Imaginarios Sin Rostro: Luchas Por La Sensibilidad y El Sentido Desde Abajo
Imaginarios Sin Rostro: Luchas Por La Sensibilidad y El Sentido Desde Abajo
Imaginarios Sin Rostro: Luchas Por La Sensibilidad y El Sentido Desde Abajo
El texto que sigue a continuación es el resultado de una serie de acercamientos al tema del
ocultamiento del rostro en contextos de violencia política, tema que desde una dimensión
estética me persigue desde hace unos años, sobre todo cuando comencé a trabajar el rostro
negado en las retóricas neozapatistas y gráficas simpatizantes. En ese entonces, proponía un
viraje estético en el discurso sobre el ocultamiento del rostro de los insurgentes que
aparecieron el primero de enero de 1994 en siete cabeceras municipales del Estado de
Chiapas en México; un viraje que va desde lo utilitario (nos tapamos por el frío, para
protegernos, etc.), hacia una dimensión más bien estética, al ir más allá de una valoración
puramente funcional. En esta dimensión distinguí tres niveles que permiten hablar de este
viraje: la poética, la política y la tradición. La poética con la retórica del oxímoron “nos
tapamos el rostro para que nos vieran”, la política en el decir “somos un movimiento sin
rostros, horizontal” y la tradición con el mito de los hombres y mujeres verdaderos, narrado
por un personaje anciano que hace referencia a un relato mítico en el que los hombres y
mujeres verdaderos no tienen rostro.
Hago referencia a esto puesto que estas observaciones me llevaron a pensar que este viraje
hacia la estética se vuelve fundamental para la reivindicación del rostro cubierto, sobre todo
para el sin rostro de las luchas sociales extendidas en Latinoamérica. Porque si bien, lo
funcional es lo fundamental para el uso de estos elementos, la estética juega un papel
decisivo en el espacio imaginario de las disputas por los sentidos, algo que se comprende
sobre todo después del alzamiento noventero de los zapatistas (porque había encapuchados
antes, pero no había una retórica al respecto).
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Plantear la dimensión estética en el marco de las políticas de la disidencia tiene una cuota
no menor de dificultad, sobre todo porque debemos tener en consideración que en las
experiencias sensibles se entretejen y se manifiestan las disputas por los sentidos, por las
significaciones, las sensaciones y por los imaginarios, en tanto luchas de las relaciones de
poder. Quisiera esbozar a continuación una reflexión para pensar las estéticas encapuchadas
desde distintas prácticas utilizadas por los sectores disidentes -digamos antisistémicos,
anticapitalistas- como recursos puestos en escena para hacer y hacerse visible y así ubicarse
discursivamente desde una postura contrahegemónica en relación a las disputas por las
significaciones y por los imaginarios.
La negación del rostro constituye un lugar importante de pugna simbólica, con fuertes
nexos históricos y culturales. Y es que justamente nos hace conscientes de las guerras que
se dan por la dominancia de los sentidos y de las sensaciones. Esto porque nuestros
sentidos han sido educados para generar juicios valóricos con correspondencias estéticas
tales como bueno/bello, malo/feo, que terminan por alterar desde la moral nuestras
percepciones y experiencias estéticas (Nietzsche, ).
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historia, y por otro lado, a través de la persistencia de las prácticas, como el uso de la
acción directa y la violencia performativa.
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Lo interesante es la dimensión cultural que se observa al interior de las prácticas, en las que
se encarnan aspectos simbólicos centrales de una tradición cultural. Así es posible concebir
la violencia perfomativa desde un aspecto representacional propio de la interacción social y
como un producto histórico y cultural.
El rostro negado actúa como una suerte de punctum de la imagen, en la que rápidamente se
concentra la visión. Esto sucede por distintos movimientos activados en el observador, por
un parte es relevante considerar los alcances que tiene el rostro como lugar por excelencia
del porte identitario: negarlo implica transgredir ciertos códigos de sociabilidad que buscan
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garantizar la seguridad. Por ello es que el rostro cubierto despertará rápidamente
suspicacias respecto a las posibilidades que puede abrir ese rostro que se oculta.
Quien cubre su rostro, bajo las normas básicas de socialización, puede “deja aflorar las
tentaciones que acostumbra reprimir o que descubre aprovechando esa experiencia” (Le
Breton, 2010: 201). Con esta afirmación podemos pensar en que el uso de la máscara
podría develar un estado de represión constante de individuo para permitir la vida en
sociedad. Se vuelve una forma de suspensión del continuo de la vida social, una ruptura en
el orden de lo visible y una transgresión a los acuerdos tácitos de la vida en sociedad. Lo
que evidencia el drama social constituido en una primera instancia por una fractura pública
y notoria, en la que se quiebran las relaciones sociales regulares (Turner, 1974: 14).
