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El vaso de leche

1.-Autor Manuel Rojas

2.-Editorial Zig-Zag
3.-Personaje (s) El joven
principal
4.-Personajes Marinero, vagabundo, señora de la lechería
secundarios
5.-Lugar o Ambiente Puerto
físico
6.-Ambiente
psicológico
7.-Tipo de narrador

8.-Describa física y
psicológicamente al
protagonista
9.-Describa física y
psicológicamente a la
Señora de la lechería
10.- Tipo de narración
Afirmado en la barandilla de estribor, el marinero parecía esperar a alguien. Tenía en la
mano izquierda un envoltorio de papel blanco, manchado de grasa en varias partes. Con
la otra mano atendía la pipa.
Entre unos vagones apareció un joven delgado; se detuvo un instante, miró hacia el mar
y avanzó después, caminando por la orilla del muelle con las manos en los bolsillos,
distraído o pensando.
Cuando pasó frente al barco, el marinero le gritó en inglés:
-I say; look here! (¡Oiga, mire!)
El joven levantó la cabeza, y, sin detenerse, contestó en el mismo idioma:
- Hello! What? (¡Hola! ¿Qué?)
-Are you hungry? (¿Tiene hambre’) ..Hubo un breve silencio, durante el cual el joven
pareció reflexionar …No, I am not hungry. Thank you, sailor. (No, no tengo hambre.
Muchas gracias, marinero.)
El joven, avergonzado de que su aspecto, apresurar el paso, como temiendo arrepentirse
de su negativa.
después, un magnífico vagabundo, vestido inverosímilmente de harapos, grandes
zapatos rotos, larga barba rubia y ojos azules, pasó ante el marinero, y éste, sin llamarlo
previamente, le gritó:
Are you hungry?
No había terminado aún su pregunta, cuando el atorrante, mirando con ojos brillantes el
paquete que el marinero tenía en las manos, contestó apresuradamente:
-Yes, sir, I am very much hungry! (¡Sí, señor, tengo harta hambre!)
EL joven también tenía hambre. Hacía tres días justos que no comía, tres largos días. Y
más por timidez y vergüenza.
Seis días hacía que vagaba por las callejuelas y muelles de aquel puerto. Lo había
dejado allí un vapor inglés procedente de Punta Arenas. Estuvo un mes allí, lo
descubrieron al día siguiente de zarpar y enviándolo a trabajar en las calderas.
Aunque era muy joven había hecho varios viajes por las costas de América del Sur, en
diversos vapores.
Fue hablar con el capataz, ofreciéndose para trabajar. Fue aceptado y animosamente
formó parte de la larga fila de 5 cargadores. Durante el primer tiempo de la jornada,
trabajó bien; pero después empezó a sentirse fatigado y le vinieron vahídos. Terminó la
jornada completamente agotado, cubierto de sudor, reducido ya a lo último. Mientras los
trabajadores se retiraban, se sentó en unas bolsas acechando al capataz, le preguntó si
podían pagarle inmediatamente o si era posible conseguir un adelanto a cuenta de lo
ganado. Contestandole el capataz que la costumbre era pagar al final del trabajo. Pero
-le dijo-, si usted necesita, yo podría prestarle unos cuarenta centavos... No tengo más.
Le agradeció el ofrecimiento con una sonrisa angustiosa y se fue (no recibió el dinero).

Le acometió entonces una desesperación aguda. ¡Tenía hambre, hambre, hambre! no


era dolor, sino angustia sorda, acabamiento. Sintió de pronto como una quemadura en
las entrañas, y se detuvo.
En ese instante, como si una ventana se hubiera abierto ante él, vio su casa, el paisaje
que se veía desde ella, el rostro de su madre y el de sus hermanas, todo lo que él quería
y amaba apareció y desapareció ante sus ojos cerrados por la fatiga...
Resolvió ir a comer a cualquier parte, sin pagar, dispuesto a que lo avergonzaran, a que
le pegaran, a que lo mandaran preso, a todo; lo importante era comer, comer, comer.
Encontró una lechería. Era un negocito muy claro y limpio, lleno de mesitas con
cubiertas de mármol. Detrás de un mostrador estaba de pie una señora rubia con un
delantal blanquísimo.

En la lechería no había sino un cliente. Era un vejete de anteojos, que con la nariz
metida entre las hojas de un periódico, leyendo, permanecía inmóvil, como pegado a la
silla. Por fin el cliente terminó su lectura, o por lo menos la interrumpió. Se bebió de un
sorbo el resto de leche que contenía el vaso, se levantó pausadamente, pagó y
dirigiéndose a la puerta.

Acudió la señora, con voz suave, le preguntó: -¿Qué se va usted a servir? Sin mirarla,
le contestó:
-Un vaso de leche. .-¿Grande? …-Sí, grande. -¿Solo? -¿Hay bizcochos? -No; vainillas.
-Bueno, vainillas.

Pero, en seguida, la realidad de su situación desesperada surgió ante él y algo apretado


y caliente subió desde su corazón hasta la garganta; se dio cuenta de que iba a sollozar,
a sollozar a gritos, y aunque sabía que la señora lo estaba mirando, no pudo rechazar ni
deshacer aquel nudo ardiente que se estrechaba más y más. Resistió, y mientras
resistía, comió apresuradamente, como asustado, temiendo que el llanto le impidiera
comer. Cuando terminó con la leche y las vainillas se le nublaron los ojos y algo tibio
rodó por su nariz, cayendo dentro del vaso. Un terrible sollozo lo sacudió hasta los
zapatos.
Afirmó la cabeza en las manos y durante mucho rato lloró, lloró con pena, con rabia, con
ganas de llorar, como si nunca hubiera llorado. Inclinado estaba y llorando, cuando sintió
que una mano le acariciaba la cansada cabeza y una voz de mujer, con un dulce acento
español, le decía: -Llore, hijo, llore...

Cuando pasó el acceso de llanto, se limpió con su pañuelo los ojos y la cara, ya
tranquilo. Levantó la cabeza y miró a la señora, pero ésta no le miraba ya, miraba hacia
la calle, a un punto lejano, y su rostro estaba triste.
En la mesita, ante él, había un nuevo vaso lleno de leche y otro platillo colmado de
vainillas; comió lentamente, sin pensar en nada, como si nada le hubiera pasado, como
si estuviera en su casa y su madre fuera esa mujer que estaba detrás del mostrador.
Cuando terminó ya había obscurecido y el negocio se iluminaba con la bombilla
eléctrica.
-Adiós, hijo... -le contestó ella.
Miró el mar. Las luces del muelle y las de los barcos se extendían por el agua en un
reguero rojizo y dorado, temblando suavemente. Se tendió de espaldas, mirando el cielo
largo rato. No tenía ganas de pensar, ni de cantar, ni de hablar. Se sentía vivir, nada
más.
Hasta que se quedó dormido con el rostro vuelto hacia el mar.

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