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PAGINAg EJSGOGIDA3

I
Colección de Escritores Americanos
dirigida por Ventara García Calderón
— IV

Páginas escogidas
DE

JULIO HERRERA Y REISSIG

con un estudio preliminar de Juan Más y Pí

CASA EDITORIAL MAUCCI


Gran medalla de oro enlas Exposiciones de Viena de 1903, Madrid lopj,
Budapest 1907 y gran premio en la de Buenos Aire» 1910 ¡

Call« de Mallorca, núm. 166.— BARCELONA


ES PROPIEDAD DE ESTA CASA EDITORIAL

HMft-G

LIBRARY ("
Advertencia preliminar

En esta selección db Páginas escogidas del genial poeta uru-

guayo, hemos seguido la excelente edición de «poesías com-

pletas» (cinco volúmenei) que apai-eció en Montevideo en 1913.


Hemos agregado, al final del libro una admirable página muy
poco conocida, el discurso en elogio de Alcides De María.
Nos lo remite para esta obra la señora viuda d© Herrera y
Reissig, admirable Julieta del escritor que ha inspirado sus
más gloriosos cantos.

Creemos oportuno encabezar estas páginas con el magis-


tral estudio que publicó en la revista Nosotros, de Buenos
Aires, un amigo y admirador fraternal del poeta, el malo-
grado eácritor hispano-argentino Juan Más y Pí.
Digitized by the Internet Archive
in 2010 with funding from
University of Toronto

http://www.archive.org/details/pginasescogidaOOherr
Julio Herrera Reíssíg

El nombre de Julio Herrera y Rcissig suena ya en toda


América con ecos de triunfo. La muerte le ha consagrado.
Ante su tumba se han detenido las incontentadas jaurías
del rencor, de la en^^dia, para cedier lugar a la fama. El blan-
co (mármol que cierra la sepultura es co-mo el anuncio de la
clara luz de la justicia, esa que se negó en vida como una
amante vergonzosa.
y Reissig concentró durante largos años toda
Julio Herrera
la odiosidad la pequeña burguesía de su tierra. Tenía
de
la altivez de los superiores, la independencia d^ los fuertes,

y eso no podía tolerarse en un ambiente donde la clasifi-


cación se imponía, donde era necesario abandonar la propia
personalidad para embanderarse en un partido, convirtién-
dose en un cero más. El Montevideo atrabiliario de ¡Los
almaceneros al por menor, dividido en blancos y colorados,
había de sentirse ofendido por esa independencia, altanería
de un espíritu elevado. Y entonces la jauría tumultuosa
se arrojó contra su sombra, ya que más no podía Jiacer
contra quien volaba tan alto.
8 JULIO HERRERA REISSIQ

La vida de Julio Herrera Reissig es una lección y lun


ejemplo. El doloroso sacrificio que llenó su existencia hasta
sus horas últimas, constituye la más admirable de las leccio-
nes y es como un augurio para lo porvenir. Sólo cuando los
espíritus de esa clase puedan gozar de plena libertad, yi-
viendo autonomía de su ensueño propio, sólo entonces estos
la
países podrán decir que viven. Mientras los Julio Herrera
y
Reissig mueren olvidados en un rincón de la tierra que su
verbo enalteciera, no hay derecho a esperar la redención.
Obstinado, valeroso, nació poeta y murió en poesía. Su
existencia no supo de placideces burguesas porque no quiso
renunciar a su ensueño. Lírico, el más alto de nuestm
tiempo y en nuestro idioma, un día, para poder vivir, soli-
citó un empleo público: sería «inspector de leche» en las
calles de Montevideo, como Roberto Burns fuera inspector
de cerveza en Escocia. Siempre la cruel imagen del viejo
Pegaso uncido al arado, dura imagen gráfica de un siglo
práctico...
Herrera y Reissig no fué ni quiso ser otra cosa que poeta.
Y mal podía serlo en América, aquí donde la vida cotidiana
impone su ley, donde nada es en fin y todo es un medio,
donde desde la época de la conquista hasta el momento
actual América no es más que el continente inesperado, obs-
táculo imprevisto surgido en el camino hacia las Indias y
donde la humanidad, en su loco empeño de conquistar lo

venidero, de alcanzar lo lejano fortuna, dominio,— se acos-
tumbra a estar de paso, como en todos los caminos, donde
no se ponen sólidas bases al hogar, donde no hay estabi-
lidad moral ni material para nada, donde todo fluctúa, iur
deciso, inconsistente, caminos abiertos en ese gran camino
de América, locura de los humanos. ¿Y cómo se podrá ser
poeta y nada más que poeta en América? Créanse consu-
lados y se conceden legaciones para pi-emiar el mérito inte-
lectualque ha rendido pleito homenaje al poderío de los
fuertes. Ser poeta, únicamente poeta, es llamarse Almafuerte,
tener alma de misionero, espíritu de cenobita, capaz de en-
cerrarse en una covacha despreciando el mundo; es lla-
marse Herrera y Reissig y morir lentamente, agobiado bajo
PÁGINAS ESCOGIDAS 9

el peso de la indiferencia. Salvador Díaz Mirón


más pavorosa
ha sido gobernador de provincia; Rubén Darío mi-
político,
nistro de Nicaragua; Santos Chocano y Leopoldo Díaz y
Olavo Bilac, cónsules. Los demás han nacido ricos, o han
sido dilettanles del verso,o han cogido con ambas manos
la Salvadora del periodismo, única y a veces fatal
tabla
esperanza que sienten bulUr en su cabeza mundos
de los
de ideas. Pero, poetas, nada más que poetas... ¡Oh, tiiste
vida la de esos hombres ingenuos, sencillos en la infantili-
dad de su bárbaro orgullo, resignados a morir antes de
macular la patena de sus ensueños.
A Herrera y Reissig se le negó todo, por odio al soñador,
por esa estúpida maldad de los impotentes coaligados; con-
tra el hombre libre, capaz de remontarse muy alto, por
encima de la podridura de la tierra. Orgulloso, altivo, ge
negó siempre a solicitar lo que sfá le debía, lo que obtem'an
tantos otros, necios audaces, viejos cargados de presunción,
cobran'do en serenidad espiritual lo que dieran en moneda
de elogios al triunfante. El, que no había rendido su pluma
en homenaje, que no había claudicado jamás, tampoco quiso
pedir; el día en que forzado por las circunstancias se di-
rigió a un ministro para hacer resaltar la tremenda injus-
ticia, lo hizo en términos dignos de su orgullo.

Y era porque desde su altura sabía muy bien qué clase de


odios excitaba, qué rencores despertaba su nombre, en el
tremendo abismo abierto entre él y la masa de sus con-
ciudadanos, que no habían de perdonarle jamás ser un
tránsfuga de la tradición política de su patria, elevarse por
encima del nivel común, resistirse a ser blanco o a ser co-
lorado, sacudir el viejo yiigo político y arrancar de su cuello
la golilla partidista con que durante casi un siglo se ha
venido marcando en sello de esclavitud moral a las genera-
ciones uruguayas.
Quiso ser poeta y lo fué, bravamente, sinceramente, po-
niendo su alma en la partida, jugándose la existencia, por-
que no ignoraba que al fin había de caer vencido por el
número y por las necesidades, aplastado por la horda triun-
marse Herrera y Reissig y morir lentamente, agobiado bajo
10 JULIO HERRERA REÍSSIQ

ensueños, que reían de sus quimferas y que al sonar su Ika


armoniosa volvían la cabeza para escuchar el guitarreo
de payadores de frac y corbata blanca, en el monótono li-

rismo del criollaje triunfante.


Pero, ahora, muerto Herrera y Reissig, se le pueden re-
conocer sus méritos al regar con lágrimas su tumba, ¡oh
postumos elogiadores de los que caen, glorificadores de todo
aquel que por no ser ya no molesta, ya no estorba La I

muerte es la justificación de muchas vidas.

