Revista Pasavento Nº9
Revista Pasavento Nº9
PASAVENTO
Revista de Estudios Hispnicos
vol. V, n 1
Invierno 2017
1 Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. IV, n. 2 (verano 2016), pp. 445-446, ISSN: 2255-4505
Directora
Ana Casas (Universidad de Alcal)
Jefa de redaccin
Natalia Vara Ferrero (Universidad del Pas Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea)
Secretaria editorial
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Redaccin
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Diseo y Maquetacin
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Trinidad, 5
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PASAVENTO
Revista de Estudios Hispnicos
Vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 1-173, ISSN: 2255-4505
SUMARIO
Entrevista
Viajando a lo otro desde cualquier lugar. Entrevista a Cristina Fer-
nndez Cubas
Ana Casas ........................ 141
Reseas
Amlie Florenchie y Dominique Breton (eds.): Nuevos dispositivos
enunciativos en la era intermedial
Alice Pantel ..................... 151
El concepto de intermedialidad:
una reflexin histrico - crtica
Julio Prieto
Universitt Potsdam
[email protected]
1
Aqu y a lo largo de la introduccin todas las traducciones del alemn son mas.
2
De hecho los orgenes remotos del trmino podran remontarse al primer romanticismo, como
lo indica el propio Higgins, quien nos recuerda que el trmino intermedia es mencionado ya en
Coleridge. El deseo de otredad semitica que irrumpe en las sucesivas oleadas vanguardistas del
siglo xx presenta notables afinidades con las inquietudes transdiscursivas del crculo de Jena, en
particular con nociones como la poesa expandida de Novalis o la poesa universal progresiva
de Friedrich Schlegel.
7
Julio Prieto
artista ligado al movimiento Fluxus, poeta, compositor y pionero del arte digital,
as como fundador de la editorial Something Else, que public obras de Gertrude
Stein, Marshall McLuhan, John Cage y Merce Cunningham, entre otros3 y su
primer uso crtico se encuentra en un ensayo sobre el cine vanguardista de los
aos sesenta (Yalkut 1973).4
Bien es cierto que desde sus orgenes vanguardistas el trmino ha tenido
un notable desarrollo terico-crtico, en particular en el mbito acadmico ale-
mn, as como en menor medida en el mbito francfono. Los estudios interme-
diales constituyen hoy un dinmico campo de investigacin en el que convergen
varias disciplinas y que tiende a internacionalizarse a gran velocidad. Es nota-
ble en particular el creciente inters que genera en el mundo hispanohablante,
como lo atestiguan numerosos proyectos de investigacin en curso, coloquios
y publicaciones de reciente data.5 Ahora bien, como ocurre con todo trmino
que tiene fortuna crtica, el concepto ha pasado desde su emergencia en los
aos noventa a una fase de proliferacin que conlleva un considerable nivel
de ruido y dispersin polismica, agravada en este caso por la multiplicidad de
perspectivas disciplinarias que compiten por definirlo.6 Con todo concepto que
atrae la imaginacin crtica se produce siempre una tensin entre el deseo de
fijar su sentido y un margen de indefinicin que es justamente lo que incita a la
discusin crtica, a adscribirle nuevas capas o matices de sentido en una suerte
de pintura colectiva un interminable work in progress que implica siempre la
posibilidad de otra pincelada (o bien acaba siendo abandonado cuando el con-
cepto se satura o indefine hasta tal punto que pierde calidad de discriminacin
e inters para la comunidad crtica). Las breves consideraciones que siguen no
buscan fijar un sentido ltimo o definitivo de la intermedialidad: antes bien mi
propsito es deslindar en la nebulosa en expansin movilizada por este concep-
to aquellas acepciones a mi juicio ms frtiles, en particular desde el punto de
3
Higgins introduce el trmino en su ensayo Intermedia (1966), publicado en el primer nmero
del boletn de dicha editorial, Something Else Newsletter.
4
No es de extraar por ello la abundancia de trabajos que examinan la intermedialidad en el
contexto de los vanguardismos del siglo xx: vase por ejemplo Felten (2004) y Mechthild (2005).
En el contexto espaol es significativo el vnculo que de manera anloga a Schwitters establece
Ramn Gmez de la Serna en el prlogo de Ismos entre arte nuevo y experimentacin interarts-
tica: De la mescolanza de unos con otros y sus doctrinas brotar la palingenesia del arte nuevo, el
horscopo para entenderlo: entendiendo por arte nuevo esa mezcla de literatura, pintura y dems
msicas (1931: 7-8).
5
Vase, entre las publicaciones recientes, Herlinghaus (2002), Lpez Varela (2011), Gonzlez Akto-
ris (2011), Gil Gonzlez (2012), y Chiaia/Schlnder (2014). En cuanto a los proyectos de investi-
gacin cabe destacar el proyecto I+D La autoficcin hispnica: perspectivas interdisciplinarias y
transmediales, 1980-2013, coordinado en la Universidad de Alcal por Ana Casas, y el congreso
Semiosferas. Palabra, imagen y escrituras: la intermedialidad en los siglos xx y xxi (http://con-
gresointermedialidad.blogspot.decelebrado) que tuvo lugar en dicha universidad en septiembre
de 2015.
6
Un problema aadido en el mbito hispnico es el hecho de que gran parte de la bibliografa
ms relevante es de difcil acceso, al no estar traducida al espaol o a las lenguas de uso ms
comn en la investigacin acadmica.
8 Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 7-18, ISSN: 2255-4505
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vista de los estudios literarios, que es el comn inters del que parten las diver-
sas exploraciones de lo intermedial incluidas en este dossier.
Cabe preguntarse, en primer lugar, por las circunstancias histricas que
han intervenido en el auge del trmino en las ltimas dcadas. En gran medida
la aparicin del concepto de intermedialidad en el discurso crtico est relacio-
nada con la cultura global tecnomeditica del capitalismo tardo, y en particular
con la exponencial multiplicacin de soportes mediticos ligados a las nuevas
tecnologas de la informacin en continuo desarrollo desde la aparicin de In-
ternet en la ltima dcada del siglo xx. Al giro lingstico de los aos sesenta
y a la aparicin del concepto de intertextualidad desarrollado en esos aos por
Julia Kristeva a partir de los estudios de Bajtn sobre el dialogismo de la nove-
la moderna, corresponderan el giro icnico de los noventa (Mitchell 2009;
Bachmann-Medick 2007) y la difusin del concepto de intermedialidad en las
ciencias sociales y humanas.
Un par de observaciones, en cuanto a este deslinde: la primera es que la
intermedialidad no sustituye a la intertextualidad ms bien la complementa y la
actualiza, aportando una metodologa y una gama de herramientas crticas que
permiten hacer visibles fenmenos que tendan a quedar fuera de foco desde la
perspectiva del anlisis textual, pero que esencialmente siguen formando parte
del espectro de la intertextualidad en un sentido expandido. En ese sentido
diramos que la intermedialidad, ms que un paradigma alternativo sera una
versin actualizada y mejorada del mismo programa (una especie de Intertex-
tualidad 3.0, si se quiere). Desde luego no sera imposible ver en el paso de la
intertextualidad a la intermedialidad un cambio de paradigma epocal del para-
digma textualista de la hermenutica y el posestructuralismo de los aos setenta
al inters por la materialidad en los estudios culturales de los noventa, un arco
crtico que se tensara entre los polos de dos proposiciones extremas: Il ny a
pas de hors-texte (Derrida 1967) y there is no software (Kittler 1992). No obs-
tante, pensar la intermedialidad como superacin de la intertextualidad sera
no menos errneo que reducirla a una moda pasajera del discurso crtico o a
una especie de mana alemana, en la irnica descripcin de Gumbrecht (2003).
Esto me lleva a la segunda observacin: si bien el concepto de interme-
dialidad es especialmente productivo para analizar las prcticas culturales con-
temporneas, o de manera ms general la cultura de los medios masivos del
capitalismo tardo (eso que Guy Debord llamara la sociedad del espectculo),
su utilidad excede el marco contemporneo en que se enfoca este dossier y aun
el marco ms amplio de las sucesivas revoluciones tecnolgicas acontecidas en
el largo siglo xx, desde las innovaciones que transformaron el sensorium y las
prcticas de la vida cotidiana desde finales del xix (inventos como la fotografa,
la radio, la telegrafa sin hilos, el cine, el aeroplano, el automvil, etc.) hasta
la revolucin digital en que actualmente nos hallamos inmersos. As como la
intertextualidad, lejos de ser una pasajera corriente intelectual circunscribible
a los aos setenta, se ha consolidado como una categora indispensable para
el anlisis semitico y cultural, es de prever que algo anlogo ocurrir con la
nocin de intermedialidad, en la medida en que ms que un cambio de herra-
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En cuanto a la cuestin de la visibilidad del medio es interesante la tesis de Joachim Michael y
Markus Schffauer, quienes postulan un modelo de interseccin de los conceptos gnero y me-
dio en el que los gneros forman la superficie perceptible de los medios, que solo intervienen
en forma de huella (2002: 45). Este modelo planteara la cuestin de cmo dar cuenta de las
prcticas transformadoras que focalizan el medio o, ms exactamente, el intervalo intermedial.
En las prcticas de intermedialidad militante (Jost 2005) se dira que se invierten los trminos
de la relacin gnero/medio, en la medida en que lo que se pone en primer plano es la visin de
la mediacin un trabajo de la mirada por el que lo que salta a primer trmino es justamente la
conciencia del medio en que se expone y se nos expone a la ilegibilidad de su huella.
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por Orson Welles por esos mismos aos, a los relatos de Borges y Bioy Casares,
al manga japons o a las sagas televisivas y cinematogrficas como Star Wars,
Star Trek, etc.).8 Es lo que Jens Schrter denomina intermedialidad transmedial
(2005: 585).9
Desde una perspectiva sincrnica, el anlisis intermedial se enfoca en
cambio en las interacciones entre distintos medios en un especfico contexto
histrico o en un determinado campo cultural, as como tiende a hacer patente
la especificidad semitica de cada medio, que siempre se da en continua rela-
cionalidad con otros medios y prcticas en otras palabras, la intermedialidad
sera la condicin bsica del medio: aunque podamos describir ciertos medios
como mixtos o plurisemiticos (el teatro, el cine o Internet seran los casos ms
notorios), de hecho no hay medios puros, todo medio participa en mayor o me-
nor medida de otro(s) medio(s). Como observa Schrter (2005: 594) a partir de la
action/network theory de John Law, las entidades semiticas temporalmente
percibidas como monomedios son siempre efectos de redes heterogneas
recortes e intervenciones histricamente cambiantes en un continuum de prc-
ticas. La crtica intermedial sera en ese sentido un modo de acceder a un estado
ms originario de las prcticas una archi-intermedialidad [Ur-Intermedialitt]
anterior o subyacente a su recorte convencional en medios y disciplinas esta-
blecidas.
En cuanto al anlisis sincrnico de las prcticas intermediales es til la dis-
tincin que propone Irina Rajewsky (2002) en el que tal vez sea el estudio terico
ms completo y productivo desde el punto de vista de la crtica literaria y artsti-
ca. Rajewsky distingue entre tres tipos de fenmenos: 1) cambio de un medio a
otro [Medienwechsel] (por ejemplo la adaptacin flmica de una novela, o lo que
en trminos de Roman Jakobson llamaramos traduccin intersemitica), 2)
combinacin de medios [Medienkombination] (por ejemplo el uso de fotografas
en la novela analizado en dos de los ensayos de este dossier, de vdeo en una
representacin teatral, o cualquier tipo de instalacin artstica multimedia) y 3)
8
En un trabajo reciente (Prieto 2014) propongo una aproximacin al gnero fantstico a partir de
este tipo de enfoque intermedial diacrnico.
9
Otros enfoques (De Toro 2009) prefieren utilizar la nocin de transmedialidad en un sentido
sincrnico para identificar prcticas que no se daran entre dos medios reconocibles o en las que
sera difcil identificar un medio predominante fenmeno cada vez ms frecuente en la era del
arte post-medium specific (Krauss 1999). En trminos de la adaptacin de la tipologa intertex-
tual de Genette que propone Jochen Mecke (2005) donde la hipermedialidad correspondera
a la relacin hipotexto/hipertexto de Genette, la intermedialidad en cuanto transformacin de
un medio en algo nuevo a partir de su interaccin con otro oscilara entre la dimensin anafrica
o retrospectiva de esa transformacin (relacin de un medio con otro ya existente) y la trans-
medialidad en cuanto dimensin prospectiva, que remitira a la potencialidad de transformacin
de un determinado medio en otro an inexistente, o bien a la futuridad de la visin de un ms
all de los medios. El problema de la propuesta de Mecke es que el sentido genettiano de la hi-
permedialidad se solapa conflictivamente con los sentidos del hipertexto y lo hipermedial en el
mbito de la cibercultura y las humanidades digitales (Landow 2009), donde designa fenomnos
bastante diferentes: el sentido ciberliterario del hipertexto en cuanto hipervinculacin (mltiple
o indefinida remisin a otros sitios o planos textuales) o de lo hipermedial (remisin a mltiples
formatos mediales), solo lejanamente podra relacionarse con la relacin hipotexto/hipertexto en
cuanto relacionalidad de un texto que remite a otro a partir de algn tipo de reescritura.
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Examino en detalle estas y otras prcticas de intermedialidad transformativa que implican dis-
tintos modos de ilegibilidad y cortocircuito intersemitico en un libro reciente (Prieto 2016).
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11
Para un anlisis detallado de estos y otros enfoques intermediales relacionados con la antropo-
loga de los medios vase Roloff (2015).
14 Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 7-18, ISSN: 2255-4505
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Como observa Joachim Paech (1998: 25), las figuras determinantes en la crtica intermedial son
la ruptura, el intervalo y el entrelugar, as como los lmites y los umbrales donde se figura un dife-
rencial meditico. Tholen (2003) postula la medialidad como dimensin constitutiva de la mirada,
cuya manifestacin material es percibible como huella en el entremedias.
13
Para la distincin entre la visibilidad como lgica de la representacin hegemnica vinculada
al racionalismo moderno y la visualidad en cuanto dimensin potencial de la mirada vase Bors
(2005).
14
En la terminologa especfica de la informtica, la visualizacin designa toda operacin de
conversin del cdigo digital en una interfaz visual.
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PASAVENTO
Revista de Estudios Hispnicos
Vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 19-36, ISSN: 2255-4505
Gianna Schmitter
Universit Sorbonne Nouvelle Paris III /
Universidad Nacional de La Plata
[email protected]
Resumen: Se trata de indagar en la relacin entre texto y foto con las palabras
de Mario Bellatin el formato texto-foto-amalgama del ciclo intermedial publi-
cado entre 2008 y 2009 con los ttulos Todos saben que el arroz que cocinamos
est muerto. Pequea autobiografa ilustrada, Biografa ilustrada de Mishima,
Las dos Fridas, Los fantasmas del masajista, as como El libro uruguayo de los
muertos (2012). Estas obras mantienen importantes interconexiones: el artculo
propone reflexionar sobre las migraciones y recuperacin del material fotogrfi-
co entre estas publicaciones. Se trabaja a partir de la teora de la intermedialidad
para analizar cmo se construyen y cambian sentidos, lecturas, percepciones y
experiencias literarias. En una primera parte se examina el formato texto-foto-
amalgama, y en una segunda las migraciones.
Abstract: This article analyses the relationship between text and photo which
Mario Bellatin calls the texto-foto-amalgama-format in the light of the inter-
medial cyclus that was published between 2008 and 2009 and that includes the
following titles: Todos saben que el arroz que cocinamos est muerto. Pequea
1
Agradecemos a Mario Bellatin por autorizar la reproduccin de sus imgenes en el pre-
sente artculo.
19
Gianna Schmitter
autobiografa ilustrada, Biografa ilustrada de Mishima, Las dos Fridas, Los fantas-
mas del masajista, and El libro uruguayo de los muertos (2012). Amid the substan-
tial interconnections of these publications, this article reflects the migration and
reuse of the photographic material. Applying intermediality theories, we analyse
how meaning, experience and literary perceptions are constructed and changed.
The first part of this article examines thetexto-foto-amalgama-format, and the
second focuses on the migrations.
2
No obstante, el lector puede escribir a la Editorial Sexto Piso y pedir El libro-fantasma de El libro
uruguayo de los muertos, un PDF de 32 pginas con prrafos migrados del Libro uruguayo y 14
fotos. En la ltima pgina del PDF afirma el autor: Pienso como libros-fantasmas aquellos que
aparecen en forma paralela a la edicin original. Bastante simples. Sin tapas, engrapados, en cuya
portada contengan solo la informacin del libro original como una manera de vincular las dos ins-
tancias: la del libro publicado y la de su presencia inmaterial. Sera la primera editorial, creo, que
en lugar de aprisionar la informacin, convirtindola en un coto cerrado, servira como verdadero
vehculo de aceleracin y distribucin real de las ideas (Bellatin 2012b).
20 Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 19-36, ISSN: 2255-4505
El formato texto-foto-amalgama de Mario Bellatin
1. Formato texto-foto-amalgama
El texto Todos saben que el arroz que cocinamos est muerto. Pequea
autobiografa ilustrada se public en una seccin de la revista Letras Libres.
El texto apenas cubre dos pginas y se podra clasificar como una acumula-
cin de ancdotas, acompaado por cuatro fotos que ocupan otra pgina ms:
Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 19-36, ISSN: 2255-4505 21
Gianna Schmitter
son, entonces, apartadas del texto lingstico, es decir que se trata de una post-
ilustracin que sin embargo se relaciona con el texto por los pies de foto.
Los fragmentos de este texto se reciclan en la Biografa ilustrada de Mishi-
ma, con un cambio del enfoque del narrador: de uno autodiegtico a uno homo-
diegtico (Genette 1972), que relata una conferencia dictada por un universitario
japons sobre la vida post-decapitacin del autor japons Mishima. El libro hace
honra a su ttulo: contamos con 41 ilustraciones por 26 pginas de texto en
el caso de la reedicin de Alfaguara, y 50 ilustraciones en la edicin inicial
de Entropa. Las fotos se presentan igualmente aqu en un dossier fotogrfico
apartado.
En Los fantasmas del masajista se narra la muerte de la madre de Joo,
masajista favorito del narrador. La madre, famosa declamadora en la radio bra-
silea, fue invitada, despus del auge de su carrera, a recitar fuera de Brasil para
declamar la cancin Construcciones de Chico Buarque, cancin de la cual no
llega a entender todos los matices y que pondr un punto final a su carrera. El
libro consta de 14 pginas de texto con 22 fotos (edicin Alfaguara), tambin
reunidos en un dossier fotogrfico.
Las dos Fridas libro por encargo sobre Frida Kahlo, donde Bellatin docu-
menta su viaje para encontrar una mujer parecida a Frida Kahlo, que trabaja en el
mercado de un pequeo pueblo mexicano presenta 43 pginas de texto acom-
paadas siempre de una foto, ms 20 fotos donde se recort un detalle, o sea un
total de 63 fotos. Cada foto tiene subttulo y dada la cohabitacin de texto y foto
en el mismo espacio limitado de la pgina, la forma de organizacin del soporte
ofrece ms variedad que en el caso del dossier: encontramos fotos alineadas al
borde de la pgina alrededor de las cuales el texto se construye; pginas donde
la foto est en el medio, lo que conlleva la fragmentacin del texto; fotos que
ocupan la mitad o ms de la pgina y el texto llena el espacio restante.
As tenemos dos dinmicas. Primero, la foto entra en una suerte de com-
petencia3 espacial con el texto, competencia que no se da en el caso del dossier
apartado, ya que cada foto goza ah de una pgina: es como un cuadro colgado
en un muro, con ttulo. El lector no se preguntar por el orden de lectura (pri-
mero mirar la foto, o leer el texto?): su mente est cargada con la informacin
que acaba de leer, se puede detener de otra manera en las imgenes. De este
modo, lo importante es la relacin que se establece desde un punto de vista
semitico, el nuevo espacio visual-escritural que se crea en el umbral y el cual
apela a la competencia del lector. El segundo aspecto en el caso de Las dos Fridas
es que se suelen ilustrar en las fotografas detalles omitidos, o solo evocados en
el texto. De esta manera la imagen se apropia de una de las clsicas funciones del
texto: la descripcin.4 Al mismo tiempo se imbrican texto lingstico e imagen,
3
Gersende Camenen (2013) destaca que puede haber una relacin de competencia o de com-
plementariedad.
