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hispanofrancófono
Mercedes EURRUTIA CAVERO
Universidad de Alicante
Nous ne pouvons entrer dans le monde, y accomplir notre destinée qu´à la condition de
passer par ses mains ; aussi, à peine sommes-nous jetés dans la vie, qu´il nous saisit,
nous suit toujours, nous retient et nous enserre par tous les côtés ; nous ne lui échappons
que pour entrer dans le lit de mort. Et quel tailleur a jamais réfléchi à l´importance des
pareilles fonctions ? Qui a jamais songé combien le sort d´un homme était étroitement
lié à son habillement ? (Balzac, 1902: 245).
Para Umberto Eco “les habits sont des artifices sémiotiques : c´est-à-dire, des
machines à communiquer” (Eco, 1976: 75).
Con la aparición del prêt-à-porter y el desarrollo de la información publicitaria y
periodística, asistimos a la difusión de lo que Roland Barthes denomina el système de la
mode (Barthes, 1967: 123), “le vêtement écrit”, c´est-à-dire “décrit”. La lengua, tanto en
su registro culto como popular, abunda en términos referidos a las variadas piezas que
conforman la “piel” y el “envoltorio” del ser humano. Advertimos pues, la existencia de
una lengua especializada cuya terminología evoluciona de modo anárquico,
convirtiéndose en fuente de confusión para los hablantes tanto en su proyección
personal como profesional. Una lengua impregnada de rasgos socioculturales, fruto de
La vestimenta y su terminología: enfoque lexicultural hispanofrancófono, pp. 793-802
una larga historia, plagada de manifiestas interferencias con otras lenguas próximas.
Frente a esta ósmosis lingüística, la necesidad de precisión y de claridad que exige el
uso de la terminología propia de este ámbito motiva nuestro estudio, basado en un
corpus terminológico compuesto por más de cien términos franceses y sus equivalentes
españoles. En él se incluyen, además de términos referidos al traje propiamente dicho y
a sus complementos, otros pertenecientes a sectores conexos como el corte, la
confección, la mercería o la pasamanería, en ocasiones infravalorados, y sin embargo,
decisivos en la identificación de determinadas prendas. Observaremos cómo la
satisfacción de las necesidades terminológicas en este sector fomenta la creación de
nuevos términos, el resurgimiento de otros que, sometidos a extensiones o restricciones
semánticas, evolucionan modificando su sentido inicial. Analizaremos algunas de las
figuras retóricas de manifiesta presencia en la terminología que nos ocupa. Revisaremos
la adopción tanto de préstamos internos como externos y por qué no, recordaremos
ciertos términos de uso restringido y arcaico que ya forman parte de nuestra historia
como la carmagnole (carmañola) (Gran Diccionario Larousse1, 1999: 110) de la que
pocos saben que fue una “chaqueta” antes de convertirse en una “danza revolucionaria”.
Sí, las palabras tienen vida propia y como indica Maurice Schöne en su obra Vie
et mort des mots “la mode tombée (et le fait est souvent très rapide), le mot (ou le sens)
tombe avec elle, à moins qu´il n´aille servir ailleurs” (Schöne, 1951: 132). De ahí que la
definición de un término y la determinación de sus rasgos semánticos pertinentes se
convierta en un ejercicio arriesgado para cualquier lexicógrafo. Hecho que podemos
comprobar al contrastar las definiciones ofrecidas por diferentes diccionarios sobre un
mismo término. El problema reside en saber a partir de qué modificación, un artículo
deja de ser lo que era para convertirse en otro y por consiguiente, ve alterado su nombre.
Así, podríamos pensar que una característica fundamental del blouson (cazadora 81 L),
“sorte de veste courte et ample, resserrée aux hanches” (Le Petit Robert2 1, 1990: 193)
es blouser, c´est-à-dire “bouffer à la taille, au-dessus de la taille comme fait une blouse”
(PR 1, 1990: 193). La moda ha concebido des blousons qui ne blousent pas y sin
embargo, dicha prenda no ha visto modificado su nombre. Por el contrario, todos los
días se crean multitud de modelos híbridos que se designan mediante paráfrasis ya que
no corresponden a ninguna denominación existente. Su carácter efímero dificulta la
labor denominativa. Por ello, y con el fin de contribuir a un mayor conocimiento de la
terminología propia del vestir, centraremos nuestro análisis en diferentes
procedimientos de creación terminológica insistiendo especialmente, en las conexiones
y divergencias lexiculturales existentes entre las dos lenguas en contraste: el francés y el
español.