II

Viejo abolengo criollo era el suyo, en esa dinastía de los


Herrera que por tanto tiempo mantuvo sobre la tierra
uruguaya recia señal de dominio, en la única actividad
que entonces y por mucho tiempo fué posible: la de la
política. Fueron sus abuelos, don Manuel Herrera y Obes,

el gran estadista que tanto hizo por su patria y por la

Argentina, y doña Bernabela Martínez, y los bisabuelos don


Nicolás Herrera y doña Consolación Obes por línea pa-
terna y don Teodoro Reissig y doña Josefa Gallina, en-
troncamiento en que funden ramas criollas y ramas de in-
gerto hispánico su vigorosa y noble savia, que en el poeta
habían de florecer maravillosamente.
Julio nació el ^ de Enero de 1875, en una quinta a la en-
trada del Prado, que todavía existe, vieja propiedad familiar.
Malos días corrían entonces para la familia Hei-rera, tan
hondamente identificada con la vida de su patria, y el
mismo sol que alumbró al poeta la senda del destierro a su
tío Julio. El mismo día el gobierno daba el famoso golpe
que había de terminar con la deportación de los más np-
tables elementos intelectuales del Uruguay. La odisea de la
barca Fuig es demasiado conocida para que haya necesidad
PÁGINAS ESCOGIDAS 11

de Entre los deportadoSj al lado de ios Ramírez,


repetirla.
Vedia y Rodríguez Larreta, se hallaba Julio Herrera y
Obes, destinado a gran porvenir. En i-ecuerdo del gran lu-
chador, caído entre las garras del feroz adversario, deportado
a la Habana, quiso la familia que el recién nacido llevara
su mismo nombre.
El futuro autor de <d)esoIación absurda» llegaba un poco
tarde para continuar la tradición de los Herrera, como hace
notar César Miranda, «afortunadamente tarde». Y agrega
«La presidencia de su tío Julio le sorprendió en plena niñez
y la bancarrota del colectivismo se produjo cuando el poeta
alcanzaba recién su media vida, esto es, a los diez y seis o
diez y siete años.»
La tradición del nombre pesa mucho y para podei-se libertar-
de tuvo que hacer Julio Herrera y Reissig inauditos es-
ello
fuerzos. Mayores hubieran tenido que ser, indiscutiblemente,
si en vez de entrar a la vida cuando el nombre histórico
se hundía en la variación natural de los tiempos, llega a ha-
cerlo en pleno auge. Habría sido entonces Herrera y Reissig
el político afortunado que en el parentesco y predilección

del alto personaje hubiera enconti'ado francos y abiertos


todos los caminos : periodista batallador, especie de hombre
de letras, poeta en ocasiones, en esa terrible
patriótico fa-

cilidad de la épica semi-ofícial que pai^ece propiedad ex-


clusiva de los hombi-es que se calientan al sol de los
presupuestos.
De aquellos días de pujanza, últimos fulgoi-es de una luz
que iluminó crudamente la vida, no quedó en su alma nada
más que el anhelo del lujo, el encantamiento de la belleza,
todo lo gozado en las horas inconscientes de la niñez y
nunca más obtenido. De aquellos días no conocemos nadaj
únicamente de la base católica de su instrucción nos habla
su paso por el Seminario de Montevideo, donde alguien le
recuerda como un niño apocado, tímido, de espíritu encal-
mado, alma evoca ti va, retardado en los estudios durante
todio el año y desarrollando un admirable esfuerzo en víspera
de exámenes, hasta sobrepasar a los discípulos más adelan-
tados. ,
¡
,
12 JULIO HERRERA REISSIO

Alguien nos ha hablado del niño de ojos azules y cabello


rubio, «el sobrino del presidente, Julio como él», que los

domingos ayudaba a decir misa en la iglesia del Seminario,


siendo uno de los que en la hora de la colecta obtem'an
mayores dádivas de los fieles que llenaban el templo.
Sobre su y pubertad se mantiene la sombra gris
niñez
de lo común, de lo vulgar. No ha pasado aún el .tiempo
necesario para que la anécdota florezca. Vivimos demasiado
cerca de los días del poeta para que sus menores actos, sus
dichos, adquieran el relieve indispensable.
Monótona y triste debía de deslizar su existencia en el Mon-
tevideo de aquellos días, donde la pasión política, tan po-
derosa como siempre, estallaba en agitaciones tempestuosas.
El niño pálido y triste, que contemplaba el mundo con la
suave expresión de sus ojos azules, debía de sentirse sorpren-
dido por esas agitaciones cada vez que abandonando la calma
del colegio llegaba a su casa, se aproximaba al padrino,
entonces en la cumbre del poder, y presenciaba la agitaciórn
de aquellos espíritus por cuyo interior paseaba su clari\1-
dencia de poeta futuro.
La niñez de los poetas está hecha de silencios y de in-
Cada una de las mii'adas envuelve una pre-
terrogaciones.
gunta, mezcla de curiosidad y de angustia, por las cosas que
pasan por su lado y que temen llegar a comprender.
Julio Herrera y Reissig, que sintetizaba en su espíritu
luminoso toda la actividad errabunda e inconscienle de los
Herrera a lo largo de ti-es generaciones, no podía menos de
sentirse inquieto ante ese ambiente de política que parecía
especialmente predestinado de todo espíritu juvenil, deci-
dido a conservar la personalidad de su ensueño, que todos
los inadaptables a un ambienlje) iniei-ior, se concentran en sí
husmo, esconden en la caparazón hostil de una rudeza
se
superficial, porque el easueño tiene también sus grandes
habilidades y una de ellas es esta de la simulación, salva-
guardándose de ataques en la rudeza de un aislamiento inr,
comprensible.
De aquellos días de su adolescencia no ha llegado a nos-
otros más que el recuerdo de un aislamiento voluntario, como
pAqínas escogidas 13

si entre las posibilidades que le brindaba el medio familiar


a que pertenecía y su propio ensueño, escondiéndose teme-
rosamente tras de una timidez más fingida que real y por
esto mismo orguUosamente aisladora.

III

Tendenciasliterarias en un niño de patricia sangre y no-


ble estirpeacaban siempi-e en la política, prosaicamente es el :

límpido raudal que acaba extinguiéndose en charca pesti-


lente. No así en Herrera y Reissig. Y de ello pudieron
formarse idea exacta sus amigos, sus allegados, cuando ie
NÍeron insistir por el camino propio que sus manos de ado-
lescente iban abriendo en la cerrada breña de la suspicacia
colectiva. No eran caminos trillados donde posar >a fácil
planta vencedora lo que buscaba el niño de ojos azules y
rubios cabellos, sino la majestad, la nobleza altiva de las
sendas vírgenes.
Y su estreno en el mundo de las letras se hizo vanen,la-
mente, con unos versos que luego pi-etendiera olvidar, pero
que vivían por la presentación que de ellos hiciera aquel
noble corazón que se llamó Samuel Blixen, presentacióni
que equivalía al recio espaldarazo con que se arma a los
noveles caballeros.

«He aquí una valiosa primicia decía Blixen, —es la re-
velación de un poeta de veinte años, que Heva sobre sus
hombros juveniles el peso de un nombre y de un apellido
muy sonados en la historia de este país. Nuestros lectores
descubrirán en los versos de Julio Herrera y Reissig que
hoy les ofrecemos, muchas y muy valiosas condiciones.-
frescura de inspiración, espontaneidad admirable, novedad
en las ideas. Hay imágenes que sorprenden por lo felices;
alguna habrá que suspenda por lo arriesgada. Pero será
14 JULIO HERRERA REISSIQ

peeeata minuta perdida en un tesoro de bellezas y muy


disculpable en estos tiempos en que los maestros del decaden-
tismo se han impuesto a las inteligencias jóvenes, con s|u
fiebrede originalidad, con sus tortui-aciones al buen sentido,
con sus espasmos pasionales y con lo que podría muy bien
llamarse su epilepsia de la metáfora. Felizmente, el nuevo
escritor, a quien darán hoy nuestros lectores el clásico es-
paldarazo, consagrándolo noble caballero defensor de la Poesía
y de la Hermosura, no necesita para triunfar, de las malas
artes que están en boga entre los poetastros malandrines de
los tiempos que corren... Bien pronto depurado su buen —
gusto en el trato íntimo de los grandes, exaltada su fantasía
en la contemplación cariñosa de la Madre Naturaleza,
podrá nuestro poeta llegar, con los ímpetus generosos de su
espíritu culto y sielecto, a esa región de la gloria refulgente,
en que se deleitan siempre las esperanzas y las ambiciones'
juveniles, anticipándose a la sanción de los críticos y del
público, que, en este caso, no puede hacerse esperar.»
Valía la consagración por ser Blixen quien era, pero, más
aún, por valer el poeta lo que verdaderamente valía.
«Su entusiasmo por la poesía dice César Miranda, pu—
compañero de muchas horas y cuyo testimonio hemos |de
invocar repetidas veces a lo largo de este trabajo (1) — con-
siderado como un mal pasajero por sus parientes y amigos,
se ratifica de hora en hora.» Los veinte años floi'ecen ten
belleza; para la juventud todo es primavera. Y la fuerza
emocional del poeta estalla en cantos impetuosos, cantos
que desbordan en exaltado lirismo, un poco ingenuo, un
tanto a la moda, amanerados en Hugo, en Andrade, en Díaz
(Mirón. ¿Cómo ha de libertarse de ello un niño que empieza
a vivir? ¿Qué naturalidad puede haber en los balbuceos del
poeta juvenil cuyo plumaje tiene aún todas las coloracion|es
de lo ancestral y de lo paterno?
Surgieron entonces aquellos cantos «A España», que Je
valieron una felicitación de la entonces reina María Cristina

(i) César JAiRAtiDA • Herrera y Reisslg, conferencia pronunciada en


el club «Juventud Salteña» • 1913.
PAGINAS ESCOGIDAS 15

y «A Castelar» en la hora turbia en que los destinos de Es-


paña se envolvían en la tonalidad obscura de los grandes
desastres y en que no se avistaba ninguna luz indicadora
de lo porvenir. La voz de Herrera respondía como un eco
a la clamorosa imprecación contrala injusticia de la época.

