Cadaveres Chiquititos - Antologia - Vidal, ARG PDF

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Cadáveres

chiquititos
Antología Fantástica
ARG Vidal
Cadáveres Chiquititos
Diseño de portada: P. S.

Copyright © 2012 ARG Vidal

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autorización previa de su autor
FIAMBRE:
Guardado en la
tartera... el pequeño
cadáver.
Tabla de Contenidos

1. TRIGUERO
2. EL DIA DE SUS DIFUNTOS
3. MAMMA ROSSA
4. CRÓNICAS CELESTIALES
5. PUBLICIDAD ENGAÑOSA
6. APOCATARSIS
7. LA SONRISA DE LUCI
8. EL VIENTO
9. LA PETICIÓN
10. A LAS CINCO EN CANARIAS
11. SINIESTRO TOTAL
12. EL POSTRE
13. BICHO RARO
14. BITÁCORA DE DIOSES
MUERTOS
TRIGUERO

Domaba dinosaurios de humo


con la botella verde de Heineken y
un porro de María. En cada
exhalación una voluta libre y
voluptuosa, con vapores nacarados,
abría sus alas a formas y colores
imposibles. Evidentemente todo era
fruto de un colocón vespertino, no
era otra cosa. Con el culo chato de
tenerlo aplastado en el escaño de la
ventana, el flaco ni se enteraba de
quién entraba en su estanco de la
Avenida Doctor Marañón. Si lo
hacía, si en la niebla de dinosaurios
de viento vislumbraba con luz
suficiente una figura humana, el niño
cuarentón, lánguido y flojo, entraba
pisando cotas de nubes en lugar de
suelo, y preguntaba con cara de
“grogui” : ¿Si? Son
siete...doce...veinte euros.

De vez en cuando sus colegas,


moteros maduros de la época en la
que a Sabina le daban las diez y las
tres, salían del estanco con los
fláccidos brazos tatuados cargados
de cartones y bolsas de hierba.
Entonces el flaco se volvía a quedar
solo, sereno, laxo y satisfecho de
complacer a los amiguetes de la
infancia:
“Hasta luego, Triguero”, le decía
Orson, “Adiós, tío”, mascullaba Luis.

David cogía su botellín de


cerveza de debajo del mostrador y
otra vez sacaba la jeta a tomar el
sol.

Sin embargo en esos días en los


que iba a ayudarle la Sra. Triguero,
su espantosa madre Carmen -ese
leviatán de las pesadillas de los
niños con el rostro cuajado de hielo
y estirado con veneno de serpiente-,
a Triguero le poseía una especie de
hiperactividad, y no paraba de
atender clientes y colocar la
mercancía, apuntando
cuidadosamente las ventas en un
cuadernillo azul Papyrus. Algo que
olvidaba por completo cuando su
madre no estaba.

De nuevo, rizando volutas al sol,


tostando cremosas nubes de humo y
saboreando el burbujeante sabor de
la cerveza , otro jueves de abril,
Triguero aplastó su caído trasero
junto a la ventana de su tienda,
dejando al descubierto la raja de su
fofo culo amarillo. Contempló el
vaporoso paisaje junto a la
somnolienta carretera, mientras
perseguía con sus pequeños ojos la
doble estela de colores que dejaban
los coches al pasar.

En un instante en el que no se
esperaba nada, oyó el inconfundible
ruido de un zippo al abrirse y
cerrarse de nuevo: clic-clic. Luego
una bota pisando la grava y unas
pisadas acercándose. Se le había
ido la mano con la hierba, o tal vez
esa semilla, con nombre celestial, no
era de un cruce muy bueno. En
cualquier caso el pánico que sintió al
verle a la luz resplandeciente del día
le hizo tambalearse y caer de
rodillas sobre el duro suelo.

Clic-clic, de nuevo. Un torrente


de humo cayó sobre su cabeza
como una cascada de hielo.

"¿Está abierto?", preguntó la


cosa.
Triguero vio las botas Camper
de color rojo y el dobladillo vuelto
del bajo del vaquero.
Ese día, a las nueve de la noche
el señor Menaza, un vecino del
pueblo que conocía al flaco desde
niño, salió buscando un bar para
comprar tabaco. Le extrañó ver la
puerta abierta del estanco y se
acercó a mirar. Su habitual botellín
de Heineken rodaba vacío bajo el
vano de la ventana. Cuando el
hombre entró y vio la cabeza de
Triguero empapada en sangre sobre
el mostrador, empezó a gritar y
echó a correr como un demonio. En
la boca, el flaco, aún llevaba
colgando su pitillo de marihuana. Y
en la pared, escrito con tinta de
rotulador azul, se leía esa eximia
frase que predicen las marcas de
cigarrillos en todos los lugares del
país: Fumar mata.
EL DÍA DE SUS
DIFUNTOS

