas al Criador, que tal belleza pudo
criar (12).
Famosos, como alta muestra de potico entusiasmo, son algunos
fragmentos seleccionados, como el recin citado, en los que se advierten las
mismas caractersticas estilsticas y simblicas antedichas. En ellos, el temple
emocionado y la expresin superlativa ---muchas veces, toda blanca,
hermossima, tan puro y limpio, lo ms riguroso, muchos das,
inmensidad, dilatadas, tal belleza---, dejan en claro que, a diferencia de la
calidad de simple obstculo material expresado parcamente por los escritores
del siglo anterior, hay ahora una cordillera que es vista y apreciada como visin
hermosa y digna de encomio, que se verbaliza en palabras admirativas y
estticamente valiosas. En efecto, hay elementos del texto que llevan a una
dimensin distinta y alta, que no slo no se rutiniza porque se ha visto muchas
veces, sino que, por el contrario, por la misma razn, se ampla y enaltece. La
cordillera se descubre y aparece toda blanca de entre los nublados que la
ocultaban. Hay aqu el sentido de develar lo oculto, de recuperar la magia de la
aparicin en la forma de un objeto que ve realzada su dignidad ---toda
blanca--- por los fenmenos que la acompaan, positivos a cabalidad: es el
45
aire de aquel cielo tan puro y limpio, no parece en l una nube, rayando el
sol en aquella inmensidad. Hay una pureza total, un espacio inmaculado en el
que todo converge a la mostracin de una montaa que es incluso destacada
por los rayos solares: la visin de la montaa mtica que, sin embargo, a
diferencia de aquella que se transformaba en la divinidad misma para los
indgenas, es aqu un elemento creado por Dios para entregarnos una belleza
que debemos agradecer.
Se advierte, en otro sentido, que este fragmento contiene tambin los
elementos propios del Barroco, imperante entonces en Europa: el juego
contrastante de claroscuros, la visin que se va haciendo y que nunca es total
----empinadas laderas y blancos costados y cuchillas de tan dilatadas
sierras---, el sentido orientador hacia la divinidad, la impresin esencialmente
visual ---lo dicho casi se percibe con los ojos---, la sonoridad de los vocablos, la
acumulacin de elementos y, sobre todo, el apasionamiento con que se
expresa el sentimiento y el sentido de trascendencia entrevisto en una realidad
natural.
Cabe destacar, tambin, que el salto valorativo que va desde la
expresin de la cordillera considerada simple obstculo natural al extremo
opuesto, en que cobra la dimensin de alta creacin divina, no constituye parte
de la evolucin natural de la expresin del sentimiento de la montaa en
nuestras letras, sino que, como excepcin, y precisamente por contraste, llega
en forma directa al punto en que los dems escritores, en un lento desarrollo,
slo alcanzarn siglos ms tarde. La percepcin intuitiva y profunda del padre
Ovalle, en consecuencia, mantiene la lnea que los indgenas sostuvieron, a
pesar de la visin, o falta de visin, de sus contemporneos.
La vivencia directa de la cordillera que el escritor jesuita tuvo, adems de
producir el asombro sealado y su expresin potica en palabras justas y
decidores ---lo que le signific adems ser reconocido como autoridad del
idioma---, posibilit la descripcin, siempre literaria, de una serie de
caractersticas geogrficas y de fenmenos propios de la montaa. Desde esta
perspectiva, en su obra hay anotaciones en relacin con:
46
(13)
tradicin del diluvio entre los indgenas chilenos, expresa que las montaas de
nuestro pas son las ms altas del nuevo Mundo: porque si pudieran
prevalecer algunos montes contra las aguas del diluvio, haban de ser los de su
pas, por ser los ms altos que se conocen
(14)
(15)
- el fro: y confieso que era tan intenso el fro, que pareca de diferente
especie que los ms rigurosos que he experimentado en las Indias y en
Europa, y como por entonces an no haba comenzado a llover ni nevar, era el
fro tan seco, que abra las manos y desollaba la cara, y an en las mesmas
peas haca efecto... 16).
- La diferencia entre las vertientes chilena y argentina de la cordillera:
Colgese esto muy claro de la diferencia que se experimenta, cuando se pasa
esta cordillera entre la una y otra banda, que miran la una al oriente y la otra al
occidente, la cual es tanta, que parecen dos mundos opuestos y que puso Dios
estos montes que dividen por raya y muro que detuviese el paso a las
penalidades y destemple de la parte oriental, donde caen las provincias de
Cuyo y gobernacin de Tucumn, para que no perturbasen la tranquilidad y
buenas cualidades que se gozan en la occidental..
(17)
47
en los que pasan por all los admirables y penosos efectos que experimentan
(18)
.
- La electricidad esttica: ...porque las exhalaciones y dems
(19)
(20)
a la
48
Ovalle, hay ahora elementos negativos que se subrayan: altsimas nieves que
entraban la marcha, fro y viento que les traspasaba las entradas. Los
elementos naturales, adems, afectan anmicamente: y cada vez parece que
se cerraba ms y ms el paso y la esperanza de salir de aquel peligro.
La atmsfera que el texto crea luego es enorme y seala el triunfo casi
absoluto de una montaa aterradora, con sus asperezas, nieve y aire fro,
sobre los pobres hombres que se atrevan a enfrentarla. Ms que las cifras de
muertos que se citan, avaladas por la autoridad del historiador Garcilaso,
impresiona la forma directa, simple y fuerte con que el hecho se relata: el otro
se arrimaba a una pea, y se quedaba riendo de fro, estacado en ella, como si
fuera de palo.
Sin embargo, aparte de este relato excepcional del cruce de Almagro,
hecho en que se funda la visin de la montaa obstculo, y contrastando
absolutamente con l, tanta fue la admiracin del padre Ovalle por el paisaje
andino que, en su recreacin esttica, no se content con decir en tono mayor
la cordillera, sino que lleg a considerarla base de la belleza del resto del
paisaje nacional: Fund el Autor de la naturaleza la mayor parte de la
fecundidad y amena hermosura de los chilenos campos en esta su cordillera,
en quien, como en banco que no quiebra, deposit su riqueza para asegurar el
anual tributo de tantos y tan copiosos ros, fuentes y arroyos, con que los
fertiliza y enriquece... (21).
A qu puede deberse que Ovalle cante entusiasmado a la cordillera
andina? Sin duda, es una excepcin notable a lo que postulbamos en nuestra
hiptesis, pues en aquel momento recin comenzaba la lenta evolucin hacia
una recuperacin del sentido originario que tuvo la montaa, que fuera
percibido y expresado con tanta fuerza por los indgenas. La respuesta habra
que buscarla no slo en la lejana de la patria, que produjo, ciertamente, una
idealizacin en la descripcin, sino ms bien en lo que postulara Hugo Montes
en su ponencia La poesa y el ser de los chilenos a las Sptimas Jornadas
Nacionales de Cultura, organizadas por la Universidad de Chile en 1982
(22)
: si
era una proeza ir a Chile, si para ello haba que vencer cordilleras, desiertos y
49
mares tempestuosos; si Chile era un territorio aislado que exiga esfuerzos para
su descubrimiento, el esfuerzo vala la pena, pues lo que se descubre y se
conquista con dificultad es bueno, hermoso, frtil, fuerte. Chile, por tanto ---y
as lo expresa Ovalle---, es un pas soado, pas con nimbo y con rostro
definido, con un alto destino.
(23)
#
La otra gran figura de la literatura chilena del siglo XVII es el padre Diego
de Rosales, contemporneo de Ovalle y hermano suyo en religin, aunque tan
distinto de l; tanto que, al lado suyo, evoca en cierto modo la inmortal pareja
de Cervantes, pues, mientras aqul, amador de la belleza, va por aquellos
montes pisando nubes, inclnase el otro al suelo y examina, sin demasiada
confianza, dnde va a poner el pie (24).
Espaol de nacimiento, vivi ms
(25)
---
50
Chile, Flandes Indiano, terminada de redactar hacia 1674, aunque permaneci
indita hasta 1877, ao en que la public Benjamn Vicua Mackenna; historia
que sirvi de fuente a la histrica relacin del Reino de Chile, de don Alonso
de Ovalle
(26)
(27)
Al
51
pasos y caminos, a los riesgos que ofrecen, a las pocas en que aquellos
desfiladeros oponen menores dificultades al viandante, y a la temperatura, el
enrarecimiento del aire; en suma, a todo lo que puede ofrecer un inters
cientfico o ser de utilidad prctica
(28)
(29)
(30)
(31)
En este aspecto, la
52
Cordillera de Chile, etc., an cuando los espaoles Lpez de Velasco y Antonio
de Herrera, en 1574 y 1601, respectivamente, haban recurrido al topnimo
Andes como unificador de todo el sistema orogrfico sudamericano
(33)
. Esto
de
prctico
cruzar
la cordillera.
(36)
(38)
. Lo
53
montaas. Ellos forman parte de la descripcin geogrfica que el sacerdote
hace del pas, en la que, al igual que lo acontecido en la obra del padre Ovalle,
les da especial importancia. Sus mismos ttulos ya hablan de un espritu no
contemplativo, sino, por el contrario, casi cientfico, que en gran medida
anticipa la visin neoclsica que luego vendr.
El detalle preciso, la
54
que no las consideraremos.
en
Chile---
hemos
conservado
fundamentalmente
crnicas:
(40)
(41)
: Molina y Lacunza.
(53)
55
diversidad de sus climas, la estructura de sus montes (54). Apareci as, en
1776, en italiano, el Compendio Della storia geografica, naturale e civile del
regno de Chili; y seis aos despus, en Bolonia, la obra que le dio celebridad
mundial: Saggio sulla storia naturale del Chili, traducida pronto a varios
idiomas.
No es el momento de recordar la biografa del ilustre naturalista; sin
embargo, interesa a nuestro tema transcribir lo que Francisco Antonio Encina
relata sobre su muerte: Camila Zini, la empleada que lo cuid () refiri a
Vicua Mackenna en 1856 que, durante el delirio provocado por la fiebre, no
ces de pedir agua fresca de la cordillera de Chile
(55)
56
Bufn dice que los
Ecuador; ms habiendo yo visto i medido con la vista los del Per i los de Chile,
dudo mucho de la verdad de aquel axioma, i no estoi mui distante de adherir al
dictamen de Mr. Bertrand, el cual dice que: ya se ha negado, sin que lo
contradigan con fundamento, que las montaas ms altas se encuentran
debajo del Ecuador, pues los Andes se elevan a proporcin que se alejan de l
(58)
.
Sobre lo segundo, indica: -La gran copia de materias sulfreas,
(59)
El
estrecho sendero que queda entre estos precipicios, es tan spero i de tan mal
huello, que los caminantes se ven a cada paso en la precisin de apearse de
sus mulas (que son las nicas caballeras que pueden hacer aquel camino),
prefiriendo el marchar a pie, no pasando ao alguno sin que se precipiten en
aquellos ros algunas bestias de carga; bien que estos despeaderos no siguen
por todo el camino, pues se encuentran en l alternativamente algunas
agradables i amenas llanuras donde hacen alto caminantes. Aqu fue donde
los incas hicieron construir, cuando sojuzgaron la provincia de Cuyo i las
provincias boreales de Chile, algunas casas de piedra para alojamiento de sus
oficiales, i de las cuales unas se han arruinado i otras permanecen enteras.
Los espaoles han fabricado algunas ms para mayor comodidad de aquel
trnsito (60).
57
No hay en Molina lenguaje literario, ni era posible esperarlo; pero s hay,
en el hablar sencillo y directo del naturalista, admirado por la alta
intelectualidad cientfica europea, un amor exaltado por su patria y un
enamoramiento de la cordillera---y, por supuesto, de toda la naturaleza--- que
justifica plenamente su inclusin en este trabajo.
#
(44)
(43)
(45)
(46)
, es una
En su Historia
58
digna de que no se pase en silencio; porque dado que haya en el resto del
mundo otros montes de ms soberbia elevacin, dejndolos a salvo las glorias
de este exceso si es verdadero, con todo es cosa fuera de duda que en la
extensin, ninguna sierra del orbe se pueden comparar con las de Chile
(47)
(49)
(50)
no tiene
gran valor histrico ni cientfico y literariamente se halla muy por debajo de las
crnicas de Ovalle, Rosales y Olivares
(51)
59
Movido a compasin por semejantes desastres, el piadoso nimo del
gobernador don Antonio Guill Gonzaga, en estos ltimos tiempos ide construir
unas pequeas casas que sirviesen de refugio en los tiempos ms apretados,
mandando un ingeniero en tiempo bueno con gente y las providencias
necesarias para poner ejecucin el ya formado proyecto. Hicironse tres casas
aquel ao del mil setecientos setenta y seis.
(52)
#
Otros dos escritores que adquirieron lugar en las letras nacionales del
siglo XVIII con su obra historiogrfica, fueron Jos Prez Garca y Vicente
Carvallo y Goyeneche.
El primero dedic, en relacin al tema que nos ocupa, breve parte del
captulo II del Libro I de su Historia natural, militar, civil y sagrada del reino de
Chile
(61)
Recordemos
60
como ha sealado Miguel ngel Vega
(63)
61
(1)
(2)
62
los ms importantes para Chile, podemos recordar a Peter Schmidtmeyer:
Travels into Chile over the Andes in the year 1820 and 1821
(3)
: Francis Bond
Head: Rough notes taken during some rapid journeys across the Pampas and
the Andes
(4)
; y Charles Darwin: Journal of researches into the natural history and geology
(7)
.
Este florecimiento se produjo a partir de 1842, fecha importante en el
cuyas bases han sido discutidas. Lo que hay de verdad de este Renacimiento
literario chileno es que se prepara desde antes.
resultado de las enseanzas de Mora y de Bello.
63
el Neoclasicismo--- y requiere una clasificacin diferente.
(10)
, en adelante
escritores nacidos entre los aos 1890 y 1934 y cuya vigencia se extiende
desde 1935 hasta 1979; una nueva tendencia, an innominada, con escritores
nacidos entre los aos 1935 y 1979 y cuya vigencia se extiende desde 1980
hasta 2024. Los escritores nacidos de 1980 adelante, an muy jvenes,
conforman el inicio de una nueva tendencia. (Cabe recordar aqu la limitacin
propia de cualquier forma de clasificacin.)
64
TENDENCIA ROMANTICA.
Las dos primeras generaciones de la tendencia Romntica-realista,
denominadas generaciones de 1837 y 1852, fueron dos promociones de
escritores enraizados en un romanticismo literario, pero incitadas por objetivos
o elementos circunstanciales diversos
(11)
: y participaron en el movimiento
renovador de 1842.
A la primera de ellas, denominada costumbrista por Goic
(12)
(13)
produjo, pasados los setenta aos, una obra tambin excepcional, calificada
por Miguel de Unamuno, en opinin compartida hoy ampliamente, como el
mejor libro chileno (14): Recuerdos del pasado.
Recuerdos del pasado, publicado por primera vez en 1882, es una obra
de corte costumbrista la ms completa y amena galera de tipos, sucesos y
costumbres que se conserva en nuestro siglo XIX
(15)
65
que mis correras por los Andes me han dejado
(16)
; Veintitrs pasos
(17)
; La suma
(19)
(20)
(21)
o revela inters
66
flores delicadas no estn tan expuestas como en ste a destructoras e
imprevisibles heladas(22).
La atraccin que las montaas ejercieron en Prez Rosales y el
conocimiento cabal que ste tuvo de ellas, se evidencia a travs de su obra,
uno de cuyos relatos ms significativos, denominado Desastroso regreso a
Chile, es aqul en que narra las dificultades que enfrent con su sirviente
Campos en la cordillera de Elqui.
Desde el comienzo, este texto permite darse cuenta del conocimiento
que el narrador tiene de diferentes lugares y aspectos de la montaa: Ya los
calores de octubre comenzaban a derretir las nieves que los inviernos
acumulaban en los encumbrados pasos de los Andes, pasos que en el norte se
abren ms temprano que en el sur, sin dejar por esto de ser peligrosos para el
viajero(23).
Cordillera vivida, como ya hemos sealado: Pocas veces graniza en la
sierra, y slo dos he visto nevar con viento Y observada, en sus menores
detalles, con atencin, como en este caso, en el que no slo se expresa de
modo preciso un hecho difcil de describir, sino que se da la impresin del
movimiento lento y casi ingrvido de los copos de nieve que evolucionan en su
cada: nieve que siempre cae en forma de leves plumas de aves que se
mecen, bajan, suben y remolinean en la tranquila atmsfera
El narrador lo es en grado sumo: con relato gil, desenvuelto, seguro, va
interesando, entreteniendo, enseando. No slo cuenta lo que ve y lo que
sucede, sino que aprovecha cada situacin para agregar informacin o
digresiones, todo ello en un estilo simple y de buena ley.