Es evidente que la moda evoluciona de modo paralelo al progreso de la
humanidad. Renovamos nuestro vestuario con frecuencia, adaptando nuestra vestimenta
a los cambios climáticos propios de la estación del año en la que nos encontramos. Este
hecho, que contrasta enormemente con el concepto de moda de nuestros ancestros, que
se vestían del mismo modo durante décadas, ha propiciado un desarrollo sin precedentes
de neologismos. Entre ellos cabe distinguir los neologismos propiamente dichos
(survêtement, nuisette), de los neologismos de préstamo, de origen diverso como los
procedentes de lenguas anglosajonas (baskets, body, frac, blazer, jumper, look, tee-shirt,
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En lo sucesivo y para evitar repeticiones, las referencias a esta obra aparecerán en el texto con una L.
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Las referencias a dicha obra figurarán en el texto, en lo sucesivo, como PR.
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se tornaba más flexible y menos pegajoso. Ya unos años antes, en 1770, el químico
inglés Joseph Priestley descubrió que un trozo de savia del hevea o árbol de leche,
borraba las marcas dejadas por el lápiz de grafito, e inventó así la goma de borrar a
partir de esta misma sustancia. El experimento de Priestley sirvió a su paisano
Macintosh para descubrir de forma casual que pegando capas de caucho tratado con
nafta, al tejido, era posible impermeabilizarlo, dando origen de este modo al famoso
macintosh.
Añadiremos a los nombres propios ya citados, los de personajes del mundo
artístico. Quizás uno de los ejemplos más extendidos sea el de pantalon definido por el
Petit Robert como “culotte longue descendant jusqu´aux pieds” (1349 PR) que debe su
nombre a Pantalón, personaje de la comedia italiana, descrito por Shakespeare en Como
gustéis (1990). Dicho personaje, originario de Venecia, representaba a un viejo
libidinoso y avaro que tosía y escupía, víctima de los Arlequines de Italia y de los
Scarpin de Francia. En escena aparecía ataviado con culottes longues a los que ha dado
su nombre. Es fácil advertir el cambio semántico sufrido por dicho término que
antiguamente (generalmente en plural) designaba la “culotte en lingerie et à jambes que
les femmes portaient comme sous-vêtement” (según la definición de Le Petit Robert).
Podríamos decir que los calzones de principios del siglo XIX y los pantalones son las
versiones modernas de esta prenda. Los pantalones rectos hasta el tobillo aparecieron,
como indica Margarita Rivière en su Diccionario de la moda (Rivière, 1996: 191), hacia
1800, pero no se consideraron un atuendo aceptable hasta finales de siglo. Aunque en su
época la actriz Sarah Bernhardt apareció con pantalones en escena, su uso entre el
género femenino no se extendió hasta los años veinte del siglo pasado. En dicha década
y en la de los treinta, Chanel introdujo los “pantalones yate” que, generalmente anchos,
se llevaban para la playa y para hacer deporte. Durante la Segunda Guerra Mundial, las
mujeres que ocuparon los puestos de trabajo de los hombres en las fábricas y en el
campo llevaban pantalones, pero después del conflicto los únicos pantalones de moda
fueron las bermudas, los de ciclista y de torero, que se usaban de modo informal. La
revolución real de los pantalones se operó en los sesenta con la moda unisex aunque,
aún entonces, las mujeres que los usaban eran objeto de ciertos actos discriminatorios
como la negativa a entrar a ciertos restaurantes. Durante los años setenta, las
convenciones sociales se flexibilizaron y los pantalones pasaron a ser aceptados como
parte del atuendo femenino. No obstante, fue en los ochenta cuando las mujeres ganaron
realmente la batalla a su favor, pasando a convertirse dicha prenda en parte
indispensable de la indumentaria femenina.
Algunos de estos nombres propios que sirven de base a las nuevas creaciones
terminológicas, se convierten a veces en fuente de derivación como prueba el término
jaquette cuyo origen remonta a la Edad Media, época en la que se utilizaba el apodo de
“Jacques” para designar a los campesinos; de ahí, que su casaca pasara a denominarse
por metonimia jaque y posteriormente, derivara en jaquette (chaqué [de hombre] o
chaqueta [de mujer] 375 L).
Los nombres propios de persona se ven secundados en este ámbito por los de las
ciudades en las que se inició la fabricación de un determinado tejido y que
posteriormente, por metonimia, han pasado a designar la prenda confeccionada con
dicho material. Así, el duffle-coat (trenca 227 L), abrigo grueso y rugoso, con capucha,
con el que se protegían del frío los marineros, debe su nombre al tejido utilizado en su
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confección, fabricado en Duffel, cerca de Anvers; igual sucede con el cambrai, género
de algodón fabricado por primera vez en la ciudad de Cambrai (Francia) que según
Georgina O´Hara (1994: 66), se usaba en el siglo XIX para confeccionar blusas y trajes
de corte recto; y cómo olvidar los famosos jean o jeans (vaqueros, tejanos 376 L),
término que designaba en un principio la “toile servant à confectionner ces pantalons”
(1044 PR), en honor a la ciudad de Gênes (Génova) de la que era originario. Este
término pasó a designar posteriormente los pantalones confeccionados con dicho tejido.