Y vinieron después los cantos «A Lamartine» y «A Guido y


Spano», recogido cariñosamente en doble homenaje al au-
tor y al vate argentino en uno de sus libros postumos.
Son poesías en las que la inspiración suple la técnica; en
que el versificador vence con facilidad las dificultades; en
que la espontaneidad impulsiva de su alma abierta a todos
loj vientos de las ideas, se deja arrastrarpor el ritmo elocuente
de la palabra, isaltando con agilidad todos los obstáculos.
El nombre de Herrera y Reissig crece durante ese período.
Se le sigue con curiosidad, no por venir de donde viene,
sino por saber a dónde va; no en vano pasa el tiempo y
de su dinastía ti^es veces afirmada en la tierra charrúa, él
es el único que va quedando. Política es transformación,
modificación, mudanza perpetua. Blancos y colorados se
agitan en la eterna lucha intestina que desgarra el a'ma de
su pueblo y siembra de cenizas la extensión verdeante de
las cuchillas, hinchadas como senos de mujer en perpetua
gestación, dulce y generosa madi"e tien-a que no se cansa
de parir, reponiendo las bajas de la gesta bárbara. Y Ja
poesía, esa cosa volandera, juego de niños, infantilidad ri-

sueña, es lo único que va quedando, lo único que perma-


nece en la estabilidad serena de lo eterno.
Queda, sí, la poesía; queda perdurablemente, en ese volver
de un siglo que ha de presenciar tantas evoluciones y pre-
sidir tantos cambios. Herrera adquiere personalidad propia;
ya no es el niño de veinte años, entusiasta rimador de la
primera hora, porque en ese momento gris de la vida
de su pueblo, cuando los ciudadanos debaten la eterna qui-
mera del poder, él se encierra en sí mismo, se reconcentra
allá en lo alto del viejo caserón que fué un día palacio
de glorias mundanas, para observar, para soñar. Sobre la in-
quietud del Uruguay tumultuoso destaca como de un alto
faro la luz de la Torre de los Panoramas.
i ,
16 JULIO HERRERA REISSId

IV

La «Torre de los Panoramas» fué por mucho tiempo lo que


del Uruguay intelectual se conocía en el exterior, porque
era lo único verdaderamente vivo. Como de elevado monte,
sobre la monotonía de la llanura, se avistaban desde
gris
ella los resplandores luminosos de la idea; desde allí seguían
ojos curiosos y espíritus entusiastas el orto del sol, porque
allí no había nada que les obstaculizara la cotidiana ma-

ravillosa contemplación.
Y la Torre, como sus ensueños, como sus esperanzas, todo
no era más que una ficción... ¡Ni torre, ni panoramas I An-
drés Demarchi, otro de los iniciados en el secreto de lesa

ilusión, ya legendaria buhardilla:


describe así la
«¿Qué es la Torre? Una deteriorada buhardilla de un tercer
piso de la calle Ituzaingó, a dos cuadras del templo inglés.
Así se llama la buhardilla: la Torre de los Panoramas... una
cueva a la manera de aquellas que escarban bajo tierra los
ratones; pero, como en este caso no se trata de ratorues
sino de poetas, la cueva es aérea, en pleno cielo..., entre
nubes... Desde sus ruinosas aberturas se veían largas fajas
de mar; un mar inmenso, agitado y quejumbroso en los
días invernales; azul como un ensueño, sosegado y pensativo
en los largos veranos.
«Por esas aberturas penetraba triunfante el Pampero en
los días grises, sin sol y sin alegrías. Allí vivía Julio He-
rrera y Reissig; allí se reunían los eufonistas y los soñadores.
Sus paredes estaban cubiertas de grabados de Gustavo Doré,
arrancados de alguna vieja biblia familiar. De allí el nom-
bre. Al pie de cada grabado, un soneto. Doré ilustraba a la
Torre y sus eufonistas ilustraban a Doré.»
Sobre la ciudad, donnida en el sopor de su materialismo,
pAqinas escogidas 17

la Torre de los Panoramas flameaba a todos los vientos las


banderas de la ilusión. La juventud se concentraba allí con
sus nuevos ideales, tan diferentes de los que hasta ese momento
habíanse albergado en el alma de los viejos.

Los modernísimos que llegaban a América em-


ideales
pujados por vientos de Francia, entraban a la Torre y allí
encontraban propicio nido a su desan-ollo. Era la renova-
ción espiritual que se producía en el ambiente americano,
como consecuencia lógica de los adelantos europeos. En
Buenos Aires era lade Rubén Darío, viajero
acción dii-ecta

infatigable, hombre que había vivido al habla con las menta-


lidades más puras de su tiempo. En Montevideo era el es-
fuerzo tenaz y valeroso de un grupo de muchachos de
buena voluntad, decididos a no cejar en la admirable em-
presa.
Contra las tendencias de su tiempo oponían las audacias
parisinas, aceptaban la renovación inspirada en los primi-
tivos,cambiaban gustosos la serenidad fría y monótona del
Tabaré por la angustiosa sinceridad todo muecas de una
Complainte del también montevideano Laforgue. En manos
de esos adolescentes la poética sufría una modificación subs-
tancialmente renovadora.
Julio el corifeo del grupo tumul-
Herrera y Reissig era
tuoso, en el altillo bulleníe de ideas, que a veces
allá,

tomaban la forma de piedras y caían estrepitosamente sobre


el tejado de los vecinos en hteratura.

Fué aquella una pequeña guei-ra literaria, en la que


los combatientes se sucedían y sólo permanecía el jefe nato
de la temible empresa, el fuerte y valeroso Heri-eira y Reissig,
obstinado en sus ensueños, lleno de fe, esperando siempre...
Era el único que no sentía fatiga de su esfuerzo, pro-
digándose en exaltaciones líricas, en vibrantes ensueños poé-

ticos encontrando tiempo, en medio de toda esa vana


y
agitación, para inmiscuirse el nombre obliga, — en cuestiones —
políticas, tratadas por él con soberano desprecio, desde la
altura de su aislamiento. En la «Vida Moderna» que publicaba
18 JULIO HERRERA REISSIO

Montero Bustamante, apareció en Septiembre d© 1902 tsu


«Epílogo wagneriano a la política de fusión, con surtidos
de psicología sobre el Imperio de Zapicón». De entonces es
también una violenta polémica en la que intervinieron César
Miranda, Pérez Petit, Leopoldo Lugones y oti-os muchos,
debatiendo concretos puntos de estética. A ella puso tér-
Imino Herrera y Reassig con el siguiente

«DECRETO

¡oAbomino la promiscuidad de catálogo. ¡Sólo y conmigo


mismo! Proclamo la inmunidad literaria de mi persona.
y>Ego sum imperator. Me incomoda que ciertos peluqueros
de la crítica me hagan la barba...

»¡ Dejad en paz a los Dioses I

,
YO, JULIO.»

«Torre de los Panoramas».

Toda la violenta agresividad de aquel período está en esas


cortas líneas, en las que apai-ece su espíritu inquieto, reno-
vador, lleno de cosas nuevas.
De entonces es el retrato que nos ha trazado César Mi-
randa en su admirable conferencia del Salto, «con su ame^
ricana negra, su plastrón de faya, su sombrero blando y
sus guantes grises..., efusivo, torrentoso y siempre jovial,
en los labios el cigarrillo de legítima fabricación casera...,
trepando por los montículos de Ramírez, por inverosímiles
planos inclinados, sirviéndose del bastón como de un bácu-
lo..., sencillo, casi infantil, con su sonrisa de niño enfermo

y sus ojos en éxtasis...»

En o en violentos estallidos, su obra


lentas divagaciones
se hacía con pasmosa regularidad. Los sonetos se sucedían,
intensificando la emoción poética; largos estudios llegaban,
anunciando el reposo de la madurez, la obra meditada y
serena de la hora máxima.
pAoínas escogidas 19

JEn 1905 Herrera y Reisiig tuvo el ensueño de la co-


rrespondencia senümental. Fué ejulomes cuando un emple®
brindado en las oficinas del Censo de Buenos Aires le retuvo
algunos meses lejos de su vivir habitual, meses que des-
bordan en largas cartas íntimas que componen el epistolario
de amor más admirable que se ha escrito. Herrera sentía
la necesidad de api'csurai'se vivía ya en el galope exaspe-
;

rado de los que teniendo un idcül en la vida temen la po-


sibilidad de su pérdida.
A Herrera y Reissig, pese al nombre, se le negaba todo
apoyo, todo auxilio. Por un momento tuvo la esperanza
de ser nombrado cónsul en La cuando cierto inci-
Plata,
dente lamentable impidió que fuese Roberto de las Ca-
allí

rreras. Fué la primera vez que Herrera suscrüió una so-


licitud. Y había de ser la única.
La carta escrita a don Antonio Bachini, ministro entonces
de relaciones exterioi-es, merece recordarse como expresión
de un temperamento:
«La ocasión la pintan calva y juzgo que sería del caso
demostrarme en un acto que por todos lados me satisíacería,
la confianza y la buena voluntad de V. E. y del señor
Presidente, ya anticipadas en generosas promesas, y en con-
ceptos de sincera amistad. Se dice que acuden por cente-
nares los postulantes y hasta que existe el candidato seguro
por parte de V. E. y del señor Presidente. En todo caso,
yo que no he querido incomodar personalmente al señor
Bachini y que desearía no se me confundiera con los tantos
cuantitativos, acudo a la alfa magnanimidad y luminoso
criterio selectivo del señor Ministro, con todos mis escasos
íméritos... políticos y con la frente bien ancha y bien limpia,