4
M. Covindassamy (2014) resalta en cuanto a la obra de W. G. Sebald quien por cierto no trabaja
con la misma esttica de M. Bellatin, sin embargo la reflexin de Covindassamy nos parece inte-
resante a nivel de las posibilidades propias de cada medio que el contacto entre texto e imagen
conlleva una puesta en tela de juicio de las posibilidades e idiosincrasias del medio textual, sobre
todo lo referible a la descripcin.
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El formato texto-foto-amalgama de Mario Bellatin
ya que los dos medios sirven para contar el viaje y la bsqueda desde diferentes
enfoques: Las dos Fridas se construye as como una especie de road movie.5
Las fotos son tomadas con cmaras estenopeicas6 , son artefactos manua-
les, donde el proceso cobra importancia:
Pero nada que est dentro del mundo virtual debe servirme para llevar a cabo
mi proyecto. Tal como pretendo hacer con la escritura, lo primitivo debe tener
una presencia real. No lo primitivo visto como una contraposicin con lo con-
temporneo, sino por el trabajo manual, real, que supone el proceso fotogrfi-
co, desde equipar la cmara con un rollo hasta tener la copia revelada despus
de un trabajo casi alqumico. (Bellatin 2012a: 148)
Los resultados son instalados en las pginas donde, en los dossiers al final
del texto, son una recapitulacin del texto anteriormente ledo, un leer-doble
con y a partir de imgenes que influye en la narracin. La esttica obtenida
son fotos jugando con lo desenfocado, lo borroso, en blanco y negro o colo-
res lavados, que justamente hacen evidente los procedimientos y contextos de
composicin. Desde el lado del sentido, las fotos evocan algo fantasmagrico: se
trata de unas fotos extraas, como enmarcadas en su propio tiempo y espacio.
[] En la mayora de las fotos conseguidas con esa tcnica se ve retratado algo
as como el infinito (Bellatin 2012a: 54). Incluso se podra hablar de una est-
tica translcida, no solamente por emplear materias translcidas7 para obtener
mayores disyunciones, sino tambin porque el texto se trasluce a travs de la
foto, y la foto a travs del texto: Creo que mi pretensin con las fotos es tener
nicamente un registro que, de alguna manera, sirva como un esqueleto visible
de la escritura (Bellatin 2012a: 37).
Dicha esttica se opone a una bsqueda realista: las fotos, desprovistas
de un potencial mimtico por lo borroso, sugieren algo. Como lo seala Diana
Palaversich: Bellatin emplea el discurso fotogrfico de una manera posmoderna:
5
Escribe el autor en El libro uruguayo: Decid tambin ilustrar la travesa. Quise hacer un regis-
tro grfico desde el momento en el que abandonaba mi casa hasta el instante en el que encontra-
ra a esta mtica Frida Kahlo. Dese realizar el registro por medio de la fotografa. Fue precisamente
ese el momento en que decid buscar la cmara de mi infancia (2012: 102).
6
Mario Bellatin nombra diferentes cmaras en varias de sus obras, como por ejemplo: Llev
conmigo mi cmara estenopeica, es decir, un instrumento de madera que como sabes en lugar de
lente lleva una pequea platina agujereada con la punta de un alfiler (2012a: 97).
7
La esttica translcida se muestra en varios niveles. Materialmente se revela lo translcido como
objeto fotografiado en superposiciones de papeles con ideogramas (cf. Shiki Nagaoka), en fotos
que reproducen agua (cf. Shiki Nagaoka..., Biografa ilustrada, Los fantasmas), en vidrios de
ventanas (cf. Shiki Nagaoka, Biografa ilustrada, Los fantasmas, Las dos Fridas) u otros ele-
mentos que dejan traspasar la luz (cf. Biografa ilustrada). Ms all de esto el autor interpone
materiales translcidos ante el objeto fotografiado y la lente con el fin de hacer hincapi en la
materia para que haga brotar una forma de experiencia de la mirada (cf. Biografa ilustrada). Fi-
nalmente, la mayora de las fotos tomadas por Mario Bellatin trabajan con lo borroso y lo movido
(para profundizar, cf. Schmitter, 2016).
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Gianna Schmitter
8
Estamos trabajando con una definicin restringida de narracin que se limita a la consideracin
de la imagen de por s. Otro nivel de reflexin sera la consideracin de una serie de imgenes, o
bien la toma en cuenta de la situacin de produccin de la fotografa.
9
De esta manera, nuestra lectura se opone a la de Ivn Salinas Escobar (2006) para quien las
imgenes narran.
10
Para la idea de que las fotos muestran algo, cf. Mariniello, que subraya el carcter dectico de la
fotografa, apoyndose en Bazin: Hay una diferencia entre la presencia indexical de la fotografa y
el contenido de la foto que el lenguaje puede tratar. La deixis, constitutiva del acto de tomar una
foto, escapa al lenguaje, o, ms bien, identifica sus lmites as como los lmites de un sujeto que
trata de captar el mundo y que se desbarata en el proceso (2009: 73). Y ms lejos sigue: Las im-
genes analgicas y numricas nos dan un mundo que ha sido sometido al trabajo del lenguaje y
que ha salido de l intacto (Godzich, The Language Market, 20); esta poderosa y sugerente frase
evoca la crisis de la literacy moderna y desafa a los investigadores a trabajar en esta direccin.
Lo que est en juego aqu no es la oposicin binaria entre la poca de la literacy y la poca del
audiovisual, sino el reconocimiento de la insuficiencia de la literacy moderna (textual) frente a
las diferentes prcticas sociales de la visualidad humana que han sido domesticadas, ignoradas
o hechas de lado en la cultura de la literacy y que se imponen a travs de los intercambios cada
vez ms frecuentes e intensos y el rpido desarrollo de los medios audiovisuales, especialmente
el cine y la televisin (2009: 74-75). El uso de la fotografa o actualmente el dibujo en la obra
de Mario Bellatin se afronta as a la crisis de la literacy moderna: utilizando estrategias inter y
transmediales, se busca seguir expresndose, (con)mover desde otros lugares.
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El formato texto-foto-amalgama de Mario Bellatin
11
Utilizamos el trmino intermedialidad para referirnos a la combinacin de literatura con otro
medio que no sea textual (caso que abarca la intertextualidad), es decir la combinacin de la litera-
tura con el arte grfico (pintura, fotografa), el cine, la msica, el ciberespacio Se puede encon-
trar una intermedialidad in praesentia (reproduccin, o bajo otra forma concreta, interactiva, como
un video en la red) e in absentia (evocacin, tematizacin, etc.). Esto conlleva una construccin
de sentido, otros regmenes de esttica y de comunicacin. Para un desarrollo pormenorizado de
estos conceptos de la teora de la intermedialidad ver: Wolf (2006, 2011), Rajewsky (2002), Bhn
(2003), A. Nnning y V. Nnning (2002).
12
Por razones de espacio se analizar el concepto foto-texto-amalgama solamente a partir de las
teoras de la intermedialidad, dejando de lado conceptos como imagetext de W. J. T. Mitchell,
elaborado entre otros en sus libros Iconology: Images, Text, Ideology (1986) y Picture Theory, Essays
on Verbal and Visual Representation (1994). Aunque Mitchell fue un pionero en pensar la relacin
entre texto e imagen (imagetext, image/text, image-text), y en subrayar que todos los medios son
medios mixtos, nos parece por un lado que su punto de vista se vuelca ms sobre cuestiones
polticas, ideolgicas y pedaggicas (1994: 88). Por otro lado no logr ofrecer una construccin
terica acabada, como l mismo admite (1994: 107, 417, 418), sino que [the image/text] might
be described, not as a concept, but as a theoretical figure rather like Derridas diffrance, a site o
dialectical tensin, slippage, and trasnformation (1994: 106).
13
En todos los casos de las teoras de intermedialidad alemanas la traduccin siempre es nues-
tra.
14
En cuanto a la imagen que induce la historia, o bien la escritura, afirma Bellatin en unos frag-
mentos de El libro uruguayo, que parece ser constituido por partes extradas de emails enviados
a un amigo: Ahora te quiero detallar el momento actual []. Me encuentro delante de decenas
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Gianna Schmitter
de fotografas tomadas con una cmara de plstico. Al centro de la mesa est la computadora [].
Pretendo, mirando las imgenes, inducir la escritura. Armar primero una suerte de itinerario. A la
manera de un texto de viaje (2012a: 147-148, el subrayado es nuestro).
15
Narremas son factores de narratividad; marcas, formas huecas en cuanto al contenido y re-
glas sintcticas de lo narrativo (Wolf 2002: 42).
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El formato texto-foto-amalgama de Mario Bellatin
16
En 2008 Daniel Link public una nota de Mario Bellatin, en la que precisa su tcnica de copypas-
te, en su blog Linkillo, cosas mas: *Querido L: te quera informar que ayer en ADN sali una nota
ma sobre kawabata...envi la nota con un pie de pgina donde deca que haba sido hecha con
la tcnica de copypaste (copyright 2008), pie que no apareci lamentablemente... es que para
responderme una serie de preguntas hice ese texto juntando una serie de fragmentos que distin-
tos crticos han hecho sobre mis libros... cambi la palabra bellatin y le puse kawabata, cambi el
nombre de algunas obras y yast... sali un artculo estupendo sobre kawabata, impecable en su
verosimilitud y certeza cosa que, entre otras cosas, nos demuestra que slo hay una palabra, que
siempre se puede hablar slo de lo mismo.... [] Mario** (Bellatin y Link 2008).
17
Ver Craig Epplin (2015) y Adam Morris (2012).
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Fig. 1: Vista de la habitacin Fig. 2: 16. Habitacin de la Fig. 3: 16. Habitacin de la madre
de Frida Kahlo. madre de Joo. Edicin Eterna de Joo. Edicin Alfaguara.
Mario Bellatin Cadencia Mario Bellatin
Mario Bellatin
El cuarto de Frida Kahlo est repleto Al pasar hacia su cuarto mir de reojo la habitacin de su madre. La cama estaba sin hacer. Le pa-
de objetos. En un rincn se encuentran reci entrever entre las sbanas su silueta dormida. La lora daba la impresin de estar acompan-
colgados los huipiles. En un jarrn se dola. Mir bien y advirti que lo que se presentaba como ave era solo una esquina de la almohada.
mantienen frescas las flores que ese da En la mesa de noche se mantena un vaso de agua con la dentadura en su interior (2013: 597).
colocar en su pelo. Antes de acostarse
ha dejado agua cristalina en una palan-
gana, y puesto al lado de una tela blanca
de algodn []. En la habitacin hay un
espejo de cuerpo entero, en cuya luna se
encuentra escrito un poema. [] Aquel
cuarto decorado constituye toda su vi-
vienda. Sus cosas se encuentran todas all
presentes, completas, a la vista y al alcan-
ce de la mano. En una esquina de la habi-
tacin estn colocados los implementos
que necesitar para la compra diaria. Hay
all una gran bolsa de material sinttico,
un monedero. En este cuarto no hay im-
plementos para las pinturas (2008b: 33).
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Gianna Schmitter
La unidad-texto que acompaa estas dos fotos (vid. Tabla 2), publicada
en Todos saben que y Biografa ilustrada, es si pensamos con el modelo de
la unidad o, con Margo Glantz, la unidad como tema musical la misma unidad
variada:
Fig. 4: Pareja de analistas que trabaj el caso Mishima. Biografa ilustrada de Mishima.
Edicin Alfaguara. Mario Bellatin
18
Cf. Biografa ilustrada y Una cabeza picoteada por los pjaros (2008/2009). Para un desa-
rrollo pormenorizado de estos conceptos: Carrillo Martn (2010), Vergara (2010), Camenen (2013),
Cote Botero (2014).
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Fig. 5: Cabaa donde le en voz alta mis Fig. 6: Cabaa donde Mishima ley sus
primeros textos. Mario Bellatin primeros textos. Mario Bellatin
En aquella universidad existen tres cabaas de madera, rsticas, don- En la parte trasera de aquella universidad existan tres cabaas de
de se refugian en las tardes los estudiantes con inclinaciones artsticas. madera, rsticas, donde se refugiaban en las tardes los estudiantes con
En una de ellas hay un piano que es tocado hasta la saciedad por un inclinaciones artsticas. En una de las cabaas haba un piano, que era
muchacho que trata de fusionar lo clsico con lo contemporneo. En tocado de manera incansable por un muchacho que trataba de fusio-
otra existe un espejo y una barra de ballet donde una maestra intenta nar lo clsico con lo contemporneo. En otra exista un espejo y una
que los cuerpos de los alumnos logren movimientos precisos. En la barra de ballet, donde una maestra intentaba que los cuerpos de los
tercera cabaa leo mis textos por primera vez. Creo que ya desde alumnos lograsen movimientos precisos. En la tercera cabaa Mishima
entonces tengo la idea no slo de recrear a una mujer cocinando una ley por primera sus textos literarios (2013: 520-521).
olla de arroz, sino de un relato cuyo personaje principal sea un poeta
ciego (2008c: 61).
19
Aunque no incluimos al Libro-fantasma en el presente anlisis, cabe mencionar que esta foto
se volvi a publicar en el Libro-fantasma del Libro uruguayo (2012b: 27).
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El formato texto-foto-amalgama de Mario Bellatin
Fig. 9: Hermanas de la madre de para apreciar algunos cambios experimentados en mi fsico. Sobre
Fig. 8: Hermanas de la madre
Mishima quienes de vez en cuando todo en mi cuello que, segn las muertas, se ha ensanchado con
de Mishima, quienes de vez en
lo van a visitar. Edicin Alfaguara. el tiempo. [] [D]eseo ver cmo qued diagramado el texto con la
cuando lo van a visitar. Edicin
Mario Bellatin imagen. Como te cont, no quiero que ninguno sea independiente
Entropa. Mario Bellatin
del otro. Debajo de esa foto debe decir: Tas que vinieron del ms
all para comprobar el grosor de mi cuello (2012a: 44).
La felicidad plena, la que Mishima crey experimentar cuando recordaba
al perico de su primo escapando de la jaula, se le manifestaba tambin
cuando era consciente de que los objetos perdan a veces conexin con lo
real. Esa misma sensacin deban haber experimentado las hermanas de su
madre, muertas de manera trgica, cuando vinieron del ms all y lo vieron
como a un ser deforme (2013: 524).
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Gianna Schmitter
Las fotos ocupan casi todo el espacio. Como que sellan la escritura. Terminan
de decir lo que la escritura plante y est imposibilitada, por su carcter mismo
de abstraccin, de concluir. Le es difcil, por ejemplo, mostrar de un solo golpe
lo simultneo en el tiempo y en el espacio. La relacin entre lo vivo y lo muerto.
La convivencia de lo falso con lo verdadero. (Bellatin 2012a: 43)
3. Conclusin
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PASAVENTO
Revista de Estudios Hispnicos
Vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 37-52, ISSN: 2255-4505
Andrea Castro
Gteborgs universitet
[email protected]
37
Andrea Castro
texts, through the written representation of other media, activate the conative
function of language, summoning the reader to take the position of a spectator;
that is, to assume the role of the theatre audience when viewing a performance.
This reader-audience role will in turn open the possibility of, by a combination
of cognitive processes and sensorial perception, getting in touch with those as-
pects of experience and memory that are never put into words. Through the
analysed examples, the article postulates that the texts in question invite to re-
flect not only on the limitations of language as regards describing experience,
but also on the notion of subject and the idea of a unitary subjectivity.
1. Puesta en escena
1
El libro fue primero editado por la Editorial Cuarto Propio, en 1991. En este trabajo, por reco-
mendacin de la misma autora, citamos por la edicin de Ediciones La Palma, de 2014, para la que
se hizo una revisin de erratas.
2
La creacin teatral actual es, por su naturaleza, de ndole inter-artstica. Buscas en conse-
cuencia favorecer la aparicin de condiciones propicias para un trabajo intermedial. En l entran
en relacin transformadora los diferentes lenguajes de la accin artstica, encausados en una
espacialidad espectacular comn. La palabra potica, el cuerpo presencial o virtual, la arquitectura
38 Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 37-52, ISSN: 2255-4505
Mara Negroni y la puesta en escena de lo no dicho
los textos activan la funcin conativa del lenguaje, convocando al lector a una
posicin de espectador, esto es, a asumir el papel de pblico de teatro ante
un espectculo. Este rol de lector-espectador le permitir entrar en contacto, a
travs de una combinacin de procesos cognitivos y percepcin sensorial, tanto
con el lenguaje como con lo no dicho, es decir, con esos aspectos de la expe-
riencia y de la memoria que no llegan a formularse con la palabra. Desde una
perspectiva fenomenolgica, podemos plantear estos textos como intentos de
escenificar los fenmenos segn existen en la conciencia del sujeto. En esta tan-
to palabras, como cosas y sensaciones significan, integrndose en nuestro saber
de la realidad, saber que nos ayuda a entender nuestra particular percepcin
del mundo como aquello que funda para siempre nuestra idea de la verdad
(Merleau-Ponty 1993: 16).
Puede ser necesario subrayar que el planteamiento del presente trabajo
no est aludiendo al dialogismo de Bajtn cuando este, por ejemplo, anota: No
es siempre todo escritor (incluso el ms puro poeta lrico) un dramaturgo en
la medida en que distribuye todos los discursos entre voces ajenas, incluida la
imagen del autor (as como las otras personas del autor)? (citado por Scarano,
Romano y Ferrari 1994: 27). Sin negar la importancia de las voces en la obra de
Mara Negroni, mi propuesta apunta a visualizar el trabajo que hace la autora
a travs de la representacin de otros medios que exceden lo escritural ms
all de su utilizacin de voces discursivas, y cmo el texto invita al lector a un
compromiso casi dira fsico por activar los diferentes sentidos al menos en la
imaginacin y quizs tambin en el cerebro3 en el acto de lectura.
En este sentido, como lo advierte Jacques Rancire, debemos tener cuida-
do de pensar los individuos sentados ante una puesta en escena, en una aparen-
te distribucin de roles previa, como alegoras encarnadas de la desigualdad
(2010: 19). Por el contrario, voy a argir que, a travs de la lectura, los textos
estudiados nos ayudan a entender que las oposiciones mirar/saber, aparien-
cia/realidad, actividad/pasividad son todo menos oposiciones lgicas entre
trminos bien definidos (2010: 19). Antes bien, ofrecen al lector caminos para
experimentar el texto y lo que este representa, tanto cognitivamente a travs
de procesos mentales e intelectuales como fsicamente a travs de procesos
emocionales y sensoriales. De este modo, el lector podr entrar en contacto
con las palabras en sus diversas calidades: grfica, semitica, semntica, prag-
mtica y tambin, con lo que queda entre ellas, por ejemplo, en los silencios, la
msica y las relaciones entre diferentes medios que ocupan el espacio cuando
las voces se callan.
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Andrea Castro
Negroni hace gala, en este largo poema de amor, de una distancia samuri,
oponiendo a la lrica intrauterina de Luce Irigaray en Jams la una sin la otra
(tambin teatro entre una mujer y su madre) la meticulosa puesta en escena
[mi nfasis] de una tragedia que nunca se desencadena; a la disputa ensorde-
cedora de los divanes, el protocolo y las condiciones de la disputa misma; a
un erotismo sin quin es quin, el ascetismo de dos cuerpos cuidadosamente
separados por la vestimenta y el discurso, como si se deseara hacer patente
lo que, en el corazn de la etiqueta, permanece de la violencia que se intenta
mensurar. (Moreno 2015)
4
Humboldt es el nombre de guerra del amante y compaero de militancia de la narradora. En
ningn momento se explica por qu se llama Humboldt y nunca se lo menciona con otro nombre
que ese. (Esto mismo pasa con Emma, la pintora, amiga y tambin compaera de militancia). La
inevitable connotacin histrica que nos remite a los hermanos Alejandro y Guillermo, el prime-
ro conocido por sus viajes por el continente americano y el segundo por sus reflexiones sobre
la educacin y sobre el lenguaje, no se explicita en la novela. No obstante, si consideramos la
importancia del coleccionista, matemtico y egiptlogo Athanasius Kircher en relacin con la
conformacin de una superposicin temporal en la novela, los hermanos alemanes agregaran
una capa de tiempo ms y Alejandro Humboldt, en su labor antropolgica y de coleccionista, sera
otra pieza en el afn colector de la potica de la autora.