El uso de los tejanos o vaqueros, introducidos por Levi Strauss en San Francisco como
atuendo de trabajo de los mineros del oro, se extendió con gran rapidez en EEUU y
desde entonces, su moda ha ido en alza, confeccionándose de muchos estilos y colores
aunque en su origen era de color azul índigo.
Pero, ¿quién resiste a la tentación de comprar un panamá tras un viaje a
Ecuador? Panama (panamá 485 L) designa el sombrero claro, de paja muy tupida, de la
planta Carloduvica palmata que crece en Ecuador y en los países vecinos. Se llama así
porque el presidente Theodore Roosevelt llevaba uno durante un viaje al Canal de
Panamá en 1906. Los sombreros panamá siguieron de moda, para el verano, casi
siempre utilizados por hombres, hasta la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad su
uso, unisex, se ha extendido tanto, que el viajero que visita un país como Ecuador, no
finaliza su viaje sin contar entre sus enseres con un sombrero panamá.
Recordemos igualmente el famoso astrakan (astracán 49 L). Originariamente,
lana de una variedad de carnero llamada karákul, propio de la Unión Soviética. El
nombre astracán deriva de la ciudad de Ástrajan, situada en la desembocadura del
Volga, que gozó de gran popularidad hasta finales del siglo XIX. Dicha lana se usaba
para reforzar cuellos y puños de abrigos y también para adornar sombreros. Por
extensión semántica, este término designa igualmente, desde el siglo pasado, el tejido de
cierto grosor, de punto o no, con pelo en forma de rizos que imita la lana original. O la
angora (angora 31 L) pelo de cabra de Angora (antiguo nombre de Ankara), originaria
de Turquía. También se da este nombre al pelo del conejo asimismo llamado de Angora,
procedente de la isla de Madeira. En ambos casos, la angora se caracteriza por sus fibras
largas, finas y suaves que mezcladas con rayón y lana se utilizan para confeccionar
géneros de punto.
En otras ocasiones, los términos utilizados son una simple rememoración de la
ciudad o región en la que el uso de una determinada prenda alcanzó su máximo
esplendor. Entre los ejemplos que nos permiten ilustrar esta idea, cabe citar el término
carmagnole (carmañola 110 L) al que hemos aludido anteriormente. Se trata de un
término originario de la ciudad de Carmagnola en Italia de la que pasó a Provenza a
través de los obreros piamonteses, numerosos en la región; otros, como el ulster (668
L), abrigo confortable, procede del condado irlandés del que ha tomado el nombre.
Dichas denominaciones poseen un marcado valor metonímico, figura retórica
tan frecuente en este sector. A los ejemplos ya citados, añadiremos otros que se apoyan
en relaciones semánticas diversas:
- la función de una determinada prenda da nombre a ésta: términos como
grimpant, remontant designan el pantalón que se utiliza para escalar;
- la parte del cuerpo que cubre: le haut, le bas designan por metonimia la parte
superior e inferior, respectivamente, de un ensemble (conjunto 255 L) o de un maillot de
bain (bañador 408 L); o el conocido caleçon (calzoncillos 103 L) del italiano calzone,
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aumentativo de calza, media, término que deja translucir cómo en su origen dicha
prenda interior cubría las piernas. En esta línea se sitúa igualmente el término épaulette
(hombrera 261 L) de hombro, épaule, parte superior lateral del tronco de cuyo realce se
ocupa;
- la forma o elementos que conforman un traje le atribuyen el nombre: un deux-
pièces (un bikini 122 L), les fuseaux (pantalones de tubo 401 L) designa los pantalones
de esquí, antaño de forma similar a los de golf, que poco a poco se han ido ajustando,
convirtiéndose en verdaderos “tubos”;
- el nombre del instrumento con el que se confecciona una determinada prenda
da nombre a ésta como ocurre con tricot (punto 805 L) en su origen, “moldes o agujas
de tricotar” y posteriormente, por extensión, cualquier confección de punto;
- el traje recibe el nombre del grupo social que lo utiliza/aba habitualmente,
gracias al cual ha alcanzado mayor difusión: así un pantalon corsaire (pantalón pirata
486 L) es un pantalón que llega hasta media pantorrilla como el que llevaban los piratas;
del mismo modo, el término pèlerine (esclavina 500 L) hace alusión a una especie de
pequeña capa destinada a calentar los hombros que llevaban los peregrinos y de ahí, su
nombre. A estos dos términos podemos añadir otros como la marinière (blusón [de
mujer], marinera [de niño] 418 L) similar a una blusa, de cuello cuadrado en la espalda
y hechura amplia, que se lleva sobre la falda, sin cinturón, de modo similar a la que
llevan los marineros. Es precisamente a ella a la que debe su nombre. Ejemplos como
éstos no sólo afectan a la ropa sino también al calzado, así la ballerine (bailarina,
zapatilla para bailar 63 L) designa el zapato plano y flexible, inspirado en el que llevan
las bailarinas, de donde procede su nombre;
- en otros casos, la profesión de la persona encargada de su confección transfiere
a una determinada prenda su nombre: tailleur (traje sastre o de chaqueta 651 L).