por si juzgare la hora digna de mis aspiraciones. No sé qué


me dice el corazón de obscuro y negativo como la s'en-
tencia infernal del Dante, pero, conste en el peor de los
fracasos, que a mí no me han hecho, sino que soy ; ^que
es más lo que merezco, que lo que he pedido, y que siempre
daré más de lo que se me ha dado.
»Mi ilustre amigo el señor Bachini, en caso de serle grato,
podría valientemente hacer valer mi nombre y mis pala-
20 JULIO HERRERA REISSiQ

bras al señor Williman y tal vez algún día se me hiciera


justicia y el país fuera digno de Julio Herrera y Reiss'ig.
»Sin otro motivo, lo saluda hasta la historia. — J. H. y R.»
La impertinencia de este hubo de exaltar
recordatorio
sin duda al ministro. Otro fué nombrado en vez de He-
rrera. Y éste volvió a encerrarse en la tranquila calma de
su hogar, dispuesto a vivir su vida de poeta.
La labor prosigue, obstinada, heroicamente. Su nombre
sólo aparece en «El Diario Españob de Buenos Aii-es, única
publicación que recoge sus versos y no tsme la estridencia
de sus prosas.
El espíritu del poeía se va serenando. La tranquilidad
del hogar recién formado se comunica a su obra. Esta s©
halla ya madura para los hombres de su tiempo...

¡La obra de Herrera y Reissig! Jardín encantado da flo-


res raras, donde el Hada Poesía ha prodigado los más ex-
celsos de sus colores, será siempre el encanto y la gloria
de los poetas, paraíso de los artistas de verdad, donde el
espíritu se complacerá en hacer sentir la supremacia de sus
destinos. La obra de Herrera y Reissig, eminentemenite lí-
rica, intelectual bajo todo aspecto, única en América, es
también excepcional en nuestro idioma, donde la poesía se
mantiene aún bajo la férula de los academicismos domi-
nantes. Lírica en extremo, posee el vigor del ala y el im-
pulso de la sangre; ha sabido elevarse siempre muy al
ras do la mediocridad triunfante; ha flotado por encima
de las bajas miserias cotidianas. Rebelde a toda ley, ha
ido por lo alto, obligando a extrañas contorsiones a los
semaforistas encargados de controlar su vuelo. Y estos apre-
PÁGINAS ESCOGIDAS 21

ciables señores, críticos desde abajo, han concluido con


un voto de censura. Recordemos qfue los altos edificios y las
montañas y las aves y los aeroplanos, fotografiados desde
abajo, dan una imagen singularmente ridicula. La crítica, que
es la fotografía del espíritu, reclama también la ley del
Túvel.

La obra do Hen-era y Reissig ha sido mal interpretada


más cerca estaban de su espíritu. El
hasta por aquellos que
mismo Rubén Darío, colmándole de elogios en su confe-
rencia de Montevideo, habló d© la morfina; Soiza Reilly
habló también de su gran pecado de los paraísos artificiales;
otros insistieron en ver en gran parte de la obra admirable
del poeta insigne un fermento de locura, producto de anor-
malidad. Es lamentable.
Entre tanto, oigamos a César Miranda, su camarada de
todas las horas, fiel hasta la muerte «ed ultram»:
«Puedo afirmar de un modo categórico que Julio He-
n-era y Reissig no buscó nunca en la morfina un estimulanljei
para su labor literaria. Sus poemas más extraños y sibili-
nos son un producto exclusivo de su propia naturaleza poética,
de su oenestesia de soñador, de su numen inspirado y ge-
nial; ellos traducen también lo que podríamos llamar la paite

obscura de su vida luminosa, sus desazones sentimentales,


la inflexible saeta de la desgracia que se confunde punto
a punto con la trayectoria que le tocó recorrer, su eterno
oscilar sobre el círculo de la muei'te, poco más amplio que
el círculo de la vida.»
Formada la leyenda, a la cual contribuyeron muchos
de los que más honestamente debieran haber cuidado su re-
putación en vida, su memoria cuando muerto, difícil se hace
reaccionar contra ella. No hace mucho alguien nos hablaba

de su obra, como de algo perfecta y sencillamente divisible


a un lado lo normal, a otro lo anormal. El crítico no quiso
explicar su tesis, no nos dio la clave de esa división, porque
sin llegar al extremo de preguntarle qué se puede entender en
términos generales, por anormalidad en la poesía, podríamos
interrogarle sobre qué entiende él por anormal en la obra
de Heri^eira y Reissig. ¿Qué hay de anormal, de loco, de ex-
22 JULIO HERRERA REISSIQ

traño y delirante en su obra? ¿Sus Poemas violetas acaso?


¿Serán sus Sonetos vascos? ¿Sus Éxtasis de las montañas?
¿Sus Parques ahatidonados?
Analizando su vasta labor, título a tí'ulo y composición
por composición, nada aparece en ella de anormal, de loco,
de delirante. Y tomando el conjunto maravilloso de su
obra, todo aparece equilibrado, sereno, en la serenidad au-
gusta de la sinceridad.
Existe una Desolación absurda, hay
ciertos Poemas oblicuos,
pueden encontrarse composiciones de un hermetismo extra-
ordinario; pero ¿acaso no puede tener el poeta la libertad
de su pensamiento propio?
Donde se ha dicho anormalidad, debemos leer libertad;
donde se ha escrito locura, debemos poner innovación, esto es,
ansia de caminos nuevos, horror a lo trillado, dignidad de
poeta que pugna por encontrar una senda virgen por en
medio de la maleza y que al hallarla sigue por ella, sin
(saber a dónde va, ignorando si al fin del camino se encuentra
la placidez de un claro donde brilla el sol y perfuman las
flores o la sombría oquedad de una cueva o el corte insal-
vable de un abismo. Lo esencial, lo dignificador, es la sor-
presa del camino nuevo, el encanto de la metáfora encon-
trada al volver los recodos de la idea, la emoción de las sen-
saciones originales...
¡Obscuridad maravillosa de los poemas de Herrera ^
Reissig! El mismo nos rogó no enfadamos contra <do obscuro
en la poesía», agregando que «en el verso culto las palabras
tienen dos almas: una de armonía y otra ideológica» y
concluye: «De su combinación que modula un ritmo doble,
fluye un residuo emocional vaho extraño del sonido, eco
:

último de mente, cauda rareiforme y estela fosfórica, peri-


la
sprit de la literatura, equis del temperamento y del estado
psíquico, que cada cual resuelve a su modo y que muchos
ni perciben.»
La críüca se ha lanzado en cada uno de sus estudios contra
el poeta que la negaba derechos. Porque esa interpretación
era una negación. La libertad del artista, su fuga desespe-
rada de todas las cárceles de la idea^ no es más que el des^
PÁGINAS ESCOGIDAS 23

conocimiento de los derechos afirmados por la crítica, advene-


diza enriquecida.
Y en esa comprensión de su libertad, en ese amplísimo de-
recho del sobre los intérpretes, Juüo Herrera y
creador
Reissig ponía su alma toda, exigiendo algo más que respeto
y algo menos que admiración. OrguUosamente, altivamente,
decía al final de uno de sus estudios:
«Yo siento a mi manera lo que cada uno siente a la suya.
Hay quien tiene doble vista. Para el ciego siempre es noche.
1 Piafe el imbécil en su impotencial»

VI

La obra de Julio Herrera y Reissig, complicada en gran-


des giros intelectuales que a veces le obligaban a insistir

sobre un tema no puede ser vista en el


tratado años atrás,
detallismo de una cronología, porque su espíritu no señaló
jamás la vacilación de adelantos ni de retrocesos. Todo en¡
él fué completo, como si su trayectoria no fuese más que un

gran giro sobre sí mismo, o como si esa ü'ayectoria fuese tan


gi-ande, tan vasta y desmesuradamente grande, que a nuestra
vista de pequeños mortales no pudiese ser apreciada en su
mara\állosa infinitud. Tal el astro centro de nuestro siste-
ma planetario, inmó\11 con relación a éste,pero girando
a su vez en armónico conjunto, dentro de lo infinito de los
demás sistemas.
Todo en Herrera y Reissig fué completo, definitivo. La
misma maestría en 1900 al publicar sus Pascuas del tiempo,
que en 1910 al escribir sus últimos poemas. No hubo en él un
adelanto, porque desde el momento en que se sintió poeta
gozó la plenitud de su genio. Tendremos, pues, que conside-
rar la obra poética de Herrera y Reissig en su singular con-
junto, libertándonos por un momento de toda severidad es-
24 JULIO HERRERA REISSIO

colástica, libres de toda tendencia, gozando la plenitud de


esa independencia que tan cara costó al poeta.
Pero, antes, salvando una deficiencia de sus Obras Com-
pletas, no creemos inútil ti'azar en una bi-eve síntesis cro-
nológica la marcha del poeta señalada por sus trabajos:

1900. — Pascuas Tiempo.


del
Aguas Aqueronte (poemas).
del
Traducciones en %'erso.
1902. — Los maitines de la noche.
Las manzanas de Amarylis.
1903.— La vida.
Conferencias.
1904. — Los éxtasis de la montaña.
1905-1909.—El alma del poeta (Epistolario).
1906. — Poemas violetas.
Sonetos vascos.
Ópalos,
1907.— Átomos.
El renacimiento en España (Prosa).
1908. — Los parques abandonados.
I El círculo de la muerte (Prosa).
La sombra (Teatro).
1909. —Ensayos sociológicos.
1910. —Los de la montaña
éxtasis (II. a serie)

Los pianos crepusculares.