En este sentido, el tema del ocultamiento del rostro es interesante pensarlo como una
disputa por las valoraciones dentro de las concepciones culturales. La entrada a escena de
estos cuerpos que borran su identidad e individualidad en una ciudad que es todo orden,
ordenanza y poder (Lefebvre, 1970) exhibe las tensiones entre quienes buscan hacer entrar
en crisis el supuesto orden y consenso que se manifiesta en las ciudades y quienes ejercen
el poder. La ciudad busca mantener en su lógica la reproducción del modo de vida
capitalista, mientras que estos estallidos exhiben la ruptura con ese discurso. Del sabotaje al
ordenamiento inmediato del espacio: la ciudad se autorregenera para no exhibir las
cicatrices de la sospecha.
Por medio de estas prácticas y sus escenificaciones, se vuelve evidente la existencia de las
disidencias al interior del espacio social y por lo tanto, se abre un espacio de duda respecto
al supuesto consenso que construye la paz social. Contrato social que se construye desde la
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dominancia de un discurso impuesto como el verdadero, pero que se cuestiona con las
acciones que destruyen.
Evidentemente la puesta en escena de estas violencias molesta más que fascina a -lo que
desde arriba llaman - la “buena ciudadanía”. Los medios de comunicación han jugado un
papel decisivo en la construcción de una opinión pública generalizada y extendida a toda la
población. Paradójicamente se les atribuye a los ejecutantes de estas violencias un carácter
despolitizado (se les tilda de lumpen, delincuentes) o sobreideologizado (anarquistas,
antisistémicos), denominaciones que de todas maneras terminan en ataques y
criminalizaciones que buscan deslegitimar, silenciar y obviar la dimensión histórica y
discursiva de dichas prácticas. Estas construcciones discursivas dominantes influyen en las
experiencias mismas de los cuerpos observantes ante el sabotaje.
Para el caso de Chile se puede mencionar que a principio de siglo XX, hacia 1913, se
desarrolló una masiva huelga obrera, llamada la huelga del mono, que se detonó por la
oposición de los trabajadores de la empresa de Ferrocarriles del Estado a la captura
obligatoria del rostro. Actualmente se vuelve a debatir una ley antiencapuchados, algo
similar a lo que ocurría el año 2011 con la llamada ley Hinzpeter, que buscaba imponer
como agravante el actuar con el rostro cubierto en manifestaciones callejeras.
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desenmascara el rostro del entonces Subcomandante Marcos ante toda la nación. La
aparición del rostro de aquel que lo ocultaba busca ser un triunfo del ojo vigilante del
poder. Inmediatamente después de esto, la población civil mexicana reaccionó bajo el lema
“Todos somos Marcos”: cientos de personas encapuchadas salieron a la calle para exhibir la
retórica inclusiva del pasamontañas. Así el rostro negado dejaba proyectar sobre su oscura
superficie la multiplicidad de discursos contrahegemónicos.
En estos ejemplos podemos observar cómo en el signo del rostro oculto se tensionan
sentidos y comprensiones respecto a lo que implica el gesto. La defensa del signo se vuelve
necesaria tanto para la continuación de su utilización, como para la construcción y la
articulación de la identidad rebelde a partir de la imagen del sin rostro, que al estar negado,
posibilita cualquier identidad, es la retórica del nosotros.
En el sin rostro se aglutinan distintas significaciones que en diálogo con la historia, con la
memoria, constituyen una estética/poética que defiende un imaginario disidente. En este
sentido la calle se vuelve lugar de escenificación de los sentidos en tensión y de
posicionamiento discursivo y político. La negación del rostro traerá consigo, en tanto que
símbolo en disputa, una lógica del anonimato que responde a las necesidades del cuidado
de sí en sociedades cada vez más vigiladas, pero también una lógica horizontal, de
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colectividad de los movimientos, y poéticas asociadas a los sin rostro, los nadie, que
exhibirán las luchas por la sensibilidad al rostro negado.
La propagación del discurso subalterno se vuelve más compleja en este escenario –la
ciudad y lo público - que ha sido planificado y materializado para el desenvolvimiento del
ejercicio del poder soberano, disciplinario y vigilante. La ciudad y sus lógicas, sus
dinámicas, sus lenguajes, sus códigos son generados desde arriba para instituir el discurso
dominante como hegemonía. Los imaginarios, en tanto que esquemas que permiten
percibir, explicar e intervenir en lo que se considere realidad, son fuertemente disputados
en la medida que son los marcos de comprensión de lo social.
Los imaginarios sociales a los que hemos hecho alusión están en sí mismos tramados por el
discurso ideológico, desde discursos hegemónicos y contrahegemónicos. Son estos los que
dan cuenta de las disputas dadas en el espacio social por las significaciones. Los
imaginarios sociales obedecen a esta necesidad de cohesión para hacer factible la
gobernanza, la dominación. Pero también se construyen y se erigen imaginarios resistentes,
imaginarios subalternos, imaginarios contrahegemónicos, que se levantan como respuesta y
defensa a las representaciones comunitarias, a comprensiones sociales que disputan los
sentidos.
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borroneados, tachados, imponiéndose la ciudad desde la hegemonía comunicativa y
estética.
