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IMPEDIMENTOS DE LA CAPACIDAD DE ENAMORARSE Y DE MANTENER

VINCULOS AMOROSOS DURADEROS


La capacidad normal de enamorarse y de permanecer enamorado requiere que se hayan cumplido dos
etapas principales del desarrollo:
Una primera etapa, en la cual la capacidad temprana de estimulación sensual de las zonas erógenas
(en particular, el erotismo oral y cutáneo) se integra con la ulterior capacidad de establecer relaciones
objetales totales; y una segunda etapa, en la que el goce genital pleno incorpora el anterior erotismo
de la superficie corporal en el contexto de una relación objetal total, incluyendo una identificación
sexual complementaria.
La primera etapa antes mencionada se desarrolla de manera gradual y sutil a lo largo de los primeros
cinco años de vida. Está conectada con la normal integración de las relaciones objetales
internalizadas, que conduce a un concepto integrado del sí mismo y a la conceptualización integrada
de los demás, así como a la concomitante capacidad de establecer vínculos profundos con personas
significativas.
El segundo periodo corresponde a la exitosa resolución de los conflictos edípicos y de las
concomitantes prohibiciones inconscientes respecto de la plena relación sexual. Las fallas de esta
segunda etapa se traducen en síndromes neuróticos, inhibiciones sexuales y una patología de la vida
amorosa resultante de conflictos edípicos no resueltos.
Esta secuencia del desarrollo de la capacidad de enamorarse y de mantener los vínculos de amor está
conectada también con una hipótesis general respecto de las vicisitudes de los derivados instintivos,
según la cual el desarrollo de los derivados instintos libidinales y agresivos depende de las vicisitudes
del desarrollo de las relaciones objetales internalizadas, más que de la sucesiva activación de zonas
corporales en sí.
La primera configuración de la secuencia, representada por una incapacidad casi total de establecer
vínculos que combinen genitalidad y ternura con cualquier otro ser humano es característica de los
tipos más graves de personalidad narcisista.
La segunda configuración, caracterizada por la promiscuidad sexual (generalmente heterosexual, pero
en ocasiones perverso-polimorfa), es típica de los casos relativamente más benignos de las
personalidades narcisistas.
La tercera configuración, caracterizada por una primitiva idealización del objeto de amor (con una
dependencia semejante a la actitud de aferramiento infantil) y una cierta capacidad de gratificación
genital, es típica de la personalidad fronteriza.
La cuarta configuración, caracterizada por la capacidad de establecer relaciones objetales estables y
profundas, pero sin capacidad de gratificación sexual plena, es típica de las patologías
caracterológicas menos graves y las neurosis.
La quinta y última configuración está representada por la integración normal de la genitalidad y la
ternura con la capacidad de formar relaciones objetales estables y profundas.
LA INCAPACIDAD DE ENAMORARSE
Son muchos los pacientes con una estructura narcisista de personalidad que nunca se han
enamorado.
Según el autor, las personalidades narcisistas con inhibiciones o desviaciones sexuales o los pacientes
que nunca han entablado más que vínculos sexuales pasajeros, demuestran con claridad, ya desde el
principio del tratamiento, que son incapaces de enamorarse, gradualmente. Por lo tanto, esta
incapacidad representa un grave signo pronóstico para su terapia psicoanalítica.
Por otro lado, los pacientes de personalidad narcisista que si son capaces de enamorarse presentan
un tipo de promiscuidad sexual que, una vez explorada en el tratamiento analítico, revela ser muy
distinta de la que se observa en pacientes con patologías caracterológicas menos graves.
Así mismo, las pacientes histéricas y masoquistas son capaces de establecer vínculos objetales
plenos y estables en todos los aspectos, salvo el sexual.
Por otra parte, las mujeres con fuertes tendencias competitivas inconscientes respecto de los hombres,
puede llegar a tener con ellos vínculos duraderos y profundos siempre que el componente sexual esté
ausente; solo cuando llegan a la intimidad sexual, el resentimiento inconsciente contra el sometimiento
a los hombres o la culpa inconsciente por la sexualidad prohíba obstaculizar la relación y puede
conducir a la promiscuidad sexual.
Por el contrario, la promiscuidad sexual de las personalidades narcisistas está ligada con la excitación
sexual que provoca un cuerpo que “guarda las distancias” o por una persona que los demás
consideran atractiva o valiosa. Ese cuerpo o esa persona despiertan en el paciente narcisista
sentimientos inconscientes de envidia y avidez, la necesidad de poseer y la tendencia inconsciente a
desvalorizar y dañar lo envidiado.
Es verdad que hay muchas personas narcisistas que llevan una vida vacía de relaciones objetales
significativas e incluso de enamoramientos fugaces, pasando en soledad buena parte de sus años
adultos; reemplazan las relaciones sexuales por fantasías masturbadoras de tales relaciones (por lo
general de tipo primitivo, perverso-polimorfo).
Riviere (1937), al estudiar la psicología de “los donjuanes y las inconstantes”, destaco las fuentes
orales, la envidia del sexo opuesto y los mecanismos de defensa de rechazo y desprecio, como sus
principales factores dinámicos.
Lo que el autor desea destacar es que los pacientes narcisistas que a partir de la adolescencia nunca
han tenido vínculos sexuales o emociones con personas del mismo sexo o del sexo opuesto, son ese
esencialmente incapaces de establecer relaciones objetales, mientras que los pacientes narcisistas
que manifiestan una conducta promiscua o incluso enamoramientos fugaces demuestran por lo menos
que luchan por vencer su incapacidad básica para formar vínculos objetales.
A continuación, se muestran dos casos que ilustran la secuencia psicopatológica que se desenvuelve
dentro de la gama de desórdenes narcisistas:
CASO 1.
Es un hombre de alrededor de 25 años, que llego al consultorio porque temía ser impotente. Aunque
