Literatura Mexicana Del Xix / Tema y Variaciones
Literatura Mexicana Del Xix / Tema y Variaciones
Literatura Mexicana Del Xix / Tema y Variaciones
AUrONOMA
METROPOUTANA
lA.
casa aoota. tiempo Azcapotzalco
DE
IHRRTURlS
18:,. ¡en••
Dr. Julio Rubio Oca
S"rm.~¡.,••
M. en C. Magdalena Fresán Orozco
s.:re,.i, de 1, Uniddrl
Mtro. Adrián de Garay Sánchez
Úll.,~ Idil.iiI
Margarita Alegria de la Colina
Begoí'la Arteta
Jaime Erasto Cortés
Alejandra Herrera
Frédéric·Yves Jeannet
Antonio Marquet
Osear Mata
Alberto Paredes
Vicente Quirarte
Edelmira Rarntrez Leyva
Joaquina Rodriguez Plaza
Jorge Ruedas d. la Serna
Severino Salazar
Mareela Suárez Escobar
Vicente Francisco Torres
Margarita Villasei'tor
Úlrdln. Idll.l" de [, lOulsId
LeticiaAlgaba
OlSlrlbuclOn
AdrianaCorona
Olseno
Israel Ayala
Julio Carrasco
Eugenia Herrera
Marco Xolio
llus""I", de Porlddd
"El Citlaltépetl", 1897. Óleo sobre tela
O José Maria Velasco
fOlrq.I,;' P.laI,
Bernardo Arcos
Diseno
NO PASE. ARTE MAQUILADO
Vi. mtrcurio ')6. Arco,> dr 1" Hd •.
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TrI. 8734224
Impresloo
Graficd. Tima Colorada 108 A Col. Tima Nurv.i
Alcapotulco, C.P. 02130 Mt.ico, D.f.
Presentación
Lelicia Algaba
Holas biobibliograficas
~
i las herencias inmediatas frecuentemente
concitan rebeldías y rechazos, el presente
número de Tema y variaciones de Litera-
tura responde, por el contrario, a la necesidad de com-
prender la expresión literaria del siglo pasado. Desde
múltiples perspectivas los artículos persiguen ángulos
sugerentes mediante los cuales se vuelva posible avan-
zar en una cala más profunda sobre la rica variedad de
tópicos decimonónicos.
Inescapable a la conjugación de presencias del pasado
en el presente y luego en el futuro, la literatura mexica-
na del XIX tiene en la Arcadia el preludio de la poesía
romántica. Jorge Ruedas deJ a Serna examina un poema
de Martínez de Navarrete que ya en 1808 convoca sola-
padamente a buscar la independencia política bajo la tu-
tela de la Virgen de Guadalupe, patrona de la Arcadia
mexicana y elemento sustancial del carácter subversivo
de esa expresión poética. También en la búsqueda de
símbolos, los criollos vuelven los ojos al pasado para
establecer su prosapia; Rosaura Hernández muestra que
en Las aztecas, José Joaquín Pesado busca una nueva
-
estirpe otorgando a la sociedad indígena los rasgos de la
sociedad primitiva que postulaba Rousseau.
Dentro de la variedad textual de nuestra literatura de-
cimonónica, la novela corta es materia de singularidades
y de influjos, como lo muestra Osear Mata a propósito
de la cercanía entre Hilarión Frías y Soto e Ignacio Ma-
nuel Altamirano, el reconocido maestro, autor de La
Navidad en las montañas, novela en la que Jorge Rojas
Otálora examina la relación entre el ritmo de la vida hu-
mana y el movimiento de la naturaleza, para deducir una
síntesis poética acorde con un autor conciliador e idea-
lista.
En la obra de José Tomás de Cuéllar resaltan las
preocupaciones de toda una generación, pero también
de antecesores como Fernández de Lizardi. Ezequiel
Maldonado explora el horizonte de expectaciones de la
Linterna mágica en cuanto a las aspiraciones burguesas
de los personajes y el propósito de instrucción que Fa-
cundo imprime a sus relatos. Por su parte, Blanca Estela
Treviño señala los vaivenes de esa sociedad en transi-
ción y se detiene en la indumentaria de los personajes,
como una prolongación de la imagen de aquella socie-
dad. Los dos artículos se suman a la conmemoración
del centenario ·de la muerte de Cuéllar, que se cumplió
el año pasado.
En cada centuria la Ciudad de México ha sido escri-
turada por cronistas, poetas, novelistas. De enorme inte-
rés resulta la mirada que los extranjeros fijan en ella;
Begoña Arteta explora los juicios de Brantz Mayer, Carl
Tema qUaria¡inoes \
Bartholomaeus Heller, la Marquesa Calderón y Carl Sar-
torious. Y sobre esa especie de "otra historia" de la capi-
tal, la novelesca, legendaria y tradicional, Leticia Algaba
se dedica a estudiar las miradas de Vicente Riva Palacio
y Luis González Obregón sobre la ciudad virreina!.
Vicente Quirarte también recorre imaginaria e hipo-
téticamente la última caminata citadina del poeta Ma-
nuel Acuña, tramo en que sitúa la síntesis de su obra: el
desequilibrio entre la biofilia proclamada en la restaura-
ción de la República y la necrofilia heredada del roman-
ticismo. De la provincia a la ciudad fue el tránsito de
Acuña; también lo fue para Ramón López Velarde, aun-
que él ya había imprimido las huellas de una tradición
anterior: el "hogar doméstico" que reúne los ingredien-
tes necesarios para recrear la provincia, hipótesis que
Pablo Mora propone para desentrañar la alquimia de la
poesía del zacatecano. Y, de nuevo, en la provincia,
Margarita Villaseñor entreteje la biografía y la obra de
Rafael Delgado, en cuyas novelas campea el realismo,
mientras que en la poesía, el veracruzano es un paisajis-
ta a la manera de José Joaquín Pesado.
La vida literaria del México decimonónico supo de
los rejuegos de la crítica. Algunos autores seguían vien-
do en Europa los modelos a seguir; otros -quizás los
menos- conoCÍan y comentaban obras hispanoamerica-
nas . Pero ¿cómo eran vistos los escritores americanos
por los españoles? Jesús M. Barrajón y Matías Barchino
nos dan a conocer el escaso interés que por nuestra lite-
ratura tenían Pérez Galdós, Palacio Valdés, Pereda, crí-
~[mnla[ion
ticos connotados, en virtud del enonne atractivo de la li-
teratura francesa que modelaba la novela realista y na-
turalista. Clarín y Valera constituyen excepciones, aun-
que con juicios no siempre pertinentes, pero sí alusivos
de la distancia entre España e Hispanoamérica.
Del mundo anglófono, el personaje byroniano, para-
digma de la poesía romántica, es retomado por Severino
Salazar para señalar su aire de familia con la catedral
gótica, de la que el poeta inglés extrae la combinatoria
sublime-grotesco. Y sobre la filiación a la poética del
siglo XVIII que explica la singularidad romántica de
Lord Byron, se detienen Vida Valero y Alejandra Herre-
ra, para explorar, además, la unidad entre vida y obra
del poeta.
Dominique Fernandez habla de la estética wildeana
que presenta como confluencia de medio siglo de la
cultura europea decimonónica. En tránsito hacia nuestro
siglo XX Antonio Marquet aborda el problema de la
mirada en la Salomé de Wilde y en El contrato del dibu-
jante de Peter Greenaway.
11
Tema qI¡riariuoes \
lA ARCADIA MfHICAHA
" El presente ensayo constituyó originalmenle una ponencia del autor, intitulada
"Ambigüedad de un discurso bucólico: la Arcadia", para el coloquio internacio-
nal "La Liteflltum Lalinoamericana Doscientos Años Después", reaJizado. bajo
los auspicios de la UNAM, en noviembre de 1983. en ocasión del Bicentenario
del Natalicio de Simón Bolívar. Se publicó un exuacto en Guía de Forasteros.
Las sobras del estanquillo (México. Institulo Nacional de Bellas Anes). sep-
tiembre de 1984. Año l. Núm. 16. p. 14. Hoy se publica una nueva versión de la
original inédilll.
• • CenlCO de Estudios Literarios dellnstitulO de Investigaciones Filológicas. UNAM.
-
11
toma en cuenta que se publicó en el Diario de México el 19 de
diciembre de 1808 ', es deci r cerca de dos años antes del Grito
de Independencia. Encontramos ya aquí, perfectamente clara,
la imagen del estandarte de Guadalupe como vanguardia pro-
tectora en una eventual guerra de los mexicanos, para defender
"su reino", Lo primero que salta a la vista e s e l destinatario
bi e n definido: paisanaje , ¿c uá l ? No puede ser otro que e l
mundo de labriegos, pastores, mineros. que conformaban la po-
blac ión del Real de Minas de Tlalpujahua, de donde el autor
era modesto cura y -cel ador del convento. Población integrada
predominantemente por indios y mestizos. Para designar este
segmento humano, mayoritario, los blancos de las clases altas
han usado inveterada mente el término " indiada", que implica
un señalamiento despectivo. Paisanaje, al contrario, connota el in-
volucramiento solidario del sujeto con la realidad social referida.
Dentro del corte de versos guadalupanos pre- independentis-
tas, e l texto en cuestión se ampara en la amenaza napoleónica
como fórmula encubridora de las aspiraciones autonomistas .
Sin embargo, hay una reiteración significativa de términos que
nos refieren al concepto de patria americana: "América" I "Te-
peyac" I "indiano suelo" I " reino mexicano" I " nuestra tierra" ;
aspecto que se acentúa debido a que el autor no menciona ni
una sola vez a España, a Fernando VII, a los "iberos". Es más,
existe un hiato importantísimo que pone de manifiesto la inten-
ción de no mencionar e l estado de sumisión en que se encontra-
ba la Metrópoli y que era objeto, entonces, de la solidaridad
11
Tem! q ~!Ii![iom \
formal y justificatoria de los criollos. Deliberadamente nuestro
árcade pasa por alto a la "Madre Patria", cuando dice que el
desvelo de la Guadalupana ha frustrado el plan de la herejía:
11
)Olqe BDe~aS ~e la leIDa
cuentre algún día su manuscrito. Y si así fuera y, en efecto, se
tratase de una errata, sería ésta de aq uella clase que dan mayor
interés al texto.
Pero, por otra parte, todo lo anterior no constituye más que
un matiz al sentido de por sí muy claro del poema: el uso, al
nivel de una proclama poética, de l estandarte guadalupano, con
la idéntica función que, al nivel de los hechos políticos, lo enar-
bolaría el cura Hidalgo casi dos años después. Resulta intere-
sante preguntarse ahora sobre la significación histórica de este
recurso literario.
Que ya en la época de la Independencia, y no sólo en Méxi-
co , se reconocía el poder de convocatoria, como hoy decimos,
de la imagen de Guadalupe, lo demuestra la famosa Carta de Ja-
maica de Simón Bolívar:
1\
Tem¡ qlari¡ciooes \
la con tanto poder de persuasión. Pero lo que no debe haber en-
tendido cabalmente es que la Guadalupana, más que un acierto
de los jefes insurgentes. era, desde mucho tiempo atrás, el refu-
gio de las aspiraciones de autonomía de los criollos y mestizos
y el único símbolo trans-racial a que podía apelarse para conci-
tar las voluntades de las castas.
Durante siglos. indios, mestizos y criollos habían invocado
su patrocinio y amparo. Ya a principios del siglo XVII se había
convertido en la salvaguarda privilegiada de la ciudad. No ocu-
rría calamidad, sin que se le dedicaran novenarios, o inunda-
ción, sin que se le llevara a la Catedral, donde permanecía hasta
que bajaran las aguas. No por otra razón había merecido el re-
nombre de "Nuestra Señora de las Aguas". Cuando la inunda-
ción se prolongaba, la Guadalupana tenía que tolerar un largo
hospedaje fuera de su casa, como lo refiere el siguiente poema
anónimo, sobre la grave inundación de 1629:
1\
lorle hedas de la lema
reales, escrito por el Cap. Angel de Betancourt, terciario fran-
ciscano, llegado a Nueva España en 1608. Hay en la obra una
curiosa confusión entre la Virgen de los Remedios y la nuestra,
así como entre el capitán Juan de Tovar, que la encontró, y el
indio Ju an Diego. Pero lo que nos interesa es la cantidad de ele-
mentos localistas que se introducen:
4. García Gutiérrez. 01'. d t .. pp. 11 -16. Lorenzo Boturini, Museo indiano. Núm.
XXX III. Archi vo General de la Nación, México, Ramo de Historia. tomo l.
I~
lema qlaria[iones \
nomía del indígena. Ello permitió que se fortaleciera la devo-
ción tanto de indios como de mestizos y criollos, convirtiéndose
así en el símbolo unificador de un pueblo fragmentado en seg-
mentos sociales y étnicos históricamente refractarios.
La fuerza del mito guada lupano se puso de manifiesto du-
rante la guerra de Independencia. como lo demuestran diversos
procesos seguidos contra infidentes. Es el caso de las coplas
guadalupanas que cantaban los presos para mantener la mística
revolucionari a, como la "salve" compuesta, seg ún Lucas Ala-
mán'\ por el doctor José María Gastañeta, quien estuvo exili ado
en España por haber escrito esta composición, que circul aba en
millares de copias, "escritas con mala letra y ortografía", y que
tanto cantaban los indios como doña Josefa Ortiz de Domín-
guez, como consta en los procesos.
la Patrona de la R¡radia
Fue la Virgen de Guadalupe, como ya lo ve íamos e n e l
poema de Navarrete, el numen tutelar de la Arcadia de México
y uno de los factores determinantes para lo que podría llamar-
se, sin exagerar, de "subversión del di sc urso arcádico", y no
podía ser de otro modo, si aqui latamos la compleja significa-
ción social y política que, a lo largo del periodo virreinal, fue
adq uiri endo esta portentosa imagen . Si, como dijimos antes, se
11
lorqe Ruedas de la luna
convirtió en la madre de criollos, mestizos e indios, privilegia,
sin embargo, al indio, que es a quien brinda su mayor amparo y
protección. De ahí que en la estéti ca de la rusti cidad arcádica se
hubiese convertido en el tópico más importante. No sólo Nava-
rrete, sino la mayoría de los árcades escriben composiciones a
la Virgen de Guadalupe.
A la trad ición del guadalupanismo indianista local, se suma
el modelo clásico del arcadi smo europeo, principalmente italiano
y portugués. al que no eran totalmente ajenos los poetas mexi-
canos. Preceptistas .como Ludovico Muratori eran bien conoci-
dos aquí. no sólo por su Cristianismo feliz, sino tambi én por
Delia perfera poesia. Hasta el Cura Hidalgo, arcádico para Al-
fon so Reyes, era devoto de esta poética. La Arcadia de Lisboa,
por ejemplo, había elegido a la Virgen María como su Patrona,
con el fin de preservar una relativa autonomía frente al rey, ya
que de esta manera, se exc usaba de la obligación de nombrar al
soberano como su presidente. Así, la Virgen se tomaba regidora
de una sociedad con aspiraciones democráticas. Los árcades,
disfrazados de pastores, se hermanaban en el culto a la naturale-
za, a la sencillez, y en la ilusión de volver a la vida primitiva,
dejando a un lado, momentáneamente, las diferencias que los
separaban en la vi da social.
Los árc ades mexicanos no conformaban un estrato homogé-
neo, ni étni ca, ni social, ni económicamente. Aunque no había
propiamente indios en tre sus fila s, sí en cambio mes ti zos y
sobre todo criollos. Por 10 que se refiere a su filiación política,
hubo hasta un extremado reali sta que, al contrario de la mayoría
que tomó el partido de la insurgencia, se convirtió en defensor
de la causa del rey. Se trataba de don Agustín Pomposo Femán-
dez de San Salvado r, de seudónimo "Mopso", abogado promi-
nente y hombre ilustrado y, casualmente, tío y tutor de Leona
1I
Tema ! Uni¡¡ioB1S \
Vicario y empleador de don Andrés Quinlana Roo. G randes di-
ferencias de posición y de ideología mediaban entre don Agus-
lín y e l modeslo cura de Tlalpujahua, "Silvio", como se ll amaba
en sus versos, quien se dolía de los inauditos trabajos y sufri-
mientos de sus feligreses.
Olro aspecto que si ngu lariza a la Arcadia de México, ante
sus congéneres europeos, consiste en que nuestros árcades no
eran propiamente una ag remiación. Ni siquiera se conocían
todos en tre sí. Por ejemplo, Navarrete no salió nunca de T lalpu-
jahua, durante el liempo que duró la Arcadia, y murió ahí, en
julio de 1809, para sorpresa y duelo de sus paslores, a quienes
dejó, según la propia expresión de aqué ll os, en la orfandad.
La muerte del árcade Navarrete fue motivo para una especie
de congreso in memoria, a distancia, que los árcades aprovecha-
ron para rimar manifiestos, casi, de autonomía cultural. Uno de
éSlOS, de Mariano Barazábal, parece ade lanlarse a la "Alocución
a la poesía" de Andrés Bello. Se lrala del "Elogio de Fr. Manuel
Navarrele, o sea Sueño milológico de l árcade A nfriso". El
poema se inicia con exhortaciones a las musas para que abando-
nen Europa y vuelvan los ojos a América, la "morena ninfa que no
vio Alcides", y les advierte que si no acuden a inspirar a los poetas
americanos, este Continente inspirará después a los europeos:
6. Fue recogido en la edición de Agüeros de Ia.~ Poes¡a.~ de Navarrele. fI/l. ciT.. pp. 1-7.
Il
IUf!! IU!~a5 ~! lalema
Es interesante, también, observar en este poema la transfor-
mación del referente americano, si se tiene en cuenta las anterio-
res obras nativistas e indianistas que, como dijimos, conforman
en México una antigua tradición, desde la literatura renacentista,
como se puede ver, por ejemplo, en Balbuena. El referente "no-
vohispano" era predominantemente la hipérbole de la riqueza de
la tierra y la majestuosidad de la ciudad, sede de la corte virrei-.
nal. Aquí, en cambio, hay un mati z diferente, de extrema impor-
tancia, que puede reconocerse en los demás árcades: convoca a
las musas al suelo de su amado mayoral, el suelo donde, para su
desgracia, dice, nació la vena rica del oro, "pues la hi zo blanco
de la vil codicia", tema que si bien recuerda el tópico tradicio-
nal, revivido por los humanistas del siglo XVlll, que condena la
ambición, la codicia y la usura, deja entrever, también, las aspi-
raciones de los criollos a reivindicar las riquezas enajenadas de
la patria. La retórica pastoril favorece la pintura ·de un paisaje
americano menos grandilocuente, que parece replegarse en cla-
roscuros de más intimidad, como prenuncio de la nueva sensibi-
lidad romántica. Predomina una estética de la sencillez que, si
formalmente afectada, no impide, sin embargo, que afloren sen-
timientos y sensaciones no pocas veces sinceros y espontáneos,
como en varios de los poemas de Navarrete.
Otro aspecto que no debe dejarse de lado es la ac limatación
o ameri canización de la retórica arcádica: Las imágenes de la
poesía pastoril son traducidas a formas ori undas, y entre nues-
tros árcades se pone en boga un léxico típicamente americano:
La paloma Filis, tan próxima a nuestros neoclásicos por influen-
cia de las anacreónticas de Meléndez Valdés, se convierte en "la
indita Xúchitl que a recoger verdu ra I anda de madrugada". El
vino de Lesbos tiene también su eq uivalente vernáculo:
Tema qiariaciones \
dame pulque mancebo;
también e l pu lque es don
de l gran padre Liéo 7
Descuido de Clori
11
"Nación americana", " ninfas morenas", "suelo americano",
"suelo ind ia no", " nuestro suelo patri o", "parnaso indiano",
"Cisne americano" (Navarrete), "América sabia", etc., etc., so n
expresiones reiteradas en estos textos que nos remiten a un
nuevo código que, con todos los elementos mencionados, habrá
de consolidarse en el romanticismo hispanoamericano. No pode-
rnos profundizar aquí en el análisis de la evolución expresiva de
la poesía mexicana, del arcadismo al romanticismo, sino sólo
dejar apuntada la pertinencia de que una investigación se ria
sobre este tern a deberá atender no s610 a la estética formal sino
también a un sustrato ideológico más profundo.
El arcadismo fue un movimiento comú n a las literaturas en
le ngua española y portuguesa, dentro de la gran tradición euro-
pea, y que se puso en boga en el viejo con tinente desde que, en
1690, los seg uidores de la reina Cristina de Suecia fundaron,
para honrar su memoria, la Arcadia de Roma. Se propuso esta
venerab le institución combatir el mal gusto, "donde quiera que
se hallase", y devolver a las bellas letras su espontaneidad y
sencillez. Está aún por estudiarse el papel que tuvieron en la
Améri ca española las estéticas nativistas y pastoriles del siglo
XVIII, corno e lementos disolventes de la retórica colonial,
como sí en cambio lo han hecho los estudiosos brasileños con
su a rcadismo, quizás por la circunstancia de que fueron sus
árcades los primeros mártires de la luc ha por la Independen-
cia del Brasil.
El crítico brasileño Antonio Cándido resalta la importancia
que en el proceso de formación de la literatura brasileña tuvie-
ron las academias y especialmente las arcadias del siglo XVIII.
Por más que se tratase de grupos que todavía dialogaban consi-
go mi smos, estas sociedades literarias fueron alg unos de los
factores que hi cieron posible la integración de un "sistema lite-
11
Tem3 q~3Ti3[iones \
rano", en el que interviene ya un conjunto de productores/re-
ceptores o lectores; un lenguaje concebido como representación
simbólica de la realidad y una tradición literaria. lu
A pesar de que los poetas del Diario de México no se reu-
nieron propiamente en un cenáculo, o una academia, formal-
mente integrada, fueron. yeso es quizás lo más importante. una
asociación informal que surgió, de manera espontánea, en 1805 ,
con nuestro primer periódico cotidiano: el Diario de México. A
los pocos meses de que empezó a circular el periódico, se publi-
ca una composición intitulada "El pastor Guindo desde Vera-
cruz, a los de la Arcadia mexicana. Cantinela'''I. Del autor, Juan
José Güido, sólo se conocen las poesías que publicó en el Dia-
rio. Pero este dato, además de rectificar la fecha en que su rge la
Arcadia mexicana, tradicionalmente fijada en 1808, confirma el
hecho, interesante, de que nuestros poetas, aislados en sus res-
pectivas provincias, tuvieron, gracias al Diario, un vehículo de
comunicación que hizo posible el nacimiento de una primera li-
teratura de agremiación, ya no controlada por el poder virreinal
y limitada a las conmemoraciones oficiales , sino surgida del
seno y de los sentimientos de la sociedad civil.
En esa búsqueda de autonomía con respec to al poder del Es-
tado que persiguieron las arcadias, muy a tono con los clubes y
sociedades sec retas de la época, tuvo un· importante papel la
Virgen María. En Portugal , como ya dijimos, la Arcadia de Lis-
boa la declaró su patrona, como recurso político, según un estu-
dioso portugués, para escapar a la obligación de que el rey, en
IJ
lorle hedas de la lerna
ese caso don José 1, presidiese la Academia, pues de ese modo
el monarca no podía sentirse ofendido ante tan prestigiosa con-
currente, y entonces a aquél se le convidaba a unirse a la cofra-
día poéti ca como a uno más de los pastores, como Virgilio
había hecho con Octavio. En México. el recurso de nombrar a la
Virgen de Guadalupe patrona de la Arcadia era mu y poderoso,
ya que a la trad ición de l arcadi smo europeo se sumaba la fuerza
del más im portante personaje de la cullura y la vida del paisana-
je de México. el mito, nuestro mito, que dio la razón, en manos
de Hidalgo, a nuestm más humilde poeta en haberla llamado
"paladín" y no "paladión", pues sin saberlo estaba materi alizan-
do en la imagen de nuestra Virgen la profecía del Cantar de los
Cama res que. como dirigiéndose a nosotros, lIamábala, según
la patrística:
1\
Tema qlaliaciooes \
JOSf JOAQuíH PfSAOO
Introdmión
A principios del siglo XIX, México vivía el ambiente nove-
doso de ·su independencia política respecto a E,paña, todo esta-
-
ba por hacer. Los intelectuales, un grupo reducido en relación a
las grandes masas de analfabetos, asumieron la importante tarea
de dirigir el país, dándole un proyecto político y un proyecto
cultural. La finalidad primordial de algunos de ellos como Ig-
nacio Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano fue de construir o
reforzar la nación mexicana, tratando de eliminar los rasgos co-
loniales que aún subsistían.
Ya Mariano Otero había señalado el camino: ..... una nación
no es otra cosa que una gran familia, y para que ésta sea fuerte
y poderosa es neces'3rio que todos sus individuos estén íntima-
mente unidos con los vínculos del interés y de las demás afec-
ciones del corazón".1¿Cómo lograr esos vínculos de interés?, la
respuesta vino pronto: a través de una ideología nacionalista
que permitiera identificar a todos los mexicanos con el mismo
código simbólico, los mismos valores y la misma visión del
mundo y de la vida.
El vehículo ideal, se pensó, sería la literatura. A la cual se le
encargó la noble tarea de instruir al pueblo iletrado. El hombre
de intelecto ya no debía recluirse en la torre de marfil; sino
como artífice de la palabra estaba obligado a participar en la
vida política difundiendo la ideología que construiría la nación.
la literatura nacional
Toda sociedad posee una cultura peculiar y para el indivi-
duo, ambas se encuentran siempre vinculadas y ninguna puede
Tema qUariaciones \
existir sin la otra. El lenguaje es de hecho la esencia de la cultu-
ra, ya que las palabras son las depositarias de la experiencia
acumulada por anteriores generaciones. Cada lengua posee
conceptos únicos y sus significados son intransferibles, lo que
evidencia cómo cada lengua concreta la forma peculiar en la
que se relacionan hombre y naturaleza. De esta manera el len-
guaje además de permitir la creación de la cultura garantiza al
mismo tiempo su continuidad y la socialización de sus conteni-
dos específicos: es la expresión de la cultura y es la forma
como es comunicada.
Aunque hoy sabemos que es desafortunado hablar de cultura
nacional, suponiendo a ésta como la expresión de un espíritu
especial o el alma de un pueblo. Sin embargo, en el siglo XIX
los intelectuales mexicanos así lo creyeron, la cultura nacional y
por ende la literatura tenía una misión hi stórica: la de mostrar
con orgullo el ser del mexicano. Olvidaron que la cultura va
más allá de los marcos políticos de las formas estatales y no
está circunscrita a una frontera.
Para Altamirano la literatura había abierto el paso al progre-
so al generar y transmitir las grandes ideas que permitieron la
guerra de Independencia, convirtiéndose en la propagadora más
ardiente de la democracia. Por ello. en ese momento, la literatu-
ra tenía una misión patrióticéJ del más alto interés, porque
-<lecía- "la gloria espía sonriendo a la juventud, señalándole el
cielo, la literatu ra mexicana, no puede morir ya, de este santua-
rio saldrán de nuevo otros profetas de civi li zación y de progre-
so, que acabarán la obra de sus predecesores. Entonces los pa-
triotas de la primera generación, inclinados por el peso de una
vejez ilustre, irán a dormir a sus tumbas tranquilos, porque
11
losam lenildez mOIIO!
dejan en su patria discípulos dignos que les recordarán con lá-
grimas y que les tributarán el culto más grato para ellos ... la
imitación de sus trabajos y de sus virtudes".2
Como vemos Altamirano habla claramente de una literatura
mexicana que ha nacido y no puede morir ya, sólo se necesita
que se le dé continuidad e impulse su crecimiento; misión que
históricamente le toca a él y a sus coetáneos reali zar. Atendien-
do a las ideas del crítico literario brasileño, Antonio Cándido,
aquí vemos la actividad literaria como parte del esfuerzo de
._. construir un país libre, por lo tanto se imprime a la literatura un
nacionalismo artístico que glorifica los valores locales. En la li-
teratura, entonces, se prioriza el sentimiento de misión, los crea-
dores se preocupan más en la representación de la realidad que
en los artificios de la imaginación.)
Altamirano también apela a otro elemento necesario para
que podamos hablar de la literatura como un sistema simbólico:
la continuidad. Siguiendo a Cándido, diremos que sin tradición
no se puede hablar de la literatura como fenómeno de civiliza-
ción. Por tanto constatamos la conciencia de Altamirano de ge-
nerar una verdadera tradición literaria, autónoma y original.
Según los autores de la época, el rasgo distintivo de la litera-
tura nacional era su juventud. A mediados del siglo XVIII, Buf-
fon, naturalista europeo, había expuesto las diferencias de los
animales europeos y americanos. Según este científico la fauna
americana era inferior o más débil, por ejemplo el león america-
18
TEma qOaria[ionES \
no no tenía melena y era más pequeño. Los animales indígenas
eran pocos y de escasa corpulencia. Por extensión el hombre
americano era débil también ya que no había podido dominar la
naturaleza hostil.
Comelius de Pauw, mucho más radical que Suffon, fue más
allá y calificó al americano como un degenerado y a la naturale-
za de decadente. Las voces de los criollos no se hicieron esperar
ante estos juicios tan denigratorios, prueba de ello es la obra de
Franci sco Javier Clavijero: Historia antigua de México, cuyo
objetivo era reivindicar a la patria mexicana frente a los infun-
dios de estos europeos.
Posteriormente Buffon rectificó sus tesi s y publicó en 1777
Epoques de la nature, donde afi rma que el continente america-
no es un mundo joven, e inmaduro en muchos aspectos; razón
por la cual aún existía agua en vastas regiones como la Amazo-
nia y la Guayana. Esta reconsideración de Buffon sobre los
americanos le ganó el aprecio de éstos, y aportó a nuestros es-
critores decimonónicos un argumento importantísimo: la juven-
tud de nuestra literatura.
Súbitamente un a de las preocupaciones de los ilustrados, la
de nuestra fili ac ión cultural con Europa, quedaba resuelta.
Mientras los europeos tenían que analizar su producción artísti-
ca dentro de una larga historia cultural que los remitía hasta el
mundo clás ico, los mexicanos no tenían ese problema, eran
como unos niños que tras el grito de Independenci a nacieron a
la hi storia nacional. En México los creadores rompieron con su
pasado inmediato, evidenciando su incapacidad para asumir la
historia. Jubilosos no tenían que preocuparse por explicar o en-
tender su historia, nada los ataba al pasado y lo que poseían
como tesoro era la deslumbrante luz de un futuro promisorio.
J~
Tema q l3Ii¡¡iones \
Hpo~ta d~ la uiltud: lose loaquin P~sado
JI
iosaura Hernan~e2 illonrnq
era un país despoblado, heterogéneo en sus razas, pobre en sus
recursos y atrasado en su civilización. Pesado se muestra críti-
co: "Se da por sentado que México era el imperio más opulen-
to': idea falsa, por no decir pueril, que ha dado lugar ~ errores
de mucha consecuencia, decretándose en todos los tiempos gas-
tos exorbitantes a que no pueden bastar los recursos naturales
de la nación ..."6
Había que redecidir y Pesado ante la serie de ataques que re-
cibió la Iglesia, cambió de filiación política, militando con el
grupo conservador, hecho que lo hizo blanco de reproches y
hasta de animadversión de sus antiguos correligionarios.
En el Diccionario Universal de Historia y Geografía, obra
publicada en España y reeditada en México en 1856, se publicó,
como apéndice del tomo IV, la biografía de Agustín de Iturbide
escrita por José Joaquín Pesado, las noticias concernientes al
personaje son numerosas y detalladas. En esta obra, Pesado
considera que la primera época de la revolución fue retardataria
más que impulsora de la emancipación del país, por lo tanto es
severo en su juicio sobre la actuación de Hidalgo. En cambio su
opinión en torno al Emperador es diferente: "Siendo Iturbide el
autor de la independencia, aún no le consagra su patria una esta-
tua, ni hay en ella un departamento que lleve su nombre. j Quie-
ra Dios que este olvido, que parece casual , no sea profético.
anunciándose con él la triste suerte que amenaza a la raza espa-
ñola en México".?
En 1854, al reinstalarse la Universidad de México por el go-
bierno de Santa Anna, fue nombrado doctor en filosofía y se le
JI
Tema qBariarioDes \
as ignó la cátedra de literatura. Otra distinción notable, recibida
me ses antes de su muerte, fue e l no mbram iento que la Real
Academia Española le hi zo como individuo de la misma corpo-
ración e n la clase co rrespondiente a extranjero. pues e l diploma
enviado el 15 de septiembre de 1860 reconocía sus "relevantes
ci rcun stancias y copiosa e rudició n" .
Su obra está integrada por poemas amorosos, teológicos y
mo rales, reunidos en un vo lumen titul ado Poes[as originales
y traducidas, dos novelas cortas: EL inquisidor y amor eterno .
EL Libertador de México don Agustín de Iturbide y sus colabora-
ciones en e l periódico La Cruz. Para Pesado lo más im portante
es la virtud y a ella se accede vía la religión y el amor; gracias a
la virtud , dice e l poeta, la naturaleza se embell ece levantando al
hombre a un a esfera encumbrada en la que se disfrutan los pla-
ceres puros y los de leites verdaderos. Esta es la razón de que la
virtud se convi erta en e l eje temático de su poesía.
JJ
losao[a 8![nind!1Monroq
la evocación de las tradiciones indias, porque las victorias revo-
lucionarias trajeron co nsigo un apartamiento temporal de las
trad icio nes es paño las. Así los esc ritores como bi e n apuntó
Rodó "volvieron los ojos al manantial poético de la inocencia y
los dolores de los pueblos indígenas, y este orden de motivos
concordaba con la pasión de autonomía que era el carácter de
aq uel tiempo".'
¿Cuál es la motivación exte rna de este giro en su obra? Ha-
gamos un a retlex ión de l ambiente ideológico que reinaba en el
momento de la pro~ucción de sus Aztecas. Durante la época de
la Independencia la toma de conciencia de los criollos como
americanos. se vio limitada por una realidad contundente: las
marcadas diferencias étni cas y sociales que separaban a las di-
ferentes clases. no existían puntos en común entre los cri ollos
profesionistas y propietarios de haciendas. minas u obrajes con
los habita ntes indios, mulatos y mesti zos que representaban las
cuatro quintas partes de la población mexicana. Solamente el
catolicismo vi nculaba a esa población tan heterogé nea, por ello
el liberal ismo significará un vehículo apropiado para la expre-
sión de aspiraciones y resentimientos de ciertos grupos.
En los lemas radicales del liberalismo se externa el deseo de
igualdad social y de destrucción del pasado colonial, absol utista y
católico; de sus instituciones de control y represión como el ejér-
cito y la Iglesia. así como de su legislación proteccionista de los
bienes comunales del indio y de sus instituciones corporativas.
El liberalismo mexicano consideró necesario enterrar sus orí-
genes españoles para JX>der encontrar una identidad propia. para
ello se dio a la tarea de señalar el fanatismo reli gioso español
JI
Tema qbria[iom \
como signo de atraso y negar los elementos hispanos que con-
fonnaron la realidad social del México del XIX. Sin embargo, al
invalidar la religión como elemento aglutinador, el liberalismo
debía encontrar un sustituto ideológico. un mito unificador que
identificara las distintas clases.
La clave fue encontrar vínculos en la historia, como algunos
pensadores han dicho cuando las sociedades se desacralizan los
mitos pasan al terreno político. Así que los liberales usaron el
neoaztequismo para mostrar la denigración que sufri eron los
prehispánicos con la conquista española. para evidenciar el ca-
rácter destructor del fanatismo religioso.
Curiosamente, al tener el liberal poca simpatía por su pasado
inmediato, también despreció a los indígenas que todavía vivían
en una realidad cultural colonial. Lo anterior nos explica el hecho
de que la masas rurales no se incorporaran al proyecto liberal.
Estos liberales fundaron su indiferenci a hacia los indígenas
en opiniones autorizadas como las de Alejandro Humboldt, que
los había calificado de seres indolentes e ignorantes; con esta
actitud negaron a los nativos la capacidad de adquirir cierto
grado de desarrollo intelectual. Parecía que la opinión externada
por Humboldt muchos años atrás en su Ensayo Político seguía
vigente a fines del siglo XIX: "México es el país de la desi-
gualdad. Acaso en ninguna parte la hay más espantosa en la
distruibución de fortunas, civilización, cultivo de la tierra y
población" . ~
Los conservadores argumentaban que el México indepen-
diente había roto con su pasado. se había apoyado en institucio-
nes y principios extranjeros. razones que lo habían llevado al
JI
hSlar¡ Imind11 mODlOq
caos y la anarquía. Ciertamen te este grupo desposeído de sím-
bolos que lo habían distinguido como élite, estaba en contra de
lodos los verliginosos cambios que había sufrido México des-
pués de la Indepe nd encia.
En realidad a pesa r de las reformas libe rales, las fami li as
ri cas de la época colonial seguían siendo dueñas de grandes lati-
fu ndi os, seg uían influ yendo en la vida económica del país, y
manteniendo su estil o de vida. Muchos conservadores en la bús-
queda de nuevos símbolos que los identificaran como élite, vo l-
vieron los ojos al Pasado prehispánico, a la nobleza mexicana; y
no pocos ostentaron rimbombantes ape llidos indíge nas para
mostrar su prosa pia. 1lI
En esta sintonía observamos la obra de Las Aztecas de José
Joaq uín Pesado. quince cantares que temáti camente concuerdan
con la producción poética prehi spánica, aunque formalmente
están más cerca de la poesía romántica mexicana. Tal vez por-
que como bien dice Lui s G. Urbina tenemos una proclividad ro-
mán ti ca:
... el ambi ente de esa parte de América era incurable mente ro-
mánti co. De modo es que pose íamos elementos síquicos; la
ex presión nos vino de fuera; la emoció n la teníamos ya; era
nu estra desde hacía muchos años. Un gran pensador -y proba-
bl emente el más alto de nuestros pensadores- afirma que toda
nuestra literatu ra poéti ca. desde 1830. es romántica".11
10. Para ampli ar in for mación es reco mendable leer: Doris M. Ladd . Úl noblew
mex;c:ww eliJa ¡¡U/al de JCl Independencia. /780-1826 . Méx ico. FCE, 1984.
11. Luis G. Urbi na. La vida liTeraria de M ú iclI. Edición y prólogo de Amonio
Caslro Leal. México, Porrúa, 1965. p.94.
J~
Tema qlariaciones \
contemplada como un mundo de beneficencia natural y benevo-
lencia humana, resu lta congruente esta idealización del pasado
prehispánico en la obra de Pesado.
Parecería extraño que además Pesado, considerado por la
crítica como un poeta neoclásico, wque el tema de los indíge-
nas; si n embargo, si recordamos las obras de Joseph de Acos ta
y Joseph Franl'ois Lafitau, ambos jesuitas, deja de serlo. El pri-
mero en su Historia natural y moral de las Indias presenta la
tesis de que la historia de los pueblos indígenas, a semejanza de
la de los antiguos gentiles, fue un proceso providencial de pre-
paración para el momento en que había de llegarl es el Evange-
lio. Lafitau en su libro Costumbres de los salvajes americanos
comparadas con las costumbres de los tiempos a1ltiguos
presenta la tesis de que la mayor parte de los pueblos de
América proceden originalmente de los bárbaros que ocupa-
ron Grecia y sus islas.
Esta preocupación es la que lleva al jesuita francés a estable-
cer el paralelo entre las costumbres de los indios de Canadá y la
de los pueblos de la Antigüedad, y a encontrar similitudes que
tienden a confirmar el origen común. Lafitau, emocionado por
las bondades de la vida natural , sugiere a los europeos: "sería-
mos sin duda más felices, si tuviéramos como ellos esa indife-
rencia que les hace despreciar e ignorar muchas cosas de las
cuales no sabríamos nosotros prescindir" .'2
Esta idea ilustrada del salvaje como el hombre sencillo que
vive sin grandes ambiciones. libre del apetito de los bienes te-
12. Joseph Fran90i s Lafitau . Moeur.t des .wuI"CI}.Ies ClIIIUiqUllÍlU (· f11l/fmré.f III/X
moeurs des ancien.f temps. Paris. Saugrai ns Lainé, 1724. Citado por: Silvia Za-
vala. Américll en el e.fpírirujrallcb del .tiX1o XVIII. México, Edic iones El Cole-
gio Nacional, 1983. p. 170.
JI
Hosma ~elnáo~ez monJOq
rrenales, feliz en contraste con el hombre civilizado de Europa
que sufre codicias y ambiciones; parece que se filtra todavía ya
muy entrado en siglo XIX en México. Como ejemplo. leamos
este poema de Las Aztecas donde un padre da consejo a su hija:
Ji
Tema q ~ari3[iones \
y las tórtolas gimen solitarias:
Nos dan sombra y asilo
El álamo y el lilo:
En esta soledad, del mundo lejos,
Presta dócil oido a mis consejos. l.'
13. José Joaqu ín Pe~ado. Lns A ¡:/t'(:a.~. México. Imprenta d~ Vicente Segura A rgü d k~.
1854. p. 10.
J~
Husma lelRiD~eZ mODluq
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\1
Hosma ¡1rnan~e¡ illonlog
[l HA[STAO y[l HA[STRO OH HA[STRO
~5[ar mala'
~
e debe a Hilarión Frias y Soto y a Ignacio Ma-
nuel Altamirano la consolidación del género no-
vela corta con todo el estatus de una obra de arte.
En vida fueron maestro y alumno, patriotas y liberales, famosos
periodistas que incursionaron de manera excepcional en el gé-
nero novelístico. El vocablo excepcional en este caso posee un
doble sentido: excepcional por la alta calidad de sus obras yex-
cepcional por lo escaso de ellas. En efecto, Hilarión Frias tan
s610 escribió una novela corta y su discípulo Altamirano única-
mente completó tres. Dentro de sus extensas producciones, el
género intennedio constituye una excepción. No obstante, sus
novelas cortas se presentan como trabajos de autores plenamen-
te formados, que emanan de plumas educadas y pulidas en la
práctica diaria del periodismo. En la actualidad, Ignacio Manuel
Altamirano disfruta de un reconocimiento y un prestigio muy
merecidos, en cambio Frías y Soto está injustamente relegado a
un plano secundario.
Médico cirujano de profesión. ironista y crítico implacable.
Hilarión Frias y Soto (1831- 1905) tomó las armas en las gue-
rras de Refonna y de la Intervención. Fungió como redactor en
\1
-
jefe de la revista La Orquesta, escribió piezas teatrales y ensa-
yos, así como las prosas breves reunidas en Album Fotográfico.
Tuvo do s se ud ó nimo s: "El Portero del Liceo Hidalgo" y
"Safir", con este último publicó Vulcano, en una edición de El
Diario del Hogar que ocupó 55 páginas. '
Inspirado en el dios cojo, el dios del oro, Vulcano es un
texto sin desperdicios. En la portada se le presenta como " nove-
la realista", pero en realidad es una novela corta, una narración
de unas seis mil palabras, la mejor escrita en México hasta ese
momento, que Altamir.ano tuvo muy presente al escribir sus 00-
veletas. La fuerza narrativa de Vulcano emana del mito, de su
recreación en la sociedad mexicana de mediados del siglo XIX.
Frías y Soto se vale del relato mítico, así como antes Manuel
Payno y José María Roa Bárcena se habían servido de tradicio-
nes y leyendas para plasmar textos sobresalientes ("El lucero de
Málaga" y "Buondelmonti"), enjutos de palabras y plenos de
significado. Vulcano cuenta la hi storia de Filomena, una her-
mosa y rubia limosnera que hace carrera de trepadora en los
círculos sociales de la capital, con el nombre de Julia. En su
tratamiento, Frías y Soto evita reiteraciones, descripciones su-
perfluas y, aunque hace crítica social , huye de cualquier actitud
catequizante. Tal austeridad produjo la riqueza de VuLcano, que
bien puede ser catalogada como obra amorosa, realista y de
tesis o crítica social. El narrador de Vulcano recibe la historia
escrita por el protagonista, quien rescató a Filomena de la mise-
ria y contrajo deudas para instalarla con todas las comodidades.
Ella aprende muy pronto las artes de la seducción, le exige lujos
y se va con uno de los acreedores cuando embargan a su primer
Tema q~ariaciones \
protector. Vuelven a encontrarse años después, en un baile. Para
ese entonces la pérfida se hace llamar Julia, ha enviudado y está
a punto de casarse con un viejo mu y rico, un Vulcano. Sin em-
bargo, le sigue gustando el narrador y le propone que sean
amantes, no esposos como pretende él , ya que ella está acos-
tumbrada a un tren de vida que su joven admirador no puede
sostener. La noche de bodas apresan al flamante marido de
Julia, quien pasa la noche con el narrador, con lo que se cumple
la primera parte del mito de Vulcano y Venus. El amante emba-
raza a Julia. Ella así lo ha planeado, pues con un hijo podrá
quedarse con la fortuna de su esposo, que pretende quitarle la
familia de éste. Obliga a su amante a guardar el secreto y lo
abandona de nueva cuenta. Sin embargo, ella y el bebé mueren
durante el trabajo de parto. La noveleta termina con estas pala-
bras: "Vu\cano, el dios cojo, el dios del oro, debía ser el emble-
ma de nuestro siglo".2 Hilarión Frías y Soto las escribió a pro-
pósito del XIX, perfectamente podrían aplicarse al XX. Hay
que lamentar que el autor sólo haya escrito un texto de esta Ín-
dole. en el cual se mostró como un consum ado noveli sta, y de-
dicara sus mayores esfuerzos a la prensa. No obstante, esta pe-
queña obra maestra fue determinante en la formación del men-
tor de los novelistas mexicanos de la segunda mitad del siglo
pasado.
En cuanto a la clasificación de esta obra fuente, de la cual bro-
ta la gran novela corta mexicana, Juan B. Iguiniz la consigna co-
mo nove la realista, R. E. Wamer de plano la ignora y J.S. Brush-
wood escribe el curioso fragmento que a continuación se cita:
\\
~5[3[ mala
Vulcano, de Hilarión Díaz (sic) y Soto, novela única de un pe-
riodista famosísimo. Tal vez no sea correcto llamar novela a
este libro. Es más bien corta, pero el tiempo de la acción y los
cambios de escena, así como la transfonnación de la personali-
dad de la protagonista femenina, hacen que la acción implícita
sea desproporcionada para un cuento. 3
GL
Tema qlariaciones \
para conjeturar que sea original y propio, el cual, publicado en
el Correo de México en 1867 con el tftulo de La novia, fue re-
producido con el que ahora tiene en El Renacimiento . .-
Otros autores incursionaron en el campo de la novela fir-
mando sus obras con pseud6nimo. con sus iniciales o de plano
se abstenían de firmar sus composiciones; Altarnirano, al pre-
sentar como una traducción una obra primeriza suya, hubiera
observado un comportamiento no muy diferente al de los nove-
listas mexicanos que 10 precedieron. Sin embargo, con el paso
del tiempo la hipótesis del historiador de la literatura mexicana
González Peña ha ido perdiendo fuerza; José Luis Martfnez
asienta al respecto:
\1
Istar mata
una mera etapa de aprendizaje. Así, Altamirano enfrenta la no-
vela corta como un hombre ya formado y sólo después de haber
producido una buena novela, Clemencia, se aventura en la forja
de la noveleta. De esta forma repite la trayectoria de Femández de
Lizardi, de El periquillo sarniento a Don Catrin de la fachen-
da , la primera es más importante por su estatu s de novela pione-
ra, pero la segunda está mucho mejor plasmada, y --<le cara al
futuro- se asemeja a una buena cantidad de narradores del siglo
XX que llegan a la .novela corta ya plenamente establecidos
como escritores y se valen del género intermedio para producir
obras redondas, en muchos casos maestras.