Clepsidras.

Tal es el la obra que compilada en unos pocos


conjunto de
volúmenes en curso de publicación y que mostrará en
está
épocas %'enideras la honda intensidad alcanzada por la poesía
en el Río de la Plata, gi-acias a los esfuerzos maravillosos
de un muchacho genial que en la concentración de su es-
píritusupo encontrar los tan anhelados «caminos nuevos»
con que sueñan eternamente los poetas.
Citar sus obras cronológicamente, si bien es inútil, como
ya hemos indicado, para el estudio de la labor en sí, no deja
PÁGINAS ESCOGIDAS 25

de tener su interés para determinar la ubicación del poeta


en el medio en que le tocó actuar. Señalando la fecha en
Ique sus obras fueron saliendo a luz, podemos vfer así mismo
en qué forma influyó Herrera y Rcissig en su tiempo. Su
manera tan especial del soneto, que ya en 1901 alcanzaba la
plenitud de su forma, habremos de encontrarla después en
muchos de los «Crepúsculos del Jardín» que dieron fama a
Leopoldd Lugones. Esto demuestra qiie el innovador monte-
videano, desde cumbre solitaria de su torre de los Pa-
la

noramas, influía y decisivamente sobre la mentali-


directa
dad circundante. Se le aceptaba ya como uno de los jóvenes
maestros de la literatura americana y había para él sino el
respeto proclamado, la consideración tácita que consistía a
veces en seguir sus procedimientos.
La obra de Herrera y Reissig, fragmentaria en su lirismo,
adquiere raro vigor, consistencia inesperada de cosa maciza,
cuando se la contempla como podemos contemplarla nosotros
ahora. Agí, a la distancia, en la fatalidad de la muerte, su
obra aparece compacta, um'ficada en el tiempo, con igual
valor la que produjo en sus últimos días como la que en la
hora entusiasta del comienzo fulguraba luminosamente. Ya
no hay distinciones posibles. La cronología pierde su in-
terés,desaparece en su propia inanidad y sólo subsiste en su
conjunto maravilloso, como estatua purísima vivificada en la
suprema idealidad de un ensueño, la armonía suprema de
esa obra toda luz, surgida para dignificar el ambiente poético
de América de insubstanciales chabacanerías.

« * *

El temperamento poético de Herrera y Reissig, exacer-


bado en la lucha a que le obligaba la hostilidad del medio,
ascendió hasta rayar en los límites de lo enfermizo. Su gran
sensibilidad, afectada por la inquietud espiritual, había de
llevarle a extremos peligrosos de innovaciones, sin tener en
cuenta que cada una de esas exageraciones, surgidas al calor
26 JULIO HERRERA REISSIQ

de la lucha, formaban, en él parte integrante de su ser, hasta


caracterizar definitivamente su situación en el mundo del
arte.
Cuando comenzó a escrihir sus ad-
Julio Herrera y Reissig
mirables que algo extraño aparecía, como una
sonetos en
laz maravillosa que anunciara la esplendidez de los nuevos
horizontes, el público uruguayo vivía entregado a la dulce
recordación de una literatura muy apacible y muy me-
diana. Las innovaciones adquirieron el carácter de una ver-
dadera revolución espiritual. Los poemas abstrusos de cierto
momento de su musa, eran leídos con la suficiencia de los
que pom'an la suma de toda inspiración en los versos de
Talaré. Los cti'os, las ingenuas y sencülas pastorales, vertidas
en molde clásico, eran tenidas por cosa de juego. Y así al
poeta la incomprensión ambiente se obstinada en negarle
toda cualidad, cerrándole todos los caminos.
Desorientaba a las gentes esa doble manera de ser: a un
lado el poeta sencillo y fácU que en la corrección del viejo
molde veitía noblemente sus ideas de belleza y a otro el
torturado soñador de las cosas más vagas, lejanas e impo-
sibles, discípulo de Baudelaire, ds Poe, de Schopenliauer, de
Nietzsche. Y esto era lo que desorientaba a los lectores de
su Jiugar y de su tiempo, esa amalgama, esa confusión extraña^
porque el simplismo del público reclama simplicidades espi-
rituales y gusta de la línea recta que le brinda la facilidad
extrema de un camino fácil.
Herrera y Reissig, nacido a la vida espiritual en momen-
tos en que sus hermanos mayores, los Rodó, los Reyles, los
Pérez Petit, habían librado ya su buen combate contra la
mediocridad imperante, estableciendo el ensueño dignifica-
dor de los horizontes nuevos, retempló su espíritu en el es-
tudio, ese estudio un poco desordenado y tumultuoso de los
que no someten su curiosidad a la regla de un método. Por
eso sus ti-abajos en prosa desbordan de citas, de alusiones,
de reflejos. Leyendo sus estudios puede pensarse a veces
en Víctor Hugo, por el amor a la antítesis, por la violencia
de los contrastes en luz y sombra. Lector infatigable, sabe
descubrir las ocultas semejanzas, los parentescos, las fi-
PÁGINAS ESCOGIDAS 27

naciones insospechadas. Y su estilo, en la confusión de las


imágenes, tíene el atropello de lo juvenil, es como un galope
de poü-os salvajes en inmensidad de la pampa, bajo el
la

gran silencio de la noche, levantcpdo eco de truenos en todos


los confines del horizonte.
¡Europeizante, puso en su obra todo el caudal maravilloso
de sus conocimientos literarios y científicos. Sus estudios,
sus poemas, que pueden ser americanos por el gran soplo
do renovación característico que surge de ellos, son emineur
temente europeos por la afinidad intelectual, por el alma su-
perior que les vivifica. Hijo de una civilización bebida en
la fuente de sus imaginaciones delirantes, rechazaba la sen-
cillez materializada del ambiente americano, delirando por

todos los ensueños de una existencia superior que era Grecia,


Roma, Renacimiento, Siglo de Oro, París... Vivía en todas
las épocas a través de la bruma de su ensueño y lo mismo
dialogabacon Gautier en largas divagaciones románticas,
que soñaba con Virgilio. No era el poeta de un tiempo,
porque en su espíritu los concentraba todos, síntesis, resu-
men de poesía.
Por esto la incomprensión rioplatertse tuvo para él la
palabra definitiva, de moda entonces: «Decadente». Y la
crítica, simbolizada en el señor Zeda y la Universidad en el

señor Unamuno, le dirigieron, respectivamente, terribles pa-


labras de censura. Tema que ser así. No era posible la com-
prensión por parte de esa trilogía vulgarísima Público, Crítica,
Academia, resumen de todo lo constituido, de todo lo que a
través de tiempo y edades va acumulando ideas hechas, frases
corrientes, sensaciones epidénnicas. Requerir de esa trini-

dad que ahonde un poco, que in\'est¡gue, que analice, es


exigir lo imposible. Por ello, ante la obra del Poeta que
no presentaba la facilidad de la línea recta, que era tor-
tuoso como la vida, delirante como el pesimismo, que acep-
taba toda una herencia milenaria para completar y definir
su peasamiento en una época de transición, esas tres enti-
dades, sintetizadas en una sola, como el rey Midas de largas
orejas peludas y manos que todo lo truecan en materialidad
baja, no podían tener más que un sistema la ironía, la burla, :
28 JULIO HERRERA REISSIO

productos de la incomprensión. Y el ntievo Midas, ante esa


obra que resistía a la trasmutación, giitaba a la sombra
de sus ovejas Decadente
: ¡

Se discutía en aquellos días la decadencia, porque Max


Nordau así lo había dispuesto, ese Max Nordau a quien to-
davía se consideraba como un crítico en su rebusca de mi-
serias espirituales. ¿No dijo Symons que «lo que significa
decadencia en literatura es esa sabia con-upción del lenguaje,
por la cual el estilo deja de seír orgánico y lllega a ser, persi-
guiendo tal forma de expresión, deliberadamente normal?»
¿No sostuvo Remy de Gourmont los derechos de la lla-
mada «decadencia» como elemento de toda renovación as-
cendente?
'Max Nordau calificaba de decadencia toda la literatura mo-
derna, sin respetar nada ni a nadie. Y era fácil a la pequeña
crítica de nuestro ambiente de cotizaciones y de negocios
aceptar fórmulas y recetas, vistiendo las ideas en un gran
almacén de ropas hechas.
Decadente por las ideas, que
libertan de singular y
las
oprobiosa esclavitud; decadente por fonna que vive, palpitala

y bulle, en vez de ser la esclava muerta de una retórica


malsana. Julio Herrera y ReLssig fué por algún tiempo el tipo
del escritor decadente en nuestro medio donde triunfaba lo
bajo, lo chato, lo vulgar, el periodismo llevado al libro y
lo cursi llevado al periódico. Y esa decadencia, como todas
las que han aparecido en el mundo intelectual, era
reno-
vación, era ampliación de horizontes.
No hay más que ver cómo se presentaban los escritores
nuevos antes de Herrera y Reissig, cómo se pi-esentaron
después de él. La tosquedad primitiva de otrora se ha
cambiado en elegancia; la sencillez ha asumido caracteres
de complicación, esa buena complicación que surge del co-
nocimiento, del estudio, del trato con los maestros de todos
los tiempos. i
'

Herrera y Reissig ha sido en las letras del Río de la Pla-


ta como una gran piedra miliaria, como un hito en pleno
descampado o en la cumbre casi inaccesible de una montaña,
diciendo que algo empieza porque allí mismo algo acaba.
PÁGINAS ESCOGIDAS 29

Con él comenzó un nuevo período literario en nuestra Amé-


rica, diciendo que a la espontaneidad de nuestros poetas, más
o menos payadoi-es, debía suceder el estudio que es la ci-

vilización.