había tenido ocasionales relaciones con prostitutas, no llego a una completa erección cuando por
primera vez intento tener relaciones sexuales con una mujer a la que describió como una “amiga
platónica”. Esto lo golpeó fuertemente en su autoestima y le provoco intensa ansiedad. Nunca se había
enamorado ni había tenido vínculos sexuales o emocióneles con hombres ni con migres.
De gran cultura e inteligencia, el paciente estaba bien conceptuado en su profesión de contador: sus
relaciones tanto con hombre con con mujeres eran un tanto distantes pero estables. Tenía un
desempeño medio en su trabajo, y su actitud amistosa, flexible y muy adaptada lo hacía agradable
para los demás.
Este paciente había sido visto en un principio con una personalidad obsesiva, pero su análisis revelo la
estructura típica de la personalidad narcisista.
Tenía la completa y casi por completo inconsciente convicción de que estaba por encima de las luchas
competitivas insignificantes en las que veía envueltos a sus colegas y amigos. También se sentía por
encima del interés que sus amigos tenían por mujeres mediocres, psicológicamente superficiales, pero
físicamente atractivas. El fracaso sufrido cuando condescendientemente acepto tener relaciones con
su amiga platónica fue un golpe tremendo para el concepto que tenia de sí mismo. Estaba seguro de
poder tener un desempeño sexual satisfactorio tanto con hombres tanto con mujeres, y de estar
encima por la moralidad estrecha y convencional de sus contemporáneos.
Kernberg destaca en primer lugar la incapacidad de vincularse sexualmente y de enamorarse e incluso
de sentí amoríos pasajeros del paciente y sugiere un pronóstico muy desfavorable para el tratamiento
psicoanalítico. Además, pone de relieve la característica dinámica central de este caso que es: una
intensa envidia de las mujeres y las defensas contra esa envidia, por medio de la devaluación y la
orientación homosexual característicamente generada, fenómeno frecuente en las personalidades
narcisistas.
CASO 2.
Un hombre de poco más de treinta años quien poseía una relativa capacidad de enamorarse. El motivo
original de la consulta fue la intensa ansiedad que sentía el paciente al hablar en público y su
promiscuidad sexual, que le resultaba cada vez más insatisfactoria. Según el paciente después de
tener alguna intimidad sexual con una mujer, perdía todo interés en ella y la dejaba para buscar otra.
Poco antes de comenzar el tratamiento, había iniciado una relación con una mujer y la encontraba
mucho más satisfactoria que todas sus mujeres anteriores.
A pesar de ellos, persistía su promiscuidad y por primera vez sintió el conflicto entre su deseo de
formar una relación más estable y los muchos amoríos en los que estaba envuelto al mismo tiempo.
En resumen, en el análisis fue revelando las fantasías masturbadoras sádicas que el paciente había
tenido durante su niñez. Se veía entonces desgarrando y torturando a las mujeres para después “dejar
en libertad” a la única que le parecía inocente, suave, buena, amante y magnánima, es decir, un
sustituto materno ideal, bello, inextinguible capaz de dar todo y de perdonar a todo. Así, al escindir sus
relaciones internas con las mujeres, entre la dependencia respecto de una madre ideal y
absolutamente buena y destrucción vengativa de todas las demás madres malas, termino por carecer
de las capacidades de establecer una relación profunda que la permitiera tolerar e integrar sus
sentimientos contradictorios de amor y odio.
Por el contrario, la idealización de los pechos, los genitales femeninos y otras partes del cuerpo
gratificaba regresivamente su primitivo erotismo frustrado, al tiempo que simbólicamente despojaba a
las mujeres de lo que tenían de único. A través de su promiscuidad, negaba también la atemorizante
dependencia de una determinada mujer y deterioraba inconscientemente aquello que intentaba
incorporar con avidez.
Solo mediante el examen sistemático de sus demandas orales y del prolongado descontento que
manifestaba en la transferencia, el paciente pudo reconocer su tendencia inconsciente a deteriorar y
destruir aquello que más anhelaba, es decir compresión e interés por parte del analista, y amor y
gratificación sexual por parte de las mujeres. El total reconocimiento de sus tendencias destructivas
hacia el analista y hacia las mujeres llevo poco a poco a la aparición de sentimientos de culpa,
depresión y tendencias reparatorias.
Finalmente, la preocupación por sus objetos produjo un cambio radical en su relación con el analista,
como su madre y con la mujer con la que se había casado en el curso del análisis (en una
exoactuación de su culpa inconsciente).
Gradualmente tomo conciencia del mucho amor y dedicación que recibió de su mujer y comenzó
sentirse inmerecedor de ella. Noto que se interesaba más en lo que ocurría dentro de ella que podía
disfrutar junto con ella sus momentos de felicidad, que sentía cada vez más curiosidad por la vida
interior de otro ser humano.
Por otro lado, es frecuente encontrar envidia y odio intenso por las mujeres en pacientes del sexo
masculino. Desde el punto de vista clínico, la intensidad de esta constelación dinámica en los hombres
es equiparable a la envidia del pene en las mujeres.
El rasgo distintivo de la personalidad narcisista en los hombres no es solo la intensidad de esta
configuración, sino la patológica desvalorización de las mujeres (en última instancia, la desvalorización
de la madre como objeto primario de dependencia).
Esta desvalorización junto con la negación de sus necesidades de dependencia de las mujeres,
contribuyen a su incapacidad de mantener con ellas vínculos profundos personales y sexuales.
En la escala de la patología narcisista de la vida amorosa podemos distinguir tres niveles:
1. Representado por la total carencia de interés sexual por las mujeres en los pacientes mas
gravemente enfermos.
2. Por una frenética búsqueda de excitación sexual, promiscuidad e incapacidad para establecer
vínculos más permanentes.
3. Esta caracterizado en los desórdenes más benignos por una limitada capacidad para
enamoramientos pasajeros.