5
Sobre los nombres de las voces ver tambin Bocchino (2011: 103) y Castro (2015b: 176).
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Mara Negroni y la puesta en escena de lo no dicho
penumbra
madre e hija
ambas estn sentadas, expresin ausente, melanclica ms bien.
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Andrea Castro
6
Es esta la nica vez que el nombre de este artista aparece en el poema y es de notar que apa-
rece con tilde sobre la a. En una semblanza sobre Bruno Schultz fechada en el ao 2009, Negroni
menciona La clase muerta de Tadeusz Kantor y en esa ocasin no usa tilde (Negroni 2009). Esta
es la forma corriente de escribir el nombre de Kantor en castellano. Podemos preguntarnos si la
tilde en el poema es una errata o si es intencional. Si fuera intencional se podra pensar como
estrategia o bien para asegurarse de que el acento recaiga sobre la a y as mantener un control
sobre el ritmo del poema; o bien como un juego entre la realidad y la ficcin, otorgndole al
nombre una calidad de mscara dentro de la escena teatral, diferencindolo del Kantor de carne y
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Mara Negroni y la puesta en escena de lo no dicho
hueso. Esto ltimo nos recuerda el juego de Michel Lafon cuando escribe Pierre Mnard con tilde
en su novela Une vie de Pierre Mnard para as diferenciarlo del Pierre Menard ficticio de Borges
(sin acento), remitiendo al supuesto Pierre Mnard histrico desde ya, igualmente ficticio.
7
El dilogo con la pintura y las artes plsticas es un elemento recurrente y central en la obra de
Mara Negroni.
8
Sobre el teatro de Kantor apunta Isabel Tejeda: Un teatro que se nutre de las mltiples contami-
naciones y recursos que recibe de otras disciplinas no escnicas y que, en este momento concreto,
funciona como paradigma de su fructfera dispersin creadora y de las relaciones simbiticas
entre su obra teatral y su obra plstica (2002: s.p.).
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dilogo entre una voz n 1 y una voz n 2, las que, como coro de tragedia griega,
comentan la accin:
puesto que
una vez que te nombre
no podr volverte al lugar del deseo
a un clima de espacios
blancos
Lo no dicho an es silencio.
Perder esa libertad? (Negroni 2014: 39)
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Mara Negroni y la puesta en escena de lo no dicho
9
Otra cita del filsofo francs que puede servir para profundizar en su razonamiento: La expe-
riencia de la cosa es, primero, en su evidencia, y toda tentativa por definir la cosa, ya sea como
polo de mi vida corporal, ya sea como posibilidad permanente de sensaciones, ya sea como sn-
tesis de las apariencias, sustituye la cosa, en su ser originario, con una reconstruccin de la cosa
por medio de fragmentos subjetivos (Merleau-Ponty 1993: 339).
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A ambos tipos de didascalias hay que agregarles las partes del poema
que constituyen el dilogo interior de la hija con su madre. Como, por ejemplo:
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10
Por ejemplo, en la dedicatoria que se encuentra al principio del libro: A Humboldt que vive
todava en las palabras no escritas y No s cmo se cuenta una muerte, Humboldt (Negroni
2007: 13).
11
Por ejemplo, en Negroni (2014: 33-34 y 36-37).
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Mara Negroni y la puesta en escena de lo no dicho
Por otro lado, en la otra serie de dilogos, aquella entre las voces con
nombres como mscaras: el alma, la palabra casa, el ansia, lo desconocido, Na-
die (Castro 2015a: 178), no hay didascalia alguna. Esta s es una serie de dilogos
que podran perfectamente entenderse como tradicionalmente narrativos. No
obstante, quiero sugerir que estas voces, al comentar y discutir diferentes as-
pectos de la historia de la narradora protagonista, de sus sentimientos o de su
bsqueda, pero asimismo de la narracin, cumplen la funcin de coro de drama
griego. Por ejemplo, esto se da a travs del uso de comentarios metanarrativos
o metalingsticos:
Anoche tuve un sueo horrible, insisti el ansia que odiaba las simplificacio-
nes. So que llegaba mi madre a visitarme, trayendo un video. El video era
azul y mostraba imgenes de Roma. [].
Respir hondo, intervino lo desconocido.
Y si llamamos al alma? No debe andar muy lejos, propuso la palabra casa.
Te parece? No ser demasiado tarde? Ya estamos en la pgina 61. (Negroni
2007, 61)
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Mara Negroni y la puesta en escena de lo no dicho
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Cavarero, Adriana (2005): For More than One Voice: Toward a Philosophy of Vocal Expres-
sion. Stanford, Stanford University Press.
12
En este sentido, el yo potico de Negroni nunca termina de posicionarse como lo describe
Bortignon en su trabajo sobre el sujeto enunciativo en poesa: Esto es, el sujeto socio-histrico,
psicolgico, fenomenolgico, lingstico y creativo puede ser un ente fracturado, explosionado,
esquizoide, atravesado por pulsiones encontradas, pero, cuando se posiciona en el origen de un
discurso y pronuncia yo, se instaura una estructura unitaria de base, un umbral, que es el dispo-
sitivo de la enunciacin (2013: 42).
Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 37-52, ISSN: 2255-4505 51
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Vol. V, n. 1 (invierno 2015), pp. 53-62, ISSN: 2255-4505
Imaginera fotosensible:
Guadalupe Santa Cruz y la escritura con grabado
Francisca Garca
Universitt Potsdam
[email protected]
53
Francisca Garca
and collective memory. Through a revision of Santa Cruzs literary program (ars
poetica), it is possible to affirm that the photoengraving activates and roots the
literacy, in the context of a generalized social alienation in the Chilean post-
dictatorial times (90s). Although I argue the photoengravings imagination be
present in her whole literary project, I focus in two specific novels which add
iconographic series: Quebrada: las cordilleras en andas (2007) and the recently
and posthumous, Esta parcela (2015).
1
Para esta propuesta han sido contempladas algunas lecturas crticas sobre el grabado como
estrategia artstica en el contexto latinoamericano. Vase Cocchiarale (1984) y Mellado (1995).
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Guadalupe Santa Cruz y la escritura con grabado
1. Los cuerpos-matrices
2
El presente texto no ha podido estar acompaado de las imgenes incluidas en Esta parcela, pu-
esto que en el intento de conseguir la autorizacin en marzo de 2016 no he recibido la confirma-
cin de Alquimia Ediciones. Sin embargo, parte de la obra en grabado de la autora, especialmente
su serie Quebrada que se incluye en la novela homnima, puede revisarse en la siguiente pgina
web: <http://ventagsc.tumblr.com/>.
3
A partir de Los Conversos, la autora realiza dos exposiciones de grabado, Cruja i y Cruja ii, en
Santiago de Chile en el ao 2001, entre otras exposiciones en ese mismo periodo.
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2. La palabra en crisis
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Esta tragedia tiene lugar en la estela de las polticas neoliberales del re-
cambio, que superponen el discurso poltico con las lgicas de manipulacin
propias del mrquetin. Es un momento en que la lengua ha perdido conexin
con la realidad, en el sentido de la distancia y rplica permanente que ensayan
los discursos una y otra vez sobre s mismos, y tambin, en el sentido de la fi-
jacin de la lengua, que ya no tiene la capacidad de crecer y transformarse, de
seguir el pulso natural de cambio derivado de los usos y costumbres propios
de la vida y la cultura siempre en movimiento.
Al modo de una escritura reactiva, el programa de Santa Cruz convoca a
volver a los cuerpos y sus relatos, a reconectar sus experiencias con el potencial
efectivo del referir. Ensayar decir, de todas las formas posibles, en el cuerpo a
cuerpo con la lengua, contra la distancia entre palabras y acontecimientos, en lo
estrecho del alfabeto, con letras que es preciso volver imgenes para otorgarles
nuevos entendimientos (Santa Cruz 2013: 18). El programa de la autora deman-
da as menos discurso y ms relato, en una operacin en que la palabra forzosa-
mente se vuelve opaca y heterognea, imagen espejeante de la pluralidad y la
heterogeneidad de cuerpos, culturas y experiencias. Retornar al cuerpo, descon-
fiar de lo dicho, generar palabra, transformar el lenguaje: el ejercicio de escribir
deber dar una respuesta a la urgencia que significa devolver la vida a la palabra:
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Recorro distancias sin nombre, habito por largos instantes un espacio que no
se llama hasta tropezar con palabras. Entretanto las letras son asaltadas por
aquello que ven y el Norte crece como una pgina en blanco que se cuela en un
libro escrito por otros. Solo el vaco de la pgina me pertenece, hoja en blanco,
cochina y apelmazada por el trajn de los viajes. (Santa Cruz 2006: s.p.)
Calco los pies de cabra, las cabras. Modifican levemente su forma segn el
pulso, no me canso de repetir su nombre, su silueta. Traslado el signo de un
soporte a otro para multiplicar el goce de la escritura y pienso en el viaje de las
letras por nuestros cuerpos de historia. (Santa Cruz 2006: s.p.)
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Francisca Garca
paisaje con la historia, la memoria de las pasajeras que vagabundean con la me-
moria de la autora que tambin viaja. Los hilvanes unen tambin la ficcin con la
realidad, tal como le es propio a la memoria que en su inesperada emergencia
revuelve los tiempos y al modo de un repositorio dinmico aporta un saber vivo
y en continua expansin, que opera frenando a contramano la arbitrariedad y la
fuerza generalizante de los metadiscursos.
Obras citadas
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1
Este trabajo forma parte del Proyecto del Plan Nacional La autoficcin hispnica. Perspectivas
interdisciplinarias y transmediales. 1980-2013 (FFI2013-40918-P), financiado por el Ministerio de
Economa y Competitividad.
63
Yo soy la rumba, de ngel Gustavo Infante
Abstract: In the tittle of ngel Gustavo Infantes only novel, Yo soy la rumba
(1992), an identity is enunciated. It is formed from music and through the text,
producing an intertextual I that structures itself from his relation with the mu-
sic, the radio, the newspapers, and other literary texts. The novel narrates the
story of a salsa composer, his childhood in the cerro or ghetto and his life as an
adult in Caracass underground salsa movement. Following Dllenbachs analy-
sis in El relato especular, we can say that the text presents a mise en abyme that
reproduces inside the story both the author and the creative process: the novel
is a specular tale that reflects inside its pages the production of an artistic text.
This mechanism is supported by a metaleptic intertextuality: in a self-conscious
manner, the text inserts itself into a literary tradition that includes other works
by the same author, Cerrcolas (1987), and so it builds an identity that differenti-
ates itself from Infante, but still have some relations with him as an author. The
specularity appears through a collage of intermedial references: the imitation of
radio scripts, jingles, fragments of songs, and newspapers clippings. Above all,
ngel Gustavo Infantes prose evokes the rhythm of the music that he wants to
emulate, like salsa, bolero, etc. Considering all of this, we can say that the novel
constructs a fictitious self that reflects what we will call the postmodern identity
and also reflects the function of the author inside the text.
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Javier Ignacio Alarcn Bermejo
2
Para una revisin detenida de la relevancia de los primeros textos del autor se puede consultar
el trabajo de Martnez Bachrich (2012).
65 Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 63-81, ISSN: 2255-4505
Yo soy la rumba, de ngel Gustavo Infante
3
Parece pertinente sealar, siguiendo el comentario de Sandoval, que los registros que encontra-
mos en Yo soy la rumba guardan relacin con los primeros textos del autor de la novela: Infante
logra combinar los dos registros que haba manejado en los cuentos: el estilo punzante, rpido,
atrabiliario de Joselolo (y de Nochebuena en Nube Azul, para agregar otro ejemplo); y la prosa
con vuelos lricos, plsticos y distendidos del Cerrcolas de 1987 [primera de tres ediciones del
volumen de relatos, que ir creciendo con cada publicacin] (Sandoval 2012: 18).
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Javier Ignacio Alarcn Bermejo
quin sabe en cuntas ms (Infante 2012c: 383). Este breve fragmento sintetiza
el funcionamiento de la Segunda edad, pues el narrador est en varias cosas
simultneamente, cada una narrada con estrategias distintas, y todas devienen
msica a travs de su profesin. Solo as se puede capturar el vrtigo de la capi-
tal venezolana, retomando las palabras de Sandoval.
El resultado es una Segunda edad fragmentada, compuesta por distin-
tas voces y registros, con elementos de la novela policiaca, 4 en la que vivimos
junto a Sebastin la vida del msico de salsa en la movida caraquea de los
ochenta,5 todo enmarcado en el complejo contexto social del cerro. La mirada
retrospectiva, distanciada, que posibilitaba el orden cronolgico y claro en la
Primera edad, ya no existe y, por lo tanto, la nueva situacin de Sebastin
necesita otras estrategias para dar vida al mundo en que se mueve el narrador.
Alineados con esta polifona de voces, encontramos los elementos inter-
mediales, las referencias a otros medios que dialogan entre s dentro del discur-
so narrativo,6 tanto en la primera como en la segunda edad. Los programas de
radio, los recortes de peridicos y las letras de canciones, son parte esencial del
universo que construye el texto. Carlos Sandoval, en este sentido, habla de un
collage de dispositivos que contribuyen con la reconstruccin [] de un lapso de
la vida del pas al hilo de la msica (2012: 19). Podemos agregar que este lapso
4
Carlos Sandoval se refiere a la manera en que la novela toma elementos de la literatura policiaca,
apuntando, sobre todo, a la estructuracin de la Segunda edad en torno a una desaparicin, un
misterio que se devela a medida que avanza la trama (2012: 18-20)
5
En su libro Salsa en Caracas (2013), Federico Pacanins dedica algunos pasajes a la descripcin
del ambiente salsero de la dcada de los ochenta: La informalidad de los toques, el concepto
mismo del vente t [conciertos de carcter abierto, en los que distintos msicos se renen a
tocar, cambiando la alineacin de la banda segn la ocasin], parece marcar la norma de muchas
bandas nocturnas caraqueas de mediados de los aos 80 en adelante (Pacanins 2013: 56). Ms
iluminador resulta, sin embargo, el comentario que este autor cita del disco Cadver Exquisito
en la terraza del Ateneo (Obeso y Pacanins 2000): Pues corra el ao 1984 y regresaba a Caracas
despus de 13 aos fuera. Eran tiempos en los que uno iba a Sabana Grande a tomar cerveza
con su novia y ah cerquita estaba la Delia, aquella pizzera salsosa no por la salsa de las pizzas,
sino por la msica que all se tocaba enclavada en la cuadra de los hoteles, adonde iban poetas,
msicos y bellas mujeres a vacilar (citado en Pacanins 2013: 56). Sin embargo, parece importante
sealar que el protagonista de Yo soy la rumba se mueve por espacios distintos a los citados en
este libro, ubicndose en las partes marginales y perifricas de la capital venezolana, en contraste
con la cntrica zona comercial de Sabana Grande.
6
Parafraseamos, en esta breve definicin de intermedialidad, lo que afirma Asuncin Lpez-
Varela Azcrate en su artculo Gnesis semitica de la intermedialidad: fundamentos cognitivos
y socio-constructivistas de la comunicacin (2011), en el cual se hace una revisin bastante ge-
neral del concepto, tomando en cuenta distintas perspectivas y autores. Resulta relevante para
nuestro anlisis la siguiente distincin que realiza la autora: Como mencionbamos al comienzo
de este trabajo, y segn apunta Irina Rawjesky, habra dos aproximaciones distintas al estudio de
la intermedialidad. Por un lado, una orientacin derivada de los estudios literarios y narrativos, en
paralelo con el desarrollo de conceptos como dialogismo e intertextualidad, presentes en la obra
de Michael Bakhtin y en las relecturas de la misma a partir de las traducciones de Julia Kristeva y
en los trabajo crticos del grupo Tel Quel []. Por otro, se encuentra la orientacin que deriva de
los estudios de comunicacin y que se centra en las distinciones de materiales entre los medios
y los grupos de fenmenos asociados a ellos (Lpez-Varela 2011: 107). En este sentido, y con-
siderando la obra de Infante, podemos afirmar que utilizamos el concepto dentro del marco del
primer grupo, en el cual la intermedialidad se acerca a la intertextualidad.
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Resulta evidente que los elementos de una novela, aprehendidos por el lector de manera frag-
mentada (no leemos la totalidad de un texto de forma instantnea, sino que la lectura nos permite
avanzar a travs de sus partes), adquieren unidad a travs del discurso narrativo. Para un anlisis
de este proceso y sus posibles efectos se puede revisar Perry (1991). Partiendo de esta premi-
sa, afirmar que los elementos del collage que es Yo soy la rumba adquieren cohesin a travs
del discurso del narrador resulta casi una redundancia. Sin embargo, y con la vista puesta en la
hiptesis inicial de nuestro trabajo, la existencia de una identidad sobre la cual se constituye la
novela, resulta pertinente sealar que algunos autores proponen que el proceso a travs del cual
se otorga unidad a los fragmentos de la memoria, para construir la identidad, es similar al proceso
de lectura descrito por Perry. Podemos resaltar la propuesta que realiza Ricoeur (1990), desde un
punto de vista hermenutico, as como Forest (2001) en torno a las distintas narrativas del yo.
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En Cerrcolas, primer libro de ngel Gustavo Infante, la msica es ms que un contexto, es parte
intrnseca del universo en el cual se mueven los personajes. En las primeras ediciones, se divida
el libro como un Long Play, en Cara A y Cara B, y cada parte era titulada haciendo referencia
a una cancin del tro Los Panchos: Sin un amor, la vida no se llama vida (cfr. Infante 1986). En
Una mujer por siempre jams (2006) la msica pasa a un plano ms sutil. Pero contina siendo una
parte importante de la atmosfera que envuelve todos los relatos, en los cuales la fiesta, el baile y,
consecuentemente, la msica son elementos esenciales.
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En consecuencia, podemos decir que existe, tambin, una mise en abyme del
enunciado, un reflejo de la obra dentro de la obra.
Encontramos en esta novela, en resumen, un doble efecto especular. Hay
una duplicacin del autor en el protagonista y, al mismo tiempo, una duplicacin
del texto dentro del texto. Esto supone un desdoblamiento de la obra sobre s
misma que produce una reflexin sobre la creacin del texto artstico.
9
Usamos el trmino siguiendo la definicin de Gerard Genette: defino la intertextualidad, de ma-
nera restrictiva, como una relacin de copresencia entre dos o ms textos, es decir, eidticamente
o frecuentemente, como la presencia efectiva de un texto en otro (1989b: 10).
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hicieron famoso a Lavoe y que, irnicamente, ahora pueden usarse para descri-
bir su decadencia.
Pero las letras que forman parte de Yo soy la rumba no son exclusivamen-
te citas intertextuales. Ya que encontramos, como afirmamos arriba, temas ori-
ginales de Sebastin. Tambin hemos mencionado antes este mecanismo: en
el captulo Horario estelar, al cual nos referimos al hablar de la especularidad
de la novela, el protagonista escribe una cancin relacionada con el crimen en
torno al cual gira la Segunda edad, cuya letra podemos leer en la novela (In-
fante 2012c: 381-382). Encontramos otro ejemplo significativo en el captulo Un
solo de trompeta, en el que surge una cancin de la frustrada aventura sexual
de Martn, un trompetista que interpreta los temas de Sebastin. El msico narra
su experiencia con Yakifl, sobrenombre de una flauista con quien intenta tener
relaciones sexuales. Sobre el fracaso de dicho intento, surge una cancin que
forma parte del discurso narrativo. El captulo cierra con los siguientes versos:
Y ahora nada. Cero Yakifl./ Dura en su vanidad,/ su castidad,/ sigue sin probar el
guiso/ que le ofrece esta decencia (Infante 2012c: 399).
