Errico Malatesta El Sabio y El Revolucionario
Errico Malatesta El Sabio y El Revolucionario
Errico Malatesta
Febrero de 1931
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Yo tuve el honor y la felicidad de estar unido a Kropotkin durante largos
aos por la ms fraternal amistad. Nosotros nos queramos, porque estba-
mos animados por la misma pasin, por la misma esperanza y tambin por
las mismas ilusiones.
Los dos de temperamento optimista (y creo, sin embargo, que el optimismo
de Kropotkin aventajaba en mucho al mo y quiz tena un origen diferente),
veamos las cosas de color de rosa ay!, demasiado de color de rosa, es-
perbamos, hace ya ms de 50 aos, una revolucin prxima que habra de
realzar nuestro ideal. Durante ese largo perodo hubo muy pocos momentos
de duda y de desaliento. Recuerdo, por ejemplo, que Kropotkin me dijo. una
vez: Querido Errico, temo que slo t y yo creemos en una revolucin pr-
xima. Pero esos eran momentos pasajeros. En seguida la confianza renaca
y uno se explicaba, no importa de qu manera, las dificultades presentes y el
escepticismo de los camaradas y se continuaba trabajando y esperando.
Sin embargo, no se debe creer que nosotros tenamos en todo las mismas
opiniones. Al contrario, en muchas cuestiones fundamentales estbamos le-
jos de estar de acuerdo y raramente nos encontrbamos sin que alguna di-
ferencia suscitase entre nosotros tensas discusiones; pero como Kropotkin
estaba seguro de tener razn y no poda soportar la contradiccin con calma
y yo, por otra parte, tena mucho respeto por su saber y muchas atenciones
por su salud vacilante, acabbamos siempre por cambiar de argumento para
no irritarnos demasiado.
Mas esto no perjudicaba, de ningn modo, la intimidad de nuestras rela-
ciones. No importa la diferencia de explicaciones que dbamos a los hechos,
ni la diferencia de argumentos con los cuales justificbamos nuestra conduc-
ta; en la prctica queramos las mismas cosas y estbamos impulsados por
el mismo deseo ardiente de libertad, de justicia y de bienestar para todos.
Podamos, pues, marchar de acuerdo.
Y, en efecto, no hubo nunca desacuerdo serio entre nosotros hasta el da
en que se present, en 1914, una cuestin de conducta prctica de una impor-
tancia capital para l y para m: la de la actitud que los anarquistas deban
tomar frente a la guerra. En esta funesta ocasin se despertaron y se exaspe-
raron sus viejas preferencias para todo lo que es ruso o francs y se declar
apasionadamente partidario de la Entente. Pareci haber olvidado que era
internacionalista, socialista y anarquista; olvid lo que l mismo haba di-
cho poco tiempo antes sobre la guerra que los capitalistas preparaban y se
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puso a admirar a los peores hombres de Estado y generales de la Entente; tra-
t de cobardes a los anarquistas que rehusaban entrar en la unin sagrada,
deplorando que la edad y la salud no le permitieran tomar un fusil y mar-
char contra los alemanes. No haba medio de entenderse. Para m, el suyo
era un caso verdaderamente patolgico. De todas maneras, ese fue uno de
los momentos ms dolorosos, ms trgicos de mi vida (y me atrevo a decir
de la suya), aquel en que, despus de una discusin de las ms penosas nos
separamos adversarios, casi enemigos.
Grande fue mi dolor por la prdida del amigo y por el perjuicio que resul-
taba para la causa por el alcance que iba a tener entre los anarquistas una tal
defeccin. Pero a pesar de todo quedaron intactos en m el amor y la estima
por el hombre, as como la esperanza de que, pasada la embriaguez del mo-
mento y vistas las consecuencias de prever de la guerra, reconocera su error
y volvera a ser el Kropotkin de siempre.
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otros hombres que pueden tener menos genio o no tener genio de ninguna
clase, y mejor dotados de lo que se llama espritu cientfico. Kropotkin era
demasiado apasionado para ser un observador riguroso.
De costumbre, conceba una hiptesis y buscaba en seguida los hechos que
habran debido justificarla, lo que puede ser un buen mtodo para el descu-
brimiento, pero llegaba, sin querer, a no ver los hechos que la contradecan.
No saba decidirse a admitir un hecho, y a menudo ni a tomarlo en conside-
racin, si no acertaba en primer lugar a explicarlo, es decir, a hacerlo entrar
en su sistema.
Como ejemplo contar un episodio a que di ocasin. Entre los aos 1885-
1889 me encontraba en la Pampa argentina y me fue dado a leer algo sobre
las experiencias hipnticas de la escuela de Nancy. La cosa me interes mu-
cho, pero no tuve entonces el medio de saber ms. De regreso a Europa, vi
a Kropotkin en Londres y le ped si poda darme algunos informes sobre el
hipnotismo. Me contest rotundamente que nada se deba de creer de l, que
todo eran imposturas o alucinaciones. Algn tiempo despus, volv a ver a
Kropotkin y la conversacin recay de nuevo sobre el hipnotismo. Con sor-
presa, encontr que su opinin haba cambiado completamente: los fenme-
nos hipnticos haban pasado a ser una cosa interesante y digna de estudio.
