Un Pequeño Cafe Al Bajar La Calle Hugo Ruiz

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Un pequeo caf al bajar la calle

Escribe: HUGO RUIZ ROJAS

- I -

El tr en acab de detener se y Carlos tom de sobre la banca su vieJ 'l


maleta de cuero. Llevando en la ot r a mano el saco, sali a la p lataforma
y descendi a l alto andn de cemento. La estacin estaba desierta a aque-
lla hor a de la noche. Pocas per son as bajar on all y l las vio p erder se a
lo largo de las calles del pueblo, qu e emp eza ba detrs de la estacin.
Dej la maleta sobre el andn y empez a observar todo a su alr ededor ,
t r atando de formarse una idea del pueblo. T r as las ventanillas, los r os-
tros de los pasajeros esperaban aburridos que el t r en arrancara. Cuando,
minutos despus, pit el tren, Car los mir la locomotora y vio cmo esta
y los vagones empezar on a ponerse en movimiento, formando u na su-
cesin de ruidos entre s, mientras el tren se iba alejando, p r imero len-
tamente, balancendose, hasta que se perdi ent re los rboles. L ejos, un
hombre lo miraba pasar agitando una linterna de seales. En medio
de la noche que empezaba, la linterna semejaba una enorme lucirnaga
An lo escuch pitar en la distancia, cuando ya el hombre de la lint erna
regr esaba con andar pausado por la carr ilera. Entonces, mirando la alta
pared de cal en la que se hallaba escr ito en letras rojas cuadr adas el
nombre del pueblo, alz la maleta y ech a andar . Exper iment una ex-
traa sensacin de abandono.
T om por una calle en que la hierba apenas s dejaba un claro de
tierra en el centro, y sigui este camino sin prisa, pensando en la dir ec-
cin que deba averiguar. Un a sno pastaba al final de la calle. Cuando
l se acerc, el animal se orill contra la cerca de guadua que bordeaba
casi toda la cuadra . En la esquina vio u na tienda y decidi preguntar
all. T ras el mostrador de madera haba una mujer. Advirti al entrar,
en un r incn del p equeo local, la presencia de dos hombres que senta-
dos ante una mesa conversaban separados p or una botella de aguardien-
te. Se acer c al mostrador, sintiendo en su espalda la mir ada de los
dos h ombres y en su rostro la inquisidora de la mujer. Dijo:
-Seor a, puede decirme dnde queda la casa de Manuel Clavijo?
La mujer dej de mirarlo para quedarse pensativa. El no saba cmo
p or tar se durante la espera y mir a la calle, exactamente en el momento

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en que el asno cruzaba frente a la tienda. Se dio cuenta de que tambin
los hombres pensaban ahora en su pregunta, y se sinti incmodo. "De
Manuel Clavijo?", musit la mujer, como para s misma, y esto lo hizo
mirarla. Entonces, de repente, la mujer abri de un golpe la peque~
puerta de batiente y sali casi corriendo a la calle, seguida p or las mi-
radas de los hombres y los pasos de Carlos. En el umbral la mujer, se-
alando con el brazo extendido, dijo:

-Coja aqu derecho unas cinco cuadras y doble despus a la izquier-


da. En la otra esquina, a mano derecha, una casa p equea de cemento.
Por ah le dan razn.