Advirtase la construccin fina, por ejemplo, en este fragmento: Con los
fros de la noche cesa la licuacin de la nieve, acuden las heladas, y con ellas,
en la siguiente madrugada, encuentra el viajero, en lugar de la fofa nieve que
pisaba el da anterior, una costra de hielo endurecido que, por lo resbalosa,
soporta, sin romperse, el peso del caballo, pero o no le permite asegurar la ua
67
o le derriba al suelo; y si por el contrario no le soporta, a cada rato le hunde en
la nieve hasta los pechos.
No trepida el narrador en usar expresiones corrientes y populares, que
aaden un tono de simpata a la llaneza del texto: Pero todo estos
contratiempos seran tortas y pan pintado para el viajero; dorm aquella
noche como un lirn. Tampoco soslaya los vocablos tpicos de los baquianos,
que, aunque vulgares, contribuyen a acentuar el costumbrismo del relato:
manta del pobre, cachada de caf.
Entre los aspectos destacados de la narracin del acontecimiento
recordado, cabe mencionar el dinamismo con que se relata el percance que
puso en peligro su vida misma y signific la muerte de la mula de carga y de un
caballo de silla. El texto conforma aqu una sucesin rpida, violenta diramos,
de imgenes y sonidos, en las que el movimiento brusco juega un rol
importante y se expresa en palabras y frases como impulsada, vaivn,
cada, resbaladero, cuesta abajo, sofrenada, arrojando, precipicio y
vrtigo, las que, adems, en algunos casos, estn adjetivadas, aumentado as
su efecto.
Queda tambin la sensacin, tan propia del Romanticismo, del goce de
la libertad, de la alegra de los grandes y abiertos espacios naturales; de la
igualdad con que se comparte todo aspecto del viaje ---positivo o negativo--con el compaero, a pesar de cualquier diferencia social; y del disfrute de la
aventura misma en un espacio que, por peligroso que a ratos pueda ser, se
aprecia como importante y necesario.
Es cierto que en el texto no hay efusiones lricas, tan ajenas, por lo
dems, al modo de ser de Prez Rosales; y es cierto, tambin, que el relato
muestra resabios de la observacin naturalista de la montaa, a la manera
neoclsica. Pero no es menos cierto que el acercamiento a las cumbres es
ahora mucho mayor y que se advierte un inters vital por la montaa, muy
distante ya de aquella visin de cordillera-obstculo de los conquistadores
espaoles. Precisamente en un fragmento en que narra los problemas que el
68
cruce de los Andes le causa, puede observarse, en contrapunto, el goce de
estar ah.
recuperacin del alto simbolismo que la montaa tuvo para los indgenas
prehispnicos.
Debemos recordar que la cordillera aparece tambin destacada, en
sentido geogrfico-descriptivo, en otro de los libros del gran escritor
decimonnico: Ensayo sobre Chile
(24)
potenciales inmigrantes europeos, y que escrib con los poqusimos datos que
tena a la mano en los momentos que me dejaron libres mis quehaceres, y que
remita por toda contestacin, por el correo, a mis numerosos preguntones
(25)
Antes de dejar a uno de los mejores escritores chilenos del siglo XIX, y
talvez el que ms recorri y expres nuestra cordillera, parece justo citar el
elogio que le dedic Alone: Rara vez se habr dado tanta compenetracin de
un hombre, un libro y un pas como la que hay entre Prez Rosales, sus
Recuerdos del pasado y Chile: cada uno est en el otro y resulta imposible
nombrar a cualquiera sin aludir a los dems. Los tres, conglutinados, forman
un solo ser, con el mismo carcter y anlogo desarrollo (26).
#
Jos Joaqun Vallejo, ms conocido por el seudnimo Jotabeche, s que
cuadra con esta poca, regida por el racionalismo de la Ilustracin, proclive a
la stira poltica (27). Fue uno de los mximos animadores de la controversia de
1842 y en la espontnea seleccin que la posteridad ha venido haciendo entre
los escritores chilenos () conserva uno de los sitios de la primera fila
(28)
69
montaa adentro. All despunta el escritor amable, el costumbrista que pinta
superficies, da detalles precisos y pasa sobre las cosas como jugando. No se
le pidan observaciones hondas ni conceptos trascendentales.
Una grata
En ella, adems de
(30)
(31)
trabajo, es general en todos los escritores que han tocado el tema en cualquier
poca o pas.
La carta de Jotabeche
(32)
70
claro que la montaa, aunque slo sea todava la montaa verde y amable del
Cajn del Maip, es ya mirada de otro modo. Hay una verdadera apologa a
esta montaa intermedia, que muestra a las claras la expansin romntica del
articulista.
El acercamiento a la montaa desnuda, mineral, a la gran cordillera, en
todo caso, todava es difcil: Ms adelante, quiero decir, ms hacia la
cordillera, siento confesar que en mi opinin el pas no presenta inters sino al
estudio de los que por profesin hacen el de la naturaleza o de los que por los
sentimientos o el temple de su alma se complacen en contemplar lo ms
imponente La alta montaa, sector de horrorosas soledades como dir
luego, produce un involuntario terror y una melancola alarmante. E incluso,
para aclarar lo dicho, recurre a la comparacin: No hay aqu aquel amable
silencio del bosque, que nos embelesa y vuelve a subrayar el estado de
alma que el duro paisaje suscita: El corazn se llena de tristeza () Los
abismos y peascos que en esos sitios rodean al viajero, alejan de su corazn
todo sentimiento de ternura. Sin embargo, al concluir el viaje, har declaracin
entusiasta de aquellas fragosidades, comparndolas con el paisaje corriente:
acostumbrado a slo conocer la naturaleza en sus vulgares funciones, si
pueden llamarse as, () se abisma uno al encontrarse rodeado de toda la
majestad imponente de la creacin.
Finalmente, cabe destacar que la preocupacin por el hombre,
especialmente por el hombre cado, querida a la concepcin romntica, se da
aqu al evocarse las penalidades de los emigrados transandinos que cruzaron
esos yernos y de un minero que parece haberse enlazado con la desgracia.
La carta comentada, si bien es la nica en que el articulista toc el
asunto cordillerano dando ejemplo de observacin y descripcin tanto del
paisaje como de las resonancias que provoc en su espritu, revela que la
excursin que la origin golpe a su autor ntimamente, como se desprende de
sus propias palabras: He visto, en fin, mi querido Manuel, lo que slo deseaba
ver, por que no lo conoca, y lo que ahora quisiera que t vieses, porque
merece ser visto.
71
#
De la segunda generacin que particip del movimiento de 1842 --(33)
---, promocin de
(36)
(37)
(38)
72
(39)
. En su obra
Es la naturaleza idealizada,
73
o en la contemplacin motivadora de
esas alturas que engarzan gigantes
en picos de nieve cendales de nube.
(De La tarde).
En Guillermo Matta est, cabalmente, la montaa de los romnticos:
lejana, etrea, ideal, motivadora. Su poema Al pie de los Andes es, sin duda,
la mejor prueba de lo afirmado.
74
(40)
(41)
(42)
, Excursin a
(43)
75
Pichidegua, volcanes Osorno, Calbuco
(44)
(45)
poetas.
En efecto, los narradores ms destacados de la generacin se
preocuparon apenas del paisaje, considerndolo slo como teln de fondo de
acontecimientos humanos y, a veces, relacionndolo con sus sentimientos. Es
el caso de Alberto Blest Gana, el primer gran novelista chileno, a quien el
paisaje no llam mayormente la atencin
(46)
(48)
. Si bien incluso
el ttulo de una de las partes en que han sido divididos sus relatos histricos es
Entre las nieves, la cordillera aparece en su obra slo fugazmente, como marco
de episodios en que los personajes principales son figuras relevantes de la
poca de la Reconquista. He aqu un ejemplo: Pasada la cumbre de los
Andes, en las primeras faldas del lado opuesto y entre las escarpadas
sinuosidad cuyas asperezas se presentan a los ojos del viajero suavizadas por
un manto de perpetua nieve, se levanta, como avergonzado delante de los
gigantes picos de granito que lo rodean, el solitario albergue que ofrece amparo
contra los hielos y que ha sido bautizado con el modesto nombre, que bien le
cuadra, de Casucha de las Cuevas.
76
(50)
yA
(51)
(52)
(53)
; y Diego Barros
(54)
77
(No hemos tenido acceso a la novela El loco de las montaas, de Daniel
Barros Grez, cuyo manuscrito indito est en el Archivo Nacional. Tendr,
como indica el ttulo, algo que ver con la cordillera?)
#
Los poetas de la generacin, en cambio, tocan algo ms el tema
cordillerano, a la manera romntica, desde luego.
Ello es evidente en Eduardo de la Barra, que fue en su poca el primero
de los poetas que hoy tiene Chile, al decir de Rubn Daro
(55)
. De la Barra nos
dej su mejor creacin de este tipo en Los buitres, sueo terrible en el que un
accidentado al escalar una gran montaa va a ser devorado por los pjaros
enormes que dan nombre
:
Dorma en la montaa el fuego, oculto
bajo la nieve eterna. Una maana
la montaa temblando se despierta,
el fuego ruge y en la cumbre estalla.
As mi amor dorma
silencioso en el cliz de mi alma,
bajo la nieve espesa; ms, al verte,
despierta, brilla, poderosa su alma,
y se alza a padecer Fiero rugiendo
como el fuego voraz de la montaa
sale a la luz del da,
y su escondida lava
sobre un campo de hielo indestructible
78
para morir luchando, se derrama!
#
Domingo Arteaga, en cuya obra se medita profundamente sobre el
destino del hombre, dijo su admiracin por la cordillera en las cuatro primeras
estrofas de Los Andes del genio, para destacar, comparativamente, otras
alturas de ms grandioso giro: las del genio humano. He aqu un fragmento
del poema: I
Sublime cordillera, ingente mole
de salvaje belleza,
tu multiforme majestad admiro,
tu elegante belleza,
de tus curvas ya tmidas, ya osadas,
el ddalo infinito,
tus inmviles ocanos de nieve,
de mrmol y granito,
y tus altivas crestas coronadas
de llamas y de hielo,
que miran a sus pies nacer el rayo,
que suben hasta el cielo,
y los risueos valles que cobijas
en tu abrigada falda,
de eterna primavera pinta rosas
en cuadros de esmeralda.
79
II
Mas hay otra sublime cordillera
de ms grandioso giro,
ms altiva, ms bella y majestuosa,
que a un tiempo amo y admiro:
Son del genio del hombre las supremas
inmortales alturas,
vertiginosos picos que escalaron
excelsas criaturas.
Moiss, Confucio, Scrates, Homero
No hay aqu el sentimiento de la montaa, por supuesto; pero hay la
comparacin que presupone un conocimiento y un recuerdo, lo que ya es decir
cercana. Es hermoso, en todo caso, el contraste entre fuego y hielo, los dos
elementos que desde antiguo han entregado su simbolismo al quehacer de los
poetas.
En este poema destacan tambin las expresiones extremas, propias de
lo romntico: sublime, ingente, salvaje, majestad, grandeza, Todo es infinito:
ocanos de nieve, de mrmol, de granito; crestas que suben hasta el cielo;
eterna primavera.
80
digno altar del Creador Omnipotente,
en cuya nieve blanca y transparente
del vivo sol la llama reverbera:
! Bendiga Dios tu mole que altanera
alza a los cielos tu arrogante frente,
como inspirada de un deseo ardiente
que la tierra y el cielo unir quisiera!
! Deje que trepe tu eminente cima
y vuele audaz hasta la opuesta zona
el gran autor que todo lo reanima!
! Al par de tu grandeza, el mundo asombre
la industria humana, y sirva de corona
al portento de Dios la obra del hombre!
Dicha admiracin de Soffia por la montaa se advierte tambin en
composiciones como la que, dedicada al valle de Aconcagua ---lleva ese
ttulo---, expresa en versos entusiastas la impresin que le produce la
hermosa, nevada cordillera:
Y cerrando el confn, nobles y grandes,
! Padres de esa regin, se alzan los Andes !
81
#
Al trmino de la sensibilidad romntica, tan prdiga en Europa con el
tema de la naturaleza, y particularmente con el de la montaa, nuestro balance
es escaso: Prez Rosales, la gran figura, entregndonos una cordillera
antirromntica, pragmtica, vivida; Vallejo, con una sola, pero elocuente
intervencin; y algunos poemas de Matta, de De la Barra y Soffia, que dan
cuenta de un reencuentro del sentido que desborda ahora, con claridad, lo
meramente natural.
82
TENDENCIA NATURALISTA.
La sensibilidad romntica dio paso al Naturalismo, que, al decir de Emile
Zola, es la frmula de la ciencia moderna aplicada a la literatura
(57)
: tendencia
(58)
83
84
los Andes majestuosos,
ejrcito compacto de gigantes,
con sus altos volcanes centelleantes,
con sus nieves eternas,
con sus hondos ventisqueros
y sus oscuras, lbregas cavernas,
imponente alfabeto de granito
do el sabio deletrea
el poema que canta a lo infinito.
Hay, tambin, en las estrofas iniciales de la oda en referencia, la visin
de la montaa dadora de vida, como haba sido expresada por los jesuitas
Ovalle y Molina siglos antes:
Cuando derrama el sol en la llanura
su fecundante lumbre,
ha iluminado ya con su luz pura
las rocas ms nevadas de la cumbre;
confidentes adustas de los cielos,
aunque el rayo las hiere
y el huracn tremendo las azota,
saben que nunca muere
el rico manantial que de ellas brota
y se desliza por la agreste falda
para ir a derramar en la pradera,
llevando el arco iris en su espalda,
las galas de una rica primavera.
Pero la culminacin de esta temtica en la obra de Prndez es su pico
En la cumbre de los Andes, poema del que Silva Castro ha dicho: Su elogio
de la cordillera de los Andes es uno de los grandes momentos de la poesa
americana en la cuerda descriptiva
(62)
85
La verdad es que no hay slo descripcin en este poema. Una vez ms,
en el fondo est la bsqueda de Dios por parte del hombre ---lo dicen tres
versos finales del poema---, si bien ste es apenas tomo mezquino /
comparado con tal magnificencia. La relacin hombre-Dios se establece, pues,
a travs de una montaa-altar:
Soberbio altar!, le sirve de incensario
un volcn con sus negras espirales,
y el hombre, sacerdote temerario,
con sus grandes anhelos inmortales
oficia all
La montaa, trono y fortaleza, tiene a sus pies las ciegas
muchedumbres, ese hormiguero humano que, sin embargo, paradojalmente,
es tambin altiva raza que a veces llega a su cima para buscar de Dios la
eterna lumbre. Se entiende, entonces, que esta ara de piedra sea alabada en
definitiva como obra maestra de la Naturaleza.
Hay algunos elementos destacables.
86
Es difcil definir el Modernismo, pues se trata de un complejo de
significaciones profundas.
(63)
. Es
---romanticismo,
parnaso,
naturalismo,
simbolismo,
agona
romntica---, que, por esencia, son contradictorias, sino que tambin distintas
formas del espritu y encontradas pocas histricas. La Francia del siglo XVIII
se hace una con la Francia del naturalismo y del positivismo. La espiritualidad
cristiana del romanticismo decimonnico se confunde con el paganismo de la
Grecia apolnea, como ha sealado Mario Rodrguez
(64)
87
y yrguete de pie sobre los Andes.
Sube al ms alto de tus altos montes
a ver flotar tu colosal silueta.
..
Es tuyo el porvenir. Tus cien orfeos
arrancarn a tus ms altas cimas,
como una gran legin de Prometeos,
los relmpagos de oro de sus rimas.
(Occidentales, III)
Tambin Julio Vicua Cifuentes, desde la perspectiva del ave que tiene
bajo sus pies de altsima / montaa secular, vio en
la cumbre spera
los tardos ventisqueros
seguir su marcha ecunime
en la regin del sud,
y escuch de los tomos
los ruidos agoreros,
cuando a rodar preprase
el vestigoso alud.
(El canto del cndor).
#
Otro poeta modernista, Augusto Winter, dej un da su plcido lago Budi
para seguir, en versos cadenciosos, el vuelo de los cndores. Pero no todo fue
belleza: los grandes pjaros monteses bajaron hasta la res muerta, al festn
inmundo; y el descenso no termin all, pues Winter compar aquello con la
actitud de ciertos hombres cndores En todo caso, es un poema hermoso,
cuyo ritmo, e incluso su disposicin tipogrfica, nos lleva a vivenciar el vuelo
circular y terrible del gran depredador:
Altivos cndores,
88
en raudo vuelo
majestoso,
las altas cumbres
de las montaas
dejando atrs
Sin embargo, ms all de la descripcin bien lograda de este poema,
queda en pie la caracterstica naturalista de la denuncia de la injusticia social:
esos hombres-cndores, aparentemente grandes a la distancia, que se
muestran en su verdadera dimensin cuando bajan a la llanura:
vistos de cerca,
voraces buitres
llegan a ser.