Qu haba ocurrido? Haba podido conocer nuevos hechos? O haba teni-
do pruebas convincentes de hechos que haba negado en un principio? De
ningn modo. Haba, simplemente, ledo en un libro de no se qu fisilogo
alemn una teora sobre las relaciones entre los dos hemisferios del cerebro,
que, bien o mal, poda servir para explicar los fenmenos en cuestin.
Con esta disposicin de espritu, que le hizo arreglar las cosas a su manera
en las cuestiones de ciencia pura, en las cuales no hay razn porque la pasin
turbe al intelecto, se poda prever a qu llegara en cuestiones que miraban
de cerca a sus ms grandes deseos y a sus ms caras esperanzas.
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Segn ese sistema, la voluntad (potencia creadora de la cual no podemos
comprender la fuerza y la naturaleza, como, por otra parte, no comprende-
mos la fuente y la naturaleza de la materia y de otros principios primeros),
la voluntad, que contribuye poco o mucho a determinar la conducta de los
individuos y de las sociedades, no existe, es una ilusin. Todo lo que fue, todo
lo que es y que ser desde el curso de los astros al nacimiento y decadencia de
una civilizacin, desde un temblor del suelo al pensamiento de un Newton,
desde el perfume de una rosa a la sonrisa de una madre, desde la crueldad de
un tirano a la bondad de un santo, todo deba, debe y deber llegar en una
sucesin fatal de causas y efectos de naturaleza mecnica que no deja lugar
a ninguna posibilidad de variacin. La ilusin de la voluntad no sera en s
ms que un hecho mecnico.
Naturalmente, lgicamente, si la voluntad no tiene ninguna potencia, si
no existe, si todo es necesario y no puede ser de otra manera, las ideas de
libertad, de justicia, de responsabilidad no tienen ninguna significacin, no
corresponden a nada real.
Segn la lgica, no se podra sino contemplar lo que pasa en el mundo con
indiferencia, placer o dolor, segn su propia sensibilidad, pero sin esperanza
y sin posibilidad de cambiar nada.
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Kropotkin, pues, que era muy severo con el fatalismo histrico de los mar-
xistas, caa en el fatalismo mecnico, que es mucho ms paralizador.
Pero la filosofa no poda matar la potente voluntad que haba en Kropot-
kin.
Estaba demasiado convencido de la bondad de su sistema para renunciar
a l o solamente soportar tranquilamente que se le pusiera en duda. Ms era
demasiado apasionado, demasiado enamorado de la libertad y de la justicia
para detenerse ante las dificultades de una contradiccin lgica y renunciar
a la lucha. Sala de paso encuadrando a la anarqua en su sistema y haciendo
de l una verdad cientfica.
Se confirmaba en su conviccin sosteniendo que todos los descubrimien-
tos recientes en las ciencias, de la astronoma a la biologa y a la sociologa,
concurran ms a demostrar siempre que la anarqua es el modo de organi-
zacin social que es exigido por las leyes naturales. Se le poda objetar que,
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cualesquiera que fueren las conclusiones que se pueden sacar de la ciencia
contempornea, era cierto que si nuevos descubrimientos venan a destruir
las creencias cientficas actuales, l, Kropotkin, sera anarquista a despecho
de la ciencia, como era anarquista a despecho de la lgica. Pero Kropotkin
no habra sabido admitir la posibilidad de un conflicto entre la ciencia y sus
aspiraciones sociales y hubiera imaginado siempre un medio, no importa si
lgico o no, para conciliar su filosofa mecanicista con su anarquismo.
As, despus de haber dicho que la anarqua es una concepcin del uni-
verso, basada sobre la interpretacin mecnica de los fenmenos que abraza
toda la naturaleza, comprendida la vida de las sociedades (confieso que no
he acertado nunca a comprender lo que eso puede significar), Kropotkin olvi-
daba, como si nada fuera, su concepcin mecnica y se lanzaba a la lucha con
el nimo, el entusiasmo y la confianza de alguien que cree en la eficacia de
su voluntad y espera poder, por su actividad, obtener o contribuir a obtener
lo que desea.
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Era tanto por amor a la justicia como para expiar los privilegios de que ha-
ba gozado, que haba renunciado a su posicin y descuidado los estudios que
amaba para dedicarse a la educacin de los trabajadores de San Petersburgo
y a la lucha contra el despotismo de los zares. Siempre impulsado por los mis-
mos sentimientos, se haba adherido en seguida a la Internacional y aceptado
las ideas anarquistas. En fin, entre las diferentes concepciones anarquistas,
haba elegido el programa comunista-anarquista que, basndose sobre la so-
lidaridad y el amor, va ms all de la misma justicia.
Pero naturalmente, como era de prever, su filosofa no quedaba sin influen-
cia sobre su manera de concebir el porvenir y la lucha que era necesario llevar
a cabo para llegar a l.
Puesto que, segn su filosofa, todo lo que llega debe llegar, el comunis-
mo anarquista, que l deseaba, deba fatalmente triunfar, como por una ley
natural.