Por las calles desprovistas de luz, con una dbil luna y la poca ilu-
minacin que se escapaba de algunas casas, caminaba mirando todo a su
paso con atencin. Haba estado de nio all, pero nada le resultaba fa-
miliar. El pueblo pareca deshabitado. Solo de vez en cuando pasaba una
persona por su lado, mirndolo con disimulada curiosidad. "Este pueblo
debe ser aburridor", pens, "pero ya no haba forma de continuar all".
La figura de su madre, r ecostada contra el marco de la puerta, llorando,
apareci en su mente en forma clara y precisa. " Tal vez he debido que-
darme, tal vez no he debido darle tanta importancia", sintiendo una li-
gera nostalgia de sus compaeros de colegio y el silencio acogedor de su
casa. Pero ya estaba hecho y saba que ahora era imposible volver. Re-
cord, de igual forma a como lo hiciera a lo largo del viaje, con cierto
detenimiento y sin embargo vaga apreciacin de los hechos, los das que
errara por las calles de la ciudad, tomando solo en ocasiones un vaso de
leche con pan o, ms raramente an, un pobre almuerzo con el p9co
dinero que su hermano le consegua. Y las noches fras y solas en que
durmi en los cafs y parques. As hasta la maana en que volvi a su
casa, por peticin de su madre, quien le facilit el dinero necesario para
el viaje. No quiso siquiera esperar al da siguiente, sino que arregl la
vieja maleta del desvn y tom ese _ mismo da el tren, para llegar de
noche a un pueblo solitario. Contaba las cuadras al llegar a cada esquina,
y en la quinta dobl a la izquierda, como se le indicara. Una quebrada
bajaba en su misma direccin, y los grillos y ranas se hacan or, au-
mentando la pesada soledad que llenaba las calles. R ecord la palabra
que pronunciara su madre esa noche, la que lo hizo decidirse a abrir len-
tamente la puerta, vindose a cada acto que ejecutaba, y salir al fro
de la ciudad, mientras su madre, llorando, ahora en silencio, como arre-
pentida, lo miraba acabar de salir.

Al doblar la esquina se encontr con una calle ancha y llena de


yerbajos. La quebrada continuaba bajando y Carlos la cruz pasando so-
bre las piedras que haban colocado all a manera de puente. Un potrero
se extenda hasta ms all de la mitad de la cuadra. Carlos miraba la
calle, con sus casas de ladrillo, cemento y madera dispersas a todo lo lar-
go, con los altos andenes y la hierba en todas partes, lleno de asombro.
No podra creer que su padre pudiera vivir all. Repas el camino reco-
rrido por ver si se haba equivocado, deseando haberlo hecho, pero com-
prob que no. Avanz algunos pasos, mir-ando todo con alarmante curio-
sidad, an no convencido de que fuera aquella la calle y una de aquellas
casas, todas pequeas y pobres, la habitada por su padre. ~in embargo,

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la certeza de que era all donde le tocara VIVIr, de que la mujer de la
tienda no se haba equivocado, -"En un pueblo todo el mundo conoce
a todo el mundo", pens- iba cobrando fuerza. "Pero bueno, est He-
riberto", se dijo a manera de consuelo para lo que consideraba casi un
lodazal. Continu caminando por sobre la hierba. Se senta cansado por
el viaje: 7 horas en un tren, con el sol entrando toda la tarde por la
ventanilla y con ese traje negro que aumentaba el calor. Ante la presunta
proximidad de la casa quiso estar ya en ella, darse un bao, descansar.
Pero se rebelaba ante el hecho de tener que vivir en tal lugar. " Adems
no tengo por qu pasarlo siempre ah, puedo salir, conseguir amigos".
Alcanz a divisar ahora la figura de una muchacha que se acomodaba en
un asiento que haba recostado contra la pared, y que seguramente a ca-
baba de salir a la calle, pues no la haba visto antes. Se dirigi a ella
para preguntarla. Cuando estuvo ms cerca not que la muchacha tena
el cabello sujeto por rulos y el rostro lleno de barros. La muchacha lo
mir acercarse con curiosidad manifiesta y luego lo escuch decir, con
aire cansado y un tono de impaciencia en la voz:
-Seorita, la casa de Manuel Clavijo? Me dijeron . ..
-Ah en frente, interrumpi la muchacha sealando con la cabeza
en direccin oblicua.
El se volvi para ver la casa. Una pequea construccin de cemento.
Al lado quedaba el potrero, lo que le confer a cierta independencia. La
ventana se hallaba cubierta a medias por un trapo y en el interior no
haba luz. Cuando se volvi hacia la muchacha comprendi que ella ha-
ba estado mirndolo todo el tiempo. Se desconcert un poco por esto.
-Gracias, dijo, sintindose ridculo con su traje negro, que le que-
daba corto.
La muchacha asinti con una sonrisa y una leve inclinacin de ca-
beza. El permaneci quieto an, mirando a la muchacha, como si faltara
algo todava por hablar, y entonces se dio cuenta de que la mirada de
ella tena ahora un aire entre bur-ln y cu rioso. Ensay una tmida des-
pedida y cruz la calle, sintiendo los ojos de la joven f ijos en su cuerpo.
Golpe repetidas veces y esper. Saba que la muchacha lo miraba
desde el asiento y hubiera querido volverse a comprobarlo, pero no lo ha-
ca por temor de que ella fuera a imaginarse algo que l no saba con
exactitud qu era, pero que intua de un modo extrao. Golpe otra vez,
ante la demora, y al pensar de nuevo en la joven se fingi distrado,
mirando cmo se prolongaban las calles en ambas direcciones. Cuando
sinti el destrancar de la puerta, vio a l abrirse esta, la figura de una
mujer morena y bajita, en cinta de 8 meses, por lo menos, vestida con
una levantadora que haba sido blanca cuando nueva y que ahora tenia
un color gris por el mugre. Imagin que deba ser Marta, la amante de
su padre, segn le haba contado su hermano. A pesar de esto pregunt :
-Es esta la casa de Manuel Clavijo?
La muj er lo miraba con una mezcla de extraeza e inters.
-S, dijo. Qu se le ofrece?