La obra novelística de Ignacio M. Altamirano es relativa-
mente escasa, se compone de dos novelas y de tres novelas cor-
tas, amén de un par de fragmentos de novela o, si se quiere. no-
velas cortas no terminadas. Altamirano debuta en la novela
corta con "Una noche de julio", publicada en El siglo XIX en
1870, posteri ormente la llamó "Julia", su título definitivo. Tenía
36 años, estaba - permítase recalcarlo, ya que al paso del tiempo
se ha logrado establecer que la novela es un género propio de la
edad madura, los años medios- en la madurez; En los siguientes
dos años publicó sendas novelas cortas: La navidad en las
montañas (1871) y "Antonia" (1872). A estas tres novelas cor-
tas hay que agregar dos novelas inconclusas: "Beatriz" (1873-4)
y "Atenea" (1889), publicada póstumamente en 1935. En con-
junto, estos títulos -a los que habría que agregar la novela El
zarco (1901)- no representan ni la décima parte de lo que publi-
có; sin embargo, buena parte de la fama y el prestigio del maes-
tro se deben a su obra de novelista y teórico de la función de la
novela en la cultura mexicana. Su trabajo como narrador -sin
duda alguna lo más leído de cuanto escribió- está compuesto
por una obra corta, pero altamente significativa.
\8
lema qBaria¡iooes \
En 1950, Ralph E. Warner no se anduvo por las ramas para
declarar lo siguiente:
~scar mala
Al resolver estos dos problemas, Ignacio Manuel Altamirano
se convirtió en el modelo de los novelistas posteriores. Para él
la novela debía estar di ri gida a las masas y ser básicamente un
entretenimiento, pero con algo más : críti ca, enseñanza, refle-
xión, testimonio. Vistas a más de un siglo de distancia, sus ideas
difícilmente podrían ser más iluminadoras. Citemos un par de
párrafos escritos por Ignacio M. Altamirano en Revistas litera-
rias de México. en 1868:
ID
Tema 1Dariaciones \
Quizás la novela no es más que la iniciación del pueblo en los
misterios de la civilización moderna, y la instrucción gradual
que se le da para el sacerdocio del porvenir. Quién sabe: el
hecho es que la novela instruye y deleita a ese pobre pueblo
que no tiene bibliotecas, y que aun teniéndolas, no poseería su
clave; el hecho es: que entretanto llega el día de la igualdad
universal en instrucción, y mientras haya un círculo reducido
de inteligencias superiores a las masas, la nove la, como la can-
ción popular, como el periodismo, como la tribuna, se rá un
vínculo de unión con ellas, y tal vez el más fuerte.\I
9. Loc. cit.
1I
15[31 mala
frutos de su madurez como narrador, que por desgracia no desa-
rrolló a plenitud debido a otros menesteres. Ciertamente la na-
rrativa le interesaba, al grado de acometió la escritura de otras
novelas o novelas cortas, pero sus múltiples ocupaciones y su
alta concepción del proceso escritural de una novela. del arte
novelístico. no le permitieron proseguir trabajos a los que él
sabía que no les estaba prestando la debida atención. En 1873,
aparecen los primeros segmentos de "Beatriz", obra nunca fina-
lizada; de eJla sólo s~ conserva un fragmento de ocho mil pala-
bras, que rebasa las dimensiones del cuento. En 1889 dio inicio
a "A tenea", también dejada inconclusa; póstumamente. en
1935, e l público pudo leer el fragmento de quince mil palabras.
Quizá el primer título de "Julia" - "Una noche de julio"- se
deba al hecho de que el protagonista, Juli án, le cuenta su histo-
ri a al narrador en una noche lluviosa, seguramente del mes de
julio. El título definito obedece a que la narración gira en tomo
a Julia. una muchacha joven. hermosa. culta y decidida que ti-
nalmente permanece fiel a su amor por Juli án, aunque este se le
revele como algo imposible. Ambos. como la inmensa mayoría
de los personajes protagónicos de Altamirano. son personas
buenas, de una pieza, incorruptibles e incapaces de causar mal a
sus semejantes. Sus antagonistas tan sólo sirven, en las ficcio-
nes del guerrerense, para confinnar la bondad y la solidez de las
figuras principales. "Julia" es un texto perfectamente estructura-
do, con un final acaso un tanto rápido. pero esa rapidez aumenta
el gozo de la lectura. Debido a su dimensión, propia de la nove-
la corta. un género prácticamente desconocido en México du-
rante el siglo XIX, hubo algunos problemas para clasificar y
nombrar a La navidad en Las montañas: muy breve para novela.
muy larga para cuento. Ralph E. Warner no es ajeno a él:
\1
Tema qllariaciooes \
La navidad en las monta,las ha hec ho titubear a muchos en
cuanto a su clasifi cac ión: ¿es cuento. cuento largo. nove la
cona? José Mancisidor, no queriendo presc indir de esta obrita
en su tomo de Cuentos mexicanos del siglo XIX ape la al hecho
de que el Maestro mismo usaba el título Cuelllos de invierno
para obras igualmente largas. El encanto de este cuadro de cos·
tumbres es tal que nadi e qui ere omitirlo. Yo franca men te la
llamo novela. Aunque, a dec ir verdad. son dos novelas ..... u
\J
~sm mala
navidad ... sea una novela corta, aunque escribe así a propósito
de la obra novelística del editor de El Renacimiento: "Todas sus
novelas (de Altamirano) son cortas y la más corta es 'Julia"'."
José Emilio Pacheco, en cambio, la considera una novela corta,
el género al que realmente pertenece, en la presentación antes
citada.
La navidad en las montañas es el texto más popular de Alta-
mirano, en el cual expresa sus deseos de paz y prosperidad para
lodos los mexicanos. por encima de sus diferencias religiosas,.
políticas y sociales, que tantos males le habían causado al pals.
El texto en varios momentos adopta un tono idílico. Sucede el
24 de diciembre de 1871, cuatro años después de la pacifica-
ción de México, tras el triunfo de los liberales. Un soldado y su
criado van por las montañas. El uniformado medita y piensa en
su pasado. en sus navidades de niño y de joven. Encuentra a un
sacerdote español y, venciendo sus recelos, se le acerca. El cura
le da la bienvenida y lo invita a pasar la noche en el pueblo
donde ejerce sus funciones sacerdotales. Altamirano hace una
descripción casi idnica de las actividades propias de la noche
más importante del año para los cristianos, transmite la fraterni-
dad y la paz de la celebración y da un digno remate al texto con
la declaración de amor de dos jóvenes.
La estructuración de la novela debe haber llamado la aten-
ción de sus primeros lectores: los primeros capítulos (sobre
todo el 1, el U y el IlI) son muy breves, en cambio el XI es enor-
me, pues ahí Altamirano describe la cena, los villancicos de
Lope de Vega y cuenta la historia de Carmen y Pablo, los jóve-
nes enamorados. Una de las características de la novela corta es
que se desarrolla en un lapso de tiempo breve. La navidad en
\\
Tem3 ! hriuioles \
las montañas" transcurre en un solo día, más bien dicho un a
sola noche. En ella no faltan las referencias cultas y, repito, el
reiterado deseo de paz y prosperidad para todos los mexicanos a
través de la alianza de lo religioso con lo civil, gran deseo de
Altamirano, que básicamente plasmó una utopía, como bien ha
señalado María del Carmen Millán." Harto conocido es el afán
de Altamirano por crear una cultura autént icamente mexicana.
por crear un nacionalismo cultural. empresa que se convirtió en
el eje de su vida. en este sentido -al contrario de lo que sucede
política, económica y socialmente- el maestro de nin gun a
fonna se sentiría decepcionado.
Desde el punto de vista formal , si bien La navidad en las
montañas primeramente apareció en una publicación periódica.
el Album de Navidad de 1871 , la irregularidad en la extensión
de sus capítulos representa un sano distanciamiento de las técni-
cas del follet(n, que tanto abarataron a la narrativa mexicana del
siglo XIX. A esta sobriedad, consistente en darle a cada aspecto
de la narración el espacio justo y preciso, se suma el tono de re-
posada satisfacción, de austero júbilo que campea en esta nove-
la corta, obra de crucial importancia en nuestras letras. Manuel
Pedro González emite el siguiente juicio con respecto a Ignacio
M. Altamirano:
14. Vfa.se el trabajo de Maria del Carmen Millán, a propósilo de la novela El mo·
nederQ de Nicolás PiUUTO Suárez y "La navidad en ", " Dos ulopías" en Hüro·
ria M exicana, VIII , 2. México, oclubre·diciembre 1957. pp. 87· 206.
\\
~s[ar mala
mayor como maestro, como mentor y como crítico que como
creador puro, por más que su contribución a la novela y a la
poesía diste mucho de ser desdeñable.· ~
IL
Tema q~aria[iones \
maestra de dimensiones intermedias de Ignacio Manuel Altami-
rano, que lo mismo les mostró caminos a los cultivadores de la
novela como a los de la novela corta.
"Antonia" ( 1872) es una noveleta que conformaría la prime-
ra parte de una supuesta novela que Altamirano nunca conclu-
yó. Aunque se trata de un tex.to inacabado, el fragmento que
conservamos refi ere una secuencia narrativa completa, por lo
que es considerado una novela corta. Altamirano la sitúa en un
ambiente rural, en el año 1847, durante la invasión norteameri-
cana y le da un tono jocoso, de burla contra unas tropas mex.i-
canas que entran en un pequeño poblado alardeando de sus
triunfos, cuando en realidad han sido derrotadas, en gran parte
debido a que dictador Santa Anna nombró generales y corone-
les a amigos suyos que poco o nada sabían del oficio militar. El
narrador tiene amores con Antonia, hija de rico campesino,
hasta que un coronel de pacotilla se prenda de ella. la deshonra
y finalmente se la lleva consigo. Altamirano deja traslucir su
nacionalismo ridiculi zando a los pseudo militares y su trasunto,
el narrador, sobre quien pesaba la amenaza de ser convertido en el
tambor del regimiento, se venga del coronelillo tirándole de pe-
dradas que feli zmente dan en el blanco, después huye por el
bosque sabiendo que nadie podrá capturarlo. La máxima virtud
de esta novelita históri ca, que no deja de dar la impresión de
obra in acabada, todavía en proceso, es su ironía. Su rasgo más
característico residiría en su nacionalismo, una de las marcas
tanto de Altamirano como de la novela corta en todo país na-
ciente, que acaba de conquistar su independencia. "Antonia"
fue publicada en El Domingo, de junio, julio y agosto de 1872.
El primer capítulo de "Beatriz" apareció en 1873, en El Do-
mingo; El artista publicó los primeros cuatro capítulos en 1874,
pero estos no forman una unidad, como en el caso de "Anto-
11
Osur mala
nia"; Altamirano nunca los continuó. Con el nombre de "Ate-
nea" se conoce un fragmento de novela que Altamirano ensayó
en 1889 y fue publicado en 1935, casi seguramente por ser obra
de quien señaló rutas a los escritores mexicanos de la segunda
mitad del siglo XIX. Si el maestro prefirió olvidarse de ella,
buenas razones hubo de tener, mismas que debieron ser respeta-
das, ya que el texto de marras nada añade a sus altos valores.
Evitando dispersiones y ciñiendo la escritura lo más posible
a su objeto, Hilarión Frías y Soto e Ignacio M. Altamirano, el
maestro del maestro y el maestro de los novelistas mexicanos
del siglo XIX, autores de obras narrativas muy breves, pero de
crucial valor para nuestra narrativa, lograron la consolidación de
la novela corta en México. Después de sus cuatro noveletas, dos
de ellas novelas cortas ejemplares, se escribió un número
mucho menor de novelas conas en México, sobre todo si com-
paramos la producción posterior a ellas con la habida inmedia-
tamente después a la época de la Independencia, pero la calidad
de las nuevas composiciones aumentó de manera significativa.
Los escritores habían tomado conciencia de que las "noveli-
tas", antaño sólo dignas de aparecer en folletines, muy bien
podrían llegar a convertirse en piezas maestras, en verdaderas
obras de arte.
\!
Tema l Dariacims \
IOI~1 Hojas ~Iálola'
Introducción
\1
-
Considerando que la explicación emblemática es insuficien-
te en la medida en que no da cuenta de la poética del texto, este
trabajo se orienta en un sentido más amplio pues pretende des-
tacar la imagen del hombre que se expresa en la novela de Alta-
mirano, construida a partir de la relación que se establece entre
el ritmo de la vida humana y el movimiento de la naturaleza.
Mijail M. Bajtin (1989:375) desarrolla una amplia y cuida-
dosa tipología de la novela revisando textos narrativos desde la
antigüedad hasta comienzos del siglo XX; según su estudio, un
tipo muy importante de novela se organiza a partir de lo que
denomina cronotopo idílico; este tipo de novela intenta resta-
blecer la antigua concepción de la sociedad fundada en un
tiempo folclórico. El idilio en la literatura presenta, entonces,
una serie de rasgos comunes tales como una especial relación
del tiempo con el espacio en la medida en que hay una fijación
de la vida y de sus acontecimientos a un cierto lugar con todos
sus aspectos. De otro lado, el idilio se limita a algunas realida-
des fundamentales de la vida como el amor, el trabajo, el ma-
trimohio, la comida, etc. consideradas partes esenciales de la
existencia, aunque presentadas en forma atenuada y sublimada
gracias, precisamente, a su elaboración estética. También hay
en el idilio una estrecha combinación de la vida humana con la
naturaleza estableciéndose un lenguaje común para unos y
otros. Aparece así el lenguaje metafórico del idilio.
Tema q~aliacione5 \
puesta por Bajtin. La novela se desarrolla en e l marco de una re-
gión perfectamente definida que constituye un microcosmos li-
mitado y autosuficiente en cuyo seno se percibe una notable
unidad en la vida, tanto de los individuos como de las genera-
ciones. Toda esta situación se encuentl"3. detenninada por la uni-
dad de lugar.
Esquematizando un poco se puede afirmar que La Navidad
en las montañas tiene tres partes más o menos diferenciadas. En
la primera parte, capítu los I al IV, se hace una melancólica des-
cripción de la naturaleza, enlazada con los recuerdos infantiles
y juveniles é1e un capitán, quien funciona como punto central de
la perspectiva narrativa, en relación con las celebraciones navi-
deñas. Al mismo tiempo, se hace una vaga ubicación del prota-
gonista como oficial refonnista perseguido. En la segunda parte,
centrada en la persona de un cura español y que corresponde a
los capítulos V al X, se combin a el discurso progresista con la
alabanza de la vida campesina y la annonía social. Finalmente,
la tercera parte, capítulo XI, se desarrolla alrededor de una
breve pero intensa historia de amor que culmina con los mejo-
res augurios.
La distribución temática, que aparentemente no tiene mayo-
res pretensiones ni demasiadas ""'Complicaciones, adq uiere· un
sentido particular cuando se reflexiona sobre los elementos me-
tafóricos que en lazan las tres partes. En efecto, la melancólica
presentación del atardecer, con la que se inicia la obra, es tra-
sunto del estado de ánimo del capitán; el oficial, a pesar de no
ser cristiano practicante, creció en un ambiente religioso en el
cual los valores y tradiciones familiares se destacaban por enci-
ma de los aspectos puramente ideológicos de los ritos católicos.
La naturaleza se convierte así en precisa representación de la
emotividad del soldado.
Tella 1brillims \
El buen cura refiere a su invitad lo, en ténninos modestos, la
serie de cambios positivos que con el ejemplo, la motivación y
la conciliación ha logrado en la aldea:
11
lor!! Iojasllilora
También se pueden señalar similitudes evidentes entre el ca-
pitán, el buen sacerdote y Pablo pues los tres han asumido el
camino de la vida con sinceridad, persiguiendo unos ideales
que se logran plenamente en el cura y en el chico, quedando
apenas sugeridos en el caso del militar. Igualmente evidentes
aparecen las coincidencias entre el discurso progresista del
buen sacerdote y los ideales por los que lucha el capitán quien
así lo reconoce cuando piensa en la posibilidad de "que un clero
ilustrado y que comprendiese los verdaderos intereses cristia-
nos, viniese en ayuda del gobernante" (p. liD).
La base folclórica del relato se percibe en la reelaboración
de importantes vecindades idílicas tales como la relación entre
el viejo y el niño, representando el inicio y el fin de la existen-
cia, y por ello mismo, la continuidad del ciclo vital. También
aparece, con ocasión de las festividades navideñas, la vecindad
entre edades y generaciones que reafinna la continuidad de ese
mismo ciclo. Del mismo modo las fiestas dan lugar a la vecin-
dad comida/niñf?s/familia, significando la renovación y conti-
nuación de la vida. La estrecha vecindad en la que aparecen el
cura español y unos ancianos indígenas, tío Francisco y tía
Juana -reputados como auténticos, no mezclados-, adquiere en
este caso toda la significación que pretende darle Altamirano
pues el ideal que propone es el de la convivencia y la tolerancia
que genere la armonía para buscar el progreso de la sociedad.
Los viejos indígenas aparecen particulannente significativos en
la noche de Navidad pues en contraste con la ciclicidad del
acontecimiento ellos sir~en para atenuar el lapso del tiempo y
sugerir la eternidad del paraíso natural que se configura en ese
idilio. Otra vecindad propiciada por el autor es aquella en que
aparecen el alcalde, el cura, el maestro y el militar presidiendo
las fiestas navideñas.
i\
Tema ! Daliacioaes \
Se puede percibir con claridad que el autor retoma de la tra-
dición una serie de elementos folclóricos que funcionan como
metáforas del ciclo vital en claro paralelismo con la naturaleza.
Del mismo modo, una serie de elementos significan la continui-
dad de la vida y el ritmo atenuado de la existencia en esa región
centrada en las actividades campesinas. Con todo, Altamirano
agrega, a partir de su intuición creativa, elementos que no son
tan naturales pero que han sido asumidos por la tradición y que
se pretenden exaltar desde una perspectiva liberal. La annónica
coexistencia entre los pobladores logra su máxima expresión en
el respeto y la amistad mutua entre el cura español, consejero,
espiritual, y el tío Francisco, símbolo de la justicia y de la recti-
tud indígena. Esta vecindad indio/español deviene en metáfora
de la conciliación en el texto de Altarnirano. Del mismo modo
funciona la vecindad cura/maestrolmilitarlalcalde:
Tema q~arja[jones \
Sin embargo hay elementos particulares, como por ejemplo, el
contraste evidente entre la simplicidad de la vida de Pablo. tanto
antes como después de su participación en la guerra, con la
complejidad de las convenciones sociales que le impiden a Car-
men aceptar su amor desde el principio. En este aspecto se re-
fuerza la exaltación de la autenticidad tradicional campesina en
contraste con la serie de imposiciones producto de nuevas rela-
ciones sociales, menos auténticas, más alejadas de la naturaleza;
estas nuevas relaciones generan una evidente escisión en la coti-
dianidad produciendo una esfera privada diferente a la esfera
pública que se comparte con todos los miembros de la sociedad.
En el idilio amoroso elaborado por Altamirano la vida se re-
duce al amor totalmente sublimado, al punto de contraponer el
tiempo orgánico, marcado por los ciclos vitales, al tiempo hi stó-
rico. En este caso la Navidad tiene un valor cercano al ciclo na-
tural en la medida que marca un acontecimiento importante
para una comunidad que no tiene conciencia del tiempo históri-
co más que como referencia accidental,
~J
lOrl! Bojas Ilálora
ideas sobre agricultura y horticultura. La metáfora del hijo pró-
digo se hace evidente pues su regreso no produjo más que ale-
gría y el deseo de recuperarlo para la comunidad. El ejército,
aquí, funciona como elemento formador en un sentido positivo.
El encuentro entre el cura español y el capitán en el camino
montañoso, es el preludio del descubrimiento de ese paraíso au-
tosuficiente en el cual se ha convenido la región. Esa especie de
utopía natural congrega a una comunidad perfectamente identi-
ficada con los ideales que les propone el buen sacerdote; al
mismo tiempo son conscientes de la riqueza que poseen en su
tradición y en su cultura, decidiendo conservarla en medio del
orden y de la paz. Personajes fundamentales del relato como el
joven Pablo. la bella Carmen, el maestro o los ancianos indíge-
nas evidencian la unidad de vida de las generaciones. La tran-
quilidad, el sosiego, la armonía, el trabajo y la sana convivencia
que se aprecian en la aldea hacen que se borren las fronteras del
tiempo y que el paso de la vida se señale apenas por los ciclos
naturales que tienen que ver con la vida campesina. Aconteci-
mientos especiales que se inscriben dentro de ese ciclo, como la
celebración de la Navidad, sirven más bien para destacar cómo
la armonía de la colectividad se logra precisamente por esa in-
tegración entre los acontecimientos humanos y el devenir de la
naturaleza.
Bien mirado, el tiempo en que se desarrollan los hechos na-
rrados en La Navidad en las montañas no llega a los dos días:
horas que transcurren entre el encuentro con el párroco y la
despedida del día veintiséis. Con todo, en ese breve lapso el na-
rrador nos da una clara imagen de los tres años en los cuales el
sacerdote español ha estado transformando al pueblo pero tam-
bién sugiere la idea de toda una vida de transcurrir de genera-
ciones y tradiciones en ese privilegiado lugar de las montañas.
TElla llaliaciom \
En escaso día y medio el capitán es testigo de las realidades
fundamentales de la vida del pueblo tales como el trabajo agrí-
cola, la educación, los amores y desamores, la alimentación, el
crecimiento y desarrollo de las generaciones e incluso el matri-
monio. Sólo la muerte parece quedar al margen de este idilio
agrícola. Sin embargo, estas realidades no son presentadas
desde una perspectiva realista o como parte de una monografía
sociológica sino desde una mirada idealista y sublimada que
llega incluso a la melancolía. Como ha señalado Karl Holz,
Tem3 qI3ri¡¡iones \
parte de un clero iluslrado que apoya al gobierno en su larea ad-
ministradora. Señala claramente en su relato la interacción ar-
moniosa entre el gobierno. el ejército, la educación y la iglesia
para impulsar el proyecto de nación mexicana en que se en-
cuentra empeñado.
11
jOlqe iojas ~lálO/a
8iblio~rafja
Ahami rano. Ignacio Manuel. El Zarco. La Nal/idad en las montañas. 18a. ed.,
Introducción de María del Carmen Millán . colección "Sepan cuantos ..," No.
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Yáñez. Mi rta (ed.) La novela romántica latinoamericana. Serie valoración múl-
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11
TIma ! lari¡¡iom \
lA ClASf HfOlA fH On/LE y[OCH/HO'
- 11
res será la lámpara de aceite, el quinqué, o una simple vela: de
ahí el predominio del blanco y negro en sus imágenes, los con-
trastes, los medios tonos. Hoy un autor como José Tomás de
Cuéllar es prácticamente desconocido entre las nuevas genera-
ciones; sin embargo, los grupos sociales económicamente más
favorecidos de su época -burguesía, pequeño burguesía y capas
medias- conocían y valoraban de manera positiva la producción
dramática y literaria de Facundo. Era una etapa aún muy inesta-
ble con predominio de traiciones y asonadas, guerras e invasio-
nes; un pueblo cansado de tanto 'borlote' exigía paz y fortaleza
de las instituciones republicanas. La pax porfiriana colma las
aspiraciones de las clases dominantes pero agudiza serias con-
tradicciones que estallarán a principios de siglo. Entre estas eta-
pas y a finales del siglo XIX se proyecta la obra de Cuéllar.
El reconocimiento de una obra artística se enfoca desde un
ámbito cultural y literario. inmerso en determinados gustos y
preferencias estéticas. El proceso de institucionalización, el
'pleno' éxito de la obra definido por su publicación en otros
países y la traducción a otros idiomas de hecho prefigura sínto-
mas declinatorios, sin que sea una regla. Aunado a estas condi-
ciones 'naturales ' un nuevo grupo literario, con una reciente
moda estética, descalifica o cancela a la narrativa anterior. Este
novedoso movimiento se constituye y se fortalece contra lo que
antecede, dependiendo de la etapa de institucionalización en
que se encuentre el 'viejo' proyecto. Estos parricidas borran
todo vestigio de la 'antigua' narrativa y se erigen como inaugu-
radares de una nueva tradición.
En el caso de autores del siglo XIX como Cuéllar ¿son válidos
los asertos anteriores? ¿Es su presencia en manuales e historias
de la literatura, donde se regi stra su existencia y transitoriedad
en fichas biobibliográficas que ocupan un párrafo, auténticos
1\
Tema qllaJiaciones \
epitafios? ¿Qué medidas tomar frente al huracán de la posmo-
dernidad que convierte en estatuas de sal a los que miran hacia
atrás y descalifica a otros llamándolos emisarios del pasado? La
supuesta originalidad de best sellers condimentados con una
cucharada costumbrista, y aderezados con una pizca de roman-
ticismo, verdaderos cocteles, hoy devienen atractivas mercan-
cías que se adecuan a leyes de la oferta y la demanda. ¿O será la
investigación de manuscritos, diarios y revistas de la época, ta-
reas para especialistas y la cátedra universitaria?
¿Son "clases medias" las capas sociales que retrata Cuéllar
en su obra? Para Guillermo Prieto, amigo y prologuista de Fa-
cundo, no hay duda: son los sectores intennedios que se rozan
con la 'clase ínfima y la alta'. Esta opinión la comparten críti-
cos y escritores de esa época y aún de la nuestra, y pareciera no
existir la menor duda respecto a la presencia de estas "clases
medias" en las novelas de Facundo. No compartimos del todo
con dichas aseveraciones y expresamos más adelante un punto
de vista particular. ¿Cuéllar inaugura una tradición al enfocar su
lente de sombras chinas a estos sectores urbanos? Creemos que
sí. Será Cuéllar quien recree la personalidad y características de
estos sectores urbanos. Sus protagonistas pertenecen a la peque-
ña burguesía en transición que está impulsando la transfonna-
ción de] país, la que ha tenido el privilegio de asistir a la escuela
y, a decir de Justo Sierra, quienes Utenía(n) lleno de ensueños el
cerebro, de ambiciones el corazón y de apetitos el estómago ..." .
El positivismo fortalecerá los sueños y ambiciones de estas cIa-
ses en ascenso.
En este marco social con ideas de progreso a toda costa no
será difícil que Cuéllar y sus contemporáneos se afilien a la es-
tética del romanticismo, con adaptaciones, matices y divergen-
cias del francés representado por Víctor Hugo. En México, esta
!zeqliel maldoaado
modalidad, importada de España, se llamará costumbrismo con
una primera omisión: el grotesco. Mariano José de Larra y Me-
sonero Romano serán influencias detenninantes en el costum-
brismo de Cuéllar.
Las novelas de Cuéllar agrupadas bajo el nombre genérico de
La linterna mágica, escritas entre 1871-1872 (la. época) y 1889-
1892 (2a. época), se insertan en una etapa peculiar de la historia
mexicana: el porfiriato y en una corriente de pensamiento que
domina la época, el positivismo. Porfirio Parra, discípulo de Ga-
bino Barreda, intelectual en crisis cíclicas ante un pasado indíge-
na "que aborrece", un presente aún turbulento y un futuro sin
perspectiva, percibe agudas contradicciones sociales y ..... en-
contrados caracteres, propios de las épocas de crisis, (... ) teatro
de desencadenada tempestad, que destrozar amenaza las delica-
das flores de la moraL .. ' El disfrute del ocio permite a estos in-
telectuales orgánicos tales divagaciones y, por ende, una crisis
existencial pennanente. Coartada eficaz que reivindica riquezas
acumuladas por la clase en el poder y su vínculo con el ocio: vir-
tudes que propician una adecuada atmósfera moral y .. hace(n)
posible que (el poderoso) pueda pensar en el bien de la humani-
dad; el ocio hace posible que el rico pueda preocuparse por el
presente y el futuro de otros". Los 'otros' son los mendigos, los
pelados, los sin techo: los pobres. Su visible presencia en ese
"teatro de desencadenada tempestad" permitirá la práctica al-
truista, la realización de obras de beneficencia, la distribución
equitativa de la riqueza ... sobrante.
No bastan estos discursos, se requiere una 'Teoría del orden
social' entre cuyos preceptos destaquen las relaciones entre su-
Tema qUaria¡iones \
periores e inferiores. Una teoría que determine el lugar que ocu-
parán los hombres en sus respectivas relaciones sociales: a unos
les corresponderá dirigir y a 'los otros' obedecer; estos 'otros' o
inferiores no poseerán sentimientos más elevados que los de ve-
nerar y sentir gratitud hacia los benefactores de la humanidad.
La teoría del orden social, en su práctica, se combina con el ca-
bildeo nacional e internacional. Condecoraciones, premios, adu-
lación sin límite hacia el benefactor principal y amigo de los
obreros mexicanos, Su Majestad Porfirio Primero.
Estamos pues inmersos en una concepción del mundo que se
desplaza a lo largo y ancho del territorio mexicano, que se ubica
en un medio social determinado: una conciencia social opresora
con una teoría medianamente armada, con préstamos comtia-
nos, justificatoria del orden establecido al través de "mecanis-
mos prácticos de autoafirmación ( ... ) mientras que la conciencia
social de los oprimidos está enfrascada casi permanentemente
en una conducta sumisa ante una situación considerada como a-
jena e inmutable".l Dos visiones del mundo. dos percepciones
vitales distintas, aparentemente, pero que tienden "a concentrar-
se en tomo del estilo de vida de la clase dominante en forma su-
peditada".
Ya desde la época del joven novelista Juan Díaz Covarrubias
existen inquietudes sobre la presencia de las clases medias en la
sociedad mexicana. En su novela La clase media (1858) Díaz
Covarrubias describe a 'una clase media virtuosa pero sin espe-
ranza' y, a decir de Brushwood, en esa novela se da la impre-
sión de que la salvación de México depende de que se rescate a
la clase media. Esa aspiración, 'el rescate'. será un leitmotiv de
71
uellie! maldmdo
los regímenes pos revolucionarios e instrumento ideológico para
preservar la estabilidad del capitalismo mexicano.
En el prólogo a la edición española de La linterna mágica
Guillermo Prieto caracteriza al México de fines del siglo XIX
como una 'sociedad en formación ' y la estratifica en tres nive-
les: ..... en la clase ínfima los hábitos son repelentes y difíciles
de sacarse a luz, aun embellecidos por el arte; en la clase media
impera la anarquía y se verifican transformaciones constantes ; y
la clase alta se compone de agregaciones variables, muy difíci-
les de caracterizar" . ~ Metido a sociólogo, Prieto define adecua-
damente a la sociedad mexicana 'en formación ' de su época y a
una 'clase media (donde) impera la anarquía y se verifican
transformaciones' . Un estudio reciente sobre la novela latinoa-
mericana del siglo XIX destaca a los personajes de Cuéllar
como miembros de "una clase media baja de la Ciudad de Mé-
xico".4 Caracterización que revela la ausencia de rigor pero tam-
bién la dificultad en el análi sis de capas sociales inestables,
transitorias y declinantes.
Angel Rama, en un extenso y documentado estudio. resalta
la presencia de una clase media que ha ido formándose bajo la
divisa porfirista 'poca política y mucha administración' y que
" ... esa misma divisa regía el crecimiento discreto de la clase
media que, durante un largo y oscuro periódo de fines del XIX,
se amparó de las posibi lidades de desarrollo que concitaba la
paz porfiriana".' Rama se apoya en la célebre entrevista que
Porfirio Díaz concede a James Creelman en 1908 y donde el
Ji
Tema qIlria¡ims \
viejo militar e improvisado sociólogo, a decir de Rama, caracte-
riza a una ' naciente' clase media. "México tiene hoy clase
media, señala Díaz, lo que no tenía antes. La clase media es,
tanto aquí como en cualquier otra parte, el elemento activo de la
sociedad. Los ricos están siempre harto preocupados con su di-
nero y dignidades para trabajar por el bienestar general ( ... ) y
los pobres son ordinariamente demasiado ignorantes para con-
fiarles el poder. La democracia debe contar para su desarrollo,
con la clase media, que es una clase activa y trabajadora, que
lucha por mejorar su condición y se preocupa con la política y
el progreso general" ,6
En esa 'sociedad en fonnación '. mencionada por G. Prieto
en referencia a la inestabilidad de capas y sectores sociales, las
dudas se acrecientan cuando un historiador, De la Torre Villar,
caracteriza la heterogeneidad de la población urbana y rural
del porfiriato " ... pero distinguíase ya la clase media. Con dife-
rencias económicas notables. la clase media constituía la ma-
yor parte de la burguesía mexicana y de ella provenía en su
mayor parte el sector ilustrado, los intelectuales que tenían
grandes ambiciones de mejoría social y económica (. .. ) La clase
media obligada a la convivencia, realizaba esfuerzos increibles
para aparentar una situación bon"ancible y merecer el calificati-
vo de ' decente'''. l Ante aplastantes evidencias no cabría sino
aceptar la presencia de esas 'clases medias ' como un hecho
irrebatible, tanto en la literatura como en nuestra historia.
Andrés Malina Enríquez tiene una opinión distinta. En prin-
cipio, niega la existencia de dichos sectores ..... . no existen en
nuestro país las clases medias propiamente dichas, es decir, c1a-
¡¡eqDiel Wal~ODa~D
ses medias propietarias. pues los mestizos. directores, profesio~
nistas, empleados y ejército, no son en suma sino clases que vi-
ven de las trabajadoras, y por lo mismo privilegiadas también.
Los mestizos rancheros, son los únicos que pudieran llamarse
clase media, aunque son en realidad, una clase baja trabajadora.
Clases medias propiamente dichas, no existirán hasta que la divi-
sión de las haciendas, ponga un grupo numeroso de mestizos pe-
queños propietarios, entre los extranjeros y criollos capitalistas,
y los rancheros e indígenas de las clases bajas ...• Similar posi-
ción maneja el sociólogo norteamericano Nathan L. Whenen que
ubica la aparición de las 'clase medias' bajo el impacto revolu-
cionario y las diversas refonnas sociales que de éste surgieron.
Especialistas en la obra de Cuéllar como Belem Clark verifi-
carán la pertenencia de los diversos protagonistas a la clase
media o a la media baja. En el caso especifico de Baile y cochino
considero que Jos personajes se afilian propiamente a la peque-
ña burguesía en transición. El coronel, anfitrión de la célebre
fiesta, no habita un modesto hogar clasemediero: un corredor
con macetas, 'ante sala y comedor donde pennanecen los hom-
bres', sala y una pieza contigua a la sala; en los 'dominios de la
cocinera (permanece) una tribu de fregatrices'. Las tres niñas
"que se bañaban en la Alberca Pane los más días, porque las
tres lo necesitaban (y) los tres novios que también se bañaban
en la Alberca Pane sin necesitarlo". Ninfas y tritones aborda-
ban los 'carros de verano del circuito de baños' en su ruta a los
Pane como podrían hacerlo las familias 'decentes' de la época:
los Díaz o los Limantour. Si bien Cuéllar describe los 'apre-
mios' de estas tres niñas 'pobres' ante las exigencias de la
10
Teml qDlril[ioleS \
moda, sus aficiones no son propiamente capamedieras. Otro
personaje que describe Cuéllar minuciosamente es Venturita :
calza bolitas a la última moda, coloca una de ellas "sobre el
mármol de su tocador, dejándose caer sobre una góndola de
seda encarnada ...". Venturita no ti ene necesidad de trabaj ar,
posee una cuenta de crédito en La Sorpresa gracias a la bondad
del cuñado.
Cuando Don Ju sto Sierra califica como burguesía a oficiales
y periodistas, tribunos y mini stros liberales vencedores en la
Reforma Constitucional del país, y los delimita bajo el concepto
"Clase media de los Estados", amén de trasladar mecánicamen-
te un concepto forjado en Europa, se está refiriendo a esa pe-
queña burguesía en transición que bajo la sombra del porfiriato
alcan zará un elevado desarrollo. Sectores que se les ha dado la
"denominación económica de pequeña burguesía" y que inclu-
yen a estos oficiales y periodistas, "a los pequeños capitalistas
de la ciudad y del campo que viven principalmente de explotar,
en escala reducida, el trabajo ajeno y no de su propio rrabajo".'1
Recuérdese que en esa etapa la industrialización no llegó a ser
un componente principal en el crecimiento de las fuerzas pro-
ductivas nacionales lo cual repercute en una estructura social
mucho más heterogénea que la de hoy.
En Baile y cochino ... los protagonistas no sólo imitan de
manera grotesca las costumbres burguesas -bailables como las
po/kas y danZlls, atuendos del tipo salida de tea tro y tápalos. y
las modas de la época: jaulas de va ras y cintas 'para abullar a las
señoras'- sino todo el convencionali smo social dictado por el
Carreña de su época en su Manual de Urbanidad y buenas cos-
1I
tumbres; con la 'sutil ' diferencia en la calidad de los bienes
materiales y el 'refi namiento' propio de los sec tores poderosos.
Varios de los invitados son 'rentistas' y niñas y señoritas viven a
costa de señores de elevada posición social. Las 'clases medias'
a que alude Porfirio Díaz poseerían cierto nivel educati vo, cono-
cim iento técnico o capacidad admini strativa, atributos de los
que adolecen pollas y pollos de Baile y cochino ... esmerados en
una ex.trema frivolidad, un acentuado arribi smo y un manejo de
las apari encias hasta. que 'muestran el cobre' . El desarrollo del
capitalismo en nuestro país requiere de esa fuerza de trabajo ca-
lificada que, en el porfiriato, resulta muy escasa y que está prin-
cipalmente en manos de técnicos y administradores extranjeros.
Con la Revolución de 19 10 se destraban las amarras que propi-
cian un elevado desarrollo del capitalismo en nuestro país.
Cuéllar en Baile y cochino ... recrea un atmósfera inusitada
para su época, un auténtico reventón que está a punto del dege-
nere; pero, al fin al, el autor 'reprime ' su pluma y enmienda los
malos pasos que lo arrastran al vacío. Prevalece una concepción
del mundo, su mundo, que lo inhibe y le impide tales excesos;
también está alerta el magisterio de los Altamirano y Ramírez
que pacientemente han predicado las bondades de la literatura
didáctica, no la del relajo. Está fresca aún la tinta con que Alta-
mirano escribe sobre la inmensa utilidad de la literatura y de
"sus efectos benéficos en la instrucción de las masas". El secan-
te delinea los últimos rasgos donde señala el fondo vi rtuoso de
la literatura ya que "Lo contrari o hace mal, corrompe a una ge-
neración y la hace desgraciada, o por lo menos impulsa a come-
ter desaciertos que son de difícil enmienda".
81
Tem¡ q~31i¡[iones \
HR[IR UHR [SlfTI[R D[l TRRU[STlSHO
-
Rl
comprenden desde la ascensión de Santa Anna al poder y la
instauración de la República Restaurada, hasta el arranque del
Porfiriato, por mencionar solamente los acontecimientos más
importantes de esos decenios. Durante ese periodo será funda-
mental, también, el desarrollo de la literatura como un instru-
mento de reinvención y reflexión nacional. Al igual que su
maestro Ignacio Manuel Altamirano, Cuéllar estuvo convenci-
do de la necesidad apremiante de una "educación moral" y de
la conformación de .un sentimiento nacionalista. Por otra parte
--e imbuido de las ideas positivistas en boga-, así como de la
lectura de Larra y Mesonero Romanos (entonces tan leídos en
nuestro país), Cuéllar se convierte en una especie de pintor de
cuadros dinámicos de una sociedad en transición.
La Reforma, como lo han señalado múltiples historiadores,
fue el periodo en que se propiciaron las condiciones para el a-
sentamiento de la burguesía mexicana. Fue igualmente el lapso
en que surge además la clase media (y media ilustrada también)
que aspira a los aires de la democracia, la educación y, final-
mente, el poder. Son, por lo demás, momentos de decadencia de
la moral en uso, porque cada peldaño histórico implica la edifi-
cación y pérdida de ciertas virtudes colectivas.
José Tomás de Cuéllar pertenece a una clase media ilustrada
que sueña con una sociedad más libre y más rica, que desea -al
igual que un siglo después- construir un país en función del mo-
delo industrial de los países europeos ... aunque preservando mu-
chas costumbres nacionales. En ese afán de utopía y nostalgia,
de conquistar el porvenir desde el barro mestizo, se empeñaron
Facundo y su generación. Y en ese panorama, ya avizorado por
los pinceles de José María Velasco, la literatura sería -a juicio
de este grupo optimista- uno de los instrumentos para convertir
a ese pueblo ávido de ilustración.
Tema qVariacioDes \
En la novela de costumbres encontró Facundo el vehículo
adecuado para exhibir los males sociales y mostrarse como
civilizador de las costumbres. El interés de Cuéllar por el com-
portamiento de las diversas clases sociales, y su pasión por el
dibujo y la entonces deslumbrante técnica fotográfica. lo colo-
caron como un observador -que se quiere imparcial- de todos
los mundos y submundos de todas las clases sociales. De ese
modo nos legaría sus mejores retratos, particularmente de la
clase media con aspiraciones. Y será precisamente en el retrato
de lo cotidiano -hay que atender sus palabras- donde se en-
cuentra la importancia de su obra:
1\
IIlnn ¡slell TreniDO ¡Ircil
propia y el de alcanzar un desarrollo "a la manera occidenta)",
es de la que se ocupará su autor en las novelas de LA linterna
mágica . En ese sentido es que nos hemos propuesto anaJizar
esos aspectos. pero a través de una de las manifestaciones mejor
descritas en su obra: el travestismo.
En Baile y cochino, por ejemplo, resulta notable la importan-
cia del vestuario. Los cuadros más vívidos y mejor logrados se
refieren al vestido, al traje como prolongación de la imagen de la
sociedad. En esta o~ra se prepara el escenario para que un grupo
de hombres y mujeres se transforme con ayuda de la moda.
El travestismo se entiende generalmente como la tendenci~
que tienen ciertas personas a usar vestidos del sexo opuesto. Al
hablar de travestismo en Cuéllar nos referimos a un concepto
mucho más amplio que el contemplado por el sicoanálisis freu-
diano, porque en su sentido original, "trans" significa "del otro la-
do". Así travestismo sería también ponerse vestidos "del otro
lado" de nuestra realidad, interpretando ese "otro lado" sin la
connotación de sexualidad pervertida, sino como aquello que no
es originalmente nuestro, que nos viene de fuera, que no nos
pertenece, que imitamos y en consecuencia convertimos en
máscara y disfraz. Para Cuéllar la influencia de la moda extran-
jera defonna y enmascara nuestra personalidad, la denigra con
la imposición de una imagen externa.
Tema q~aria[iones \
blar y de expresarse; un estilo peculiar de vestirse que los dis-
tinguiera de la gente común. El vestido es "una prolongación de
la piel, un medio para definir el ego socialmente",2
Para los personajes de Facundo, hablar y vestir de cierta ma-
nera significa el acceso posible a un ámbito social al que no se
pertenece. Para su creador en cambio, la apariencia pierde al
hombre porque el lujo de la moda lo conduce a la vanidad y a la
mentira. Sín embargo, la importancia del vestido en los cuadros
de costumbres de la sociedad decimonónica desc rita por Cué-
llar, adquiere una dimensión mucho más profunda y compleja
porque muestra con fidelidad a una sociedad cuya identidad na-
ciente no lograba vencer aún el atávico malinchismo.
A juicio de José R. Benítez, el siglo XIX es el más impor-
tante para la historia del traje en México ya que con la indepen-
dencia se alcanzó la libertad de vestirse de acuerdo con el gusto
personal; aparecieron las primeras prendas que originarían los
trajes típicos de la expresión nacional, al tiempo que la naciente
clase media, en su aspiración de formar parte de la élite, se con-
vierte en esclava servil de la moda francesa que en el último ter-
cio del siglo XIX monopoli zará el gusto de las clases sociales
acomodadas y finalmente, es hasta esta centuria cuando se co-
mien zan a vestir las clases populares, que durante el Virreinato
habían permanecido prácticamente desnudas.,l
Las transformaciones de las costumbres en el vestido de una
sociedad no son sino el reflejo de los cambios socio políticos y
culturales que en ella se dan . Unos años antes del derrumba-
miento de Santa Anna las pasiones exacerbarán las di visiones
81
lima hiela TlEOiño ¡mia
entre conservadores y liberales; estas tendencia s afectarán al
traje, que comenzará a usarse de acuerdo con las ideas políticas.·
Sin embargo, las manifestaciones políticas por medio del
vestido no son un invento de la Reforma, ya se habían dado du-
rante el Primer Imperio, estableciendo así una tradición.
En esta sucinta revisión histórica nos percatamos de la im-
portancia del vestido y el adorno en el siglo pasado y compren-
demos su trascendencia en las novelas de Cuéllar: estamos ante
una sociedad desnuda que necesita cubrir sus carencias con exa-
geraciones externas, que se debate en la paradoja del vestido
para mostrarse y esconderse.
La clase media de las obras de Facundo, desea vestirse como
si estuviera en París y lucir sus galas por la calle de Plateros y la
Calzada Reforma. La moda de imitación parisina se irá acen-
tuando hasta convertirse durante el Porfiriato. en el sello distin-
tivo de las clases privilegiadas.
Para el autor de La linterna rruigica, el lujo corrompe a la
mujer, a la sociedad; las buenas costumbres se relegan porque lo
importante es vestirse bien y asegurar un sitio en la escala so-
cial. Detrás de la levita, el vestido de seda, las botas y el polizón
que amenazan la moral y las costumbres, se evidencia el ascen-
so y la movilidad de la clase media.
En las novelas de José Tomás de Cuéllar, se transforma la
fi sonomía de la ciudad de México y también se modifican las
estructuras sociales; la mujer deja de ser modesta, humilde y
sumisa para convertirse en prostituta, en objeto de consumo; en
Tema qhrj¡¡juReS \
un ser que ostenta tras la moda y los afeites su degradación.