Estos amoríos pasajeros pueden ser el estallo inicial de la capacidad de enamorarse, pero con una
idealización que está limitada a los tributos físicos sexuales de las mujeres conquistables. Estos
pacientes no llegan a la idealización normal que se asocia con el enamoramiento, en el cual lo
idealizado es al mismo tiempo la genitalidad femenina y las mujeres como persona; la gratitud por su
amor, junto con la preocupación por ella como persona total, dan por resultado la capacidad de formar
un vínculo más estable. Estos pacientes no experimentan la sensación de plenitud que acompaña al
enamoramiento; a lo sumo tienen una fugaz sensación de satisfacción ante el logro de una conquista.
La incapacidad de enamorarse y de seguir enamorado se disimula a veces bajo una relación
exteriormente estable con una mujer.
Por otro parte, la envidia de la madre, como fuente primaria de amor y dependencia es, por supuesto,
tan intensa en los hombres como en las mujeres, en estas últimas, como una fuente importante de la
envidia del pene es la búsqueda de una relación de dependencia con el padre y su pene, a manera de
escape y liberación de la relación frustrante con la madre. Por lo tanto, los componentes orales de la
envidia del pene en las mujeres de personalidad narcisista son extremadamente intensos, puesto que
representan una desvalorización vengativa de otras personas. No hay aun opinión formal respecto de
si el pronóstico para el tratamiento psicoanalítico de las mujeres de personalidad narcisista es más
reservado que el de los hombres.