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-Yo soy Carlos, su hijo. El no est?
-No, dijo la mujer, cambiando su mirada por una torpe sonrisa ~or-
dial, mientras se corra a un lado de la puerta, para decir:
-Pero siga, siga.

Pasaron p or un cuarto en donde pudo advertir, a pesar de la oscu-


ridad, varios muebles de sala a s como dos escritorios y un estante para
libros. El sitio era estrecho y haba que caminar por entre los diferentes
muebles, que apenas si dejaban campo para una persona. En el siguiente
cuarto la mujer fue a sentarse en una mecedora, a la luz de una lmpara
de petrleo que colgaba de un clavo en la pared. Carlos dej la maleta
en el suelo y coloc el saco sobre el espaldar del asiento en que se sent,
uno de los varios que en torno a una mesa hba. Sobre la mesa vio po-
cillos y platos sucios, con restos de comida an. Encendi un cigarrillo.
- Qu tal el viaje?, -dijo la mujer.
-Regular no ms -dijo Carlos.

La mujer empez a mecerse empujando el mueble con sus pies des-


calzos. Tena un aire vago, como si se ocupara en sueos asombrosamente
rutinarios. Carlos la miraba con disimulo. Observaba tambin, a la dbil
luz de la lmpara, cada rincn de la casa y de todo lo que poda ver
emanaba una suciedad imposible ya de quitar con nada. Se sinti des-
consolado. Haba esperado algo mejor.
-Bien todos en la casa? -pregunt la mujer.
-S, -dijo, pero su r espuesta le pareci falsa.
La muj er volvi a perderse en sus sueos, siempre empujando la me-
cedora con los pies, meciendo su grueso vientre mientras una leve son-
risa le aclaraba el rostro. Era como si, cuando se diriga a l, lo h iciera
no porque se acordara de su presencia, sino ms bien por aparecer esta
en medio de sus divagaciones y entonces le hablara. Pero ahora la mujer
permaneca en silencio y, al parecer, iba a durar as por algn tiempo.
Carlos quera preguntarle algo, pero no se atreva a interrumpirla, de
modo que esper varios minutos, durante los cuales continu en su ob-
servacin de la casa, fumando. Al final, como viera que ella no tena la
mejor intencin de regresar de su viaje, que incluso pareca ha'Qerse ol-
vidado por completo de l, dijo:
- Demorar mucho pap?
-Sin saberse -dijo la mujer-. Hace dos das que no viene, y
lo dijo sin sobresaltarse, como si hubiera esperado la pregunta, aunque
con un tono de rencor en la voz que Carlos no pas por alto. La mujer
agreg: "Tal vez, en la madrugada, llegue al caf de la esquina".
-Y Heriberto?
-Ese s, si no est donde Ruth debe estar en cine. Ya no debe tardar.
Por el calado de la pared, y por la puerta que daba al patio, Carlos
pudo recoger el olor a romero que le traa la noche. Se qued mirando la