Para los personajes de Facundo, ir a la moda oculta la pobreza,
la fealdad, pero tras los velos de la apariencia el hombre se des-
elasa y pierde su identidad. Además del vestido, Cuéllar se
ocupa del calzado y los afeites, elabora una estética mediante la
cual se encubre una ética y una ideología.
Para los protagonistas de las novelas de Facundo, el calzado
y los afeites se convierten en armas de seducción; para Cuéllar
estos objetos degradan, prostituyen, ocultan la procedencia de
clase que tras el ropaje y el calzado disfrazan un deselasamien-
too Se disfraza el que usa guantes, la qu; ciñe la cintura con un
corsé, la que se cubre de polvos lo trigueño de la cara, la que se
calza con botines "la desgracia de un pie sin gracia".
Cuéllar condena la irrupción del lujo y la moda extranjera
en las costumbres de una clase que, a su juicio. debe permane-
cer inamovible. También evidencia un racismo -su racismo-
que pretende mantener una estratificación clasista que se desea
inmutable.
lB
TeJla llari¡¡iom \
una sociedad preocupada por instaurar urgentemente una moral
estable- se da a través de esta parte del cuerpo (recordemos las
descripciones de las Machucas y de las hijas de la señora del
curial, entre otras).
El simbolismo del pie sólo se entenderá en comparación con
su correspondiente geométrico opuesto: la cabeza. Ambas par-
tes establecen los límites del cuerpo; la cabeza constituye el
punto más alto del mismo; como vértice superior se suele asimi-
lar a la esfera de totalidad y por su forma de bóveda y su fun-
ción de centro espiritual, el cráneo se asemeja con frecuencia al
cielo. La cabeza será, en consecuencia, manifestación de las
cualidades y aspiraciones más elevadas del hombre; aquéllo que
de divino y espiritual tiene se encontrará en estos límites supe-
riores (la cabeza apunta al infinito).
A estas cargas sígni cas trascendentales ha respondido el
sombrero en sus diversas modalidades a través del tiempo. En
efecto, el sombrero no sólo posee un valor utilitario sino que re-
viste toda una carga ritual y semántica-cultural.
El cuerpo tiene una composición geométrica exacta, todas
las figuras geométricas hallan su correlación en algún miembro,
de tal modo que, si en la cabeza encontramos una figura circu-
lar (análoga a la visión directa d~ la bóveda celeste) en los pies
encontraremos cuadrados. El pie fue hecho a imagen y seme-
janza de la tierra, representa por lo tanto el vínculo con lo terre-
nal y lo corruptible, el camino a las pasiones humanas; el pie es
por ello un símbolo erótico por excelencia, representa la por-
ción inferior del cuerpo que origina los malos pensamientos y
los deseos sexuales. Por otro lado, el pie ha tenido siempre con-
notaciones semánticas de suciedad (por ser 10 que se arrastra, lo
que toca el polvo, lo que se dirige al centro de la tierra, al in-
fierno) pero y fundamentalmente porque es el miembro más
II
Blma ¡¡lela Tleoiio ¡altia
alejado de nuestros centros vitales y superiores (corazón y ca-
beza). El calzado tendrá, en consecuencia, significaciones mo-
rales, religiosas, y hasta políticas, como se comprueba en Baile
y cochino.
No es fortuito, entonces, que Cuéllar dedique buena parte de
sus retratos a la estética del calzado y hasta elabore toda una di-
gresión filosófica (Venturita y sus teorías sobre el zapato).
Un testimonio de la correspondencia que hay entre el pie y
el erotismo, la traza e.l autor cuando habla de la relación de En-
riqueta con su ropa en genera]6 y su calzado en particular:
6. Uno de los mejores cuadros de Cut llar se encuenua en la descripción del cre-
púsculo que se refleja en el vestido de Enriqueta. Ver cap V. p.285. El gusto de
Enriqueta por el traje y el adorno reviste una gran sensualidad: "los sentidos de
Enriqueta estaban cogidos por una gran caricia mundana".
Tema 1Dariacims \
cuadros de la novela.' Tal vez a esto obedezca, la omisión del
nombre de varios de sus personajes femeninos; en uno de sus
mejores retratos, Cuéllar se refiere siempre a "la mujer del cu-
rial". A este personaje 10 transforman el vestido y el maquillaje;
ambos aparecen con poderes generadores de belleza y de amor
por un lado (el compadre Gabriel se enamora de ella, y "vamos,
era cosa que el mismo curial con todo y llevar tantos años de
casado, encontró algo de nuevo en su mujer") y de ignominia y
deshonra por otro ( el lujo y el aspecto provocativo que prelu-
dian el engaño).
El uso del maquillaje dará el marco apropiado para hacer la
crítica de una sociedad que ¡nconforme consigo misma, se des-
precia. desvalorizando -en la imitación europea- su propia
condición:
8. Los vestidos de la señora del curial y los de las pollas Isaura, Rebeca, y Nata-
lia.. . eran de muy distinto carácter, por aquello de que el hombre pobre "todo es
trazas" nos dice Cuéllar.
9. "El diablo del lujo es por lo general quien se encarga de la zambullida desastro-
sa", nos dice Cuéllar en el capítulo V.
Tema ! Dariacims \
no tanto así, que el baile mismo se constituye en escenario
donde actuará corno personaje principal el travestismo. En esta
obra se da, a nuestro jucio, una alegoría de los preparativos de
una representación teatral; tras bambalinas los personajes-acto-
res están cortando, cosiendo, alquilando vestidos, trajes ajenos a
su cotidianidad que les servirán para su representación, para
dejar de ser -momentáneamente- lo que son. Es el trastoca-
miento de la realidad y de los papeles asignados que encuentra,
por otro lado, su correspondencia en el espacio del baile, de la
fiesta, del carnaval.
En Baile y cochino todo el mundo conoce a las Machucas,
son el punto de atracción de diversas clases sociales. Las Ma-
chucas además de representar un tipo social, son el blanco del
exq uisito humor de Cuéllar y -sobre todo- el paradigma del tra-
vestL IO Su encarnación misma, a eso deben su fama. Se constitu-
yen, asimismo, en un símbolo: el de la máscara y la apariencia,
el del actor, son la encamación de la hipocresía. de la moda y el
lujo:
Tema qB3Iiaci0De5 \
sin embargo, en nuestro país se manifestó con una característica
propia: la exageración. Mientras que para 1866 en París se extin-
guía la crinolina y los vestidos altos, aq uí cada día eran más la r-
gas las colas y las campanas de los vestidos:
Tema q Daria[iones \
Pero el ritual del travestismo tiene otro fin que rebasa el de
la sola transformación: hay que mostrarse y para eso están las
plazas y los bailes. El mundo desfila , alardea de una imagen
prefabricada, ideal, de lo que quisieran ser, o lo que es peor. de
lo que no se es; es el desfile de una esperanza y una desilusión:
IBU
Tema q~alia[ioDe5 \
Of lA OUf UHA Ufl fUf
Beqoña 8rlela'
.. .la luz viene del cie lo. por decirlo así, pura y diáfana; parece
como que uno pudiese locar las estrellas con la mano: tan bri-
llantes se destacan sobre e l fondo de intenso azu l. Vagando por
México en noches semejantes. al ver destacarse atrevidamente
los nítidos contornos de la torre y del templo con su fonna y
aun su color, casi tan brillantes. aunque más suaves que a la luz
del mediodía, a menudo me he sentido tentado a decir que el
claro de luna que hay en nuestra patria... no es si no obra de se-
gunda mano, comparado con éste.
Brantz Mayer
-
101
trada de los ejércitos triunfantes y la salida de Jos derrotados.
Los actores de la Historia aparecían y desaparecían , por cortas
o largas temporadas, o definitivamente, de la ciudad. Las intri-
gas políticas se sucedían una tras otra, y formaban la historia
de los grandes acontecimientos. Paralela a esta "Historia", se
desarrollaba la vida diaria en la que, los habitantes de la ciudad
observaban los acontecimientos, la gran mayoría como espec-
tadores; en ocasiones con un poco o mucho de espanto. Según
el caso, se refugiaban en sus casas durante algunas horas o al-
gunos días. Aquellos a los que les era posi ble, salían de esta
ciudad, en tanto pasaba el peligro, después regresaban a recibir
co n regocijo la llegada de los vencedores que venía aparejada
de ce lebraciones y festejos. Este grupo de personas anónimas,
protagonizaban. a su vez, aun sin conciencia de ello, un papel
fundamental en la historia social ; en esas personas se reconocen
los hábitos, los gestos, modelos y maneras de actuar que dotan
de personalidad específica a un lugar, que se convierte a su vez
en protagonista como fue el caso de la ciudad de México.
Ciudad llena de colorido, de contrastes, de tradiciones,
asombró a los extranjeros que durante su estancia en ella, deja-
ron algún relato escrito de su experiencia en una sociedad dife-
rente a la suya; y en el que destacan en muchas ocasiones las
costumbres de lo que es diferente de las sociedades de sus paí-
ses de origen, ya sea para alabar o criticar. Sus escritos comple-
mentan la visión que de la ciudad de México y de sus habitantes
tenemos a través de los autores mexicanos de la época, entre cu-
yos mejores exponentes están Guillermo Prieto y Manuel Payno.
¿Quiénes eran estos visitantes, y a qué venían? Una vez con-
sumada la independencia de México, este país se convirtió en el
centro de atención de comerciantes, inversionistas, científicos,
aventureros, políticos y diplomáticos, a quienes les había sido
111
T¡m¡ qI¡ri¡¡ims \
difícil entrar en lo que fue la Nueva España. La nueva nación
les abrió las puertas para iniciar un intercambio, sobre todo co-
mercial, con la que había sido la colonia más rica de España, a
pesar de que la situación política y económica muy pronto se
tomó caótica, debido a la inestabilidad provocada por las luchas
internas, ideológicas y de poder, aunado esto a invasiones ex-
tranjeras, no dejó de ser un país que interesaba en el extranjero,
por diversos motivos. Muchos de ellos dejaron un testimonio de
varios aspectos de una sociedad como la mexicana, aunque en-
fatizando los temas que para cada uno de ellos era prioritario
destacar.
Para darnos una idea de cómo era la vida en la ciudad,
hemos escogido a cuatro autores de diferentes nacionalidades,
que escribieron sus libros en el período que comprende de 1839
a 1850. La primera, la Señora Calderón de la Barca,' que de sol-
tera llevó el nombre de Frances Erskine Inglis. Era originaria de
Edimburgo, Escocia, de donde emigró a los Estados Unidos.
Ahí conoció y se casó con don Ángel Calderón de la Barca,
quien fue nombrado primer ministro plenipotenciario de España
en México, al reanudarse las relaciones diplomáticas con ese
paCs. Llegó el 18 de diciembre de 1839 y permaneció en México
durante dos años y veinte días. Brantz Mayer/ norteamericano,
estuvo en el país en calidad de secretario de la Legación Nortea-
mericana; llegó a México el 12 de noviembre de 1841, en
donde permaneció hasta noviembre del año siguiente. Carl Bar-
IUl
leqU¡i Hrteti
tholomae us Heller,' originari o de Moravia, que en aquella época
pertenecía a Austria, visitó México con un misión determinada:
e l estudio y la recolección de ejemplares de plantas americanas
vivas. Permaneció en e l país de 1845 a 1848. Y por último Carl
Christian Sartorious,~ alemán , quien vino como , empleado de
una compañía minera en 1824. Se estableció en México y com-
pró una hacienda para el cultivo del azúcar en Huatusco, Vera-
cru z, regresó a Alemania en 1849 y dio una serie de conferen-
cias con e l fin de animar a sus paisanos a formar una colonia en
México. Con esas conferencias escribió su libro. Regresó ,3 Mé-
xico, donde murió.
Hacia 1850 se calcula que la ciudad tenía aproximadamente
200 mil habitantes. población que se mantuvo más o menos es-
table en e l período del que nos ocuparemos. Los relatos conoci-
dos como relatos de viajeros, hacen referencia a las costumbres
y ocupaciones que siguieron conservando mucho de la herencia
de la Colonia; en e llas se destacan las diferentes clases socio-
económicas a las que pertenecía la población, y que estaban
condicionadas al grupo racial del que eran parte, ya que aun
co n la proclamación de la República, ésta no terminó por decre-
lo con la di visión de las caSlas que se siguió manteniendo. Por
eso Carl Christian Sartorious, alemán que llegó a México desde
1824 y fue testigo del proceso político del país comenta:
3. Heller. Carl Bartho1omaeus. Viajes por México en los año.t 1845-1848. Trad. y
nOla preliminar EIsa Ceci lia Frosl. Méllico. Banco de Méllico. 1987.37 1 pp.
4. Sartorious. Cad Christian . México lUida 1850. Esludio preliminar. revisión y
notas Brigida Von Mentz. México. Consejo Nacional para la Cultura y 1a.~ Anes.
1990. 327 pp.
I~\
Tema qla[iacionrs \
lados todos los privilegios de nacimiento ... Empero, las cos-
tumbres profundamente arraigadas entre la gente y que son
perpetuadas por el lenguaje, no pueden ser eliminadas fácil-
mente por ninguna ley: por consiguiente, aquí encontramos una
aristocracia de color, del mismo modo que en las repúblicas o
monarquías de Europa existe una aristocracia de nacimiento.'
S. ¡bid., p. 11 8.
6. Brantz Mayer. op. d t., p. 60.
11\
le!oBa Hrlela
Las casas de las familias acomodadas estaban construidas de
piedra y ladrillo; lo común era que fueran de dos pisos, tenían
un patio en medio. La planta baja la ocupaban la portería, las
oficinas y la cochera. el entresuelo era para los sirvientes: el pi-
so más alto sin excepción era el mejor, el más elegante, y el que
ocupaba la familia.
Sartorious a su vez contrasta el esplendor y lujo de las clases
altas por un lado y la "mugre y desnudez en el otro", y explica:
... Ios suburbios son pobres y polvorientos habitados por las cIa-
ses más humildes. Desperdicios e i.nmundicias, carroña de ani-
males y escombros de construcciones se apilan a la entrada de
las calles, al lado de paupénimas chozas, moradas de astrosos
vagabundos e indios semidesnudos.'
10L
Tema qlari¡¡iom \
de la Gran Sociedad; al inaugurarse el Teatro Nacional éste
ofreció también servicio de hotel. Los viajeros extranjeros se
quejaban continuamente de estos "hoteles". ya que no conta-
ban . con los servicios que esperaban. por ello, si su estancia se
prolongaba los tomaban como huéspedes alguna familia de la
alta sociedad o alquilaban una casa. Los viajeros de provincia.
de menos recursos, arrieros o comerciantes, se hospedaban en
las fondas.
Brantz Mayer, escribió con ironía: "Cuando llegué a México
me dijeron que, de no quedarme aquí por algún tiempo, perdería
probablemente las tres grandes "diversiones mexicanas, a saber,
una revolución, un terremoto y una conida de toros",B experien-
cias que fueron comunes a los viajeros aquí mencionados. Pero,
de hecho no fueron los únicos aspectos que llamaron su aten-
ción. Los habitantes de la ciudad trabajaban y se divertían en di-
versas formas entre semana y los días de tiesta.
La ciudad se despertaba con el tañer de la campanas, era
una ciudad en la que abundaban las iglesias y conventos, tam-
bién marcaban las horas del día y las ocupaciones de sus habi-
tantes. Con su repiqueteo despertaban a la población para asistir
a la misa del alba y empezaban a confundirse con los gritos de
los vendedores y sus pregones.
Llena de voces, gritos y rujdos, la ciudad iniciaba sus activi-
dades con el ir y venir de las personas en sus actividades, en
las calles pasaban los vendedores con sus características voces
que anunciaban sus productos con un tono que los caracterizaba
y sorprendía a los extranjeros, según lo describe la marquesa
Calderón de la Barca:
Beqoia Brteta
¡Carbón señor! El cual, según la manera como lo pronuncia,
suena como jCarbosiú!
Más tarde empieza su pregón el mantequillero: ¡Mantequía!
¡Mantequía de a real y di a medio real!
¡Cecina buena, cecina buena!; interrumpe el carnicero con voz
ronca.
¿Hay sebo-o-o-o-o? Esta es la prolongada y melancólica nota
de la mujer que compra las sobras de la cocina y que se para
delante de la puerta.
Luego pasa el cambista, algo así como una india comerciante
que cambia un efecto' por otro, la cual canta:
"¡Tejocotes por venas de chile!" ..
Un tipo que parece buhonero ambulante deja oír la voz aguda y
penetrante del indio. A gritos requiere al público que le compre
agujas, alfileres, dedales, botones de camisa, bolas de hilo de
algodón, espejitos, etc. Entra a la casa, y en seguida le rodean
las mujeres, jóvenes y viejas. ofreciéndole la décima pane de
lo que pide, y que después de mucho regatear, acepta. Detrás
de él esta el indio con las tentadoras canastas de fruta; va di-
ciendo el nombre de cada una hasta que la cocinera o el ama de
llaves ya no pueden resistir más tiempo. y asomándose por en-
cima de la balaustrada le llaman para que suba con sus pláta-
nos. sus naranjas y granaditas. etc ...
Se oye una tonadilla penetrante e interrogativa, que anuncia
algo caliente. que debe ser comido sin demora, antes de que se
enfríe: "¡Gorditas de horno caliente!", dicho de un tono afemi-
nado, agudo y penetrante.
Le sigue el vendedor de petates: "¿Quién quiere petates de la
Puebla. petates de cinco varas?" Y éstos son los pregones de
las primeras horas de la mañana. 9
108
Tema qBaria[ims \
Pero estas voces no se concretaban a recorrer las calles de la
ciudad, en el mercado, mezclados y diferenciados, compradores
y vendedores se reunían, los últimos anunciaban su productos a
gritos, como patos asados o guisados de carne, o invitando a los
posibles clientes a beber pulque, limonada o agua de chía. Una
Babel le parecen a Brantz Mayer los gritos confundidos en es-
pañol y en los diferentes idiomas indígenas que escuchaba en el
mercado. Ahí estaban todas las castas reunidas, españoles, crio-
llos, mestizos e indios. Era uno de los mejores lugares para ob-
servar esa diversidad racial y social que componía a la pobla-
ción capitalina. Llegaban:
1I1
leqoia Irlela
tiendas en las que se ofrece en venta todo lo habido y por
haber, lo mismo que un sin número de indios e indias que lle-
van ahí enonnes cantidades de los productos de su tierra, por lo
común por 'el canal que va del lago de Chalco a México y los
pregonan a grandes voces. II
Tema qDaria[iones \
mentaban con las descripciones de aquellos personajes "tipo",
como eran los " léperos", producto social urbano, que pululaban
en las calles de la ciudad, y a los que Sartorious describe como
"Epicúreos en principio (que) eluden la molestia de trabajar,
tanto como les sea posible y buscan diversiones y placeres donde
quiera que puedan obtenerlas". L3 A su vez Meyer invita al lector
a que con su imaginación recree como él ve a los "léperos"
..... dejemos -dice- que el pelo se ponga largo y enmarañado, o
que se llene de sabandijas; que se empuerque en todas las in-
mundicias de la calle durante años sin que jamás sepa de toallas
o cepillos, ni lo toque el agua, salvo cuando hay tempestad ...",
viven en los arrabales, en los suburbios más míseros de la ciudad
y ahí, continúa" se multiplican las míseras turbas de léperos .. .,
son asiduos visitantes a las pulquerías en donde beben y se en-
frascan en riñas que podían tenninar en muerte, ya que siempre
cargaban un cuchillo" . 14
Otro de los tipos que no faltan en estas descripciones es las de
los "aguadores", que se ocupaban de recoger el agua de las
fuentes y las ofrecían a los paseantes y en las casas de la ciudad
llevando sus "..dos vasijas de barro, una en la espalda y suspen-
dida de una correa que le pasa por la frente, la otra delante del
pecho y suspendida de otra correa que le pasa atrás de la cabe-
za, de modo que conserve el equIlibrio". 15 Tampoco se escapan
a la observación de los extranjeros los "evangelistas", vestidos
habitualmente con pantalones y chaquetas negras que bajo los
portales ofrecían sus servicios a aquellos que no saben escribir
y con una tablilla sobre las rodillas, un tintero aliado y papel de
diferentes colores, interpretaban los deseos del cliente y compo-
111
le!Oña Rrlela
nían cartas de amor en prosa o en verso, felicitaciones , invita-
ciones etc.16
111
lema qlariaciones \
Al atardecer tocaban todas las campanas, como lo descri be
la marqu esa, " ... las de San Fernando que se repiten con la cho-
chez de un viejo. las de las torres de la Catedral; las de las igle-
sias y conventos lejanos, y por sobre el rodar de los coches y el
rumor de la ciudad, se escuchan las notas de un cán ti co, fuertes
a veces, semiperdid as otras, mi entras pasa una procesión reli -
giosa, camino de un templo cercano".I'! Con la campana vesper-
tina, las familias se recogía n en sus casas, los solteros ac ud ían
al café, los co merciantes hacían sus cortes de caja, los artesanos
ordenaban sus talleres, los trabaj adores se dirigían al mercado o
a los portales, la "ari stocracia republicana" vis itaba a sus amis-
tades, o iba al teatro o se reunía en casa de algui en en una tertu-
lia donde charlaban, esc uchaban música y bailaban.2f1 En tan lO
los pregones continuaban:
111
El remate del día para una dama elegante de México es siem-
pre el teatro. Comienza con la mi sa, a la cual va de mañana a
pie con la mantilla puesta con gracia en la cabeza y cayendo
en pli egues de espléndidos encajes sobre el pecho y los hom-
bros. Pero la noche debe acabar con vestido de gala en la ópera
o en el teatro. Todo esto es para ella tan normal y natural como
las comidas. u
11\
Tema qlari¡¡ionrs \
costumbre vulgar entre las señoras de la aristoc racia y rara vez
lo hacían en público excepto las viejas o por lo menos casadas,
aunque en la clase media "jóvenes y viejas tragan el humo de
sus cigarritos sin inmutarse" . Pero Heller diez años después
reitera su sorpresa cuando asiste al teatro nuevo o Teatro Na-
cional, al que califica de uno de los más bellos del mundo, y
dice: "Para el extranjero resu lta muy extraño que se fume antes
de la representación y durante ella, y las damas, que aparecen
en todo su esplendor, no son la excepción de esa costumbre." 2/1
Las estaciones del año estaban definidas en el Altiplano, por
la época de sequía y la época de llu vias, y lo común en el vera-
no, era que las calles se inundaban , problema al que parece
estar condenada esta ciudad, pero en ese entonces aparecían
otros personajes, los cargadores que ayudaban a cruzar a las ca-
lles, montando a las personas en sus espaldas, al terminar las
funciones teatrales. Dice Sartorius, "es delicioso contemplar
este espectáculo de estos 'puentes caminantes' ... hasta las damas
tienen que montarse en estos hábiles tritones de dos piernas, a
riesgo de mostrar sus hermosas pantorrillas"Y
La costumbre de salir a la calle y lucirse por los paseos. sor-
prendía a los visitantes anglosajones. ya que en sus países el
clima ni siquiera lo permitía. por lo concurrido y por ser lugares
en los que al igual que en las iglesias. fiestas populares y merca-
do, todas las clases sociales se daban cita, algo que no sucedía
en sus países, unos luciendo sus carruajes, caballos e indumen-
taria, los otros a pie con la ropa de todos los días y la ún ica que
tenían. Tres eran los paseos principales según la época del año y
la moda impuesta por las clases altas: uno era el de la Viga que
11\
partía de la plaza del Volador (a un lado de la Plaza Mayor) y
seg uía el camino que corría junto al canal para encontrarse con
e l Paseo, ..... formado po r una doble avenida de bellos árboles y
que se extiende bastante lejos hasta e l punto en el que un peque-
ño puente de piedra cruza el canal, de allí toma su nombre e l
paseo, ya que el cruce de canoas, que debe pagar allí el impues-
to, puede ser impedido por una 'v iga'''. 2~
Según la marquesa Calderón de la Barca, este paseo se em-
pezaba a poner de moda en los años que e ll a residió en México,
y dice preferirlo al de BucareJi , que era entonces el más fre-
c uentado, ya que a aquel lo "bordea un canal, con árbo les que
dan sombra y que condu ce a las chinampas y se ve siempre
lleno de indios con sus embarcaciones, en las que traen fruta,
flores y leg umbres al mercado de México. Muy temprano en la
mañana, es un agradable espectácu lo verl os cómo se deslizan
sus canoas, cubiertas con toldos de verdes ramas y flores".2'JI Al
Paseo Nuevo o de Bucareli,-'!J lo califica como el Hyde Park me-
xicano, con su larga y ancha avenida de árboles, en donde en las
tardes y de preferencia los domingos y días de tiesta, se veían
dos largas filas de carruajes ll enos de señoras y " multitud de ca-
balleros montando a caballo entre el espacio que dejan los co-
ches, soldados de trecho en trecho, que cuidan el orden y una
muchedumbre de gente del pueblo y de léperos, mezclada con
alg;unos caballeros que se paseaban a pie" ;lI El otro era el de la
A lameda que era e l g ran jardín con caminos adoq uinados y
g randes árbo les. La Marquesa Calderón se lamenta de que a
Tem3 q U3Jiuiones \
pesar de ser tan bello y agradable, pocas perso nas caminaban
en ella, tal ve z por la fa lta de costumbre de las señoras de pa-
sear a pie ..12
Las fiestas religiosas marcaban el calendario anual con gran-
des festividades, alborozo y participac ión de todos los habitan-
tes de la ciudad: Semana Santa, Corpus Christi, las posadas y la
siempre festejada Virgen de Guadalu pe. Además de la entrada
de los ejércitos, onomástico del gobernante en turno o celebra-
ciones del calendario civil como la conmemoración de la inde-
pendencia, también se ce lebraban con la asis tencia a mi sa de
todos los miembros del gobierno y de la sociedad en compañía
de l pueblo que se unía en todas las ocasiones a los festejos.
Así, e l tran scurrir de la ciudad de México se sucedía entre
asonadas militares, invasiones, sobresaltos, de los que se repo-
nía rápidamente para continuar con su vida diaria, llena de mo-
vimiento, en la qu~ las clases sociales marcadas y diferenciadas
por color y vestimenta, contribuían con sus diversas ocupacio-
nes, diversiones. injusticias y anhelos a dar vida a esa ciudad
llena de colorido, voces y ruidos que la distinguían y la singu la-
ri zaban , en aquella ciudad que fue durante mucho tiempo la
"ciudad más transparente",
111
le!Oi¡ Rllel¡
lA CIUDAD Df MfHICO COlOHIAl
leliria RI~aba'
II~
-
Jesús Obregón y Luis, e l hijo de dos años de edad, quienes se
vieron obligados a aplazar su viaje en Toluca.
Durante el amanecer del 20 de junio de J867, Jos repiques
de Ja campana mayor de Ja CatedraJ y una bandera blanca seña-
laron la re ndici ón de los monárquicos; el general Porfirio Díaz
ordenó e l cese aJ fuego. Al día siguiente El Republicano convo-
caba en su primera e ntrega a dejar " ... en el altar de la patria los
odios de partido y Jas pasiones poJíticas".' El J5 de juJio del
mismo año llegaba el presidente Benito Juárez a Palacio Nacio-
nal para iniciar la etapa que algunos denominan como la verda-
dera independencia de México.
Don Luis González Montes se adelantó por fin a la capital;
más tarde doña Jesús y el pequeño Luis viajaron de Taluca a
San Angel en los diminutos vagones del ferrocarril de vapor,
cuya terminal se hallaba en Ja Calle de la Providencia (ahora
ArtícuJo J23). La recepción no podría haber sido mejor: don
Luis se había hecho acompañar por el escritor Manuel Payno,
su amigo. quien al ver que la señora Obregón tropezaba al bajar
del tre n extendió sus brazos y " recibió ... al infante; y nadie ha
podido precisar si e l llanto que se escapó de los ojos de éste,
debióse a que Jo as ustaron Jas pobladas barbas del célebre Mi-
ni stro de Hacienda, o a que un impulso del subconsciente, que
diríase hoy, le arrancó lágrimas al pensar que entraba en la ciu-
dad que sería amor de sus amores como historiador, en brazos
de aquel estimable político historiador. ,,"-'
110
Tema QUaria¡iooes \
La restauración de la República pennitirá a Luis González
Obregón vivir en una ciudad --en un país- empeñada en el futu-
ro, con proyectos orientados a dar cuerpo a un nuevo Estado
mexicano. Ignacio Manuel Altamirano, quien sería su maestro.
organizaba un proyecto cultural que se venía gestando desde la
Academia de Letrán y en el que ocupaban sitio importante las
discusiones sobre el ser y el quehacer de la literatura. El mismo
año de 1867 , con el seudónimo de Próspero, entregaba unas sa-
brosas crónicas sobre la vida citadina, en las que rara vez faltaba
la palabra renovación. Al hacer el recuento de ese año histórico,
el escritor celebraba una paz que había devuelto la alegría a las
conmemoraciones de Septiembre, a los paseos de los días de
Todos Santos y Muertos, a las fiestas decembrinas, acontecimi-
entos que no podían ser más que augurios de un 1868 dedicado a
completar proyectos. En la reanudación de las Veladas Litera-
rias veía el regreso a los "días dorados" de la Academia de Le-
trán y del Ateneo y, con ello. el consecuente inicio del porvemir
de las Letras mexicanas.4
También por el año de 1868, Vicente Riva Palacio iniciaba la
escritura de novelas históricas con pluma largamente experi-
mentada en el periodismo. el drama y la comedia. Comenzaba a
historiar el peñodo colonial en el universo novelesco, en el cual
abrevará más tarde al escribir el' capítulo sobre el Virreinato
para México a través de Los sigLos. magna obra que dirigió y se
publicó en 1886.' Con esta edición surge el primer enlace entre
111
leli[ia Hlqa~a
Riva Palacio y el joven González Obregón quien, por encargo
de Francisco Sosa, escribe artículos para promover dicha obra.
Pero es el interés por el pasado colonial el nexo definitivo; los
dos escritores cultivan esas formas que otorgan dimensiones
misteriosas a los hechos de la vida cotidiana y en los que el dato
histórico se adereza con la fi cción, para crear mixturas que a
veces se denominan leyendas, otras, tradición, y con las cuales
logran acuñar una Ciudad de México memorable.
111
Tema qluiaciones \
iba de ronda, o la luz con que un escudero o un rodrigón alum-
braban el camino de un oidor, de un intendente o de una dama
que volvía de alguna visita ... Los truhanes y los ladrones tenían
cana franca para pasear por la ciudad; la policía de seguridad
estaba s610 en las armas de los vecinos.6
6. Vicente Riva Palacio, Monja y casada , virgen y mtirtir. pról. de Antonio Castro
Leal, México, POITÚa, 1982, U. pp. 3-4.
7. cr. Mem orias de un impo.flOr. Don GllilIén de Lampart. rey de México, pról. de
Anto nio Castro Leal , Mé xico, Porrúa, 1982,(Colección de Escritores Mexica-
nos, 33 y 34).
8. Cf. Martín Garafuza, pról. de Antonio Castro Leal. México, POITÚa, 1975, (Co-
lección Escritores Mexicanos 20 y 2 1).
9. Cf. Ibidem.
11]
lelicia Hlla~a
Además de lo anterior, Riva Palacio intenta una cala más pro-
funda sobre la Ciudad de México. A propósito de un intento falli-
do por independizar la Nueva España que en la ficción recibe
magnas dimensiones, introduce una vecindad amistosa entre una
familia de apellido Carbajal y Guatimoc. Vivía el Emperador en
la calle de Tacuba, esquina con la del Factor, casi inválido y su-
mido en la melancolía. Conoce a Isabel, hija de Santiago Carba-
jal, y pronto se enamora de ella. Provechosamente, el narrador
deposita los rasgos del héroe que sufre la derrota de su raza en la
admiración de la española por él, de modo tal que el episodio se
tiñe de elementos románticos. Antes de que el emperador azteca
acompañe a Cortés a un viaje sin retomo. Isabel anuncia su futura
maternidad. Conmovido, Guatimoc se 10 agradece:
10 . Ibjd .. p. 170.
11\
TEma llirj¡¡jom \
J
11. in Semana Alegre. Tick-Tack. Inl. y recop. de Miguel Angel Caslro, México,
UNAM, 1991, p. 277.
12. Cf. José María Marroquí. La Ciudad de México , México, LilOgrafía ·t.a Euro-
pea", 1900, Vol. 3. pp . 520-529.
11\
le liria Hlqa~a
Al igual que todos los cronistas de la ciudad virreinal, Gon-
zález Obregón refiere el oficio clave de las campanas, pero en
un sabroso relato se ocupa de una campana silenciosa que
acompañaba al reloj del Palacio Nacional. Transterrada, viajó
desde la torre de la iglesia de un pueblecito español hasta la
Ciudad de México. Un larguísimo repique estremeció un día a
los habitantes de aquel pueblo; congregados en tomo a la iglesia
comprobaron que la campana no había sido accionada por mano
humano alguna, señal, ~ su parecer, de efectos diabólicos.
El misterioso suceso se ventiló en la Corte de Madrid; el jui-
cio produjo una resma de papel y una audiencia de cuatro días
de intensos debates hasta formular la siguiente sentencia:
13. Luis González Obregón. Mixico viejo. Epoca colonial. NO/iejas hi.uóricas. le -
yendas y co,ttumbre.f. prol . de Aor de Marfa Hurtado. Alianza Editorial, 199 1,
p. 398 .
11L
Tema qlaliaciones \
tor con crear un haJo maravilloso sobre la fachada de la antigua
sede del poder político; concluye su relato con una nueva rebel-
día: la campana no cedió ante la fundición a la que fue sometida.
111
lelicia Hljaba
El otro borde del revuelto foso
Veloz alcanza en salto prodigiosO. 14
118
T1ma q ~aria¡ion1S \
amigo Riva Palacio: "Lima y México se parecen como dos go-
tas de agua en punto a consejas populares. La mujer herrada es
leyenda también de mi tierra, La cita en la Catedral... nos es fa-
miliar. El barquichuelo de la Mulata de Córdoba es el mi smo en
que se embarcó nuestra Inés Voladora para burlarse del Inquisi-
dor". l~ Y el peruano, que logró inventar la Lima criolla, también
le recuerda a González Obregón las similitudes: "La tradición
de La mujer herrada no sólo es de México. Idéntica es la que se
conserva en Perú. En mi tradición Los pasquines del bachiller
Pajalarga que se desarrolla en Trujillo por los años de 1560 fi-
gura este pasquín: Mula de cura tiene herradura".l . .
Es el estilo misceláneo del México viejo el que da las claves
para entender la alternancia entre el cronista y el tradicionista;
no obstante, las distintas perspectivas de González Obregón no
hacen más que señalar el adelgazamiento de la línea fronteriza
entre la veracidad y la ficción.
\
Luis González Obregón vivió una larga vida -75 años- , du-
rante los cuales se restauró la República, sobrevino la dilatada
paz porfiriana que derrumbara la Revolución de 1910. la cual
15. Cana de Palma a Riva Palacio. Lima. 14 de Mayo de 1886. Contiene una rese·
ña sobre las Tradiciones y uyendas que Riva Palacio le había enviado. En Ar·
chivo de Vicente Riva Palacio. en The Benson Latin American Col\ection. Uni·
ver.;idad de Texas en Austin. Existe copia en el Archivo General de la Nación .
16. Cana de Palma a Gon:tález Obregón. 4 de Noviembre de 1909. El tradicionista
agradece el envio de México anecdótico de González Obregón. En Ricardo
Palma. Epistolariu. pról. de Rafael Heliodoro Valle. Lima. Editorial Cultura
Antártica. 1949.1. 11 .
11~
leli[ia Ilqaba
instauró otro proyecto de país. El escritor muere en 1938, año
de la expropiación petrolera, con la que se desterró un interés
extranjero mediante un decreto sintomático de nuevos caminos
gubernamentales. Si la Ciudad de México lo recibió con la pala-
bra renovación y el país se volcaba hacia el futuro ....,1 porvenir
invocado por Altamirano-, González Obregón, su discípulo, de-
cidió fijar la mirada en el pasado colonial. En plenos vientos
modernistas, en el giro de la estética, comenzó a escribir los ar-
tículos que más tar~e formarían el volumen México viejo ¿Se
rebelaba contra las ideas positivistas del progreso? Mientras su
amigo Angel de Campo (Micrós, lick-Tack), con quien fundó
el Liceo Mexicano en 1885, le tomaba el pulso a la ci udad, se-
mejando el reloj de la Catedral, y se daba a la tarea de calcular
el porcentaje - 80- de vecinos que pasaba al menos una vez al
día por el zócalo, y convertía al barrio en personaje en su novela
La Rumba, González Obregón prefirió poner en retrospectiva a
la capital reviviendo leyendas, tradiciones, dando voz a las con-
sejas populares, quizás como escape de la realidad inmediata
para reconstruir el pasado cuyos eslabones frecuentemente se
engarzan con los hilos de la imaginación. Por ello su pasión por
la colonia lo aleja un tanto de sus contemporáneos y se constitu-
ye en una vocación por cuidar y dar nuevos bríos al legado de la
generación literaria que le antecedió. A esa pasión debemos el
más completo memorial de la Ciudad de México.
En 1886, un año después de la fundación del Liceo Mexica-
no, Vicente Riva Palacio se dirige a Madrid para fungi r como
Ministro Plenipotenciario de México en los reinos de España y
Portugal. Se marcha a sabiendas de que el proyecto nacionalis-
ta de su generación se iba extinguiendo; ya cuatro años antes
había hecho un balance crítico en su libro Los Ceros. Ca/eria
de Contemporáneos. Diez años de estancia -exilio- en la anti-
118
Tema ! laria[ims \
gua metrópoli hispana, le permitieron una vida gozosa, en la
que siguió desplegando su característico sentido del humor, es-
cribiendo poco y realizando una intensa difusión de la cultura
mexicana, digna de aquel nuevo acercamiento a España en las
vísperas del IV centenario del descubrimiento de América. De
la Ciudad de México tenía noticias por las cartas de sus ami-
gos; muy pocas veces la visitó, precisamente cuando preparaba
un viaje a México, la muerte lo asaltó en Madrid, en 1896, a los
64 años de edad, cuando sus Cuentos del General estaban a
punto de publicarse. No alcanzó a ver el pavimento "abierto en
canal de día y de noche" para realizar "misteriosas operaciones
subterráneas, de esas que las capitales requieren para las nece-
sidades de su vida refinada", según lo registraba Luis G. Urbina
en la Primavera de 1894. 11
Quizá tampoco leyó en otra crónica del mi smo escritor
finisecular la percepción de una alegría artificial en la mu-
chedumbre la noche del 15 de Septiembre de 1896, en contraste
con tiempos pasados, de fervores patrióticos, que recordaba por
las lecturas de Guillermo Prieto y que le señalaban una gran
di stancia con los personajes de su Musa callejera. Riva Palacio
no pudo admirar, en fin, el nuevo alumbrado de las calles; acaso
preferiría guardar en su memoria el claroscuro en que esce-
nificó sus novelas y que aún ahora ilumina el imaginario de la
Ciudad de México colonial.
17. Cu~nro.f ..,¡..,¡dos y crónica.f soñadas, México. E. G6mez Puente Editor, 191 5,
p. 258.
IJI
l¡licia 81!a~a
UH nSTRM[HTO D[ lR CIUDRD ROMÁHTlCR
Ui¡enle ~lli[a[le'
1. El prioripio de la ~Ioria
-
IJJ
mil habitantes de la metrópoli, cada día se da muerte a 237
reses, 375 cameros y 152 cerdos. En el mercado de cuadrúpe-
dos vivos, las mulas andan a la baja. según lo manifiesta el
anuncio que ha venido apareciendo a lo largo de toda la sema-
na: "Se vende una mula retinta. Enteramente sana, de más de
siete cuartas, de seis años de edad, muy mansa y propia para
igualar un tranco. En la calle del Hospital Real número 3, el
portero Victoriano Domínguez dará razón ."
Todo parece anu!1ciar un día de diciembre semejante a los
otros. La diferencia es la multitud y lo s carruajes que desde
temprana hora han comenzado a llenar la plaza alrededor de la
Escuela de Medicina de Santo Domingo. Como en los antiguos
autos de fe de la Santa Inquisición que dieron tan tétrica fama al
edificio, una multitud vestida de negro espera la hora en que par-
tirá el cortejo que llevará al Panteón de Campo Florido el cuerpo
del poeta Manuel Acuña, muerto hace cuatro días en el interior
de la escuela. El Siglo XIX del II de diciembre de 1873 inserta-
rá el orden del ceremonial:
FUNERALES
Derrotero
III
Tema qH3Iia¡iones \
Comitiva
1' . El cadáver
2°. Música
3°. Personas invitadas
4°. Círculo de obreros.- Artistas y actores
5°. Comisiones
6°. Redacciones
7°. Sociedad "Concordia"
8'. Sociedad "El Porvenir"
9°. Sociedad "Díaz Covarrubias"
ID'. Dramática "Alianza"
11 °. Conservatorio de Música y Declamación
12'. Liceo Hidalgo
13'. Sociedad Filoiátrica
14'. El carro fúnebre y el coche
I~
li[eole luirarle
y aquel desfile lento y pausado de más de cien carruajes. Cuan·
do cerré el balcón nada quedaba. Toda la gente que salió a las
puertas y a las ventanas, y la que se agrupó en los zaguanes y
en las aceras, había desaparecido; y mi caIle volvía a tomar su
as pecto solitario, el de todos los días. J
2 El poeta en la ¡apital
Manuel Acuña y Narro había llegado a la ciudad de México
a fines de 1864, con el Imperio instalado en el país. El 20 de
agosto de ese año, el general Castagny había ocupado Saltillo.
Tema q~a[ia[ioDe5 \
Mientras los abogados emprenden el éxodo hacia el Norte, lle-
vando la legalidad en su carruaje, los estudiantes del interior de
la República van a recuperar simbólicamente el territorio usur-
pado. En la diligencia de Agustín Farías, en compañía de Anto-
nio García Carrillo y Bias Rodríguez, Acuña experimenta su
iniciación vi sual y existencial cuando la patria se le ofrece
desde los cerros plateados y áridos de su región natal hasta la
verdura pródiga e insolente del altiplano. Según consta en su
expediente del Archivo de la Facultad de Medicina, consultado
por mi amable y acuciosa amiga Rosa María Ávila, el 2 de
mayo de 1866 "Acuña se inscribió a 50. año preparatorio, previa
licencia de Supremo Gobierno." El 31 de enero lo vemos inscri-
to en la Escuela de Medicina. Su situación económica era tan
precaria como la de los numerosos estudiantes de provincia que
estaban lejos de sus familias. En carta del 17 de diciembre de
1867, dirigida a su padre don Francisco Acuña, el poeta afirma
que aún no ha obtenido la beca. En 1871 ya lo había logrado.
He aquí la filiación existente en los archivos de la Escuela de
Medicina.
1871 . Noticia de los alumnos internos que existen en la Es-
cuela de Medicina. Se especifica si son becarios, pensionados o
de quien dependen.
Nota:
Interno: Manuel Acuña
Carácter de su ingreso: Beca
Cuarto que ocupa: 18
Año que cursa: Segundo
Su empleo: - - -
De quién depende: - - -
Calle en que vive:---
Notas: Salió 5 veces con licencia
1J8
Tema qUariaciom \
do ... Porque el estudiante es y tiene que ser pobre. El hijo del
rico que colocó en el libro un deber o un mandato que cumplir,
pero que sabe que tiene de que vivir, es casi siempre un mal es·
ludi ante o cuelga pronto los hábitos: el oro es mala tierra para
que gennine el saber.4
11~
señala Luis Miguel Aguilar, "En ellos [los románticos] los espa-
cios públicos se cierran mientras los ámbitos privados se en-
grandecen y, por ejemplo, el heroísmo pasa a ser el de Juan de
Dios Peza que lucha por sacar a sus hijos adelante".~
Aquella ciudad de México de 200 mil habitantes distaba de
ser segura, sobre todo por las noches. El motín de 1871 en la
Ciudadela, que había causado la muerte, entre otros, del gober-
nador del Distrito Federal, había propiciado la fuga de crimina-
les de alta peligrosidad, a tal grado que el Resguardo nocturno
había establecido un sistema de alarma que permitía a sus
miembros mantenerse en permanente y cercana comunicación .
El gobernador Tiburcio Montiel , en persona y a caballo, solía
acompañar a estas guardias nocturnas. Durante la administra-
ción de Montiel se suicida un pintor de nombre Juan, lo cual da
a Acuña tema para el poema "Dos víctimas". Además de la im-
portancia concedida a la primera autoridad de la capital, el
poema preludia el suicidio del poeta y, aun en su tono satírico,
es una anticipación de la nota que Acuña escribe antes de morir:
5. Luis Miguel Aguijar. La democracia de los muertos. Ensayu sobre pOI!sla mexi·
cana. México. EdiloriaJ Cal y Arena. 1989. p. 11 2.
1\0
Tema , Uarj¡¡jom \
año se logra la captura de Jesús Arriaga, el celebérrimo Chucho
el Roto, aunque por la ciudad no dejan de acechar criminales no
tan nominalmente famosos pero tan eficientes en su tarea. Novo
recuerda las hazañas de Ventura Escalante, que parecen salidas
de una novela de Arsenio Lupin.
Tenía a sus órdenes ... distintos jinetes buenos para el lazo, ce-
rrajeros capaces de forjar la llave que abriese el candado del
Correo que planeaban asaltar, herreros que le hicieran instru-
mentos de trabajo. y cocheros. como el Falcón que con él cayó
preso y que aurigaba coches de Providencia en el Colegio de
Niñas. Las fugas de presos. unas realizadas, otras hechas abor-
tar por Montiel, eran planeadas. dirigidas. reali zadas, por gente
de su gavilla. 6
6. Salvador Novo. Un año, hace cien ro. La Ciudad de México en /873 . México,
Editorial POITÚa, 1967, p. 56.
1\1
Ui[elle ¡nilarle
mas que estimula, Acuña recorre una ciudad siniestra cuya os-
curidad era semejante a la de su ánimo. Acaso se haya detenido
a ver el cuadro que representaba a Francesca de Rímini en la
Fonda de Cinco de Mayo donde era asiduo. Ahí debe haberse
sentido siniestramente sati sfecho de estar a punto de serie fiel a
la carne mórbida de la muchacha, abrasada en los brazos de
Francesco y exclamando, triunfal y dolorosa: Amor condusse
noi ad una morte . Caminó por San Juan de Letrán hasta el
Salto del Agua, donde acaso dobló a la derecha y llegó hasta la
verja del Cementério del Campo Florido, donde pudo haber as-
pirado el perfume de los 700 eucaliptos recientemente plantados.