La motivación metonímica reaparece en algunos términos familiares.
Encontramos entre otros, los términos franceses limace (396 L) o liquette (397 L),
variantes de chemise (camisa 126 L); pet-en-l´air abrigo corto, a la altura de las nalgas,
de donde toma el nombre (Guillemard, 1991: 146); pingouin, nombre dado a modo de
broma al traje de noche que llevan los hombres por comparación a las formas y colores
[chaqueta negra larga y pechera blanca] de un pingüino (514 L) o la pelure abrigo que
recibe este nombre en alusión a las capas que conforman la cebolla y que, según las
creencias populares, la protegen del frío durante el invierno (500 L).
A la motivación metonímica cabe añadir la de carácter metafórico fácil de
observar en textos y conversaciones referidos a este ámbito. Atendiendo a su fuente de
inspiración distinguiremos, entre otras:
- la metáfora antropomórfica, representada por términos como poignet (puño
524 L), col (cuello 140 L), pied de col (pieza de tejido que une el cuello al cuerpo de un
traje 140 L), corps [d´un vêtement] (cuerpo 160 L)...
- la metáfora iconográfica basada en similitudes formales con la imagen gráfica
de determinadas letras del alfabeto: tee-shirt (camiseta 656 L) anglicismo que debe su
nombre a la analogía formal entre la camiseta y la letra T.
- La metáfora zoomórfica aparece representada en ejemplos como pied de poule
(511 L), pata de gallo, unidad léxica que se utiliza para designar la tela de cuadros,
popular desde finales del siglo XIX, utilizada para confeccionar chaquetas, faldas y
pantalones; pantalon à pattes d´éléphant (496 L) pantalones de campana que
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tradicionalmente usaban los marineros y que en los años sesenta se pusieron de moda,
extendiendo su uso al público en general; cousu en nid d´abeilles, punto de nido de
abejas (2 L), mouche, zapatilla (447 L)…
Todos ellos, ejemplos que se fundamentan en comparaciones elípticas basadas
en relaciones analógicas entre objetos, nociones o situaciones que presentan algún rasgo
semántico común.
En sentido restrictivo han evolucionado igualmente otros términos como lévite
que designa la levita (393 L) que aún llevan en la actualidad los judíos tradicionalistas y
que debe su origen a los lévites o sacerdotes de la tribu de Levi. En la misma línea se
sitúa el término braguette (bragueta 133 L) en alusión a los anchos pantalones que
llevaban los galos, denominados bragues. La brague designaba también la parte
prominente de la coraza con la que se protegía el busto. Es probable que de ahí proceda
dicho término. Aunque en un principio fue utilizado para designar el bolsito colgado a
las calzas. Más tarde, pasó a designar el bolso en el que los pastores de las Landas
llevaban las agujas de ticotar y de este modo, “pasaban el rato”. El sentido moderno del
citado término “abertura de los calzones o pantalones por delante” (RAE, 2004: 320), lo
encontramos en la obra de Rabelais, Gargantúa y Pantagruel como muestra el siguiente
fragmento: “En tel état se présenta devant Pantagruel, lequel trouva le desguisement
estrange, mesurement ne voyant plus sa belle et magnifique braguette” (Rabelais, 1938:
401).
Basándose en restricciones semánticas ciertos términos del lenguaje usual son
utilizados en este campo específico para designar conceptos concretos. Nos referimos
con ello a los préstamos internos, fuente importante de enriquecimiento del léxico
especializado. Pasamos a indicar algunos ejemplos:
Francés Español
Lenguaje usual Lenguaje especializado
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Fonética
1.entravé a.trabado a.syllabe entravée b. une robe entravée
257 L b.estrecho = sílaba trabada = vestido estrecho en
la parte de abajo
Marítimo
1.péniche a.gabarra a.péniche de débarquement b.péniche
501 L b.zapato = barcaza de desembarco = zapato plano cuya
forma evoca la del
barco así denominado.
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