UN TIPO PRIMITIVO DE ENAMORAMIENTO INTENSO


La siguiente etapa está representada por el desarrollo de vínculos amorosos muy intensos (con una
forma primitiva de idealización), que son algo más duraderos que los amoríos pasajeros de los
pacientes narcisistas. Son característicos de las personalidades de organización fronteriza sin la
típica estructura de personalidad narcisista.

Quizás, el tipo más frecuente de este enamoramiento patológico es que el que se observa en una
mujer de personalidad infantil con una organización fronteriza que se aferra con desesperación a
hombres idealizados de una manera tan primitiva e irreal que es difícil de obtener una imagen
fidedigna de ellos sobre la base de la descripción que hacen las pacientes. Superficialmente, estos
vínculos se parecen a los que establecen las mujeres masoquistas de personalidad mucho mejor
integrada que se someten a hombre sádicos idealizados, si bien existen características que los
diferencian.

El patológico deterioro de las relaciones objetales internalizadas en las personalidades narcisistas


constituye una complicación estructural que hace el tratamiento mucho más difícil que el de paciente
fronterizo habitual. Sin embargo, a lo que atañe a las personalidades narcisistas, la posibilidad de
anular la estructura narcisista en el curso del tratamiento y la aparición de una forma superior de
idealización (asociada con culpa, preocupación y tendencias reparatorias) como parte del
enamoramiento, representan un progreso significativo.

Por otro lado, Kernberg sugiere que la condensación patológica de los derivados de tendencias pre
genitales y genitales bajo la influencia de la agresión pre genital es característica de los pacientes
fronterizos. Ocasionalmente, estos pueden sufrir impotencia, eyaculación precoz y frigidez, pero con
frecuencia son capaces de llegar al goce genital y al orgasmo, tanto en relaciones heterosexuales y
homosexuales como en las actividades perverso-polimorfas.

Hay una cantidad de factores que se combinan para producir esta aparente libertad sexual:

1. En ambos sexos la activación de zonas y modalidades de interacción genitales actúa como


un intento de escape de las frustrantes y las atemorizantes relaciones centradas en
necesidades de dependencia de tipo oral.
2. En la medida en la que la escisión y su mecanismo prevalecen sobre la representación y
sus mecanismos afines, el desarrollo prematuro de los conflictos edípicos (en el sentido de
una huida defensiva hacia la prematura relación sexual con las figuras parentales) puede
ponerse de manifiesto en fantasías y actividades conscientes, pero recíprocamente
disuadidas.
3. La difusión de la identidad y otras alteraciones de las estructuras yoícas generadas por el
predominio de los mecanismo disociativos, afectan también la integración del superyó y
producen distorsiones superyoícas que obstaculizan los procesos conducentes a la normal
represión de las tendencias infantiles perverso-polimorfas y dan lugar a que los deseos
edípicos se expresen directamente.

INFLUENCIAS RECIPROCAS DE LOS CONFLICTOS SEXUALES Y LA


CAPACIDAD DE ESTABLECER RELACIONES OBJETALES TOTALES
En el nivel siguiente de la secuencia de la patología de los procesos de enamoramiento, existe una
mayor capacidad para lo que podría denominarse “idealización romántica”, en el contexto de las
inhibiciones genitales.

El siguiente caso ilustra las características antes mencionadas:

Es una paciente de alrededor de 30 años, quien comenzó el tratamiento psicoanalítico cediendo a la


fuerte presión de su padre, un industrial localmente muy conocido. Sus principales síntomas y
problemas iniciales eran promiscuidad heterosexual, alcoholismo y reacciones depresivas.
Presentaba una estructura caracterológica depresivo-masoquista bastante típica, con rasgos
histéricos. Cuando se sentía sola buscaba indiscriminadamente un hombre en fiestas o bares (se
entregaba con facilidad a los hombres). La paciente era frígida en sus relaciones, aunque en
ocasiones llegaba a una cierta excitación sexual, en especial cuando tenía la sensación de ser
humillada por un hombre.
Su madre había muerto cuando ella tenía 6 años. Esta describía a la segunda mujer de su padre como
una mujer controladora, dominadora y agresiva: había tenido que luchar contra ella durante toda su
niñez y adolescencia. Describía a su padre como un hombre cálido y amable, pero débil y sometido a
su segunda mujer de una manera que a la paciente le resultaba irritante. Era la única hija del primer
matrimonio; del segundo nacieron varios hijos, con quienes había mantenido siempre una relación
bastante distante.