Quienes fueron testigos de los últimos días de Nerval afir-
man que solía caminar hasta quedar exhausto, con un doble pro-
pósito: olvidar las torturas del alma y reunir testimonios de la
ciudad que amaba, emociones que cristalizarían en sus proyec-
tadas Nuits de Paris. De acuerdo con diversos testimonios,
Acuña llegó, muy entrada la noche, a la Escuela de Medicina de
la Plaza de Santo Domingo. Ahí se detuvo para mirar por última
vez a los escribientes públicos, los evangelistas refugiados bajo
los arcos; miró el mutilado convento de Santo Domingo. El
evangelista -escritor literal y literariamente en la calle- y el
templo deben habérsele presentado como metáforas de su pro-
pio derrumbe, mientras colocaba la mano' en el portón del anti-
guo edificio de la Inquisición donde, al decir de Hilarión Frías y
Soto, "antes se descuartizaba para matar el pensamiento [y1 hoy
se usa del bisturí y el cuchillo, en provecho de la ciencia y bien
de la humanidad".' Otra ironfa de nuestra historia urbana: la ha-
bitación que ocupaba Acuña en la Escuela de Medicina, era la
7. Hilarión Frias y Soto, "La plaza de Santo Domingo". en Mixico y sus alrede-
dores. Edición facsimilar de la de 1855-56. Cuana edición Centenaria. México,
Manuel Quesada Brandi Edi[or. 1976.
1\1
Tema qBaliaciom \
misma del poeta, novelista y médico Juan Díaz Covarrubias. De
ese cuarto había salido un día de abril de 1859 para morir en la
calle y convertirse en uno de los Mártires de Tacubaya.
El día en que Peza y Acuña hacen su último paseo por la
Alameda, la Gran Exhibición Norteamericana de Circo y Fieras
cambia su enorme tienda de campaña del Paseo Nuevo de Buca-
reli a la Plaza de Santo Domingo. De tal modo, Acuña desem-
bocó, al final de su caminata, a una plaza ocupada por la carpa y
los rugidos de las bestias. Las funciones tenían lugar diariamen-
te a las ocho de la noche. Reza la publicidad : "Para el efecto
cuenta con cuatro imponentes leones africanos, cuyo domador
demostrará la superioridad de la inteligencia sobre la fuerza
bruta. Un elefante joven e inteligentísimo de la costa de Zanzí-
bar, presentado por su cornac Mr. Watennan . Una famosa com-
pañía ecuestre y acrobática. El clown universal y políglota Lo-
renzo Maya. quien amenizará los espectáculos con humor, sátira
y filosofía", BAcaso antes de entrar en la Escuela donde vivía
como alumno interno, Acuña se haya detenido a conversar -mo-
nologar- con las fieras, en involuntaria anticipación a la escena
análoga de El circo de Charles Chaplin, después parafraseada
por nuestro Cantinflas.
La ruta natural de Acuña, desde la calle Santa Isabel hasta la
Escuela de Medicina, lo llevó por San Francisco y Plateros.
Pasó por la casa del presidente Sebastián Lerdo de Tejada, fren-
te al Palacio de Iturbide; dobló en Palma, en cuyo número 13
miró sin mirar el aparador de Las cien mil camisas; vio la publi-
cidad del jarabe Labelonge, bueno para curar las enfermedades
del corazón, mas no para aliviar las dolencias del otro corazón .
El 6 de diciembre se mata un poeta. Las calles caminadas por
1\1
li[!JI! hirarl!
Acuña esa última noche, irónicamente las volverá a recorrer el
10 de diciembre en calidad de cadáver ilustre.
¿Por qué se mató Acuña? A sus 24 años tenía más - pero
menos- de lo que un escritor podía pedir. Su toma de la ciudad
tiene lugar a través de la fundación de la Sociedad Literaria Ne-
zahualcóyotl. Los integrantes del Liceo Hidalgo tenían un gran
respeto por su obra y su drama El pasado alcanzó cinco exitosas
representaciones. En El Siglo del 10 de mayo de 1872 puede
leerse: "Este drama es verdaderamente una joya; al fin de cada
acto el autor fue llamado a escena y al presentarse al tercero se
le hi zo objeto de entusiasta ovación, y atronaron el teatro los
aplausos, los bravos, los vivas al joven escritor, y las dianas pe-
didas por el público".'
Los últimos testimonios escritos por Acuña no parecen anti-
cipar un final trágico. La cana a su madre, del lo. de octubre de
ese 1873, revela una nostalgia familiar más o menos convencio-
nal y explicable. Tras quejarse de su estrechez económica, con-
cluye: "Yo deploro todas estas circunstancias porque me pesa
ya esta vida de aislamiento y de fastidio en que me consumo sin
ver en mi derredor ni una persona que me quiera; pero com-
prendo que no hay más que resignarse y esperar y espero y me
resigno". " Todavía el 12 de noviembre de 1873 escribe una
carta - a manera de prólogo- para la novela Gerardo. Historia
de un jugador de Vicente Morales. Sin embargo, Peza recuerda
a Acuña en sus últimos días despierto hasta las altas horas, le-
yendo febrilmente e ingiriendo una tras otra tazas de café. De-
seáralo o no, Peza debe haber vivido con la culpa de no haber
9. Cit. por Enrique de Olavarría y FerTari. Reseña histórica del teatro en Méxicu.
M~xico, Editorial Porrúa, 1967.1. 11 . p. 345.
10. Manuel Acuña. Obras. p. 369.
1\\
Tema lla,iacims \
impedido -{) no haber tenido la lu cidez para comprender- la
melancolía de Acuña. Es implacable la letanía que López-Porti-
110 y Rojas asesta al poeta para explicar su suicidio:
11 . José Lópel- Portillo 't Roja... Ro.v/lrio la de ACUlld. VII m(líwlo Ile hi.vroria de /"
rme.fía mexj¡;ana . Méx ico. Librería Española. 1920. p. 52 .
1\\
ción de su parálisis. Como el ángel de Durero que representa la
Melancolía, Acuña aparece rodeado por todos los instrumentos
para la construcción de la ciudad, pero carece de la energía anÍ-
mica necesaria para objetivar sus proyectos.
Gran parte de los contemporáneos de Acuña quisieron ver
en su suicidio una confirmación del triunfo de las ideas positi-
vistas, y de la duda que en el espíritu religioso causaba la irrup-
ción de un mundo sin Dios. Acuña era, como el Roderick Usher
del cuento de Edgar AHan Poe, un espíritu ultra sensible, pero
su desintegración se· va dando paulatinamente. La pérdida del
padre, que en López Velarde se tradujo en vestir siempre de
negro, en rehusarse al matrimonio y a la procreación, pero que
lo convirtió automáticamente en el padre sustituto de la casa, no
provoca en la naturaleza de Ac.uña una actitud análoga. ~as co-
munidades familiar e intelectual a las que pertenece por sangre
y elección, respectivamente, no alcanzan a mantenerlo en la
brega constante. Vanidad, desesperación. desintegración, a las
causas probables del suicidio no hay que restarle la consagra-
ció n del instante, el acto mayor al cual puede aspirar el artista.
En-el suicida en potencia late un pacto roto, un plano perdido,
un libro en blanco donde parecen borradas todas las direcciones
y donde todos los caminos antes existentes y tran sitados conflu-
yen en la sola, insoportable imagen del yo que no encuentra
otro remedio que la autodestrucción.
Juan Díaz Covarrubias, el poeta y médico asesinado por Leo-
nardo Márquez en Tacubaya, y uno de los escritores de la prime-
ra generación romántica que más vehementemente se opuso a la
torre de marfil ante la gravedad de los acontecimientos de su
tiempo, fue , como hemos visto antes, el anterior ocupante de la
habitación de Acuña. La muerte de Díaz Covarrubias confirma-
ba el carácter de guerra sin cuartel entre las fuerzas liberales del
Tema q~ariaciones \
profesionista que sirve al conocimiento y las fuerzas retrógra-
das. Al igual que sus otros compañeros médicos muertos en el
paredón, el auto r de La clase media alcanza la categoría de már-
tir. El desarrollo intelectual y sentimental de Acuña -<le los 17 a
los 24 años- tiene lugar en la Ciudad de México entre 1866 y
1873, es decir. cuando toca a su fin el ti empo del heroísmo en el
combate y da inicio la era de la construcción. El artíc ul o de
Acuña "Amar y dormir", fec hado en marzo de 1869, lo revela
dotado de una gran lucidez y de un saludable cini smo ante los
embates de la melancolía. Aún no cumple los 20 años de edad,
pero el carácter aforístico y raci onal del texto lo convierten en
un a pieza sui generis de la literatura de su momento.
¡Vivamos!
Somos muy necios en preocuparnos con la muerte.
Primero es pensar en vivir, y después en morir.
El "ultratumba" debe dejarse para e l "ultratumba".
Los huesos con los huesos.
No hay que apresurarse.
Ya que el "Acreedor" nos lo concede, admitamos el plazo.
El " moriréis" es inevitable.
E:ntre la cuna y el sepulcro hay una distancia.
Sembrémos la de flores.
¡Por qué pensar en la noche desde la manan a y en e l invierno
desde la primavera !12
1\1
~i[enle IUIlalle
1. las rawnes del CDra10n
Tema q~ariaciDne5 \
Nadie se mata por otro. Aún no llega Emile Durkheim para
hacer un estudio pormenorizado del suicidio. Dos décadas más
tarde, Durkheim demostrará, estadísticas en mano, que existe
una mayor incidencia de suicidios en épocas de estabilidad polí-
tica. Cuando un hombre de nuestro propio ofi cio decide termi-
nar con su vida, no podemos dejar de vivi rlo como una traic ión
o como la confirmación de que todas nuestras certezas de que la
vida debe concluir en ese acto supremo de atentar contra la pro-
pia existencia. ¿Cuándo. se pregunta Altamirano se inició este
modo de ser llamado Romanticismo, estudiado por los más agu-
dos criticas literarios, rechazado por los honorables académicos
neoclásicos, satirizado por litógrafos y caric aturistas? "¿Quié-
nes fueron los primeros hombres que ya no pudieron mantener
un sentimentalismo entusiasta suprimiendo sus percepciones del
caos? ¿Quién fue el primero en pasar a través del pesimismo y
vio que decir que éste ,es e l peor de los mundos posibles no es
más sati sfactorio que afirmar que es el mejor? ¿Q ui én fue el pri-
mero en percibir que e l escepticismo que colocaba al pesimis-
mo y al sentimentalismo en irónica yuxtaposición dejaba al in-
dividuo sin dirección, sin papel en la sociedad ni bases para
hacer e lecciones morales, pero -y éste era el golpe más devasta-
dor para el sentido de identidad- si n ningun a razón para preocu-
parse en hacerlo?" n
Vivir y morir son las dos supremas manifestaciones del ser.
El suicidio de Acuña, que el romanticismo recalci trante hubiera
aplaudido estruendosamente, ya no es concebible en la Repúbli-
ca restaurada, al menos como proyecto de poética vital. En su
prólogo a las Pasionarias ( 1882) de Manuel M. Flores, Altami-
13. Morse Peckharn, Be)'ond the Tra~ic Viúon . The Que-ft far Ide ntity in the Nine-
leenth Century. New York. George Brnziller, 1962, p. 87.
IG~
Dicente luirarte
rano lamenta la partida de la primera generación romántica. En
s u enumeración es posible ap rec iar cómo la muerte se debió
fundamentalmente a causas políticas. a proyectos donde el indi-
viduo emprendía acciones cuyo objeto era el bien colectivo.
14. Ignacio Manuel Allamirano, Úl liferufuru IlUáonlll. Edición de José Luis Mar-
(fnez. México, Editorial Poma, Colección de E...crilores Mex icanos, 1949, 1.
111. p. 80·81.
I\~
Tema qlariaciones\
na. Estaba loco, dicen las gentes hab lando del sui cida, y a este
juicio se siguen regul arme nte la acusac ión, las di senaciones
sobre el carácter violento, sobre el amor desesperado, etc . y
después hay algo de una compasi6n desprec iati va hac ia el que
puso fin a sus días tal vez por va nidad.l ~
1\1
~i¡eDte luirarte
receptor de la noticia de una muerte anunciada. En la Alameda,
lugar donde el joven Guillermo Prieto había escrito de memoria
sus primeros poemas, mientras caminaba vigorosamente, Acuña
dicta a su amigo el que seria auténticamente su último poema, y
no el "Nocturno" que la leyenda quisiera. ¿Qué sería del "Noc-
turno" sin el referente biográfico, sin la carga trágica que el
poeta -{) la leyenda- le han otorgado al fabricar el mito? Nadie
puede culpar a Acuña de llevar la poética de su literatura a los
terrenos de la acción, como lo hicieron el pistoletazo de Larra,
la malaria de Byron, el naufragio de Shelley o la tristeza de
Chatterton. No era el de Acuña el tiempo de la autonomía del
texto, es decir, el tiempo de los lectores que enfrentan el poema
sin atende r a las cuitas de su elaboración o a la hi stori a de
fondo. Hay hi storias de amor más intensas y atormentadas que
la de Acuña, pero no culminan en la autodestrucción. El amor
de Enrique de Olavarría -futuro edi tor de la segunda época de
El Renacimiento, dos décadas más tarde- por Lola, aparece en
varias entregas de El Renacimiento altamiranista. Gracias a ello
podemos darnos cuenta de cómo evoluciona la histori a de amor,
cuyo desarrollo, para desilusion de los románticos no es dife-
ren te al de una enfermedad hipocráti ca, como ha visto Rol and
Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso.
1\1
Tema q~aria[iones \
guez, el médico de cárceles Francisco Becerril y el juez sexto
de lo criminal." A punto de tocar el cadáver. el doctor Hidalgo
se detiene.
IIJ
-Pero, compañero Becerril, no hay ofensa. Al propio Acuña le
hubiera gustado este tono menos solemne para hablar de su
muerte. Además, no sólo era poeta sino también nuestro colega,
un médico que conocía su cuerpo.
-En eso tiene razón el doctor Rodríguez- interviene Hidalgo.
Por lo que hasta ahora sabemos. entre las cinco cartas que escri-
bió antes de su muerte, hay una al director de la Escuela donde
declara que ha ingerido cianuro de potasio y subraya una frase
reveladora: "Haga usted que no despedacen mi cuerpo". Pues
bien, ya que el bisturí no va penetrar en el cuerpo de nuestro in-
fortunado amigo, comencemos por introducir el líquido del es-
tómago del muerto ilustre -me excuso , señor juez- a agregar al
tubo de Liebig esta solución de azoato de plata; añadimos una
corta cantidad de ácido tártrica y 'un poco de aceite de olivas, y
dejamos reposar.
- In sisto , compañero. Usted hace parecer esta ceremonia una
clase de cocina.
- Querido doctor, todo es alquimia, hasta la cocina misma. Lo
único que intento es darles a ustedes un poco de buen humor,
ese humor al cual era tan afecto Acuña y que ahora, con este úl-
timo acto de su vida, va a ser borrado por los historiadores que
explotarán la leyenda trágica del suicida. Pero un momento,
que ya tenemos aquí nuestro precipitado blanco cuajado. Proce-
damos ahora a tratar esta solución por una mezcla de sulfato de
proptóxido y sulfato de sesquióxido de fierro, previa saturación
por medio de la potasa cáustica. Lo que de aquí obtengamos
nos dará una substancia azul , cianuro ferroso-férrico, o sea
azul de Prusia. No me negará, querido doctor, que en esto tam-
bién hay poesía.
-No le falta razón a Hidalgo, compañeros. Ya comienzan las
conjeturas y la búsqueda de los culpables indirectos de esta
11\
Tema qlariaciones \
muerte. En El Siglo XIX de hoy viene el testimonio de Juan de
Dios Peza, que estuvo con Acuña la mayor parte del día anterior
a su muerte.
-Sí, lo leí. No dejó de llamarme la atención que el día exacto de
su muerte, el 6 de diciembre, Acuña salió a la calle como si hu-
biera sido un día normal y se dirigió a la Imprenta de Valle Her-
manos, cerca de la iglesia de La Perpetua. Ahí lo vio y lo saludó
Gustavo Baz, quien había ido a corregir unas pruebas de im-
prenta del periódico La Nación. Imagínense el impacto que pro-
vocó en él enterarse de que ese vivo, pocas horas después ya no
lo era, porque nada en él parecía advertir lo que iba a suceder.
- Razón de más, interviene el juez. para pensar en un posi-
ble crimen. ¿Cómo explican ustedes que, de acuerdo con sus
compañeros, haya estado hablando tranquilamente con
sus compañeros? ¿En qué cabeza cabe que alguien se qui-
te la vida a la mitad del día y en medio de la gente?
-Querido Juez, con lodo respeto, agrega Hidalgo. Otra vez con
los arquetipos románticos. Seguramente usted sabe, como buen
criminólogo, que, de acuerdo con las estadísticas, la mayor
parte de los suicidios ocurre durante el día y en épocas no preci-
samente de grandes convulsiones como guerras o epidemias. Al
contrario, en esas épocas profundamente dramáticas es cuando
ocurre un mayor apego a la vida. Pero he aquí nuestro azul de
Prusia. Tratémoslo ahora en esta solución de azotato de plata;
con el ácido azótico hirviente obtendremos un precipitado de
cianuro de plata.
- Pero matarse en medio de sus compañeros, ¿no le parece usted
que es de mal gusto?-AI contrario, opina Becerril. Creo que la ma-
yor cortesía de Acuña fue quitarse la vida en un lugar donde todos
estaban familiarizados con la muerte y en una hora que no iba a
atraer pensamientos más lúgubres que los de la propia muerte.
1\\
-¿Pero no le parece sospechoso, añade el juez, que, de acuerdo
con las palabras de Juan de Dios Peza, Acuña le haya advertido
que llegara antes de la una, porque de otro modo ya no lo vería,
porque "estaba de viaje"?
-En eso, dice Rodríguez, no hay explicaciones. Por supuesto
que Acuña quería matarse y con ello, provocar esa gran llamada
de atención, ese largo grito de auxilio subyacente en todo suici-
dio. Sin embargo. los suicidas que fallan en su intento comien-
zan por confesar que en realidad deseaban salvarse. Pero aquí
está ya el cianuro de plata. Pasémoslo ahora por el sulfhidrato
de amoniaco. Verán ustedes, si lo que sospechamos es cierto, la
coloración roja característica que los sulfocianuros alcalinos
producen en contacto con las persales de fierro.
-La muerte de Acuña fue, efectivamente, una muerte anuncia-
da, aunque siempre la muerte nos tome por sorpresa. Todos los
periódicos hablan, y hablarán en los días subsecuentes, de una
muerte trágica y prematura. Ojalá alguien tuviera la imaginación
para hablar de una existencia prematura. 111
-Ahora sí definitivamente no lo sigo, doctor Hidalgo, dice Be-
cerril.
-Sí, compañeros. Todo romántico aspira -aunque no lo diga- a
ser inmortalizado como el adolescente Chatterton, tendido sobre
su cama, con el rostro angélico y un rayo de sol acariciando su
rostro. Pero la vida es la vida y el joven que es viejo en sus pri-
meros años, con el paso de ellos se vuelve cada vez más niño y
más sabio, menos preocupado por atraerse los dolores del
mundo, ya de por sí abundantes.
- En eso tiene razón, doctor, dice Hidalgo. Vean si no a nuestro
gran viejo Guillermo Prieto, "con mucho amor a la gloria y dos
18. La idea será desarrollada años más tarde por Benjamín Jarnés en su libro Ma-
nu~1 Acuña, po~ra de su siglo . México, Ediciones X6chill, 1942 .
I\~
T1ma qlaria[ims \
camisas; popular como el frijol bayo y alegre como repique de
Nochebuena", Pasemos ahora a tratar sucesivamente y aparte
tres porciones del referido líquido por el ácido tártrico, el ácido
pícrico y el bicloruro de platino y obtendremos, respectivamen-
te, tres precipitados: bitrato de potasa, picrato de potasa y clo-
ruro doble de platino y potasio, con lo cual nuestro examen
queda completo.
-Pero no nuestra conversación sobre Manuel Acuña, doctor Hi-
dalgo. Qué les parece, amigos, si para continuar con la irreve-
rencia que no hubiera di sgustado a Acuña, vamos a reverenciar
el retrato de Francesca de Rímini que tanto le gustaba. en la
fonda del Cinco de Mayo.
-Bueno, yo pago los catalanes antes de irme al juzgado, dice
presuroso el juez. Pero antes, háganme favor de ayudarme a la
redacci ón final del dictamen, que la experiencia no me ha dado
muchas luces en esto.
-Más que de acuerdo, responde Hidalgo. Apunte usted enton-
ces, señor Juez: "Sobreabundando las pruebas del suicidio, no
creyó el Ju zgado necesaria la autopsia del cadáver, y sólo qui so
saber cuál era el veneno empleado; por otro lado, los estudian-
tes y compañeros del Sr. Acuña y sus numerosos amigos que-
rían embalsamar el cadáver para .conservarlo, lo cual habría
sido imposible si se hubiera practicado la autopsia; así es que
los peritos, por esas consideraciones, se limitaron a buscar la
relación entre el contenido del frasquito que recibieron de Juz-
gado y el contenido del estómago del cadáver; buscando ade-
más los signos exteriores que de ordinario presentan los de per-
sonas muertas por los compuestos ciánicos" .I~
1\1
lic¡nle ijnimle
l. la Relle Dame sans IDmi
Mientras los caballeros del yelmo y de la espada se destro-
zaban en los campos de batalla, los caballeros del laúd creaban
en las cortes el sentido moderno del amor. Fue una de esas jor-
nadas cuando André Chénier descubrió que para cantar al amor
precisaba de una musa glacial, indiferente y distante. Entonces
surgió el concepto de la BeLle Dame sans Merci. El concepto se
afina y adquiere sus va riantes. A la mitad del siglo XIX, la
dama sigue recibiendo en su casa, es joven, hermosa. culta, y
responde al nombre de Rosario de la Peña y Llerena. El poeta
Manuel Acuñ a le dedica un " Nocturno" que lo liga a la supérs-
tite más all á de la muerte. Bella Dama sin Piedad, más amada
conforme sus encantos se encuen tren más lejanos. Acuña muere
el mediodía del sábado 6 de diciembre. El domingo, El siglo
XIX dedica la editorial de su primera plana a la muerte del
poeta. El texto está firmado por el poeta Jav ier Santa María. Se
describe de manera escueta la suces ión de hechos que posterior-
mente Peza reunirá en sus recuerdos. y el editoriali sta ex terna
su juicio sobre la acción: "El poeta es un ave de paso sobre la
tierra. Aquellos dolores, aquellas emociones que para la mayo-
ría de la soc iedad no son más que pequeñas contrariedades ,
hacen un infierno en la vida del ser que en su ilusión se forja un
paraíso de esta existenci a que no es más que un impuro estan-
que lleno hasta el borde de vulgaridad y dolor". Dos años más
tarde, Santa María fecha un poema dedicado a "Rosari o de la
Peña", donde entre líneas hace referencia a la muerte del poeta:
1\1
Tem3 qU3rjujOnJ!5 \
En donde estaba Dios.
¿Por qué la mano helada de los tiempos
Esas ruinas dejó?
Pregúmalo Rosario a tu memoria
¿Qué hay en tu corazón?
Del espléndido cielo de tu vida
¿Q ue fue lo que quedó?
Lágrimas por estrellas. y una tumba
Donde se puso el sol. 20
I\~
¡¡[enle ¡nilarle
vitable- del sobreviviente, del amigo incapaz de resolver el
drama del que no encuentra otra salida que el despeñadero. En
otra parle de sus memorias, sin mencionar el nombre de la
musa, Peza toma indirectamente su defensa, pues al hablar de
Acuña dice: "Su trágica muerte fue el resultado de un extravío
cerebral; nadie aparece como causa de ella, y son causejas tri-
viales las que corren en boca del vulgo"." El 10 de diciembre,
día de los funerales del poeta, Miguel A. O'Gorman publica en
El Siglo XIX el poema "Ante el cadáver del poeta". Paráfrasis
desafortunada del más estructurado poema de Acuña, en una de
sus estrofas revela que la acusación contra la belLe dame SQIlS
merei ya comenzaba a ser dominio público:
22. eit. por José López Ponillo y Rojas en Rosario lu de Acuña, p. 50.
23 . El SiRio XIX. 10 de diciembre de 1873.
liII
Tema qIaria[ioJeS \
el personaje de Ana de Alarcón. llamada po r sus víctimas Ma-
demoiselle Malheur. En el instante de la muerte de Acuña, Ro-
sari o tenía 26 años de edad. Le llevaba, entonces, dos a su fe-
bri l enamorado, pero un siglo de experiencia. Cuando en 1865
el jove n saltillense acaba de llegar a México para inscribirse en
la escuela preparatoria, Rosari o de la Peña y L1erena brill a con
la luz invencible de sus dieciocho años en los bailes imperiales,
pues adem ás de sus múltiples virtudes cuenta la de ser prima
hermana de Josefa de la Peña y Azcárate, novia y futura espo-
sa del mari scal Aquiles Bazaine.
A paso ace lerado, Acuña habrá de labrar no una fo~tuna ,
pero sí un a posición envid iable entre sus contemporáneos. Su
muerte es el testamento de la ciudad románti ca. Morir por pro-
pia mano y en diciembre, fue motivo sufi ciente para que la ci u-
dad se enlutara y para que la república literaria se afanara en
publicar la obra, asistir a la fa milia supérstite del poeta y a re-
colectar fondos para una estatu a. A las encendidas discusiones
en torno a su sui cidio se suceden las cien colaboraciones -entre
poemas, artícul os y sembl anzas- publicadas tan solo el mes de
diciembre de 1873 , seg ún ha recopilado pacientemente Pedro
Caffare l Peralta.
Como más tarde esc ribirá López Velarde, " nuestras vidas
son péndulos" . Paralelos en el ti empo. Man uel Acuñ a y Rosario
de la Peña eran divergentes en el espacio. Ro sa ri o nun ca se
casó y continuó en su papel de musa del colecti vo poético me-
xicano y algunos invitados extranjeros. Se mudó de la casa de
Santa Isabel a una casa en Tacubaya, donde hoy el viad ucto y la
especulación inmobiliaria han arrasado con todo. Ahí murió en
1924. Acuña interrumpió por su propia mano un a trayectoria
que parecía desti nada al éxito, hasta donde puede tenerlos un
esc ritor en esta carpa malagradecida.
¡¡¡
~i[eDte luimte
Como si una maldición se cerniera sobre. las dos primas de
la Peña, mientras en la Ciudad de México Rosario comenzaba a
ser víctima de las murmuraciones, al otro lado del Atlántico el
mariscal Bazaine estaba a punto de ser condenado a la pena ca-
pital por un tribunal militar que lo había juzgado por el delito de
alta traición, a causa de haber capitulado ante el ejército prusia-
no en la batalla de MelZ. El suicidio de Acuña tiene como vesti-
gio urbano la Escuela de Medicina en el anliguo Palacio de la
Inquisición, en uno de cuyos muros la fábrica de puros "El
Buen Tono" colocó una placa conmemorativa, ya en este siglo.
El sueño efímero del Imperio, compartido por Josefa de la Peña,
tiene su equivalente en el Palacio de Buenavista, obra de Ma-
nuel Tolsá, irresponsablemente regalado por Maximiliano a Ba-
zaine. y reclamado a Porfirio Draz por su viuda.
En su libro Rosario la de AcU/la , José López Portillo y Rojas
incluye la entrevista realizada por Carlos Amézaga a Rosario de
la Peña y L1erena. A manera de un liscal que ante un jurado in-
terroga a la acusada, Amézaga inquiere sobre la que ya había
pasado de ser la musa protectora de las artes a convertirse en la
musa maldita del romanticismo. La incluimos porque es más
que elocuente:
IIí!
Tema llaIiacioDfS \
-Sí, señor, así aparece a primera vista; pero nada es más falso
que aquello de que Acuña se haya suicidado por mí.
-¿ Ud. no lo desdeñaba?
- Muy lejos de eso, lo quería como se puede querer a los hom-
bres de la Naturaleza de Acuña: con admiración y cierto respe-
lO. Ahora, si mi corazón perteneció a otro ..
- Luego es cierto que él vivfa celoso y que la desesperación le
arrastró al suicidio.
-¿Cómo podfa yo darme cuenta de ese cariño en un hombre
que me trataba como a su hennana, que siempre estaba alegre
en presencia mía, que jamás me habló de terribles pasiones ni
de violencias'! Para que mejor comprenda Ud. el carácter de
Acuña, bástele saber que sus amigos todos le creían escéptico
en el amor hasta el punto de conceptuar imposible que se apa-
sionase exclusivamente de una mujer. Cuando vino a casa, si de
broma aludía alguna vez a estas relaciones. Acuña se manifesta-
ba un buen muchacho contento de su felicidad y nada exigente.
-Muy extraño es lo que Ud. dice, y más extraño aún, que un
poeta sincero y de la talla de Acuña haya querido engañar al
mundo en su último trance ...
-¿Ud. no comprende que yo no tengo tampoco por qué mentir?
Si fuese una de tantas vanidosas mujeres, me empeñaría, por el
contrario, con fingidas muestras d~ pena, en dar pábulo a esa
novela de la que resulto heroína. Yo sé que para los corazones
románticos no ex iste mayor atractivo que una pasi ón de trági-
cos efectos cual la que atribuyen muchos a Acuña; yo sé que
renuncio, incondicionalmente, con mi franqueza, a la admira-
ción de los tontos, pero no puedo ser cómplice de un engaño
que lleva trazas de perpetuarse en México y otros puntos. Es
verdad que Acuña me dedicó su "Noctumo"al matarse, es ver-
dad que conservo el original de esa composición como un teso-
ro inapreciable, pero es verdad también , que ese "Nocturno"
ha sido un pretexto nada más, y nada más que un pretexto de
Di[eule ¡uirarle
Ac una, para justificar su muerte; uno de tantos capri chos que
ti enen al final de su vida al gunos arti stas ... ¿Sería yo en su últi-
ma noche una fantas ía de poeta. una de estas idealidades que
en algo participan de lo cierto, pero que más ti enen del sueno
arrebatado y de los vagos humores de aquel delirio? iTal vez
esa Rosario de Acuna, no tenga nada mío fuera del nombre!
- Perdone Ud. que no di spense entero crédito a sus palabras.
¿Qué significan entonces las expresiones amargas y tan concretas
de ese "Nocturno:'? ¿Cómo fi ngir tan admirablemente bien lo
que es verdadero en el corazón de un hombre que va a matarse?
- Todo eso es fa ntasía pura. Yo amaba, es cierto. a otro hom-
bre, al único a qui en me he sentido obligada por el carino toda
la vida: a Fl ores, a qui en usted seguramente ha conocido de
rama ... pero. ese poeta no menos desgraciado que Acuna. y que
ha mu erto posteriormente en mi s brazos. ese hombre que no
sospechaba tener un ri val en su amigo Acuna, se encontraba en
aquellas circunstanci as fuera de Méxi co. Le repito a Ud. que
Acuna no pudo estar quejoso de mí porque siempre fui amable
con él y no usé de ese ri gor a que alude en sus versos, porque
ni lugar siqui era me di o para tal ri gor ... Es bi en difícil. amigo
mío. la cau sa que yo defiendo. pero tengo todavía en mi apoyo
una prueba que es concluyente ...
- Vea mos aquell a prueba.
- Acuna nac ió tan incl in ado al suicidi o, que debía matarse más
temprano o más tarde, conoc iendo o no conociendo a esa Rosa-
ri o a qui en condenan las apariencias. Pertenecía el poeta a una
famil ia desequilibrada. no cabe ya duda alguna.
-C uidado con esa ati rmac ión que es muy grave y puede pare-
cer calumniosa por lo difícil que es dar las pruebas...
-¡ Las pruebas! Todos hoy en México las conoce n: dos herma-
nos de Acun a se han sui cidado con posterioridad a él. Ya Ud.
ve que eso no puede ser una casualidad sino una degeneración
morbosa de que ex isten por desgracia muchos ejemplos... Fami-
Tema q~ariacims \
lias hay de suicidas, como las hay de tísicos y cardiacos. Acu-
ña. con poseer una inteligencia de primer orden. con ser tan
gran poeta, llevaba escondida en lo más íntimo de su ser aq ue-
ll a desesperación muda, aquel profundo disgu sto de la vida
que precipita ordinariamente al suicidio. cuando se ponen de-
terminados sentimi entos en conjunto. No le acusemos de loco,
porque aquello también es una injusticia. Sentir con mayor vi-
veza que otros el dolor, no resistir a la pena que algunos sobre-
llevan con estoicismo. será una debilidad puramente anima l,
pero no un total ecl ipse de la razón. Hiperstesia no quiere dec ir
locura. Ell a, por el contrario. es a las veces, generadora de mu -
chas obras sublimes de arte que significan para su autor angus-
tia horrible, lIainos e insomnio, tensión nerviosa que enferma.
incubadora fiebre que mata. 24
Tem¡ qhri¡¡ims \
el vuelo, mientras con la izquierda protege a una figura andrógi-
na y la consuela de su dolor. A los pies de ambas figuras , una
mujer joven y de formas rotundas se halla en proceso de agonía.
Carlos Díaz Dufoo interpretó la escultura como una "lucha
entre el placer, que lo atrae hacia la tierra, y la Gloria, que lo re-
monta a espacios más altos, y que marca con sus alas desplega-
das el camino a la inmortalidad".2.\
Actualmente, la escultura de Contreras se halla en la Alame-
da Zaragoza de la ciudad de Salti llo. A su alrededor pululan los
patos de la laguna artificial y los niños que a la salida de la es-
cuela secundaria reiteran con su algarabía el presente inacaba-
ble de la vida. La Alameda Zaragoza de Saltillo tiene -me dice
uno de los jardineros- las mismas dimensiones de la de la Ciu-
dad de México. Semejante ironía no hubiera disgustado a Ma-
nuel Acuña. Su última conversación con Juan de Dios Peza y el
último de los poemas dictados a éste por Acuña tuvieron como
escenario la Alameda capitalina, ese obligado lugar de paso
para los mexicanos decimonónicos. En el grupo escultórico de-
dicado por Contreras a la memoria de Acuña. la poética fini se-
cular interpreta los sentimientos radicales de sus antecesores
románticos. Contreras esculpe el monumento a Acuña en un
instante cuando el poeta de moda es Amado Nervo. diplomáti-
co, cosmopolita, editado en varias naciones, y quien habrá de
tener unos funerales aún más fastuosos y memorables que los
de Acuña. Los artistas son apoyados por un régimen que pretie-
re ponerlos de su lado. En su Diario, Federico Gamboa hablará
del apoyo brindado por Sierra a los intelectuales de su tiempo.
Sin embargo, la lucha del artista contra el mundo y contra sus
propios demonios es un fenómeno que no se modifica a pesar
de mecenazgos y favores .
25. El Imparcial . 19 de junio de 1900.
Para la hi storia de la literatura, acaso Manuel Acuña llegue a
ser un poeta cuestionado, pero nunca ignorado. Para la historia
de la mentalidad romántica, para el conoci miento de una poéti-
ca vi tal donde cada acción es importante para ex plicar nuestra
aventura humana, la decisión final de Acuña muestra un a con-
gruencia pocas veces vista en la literatura. Con el misterio de
su muerte. con su abdicación a la vida, logró pennanecer más
allá de su obra escrita para inqui etamos a establecer un diálogo
incesante. El ánge¡ que preside el grupo escultórico de Contre-
ras, en la Alameda de su tierra nata l, es la victoria de la poesía a
pesar del propio poeta. el vuelo de la glori a sobre los meneste-
res que nos absorben la verdadera vida. Si algun os versos de
Acuña pudieran servir para ser inscritos en su monumento, no
habría mejores que los contenidos en su poema "El hombre":
Decídselo a la nada,
Que ella, tal vez, sabrá cuál fue la cuna
De ese arcángel vestido con ha rapo~
A que llamamos hombre.
Tema q~aJia[iones \
lA PROUIHCIA fH lA pmSíA DR SIGlO HIH HfHICAHO
Pa~lo mora'
Introdmión
~
ctavio Paz en su ensayo sobre Ramón López Ve-
larde dedica algunas páginas a hacer observacio-
.nes sobre el tema de la provincia en la obra del
poeta jerezano:
-
transformación que el lenguaje cotidiano y los objetos de uso
diario. Sometida a la doble presión de la alquimia verbal y de
la ironía, la sencillez aldeana se convierte en un condimento
raro, una extrañeza más que incrusta en el discurso de la poe-
sía tradicional. El ejemplo más notable de esta metamorfosis
es "El retomo maléfico".1
111
T1ma llariacioB1S \
aldeana" de la que habla Paz tiene mayor importancia de la que
parece porque recoge dicha veta de la poesía. No se trata sólo
de un "condimento" más que "incrusta" en la poesía tradicional;
más bien es este condimento un punto que retoma y cierra con
él una vertiente de esa tradición poética -a la que el modernis-
mo llevó por otros caminos- y a la que López Velarde supo
darle, retroalimentado por los propios modernistas, otra dimen-
sión sin perder la "intimidad" característica que presuponía el
tema de la provincia. En otras palabras, el poeta jerezano reto-
mó de la provincia dicha tradición .' Gabriel Zaid lo señala muy
claramente:
2. De alguna manero esta mi sma poesía de tema de provincia -que supone ese
arraigo por parte del poeta- vuelve a aparecer en dos autores que, aunque opues-
tos. llevan la provi ncia "íntima" en su obra. Se trata de algunos poema... de AH
Chumacero y de Jaime Sabines. por ejemplo.
3. "Un amor imposible de López Velarde". (Zaid: 14)
111
raMo mora
Sin dejar de tener presente las otras deudas con el modernis-
mo y los poetas franceses, lo que me interesa subrayar es que la
poesía de L6pez Velarde pertenece -y recoge- un discurso poé-
tico que por sus temas se mantuvo más al margen de las aspira-
ciones modemistas. 4 En este sentido, podemos decir que en todo
caso se conservó más en la provincia; precisamente porque su
mundo es el de la naturaJeza de provincia, el de sus costumbres,
y también el de la tierra que se desprende de un paisaje y con él
un discurso poético que en cierta forma -nos lo revela el propio
López Velarde- tiene ya su tradición. Una tradición que consis-
tiría en la manera de tratar y resolver el tema de esa provincia
-su ámbito- y en algunos rasgos poéticos que la caracterizan .
Este discurso lo representan sobre todo los poetas anteriores al
moderni smo.' No se trata, por otra parte, de toda la poesía del
siglo XIX, sino de algunos poemas que traducen mucho de este
paisaje y una manera de enfrentar el progreso, los cambios so-
ciales y la modernidad.
Por su parte Paz, en su ensayo, señala claramente que una de
las virtudes de la poesía de L6pez Velarde es su modernidad
con respecto a la poesía precedente. En este sentido, me interesa
destacar el hecho de que López Velarde está respondiendo ade-
más a una tradición-poética del interior, "íntima", que se le re-
111
Tema llalja¡jooes \
vela más explícitamente en toda la primera parte de su escritura
y que como veremos se encuentra, en parte, en las revistas del
siglo XIX.
Ahora bien. es cierto que la Revolución mexicana provocó el
descubrimiento de la pro vincia; pero mostró una provincia
abandonada, en este caso, aislada por la guerra, "al edén subver-
tido que se calla! en la mutilación de la metralla". Esta situación
en todo caso se da por segund a vez, pues la primera es aquella
de los años posteriores a las guerras de Reforma, a las interven-
ciones extranjeras y guerras internas en donde se da un interés
por conocer al país y en donde se debatirá de manera clara, años
después, la pertinencia de una nacionalización de la literatura.
En este sentido, para reconocer este proceso es necesario ras-
trear el tipo de alusiones a la provincia, al paisaje y a la visión
que, en general, ofrecen ciertos poemas y textos precedentes al
poeta jerezano.
Cabe aclarar que en esta parte del trabajo no me concentraré
en explicar dicho fenómeno en la obra de López Velarde, si no
que mostraré en qué consiste tal poesía y cuáles son algunos de
los cambios que registra en el tratamiento poético. Con este pro-
pósito utilicé varias revistas mexicanas de literatura y, particu-
larmente, me concentré en aquéll'ls que datan de mediados del
siglo XIX. En orden cronológico serían: El Mosaico Mexicand'
(1836-1837 y-1840-1842), El Museo Mexicano (1843-1945), El
Liceo Mexicano (1844), El Album Mexicano (1849), La /lustra-
ción Mexicana ( 1851-1855), La Camelia (1853), El Renaci-
miento ( 1869), La Ilustración Potosina (1869), El Domingo
(1871-1873), El Artista (1874-1875), El Nacional ( 1880-1884,
Pablo mora
en una an tología), La Revista Nacional de Ciencias y Letras
(1889-1890). Uti licé también varias antologías: Las cien mejores
poesías mexicanas de Antonio Catro Leal, Parnaso mexicano de
Alberto A. Esteva y José Pablo Rivas, Parnaso mexicana (Anto-
logía general de poetas mexicanos) de Enrique Femández Gra-
nados y Poesía mexicana del siglo XIX de José Emilio Pacheco.
lí'i
TIlla ! iniaciom \
tida a la tierra de origen o por el aislamiento al que se repliega
el poeta frente a la vida de la ciudad. Particularmente hay una
serie de poemas que representan concretamente al segundo
grupo porque reproducen temas específicos asociados con el
tema de la naturaleza: los volcanes, los ríos y algunas ciudades
o lugares de interés. Quizá podríamos hablar de un cuarto tema,
a saber, el de las grutas. Este último es por sí solo un tema, de-
bido a la cantidad de poemas que se hicieron al respecto. Sin
duda, el interés por los descubrimientos de la grutas se debió en
gran medida al romanticismo, pues fue éste un motivo derivado
de la concepción de la naturaleza de la época. El hecho de que
las propias grutas fueran un lugar misterioso y encerrado por
tanto tiempo daba pie a los poetas para crear y especular sobre
esos misterios e imaginar arquitecturas góticas, o bien daban pie
para escribir una tradición. Ahora bien, sobre todo, la primera
de estas dos tendencias de la poesía y, muy concretamente, algu-
nas de las poesías que aparecieron en las revistas literarias de la
época, las podríamos asociar, como el reflejo de un tipo de " li-
teratura" que en aquel entonces denominaron algunos como
"del hogar" o que reproducía temas de lo que se llamó: "el ho-
gar doméstico". Con este término se englobaba una serie de no-
ciones y características que reflejaban en parte el espíritu de la
época. Si bien es cierto que quienes hablaban de la idea del
"hogar doméstico" no hacían necesariamente una mención ex-
plícita a la provincia, sí podemos asumir que el tipo de hogar al
que se hacía mención era aquel que se anteponía como una for-
ma de contrarrestar la pérdida de ciertas costumbres, de ciertos
valores y formas de comportamiento que se extraviaban en las
ciudades, pero que se conservaban más en la provincia y, en
todo caso, eran más visibles. Por otra parte, hay que aclarar que
este "hogar doméstico" era un término que se desprendía de las
lí'i
raMo mOla
obras y no al revés, es decir, las obras no estaban escritas a prio-
ri, según este término. En realidad el "hogar doméstico" servía
para englobar y reunir una serie de concepciones, costumbres y
aspiraciones en un espacio que permitía explicar la exi stencia
de ciertas manifestaciones literarias. Era como una explicación
literaria de un "espíritu" que se cobijaba más en la provincia y,
en este sentido. volvía a una búsqueda de la existencia que veía
perdida en la ci udad. mejor aún, era el espacio literario y lírico
de una época que se defendía de las guerras e intervenciones de
aquel entonces o bien, posteriormente. de los cambios que traía
el desarrollo y el crecimiento de las ciudades.?
Veamos lo que se consideraba como el "hogar doméstico":
7. Es necesario aclarar que para hacer un estudio más completo habña que estudiar
e l fenómeno de la provincia y la ciudad a partir de todos los cambios sociales
que se dieron durante este periódo que abarca de 1843 a 1880.
8. " El Hogar doméstico" de FOl1ún, en La Ilustración Mexicana (1.3. 1853,643-
647).
11L
Tema l Dariaciones l.
las, no bajo los lineamientos a los que lo restringía uno de sus
autores de la "literatura del hogar"\ también es cieno que. en
casi todas las revi stas del siglo XIX que datan de 1844 a 1874,
con la excepción de revistas tales como EL Artista y La Revista
de Ciencias y Letras, entre otras. aparecen poemas que giran en
torno a esta búsqueda y a estos temas. El autor del anículo cita-
do. "Fortun", es decir, Francisco Zarco, subraya la imposibili-
dad y el desplazamiento que ha sufrido este "hogar doméstico"
en los siguientes términos: "Esa paz del hogar doméstico que
suele conmover al hombre solo, al que vive eternamente aisla-
do, parece, sin embargo, haber huido de las grandes ciudades."
Desde 1853 se comienza a ver el crecimiento de la ciudades
como una forma que va a ir desplazando la vida de provincia y
con ésta algunos verán la extinción de los valores de una época.
En La Ilustración Mexicana (2:402) aparece un artículo titu-
lado "La inocencia" en donde se considera que en la provincia
se da ese espacio de la inocencia. Y ésta era definida, en esa
misma nota, como "la benéfica y excelente disposición del alma
que hace imposible que el hombre pueda dañar a sus semejan-
tes." Y más adelante decía: "es un estado de angélica pureza: es
el alma sin pasiones que la extravíen, sin locos deseos que la
consuman, sin ardores criminales." Sin duda este estado se lo-
graba sólo en ese "hogar". Por otra pane, la inocencia perdura-
ba en la mujer casada que era la representación de la divinidad:
111
"La inocencia acompaña el pecho de la mujer aún después de
haber ella ocupado el lecho nupcial, y entonces ella es en el
hogar doméstico la paz y el consuelo del esposo, la representa-
ción de la divinidad para con sus hijos."
Dicho estado es otro de los valores que se busca y que refle-
ja a esta literatura que habla de la provincia y que comparte
muchas de las nociones del "hogar doméstico". Asimismo el
frecuente pronunciamiento del hogar como centro para la for-
mación de hombres buenos se desprende de un plan pedagógico
que sustituía tanto las deficiencias de la educación como la fa-
talidad de una nación envuelta desde su independencia en gue-
rras intestinas.
Si bien estas líneas, como en general la concepción del
"hogar doméstico", nos parecen ahora cuestiones de extremada
cursilería, no deja de mostrar interés este fenómeno para enten-
der una poesía que aunque menor, si la ponemos junto a la de
los. modernistas e incluso junto a la de nuestros- mejores poemas
románticos , es significativa para entender al público lector y a
nuestra poesía, pero también sirve para entender más el mundo
y el fenómeno de López Velarde.
Fortún, el autor del artículo sobre el "hogar doméstico", seña-
la otras cualidades: "en el hogar doméstico cae el antifaz dramá-
tico, y el hombre aparece tal cual es, sin encubrir sus defectos,
sin reprimir sus buenas cualidades, temiendo caer en ridículo,
porque el buen sentido del mundo hace ya que ciertas virtudes
teman la burla y el baldón."