Y esto le quitaba toda incertidumbre y le ocultaba toda dificultad. El mundo
burgus deba caer fatalmente; estaba ya en disolucin y la accin revolucio-
naria no serva ms que para acelerar la cada.
Su gran influencia como propagandista tena, adems de su talento, el he-
cho de que mostraba la cosa de tal manera simple, de tal manera fcil, de
tal manera inevitable, que el entusiasmo prenda en los que le escuchaban o
lean.
Las dificultades morales desaparecan, porque l atribua al pueblo las
virtudes y todas las capacidades. Exaltaba, con razn, la influencia morali-
zadora del trabajo, pero no vea lo suficiente los efectos deprimentes de la
miseria y de la opresin. Pensaba que bastara con abolir el privilegio de
los capitalistas y el poder de los gobernantes para que todos los hombres
se pusieran inmediatamente a quererse como hermanos y a cuidarse de los
intereses de los otros tanto como de los suyos propios.
De la misma manera, no vea dificultades materiales o se desembarazaba
de ellas fcilmente. Haba aceptado la idea, corriente entonces entre los anar-
quistas, de que los productos acumulados del suelo y de la industria eran de
tal manera abundantes, que no haba por mucho tiempo por qu preocupar-
se de la produccin y deca siempre que el problema inmediato era el del
consumo; que era necesario, para hacer triunfar la revolucin, satisfacer en
seguida y ampliamente, las necesidades de todos; la produccin seguira, na-
turalmente, el ritmo del consumo. De ah esa idea de la toma del montn que
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puso de moda y que si bien es la manera ms simple de concebir el comunis-
mo y la ms apta para agradar a la multitud, es tambin la ms primitiva y
la ms realmente utpica.
Y cuando se le hizo observar que esta acumulacin de productos no poda
existir, porque los propietarios no hacen producir normalmente sino lo que
pueden vender con provecho, y que quiz en los primeros tiempos de la re-
volucin sera necesario organizar el racionamiento y adoptar la produccin
intensiva ms bien que estimular la toma del montn, que en suma no existe,
se puso a estudiar directamente la cuestin y lleg a la conclusin de que, en
efecto, la abundancia no exista y que en ciertos pases se estaba continua-
mente bajo la amenaza del hambre. Pero se tranquilizaba pensando en las
grandes posibilidades de la agricultura ayudada por la ciencia. Tom como
ejemplo los resultados obtenidos por algunos agricultores y algunos sabios
agrnomos en espacios limitados y sacaba de ellos las consecuencias ms
animadoras sin contar con los obstculos que habran opuesto la ignorancia
y el espritu de rutina de los campesinos, y el tiempo que en todo caso habra
sido preciso para generalizar los nuevos modos de cultivo y de distribucin.
Como siempre, Kropotkin vea las cosas como l hubiera querido que fue-
sen y como todos nosotros esperamos que sern un da: tomaba como exis-
tente y como inmediatamente realizable lo que debe ser adquirido por largos
y penosos esfuerzos.
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He insistido sobre los dos errores en que, segn mi parecer, cay Kropotkin:
su fatalismo terico y su optimismo excesivo, porque creo haber constatado
los malos efectos que han tenido en nuestro movimiento.
Hubo camaradas que tomaron en serio la teora fatalista (que por eufe-
mismo se llama determinista) y perdieron, por consecuencia, todo espritu
revolucionario. No se hace la revolucin dicen; ella vendr a su tiempo, pe-
ro es intil, anticientfico y aun ridculo quererla hacer, y con esas buenas
razones se separaron y pensaron en sus asuntos, Pero uno se equivocara si
pensara que esto fue para todos una excusa cmoda para retirarse. He cono-
cido a muchos camaradas de temperamento ardiente, prestos a afrontar todo
peligro, que han sacrificado su posicin, su libertad y aun su vida en nombre
de la anarqua, con todo y estar convencidos de la inutilidad de su accin. Lo
han hecho por asco a la sociedad, por venganza, por desesperacin, por amor
al bello gesto, mas sin creer por eso que servan la causa de la revolucin, y,
por consiguiente, sin escoger el fin ni el momento y sin pensar en coordinar
su accin con la de los dems.
Por otra parte, los que sin ocuparse de la filosofa han querido trabajar por
la revolucin, han credo la cosa mucho ms fcil de lo que es en realidad, no
han previsto las dificultades, no se han preparado como era preciso y se han
encontrado impotentes el da en que haba quiz la posibilidad de hacer algo
prctico.
Puedan los errores del pasado servir de leccin para hacerlo mejor en el
porvenir.
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He terminado.
No creo que mis crticas puedan empequeecer a Kropotkin, que queda
como una de las glorias ms puras de nuestro movimiento.
Ellas servirn, si son justas, para demostrar que ningn hombre est exen-
to de error, ni aun cuando posea la elevada inteligencia y el corazn heroico
de un Kropotkin.
De todas maneras, los anarquistas encontrarn siempre en sus escritos un
tesoro de ideas fecundas, y en su vida un ejemplo y un acicate en su lucha
por el bien.
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