A manera de resumen, al indagar la idealización que la paciente hacía de su madre, imagen de una
mujer pura, dulce y maravillosa, se puso de manifiesto que la figura de la madrastra como dictadora
hostil reflejaba la proyección en ella de la imagen que la paciente tenia de si misma al compararse con
su madre real.

La ira contra la madrastra tenía que ver con la proyección de los sentimientos de culpa provocados por
la competencia edípica de la paciente con su madre. Más tarde fue posible interpretar la motivación
respecto a estos sentimientos de culpa respecto su madre y su idealización defensiva como una
derivación de los deseaos sexuales de la paciente hacia su padre.

Durante el proceso la paciente pudo por primera vez establecer una relación con un hombre que
parecía ser un objeto de amor más apropiado que los anteriores. Su capacidad de llegar a la plena
gratificación sexual con este hombre marco un cambio espectacular en su relación con él, con el
analista y con su familia, así como en su actitud en general ante la vida.

En el curso del tratamiento, la paciente logro llegar regularmente al orgasmo en las relaciones que
mantenía con el hombre con quien después se casó. Lo logro después de elaborar las significaciones
de los distintos patrones transferenciales que reflejaban su vínculo con él. Para su sorpresa se
encontró llorando las primeras veces que llego al orgasmo total con una sensación de embarazo y, a la
vez, de alivio. Sintió una profunda gratitud hacia el hombre que le entregaba su amor y su pene. Sentía
que el pende de este hombre era suyo y que podía confiar en que él y su pene le pertenecían. Podía
andar por la calle sintiéndose igual que las demás mujeres. Ya no necesitaba envidiar la intimidad de
otros, porque tenía su propia relación íntima con el hombre que amaba.

Kernberg pone acento en la característica central de este caso: la superación de la envidia del pene.
Tanto sus raíces orales (la envidia de la madre y el pene, ambos capaces de dar, junto al temor a la
odiada dependencia de este último) como sus raíces genitales (el convencimiento infantil de la
superioridad de la sexualidad masculina y de los hombres) fueron elaboradas en el contexto de una
relación objetal total, en la que se expresaron de manera conjunta la culpa por la agresión dirigida al
objeto, la gratitud por el amor recibido y la necesidad de reparar lo dañado ofreciendo amor.

Por lo tanto, esta integración representa la etapa siguiente de la secuencia que Kernberg describe: es
decir, la integración de la plena sexualidad genital con la capacidad de establecer relaciones objetales
totales. Este nivel refleja una mejor organización del yo, existe mayor capacidad para lo que podría
denominarse “idealización romántica”

ENAMORAMIENTO Y PERDURACION DE LOS VINCULOS AMOROSOS


Existe una diferencia decisiva en lo que atañe a la capacidad para hacer una valoración más realista
del objeto de amor y una idealización más atenuada pero humanamente más profunda, capacidad que
caracteriza los vínculos amorosos de los pacientes no fronterizos.
Solo las personas relativamente normales son capaces de enamorarse y de convertir un acercamiento
apasionado en una relación amorosa estable. Para ello es necesario que resuelvan los conflictos que
se presentan a lo largo de la secuencia de las etapas del desarrollo.
Kernberg señala que la incorporación de tendencias pregenitales bajo la forma de ternura, requisito
esencial para la capacidad de establecer un vínculo amoroso, es consecuencia de la integración de
relaciones objetales parciales (absolutamente bueno y absolutamente malo), formando relaciones
objetales totales, integración que importa la resolución por lo menos parcial de los conflictos
pregenitales sobre la agresión y la adquisición de la capacidad de tolerar la ambivalencia hacia los
objetos amor.
Esta integración permite que el erotismo de la superficie corporal se incorpore a relación objetal total.
Más tarde, la ternura, que refleja dicha incorporación, se amplía dando lugar a la capacidad de pleno
goce genital que, a su vez, requiere un suficiente grado de resolución de los conflictos edípicos. De
dicha resolución lograda en el marco de la capacidad de establecer relaciones objetales totales, deriva
la capacidad de formar vínculos totales, profundos, duraderos y apasionados con plena gratificación
genital.
Cabe destacar, que la capacidad de tener relaciones sexuales y de llegar al orgasmo de ninguna
manera garantiza la capacidad de establecer un vínculo amoroso maduro, como tampoco lo garantiza
la capacidad de establecer una relación objetal total, cuando no se han resuelto los conflictos edípicos
y las concomitantes inhibiciones sexuales.
La capacidad de enamorase indica que se han cumplido requisitos importantes para la capacidad de
mantener la relación amorosa; en las personas narcisistas, marca el inicio de la capacidad de sentir
preocupación y culpa y dar lugar a una relativa esperanza de que desaparezca la tendencia
inconsciente a desvalorizar el objeto amoroso.
En los pacientes fronterizos, la idealización primitiva puede ser un primer paso hacia un vínculo
amoroso diferente de la relación que combina el amor y el odio hacia los objetos primarios, siempre y
cuando se haya resuelto los mecanismos disociativos responsables de dicha idealización primitiva y
cuando el vínculo amoroso inicial o el que lo reemplaza permite tolerar y solucionar los conflictos
pregenitales, contra los cuales la idealización primitiva era una defensa.
En el caso de la neurosis y los desórdenes caracterológicos menos graves, cuando el tratamiento
psicoanalítico ha resuelto los conflictos inconscientes predominantemente edípicos, la capacidad de
enamorarse evoluciona hacia la capacidad de mantener una relación amorosa duradera.

