Amor Libre
Amor Libre
CON
MONTEVIDEO
1902
cR oberio J e las (F a n era s
AMOR LIBRE
(§l oBerïa éB a n d in elli
ñ-
Hé aquí la carta:
Conciudadano:
aB erta*
Mi buen amigo:
Es usted un hombre lleno de queridas en*
—45—
Buenos Aires. Le previne que lo sabía. ¿No es
según usted la mujer tan libre como el hombre?
No son esas las máximas anárquicas, las prédicas
de Kropokine? No es usted su más decidido mi
sionero?
¿Tú no me repetiste millones de veces que tú
creías que la mujer, si el amante le era infiel,
podía serlo también ella?
Tú me tratabas con frialdad. Yo era apasio
nada, vehemente, te idolatraba; pero, ¡pensar que
tú vivías con otras mujeres! Juré no perdonártelo,
y así lo he hecho.
Te saluda,
Berta.
Segunda carta presentó el Maestro.
Divorcio anárquico planteado por la
discípula.
Tentativa de provocarme celos, con
fines de aproximación amorosa:
Mi ex-querido oficial.
Roberto:
Me voy á Europa. Si quieres tener alguna
aventura conmigo, avísamelo con tiempo. Creo
que el divorcio legal es una cosa enteramente
burguesa, anti-anárquica.... Supongo no caerás
en esa debilidad, tú el caballero de sangre azul y
de corona de amantes!
Fuiste anarquista. Continúa siéndolo. No re
niegues. Me aseguraste que te atenías á las con
secuencias de lo que predicabas....
Yo voy á Madrid, á ser feliz ó desgraciada.
«Chi lo sá!» Tú sabes mejor que nadie lo que
voy á buscar allá!....
Te saluda tu ex-querida oficial,
B erta .
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— Cuarta carta: La discípula con
tinúa fingiéndome con artera coque
tería, un viaje á Europa:
Estimado amigo:
Anoche le escribí. Como no he recibido con
testación á mi atenta carta, le envío ésta para que
no vaya usted á imaginar que he prescindido de
su parecer en lo que respectad mi viaje á Madrid.
Está usted en un error si se ha figurado que
voy en busca de alguna persona. Voy solo á
distraer mi joven imaginación en esa ciudad an
tigua de chulos, chulas, toreros y verbenas. No
voy en busca del «chulo» que usted piensa, pues
aunque sé, lo mismo que usted, que serla muy
feliz á su lado, no quiero ser yo feliz mientras
hay en el mundo una persona que lloraría eter
namente mí ausencia, sin con- uelo....
Queda usted sabiendo que su ex-amante se
embarca mañana para Vigo, en el «Cap Frío»,
desde donde se trasladará á ese Madrid que....
tantas joyas inestimables contiene.
Lo saluda,
Su amiga.
o
Berta.
Bexlita,
— A tí te quiero!
El insomnio rojo palpitaba...
Franceses... Cleopatra... Bylitis—
Flotaban al redor nuestro las imáge
nes candentes de las Amadoras...
Llegó el alba.
Ella prorrumpió: Me quieres, me
quieres lo mismo que antes?
Yo, con un rencoroso despertar del
macho, duramente:
—No!
Ella estaba sobre mí. . Me tiró los
brazos atrayendo suavemente mi ca-
beza por debajo de la nuca; se echó
toda, sobre mi pecho. Su cabeza caí
da sobre mi costado, como querien
do esconderla en mi axila, me golpeó
desesperadamente con el rechazo con
vulsivo de un sollozo. Con una efu
sión de su monería, entre el llanto:
— Tu tuviste la culpa... Tú me
habías dicho siempre que el amor
libre es una cosa tan linda... Quise
probar...
Yo, sonrióndole:
— Porqué lloras, anárquica? La
propiedad de tu cuerpo nadie puede
disputártela. Eres dueña de tus pla
ceres, libre de amar, de gozar á tu
antojo...
Ella, con un despertar enternecido
de la esclava de amor, desolada con
la nostalgia del disipado yugo:
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—Yo te he robado, Roberto! Yo
era tuya... sólo tuya!
Le aferré la boca con un beso lar
go, insistente, profundo. Consolán
dola:
— Me tomas por un burgués? Yo
soy el misionero del Amor Libre. .
el discípulo de Kropokin... Seremos
siempre am antes!...
— Pero, me querrás?
Yo, con coquetería:
— Como antes, no...
— ¿Y si yo te pidiera de rodillas
que me quisieras?
Se arrojó del lecho. Se arrodilló.