No trepida el hablante, dejando atrs nostlgicos cisnes y raudos
cndores, en decir la verdad con voz firme:
Yo los he visto
por estas tierras,
como el presagio
cierto y seguro
de una funesta
calamidad,
correr ansiosos
tras de la presa,
que es el sufragio
del pobre pueblo
que ve burlada
su libertad.
#
89
Samuel
A.
Lillo
busc
en
la
observacin
de
la
naturaleza,
(65)
Fue esencialmente un
90
todava
el sol antes de morir.
Una de las composiciones de Samuel A. Lillo ms logradas en torno a
nuestro tema, es La epopeya de los cndores, perteneciente Canciones de
Arauco
(67)
(68)
91
Los volcanes, especialmente, fueron testigos, y podran en el futuro ser
parte activa segn el poema, en la lucha:
Tolhuaca y Llaima, Villarrica, Antuco,
ah se alzan los volcanes tutelares,
atalayas en la alta cordillera:
son los mismos que vieron las hazaas
de los gloriosos e indomables toquis;
y si maana nos movieran guerra
ellos mismos alzaran sus incendios
como banderas rojas que llamaran
a remover la gloria de otros siglos.
(Los volcanes)
Hay intensidad y grandilocuencia en su canto.
92
..
Abismos, cataratas y volcanes,
inaccesibles cumbres de la nieve,
cabezas de patriarca o de titanes,
violencias inauditas de la roca
que en el vaco sin temor se atreve,
tienen una atraccin mezcla de espanto
que al ms osado espritu conmueva.
Al acaso tambin en un engaste
de dos bloques, se mira solitaria
una tmida flor, como un contraste
entre una imprecacin y una plegaria.
93
Antonio Brquez, al igual que otros hombres de letras, no slo vivi a la
sombra tutelar de la cordillera andina, como todos los chilenos, sino que tuvo
oportunidad de visitarla, como se evidencia en algunos versos autobiogrficos
del poema recin citado:
Por sendas imposibles, atrevido,
caracoleando entre esas arideces,
a las ms altas cumbres he subido
con temor y energa, ya dos veces.
En consecuencia, era inevitable que las montaas fueran presencia
importante en su obra.
#
Los narradores de la Generacin de 1897, a diferencia de los poetas,
tuvieron, al comienzo, un inters secundario por la naturaleza: en Orrego Luco,
() y no digamos en Baldomero Lillo, el campo pasa a ser marco decorativo
(69)
.
Luis Orrego Luco, en efecto, en el prlogo a sus Pginas americanas,
(70)
aparece en todas sus obras como teln de fondo, como ha sealado Graciela
Illanes: se nota que impresiona en forma especial al escritor la cordillera de los
Andes, cubierta en parte o totalmente por la nieve. No falta en ninguno de sus
cuadros y siempre la vemos teida de color violeta, nevada en la punta, con
toques nacarados, albos encajes y suaves veladuras
(71)
94
partiera, concretando su ciclo natural y, paralelamente, dando vida a una
hermosa metfora moral y, en otro sentido, ecolgica.
#
Federico Gana es ya algo diferente.
descubri el campo chileno.
(72)
del
paisaje:
La
(74)
primera
nieve
ha
comenzado
caer
silenciosamente: el campo est blanco y sin vida; el ro, desbordado, brilla, all,
a la distancia, con reflejos de cobre, y mientras rugen sus aguas embravecidas,
silba el viento, y la noche parece envolver en una sombra azul y fnebre la
muda extensin del valle(75).
95
El
(76)
rompen las olas del mundo; all, donde todo es natural, donde la creacin est
libre todava del sello profanador de la mano del nombre, es ms grata la vida,
se siente la presencia de Dios en la fuerza creadora que pregonan sus obras y
se olvida involuntariamente cuanto fuera de all existe
(77)
(78)
(80)
96
obra que, si bien ajena a nuestra cordillera, tiene un claro objetivo en relacin a
ella: Este libro es un simple diario de la vida en una aldea suiza, durante la
estacin de los juegos sobre la nieve y el hielo, que se conocen con el nombre
genrico de sports de invierno. Nos ha parecido que podamos hacer algn
bien si logrbamos inducir a nuestros compatriotas a iniciar estos sanos
ejercicios y las excursiones en las Maravillosas Montaas que nos dio por
baluarte el Seor. (81). Al terminar este relato, el escritor-periodista que est
situando a la cordillera en primer plano como factor que determina al hombre
---anticipo del mundonovismo ad portas--- expresa: La montaa nos guarda en
su regazo como una madre, nos oculta cuitas que quedaron del otro lado y
sonrindonos con el viejo rostro de sus rocas y la virgen caricia de sus nieves
nos invita al olvido, el reposo y la esperanza
(82)
97
#
Hubo un ltimo escritor de esta generacin que ubic una de sus
creaciones en los Andes australes: Alberto Edwards. En su cuento La luz en el
monte, el narrador relata su intervencin en la asombrosa historia ocurrida a
Enrique Manzano y Rosa Valdivieso en los baos de Guadava, modesto y casi
ignorado establecimiento termal perdido en los ms recndito y enmaraado de
las selvas que cubren las faldas de los Andes del alto Cautn (83). Es verdad
que el inters del cuento se centra en el suspenso argumental, pero no lo es
menos que ello slo es posible gracias al ambiente de misterio y supersticin
que emana de las montaas sureas. En todo caso, hay lugar en relato para el
sentimiento de la naturaleza: A medida que nos acercbamos a la cordillera, el
aire se hizo ms sutil, los bosques, humedecidos por una lluvia reciente,
presentaron tonos ms vivos y animados. Respir con ansia el soplo fresco de
los Andes, una de cuyas cumbres, cubierta de nieves, apareci un instante
entre dos robles colosales (84).
#
Sintetizando: en la generacin modernista, nuestro tema se dio con
cierta profusin en los poetas, los que, si bien eran de categora menor,
superaron los, al decir de Mario Rodrguez, balbuceos decimonnicos (85),
preludiando el ascenso vertiginoso que experimentara la lrica nacional en la
generacin siguiente; y, entre los narradores, el tema apareci con Gana,
adquiriendo en Silva Vildsola el impulso que en adelante no se detendra.
#
El alud cordillerano se produjo en la tercera generacin de la
sensibilidad naturalista, denominada Generacin de 1912 o Mundonovista,
segn el trmino acuado por Francisco Contreras en su Proemio a El pueblo
maravilloso (86).
98
Para los mundonovistas, el aspecto dominante es la representacin
cclica de la vida del pas con el afn de fijar sus particularidades tpicas hasta
integrar una vasta imagen de totalidad
(87)
Se trata de alcanzar lo
(89)
99
Del mar a la montaa, cant la orografa verde de la cordillera de la costa
---casi siempre Nahuelbuta---, manifest tambin en algunos versos su
sentimiento hacia el macizo andino:
Yo amo esas tierras como adoro al Ande
porque es digno de amarse lo que es grande.
(La Tierra).
Destaca en este sentido su poema Selva Patria, del que emerge la
mitificacin del hroe mapuche transfigurado en el paroxismo volcnico:
Sueo, pasa! Trepa, mente!
No te pares en la falda
de la montaa rugiente;
deja la selva a tu espalda;
huella riscos, sube! sube!
alcanza la enorme tea
ya flota la ardiente nube,
ya el crter relampaguea,
ya del volcn sofrenado
revienta la inmensa voz:
gran Toqui, ya te han vengado!
Caupolicn, ya eres dios!
Tal, oh Montaa! el gran da
de tu gran siglo
#
Toms de la Barra, poeta menor, dedic tambin una composicin a
los Andes- a cantar algunos aspectos de la, en sus palabras, hermosa
cordillera. Del mismo modo, Francisco Contreras, que describi la cordillera
de la costa en La montagne ensorcele
(90)
100
(91)
hay el simple verso suelto, sino poemas enteros que tocan el tema.
. Ya no
Y ya no
hay simple descripcin sencilla y difana de algo que ha llegado muy adentro.
El propio poeta, en Ofrenda, dedica su obra al montas:
Al que vive en la montaa
(92)
101
Viento de la montaa,
qu sutiles cadencias
en tu canto profundo!
Los rboles suspiran
en tu queja, y los pjaros
y la yerba menuda.
Al rimar las corrientes
un mensaje amoroso
del ocano entregas.
Viento de la montaa!
esta noche contigo
quiero ir a vagar
por las speras sierras,
por los valles fecundos,
por las nieves azules;
ser eco en la hondona,
ser gemido en los bosques,
ser vapor en las nubes.
Y si me dejas solo,
ser bandera de luna
o fugaz llama de oro.
Hay aqu ms que acercamiento. Se podra ya hablar de bsqueda, de
deseo de encuentro amoroso. La actitud apostrfica del hablante, desde el
inicio, manifiesta la competencia con un elemento vivificador, el viento, que,
adems, es sutil, cadencioso, sonoro y profundo. En l estn la armona y la
plenitud, que van despertndolo todo: los rboles suspiran, los pjaros
suspiran, la yerba menuda suspira, las aguas ---corrientes, vitales, por
102
supuesto--- se rizan, que es otra forma de suspirar y estremecerse. De ah la
vehemencia del deseo que se expresa a partir de la cuarta estrofa: esta noche
contigo / quiero ir a vagar. Pareciera que la intimidad que aporta el momento
elegido ---noche--- y la prolongacin del contigo en el encabezamiento del
verso, ms la seguridad del quiere frente a ese ir a vagar ---subrayada por la
vaguedad del objeto del querer---, hace ms fuerte el deseo que se expresa.
Hay urgencia en la bsqueda de una realidad distinta y total: speras sierras,
valles fecundos, nieves azules. Tal vez en el ltimo adjetivo est condensada
la totalidad de lo que se busca, por cuanto el azul es color que simboliza la
ensoacin, lo alto y lo bueno.
Pero el hablante no se detiene all. Quiere ms todava: ser eco en la
hondada, / ser gemido en los bosques, / ser vapor en las nubes. Quiere
encontrar y fundirse con lo hallado. Pero tampoco es suficiente, pues ser eco,
gemido o vapor, es an permanecer en los niveles de la realidad fsica. Por
eso el poema concluye hermosamente que incluso la compaa del viento,
cuando se haya encontrado lo que se busca, limitar tal encuentro. Ser mejor
estar slo, para trascender ---en las lunas de la locura, dira Gabriela Mistral--a los estados del alma que el espacio montas es capaz de producir: ser
bandera de luna / o fugaz llama de oro.
Mirando la montaa me siento fuerte. Creo
que soy compacta roca que se ha incrustado en ella;
en los flancos obscuros o en la alba cima, veo
el eterno adorar de la flor y la estrella.
No s cul es mi norte. Soy roca rediviva
y rbol y arroyo, onda de mar y viento, bruma,
rayo de sol... La muerte obsedente se esquiva
y van conmigo el lirio, la quimera y la espuma.
Se advierte tambin en estos poemas la ntima relacin naturaleza-hombre
y la poesa ingenua y maravillosa de las consejas y supersticiones
cordilleranas:
103
transfigurar
delicadamente,
con
acabado
lirismo,
realidades
(93)
104
corderito regaln de aqulla, que haba sido arrebatado por un depredador. E
igualmente revelador en cuanto a nuestra temtica, es E la cordillera, que
canta nostlgicamente al lugar feliz:
Qu alegre es la va
e la cordillera,
al meno en los das
e la primavera!
Mi paire era el dueo
e toa la nievera
e la mina e cobre
y e la cantera,
y e la quebra
e la lastimista,
queran unos riscos
onde nadie habita.
Que en londe tena
ranchos e vaqueros
y un corral a un lao
pa guardar terneros.
................................
Que va tan gena
cuando ramos nios,
ya no hay desos goces
ni desos carios!
................................
Y pensar que aquello too est pasao!
Y pensar que aquello too est perdo,
que ya la banda toa se ha volao
y que ya no quea ni siquiera el no!
vendimos las tierras,
vendimos la mina,
y toos re tristes
105
nos juimos asina.
Seguimos la va
bien desamparados,
unos por los riscos,
otros por los praos,
y toos pensando
en lo geno quera
esa va alegre
e la cordillera!
#
Luis Felipe Contardo, a pesar de la lejana espacial, no logr sustraerse al
recuerdo cordillerano: en Italia escribi El guila, poema que, incorporando a
Cantos del camino
(94)
hbitat:
De cerca humanos nunca te vieron!
amas las cimas negras de los volcanes,
y habitas los barrancos que sacudieron
con sus hombros de fuego los huracanes.
Cuando, barriendo nieblas en las fragosas
sierras, el sol que triunfa las crestas baa,
de la cumbre en el agrio pen te posas
como salvaje reina de la montaa!
Hay, tambin, descripcin paisajstica e ntima relacin hombre-naturaleza
en su poema narrativo Flor del monte (95):
Ha cado en las montaas mucha nieve:
entre brumas el sol apenas brilla
sobre el valle aterido...
106
Y poco ms.
#
No poda faltar el tema cordillerano en la copiosa produccin de Vctor
Domingo Silva.
La neblina se arrebola
enredada en la espadaa
que tremola.
Inmenso, nico, el instante!
De quin, de dnde el conjuro?
Cada risco es un diamante,
cada picacho una fragua,
y tiembla un haz de oro puro
sobre el cristal verde obscuro
del agua...
del agua quiera y dormida
que en su espejo
nos da ntido el reflejo
de otra montaa invertida!
Ms all de la delicadeza con que el hablante une lo grande a lo pequeo
----neblina enredada en la espaada--- o de lo preciso de la descripcin de la
107
ltima coloracin del sol ---la nieve arde, cada picacho una fragua---, importa
aqu el sentido del ltimo verso. Es cierto que el reflejo de la montaa en el
espejo de agua quieta y dormida produce la imagen de otra montaa
invertida.
(97)
, cuyos
(98)
dijo en tono
108
que tiene cien aos de olvido;
bajo la red de la maraa
el caminito est dormido.
Su soledad es tan amable
que slo cruza por su anchura,
como un color inacabable,
un tenue hilito de agua pura...
#
Y de pronto aparece Pedro Prado, primero en el tiempo de nuestros
grandes poetas.
Prado se refiri en ms de una ocasin a la cordillera. En La reina de Rapa
Nui, culpa a la montaa de la vocacin martima de los chilenos: La cordillera
nos empuja al mar, y si la contemplamos a la distancia, azul y empenachada de
nieve, nos parece una ola gigante floreciendo su espuma; y si trepamos por ella
vemos, en los das claros, un ocano inmenso
(99)
. En otra oportunidad,
(100)
(101)
(102)
Cada vez, desde ese momento, hay mayor comunin entre l y la Naturaleza.
Incluso la ceguera contribuye a separarlo de lo simplemente humano.
El
109
tal modo al universo que es capaz de hablar con las aves, los arroyos, las
rocas. Pero ello no es suficiente. La tensin espiritual exige an ms y la
necesidad de lo imposible, de llegar hasta cumbre ltima del cielo
(103)
, lo lleva
(104)
Lentos
suben hacia lo alto los rayos del sol. Las nieves se encienden, y mientras por
la base de las montaas con cendales de bruma, trepa, azul, la noche, a esa
hora todos los valles de Chile se iluminan lentos con el resplandor de la altas
110
nieves lejanas. Es una luz rosa, suave e incierta, como la primera que fluye,
dbil, de las lmparas encendidas del crepsculo.
Las cordilleras lentamente se apagan.
Grises, parecen an ms
111
ocultando las serranas de la otra orilla, aquellos rboles solitarios se llenan de
una trgica melancola, porque parecen arraigar en el extremo ltimo de la
tierra, al borde del gran abismo. Y quien a esa hora as los contempla y as los
siente, ve cmo ese agreste y remoto rincn cordillerano, firma de rocas y de
su silueta altiva, avanza contra la niebla insondable como si fuera la proa
misma de la tierra. El ro, abajo, olvidado, despendose, truena. Al or su voz
y sentir el viento que se levanta, slo se piensa en el rasguido de invisibles olas
desconocidas.
#
Gran nombradota, la llam de cien maneras felices: Madre yacente,
Jadeadota del Zodaco, Arca tendida de la Alianza
Gran viajera, la llev por todas los caminos ---tiempo, espacio--- en su
corazn:
En montaas me cri
con tres docenas alzadas.
Parece que nunca, nunca,
aunque me escuche la marcha,
las perd, ni cuando es da
ni cuando es noche estrellada,
y aunque me vea en las fuentes
la cabellera nevada,
las dej ni me dejaron
como a hija trascordada.