Las enormes, inmensas dificultades con que tropieza el

autor americano para la publicación de sus obras, víctima


de una conjuración de intereses creados, postergaron la exte-
riorización de sus grandes méritos. La primera obra Los
peregrinos de piedra, fué, por ley del destino, un homenaje a sli
memoria y en la última página manos ungidas en óleo de
amistad hubieron de grabar el elogio postumo. La vida,
amante ingrata, se negó a los besos del soñador y ésLe tuvo
el primer resplandor de la gloria cuando su frente yerta ya
no podía saber de su color y de su luz.
Y esa obra, modesta en apariencia, bien oculta bajo la
serenidad \^lgar de la eterna cubierta amarilla, imitación
del con que Herrera se libertaba del lujo es-
libro francés
candaloso y fácil en que tan frecuenteimenrte incurren los
artistas ameiicanos, exageradores de lo externo, vanidosos
de la materia allí donde sólo debe imperar el espíritu, esa obra
habría alcanzado mayor éxito si él hubiera estado allí para
recibir los homenajes
y defenderse leaLmente de absurdos
y encubiertos ataques.
Hay en todas las páginas de ese libro que la fraternal sim-
patía de Blanes Viales ha decorado con la silueta del soña-
dor en violácea visión de lejanía crepuscular, todas ,las

cualidades pai'a el triunfo. Los éxtasis de la montaña, Los


parques abandonados, he aquí la parte más saneada, más pura
de su labor poética. El poeta, que era también habilísimo es-
tratega del pensamiento, había buscado con genialidad mal
intencionada la curva que despista. Los sonetos de esas par-
30 JULIO HERRERA REISSIO

tes el primer paso, moderado en lentitudes


de su obra eran
graves,de su poética arbitraria, aceptado el cual no había
más remedio que seguir, prolongando a lo inñnito el en-
sueño del artista.
Desgraciadamente, manrra en que esos sonetos habían
la
sido concebidos, era, un poco
pese a su invención propia,
anticuada, en esa rapidez de las modas del pensamiento, aquí
donde el pensamiento no se ha consolidado aún en algo de-
Anticuada, decimos, porque otros se habían apode-
finitivo.

rado de esa manera de concebir el soneto, libertándolo de


su férrea armazón asfixiadora.
La desgracia de un retardo involuntario — conjuración del
ambiente, combate agresivo de las fuerzas enemigas, — impidió
todo el éxito debido a su obra. Y así hasta sus mismos
Éxtasis de la montaña, cuando aparecieron en el volumen pos-
tumo, a fines de 1910, bien que todos fueran de 1904, tenían
un raro sabor de cosa vieja. ¡Ah, la lentitud lamentable del
poeta falto de recursos para dar al público lo que al público
destina, malgastando su ingenio en la fragilidad del perio-
dismo, entregando su obra al abismo sin fondo de la hoja
impresa! Equival>e a ludiar con las somibras, a ¡batallar a tajos
y mandobles con la niebla...
Al analizar sus unos cuantos podrían^ esta-
trabajos sólo
blecer la verdad, muy los que podrán decir cómo
pocos serán
y cuándo el poeta fué construyendo su labor y de qué
manera, abandonada en medio de la vida como ciclópea
montaña inocultable, otros fueron a ella como a inmensa
cantera de ensueños, para extraer las bellas imágenes, toda
la riqueza poética de que se habían de vanagloriar mientras
la sombra de la muerte caía con pesadez de plomo.
Llegará el momento en que se pueda decir en qué forma
influyó Herrera y Redssig en la marcha de la literatura ame-
ricana. Entonces se verá cuan grande fué el esfuerzo de ese
muchacho lleno de genialidades, que en grandes rasgos de
da ho-
visión infinita descubría toda la brillanJte perspectiva
rizontes ni siquiera soñados. Fué audaz aven-
el pionner, el
turero que se lanza por los caminos nuevos, de cuya fin(a-
lidad ríen los hombres prácticos, que, entretanto, aprovechan
pAoinas escooidas 31

de esa audacia para ir cosechando los frutos de oro que se


encuentran en la brecha abierta por el ajeno empuje, en
la hosca montaña que su parsJmonlosidad jamás habría lo-

grado escalar.
!Y habrá de rendirse toda la justicia debida a este hombre

que pasó por la vida un sueño, que amó mucho, que se


entregó por entero en cada una de sus ilusiones y que no
cayó nunca en el cabotinismo fácil, ni en la austeridad,
ridicula a los treinta años, cuando la vida pide triunfos y
los triunfos requieren audacia...
Julio Herrera y Reissig habrá de ser considerado en la
vida literaria de nuestro idioma como el más puro de todos

los líricos, restableciéndose el norte perdido por la brújula


de en ese confuso maremágnum donde cien orien-
la crítica
taciones pugnan afanosamenle para orientar hacia sí la aguja,
temblorosa y vacilante... Entonces se podrá detenninar e-l
verdadero valor de ese poeta extraño que pasó por la vida
como en un gran sueño, que tuvo la altanerfa de su juven-
tud y que aceptando toda una gloriosa tradición milenaria,
bregaba para dar a la mente amei-icana una poética nueva,
en la que, como en su vida material, se mostraran todas
las tendencias, fecundadas por una gran virtud propia, pura

y exclusivamente americana.
Su amor al exotismo es propio del alma de América, como
lo es su prurito imitativo, su ansia de renovación, su com-
batividad. Y todo hacía esperar que aquietado el torbellino,
calmado el torrente, pacificadas las aguas revueltas, éstas,
en la paz de su límpido cristal, sobre el fondo clarificado
por la tortura, el cielo de América se habría reflejado y
el Río de la Plata habría tenido su gran poeta.

VII

La palabra tenía en Herrera y Reissig el más fiel, el más


noble de los cultivadores. ¡Ah, la Palabra I Era preciso de-
volver al más puro de los elementos de evocación artística
32 JULIO HERRERA REISSIQ

toda la sensibilidad perdida en manos de


de traficantes
baja estofa. El Color, la Línea, el Sonido, la Forma, ¿qué
vale todo eso ante la vibratilidad del Verbo, que es como
Dios mismo ?
Herrera tem'a
el culto supi-emo de la Palabra; creía en ella,
vivía en Cuidaba su jardín de exotismo sólo para que en
ella.

él floreciera la magnificencia de la palabra, no por el es-

trecho criterio aburguesado a lo Flaubert de «la impi-esión


exacta», sentir de avaro y egoísta, sino por el entusiasmo
artístico de una prodigalidad de que únicamente son ca-
paces los locos, los enamorados y los artistas: afán de be-
lleza que vuelca sobre el mundo los tesoros más maravillosos
sin reflexión ni cálculo.
Sus exaltaciones no eran producto de la vacilación, como
alguien ha supuesto. Sus comparaciones, de un lirismo des-
bordante, no eran el resultado de una debihdad mental, como
en tantos otros, sino una consecuencia de su enamoramiento;
no eran divagación, sino entusiasmo. No es énfasis caldero-
niano, pasión que bulle en sangre y atrepella en tumulto;
no de una verborrea pasional, sino el himno
la discordancia
reposado de un gran amor.
Y es entonces cuando dice:
«El verbo es gesto, escultura, brillo, cuartel de nobleza,
irisoo lánfora de ónix. Tal como en Gautier, es medalla pom-
peyana de esmalte plutónico, y en Leconte grupa da sirena
sobre un humo de oro, en un bajo relieve de Eginio. El
Verbo es todo: magnífica perspectiva, vértice en que cul-
minan los ángulos del pensamiento. El Verbo es el cetro
de la frase, el ademán del ingenio, el nudo de la Vida, de
la Forma, la clave victoriosa de la literatura. Es lo más
difícil y lo más «mate» del ajedrez en un
esencial. Es el

juego elegante, rápido y seguro, de movimientos que sean


ideas y de ideas que sean sonidos. Es también la gracia,
porque es la línea».
Es preciso leer aquella introducción maravillosa, vasta
como una irmiensa perspectiva a todas las ideas de la
humanidad, puesta por el poeta al libro «Placideces y púr-
puras», de Carlos López Rocha. Cuando Herrera y Reissig
PÁGINAS ESCOGIDAS 33