Juntó las manos suplicantes. Con su
carita de gata, los ojos mojados:
— Yo te pido que me quieras un
poco, nada más que un poco... ¡un
poquito!
Volvió al lecho. Se acurrucó. Me
estrechó. Se agitó:
— Yo haría una penitencia... Dor
miría á la intem perie... Lo que tú
me impusieras.. . No me querrás?...
N o ?... N o?... Meneaba su cabecita.
— Te qu erré., sí... sí... le dije
succionándole el lóbulo pulposo de
una de sus orejitas.
—Vámonos, Roberto. Vámonos le
jos... Llévame á Europa, escondida
en el camarote...
Se tiró del lecho, la rosada camisa
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flotante. Tirándola, por detrás se la ci
ñó al cuerpo. Mira que bien forma
da soy... Verdad que no me parezco á
las uruguayas?
Yo sonreí, como esteta y como
parisiense, ante aquel ágil cuerpo de
efebo, el pecho falto aún de desarro
llo, prematuramente cansado por las
borrascas de la sensualidad; pero, el
vientre intacto, la cintura exigua,
las piernas de tobillos finos y panto
rrillas voluminosas, que, en ese cuer
po ligero, eran toda una sorpresa de
carne pidiendo la dentellada!
—Mira mis brazos. Y se golpeó
uno contra otro sus brazos nervio
sos, tendiéndolos.—Tienen músculo!
Crispó una de sus pantorrillas y se
destacó briosamente debajo de la
piel, la fibra esculpida. Se explicaba
por aquella envoltura, su pujanza
para el placer, sus abrazos en los
que parece encontrar nuevas fuerzas,
su celo poderoso de leona!
Puso en mi mano uno de sus pie-
cesitos mignons de uñas agudas, en
corvadas, de gata.
—Mira que piecesito tan lindo!
Lo besó con mimo.
— Vamos á almorzar juntos (con
picardía) ó prefieres que me vaya?...
Una camarera nos sirvió 'en la
habitación. Envolví las piernas do la
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Favorita en una manta y la senté á
la mesa, desnuda, palpitante en su
oamisa color de rosa.
Ella:
— Sírveme en la boca.
Mordí una aceituna y se la puse
entre los dientes.
— Otra...
Después de chuparlas, las desli
zaba lujuriosamente en mi boca. Yo
se las devolvía. Ella las sorbía con
fruición, los ojos desmayados... Ju
gueteaban nuestras lenguas.
Le ofrecí un beasteff.
— Pásale antes tu lengua!
Tuve esa galante complacencia.
Devoró la presa con avidez!
Concluido el almuerzo:
—Quiero fumar como las francesas!
Encendí un cigarrillo. Luego, se lo
di á ella en Ja boca.
Fumaba con torpeza, estirándolos
labios, chupando el cigarro, atur
dida por el humo que se le escapaba
á los ojos.
La puse sobre mis rodillas, en su
desnudez airosa, los rizos rubios
desordenados, embarazada por el ci
garrillo, fingiendo echar el humo
con desenvoltura... Una expresión
de malicia acariciadora... Tiró el ci
garro. Me abrazó estrechamente:
—Rrrico... Rrrico...
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á tí y al homónimo... No le compara
contigo. . . Tú eres más elegante!
El ha leído tu Sueño de Oriente.
Le gustó muchísimo. . .
--Debe haber aplicado, dije, mi
erudición voluptuosa...
— ¡Es tu discípulo!
- - Y o soy una fiera, Roberto. Soy
capaz de acostarme con él y contigo
al mismo tiempo. A tí te pondría ála
derecha. . . Tú no me permitirías qué
yo fuera de los dos? El me paga la
casa y tú los vestidos. Déjame que
viva con él y lo haremos á su vez,
marido. . .
Yo me paseaba echando humo es
cuchando con risas á la trav iesa.
¿Qué no se perdona al esprit?
— Ven, Roberto, ven. Te voy á decir
una cosa linda para que pongas en el li
bro: A mor L ib r e . Acercáte...acérca
te... Y o no puedo hablarte de lejos.
—Siéntate, aqui, en la orilla de la
cama. Abrázame. Así....... Vamos á
hablar con talento.
— Para mi los hombres son unas
rameras Siento necesidad de bur
larme de ellos, de hacerles m al. A
ti te he sido infiel por gusto de h a
certe daño, de pincharte__ Esto me
vendrá desde las cavernas?
En mi Harem tendría á los hombres
desnudos, colgados, como cuadros.
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