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lmpara y sinti redoblar su cansancio. Detrs de la mujer haba una
puerta a medio abrir y en ngulo con esta otra totalmente cerrada. Car-
los se preguntaba cul sera la suya. Quera darse un bao de una vez,
mientras llegaba su padre o Heriberto y salir a dar una vuelta por el
pueblo con ellos, conocer el sitio donde ahora tena que vivir. Pero 1~
mujer haba magnificado su aire remoto, mirando al techo por su posicin
en la mecedora. Hasta que al fin 3lla lo mir y dijo :
-Y R oberto, qu tal?
-En la casa .. .
La mujer haba dejado ahora ie mecerse y permaneca sentada en
la mecedora, pensativa pero ya no lejana. Carlos arroj la colilla al suelo,
tras haber buscado con la vista intilmente un cenicero, y se levant
para decir:
-Dnde puedo cambiarme?
-Aqu -dijo la mujer, empujando la puerta a su derecha. Cuando
l iba a entrar ella se levant para alcanzar la lmpara, diciendo:
-Tome, lleve la lmpara, no hay luz.
Carlos tom la lmpara y entr al cuarto, cerrando la puerta tras
de s. Se senta molesto por aquella incomodidad, si bien lo haba supues-
to ya, por la lmpara, pero el confirmarlo lo haba desalentado. Al fondo
de la habitacin vio dos camas, y en una de ellas, bajo el toldillo, el bulto
formado por una persona que dorma. Se asombr al ver. a alguien all,
recordando que ni Heriberto ni su padre estaban. Se aproxim con cui-
dado, dejando, la maleta sobre la cama vaca y observ a la luz de
la lmpara, que no acerc mucho por temor a despertarlo, el rostro
del desconocido. Era un hombre de unos 40 a os de edad, que apenas s
caba en la cama debido a su alta estatura que pareca aumentar su
delgadez. Tena el rostro enj uto y "3obre los labios corra un pequeo bi-
gote, ya algo gris al igual que el cabello. tt Quin ser?", pens, volvi~n
do a la cama y empezando a sacar la ropa de la valija. Se desnud aprisa,
arrojando la ropa sobre las sbanas, 11ero temiendo que el hombre pudiera
despertar y verlo, se puso aprisa la bata. Escogi de una vez la ropa que
iba a vestir y guard la maleta bajo la cama, procurando siempre no
hacer ruido. Mientras arreglaba en un gancho el traje que se haba qui-
tado sinti deseos de mirar por la ventana a ver si estaba todava la
muchacha, pero decidi dejarlo para despus del bao, cuando se sintiera
ms fresco y menos cansado. Colg d traje en un clavo que busc y hall
en la puerta y regres otra vez a la cama para buscar las chancletas. Mien-
tras las buscaba oy que la mujer deca :
-Tampoco hay agua, la quitaron hace un mes, junto con la luz.
Carlos imagin a la mujer mecindose en la oscu1idad con su aire
perdido y sinti rabia. Indudablemente lo habra podido decir antes, y
no ahora, como si adivinara lo que Bl haca dentro de la pieza. La vea
con su abultado vientre, empujando 1a mecedora con sus pies sucios y
record los parches blancos que en el rostro y los brazos le haba visto.
"Tiene mal gusto mi pap'~, pens. Empez a vestirse lentamente, co11

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un pantaln de dril caqui y una camisa blanca de corbata que arreman~
g. Cuando se calzaba mir al hombre que all dorma y se pregunt de
nuevo quin poda ser. Luego tom la lmpara y sali al comedor, ilu~
minando el rostro de la mujer, que se haba vuelto a mirarlo al abrirse
la puerta, y volvi a colocar la lmpara en el clavo donde antes se ha~
llaba. Iba a sentarse otra vez, pero la mujer dijo, empezando a mecerse:

-Para baarse la cara alcanza. Hay un poco de agua de hoy en


la alberca. Sobre el t ubo de la llave e~t la toalla.