Pero este "hogar" tiene su centro en la mujer. Es ella la in-
fluencia decisiva, "es la más poderosa en el hogar doméstico."
Ella representa sobre todo a la madre y a la esposa, más que a la
mujer de sociedad. Ella en suma es el "ángel" del hogar doméstico.
118
. lema q~ari3CiDDes \
Es por ello que el autor termina su artículo diciendo: "El
hogar doméstico puede, pues, ser un paraíso o un ·infierno. Pare-
ce incuestionable que uno u otro consisten en la mujer. Ellas o
son ángeles o son demonios. No hay regla segura para distinguir
a las unas de las otras. Es preciso fiarse a la casualidad."1U
Manuel de Olaguíbel considera, en sus artículos dedicados a
la literatura del hogar, a autores corno Manuel Altamirano y
Gustavo A. Saz los representantes de dicho "género" en nuestro
país. En realidad, no se puede considerar a estos poetas como
los únicos exponentes de dicho género. ya que un término que
cubre tan amplio espectro de ternas hace casi imposible la deli-
mitación y clasificación de quiénes pertenecen o no a dicho gé-
nero. Para el caso, creo más importante lo que nos enseña dicha
concepción para entender la literatura que se daba en la época.
Ahora bien: esta idea del "hogar doméstico" me interesa utili-
zarla con una dimensión menos restringida de la que le dieron
los autores que escribieron sobre ella. Quiero decir con esto que
si, en efecto, no todos los poemas hablan exclusivamente del
hogar en estos ténninos, sí comparten, en una u otra forma, al-
gunas de sus características.
La concepción de este "hogar doméstico" sirve para explicar
la creación de un espacio poético al que el poeta recurre una y
otra vez. Este espacio reúne una serie de concepciones de la
época que van desde el concepto de la naturaleza hasta el senti-
do de la patria, pero al mismo tiempo este espacio concentra
características poéticas que permiten seguir un desarrollo que
10. En este mismo género entrarían también algunas de las composiciones que lle-
van por título a .. A .. ... Este género de poesías denominadas de album, dedicada~
a una niña, a una señorita que encarnaba por lo general a un ángel o a una Oor
tienen más de una conexión con este poesía del "hogar". Dicha poesía se entre·
gaba a halagar a la mujer.
119
raMo mOla
alcanza con López Velarde la posibilidad de concebir ese espa-
cio co mo una ~ metáfora y una conciencia. Todo lo anterior no
quiere decir que la poesía de López Velarde pertenece a este
"dulce género", sino que el mundo al que alude en sus poemas,
y en ese sentido. su espacio poético. comprende y toca caracte-
rísticas de dicha poesía. En forma más elaborada y aludiendo a
todo este espacio -<jue también es amoroso- dice López Velar-
de de su amor imposible en "Nuestra casa": "Nuestra casa hu-
biera sido un edén, amiga que te consumes entre la s palomas
familiares, las macetas rústicas y el son de las esquilas que te
llaman a misa y a los rosarios vespertinos." El poeta en clara
síntesis de la dicha familiar con el edén y la provincia retoma
notas íntimas de su atmósfera y hace de su paisaje provinciano
un lugar más específico.
Pero veamos primero 'cómo algunos poetas mexicanos vuel-
ven a la infancia, al terruño de la provincia en general o a este
"hogar domés tico" como una fanna de entender su identidad,
como a una "patria".
1. El paisaje interior
Este recuerdo a mi pesar me viene ...
José Marfa Heredia
181
Tema qhria¡ims \
co: Alfonso Lamartine. En el poema se encuentran algunos de
los patrones utilizados por poetas mexicanos y, muy particular-
mente, por Roa Bárcena al describir el paisaje. En este caso el
poeta francés contempla desde una montaña. debajo de un enci-
no el valle, la campaña:
181
Pablo mOJa
Los vientos se aduennen, del can el ladrido
Que sigue con paso li gero al pastor,
Do el eco distante quizá repetido.
Se pierde en el valle con blando rumor.
Cercana al poniente de Venus la estrella
11 . Hay que señalar que en el poema anterior también es digno de notarse la pre-
sencia de la poesía española. muy concretamente a GÓngora. y la lectura de los
poet a~ latinos. Aunque para entonces un poeta como Góngora era acusado
como uno de los responsables de la decadencia del idioma, algunos poetas res-
catan sesgadamente sus romances y sonetos . Este rescate es notable en las re-
vista~ literarias. Aquí. muy concretamente el verso que dice: "00 el eco distan-
te quizá repetido." podña ser una alusión a la "Soledad primera" de Luis de
Góngora que dice: "donde el cuerno, del eco repetido".
181
Tema qDaJia[iones \
Lamartine siente en su aislamiento la ausencia, la imposibi-
lidad de mirar "el bien ideal" y ante los límites q ue ve en este
mundo aspira:
li]
Pablo mora
Mas fueme esa luz vana.
j No aspiro ya el aliento
Con que dichoso fui!
y ante esta impo.s iblidad -"la paz querida" que nos recuerda
el "hogar"- pretende un viaje celestial similar al que aspira el
poeta francés:
Tema qllariuiom \
En su aislamiento el poeta francés pretende llegar al centro y
ori gen de las cosas y en su aspiración sólo encuentra una pre-
gunta: "¿Por qué mi alma en la tierra se demora?" De esta ma-
nera concl uye pretendiendo dejarse llevar por los vientos, como
una forma de entrega.
Ahora bien , lo importante aq uí es ver cómo el poeta mexica-
no traduce su soledad y nostalgia en una búsqueda e imposibi li-
dad por recuperar el paisaje o los momentos de la infancia, ge-
neralmente de provincia. El poeta francés, en cambio, es más
bien un hombre del mundo, en donde el pai saje no implica ne-
cesariamente el rec uerdo o añoran za del terruño. En realidad,
muchos de los poetas mexicanos en su intento por reconocer su
pasado lo identifican con el paisaje, con el de la provincia y en
todo caso buscan recuperar ese edén. que para algunos está aso-
ciado, concretamente, a ese " hogar doméstico".12 Esta caracte-
rística, la de la irrupción y nostalgia del lugar de origen, es
12. En el caso de otros poetas como Manuel Acuna este sentimiento del origen es-
tará dado a través de la presencia de la madre. Luis Miguel Aguilar en su libro
La democracia de los muertos dice al referirse a los proyectos de la poesfa
amorosa: " ... se encue ntra e l proyecto más ramoso y tal vez más d isparatado de
Manuel Acuna al suponer:
Con esto quiero solamente recalcar cómo en general la poesía de esta época
apunta hacia aquellos ideales marcados por el "hogar doméstico". Ahora bien.
e n e l caso de Acul'ia tenemos también al poeta que le da la vuelta a toda la poe-
sía de orden bocólico y en general de temas clásicos. Su poema dedicado "A la
vida del campo" recoge la visión satírica de los inrortunios de la vida del
campo e n un hombre de ciudad. El poema es uno de los primeros registros en
donde e l campo no significa la vida idmca tan buscada por los poetas.
18\
P¡blo mOI¡
quizá más visible en un poeta que dejó no poca huella en la
poesía mexicana: José María Heredia. Su poema "Al Niágara"
refleja más claramente cómo su aislamiento y su nostalgia se
traducen en la imposibilidad de ver la naturaleza de su patria
como una manera que tiene de buscar su identidad. muy concre-
tamente cuando evoca las palmas.
IBL
lema q~aria[iones \
rabie, pero por lo general de signos positivos. Parten, muchos
de ellos, de lo que ya José María Heredia en su poema " Place-
res de la melancolía"
111
Pablo EOJa
Uno de los antecedentes de esta intimidad la podemos ver en
la forma como los poetas trabajan el paisaje procurando carac-
terizarlo a través de elementos tales como la adjetivación y la
metáfora al mismo tiempo que lo reconocen como una manifes-
tación musical de la oración religiosa y de los estados del
alma. 17
Ramón I. Alcaraz en El Album Mexicano (1:19) reproduce
un patron típico de esta poesía paisajista:
La oración de la aldea
Subió al cielo en la voz de la campana.:
Ya la choza que humea
En la loma lejana
Desaparace entre la nieve vana.
En bandadas las aves
A recogerse acuden a su nido,
Con cánticos süaves
Halagando el sentido
De los que vuelven al hogar querido.
17. Maria del Carmen Millán. 162. Millán. en su estudio. senala a OtMn como el
que rompe con "la lr.ldicio nal idea de la poética y tranquila noche de luna en
el campo". (168)
118
Tema qDariaciom \
Precisamente muchos de estos poetas irán poco a poco ad-
jetivando más ese paisaje, o bien lo irán recargando con metá-
fora s; lo irán interiorizando más dentro de esa intimidad que
presupone, hasta llegar a hacerlo una conciencia para revelar-
nos, en el caso de López Velarde, una provincia que no cono-
cíamos. Esta especificidad representa una forma de apropiarse
de un lugar y de ofrecer una intimidad anhelada que con el mo-
dernismo cobra dimensiones di stintas al interiorizar este paisa-
je como material verbal , fundamentalmente musical.
Una de las claves para ver esta interiorización no sólo del
paisaje sino de la provincia es su proceso amoroso, como lo es-
tudia muy bien Zaid. y en poemas como "Pobrecilla sonámbu-
la" de La sangre devota (1916). Ahí López Velarde la imagina
como una sonámbula - la provincia, la mujer- que se pasea
como una conciencia en el poeta. Concluye el poema con la re-
producción de esa sonámbula: "soy la virginidad del panorama!
y la clara embriaguez de tu conciencia" .(55-56) Elantecedente
más claro de este procedimiento es el de Othón y el de Díaz
Mirón. El primero por ser quien descubre en el desierto una
conciencia de sí mismo que ya en otros poemas se toma maléfi-
ca y misteriosa. El segundo, como veremos, por ser quien decla-
radamente exorciza el paisaje.
18~
que tiene una de sus explicaciones más claras con la práctica de
los modernistas. Es decir, los modernistas son los que se apro-
pian de este espacio y lo llevan por otros derroteros; logran inte-
riorizar éste con imágenes más ricas y con la utilización de las
palabras como manifestación de un paisaje musical y visual
más personal. En cambio, en los poetas mexicanos precedentes
y en cierta poesía que se mantuvo más al margen de los logros
modernistas, el tema recurrente de la provincia sirve para pro-
yectar la imagen positiva de una naturaleza -paisaje- mexicana
fértil y benéfica en un México del interior capaz de cobijar y
resguardar valores desplazados por el crecimiento maléfico de
las ciudades.
Ahora bien, López Velarde se acerca a este mundo de provin-
cia con las herramientas heredadas por los modernistas pero, en
sus incursiones y retornos, lo hace también recogiendo una tra-
dición de poesía que había sido relegada por la fuerza de una es-
cena cosmopolita traida por los modernistas. López Velarde, en
todo caso, no descarta las dos y por ello su eficacia es doble:
porque nos revela un México inédito, señalado por Paz, y por-
que nos descubre, a su vez, un mundo poético que tiene su ori-
gen en poetas de mediados del siglo XIX. López Velarde sabe
trabajar con dicha tradición poética agazapada, como la propia
provincia a lo largo del siglo, en las revistas literarias.
En cuanto a los temas, ambiente, lenguaje e imágenes, el
mismo López Velarde sin proponérselo hace una descripción
muy exacta de lo que está presente en la poesía de provincia del
siglo XIX. Así, cuando se refiere a la provincia después de uno
de sus retornos de su pueblo natal:
IlO
T!ma • Dariaciom \
la jovialidad de tus habitantes; el ensuei'io de la luz de la luna
sobre tu caserío. que se duenne entre el sonsonete del grillo y
el ladrar de los mastines; la gracia volandera de los pájaros
que rayan el cielo. con algarabía de locura feliz; la lección fér-
til de la escuela de tu vendimia, y también me otorgaste, como
corona para mi ventura, el sonreír claro de la más hermosa de
tus hij as.
I~I
Pablo mOla
Al pie de los atrevidos cerros
y de gigantes colinas
Cuyas elevadas cumbres
El sol fulgente ilumina,
Se ostenta con abandono
Cual oriental odalisca
Que entre flores y perfumes
Lánguidamente dormita,
La p'erla de la Huasteca
Huejutla la peregrina
191
Tema qUniarionf5 \
Renacimiento (2:197-198), un poema: "A Uruapan", en donde
me parece está uno de los posibles antecentes de la visión de la
provincia, no solamente como un Edén, sino como lugar en
donde Dios es más visible. Más concretamente es un anteceden-
te de la manera como López Velarde concibe la provincia, la
que vemos en su poema " Humildemente" de Zozobra ( 19 l 9).
Valle comienza su poema:
20. En otro sentido, también nos hace recordar aquel primer tercelo que abre "El
retomo maléfico":
191
'a~lo mora
miten acercarlo todavía más a la poesía de López Velarde. En
1842 Rodríguez Galván hace un poema sobre "Jalapa"" en
donde termina describiendo esta ciudad en una metáfora diría-
mos tradicional:
19\
Tema , J¡ria[iol!s \
López Velarde es el poeta que irá decantando ese espacio de la
provincia a través de la especificidad y la precisión que le ofre-
ce, entre otros elementos, el valor detonante del adjetivo. Dicho
recurso, en poetas anteriores, sirve de un ingrediente apenas ca-
racterístico que se diluye en poesía llena de convenciones o imi-
taciones. Lo que realiza el jerezano es la condensación de una
poesía que alude al paisaje y la provincia y la ofrece con la in-
corporación de un léxico y un prosaísmo que nos revela un
mundo relegado frente al crecimiento de las ciudades. El poeta
jerezano logra. en parte, con los adjetivos y con la conciencia
moderna, la realización de esa magia --es parte de la "alquimia"
y del condimento que llama Octavio Paz- de su poesía. Aun-
que, como bien señala Paz, Velarde no es un poeta puramente
provinciano dado su visión moderna y su lectura de Baudelaire,
sí es posible rastrear y reconstruir aspectos interesantes de su
magia a través de un proceso que se origina en la poesía de la
segunda mitad del siglo XIX que trata o alude a la provincia.
Dicho proceso es localizable si lo vemos a través de la pau-
latina adjetivación, de la necesidad por ofrecer especificidad en
la poesía dentro de las revistas literarias del siglo XIX. n En el
22. Tres ejemplos son los siguientes: en El Domingo (3: 101 ) apareció el poema de
Manuel M. A ores titulado: " Bajo l a~ palmas":
En este poema desconcierta esa "pupila hebrea" porque ~; bien no hace una
alusión explícita a la Virgen Maria, sí hace de manera "irreverente" alusión a la
Marfa hebrea -la religiosidad que encuentra en la amada- e n un poema erótico.
Lo que me interesa señalar, en todo caso, es cómo mediante ese adjetivo logra
sacar de su registro tradicional del discurso poético a esa mujer y cómo al
Il\
P¡blo mOla
caso de López Velarde no hay que ir muy lejos ni escarbar muy
profundo para encontrar a cada paso la conjuración de esa
maestría:
o en "Todo":
Sonámbula y picante.
mi voz es la gemela
de la canela .
mismo tiempo la está doblemente idolatrando: como mujer ideal (María) pero
también como mujer posible (camal). En El Rtnacimitflfo (2: 175) Juan Valle al
describir el origen de su ceguera. con una mirada preverbial , reproduce un aná-
logo mecanismo:
y de la gente de seso
Tentación que urge tenaz,
y que es una ramo de flore s
del arado conyugal:
en donde con la adjetivación logra crear una metáfora que une dos territorios
"santos" de la época: e l campo con e l hogar. La muchedumbre es una simbiosis
en la provincia.
1%
Tema qUaria¡jones \
Sobran ejemplos en donde López Velarde hace uso de este
adjetivo para revelamos una provincia que desconcierta, porque.
o bien atribuye cualidades de seres animados a seres inanima-
dos, o bien, adjetiva una conciencia con una palabra que denota
una cualidad moral 13 • Pero no sólo se conforma con esto, sino
que sus adjetivos. por lo general y con el tiempo, revisten un ro-
paje anacrónico, es decir, sus adjetivos muchas veces parecen
objetos de antigüedades --;;aracterística de la época y hasta de
corte neoclásico- que en el contexto del poema funcionan como
las mismas escenas, atuendos (telas), objetos, atavíos de la pro-
vincia que describe pero hechos ya de una cualidad moral : "pu-
dibundas violetas", "olas civiles", "sonámbula y picante la voz"
etc. En este sentido, es importante subrayar el carácter moral
que está detrás de toda la idea del hogar doméstico. Entonces, a
mediados de siglo, los editores de las revistas y redactores veían
la necesidad del cultivo de este espacio como una de las fuentes
para la mejora social en las costumbres. Lo que hace muy pecu-
liarmente el jerezano es decantar esa carga moral, materializarla
verbalmente a través de la selección de un vocablo para trascen-
derlo y así otorgarle un nivel substancial en el poema. es decir,
intenta hacer ese mundo más visible -audible- en un contexto.
más moderno a través del adjetivo preciso con su carga moraL
Octavio Paz dice en su ensayo de Cuadrivio: "López Velarde
no concibe al lenguaje como vestidura, O más bien, es una ves-
tidura que, al ocultar, descubre. La función de la metáfora es
desnudar," Como hemos visto en los ejemplos anteriores hay en
23. La conciencia moral de la obra de Velardees uno de sus rasgos modemos, como
bien señala paz: "Conciencia de su f::lIalidad y conciencia de esa conciencia: de
ahf brotan la ironía y e l prosaísmo, la violencia de la sangre y e l artificio pérfido
del adjetivo," (79)
'ablo mm 1"
los poetas precedentes un intento por vestir a la provincia con
su naturaleza, es decir, no sólo intentan describir su naturaleza
sino que la ven, por lo general, como una mujer que intentan
vestir, adornar. Muchos poetas usan la palabra "atavío". Preci-
samente Juan Valle en su poema "A Uruapan" dirá de ese edén:
Tu espléndido atavío
Que a una reina sus perlas y diamantes.
I~U
Tema qUaria¡iones \
más de otros elementos del poema. Uno de éstos es el de la me-
táfora que sirve para "desc ubirir la verdadera realidad" y que
Díaz Mirón no deja de reconocer como una de las mejores fo r-
mas de esa revel ac ión. Dice Díaz Mirón:
raMo mOla
Precisamente ese edén , esa nostalgia, ese estado de inocen-
cia, esa vuelta, que se ha convertido en una forma de patri a, será
tomada, ultrajada por el mal: la ciudad moderna y su poesía.
Se explica, así, en Díaz Mirón, cómo este paisaje será soña-
do por un mendigo:
alguna señorita
que canta en algún piano
alguna vieja aria;
el gendarme que pita ...
111
Tema , laJiatims \
samas con cuidado tiene sus fechas y sus poetas bien definidos.
En López Velarde se ha vuelto distancia y conciencia que "sólo
la muerte puede abolir"."
Estos regresos de López Velarde y las implicaciones en su
poesía son también visibles en muchos de los poetas del siglo
XIX. Con frecuencia los poetas centran su poesía en esos retor-
nos o, en los adioses. A diferencia de López Velarde, en los
poetas precedentes la provincia es un espacio de la infancia ido-
latrada, de la mujer primera y el casto amor. A muchos de estos
poetas el regreso les provoca una nostalgia que desencadena por
lo general tristeza, desengaño por el presente. Otras veces este
regreso o este recuerdo provocan satisfacción.
López Velarde hace de la quietud y lentitud de la provincia
un espacio y una conciencia. La quietud de la provincia y del
paisaje mexicano -en la poesía del siglo XIX- le permiten es-
cribir y en ese sentido "echar a andar" la relojería de una tradi-
ción en movimiento. Por eso sentimos -como dice Octavio Paz-
que López Velarde desnuda enmascarando, descubre. López Ve-
larde se asoma a la provincia como a una tienda de antigüeda-
des en donde todo permanece inmóvil porque pocos abren la
puerta. López Velarde echa a andar toda esa maquinaria porque
conoce los mecanismos de su relojería.
25. (Paz:87)
111
Pablo mora
El Mo.mico M~xicano (o colección de amenidades curiosa<; e instructivas). (1.1 -
7). Imp. I.Cumplido.(l836- 1837 y 1840- 1842).
El Museo Mexican o (Miselánea pintoresca de amenidades c uriosas e insrructi-
vas). (t.1-5). Imp. 1. Cumplido. (1843- 1845).
El liceo Mexicano (Periódico científico y literario). (ti). México: Oficina tipo
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1~1
RA~Afl OHGAOO.
mal~alila Uillaseñor'
10\
-
sagaz y socarrón, cómo se tejía y destejía la intriga de la vida en
la realidad que lo rodeaba. Ver, oír, hablar. Con una atención tan
singular, con un amor tan profundo que lo llevaba a la médula
misma de las situaciones, a sacar a luz lo secreto, a descubrir lo
complejo en lo sencillo, las virtudes calladas, el talón de Aqui-
les, los puntos dolorosos . No se escandaliza, no enjuicia. no
condena. Simplemente así son las cosas y así las transcribe a
sus novelas, porque de la observación y de la lectura aprendió
Delgado el oficio·de novelista.
Don Rafael nació bajo el signo de Leo y según las opiniones
y recuerdos de quienes lo conocieron, coincide en mucho con
sus rasgos zodiacales: fue generoso, puntual, comprensivo.
amable, confiado, seguro de sí mismo y amante del campo. Fue
también emprendedor, activo, con un considerable tendencia a
gobernar o a ser líder. Era sensitivo y sensible. Apasionado y
celoso en sus afectos. Raimundo Mancisidor lo describe como
un hombre de apariencia común: de mediana estatura, ojos ne-
gros, cabellos rizados y labios gruesos. Leonardo Pasquel señala
una cierta dificultad de dicción que por momentos oscurecía la
claridad de sus conceptos, sobre todo cuando se trataba de un
discurso o de la lectura de algún texto largo. Amado Nervo -el
poeta de la Amada lnmóvil- lo recuerda por su afabilidad y
agudeza y el propio Delgado corona su retrato con una rara vir-
tud: la alegría. "La tristeza -nos dice- es fuente de males y en-
gendradora de vicios. Ciertamente, la virtud es alegre."
Los datos biográficos de Rafael Delgado provienen en su
mayoría de una sola fuente: la pluma de Francisco Sosa, quien
al prologar la primera edición de Cuentos y Notas publicada por
Agüeros en 1902, expone no si circunloquios y rodeos, las bue-
nas razones que lo asisten para proporcionar "una noticia bio-
gráfica del aplaudido novelista Don Rafael Delgado", mientras
Tem3 qhri3Ciones \
confiesa de paso que el género biográfico había sido desde su
mocedad predilección.
Pues a no ser por esta un inclinación de Sosa, muy poco se
sabría de la vida del novelista ya que nada, o casi nada, han
añadido los años a esos apuntes. Delgado fue hijo único y
murió soltero así que -aunque se rumora que dejó dos o tres
hijos naturales- no hubo parientes cercanos que recogieran pia-
dosamente los documentos, cartas, retratos, libros dedicados o
herencias que vinieran más tarde, a facilitar la tarea de los in-
vestigadores. Ciertamente Delgado tuvo incontables discípulos
y muy numerosos amigos que en su momento escribieron sobre
los méritos de las obras y sobre las virtudes del autor. Conoció
prácticamente a todos los escritores mexicanos relevantes de su
tiempo y es presumible que mantuviera correspondencia con al-
gunos de ellos como lo hizo con los escritores españoles D.
José M. Pereda y con Benito Pérez Galdós. Sin embargo, esta
correspondencia no ha sido investigada ni recogida. De hecho,
y sin ninguna justicia, parece que la figura de Rafael Delgado,
ha caído en el desinterés o en el olvido y así, hay que buscar en
las propias novelas del veracruzano --en sus constantes y en sus
recurrencias- lo que se podría llamar indicios autobiográficos.
El entorno mial
Se sabe -siempre al través de don Francisco Sosa- que Ra-
fael Delgado nació en la ciudad de Córdoba el 20 de agosto de
1853. Sus padres fueron don Pedro Pablo Delgado y doña María
de Jesús Sainz Herosa, ambos de familias muy conocidas de
111
m!r!!ril! UillmiOl
Córdoba. Su abuelo paterno fue poblano (de San Andrés Chal-
chicomula) y el materno originario de Ramales, en las montañas
de Santander. El primero ocupó varios puestos políticos y era
Alcalde de la Villa de Córdoba al consumarse la Independencia
Nacional. El segundo fue un acaudalado comerciante con un
buen número de hijos entre los que se contaba el Canónigo Don
José María Sainz, prominente clérigo y hombre cultísimo, de
quien heredó Rafael una magnífica biblioteca de más de tres mil
volúmenes. De la estantería de su tío, el novelista obtuvo "tar-
des de muy deleitosa lectura" y despertó en él la afición a los li-
bros y al aprendizaje que lo había de acompañar toda la vida.
De esos viejos libros , escogidos esmeradamente por el Canóni-
go, el chico aprendió los intrincados caminos de las letras y los
vericuetos de la novela. En ellos, nos dice, encontró los prime-
ros atisbos de la poesía, su inicio a la retórica, el primer asomar-
se al idioma y las figuras de la lengua, al ritmo y a la rima. Tal
vez, también, de la docta figura del tío sacerdote haya nacido
ese personaje múltiple ~Iérigo bondadoso, recto, figura de au-
toridad, pastor y líder de opinión- que aparece en todas sus no-
velas con diferentes nombres y vistiendo casi siempre la sotana
jesuita.
La niñez de Rafael Delgado transcurrió tranquila en el seno
de una familia católica, clase media, con todas las característi-
cas de una familia decente a la hechura del siglo XIX. La moral
-al fin conjunto de normas y costumbres- varía conforme a las
circunstancias históricas de un país. Se modifica la escala de va-
lores y lo que ayer era bueno, hoy parece ridículo; lo que antes
era malo actualmente se mira con ojos más benevolentes. La
vida de Delgado ocupa la segunda mitad del siglo pasado y los
albores de éste. Nació cuando apenas habían corrido cuarenta
años de la consumación de la independencia. Le tocó vivir la
118
Tella ! Uariuims \
época de Santa Anna, el desmembramiento del territorio, la In-
vasión Norteamericana, la Invasión Francesa, y las luchas entre
el Imperio de Maximiliano y la República Juarista. En aquel
México decimonónico, tan caótico y azaroso en su desarrollo
como nación, dividido ya en los dos partiOos políticos que --con
diversos nombres- han presidido su historia: e l conservador y
el liberal, reinaban todavía las normas de conducta y las cos-
tumbres católicas. Es cierto que ya Delgado despotrica en sus
novelas en contra de jacobinos y masones, gente por demás
"descreída y de vida relajada". pero también es cierto -en su
universo literario- que la gente bien, y aquí ya entra un concep-
to de casta, es siempre católica. Ya sean devotos o regegos,
practicantes o no, fanáticos o vergonzantes. La fe es un privile-
gio, la devoción en cambio es una virtud que, por delicada y ex-
quisita suele ser más frecuente en la mujer que en el hombre.
Las costumbres y los conceptos mo rales que se hacen paten-
tes en las narraciones de Delgado, tal vez resulten para un lector
de nuestros días un tanto anticuados. La manera en la que las
protagonistas acuden al consejo del sacerdo te y lo aceptan
como verdad irrefutable; esas figuras femeninas un tanto apas-
te ladas, la idea de que la mujer tiene toda su fuerza en la abne-
gación y en el pudor, estarían fuera de tono con el feminismo
actual y la imagen de la mujer liberada. El sacerdote ha sido
sustituido en nuestra sociedad por el psiquiatra y las cuestiones
de amores o amoríos desafc;:trtunados e.ntre niñas incautas y se-
ñoritos libertinos, tienen en nuestra época solucio nes menos
drásticas que el convento o el sacrificio sin remedio de las ilu-
siones de una joven. Actualmente una madre soltera puede ir
por ahí con la frente .alta, tiene derecho a rehacer su vida y no se
ve obligada a oculaf su maternidad o a achacar el niño a la
buena y fiel sirvienta de la casa. El final de Los parientes ricos
marqarila Uillaseñor
o el castigo de la Calandria se nos antojan un tanto excesivos, y
el inútil sacrificio de Angelina en aras de un ideal , hoy día un
tanto incomprensible, están marcando un sensible cambio en la
escala de los valores morales que regía a la sociedad mexicana
antes de la Revoluci6n. En los últimos cincuenta años estos
cambios se han multiplicado a un ritmo acelerado en todo e l
mundo. Sin embargo, las novelas de Delgado siguen proporcio-
nando al lector actual numerosas figuras de identificación y de
experiencia vicaria. Lo que varía es el ropaje, la esencia perma-
nece inmutable. De ahí su validez.
Los padres de Rafael Delgado era creyentes y practicantes.
Un hogar de costumbres moderadas, regido por el cariño, la
comprensión, la tolerancia y la armonía. Ni rupturas, ni drama-
tismo, ni violencias , ni altisonancia. Delgado tuvo un niñez em-
bellecida por el pan horneado, las compotas de frutas, el caldo
en brasero. Una niñez renovada con las velas a la Divina Provi-
dencia, las jaculatorias y e l Mes de María; una infancia que
medía las horas y los días por el sol y la llovizna, la Navidad y
la Cuaresma, la llamada a Misa y el toque del Angelus. Su
madre, que fue maestra, le enseñó las letras, los números y e l
catecismo. Por las noches leía en voz alta textos seleccionados
por su padre quien por cierto era muy aficionado a los autores
costumbri stas mexicanos.
11~
Tema qDaria¡iones \
Su padre, cuya figura aparece desdoblada y multifacética, en
casi todos los libros de Delgado, fue Jefe Político en Córdoba y
Secretario de la Jefatura Política en Orizaba; murió siendo pen-
sionado del Gobierno de Veracruz. Fue un hombre honrado,
recto, enérgico e intransigente en materia de justicia y discipli-
na. Algunos enemigos tuvo. Se retiró de la política cuando ocu-
rrió la derrota de Santa Anna en 1855. Siguió al Emperador al
destierro y regresó, poco tiempo después, abatido, desilusiona-
do y pobre. Compró una finca en Orizaba y se dedicó al cultivo
del campo. Entonces comenzaron los sinsabores económicos de
la familia, las deudas, las privaciones, la entereza, la penuria lle-
vada con decoro.
Esta situación se retrata insistentemente en las obras de Ra-
fael Delgado. La quiebra, las familias venidas a menos, los
muebles y objetos. vestigios de mejores épocas. la pobreza
digna, el trabajo decoroso y no siempre fructífero para salir ade-
lante, son un leitmotiv en sus novelas. En 1862, según cuenta
don Francisco Sosa, el padre de Delgado hizo cesión de bienes
y se empleó en administrar intereses ajenos. Con esta medida
canceló sus deudas y comenzó por segunda vez a formar un pa-
trimonio familiar.
Conoció Rafael Delgado niño, la rutina de provincia: el salu-
do en la calle, el comentario, la mirada que espía tras el vis illo,
los mentideros en las boticas, las muchachas que tocan el piano
y se llenan de sueños con novelas que leen entre suspiros. La
provincia con su lengua mordaz en donde el prestigio y la honra
son frágiles, la provincia con su mirada cruel a la que nada se
esconde: ni anhelos, ni frustraciones, ni glorias ni adversidades.
Por la niñez de Delgado desfilaron sin duda las tías bonachonas
y achacosas, las solteronas marchitas, las quinceañeras bullicio-
sas, los criado fieles, el tinterillo tramposo, el tendero gruñón, el
111
malqalila Dillaseñol
tendero gruñón, el rico sin escrúpulos, el sacerdote apóstol, el
periodista de pueblo, los poetas, los cullillos y los payos. Todos
los tipos que desfilan en sus libros y que pueblan su mundo de
ficción y que siguen poblando nuestras ciudades del interior. Sus
poemas, novelas y cuentos "que nunca tuvo por cosa muy aqui-
latada de mérito" aunque tampoco "merecedores de olvido" son,
al decir del autor "meros apuntes de cosas vistas y sucesos bien
sabidos, consignados en cuartiHas." Son, añade, "impresiones
mías, algunas muy íntimas y personales, -las que yo me sé- y lo
restante trata de cosas más vistas que inventadas." En Orizaba
(Pluviosilla), con su eterna llovizna, con sus calles imposibles
-ya desde el siglo pasado--, con su vegetación exuberante, su
paisaje verde y brumoso y su volcán, Rafael Delgado adolescen-
te, desde la vieja casona de altos muros, de oscuros corredores,
jaulas de pájaros, comenzó a guardar en la mirada y en la me-
moria, entre los tiestos de begonias, hoja elegante, caleteas y
gardenias. esas "cosas vistas", esas historias vulgares. Su narra-
ción fluye lenta y acuciosa, atenta al detalle y fluye de una ma-
nera natural con esa especie de sopor y de calma de la vida pro-
vinciana.
Rafael hizo sus estudios primarios en el Colegio de Nuestra
Señora de Guadalupe dirigido por D. José María Ariza y Huer-
ta, maestro entrañable que revive después de Angélica y en el
que el propio Delgado se desdobla. Al cumplir los doce años en
1865 fue enviado a la Ciudad de México al prestigiado Colegio
de Infantes de la Colegiata de Guadalupe. Pasó ahí un año de su-
frimiento echando de menos a sus padres y añorando el terruño.
De ese año de infortunio en el internado nos habla en algunos de
sus cuentos: "La misa de madrugada" y en su novela Angelina.
Su estancia en el colegio de la capital está marcada
también por la tutela de su tío el Canónigo y por la lectura y el
Tem! lbri![ims \
tudio de la religión. La ciudad de México no lo sedujo nunca,
ni siquiera el esplendor de los desfiles o de las solemnidades
religiosas en la Basílica presididas por Maximiliano y Carlota.
No lo sedujo tampoco el mundo, ni "sus pompas y sus obras"
como reza el libro de Ripalda. No quiso vivir fuera de Vera-
cruz. Escribió mucho sobre el Estado, sobre los escritores cote-
rráneos suyos. Sus poemas evocan siempre el paisaje y los lu-
gares de la región y sus novelas, a exepción de Los parientes
ricos de la cual parte de la acción sucede en México, todas tie-
nen por escenario las ciudades veracruzanas. Lo mismo sucede
con sus cuentos. Su amor, sus preferencias se inclinan a Oriza-
ba mejor que a su ciudad natal. AngeLina situada en Villaverde,
dedica casi todo un capítulo a hacer una crítica despiadada de
los villaverdinos; en Villatriste, en donde .se desarrolla la anéc-
dota de Historia vu(gar, todo viene a confirmar la desolación
del nombre con el que bautizó a la ciudad. Gusta Delgado, a
manera de contrapunto o paralelo, de trasladar la acción a la ca-
pital metropolitana y pinta con sorna la fatuidad de sus preten-
siones y la falta de autenticidad de las costumbres.
Se ha repetido hasta la saciedad que Pluviosilla, es sin lugar
a dudas la ciudad de Orizaba a la cual sienta de maravilla el
apodillo. Sin embargo, los críticos difieren en la identificación
de Villaverde (Córdoba) y Villatriste (Xalapa). Don Francisco
Monterde, Don Antonio Castro Leal, Mancisidor y otros, se in-
clinan por la versión apuntada.
Otros autores, entre ellos Leonardo Pasquel , juzgan que esta
nomenclatura triple hace referencia a la misma ciudad de Oriza-
ba y que, los eruditos se han dejado fácilmente engañar por tal
artificio de Delgado. Urí examen serio de los lugares que se des-
criben en las novelas, deja ver según Pasquel, que se trata del
mismo río, iglesia, cañada, etc., que aparecen en la ficción como
111
ffiilqarila Dillaseóor
sitios diferentes de diferentes ciudades, que no son sino másca-
ras y di sfraces de Orizaba bajo los cuales el ojo perspicaz del
conocedor no se llamará a engaño. El argumento más fuerte de
Pasquel, se basa en que Don Rafael Delgado en algunas de sus
cartas dirigidas a la señorita Guadalupe Mendizábal, bien pro-
bada orizabeña, la saluda o la llama "villaverdina endiablada".
No deja de sorprender, al lector profano, al capitalino que no
conoce Orizaba como la palma de su mano, que en cada una de
las narraciones de Delgado, se hace alusión a las otras ciudades:
Villaverde, Villatriste o Pluviosilla según el caso, y aún se las
compara y describe con rasgos peculiares diferentes. En la ba-
lan za final , la que sa le mejor librada es Pluviosilla, mientras
que el autor se muestra inclemente con los habitantes de Villa-
verde. En fin , poca importancia tiene el punto, puesto que el re-
trato de las poblaciones provincianas, llámense como se llamen ,
está hecho con exactitud y maestría y porque a final de cuentas
cualquier ciudad - MoreHa, Uruapan o Guanajuato- pudieron
ser el teatro en donde tuvieron lugar los hechos. Cualquiera, a
no ser por la preci sión con la que el novelista describe el clima
y la vegetación o el paisaje veracruzano.
11\
Tema q~¡¡i¡¡ione5 \
fusilata del Cerro de las Campanas. Era un momento aciago. Las
constantes guerras civiles sembraron el luto y la pobreza. La fa-
milia Delgado estaba en bancarrota. La situación política no
ofrecía ninguna seguridad en la Ciudad de Méx ico. Los padres
de Rafael. angustiados, temiendo por el niño, lo hicieron volver.
De ese retomo hay alusiones muy claras en Angelina que es,
al fin y al cabo, la obra que contiene mayor número de datos
autobiográficos: "Allá te va esta novela. lector amigo; allá te
van estas páginas desaliñadas, incoloras, escritas de pri sa, sin
que primores de lenguaje ni gramaticales escrúpulos hayan de-
tenido la pluma del autor. Son la hi storia de un muchacho
pobre. pobre muchac ho tímido y crédulo como todos los que
allá por el 67 se atusaban el naciente bigote. creyéndose unos
hombres hechos y derechos. Histori a vulgar, más vivida que
imaginada, que acaso resulte interesante y simpática, para quie-
nes están a punto de cumplir los cuarenta. Como el Rodolfo de
mi novela, gran lector de libros románticos, eran todos mi s
compañeros de mocedad -te lo aseguro a fe de caballero- y ni
más ni menos como Villaverde algunas ciudades de cuyo nom-
bre no quiero ni acordarme .....
Una historia vivida que acaso narra sus amores con la señori ..
ta Laura Orozco allá por el año de 1868 cuando ingresó al
Colegio Nacional de Orizaba. reorganizado por el Licenciado
Silvestre Moreno Cara, figura local muy eminente y de notable
influencia en la vida literaria de Rafael Delgado. El señor More-
no Cora abrió a Delgado las puertas de su biblioteca -bien dota-
da en autores c1ásicos- y ahí conoció a los dramaturgos alema-
nes y a Shakespeare. Rafael Delgado fue más tarde un traductor
excelente de obras en francés. inglés e italiano. Leía y aprendía
incansablemente. En esta misma época conoció a los clásicos
españoles -Cervantes. Quevedo- que habían de influir de mane-
11\
ffiar!arila lillmáor
ra decisiva en el manejo de la lengua del novelista. El propio
párrafo citado anteriormente es una muestra de ese seguimiento.
Si Rodolfo, es como todos los muchachos de su época, el
profesor. la figura solitaria y triste del viejo maestro, es también
Delgado. En Angelina, el autor se retrata en el pasado y en el
futuro como en un espejo alucinante. Se mira a lo lejos enamo-
rado y optimista en la figura del protagonista, se adivina tam-
bién en el abandono y el o.lvido. entre la burla y la misericordia,
en ese arrastrar IQs pies del profesor de pueblo, encorvado y ca-
noso que ha dejado todos los sueños en los libros y toda su ga-
lanura en la cátedra.
Pocas alusiones hace en cambio este novelista a sus años in-
fantiles. Sus personajes niños son escasos. Parece que la vida o
lo que en ella hay de conflictivo comienza con la adolescencia.
¿Para qué hablar de la niñez plácida y feliz? ¿Para qué sacar a
colación esos días soleados vividos a la sombra de los padres?
La desdicha y la preocupación se asoman al rostro con el bozo
que precede al bigote y con la sospecha del primer amor. En La
Calandria , hay un chiquillo recadero, simpático y parlanchín,
indiscreto siempre. monaguillo travieso que hace rabiar y son-
reír al cura. Por ahí en sus cuentos se asoma también la figura
de un niño enamorado de la belleza de una Cordelia que deco-
raba el gabinete de su padre. ese amor dejó en su corazón "tan
hondas huellas, que hasta hoy no lo puedo echar en olvido". Se-
guramente, hay en ese relato algo de confesión. El autor dice,
en un breve prólogo a la edición, que esos cuentos fueron escri-
tos al mediar su vida "en horas de amargura y días nublados" en
los que sólo escribir podía alejar de su memoria "el recuerdo de
seres amados, idos para siempre, y en los que, dolorido el cora-
zón, nos entregamos de grado a las añoranzas de la muene".
No sabemos con exactitud cuándo ocurrió la muerte de los pa-
111
Tema qllariaciones \
dres de este novelista. Sabemos en cambio, que cuando apare-
ció la edición de la que estamos hablando, en 1902, ya no vivía
ninguno de ellos. El tema de la orfandad, es uno de los recu-
rrentes en la narrativa de este autor. Orfandad y viudez, apare-
cen en La Calandria, en Angelina, en Los parientes ricos y en
Historia Vulgar. Por esta insistencia el lector puede darse cuen-
ta del cariño entrañable que el escritor sentía por sus padres, de
la gran unión fuerte y profunda que tuvo con ellos. Y si se
guarda para sí celosamente los días felices de su niñez, se ex-
playa en cambio en estos recuerdos dolorosos de muerte y de
ausencia irremediable.
La adolescencia es para Delgado una etapa dura y solitaria. Épo-
ca de desconcierto y de descubrimientos. Una nueva cosmognó-
risis se despierta y el muchacho se ve forzado a enfrentarse a sí
mismo y a su contorno. Ni siquiera los seres más cercanos y
queridos pueden ayudarlo en esa iniciación. Delgado en sus no-
velas añade a estas dificultades naturales un nuevo desafío: el
de la estrechez económica. El joven que tiene que abandonar los
estudios para convertirse en empleado y ayudar así a las tías que
lo criaron o a la madre viuda; las hijas que trabajan sin descanso
para ayudar al padre viejo y enfenno y derrotado (como sucede
con las muchachas Quintanilla en Historia Vulgar) o la joven
que tiene que lavar y planchar ajeno para no convertirse en una
carga para la familia que la acoge como sucede en La Calandria
y en Angelina. Una vez más la recurrencia nos hace sospechar
un antecedente autobiográfico. Lo cierto es que Rafael Delgado
abandonó los estudios al terminar la preparatoria y que, en
1875, cuando tenía veintidós años, fue nombrado catedrático de
Geografía, de Historia de México y de Historia Universal e in-
trodujo en el programa de estudios la Geografía Histórica. Fue
maestro durante dieciocho años. Su vocación para la enseñanza
111
IDarq¡¡ita Iillaseñor
se hace patente en la admiración y cariño de sus numerosos dis-
cípulos quienes gustaban de su compañía más allá de las horas
de clase. Pedro Caffarel Peralta, dice que cuando tuvo que aban-
donar el magisterio a causa de su salud quebrantada. seguía en-
señando en los cafés y en las cantinas y que los muchachos lo
seguían con verdadera devoción. Quizás, para Delgado el ma-
gisterio fue en cierto modo un sustituto de la paternidad y del
hogar. Nada se sabe de su vida amorosa. Se ha dicho que dos o
tres veces estuvo a punto de casarse y, si nos basamos en sus es-
critos, debe ser verdad. Sin embargo, Delgado dejó escapar el
amor, si es que éste tocó a sus puertas. Murió soltero, solo, en-
tristecido por la enfermedad, amargado; lleno de añoranza por
ese hogar perfecto, por esos hijos que no tuvo, por esa mujer
ideal que describe en sus novelas y por ese amor puro y sencillo
que ilumina el alma de sus personajes. Angelina una vez más
nos da la pauta en este sentido. Rodolfo, el joven que regresa al
pueblo y que se enamora un tanto de Angelina y otro tanto de la
rubia muchacha rica que tocaba el piano por las tardes para disi-
par el hastío, se queda, al final sin la una y sin la otra. ¿Es el
amor verdadero algo tan inalcanzable, tan frágil que sólo crista-
liza en la contemplación? No hay que olvidar que Del-gado es
un escritor realista, cuyos relatos son "meros apuntes de cosas
vistas y de sucesos bien sabidos" o bien "impresiones mías, al-
gunas muy íntimas y personales", por eso el examen de sus cua-
tro novelas y de sus cuentos puede ser iluminativo. La Calan-
dria , su primera novela, publicada en 1890, nos presenta a un
joven ebanista, Gabriel, enamorado de Carmen. El amor se frus-
tra por los desvíos de la muchacha y por algunos malos entendi-
dos. Ya se dijo que en Angelina aparecida en 1893, también el
amor se disipa en la nada. En Los parientes ricos, en 1901,
todos y cada uno de los romances de las cinco parejas centrales
Tema ! !ari¡¡iom \
se terminan antes de la boda. Sólo en Historia Vulgar, 1904, la
novela postrera, Leonor y Luis llegan al altar. Es curioso notar
que el ideal femenino del novelista, si bien se unifica en cuali-
dades: mujeres hacendosas, sensatas, muy católicas, que guisan
y cosen como los ángeles, que tocan el piano y leen poesía y
novelas muy en boga, se bifurca en cambio en cuanto a lo físi-
co: la rubia y la morena. El principal atractivo de ambas son los
ojos y el cabello. Todas son amables y parlanchinas, de buen
corazón, de inquebrantables principios, muy dadas al espíritu
de sacrifico. Lánguidas o alegres son siempre un remanso de
paz y de comprensión. En contrapunto aparece la pizpireta, la
alocadilla, la irreflexiva, la indiscreta y atrevida. Todas ellas tie-
nen afiliada la lengua. pero con inocencia y gracejo. ¿Fueron
así las novias de Delgado? ¿Se retrata indistintamente en los
amores desdichados de Gabriel, de Rodolfo y de Pablo? ¿Se re-
trata también en el Alberto irresponsable de La calandria cuyo
capricho fue la perdición de Carmen, en el Juanito que deshace
la vida de su prima en Los Parientes Ricos y en aquel Luis
Gamboa de Historia Vulgar, padre de los hijos de la mulata
Candelaria? ¿Hubo pues, en la vida de Delgado, además de los
noviazgos románticos y puros. algún pecado de amor?