Una vez al año, el día en que


Santiago encendía las velas de sus
muertos, cada cirio llevaba impreso
el nombre de un conocido asesino
en serie. En la primera fila, a la
izquierda, estaba Robert Pickton, el
granjero asesino. A su lado, el
afroamericano Alton Coleman. Junto
a Coleman, uno de sus preferidos, el
cirio de Jesse Pomeroy, el niño
asesino. Y al lado de Jesse
Pomeroy, Robert Garrow, Belle
Gunnes, la viuda negra, y Vlad
Tepes, el famoso empalador de
cuya leyenda nació el mito del
Conde Drácula.
Tres filas de siete velas
constituían el altar de Santiago
Pedrazo, y en la última, al final del
todo, estaba el hueco vacío de su
propia vela. La que llevaría escrita
su nombre.
MAMMA ROSSA

A la mamma italiana le
encantaban los niños. Los
achuchaba con sus grandes pechos
hasta ahogarlos.

En la parte de atrás de su casa


tenía un jardín donde cuidaba
rosales, y cada uno de ellos tenía el
nombre de uno de sus chiquillos. La
mamma ya tenía una frondosa
colección de rosales blancos, en
cuyas raíces se encontraban
engarzados sus rosarios de huesos
y calaveras.

Por la mañana, un martes de mayo,


afloró una tibia de las entrañas de la
tierra. A la mamma se la llevaron a
una celda y la encerraron durante
mucho tiempo. Al cabo de unos
años, la mamma fue puesta en
libertad y regresó a la casa, al
balcón de las flores, al sol de
Portobello. Para entonces, nuevos
vecinos habían ocupado la casa del
llano, el hogar colindante al de la
mamma Rossa. Habían traído
consigo un hermoso bebé de siete
meses llamado Paula.
CRÓNICAS
CELESTIALES

Tengo la convicción de que en la


muerte no nos son reveladas las
respuestas a todos los misterios. A
partir de mi breve crónica sabréis
por qué.

Dolores C., que murió el 5 de


febrero de 1821 en un barrio de
Sevilla, testimonia en su diario:
No tengo más que ideas sin
indicios de realidad, y sin embargo
sospecho después de algunos
siglos, que Dios existe.

La señora Eulalia Pereira,


aferrada en vida a una fe cristiana
inquebrantable, convencida de la
existencia de un cielo y un infierno,
partió una mala mañana de Otoño y
en el camino se encontró con su
difunto marido, muerto trece años
antes que ella.

Tal fue su decepción cuando


llegó, que exclamó sollozando:

Si lo llego a saber antes lo mato.


No espero 60 años de cristiana
resignación a que el viejo se
muera.
Tanto sufrimiento para un cielo
tan vano...

Las monjas siamesas de un


convento de Suesa, cerca de
Santander, declararon una vez en el
páramo de las almas:

Toda la puta vida tocando el


órgano en la capilla y
levantándonos al alba a dar gracias
al señor, para encontrarnos con
esto...

Y finalmente yo, que estaba


convencido de que iría al infierno por
mis malas acciones como cronista
del corazón, destruyendo la vida
sobre el papel cuché y levantando
falsos testimonios sobre gente
inocente, me veo sentado sin
descanso de mi antiguo oficio, sin
saber cómo demonios deshacerme
de estas plumas de tinta y estas
alas de cisne, y me digo:

Joder... Si llego a saber esto


me pego un tiro antes.
PUBLICIDAD
ENGAÑOSA

Se anunciaban hombrecillos
verdes con aletas de una estatura
de 3 centímetros. Estaban metidos
en peceras cuadradas en lotes de
tres. Hembra-macho-hembra.
Mandaban a contra reembolso y se
servían a cincuenta céntimos la
unidad. Pero mamá me decía que
aquello era publicidad engañosa y
esos productos no existían.
Tampoco las gafas de ver a oscuras
ni los depredadores de 7
centímetros.

Ahora sé que mamá duerme con


el padre de José cuando papá está
de viaje. Me quedo horas de pie, en
la oscuridad, mirándoles con
repugnancia y horror. Lástima que
no pedí otro lote de seis de esos
trolls para que se comieran también
al vecino.
APOCATARSIS

El ruido se acercaba cada vez


más.
-Niños, tenéis que hacerlo bien,
¿vale?
-Vale, mamá –Contestaron ellos.

El ruido estaba allí, en el ahora,


en ese momento preciso, en aquel
instante.