En el patio, pas bajo el alto rbol de mamoncillo que all haba y


se dirigi hacia la alberca, que vio en un rincn, cerca a la tapia. Al
fondo, entre los rboles, vio una caseta que reconoci como el bao. Por
sobre la tapia, observ las calles del pueblo, solitarias en su oscuridad.
Haba un platn en la alberca y con l sac la escasa agua que an que-
daba. Echaba agua sobre su rostro con placer, y un sudor mugriento des-
cenda por este hasta llegar a los labios. Paladeaba aquel sabor con ex-
trao deleite, y luego, asqueado, echaba una nueva andanada de agua que
ahuyentaba el sabor. A lo lejos, varios perros ladraban, y sus ladrido::>
parecan llenar el pueblo. Cuando ~onsider haber terminado, porque ya
el sabor a sudor no llegaba a sus labios, se pein al azar, escuchando los
ladridos de un ltimo perro, y fue a sentarse otra vez en el asiento del
comedor. Marta continuaba mecindose.

Encendi un cigarrillo y se dispuso a esperar. Se senta m ejor con


el cambio de ropa y el agua que haba echado sobre su rostro. Ahora
quera salir, pensando en que tal vez los encontrara en algn lugar fre-
cuentado del pueblo, que l se encargara de hallar, p ero no se anim.
?ens tambin en ir al caf de la esquina, que haba mencionado la mu-
jer, aunque esto tampoco lo convenci. El aburrimiento lo iba llenando
poco a poco. Haba imaginado su primer noche en el pueblo como una
noche de tragos, en algn lugar para l desconocido y pintoresco, en
compaa de su padre y Heriberto. Durante el viaje no lo dud un ins-
tante, especialmente por ser sbado. En cambio, solo tena una espera
vaca, con una mu jer mecindose sin cesar, pensando quin sabe que ex-
traas cosas -la mir- y que ahora empezaba a dormitar, mientras su
aburrimiento continuaba creciendo. Dudaba entre quedarse all o salir
a buscarlos, de todas formas salir, pero pensaba que de pronto lo nico
que lograra era que Heriberto o su padre llegaran en su ausencia, de
modo que aspir fuertemente el cigarrillo y se resign a esperar y a
acostarse si acaso pasaba mucho tiempo sin que aparecieran.

* * *
Cuando Heriberto lleg, media hora despus, Carlos continuaba fu-
mando y conversaba ahora de cosas triviales con Marta. Sintieron los
golpes en la puerta y la mujer fue a levantarse, pero Carlos dijo: 11 Espe-
re, yo voy", y se dirigi por entre los muebles a abrir. Quit la p esada
tranca y abri. H eriberto lo mir primero con extraeza, asombrado de
su presencia, mientras una sonrisa se iba dibujando en su rostro y Car-
los sonrea ante su risa. Luego Heriberto avanz, sonriendo ahora ms
ampliamente, al tiempo que exclamaba:

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-Hola, Carlos! -mientras le propinaba unos leves golpes en la
espalda y Carlos, sonriendo tambin, cerraba la puerta, sin trancarla,
para dirigirse con Heriberto al comedor.
- Hace mucho llegaste? -dijo H eriberto.
-No, no hace mucho --dijo Carlos- Te estaba esperando.
-Estaba en cine -respondi Heriberto- Es lo nico que se puede
hacer en este pueblo
. .
En el comedor, Carlos se sent mientras H eriberto, que se haba
ace1cado a Marta, deca: "Como que ya casi es esto?", dndole palma-
ditas en el vientre que ella, sonriendo, esquivaba con las manos.
-Salimos ? --dijo Carlos.
-S, espera un momento --dijo Heriberto, y entr a la pieza para
volver a los pocos minutos. Carlos se levant entonces, pero Heriberto
fue a sentarse, lo que lo desconcert. Procur ocultar su turbacin y
deseo de salir pronto.
- Y Roberto?
-Ah, la misma vaina.
- H eriberto r io y Marta lo acompa en la r isa. Tambin Carlos,
entonces, opt por sonrer, aunque no saba por qu lo haca.
- Bebiendo trago --dijo Heriberto- No?
-S.
Marta continuaba sonriendo, con una sonrisa infantil, sentada en
la mecedora que ya no empujaba.
-No ha llegado Manuel, claro --dijo Heriberto dirigindose a Marta,
y luego, ahora a Carlos- Anda perdido el viejo.