Delqado ellitelato
La vida de Delgado transcurrió entre libros: se dividió entre
la docencia y la literatura. Sólo que la literatura para un escritor
realista a la manera de Delgado no es sino la reproducción exac-
ta y detallada de la realidad. Es el ir pintando los sucesos, las
acciones. los lugares, las personas y las plantas, una manera de
ffiarqarila ~illmñor
vivir, una manera de hablar. Y resulta que la realidad no es
siempre tan jacarandosa ni tan agradable como uno quisiera. La
algarabía y la alegría tradicional del veracruzano, el clima y la
sensualidad del trópico, se ven bastante disminuidos por el traji-
nar diario, por el chisme, los miedos, las envidias y la mezquin-
dad de la vida diaria. No, Delgado no puede hacer de la vida
pura miel. No da el pincela lo final el estilo americano del
"happy end", porque en la vida los finales felices no son fre-
cuentes, porque sus propios sueños se hicieron mil pedazos,
porque la alegría interior y la alegría fisiológica del hombre no
dependen de la historia sino de la manera de vivir la historia.
Delgado poco habla de política. Delgado se mantiene apartado
de la vida pública y de los cargos oficiales. No han nacido toda-
vía el marxismo ni las tendencias socialistas. Escribe para la
burguesía católica mexicana. La pasa bajo su lupa y va señalan-
do aquí y allá defectos, carencias y debilidades. Delgado hace la
crónica de la provincia. Dice que escribe para entretener, pero
hay también un sentido crítico que actualmente se llamaría de
denuncia, hay una intención moralizante que al fin y al cabo ha
acompañado a la literatura desde sus inicios: "enseñar divirtien-
do y divertir enseñando" a la manera de Aristóteles.
Sin embargo la literatura de Delgado difiere de la de otros
novelista de la época en eso de las reflexiones morales. Delgado
va siguiendo la acción y la mayor parte de sus comentarios se
sitúan en boca de los personajes y no son, de ninguna manera
largas disquisiciones que aburren al lector. Delgado entiende
bien el género narrativo, sabe lo que es la novela en el moderno
sentido de la palabra. No se pide nada en interés y agilidad a su
congénere español Benito Pérez Galdós, pese a que los críticos
insisten más en su semejanza con Pereda. Y es que Delgado se
inicia en el camino de escritor como poeta. Comenzó a escribir
11~
Tima qBaria[ioDeS \
poemas desde niño. Poesía que naturalmente responde a la con-
cepción y modalidades del momento. Es buen versificador, ma-
neja pulcramente la rima y el ritmo. Pero le falta in spiración .
Delgado se esfuerza en cantar a los lugares de su región que
tanto amaba. Es una poesía descriptiva a la manera de Pesado.
Es la alabanza a los volcanes, cañadas y ríos veracruzanos. El
poeta Delgado es un paisajista, lo revelan sus sonetos a ("Río
Blanco", "Ojo Zarco", "Escamela", "Ojo de agua", "A Xala-
pa.") Escribe también , en la adolescencia, algunos poemas con
clara influencia romántica como "A unas flores", "La última go-
londrina", "No me niegues tu amor", "A Carolina" y otros mu-
chos. Hay que añadir que tuvo mejor vena épica que lírica. Así
lo prueban el límpido estilo de la oda que dedicó al Obispo
Labastida. "Te Deum Laudamus", "Palmas" y su obra poética
más lograda "Oda a la Raza Latina", que fue también lo último
que escribió, en 1910. Con esta composición ganó los Juegos
Florales de Orizaba. Esta pieza, así como su obra poética en ge-
neral, fueron muy ensalzadas por los críticos de su tiempo. En
nuestro momento, puede resultar una poesía un tanto almibara-
da y con una vestimenta demasiado solemne y almidonada. Se
dijo ya que Delgado tuvo mejor fortuna con la poesía de tono
épico, con la que cantó las glorias regionales y de nuestra raza
de lo cual se infiere su gusto o su vocación por el género narra-
tivo al que sin embargo, llegó después de algunas tentaleos. Da
la impresión de que Delgado no encuentra el tema lírico, perso-
nal de la poesía, se resiste a él con inexplicable pudor de expre-
sar directamente sus vivencias, emociones y sentimientos. En
tanto que en la novela -con una gran dosis de autobiografía-,
esas mismas vivencias se transfieren a otros. Comenzó a publi-
car sus poemas allá por el año de 1881, cuando Moreno Cora
promovió la fundación de la Sociedad Sánchez Oropeza (inicia-
111
marqarila Billaseior
dor del Colegio Nacional de Orizaba). Rafael Delgado se hizo
cargo de los asuntos literarios de dicha sociedad. Cada mes, se
hacía una velada en la que leían los autores locales sus cuentos,
poemas. ensayos, etc. Muchas veces participó como lector don
Rafael exponiendo temas de crítica literaria que pueden servir
de indicios sobre sus preferencias e inclinaciones: El Quijote.
Hamlet, Bécquer, Nuñez de Arce, Leopardi. Otros ensayos son
interesantes porque nos delinean una clara imagen de este autor.
En sus "Conversaciones Literarias", por ejemplo. nos habla lar-
gamente de las flores y en "El amor al libro" nos dice que sin
los libros la vida sería para todos "ingrata y enojosa", por que la
lectura "es fuente de inefables placeres y de consuelos". Este
breve ensayo termina con la recomendación que el autor hace al
público de formar una pequeña biblioteca "rica en ciencia y en
artísticos primores". Una biblioteca al alcance de todos los bol-
sillos y que consta sólo de cuatro libros: "La Santa Biblia, que
es el libro de Dios; La imitación de Cristo, que nos consuela y
nos ayuda a ser buenos, que es el libro de la virtud; La Historia
de nuestra patria, que nos enseñará a respetar a nuestros mayo-
res y a amar la tierra bendecida en que nacimos, que es la obra
de la Sociedad. El otro libro para regocijo y grato esparcimiento
del ánimo, tesoro de las gracias y donaire de nuestra hermosa
lengua castellana, que es el libro del Genio: Don Quijote de la
Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra".
Los textos leídos en esas veladas literarias se publicaban
después en el Boletín que salió puntualmente durante siete años.
Ahí aparecieron, dijimos, las primeras publicaciones de Delgado.
aunque ya había sacado a la luz algunos textos en los periódicos
locales. En esa época, se despertó el interés de los intelectuales
veracruzanos por recoger su tradición, su historia y sus valores
culturales; por otra parte participaron en la Reforma Educativa
111
T1ma qDari![ims \
que se emprendió al consolidarse )a dictadura, e incrementaron
notablemente el estudio de las ciencias y de las letras en el estado
de Veracruz. A este movimiento de revaloración de la provincia
se unió con pasión Rafael Delgado. Su interés por las activida-
des culturales de Orizaba, así como su innata curiosidad por
toda manifestación literaria, lo indujeron a explorar los laberin-
tos del teatro. Delgado. se preocupaba por promover la afición
de sus conciudadanos a las artes escénicas, él mismo había estu-
diado l. literatura dramática griega y latina. Había leído en la
biblioteca de Moreno Cara, a los autores de) teatro francés e ita-
liano, conocía a los dramaturgos alemanes y a Shakespeare. En
1878 escribió dos obras de teatro: La caja de dulces en prosa y
en tres actos y Una taza de té en verso y en un acto. Ambas fue-
ron representadas en el Teatro Llave de Drizaba por el español
Enrique Guasp de Peris. muerto a principios de este siglo. y por
Concepción Padilla.
El estreno de La Caja de dulces fue un acontecimiento para
los orizabeños. Los amigos y los discípulos de Delgado le ofre-
cieron un suntuoso banquete y le regalaron -en memoria del tal
fecha- una corona de plata y una pluma de oro.
En 1879. tradujo una obrita de Dctavio Feuillet: El caso de
conciencia y escribió el monó logo Antes de La boda que en
1885 estrenó Josefina DucJós de Figueroa. también en Drizaba.
Estas tres aventuras de creación dramática se quedaron en el
umbral. en la experimentación. Son piezas sencillas. de propósito
moralizante, de acción lineal, correctfsimamente escritas, espe-
cialmente las que van en prosa; nada más. La temática anuncia
por momentos, los asuntos de sus novelas; anticipan. como en
el monólogo Antes de la Boda. su concepto de la mujer.
11J
mar¡arit¡ iillaseior
la narratiua
11\
Tema ! Bari¡¡ims \
nero no es en verd ad nuevo, pues existen numerosas produccio-
nes de la misma índole de muy di stintas épocas, Ilamándoseles
leyendas, novelas cortas, relatos de sucedidos, etc., etc. y tam-
bién cuentos, como ahora se estil a; abarcando en esta denomi-
nación desde las más fantásticas lucubraciones hasta las más
sencillas narraciones con que se ha cauti vado siempre la aten-
ción de los niños"
Delgado escribió sus cuentos y los guardó. Publicó alg unos
aquí y allá en diarios de Veracruz o de la capital. En 1902 los
reunió en un tomo que publicó Agüeros.
En el cuento, como en la novela, Delgado se desenvuelve sin
afectación.
M exicanos son los cuentos de Delgado en el vocabulario y
lo son tambi én por el ambiente en el que se desarrolla la acción.
El calor del trópico, la niebla, el chipichipi , la ex uberancia de la
vegetación y la descri pción de sus coterráneos. Parte de cuadros
de costumbres, de tipos, de anécdo tas insignificantes y llega.
por medio de identificaciones a lo que es humano y universal.
Delgado alterna lo triste con lo alegre, el melodrama con la co-
media, mezcla la anécdota que él vio y oyó, con la que se ha ve-
nido trasmitiendo de boca en boca de una a otra generación,
pero sin abandonar nunca el mundo suyo, familiar.
De la descripción pasó al cuento y de ahí a la novela. Su
primera novela, La Calandria , fue escrita en 1889 y publicada
por entregas de enero a agosto de 1890 en la Revista Nacional
de Letras y Ciencias. La segunda edición, con un prólogo de
Francisco Sosa es de 1891 y se debe a TIp. Católica de Pablo
Franch en Orizaba.
Angelina, acaso su obra más autobiográfica y con la que se
inicia en la literatura burguesa cuya ambientación y personajes
pertenecen a la clase media provinciana, apareció primero en
ID3I!3IiI¡ UillasenO!
1893 en la mi sma editorial (Tip. Católica de Pablo Franch) ori-
zabeña y, un año más tarde en las páginas de El país con tan no-
table éxito de público que en 1895 hace una nueva edición la
imprenta capitalina de Eduardo Murgía.
En 1894, Delgado aceptó venir a residir a la Ciudad de Mé-
xico como empleado de una compañía rnjnera: Taviches. Sin
duda, había algo de ilusión por ponerse en contacto con la
crema y nata de la intelectualidad capitalina, sin embargo, y
pese a la muy buena acogida que tuvo tanto en el medio como
en los diarios y editoriales de esta capital, Delgado añoró cada
día la vida de provincia, el clima de Orizaba, las lloviznas, el
sopor de la siesta, la plática en el portal y el colorido violento
de las flores. En México, ciudad pretenciosa y fatua, asistió a
las reuniones de la Academia Mexicana de la Lengua de la cual
era miembro correspondiente desde 1875 según afirmación de
Leonardo Pasquel y desde 1892 según el decir de don Francisco
Monterde; pasó a ser individuo de número desde 1892 (fecha
dada por Pasquel) o desde 1896 (dato de Francisco Monterde).
De cualquier modo, ocupó el sillón número 12 sucediendo al
doctor Manuel Peredo y su discurso de ingreso versó sobre la
novela. Asi stió también el cordobés a varias sesiones y veladas
del Liceo Altamirano en donde leyó algunos de sus estudios.
Durante los cuatro años de su estancia en la gran urbe escribió
para El tiempo, El País, y La Revista Moderna, si n olvidar ni
abandonar su colaboración en periódicos de Orizaba, a donde
regresó en 1898 y publicó nuevamente artículos y poemas. Fue
invitado, en 1901, a impartir el curso de Lengua y Literatura en
el Colegio ,Preparatorio de Jalapa, invitación que aceptó gusto-
so. Ya para entonces había comenzado a escribir su tercera no-
vela: Los parientes ricos que salió por entregas en el Semanario
Ilustrado ese mismo año de 190 1. En 1902, en la Biblioteca de
T!ma ! lariaciom \
Autores Mexicanos de Victoriano Agüeros, recogió y publicó
sus cuentos. En 1903 y en la misma colección apareció la se-
gunda edición de Los parientes ricos, novela cuya acción tran s-
curre en parte en el Distrito Federal.
La decena de años que Delgado pasó en Jalapa, fue altamen-
te productiva en cuanto a su obra literaria se refiere. A partir de
los cuarenta años, Delgado se inició en la novela y desde enton-
ces hasta el momento de su muerte, ocurrida a los 61 años, fue
cuando verdaderamente se realizó como escritor. Los cuarenta
pueden parecer una edad tardía para el comienzo de una obra.
Delgado, el maestro, el crítico, el poeta adolescente, el que ex-
pIara el cuento como género de moda, el que se da a conocer
como autor teatral, llega en plena madurez a la novela y llega
con gran aliento, con maestría de pluma y profundo conoci-
miento del México de su tiempo, de la tranquila vida provinciana,
de las debilidades del hombre. Como Proust, va en su narración
en busca del tiempo perdido reconstruyendo minuciosamente no
los grandes hechos de la política o de la historia sino los peque-
ños aCOnteceres de la vida cotidiana, recuperando para él y para
todos esa historia única, incesantemente repetida en el mundo y
el tiempo, del amor perdido, del engaño, de la orfandad, de la
inocencia, de la envidia, de los sueños pequeñitos y banales, de
las legítimas y cotidianas aspiraciones del hombre, el fruto pro-
hibido, la ignorancia, la serpiente y la Ciencia del Bien y del
Mal con la que suelen acabar todos los Paraísos.
En 1904, y durante su estancia en Jalapa que se prolongó
hasta 1909, se publicó en el periódico capitalino El País su
cuarta y última novela: Historia Vulgar, cuya segunda edición
es de ese mismo año (Tip. de la Cía. Editora Católica, México.)
También de 1904 son las Lecciones de Literatura, I Estilo y
Composición impresas en Jalapa por el Gobierno del Estado de
marqarila Billmñor
Veracruz. Un año más tarde se imprimió en Orizaba su célebre
Discurso en el 111 Centenario del Quijote que le valiera fama y
reconocimiento en el viejo continente. Por aquellas fechas era
gobernador de Veracruz don Teodoro A. Dehesa quien fue entu-
siasta impulsor de la cultura y de los talentos regionales , y
quien publicó los libros de texto de Delgado.
Mucho se ha hablado de la influencias literarias de don Ra-
fael. A Cervantes y a Quevedo se atribuye su limpidez de idio-
ma; A Daudet, los Goncourt, Zolá, Pereda y Galdós, se le empa-
renta en la narración. Las cuatro novelas del veracruzano son en
verdad mexicanas en su anécdota, caracteres, ubicación y entor-
no social. Claro está que Delgado es, como se ha dicho ya, un
autor realista, que aprende el realismo de los autores hispanos.
Pero difiere de Pereda en la inclinación que éste siente por la
descripción enojosa y detallada del paisaje y por el muy marca-
do tinte regionalista. A una perspectiva más lejana en el tiempo,
se encuentra mayor relación con Galdós, con Valera y con Cla-
rín que con el montañés, pese a que el propio Delgado hace ex-
plícita su inmensa admiración y amistad con el autor de El
sabor de la tierruca. Delgado evoca y convoca la realidad que él
conoce. No la historia pública y oficial, no las fechas, los nom-
bres y los datos concretos -no habla de política, ni de economía,
ni del acontecer histórico--. Nos cuenta la historia privada, las
vivencias íntimas y secretas, las tentaciones, amores, intrigas,
vergüenzas y alegrías de la vida, el dolor y el temor de la muerte.
Sus últimos años en Jalapa nos lo muestran cansado. Padecía
hacía tiempo de una artritis que se acentuaba en los largos días
de lluvia, de Nortes o de invierno en la brumosa ciudad de Jala-
pa. Su carácter -<le suyo bondadoso y amable- se había agriado.
Estaba en la cúspide de su carrera como escritor. Su fama y
prestigio se habían consolidado. La Soledad, esa soledad que
11i
¡1ma q~aria[im5 \
temió siempre. se le había vuelto intolerable. Cuarenta años en
la cátedra, con jóvenes que lo admiraron y respetaron, no basta-
ban para llenar la insati sfacci ón de su vida personal como no
bastó tampoco el éx ito y el reconocimienlO que encontró en
vida para sus obras. Los cincuenta años lo encontraron solo y
enfermo y frustrado en sus más íntimos sueños. Gamboa. el
autor de Salita lo visitó en Jalapa en 1906 y lo sintió abatido)'
acabado. Como si la soledad hubiera ido agotando también esa
otra fuente de su ingenio y de su gusto por la convivencia so-
cial. Gozaba en esa ciudad de todo tipo de consideraci ones y
deferencias. Era un personaje singular. El gobernador Dehesa le
otorgaba una especial estimación. Vivían entonces en Jalapa al-
gunas otras personalidades relevantes que trabajaban y daban
clases como Enrique Rebsamen, Carlos A. Carrillo, José Ma.
Esteva. Jalapa era entonces. corno lo es ahora, un lugar propicio
para intelectuales y escritores.
Delgado tuvo un estrecha relación con el Obispo Pagaza y
con el poeta Salvador Díaz Mirón. La amistad con este último
más bien puede resultar sorpresiva si se tiene en cuenta que el
autor de Lascas venía a ser la otra cara de la moneda, el polo
apuesto a la personalidad de Delgado. De genio brillante, de ca-
rácter violento, de vida agitada y azarosa. Amores tórridos, pa-
siones desenfrenadas . Padeció cárcel y persecución y fue una
figura conocida por el populacho. Cuenta Leonardo Pasquel que
por las tardes se reunían Delgado y Díaz Mirón en el Parque
Juárez y que juntos caminaban -según costumbre de las ciuda-
des de provincia todavía vigente- en torno al kiosco en el que la
banda del Estado ejecutaba con vehemencia los va lses y cancio-
nes de amor típicos de una serenata. Ahí paseaban también los
jóvenes y las muchachas casaderas intercambiando miradas y
ramos de gardenias, saludos discretos y billetes de amor furti-
11~
maJqalila ~illaseñol
vos. Díaz Mirón sonoro y rotundo, Delgado apacible, se absor-
bían, a pesar de la mú sica, en notables di scusiones literarias. La
dialéc tica erudita y convincente del novelista solía chocar con
los argumentos arrebatados del poeta mientras recorrían, sin ad-
vertir el paso de las horas, las callejas oscuras que se iban que-
dando solitarias.
Delgado retornó a Orizaba en vísperas del estallido de la
Revolución de Madero. En 1910 se publicó en esa ciudad su
libro de Lecciones de Geografía Histórica y ganó los Juegos
Florales con su Oda a la Raza latina. A finales de 1912 el Lic.
José López Portillo y Rojas, amigo del novelista cordobés y
Gobernador de Jalisco, invitó a Delgado a colaborar con él
como Director de Instrucción Pública del Estado. Don Rafael
aceptó el cargo y partió a Guadalajara, pero uno cuantos meses
después. nostálgico del ambiente y del clima de Pluviosilla, re-
gresó a Orizaba como Rector del Colegio Preparatorio y se
reintegró a sus cá tedra s de literatura e historia en mayo de
191 3. Una vez más fue acogido con beneplácito y con afecto
por su s amigos, sus discípulos y coterráneos, pero su enfenne-
dad y su tristeza seguían minando el ánimo y la vida del nove-
li sta. Para Delgado fue difícil adaptarse a los cambios, a los
desmanes revolucionarios de aquellos años. Todo parecía re-
vuelto. Los valores. las tradiciones, las costumbres se habían
trastornado . Se sentía extraño y ajeno a los conflictos naciona-
les y a la inminencia de la Primera Guerra Mundial. ¿Qué era lo
que estaba pasando en el mundo? Su sensibilidad de artista y de
creador se vio afectado. Perdió el sueño. Según el decir de Pe-
dro Caffarel Peralta pasaba las noches en vela sentado ante una
mesa de la cantina Numancia. Ya entonces había abandonado su
casa en la que solía recibir frecuentemente a sus amigos y vivía
en dos cuartos que le habían adaptado en el propio Colegio; las
Tema q~¡¡i¡¡iom \
incomodidades eran much as, sólo le quedaba el consuelo de la
visita de sus alumnos. Buscó entonces un refugio en e l ajenjo,
la única puerta falsa por la que quiso evadirse de su rigidez, de
su inflexibilidad extremas.
En 19 14 y para arreg lar algunos asu ntos concernien te a la rec-
tona, hizo un último viaje a Jalapa -q ue coincidió con la oc u-
pación de la ciudad de Veracruz por las fuerzas norteame ri-
canas. Al regreso, para unos a caballo y para otros en tren , tras
una helada y tormentosa noche de camino, llegó a Pluviosilla
herido de muerte por una broncone umonía. Expi ró, el 20 de
mayo a la una de la tarde. Sus únicas posesiones materiales
fueron los derechos de autor sobre sus obras y su bie n dotada
biblioteca. Fue velado e n un salón del Colegio Preparatorio y
enterrado en el cementerio municipal Ju an de la Luz Enriq uez
en Orizaba. Su recuerdo permaneció vivo entre quienes lo
conocieron. Muchos de sus discípulos y de sus contem poráneos
escribieron sus e logios en ocasión de su muerte . Algunos de
esos textos han permitido reconstruir e n parte este estudio
biográfico. Hace ya muchos años ( 1942) se habló de erigir un
monumento entre Orizaba y Có rd oba como homenaje al
escritor, pero parece ser que el proyecto muri ó an te s de
realizarse. Sin embargo. a más de un siglo de su nacimiento. la
ob ra de Delgado nos parece imperecedera, vá lida en nuestro
tiempo po rque fue, como lo dijo Mariano Azuela. uno de los
mejores novelistas mexicanos.
1J1
ID3Iq3ril3 Uillmuor
De lJ [3l3nrJliJ a la H15/0113 UU/Y31
IJI
Tema qlaria[iones \
las muy aviesas intenciones de elegante pelimetre -sombrero a
la moda, clavel en el ojal y labia zalamera. Mal vista por los ve-
cinos, es la concubina del letradillo, mujer sin escrúpulos que a
toda costa quiere que Carmen -ojos negros y cabellos de seda-
corra su misma suerte de mujer fácil y le pone por delante las
ventajas -que sin embargo logran deslumbrar a la Calandria- de
ser la amante de un hombre adinerado. A pesar de todo, Car-
men, la Calandria (porque canta como una avecilla) al fin al
cabo hecha de buena pasta, sueña con las dulzuras del matrimo-
nio y con la vida sencilla de un hogar. Claro está que la tenta-
ción se insinúa con fuerza, que hay por ahí una fiesta con copas
y con halagos, pero lo que viene a decidir el desenlace es la
conducta del enamorado Gabriel, que sólo ve lo que sus sospe-
chas y su desconfianza le permiten y que por fin dan al traste
con lo que hubiera podido ser la felicidad de la pareja. De nada
sirven los buenos oficios y mejores intenciones del sacerdote
-personaje constante en las novelas de Delgado-, de nada sir-
ven tampoco el arrepentimiento del esquivo padre de la mucha-
cha ni la renuncia a sus prejuicios sociales. Los hados del destino
han escrito el trágico final como ejemplo para todos. Y si en la
tragedia griega la ignorancia y el desconocimiento son culpas
graves, en La Calandria también el malentendido se maneja
como pecado sin perdón.
Otra característica diferencial de esta novela de Delgado está
en sus visos costumbristas, así como de ciertas reflexiones que
se intercalan con el hilo de la acción y vienen a detener al lector
en el suspenso que provocan los acaeceres. Detenciones, válidas
por su belleza y por el excelente manejo de la prosa. Aquí por
primera vez Pluviosilla aparece enmascarando el nombre de
Orizaba y dejándonos atisbar ese sentido del humor que más
tarde se acentuará en los textos de don Rafael. La Calandria es
111
marjarila Uillmior
sin duda, una obra de crítica social que va más a fondo de lo
que podría llamarse costumbrismo local. La infiltración del "ja-
cobismo" y de la masonería, la frivolidad de la clase burguesa,
el menosprecio de lo mexicano y la sustitución de nuestras tra-
diciones por un cierto snobismo europeo, preocupan al novelis-
ta. La esencia de lo mexicano, de lo mestizo, se ve seriamente
amenazado por doctrinas, costumbres, maneras exóticas, que
van a trastocar nuestras faíces y a acabar con la decencia.
Se ha discutido si el costumbrismo es o no compatible con la
novela. Menéndez Pelayo, considera que el cuadro de costum-
bres es aquel en el que la acción es poca o nula y en él, el inte-
rés se cifra en la "acabada y realista pintura de los héroes" ,
mientras que en la novela el interés se basa en el suspenso o do-
sificación de la acción, en la constante pregunta que el lector se
hace: ¿Y luego? Sin embargo ni el cuento ni la novela ni el cua-
dro de costumbres son algo detenninado. Hay novelistas exce-
lentes - Joyce, Proust, Virginia Woolf- que han escrito novelas
de muy poca acción y algunos con superabundancia de detalles
realistas. También hay cuadros de costumbres en los que ocu-
rren muchísimas cosas. Lo importante es si el costumbrismo
tiene que ver con la novela. Se aplica a la observación de una
realidad que va a ser después, en México y España, la gran no-
vela del siglo XIX. La importancia del costumbrismo como
educador de la sensibilidad y el gusto de novelistas y público es
considerable. Ahora bien, las costumbres cambian y desapare-
cen y nuestros costumbristas se quejan amargamente de ello.
Desde Balzac, de las clases medias salen los protagonistas de la
moderna novela, si bien la aristocracia, nueva o vieja, le ha
prestado numerosos caracteres. En España y en México se piensa
que esas clases medias no tienen costumbres, son pintorescas;
es Galdós quien demuestra que sr tienen carácter: es Delgado
11\
TIma , IariuiollS \
quien se lo concede en Méx.ico. Durante mucho tiempo. se le
consideró un autor costumbrista por La CaLandria, por pintar
una clase media baja más auténtica o genuina que la burguesía.
Durante mucho tiempo se habló de la literatura de Delgado
como de la de un descriptor. Y es que en Méx.ico, lo mexicano
había comenzado a desmoronarse, no se· daba ya corno una
plena escencia sino como algo residual que podía retrotraerse a
un pasado. Lo genuino sólo estaba en el bajo pueblo o en fenó-
menos aislados y anómalos, "pintorescos". Había una inmensa
nostalgia del pasado. Rafael Delgado participó de esta nostal-
gia. pero no se quedó en ella. Le interesaba el detalle, pintores-
co o no, pero le interesaba más la intimidad humana como a sus
maestro Pereda y Galdós. A Delgado la atrae más el ser huma-
no que el fenómeno social, cuenta más para él los modos de ser
que los modos de vivir. La Calandria es su primera novela y en
ella hay todavía indecisiones, rasgos indeterminados. Se expla-
ya -con discreción- en clasificaciones botánicas, como por otro
lado también lo hizo Balzac y en algunas de sus páginas Larra.
El romanticismo favorecía esta técnica digresiva que le sobrevi-
vió y que no desapareció sino hasta que el realismo postuló la
objetividad como condición necesaria de la pulcritud artística
del relato. El gusto por la digresión romántica duró más de lo
razonable y ni siquiera logró desterrarlo del todo el naturalismo.
Este es el momento de inicio de Delgado en la ficción narrativa.
Algunos de su cuentos, conservan características románticas y
costumbristas. La Calandria señala una transición, un cambio
rotundo hacia Angelina, Los parientes ricos e Historia Vulgar.
El imperativo de objetividad conducía a una severa economía en
el relato, a una técnica de coordinación y armonía más estricta
que no lograron del todo ni Alarcón, ni Valera, ni Pereda, ni
Galdós, ni siquiera Clarín o la Pardo Bazán, como no lo logra-
111
ffiarqalila lillaseñol
ron tampoco nuestros novelistas mexicanos López Portillo y
Rojas, o Rabasa o Altamirano quienes siempre cedieron al pru-
rito invencible de abandonar por momentos el mundo de la rea-
lidad que iban creando o recreando para decir en nombre propio
cuanto les pasaba por el magín viniera o no a cuento. En este
sentido, y sobre todo en Historia Vulgar, hay que reconocer que
Delgado se muestra continente.
Se puede afirmar que el costumbrismo ejerció sobre nuestra
novela - de tardío advenimiento- un influencia del etérea. La
cuestión moral, la manía del sermón o del filosofar se arrastra-
ba ya desde el siglo XVII español y no auguraba grandes logros
a la novela para ir al encuentro de la vida con los ojos abiertos
y sin miedo. Esto impu so límites a la narrativa nuestra como a
la hispana y la mantuvo más de la cuenta en un tonillo rosa
soso y tonto que se acabó en la madre patria con Valera y con
Galdós y en México con Delgado.
Ir al encuentro de la vida con los ojos abiertos y sin tapujos
no significa que el autor esconda su propia ideología y falsee su
cosmognórisis que participa de los comunes denominadores de
su momento histórico y de su entorno social y geográfico. Nos
referimos aquí a abordar la realidad sin tener que justificarla
con graves disertaciones morales, descriptivas o explicativas. La
Calandria, al fin y al cabo ópera prima de Delgado, peca en
momentos de tales excesos. Sin embargo. el autor no entrega su
lucha personal, su debatirse entre mil pasiones contrarias y se
identifica doblemente con la integridad del protagonista y la
irresponsable figura del petimetre. No evade en sus pininos
como novelista, la temática que le obsesiona: la orfandad, la po-
breza, el amor inalcanzable como factores detenninantes en la
decisión del destino. Mantiene una rigidez moral acorde a su
tiempo. Pero al mismo tiempo esa misma rigidez. como por
11L
Tema qUariariones \
ejemplo el pecado de ser hija natural -<:ulpa heredada en todn
caso de la madre-, juega un papel rotundo en la vida de Carmen
para quien la hermana (media hermana), hija legítima y mimada
aparece como un espejismo tentador, como un derecho que le
ha sido negado y ante cuya exclusión se rebela. Se imagina Car-
men vistiendo como su hermana a quien solo ha visto de lejos.
se imagina a sí misma participando en un círculo social que le
ha sido vedado y al que sólo puede llegar por caminos torcidos.
Por eso, pese al amor y a la galanura de Gabriel no se conforma
con un romance y con una vida que le han tocado en suerte, con
una felicidad al alcance de la mano y sueña con un Paraíso para
ella prohibido y que no corresponde a su clase. La rebelión fue
el pecado de Luzbel y Carmen se pierde como el ángel caído.
Pero si la inconformidad fue la falta de la Calandria, es un
cambio el acierto de Leonor Quintanilla la protagonista de His-
toria Vulgar, quien por ello recibe el premio del matrimonio y
se salva de la soledad. Entre la primera y última novela de Del-
gado hay un gran trecho. Ya cincuentón, don Rafael piensa que
todos los pecadillos tienen redención y que más vale conceder
que quedarse para vestir santos. El buen humor, la sátira no
ex.enta de un regustillo amargo, una especie de resentimiento
porque en la realidad no todo es coser y cantar y por aquello de
que el que quiere azul celeste, que le cueste, nos presenta con
bastante crueldad la mezquindad de la cotidianeidad de una pe-
queña ciudad de provincia en dónde pocas cosas hay que hacer
para diluir el hastío. A los hombres les queda el juego, la bebida
y el trabajo y a las mujeres sus sueños y chismorreos. Pocos
matrimonios hay en Villa Triste. Las bodas son ahí aconteci-
miento. Los galanes huyen en busca de mejores partidos a las
ciudades vecinas y las novias que difícilmente se convierten en
esposas. se limitan a ir envejeciendo y marchitándose, dejando
ffillqarita Iillmíor
escapar la frustración por medio de la maledicencia y la envidia.
Muy cerca está Delgado en esta novelita al tono de El sombrero
de tres picos de Alarcón o al de Pepita Jim énez de Valera.
Mucho más cercano a la farsilla que al melodrama. Las tres her-
manas Quintanilla, hermosas como rosas y unas verdaderas perlas,
son aparte de hacendosas (cocineras excelentes, sal y pimienta
de las fiestas locales, costureras para salir de apuros y disfrazar
la pobreza, negociantes de pequeñas chucherías que traen de la
capital, etc.). Y tanto jamonas, es decir, que no tienen los quince
abriles de la Calandria, ni de Angelina, ni de las protagonistas
de Los parientes ricos. Más bien se encaminan a la soltería. Por
ahí, la mayor ha tenido su desengaño amoroso quedándose.
como reza el refrán "vestida y alborotada". De nada les ha ser-
vido. para aquello de pescar marido ni su elegancia. ni sus virtu-
des. Son huérfanas de madre, su padre es un modesto empleado
y han tenido que ingeniarse para no pasar miserias. Se entreteje
la historia con la de o tras hermanas: Las Miramontes, maestras
de la escuela parroquial, también huérfanas, guapas y solteras,
que por añadidura tienen un hermano tarambana. Las Miramontes
-único atisbo de liberación femenina en la obra de Delgado-
viven de su profesión y, pese a las despiadadas criticas del pue-
blo, se incorporan a los nuevos métodos de enseñanza que el
novelista considera con un tonillo bastante zumbón, hacen dis-
cursos y tienen que soportar los cortejos de inspectores y regi-
dores anticlericales y poco escrupulosos. Esta trama sirve a Del-
gado para mostrar su disgusto ante los cambios ideólogicos que
trae consigo el juarismo. La temática central es. o sigue siendo
el amor. Pero no hay que dejarse engañar por el "happy-end" de
la novela. Ciertamente Leonor se hace de la vista gorda ante las
debilidades de su galán: Luis Gamboa, un tipo un tanto payo, al
que no le sienta ]a ropa de catnn y que no tiene ningún roce so-
111
Tema qlariaciom \
cial. Guapo sin ser deslumbrante, un tanto pasado de años , soli-
tario y jugador; buen jinete y de una desahogada posición eco-
nómica (q ue alguna ventaja habría de poseer). Gamboa añora el
matrimonio, pero no por consideraciones románticas sino por
razones más bien prácticas, quiere sentar cabeza y establecer un
hogar: Casa respetable, ropa limpia y compañía en la vejez.
Leonor Quintanilla es un candidato inmejorable. Tal vez dema-
siado aguda y lengua floja, pero bella, sensata y llena de feme-
ninas virtudes. El romance se inicia casi por casualidad en un
baile de Nochebuena y está a punto de venirse bajo por los bue-
nos oficios de correveidile de las amistades. El pasado turbulen-
to de Luis -amasiato con una mulata y varios hijos naturales-
sale a relucir. Leonor pasa una noche de insomnio. Sus sueños
de amor se han derrumbado, pero reacciona bien. Sensatamente
decide perdonar. Habla con Luis si n andarse por las ramas y
promete hacerse cargo de sus hijos; hay boda y todos son mu y
felices. Pero tras el colorín colorado, Delgado nos deja ver que
ha aprendido la lección. ¿Hubiera querido él, encontrar el amor
y la comprensión de una Leonor Quintanilla? Ese cariño sólido y
conveniente ¿es al fin de cuentas tan válido como el deslum-
brante. apasionado y único amor con el que todos hemos soña-
do? A los cincuenta años, solo, enfermo, mientras abandonaba
el aula del Colegio Preparatorio de Jalapa. Mientras ocurren los
cambios políticos e ideológicos de las postrimerías del porfiria-
to, mientras paseaba largas horas por el parque Juárez las noches
de serenata en compañía de Díaz Mirón, ¿no pensaría Delgado
en la seguridad y la tibieza de un cariño que acabara con su so-
ledad? ¿no iría así surgiendo de su fantasía y de su deseo esta
Historia Vulgar, más vivida que imaginada, urdida con sus im-
presiones "íntimas y personales"?
lJ~
mal!arila lillaS1ÓOI
Se ha dicho que Delgado dejó inconclusas dos novelas, pero
algunos de sus contemporáneos afirman que no pasaron de ser
meros proyectos y debe ser verdad, porque nunca se encontró
ningún apunte o vestigio de ellas. Su obra se reduce a una am-
plia serie de artículos -no todos recogidos-, a sus modestos li-
bros de texto que -naturalmente- han caído en desuso, a su vo-
lumen de Cuentos y Notas que ha sido reeditado viarias veces y
a sus cuatro nove las, ya citadas , retrato todavía vigente de la
vida provinciana con leves viajes a una Ciudad de México muy
distinta de la que ahora padecemos y las historias de todos los
días y de todos los tiempos que son la vida formidable a la que
alude el poeta Ramón López Velarde:
1\0
T!1l3 qhri3¡iol!S \
LU~ fSCRITORfS fSPAHOlfS Ofl RfAlISHO V fl NATURAlISHO
Jesús mBarrajón
y rnalias Bmhino'
1\1
-
novación técnica y temática planteada por los escritores realis-
tas y naturalistas españoles. Las novelas hispanoamericanas
portadoras de esta nueva estética apenas si son conocidas en Es-
paña en la última década del siglo XIX, como lo demuestra su
ausencia de las numerosas publicaciones periódicas dedicadas a
la literatura, o de la crítica de los más influyentes escri tores es-
pañoles del momento. Citemos entre los ausentes al chileno Al-
berto Blest Gana, a Eugenio Cambaceres y el grupo argentino, a
Federico Gamboa .y los otros realistas y naturalistas mexicanos,
a Eduardo Acevedo, a Manuel Zeno Gandía, por nombrar sólo
algunos autores de cierto peso específico entre un catálogo casi
infinito de nombres en todos los países de América.
Es cierto que en la última parte del siglo XIX existían no
pocas publicaciones subtituladas con el adjetivo unificador de
iberoamericano O hispanoamericano, y que hay casos de verda-
dero interés por la comunicación mutua desde uno y otro lado,
pero eso no impide que el ambiente general refleje una situa-
ción de aislamiento complaciente y hasta buscado. Tal vez el
facto r unificador, aparte del idioma, sea cierta obsesión por las
lejanas luces de París, cuyas novedades literarias y artísticas .lle-
gan nítidas y son inmediatamente asumidas a los dos lados del
Atlántico.
Los momentos finales del siglo, cuando ya la totalidad de las
repúblicas americanas habían logrado su independencia. parecía
un momento oportuno para revisar las relaciones y restañar anti-
guas heridas, aunque los conflictos de Cuba y Puerto Rico pesa-
ran como una losa animando los sentimientos nacionalistas en
España. Especialmente, la celebración del IV Centenario del
Descubrimiento en 1892, podría haber sido una fecha propicia
para inaugurar una nueva época de intercambios , y en cierto
modo lo fue para la renovación de la poesía en castellano, gra-
Tema qIili¡¡ims \
cias a la primera irrupción de Rubén Darío en España. Sin em-
bargo, nuestros novelistas, seg uidores en muchos casos de la
misma estética realista y ad miradores de Zola, no supieron ni
quisieron encontrarse siquiera en esta fecha en que el movi-
miento naturalista estaba ya asentado en los dos continentes y
nuevas tendencias literarias surgían con fuerza. En los numero-
sos artículos, publicaciones y trabajos que ese Centenario pro-
porcionó, se observa un dominio de la soflama patriótica y con-
vencional -debe de ser el estilo del evento-, así como una fa lta
de verdadera curiosidad y conocimiento. Con asombro, vemos
cómo en los suplementos culturales de periódicos y revistas de
esa fecha que hemos consultado, apenas si hay alusiones o infor-
maciones sobre escritores y novelistas hi spanoameri canos. En
contraste con la actual y ya larga profusión de noticias, entrevis-
tas y, fundamentalmente, de influencias literarias de los novelis-
tas americ anos en España, hace un siglo las fronteras práctica-
mente estaban cerradas.
Repasando los cuadernillos semanales de Los lunes del Im -
parcial, conocido suplemento del periódico diri gido por José
Ortega Munilla y, en cierto modo, precedente del actual suple-
mento cultural del diario El País de Madrid, observamos una
significativa perspectiva del desierto comentado. En el año
1892, en Los lunes... escribieron asiduamente artículos de críti ca
li~eraria los nombres más represenlativos de la novela española
del momento: Clarín, Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós
y Juan Valera, entre otros prestigiosos críticos del momento. No
encontramos en estas páginas durante ese año simbólico ningu-
na referencia a las novelas hispanoamericanas realistas o natura-
listas que ya se estaban escribiendo y publicando y apenas hay
algurta de !lnos pocos poetas de América, frente a la atención
prestada a las últimas novelas de Emilio Zola y los hermanos
1\1
lesus m.¡malÓn q malias larchino
Goncourt. Apenas una elogiosa crítica de Ortega Munilla de la
traducción del Infierno de Dante, de Bartolomé Mitre, a quien
llama "maestro de las letras argentinas" y a quien ensalza di-
ciendo que "figura a la cabeza de los culti vadores del habla de
Cervantes", Al margen de las numerosas alusiones, muchas de
ellas críticas, a los preparativos del IV Centenario, y los nume-
rosos artículos sobre lo que entonces se conocía en España con
el elusivo nombre de "la cuesti ón de Ultramar", o sea, las gue-
rras independentistas de Cuba y Felipinas. lo único que encontra-
mos es alguna reseña de libros de poetas hoy desconocidos.
Así pues, un lector ilustrado español de finales del siglo pa-
sado, que tenía a su mano revi stas corno el Album Ibero-Ameri-
cano, La Ilustración española y americana y, especialmente, la
prestigiosa La España moderna, justamente subtitulada "Revis-
ta Iberoamericana". apenas podía tener noticias de ninguno de
los autores del reali smo y naturalismo americano. frente a las
precisas noticias que aparecían sobre el reali smo francés, italia-
no, inglés O ruso, cuyas traducciones también abundaban. El
problema se amplía por la inexistencia real de importaciones y
de tráfi co librero. Era más fácil leer una novela recientemente
publicada en Londres, París O San Petesburgo, que una publica-
da en M éxico o Buenos Aires. a no ser que el autor se preocupa-
ra de enviarla a alguno de los criticos de prestigio. Permítasenos
la broma de señalar que La Ilu stración ... comenta en una oca-
sión la obra de un naturalista argetino l , pero ese naturalista es
un biólogo. Por otra parte, el único escritor tratado con cierta
profundidad es Zori lla y San Martín , aunque ya se empiecen a
publicar algunos poemas de Rubén Darío. La poesía es también
el género favorito del Album Ibero-americano. En esta revi sta
1\\
Tema llaria[ims \
se celebra el Centenario'reproduciendo composiciones de Zorri-
lIa y San Martín, Almafuerte, Rubén, Díaz Mirón , Gutiérrez
Nájera y Justo Sierra. La muy interesante La España Moderna ,
en la que escriben novelistas españoles de la generación del 68
del prestigio de Pardo Bazán , Galdós, Menéndez Pelayo, Pala-
cio Valdés y Valera, o intelectuales de prestigio como Cánovas
y Castelar, tampoco presta atención a la novela, aunque sí se en-
cuentren algunos estudios históricos sobre literatura virreinaF.
Poco más se puede añadir sobre el conocimiento en España
de la novela hispanoameircana de fin de siglo tras el análi sis de
la obra de cada uno de los realistas españoles, que en su mayo-
ría también desarrollaron una labor crítica de alto nivel , según
ha podido precisar un estudio de Anna Wayne Ashhurse. Ni a
Galdós, ni a Palacio Valdés, ni a Pereda, ni a la condesa de
Pardo Bazán le interesaba, al parecer, lo más mínimo la novela
hispanoamericana; sólo el polémico Clarín, en actitud franca-
mente crítica, y Juan Valera, mucho más comedido y positivo,
se interesaron por algunas obras, que criticaron y reseñaron. Es
particularmente destacable la actitud indiferente de doña Emilia
Pardo Bazán, la más pura practicante de l naturalismo en Espa-
ña, que contrasta con su ingente labor de crítica y estudi osa de
la novela de su época. En sus numerosos trabajos y libros, de-
muestra un conocimiento minucioso y perspicaz sobre las nove-
las de Zola, Dickens o Tolstoi, y un sorprendente grado de in-
formación sobre el realismo y el naturalismo en muchos otros
países, pero no dedica una sola línea de lA cuestión palpitante o
de su colección Nuevo teatro crítico al naturalismo hi spanoa-
4. Los únicos esaitos sobre Hispanoamérica que encuentra Anoa Wayoe Ashhurst
son un articulo sobre RufiDO José Cuervo y una no muy entusiasta crítica a
Rubén Darío en carta de 1901 (ib.. p. 108).
1\,
T!ma , Jariariom \
nfstico decimonónico de algunas de las capitales de América,
no se explica sin esa obsesión parisina. Todo escritor romántico
americano que se preciara a sf mismo habfa de viajar a Par(s,
saber expresarse en francés y debfa estar al tanto de las modas
recibiendo periódicamente las revistas ilustradas y novedades
literarias.
La atracción por Parfs contrasta con la tradicional actitud
antigalicista de parte de la cultura española peninsular, muy
acentuada en el siglo XIX, pese a que no se puede decir que la
literatura española de la época hubiera conseguido librarse to-
talmente de una saludable influencia francesa. Del mismo
modo, la dependencia de Parfs de los hispanoamericanos tam-
poco fue una rendición incondicional, ya que no impidió, y más
bien estimuló, la formación de diversas corrientes arUsticas pe-
culiares en el siglo XIX. Se tiene a veces la sensación de que
los españoles, en general, no supieron hacer frente mentalmente
a las nuevas realidades, frente a una actitud mucbo más abierta
de los intelectuales americanos. En España no se supo encajar
la pérdida definitiva de su imperio ultramarino, como tampoco
se entendió este asesinato freudiano colectivo del padre -() de la
"madre patria", en este caso- de las repúblicas americanas y,
por el contrario, se siguió imaginando de forma unilateral que
.exisUa cierta propiedad intelectual de los españoles peninsulares
sobre el uso de la lengua, que ya en la colonia habfa dejado de ser
real. El triste resultado es el resumen del que parUamos: aparte
de fuenes influencias muy especfficas, como la de Bécquer en
algunos poetas, el vfnculo más fuerte entre las letras españolas e
hispanoamericanas del siglo XIX estriba probablemente en el
común interés de los escritores españoles y americanos por la
cultura y la literatura francesa.
i!il
I!SiS m
.lanalOI , Dalias larclilo
Es frecuente la opinión de los intelectuales y políticos españo-
les de la segunda mitad del siglo XIX como Castelar considerar a
los hispanoame ricanos orgullosos de su independencia política
como una especie de hijos descarriados o españoles equivoca-
dos5 • Esta idea esconde seguramente una clara vocación colo-
nialista que hicieron suya escritores del naturalismo españoles,
como la condesa de Pardo Bazán, en sus pocos escritos dedica-
dos a la literatura americana en lengua española6 , o Pérez Gal-
dós quien, al elogiar al guatemalteco Enrique Gómez Carrillo le
llama "el español que con más arte ha sabido hacer libros admi-
rables en las fugaces hojas de un periódico"'. Ambas posturas,
entre el nacionali smo y la incomprensión, detenninan una acti-
tud de hostilidad que muy difícilmente se superará incluso en
este siglo XX, como nos recuerdan las famosas polémicas sobre
la lengua que periódicamente han venido estallando.