-¡Ahora! –Gritó.
Los niños comenzaron a cantar
tapándose los oídos la canción de la
Ovejita Negra, y el ruido se alejó.
La madre salió del coche y miró
a lo largo de la angosta carretera. El
pálido asfalto humeaba una especie
de cosa amarilla, como si la tierra
llorara meado de rata. A lo ancho y
largo no había señales de vida, no la
había habido desde que llegaron al
pueblo.
Recortándose contra el cielo de
la ventana, la pequeña María veía
su atrapasueños meciéndose contra
la noche estival. Un cielo sin
estrellas, frío como un mar de hielo.
Más cerca que el cielo, hacia la
ventana, su padre estaba de pie
sobre el césped y su madre con la
mano levantada en el porche.
Cuajados en el acto de andar, se
habían quedado petrificados contra
la noche sin luna. Tenían los ojos
blancos y la boca abierta, ansiosa,
con una espantosa mueca de vacío
tras las caras blancas. Dos fósiles
arcaicos cubiertos de diminutas
telarañas, tejiendo redes entre sus
dientes y sus párpados, como
pequeñas babas de caracol.
El coche pasó como un
relámpago frente a ella y se detuvo
con un ruido sordo. Había una niña
rubia señalando por la ventanilla del
automóvil en dirección a su ventana.
El vehículo dio marcha atrás y entró
brincando sobre la hierba por el
pequeño cercado de la casa.
Entonces la niña bajó exaltada del
taburete y echó a correr por el
pasillo despidiéndose para siempre
del pequeño atrapasueños, la
cortina de estrellas y las paredes
azules.
Así fue como la encontraron.
Cada vez, a la voz de ¡Ahora!, se
unía el canto de María entonando la
balada de la Ovejita Negra. Y así
recorrieron kilómetros y kilómetros
hasta llegar al puerto. Al tercer día,
los niños se quedaron afónicos y ya
no pudieron ahuyentar el ruido.
LA SONRISA DE LUCI

"Querida Luci", le dijo el marido.


"¡Hay que ver lo difícil que es
hacerte sonreír! ¡Hay que sacarte la
sonrisa con tenazas!"

Acto seguido le arrancó la


mandíbula.
EL VIENTO

Sacudía con dedos azules las


hojas de los árboles y las ramas
danzaban abofeteadas por su
tiranía. Al principio de todo sólo era
brisa, un rumor cadente y mortecino
que se fue convirtiendo en tormenta
de aire.

Habían llegado a las tres de la


tarde y se estaban tomando una
cocacola. Era una de esas terrazas
que estaban situadas al final de la
plaza. Dos mesas por delante de
ellas, hacia el fondo, un grupo de
jóvenes tomaban cervezas con risas
groseras bajo la sombra de tres
duras sombrillas.

Como gigantes de hierro, los


palos de las sombrillas se cruzaron,
el tronco se dobló y uno de los picos
atravesó de forma plomiza el cráneo
del joven que estaba de espaldas a
ellas. Desde el otro lado se pudo oír
el crujido de su cabeza al romperse.
Una lengua de sangre golpeó la
mesa con violencia y se arrastró
hacia el suelo. Después... la muerte.
Gritos de horror invadieron la plaza
mientras los camareros recogían el
resto de sombrillas a ritmo histérico.
Las chicas se quedaron heladas
contemplando pálidas el espantoso
espectáculo sin hablar.

A las séis de la tarde el viento


menguó alejándose del pueblo.
LA PETICION

Le hubiera comprado cualquier


otro sin importar el precio. Pero ella
quería aquel, el que estaba orlado
con marquesitas y brillantes azules.
Para ella era el único, sólo existía
ese, y hubiera dado mi vida si me lo
hubiera pedido.
Así que urdí ese plan de sucio
ratero arrancándoselo de la oreja a
la camarera. Cuando salí corriendo
de la cafetería sin mirar hacia atrás,
ella ya estaba en la esquina,
anhelante, ansiosa, aguardando bajo
la lluvia. La vi más hermosa que
nunca fumando su cigarrillo con el
abrigo de visón que le regalé, y no
dudé en hacerlo ni por un instante.
Me arrodillé ante ella bajo la
cortina de agua y con el mentón
tembloroso le pedí la mano. Nada
más ponerle el anillo en su dedo
meñique, saqué mi cizalla para el
pollo, realicé un tajo limpio y me la
llevé.
A LA CINCO EN CANARIAS

El funeral fue a la seis de la


tarde, a las cinco en Canarias. La
familia de Madrid asistió puntual. La
tía Juanita se puso la falda negra de
punto, y el tío Javier se afeitó la
barba en señal de duelo. Un cielo de
fósforo y avellana cubría el fondo
del paisaje turbio.

A las cinco y seis apareció en el


cementerio de San Lázaro la familia
de Canarias. La sobrina Guayarmina
colocó la mano sobre la lápida
abierta y leyó su nombre
arrastrando los dedos. El trozo de
mármol estaba tumbado sobre el
césped.