Sobre todo en estos ltimos ejemplo podemos apreciar cmo la vida del
narrador, y de los dems personajes, deviene msica. Las letras de Sebastin y
Martn surgen de los acontecimientos que ocurren en la novela y que son expe-
rimentados por los personajes, quienes los transforman en canciones. El prota-
gonista se entera del crimen (mejor dicho, del misterio que se develar crimen)
y escribe una cancin al respecto, el trompetista fracasa en su aventura sexual y
canta los versos citados arriba.
Mas, en Yo soy la rumba, la msica no es exclusivamente una actividad
del protagonista y los dems personajes, trada a la atencin del lector a travs
de la incorporacin de letras de canciones. La msica es un elemento clave del
universo ficcional construido por Infante y, consecuentemente, se incorpora al
discurso narrativo de la novela. Por lo tanto, la prosa emula, sobre todo a travs
del ritmo, los elementos de la salsa, el son y los dems gneros que habitan las
pginas del texto. Este es el segundo mecanismo al cual nos referimos antes.
Nuevamente, encontramos un claro ejemplo en el captulo Un solo de
trompeta. Antes de que el trompetista empiece a cantar la cancin que citamos
arriba, el episodio con Yakifl es narrado haciendo que la prosa adquiera ritmo
y musicalidad a travs del uso, sobre todo, de la repeticin de una expresin a
modo de estribillo: Anoche me la arrastr por el callejn y la tipa nada. Cero
Yakifl. Demasiado orine invisible, pastas y plastas secas en la vereda silente.
Ambos a ras de enchufe y la tipa nada. Cero Yakifl (Infante 2012c: 397).
Podemos apreciar la repeticin del estribillo cero Yakifl, haciendo un
juego de palabras con el sobrenombre de la flautista, que en realidad se llama
Jaqueline, y una expresin popular que hace referencia al acto sexual (Yakifl).
Asimismo, el estribillo est precedido en ambas ocasiones por la expresin y
la tipa nada. La repeticin genera un ritmo en la prosa que caracteriza este
captulo y que eventualmente, como vimos arriba, deviene en los versos de una
cancin.
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Yakifl cero. Nada. Dura en su vanidad, su castidad, segua sin probar el guiso
que ofreca esta presencia.
Yakifl cero. Nada. Insensible a mi solo de trompeta: sueo de una noche de
verano. (Infante 2012c: 397)
4. Proyecciones metalpticas
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Yo soy la rumba, de ngel Gustavo Infante
que juega Yo soy la rumba dentro de ella. El captulo resulta clave por distintas
razones. Para empezar, el narrador y, en general, el texto se reconocen como
obra literaria que forma parte de una tradicin. La ficcin adquiere conciencia de
su carcter textual e intertextual.
Infante es, en efecto, conocedor de la literatura que lo precede. Sus textos
siempre hacen referencias hipertextuales,10 explcita o implcitamente, a la tradi-
cin literaria a la cual pertenecen. Yo soy la rumba nos da un ejemplo de ello en
su primer captulo, que puede ser ledo como una inversin grotesca del famoso
cuento de Guillermo Meneses, La mano junto al muro (1951). Este relato, fun-
damental en la historia de la literatura venezolana,11 narra la muerte de una pros-
tituta en un castillo transformado en prostbulo, la noche que tuvo relaciones
con dos o tres (no se aclara) marineros. En contraste, el primer captulo de Yo soy
la rumba narra cmo la Gorda Elisa, guiada por un fetiche, devora con su vagina
a tres marineros (Infante 2012c: 277-386). El texto de Meneses, de corte expe-
rimental y con un tono realista, es as parodiado en un episodio grotesco,12 de
carcter irreal (la desaparicin de los marineros en el rgano sexual de Elisa) que
es el disparador de la accin en la Primera edad. Infante reconoce la tradicin
de la cual se nutre, pero simultneamente se distancia de ella a travs del humor.
Pero la parodia del relato de Guillermo Meneses sigue respondiendo a
una hipertextualidad tcita que en ningn momento se hace explcita. En otras
palabras, Infante nunca hace mencin de La mano junto al muro ni de su
autor en la novela. En este sentido, el captulo Se form la rumbatela presenta
un mecanismo metaficcional completamente distinto: el narrador se reconoce
10
Nuevamente, seguimos a Genette en el uso de este trmino: Llamamos pues hipertexto a todo
texto derivado de un texto anterior por transformacin simple (diremos en adelante transforma-
cin sin ms) o por transformacin indirecta, diremos imitacin (1989b: 17).
11
Sobre la importancia de este relato podemos referirnos, entre muchos otros textos, al artculo
de Bahrquez (2014), en el cual se analizan los relatos de Diez cuentos (1968), entre los cuales se
incluye La mano junto al muro, y su relevancia dentro de la historia de la literatura venezolana.
Sobre el texto en cuestin, afirma el autor: Este renovador relato [La mano junto al muro]
significa un punto de inflexin en el terreno del cuento venezolano moderno: es la propuesta de
un modelo alternativo de narracin fundado en la prctica e indagacin potica metaficcional
del lenguaje. Involucra, por lo tanto, la apertura de un canon del cuento que no conoca desde
el modernismo (Manuel Daz Rodrguez, Pedro Emilio Coll, Rufino Blanco Fombona) un cambio
significativo (2014: 233).
12
Utilizamos el trmino grotesco siguiendo el anlisis de Mijail Bajtn en La cultura popular en
la edad media y en el renacimiento. El contexto de Franois Rabelais. El episodio con el cual abre la
novela de Infante posee una considerable cantidad de elementos que lo relacionan con la defini-
cin que proporciona el terico ruso. Por ejemplo, la Gorda Elisa que devora con su vagina a los
marineros, y tambin una serie de objetos durante su entrenamiento para lograr dicha hazaa
(Infante 2012c: 283-284), puede ser leda como una alusin al cuerpo grotesco descrito por Bajtn,
un cuerpo siempre inacabado que absorbe y es absorbido por el mundo. Esta lectura bajtiniana
del captulo nos permite entender mejor la inversin pardica, realizada a travs de lo grotesco,
del relato de Meneses. Infante no propone una negacin de la tradicin, sino una relectura que
rebaje (en sentido bajtiniano) el famoso relato: De este modo, la negacin y la aniquilacin del
objeto son ante todo su permutacin en el espacio, su modificacin. La nada del objeto es su
otra cara, su reverso. Y este reverso, o lado bajo, adquiere una coloracin temporal, es entendido
como el pasado, como lo antiguo, como lo no-presente. El objeto aniquilado parece permanecer
en el mundo, pero con una nueva forma de existencia en el espacio y en el tiempo; se convierte,
en alguna medida, en el revs del nuevo objeto que llega a ocupar su lugar (Bajtn 2005: 370).
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como ficcin y seala a la tradicin a la cual pertenece en tanto que texto li-
terario. El captulo conjuga, adems, todos los elementos que hemos revisado
previamente: la referencia intertextual a canciones y cantantes de salsa, la pre-
sencia de los ritmos caribeos dentro del discurso narrativo y, en consecuencia,
la incorporacin de voces de otros medios al texto literario.
Esto hace de este captulo uno de los puntos ms complejos de toda la
novela y le da una relevancia particular dentro de nuestro anlisis. Esta impor-
tancia existe, tambin, porque el narrador reconoce que la suya es una identidad
transtextual relacionada con obras previas de Infante:
13
Sobre este tema, afirma Roberto Martnez Bachrich: Los primeros libros de narrativa de ngel
Gustavo Infante trajeron a la literatura venezolana el cerro y la fiesta, una nueva atencin a otro
tipo de voces (2014: 463).
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14
Pero si el arte es un medio peculiar de comunicacin, un lenguaje organizado de un modo
peculiar (dando al concepto de lenguaje el amplio contenido que se le confiere en semiologa:
cualquier sistema organizado que sirve de medio de comunicacin y que emplea signos), enton-
ces las obras de arte es decir, los mensajes en este lenguaje pueden examinarse en calidad de
textos (Lotman 1978: 14).
15
Esta es la definicin, segn la encontramos en Figuras iii: toda intrusin del narrador o del
narratario extradiegtico en el universo diegtico (o de personajes diegticos en un universo
metadigetico, etc.) o, inversamente, [] produce un efecto de extravagancia ora graciosa [] ora
fantstica (Genette 1989a: 290).
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16
Cuando nos referimos a la autoficcin, solemos pensar en un texto de ficcin en el cual el autor
real, referido a travs de la homonimia entre autor y narrador-protagonista, por ejemplo, juega
un papel protagnico. En este sentido, podemos recordar la autoficcin biogrfica o fantstica de
Colonna: un personaje que seala de manera directa o indirecta al autor se inserta en una historia
ficticia; la ficcin puede estar presente de manera sutil, como en la autoficcin autobiogrfica
(Colonna 2004: 93), o de manera clara, presentndonos una ancdota a todas luces irreal, como
en el caso de la fantstica (Colonna 2004: 75). En este sentido, es importante sealar que la pro-
puesta especular de Colonna plantea cuestiones importantes, pues, tal como se puede apreciar
en la definicin citada, lo importante es el reflejo que se construye de la funcin-autor. Se podra
hablar de una autoficcin que no haga mencin explcita del autor? No nos corresponde dar una
respuesta en este anlisis. Sin embargo, Colonna parece sealar que el escritor debe ser reflejado
dentro de la obra (limportant est quil vienne se placer dans un coin de son uvre), efecto que
no se produce en la novela de ngel Gustavo Infante.
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7. Conclusin
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Obras citadas
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Barrera Linares, Carlos Pacheco y Carlos Sandoval (coords.), Propuesta para un ca-
non del cuento venezolano del siglo xx. Caracas, Equinoccio, pp. 223-237.
Bajtn, Mijail (2005): La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto
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Barthes, Roland (1987): La muerte del autor. En: El susurro del lenguaje. Ms all de la
palabra escrita y la escritura. Barcelona: Paids, pp. 65-71.
Coln, Willy (compositor) (1974): Todo tiene su final. En: H. Lavoe (autor personal, intr-
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Colonna, Vincent (2004): Autofiction & autres mythomanies littraires. Auch, Tristram.
Dllenbach, Lucien (1991): El relato especular. Madrid, Visor.
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Gergen, Keneth (1992): El yo saturado. Barcelona, Paids.
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Infante, ngel Gustavo (1986): Cerrcolas. Caracas, Fundarte.
(1991): Cerrcolas. 2 edicin aumentada. Caracas, Fundarte.
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Teresa Gmez Trueba
make us doubt about stability and accuracy of itself. Hence, it is concluded that,
in all analyzed novels, photography will work neither as illustration nor as expla-
nation of the text, but rather as a fundamental part of the metafictional mech-
anism of work.
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La incorporacin de fotografas en la novela espaola del siglo x xi
en este trabajo (es decir, como parte del juego metarreferencial), pero creo que
Javier Maras fue uno de los primeros escritores espaoles en hacerlo. Incluye
fotografas por primera vez en Negra espalda del tiempo (1998), novela de evi-
dente tono ensaystico y autobiogrfico, en la que se ficcionaliza la historia de la
repercusin obtenida por otra de sus novelas anteriores. El mismo procedimien-
to es repetido en la primera y tercera novela que constituyen la triloga Tu rostro
maana (Fiebre y lanza, 2002, y Veneno y sombra y adis, 2007).
Ahora bien, probablemente sea sido Manuel Vilas el primer escritor espa-
ol que de una manera sistemtica recurre en prcticamente toda su obra na-
rrativa a la fotografa como ingrediente esencial de su proyecto esttico. De he-
cho, ha incluido fotografas en: Espaa (2008), Aire nuestro (2009), Los inmortales
(2012), El luminoso regalo (2013) y Setecientos millones de rinocerontes (2015).
Una utilizacin muy similar a la que hace Vilas de la fotografa en sus novelas, la
vamos a encontrar en Agustn Fernndez Mallo. Aunque no incluy fotografas
en las dos primeras entregas de la triloga Nocilla, s lo hizo en la tercera, Nocilla
Lab (2009) (donde tambin se incluye un cmic). Asimismo, las fotografas se
incrementan en su censurada El hacedor (de Borges). Remake (2011) y reaparecen
tambin en la ltima de sus obras narrativas, Limbo (2014). Otros escritores con
los que estos dos ltimos suelen aparecer relacionados estticamente tampoco
han renunciado a la fotografa como recurso literario. As, por ejemplo, Mario
Cuenca Sandoval incorpora tambin numerosas fotografas en Los hemisferios
(2014), al tiempo que reflexiona con agudeza a lo largo del libro sobre la hi-
perrepresentacin del mundo a travs de imgenes fotogrficas.
Asimismo, resulta interesante observar cmo autores con una larga tra-
yectoria novelstica, que no haban echado mano anteriormente del recurso de
las fotografas, lo hacen recientemente, quizs siguiendo una moda en auge.
Javier Cercas incluye fotografas por primera vez en su obra Anatoma de un
instante (2009) y vuelve a hacerlo en su ltima obra, El impostor (2014). Tambin
Antonio Orejudo incluye fotografas, por primera vez, en su ltima novela publi-
cada, Un momento de descanso (2011). Y lo mismo hace David Trueba que, aun no
habindolo hecho en sus anteriores novelas, decide incluir fotografas tambin
en su reciente y exitosa Blitz (2015).
La popularidad y reconocimiento crtico de muchos de los autores men-
cionados indica que estamos ante un paradigmtico procedimiento composi-
tivo, en el marco de los recientes fenmenos de intermedialidad artstica. Ms
concretamente, dicho procedimiento habra de ser estudiado en relacin con las
numerosas propuestas tericas que han intentado explicar cmo lo verbal y lo
visual colaboran en una obra hbrida, a travs de conceptos como imagentex-
to (Mitchell 1994), iconotexto (Nerlich 1990; Wagner 1996) o foto-texto (Hunter
1987). Todas estas propuestas coinciden en sealar que no se tratara tanto de
una colaboracin ilustrativa o explicativa entre lo verbal y lo visual, sino de una
dialctica de intercambio y resistencia que revela el carcter heterogneo de la
representacin (Perkowska 2013: 54). No obstante, la utilizacin de fotografas
en el gnero de la novela, como bien demuestra Perkowska en su exhaustivo
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Teresa Gmez Trueba
Todas las fotografas incluidas por Vilas son en blanco y negro y de pe-
queo tamao, no soliendo llenar ni media pgina. Asimismo, a primera vista
percibimos que las fotos representadas carecen de cualquier pretensin artstica
(son fotos corrientes, accesibles en su mayora a cualquier lector a travs de
Google Imgenes). En numerosas ocasiones, la foto es mencionada dentro del
texto, crendose as una conexin extratextual que enfatiza el juego metaficcio-
nal propio de la obra de este autor. Y si no es raro que el narrador aluda a la foto
reproducida en la novela, tampoco lo es el hecho, ms interesante, de que esa
foto la haya tomado el propio narrador. As, por ejemplo, en El luminoso regalo,
se reproduce, segn se nos explica en el mismo texto, la fotografa que hizo el
narrador, con su Samsung Galaxy, de las vistas que poda contemplar desde la
habitacin del hotel en la que se hospedaba (2013: 214). Asimismo, en el texto
Residencia en la luna (2015: 61), que reproduce el diario de una mujer que
realiza un viaje sin rumbo por Espaa huyendo de un fracaso amoroso, en tres
ocasiones la narradora alude a las vistas que se contemplan desde las ventanas
de las habitaciones de los hoteles en los que se hospeda e inmediatamente
aparecen reproducidas pequeas fotografas que supuestamente muestran esas
vistas. Dichas fotografas son sumamente borrosas y apenas podemos percibir
en ellas cmo era el paisaje contemplado por la narradora. Prcticamente todo
1
Dicho estudio analiza con detenimiento un amplio corpus de novelas publicadas en Amrica
Latina, a partir de la dcada de los ochenta, que combinan la narracin de una historia ficcional
con fotografas, atendiendo a autores como Sergio Ramrez, Elena Poniatowska, Jos Luis Gonz-
lez, Eduardo Belgrano Rawson o Mario Bellatin. La tesis sostenida por Perkowska es que en dichas
novelas las fotografas no cumplen la funcin de ilustrar el texto ni de suplantar la descripcin; el
texto a su vez tampoco pretende describir una imagen fotogrfica. Antes bien, la presencia (mu-
chas veces inesperada y desconcertante de fotografas) interrumpe la continuidad de la narracin
y crea un pliegue representacional que perturba la superficie del texto [] problematizando la
recepcin (2013: 57-58).
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Teresa Gmez Trueba
a la suficiencia de lo verbal (2000: 6). Se tratara, por otro lado, de crear el efec-
to de lo real, que toda novela en el fondo procura, a un extremo fulgurante
(Sontag 2000: 2). Por su parte, Franco Harnache, tambin en relacin con las
novelas de Sebald, asegura que en ellas las fotografas matan la ficcin. La apu-
alan o rompen el contrato ficcional que se ha establecido con el libro (2012).
Aparentemente la fotografa se convierte en este tipo de novelas en una
especie de certificado de existencia. Es decir, la inclusin de la fotografa parece
certificar en principio la existencia fuera del texto de aquello de lo que se est
hablando en el texto. No obstante, como iremos viendo, ms que matar la fic-
cin o romper el contrato ficcional (como afirma Harnache), dichas fotografas
tienden a crear extraos bucles metaficcionales que nos invitan a dudar de lo
que es real y lo que es ficcin. Lo cierto es que, en muchas ocasiones, en la obra
de Manuel Vilas la fotografa incluida establece con el texto una relacin que,
lejos de reafirmar la presencia real de lo narrado, parece incrementar el des-
concierto en el lector a la hora de valorar la relacin entre texto e imagen y, a la
postre, a la hora de situar los lmites entre lo real y lo ficticio.
Un ejemplo interesante de este uso desconcertante y caprichoso de la
fotografa lo vamos a encontrar en el relato titulado El pintor zaragozano Vctor
Mira se suicida en Alemania (2008: 117-122), donde se nos cuenta cmo el pin-
tor mencionado decidi un da suicidarse tirndose a las vas del tren. El texto
aparece ilustrado con la fotografa de un viejo coche Dos caballos aparcado en
una cuneta. Y el lector queda de inmediato sorprendido ante la aparicin de
esa inesperada fotografa. Por supuesto que dicho coche es mencionado en el
texto, pero su mencin es absolutamente irrelevante. Primero se alude en una
nota a pie de pgina al hecho de que el pintor viaj en 1972 a los Encuentros de
Pamplona en su propio automvil: un 2 CV. Ms adelante el narrador vuelve a
aludir al Dos caballos, utilizndolo ahora como imagen para describir la locura
que afectaba al personaje descrito en el relato (y el cerebro se convierte en
un coche viejo (un dos caballos, tu primer auto, 1971) que no funciona, as de
simple, 2008: 121). Por otro lado, el desconcierto que produce en el lector esa
fotografa tiene que ver con otro motivo. Obviamente, podemos asegurar que
el coche de la fotografa es un Dos caballos, pero ya no nos resultar tan fcil
hacerlo respecto al hecho de que el pintor Vctor Mira poseyera uno y, mucho
menos, respecto al hecho de que el Dos caballos de la fotografa fuera real-
mente el de Vctor Mora. Tales aseveraciones por parte del narrador parecen
implicar una suerte de cercana o familiaridad entre este y el personaje retratado
(cercana que nos resulta difcil verificar) que llevarn al lector al terreno de la
incertidumbre.
La inclusin de fotografas de cosas que resultan aparentemente irrele-
vantes respecto al asunto tratado en el texto es bastante frecuente en las obras
de Vilas. En el texto titulado This land was made for you and me (2008: 207)
se relata lo que parece un encuentro casual del narrador con el escritor espaol
Luis Mateo Dez en un vagn del AVE. El narrador se entretiene en observar el
comportamiento del escritor leons y en especular acerca de l. En un momento
dado, el narrador nos dice que viaja de regreso de una estancia en Washington y,
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2
Para una revisin de la historia del famoso neologismo acuado por Serge Doubrovsky en su
novela Fils (1977) y las controversias en torno a las diferentes acepciones del mismo, pueden verse
los estudios de Alberca (2007), Pozuelo Yvancos (2010) o los trabajos publicados en el volumen
editado por Ana Casas (2012).