Y aunque me digan el mote
de ausente y de renegada,
me las tuve y me las tengo
todava, todava,
y me sigue su mirada.(105)
112
Hablar de la cordillera de los Andes en nuestras letras es hablar de
Gabriela Mistral: una mujer empapndose en la belleza alba e ingente y mil
montaas impregnando una gran obra potica.
As lo entendi Dmaso Alonso:
Andes blancos, un valle con luna:
Gabriela Mistral. (106)
As, Sabat Escarty:
T, Gabriela Profunda,
mujer de cordilleras. (107)
As, tambin, Alfonso Reyes:
Montaosa y profunda como los barrancos y las
arrugas granticas de los Andes; severa y solitaria en sus alturas de nieve,
mansa y juguetona en los deshielos que baan con su caricia las risueas
laderas (108).
Y as todos cuantos han escrito sobre nuestra principal poetisa.
Es evidente. La propia Gabriela lo declar a Alfonso Reyes: Eso de
haberse rozado en la infancia con las rocas es algo muy trascendental
(109)
. O,
(110)
113
Y yo te llevo cual tu criatura,
te llevo aqu en mi corazn tajeado,
que me cri en tus pechos de amargura,
y derram mi vida en tus costados!
(111)
114
ceido / de cien montaas o de ms (Todas bamos a ser
reinas).
cuando sueo la Cordillera# (Cosas).
all en un claro de mi Cordillera (Recado de nacimiento para
Chile)
del cactus de la montaa (La otra).
fragancias cerro a cerro (La fervorosa).
parece mi Cordillera (La piedra de Parahibuna).
bajando la serrana (Vertiente).
en el aire de los Andes (Noel indio).
perd cordilleras (Pas de la ausencia).
Etctera.
Una tercera constatacin es el dominio que la poetisa tiene del tema y la
pasin con que lo expresa, comulgando con l, hacindose una con la montada
en un pantesmo que anula los lmites de lo real y lo irreal:
Carne de piedra de la Amrica,
halal de piedras rosadas,
sueo de piedra que soamos,
piedras del mundo pastoreados;
enderezarse de las piedras
para juntarse con sus almas!
En el cerco del valle del Elqui,
entre la luna de fantasma,
no sabemos si somos hombres
o somos peas arrobadas!
(De Cordillera)
(Sin embargo, Gabriela, con humildad ante la gran tarea expresiva,
escribi en nota a Cordillera: Suele echarse de menos, cuando se mira a los
monumentos indgenas o a la Cordillera, una voz entera que tenga el valor de
allegarse a esos materiales formidables Yo s muy bien que doy un puro
balbuceo del asunto)
115
Para ella, la
(112)
. En efecto, en su
116
lugar sagrado: La cordillera es vista como divinidad, renovando los viejos mitos
telricos indgenas, y no simplemente como un gigantesco fenmeno orogrfico
o de relieve. Se producir entonces, por la va potica, una desrealizacin de
sus contornos objetivos para adquirir otros en que el principio de semejanza
har posible su representacin en una imagen arquetpica: Tellus Mater, la
Tierra Madre
(113)
(114)
117
de los medrosos pechos de nosotros.
Miedo, miedo ancestral que paraliza el alma, debido en parte al espacio
sobrecogedor, de avalancha de neveras, y en parte a la supersticin, nacida
de alguna extraa, pero real experiencia. Miedo ya anunciado en el agero:
que la tarde quebr un vaso de sangre
sobre el ocaso, y es seal artera.
Aparecen pronto las alusiones a las leyendas y mitos que pueblan
nuestros Andes, llenando de temor sus noches:
dicen que los pinares en la noche
dejan su xtasis negro, y a una extraa,
sigilosa seal, su muchedumbre
se mueve, tarda, sobre la montaa.
Ms todava:
dicen que en las cimeras apretadas
de la prxima sierra hay alimaas
que el valle no conoce.
O esta otra situacin que, al igual que las anteriores, figura en las
creencias no slo de nuestros montaeses, sino tambin en las de muchos
pueblos alpestres del mundo:
acaso
los muertos que dejaron por impuros
las ciudades, eligen el regazo
recndito de los desfiladeros
de tajo azul, que ningn alba baa.
118
(No nos recuerdan estos versos, vvidamente, Una noche en el Monte
Pelado; de Modesto Mussorgsky?, en la versin visual de Walt Disney)
Ms all de la descripcin, del conocimiento y de identificacin con el
sentimiento mtico, hay, adems, un entremezclarse de almas, un posesionarse
y fundirse hablante y montaa:
me va ganando el corazn el fro
de la cumbre cercana.
O bien:
que hace fro y angustia.
Volvamos a la experiencia personal: quien haya sentido apretrsele el
corazn en medio de un ambiente como hay muchos entre los picachos
tremendos de nuestra cordillera, no podra discernir con precisin hasta qu
punto el fro y la angustia son problemas puramente fsicos o psquicos, en
forma separada; ms bien caer en la cuenta de que hay un fro psquico y una
angustia que llega a ser fsica o, mejor an, una mezcla de ambos, indisoluble
y profundamente atada al alma.
El poema en referencia concluye con una especie de exorcismo, propio
de situaciones similares. Lgicamente, la idea de la primera estrofa es la que
cierra el ciclo. Hay espanto? Hay fro? Hay angustia? Recurramos al fuego
ancestral para entibiar el cuerpo y alejar del alma los malos espritus:
Haremos treinta fuegos brilladores!
Gabriela Mistral se preocup, tambin, de los habitantes de la montaa,
tanto hombres como animales o vegetales, en hermosos y documentados
artculos recopilados inicialmente por el Padre Alfonso Escudero en Recados:
contando a Chile
(115)
119
apenas participan algunas poblaciones nuestras, seguir haciendo, poco a
poco, la escuela de las generaciones; y que se nos har evidente por calles y
empresas el que tiene y el que no tiene cordillera. (116). Y con frecuencia reitera
el alto canto expresado en los prrafos iniciales de Elogios de la tierra de
Chile:
La primera estacin del elogio para la Cordillera, terriblemente duea de
nosotros, verdadera matriz chilena, sobre la cual nos hicimos, y que, ms
voluntariosa que la otra, no nos deja caer: vivimos bajo ella sin saberlo, como el
crustceo en su caparazn, y nos morimos dentro de su puo seor. En los
valles, ella nos quita el cielo; en las abras, ella nos lo devuelve.
Cordillera regaladora de aguas donde es preciso, y ms de nieves que
de aguas; pero, es verdad, hogar puro de fuego en unos volcanes
adormecidos, que no dormidos. Cordillera despistadora, con su lomo cierto, y
que de pronto se acuerda de su vieja danza de mnade y salta y gira con
nosotros a su espalda (117).
Y no slo en sus poemas y artculos Gabriela dice la cordillera: tambin,
entregando su intimidad, lo hace en las cartas a Manuel Magallanes, como en
sta, de 4 de junio de 1921:
Ayer fui en auto a La Cisterna. Tengo all un sitio pequeo y otro en
Ovalle. Pero fui ms que todo por ver la cordillera.
Qu maravilla de resplandor, Manuel, y qu dulcificacin, por la nieve
espesa, de todo lo agrio y agudo!
No le he contado bien cmo me gust San Alfonso. Yo me cri en
Monte Grande, el penltimo pueblo del valle de Elqui. Una montaa al frente y
otra a la espalda y el valle estrechsimo y prodigioso entre ellas: el ro, treinta
casitas y vias, vias. De 3 a 11 aos, viv en Monte Grande y ese tiempo y el
de maestra rural en La Cantera me hicieron el alma.
120
El mar me gusta mucho menos que la montaa. No tiene el silencio,
dentro del cual una pone todo. Adems, su inquietud casi me irrita.
La montaa me la da todo. Me eleva el alma inmensamente, se aplaca
y se me vivifica (118)
No cabe duda. Un gran tema para una gran poetisa. Ya lo dijo Cedomil
Goic al analizar Cordillera: En la cordillera magna se lee el mensaje que dicta
una realizacin sagrada del vnculo de hombre y tierra en una sola grey, de una
sola y misma madre, como condicin y realizacin de su autenticidad, de su
fidelidad a los orgenes (119).
Fue ste, exactamente, el mensaje que capt y expres Gabriela, mujer
de cordilleras, quien, como nadie antes ni despus, se acerc a la esencia
misma de la montaa:
Puo de hielo, palma de fuego,
a hielo y fuego purifcanos!
Te llamamos en Aleluya
y en letana arrebatada:
Especie eterna y suspendida,
Alta ciudad Torres doradas,
Pascual Arribo de tu gente,
Arca tendida de la alianza.
Y a propsito de los versos finales de Cordillera, quisiramos hacer
algunas consideraciones analticas sobre este himno mayor.
Ya el ttulo ---expectativa y cifra del poema--- es decidor: en su
rotundidad y desnudez ---Cordillera--- nos lanza a un referente vlido en s
mismo, nico y alto, que no requiere de la denominacin que luego dar el
hombre prehispnico. Cordillera antes del nombre, por tanto; piedra basal de la
que partimos y a cuya significacin profunda queremos llegar.
121
En cifra mgica, este segundo de los Dos Himnos que cantan con voz
entera a una especial manifestacin natural que connota lo sagrado, se divide
en tres grandes momentos: el del asombro (versos 1 a 20), el de la
aproximacin (versos 21 a 88) y de la recuperacin (versos 89 a 146).
Hay en el primer momento una hablante admirada que toma conciencia
de esa presencia primordial y se limita a decirla.
122
A dnde nos
conduce esta marcha? La respuesta est dada por la propia hablante, que
tiene conciencia de ello desde los tiempos legendarios de Mama Ocllo y Manco
Capac: a man blanco y pen rojo / de nuestra bienaventuranza (versos 19 y
20).
123
124
(verso 34), nueva seal de que se viene de lo alto, de lo sagrado, del contacto
con Dios.
La hablante se detiene ahora (versos 35 a 44) en la descripcin de
aspectos ms puntuales de la realidad cordillerana: el camino del inca y las
ingenieras que la cruzan; los rebaos, los hombres y la msica que la recorre;
las dulzuras y durezas de valles y repechos. Hasta que surge la vida (versos
45 a 58) y, con ella, la sensualidad de la descripcin: la cordillera, extendida
como amante, reverbera, tiene carnes vivas y oye no slo el ayuntamiento del
puma y el rodar de la nevera cayendo en alud que funde elementos, sino
tambin, en imagen atrevida, te escuchas el propio amor / en tumbo y tumbo
de tu lava. Hay amor, hay unin, hay fusin, hay nupcias consumadas, hay
vida, hay creacin que se lanza incluso al plano legendario. De ah el aleluya
que se expresa entre los versos 59 y 68: la cordillera puede ser el alto ciervo
que vio San Jorge/ de cornamenta aureolada o el fantasma de Viracocha, /
vaho de niebla y vaho de habla ---lo cristiano y lo pagano, en exquisita mezcla
modernista--- o bestia negra, negra y plateada que de pie nos amamantaba,
en imagen que recuerda a la vieja loba romana.
Desciende luego la hablante a un plano de relacin personal con la
montaa, a cuya sombra amoratada vive (versos 69-70). No sugiere el
adjetivo cromtico, ms que una realidad slo parcial de las grandes cumbres,
en este caso elquinas, otra vez el color de lo sacro? Y es ese espacio sagrado
el que le produce un temple alucinado:
Hago, sonmbula, ms rutas,
en seguimiento de tu espalda,
o devanndome en tu niebla,
o tanteando un flanco de arca.
Es ya la aproximacin ltima, en que empieza a hacerse ntida la
gran fusin ---devanndome en tu niebla--- con la sacralidad misma ---flanco
de arca---, anticipacin de esa Arca tendida de la Alianza con que se
canalizar la letana final del poema y el poema mismo.
125
(No en vano
126
entendimiento, sino a su corazn. Y al no comprender, anduvimos como los
hijos/ que perdieron signo y palabra (versos 99 y 100). Los elementos de que
se vale la hablante para comparar, son eminentemente bblicos: Ya no habr,
por lo dems, separacin entre lo humano y lo divino, y el reencuentro operar
incluso a nivel del texto, especialmente en el tono de elevacin ascendente que
se va creando.
Las cuatro figuras con que se anuda la recuperacin (versos 108 y 109),
son hermosas. Otra vez somos lo que fuimos cinta de hombres, anillo que
anda, viejo tropel, larga costumbre, Espacio y tiempo ilimitados; cinta y
anillo que connotan lo circular e interminable; viejo y larga, que dice casi
atemporalidad. Es la ronda universal, ecumnica, que ahora s sabe dirigirse
en derechura a la peana donde qued la madre augur/ que desde cuatro siglos
llama. (No hay aqu otra evidencia de la prdida marcada por el advenimiento
hispano y de la recuperacin actual?) Es el canto y la danza, la espiritualidad
interrumpida, la que se reanuda y sigue la antigua andadura (versos 115 a
118). Y por si hubiera dudas, la voz explcita de la hablante lo declara: Son otra
vez adoratorios/ jaloneando la montaa (versos 118 y 120), en los que ahora
se confunden mirra y copal (verso 122), en perfecta simbiosis indgena y
espaola, antigua y actual, para tu gozo y nuestro gozo (verso 123), tambin
unin en el sentido final entre lo sagrado y lo humano.
Conseguida la recuperacin, la hablante pide por la fraternidad
americana (versos 125 a 135): Al fueguino sube el caribe, a criaturas de
salares / y de pinar lleva a las palmas, ata tus pueblos, Suelde (...) / los
pueblos rotos, cose tus ros vagabundos/ tus vertientes acainadas. Y para
ello, en grito y voces evanglicas, para borrar definitivamente dicho
acainamiento, la solicitud ltima, ya anticipada en el poema:
Puo de hielo, palma de fuego,
a hielo y fuego purifcanos.
Es San Mateo, son la nieve y la lava convertidas ahora en los smbolos
quemantes del nuevo bautismo y de la nueva confirmacin. Slo as seremos
127
dignos de llamarla en letana arrebatada ---ntese el adjetivo; no poda ser
otro---, grito final del poema que recuerda el Antiguo Testamento y a San
Agustn, y que da a la cordillera, en plenitud y como antes la tuvo, la condicin
de lo sagrado:
Especie eterna y suspendida,
Alta ciudad Torres doradas,
Pascual Arribo de tu gente,
Arca tendida de la Alianza!
#
Los narradores mundonovistas imitaron el ejemplo de los poetas. El
primero en considerar la cordillera ---en orden cronolgico de nacimiento, como
hasta aqu hemos venido revisando---, fue Joaqun Daz Garcs.
pstuma La voz del torrente
(120)
Su obra
cuadros de vida vivida en los que slo hay cosas de mi tierra, que tengo en el
alma y que estn en este libro vaciadas
(121)
(122)
, aseveracin no
128
los caballos para que no se lastimaran. En el arreo a la cordillera nunca las
cargas se descontrapesaban, porque Villar saba equilibrarlas bien, bajo los
largos lacillos de cuero con que las apretaba.
Entusiasmado, su patrn lo citaba como el ms avezado para encontrar
los senderos variables de la cordillera, sin perder el tiempo, cosa tan preciosa
en los viajes que duran quince o veinte das, de Linares a la Laguna del Mal
Barco. Slo Villar, segn el patrn, saba el lugar y la hora precisa para hacer
la siesta, bajo los robledales inmensos, durante el trayecto de la montaa, o
bajo los arbustos inmensos, durante el trayecto de la montaa, o bajo los
arbustos mezquinos de sombras, en las regiones ms altas del Cajn de
Ferrada o de la Loma de Ganso
(123)
129
Formado en la manera de Pereda y algo influido por los novelistas
franceses del realismo y del naturalismo ---Balzac, Flaubert, Daudet,
Maupassant---(126), sus producciones poseen un rasgo comn: el centro del
inters literario de esas obras ha sido desplazado desde el hombre hacia el
paisaje.
elemento
esttico,
estructurador
determinante,
en
postura
130
131
alcanza el valor literario que posee el conjunto de cuentos cordilleranos de
Latorre.
Los seis cuentos de Cuna de cndores constituyen la descripcin ms
acabada del paisaje andino en toda la literatura chilena. La dificultad inherente
a tal descripcin, denunciada, como vimos, por Ovalle y Vallejo y refrendada
por Solar Correa, ha sido superada en forma maestra por Latorre. El narrador
sabe que la mera palabra descriptiva no bastara para remontar la dificultad y
lograr la entrega de una esencia; comprende que slo con metforas atrevidas
y potentes llegar a una expresin cabal. Y as lo hace.