Hay, sin embargo, dos autores que, no libres de los prejui-
cios anteriores, conocieron, leyeron y hasta aplicaron su mirada
crítica a algunos novelistas americanos de fin de siglo: Leopol-
do Alas, Clarín, y Juan Valera, especialmente éste último. Cla-
rín, nunca despertó demasiadas simpatías en ultramar, sin duda
debido a su actitud poco conciliadora, aunque muy típica de su
agónica personalidad, hacia los libros o escritores que llegaban
de América' . Ésta se puso de manifiesto muy especialmente en
lema qllariarioDes \
una polémica llena de malentendidos con el no menos irascible
"Fray Candil", el cubano Emilio Bobadilla, que acabó al pare-
cer con la celebración de un duelo con pistola en el más puro
decimonónico\!. Su postura crítica y personal dominada por el
desprecio hacia lo americano es bien conocida. Clarín parece
que sintió como seña de orgullo insultar cualquier producto cul-
tural procedente de América, tal vez con ]a única salvedad de la
admiración sincera que sintió por José Enrique Rodó y sus últi-
mas opiniones sobre Rubén Daría. De esta forma se convirtió
en el primer escritor de su generación q~e supera, aunque sea
por la vía del agravio, la apatía dominante que tal vez hubiera
valido la pena disimular con un silencio más respetuoso. Sus
críticas al citado Gómez Carrillo o a José Santos Chacano ra-
llan en la maldad: "yo recibo, sin exagerar, por término medio,
cuatro o cinco libros de versos americanos ... (casi todos azules)
por semana, y otras tantas revistas ... lilas. Y generalmente no
digo palabra de tales envoltorios. Conque ... algo tendrá usted
cuando le sacudo sobre las azulerías el hisopo crítico", conce-
de a Santos Chocano lO • Clarín, gran lector de novela, no apre-
cia ni menciona una sola obra narrativa hispanoamericana en
toda su producción crítica. Ni una sola cita a alguno de los nu-
merosos narradores que en todos los países de América a fines
de siglo ya habían practicado la novela moderna.
La actitud de Juan Valera como crítico es muy diversa a la
de Leopoldo Alas. El diplomático Valera no compartió estos
prejuicios, aunque sí defendió posiciones en cierto sentido colo-
nialistas y de superioridad de lo español sobre lo americano,
sobre todo para denunciar el excesivo peso de la influencia fran-
cesa sobre los escritores de América. Su actitud, al igual que la
9. lb .. p. 147.
10. lb., p. 150.
1Gl
Jesús ffi. Bmajo. ! malias Bm~ino
de Menéndez Pelayo. trata de reconciliar ambos continentes.
Contrastando, pues, con el desinterés crítico de los grandes escri-
tores españoles de fin de siglo hacia la literatura hispanoameri-
cana del período, la atención de Juan Valera por ella se plasma
en un número considerable de reseñas y artículos periodísticos.
hasta formar en la edición de sus Obras completas un total de
cuatro volúmenes, a los que dio el nombre de Crónicas ameri-
canas. Sin embargo, la mayoría de las consideraciones de Vale-
ra en esas páginas giran en tomo a la poesía. el ambiente cultu-
ral español y americano, las relaciones entre esas dos culturas y
la información de novedades españolas con destino a la Revista
ilustrada de Nueva York. La crítica de novelas y cuentos es rela-
tivamente escasa, y los nombres de los autores y obras reseña-
das no son, en la mayoría de los casos, aquéllos que la historio-
grafía literaria ha consolidado como más valiosos. No obstante,
resulta interesante comprobar cuáles son los juicios de Valera
sobre el momento narrativo hispanoamericano y conocer algu-
nos de los criterios generales con los que desarrolla su tarea crí-
tica.
Debemos comenzar señalando que en ningún momento
pretende Valera que su trabajo critico se convierta en espejo
representativo del quehacer literario hispanoamericano. Lo in-
dica claramente en una de sus cartas a la Revista ilustrada de
Nueva York.
Tella ! lariaciam \
que yo habl e de un libro es que el libro ha llegado a mi s
manos, que he tenido ti empo para leerle. y que. después de
leído, no le he considerado por bajo de toda crílica, sino digno
de que se le juzgue, de que no se le castigue con desdeñoso si-
lencio y de que no se le condene al olvido. 1t
J J. Carta del 22·111- 1897. Obras completas (Cartas americanaJ, 1898·1900), vol.
XLIV, Madrid, Carmen Valero, 19 15. p. 30.
12. "La poesía y la novela en el Ecuador", en Obras co mplt!ta,~ (Cartas americalUls
1889-1890), XLII, ed. cit. p. 168 .
13. "Novela parisiense mejicana", en Juan Valera, Obra.~ completas, LXII, op. dI..
p. 157.
1\1
lesis mlarraioo qmatiaslmhilo
Este aspecto nos lleva a un tercero, más importante que los
anteriores: el desconocimiento de la literatura hispanoamerica-
na por parte de los críticos y literatos españoles. Es verdad que
Valera habla de México, pero el lamento por esa falta de comu-
nicación aparece repetidamente, y referido a diversos países .
Sirvan de ejemplo las palabras con las que se lo hace saber al
colombiano José Rivas Oroot: "es lástima que no lleguen por
aquí ni leamos nosotros sino poquísimos de los libros en prosa
que ustedes escriben"14. Es importante resaltar que VaJera reco-
noce el hecho de que la literatura hispanoamericana, sobre todo
la escrita en prosa, es mal conocida en España. y que lamenta
sinceramente esa situación: "Muchísimas novelas se han escrito
y se siguen escribiendo en toda la América española. No pocas
de ellas merecerían ser más conocidas y leídas en España y por
todo el mundo"L ~ .
Estas consideraciones no impiden, sin embargo, que Valera,
al mismo tiempo, critique la actitud de numerosos intelectuales
hispanoamericanos en su afán por desligarse de la cultura espa-
ñola. De este modo, lamenta actitudes peregrinas como la de
Juan Antonio Argerich en su obra Literatura argentina , de quien
critica "la manía de querer descastarse y de olvidar el habla de
sus abuelos y de adquirir una estructura cerebral distinta de la
que tuvieron Cervantes, Cisneros, el Gran Capitán y Quintana.
por ejemplo"". Valera defiende el españolismo de América
sobre todo en función del idioma común, cuya unidad conviene
1\1
Tema qHariaciones \
preservar frente al empuje de otras lenguas y culturas L7 • A Vale-
ra le agradaría que los escritores hispano-parlantes de América
"reconociesen que en literatura no cabe la completa indepen-
dencia: que su literatura sigue siendo española"L8. Es conocedor,
sin embargo, de la dificultad de ese objetivo, y por eso levanta
su voz patriótica y antigalicista con el objeto de criticar y ridi-
culizar el influjo francés, que atenta a su juicio contra ese ideal
de unidad, y que cada día detecta con mayor claridad en la cul-
tura española e hispanoamericana:
17. Véanse, por ejemplo, las páginas iniciales de la reseña "Geometría moral por
dnn Juan Montalvo" [25-VIII-I902), en Juan Valera. Obras completas (Críti-
ca literaria 1902-1905), XXXI, op. cit., pp. 114-142.
18. Carta a la Revista ilustrada de Nueva York [22-111-1897], arl. cit.. p. 33.
19. Carta a la Revista ilustrada de Nueva York [6-X-1891 1. en Juan Valera. Obras
completas. XLIII, op. cit., p. 57.
20. "Novela parisiense mejicana", art. cit., pp. 157- 158.
1\1
Jesús m iarrajón qmatias Imhino
ciones, Altamirano y Peón y Contreras. Se detiene más en Al
cielo por el sufrimiento, de José Manuel Hidalg021, que elogia
sin apenas reparos, a pesar del fondo francés de la obra. aunque
no deja de comentar que una de las razones para tratar del libro
es "la buena amistad que a su autor profesamos, desde hace casi
medio siglo, toda la sociedad de Madrid, y muy en particular
mis parientes y amigos"12. Más interesantes son las razones que
expone en relación a ClarcrObscuro . colección de diez cuentos
de Ciro B. Ceballos, en quien, aunque admira sus "notabilísi-
mas prendas de escritor"n. critica el excesivo naturalismo de sus
escritos:
1\\
Tema qIili¡¡iones \
otro caso, lo que critica es el servilismo hispano ante lo francés,
pero no por ser francés , sino por 10 sucio e inmoral del modelo
concreto", aspectos que también le desagradan de una novela ya
no mexicana, sino chilena, la titulada Ultima esperanza. de Emi-
lio Rodríguez Mendoza".
Criterios similares maneja al reseñar El extraño, del urugua-
yo Carlos Reyles", novela en la que se detiene más por extenso
al analizar las incongruencias y excesos del argumento. Como en
el caso anterior, la crítica no parte tanto de un antigalicismo ra-
dical como de unos criterios morales que no pueden sino conde-
nar la práctica naturalista:
26. Véase cana a la Revista ilustrada de Nueva York [22-111-1897], artocit., p. 34.
27. Cana a la Revista ilustrada de Nueva York [IO-X-I900J. en Obras completas.
XLIV, op. cit., pp. 295-298 .
28. Cana a la Revista ilustrada de Nueva York [4-VIll-18971, en Obras comple-
tas.(Ca rtas americanas, /897-/9(0), LXN, op. cit" pp. 99-106.
29. lb.• p. \02.
1\\
Jesús m.iarrajóD qmalias !m~ino
Diffcil de creer es, por lo tanto, que Cumandá, viviendo entre
salvaj es, feroces, viciosos, groserísimos, moral y materialmen-
te sucios, y ex puestos a las inclemencias de las estaciones, con-
serve su pureza virginal y sea un primor de bonita, sin tocador,
si n higiene y sin ar:tes cosméticas e indumentarias. JO
1\~
Tema qOaria[iom \
que viajan a París buscando refinamientoJ·\ . Favorable, pero asi-
mismo poco entusiasta, es el juicio sobre Tránsito. del colom-
biano Luis segundo sil vestre, en el que estima su vívida pintura
de la naturaleza american aJó.
Valera siente una especial atracción por la literatura hi spa-
noamericana que desenvuelve sus ambientes en la rica exube-
rancia de la naturaleza de ese continente. Su valoración de
Cumandá, por ejemplo, nace en no pequeña medida de esa
ci rcunstancia. Lo sugerente de ese paisaje mágico queda así
exp resado:
35. Ca rra a 1(1 Revista ilustrada de Nueva York 16-X- 189 1). Obra.f (.·olll{,lefa.f,
XLIII,o{,. cit., p. 58 .
36. "El pama.<¡o colombiano" [13-VIII- 1888), (Ir'. cit .. p. 168.
37. " La poesfa y la novela en el Ecuador" . cm. cit., p. 216-217 .
38. "El parnaso colombiano", lIrt. cit .. p. 169.
1\1
lesos mlanajon qffialias Imhino
procha a c iertas novelas naturali stas hi spanoamericanas es la
ausencia de color local. Podemos verlo en los defectos que se-
ñala en Ultima esperanza del chileno Emilio Rodríguez Mendo-
za, en la que lamenla la falla de los linles de la naluraleza del
país y se pregunla por qué no "observa y pinla la realidad de
cuanto le circunda"J9, en lugar de recrear los ambientes cosmo-
polilas de Santiago de Chile.
Salvo las figuras de Juan León Mera, Carlos María Ocantos
y Carlos Reyles, la mayor parle de los nombres lralados por Va-
lera no han sobrepasado con el liempo el papel de aulores se-
cundarios. Sorprende que un hombre bien informado y atento a
las novedades literarias no dé cabida en sus páginas a los auto-
res más sobresalienles del período que Valera abarca en sus pá-
ginas en los diferentes países de América como Ricardo Palma,
Jorge Isaacs, Manuel Allamirano, Alberlo Blesl Gana, Emilio
Rabasa, Tomás Carrasquilla, Federico Gamboa o Baldomero
Lillo. por señalar a los más reconocidos por la historia literaria.
Las razones de esta omisión quedaron expuestas al comienzo de
estas consideraciones sobre la crítica americana de Juan Valera:
e l crítico tiene, como otros españoles de la época. una actitud
pasiva respecto a la literatura hispanoamericana que llega a sus
manos azarosamente y a cuentagotas. frente al interés que sobre
otras literaturas en lengua no española mostraron los autores
reali stas y naturali stas españoles tuvieron . No obstante, en
medio de este desierto. su actitud resulta bien meritoria.
En conclusión, el elemento dominante en la recepción de la
literatura americana en los últimos años del siglo XIX domina
la indiferencia y a veces el claro desprecio por parte de los más
grandes escrilores de la generación reali sla española que lam-
39. Carta a la Revi.fla ilustrada de Nueva York (4-V III- 1897). art. cit.. pp. 297-298.
1\~
Tema qllariaciones \
bién se dedicaron a la crítica literaria. Ninguno de ellos. ni si-
quiera el bondadoso Juan Va lera quien practi có una crítica
equilibrada y atenta de los aulOres americanos, supo entender
que las relaciones e ntre ambos ámbitos de la literatura en len-
gua española, aun dentro de la mi sma estética, se debían es-
tablecer partiendo de la asunción de la nueva realidad política y
c ultural que había resultado de la lndependencia y un respelO
mutuo que no siempre se dio. Tal vez la cri sis del 98 en España
desencadenó entre las nuevas ge neraciones nuevas actitudes que
lograron acercar, no sin problemas, ambas literaturas.
l\l
lesus il . ~!Ilaion qillalias ~m~ino
fl HACIHlfHTO Dfl PfRSOHAJf BVROHIAHO
leuerino lalaza!'
- 111
Para comprender cómo este personaje arquetípico llega hasta
la narrativa contemporánea, en un estado de pureza original, sin
sufrir casi los más mínimos cambios, debemos hacer un repaso
sobre lo que se ha dado en llamar la Escuela Gótica. o el género
gótico. o la novela gótica a secas.
A mediados del siglo dieciocho se produce en la Literatura
Inglesa un fenómeno narrativo que rompe con la tradición lite-
raria del momento - realista, de sátira y amarga crítica social-
representada por las novelas de Fielding. Richardson. Stern.
Swirt. Deroe y Smollet.
En este contexto nace y se populariza un género que se
vo lverá un a constante, una corriente que transcurrirá paralela a
la reali sta, en las letras inglesas. Un género que mantuvo y
mantiene una seri e de convenciones mu y rigu rosas en cuanto a
temas y motivos, personajes. escenari os o lugares donde se lle-
va a cabo la acción, y la historia o narración en sí misma.
Se considera la nochebuena de 1764. el día en que apareció
la primera edición, en quinientos ejemplares, de EL castillo de
Orranro de Horace Walpole, como la fec ha que marca el inicio
de l desarro llo del espíritu góti co en la novelística inglesa.
Uno de los estudi osos de este género narrativo, E.E Bleiler,
dice:
Tema ! Baria¡ims \
ella conducen las huella s de mu chos de los ropaje s de l
movimiento romántico de principios del sig lo diecinueve. I
1íJ
leuerinn lalmr
excepción de las menos importantes Letters oi ChivaLry del
Obispo Hurd), la palabra gótico había sido casi un sinónimo de
rudeza, barbarie, crudeza, tosquedad y falta de gusto. Después
de Walpole la palabra asumió dos nuevos significados de
importancia: primero, vigor, audacia, heroicidad y antigüedad;
y segundo, afectación, encanto, romanticismo, tal vez un poco
de decadencia debido a su conexión con el romanismo papal,
pero de cualquier manera sentimental e interesante. 2
lo qóti¡o
El concepto gótico, en su origen, es arquitectónico. Los ele-
mentos arquitectónicos, por extraño que nos parezca, pasaron
directamente a la narrativa. Pero vamos a ver primero cómo su
origen lo tienen en las catedrales y en los castillos medievales.
Tema qlujaciones \
s urgimiento de la construcc ión catedrali cia que duró (e n
Europa y por supuesto en Inglaterra) hasta cerca de 130(J.3
3. Patrick Nuttgens. The Pockel Guide lo Arquilulure, New York, Siman and
Schuster, 1980. p. 91 .
ImriDo 131mr
sar todo aquello que fuese diametralmente opuesto a las reglas
del buen gusto. 4
Tema ! l31ia[iom \
toles, ángeles, todos alargados, estirados al máximo, más allá de
la realidad del cuerpo. Lo anterior correspondería a lo sublime
representado grotescamente. Y por otro lado tendríamos lo ter-
rible grotesco, representado en las gárgolas, en los demonios, en
los condenados, etc.
la narratiua quti¡a
Si hacemos un traslape de la arquitectura gótica a la novela
gótica, esto quiere decir, ver cómo los elementos de un arte
pasan a fonnar parte de otro arte, la narrati va gótica sería como
una catedral, es decir un sistema dinámico de estructuras donde
habitan e interactúan estatuas o personajes -es decir, objetos de
arte- sublimes y grotescos. Y es aquí donde tiene su origen el
personaje byroneano. el cual, cuando es tomado por George
Gordon, Lord Byron para ser desarrollado (casi cincuenta años
después de haber hecho su aparición en la primera novela góti-
ca), mezcla sus rasgos sublimes y grotescos y los dota de otro
elemento caracteóstico: la ambigüedad.
Las novelas góticas fundadoras del género, las que inspi-
raron el personaje de Lord Byron, son las siguientes: la ya men-
cionada El castillo de Otratlto (1764), de Horaee Wolpole; El
barón inglés ( 1777), de Clara Reeve; The Recess (1785), de So-
phia Lee; Vathek (1787), de William Beekford; A Sicilian Ro-
mance (1790), The Romance 01 the Forest ( 1791 ) Y Th e
Mysteries 01 Udolpho (1794), de Ann Radeliffe; y The Monk
(1796), de M. G. Lewi s. Y según las palabras del propio Lord
Byron, las tres más importantes fueron El castillo de Otranto,
Vathek y The Monk.
ImriDO lalazar
George Gordon, Lord Byron, publica su célebre poema
Chi/de Haro/d's Pilgrimage entre 1812 y 1818, el cual es con-
siderado una de sus obras maestras, y donde desarrolla el carác-
ter que después llevará su nombre. Para entender cómo el per-
sonaje llegó a cuajar en los poemas de Byron, vamos a hacer un
repaso de las tres novelas que, según él, son las más importantes.
Sir Walter Scott aporta otro dato en cuanto al origen de E/
castiLLo de Otranto. Afirma que este relato fundador, en su
introducción a las obras de Walpole, y toda la escuela gótica
que inaugura, tiene su origen en los romances y leyendas de
caballería que -en Inglaterra al menos- ya habían comenzado a
ser olvidados desde los tiempos del reinado de la reina Isabel l.
Mario Praz, en su ensayo introductorio a Tres novelas góti-
cas hace un repaso de lo que ha sido la historia de la literatura
de horror en Europa. Se hace una pregunta y se contesta:
Tema qlaJia[ims \
cepción que el hombre de ese siglo tenía en la Belleza en sí
misma: lo horrible, siendo una categoría de lo bello, llegó a ser
uno de sus elementos, y lo hermosamente horrible pasó a ser lo
horriblemente hennoso.
También Praz afirma que el "escenario" fue lo primero que
se desarrolló en el relato gótico. y que la razón por la cual esto
sucedió así se debe a que en el siglo dieciocho comienza a
desarrollarse un gusto muy especial por las ruinas. Y debemos
tener presente que toda la novela gótica sucede en las ruinas.
"Espíritus sutiles descubrieron una nueva sensación en el espec-
táculo de las ruinas, la impresión causada por la belleza ame-
nazada o dilapidada; una mezcla compleja de encanto, repulsión
y atracción".7 Las ruinas fueron esculcadas , investigadas e
investidas, de esta forma, con nuevos significados, como aspira-
ciones hacia el infinito y hacia el pasado, donde se ve cómo la
belleza está siendo amenazada por la muerte.
Las ruinas como detonador del relato, es pues , una herencia
de la novela gótica. Recordemos, de paso, que Pedro Páramo
sucede sobre las ruinas de Comala y que El gran Gatsby es
recordado por su primo a la vista de su gran mansión ya casi en
ruinas.
Según E. F. Bleiler, la aportación más importante de Wal-
pole al desarrollo de la novela gótica está en la dinámica inte-
rior de la narración. Por ejemplo, la principal motivación que
desencadena la acción en esta novela, y en las que le siguieron,
es porque en un momento de) pasado se llevó a cabo un crimen
y que éste se quedó sin castigo. Y una constante es que quien
comete el crimen es un asesino, un malvado, un usurpador: la
encarnación del mal. Cuando arranca el tiempo de la narración
Imrinn lalmr
el desposeído se encuentra oculto bajo una falsa identidad,
inocente de lo que le depara el destino. Mientras tanto el villano
lo persigue. Y es a través de muchas peripecias y reconocimien-
tos que finalmente se reconoce y se establece nuevamente el
orden; el villano es castigado y e l desposeído restituido de sus
bienes. Puede afirmarse, sin mucho margen de equivocación,
que la novela gótica es la primera hi storia detectivesca, primiti-
va, en la cual Dios o el destino son los investigadores y procu-
radores de justicia.
En El castillo de Otranta, la lucha por el poder, es el tema.
La acción se lleva a cabo en la Italia medieval del sur. Un sober-
ano persigue a la esposa de su hijo. Un campesino. cuyo padre
es un sacerdote católico, se convierte en príncipe. En el espacio
del castillo se llevan a cabo las intrigas y los crímenes. Se des-
cubren las calaveras con hábitos de frailes, hay estatuas que llo-
ran sangre, espadas que se desenvainan so las, gigantes cuyas
armaduras descomunales aparecen en las terrazas de piedra del
castillo; subterráneos oscuros y cámaras de tortura; bosques
espesos y misteriosos alrededor del castillo.
Otra característica que apunta E. F. Bleiler, es la velocidad
de la narración; cómo el lector es llevado de un incidente a otro,
cómo se van amontonando los fantasmas, las muertes, los
crímenes, las intrigas. Sangre y muerte corren por las páginas
de estos relatos en una auténtica inundación. Y ésta era una
nueva forma de narrar que e l lector del siglo dieciocho no
conocía. Las novelas realistas de esta época son lentas y volu-
minosas, en contraste con la brevedad y la rapidez del nuevo
relato gótico.
Después de la publicación de El castillo de Otranto se de-
sató una verdadera epidemia de novelas en Inglaterra que se-
guían muy de cerca los hallazgos de Horace Walpole. y que
Tema qUaria[iones\
hasta incluían la palabra castillo en su título. Este periodo, el fi-
nal del siglo dieciocho, fue tan prolífico e importante para el
desarrollo de este tipo de narrativa, que por otro lado era neta-
mente popular, que mereció que en la hi storia de la literatu ra
inglesa se le llame T/¡e Gothic Quest. Walpole había integrado
el microcosmos que representa el castillo medieval a la narrati-
va. Le había agregado un elemento novedoso y lleno de otras
posibilidades. Esto quire decir, el lugar cerrado, compacto, li-
mitado, autosuficiente; e l es pacio idea l para la creación de at-
mósferas as fi xiantes, enrarecidas; un lugar misterioso; donde
las acciones se vue lven enigmáticas. simbólicas. Un espacio
lúdico. El recipiente del caldo de culti vo. Había inaugurado,
con su novela, e l espacio donde se podía ll evar a cabo una
nueva experiencia estética.
Otro elemento de gran importancia que Walpole aporta es en
lo concerniente a la locación, o sea la ubicación geográfica de la
acción. Y, en su mayoría, es tas locaciones van a es tar en los
países latinos - Itali a, Francia, España, Portugal- echando mano
de un lugar común, de un estereotipo: la sangre latina apasiona-
da, dada a los excesos, en contraste con la mesura y la au teridad
anglosajona. Sin embargo, las acciones, aunque en menor medida,
también pueden estar en los países germánicos y, en menor me-
dida, en la propia Inglaterra. Lo e,ólico fue explotado en gran
parte debido a que los lectores de este tipo de narrativa, en su
mayoría la gran población sin recursos económicos, pocas posi-
bilidades tenían de viajar, y la lectura era la única forma de
conocer nuevos lugares. Así, The Monk sucede en España, en
un monasterio español; The Mysteries of Udolpho, en Italia,
Vathek en Arabia y, después, en el siglo diecinueve, Lord Byron
sitúa gran parte de su producción en Portugal, Grecia y España.
111
leaeriDO lalazar
Peter Haining, un estudioso de la novelística de terror dice
que:
Tema qDaria[ioles \
dieciocho, las cuales sentaban las piedras fundamentales para el
futuro desarrollo de la novelística del diecinueve. Y éstas eran:
Clarissa, Tom Jones, Moll Flanders, GuLliver 's Travels, Robin-
son Crusoe, etc.
Haining afirma que la novela gótica se desarrolló como un
impulso genuino que nacía del corazón de la gente de la segun-
da parte del siglo dieciocho, como una necesidad ap remiante de
libertad . Que fue un fenómeno que tuvo su detonante en la
situación social y económica de la lngl aterra de esa época.
Donde los que tenían , tenían en exceso, y los que no, que era la
gran mayoría, llevaban vidas miserables y pletóricas de priva-
ciones, sin esperanzas. Había desencanto y el futuro se vis lum-
braba negro. La prosa y la poesía mostraban esta si tuación. Se
necesitaba un cambio, donde el relato gótico sirvió como una
válvula de escape. Este espíritu gótico es parte integral del
Romanticismo. El deseo de volver a la naturaleza, a la tradición
y al folklore, está implícito en los escritores del relato gótico. y
hay más: ellos aportaron muchos de los temas y motivos que
después usarían en gran medida Wordsworth, Coleridge y ob-
viamente Byron .
Por lo tanto, esta nueva narrati va que inventaba una nueva
rea lidad, en cuyas páginas habitan seres cargados de pasiones
extrañas, en lugares desconocidos, que aunq ue habían nacido
para servir de escape, su desarrollo tenía en embrión grandes
hallazgos. grandes aportaciones para la tradición literaria no
so lamente inglesa. sino del Occidente. Por lo menos tres impor-
tantes elementos de la novelística actual se le deben al relato
gótico: a saber, la creación de atmósferas, lo lúdico per se, y el
personaje byroniano. el cual llega hasta nuestros días casi sin
deformaciones: en Heathcliff de Cumbres Borrascosas. de
Emily Bronte, en Jay Gatsby de El gran Gatsby de Scott
1JIi
lema qDalia[Íom \
dad y su desarrollo progresivos. se hubiera detenido ahí, si no
hubiera sido por una autora que le agregó nuevos elementos, ya
que las novelas y cuentos que se producían en esos momentos
eran bastante malos o, si no, copias y plagios de los rel atos que
ya había hecho "clásicos" el género.
Esta autora es Ann Radcliffe, la cual , con sus novelas y
cuentos, opacó en fama a todos sus contemporáneos. Se dice
que su gran producción novelística fue motivada por la lectura
de una novela gótica titulada The recess de 1785, de Sophia
Lee. Las que se consideran las tres novelas más importantes de
Mrs. Radcliffe son: A Sicilian Romance, The Romance 01 rhe
Foresl y su gran logro The Myteries of Udolpho. De estas no-
velas dice Haining:
I'Ii
Imlino lalaza¡
incidentes parecen ser totalmente increíbles y fuera de los
límites de la posibilidad natural. Sin embargo. cuando se nos
dan las explicaciones lógicas, de inmediato el lector puede
aceptarlas satisfactoriamente. Y puede afirmarse a crédito de
la autora que, a diferencia de sus contemporáneos, resistió la
tentación de caer en los recursos gastados de lo sobrenatural.
Aún los eventos más vivamente descritos como improbables
son vistos después en com pleto acuerdo con el orden de la na-
turaleza.12
lema qllaliacims \
siste en una serie de temas calculados en sí mismos, que cuando
se presentan en toda su terrible desnudez, evocan una sensación
de terror."!.' Y en esta novela, estos "temas calculados" quieren
decir: el sacrilegio sacerdotal, el incesto, el adulterio, la so-
domía, el asesinato, la corrupción humana, la degradación pau-
latina de los personajes y sus tradiciones . Cuando esta novela
aparece ya se habían sobreexplotado el castillo encantado, los
tiranos, las pálidas doncellas indefensas, sus héroes sal vadores,
etc. M. G. Lewis sitúa la acción de su novela en un microcos-
mos nuevo: un convento español del siglo dieciseis, un joven
monje virtuoso, agraciado físicamente, que se vuelve diabólico,
lúbrico, criminal, en franca degeneración . Y este monje que
representa el misteri o que engendran las fuerzas ocultas del
mal , el muerto en vida, el condenado de la tierra, es la piedra
fundamental para el personaje que Lord Byron desarrollará más
tarde, dándole todo el crédito a M. G. Lewis en algunos de sus
propios poemas.
El monje fue un libro provocador: después de su aparición
causó uno de los escándalos más sonados de la historia de las
letras inglesas. Mientras que unos críticos lo calificaban como
una obra maestra, otros afirmaban que era blasfemo y obsceno,
que corrompía la mente y el cuerpo de sus lectores. La Socie-
dad para la Supresión del Vicio Iievó al autor y a su editor ante
las autoridades. Para esto ya se habían vendido tres ediciones.
En el juicio se le obligó al escritor, para las subsiguientes edi-
ciones, a quitar todas las referencias bíblicas, algunos pasajes
eróticos y a que algunos personajes de sexo masculino fueran
cambiados por personajes de sexo femenino, ya que los pri-
meros eran enamorados y seducidos por el inquieto monje. Este
leueriDD 1lIlZlr
ro
escándalo es importante porque echa luz sobre la recepción que
había tenido un personaje de tal complejidad y por la combi-
naci ón de tremendismo en sus acciones, porque echaba luz
sobre una seri e de elementos que ahora contenía el relato góti-
co, los cuales eran altamente innovadores. ya que penetraban
zonas -inexploradas, desconocidas hasta ahora- del ser humano
puesto en determinadas circunstancias.
Como se ha visto hasta aquí, a medida que aumenta la pro-
ducción de nove las góticas los personajes y las historias que
narran aumentan ensu complejidad. Y curiosamente el perso-
naj e principal, e l héroe, pasa paulatinamente a segundo plano.
El que cob ra importancia y si mpatía es el vi llano. Se vuelve
multifacélico. La mezcla del bien y del mal , al volverlo más
siniestro, tambi é n lo vuelve más interesante y atractivo por
lodos los misleri os que plantea su elaborada personalidad. Sus
motivaciones solamente son explicadas a través de una red de
co mpl ejidades.
Nestor Luján, en un es tudio introductorio a El monje, dice
que es " una de las novelas más arquetípicas en cuanto a una
ardiente mezcla de sangre, demonismo, sensualidad y truculen-
cia".'" Otros elementos que Lewis incorpora al género. y que
va n a acompañar a éste hasta nuestros días, son los artificios
sobrenaturales que incluyen magia, brujería, fantasmas que par-
ti cipan en forma activa en las acciones de los vivos y las tran s-
forman. El demonio se pasea por esta novela en carne propia.
Luján afi rm a que Lewis imporló eSle elemenlO diabó lico de
Alemania. " Y en los círculos universitarios de las viejas ciu-
Tema , Baria[iom \
dades renanas estaba muy de moda el demonio, sus ritos y sus
sectas. De Alemania trajo posiblemente su no escasa erudicción
de d e m ono l ogía ."I.~
Ahora, otra novela que contribuyó también a la delineación
del personaje byroniano: Vathek, de 1787 . Esta es una novela
que sucede en el Oriente. Según Peler Haining. ésta es un ejem-
plo claro de la innuencia que los cuenlOs de Las mil y una
noches, cuya primera versión al inglés había aparecido en 1704,
tuvo sobre la Literatura Inglesa. Es ta novela le da una nueva
dimensión al relato gótico, y en especial moldea más el carácter
gótico. Es la historia de un califa enloquecido por arrancarl e sus
secretos al Uni verso.
15. Ibidem.
Imliou 131ml
llevan con seductor encanto su maldad, y lo convierten en un
espectáculo moralizame. Moralizame según los postulados de
una moral que no es la tradicional religiosa de Miss Reeve, ni
la antirreligiosa de M. G. Lewis, si no aquella en que no cabe la
arquitectura lógica del bien y del mal, y sí la más humana de
las servidumbres y grandeza de las pasiones. 16
16. Guillermo Camero. Introducción a Vathd , Barcelona. Ed. Seix Barral , S.A .. 1969.
pp. 27-28 .
17. Sléphane Mallarmé. Prólogo a la edic ión francesa de 1876. en Varhek,
Barcelona. Ed . Seix Barral. S.A" 1969. p. 56.
18. Abramms. et al. Tht Norron Anthology o[ English Lituaturt. New York.
Norton Comp.. 1974. p. 366.
19. Winifred Gérin. Erniliy Bronte. Greal Britain. Oxford University Press. 1971. p. 45.
181
Tema qlariaciom \
nadie conocía .. Está también el desafío de Caín; el amor fatal
de Manfred; todos estos atributos fueron conferidos a los emer·
gentes héroes de Gondal (primeras narraciones de E. BronU~) y
finalmente pasaron al protagonista de Cumbres Borrascosas. 20
20. Ibidem . p. 46 .
21 , Ibidem. p. 224.
18\
Tella ! ftariaciom \
lORO BYROH :
Uida Ual¡JU'
y ~I¡iandra Hmm"
- 11\
En la década de los años 50, la crítica, sin soslayar su polé-
mica personalidad, reconoce la calidad literaria de su poesía y
lo coloca como uno de los más grandes románticos y, tal vez, el
más moderno de ese grupo. Además, sus cartas y diario perso-
nal ofrecen una manifestación de ingenio espontáneo y agudeza
mental, que revelan su maestría en el manejo de la prosa informal.
Si partimos de que la poesía es la realización sublime de
estados de ánimo, ideas, momentos significativos, y no una
forma cerrada que. atiende a la rigidez de ciertos cánones, la
poesía de Byron debe ser valorada por la críti ca más exigente. A
pesar de que T. S. Eliot correspondía a los que consideraban al
Don Juan como su única obra valiosa, quedó seducido por la
profunda sinceridad, fuerza y la gran virtud de entretener de
Byron, cualidades que también impresionaron, en su momento,
a Goethe y a Mathew Amold.
La comp leja historia personal de George Gordon, Lord
Byron, inició con una malformación congénita del pie derecho,
la muerte de su padre y los abusos físicos y sexuales de una ins-
titutriz alcohólica. También enfrentó prematuramente el dolor
debido a las curaciones de un inepto quiropráctico. Finalmente
un médico corrigió el problema de su pie con una bota especial
y la institutriz fue despedida. Estos acontecimientos poblaron su
infancia y posteriormente marcarían su vida y obra. Pero no to-
do fue tristeza y sordidez. Su niñez transcurrió en una mansión
rodeada de lagos, árboles y una abadía gótica en el legendario
bosque de Sherwood, herencia de un tío abuelo, que además lo
convirtió, a los diez años, en el sexto barón Byron de Rochdale.
El fuerte espíritu de Byron no se arredró ante sus limitacio-
nes físicas, practicó disciplinadamente varios deportes y sobre-
salió especialmente en natación. Esto lo convirtió en el héroe
de sus compañeros más jóvenes en la escuela de Harrow, varios
1iL
Tema qlariaciom \
de los cuales fueron iniciados por él en relaciones apasionadas ,
Para la mayoría de sus biógrafos, la bisexualidad de Byron fue
un hecho; no obstante sus satisfacciones emocionales siempre
vendrían más de parte de las mujeres que de los hombres.
Al principio de su adolescencia, empezó su pasión por la li-
teratura, escribió versos, epigramas y sátiras. A los 15 años, al
debilitarse la relación con su madre, comenzó una estrecha
amistad con su media hermana mayor, Augusta Byron, de quien
había crecido separado. Dos años más tarde, ingresó a la Uni-
versidad de Cambridge y es ahí donde por primera vez publicó
en forma privada, un pequeño volumen titulado Fu gitive pieces
(1806); estos poemas juveniles eran románticos, melancólicos,
reaJistas, satíricos y eróticos, Desde entonces ya se revelaba su
peculiar sentido del humor, por ejemplo, en el larguísimo título
de uno de ellos: "To a Lady Who Presented to the Author a
Lock of Hair Braided with His Own, and Appointed a Night in
December to Meet Him in the Garden",
La primera publicación formal de Byron, cuando tenía 19
años, Ho"rs of Id/ness (1808) fue duramente criticada en la
Edimburgh Review; dicho volumen muestra una clara influencia
de fuentes neoclásicas del siglo XVIII y se perfila en él la gran
veneración que Byron sentía por el periodo augusto y por Ale-
xander Pope.
Cuando terminó su educación en Cambridge, a los 21 años,
Byron fue a residir en Londres cumpliendo con el papel de
poeta, dandy, noble y hedonista; no obstante, la situación políti-
ca de su país también ocupaba un lugar importante en sus inte-
reses, El esperaba seguir una carrera parlamentaria desde el
partido liberal de los Whigs. Pero Inglaterra, en esa época, esta-
ba dominada por los conservadores del partido Tory, así que
Byron expresó en sus obras una amarga desilusión por la hipo-
111
~i~a lalero q8leiaD~ra Berrera
cresía social, y decidió hacer un largo viaje. Se embarcó a Lis-
boa, cruzó España en plena guerra peninsular, siguió hacia Gi-
nebra y después a Albania y Grecia, donde surgió su inconmen-
surable amor por lo helénico; también ahí empezó el canto I de
Chi/de Haro/d 's Pilgrimage (1812).
En esta obra, el primer poema largo de Byron y al cual debió
su fama inmediata, el poeta muestra la desesperación al recono-
cer que todo intento por concertar lo real y lo ideal fracasa. Este
poema es un diario de viaje poético en el que los lectores de
aquella poca identificaron rápidamente en el protagonista, me-
lancólico y cínico, a su autor. Sin embargo, Chi/de Haro/d, es-
crita en estrofa spenceriana l , es mucho más que el recuento de
las fortunas y desventuras del héroe. Byron a lo largo de su vida
fue un voraz lector de historia, y en este poema relata los acon-
tecimientos sociales y políticos que estaban sucediendo en Eu-
ropa, y de los cuales, incluso, había sido testigo: el intento de
Napoleón por ocupar Portugal, la invasión a España, la guerra
peninsular y la derrota de Napoleón en Waterloo. Pero la restau-
ración de las monarquías europeas atentaba más contra su ideal
de libertad que el sueño imperialista napoleónico de una Europa
unificada. En este contexto, Byron expresa su desencanto, por
ejemplo, al final del poema, en el canto IV:
CLXXXV
l. Estrora de nueve versos con esquema rítmico 11b ah be be e, cuyas primeras ocho
líneas tienen pentámetro yámbico y la novena tiene exámetro yámbico.
111
Tella llalia¡ims \
The spell should break of thi s protracted dream
The torch shall be extingui shed which hath lit
My midnight lamp ~and what is writ, is writ ,~
Would it were worthier! but 1 am nOl now
Thal which 1 have been - and rny visions flit
Less palpably before me- and the glow
Which in rny Spirit dweh is tluttering, fainl, and low.
1~O
Tema qlaJia¡ioJeS \
le reunió su amiga Claire Clairmont. ya embarazada, con quien
había tenido una relación casual en Inglaterra. Paralelamente es-
cribe The Prisoner of Chillon ( 1816) y el canto III de Childe
Harold en los que expresa sus sentimientos: el ostracismo debi-
do a la falsedad de la sociedad inglesa y su odio al despotismo.
A pesar de que eran una fuerte crítica, la publicación de estas
dos obras hizo que Byron recuperara la confianza y e l gusto del
público inglés. A principios de 1817 nace Clara Allegra Byron .
Volviendo a la poética del romanticismo puede afirmarse
que, en dicha corriente, existen varias maneras de concebir la
relación entre lo real y lo ideal. Wordsworth y Coleridge se ad-
hirieron a la filosofía platónica que concilia esta oposición afir-
mando que lo ideal es la única realidad. Sin embargo, la reali-
dad les mostraba que había una distancia insalvable entre
ambos, lo cual les generó una frustración temporal que fue su-
perada cuando abandonaron sus ideales democráticos, y su pen-
samiento político, profundamente marcado por la Revolución
francesa, se fue haciendo más conservador.
En Don Juan , Byron despectivamente se refiere a Platón de
esta manera:
CXVI
2. Versos pareados con esquema ñunico aboen pentámetro yámbico. que muy a
menudo contienen en sí mismos una exposición completa y, como laI . cerrada
por punto y coma, punto, signo de exclamación o de interrogación. Dentro de
estos dos versos (ab) es posible obtener efectos retóricos o ingeniosos por medio
del paralelismo del balance o de la antítesis. ya sea denlrO del dfstico o bien en
cada línea individual.
T!ma ! iariacioD!S \
mejor estilo de Pope, que comprende su primera gran obra, la
cual mostraba una gran vitalidad e ingenio, y por eso fue alaba-
da por poetas y editada en cuatro ocasiones. Sin embargo. poste-
riormente, Byron la vería como una sátira de juventud que llegó
demasiado lejos, porque atacaba a personas que él después res-
petaría; por esta razón no permitió una S- edición de la diatriba.
Muchos lectores se han sorprendido por la aparente contra-
dicción entre el romanticismo de Byron y su sátira exuberante y
a menudo obscena.
Manfred (1817), escrita para teatro, es para algunos su obra
más romántica, en ella retoma uno de los grandes mitos román-
ticos: la leyenda de Fausto. En Manfred se abordan temas como
el incesto, la culpa y el remordimiento. sin embargo a diferencia
del Fausto de Goethe, el protagonista de Byron no vende su
alma al diablo, sino que lo desafía y reta al inframundo. El
drama termina con la muerte digna y estoica del héroe. En ésta
como en otras de sus obras pueden verse algunas de las caracte-
rísticas del héroe byroniano:
Tema qUaria[Íones \
CXCIX
19\
lida Oalero ! Hlejaodra Herma
fable que existe en cuanto a sentido, armonía, efecto e incluso
Imaginación, pasión e In vención entre el pequeño hombre de la
reina Ana y nosotros el bajo imperio." (Op.cil , vol. IV)
En 1822 dos trágicos accidentes enfrentarían nuevamente a
Byron con el dolor: la muerte de su hija AHegra y la de su
amigo SheHey, quien muri ó ahogado cuando su barco "Don
Juan" naufragó en una tormenta. Ese mismo año escribió The
Vision of Judgement que puede ser considerada su sátira más
pura y maliciosa; como afirtna P. R. Andrew en Critical Study
on Byron, esta obra "tiene toda la fuerza de Don Juan y ninguna
de sus debilidades." The Vision ... es un poema que Byron escri-
bió no con la intención directa de ridiculizar a Jorge m, sino a
las loas escritas por el poeta laureado de la corte, Robert Sout-
hey, en A Vision 01 Judgement, donde relataba el juicio y la en-
trada gloriosa del monarca al cielo después de su muerte. Los
resentimientos que Byron pudiera guardar contra Southey se de-
bieron a varias razones: su cambio de ideales políticos, el sacar
a la lu z la vida íntima del Lord y sobre todo el ataque aparecido
en el prefacio de A Vision ... contra Byron:
Tema qDaliaciones \
En estas citas puede verse claramente por qué Byron contes-
tó tan brutal y burlonamente al estilo solemne del poeta de la
corte, en su The Vision of Judgement , cuando lo llama "multo
scribbling", parafraseando la descripción que Southey hace de
Satanás como un monstruo de mucha caras: " multifaced",
Veamos cómo la "ottava rima" permite a Byron expresar sus
ideas por medio de frases coloquiales:
XVII
XVIII
ll1
lida Balero qRlejandra Berrera
De este modo, la concepción poética de Byron debe mucho
a su admiración por la poesía con propósito serio y moral como
la de Pope; poesía que en su época, siglo xVrn, debía castigar
los errores de la sociedad con ingenio y señalar las desviaciones
del sentido común y del buen gusto mediante sus versos parea-
dos bien balanceados y brillantes, por ejemplo, en la Epistle 11
10 a Lady:
1~8
Tella ! lari¡¡iom \
el poeta Shelley. En raras ocasiones y siempre frente a extraños
tenía actitudes afectadas, aunque internamente poseía una gran
integridad y honestidad que desarmaban a cualquiera. El proble-
ma central para Byron, como -para la mayoría de los románticos ,
era encontrar una unidad satisfactoria entre las demandas de lo
real y lo ideal , sólo que en Byron su sentido común lo hacía
afianzarse al siglo XVIII y por lo tanto su actitud frente a dicho
problema fue diferente a la de los otros románticos.
Este ir y venir de Byron entre uno y otro puntos de vista
hizo que nunca tuviera una filosofía fija -como sí la tuvieron
sus contemporáneos-, ya que estaba consciente de que ningún
sistema podía responder a las preguntas que perpetuamente se
hace el hombre en tomo a la vida y a su destino.
Aunque Byron muchas veces lo negó, su posición política,
sus ideales y su vida se reflejaron en la mayoría de sus obras. Es
así como podemos entender por qué a él se debe la creación del
héroe byroniano. cuyas características son: melancólico, aristó-
crata, conés, diplomático, sensible, caprichoso, rebelde, temera-
rio, aventurero, poseedor de una fuerte veta erótica y sexual;
propietario de una orgullosa soledad; fuera del bien y el mal y,
por tanto, fuera de toda ley.
Desde su Childe Harold, Manfred, Massepa , Beppo, el héroe
byroniano empieza a cobrar materia, hasta culminar con su Don
Juan, pasando por el Satanás de The Vision ...
Durante su estancia en Italia, en 1821 , Byron que vivía có-
modamente con Teresa Guiccioli --quien ya había logrado que el
Papa la separara de su marido-- y enfrascado en su escritura, es-
talló la guerra de independencia en Grecia, lo cual generó un
grave conflicto en el poeta, pues renació su amor hacia lo helé-
nico y dudó entre pennanecer en Italia o ir a luchar por la causa
griega contra los turcos.
