Raúl Porras Barrenechea
Raúl Porras Barrenechea
Mientras vivió Sayri Túpac en el Cuzco, Titu permaneció inactivo. Los indios seguían
considerando a aquél como el monarca legítimo. Pero muerto Sayri el bastardo se ciñó
la mascapaicha y encerró al heredero legítimo con acllas y mamacunas en la casa del Sol. Titu
asumió inmediatamente una actitud beligerante contra los españoles, siguiendo el ejemplo de
su padre Manco Inca: sus guerrillas de indios volvieron a saltear y a matar a los españoles que
iban por la ruta del Cuzco a Lima y a incursionar en el valle del Tambo y en las proximidades
del Apurímac.
El licenciado Lope García de Castro, Gobernador del Perú, deseoso de remediar esta situación
entabló negociaciones para reducir al Inca. Este tenía en el Cuzco como apoderado a Juan de
Betanzos y era, según lo declaran los que lo conocieron "hombre mañoso" y calculador. En su
entrevista con el Licenciado Matienzo, Oidor de la Audiencia de Charcas, en el puente de
Chuquichaca, se mostró hábil diplomático. Se proclamó cristiano, deseoso de recibir el
Evangelio y derramó luengas lágrimas por asaltos que se había visto obligado a hacer a los
españoles. Entregó entonces al Licenciado Matienzo dos memoriales: uno sobre los agravios
hechos a su padre, que le habían obligado a él a tomar represalias y otro sobre las mercedes
que pedía para salir de Vilcabamba y firmar las paces. Estas eran, que el Rey le diera en
encomienda el valle de Vilcabamba con los pueblos de éste, Rayangalla, Asangalla,
Vilcabamba y Viticos, además de los pueblos de Chachona y Çanora y otros, que tuvo el
Convento de la Merced junto al Cuzco, para sí y sus herederos. A este «fleco» de un Imperio
añadía Titu Cusi una cláusula que revela sus preocupaciones dinásticas: el matrimonio de su
hijo Quispe Tito con Doña Beatriz Sayri Topa, hija del último Inca con el goce de la encomienda
de Yucay. La legitimidad incaica refluía así sobre su estirpe en el caso de una restauración.
El comisionado de Matienzo que vio a Titu nos da su traza física así: "será hombre como de
cuarenta años, de mediana estatura, moderno y con unas pecas de viruelas en la cara, el gesto
algo severo y robusto". El Inca vestía camiseta de "damasco azul", diadema de plumas en la
cabeza, collar y coracinas de plumas en las pantorrillas. En el pecho llevaba una patena de
plata, un puñal dorado y una "rodela" de Castilla en la mano y el rostro "enmascarado de un
mandul colorado". "Le rodeaban veinte o treinta mujeres de razonable parecer". Así vio un
soldado español el último cortejo de un Inca irrisorio, algo selvatizado por la permanencia en
Vilcabamba y con unos pobres arreos de farsa en vez de la magnífica joyería de sus
antepasados.
En tanto que se formalizaban los arreglos, el Inca permitió que entrasen a Vilcabamba algunos
frailes para doctrinar a los indios. El primero en entrar fue Fray Antonio de Vera, en el pueblo
de Carco, quien bautizó a Quispe Titu, que recibió el nombre de Felipe (1567). Al año siguiente
Titu Cusi solicitó ser bautizado por el fraile más principal del Cuzco y se le envió al prior de los
agustinos fray Juan de Vivero, quien le bautizó el 28 de agosto de 1568, "día del glorioso doctor
San Agustín", recibiendo el nombre de Diego de Castro. Quedó en Vilcabamba el padre Marcos
García, quien debía doctrinar al Inca y quien escribió a solicitud de Titu Cusi un memorial o
"Instrucción" al Gobernador García de Castro que tiene el carácter de crónica. El Inca murió a
poco de una pulmonía y los indios mataron entre grandes suplicios al padre agustino Diego
Ortiz, porque no supo curarle primero ni resucitarle después.
La Instrucción recuenta los agravios hechos por los conquistadores españoles a Manco Inca en
el Cuzco principalmente por los hermanos de Pizarro, en ausencia de éste. El hijo de Manco
rinde justicia al Conquistador del Perú, cuando, después de relatar las tropelías sufridas por su
padre, escribe: "Entienda el que esto leyere que cuando estos negocios pasaron de dar la coya
a la prisión de las cadenas y grillos el Marqués don Francisco Pizarro ya era ido a Lima y a la
sazón no estaba en el Cuzco y por eso, no piense naide que en todo se halló".
La crónica de Titu Cusi es particularmente interesante para reconstruir el sitio del Cuzco por
Manco y la etapa de los Incas de Vilcabamba. Relata también la captura de Atahualpa
recogiendo la versión cuzqueña contraria a aquel Inca, enemigo y destructor de su raza. Su
testimonio no es muy seguro desde el punto de vista cronológico, como hombre que no supo
escribir y confió todo a la memoria. La acción de su padre Manco es hiperbolizada en muchas
partes, principalmente en los sucesos anteriores a la insurrección, en que Titu pretende hacer
creer que Manco gobernaba en el Cuzco como heredero primogénito de Huayna Cápac, en
lugar de Huáscar. Otros sucesos y nombres son confundidos, como los de Soto y el violador de
Inguil que no fue Gonzalo sino Juan Pizarro. El fraile redactor de la crónica interpone también
su personalidad, haciendo pronunciar a cada rato, a Manco Inca, arengas que son verdaderas
homilías y que comienzan invariablemente con este vocativo: "Muy amados hijos y hermanos
míos". Sin embargo de esto, hay algunos atisbos e impresiones directas del espíritu indio frente
a los españoles o viracochas. Así, cuando dice, para describir a los conquistadores, que eran
hombres barbados que hablaban a solas con unos paños blancos –para decir que leían–, que
iban sobre animales que tenían los pies de plata y que eran dueños de algunos illapas o
truenos.
* Publicado en: "Tres cronistas del Inkario: Juan de Betanzos (1510-1576), Titu Cusi Yupanqui
(1529-1570?), Juan Santa Cruz Pachacutic", La Prensa, Lima, 1 de enero de 1942; Raúl Porras
Barrenechea, Los cronistas del Perú, Lima, Banco de Crédito del Perú, 1986.