P ermanecieron un momento en silencio, al cabo del cual Heriberto se


levant y dijo :
- Bueno, salgamos.

Se despidieron de la mujer y salieron a la oscuridad de la calle. Car-


los mir a ver si la muchacha se encontraba an all, recordndola de
pronto al ver la casa donde seguramente viva. Comprob que haba ol-
vidado mirar por la ventana, y como la muchacha no estaba ya all, ex-
per iment una sensacin de f rustracin, que no lleg sin embargo a en-
torpecer su nimo. Con la llegada de Heriberto se senta plcido y
caminaba a su lado por el ligero declive de la calle, sintiendo el fresco
de la noche caer sobre l en forma reconfortante.
- Vienes de paso? --dijo Heriberto.
- No, del todo.
Heriberto se volvi a mirarlo.

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-Tuve un disgusto con mam, -explic- Se enter por la emplea-
da que sacaba zapatos del almacn para vender a los amigos y lleg esa
noche insultando y diciendo una cantidad de cosas. T sabes cmo es ella.

Heriberto permaneci en silencio. Carlos imagin, conocindolo, que


l reprobaba su actitud. Pens en contarle cul haba sido la causa prin-
cipal por la cual tuvo que abandonar esa noche su casa, pero consider
que era mejor guardar silencio. Dijo:

-Adems me aburra. Ya no poda continuar all.

Pasaron bajo el rbol de mango que haba en la esquina y cruzaron


la calle. Heriberto dijo:

-Pero bueno, no importa; ya ests aqu.

En el caf haba unos hombres jugando billar y tres campesinos


bebiendo. Se sentaron, y cuando la mujer vino a atenderlos, pidieron dos
cervezas. En el wurlitzer sonaba una ranchera. Heriberto dijo:

-Cmo te pareci Marta?

-No se, es como rara .. .

-No, dijo Heriberto, es una buena muJer, y sonri por la aprecia-


cin de Carlos.

La mesera, una mujer gorda y bajita, lleg con las cervezas. Cuando
se retir, Carlos dijo:

-Quin es el tipo que estaba dormido?

Haba sentido deseos de preguntrselo a Marta, pero se abstuvo por


considerar que ella poda interpretar mal su pregunta, aunque no se
explicaba el por qu de este temor. Escuch a Heriberto decir:

-Es el seor Vargas, ya lo conocers.

Bebieron de su s cervezas, conversando animadamente de diferentes


temas, y pidieron luego otras ms, cuando en el wurlitzer sonaba un
tango y uno de los campesinos marcaba varias grabaciones en la mquina.
La mesera conversaba con el hombre que tras el mostrador despachaba
los pedidos.
-Oye, ardillita -dijo Carlos- Y Ruth, quin es?
-La novia. Es por pasar el rato. Maana o el lunes te la presento.
Bebieron.
-Y qu piensas hacer aqu? -pregunt Heriberto.
-No se, pero ah se har algo.
-Deberas estudiar; puedes seguir tus estudios, o si no trabajar. Tn
pap te puede levantar un puesto. El mo me lo levant l.

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-N o se, despus pensar en eso -algo molesto por las palabras de
Heriberto. No quera saber nada de estudio ni trabajo por el momento,
ni siquiera haba pensado al venirse que tuviera que preocuparse de
ello. Para eso estaba all su padre. Pero Heriberto dijo:
-Es la nica manera de no aburrirse demasiado.
-Y en la casa, qu tal el ambiente?
-Malo. Tu pap es muy irresponsable. E sa pobre mujer, con las
nias ...

- Hay ms hijos, fuera de lo que viene?