traza los lineamientos de ese prólogo, parece rasgar con su


pluma mojada en tinta de eternidad el velo que cubre todas
las épocas. Por sus páginas desfila en caravana imnensa todo
lo infinito del Ensueño. Es la orquesiación más formidable
de palabras en belleza que se ha escrito nunca. Son páginas
que deben leerse con el alma vuelta a Dios, como al es-
cuchar la consagración del Santo Grial, en el poema wagne-
riano. Nunca la Palabra ha tenido estilización más acabada.
Herrera culmina en esas páginas la altura de su propio
genio.
Véase este desborde de poesía en que el poeta, elevado
en alas de su propia inspiración, remonta por encima de
veinte siglos de belleza para determinar el espacio ocupado
cerca de su corazón por un poeta menor:
«Todos los poetas tienen un símbolo.
El Genio se emblematiza en una forma litúrgica de su na-
turaleza interior: diosa, objeto, monstruo, animal. En sus
cuarteles significativos un mito sueña, canta, conmueve, se
remonta, presagia, delira, aulla, divierte, peca, escupe, co-
rroe, repugna, suicidase, envenena, sulfura, chapotea, se re-

tuerce, explota, horroriza, espeluzna. Todos los verbos. To-


das las virtudes. Todos los Pecados.
Cisnes para Santa Teresa, Lamartine, Petrarca.
Palomas : David, Geremías, Ossian, Racine, Zorrilla.
Ruiseñores : Kali-dasa, Tíbulo, Cátulo, Enrique Heine.
Mariposas: colibríes: Beaumarchais, Ronsard, Cetina, Man-
rique.
Águilas : albatraces : Dante, Goethe, Víctor Hugo (1).
Cigarras para los Teócrito.
Abejas para los Anacreonte.
Cantáridas para los Antipáter, para los Horacio, para los
Swimburne, para los Wilde.
Lucrecio es un macho cabrío.
Píndaro es un león.
Buitres para los Esquilo.

(i) Hugo es también un pulpo.


34 JULIO HERRERA REISSIQ

Quevedo, Bocaccio, Hamilton, Moore, Pulci, Saiat Evre-


mond, son pájaros burlones.
Góngora un camello de dos
: jorobas.
Sirenas para los Safo (1).
Virgilio es un Hallarme una Esfinge. Ibsenl un
cordero.
oso blanco. Hafitz un Byron es una serpiente (2).
corcel árabe,
Ovidio, Alfredo de Musset: pelícanos que se desgarran. Vol-
taire es un mono. Rabelais es un cerdo. Rousseau un oso
contemplativo. Balzac un elefante sabio. Gautier es un ca-
maleón. Richepin un guanaco.
Oropéndolas; aves 9el paraíso para los Goncourt.
Golondrinas para el pobre Becquer.
Anatole France es un ibis.

Leconte de lisie un Centauro erudito. Poe es un cuei^o.


Verlaine un fauno. Maeterlink una cigüeña. León Bloi es
un escorpión.
¿Y Fénix? Pues, D'Annunzio.
Gatos, demonios, buitres, tarántulas, para Rachilde, Huys-
mans, Baudelaire y Hdutman.
Buhos, vampiros, chacales, hienas, dragones, endriagos,
bestias de pesadilla, para Ezechiel, Amos, Daniel, Jonathás,
Elias, Matliatías, San Juan de Patmos.
Job es un perro sarnoso.
Shakespeare, Homero : Toda la fauna. Toda la flora. Toda
la poesía. Todos los elementos.

A López Rocha la Luna.


La luna, desposada del sueño, ave blanca de la Inmorta-
lidad, ave platónica y muda, pan eucarístico de los poetas,
Espíritu Santo de los elegidos, musa simbólica de los cre-
yentes, que cambia de forma y es siempre la luna, que se
rejuvenece y adelgaza y muere y resucita, prodigio pálido,
maravilla insomne, fénix de sonambulismo que sobrevive
a su casta ceniza, en substancia y en espectro de ópalo, y

(i) Safo es también un hombre.


(2) Porque es bello, erótico, fascinante, maldito.
PÁGINAS ESCOGIDAS 35

aparece transfigurada en la noche, sobre la muerte y el

infinito silencio de las cosas, como la resurrección de la vida


después del sepulcro...
La luna, metempsicósica. Esfinge Uránica, Helena voluble,
Leonor imposible, Loreley demente, pintora de locos y de
melaíísicos.
La luna que sólo se entj?ega a sus Endimiones a través
del éter, en miradas y en sonrisas candidas. La luna aérea,
fría, inaccesible, remota, alucinante, en éxtasis, Narciso del
mundo, Dulcinea de los elementos. Amazona de las tem-
pestades. Frcdcgunda inviolada por la que se hincha de
idealismo el corazón del mar y revienta en aneurismas de
espuma, desmayando un beso.
La luna, opiosa, inverosímil, superstancial, transformista
macábrico, histérica religiosa, «peri-sprit» taciturno de un
Cosmos, lívida médium, Santa Teresa de un astral Jesús.
La luna Spiíita...
La luna Maya del sol en su velo de perlas.
La luna Pari-wanú.
Princesa Blanca Nieves.
Mademoiselle Utopia...
La luna quién sabe
:
¡
no puedo ! ¡ I

i
Ay si le veré
!
i
no olvides I ¡ I

La luna que es el reflejo del día como la Belleza, para el

Salomón del Pórtico es el i-eflejo de Dios.»


Y así, al escribir en prosa, libre de la inquietud fatal de la
medida y de la rima, Herrera y Reissig, músico del verbo,
juega con las palabras, juglariza ideas, malabariza ritmos
evocados al calor de un gran ensueño.
Podéis hallar extrañas, archi-sutiles y complicadas sus
ideaciones; pero, allí donde el poeta ha impuesto su sello
vive la belleza y os habrá de retener, fatalmente, inexorable-
mente, por eso... porque es bello, porque la esencia de la
poesía que es fuerza de vida ha quedado impresa en defi-
nitiva, para siempre.
Herrera y Reissig, gran sacerdote de la Palabra, oficiante
magno del Verbo, se impone así en la general incomprensión
de su medio y de su tiempo, glorificando por el propio
36 JULIO HERRERA REISSIO

esfuerzo,que dignifica aun a los ojos mismos de aquellos


que no comprenden, como no podían comprender las fieras
dominadas por la armonía extraceleste de la lira de Orfeo...

VIII

Debajo de ese esplendor del verbo que estalla en delirante


orquestación, había ideas propias, personales, exclusivas. Esa
estética tenía una ética. Los grandes conocimientos de He-
rrera y Reissig, adquiridos en el trato asiduo de los maes-
tros, fundamentaban teorías propias, más o menos adelan-
tadas al ambiente y a la época, pero netamente personales.
Su trabajo más original en este sentido, el que mejor sin-
tetiza su admirable percepción de toda la teoría artística, es
el que con el título de «Psicología literaria» desperdició tan
estérilmente en una hoja periódica, sin resonancia. Estudia
en ese trabajo lo que en el artista es a veces ensueño,, pero
que alienta y vivifica su obra toda. Para Hen-era hay algo
intraducibie en toda idea, algo inexplicable, que sólo puede
acertar a ver quien lea en la naturaleza. «Lo inexpresivo
no existe», dice «y si existiera, negación sublime, expresaría
la nada, que equivale a e.xpresarlo todo».
El camino para llegar a esa interpretación de lo desco-
nocido se encuentra gracias al sentido evocativo, que es
también el sentido de la selección, sexto sentido. Gracias a
él se llega a lo simple, que
también lo genial, lo impere-
es
cedero, como que es admirable de todo lo vivo;
síntesis
pero, no es lo sencillo lo simple, sino más bien lo complejo
sintetizado. Sencillo es lo fácil que encierra todas las cuali-
dades de lo complejo, sugiriendo las vastas perspectivas de
la creación infinita, sutilizando ideas.
Julio Herrera y Reissig proclamaba el imperio de lo sutil
en su afán metafísico de interrogar en los espíritus y en
pAoinas escogidas 37

las cosas, llegando a la sinteüzación de una fórmula cuando


decía : «El Arte es combinación, indagación, auscultación,
interpretación».
De ahí surje su obra, toda la inmensidad de su labor, com-
plicada en sutilezas de irrealidad y de ensueño, purificada por
un gran esplritualismo que la eleva, dándole alas. Todos sus
poemas tienden a encontrar ese oculto misterio que procla-
ma, haciendo de la palabra toda una fuerza, creadora en
sus efectos.
Herrera y Reissig, con sus teorías, conspiró contra los que
entendían poder romper con todo un pasado que da a la
literatura americana una tradición. Evidentemente, el ame-
ricanismo en arle ha jde ser algo más que una innovación:
ha de ser una continuidad de esfuerzos muy bellos, muy
gloriosos, de los que no se puede renegar impunemente. Y
£isícuando aseguramos que Herrera habría sido con el
tiempo un gran poeta de América, damos a entender que no
lo han sido los demás, cuando en aras de un criollismo
absurdo han querido inmolar todas las bellezas heredadas.
A él se le acusó de «europeísta». No faltó quien le enros-

trara su abandono del ambiente, sin tener en cuenta que,


como ha dicho alguien, «cada uno tiene la patria espiritual
que quiere». La patria espiritual de Herrera fué la Belleza,
toda la belleza esparcida por el vasto mundo, sin prejuicios
lugareños, mezquindades aldeanas.
sin Su entusiasmo lírico
recorrió loscampos más diversos y su flauta de panida sonó
al pié de todos los altares. Más tarde, más adelante, más
lejos, cuando la Belleza pudiera posar en la tierra que era

su patria, él cantaría también a ésta, pero había de ser


lejos, más adelante, cuando en tierras de América los poe-
tas tuvieran derechos y prerrogativas de ciudadanos...