Las manifestaciones retóricas sobre la imagen del encapuchado que desde abajo se gestan,
se apropian de lo público porque buscan afectar desde la sensibilidad y desde la memoria el
imaginario del transeúnte común que suele juzgar estas acciones desde el mismo ojo con el
que mira el gran hermano.
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producción de significantes que acompañan, expresan e informan de estos mismos (2012:
335).
En Santiago de Chile, estos caligramas aparecieron con mayor fuerza el año 2011, y sobre
todo después del proyecto de Ley que envió el entonces ministro de interior Rodrigo
Hinzpeter, en la que se buscaba sancionar el uso de objetos que dificultaran la pronta
identificación de los manifestantes. Es interesante notar que en este clima de
criminalización de la acción violenta (por parte del aparato de Estado, pero también por
parte de la ciudadanía que celebraba las acciones creativas del movimiento y condenaba
tácitamente las violencias) las escrituras se tomaron los muros por asalto, diciendo aquello
que quedaba silenciado por el decir generalizado contra los encapuchados. Lo que hablan
las paredes es aquello que queda silenciado por el discurso oficial, el decir de las paredes
construye discursos contrarios al discurso dominante, lo que posibilita la construcción y
defensa de un imaginario propio y “en pugna con la elaboración industrial del mismo”
(Castillo, 215).
Es posible observar distintos motivos en estos caligramas. Por un lado están los que hacen
alusión a la necesidad de su uso (“usala ke nos sapean” (sic), úsala que nos vigilan,
“organízate, cúbrete, combate”); otros que
la erigen como el rostro común del pueblo
rebelde (la capucha es el rostro del pueblo
en la lucha) y los que juegan con el tema
del ocultamiento devolviendo el tapado al
que observa pasivamente: yo tapo mi cara,
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tu tapas la realidad. Esta última retórica de tipo acusatoria me devuelve a las poéticas
zapatistas. En un epílogo de un comunicado del 20 de enero de 1994 se deja leer un texto
que reflexiona sobre la insistencia de cuestionar al pasamontañas. El subcomandante
Marcos propone sacarse su máscara, si la sociedad civil está dispuesta a sacarse la suya y
señala que “al quitarse su propia máscara, la sociedad civil mexicana se dará cuenta, con un
impacto mayor, que la imagen que le habían vendido de sí misma es falsa y la realidad es
bastante más aterradora de lo que suponía.” (EZLN, 2003: 98). La acusación es directa,
pero es también una invitación reflexionar por la propia existencia enmascarada, a
volvernos a mirar eso que aceptamos como la realidad.
La escritura en la ciudad plantea una estética desde una poética que busca alterar la
sensibilidad despertada ante la imagen del sin rostro. Siguiendo a Miguel Ángel Esquivel,
me parece relevante señalar que la escritura da cuenta de una forma de existencia política, y
que se materializa como “conciencia de un espacio de significación no solo pictórico, sino
también social-significante que opera entre los vigores de las ideas y de las ideologías”
(2016: 27). Siguiendo a Castillo, podemos observar que en estas escrituras (grafitis como
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anota el autor) el ingenio está puesto en la producción verbal más que en la elaboración
plástica del texto, concentración dispuesta en el contenido más que en la forma.
Estas retóricas ponen especial atención al ocultamiento del rostro, porque es lo que se
vuelve blanco de ataque desde el discurso dominante para deslegitimar la lucha social. De
esta misma manera podemos observar la recurrencia en los muros de imágenes de
encapuchados. Desde una gráfica y técnicas diversas (murales, stenciles sobre muro, sobre
papel, grafitis, serigrafía, fotografía) los rostros cubiertos se instalan en los muros para
construir y reforzar la imagen de la rebeldía.
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América Latina, volviéndose una imagen significante de la rebeldía, la insumisión. Es
interesante detenerse en esta compartición iconográfica y que toma lugar en la calle.
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Bibliografía
Castillo, A. (-) “Paredes sin palabras, pueblo callado”: Por qué la historia se representa
en los muros. En Los muros tienen la palabra.
Híjar, C (2012) “Los murales comunitarios. Dimensión estética del movimiento zapatista”
en Fernández, S. y Sinnigen, J. (coord.) América para todos los americanos. Prácticas
interculturales. México: Universidad Nacional Autónoma de México / Centro de
Enseñanza para Extranjeros.
Juris, J. (2005) “Violencia representada e imaginada. Jóvenes activistas, el Black Bloc y los
medios de comunicación en Génova” en Jóvenes sin tregua. Culturas y políticas de la
violencia. Barcelona: Anthropos.
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Silva, A. (2001). Algunos imaginarios urbanos desde centros históricos de América Latina.
La ciudad construida. Urbanismo en América Latina, 397-408.
Turner, V. (1974) Dramas sociales y metáforas rituales. Ithaca, Cornell University Press.
http://carlosreynoso.com.ar/archivos/turner-dramas-sociales.pdf (Consultada 20/05/2016)
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