En 1822 optó por lo segundo y en agosto del siguiente año
se embarcó hacia Cephalonia, donde arribó con un gran carga-
mento de medicinas que él mismo había comprado. Ya en Gre-
cia, el faccionalismo y la falta de disciplina de los griegos exas-
peraron a Byron. pero conservó la paciencia y se mostró como
un brillante estratega militar. El poeta le prestó, además, al go-
bierno griego 4000 libras para que intentara romper el bloqueo
turco de Missolonghi, lo cual consiguió Byron al llegar a las
playas pantanosas de dicho lugar, y fue recibido como héroe
con 2 1 cañonazos. Ahí escribió uno de sus últimos poemas en el
que revelaba sus fatales presentimientos: "On This Day I Com-
plete My Thirty-Sixth Year" . Los griegos insistían en que el
Lord estuviera al frente de su ejército contra los turcos. pero de-
bido a diversas razones el ataque se retrasó. El 15 de febrero de
1824, Byron sufri ó un ataque probablemente de apoplejía y su
salud empeoró a causa de una sangría mal practicada. Mientras
el poeta se debatía entre la vida y la muerte, en Inglaterra los
nuevos cantos de Don Juan fueron muy bien recibidos igual que
los informes de sus temerarias aventuras. Byron murió el 19 de
abril de 1824; existen varias versiones de la causa de su muerte:
envenenamiento urémico, fi ebre reumática o sangrías mal prac-
ticadas. Ni en Europa ni en Inglaterra creyeron las noticias de
su muerte, y cuando éstas fueron confinnadas, su autosacrificio
y su amor por la libertad lo convirtieron en el epítome del Ro-
manticismo. En Grecia se le consideró como héroe nacional y
su martirologio llevó a este país a su libertad.
Las Hneas anteriores demuestran la coherencia que existió
entre la vida, los ideales y los hechos de Byron: su afán de reali-
zar sus ansias de libertad lo llevó a participar activamente en di-
ferentes movimientos sociales. Como la rigidez de Inglaterra no
le permitió materializar sus anhelos, Byron en Italia luchó al
lOO
Tel! , I¡¡i!ciom \
lado del movimiento Carbonari en contra de Austria, que final-
mente fracasó. Sin embargo, y aunque Byron no vio la culmina-
ción de sus esfuerzos, Grecia sí obtuvo la independencia, entre
otras cosa, gracias al apoyo del poeta.
En cuanto a su obra la estancia fuera de Inglaterra permitió
que Byron se sinliera libre de los palrones poélicos ingleses. Lo
que para muchos de sus conlemporáneos era una debilidad, en
realidad fue su valor más importante: responder sensiblemente a
las impresiones efímeras sin atenerse a ningún principio filosó-
fico consistente; nunca se afi li ó a los cánones de los "respeta-
dos" que habían cambiado de ideales para llegar a una calma
- para él ficticia- y se conformaban con las respuestas simples.
Como ya se ha señalado, Byron disminuía su obra y la de los
otros románticos al compararla con la pureza de los versos pa-
reados de Alexander Pope. Pese a la belleza sinlélica de la poe-
sía de este último, la épica burlesca de Byron lograda a través
del estilo italiano de la "ottava rima" - menos pura y compacta-
lo llevó a penelrar más hondamenle en los laberintos de la con-
dición humana: en su poesía no só lo se palpa, sino también se
sienle el desalienlo y la decepción de no poder llegar al ideal.
Por estas razones, Byron es un poeta que puede seguir dialogan-
do con los leclores del siglo XX.
10/
Tem3 qU31iuiom \
HRnRATO Df DORIAH GRAV :
Dominique Fernande¡
l
Acaso pensó Osear Wilde en subir la escalinata
y visitar la galería de cuadros que el Palacio
Corsini encierra en Roma, no lejos del Tíber a
la entrada del Trastévere, frente a la Famesina? Fue a admirar el
gran Velásquez del papa Pamphili en el Palacio Doria, cerca del
Colegio Romano: "El más bello retrato del mundo: allí está el
hombre entero." Es muy raro esta clase de anotaciones en su
pluma. Impresiona corroborar que este gran adorador de lo
bello, por decirlo de alguna manera, nunca habló de la pintura
clásica en sus escritos: ¿se interesó alguna vez en pintores fuera
de los de su época, Monticelli, Burne-Jones, Whistler, Aubrey
Beardsley, algunos de los cuales fueron sus amigos personales?
Al parecer, la gran pintura italiana le fue extraña, aunque a me-
nudo haya viajado a la península. Este es uno de los numerosos
enigmas del caso Osear Wilde. O más bien este es uno de los
criterios que nos permiten afirmar que Osear Wilde más que un
amante de la belleza fue un esteta. ¿Por qué un esteta? Porque
no le gustaban más que los cuadros de su época que se caracte-
rizan justamente por el gusto por Bizando. por la rareza precio-
sista, por la descomposición sofisticada (los prerrafaelistas ,
Gustave Moreau). Para é l un pintor tenía mucho más valor por-
- 101
que pertenecían ambos al mismo mundo, frecuentaban los mis-
mos salones, estaban inscritos en el mismo círculo, compartían
la misma vida brillanle. En Ilalia ¿qué provecho personal y
mundano se podía sacar de frecuentar a artistas muertos hacía
trescientos o cuatrocientos años, con los cuales uno no podía in-
tercambiar un puro o comentar los últimos rumores de la Alta
Sociedad? El silencio de Oscar Wilde sobre las obras maestras
que pudo ver en el curso de sus viajes por Francia, en Italia o en
Grecia es muy el~cuente de su incapacidad para apreciar un
cuadro, una arquitectura, un paisaje por sí mismo.
De lal manera, no subió los escalones del Palacio Corsini en
donde le hubiera intrigado un cuadro de Caravaggio, el célebre
Narciso . Contrariamente a la tradición iconográfica, Caravaggio
no pintó a un efebo desnudo, sino a un sólido joven totalmente
vestido, con telas de Damasco, suntuosas, que hubieran agrada-
do al dandy del Café Royal. No existen cuerpos desnudos en las
novelas de Oscar Wilde. Uno imagina a Dorian Gray, Basil
Hallward, lord Henry encorbatados, encorselados. Incluso cuan-
do Dorian se enlrega a los más osados excesos, parece guardar
su cuello cerrado y sus guantes sin arruga. Tal es el precio que
se debía pagar al purilanismo de la época vicloriana. Ese himno
al placer y a la libertad individual que prelendió ser El Retrato
de Dorian Gray ignora completamente la primera liberación,
que es la del cuerpo. El Narciso del Palacio Corsini tampoco es
un relámpago de emancipación. Ambos nada tienen en común
con ese joven argelino que dejó caer soble la arena su albornoz
y apareció anle los ojos asombrados de André Gide en el es-
plendor de su grácil cuerpo. Pero el delalle que le hubiera asom-
brado más a Oscar Wilde, es la forma del roslro reflejada en el
agua: un reflejo que parece idéntico a la forma reflejada, salvo
que en lugar de la vida se diría que es una imagen de la muerte.
J!\
Tema qiariuiom \
¿El inclinarse sobre el agua para mirarse, acaso no es detener la
vida, suspender el movimiento, congelar los rasgos, en una pa-
labra, iniciarse a la muerte? Es sabido que Osear Wilde tenía
otra idea del reflejo, del espejo: "no hay que mirar ni a las cosas
ni a las personas. Sólo hay que ver los espejos. Pues los espejos
tan sólo nos muestran máscaras." Allí donde Wilde veía un a
máscara, Caravaggio contemplaba la muerte. ¿Son tan diferen -
tes ambas visiones? ¿Acaso no es Dorian Gray una vari ación
sobre la incompatibi lidad del arte y la vida, y el instrumento de
esa revelación no es un retrato, es decir un doble, un reflejo. un
espejo?
•
Dorian vivirá a fondo todos los placeres, todos los "vicios '·
(como se decía todavía en su época), conservando su rostro de
veinte años; será el autorretrato que se mandó a hacer el que en-
vejecerá en lugar suyo. Este es el hallazgo que le aseguró a la
novela de Wilde una fama que nunca ha sido desmentida. Pero
si la idea es en efecto original (aunque el Balzac de la PieLde
zapa, el Edgar Poe del Retrato oval, o el Stevenson de El extra-
ño caso deL Dr. JekyL pudieron servir como inspiradores) la no-
vela aparece sin embargo como el delta en el que desembocaron
los cincuenta últimos años de la historia de la literatura y del
arte en Europa. La novela aparece en 1891: para reaccionar al
desarrollo industri al, a la fealdad creciente de las ciudades. a la
proliferación de los suburbios; desde mediados de siglo, los
escritores y los arti stas paulatinamente se aislaron del mundo
exterior y se parapetaron en un universo muy suyo. adonde no
pudieran alcanzarlos el horror de la vida moderna y la vulgari-
J~\
~nminique fernande¡
dad de las masas. A la fórmula de Stendhal: "La novela es un
espejo que se pasea por los caminos", eco de una época feliz en
el que escritor se encontraba en armonía con la sociedad, le su-
cede la torre de marfil de Flaubert. El refugio de Croisset, la
lucha heroica contra las palabras, es el ejemplo que se seguirá
ahora: la obsesión formalista, el culto del arte por el arte, el des-
precio por las masas alimentarán a la literatura moderna. El arte
ya no es un reflejo del mundo, sino un refugio contra el mundo.
A fines de siglo, sólo algunos novelistas dotados de una fuerza
excepcional, como 'Zola, siguen siendo los cronistas de su tiem-
po. Pero justamente Zola se encuentra entre los escritores que
execra Osear Wilde. de la misma manera que detesta a Dickens.
Wilde se inscribe en la línea genealógica de Aaubert llevando
hasta el paroxismo el rechazo a la vida. Desde su más famoso
aforismo, "'a naturaleza imita al arte", hasta su más célebre
ocurrencia, "¿el acontecimiento más doloroso de mi vida? la
muerte de Lucien de Rubempré", toda su filosofía exalta una or-
gullosa aversión por todo lo que no está depurado por la alqui-
mia de un estilo. La crueldad que cuesta la vida a Sibyl Vane, la
actriz amada por Dorian mientras permanece confinada en su
papel de actriz, y a la que rechaza con horror desde el momento
en que, en lugar de simular la pasión. ella la vive sin más, es tí-
pico de ese esteticismo exacerbado. Si Wilde hubiera podido, su
torre no hubiera sido de marfil sino de lapizlázuli, de esmeralda,
de jade. Algo muy raro y muy precioso, para mantener alejado
el estrépito, los malos olores y las trivialidades de Londres.
Gracias a su retrato, Dorian vivirá, pero escapándose de los em-
bates de la vida: su juventud eterna es el símbolo de la nu·eva
quimera del artista. Sin embargo, cualquier lector de la novela
objetará que Dorian, lejos de permanecer alejado del ruido y de
las miasmas de la metrópoli. se sumerge con delicia en los sitios
lema l Dariaci0D!5 \
con menor reputación. "Alguien pretend ía haberlo visto pelean-
do con marinos extranjeros en un sitio perdido de WhitechapeJ;
se decía que frecuentaba a los ladrones y a los carteristas, y que
se había iniciado en los mi sterios de su profesión." El libro
causó escándalo en 1891; pero en la actualidad es preciso decir
que esas alusiones parecen de un a timidez casi cobard e. El
equívoco elegante del marino, cantado posteriormente por Coc-
teau en Le Livre blanc, exaltado por Genet (pero para permane-
cer en las fronteras del siglo XIX, ¿el admirable Billy Budd de
Melville acaso no apareció el mismo año que Dorian Gray?) ,
tan sólo aparece di scretamente una vez. Sabido es que el mismo
autor, a medida que envejecía, se complacía en envilecerse cada
vez más: vendedores de periódicos a los que interpelaba en la
calle, telegrafistas a los que invitaba a su casa, chicos del puerto
a los que seguía en las calles de Nápoles. Según un mecanismo
psicológico ampliamente conocido, aquellos homosexuales que
se sienten culpables, buscan sus placeres en un medio social in-
ferior con el fin de casti garse por su "perversión", frecuentando
a gente a la que juzgan indignos de ellos. Para amar a un igual,
es preciso ser verdaderamente libre. La Inglaterra victoriana
obligó a más de un escritor a disociar entre una vida oficial ~ri
liante y llena de fiestas y una vida erótica clandestina. El Retra-
to de Dorian Gray hubiera podidc. ser un a variación sobre este
tema, si Wilde no hu biera ocultado el lado oscuro de la existen-
cia de su héroe, para privilegiar a la vitrina en la que se pasea
rodeado de pieles y joyas.
Otro tema de sorpresa, es que esta novela, consagrada por
entero a la Belleza y que por consiguiente, como El banquete de
Platón o Les Filies du teu de Nerval, debería estar fuera del
tiempo. en una esfera incorruptible. se encuentra terriblemente
anclada a su fecha de composición. En primer lugar hay una at-
~ominique fernandez
mósfera muy inglesa, esas mansiones elegantes en las que los
criados llevan al visitante el té en tazas de la más fina porcelana,
esos parques en los que el fuerte aroma de las lilas se disputa
con el más delicado aroma de los abetos encendidos, esos salo-
nes con los pesados cortinajes de tU5or, y sobre todo esas con-
versaciones interminables y esas brillantes paradojas que no han
perdido del todo su insolente vivacidad. Por otro lado está el
hecho de que Osear Wilde cometió muchos pillajes con la lite-
ratura de su tiempo. Las experiencias hedonistas de Dorian, su
devoción refinada 'por las pieles, los perfumes, las piedras pre-
ciosas, las músicas exóticas, todo ese ritual cultural viene direc-
tamente de A rebours de Huysmans. ese "libro envenenado con
la cubierta amarilla" que lord Henry recomienda a su amigo.
Philippe Jullian, en su biografía de Osear Wilde, señaló otras
influencias francesas: las escenografías deben mucho al Crepús-
culo de los dioses de Elémir Bourges, el gusto por los bibelots a
Jean Lorrain. Oyp y Rachilde también prestaron sus estrategias
a Wilde: la primera, la fórmula de la novela dialogada; la segun-
da la fórmula del discurso perverso. Mademoiselle de Maupin
de Théophile Oautier, también es una fuente de la novela (y
Wilde no se confonnó con inspirarse; a menudo plagia: lo cual
ha llevado a decir al gran crítico italiano Mario Praz, en su obra
clásica sobre el movimiento decadente en Europa a fines del
siglo XIX (La carne, la muerte y el diablo l, que "la obra, aun-
que fue escrita en inglés. en realidad se inserta en la tradición
francesa, en la que hay que considerarla como un curioso refle-
jo exótico",
Lejos de ser un templo a la gloria de la Belleza, El Retrato
de Dorian Gray nos parece como una especie de museo de fin
de siglo, en el que se resume el mal gusto de una época que fue
llevada hacia el kitsch por su aversión hacia la fealdad del nue-
JI8
T1m3 q83riuiom \
vo mundo industrial. Pero ante todo, evidentemente, este libro
refleja el mundo interior de Oscar Wi Ide, su propio museo, en el
que uno encuentra las más exquisitas vasijas, más joyeros ci se-
lados, los más graciosos perendengues, más que cuadros impor-
tantes. El retrato de Graham Robertson de Sargent, que sería el
modelo del "retrato" de Dorian del pintor Basil Hallward y que
puede verse en la Tate Gallery, representa a un joven bello, pero
justamente quizá demasiado bello, demasiado relamido: un ob-
jeto ornamental, más que un ser humano. A todo lo largo del
libro, se tiene la impresión de que Wilde se pasea en medio de
objetos ornamentales más que de seres humanos. Lo cual inspi-
ró a Mario Praz ese juicio severo: "en medio de una escena que
pretende ser horrorosa, Wilde es capaz de deslizar un cigarro de
opio, un par de guantes amarillo limón, una caja de cerillos la-
queada, una bandeja de plata Luis XV, o una lámpara sarracena
incrustada con turquesas, y todo el edificio se viene abajo, reve-
lando que el verdadero interés del autor reside en lo decorativo".
•
Juicio demasiado severo pues ¿una novela puramente "mun-
dana" hubiera preservado tan intacto su poder de seducción ? Lo
que primero es irritante y luego fascinante en este libro, es que
Wilde coloca en primer plano su s defectos, con la misma volun-
tad provocativa como lo hizo en su propia vida. De la mi sma
manera que él hubiera podido abandonar Inglaterra entre el pri-
mero y el segundo proceso, y que se expuso por sí mismo a la
condena y al martirio, así hubiera podido disimular sus fuentes,
desvanecer el oropel de las descripciones, borrar el tono chic
que echa a perder muchas páginas con una afectación que ahora
111l
lomiai!De fm!D~eZ
está fuera de moda. Y sobre todo, hubiera podido poner mejor
en valor lo que constituye la fuerza durable de la obra, colocar-
se diez años antes que Gide como el mensajero de la nueva
moral. La prédica de Lord Henry a Dorian pertenece ya al [n-
moralista. "Desarrollarse a sí mismo: tal es el objetivo de la
vida. Estamos aquí abajo para lograr nuestra plenitud. Actual-
mente uno tiene miedo de sí mismo. No existe nadie que no
haya olvidado el deber primordial, el deber que obliga con uno
sí mismo." Y más ,adelante: "creo que si un solo hombre se atre-
viera a vivir su vida con plenitud, si se atreviera a manifestar
todos sus sentimientos, a expresar todo s sus pensamientos. a
realizar todos sus sueños, el mundo recibiría con ello tal renova-
ción de alegría que nos olvidaríamos de todas las locuras de la
Edad Media para retornar al ideal heleno. Pero el más osado de
nosotros tiene miedo de su yo. La salvaje costumbre de la muti-
lación tiene su prolongación trágica en esta renuncia personal
que le quita el encanto a nuestra vida." Líneas magníficas que
no han perdido para nada su actualidad (dejando de lado el ma-
lentendido sobre la Edad Media y Grecia). Si Lord Henry regre-
sara a la tierra, podría darse cuenta de que su anhelo casi no ha
sido escuchado.
El mismo personaje dice también: "Hay algo particularmen-
te mórbido en la simpatía de nuestra época hacia el dolor. Uno
debería abrazar el brillo, la belleza, la ebriedad de la vida." Si se
piensa que no sólo en la época de Wilde sino desde el origen del
mundo, el dolor es el tema dominante de la literatura y del arte,
y que, mucho antes de Wagn~r (casualmente desollado de paso)
y las armonías venenosas de Tristán , los grandes poetas y los
grandes artistas han exaltado siempre el amor imposible, el fra-
caso, la muerte, no se encontrarán superfluas estas palabras que
anuncian la gran reivindicación del siglo XX. Sin duda alguna,
Tema qDariuims \
Osear Wilde, bajo sus maneras futiles y ampulosas, era un escri-
tor que tenía "algo que decir". Por coquetería, por masoquismo,
limitó su papel a divertir mientras que hubiera podido llenar la
función de profeta. "Detrás de todo lo que es exquisito, se en-
cuentra algo trágico." ¡Advertencia al lector¡ Sin embargo, por
un excesivo temor de faltar a la desenvoltura, a la impertinencia
que son de rigor en el gran mundo, Osear Wilde hizo de Dorian
Gray, un libro netamente más exquisito que trágico.
*
Como se sabe es preciso buscar lo trágico en su vida. Y
siempre se planteará la misma interrogante acerca de Wilde:
¿Sin en el drama del proceso, sin el trauma de la prisión que
rompió su vida, su obra, conservaría el mismo brillo? ¿Acaso su
genio no consistió en transfonnar un simple escándalo en catás-
trofe ejemplar? Helo aquí transfigurado en héroe por toda la
eternidad, helo aquí, alrededor de cien to vein te años del asesi-
nato de Winckelmann en Trieste, inmolado al amor que no se
atrevía a decir su nombre. Después de él, será preciso esperar
ochenta años para que lo escolte un digno sucesor, en la galería
que a menudo es obscura de las víctimas y de los mártires de la
homosexualidad. Curiosamente, es el asesinato de Pasolini en
1975 y el eco formidable que causó, lo que volvió a promover
el interés por Wilde, gracias a las similitudes entre las dos trage-
dias. Se percibió que las sociedades en crisis, en busca de un
chivo expiatorio, de buena gana lo encuentran en la misma cate-
goría de marginales. Se vio también que la víctima elegida, sin-
tiéndose perseguida por la prensa y la opinión pública, adopta
un comportamiento autodestructor y corre por sí mismo hacia el
III
suplicio. Paralelo que es mucho más estremecedor en la medida
en que la Inglaterra victoriana, llena de puritanismo de 1895, y
la Italia permisiva y que aparentemente se portaba bien en 1975,
no hay nada en común.
El peor error que se puede cometer en la biografía de Wilde
se ría recurrir a los esquemas del psicoanálisis y pretender expli-
car el destino del escritor a través de sus complejos infantiles.
Ciertamente, lady Wilde, la madre, tan llena de patriotismo
como tocada por I~ literatura, mezcla de pasionaria irlandesa y
de Madame de Récamier provinciana no le transmitió una ima-
gen muy atracliva de la mujer. Ciertamente William, el padre,
inclinado hacia el desenfreno y manchado por la infamante acu-
sación de haber violado a una menor, involuntariamente alertó
al niño sobre los peligros del otro sexo. Pero todo eso -ni ~ i
quiera la famosa indumentaria ridícula de niña que se le infligió
apenas nació- no hubiera sido suficiente para detenninar sus in-
clinaciones, si el gusto innato en primer lugar, y posterionnente
la elección estética no hubieran sido predominantes. Nació in-
sumiso, no menos por la preferencia que le concedió al cuerpo
masc ulino como por un instinto de fronda, incluso si la presión
de su medio lo obligó a dar un bandazo hacia el matrimonio; y
cuando adoptó más activamente la herejía sexual, se ligó a él no
solamente en busca de su placer físico, sino porque esa adhe-
sión, poderosamente simbólica era la. mejor manera de oponer-
se, en todos los terrenos, a la sociedad de su tiempo.
El secreto de la fascinación que él ejerce procede. en mi opi-
nión, de la violencia del contraste entre el esplendor de los salo-
nes de sus principios y la lúgubre caída de su final. La gira de
conferencias que hi zo a los Estados Unidos, a los veintiocho
años, sigue siendo una obra maestra de descaro. Pantalones cor-
tos a la francesa, escarpines de charol, fistol de diamante en la
111
Tema lllariaciones \
corbata blanca, girasol en la solapa, se exhibía con los más ex-
céntricos ropajes con el riesgo de causar un shock en su inge-
nuo público. En la costa oeste, los zafios mineros del oro a los
que describía los sortilegios de la pintura impresionista, por
ejemplo un cielo verde o sombras rojas, saltaron de sus asientos
jurando que tales colores no existían. ¡Los más jóvenes sacaron
sus pistolasi En Londres, después, y en París, Wilde adquirió
rápidamente la fama de dandy y de esteta que aún conserva.
Pero aquellos que quisieran desembarazarse de él acusándolo de
"decadencia" sólo tienen que leer la novela de su discípulo John
Gray, Park (traducci ón francesa en las ediciones Lieu commun,
1987). Obra esotérica, alambicada y confusa, que muestra, por
contraste, hasta qué punto el autor de El Retra to de Dorian
Gray (se supone que John prestó su patronímico a Dorian) sabía
dibujar con un traro claro sus personajes y llevar su historia con
la limpidez de un clásico.
El ocaso, la degradación llegaron, pero mucho más tarde,
después de su estancia en prisión. No se puede seguir sin angus-
tia el relato de sus últimos años, de esa errancia cercana a la
mendicidad, que lo llevó a Italia y a Francia, arruinado en su
salud y en su patrimonio, rechazado por sus compatriotas, man-
tenido a distancia por sus antiguos admiradores. En Capri, una
noche, en compañía de Alfred Duuglas, ni siquiera pudo cenar.
En todos los restaurantes en donde se presentaron ambos ami-
gos, los clientes ingleses exigieron al Maltre D'hotel que sacara
a la pareja que ahora resultaba escandalosa más que nunca. Pos-
teriormente en París, e l mismo Gide se sintió "un poco incómo-
do", lo confesó, al toparse en los boulevares con el proscrito,
"en un sitio en el que podía pasar tanta gente", el affaire Drey-
fus en ese momento causaba el mayor escándalo, y Wilde pudo
darse cuenta que de ambos lados de la Mancha era necesaria
1Il
lominique fernandez
una víctima expiatoria. El se aplicó a desempeñar este papel con
una diligencia suicida. Una vez más, uno no puede evitar la
comparación con el poeta y cineasta italiano. Paseando en los
boulevares parisinos su pesada silueta decrépita, empleando sus
últimas fuerzas y sus últimos centavos en la peligrosa caza de
ragazzi nocturnos, Osear Wilde, a los cuarenta y seis años, no
murió de muerte violenta, sino que se dejó destruir por la enfer-
medad, la miseria y la desesperación .
•
Por fuerte que sea la tentación de justificar los aspectos que
nos parecen un poco débiles de Dorian Gray, debemos evitar
leer este libro, que a pesar de todo es ligero, a la luz sangrienta
del desastre final. ¿Entonces qué queda de la novela en sí? Una
comedia brillante, en el estilo de las piezas de Wilde, un cuento
fantástico, una variación psicológica sobre el tema del Narciso
destinado a la muerte, un himno a la juventud que sigue siendo
conmovedor.
Más conmovedor que la película realizada por Albert Lewin
en 1945, con George Sanders y Donan Reed i 1945i La época
aún no estaba madura para una adaptación más audaz. La pelí-
cula no es otra cosa que una reconstitución arqueológica de la
novela, más timorata aún, si ello es posible, que la novela
misma. A un espectador poco advertido, le sería imposible sos-
pechar la clase de desenfreno al que se libra el héroe. Ni siquiera
la sombra de un marino pasa en la pantalla. Después de cin-
cuenta años, Inglaterra casi no había cambiado. El cineasta tuvo
que desvanecer todo aquello que el paso de la palabra a la ima-
gen hubiera sacado de los limbos de la alusión y puesto en evi-
11\
TII! Jhriarims \
dencia bajo el brillo de los proyectores. Los súbditos de Jorge
VI no estaban mejor preparados para tolerar la apología de la
disidencia sexual que los de su tatarabuela Victoria. Tal es el in-
terés principal de esta película, que nos muestra de qué manera
no fueron suficientes dos guerras mundiales para liberarse de la
sujeción de las costumbres. Ello nos recuerda que el cine, man-
tenido con una reserva suplementaria por el creciente poder del
espectáculo, no podía proponer más que un equivalente debilita-
do de un libro que seguía siendo inquietante.
A pesar de sus defectos, o qui zá a causa de sus defectos, el
libro sigue incomodando. Indice que hace a las obras del espíri-
tu inmortales. Nos irrita a menudo, y sin embargo nos quita el
aliento. Incluso el estilo no nos parece que siempre sea afortu-
nado, ni suficientemente aligerado de las afectaciones inútiles.
¡Hubiera sido tan fáci l para Wilde arrullamos con los sortilegios
de su prosa! Pero no, eligió desconcertarnos, renunció a las fa-
cilidades del bel canto enlrelejidas en notas uniformemente ae-
readas, su pluma se recarga y rechina, y tanto mejor, puesto que
nosotros nos sobresaltamos y, en lugar de leer la novela como se
bebe un filtro, tomamos el tiempo de detenemos en cada pági-
na, de reflexionar sobre las paradojas y las sorpresas que abun-
dan en él.
"Para destruir a un ser, sólo ¡lOy que reformarlo." Si Wilde
quiso en su novela, llevarnos al museo de lo kitsch, semejante
frase (y de esta clase hay toda una legión) bastaría para obligar-
nos a invertir la fórmula y concluir que El retrato de Dorian
Gray es efectivamente un museo, por su atmósfera cerrada y su
arte almidonado, pero un museo de aciertos.
11\
PARA [OHHMPLAR fL flH Of SIGLO:
Sntonio marque!'
- 111
mirando al que mira, que es el meollo de Salome~ de donde
emerge el vértigo de la mirada. Sobre el acto de mirar pesa la
prohibición, el deseo de acallar la angustia... Por la prohibición,
la mirada se erotiza y captura a quienes dirigen la mirada hacia
el objeto de su deseo. La mirada lleva al suicidio, a la ejecución,
a la mórbida satisfacción del deseo, al horror y a la certidumbre
de que va a pasar algo horrible. Mirada y deseo, por un momen-
to se vuelven sinónimos: el capitán sirio no puede retirar la vista
de Salomé, y por tanto mirarla, por descubrirla en el gesto de di-
rigir sus ojos doradós hacia Iokanaan, se suicida: no resiste se-
mejante espectáculo. Y Herodes, el Tetrarca, por no poder dejar
de ver a Salomé recibe la confirmación de sus presentimientos
siniestros. Su mirada pasa de la fascinación al horror, pasa de la
pasiva contemplación a ordenar que ejecuten a Salomé.
El capitán sirio se suicida ante la emergencia del deseo de
Salomé que lo excluye, cuando Salomé pasa de ser vista a mirar
y luego a al delectación enfermiza de mirar los ojos cerrados de
Iokanaan que ya no ven. Si mirada y deseo confluyen, lo hacen
porque al mismo tiempo excluyen a un tercero convertido en
pasivo espectador: al mirar a Salomé, el Tetrarca excluye a He-
rodías; al volver su mirada al Dios invisible, Iokanaan excluye a
Salomé, y ésta excluye al joven sirio al mirar a Iokanaan.
Dos objetos imantan las miradas: la luna y Salomé. La luna
cambia de aspecto ante el relato de quien verbaliza su contem-
plación del astro nocturno. Para el Tetrarca es una mujer hi sté-
118
T¡ma q Oaria[ims \
rica; para el capitán asirio, una princesa, una mujer de color de
marfil; los soldados tan sólo señalan la extrañeza del aspecto
de la luna; para Salomé es una virgen. El astro es lo que quie-
ren los observadores."Objeto vacío que debe ser llenado con un
tejido verbal, la luna se convierte en espejo, en catalizador de la
acción. Todo sucede ante una presencia que se ofrece en espec-
táculo. Nadie puede evitar su contemplación. Y al mismo tiem-
po el contemplar lleva, tarde o temprano a la muerte.
Iokanaan debe estar oculto, enterrado en el fondo de una
cisterna utilizada como cárcel. Desde allí lanza sus profecías
que inquietan a Herodes Antipas; irritan a Herodías y encien-
den la curiosidad de Salomé. Sus profecías son también objeto
vacío que devuelve a quien las escucha su propia imagen. Ioka-
naan debe estar oculto puesto que ha visto al Dios invi sible y al
mismo tiempo omnipresente. A nadie dirige su palabra. La suya
es palabra de otro y por ello debe permanecer en cautiverio. O
mejor dicho la fosa en la que pennanece, la cisterna, es la ma-
nifestación concreta de esa relación simbólica que lo religa a
otra dimensión. Su cisterna-prisión es el reservorio en donde se
articula su palabra, incomprensible por no tener interlocutor. Es
palabra que no busca respuesta. Es una palabra "libre", contra-
riamente a la palabra empeñada del Tetrarca, palabra que lo lle-
vará a la muerte de la misma mar.era que, por oposición, la de
lokanaan será palabra de una vida auténtica.
La mirada de Salomé a Iokanaan es inestable. Pasa de la con-
templación fetichista de sus ojos, a su cuerpo, al cabello, a su
boca, a sus ojos cegados. Es una mirada que fragmenta, desarti-
cula un todo inasimilable como totalidad. Es una mirada que al
dividir se protege contra el rechazo ya que podrá tomar otro sitio
del cuerpo como posta. Mirar"a Iokanaan decuplica la fuerza de
su deseo. El gesto condensa tanto la posibilidad de transgredir la
HDluDiu Marquel
prohibición del Tetrarca, confrontarse con él, burlarlo, ponerlo
en evidencia. Salomé entrampa a su padrastro, lo desarticula,
alimenta sus presentimientos catastróficos hasta llevar a su cer-
tidumbre. Y al mirar a Iokanaan, puede permanecer virgen. ya
que en Iokanaan le atrae sobre todo su castidad, la certidumbre
de que está fuera del deseo sexual "Estoy segura de que es
casto, tan casto como la luna.") La imagen arquetípica de la cas-
tradora debía ser por supuesto inexpugnable, impenetrable.
La satisfacción del deseo adquiere un cuerpo: la cabeza de-
capitada de Iokanaim pone en evidencia la morbidez del deseo,
su lado oscuro. De la misma manera que la luna muestra siem-
pre una faz, tan sólo una, en Salomé se muestra la cara oculta
del horror que constituye la satisfacción del deseo que emerge
de la oscuridad de la cisterna-prisión, sitio de la muerte del pro-
feta y del padre de Salomé. Adopta la forma de una cabeza en
una "bandeja ..... ¿es para ser devorada? El festín que Salomé
abandona para tomar el aire y escapar así a las miradas de su
tío-padrastro, estructura familiar que la hermana con Hamlet, se
substituye por un festín macabro que se presenta como festín
para la mirada exclusivamente. La bandeja de plata y la plata de
la luna, tan reiteradamente evocada, quedan de tal manera fundi-
das. Al igual que Don Giovanni, la obra tenninará con un festín
inquietante, imposible, celebración y muerte del protagonista.
Por otra parte, la visión culpabilizante del amor que llevará a
Wilde a afirmar en la famosa carta de Reading, "siempre mata-
mos a quien amamos", ya está presente en Salomé. En la pieza
el deseo aparece en el escenario del caleidoscopio. en un sitio
que obliga a un voyeurismo que se despliega con una opulencia
crepuscular para cerrar el siglo.
110
Tema 1Dari¡¡iones \
"Una ale~o[ia complicada'"
4. Palabras pronunciada.~ por uno de los comensales al observar los dibujos termi -
nados.
5. Con Anthony Higgings (Mr. Nevi lle): Janel Suzman (Mrs. Hebert) y Anne
Louise Lamben (Mrs. Talmman). Dirigida por Peler Greenaway. producida por
David Payne: guión de Peter Greenaway. Gran Bretaña. 1982.
111
~Dlonio marquel
anterior (puesto que su objetivo declarado, según él, es que "No
trato de distorsionar o de modificar nada."), y que se respeten
las cláusulas de un contrato que divide al día en seis secciones
de dos horas. Es allí donde empieza a salir a flote tanto el ma-
lestar que produce la mirada del dibujante como las problemáti-
cas consecuencias de un registro "natural" del paisaje, del pro-
yecto "ingenuo" de pasar al papel, y en blanco y negro, lo que
se ve, de limitarse a "una actitud totalmente material frente al
paisaje".
En primer lugar; el deseo de reproducir con una mirada fiel y
completa, la soberbia propiedad delata, de hecho, la estrategia
del obsesivo que no se empeña en que nada escape a los planes,
a los horarios, al reticulado que se imprime a la naturaleza.
Entre la mirada del dibujante y el paisaje por describir, se en-
cuentra el marco de perspectiva que se impone como intenne-
diario simbólico, incide en la composición y sena garante de las
proporciones de los objetos en el paisaje.
Las preguntas del Sr. Neville adoptan un aire de ingenuidad
¿para qué le serviría al Sr. Herbert los dibujos de su propiedad
cuando se encuentra tan integrado a ella, cuando hay una buena
relación entre ambos? ¿Para qué substituir la satisfacción deri-
vada de poseer por un dibujo producto de la mirada de un extra-
ño sobre lo que es propio? ¿Para qué substituir una ilusión pro-
pia por otra ajena? ¿Para qué multiplicar las ilusiones? La
mi sma interrogante puede servir al arte en su conjunto: ¿de qué
sirve la representación artística a quien se encuentra en íntima
relación con su "objeto"? Pero la pregunta sólo se plantea para
mostrar inmediatamente su carácter impertinente y empezar a
describir la distancia entre la representación y el objeto. entre la
ilusión -y su correlato de satisfacción alucinatoria del deseo- y
el poseer -con sus ramificaciones en la dimensión anal.
111
lema qBariaciones \
La jornada, meticulosamente dividida en seis partes, y en dos
giros para completar la cifra de los doce dibujos contratados, no
conduce al resultado deseado. En primer lugar, la naturaleza
protesta frente a las imposiciones "estáticas" que pretenden im-
ponerse sobre un marco que ya de por sí parece perfectamente
armonioso y simétrico, digno producto del umbral del Siglo de
las Luces. La aparición de la niebla -horror de las Luces- deses-
tabili za la perspectiva y echa por tierra el plan.
En segundo lugar, lo que un día se planteó como "la disposi-
ción natural": "eso" está allí, "eso" veo y "eso" represenLO,
pronto se transforma: la triada se divorcia, cada uno de los ele-
mentos evoluciona por senderos independientes, y aparecen va-
riaciones intolerables para el pintor. La ropa no se dispuso de la
misma manera; los animales --corderos, perros- no dejan de
moverse y. por su parte. los personajes no visten los mismos
atuendos durante las doce jornadas. El boceto debe reconocer la
incompletud necesaria de sus afanes, y queda como único ele-
mento estático, permanentemente desfasado de lo que está allí y
de lo que se ve.
Por otra parte, sucede que en las mismas narices del pintor
se cometió el asesinato del Sr. Herbert: los rastros están a la
vista (una escalera, una ventana abierta, una casaca desgarrada,
las botas de montar... ), el mismo pintor los registró en los dibu-
jos, y. sin embargo, aun armado con el deseo totalizador subra-
yado desde el inicio de la película (que no carece de estrategias
para lograr sus propósitos), no se dio cuenta de lo que ocurrió
ante sus ojos. Los objetos que podrían fungir como prueba de
cargo, fueron integrados en los bosquejos s610 como elementos
de composición. No es posible negar la calidad de los dibujos,
pero en lo que toca a la reproducción de lo real, simplemente
éstos soslayaron "lo importante". Este estrepitoso evidenciar de
JIJ
Bolonio marquel
los límites del arte se desarrolla con un rigor formal y una per-
fección técnica notable. Al elaborar el marco, y establecer las
reglas el juego de la mirada, Greenaway instaura los recursos
para su destrucción, estrategia paradójica, (¿suicidaria?), típica
del director y guionista inglés.
"Todo" fue descrito en el contrato, en el marco de una socie-
dad civilizada que se ufana de sus capacidades de programar y
de dar un nombre a lo que quiere. Pero en medio del caos que
llega a esa ordenada civilización inglesa, las ínfulas de sus leyes
se derrumban: ¿sirvén de algo los contratos cuando lo importan-
te, lo que va a cambiar todas las relaciones pasó por otro sitio
que evitó cualquier cláusula? Desde la perspectiva del desenla-
ce, una de las intenciones del contrato. sin embargo fue el ocul-
tamiento (tras esa "claridad"), y de allí se deduce una práctica
de la ley como simulación y pantalla necesaria del deseo. El
contrato aparece entonces como un laberinto de cláu sulas que
oculta el deseo y sólo atestigua la negociación pasajera de un
deseo-camada.
El artista queda reducido a un accesorio contingente de la
"trama" que se desarrolla ante sus ojos: "El dibujar requiere de
cierta ceguera." afirma el pintor. pero resulta que los puntos cie-
gos. aunque los representa, no son para nada intrascendentes.
De esta forma se escinde el espacio de la mirada y el del saber
sobre "eso" que se mira. Lo mirado no es regi strado y desde
esta brecha Peter Greenaway abre a la desestabilización. La mi-
rada del pintor interroga un cuadro poblado por personajes que
sólo aluden a la infracción, en su intento por interpretar el deseo
de la hija de la Sra. Herbert lo cual remite a la escena primaria
que se estructura de acuerdo con los intereses diversos de cada
uno de los participantes en la intriga.
11\
lema q~alia[ioDeS \
Por las noches los invitados se reúnen a cenar y afirman que
un dibujante carece de fama en Inglate rra; que no hay pintores
ingleses, que es una contradicción ser pintor e inglés. Se abre
así otra brecha entre la posesión y su representación, entre el
carácter de ilusión necesario para el arte y e l supuesto pragma-
tismo inglés que lo desprecia y lo margin a. Por ello, los propie-
tarios, los impotentes propietarios, los engañados y cornificados
propietarios se reúnen para someter al dibujante a un nuevo
contrato: le queman los ojos antes de acabarlo a bastonazos y
de arrojarlo al lago cubierto de lirios, frente a la estatua de Her-
mes que a lo largo de la película no dejó de pasearse por todo el
jardín, como si estuviera al asecho del dibujante que se coloca
en el sitio de Argos panoptes al que Hermes ha ven ido a sacrifi -
car, como lo señalan los manuales de mitología gri ega.
El artista fue contratado simplemente corno pretexto. Para
demostrar que las intenciones de la vida escapan a su represta-
ción directa en el arte, a pesar de que éste reg istre sus hue llas.
Parelaelo al proceso de elaboración de la obra de arte se co-
mete un asesinato: ¿fue parricidio? ¿uxoricidi o? Aunque no se
puede determinar con exactitud , y existe la posibilidad de que
sea ambas cosas, el crimen con toda seguridad partió de las mu-
jeres que por un lado deseaban sacudirse el yugo masculino y
procrear a un heredero fuera de les cauces reconocidos como le-
gales. Necesitaban un heredero al margen del linaje y se ocupan
por ridiculi zar a la intervención masculina. Las mujeres se rebe-
lan contra la imposibilidad de "poseer" cualquier propiedad, de-
recho exclusivo del hombre, como lo dictaba la legi slación in-
glesa del fines de la Edad Barroca.
Los dibujos pretenden ser arte sin imaginación : describen lo
que se ve. Y por eso mismo se constituyen también como prue-
ba de infidelidad. Prueba de cargo, objeto que debe ser arrojado
11\
Rnlonio malquel
a la postre a las llamas para evitar la desestabilización. En el
centro de la película está pues los dibujos y su realización. Pero
al dibujante no le interesa su arte, tanto como gozar de los favo-
res de madre e hija, lo cual obtiene tan sólo para descubrirse
burlado a la postre. Mientras que a éstas (que redactan el con-
lraLO y retienen al dibujante en su propiedad, aunque ceden a los
placeres de la carne con el Sr. Neville) lo que les interesa es
apoderarse de la mansión, tener un heredero, que en sí mismo
tampoco les interesa sin~ como un intermediario para acceder a
la "posesión". Y qúienes asesinarán al dibujante y destruirán los
dibujos, lo harán para eliminar a quien les despertaba celos. El
arte que todo moviliza en la película es a fin de cuentas descen-
trado por los diferentes intereses particulares.
La película es también una prueba de fuerza entre el comen-
datario de la obra de arte y el ejecutor, la tensión entre ambos, y
sobre la circulación de la obra de arte en la sociedad. Hacia el
final, la Sra. Herbert relata una anécdota mitológica: Perséfone
se le engañó con una granada y se le obligó a permanecer en el
mundo inferior: Neville, que ha traído la granada a la Sra. Her-
bert, es portador de un significado que desconoce. El arte está
preso por sus paradojas. El dibujante observa, pero es ciego ante
todo lo que sucede en lo que eligió como escenario por repre-
sentar. Pero está cegado ante las señales que se le dan como
anuncio del desenlace de su propio destino.
El artista no logra satisfacer el deseo del comandatario. No
puede hacerlo, incluso pagando el precio de su propia vida. El
artista contratado es al mismo tiempo prostituido, utilizado
como semental y una vez que ya no sirve para ningún propósito
inmediato es desechado: se le queman los ojos y luego es aho-
gado. Un contrato basado en el placer cuesta la vida, significa
la muerte para quien lo firma temerariamente exigiendo tener
un acceso irrestricto al placer femenino que a fin de cuentas de-
seaba la castración. Y, ya utilizado, despojado de sus atributos
fál icos, de nueva cuenta aparece la premisa "Un hombre sin
propiedades merece morir."
111
Bllolio malquel
Jorge Ruedas de la Serna es Doctor en Teoría Literaria y
Literatura Comparada por la Universidad de Sao Paolo, Brasil.
Autor de numerosos trabajos sobre Literatura Mexicana y
Latinoamericana, entre los cuales están: Los orígenes de la visión
paradisiaca de la naturaleza mexicana (UNAM, 1987); Sátira
política de José Juan Tablada (En Colaboración), en Tomo n de
las Obras Completas de Tablada (UNAM); Presente de Navidad.
Cuentos Mexicanos del Siglo XIX. Prólogo, Selección y Notas,
(CONACULTA, 1994). En prensa: Arcadia: Tradifao y Mudanfa
(Universidad de Sao Paolo), y Flores de la Arcadia Portuguesa.
Selección, Traducción, Prólogo y Notas (CONACULTA). Fue
Consejero Cultural en las Embajadas de Brasil y Costa Rica.
Actualmente es Coordinador del Centro de Estudios Literarios del
Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.
--
J1II
Osear Mata es profesor titular del Departamento de Hu-
manidades de la UAM-Azcapotzalco y miembro del Area de
Literatura. Maestro en Literatura mexicana por la UNAM, donde
actualmente hace el Doctorado. Autor de numerosos artículos
sobre Literatura mexicana. Entre sus libros destaca: Un océano de
narraciones (Puebla-Tlaxcala, 1991) que mereció el Premio de En-
sayo Literario José Revueltas en 1991. Actualmente investiga la
novela corta mexicana del siglo XIX y es Coordinador de la Es-
pecialización en Literatura mexicana del siglo XX en la UAM-
Azcapotzalco.
]JI
Tella , lariuiom \
Actualmente realiza in vestigaciones sobre "Cultura y democracia
en do s revoluciones indias: ecuatoriana y mexicana" y "Los
errores y la Ciudad de México: los 'anacronismos' de Revueltas".
11t
Bolas lio~i~lio!rili[!5
Variedades Literarias (CONACULTA), y "Una amistad epistolar:
Ricardo Palma y Vicente Riva Palacio", en Secuencia, revista de
Historia y Ciencias Sociales, Instituto Mora. Actualmente se dedi-
ca a in vesti gar la novela histórica y la crítica literaria mexicanas
del siglo XIX. Fue Jefa del Departamente de Humanidades de la
UAM-Azcapotzalco de 1982 a 1986 y Directora de Difusión
Cultural de la UAM, entre 1989 y 1990.
DI
T¡ma ! laIilCiOIfS \
realiza una investigación sobre la poesía en la revi stas literarias de
la primera mitad del siglo XIX.
111
DOl3SIiobiblioqrilim
Vida Valero Borrás es profesora titular del Departamento de
Humanidades, miembro del Area de Literatura y de la Sección
de Lenguas Extranjeras. Licenciada en Letras Inglesas por la
UNAM, cursó la Maestría en Aprendizaje Humano en la Universi-
dad de Brunel; actualmente está en la Especialización en Literatura
Mexicana del siglo XX de la UAM-AzcapotzaJco. Entre sus publi-
caciones destacan: Claroscuro del descanso y Vuelos nocturnos,
poemarios (UAM, 1982) Y Fragmento de sombra. Antología poéti-
ca de Ariel Valero (Selección y Prólogo, UAM, 1994). Entre sus
traducciones está A vosotros que amáis la libertad (obra de poetas
catalanes, UAM, 1982). Ha hecho numerosos guiones de radio
para la serie "Los Premios Nacionales" (UAM-Radio Educación).
Actualmente colabora en la reestructuración de planes y programas
de estudios de Lenguas Extranjeras e investiga la narrativa de
Enrique Serna.
11\
Tema q¡a[iarioues \
Ganyméde y Le Radeau de la Gorgone. Es el creador de la psico-
biografía y desde esta perspectiva se ha aprox.imado a la vida de
Serguei Eisenstein. traducido al español por Editorial Lumen.
Dolas Bio~i~lio!rili[as