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Teresa Gmez Trueba
nistrativo, de las deficiencias del piso del narrador, un tal Manuel Vilas Vidal, se
incluye al final del documento, para sorpresa del lector, una pequea fotogra-
fa, tamao carnet, en la que podemos reconocer al propio autor, Manuel Vilas.
Aunque en esta foto el autor est notablemente ms joven que en la que ilustra
la contraportada del libro (con la que sin duda establece una conexin extra o
metatextual), es obvio que se trata realmente de una fotografa del autor. En el
texto Los rinocerontes iluminados (2015: 80-102) volvemos a encontrar un uso
interesante de las fotografas, en relacin con el juego autoficcional. Se incluye
en este caso la foto de una tal Angie Vilas, una mujer joven y rubia, cuyo rostro
resulta desconocido para los lectores. A continuacin, irrumpe otro personaje,
Mario Fernndez, jefe de la unidad de homicidios de los mossos dEsquadra, que
investig un crimen cometido por esa tal Angie Vilas. Aparece tambin la foto
de este personaje, y en ella podemos claramente reconocer al autor del libro,
Manuel Vilas. Es decir la mujer que lleva el apellido del autor aparece relacio-
nada con la foto de una joven que nos resulta totalmente desconocida. El per-
sonaje de nombre desconocido aparece relacionado con la foto del autor. Ms
desconcertante an resulta la fotografa incluida en el texto http://manuelvilas.
blogspot.com (2008: 139-140). Al inicio del mismo aparece una fotografa de
un hombre andando por la calle, que parece tomada sobre los aos 50. Aunque
muy escueto (lo cierto es que podra ser considerado como un magnfico micro-
rrelato), el texto nos da pistas para deducir que el hombre de la foto es el padre
del narrador, ese mismo narrador que unas pocas pginas atrs de este mismo
libro (Espaa) hemos identificado gracias a una foto de carnet, y sin lugar a du-
das, con el mismo autor, Manuel Vilas. Por otro lado, la misma fotografa, en for-
mato ms pequeo, aparece de nuevo reproducida en Aire nuestro, en un texto
titulado The Father. Ahora bien, si en Deficiencias en piso 9 A, del portal 10,
el lector puede saber con absoluta certeza que el hombre de la foto es Manuel
Vilas de joven, en este caso, difcilmente podemos asegurar que el hombre de la
foto sea realmente el padre de Manuel Vilas, cuyo aspecto obviamente resulta
desconocido para los lectores. Un ejemplo similar lo encontramos en la novela
Un momento de descanso (2011: 109), de Antonio Orejudo, donde el narrador (a
quien identificamos en juego autoficcional con el propio Orejudo) dice ser una
de las personas que aparecen en una borrosa foto en blanco y negro que es
reproducida. Desde luego, el chico que aparece en la foto podra ser el mismo
Orejudo unos aos ms joven que el que aparece en las solapas de los libros.
Pero tambin podra no ser l. No tenemos manera de saberlo.
Evidentemente la inclusin de estas fotografas, extradas del lbum fa-
miliar, se suma al pacto ambiguo y permanente juego autoficcional que nos
propone Vilas a lo largo de sus obras: un enloquecedor juego de espejos que
enfatiza de manera original la consabida inestabilidad del sujeto y, a travs del
cual, la identidad del autor se multiplica y desvanece en infinitas identidades
(Gran Vilas, Manuela Vilas, Angie Vilas, Manuel Vilas-Matas, Enrique Vila-Vilas). 3
3
La inclusin de fotografas del propio autor dentro de la obra es sin duda un procedimiento
autoficticio interesante al que merecera dedicar otro trabajo. Vase el artculo de Javier Maras
(2008). Asimismo, en relacin con la teora de la autoficcin, resulta sugerente tener presente la
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La incorporacin de fotografas en la novela espaola del siglo x xi
avalancha de retratos fotogrficos de los escritores que nos ofrece Internet. Ha reflexionado sobre
este asunto Prez Fontdevila (2011).
Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 83-98, ISSN: 2255-4505 91
Teresa Gmez Trueba
Creo que ampliando el detalle gradualmente (de modo que cada clich engen-
dre detalles ms pequeos que en el clich precedente) lograr llegar hasta el
ser de mi madre []. Desgraciadamente, por mucho que escrute no descubro
nada: si amplo, no aparece otra cosa que la rugosidad del papel: deshago la
imagen en beneficio de su materia []. (Melisanda no oculta, pero tampoco
habla. As es la Foto: no sabe decir lo que da a ver). (Barthes 1980: 153)
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La incorporacin de fotografas en la novela espaola del siglo x xi
Me di cuenta de que las calles que presenta Street View son representaciones
del mundo a escala realmente real, quiero decir que en llegar de una esquina
a otra a golpe de ratn tardas lo mismo que si fueras realmente caminando por
la acerca, su escala de tiempo es una escala real, 1:1. (Fernndez Mallo 2014:
179)
Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 83-98, ISSN: 2255-4505 93
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La incorporacin de fotografas en la novela espaola del siglo x xi
cual, y no puede decir otra cosa, porque la foto jams podr distinguirse de su
referente. Cuando vemos una foto tenemos la certeza absoluta de que el refe-
rente ha existido. Frente a la fotografa, ningn texto puede proporcionarnos tal
certidumbre, porque el lenguaje no puede autentificarse a s mismo, porque el
lenguaje es ficcional por naturaleza (Barthes 1980: 133-134).
Ahora bien, por qu precisamente ahora, en los albores del siglo xxi, esta
apabullante proliferacin de novelas con fotografas? En principio, las numerosas
fotografas que autores como Vilas o Fernndez Mallo incluyen en sus novelas
parecen funcionar como ingenuos certificados de existencia. Lo que estoy le-
yendo es real, pues cada pocas pginas me encuentro con una evidencia de ello.
Si se me habla de alguien, si se alude a algn objeto, si se describe un lugar en
el que ha estado el narrador, se introduce su correspondiente fotografa. Pero
lo cierto es que a medida que vamos leyendo percibimos que esos certificados
de veracidad estn cargados de irona. Vilas juega a crear una relacin inestable
y desconcertante entre el referente textual y el fotogrfico. Fernndez Mallo, a
travs de sus copias de copias o cambios de escala, contrapone diferentes foto-
grafas de un mismo referente, hasta hacernos dudar tambin de la estabilidad
y veracidad del mismo.
Lo cierto es que la mera presencia de fotografas en una novela parecera
poner la idea misma de referencia fotogrfica en cuestin (Hirsch 2009: 30). Las
fotografas colaboran as con el juego metaficcional que nos propone la obra.
Tal y como afirma Marianne Hirsch: La inclusin de fotografas en la literatura
lleva a una inestabilidad de gnero relacionada tanto con la fotografa como con
sus contextos [] las fotografas se vuelven ficticias, mientras que la historia de
ficcin se vuelve hacia lo real (2009: 30). Y, de hecho, advirtase que todas las
obras descritas participan de ese hibridismo genrico tan en boga en nuestros
das, que tiende a confundir los lmites entre diferentes gneros literarios, como
son la novela, la autobiografa o el ensayo.
De alguna manera, la lectura que hacemos de la foto interrumpe y cues-
tiona la lectura que hacemos del texto escrito, hasta el punto que consigue que
se tambalee nuestra interpretacin de este ltimo. La presencia de fotografas
obliga al lector a establecer enlaces entre la representacin verbal y la visual,
pero esos enlaces no siempre son intratextuales, sino que a veces resultan extra
o metatextuales, resultando de ello una crtica a la univocidad de la interpreta-
cin y una desestabilizacin del proceso de lectura (Mora Perdomo 2008: 8).
Llegados a este punto, deberamos preguntarnos qu es lo que nos ha
conducido o conduce a estos autores a dudar de la veracidad del referente
mismo de la fotografa. Podemos aceptar que una fotografa es en s misma un
incuestionable certificado de existencia real fuera del texto, pero qu ocurre
cuando el mundo entero (todo y todos) ha sido ya fotografiado? Hay que reco-
nocer que de nuevo Barthes fue todo un profeta al respecto. Tal vez en realidad
Fernndez Mallo, Manuel Vilas y compaa nos estn advirtiendo de algo que ya
augur el propio Barthes, con extraordinaria perspicacia, all por 1980:
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Una de las marcas de nuestro mundo es quizs este cambio: vivimos segn un
imaginario generalizado. Ved lo que ocurre en Estados Unidos: todo se trans-
forma all en imgenes: no existe, se produce y se consume ms que imgenes
[] el gozar pasa por la imagen: esta es la gran mutacin. Un cambio tal suscita
forzosamente la cuestin tica: no porque la imagen sea inmoral, irreligiosa
o diablica (como ciertas personas declararon cuando el advenimiento de la
Fotografa), sino porque, generalizada, desrealiza completamente el mundo
humano de los conflictos y los deseos con la excusa de ilustrarlo. (Barthes 1980:
176-177)
Observa como los turistas fotografan la urbe desde todos los ngulos con sus
telfonos y se pregunta si esa invasin de la realidad, acometida desde todas
las perspectivas y desde todos los rincones del mundo, no terminar por ago-
tar su capital de belleza, si la superposicin de tantas pticas no sepultar el
valor de cuanto puede ser fotografiado, y si nada merecer ser fotografiado en
el futuro, si la hiperrepresentacin del mundo no conducir por fuerza al nihi-
lismo y a la conciencia de que todo vale exactamente nada. (Cuenca Sandoval
2014: 194)
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Obras citadas
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98 Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 83-98, ISSN: 2255-4505
MISCELNEA
PASAVENTO
Revista de Estudios Hispnicos
Vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 101-114, ISSN: 2255-4505
Mariana Catalin
Universidad Nacional de Rosario /
Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas y Tcnicas
[email protected]
Abstract: This paper is divided into two parts. In the first section, we interrogate
different theoretical frameworks to elaborate two definitions of survival, accord-
ing to the time scales and modes of the end that qualified them. In addition, we
take into consideration the values with which they are associated, trying to high-
light the tensions that link them. In the second section, we make an approach
to the Carlos Rioss novel, Manigua, to see how the story makes necessary that
distinction (to account for the complexity of the temporalities that compose it)
but, at the same time, question it, through the mode that imagine the end.
101
Mariana Catalin
Al resear Manigua (2009), Oliverio Cohelo (2010: s.p.) sostiene que el re-
lato de Carlos Ros, escritor que desde la publicacin de esta su primera novela
ha ganado un lugar central en la literatura argentina actual, pone en escena un
mundo posapocalptico con ciudades que han sobrevivido al colapso de la civi-
lizacin. La especulacin en torno al final, a la que el mismo relato nos obliga,
queda as desde este acercamiento inicial en primer plano. Justamente son esas
ciudades las que, en el ncipit de la novela, parecen ser observadas por el prota-
gonista del relato: A los pies de Muthahi, la ciudadela de cartn reluca como el
cuerpo de un animal puesto a secar. El joven observ la gran cicatriz que cruzaba
de norte a sur y all, entre los volcanes extinguidos y sus lagos, otra ciudad, que
en su empeo por sobrevivir negaba a la suya (Ros 2009: 11).
Muthahi que luego, mediante un ritual, se convertir en Apolon, constru-
ye, a travs de su mirada, un territorio en situacin de sobrevivencia, compuesto
por materiales que, como el cartn, pueden no ser ms que desechos. Nicols
Maidana, en otra resea sobre el texto, vuelve sobre el problema del territorio,
pero vara levemente el trmino utilizado por Cohelo. Para el reseista Manigua
nos muestra una frica primitiva, fantasmagrica y apocalptica (2013: s.p.).
La oscilacin entre apocalptica y posapocalptica, y la diferencia que la varia-
cin de los vocablos convoca, no parece casual sino que se vuelve ndice de la
tensin sobre la que se construye la novela: en Manigua el final ya ha ocurrido,
pero al mismo tiempo, est casi ocurriendo (sigue ocurriendo). Si bien es una
tensin que podramos pensar como propia del imaginario del final al que ape-
la el relato, es cierto tambin que la escritura de Ros parece jugar en torno a
ella, volvindola central y apostando de un modo singular a la multiplicacin de
temporalidades que la misma permite vehicular ( juego que, creo, desplaza el
problema del realismo, que tambin insiste en algunos de estos acercamientos,
cf. Maidana 2013).
Con el objetivo de reconstruir esa tensin y de reflexionar en torno a
ella, el presente trabajo se divide en dos momentos. En la primera seccin, se
interrogan diferentes marcos tericos para elaborar una diferencia entre super-
vivencia y sobrevivencia, en funcin de las temporalidades y los modos del final
que las habilitan y las lgicas y valoraciones con que pueden ser asociadas. Las
reflexiones de George Didi-Huberman en La supervivencia de las lucirnagas se
vuelven centrales en esta instancia, ya que permiten distinguir la supervivencia
sacral ligada al paisaje de aniquilacin radical del Apocalipsis, de las superviven-
cias de lo mnimo que nos llevan a pensar la destruccin a travs de un tiempo
continuo. Ahora bien, si la valoracin de lo menor es clara en la perspectiva del
historiador y filsofo francs, al mismo tiempo la mirada apocalptica de Pier
Paolo Pasolini, el objeto del libro, no deja de producirle una inquietud punzan-
te que insiste a lo largo de todo el ensayo. Amparndome en esa insistencia,
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Al borde del desastre: Manigua de Carlos Ros
1.
1
Los objetos de los que se ocupa la ensaystica de George Didi-Huberman son mltiples y la
relacin entre ellos compleja. En funcin de la perspectiva del presente trabajo, interesa destacar
que su reflexin ha puesto en el centro, entre otros tpicos centrales, la discusin sobre la tempo-
ralidad de las imgenes. Sus ensayos han, revulsivamente, cuestionado los modos de entender las
formas en que se construye, en particular, una historia de las imgenes y, en general, la historia. Su
discusin sobre el concepto de aura expuesta fundamentalmente en Ante el tiempo. Historia del
arte y anacronismo de las imgenes (2008 [2000]), se ha vuelto ineludible para los acercamientos
al arte contemporneo. Para abordar la narrativa de Ros apelo a dos referencias puntuales. En
primer lugar, introduzco, como ya mencion, La supervivencia de las lucirnagas (2012 [2009]), en
donde Didi-Huberman vuelve sobre la obra de Pasolini para, a travs de la imagen de la pequea
luz de las lucirnagas, pensar los modos de resistencia del escritor italiano a la mquina fascista y
su posible reformulacin en el presente. En la conclusin, volver sobre La imagen superviviente.
Teora del arte y tiempo de los fantasmas segn Aby Warburg (2002 [2009]), en donde se aborda,
como el ttulo lo indica, la casi inaprensible obra de Aby Warburg, desentraando sus anteceden-
tes, especificando sus modos, oponiendo diversos modelos temporales y elaborando, a partir de
ella, nociones centrales como la de fantasma y la de supervivencia.
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Mariana Catalin
Es fcil reprobar el tono pasoliniano, con sus acentos apocalpticos, sus exage-
raciones, sus hiprboles, sus provocaciones. Pero cmo no experimentar su
inquietud punzante cuando todo en la Italia de hoy por hablar solo de Ita-
lia parece corresponderse cada vez ms exactamente a la infernal descripcin
propuesta por el cineasta rebelde? (Didi-Huberman 2012a: 29)
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Al borde del desastre: Manigua de Carlos Ros
2
Aferrndome tambin, creo, a la posibilidad de pensar la escapatoria mesinica no solo desde
la lgica del horizonte, sino tensionando esta con las posibilidades de la imagen, tal como se ve
obligado a hacer Didi-Huberman al enfrentarse con el fin de la historia de Benjamin. Es decir, no
buscar un horizonte detrs de cada imagen, pero tampoco olvidar esa gran luz que envuelve las
pequeas intermitencia: poder observar la tensin entre ambos modos de ver.
3
Bull, en su intento de disear una tipologa formal de las filosofas de la historia, va describiendo
los modos de articular la sucesin que plantea la puesta en juego del fin del mundo. En este con-
texto seala que, dentro de la tradicin cristiana, es necesario reconocer dos variantes de interpre-
tacin: Segn la interpretacin espiritual [] los smbolos apocalpticos se refieren a realidades
morales continuas en la vida de la Iglesia y del mundo. En la forma histrica, derivada de Joaquin
de Fiore, abad calabrs del siglo xii, las Escrituras se interpretan remitindose a la secuencia de los
acontecimientos ocurridos en la historia religiosa y poltica. Mientras que en las interpretaciones
espirituales de lo apocalptico se hace hincapi en la diferenciacin sincrnica entre el bien y el
mal, los interpretes historicistas dan a la historia un forma y una direccin, un telos as como un
trmino (2000: 14). Por su parte, el milenarismo en su variante popular, en contraste con las
escatologas religiosas elevadas, a menudo preocupadas por el pasado y por el futuro distante o
indefinido [...] enfoca los hechos que ocurren en el presente y en el futuro inmediato (15). As, las
descripciones de Bull, al mismo tiempo que muestran la centralidad del modo sucesivo, traslucen
adems la multiplicidad de variantes que este, no tan explcitamente, implica.
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Mariana Catalin
un apocalipsis sin apocalipsis, un apocalipsis sin visin, sin verdad, sin reve-
lacin, envos (pues el ven es plurar en s), direcciones sin mensajes y sin des-
tino, sin destinador o destinatario decidible, sin juicio final, sin otra escatologa
que el tono mismo del Ven, su diferencia misma, un apocalipsis ms all del
bien y el mal. (Derrida 1994: 75)
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2.
4
Cabe aclarar que la singularidad del hoy, si bien se sostiene como punto de partida de la escri-
tura, sufre mutaciones en los modos en que se manifiesta desde Clases a Suturas: en un primer
momento parte de una reflexin sobre el arte y marca el corte en el pop, para sostener que hoy
el arte es imposible; en cambio, en las manifestaciones ms recientes, el final expande su radio de
accin y atae a aspectos biopolticos, poniendo en el centro una mutacin de las formas-de-vida.
He trabajado ms detenidamente la produccin ensaysitica de Link en dos artculos y una nota,
si bien ninguno se detiene especficamente sobre las lgicas del final, s intentan dar cuenta de
las tensiones que singularizan sus reflexiones y las temporalidades que se juegan en las mismas.
Cf. Catalin (2015; 2016; s.d.).
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5
El agua, ese recurso esencial, no pierde su nombre. Esas denominaciones luego harn simbiosis
con las de algunas ciudades portuarias instalando el interrogante de si los nombres que funcionan
como referencia suponen la pervivencia de ciertas relaciones de poder actuales.
6
Trabaj la complejidad temporal que sostiene esta frmula en Catalin (2015). All sostena que
en la misma se condensa la necesidad de Link de escribir entre la inminencia de un final que ape-
nas ya ha ocurrido (apenas, porque, en realidad, sigue ocurriendo), lo que obliga a una particular
atencin a los modos de sobrevivencias en lo actual, y la necesidad de sostener la inmanencia de
una prdida, que no implica la bsqueda de lo nuevo sino que permite interrogar el vaco de los
nombres que han perdido su sentido. Sobre la manera de pensar los tiempos superpuestos que
se condensa en este caso en el ncipit, pueden retomarse las reflexiones de Didi-Huberman (2012)
sobre la temporalidad de la imagen.
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Y dnde naca ese odio por el que Apolon pulverizaba ladrillos de solo mirar-
los? Diez das tard Apolon en darse cuenta. Diez das tard. Al ver al nio que
devoraba insectos en la lata de aluminio, record que nuestro padre me haba
humillado en pblico por mis modales a la hora de comer. Ese da haban sacri-
ficado una vaca para recibir a uno de mis hermanos. No eras t, aclar Apolon
a su hermano moribundo. (Ros 2009: 19)
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7
Para la diferencia entre actual y contemporneo, que sin duda el relato de Ros nos obliga a
interrogar, cf. Agamben (2010).