Basten algunos
ejemplos tomados casi al azar de entre sus cuentos: Un hlito tibio de aurora,
desflorando con sus alas leves la altura virginal de la nieve, traa, en oleadas
fugitivas, murmullo de agua corriente, tan claro y lejano que pareca el ruido de
la titilacin de las estrellas en el fondo del cielo; Pesadas montaas
recortaban el cielo, de un albor de perla, con sus irregularidades cresteras,
encajonando el valle en un valo de paredes oscuras, cuyas faldas manchaban
los mallines con su nota verdeoro de clara frescura; A esa hora, el sol pareca
entablar una lucha desesperada con el viento hasta que consegua vencerlo y
la fuerza de sus rayos envolva la sierra en una red de fuego, inmvil,
abrumadora. El canto de los arroyos, en aquel infierno de luz, tena un clido
burbujeo de agua en ebullicin.
Son, en todo caso, momentos. Sin embargo, hay un cuento de ttulo
muy decidor ---La cordillera es sagrada--- que en una de sus partes,
subtitulada El deshielo, acumula momentos de ese tipo, convirtindose en un
gran momento, cuyas palabras son la cordillera misma, entera, con su masa y
su etereidad, su silencio y su misterio.
Latorre no se conform con decir literariamente la montaa chilena. En
su afn de que muchos la conocieran, sintieran y amaran, quiso llevarla al
grueso pblico en artculos de menor valor potico, pero no por ello menos
apasionados. Uno de ellos, publicado en una prestigiosa revista santiaguina,
es Valle y Cordillera de Chile.
(131)
132
atrevidas, las enumeraciones intensificadoras de sensaciones, muestras en l,
con claridad, la mano del artista.
En la obra cordillerana de Latorre, la naturaleza tremenda y
omnipresente opac en forma total a los hombres, convirtindolos en seres que
estn tan estrechamente ligados a su ambiente que parecen reflejos de la
sierra
(132)
(133)
---, de naturaleza
(134)
#
No podramos cerrar el panorama de los narradores mundonovistas que
trabajaron nuestro tema sin recordar a Edgardo Garrido Merino y su gran
novela El hombre en la montaa
(135)
133
indgenas, al entrar de lleno a las etapas de bsqueda y comunin con las
significaciones profundas de una montaa sagrada.
134
TENDENCIA SUPERREALISTA
(137)
135
en s lmites, y slo es realmente rbol
cuando se ordena en el seno de tu renunciamiento.
(138)
(140)
136
Al igual que en el Mundonovismo, en esta generacin encontramos
grandes figuras tanto en la lrica como en la narrativa.
Entre los poetas, cronolgicamente abre la serie Jorge Hbner Bezanilla,
cuyas composiciones fueron normalmente publicadas en Zig-Zag y otras
revistas, hasta que Alone, su amigo, las reuni en un tomo: Poesas
(141)
. Se
(142)
(143)
, en el que la primera
Y en este acercamiento
137
aunque esta respuesta, en definitiva, nos deje tan enfrentados a nuestra
soledad como antes, cual se advierte en la estrofa final, de sentido desolador:
Cay el silencio sobre la montaa. Suba
la noche. Como un barco, se hunda el horizonte.
La nieve, con los ltimos resplandores, finga
un astro hecho pedazos en la cumbre del monte.
#
Uno de los poetas chilenos que ms inters ha tenido en la cordillera,
humana y poticamente ---si cabe la dualidad---, ha sido Carlos Prndez
Saldas, hijo de Pedro Nolasco Prndez, quien tambin, como vimos, se
preocup de ella.
Parte importante de la obra de Prndez Saldas tiene como temtica el
paisaje y la vida del sector andino de Ro Blanco, situado en el cajn del alto
Aconcagua. Tres libros ---Amaneci nevando
(145)
(144)
(146)
138
139
la gringa que excursiona los cerros vecinos, la complaciente Peta Morales, los
mineros Corts y Moyano, los nios serranos que ven con ojos del alma y su
escuelita montaesa, etc., etc. Y, por supuesto, determinante, llenndolo todo,
el paisaje soberbio, dominador.
El tercero de los libros cordilleranos de Prndez Saldas, Vietas de los
cerros, es un conjunto de pequeos y delicados trozos de prosa potica,
siempre en torno a Ro Blanco, de enorme sencillez y encanto. El autor los
llam, simplemente, vietas; pero bajo ttulo tan modesto se esconde la palabra
hermosa, capaz de expresar lo que toda alma sensible experimenta frente a la
vida humilde que late entre las ms altas cumbres de la Cordillera Central.
El romance Valle de la Hierba Loca es hermoso: describe el lugar con
ternura, subrayando la sonoridad del arroyo que por l corre:
Valle de la Hierba Loca
cercado por cuatro cerros,
con agua que le hace arrullo
a su corazn pequeo.
Se dice en l el porqu de su nombre y se detalla la forma de la hierba:
La hierba crece en anillos
y pone la luz en sus dedos;
tan gil para la brisa
que se los enrosca al cuello;
140
cierto que ese cromatismo hermoso contribuye a tal eleccin, la que se refleja
en adjetivos de color que generalmente trascienden la denotacin de mero
colorido, pero creemos que la respuesta se debe buscar en la predisposicin
que esa hora ---lo vimos, entre otros, en el poema Cima de Gabriela Mistral--produce en el sentimiento que se personaliza en estado nimo. En el caso de
Prndez Saldas, tal hora carga de melancola la expresin del hablante,
aunque sin llegar a la invariable cancin atribulada mistraliana.
#
Angel Cruchaga Santa Mara entra en nuestra literatura montaesa con
un solo poema: Cordillera de los Andes, de su libro Rostro de Chile
(147)
. Slo
141
A primera vista puede parecer curiosa la inclusin aqu de Vicente
Huidobro, dadas las caractersticas de su obra, mayoritariamente concretadora
de los postulados creacionistas del escritor. En efecto, poca montaa puede
esperarse de quien expres: ...el poeta se levanta y grita a la madre Natura:
Non serviam. Con toda la fuerza de sus pulmones, un eco traductor y optimista
repite en las lejanas: No te servir
(148)
puesto que el gran poeta tena, en sus obras iniciales, una concepcin esttica
diferente y porque luego, en el mismo manifiesto aludido, expresara:No he de
ser tu esclavo, madre Natura; ser tu amo. Te servirs de m; est bien. No
quiero y no puede evitarlo; pero yo tambin me servir de ti. Yo tendr mis
rboles que no sern como los tuyos, tendr mis montaas (149).
En sntesis: hay una poca del Huidobro tradicional ---hasta donde
Huidobro pudo ser tradicional---, en la que el impacto de la montaa real
provoc la expresin apasionada; y otra del Huidobro vanguardista, en la que el
poeta cre sus propias montaas. Hay montaas, al fin de cuentas.
En la primera poca, Huidobro plantea una visin de la montaa en
relacin con los sentimientos ntimos, inspiradora de versos repartidos en los
poemarios Ecos del alma, La gruta del silencio y Las pagodas ocultas. De ello
da fe la siguiente estrofa de Coloquio II:
Alma, por qu te escondes para llorar tus cuitas?
por qu eres tan soberbia, tan rebelde y huraa?
Lloras como la gruta sus estalactitas
en la gran soledad de las montaas.
Pero tambin afloran otras visiones. Tan pronto el reconocimiento de la
pureza y cuasi eternidad del rasgo orogrfico, expresado con tierno humor en
versos como stos, de La balada triste del camino largo:
A una montaa blanca que en el silencio vela
en el paisaje pone su castidad de abuela.
142
143
paisaje como un impulso bueno y una accin sublime.
El hablante ha descubierto en ella las esencias y lo expresa con esa
grandilocuencia csmica que le es caracterstica:
Pero yo te amo veo tu frente en los
astros y tu raz en los abismos. Yo te amo
porque slo t tienes rumor de eternidad
A esta altura de la etapa del encuentro, el hablante llega a la relacin
montaa-divinidad, ms vlida an cuando se reconoce explcitamente su
agnosticismo:
Oh Montaa, cuando t das sombra, tu cumbre me parece un
pensamiento o un designio de ese Dios en quien mi espritu no cree!
Tal idea de la montaa como lugar privilegiado se reitera, con ciertas
caractersticas vanguardistas ms notorias, en el poemario Adn. En dicha
obra trascendentalista, concretamente en los poemas Adn va a las
montaas y Adn en la montaa, toda la conciencia del primer hombre
despierta inquisitiva en este lugar sublime en el que, lamentablemente, no
puede radicarse eternamente:
Oh maravillosa montaa
contempladora del rodar del Universo,
muda, con tus ojos de esfinge sagrada
clavados en el Tiempo!
Oh maravillosa montaa
que serenas el alma
de plcido reposo y horas claras
El Huidobro creacionista tiene tambin su montaa. Creada, pero casi
real a veces, como en Orage, de Horizon carr:
144
Dans la montagne
les troupeaux
tremblent sous lorage.
..
Un coup de tonnerre fatigu
s est pos sur le plus haut sommet
145
que exceda
los extremos
de la tierra.
El rbol es ms alto que la montaa. Es algo habitual, puesto que la
perspectiva siempre hace ver un rbol cercano ms alto que cualquier monte
de la lejana. Pero, precisamente por obvio, a primera vista no se advierte; por
ello ese rbol inmenso, topogrficamente cerca de la luna en el poema, causa
desazn. Adems, el poeta ha cuidado que la montaa minimizada por el rbol
maysculo quede a sus pies: es la ltima palabra del dibujo.
La montaa empequeecida, menor que el rbol, necesariamente debe
estar colocada ms abajo. Y del mismo modo que la tipografa elevaba el
rbol con una tendencia a lo vertical, al referirse a la montaa de la impresin
de lo ancho y macizo. El texto es claro. La montaa ancha. No basta. La
montaa muy ancha. Tampoco basta. Debe ser una montaa cuyos extremos
excedan los lmites de la tierra. Tambin se trata de un juego, de una broma al
lector, a base de lo obvio. Difcilmente el espectador de un paisaje cercano
alcanza a ver los extremos de una montaa: ellos se pierden, ocultos por un
contrafuerte, un bosque o cualquier otro elemento.
146
(150)
147
en el lomo de la ola,
estalla la carambola
del trueno, y el atad
ancho y blanco del alud
se derrumba mundoabajo
como el tremendo pingajo
del sol en la multitud.
No es gran cosa. Podramos agregar que, en su Epopeya de las
comidas y bebidas de Chile, de Rokha exalta algunas de las posibilidades
gastronmicas habituales en la cordillera: Con bota de potro o de cabro,
aprese el jinete de charqui, aguardiente, queso y tortillas ---jams pollo, que
es para el viajero y no para el arriero---, acondicinese en prevenciones de
correones chillanejos el tacho y el cacho laboreado para la bebida, porque el
hombre de pantalones de hombre, viajando a caballo no tomar sino no vino ni
tinto, no, sino una gran cachada de guarapillejo ardiente
(151)
#
Pablo Neruda, el ltimo poeta que mencionaremos de esta generacin
---aunque sus caractersticas ms que mltiples lo hacen en realidad
inencasillable---, entreg tambin su aporte, escaso pero importante, al tema
que nos ocupa.
Es cierto que, como indica Alone, Neruda pertenece al mar
(152)
- Sin
148
de Chile, en el invierno,
submarinos,
remotos
sepultados,
en el agua invisible
del cielo sepultado (153)
Dos versos resumen el sentir el nerudiano frente a la cordillera:
Gracias, hermana grande
porque existes.
Corresponden a La hermana cordillera
(154)
149
Versos cortos, tensos, rpidos, sugeridores de la cpula violenta que
permitir la renovacin de la vida.
Vendr luego el contar las piedras recin nacidas, en letana ---forma y
color--- que va de la realidad a la ms pura poesa:
Esta es anaranjada.
Esta es ferruginosa
Esta es el arcoiris.
Esta es de puro imn.
Esta tiene verrugas.
Esta es una paloma.
Esta tiene ojos verdes.
Y todas ellas, como smbolo de la altura del lugar de la fecundacin, cayeron
desde arriba.
Se cumplir nuevamente la idea ---ya estaba en la Mistral--- de la
purificacin y renacimiento a hielo y fuego.
150
por fin llegamos sin morirnos
al sitio donde nace el aire,
por fin conocimos la tierra
y la tocamos en su origen.
Hay una fuerza desbordada en el tratamiento que Neruda da a los Andes
en sus poemas: Colegio de piedra los llama metafricamente en Oda a la
cordillera andina, otorgndoles igual connotacin que en Recado sobre
andinismo, de Gabriela Mistral; fuerza obtenida a veces del valor mismo de la
palabra empleada, otras veces de la acumulacin ---amontonamiento, diramos,
similar al de ese incomparable montn de montones amontonados que defini
el Padre Rosales--- de adjetivos, nombres, metforas, hechos, sentimientos,
como ocurre en la oda recin mencionada:
Volcanes, cicatrices
socavones,
nieves ferruginosas,
titnicas alturas
desolladas,
cabezas de los montes,
pies del cielo,
abismos del abismo,
cuchilladas
que cortaron
la cscara terrestre
y el sol
a siete mil
metros de altura
Es cierto que Neruda pertenece al mar, a la frontera lquida de nuestra
patria. Pero no es menos cierto que habra bastado uno de los poemas citados
para asegurarle un lugar de avanzada en la expresin de la otra gran frontera
chilena: la ptrea.
#
151
(155)
#
Si bien Luis Durand pertenece cronolgicamente a la generacin
superrealista, y de hecho se advierte en sus obras la preocupacin del estudio
psicolgico y del mundo de la conciencia de los personajes,
l mismo ha
indicado que el hombre est dentro del paisaje como el pez en el agua.
Su
(156)
, Hay en l,
152
pues, gran dosis de mundonovismo, por lo que casi todos los tratadistas lo
consideran criollista, aunque al decir de Silva Castro, contrariamente a otros
criollistas, no se dedic de preferencia a la descripcin de paisajes, porque el
sentido de la vista no le permita semejante esfuerzo
(157)
(158)
dulcemente, como una caricia helada. Todos los caminos se cierran. El viento
blanco es la inmensa mortaja de los arrieros de la montaa, que mueren en el
sopor de la inmovilidad junto al ganado, junto a sus perros, y sus bestias. Slo
los pjaros de la altura vendrn a abrir los ojos de los muertos cuando la
primavera vuelva a florecer
(159)
153
Sobre Juan Castro, Alone anota lo siguiente: Criollismo melanclico,
honrado y opaco. Escribi ---dicen--- la interpretacin ms documentada del
huaso cordillerano.
Es posible.
Sus
Ms bien
(161)
(163)
154
acostumbrado, no me desespero. Ni hablo en voz alta como al principio lo
haca para sentir la compaa, que la Cordillera aqu lo es todo, que adquiere
una potencialidad extrahumana, que es absorbente, que posee la fuerza de lo
inmutable; siento que estoy en su poder, que es algo monstruoso que me tiene
aprisionado, que soy ante ella lo infinitamente pequeo frente a lo infinitamente
grande y fuerte (164).
#
Si Manuel Rojas es en muchos aspectos una figura muy especial de
nuestra literatura, con mayor razn lo es desde nuestro punto de vista: adems
de sus vivencias cordilleranas iniciales al cruzar la cordillera con sus padres, a
lomo de mula, cuando tena slo cuatro aos, volvi a cruzarla, de regreso a
Buenos Aires, tres aos despus, y trabaj en su juventud en la construccin
del Ferrocarril Transandino en Las Cuevas (recurdese su cuento Laguna), l
mismo ha dejado dicho que, desde 1929 en adelante y durante muchos aos
despus, ya miembro del Club Andino de Chile, los viajes a la cordillera fueron
un precioso y muy agradable solaz y entretenimiento para mi cuerpo y mi
mente () y aunque sobre algunas de esas excursiones no escrib nada, sus
hechos, sus paisajes, las fogatas de noche, los esteros, mis camaradas,
permanecen indelebles en mi memoria.
(165)
155
all lo que nos parecieron grandes rocas chorreadas de excrementos de pjaros
y tan cerca la nieve que con unos pasos ms habramos llegado a tocarla.
Creo que en ese momento empec a amar la cordillera. Mientras est en
Chile, el chileno no sabe lo que la cordillera significa para l; es una presencia
que no percibe; siente su influencia quiz inconscientemente. Forma parte de
su vida; para donde vaya o para donde mire encuentra cerros, nevados o no,
grandes, medianos y chicos. Cuando sale de su tierra y va lugares como
Buenos Aires, Nueva York, Londres o Mosc, empieza a notar, despus de un
tiempo, que algo le falta: es la cordillera, es la nieve, el hielo y esas sombras
lejanas o cercanas que cambian de color en invierno y verano, en primavera y
en otoo y segn sea la hora del da. Recuerdo que hace unos aos, despus
de permanecer un tiempo en la hoya del Caribe, en Cuba, en Puerto Rico, en
Florida, vol de Caracas hacia Panam.
cerros les faltaba algo. Al llegar a esa enorme estribacin rocosa que se llama
Sierra de Santa Marta, uno de los ltimos cinco ramales de la Cordillera de los
Andes, sent una emocin muy grande: all estaba el hielo otra vez, ah estaba
la altura, la nieve y esa sensacin de soledad y orgullo que provocan las altas
montaas, que a veces se transmite al hombre que vive entre ellas y que otras
veces lo aplasta (166).