-Hay dos, y hacen por cuatro.

- Bueno, pero se puede salir, estar en otras partes, no?

-Claro, es lo que yo hago. Y te puedo presentar amigos.

Cuando la mesera lleg con ms cerveza, en el wurlitzer sonaba la


misma ranchera que al principio. Carlos se senta ahora alegre, pensando
en que podra organizar su vida de una manera adecuada, si bien no
saba qu era lo que se propona y a qu cosa aplicara un determinado
mtodo. El intur esto lo confundi un momento, pero bebi de su cerveza
y pens que todo se arreglara.

B ebieron hasta tarde, escuchando las canciones que sonaban en el


wurlitzer, viendo a los h ombres jugar billar desde su mesa, conversando
de diversas cosas, en especial recordando los momentos que haban pa-
sado en otras ocasiones y en otros lugares juntos ; las aventuras. As
hasta que la mesera lleg a cobrarles porque iban ya a cerrar y entonces
Heriberto pag y se dirigieron a la casa.

Tras algunos minutos, Marta les abri y les pidi, asomando el ros-
tro por la puerta semiabierta, que esperaran un momento. Cuando en
traron, dejando pasar unos segundos, alcanzaron a verla cruzar el co-
medor en su levantadora blanca, con el cabello su elto, que le llegaba casi
hasta la cintura. Desde su pieza ella respondi la pregunta de Heriberto
diciendo que Manuel an no haba llegado. Entraron a la pieza y se acos-
taron en seguida, tras colocar el toldillo de una manera perezosa, mien-
tras continuaban conver sando en voz baja, para no despertar al seor
Vargas. ''Maana vamos al ro", dijo Heriberto. S, dijo Carlos, y al
momento se dio cuenta de que Heriberto dorma ya. Trat de pensar, de
encontrar una frmula que le indicara una manera de vivir en aquel
nuevo ambiente, pero el sueo le venci tambin y se qued dormido.

Carlos despert al sentir que se le sacuda por los h ombros. Abri


los ojos y vio a s u padre, sentado en la cama, mirndolo fijamente. El
sueo le cerraba los prpados. Comprendi, de manera vaga, que era su
padre quien estaba all, y pens en que algo le iba a decir, por su mi-
r ada. Pero solo tena deseos de continuar durmiendo. A su lado, Hel'i-
berto dormia profundamente, y escuch tambin la respiracin pesada
del seor Vargas en la otra cama. Era evidente que su padre trataba de

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adoptar una actitud grave para ocultar su embriaguez. Trat de incor-
porarse en la cama, lo que realiz apenas a medias. Escuch a su padre
decir: "Por qu te viniste?". El solo tena desos de continuar durmiendo,
de ah que r espondiera de inmediato, con plena conciencia, para salir de
ello de una vez, aunque al decirlo, mientras vea otra vez a su madre
llorando en el marco de la puerta, sus palabras le sonaron ridcula s. Di-
jo : "Porque mi mam me ment la madre", y entvnces su padre contest.
con un tono seco en la voz : "Eso no es cierto". "S lo es", dijo l, ya
un poco ms despierto. Su padre pareci quedarse pensativo, aunque la
embriaguez no desapareca del todo de su rostro. Luego dijo: "Est
bien. Aqu no te va a faltar nada, pero a Marta me la respetas", y en-
tonces le revolvi a modo d~ caricia el cabello y sali de la pieza, tam-
balendose.
Carlos pens entonces en su madre y sus hermanos, y record la
vida que llevaba en la casa y en el colegio, y vio tambin la noche en qu e
sali a la ciudad para pasar tres das con sus noches vagando, y lo que
haba podido observar en las calles y los cafs durante esos das, y lo
que ahora se presentaba ante l, algo qu e le pareca halageo, pero
de lo cual empezaba a desconfiar tmidamente. Pens en que tambin
su viaje haba sido una farsa, un convencionalismo ms, pues en el fon-
do no le haba importado tanto. Pero no estaba ahora como para lamen-
tarse por ello. El sueo le vonci de nuevo y se qued dormido.

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