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3.
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Obras citadas
114 Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 101-114, ISSN: 2255-4505
PASAVENTO
Revista de Estudios Hispnicos
Vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 115-126, ISSN: 2255-4505
LA GUERRA EN ESCENA:
AY, CARMELA! DE JOS SANCHIS SINISTERRA,
ENTRE MEMORIA Y CONCIENCIA TRAUMTICA
Enrico Lodi
Universit degli Studi di Bergamo
[email protected]
Palabras clave: Ay, Carmela!; guerra civil espaola; retrica; psicoanlisis; me-
moria histrica
Abstract: This article deals with some symbolic and psychoanalytic aspects which
contribute to a reflection about historic memory in Ay, Carmela! by Sanchis Si-
nisterra. Also known for its film transposition by director Carlos Saura, the origi-
nal text is characterized by its rhetorical richness. According to the interpretation
given in this short essay, the stage would be a metaphor of the protagonists
psychical environment: left alone after the death of his lover Carmela, Paulino
lives again in his mind the traumatic events of the past to accept the void of her
loss. Thanks to this process he can come to terms with her death, accepting the
imaginary presence of Carmela as a precious text of civil memory.
115
Enrico Lodi
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La guerra en escena
en muchos aspectos que acaban por connotar de forma distinta las dos obras.
La pelcula, por razones comprensiblemente ligadas al medio cinematogrfico
y a la voluntad de constituir un desarrollo progresivo hasta el clmax final del
desenlace, respeta la fbula segn el orden que hemos articulado aqu.1 En el
texto teatral, en cambio, el orden no lineal atribuido a los eventos es un com-
ponente esencial que enriquece el coeficiente epistemolgico de la obra: nos
encontramos desde el principio con una perspectiva ex post, en la que Paulino
est solo en medio del escenario vaco, y nicamente en un segundo momento
aparece el fantasma de Carmela para visitarlo desde un ms all indeterminado.
Los dos actos y el eplogo de esta elega de una guerra civil2 escrita por Sanchis
Sinisterra se presentan entonces como una recuperacin dialgica de los even-
tos narrados tras el asesinato de Carmela y la consecuente alteracin de todos
los equilibrios de aquel mundo ficticio.
Por lo que se ha dicho, los dos textos difieren mucho en la forma de
relacionarse con el pasado histrico. El mero argumento de Ay, Carmela!, con
su capacidad de evocar la verdad potica3 de la tragedia blica espaola, basta
para ubicar tanto el texto de Saura como el de Sanchis en la dimensin de la
memoria histrica. Sin embargo, aunque, por un lado, es lcito situar la pelcula
en la trayectoria artstica de Saura evidenciando as la atencin del director ara-
gons al origen violento de la sociedad espaola contempornea, por el otro,
los elementos de complejidad estructural y expresiva presentes en el texto de
Jos Sanchis Sinisterra hacen de la memoria un tema ms explcito y expuesto de
forma problemtica a la reflexin del receptor.
En el caso de Carlos Saura, la eleccin de la historia de Ay, Carmela! se
inserta de forma coherente en su trayectoria artstica. Las pelculas que haba
realizado hasta entonces, aunque no podan por obvias razones enfrentarse di-
rectamente con cuestiones ideolgicas que le perjudicaran frente al rgimen
franquista, contenan referencias difusas al trauma persistente de la violencia
social. En este sentido, una de las obras ms llamativas de Saura es La caza,
pelcula de 1965, narracin de la historia de un grupo de amigos cazadores que
acaban matndose recprocamente y de los cuales solo sobrevive el nico que
por su edad no haba participado en la Guerra Civil. Analizando la pelcula, el
crtico Carlos Barbchano seala acertadamente que
1
En realidad, Saura y Azcona son autores de un gran trabajo de adaptacin, ya que la obra haba
sido pensada para el teatro, con una continua presencia de dilogos entre los dos protagonistas
que, adems, son los nicos personajes de la pieza dramatrgica. Otra gran diferencia es la pre-
sencia, mucho mayor en la pelcula que en la obra teatral, de los italianos el teniente y los mili-
tares presentes entre el pblico. Esto se debe sobre todo a la coproduccin italiana de la propia
pelcula. Ver Ros Carratal (2000: 167), que tambin subraya la mayor cercana del texto teatral al
tema de la memoria histrica.
2
As es cmo el autor define su obra. Adems del carcter elegaco, el uso del artculo indeter-
minado una evidencia tambin el sentido ms humano que exclusivamente histrico atribuido
por el autor a su trabajo.
3
Se debe al escritor italiano Alessandro Manzoni (1881: 583) la introduccin en las categoras
de la crtica literaria de la dicotoma verdad histrica/verdad potica: en su Lettera al Mar-
chese Cesare DAzeglio, de 1823, el primer trmino indicaba el respeto fiel a los acontecimientos
histricos ocurridos de verdad, mientras el segundo se refera a la capacidad de un texto para
evocar grandes verdades humanas sin respetar forzosamente los acontecimientos reales.
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Enrico Lodi
Saura lograba [] descubrir lo que haba tras las apariencias en aquella Espaa
de los aos sesenta, satisfecha y en vas de desarrollo: una inmensa herida
colectiva todava no cerrada, una generacin destrozada por la guerra y que ya
no poda protagonizar ms irresponsabilidades histricas. (Barbchano 1999:
86-87)
La evidente conciencia, por parte del autor, de que la memoria es algo que
se construye a todos los efectos como un texto, nos lleva a considerar la propia
4
De hecho, toda la obra teatral consiste en una evocacin ardua y ms fragmentada en el primer
acto y en el eplogo, y ms completa en el segundo acto de la violencia y de las coerciones que
han sufrido los dos protagonistas tras su cada en poder de los franquistas.
5
Obviamente, aunque de forma ms clsica, la pelcula de Saura tambin se compromete con la
cuestin de la memoria y, manteniendo la clasificacin de Jo Labany (2002: 17), adoptada tambin
por Moreiras Menor para leer crticamente los productos culturales de la Espaa Democrtica, se
podra considerar un texto que trata de incorporar la presencia del trauma originario.
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La guerra en escena
6
En el segundo acto se entender que la mencin de este fragmento se debe a su presencia en
el espectculo celebrado frente a los militares y que, entonces, este exordium de Paulino consiste
en una parcial evocacin de los momentos trgicos pasados con Carmela.
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7
Tambin en otros momentos Carmela reprocha a Paulino la falta de valor en la vida de cotidiana.
El fragmento ms conocido a este respecto es, sin duda, cuando Carmela acusa a su compaero
de ser un cagn: Un cagn, Paulino. Las cosas como son. En la escena, un ngel; en la cama, un
demonio Pero, en todo lo dems, un cagn. O no? (Sanchis Sinisterra 1991: 196).
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La guerra en escena
del granadino como las hormigas y la simbologa del color blanco 8 sufre una
interpretacin cmicamente limitada y algo deformante por parte de la pareja:
8
Los versos de Garca Lorca, dedicados a Carmela y compuestos en realidad por Sanchis Sinisterra
son los siguientes: El sueo se desvela por los muros / de tu silencio blanco sin hormigas / pero
tu boca empuja las auroras / con pasos de agona. Como observa tambin Aznar Soler (1991), la
referencia surrealista a las hormigas es un elemento presente en la obra Poeta en Nueva York de
Lorca, muy influida, aunque de forma original, por el auge surrealista de aquellos aos.
9
Adems, poco despus, como ocurre a menudo en las escenas caricaturescas en las que se
interpretan torpemente aspectos impropios de una cuestin, Carmela y Paulino pasan a comentar
con ms inters los detalles fsicos del encuentro: PAULINO [] Y te los ha escrito all mismo?
CARMELA All mismo. Con un lpiz estaba en la cola, muy serio, algo borroso ya Bien trajeado;
con agujeros, claro Pero se le vea un seor (1991: 215). Poco despus, se alcanza el clmax
cmico con la equivocacin de Carmela cuando, a la hora de referirse al Romancero gitano, habla
de un inexistente Romancero flamenco (216).
10
La nocin pirandelliana del humorismo es posterior a otro texto fundamental sobre las dinm-
icas generativas de lo cmico: en el autor italiano se halla sin duda el influjo, al menos parcial,
de La Risa, el ensayo de 1900 en que Henri Bergson defina la comicidad como una forma de
contraste entre la rigidez del sujeto cmico y la fluidez y flexibilidad que precisa la vida. Adems,
aunque a un nivel menos explcito, en Pirandello se podran hallar referencias a la obra El chiste
de Freud, de 1906, quien defina lo cmico como una forma no traumtica de traer a luz material
potencialmente violento guardado en lo inconsciente.
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Junto a esta dimensin social y civil del texto que hemos intentado anali-
zar a travs de algunos aspectos retricos de Ay, Carmela!, se puede proponer
tambin otra lectura integrada con la primera, interpretndola como representa-
cin simblica de unos mecanismos psicolgicos propios del ser humano frente
a condiciones extremas. En esta perspectiva, las dinmicas del deseo adquieren
una relevancia esencial y condensan en Carmela, pero sobre todo en Paulino, el
ncleo de articulacin fundamental.
Al principio del primer acto, el espectador ve a Paulino solo, en el escena-
rio vaco, entre objetos como una gramola y una bandera republicana que, por
su estado de abandono, presentan casi la calidad de escombros. Este paisaje de
ruinas, marcado por la soledad del personaje, es el locus en el que se establece
el pacto ficcional con el pblico; as, cuando Paulino, ayudado tambin por la ga-
rrafa de vino de la que bebe varios tragos, evoca a Carmela el elemento esen-
cial de su deseo, los indicios contextuales sugieren la idea de que el verdadero
objeto de la representacin es el universo interior del protagonista.
El aspecto que atribuye una connotacin psicolgica muy densa a la obra
de Sanchis Sinisterra es justamente la soledad de Paulino y la paralela condicin
de fantasma de su mujer. El estado alucinatorio del protagonista convierte al
escenario en una ventana que asoma a su vida psquica, donde los dilogos
con Carmela son en realidad un monlogo alucinado en el que se reproduce la
memoria del trauma sufrido en el teatro de Belchite. Dicho en otros trminos:
parece que asistimos a la soledad de la palabra de Paulino y, a travs de esta, a
la evocacin de su deseo.
Enfocar el anlisis de la obra en clave psicolgica, adems, permite am-
pliar la lectura de las dinmicas interiores del personaje, en primer lugar consi-
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La guerra en escena
Adelante con la prueba de luces, mi teniente! Avanti! Stiamo presti! Luci, mio
tenenti! [] Los rojos! Los rojos, mi teniente, i rossi! (apagn total) No, hom-
bre! Qu hace? No se asuste Quiero decir los botones rojos! [] I bottoni
rossi! (se enciende la luz con intensidad media) Por fin! Eso es! Perfecto! Per-
fetto, mio tenente! As! Cos,cos!... Principio, cos! !I bottoni rossi! (Sanchis
Sinisterra 1991: 199-200)
11
El propio Lacan (1975) sostiene que el psicoanlisis es la institucin que devuelve dignidad cien-
tfica y atencin crtica al concepto tradicionalmente metafsico de Nombre del Padre.
12
Es interesante en este contexto que Logos se puede traducir tanto por lenguaje como por
ley.
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PAULINO -Carmela, no! (Sale tras ella, pero al punto vuelve a entrar, como
impulsado por una fuerza violenta que le hace caer al suelo. La luz blanquecina
se apaga.) Carmela! (Intenta incorporarse, pero est como aturdido y, adems,
se ha lastimado una pierna,) Carmela, vuelve! Vuelve aqu! Me he roto una
pierna! Estoy herido, Carmela! Me he roto! (Pero comprueba que no es cierto
y se pone en pie, an ofuscado. Camina cojeando y vuelve a gritar, con menos
conviccin.) una pierna! No puedo andar, Carmela! Te necesito! No puedes
dejarme as! Me he quedado cojo!... (De pronto, la escena se ilumina brillante-
mente, al tiempo que comienza a sonar a todo volumen el pasodoble "Mi Jaca".
PAULINO, asustado, se inmoviliza, mira las luces y tambin la sala. Se frota los
13
Lo real es definido en varias ocasiones como lo que es radicalmente Otro, la pura existencia no
simbolizada del mundo o, en otros trminos, la realidad menos lo simblico.
14
Manuel Aznar Soler recuerda que, en una ponencia de 1985, Sanchis Sinisterra defini al
pblico en su aspecto de receptor implcito, es decir un conglomerado de deseos, presuposi-
ciones y clculos (1991: 55).
15
Esto vale tambin, segn Lacan, en la vida psquica en general. Cuando el psicoanalista francs
sostiene que no hay relacin sexual, se refiere justamente al carcter ilusorio de esa promesa de
un encuentro autntico, que de hecho nunca permite efectuar un encuentro con lo real.
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La guerra en escena
ojos, se tantea la cabeza y, antes de que salga de su estupor, cae rpido el teln).
(Sanchis Sinisterra 1991: 221-222)
Obras citadas
Aznar Soler, Manuel (1991): Introduccin a Jos Sanchis Sinisterra, aque-Ay, Carmela!.
Madrid, Ctedra, pp. 9-120.
Barbchano, Carlos (1999): Entre cine y literatura, Zaragoza, Prames.
Bergson, Henri (1985): La risa, Madrid, Sarpe.
16
En la teora lacaniana, este l es el gran otro, la Cosa (Das Ding), que en ltima instancia coin-
cide con la muerte y que ejerce la atraccin fundamental para nuestra vida psquica porque con
su entereza resolvera nuestra separacin de lo Real.
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Enrico Lodi
Freud, Sigmund (1979): El chiste y su relacin con lo inconsciente. En: Obras Completas,
vol. 8. Buenos Aires, Amorrortu.
Labany, Jo (2002): Constructing Identity in Contemporary Spain: Theoretical Debates and
Cultural Practice. Oxford, OUP.
Lacan, Jacques (1975): Escritos 1. Buenos Aires, Paids.
(2006): Obras Escogidas. Barcelona, RBA.
Manzoni, Alessandro (1881): Opere varie. Miln, Fratelli Rechiedei.
Moreiras Menor, Cristina, (2002): Cultura herida. Literatura y cine en la Espaa democrtica.
Madrid, Ediciones Libertarias.
Pirandello, Luigi (2014): Lumorismo. Miln, Mondadori.
Ros Carratal, Juan A. (2000): El teatro en el cine espaol, Alicante, Universidad de Alicante.
Sanchis Sinisterra, Jos (1991): aque-Ay, Carmela!. Madrid, Ctedra.
(1987): Teatro en un bao turco. En: Congrs Internacional de Teatre a Catalunya
1985. Actes, t. iv. Barcelona, Institut de Teatre, pp. 131-143.
Saura, Carlos (dir.): Ay, Carmela! (Pelcula. Espaa-Italia, 1990).
Wood, Guy (2007): Luis Buuel, Carlos Saura y la creacin de La caza. En: Javier Herrera
y Cristina Martnez-Carazo (eds.), Hispanismo y cine. Madrid/Frankfurt, Iberoame-
ricana/Vervuert.
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Revista de Estudios Hispnicos
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Abstract: In this essay, I point and examine the idea of a poetic contract in the
work of the Peruvian poet Blanca Varela (1926-2009). I will name this contract
el gran aire de las palabras in reference to one of her poems, and it implies a
poetic attitude, a becoming of the word, an incessant movement of the Varelian
consciousness that, in my opinion, constitutes the cornerstone of her poetry.
My work articulates the way in which this contract begins to take shape in her
first poetry book, Este puerto existe (1959) and ends up crystallising in Ejercicios
materiales (1993) and El libro de barro (1994).
127
Ins Ferrero Cndenas
Me hubiera gustado ver a Blanca Varela (Lima, 1926-2009) leer sus versos
en pblico, ser uno de esos pocos que disfrutaron el privilegio de escuchar su
voz. Especialmente hubiera querido escucharle decir: no tiene sentido que yo
est aqu/ destruyendo/ lo que no existe (1996: 167). Si bien no he tenido ese
placer, voy a seguir rigurosamente el consejo de estos versos. Que no es otro
que advertir, como haca Paul Valry, que no podemos decir casi nada sobre
la poesa que no sea directamente intil para aquellos que la desean. Porque
todos los que la desean sienten la necesidad de lo que comnmente no sirve
para nada, y perciben una especie de rigor en ciertas combinaciones de palabras
completamente arbitrarias para otros odos (Valery 1990: 27; cursivas suyas).
Intuyo que por esto mismo era inusual verla en lecturas poticas. Incluso su
exesposo, el pintor Fernando de Szyszlo, consideraba un raro privilegio verla en
algn recital: No recuerdo haberla escuchado leer sus poemas ms de dos ve-
ces [], pero cuando la he escuchado ha sido emocionante, porque es muy inse-
gura, conmovida por lo que est leyendo (Szyszlo en Hidalgo-Vega 2005: s.p.).
Los que conocieron a Blanca Varela la recuerdan como una persona t-
mida, solitaria, incluso renuente a publicar sus poemas. En su famoso prlogo,
Octavio Paz recuerda las reuniones en los cafs parisinos de 1949, y cmo los
que all se juntaban no crean en el arte, pero s en la eficacia de la palabra y en
el poder del signo.1 Explica como la poesa era un acto de legtima defensa y que,
por aquel entonces, todos cantaban. Y finalmente relata cmo entre aquellos
cantos, resaltaba el canto solitario de una muchacha peruana, Blanca Varela,
por ser el canto ms secreto y ms tmido, el ms natural (Paz 1996: 9-10). Esta
afirmacin no deja de ser interesante. Aunque su canto resaltara entre los otros
y a pesar de que es de las poetas ms importantes del Per, su obra no es muy
conocida fuera de crculos literarios y acadmicos. Esto se debe a varios moti-
1
En los cincuentas Pars la acogi. Casada en ese entonces con el artista plstico Fernando de
Szyszlo, vivi intensamente la vida amorosa e intelectual de la ciudad. Fue en esa ciudad donde
afianz su personalidad. Eran los aos de la posguerra, los intelectuales se reunan y el surrealis-
mo andaba en boga. Blanca escriba susCantos (Hidalgo-Vega 2005: s.p.).
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Blanca Varela y el gran aire de las palabras
2
Mariela Dreyfus y Roco Silva Santisteban abundan a este respecto: Desde finales de los 70 y
durante toda la dcada del 80, Blanca Varela call por muchos aos. Su parquedad potica se
trastoc adems en parquedad social: durante la dcada del 70 se dedic trabajar como comen-
tarista de libros en revistas como Amaru y como crtica de cine bajo el seudnimo Cosme en las
pginas de La Prensa, sin participar activamente de la vida literaria limea. A pesar de su opcin
clara por la huida del mundanal ruido de la ciudad letrada, hizo algunas excepciones y sali la pa-
lestra limea para participar en algunos recitales colectivos como el que organizara el recordado
poeta Csareo Martnez en el otrora Instituto Cultural Peruano-Sovitico. Fueron a su vez aos de
trabajo constante como directora de la filial peruana del Fondo de Cultura y como presidenta de
la seccin peruana del PEN Club (2007: 17).
3
El premio Reina Sofa result en la elaboracin de la antologa Aunque cueste la noche, editada
por la Universidad de Salamanca y a cargo de Eva Guerrero, autora del estudio introductorio.
La seleccin potica fue realizada por el poeta ngel Gonzlez Quesada, y dicha seleccin es
relevante en tanto que incluye algunos de los primeros poemas que Varela decidi suprimir de
antologas posteriores, constituyendo un aporte fundamental para entender su obra.