Esta frecuentacin de la montaa a lo largo de su vida, motiv a Manuel
Rojas la creacin de un par de giles cuentos ---el ya mencionado Laguna y
El rancho de la montaa ---, numerosos artculos periodsticos, algunos de los
cuales el propio autor reuni en A pie por Chile; la novela corta La ciudad de
los Csares, prrafos de Chile, pas vivido y algunas reminiscencias
autobiogrficas de Hijo de ladrn.
Los cuentos andinos de Manuel Rojas, que durante algunos aos escribi
como un discpulo aventajado del criollismo chileno
(167)
, son antologados
156
su autor. En ellos, como en todos sus cuentos, se advierte ya una superacin
del mundonovismo.
Los artculos periodsticos, numerosos, estn dispersos en los diarios
Los tiempos (bajo el pseudnimo Pedro Norte) y Las Ultimas Noticias, de
Santiago, y La Prensa, de Buenos Aires; y en las revista Babel, En Viaje y
otras. Varios de ellos, junto a otros,, inditos, fueron reunidos, como qued
dicho, en el libro A pie por Chile, obra que contiene deliciosos relatos de
excursiones por la cordillera santiaguina ---Lagunillas, Purgatorio, Alfalfal, etc.,
--- y, tambin, por la costa de Colchagua y Valparaso. En general, Rojas utiliza
en ellos su habitual lenguaje directo y sencillo, que trasluce, ms all de la
mera ancdota, un sentimiento profundo del hombre y la Naturaleza.
Es conveniente recordar que los artculos incluidos en el N 60 de la
revista Babel contienen recuerdos de la actividad del escritor en las faenas
del ferrocarril transandino, obviamente hablando de las montaas, con la
indicacin expresa de que son pginas excluidas de Hijo de ladrn
En la novela corta La ciudad de los Csares
(168)
(169)
(170)
modifica, para lectores jvenes ---la obra est dedicada a sus hijos---, a base
de las aventuras de Onaisn.
Tambin hay vivencias cordilleranas en Chile, pas vivido: he llegado,
en da de temporal y despus de tres horas de trepar cerros, a las mrgenes de
la laguna Rubilla () he resistido, lleno de inquietud y durante las horas del
crepsculo, la vida de un bosque precordillerano: el rumor de los ires, el
gemido del puelche, el grito del chucao () tres veces he estado en peligro de
morir entre la nieve
(171)
157
Finalmente, en Hijo de Ladrn, novela que marca el inicio de una
orientacin trascendentalista de la narrativa chilena, Rojas no pudo, o no quiso,
evitar la inclusin de lo que fue una de las pasiones de su vida: era la primera
vez vea nieve, que me vea rodeado de nieve, aunque, en verdad, no era la
nieve lo que me impresionaba, sino la sensacin de soledad que me produjo,
no soledad de la nieve, de las rocas, del ro o de las montaas, sino la soledad
de m mismo entre la nieve, las rocas, el ro y las montaas; aislamiento,
reduccin de mi personalidad hasta un mnimo impresionante
(172)
. Impresin
(173)
158
(176)
(177)
. He aqu un ejemplo: Un
airecillo suave haca de todos los olores de la montaa un perfume nico por lo
intenso. No se ola solamente aquel perfume: se gustaba al pasar el aire por la
boca camino de los pulmones, dejando sabor a menta, a polvo, a resina; se
vea cuando las hojas se inclinaban como para mejor echar su aliento exquisito;
se senta cuando los dedos del viento dejaban en la cara la frescura de su
caricia; se oa en el rumor insistente y secreto de la montaa (178).
159
En las cimas se
vea reverberar el sol poniente y esa tibieza que se adivinaba arriba tornaba
insoportable la hmeda helada de la hondura
(179)
160
(180)
(181)
(182)
Lo mismo ocurri con la cordillera chilena del norte y del sur. La del
norte merece palabras claras que informan y sealan lo esencial: La gran
anchura de los Andes en estos parajes, y la distancia que los separa del mar
(desde la costa no se divisan), les restan ese aspecto imponente que se les ve
en Santiago, donde hay das en que la claridad de la atmsfera parece
echarlos encima. No obstante, en pocas regiones como en sta podramos
encontrar diez cumbres de ms de 6.000 metros, una de las cuales llega hasta
los 7.000; altura tan grande como la del Aconcagua en la regin central
(183)
161
dolencias. En las alturas, tras los boquetes milenarios y los blancos troncos
cados, se alza algn alto pico coronado por una fumarola. Es El Volcn, la
divinidad que produce estos milagros y que, tarde o temprano, acaba con la
vida de esos mismos hombres que san, para poder aniquilarlos mejor. Algo
de eso se vio en el terrible terremoto de Chilln del ao 1939
(184)
(185)
, constituyendo una
(185 a)
#
El balance de la generacin superrealista, que por sus caractersticas no
permita abrigar muchas esperanzas en relacin con nuestro lema, es mucho
mejor, cuantitativa y cualitativamente, de lo que esperbamos: un poeta
cordillerano ---Carlos Prndez--- y la presencia breve pero decidida de dos
nombres relevantes de nuestra lrica ---Huidobro y Neruda---, ms, en narrativa,
el aporte importante de Marta Brunet, Juan Modesto Castro y Manuel Rojas,
fundamentalmente, conforman un valioso acervo de excelente literatura en
torno a la cordillera chilena.
#
162
La Generacin de 1942, denominada tambin neorrealista, se
desenvuelve como generacin polmica de fuerte concepcin poltico-social de
la literatura, que la conduce con simpata a reanudar el lazo con el
Mundonovismo al afirmar un nacionalismo literario extremadamente combativo
(186)
(187)
, slo dedic, en
(188)
#
Sobre el tema que nos ocupa, bastante ms importancia tiene Oscar
Castro.
No cabe duda de que el humilde rancagino gan un alto sitial en
nuestras letras.
cuentos distribuidos en dos libros y tres novelas, Castro es, ante todo, poeta,
gran poeta.
(El ttulo de La sombra de las cumbres
(189)
163
(190)
164
El nuevo elemento que entra a jugar, el acstico, se profundiza en los
versos siguientes: el viento ensaya sus arpas sobre los lamos nuevos,
hermosa metfora nacida de la semejanza de los alamitos con las cuerdas
sonoras del arpa, que nos hace notar, tambin, que todo est inicindose:
camino blanco, lamos nuevos sy el sonido tintineante de la esquila de la
madrina, distinto, cadencioso, expresado en ese gotea sus notas claras.
El espacio mgico, relacionado siempre con el agua, es ahora dicho en
imgenes invertidas:
El estero, en la noche,
un trozo de cielo que anda.
Arriba, el cielo fulgente,
es un estero que calla.
Y si bien el hombre que va cantando / tiene la copla mojada, hay ya un
quiebre debido al avance de lo alto a lo bajo, de la montaa al valle, de lo
positivo a lo negativo. Antes eran arroyos, agua viva, plural y saltarina de las
cumbres; ahora es el estero silencioso y casi detenido del valle. Tal vez por
eso, por el camino recorrido y el cambio que se ha producido, los cascos de los
borricos trizan el cielo y el agua. Hay un quiebre, no total, pero notorio en la
trizadura, que no poda evitarse, pues no slo la montaa, sino tambin la
noche, estn concluyendo.
A pesar de eso, sigue cantando el arriero / por los caminos del alba,
hasta llegar al pueblo, espacio cerrado que quiere abrir ofreciendo lo mejor de
s: sus canciones. Dos veces las ofrece, pero no tiene respuesta, pues la gente
no entreabre sus ventanas al ver que an queda noche.
Aqu reside el sentido ltimo del poema.
mgico y pleno constituido por la noche montaosa a la gente comn que teme
a lo desconocido? Cmo lograr contagiarla de la vida del arroyo que brue
filos de luna, de la sonoridad rumorosa del viento entre los lamos nuevos o del
canto que gotea de la campanita de la madrina? Cmo hacer que cante, como
el vendedor de canciones?
165
(192)
(193)
carga de intensidad.
#
De Andrs Sabella, el conocido poeta nortino, podemos mencionar tres
pequeos y delicados trozos de prosa potica de su libro Chile, frtil
provincia (194): Huanacos, Volcn Lscar y El huemul.
Huanacos
166
La distancia va enredada a sus patas. A veces, el viento andino puede
aventajarlos; desesperados, se esconden ---entonces--- a llorar su vejez, junto
al silencio de los indios solitarios.
Volcn Lscar
En tu silla de nieve fumas tu cigarro interminable. Abuelo de cimas y de
cndores, arrojas tus humos, envolviendo la altura como en chal de magia. Las
cumbres hablan entre s.
relmpagos.
El huemul
Tiene en su corazn aprisionado el poderosos viento cordillerano: por
esto es que corre siempre velos, esquivo y bravo.
En sus astas, el da se enrolla, como un harapo, y l lo conduce hasta los
picachos soberbios y all lo deja
En las tres composiciones, prodigios de sutileza y palabra condensadora,
sobresalen la delicadeza de la pincelada y la precisin con que se enfoca la
singular voz definitoria.
En el primer caso, es la rapidez increble del huanaco y su capacidad de
realizar extensos recorridos, todo ello dicho en una sola y apretada oracin: la
distancia va enredada en su patas.
Es notoria, la
167
venerable que verbaliza una realidad orogrfica: el Lscar es el volcn ms
antiguo y desgastado de su regin y contrapone sus formas horizontales a los
conos empinados de otros volcanes vecinos. Adems, nos introduce en una
atmsfera mgica y tierna.
El huemul es de menor calidad. Otra vez la rapidez, pero no ya
expresada como en la hermosa metfora inicial de Huanacos, sino explicada
innecesariamente en el primer prrafo. Del mismo modo, el dato erudito del
segundo prrafo slo se salva por la imagen fuerte que produce la expresin
caballo de los grandes tempestades.
El poema vale, en todo caso, por su ltimo prrafo, que nos hace desear
la eliminacin de los dos anteriores: hay temporalidad en ese enrollarse del da,
firmeza en esas astas, belleza en ese conducir el da hacia las alturas.
Distinto, Sabella. En lo escaso de su acercamiento a la montaa, ha
sabido calar hondo, expresar lo bello y dejar la sensacin de lo frgil, juguetn
y delicado.
#
Nicanor Parra, en el lenguaje distinto de la antipoesa, lanz su famoso
grito:
Viva la Cordillera de los Andes!!
(195)
168
del Himalaya
al Kanchenjunga, y miro con escepticismo la brigada
internacional
que intenta escalarlo y descifrar sus misterios.
Veo cmo el viento los rechaza varias veces al punto
de partida
hasta sembrar en ellos la desesperacin y la locura.
Veo a algunos de ellos resbalar y caer el abismo
y a otros veo luchar entre s por unas latas de conserva
(197)
#
El ltimo poeta que mencionaremos en esta generacin, ngel Custodio
Gonzlez, es fino y agudo compositor de vasta y armoniosa obra. Melancola,
cierto desparpajo y un gusto evidente por la irona no siempre sutil, marcan sin
duda su poesa, a ratos clsicamente medida, a ratos libre de todo canon.
Slo en Nombres del Amor
(198)
hermoso y decidor poema, pero de esos que calan hondo, que entregan
169
esencia, que verbalizan, que recrean en la palabra justa y nica. La montaa
est all. En plenitud. Desde el nombre mismo: Adnde iran el rojo del
otoo y el crepsculo? Y luego en muchos de sus versos, muy logrados.
Est ah;
ha estado siempre,
al comienzo del tiempo,
cuando era sueo duro bajo el agua,
o diamante ardoroso,
virginidad que Dios no revelaba.
Y la pura costumbre te cegaba
das completos, ciego.
El eterno no ver, no penetrar. El hombre viviendo a su sombra, sin darse
cuenta. Y entre ellos, uno al menos, sabindola por dentro:
Madre de hijos renovados y unos,
madrastra,
dura aya nutriente,
crecida para acunar la esperanza del valle,
de la cancin
y del agua y el trigo,
erguida
por defenderle al hombre el dulce lecho
interrumpido tantas veces,
sacrificada
en el secreto y spero ejercicio,
espalda rota,
soldadura olvidada,
reventada y quebrada
en espuma,
en muerte-vida blanca
por la sal y la niebla y la rfaga,
hundindose en el mar,
170
buscando ---al sur--- el sueo primitivo.
En el poema estn la montaa-madre, la montaa posibilitadora de vida,
la montaa inefable:
smbolo tan directo
y tan simple,
que no puedo nombrarte.
Hay deseo de apresar la esencia, de llegar al fondo:
Ah te quiero conservar montaa
con tu misma porfa de montaa,
tu terquedad de piedra;
ah te escucho,
en tu lmite mudo,
maestra del ms puro aliento,
educadora de los ojos
y del alma y la luz
Podramos seguir citando, especialmente fragmentos de la sexta y ltima
parte del extenso poema, donde se patentiza en smiles felices nuestra
necesidad absoluta de su existencia. Porque sin esa metfora crecida de la
eternidad, a dnde iran el rojo del otoo y los crepsculos y adioses?.
#
Tambin es escaso el aporte al tema entre los narradores de la
generacin Neorreoalista.
Tal vez pueda mencionarse un par de prrafos de Esprel, el paso
heroico, de Daniel Belmar:
171
Un espinazo ptreo, rojo y grisceo, ocre y verdinegro, se disloca en
hondonadas y picachos, en mesetas degradadas, en rudos contrafuertes. Los
filos enhiestos, los tajos iracundos, rasgan los ventarrones que ululan como
bestias. Las tempestades, al chocar contra las salvajes laderas, amortiguan,
rugiendo, la brutal embestida. Vuela entonces la nieve suelta de las cumbres
en finas plmulas que el viento arrastra y sacude, funde y disgrega hasta
compenetrarse de su esencia aterida.
(199)
(200)
(201)
172
norte limita la Sierra Velluda, por el occidente la Cordillera de Pemehue y por el
sur la Sierra Nevada (202)
La montaa es descrita a travs de sus detalles ms pequeos, con
conocimiento del asunto y belleza expresiva: Cada maana apareca
despejado el horizonte y apenas el sol tea de oro las cresteras, se
descolgaba el calor, resecaba la tierra, cuartendola en las alturas; en los
caminos, desmonoraba los terrones de las recientes lluvias, y el paso de
carretas y animales los iba moliendo finamente, hasta ser una capa fofa,
elevada en gruesas columnas por el ms ligero viento y convertida en nubada
ocre al ser hollada por los arreos (203).
A tono con el dolor de la impotencia y el fracaso de los hijueleros
cordilleranos, los elementos espaciales son, en general, agresivos: La sombra
trae aparejadas oscuras amenazas que se suman a la hostilidad de la
naturaleza; al puelche que abate los trigos; a la nieve, llegada a blanquear los
caminos y dar muerte, por el fro, a los animales; a los matuastos, que se
prenden a las ubres de las ovejas y se las vuelven una sola llaga; a las
tembladeras,
trampa
donde
los animales
se
hunden
entre
mugidos
(205)
, conjunto de
173
velocidad. Pasado el primer y brusco mpetu, la mole se aplaca y desciende
con lentitud, navegando sobre un bloque de nieve licuefacta que se desliza
implacable ladera abajo (206).
(207)
, breve
Hay en ella,
(208)
(209)
174
Oscar Castro y Reinaldo Lomboy son suficientes para justificar ampliamente la
presencia de la generacin en nuestro tema.
#
A priori, nada se podra esperar, para nuestro estudio, de los escritores
irrealistas de la Generacin de 1957, grupo que cierra la sensibilidad
superrealista y que rechaza la supervivencia de los ideales mundonovistas
(propios del Neorrealismo) y de las formas de expresin tradicionales
(210)
mirando exclusivamente al hombre ---sin inters por el paisaje que lo rodea--desde una perspectiva analtico-existencial.
(212)
, de Mara Elena
(213)
(214)
otros tantos animales y aves nacionales, de los que cinco son cordilleranos:
puma, guanaco, llama, huemul y cndor, citados en dicho orden. Son trozos
ligeros, juguetones, decidores, sin mayores pretensiones. Hay en ellos lo que
anunciaba el ttulo: simpata.
He aqu algn fragmento.