LA MADUREZ EN LAS RELACIONES AMOROSAS: REVISION DE ALGUNOS


PUNTOS DE VISTA PSICOANALITICOS
La capacidad de tener relaciones sexuales y orgasmos no es garantía de madurez sexual ni
representa necesariamente un nivel relativamente más alto de desarrollo psicosexual.
Se observa en la clínica que tanto las personalidades marcadamente narcisistas como los individuos
maduros son capaces de llegar al orgasmo en sus relaciones sexuales, y que las inhibiciones suelen
presentarse por igual en los tipos más graves de aislamiento narcisista y en las neurosis y desordenes
caracterológicos relativamente benignos.
Anteriormente se mencionó un modelo de desarrollo de aparato psíquico que integra el desarrollo de
los instintos, del yo (incluyendo la identidad del yo) y del superyó en el marco de las etapas de
desarrollo de las relaciones objetales internalizadas.
La relativa libertad de expresión que tiene los impulsos sexuales en las situaciones interpersonales, no
obstante, la grave patología de las relaciones objetales internalizadas, se debe a que las tendencias
libidinales no están integradas en relaciones objetales totales y por lo tanto pueden expresarse como
derivados instintivos escindidos al servicio de necesidades pregenitales en relaciones objetales
parciales.
Por el contrario, precisamente cuando las tendencias genitales están integradas en vínculos objetales,
su inhibición refleja los conflictos existentes con tales objetos específicos (edípicos).
Entonces, ¿Cuál son las características de la capacidad de establecer un vínculo amoroso
maduro?
Desde el punto de vista de Kernberg, el primer requisito de la capacidad de amar es el desarrollo pleno
del erotismo oral y de la superficie corporal (en el sentido más amplio) y su integración, junto con las
relaciones pregenitales objetales parciales de origen libidinal y agresivo, en relaciones objetales
totales. Es esta una integración que reúne relaciones objetales internalizadas de “signo opuesto” y da
cumplimiento a lo que Winnicott describió como el requisito de la capacidad de preocupación.
Una vez alcanzada esta etapa en el desarrollo de las relaciones objetales internalizadas, el erotismo
de la superficie corporal se transforma en ternura, y las relaciones tendientes a la gratificación de
necesidades dan paso a la constancia objetal. Junto con la capacidad de duelo, culpa y preocupación,
surgió un reconocimiento cada vez más profundo de sí mismo y de los otros, el inicio de la capacidad
de empatía y de identificaciones más refinadas. Esto vincula al desarrollo de la capacidad de amar con
la capacidad de la propensión a experimentar depresión.
Según Kernberg entre los elementos de los procesos de duelo que intervienen en la experiencia del
amor, cabe destacar, el crecimiento la independización y la vivencia de dejar atrás los objetos reales
de la infancia en el momento en que se estableció un tipo de vínculo amoroso más íntimo y gratificante
con otro ser humano.
En este proceso de separación de los objetos reales del pasado y también una confirmación de las
buenas relaciones con los sujetos internalizados del pasado, en la medida en que el individuo adquiere
confianza en su propia capacidad de conciliar amor y gratificación sexual de manera tal que ambos
elementos se refuerzan mutuamente y promueven el crecimiento, en contraste con la pugna entre
amor y sexo que existía la infancia.
El siguiente paso el desarrollo es la total integración de la genitalidad en el vínculo amoroso, lograda
mediante la resolución de los conflictos edípicos. Ello permite ahondar aún más la mutua identificación
y la empatía, puesto que la completa identidad sexual aclara los roles sexuales recíprocos y da lugar al
cabal reconocimiento de los valores sociales y culturales, de la naturaleza y del mundo inanimado,
reconocimiento a la vez individual y compartido, que cobra mayor realce por el hecho de ser
compartido.
La identidad sexual normal es una consecuencia más que un requisito de la normal formación de la
identidad; cohesiona la identidad del yo y le otorga profundidad y madurez.
Según Kernberg, existen diferentes tipos de idealización que implican funciones tanto normales como
patológicas. En líneas generales propone tres niveles de idealización:

 Un nivel primitivo, característico de estados del yo que reflejan un predominio de mecanismos


disociativos; se observa en la organización de la personalidad de tipo fronterizo y se asocia con
las formas más primitivas de enamoramiento que por lo general no dan lugar a la capacidad de
preservar el vínculo amoroso, o sea de establecer una relación amorosa madura.
 Una idealización ligada con la capacidad de duelo y preocupación, acompañada de un
reconocimiento más realista del objeto y empatía hacia este, aunque todavía carente de
características genitales; este nivel es típico de los estados del enamoramiento del paciente
neurótico corriente, quien es capaz de entablar una relación amorosa estable, si bien
generalmente conflictiva e insatisfactoria.
 Una idealización normal, a la que se llega hacia el final de la adolescencia y la juventud y que
se basa en una identidad sexual estable y en un reconocimiento realista del objeto de amor;
incluye ideas sociales y culturales, además de los personales y sexuales.
Kernberg sugiere que la idealización es un componente importante de los vínculos amorosos, pero es
necesario discriminar los diferentes niveles de idealización y sus funciones con referencia los niveles
de desarrollo estructural.

APLICACIONES DE LAS RELACIONES AMOROSAS EN LA ADOLESCENCIA


Un requisito general de la capacidad normal de amar en la adolescencia es el logro de la identidad del
yo, que refleja la capacidad de establecer relaciones objetales totales.
En realidad, Erickson (1956) consideró al logro de la intimidad como el estadio inicial de la adultez,
señalando que esté depende del logro del sentimiento de identidad en la adolescencia.
Kernberg coincide en que la adquisición de una normal identidad del yo, es una condición previa para
el logro de una intimidad en el sentido de la relación objetal total con una persona del sexo opuesto,
que incluye ternura, gratificación genital y profundidad humana. Sin embargo, no cree que el
establecimiento de la identidad del yo sea un hecho generalizado la adolescencia normal.
Según la experiencia de Kernberg con pacientes de personalidad fronteriza y pacientes de
personalidad narcisista, piensa que la identidad del yo se establece gradualmente a lo largo de la
infancia y la niñez, durante el proceso de superar la organización primitiva del yo, caracterizada por el
predominio de la escisión y sus mecanismos afines.
La identidad del yo depende y a la vez consolida el establecimiento de un yo integrado (en el cual la
represión y sus mecanismos afines son las operaciones de defensa predominantes), en marco de la
integración de las relaciones objetales totales.
En la adolescencia normal, la crisis de identidad es un fenómeno típico, no así la difusión de identidad,
dos conceptos que deben ser diferenciados claramente:
Una crisis identidad traduce una pérdida de correspondencia entre el sentimiento interno de identidad
en determinado momento el desarrollo y la confirmación proveniente del ambiente psicosocial.
Por el contrario, la difusión de la identidad es un grave síndrome psicopatológico típico de la
personalidad fronteriza. Se caracteriza por estados yoícos mutuamente disociados; está falta de
integración se extiende hasta el superyó y, más importante aún, al mundo de las relaciones objetales
internalizadas
Las siguientes características son especialmente útiles para discriminar entre un desorden emocional
relativamente benigno y el síndrome de difusión de la identidad.
1. La capacidad de sentir culpa y preocupación y el auténtico deseo de reparar las actitudes
agresivas; que son reconocidas como tales una vez pasado el estallido emocional.
2. La capacidad de entablar relaciones duraderas y libres de tendencias explotadoras con
amigos, maestros u otros adultos, así como una apreciación profunda relativamente realista de
las personas.
3. Una escala de valores cada vez más amplios y profundos (independientemente de que
armonicen o no con la cultura prevaleciente en el medio que rodea al adolescente)

La ausencia de estas características traduce una falta integración del concepto de sí mismo, una
incapacidad para comprender profundamente a los demás y un predominio de mecanismos de defensa
primitivos, rasgos típicos de una identidad difusa.