En ambos entierros el mismo


nombre, el mismo hombre. Y Carlos,
que siempre llegaba tarde, terminó
perdiéndose la ceremonia de las
seis y de las cinco. Como siempre
en bodas, entierros y hospitales,
entró el último. Cuando todos se
marcharon y el cielo de fósforo se
convirtió en cemento en el lugar de
Madrid, cuando el de plomo en el
lugar de Canarias se convirtió en
cenizas, llegó con andar pesado y
altanero y su corbata amarilla, y
entró mascando chicle. Otra vez,
volvió a presentarse a un entierro
cuando el cura se había marchado.
Otra vez de nuevo, como todos los
años, el 30 de agosto, llegó tarde a
su propio funeral.
SINIESTRO TOTAL
En su abstracción, no vio llegar
del otro lado los ojos gigantescos,
parpadeantes y somnolientos de
aquella furgoneta verde. El golpe lo
empujó hacia la cuneta y el coche
volcó arrugándose como una hoja de
aluminio. La lluvia se confundió con
sangre y la sangre se metió en el
lodo. Se formó un barrizal atómico
dentro de las venas de la tierra. Un
cielo eléctrico, cubierto de nubes
fúnebres y extrañas, estalló como
una ola lamiendo la garganta del
mundo. El mundo escupió ácido.
Cuando el hombre salió del coche
siniestrado, en la calle y más allá, en
la carretera, donde todos debían de
seguir, donde el curso del mundo
debía andar ajeno a su existencia,
todo estaba muerto.
EL POSTRE

El viejo poli estaba iracundo, con


la cara enrojecida y los ojos
inyectados en sangre. Alex le
conocía desde que era niño y no
daba crédito. Ahora que su preciosa
familia estaba metida en la celda,
desde la abuela hasta la tía
Joaquina, y que se había devorado
a Don Ángel -su compañero de
patrulla-, cuyo cuerpo yacía sentado
frente a ellos con la cara comida y el
cuello de su camisa azul empapado
en sangre, el chico pensó que el
viejo había sido poseído por una
rara especie de animal.

Poco a poco la celda se fue


quedando vacía hasta quedar él
solo. Pese a todo, el viejo seguía
furioso, su hambre era implacable.
Se acercó a la celda agarrándola
con una mano y se dirigió a Alex con
una sonrisa ansiosa y delirante:

-Ahora sólo me quedas tú. Lo


más delicioso siempre lo dejo para
el final.

Y se relamió grotescamente.
BICHO RARO

Nadie quiere estar con ella desde


que le ha salido aguijón. Desde que
es así, sus compañeros la evitan,
sus profesores la odian, nadie
quiere un pupitre a su lado. "¡Bicho
raro!", le gritan las niñas en el patio
del colegio burlándose de ella.
"Bicho raro", le dice Josefina con
desprecio, la maestra de lengua.
Nadie habla con ella desde que
le ha salido ese extraño tubo en la
boca, ese vello negro por todo el
cuerpo, con esas bandas blancas y
amarillas alrededor del torso. Ya no
la quieren en el colegio desde que
tiene alas. Cuando las bate o las
agita todos salen corriendo, algunos
incluso lloran con histerismo.
Pero lo peor de todo ha
empezado ahora, que ha atrapado a
la señorita Josefina en pleno vuelo y
le ha clavado el estilete delante de
todo el mundo. Desde entonces ya
no visita el aula, pero a la hora del
recreo o de volver a casa, la joven
sobrevuela el recinto de la escuela
buscando a las niñas que se rieron
de ella, a los grupos de jóvenes que
la ridiculizaron, a los que la
humillaban gritándola "¡Bicho raro!",
y salían corriendo.
BITÁCORA DE
DIOSES MUERTOS

Estrella 306. Octubre ácido. No


son mutaciones, no son hombres.
Son los espectros de Dioses muy
antiguos. Se alimentan del dolor
humano y tienen hambre. Se nos
están comiendo vivos.
Estrella 307. Noviembre helado.
Los soles se doblan y la materia se
consume. No queda agua. Los
humanos se mueren y Petrus cree
que el hombre sentado en la piedra
marciana es otro Dios. Parece que
tiene hambre. Parte de la tripulación
ha desaparecido. Se nos está
comiendo vivos.
Estrella 308. Diciembre sórdido.
Hemos recorrido dos galaxias
buscando la tierra. Aquí el amigo
Petrus cree que ha sido devorada.
No hay regreso, no tenemos casa.
Hemos sido invitados a 308 por un
grupo de enanos chupasangre. No
hay rastro de la nave ni tenemos
víveres. Hay hambre, mucha
hambre. Venid. Rescatadnos y os
comeremos vivos.

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