175
Otras veces, amanece distinto. Y (el puma) es cruel y juguetn como la
mujer que amamos. Baja entonces al valle y comienza a engaar a las ovejas
con muecas y cabriolas.
Se
polainas y botn de lana. Y debajo del pecho lleva su gran collar de la orden al
mrito, el collar de los hroes con que lo condecoraron por all en los albores
de la Patria Vieja.
#
Hugo Montes, con voz clsicamente cristalina y reconocedora del
sentido ntimo de las cosas, ha cantado a la montaa chilena, que para l es
Chile mismo:
Es hermoso, tierra, saber que t me esperas
paciente, alzada en cordillera (215)
Hay, sin duda, gran belleza en su soneto Antes del nombre
que reitera dicha plena identidad vital:
Mi pas era slo cordillera
(216)
, poema
176
y fro entre sus cimas derramado;
y si vena azul la Primavera
a adelgazar el hielo despoblado
o a preparar del ro la carrera,
nueva forma de ausencia era el cuidado,
de soledad cubriendo la ladera.
Mi pas era slo lo callado.
Cuando todo era piedra todava,
antes de la memoria y del olvido,
el viento hurgaba un nombre, Patria ma,
que tus formas llevara en su sonido.
La nieve endurecida por el viento
fue la primera en abrigar tu acento.
Son visibles aqu los elementos fundamentales y fundacionales.
El
silencio absoluto del inicio ---fro, cimas, soledad, piedra, solo cordillera--- que
no alcanza a ser quebrado por la Primavera azul; pero en l mismo, la vida
latente y penetrante: ese viento que hurguetea, que quiere ser definitivamente
en un nombre.
Hermosos son los versos finales del segundo terceto, que sealan con
ternura el sesgo agreste del nacimiento puro ---nieve, abrigar---, pero difcil,
encarnado esto ltimo en el adjetivo endurecida.
#
Eliana Navarro, con su sensibilidad de poetisa y su delicadeza de mujer,
cre el soneto La flor de la montaa uno de los ms bellos de nuestra
poesa, con su cautivadora y ejemplar sencillez, al decir de Alone
(217)
177
178
reafirmar que se mantienen las etapas de bsqueda y comunin que
plantebamos como hiptesis.
En efecto, en Carlos Prndez hubo querencia de tierras altas / y de
horizontes nevados; Angel Cruchaga nos acerc a una femineidad que le hizo
decir: pues nadie quiere vivir / lejos de tu amanecer; el propio Huidobro
quiso el silencio de las montaas y las tuvo propias en su momento
creacionista; Neruda ---no poda
TENDENCIA INNOMINADA
179
Al trmino de la Generacin de 1957, y por tanto de la Tendencia
Superrealista, se inici una nueva Tendencia, an innominada dado que su
compleja heterogeneidad dificulta una denominacin genrica, a pesar de que
por sus diferentes caractersticas y entornos podra llamarse Postmoderna,
Neorrealista, Testimonial o Documental. Est integrada por escritores nacidos
entre 1935 y 1979, los que conforman tres generaciones:
-de 1972, integrada por escritores nacidos entre 1935 y 1949, cuyo
perodo de gestacin va de 1965 a 1979 y cuyos aos de vigencia o gestin se
extienden entre 1980 y 1994. Esta generacin ha sido tambin denominada
Generacin del 70 o Promocin Emergente, Generacin Infrarrealista y
Generacin del 60.
-de 1987, conformada por escritores nacidos entre 1950 y 1964, cuyo
perodo de gestacin va de 1980 a 1994 y cuyos aos de vigencia o gestin se
extienden entre 1995 y 2009. Esta generacin ha sido tambin denominada
Generacin de los 80 o de los NN.
-de 2002, conformada por los escritores nacidos entre 1965 y 1979, cuyo
perodo de gestacin va de 1995 a 2009 y cuyos aos de vigencia o gestin se
extienden entre 2010 y 2024. Esta generacin ha sido tambin denominada
Generacin de los 90.
Las caractersticas generales de esta Tendencia, que casi no varan
entre sus tres generaciones, permiten suponer de antemano que habr poca
Naturaleza en sus obras, y por ende poca cordillera. En efecto, sus bsquedas
son otras: experimentalismo formal, abandono de formas coloquiales,
conceptualismo, incorporacin de elementos pardicos, eliminacin de barreras
arte-literatura y concepcin del libro-objeto; y en torno a las temticas,
denuncia ideolgica, descomposicin de clases, precariedad de lo cotidiano,
amor de pareja, minoras sexuales, cuestionamiento al orden preestablecido,
compromiso poltico sin concesiones, actitud irreverente de los adolescentes;
soterrado ejercicio hedonstico al asumir el erotismo, msica popular como
bagaje cultural, alienacin de la publicidad, consumismo, apologa de las
180
drogas. Y todo ello en espacios urbanos. Ajenidad, por tanto, a las montaas,
las que ni siquiera aparecen como teln de fondo.
Y si ello ocurre en la narrativa, tambin en la lrica. Podra servir de
ejemplo el poema Composicin escolar, Mauricio Redols, quien utiliza
precisamente en l la palabra cordillera slo metafricamente:
Para los jvenes chilenos que nos dedicamos a esto de la poesa
mistral, huidobro, neruda, de rohka, pezoa vliz, parra,
por mencionar slo algunas estrellas locales,
son la cordillera de los andes
y nosotros
los de hoy en la maana
no alcanzamos ni a esos montoncitos de arena
que hacen los enamorados en las playas...
(218)
181
infinitas zonas de aparente irrealidad, laberintos de espejos, sueos,
oposiciones dialcticas. Yo describira el conjunto de este acto creador con el
viejo nombre de transfiguracin(220).
La montaa real, en este proceso potico-filosfico, es despojada de sus
componentes empricos y recubierta de subjetividad afectiva; siguiendo las
palabras de Eduardo Anguita, se obtiene algo que en vez de mostrar tres
caras (naturaleza, inteligencia, subjetividad) slo muestra dos, pues la
inteligencia se resta (ya que se us ntegramente en la operacin abstractiva),
quedando un mundo slo bifronte: el yo afectivo pegado a la naturaleza
reducida a su ms simple esencia (221).
El canto es delirante, con voces a ratos bblicas:
La marcha de las cordilleras.
I
II
desde los mismos nevados desde las mismas piedras desde los mismos
vacos comenzaron su marcha sin ley impresionantes cordilleras de / Chile.
(No slo es el acento bblico; tambin hay citas textuales de decidores
epgrafes del gran Libro y de poemas indgenas americanos: Y entonces
fueron hechas las montaas (Gnesis, 2,1.); Ah si alguien llegara a saber /
por qu vinieron las montaas (Cancin aymar).
La montaa, su ser profundo, lo llena todo:
182
183
Como ha sealado Hugo Carrasco, todo mapuche es un poeta que slo
requiere una situacin adecuada para manifestar su sentido artstico del mundo
y su creatividad. (222) Adems, su identidad y creencias hacen que en sus
composiciones s aparezcan montaas y volcanes.
La expresin de sus sentimientos, hermosa y profunda, se hace a travs
de canciones o poemas, denominados l. Pueden ser Machi l (canciones de la
machi), kawi l (canciones o poemas de la fiesta), kollon l (canciones o
poemas de enmascaramiento o disfraz), paliwe l (canciones o poemas de la
chueca), ngawiwe l (canciones o poemas de pjaros), uin l (canciones o
poemas de la trilla), awarkudewe l (canciones o poemas de juegos de habas).
Se crean para usos comunales o individuales, sagrados (trayel, interpretados
especialmente por mujeres) o profanos, para varones (nnuln) o mujeres
(llamekan) o de tono elegaco. Todos se dirigen siempre de modo simultneo
a los dioses y a los oyentes.
184
contacto con el cielo ---Wenu Mapu---, de donde mana el agua que desciende
de la tierra de rostro blanco:
Como remedio
yo te traer tres clases de agua
de la bruma de una cascada.
Nadie sabe qu hacer contigo
pero yo dominar tu enfermedad
con este remedio.
Encontr sobre el volcn
al Diablo del Norte.
Para detenerme en el camino,
el me ha lanzado sus bolas de nieve
en el viento turbulento!
Yo he luchado por ti,
porque t me has llamado
Entonces encontr a mi amigo Tigre
al pie del volcn.
Me dijo:
A quin temes en el gran camino?
Le respond:
Al toro Chupei.
Caminamos tres das.
Dormimos tres noches.
Tres das y tres noches juntos en el camino.
El toro Chupei nos alcanz
donde termina la nieve.
donde estn las grandes rocas huitralcn.
El Tigre luch contra Chupei
Durante siete das y siete noches
185
y Chupei fue precipitado
desde la cumbre de la montaa.
As yo salv mi vida.
Encontr la cascada
para dominar tu enfermedad,.
porque t me has llamado.
Ella sala de las nubes,
de las nubes que son ms altas que el volcn;
y en su bruma
he tomado para ti tres clases de aguas.
He tomado el agua que traen los extranjeros
por el norte de la montaa.
He tomado el agua que cura a los guerreros
heridos en Chel Chel
y el agua que desciende de la tierra de rostro blanco
que est en medio del cielo.
Cesa de llorar.
Traigo el buen remedio
para tranquilizarte y sanarte.
Cabalgars entonces tu caballo de guerra,
Gran Capitn,
Volvers a cruzar el paso de Tromen
hacia Chel Chel,
Gran Capitn.
Y como si estuvieras ya en el pas de Huelchei-Maihu,
ms all de las ms altas cumbres
de la Cordillera,
te har volver a ver la tierra
y tus tropas innumerables,
186
Gran Capitn. (223)
En
sentido del viaje al volcn, lugar de encuentro entre suelo y cielo; la lucha por
vencer el obstculo que representa el toro antes de lograr la meta; el
simbolismo de los nmeros ---tres das y tres noches y tres clases de agua---; y
la procedencia del ltimo tipo de agua.
El sentido sagrado de la montaa aparece tambin en otras
composiciones, como en el poema Arrojar brasas y carne ardiendo, de Juan
Paulo Huirimilla:
Detrs de las cordilleras invisibles
llama Tremaukel (224);
en Llum rg kewn / Lenguas secretas., de Adriana Paredes Pinda:
Lo dijo la machi, no lo repitas.
Entraba en trance. Anda
a la montaa a esperar
que la lengua de la tierra
se abra para ti.
Iremos al cerro sobre la luna llena,
all te cantaremos. La nica manera:
escuchar los espritus al amanecer. (225);
o en Ntram. Tres, de Jaime Luis Huenn:
Agua y nieve arrastra el viento en Catripulli; los
volcanes
nos contemplan en tinieblas.
Viejo abuelo, Azul Cndor ---hablan las cumbres--pule tu hueso, tu mirada oscura y fra:
187
flores caen
para el barro y las pisadas
entre potros y becerros montaraces.
Viejo abuelo Azul Cndor, oye
a los viejos
manantiales de la nieve y los pehuenes (226)
En otras poemas, en cambio prevalece la aoranza de la distancia
impuesta por el desarraigo, como en Sueos en el valle, de Maribel Mora
Curriao:
Heme aqu, apartada de mis muertos,
perdida en el Valle del guila,
olvidada del pehun y la montaa.
En sueos he visto
que brota sangre en mi costado
No es la muerte
quien me espanta a esta hora,
sino la distancia con las montaas. (227),
o en Kintu, de Mara Isabel Lara Millapn:
Podemos ir lejos de nuestros montes
Ir lejos de nuestras vertientes,
para volver, hermano,
Para volver
Porque aqu est nuestra tierra (228);
Pero tambin, en otros poemas, se expresa el recuerdo de alguna
hermosa realidad vivida en la cordillera, como expresa la misma Mara Isabel
Lara Millapn en un poema del mismo nombre del anterior:
188
He salido a caminar por las montaas
y pregunto al viento
si guarda su voz entre los rboles (229);
o Leonel Lienlaf en Pewma ungu /Palabras soadas:
Me adentro
en estos cantos de sueos,
dormitando cerca del fuego
mientras afuera el viento
hace bailar las montaas. (230)
o Elicura Chihuailaf, en Sueo azul:
Cada ao corra yo a la montaa
para asistir a la maravillosa
ceremonia de la naturaleza.
Para que los cerros me hablen de sus sueos. (231)
O, no menos importante, para soar con un futuro mejor, como en
Aliwen, una vez ms de Mara Isabel Lara Millapn:
Me refugiar entre las flores de la montaa
cortar el lejano sueo
y despejar mi pensamiento con
hojas de maqui. (232)
#
Otro conjunto de escritores que tambin ha tocado la montaa est
constituido por aqullos que se preocupan de escribir para los nios, siguiendo
los pasos inaugurados por distinguidas narradoras chilenas anteriores, como
Marcela Paz o Alicia Morel.
189
En efecto, en Perico trepa por Chile, escrito en conjunto por ambas, hay
hermosas alusiones a las montaas chilenas, como, por ejemplo, sta:
De pronto, en una curva del camino, apareci un panorama
extraordinario: dos inmensas torres de piedra, dos montaas increbles para los
ojos de un fueguino acostumbrado a los llanos, se alzaban hacia el cielo,
insolentes en su altura. Con el atardecer, se iban tiendo de preciosos colores
y a ratos parecan de cristal con sus hielos eternos. S, eran torres de nieve que
jams se derriti
--- Qu son esos--- pregunt Perico impresionado.
--- Son las Torres del Paine, los ms altos montes en la cordillera austral
y miden ms de dos mil cuatrocientos metros de altura. (233)
O este otro fragmento, en relacin con el extremo opuesto del pas:
Por eso conozco hasta los volcanes, el Lscar y el Licancabur, esos; y
ms all las montaas del Tatio, con sus fuentes hirviendo que se elevan al
cielo al amanecer y se esconden en la noche. Se llaman geysers y de ellas
sacan energas. Esos otros volcanes, dos hermanitos, se llaman San Pedro y
San Pablo. Los ves? Todos ellos suben de 5.000 metros de altura. (234).
O en las palabras de Juanillo, en el cuento Juanilla, Juanillo y la abuela
,de Alicia Morel, ubicado en el Cajn del Maipo, en las cercanas de la capital
del pas:
Juanillo discute con los duendes de la montaa. Qu tendr el crter
del Volcn San Jos? Tal vez una gran bola de fuego que se desinfla de vez en
cuando, o una enorme fogata encendida por los pobres enanitos que viven
debajo de la tierra, helados de fro porque nunca ven el sol.
Otro ejemplo, tambin de Alicia Morel, en la Leyenda de las lamparitas,
de Cuentos araucanos;
190
En una profunda caverna, cerca del crter de un volcn, viva el Gran
Brujo () Cuando la noche estaba ms oscura, sola bajar de la cumbre
montado en una ventolera (235)
Sal Schkolnik fue otro de los anteriores escritores importantes. Y su
relato Kulum, el huemul travieso, por ejemplo, es un hermoso cuento
protagonizado por el animal chileno de los bosques sureos y de las regiones
cordilleranas y que contiene una descripcin del medio ambiente casi pictrica,
al decir de Eddie Morales. (236) Y as otros relatos en que aparecen las
cumbres cordilleranas.
Hoy son escritores ms jvenes: Ana Mara Giraldes, Jacqueline
Balcells, Manuel Pea Muoz, Vctor Carvajal y otros, que en obras como
Quidora, joven araucana, Un camino llamado Chile o Mamire, el ltimo nio,
amn de otros relatos, tocan la cordillera, fundamentalmente como teln de
fondo. As, por ejemplo, en El pequeo Meliir, de Vctor Carvajal:
El volcn estaba cubierto de nieve y deslumbr al nio con su blancura.