APLICACIONES A LA RELACIONES AMOROSAS EN LA EDAD MADURA


En este apartado se abordan ciertas características normales y patológicas de las relaciones amorosas
en la edad madura, en especial los conflictos que se observan en mujeres cuyas edades oscilan entre
los 35 y los 55 años. Estos conflictos tienen su contraparte en los hombres de edades similares, de
manera que los comentarios incluidos intentan reflejar también sus aspectos simétricos en el grupo
masculino.
Según Kernberg, a esta edad los hijos de las mujeres casadas ya son adolescentes; es entonces
cuando viejos conflictos no resueltos o latentes relacionados con la identidad sexual y la satisfacción
sexual se activan en los padres, cuando éstos enfrentan la manifestación de tales conflictos en sus
hijos.
En otro nivel, si en una mujer de esta edad pueden reactivarse los conflictos internos que tuvo con sus
padres, cuando éstos tenían su edad actual y ella misma era un adolescente. Al llegar a los 40 años,
una mujer debe enfrentarse nuevamente con estos conflictos con la idealización, el odio o la
dependencia hostil experimentada hacia la madre de su adolescencia.
El impacto de experimentar simultáneamente sus propios conflictos de adolescente en la relación con
sus hijos y sus conflictos internos con sus padres reflejados en una penosa autocrítica, puede llevar a
la mujer a una crisis vital, cuyas consecuencias pueden ser un significativo incremento de su seguridad
y su confianza en ella misma y en sus recursos, o bien un grado el deterioro del equilibrio mantenido
los primeros años de adultez y el desarrollo de una psicopatología crónica.
Por otra parte, el antecedente de haber estado enamorada y de haber sido capaz de conservar un
vínculo amoroso configura un pronóstico favorable, en contraste con los casos esencialmente
narcisistas en los que hay escasa o ninguna evidencia en tal sentido.
Por último, la capacidad de desarrollar un compromiso profundo con el trabajo, la profesión la
educación de los hijos y los valores culturales e intelectuales que hacen que la vida merezca ser vivida
a pesar de los conflictos, inhibiciones y problemas que existan en el área de las relaciones sexuales ya
amorosas, es un índice de gran significación tanto para el diagnóstico como para el pronóstico.
Al tratar a una mujer de edad madura, el analista debe estudiar muy atentamente la naturaleza general
de las relaciones objetales de la paciente y los conflictos específicos vinculados con su identificación
femenina, incluyendo sus actitudes conscientes e inconscientes frente a la sexualidad, a su propio
cuerpo y a los hombres.
En pacientes cuyas relaciones objetales son satisfactorias y que se muestran dispuestas a encarar los
conflictos sexuales sin excesivas recriminaciones por los años perdidos, el psicoanálisis puede tener
un pronóstico sorprendentemente bueno.
En especial las personalidades histéricas de rasgos masoquistas, cuando no hay una excesiva
racionalización secundaria de la patología del carácter y de las relaciones sexuales, pueden tener un
pronóstico mucho más favorable del que sugiere su “trágica” serie desengaños y fracasos a lo largo de
los años.
Por el contrario, las mujeres de personalidad fronteriza con deterioro del equilibrio mantenido durante
la temprana adultez crean problemas terapéuticos muchos más serios y tienen pronósticos más
pobres, que los casos fronterizos de la adolescencia y la primera juventud.
Quizá la categoría más crítica es la representada por mujeres de personalidad narcisista, cuya
gratificación narcisista fundada en sus atractivos físicos, su juventud, su riqueza y su éxito social se
desvanece poco a poco y cuya psicopatología básica tienen por lo tanto un pronóstico Generalmente
grave.
Cuando se estudia en detalle el nivel de desarrollo en las relaciones objetales internalizadas del
paciente que dice estar enamorado, en general es posible predecir con realidad exactitud en qué
medida el paciente en cuestión será capaz de lograr dicha continuidad. Naturalmente, desde el punto
de vista simplemente descriptivo, el hecho de enamorarse no constituye un índice significativo de la
capacidad de mantener el vínculo amoroso. Esta continuidad entre el enamoramiento, la conservación
del vínculo amoroso y una relación afectiva estable no garantiza, que la pareja se mantenga unida.

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