4
En 1949, Eielson, Bondy y Sologuren compilaron, editaron y publicaron la antologa La poesa
contempornea del Per, en donde participa Varela, y que de alguna manera obliga a repensar la
poesa escrita en el Per hasta entonces: El programa esttico de la antologa est en el epgrafe:
sepultar en la sombra al rbol del bien y del mal, desterrar las honestidades tirnicas, para que
dirijamos nuestro pursimo amor, de Arthur Rimbaud. Poco tomada en serio, la cita es es en s
misma una leccin de cmo un epgrafe se debe a su relacin con un programa esttico y no al
saqueo de un referente prestigioso. Tres son sus implicaciones: leer fuera de la conceptualizacin
binomial y oposicional con que se imagina la cultura, leer fuera de la idea o conviccin de que una
cierta moral o tica validan o definen un programa artstico, y, finalmente, medir la poesa por las
fuerzas con las que esta dirige un tipo de experiencia (Herbozo 2016: s.p.).
5
Es interesante la reflexin de Paz a este respecto: En Blanca Varela hay una nota, comn a casi
todos los poetas de su tiempo, que no aparece en los de grupos anteriores, trtese de espaoles,
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latinoamericanos o franceses. Los poetas de la generacin anterior se sentan, por decirlo as,
antes de la historia; los nuevos, despus []. La poesa anterior a la guerra se propuso derribar el
muro; la nueva pretende explorarlo, como se explora un continente desierto, una enfermedad,
una prisin (Paz 1996: 11; cursivas suyas).
6
Comparto la visin de la mayor parte de los crticos que han reseado este libro. Incluyo como
ejemplo la opinin de Cecilia Esparza: Este libro llena un vaco en la crtica literaria y ser indis-
pensable tanto para el medio acadmico como para el lector que se acerca a la obra de Varela con
un inters distinto al profesional. La publicacin rene artculos especializados y enriquece nues-
tra comprensin de la obra y la vida de Blanca Varela a travs de las entrevistas incluidas y lo que
podramos llamar una biografa ilustrada en las fotografas, casi todas inditas, que nos acercan a
momentos de su vida pblica y privada. El texto contiene tambin una antologa preparada por la
propia Varela en el ao 2005, una exhaustiva bibliografa y una cronologa (2008: 349).
7
Algunos crticos, como Modesta Surez, atribuyen este inters por la pintura al hecho de que
la poeta estuvo casada con el pintor Szyszlo durante su formacin intelectual. La propia poeta
comenta: Algo formidable de vivir con Fernando ha sido el que me enseara a ver la pintura que
es un arte que confieso me gusta ms que la poesa. Hay en l un lado artesanal, sensorial, que
envidio. Esta relacin con la pintura est presentada de modo muy directo en un poema mo,
Madonna, que es una descripcin libre del famoso cuadro de Filippo Lippi (Varela en Surez
2003: 33).
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Blanca Varela y el gran aire de las palabras
8
Genealoga de la mirada es la expresin que utiliza Modesta Surez para relacionar la obra
de Varela con la pintura y la condicin existencial del pintor. Las mujeres de la familia materna de
Varela, eran grandes aficionadas a la pintura y a la msica (2003: 35).
9
A estas tres etapas cupiera aadir la publicacin a comienzos de la dcada de los 80s de la an-
tologa Camino a Babel publicada por Javier Sologuren en las ediciones populares de la la Munici-
palidad de Lima: El libro signific la difusin a nivel popular de una autora que, en ese entonces,
comienzos de la dura dcada del 80, empezaba a considerarse como una poeta de culto entre los
poetas jvenes y los estudiantes de literatura (Dreyfus y Silva-Santisteban 2007: 15). Finalmente
tambin hay que aadir que en los ltimos aos muchos otros estudios se han unido a estos; y
que tambin ha habido una considerable cantidad de tesis de grado y posgrado en diferentes
universidades del mundo.
10
El motivo de esta eleccin, como se ver despus, es porque esta antologa culmina con El libro
de barro. Efectivamente existen antologas ms completas: En el 2001, la editorial catalana Galaxia
Gutenberg publica el volumenDonde todo termina abre las alas. Poesa reunida(1949-2000), que
rene toda la produccin potica de Varela hasta la fecha, incluyendo el conjunto indito, El falso
teclado. Esta edicin consta adems de un prlogo, Blanca Varela: la poesa como conquista del
silencio, de Adolfo Castan, y un excelente eplogo del poeta Antonio Gamoneda, Hablo con
Blanca Varela. Muy recientemente, en el 2014, el sello editorial de la UNAM en Mxico vuelve a
recoger toda la produccin de Varela en otro hermoso volumen, El suplicio comienza con la luz.
Poesa Reunida (1949-200), en el que tambin se incluye un prlogo a modo de lectura dialogada
de la poeta Roco Silva Santisteban.
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su mxima nitidez y concrecin. Es por eso que, aunque cito a Varela a modo
de antologa personal y sin orden cronolgico, referir a estos poemarios ms
frecuentemente, sin que esto implique, insisto, un anlisis o reflexin en torno a
los mismos.
En Este puerto existe, el yo lrico de Varela tiene voz masculina. Fue un
rasgo que sorprendi mucho y que en parte provoc que Octavio Paz asumiera
que no haba nada menos femenino que la voz de Varela. Dicho atributo ha sido
entendido generalmente por la crtica como un intento por comprender la uni-
versalidad de lo humano. Comparto no obstante con Julieta Gamboa que no se
trata de esto, que ms que la bsqueda de un sujeto universal, la inexistencia
de una marca de gnero explcita en este primer libro se debe a un momen-
to originario de bsqueda de definicin, a la expresin de una pregunta sobre
cmo decir desde el lenguaje potico, hacia dnde ir, sin que haya respuestas
definitivas (Gamboa 2014: s.p.). Entonces, este no tener gnero se trata ms bien
de un experimento; de la primera y necesaria parte de su pacto potico: buscar
sin perseguir un encuentro, una respuesta. Definir su propia voz a travs de un
sujeto potico y abstracto, quizs incluso divino. El experimento con el gnero
no se vuelve a repetir. A partir de un segundo poemario y durante todos los
siguientes, el yo lrico de Varela tiene cuerpo de mujer y lo cierto es que, como
ya se ha comentado, buena parte de su recepcin aborda la condicin femenina
como una de las marcas de su poesa.
Me resulta curioso que algunos de los mejores crticos de Varela hayan
insistido sobre la dificultad de encontrar temas que atraviesen su obra. Roberto
Paoli seala como la dificultad de enuclear temas es corolario de su capacidad
para reducir la complejidad de los elementos a la abstraccin de una cifra (1996:
18). Susana Reisz atribuye esta dificultad a la preferencia de Varela de intensifi-
car los registros ms duros y recios para rechazar todo adorno verbal que evo-
que la servidumbre de los cosmticos (2005: 45). Y digo que me resulta curioso
porque no s entonces si el tiempo, el cuerpo, lo instintivo, la muerte, la inexac-
titud divina o la pureza de la palabra se consideren temas o no por estos crticos,
pero aun si no son temas, s son preocupaciones centrales a su poesa. Ms
bien comparto con Silva Santisteban que sus temas varan desde la experiencia
mstica (aunque distante y seca) hasta los diversos e insospechados retrucanos
de la maternidad, pasando por la reflexin sobre el cuerpo y la muerte (2013:
13). No tendr ocasin de discutir a profundidad dichos temas, pero quisiera
mencionar que todos ellos engloban ideas, sentires y conceptos que participan
de este pacto potico. Por otro lado, lo que s es absolutamente cierto es que la
voz de Varela no necesita de accesorios y siempre representa el devenir de una
idea: las cosas hablan entre ellas, se mueven hacia ellas mismas (Varela 1996:
102). Quizs por eso a veces parece que su poesa escapa de todo tema, aunque
esto sea prcticamente imposible.
En esta poesa se trata de ver la carne convertida en paisaje (Varela
1996: 203), de convertir lo interior en exterior sin usar el cuchillo (1996: 197),
de acceder a ver la transmutacin que permite el verbo y ser capaz de discernir
que su bsqueda como poeta es el camino, que no se persigue el llegar sino el
movimiento. Que no hay verdad, ni eternidad, porque la verdad desaparece con
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Blanca Varela y el gran aire de las palabras
la luz (Varela: 1996: 206), y es tan callada la voz de la verdad que es imposible
orla (Varela: 1996: 206). Entonces, en qu consiste este pacto potico, este
gran aire de las palabras? El gran aire es aquello que no puede decirse pero
que se dice. El gran aire es una lucha cuerpo a cuerpo con la palabra, es una
inquietante dilucidacin, es la divinidad de la palabra, su pureza o desnudez. Es
tambin el instante del nacimiento del cuerpo potico. Es la necesidad de mirar
en el otro lo que queremos sea mirado en nosotros mismos. Es la obligacin
de confrontar nuestro propio reflejo distorsionado. Es practicar, en palabras de
Varela, el Arte Negro: mirar sin ser visto a quien nos mira mirar junto con el
Arte Blanca: cerrar los ojos y vernos (1996: 184). El arte (magia) blanca y negra
simbolizan a su vez la alquimia del verbo; y es as que la poesa de Varela se
convierte en un prodigio de reconocimiento del yo a la vez que se define un yo
plural.11 Esta pluralidad del ser potico funciona como un caleidoscopio y como
una cmara lcida. Es oscuro y resplandeciente. La poeta tiene que comunicar
sin ser sometida a la incitacin del afuera. Lo que se tiene que nombrar obedece
a una pulsacin interior. Encierra en s el misterio de lo correcto, de lo expresable
y tambin de lo que considera indecible: Junto al pozo llegu/ mi ojo pequeo
y triste/ se hizo hondo, interior./ Estuve junto a m/ llena de m, ascendente y
profunda,/ mi alma contra m,/ golpeando mi piel,/ hundindola en el aire, hasta
el fin./ La oscura charca abierta por la luz./ ramos una sola criatura,/ perfecta
,ilimitada,/ sin extremos para que el amor pudiera asirse./ Sin nidos y sin tierra
para el mando (1996: 50).
La pulsacin creativa, la insatisfaccin, la bsqueda de la perfeccin, la in-
certidumbre, el cuerpo, todos impulsan estos versos de Varela. Leemos una voz
que sabe salir de su soledad para buscarse desesperadamente, para comunicar
su propio misterio. Su propio secreto. Y aun cuando no haya secreto que anun-
ciar, la poeta queda con un disimulo aparente y burln: Y te rendimos diosa/
el gran homenaje/ el mayor asombro/ el bostezo (1996: 147). Varela asevera
la dificultad en la comunicacin del secreto que se descubre, o del secreto que
habita perspicaz en la lucha constante del intentar nombrar: Un poema/ como
una gran batalla/ me arroja en esta arena/ sin ms enemigo que yo/ yo/ y el gran
aire de las palabras (1996: 123; mis cursivas). La poeta es consciente del carcter
inasible de la palabra, y aun as, no puede sino conjurarla. Escribir es batalla pero
tambin es goce, riesgo absoluto, pues es instalarse en ese aire, y en el caso de la
peruana, es instalarse con todo el cuerpo, con toda su humanidad y animalidad.
En el aire escribo/ con mi lengua escribo/ con mis manos y pies escribo/ con mis
ojos (1996: 133). Quizs por eso su palabra est tan alejada del artificio de los
cosmticos (Reisz 2005: 45). Despojada de toda mscara, arde sobre su cuerpo:
entre mis dedos/ ardi el ngel (1996: 146) y despus el justo golpe/ la mano/
la msica de la mano/ la rebusca en el fuego (1996: 152). Estas citas pertene-
cen a dos poemas diferentes de Canto Villano. En este poemario la palabra de
Varela es ms breve y rigurosa que nunca. La poeta rechaza fervientemente la
11
En este sentido, su poesa tambin participa de una de las preocupaciones centrales de la
poesa simbolista. Estoy pensando en la Alquimia del verbo de Rimbaud, en el desarreglo de los
sentidos que producen las sinestesias y tambin en el famoso Je est un autre.
Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 127-138, ISSN: 2255-4505 133
Ins Ferrero Cndenas
134 Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2016), pp. 127-138, ISSN: 2255-4505
Blanca Varela y el gran aire de las palabras
tu alma/ sin ms obstculo que tu cuerpo/ sin ms puerta que tu cuerpo (1996:
192). En una entrevista a Rosina Valcrcel, Varela habla precisamente de la pro-
ductividad de la soledad: siempre he sido bastante solitaria, dice, y adems
[...] yo creo que no me senta sola en absoluto. La sordera de Dios es evidente,
hasta hoy la siento (2007: 455). La peruana afirma que si no hay comunicacin
con algo trascendente solo queda la posibilidad de internarse en uno mismo, de
enfrentar su propio demonio, el espejo, la cpula. Y contina: La poesa sigue
siendo para mi una manera de seguir explorando, de darles nombre a los demo-
nios []. Por eso a veces mis grandes silencios en poesa (1996: 455).
Ejercicios materiales, un ttulo que alude visiblemente a las reglas de pre-
paracin espiritual de Ignacio de Loyola, se emplea aqu para presentar una regla
profana. Se trata de las enseanzas de la Diosa Oculta, la propia poesa, y son en
efecto ejercicios para enfrentarse a sus demonios, al vaco, a la sordera del dios
que s escuchaba Loyola pero que Varela no poda escuchar, o al menos no de la
misma manera. Ejercicios materiales para que la palabra no se fugue ni se haga
polvo, polvo rebelde s/ con los cabellos de polvo desordenado/ para siempre
jams por un peregrino pensamiento/ [], palabra escrita palabra borrada/ pa-
labra desterrada/ voz arrojada del paraso/ catstrofe en el cielo de la pgina/
hinchada de silencios (1996: 185). El pacto potico de Varela consiste en aceptar
esa realidad absurda e inexacta, y por supuesto, de revisarla a travs de la pala-
bra potica. En eso consiste tambin la soledad, la orfandad: en la imposibilidad
de otorgar un sentido. Lo que se busca no se encuentra, lo que se encuentra no
se puede atrapar y lo que se nombra se desvanece en su enunciacin. La palabra
fluye centrfuga: Un crculo en el aire para atrapar algo de lo perdido./ El sueo
de ayer, la imagen que se escapa entre dos aguas, que se multiplica y transforma
hasta no ser sino el agua misma, el brillo deslumbrante, instantneo, de los pro-
pios deseos (1996: 81). El poema nombra y logra ser? La voz potica de Varela
persigue una sagrada inexactitud y tambin es ah donde la poesa se vuelve
metafsica, donde el ojo comienza a desteirse/ a no ser/ y la voz se quiebra
inaudita/ (alguien ha perdido definitivamente su balsa) (1996: 186).
Escuchamos una voz a la deriva, indiferente, que entona el amanecer de
un nuevo da y canta el paso implacable del tiempo. Un tiempo que acta so-
bre la carne, sobre el cuerpo, que confabula presencias e invisibilidades. Dime/
durar este asombro?/ esta letra carnal/ loco crculo de dolor atado al labio/
esta diaria catstrofe/ esta maloliente dorada callejuela sin comienzo ni fin/ este
mercado donde la muerte enjoya las esquinas/ con plata corrompida y estriles
estrellas? (1996: 121). Su fe, su pacto potico, apunta a un movimiento de la
conciencia que siente el tiempo como una herida que crece: de lo inexacto me
alimento/ y toda el agua de los cielos es incapaz de lavar esta nfima y rebelde
herida de tiempo que soy (1996: 185). Es una voz que afirma que no se retorna
de ningn lugar (1996: 193), que sabe que si hay otro lado, es igual a este: Al
otro lado de la ventana/ alguien ha resuelto el enigma/ para entrar en la vida
solo hace falta una puerta (1996: 187). Se anuncia que no hay vida sin cuerpo
y que este es una casa de cuervos. Por eso as siempre, al final, otra vez este
prado/ este prado de negro fuego abandonado/ otra vez esta casa vaca/ que es
mi cuerpo/ adonde no has de volver (1996: 192).
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Ins Ferrero Cndenas
La lucha entre el cuerpo del poema y su propio cuerpo refleja una sabi-
dura que como bien dice Adolfo Castan, recuerda a la de Herclito citado por
Zambrano, es decir, una sabidura que reparte el logos por todas las entraas
(Castan 1996: 38). Y s, la voz se auto-inmola, el yo lrico se ofrenda en el altar
del lenguaje. La mujer transita con su sombra por el espejo y con su reflejo ante
los otros. Se despoja de esta sombra, de este reflejo, y no se rinde. Sigue luchan-
do: Defenderse del incendio con un hacha. Del demonio con un hacha, de dios
con un hacha./ Del espritu y la carne con un hacha (1996: 194). En tal disputa
de la carne con el lenguaje, el ojo, la nariz y la boca se despojan de sus colores.
Ya dijimos que el color no importa sino el aire que lo mueve. Como contina di-
ciendo Castan, Varela enuncia desde un misticismo ateo fundado en el oficio
desnudo de una palabra desnuda (1996: 36). Y aado, impresa sobre su cuer-
po: as cados para siempre/ abrimos lentamente las piernas/ para contemplar
bizqueando/ el gran ojo de la vida/ lo nico realmente hmedo y misterioso de
nuestra existencia/ el gran pozo/ el ascenso a la santidad/ el lugar de los hechos
(1996: 199). Este baile de cada tambin anuncia, claro est, la elevacin de la pa-
labra potica, su relacin con lo divino: entonces/ no antes ni despus/ se em-
pieza a hablar con lengua de ngel/ y la palabra se vuelve digerible (1996: 201).
En esto consiste entonces el gran aire de las palabras: en obtener el
lenguaje silencioso a travs de una pauta profana y sin adornos. Esta pauta in-
volucra una alquimia verbal, una destilacin. Implica reconciliarse con o luchar
contra, sus propias expresiones. Hay que rehacerlas, transmutarlas o destruirlas
completamente. Por eso, insisto, este pacto atraviesa toda su obra. Entonces,
el silencio no es un no decir, sino una contencin para evitar el desborde. Del
silencio deriva la poiesis, esto es, del entusiasmo por lidiar con un conflicto que
rebasa la expresin. Esta es, en cierto sentido, la misin mstica de la escritura.
Aunque la regla de Varela sea profana. Su misticismo incorpora una fe total en
la incertidumbre, en la ausencia, en la falta. Mirando a los dioses borrarse en
el muro y a los hombres sangrar en el libro de barro. Sal en los labios y en los
ojos la memoria desollada aproximndose a la ausencia ejemplar (1996: 221). O
tambin: Hablando. Soy el dios de un cielo vaco como un huevo vaco. Mi piel el
revs del cascarn donde la vida arda (1996: 222). La voz potica expresa un en-
tusiasmo por lo abierto e inexacto que no obedece a ninguna doctrina pero que
llama al fuego sagrado. Alejandra Pizarnik deca que el lenguaje silencioso en-
gendra fuego (1996: 553) y en el caso de Varela se dira que el lenguaje fogoso
engendra vaco: es el da sobreviviente con su carreta vaca/ sigue brillando la
lmpara penitente/ pero no creo en su luz/ ni compro la muerte con nombre de
pez/ ni es cierto que bajo su escama mortecina/ dios nos contempla (1996: 186).
Al yo lrico le incomoda la realidad porque es temporal, porque la ausen-
cia de lo trascendental que se comunique descubre una nada impasible: No
habr testigos/ se nos ha advertido que el cielo es mudo (1996: 194). De ah
que surja la necesidad de batallar contra el gran aire, para que alguien vuelva/
desvelado y sin prisa/ con un tringulo de eternidad entre las manos (1996:
189). Aun invocndola, la poeta no se deja engaar por la eternidad. Al contrario,
llamar su nombre presupone un exorcismo. Tiene as una voz que se sabe callar
a tiempo (Paz 1996: 12). Es una voz devoradora de dios. Es ms, hace a dios
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Blanca Varela y el gran aire de las palabras
Obras citadas
Castan, Adolfo (1996): Blanca Varela: la piedad incandescente. En: Blanca Varela, Canto
Villano. Poesa Reunida. 1949-1994. Mxico, FCE, pp. 25-43.
Dreyfus, Mariela, y Silva Santisteban, Roco (eds.) (2007): Nadie sabe mis cosas. Reflexiones
en torno a la poesa de Blanca Varela. Lima, Fondo Editorial del Congreso del Per.
Esparza, Cecilia (2008): Resea a Nadie sabe mis cosas. Reflexiones en torno a la poesa de
Blanca Varela, Lexis, vol. xxxii, n. 2, pp. 349-354.
