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La casa de Dios Samuel shem

Confiamos en los médicos. Por propia necesidad, los veneramos; imaginamos que su
instrucción, competencia profesional y piadosa dedicación los han despojado de toda
incertidumbre y agitación, de todos esos «ascos» que nosotros, en su lugar,
experimentaríamos al ver lo que ellos ven y al ser instados para curarlo. La sangre y el
pus y los vómitos no les revuelven las tripas; la sensibilidad y la demencia no les espantan;
no les causa alarma alguna sumergirse en la viscosa maraña de los órganos internos, o
atender a pacientes con males contagiosos. Para ellos, la carne y sus enfermedades se han
convertido en algo abstracto, se han vuelto fríamente esquemáticas, han llegado a ser
urgente objeto de infalibles diagnósticos y efectivos tratamientos.

La Casa de Dios fue fundada en 1913 por el Pueblo Norteamericano de Israel cuando tal
comunidad vio que sus Hijos e Hijas médicamente cualificados no obtenían buenos
puestos de internos en buenos hospitales a causa de la discriminación. La institución,
como en proporcionada retribución a la dedicación de los fundadores, pronto atrajo a una
pléyade de médicos entusiastas, y fue bendecida mundialmente con la calificación BMS
(Mejor Facultad Médica). De acuerdo con tal estatus, había llegado a atomizarse
internamente en multitud de jerarquías, en cuya base ahora se hallaba la gente para quien
había sido originalmente fundada: el Personal de la Casa. Y consecuentemente, a su vez,
en el escalón más bajo de tal Personal se hallaba el interno

Si bien al descender desde lo alto de la jerarquía médica acababa uno encontrándose con
el peldaño más bajo del escalafón, el interno, éste se hallaba en la base de las demás
jerarquías sólo indirectamente. En multitud de sutiles formas, el interno siempre se
hallaba en situación de padecer los abusos de los Médicos Privados, la Administración de
la Casa, el cuerpo de Enfermeras, los Pacientes, los Servicios Sociales, los Operadores
Telefónicos y de Mensafonía y los empleados Auxiliares.

Combinando su experiencia como médico y su enorme talento para la más negra comedia
del absurdo, Samuel Shem ha escrito un libro catártico, la crónica de la entrada en la vida
de quienes de algún modo han elegido trabajar con la muerte.

introducción síntesis

desarrollo d enumeración

conclusión síntesis
El ungüento que creó Samuel Shem se llama La casa de Dios (Anagrama) y sirve todavía para
calmar el mal sabor de boca a internos, residentes y médicos de los hospitales de todo el mundo.
Aunque a veces provoca efectos secundarios. El libro que este psiquiatra escribió hace 20 años
y que prologó el escritor John Updike, provoca desde convulsiones a carcajadas, pasando por el
escepticismo y en algunas ocasiones el rechazo. En Estados Unidos ya lo llaman La biblia, y no
hay futuro médico que se precie que no haya leído u oído hablar de esta obra. Cuando Samuel
Shem publicó La casa de Dios, más de un doctor soñó en clavarle un bisturí, luego las aguas se
calmaron y actualmente el libro «empieza a verse como un documento histórico», asegura el
autor. Shem, gestó su novela cuando aún era estudiante de medicina y estaba a punto de hacer
prácticas de psiquiatría. La casa de Dios enseña lo que él descubrió en sus años de interno y
residente, a modo de autobiografía enmascarada, y recrea de una forma descarnada, cruel y
cínica el funcionamiento de uno de los mejores hospitales norteamericanos. Una historia que
ahora «no podría publicar» en un país como «Estados Unidos, que se ha vuelto terriblemente
conservador»

Combinando su experiencia como médico y su enorme talento para la más negra comedia
del absurdo, Samuel Shem ha escrito un libro catártico, la crónica de la entrada en la vida
de quienes de algún modo han elegido trabajar con la muerte. Roy Basch, el narrador y
protagonista, y sus compañeros: Chuck, un negro que siempre lleva en su maletín una
petaca de whisky; Runt, judío y muy psicoanalizado, y Potts, un emigrado del sur son
brillantes licenciados de las mejores facultades de medicina, que han conseguido ser
aceptados para hacer su año de prácticas en uno de los más prestigiosos hospitales, la
Casa de Dios. Y en este año, que muy pronto se parecerá a la versión de una obra del
marqués de Sade por los hermanos Marx, se multiplican los episodios de aprendizaje de la
medicina pero también del horror, la impostura, el cientificismo más cruel e ineficaz y, sobre
todo, de lo ineludible de la enfermedad y la muerte. Tienen un gran maestro, el cínico y sabio
Gordo, de quien aprenderán que cuanto menos intervengan, menos dañarán al paciente, y
que los «gomer» ancianos dementes, seniles e indestructibles, confinados en el hospital por
sus parientes, nunca mueren, a menos que se pretenda curarlos. Y también tendrán que
soportar a Jo, la antimaestra por excelencia, una médica integrista y fanática que pretende
vencer a la muerte con las armas más crueles. Pero son jóvenes, y aún en medio del horror
la vida proclama sus derechos, y es así como el sexo y las orgías con las enfermeras
alcanzarán dimensiones épicas... Una novela que, como afirma John Updike en su prólogo,
consigue de una manera deslumbrante esa «impresión de vida» que postulaba Henry
James. Esta «historia de una travesía por el valle de la muerte y la verdad de la carne» fue
publicada por primera vez en 1978, y con los años se ha convertido en un verdadero libro
de culto, que ningún estudiante de medicina, médico o paciente hipocondríaco puede
permitirse ignorar.

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