() La cima del volcn era un sombrero de algodn con una pluma de humo
blanco. (237)
O, en otra obra del mismo autor ---Mamire, el ltimo nio---, las
montaas del norte del pas aparecen en relacin con una vieja leyenda:
Segn deca este antiqusimo relato, los hombres alguna vez haban
podido mover las montaas con la tremenda fuerza de su fe. Ahora, en cambio,
las montaas permanecan inamovibles por la incredulidad de los hombres. Lo
cierto es que ese medioda, al igual que todos los mediodas, desde tiempos
sin memoria, no se movieron las montaas (238)
#
191
Ms all de los escritores que dedican sus obras a los nios y jvenes,
la cordillera casi no aparece. Escarbando mucho, podramos citar un pequeo
fragmento de Actas del alto Bo-Bo, de Patricio Manns:
Afuera, un macilento sol cordillerano ha roto la coraza de las nubes y
riega plcidamente las tierras altas. Estamos a dos mil metros de altura. Veo,
como en mi infancia, la nieve rodendome apaciguadamente. Puebla todas las
cumbres visibles. () Es la costilla cordillera de la Provincia de Malleco. (239);
O estos versos de Crnica del Adelantado, la singular obra potica de
Enrique Volpe, en la que Diego de Almagro, el descubridor de Chile, recuerda y
reflexiona sobre su aventura americana:
Y el sacerdote me dijo: El camino para llegar a la tierra de Chile
es el que, labrado con azadas de puro sudor por nuestros esclavos,
cruza por la cordillera alta: el rumor de las piedras mgicas,
as como la inclinacin de la luz deshilachada
de las estrellas en fuga, sealan ese camino. (240)
#
Para concluir, hay un caso muy especial, de un muy buen escritor. En
efecto, Antonio Gil, autor de cuatro excelentes novelas histricas, en su ltima
obra --- Cielo de serpientes (2008)--- toca la historia del nio indgena que fue
sacrificado en la cumbre del cerro El Plomo en honor a la venida del Inca
Huayna Capac al valle de Santiago, algunas dcadas aos antes de que lo
hiciera Diego de Almagro. El nio fue enterrado y se congel de inmediato en
esa gran cima cordillerana de 5.430 metros de altura, que se alza como teln
de fondo de la capital de Chile: el Apu, la montaa ms alta y blanca de la
regin, lo que le otorgaba calidad de lugar sagrado para los mitimaes que
habitaban el lugar hace ms de quinientos aos. En la pirca ubicada en la
cumbre misma y cuyo eje seala el punto por donde sale el sol el da del
solsticio de verano, su cadver congelado ---aunque comnmente se habla de
momia del Plomo--- permaneci all hasta 1954, cuando fue bajado por un
192
arriero y vendido al Mueso de Ciencias Naturales, donde permanece hasta
ahora.
La obra de Gil toca el asunto desde diferentes perspectivas: la del nio,
la de sus abuelos, la del arriero que lo encontr, la de los cientficos que
estudiaron el cuerpo rescatado. En ella, la montaa adquiere la condicin de lo
sacro: Se trata de un tiempo y un espacio sagrado en conjunto, simbolizado
por una cumbre cordillerana: tal es el caso del cerro El Plomo. Por eso,
expresa: Adelante los montes blancos entre las brumas y las ventiscas con
que se visten en ocasiones los dioses guardianes del valle, y Apu, la gran
montaa blanca que controla todas las cosas de la tierra, erguida en su
silenciosa majestad de piedra viva. (241)
Con aquel nio cuyo cadver congelado permaneci siglos en la cumbre
del Apu, se recupera en definitiva la sacralidad que la montaa tuvo para los
pueblos indgenas prehispnicos.
#
El trmino de la Generacin de 2002, implic el inicio de una nueva
Generacin, la de 2017, integrada por escritores nacidos entre 1980 y 1994,
Generacin que abre, adems, una nueva Tendencia. A la fecha, en las obras
de dichos escritores, fundamentalmente poetas, no aparece la cordillera.
193
MAJESTUOSA ES LA BLANCA MONTAA
(Eusebio Lillo)
panormico a la literatura
(1)
194
oportunamente. Y fuera de esta excelente recopilacin de relatos, en cuanto a
narrativa slo merece ser nombrado Ocho das perdido en la montaa, de
Manuel Muoz Tapia
(2)
(3)
(4)
Andinismo de Chile.
Hay -qued dicho- dos poemarios.
(5)
---.
195
(7)
M., quien fuera vecino de Melocotn (Cajn del Maipo), excursionista y gran
196
amigo de los andinistas capitalinos.
Es un conjunto de 46 composiciones
destinadas a decir el lugar que fue durante muchos aos escenario de su vida:
Para estar cerca del cielo
compr finca en la montaa
y constru mi cabaa
enamorado y con celo.
El ro dej a mis pies
y en lo alto el monte nevado,
y coloqu mi ganado
a buen potrero despus.
Todo el Maipo Alto desfila en sus estrofas sencillas, tal vez ingenuas:
Puente de Tierra, La Calchona, Laguna Azul, etc.; y el valle entero es resumido
---sntesis de conocimiento y amor--- en Primavera en el Cajn del Maipo.
El aporte del andinismo a la literatura chilena es, como se ve, muy
pequeo, lo que a simple vista puede parecer paradojal. La respuesta, tal vez,
est en el siguiente trozo de El hombre en la montaa, de Edgardo Garrido
Merino:
Solan toparse, al atardecer, con mozos alegres que regresaban de
bailar en una aldea cercana, o con grupos de montaeses, cansinos y
polvorientos, pero ufanos por haber llegado hasta los neveros del Pacino.
Mrelos, Lucena -le dijo cierta vez el prroco-. Esos s que disfrutan
de la montaa.
197
afanes, caminar por el mundo con el secreto anhelo de andar, camino de
ninguna parte(8).
O, si tal respuesta no fuera suficiente, podramos recordar los versos del
Paraso, del Dante.
Existen cosas que no sabe repetir
quien desciende de lo alto.
198
PERO LA MONTAA ERA TAN ANCHA
(Vicente Huidobro)
embargante?
A base de lo visto, diramos que s. Lo demuestran los viejos mitos y
leyendas indgenas que asumen remotos temores y esperanzas de la
humanidad y supeditan al hombre a los designios de un dios a veces
personificado en la montaa misma o al menos accesible a travs de ella; lo
demuestran las fras crnicas que con su realismo rompen el sentido mgico
que el indgena americano otorg a las grandes cumbres, en especial a los
apus venerados, para sustituirlo por el escueto dato geogrfico, slo
denotativo y sin atisbo alguno de poesa, a menos que consideremos como tal
la ingenuidad, con algo de ternura, de ciertas expresiones; lo demuestra la
curiosidad con que estudiosos y viajeros comienzan a examinar de nuevo la
montaa, expresando algn destello admirativo en sus relatos de corte
cientfico; lo demuestra la anticipacin estupenda del Padre Ovalle, quien en su
expresin ingenua y aparentemente descriptiva, capta la belleza y el sentido de
las alturas cordilleranas, expresndolos en trminos literariamente valiosos; lo
demuestran los acercamientos, tmidos an, de los poetas decimonnicos, que
comienzan a entrever que la montaa es algo ms que piedras y nieve y que
emiten algn balbuceo expresivo de tal sentimiento; lo demuestran las voces
alteradas y alteradoras de los poetas mayores, que perciben las esencias y los
199
smbolos y los verbalizan en composiciones recreadoras de la montaa misma
y del encuentro sacro que en ella se produce.
La hiptesis parece confirmarse: entre el antiguo indgena que vio su
salvacin en la montaa Trentreng y la exclamacin admirativa de Gabriela
Mistral Especie eterna y suspendida no hay siquiera la diferencia de la
temporalidad transcurrida, pues en ambos casos estamos ya en presencia de
un espacio sagrado que crea situaciones que estn ms all del tiempo. Por
eso, la misma poetisa ha podido decir: otra vez somos los que fuimos
A travs de la comprobacin, han ido quedando en evidencia algunos
aspectos significativos en relacin con el tema.
Si bien el punto de inicio de nuestra indagacin evidenciaba la dificultad
de cualquier intento de expresin de la Naturaleza en su esencialidad, y por
ende el de la montaa, dada su mayor carga de simbolismo y de reconocida
inefabilidad para el hombre de todos los tiempos, hemos visto que ello no ha
obstado a que tal intento se realizara.
Una primera realidad: casi no hay escritor chileno que, en mayor en
menor medida y con mejor o peor calidad, no haya tocado el asunto, al punto
de que podramos aseverar que la cordillera es temtica recurrente y valiosa en
nuestras letras.
de
la
palabra
potica ---aquella
200
instante, al decir de Blake---, como en todos los mbitos, es la nica que
permite expresar, o al menos acercarse a ello, el ser ntimo de las cosas.
Tercera
constatacin
general:
la
montaa
ha
sido
expresada
Ha sido, parcial o
Tienen razn.
No slo
201
proceso inicial en la albura de la nieve alta, la que da vida y la que quema, la
que cubre de virginidad la montaa primigenia.
Y simultneamente, a la
202
peda Bachelard, o esa quelque chose dessentiel buscada por Samivel o la
grandeza metafsica sealada por Barreda. Slo lo ha logrado un puado de
nuestros poetas, con palabra apretada y reveladora: as, especialmente, en el
encuentro ---escaso--- de Neruda con estas cosas tan speras a las que por
fin llegamos sin morirnos, declaracin que insina la casi imposibilidad del
hombre para aproximarse a las esencias; en el reconocimiento de Angel
Custodio Gonzlez en un solo gran poema que intenta traspasar el lmite
mudo de la terquedad de piedra que esconde la mismidad de la montaa; en
el delirio alucinante con que las palabras de Zurita avanzan entregndonos la
marcha sin ley de las impresionantes cordilleranas de Chile, sin duda
similares al smbolo mistraliano, agudizado en su barbarie, de aquella
Jadeadora del Zodaco; y, como punto de mxima cercana a la expresin
absoluta, hasta donde el poeta puede llevar a la palabra lo medular del ontos
montas, en la sntesis de Gabriela Mistral en Cordillera, verbalizacin de
hondo acento prehispnico y bblico que culmina con la peticin evanglica de
purificacin a hielo y fuego (San Mateo, 3, 11), diciendo entera esa carne de
piedra que, en su materialidad de referente y en la significacin profunda de la
palabra que la expresa, nos pastorea a travs de todo nuestro tiempo,
determinndonos y dando sentido a lo que fuimos, a lo que somos y a lo que
seremos, como grupo social y como individuos.
Y en todo caso, desde un punto de vista u otro, una sexta y ltima
evidencia: hay necesidad de cordillera. Est ah para nosotros y tenemos ansia
de ella. Aleluya por el tenerte; ha cantado Gabriela Mistral; Ah te quiero
conservar, desea Angel Custodio Gonzlez; nos admira y da motivos de
alabanzas al Criador, que tal belleza pudo criar, expres Alonso de Ovalle, su
descubridor para nuestras letras.
Y por eso, porque est ah y es madre y es hermosa y es buena, no
podemos menos que recordar la sntesis alta y honda de nuestra poetisa
mayor:
Especie eterna y suspendida,
AltaciudadTorresdoradas,
203
Pascual Arribo de tu gente,
Arca tendida de la Alianza!
#
Hemos llegado as al fin de este recorrido de nuestra literatura
cordillerana.
Ha sido, como en la montaa misma, un caminar hermoso y lleno de
sorpresas, entre grandes cumbres, amables valles y, tambin, quebradas
donde la luz apenas llega. Hemos tratado de mirar todo, incluso lo que con
visin ms rigorosa podra excluirse, en un deseo de mostrar lo que la
tremenda presencia andina ha motivado en nuestras letras.
Al concluir, sentimos la misma nostalgia que siempre produce el dejar
una cumbre que hemos escalado; pero terminamos satisfechos de contribuir,
siquiera con un modesto aporte, al cumplimiento del deseo expresado por
Gabriela Mistral: el chileno tiene el deber de sacar nuestra cordillera del
incgnito y decirla entera.
NOTAS
204
205
(11) Sueo con Japn, Santiago, El Mercurio, 23 de noviembre de 1975, p. 3.
(12) Op. cit.
206
(4) LVAREZ, Gregorio, Donde estuvo el paraso, Buenos Aires, Editorial
Pehun, 1960, p. 61.
(5) Monts Pacifique, Grenoble, Arthaud, 1951, pp. 201-203.
(6) Versin de Joseph Emperaire, citada en PLATH, Oreste, Geografa del
mito y la leyenda chilenos, Santiago, Nascimento, 1983, pp. 412-413.
(7) Historia de Chile. Chile prehispano, Santiago, Balcells Hnos y Co., 1925,
p.273.
(8) Crnica y relacin copiosa y verdadera de los reynos de Chile, Santiago,
Editorial Universitaria, 1966, tomo II (texto), p. 138.
(9) GUEVARA, Toms,Op.cit.,p. 402.
(10)Santiago, Arancibia Hnos, 1988.
(2)
(3)
(4)
(5)
(6)
(7)
(8)
207
(9)
Editorial
Universitaria,
1966,
vol.
Fue
publicada
originariamente en 1558.
(15) Santiago, Coleccin de Historiadores de Chile, t. II, Imprenta del
Ferrocarril, 1862.
(2)
(3)
(4)
(5)
(6)
(7)
(8)
208
(9)
(10)
(11)
(12)
(13)
OVALLE, Alonso de, Op. cit., p. 30. La palabra cumbre debe entenderse
en sentido de Portezuelo o paso.
(14)
(15)
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(27)
(28)
(29)
(30)
(31)
209
p.139: La cordillere occidental culmine au Chimborazo (6.310 m.), sommet
le plus lev de lEquateur, et qui fut longtemps tenu pour le plus haut du
monde. Esta creencia perdur hasta el siglo XVIII.
(32)
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210
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(58)
(59)
(60)
(61)
(62)
(63)
(64)
(2)
(3)
(4)
London, 1826, Est traducido: Las Pampas y los Andes, Notas de viaje,
Buenos Aires, Vaccaro, 1920.
(5)
Un testigo en la alborada
(7)
(8)
(9)
LILLO, Samuel, citado por Francisco Antonio Encina, Op. cit., t. XIV, p. 37.
(10)
(11)
(12)
O. cit., p. 49.
(13)
(14)
211
(15)
(16)
(17)
(18)
(19)
(20)
(21)
(22)
(23)
PEREZ Rosales, Vicente, Op. c. IX. Las dems citas que se harn
corresponden al mismo fragmento.
(24)
(25)
(26)
(27)
(28)
(29)
(30)
(31)
(32)
Esta Carta fue titulada Una excursin al Cajn del Maip por Ral Silva
Castro en su Antologa de Jotabeche (Op, cit., p. 209).
(33)
(34)
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212
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(60)
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(62)
(63)
(64)
(65)
(66)
SILVA C., Ral, Retratos literarios, Santiago, Ediciones Ercilla, 1932, p. 35.
(67)
(68)
(69)
213
(70)
(71)
(72)
(73)
El Padre Alfonso Escudero indica que este cuento se public por primera
vez bajo el ttulo Impresiones de infancia: Regina, en La Revista Nueva,
enero de 1901. En La Revista Catlica, de 21 de noviembre de 1903,
apareci bajo el nombre Recuerdos. Y en Zig-Zag de 13 de mayo 1906,
ya se le dio ttulo definitivo: En las montaas. (Cfr. Introduccin a Obras
completas de Federico Gana, 2 ed., Santiago, Nascimento, 1965.)
(74)
(75)
(76)
(77)
(78)
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(80)
(82)
(83)
(84)
(85)
(86)
Pars, 1927.
(87)
(88)
(89)
(90)
(91)
(92)
(93)
214
cordilleranos de Alma criolla fueron incluidos en un nuevo libro del autor:
Voces lejanas, Santiago, Editorial La Portada, 1960
(94)
(95)
(96)
(97)
(98)
(99)
(100)
(101)
ALEGRIA, Fernando, Literatura chilena del siglo XX, 2 ed., Santiago, ZigZag, 1962, p. 59.
(102)
(103)
(104)
(105)
37.
(106)
(107)
(108)
(109)
(110)
(111)
(112)
(113)
(114)
(115)
Op. cit.
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(161)
(162)
(163)
(164)
(165)
(166)
(167)
ALEGRIA, Fernando, Literatura chilena del siglo XX, Op. cit., p. 205.
217
(168)
(169)
(170)
Citado por SILVA C., Ral, Panorama literario de Chile, Op. cit., p. 292.
Santiago, Editorial Ercilla, 1936.
Sobre esta leyenda, ver el trabajo de Ricardo LATCHAM Leyenda de los
Csares. Sus orgenes y su evolucin, Revista Chilena de Historia y
Geografa N64, Santiago, pp. 193-254.
(171)
(172)
(173)
Santiago, Zig-Zag, 1945. Qued dicho que la obra fue publicada por
primera vez en 1938.
(174)
(175)
CRUZ, Pedro Nolasco, Estudios sobre la literatura chilena, Op. cit., t. III,
p. 205.
(177)
(178)
(179)
(180)
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(185 a)
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(216)
(217)
(218)
(220)
Op. cit.
219
(221)
(222)
Epu
mari
lkatufe
ta
fachant
20
poetas
mapuches
220
(2)
(3)
Revista Andina N55, Santiago, Club Andino de Chile, noviembrediciembre de 1946, p. 23. Fue reproducido en Anuario de Montaa, Op.
cit., 1956, pp. 13-15; y Revista Andina N61, Op. cit., julio-agosto de
1948, p. 19.
(4)
(5)
(6)
Revista Andina N52, Op. cit., mayo-junio de 1946, pp. 38-39; y Revista
Andina N45, Op. cit., marzo-abril de 1945, pp. 15-16.
(7)
(8)
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222
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