Franco, Jean (2008): Blanca Varela y el animal interior, Revista de Crtica Literaria Latinoa-
mericana, vol. 34, n. 67. pp. 325-328.
Gamboa, Julieta (2014): El hombre es un extrao animal, Confabulario. El Universal. Ac-
cesible en <http://confabulario.eluniversal.com.mx/cimientos-2/> [ltima consulta:
10.09.2015].
Gamoneda, Antonio (2001): Hablo con Blanca Varela. Eplogo a Blanca Varela, Donde todo
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Ins Ferrero Cndenas
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ENTREVISTA
PASAVENTO
Revista de Estudios Hispnicos
Vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 141-147, ISSN: 2255-4505
Ana Casas
Universidad de Alcal
[email protected]
1
Con motivo de la concesin del Premio Nacional de Narrativa 2016 a La habitacin de Nona un
galardn que viene a sumarse a los de la Crtica y Dulce Chacn de Narrativa, otorgados tambin
a esta misma obra- reproducimos la entrevista que, un par de aos atrs, tuve el honor y el placer
de realizar a Cristina Fernndez Cubas. Se public en Espejismos de la realidad. Percepciones de lo
inslito en la literatura espaola (siglos xix-xx), Len, Universidad de Len, 2015, pp. 35-41. Por
ello agradezco muy encarecidamente a sus editoras, Natalia lvarez Mndez y Ana Abello Verano
as como al rea de Publicaciones de la Universidad de Len-, el haberme concedido el permiso
para poder hacerlo. De igual modo, va mi agradecimiento a Cristina Fernndez Cubas, que ha
autorizado estas pginas.
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Entrevista a Cristina Fernndez Cubas
mil y una noches, ha tentado a muchos escritores a lo largo de todos los tiempos.
Mark Twain tiene un relato excelente en el que Sherezade cuenta muchas histo-
rias, pero con una verborrea tal que el sultn acaba muriendo de agotamiento.
Luego se casa con otro sultn, que tambin muere de agotamiento, y despus
con otro y con otro... Es decir, la tremenda verborrea de Sherezade va matando
a tantos sultanes como doncellas mat el sultn en el pasado. Thophile Gautier
tambin tiene otro relato se titula Noche- dentro de esta misma lnea.
Pero volviendo al cuento de Edgar Allan Poe, cuyo planteamiento difiere
de estos otros que acabo de mencionar, este resulta especialmente interesante
porque le da la vuelta a lo inslito: narra como un buen da, ya casada Sherezade,
porque el sultn se haba olvidado de matarla y haba tenido hijos con ella, le
comenta a su marido que hay un viaje de Simbad que todava no le ha contado.
Antes le haba hablado de muchos viajes con el pjaro Roc, los distintos lugares
que haba visitado Simbad-, pero haba olvidado contarle el mejor de todos.
El sultn, intrigado, le dice: cuntamelo ya. Y entonces Sherezade empieza a
narrar un viaje extraordinario en el que Simbad ve maravillas, por ejemplo, edi-
ficios que van por el mar sacando humo, gusanos que van a toda velocidad por
la tierra, resumiendo, todos los inventos de la era contempornea (el tren, el
trasatlntico, el telgrafo). Pero al sultn no le gusta nada el cuento. Cada vez
se va poniendo ms nervioso, hasta responder estupideces, paparruchas y, al
final, sentenciar: no me ha gustado nada este viaje de Simbad. Y la degella.
Es decir, todos los inventos y curiosidades cientficas que aparecen en el relato
de Sherezade totalmente reales en la poca de Poe, pero no en la de las Mil y
una noches- al sultn le parecen inslitos. Tanto que termina con la vida de She-
rezade. A m me interesa particularmente esa idea de lo inslito que surge de lo
cotidiano y de lo que consideramos real.
AC. Ello tiene mucho que ver con la perspectiva extraada que adoptan tus perso-
najes sobre las cosas cotidianas, en apariencia normales, lo que provoca esa mirada
de lo inslito. Esta cualidad est muy presente, por otra parte, en la configuracin
de los espacios. En general, se trata de lugares normales pero en los que sucede
algo que los convierte en espacios nicos y extraos: por ejemplo, en El reloj de
Bagdad la vida pacfica de la casa se ve trastornada con la llegada del reloj; o en
Mi hermana Elba, donde el internado se convierte en el lugar de lo inslito por
antonomasia porque las protagonistas son capaces de descubrir escondites mgi-
cos dentro de ese espacio que en principio no tendra por qu resultar inquietante.
Otra forma de configurar espacios inslitos sin necesidad de renunciar a lo cotidia-
no consiste en recurrir a lugares alejados de nosotros, pero reales: Estambul (Con
Agatha en Estambul), el lugar innominado de frica en La fiebre azul, Mxico
(Parientes pobres del diablo), etc. En este sentido, me gustara preguntarte por la
eleccin de los espacios como generadores de lo inslito.
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que no vena de Bagdad en absoluto, tampoco era tan alto como se dice en el
cuento. Era un reloj normal y corriente, pero a m y a mis hermanas nos pareca
que guiaba nuestros pasos. Hablo de ello en Cosas que ya no existen, que es un
libro autobiogrfico donde desvelo lo que hay detrs de algunas de mis histo-
rias. Este reloj, como todos los relojes, emita un tic-tac, pero desacompasado,
que nos impresionaba mucho sobre todo las noches de invierno. Nosotras las
viejas y las nias de la casa subamos por las escaleras intentando seguir los
pasos que marcaba el reloj porque creamos que, si no lo hacamos, nos poda
pasar algo muy grave. De alguna manera era el corazn de la casa. Entonces yo
pensaba que todas las casas tenan un corazn: el nuestro estaba situado en
el descansillo de la escalera y en cierto modo rega nuestra vida. Cuando ms
tarde me puse a escribir, le aad un metro ms de alzada, lo convert en un
gigante y luego, como la escritura nos permite ser arquitectos, diseadores o lo
que queramos ser, le invent un mecanismo de planetas y de estrellas, es decir,
lo embellec pero sin quitarle sus facultades malignas, al contrario, las agudic
hasta el punto de que realmente parece que es el reloj quien manda en aquella
casa. Como se trata de un objeto malvolo, al final del relato termina en una
hoguera de San Juan.
Mi hermana Elba tambin es un cuento muy autobiogrfico. Yo nunca he
tenido una hermana como Elba, pero s he pensado muchas veces, en el colegio,
en esas tardes aburridas del estudio en las que piensas de todo, en la posibilidad
de encontrar espacios en los que se pudiese observar sin ser vista, cumpliendo
el viejo sueo de la invisibilidad. Crea, por ejemplo, que encima de la baldosa
nmero diecisiete de la iglesia del colegio haba un espacio que si lo pisabas la
gente no te vea y t, en cambio, podas verlo todo. Tambin crea que haba ca-
minos chiquitos que permitan ir de un lugar a otro sin que nadie se diera cuenta.
Yo los busqu de nia, aunque no llegu a encontrarlos. Pero s los encontr de
mayor, gracias a la escritura: con Mi hermana Elba reviv esa ilusin, esos jue-
gos infantiles que las nias del cuento van abandonando a medida que crecen
porque se avergenzan o pierden facultades.
Como se ve, en mis narraciones lo inslito parte de ensoaciones mas o
de un objeto que ha existido efectivamente, como aquel reloj que nos atemo-
rizaba a m y a mis hermanas. Aunque tengo que decir que mientras que mis
hermanas sufrieron de insomnio durante mucho tiempo a causa del reloj, para
m, en cambio, se trat siempre de un miedo placentero, del que no reniego, al
contrario, porque ha nutrido mi escritura.
Por otra parte, escribir permite viajar a lugares en los que no se ha estado
nunca. Una vez, cuando me dieron el Premio Ciudad de Barcelona, nos pidieron
a todos los que all estbamos, as deprisa y corriendo, que escribiramos una
frase en una pizarra. Por lo visto los dems estaban al tanto. Yo no, aunque, por
suerte, me sali una frase que me gusta bastante: De pequea soaba con vo-
lar. De mayor me hice escritora. Esto viene al hilo de Parientes pobres del diablo,
que es un libro que se hizo gracias a un cuento que finalmente no inclu. Por esa
poca estaba escribiendo un cuento que se me estaba eternizando y, adems,
me estaba aburriendo soberanamente. Para un escritor esto es algo que cuesta
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Entrevista a Cristina Fernndez Cubas
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Ana Casas
CFC. Es cierto que, a menudo, estos personajes son engullidos por la norma,
sobre todo los nios, que tienen un cdigo propio y cuestionan el mundo de los
adultos. La narradora de Mi hermana Elba incluso se avergenza de su herma-
na en el da de su entierro. Lo nico que cuenta para ella es que Damin, un chico
del grupo que tiene trece aos, le haya dado un beso. Se siente tan importante
que escribe en su diario en letras rojas que ese es el da ms feliz de su vida.
Los personajes que, en cambio, se rebelan tienen una lucha muy inten-
sa entre la razn, los preceptos adquiridos, y la intuicin. Es lo que le ocurre
a Adriana/Anairda, que, para liberarse, recurre al alcohol. La narradora de La
mujer de verde tambin vive esa tensin: se obsesiona con una mujer que se
encuentra en todas partes y que va vestida de verde, con un escote muy grande
en pleno invierno, y la seala con la mano. Esta visin la inquieta porque cada
vez que se encuentra con la mujer de verde, esta se ve ms degradada. Adems,
le recuerda mucho a su secretaria hasta que al final comprende que, para ella, se
trata de la misma persona. Tanto en la narradora de La mujer de verde como
en Adriana de Los altillos de Brumal se produce una lucha entre la razn y la
intuicin, entre lo que se ve y la necesidad de desprenderse de todo lo que se
ha aprendido. Para llegar a obtener alguna clase de respuesta estos personajes
tienen que liberarse de las ataduras de la educacin y de las leyes, desaprender
todo lo que les han enseado.
CFC. En todo lo que he escrito hasta ahora con mi verdadero nombre me ha pre-
ocupado mucho la verosimilitud porque cuanto ms raro y ms estrambtico es
lo que quieres contar o ms inslito es, ms verosmil tiene que parecer al lector.
Siempre he tenido muy presente esta norma. Sin embargo, en un momento de-
terminado tuve ganas de romperla. As que en La puerta entreabierta al principio
todo resulta muy verosmil: una redactora a la que su jefe enva a hacer una
entrevista a Krauza Demirovska, una gran pitonisa, se supone que extranjera, de
paso por la ciudad. La narradora va a verla furiosa; piensa que su jefe se quiere
librar de ella. Y, en efecto, la pitonisa, que habla con un acento muy raro (aunque
luego se ver que se llama Pepita y es de aqu), se pone muy nerviosa porque es
una vidente que no ve nada a travs de la bola. Y de repente pasa algo prodigio-
so porque la narradora sin saber cmo ni por qu acaba dentro de la bola. Esto el
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Entrevista a Cristina Fernndez Cubas
AC. Podramos finalizar esta conversacin con un cuento tuyo. Es un texto muy
breve que sintetiza perfectamente esa mirada inslita que tus cuentos, tus novelas,
vierten sobre la realidad cotidiana de todos los das.
CFC. Todo lo que digo en este relato es verdad. No hice ms que reproducir lo
que me haban contado; solo le puse un ttulo y saqu una conclusin.
El viaje
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Reseas
Alice Pantel
Universit Lyon 3- Jean Moulin
[email protected]
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Vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 159-163, ISSN: 2255-4505
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Reseas
nardo Esquinca, Iliana Vargas, dgar Omar viles, Raquel Castro, Ana Clavel, Ce-
cilia Eudave, Gabriela Damin, Miguel Lupin, Erika Mergruen, Vanessa Garza,
Gabriela Fonseca, Gerrado Porcayo, Francisco Haghenbeck, Ruy Feben, Vctor
Carranc, Norma Yamill Cullar y Rodolfo J. M. constituye el reflejo insumiso
de la imaginacin fantstica (49).
La primera seccin del libro se cierra con la Conversacin con escritores
de la imaginacin: Patricia Esteban Erls, Alberto Chimal y Juan Jacinto Muoz
Rengel de la profesora Natalia lvarez Mndez. En dicha charla se abordan va-
rias de las cuestiones ms relevantes referidas a la literatura de la imaginacin
actual: el hecho de que todava hay que defender la literatura de la imagina-
cin; el peso de las tradiciones literarias en las poticas actuales; la relacin de
la obra de los autores con otras expresiones culturales, artsticas y mediticas; su
actitud frente a los cdigos establecidos de lo inslito; la figura del monstruo;
las estructuras actuales de la literatura de la imaginacin y la importancia y fun-
cin del humor en la escritura de los tres autores.
El espacio ocupa el centro de inters del captulo que abre la segunda
seccin: Distorsiones espaciales: la maqueta fantstica como transgresin entre
continente y contenido de Patricia Garca. En una breve introduccin, la autora
lleva a cabo un recorrido por la bibliografa dedicada a la espacialidad literaria y
plantea la problemtica bsica de su ensayo: la nocin de jerarqua espacial o,
en otras palabras, la forma en que se ordenan los espacios en el mundo narra-
tivo en cuanto a continente y contenido (74). En el primer apartado, Jerarquas
espaciales y mundo ficcional, Garca comenta, por un lado, la manera en que el
espacio se ordena de forma jerrquica en la ficcin realista y, por otro, las trans-
gresiones e inversiones de esta jerarqua en la literatura fantstica. Ahonda en
esta cuestin en el siguiente apartado, El arquetipo del continente-contenido,
al analizarla en algunos textos de la modalidad maravillosa y su presencia en la
obra de autores cannicos de lo fantstico como Wells y Borges. Pero su anlisis
no se detiene all. Con gran acierto y pulso crtico, analiza el relato de Fernando
Iwasaki, La casa de muecas, a partir de la consideracin de la miniatura desde
distintas perspectivas: el nivel situacional y las tres casas; el discurso del espacio
cotidiano y la historia como mise en abyme de lo fantstico. Finalmente, examina
otras manifestaciones en la produccin literaria de ngel Olgoso y Jos Mara
Merino para llegar a una inquietante conclusin: La transgresin fantstica se
convierte en metfora de la angustia de pensarnos simples figuritas en una casa
de muecas (81).
A la hora de considerar lo inslito y lo fantstico, el arte dramtico suele
quedar marginado, de ah la importancia y pertinencia del siguiente captulo,
Miedo, teatro y Espaa: soluciones a una ecuacin inslita, a cargo de Miguel
Carrera Garca. Comienza su estudio ofreciendo al lector un panorama de un
teatro de terror en la tradicin de Occidente (83) desde la estela gtica, pa-
sando por el Romanticismo, el teatro simbolista y el expresionismo hasta llegar
al Gran Guiol francs. Los siguientes apartados tratan de la Teora del terror
ficcional y de las relaciones entre teatro y terror, respectivamente. Sobre el es-
pinoso asunto de la relacin de lo fantstico con el miedo, Carrera seala que ni
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Paul P. Quinn
Universidad de Alcal
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Reseas
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Reseas
a lo primero que se nos ocurra. Ahora se lleva la posverdad como concepto, una
idiotez ms para simplemente calificar lo que es mentira. O la posrealidad, que
tambin suele ser el refugio de quien no tiene arrestos de describir la realidad
tal y como es s, incluso sera posible intentar hacer una descripcin ms o me-
nos justa tras haber tomado caf con Derrida, Foucault, Deleuze y sus mltiples
hijos bastardos-. Parece que algunos han querido aprender mucho de Derrida
pero poco de Merleau-Ponty. Igual nos hace falta un poco ms de fenomeno-
loga y menos deconstruccin acelerada para eso ya tenemos a tanto poltico
iletrado suelto por ah-. Pero reconozco que estas consideraciones son ms bien
obsesiones personales del que esto suscribe ms que reproches al texto que nos
ocupa y que mis inferencias podran estar lejos de las intenciones de la autora,
aunque puede que no del texto en s y aunque el texto habla por s mismo
estamos ante una construccin conceptual muy compleja y que requiere mucha
lectura entre lneas-. Afortunadamente la autora no cae en la celebracin fcil. Y
adems se agradece que se pronuncie explcitamente, mxime cuando estamos
muy acostumbrados a los textos que glosan y glosan sin llegar a ningn sitio.
Deben ser problemas de la posverdad.
Otro de los temas que preocupan mucho a la autora es el de la mente
incorprea, la idea de los poshumano, en general. Ah, como en otros puntos del
libro, la autora se muestra generosa y precisa en la cita y en la elaboracin de
una genealoga necesaria para poder opinar a partir de su recorrido intelectual
que mezcla referencias clsicas y contemporneas en la lnea seguida en todo
el libro. Es un mrito del libro ocuparse de muchos conceptos que posible-
mente redefinirn nuestro inevitable futuro: genmica, virtualizacin, simulacro,
transhumanismo, entre otros. Y la riqueza conceptual que exhibe el texto requie-
re de unas conclusiones extensas e igualmente productivas, porque se necesita
ms a la autora en esos compases finales del recorrido. Pero se entiende que
todo texto tiene un lmite de pginas y que las quinientas pginas que habra
merecido la aportacin de la dra. Lpez-Pellisa son veneno para las editoriales.
S deberamos decir un par de cosas antes de acabar. El texto pivota, al
menos en una parte importante de sus pginas, sobre un concepto ausente. El
de la distopa. Y ese concepto tiene una serie de implicaciones polticas que ape-
nas se insinan en Patologas de la realidad virtual. Porque todo ese mundo de
virtualizaciones forzosas y duplicaciones omnipresentes ha redefinido nuestro
concepto de lo que es una democracia liberal informada y creo, sinceramente,
que los lectores habran deseado saber qu opina la autora al respecto. Son
terrenos pantanosos pero, al final, ineludibles para quienes estamos interesados
en estos temas. Consecuencia de ello son algunas omisiones en la bibliografa,
algo lgico si pensamos que al estirar de los diferentes hilos que plantea el libro
nos encontraramos con una lista infinita de autores. Eso s, algunas aportaciones
sobre ciencia de redes, como las de Duncan J. Watts, textos sobre ciencia cog-
nitiva de Daniel Dennett o apreciaciones sobre la distopa de Tom Moyland, por
citar tres posibilidades, son buenos y necesarios complementos a lo que plantea
la autora. La nica cuestin que s me voy a permitir criticar abiertamente del
texto es un error comn que en muchas ocasiones se debe a criterios editoriales,
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pero que debe desterrarse porque impide seguir bien, precisamente, la genea-
loga de algunos conceptos. Se trata de la falta de consignacin de las fechas
originales de edicin de las obras incluidas en la bibliografa. Francis Bacon no
escribi La Nueva Atlntida en el 2006, eso ya lo sabemos, pero s necesitamos
la fecha original ms all de la fecha de la edicin manejada. Parece una cosa
menor, y en cierto modo lo es, pero despista innecesariamente. La forma de con-
signar la filmografa tampoco me parece muy ortodoxa, otra obsesin personal.
Dejando de lado estas pequeeces, el texto merece no solo nuestra atencin,
sino el ser trabajado, comentado, ledo, utilizado, discutido y contestado, porque
nicamente as adquirir todo su sentido. Estamos demasiado acostumbrados a
que el mundo acadmico nos suministre contenidos que en su forma libro sue-
len servir, salvo en crculos concretos del mismo mundo que los suministra, para
ocupar espacio en las estanteras. Y este libro habla de nosotros, no de cuatro
acadmicos con gustos raros y lecturas inquietantes, sino de nuestra sociedad,
del posible futuro que nos aguarda, de nuestro inevitable presente. Y leerlo es
una buena manera de entender qu podemos llegar a hacer para evitar que
nuestro entorno se convierta en una patologa constante, por mucho que en
tantas ocasiones parezca que habitamos ya en un corredor sin retorno.
Ivn Gmez
Universitat Ramon Llull
[email protected]
168 Pasavento. Revista de Estudios Hispnicos, vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 165-168, ISSN: 2255-4505
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Vol. V, n. 1 (invierno 2017), pp. 169-172 ISSN: 2255-4505
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