IX

En el corazón de la ciudad vieja, la casa de la calle


Buenos Aires que el poeta había dignificado de los pecados
JULIO HERRERA REISSIQ

de la política, se envolvía en sombras. Todo el Montevideo

colonial, austero y grave, parecía revi\ir en aquella masa,


con sus dos amplias puertas laterales, su reja tradicional en
medio, sus dos de balcones corridos y baran-
pisos altos,
dilla de hierro. El último piso mostraba sus
tres puertas, dos
de ellas con persianas de madera, la central tapiada. Encima
se extendía la azotea, una de esas anchas y hermosas azo-
teas de Montevideo, que en los apacibles crepúsculos, cuando
el sol hunde su disco de oro en el fondo leonado del gran
río distante, se llenan de risas femeninas y hay vuelos de
diálogos a la distancia y señas vagas uniendo corazones.
Crepúsculo de otoño, sombra en los espíritus, inquietud
de la vida. Era de suponer que también en las tardes de
ese otoño el sol encendiera en oro, en rojo, en morado, los
celajes de occidente, antes de caer allá en el confín del
horizonte... Pero, a la azotea otrora resonante de coloquios
a la luz de la luna, cuando el astro amigo delineaba sobre
el fondo de la noche la silueta de una pareja contemplatiya,
no acudía nadie a ver el descenso milagroso del sol. Sobre
la y sobre las almas que la habitaban, había caído la
casa
sombra. Rumores extraños turbaban la quietud del momento
y en los rincones de la vieja* casa parecían enconderse fi-
guras repelentes, evocando
de muerte. visiones
Era el otoño, más en ese momento de gran
triste, más gris,

angustia. Y el Poeta, hundido en su sillón de viejo damasco,


con el gato Orofemes sobre las rodillas que cubría una manta
de seda verde, tal como nos lo representa la borrosa familiar
fotografía, largas horas quedaba en actitud contemplativa,
viendo a través de los vidrios correr las nubes, volar las
hojas, desaparecer los ensueños. De vez en cuando un sobre-
salto: ese corazón... Y era entonces, bajo la influencia del
otoño, cuando el pesimismo llenaba su alma y entreviendo
quién sabe qué traiciones en lo futuro, se volvía a la joven
compañera para decir su queja:
— Ay, Julieta
¡ a mis obras les van a hacer la guerra del
! ¡

silencio, la guerra sorda que siempre me han hecho I

¿Qué se hicieron los días luminosos de y de esperanza?


fe

i qué de aquellas bandadas de ilusiones echadas a volar de


pAqinas escogidas 39

lo alto de la Panoramas, como en vuelos de


Torre de los
conquista sóbrela monotonía del mundo burgués? Los amigos
están distantes, lejos, en el triunfo o en la muerte y él es
el único que se obstina en la santa lucha por Nuestra
Señora la Poesía... Nadie sube ya a la vieja torre... el caserón
de los ensueños se va deshaciendo en la ruina de los días y
el corazón, terrible corazón bien gastado en el ensueño,

tiembla, desfallece, amenaza detenerse, impotente ya para


seguir en la dulce compañía bien hallada...
Los últimos trabajos que le ocupan son los Sonetos de Asia,
en que su fantasía desborda, evocando los lujuriosos encan-
tos de las gemas qué brillan en los cuadros de Gustavo Mo-
rcan. Su último poema, trabajosamente escrito, en inter-
mitencias dolorosas, llevando la mano al pecho que paree©
petrificarse, es la Berceuse blanca, dedicada como en un sus-
piro: <íA tí, Julieta, a tí...»

Adorad a la Virgen en su amable santuario,

junto al lecho en que velan devociones azules;

una forma imprecisa bate el sordo incensario,

y es el humo de encaje, la cortina y los tules.

El poeta lee en la calma de la tarde su último poema. Su


voz es como un sollozo; las rodillas forman un hueco en que
ya no se recoge el manso Orofernes, muerto días antes pre- —
sagio fatal, —
sin que pudiera escribir en su honor el poema
que pensara dedicarle.
Los versos fluyen de sus labios páUdos, dicen las bellezas
de la Amada, son como un nuevo Cantar de Cantares, salo-
mónica exaltación de la suprema fraternidad del corazón leal.
El poeta evoca en sus versos el momento de la separación;
pero, no es él quien muere en el poema, sino ella. Y enton-
ces dice su amor, poderoso amor que va más allá de la tum-
ba y es como un eco de gloria.
40 JULIO HERRERA REISSIO

Duerme, que cuando duermas la eterna y la macabra,


la insensible y la única embriaguez que no alegra,

y sea tu himeneo la esfinge sin palabra,

y el ataúd el tálamo de nuestra boda negra.

Con llantos y suspiros mi alma entre la fosa,

dará calor y vida para tu alma yerta,

y con sus dedos frágiles de marfil y de rosa,


desflorará tus ojos sonámbulos de muerta.

Termina el poema en una gi'an pausa. Un sollozo mal


contenido estalla en sombra. Y el Poeta, extático, inmóvil
la
en su viejo sillón de damasco, mira a ti'avés de los vidrios
cómo pasan las nubes, vuelan las hojas, desaparecen los
ensueños, en esa tarde de otoño, la dulce y amada estación
del año...

***

Es de noche. Se ha hecho en la casa otrora ruidosa la te-

rrible quietud precursora del gran Silencio. Se habla en voz


baja y hay pasos que se deslizan furtivamente enla sombra.

Un viento por la puerta que alguien olvidara


frío entra
cerrar y que golpea pausadamente, como si midiera el tiem-
po. Los ojos brillan extrañamente y los labios se contraen
en doloroso pliegue.
Tarde, el poeta se ha incorporado en el lecho y ha ten-
dido la mirada hacia el viejo piano, fiel amigo de todos
los días.
— Chopin..., ha dicho.
Evocada por blancas manos temblorosas suena en la no-
che el gemir del auna encantada y romántica de Chopin. Es
pAoinas escogidas 41

largo sollozo diluido en música; lento gotear de lágrimas en


la calma de la hora. El espíritu del pobre músico que pasó por
la vida como un torturado, canta sonoramente en la noche
y sus armonías son aliento de vida para el Poeta.
— Schumann..., dice luego.
Y las notas dolorosas del «Carnaval», trágicas como una
gran traición, como una protesta, Es
llenan el ambiente.
todo el drama del vivir que suena en esa partitura macabra,
en la que hay carcajadas haciendo eco a sollozos y gestos
extraños...
El esfuerzo ha sido excesivo. El corazón parece asfixiarse
en el tumulto pasional de la evocación... Todo se precipita...

En la tortura de la tentativa última: inyecciones, inhala-


ciones... ¡Ah, los tanteos de ciego de la ciencia impotente!
El Poeta grita en un momento de calma
'

— ¡Si no fuese católico me pinchaba una vena!


Confusión; tumulto sordo; todo parece precipitarse como
en un gran agujero negro, en el que se distinguen en re-
vuelta mescolanza pasos acelerados, llantos que estallan,
remover inúül de frascos con remedios absurdos, inquie-
tud de alguien que entra y sale.
El Poeta murmura al oído de la Amada:

¡Tú has sido toda mi novela en la vida!
Estas pocas palabras acaban con sus fuerzas... Vuelve
la mano al corazón rebelde que amenaza estallar... que
estalla ya...

... Después un gran silencio, largo, profundo, intermina-


ble... Y al rato un grito desgarrador... Y en el cielo pálido
y fino (de esa madrugada de otoño, una estuella que surje, pura,
luminosa, como lavada en lágrimas,,.

Juan Mas y Pí

i8 Marzo, 1914. •
LOS PEREGRINOS DE PIEDRA
(TOMO I DE LAS OBRAS COMPLETAS)
PÁGINAS ESCOOroAS 45

Los éxtasis de la montaña


Eglogánimas

El despertar

Alisia y Cloris abren de par en par la puerta

y torpes, con el dorso de la mano haragana,

restréganse los húmedos ojos de lumbre incierta,

por donde huyen los últimos sueños de la mañana...

La inocencia del día se lava en la fontana,

el arado en el surco vagaroso despierta

y en torno de la casa rectoral, la sotana

del cura se pasea gravemente en la huerta...

Todo suspira y ríe. La placidez remota


de la montaña sueña celestiales rutinas.

El esquilón repite siempre su misma nota

de grillo de las candidas églogas matutinas.

Y hacia la aurora sesgan agudas golondrinas,

como flechas perdidas de la noche en derrota.


46 JULIO HERRERA REISSIO

El almuerzo

Llovió... Trisca a lo lejos un sol convaleciente,

haciendo enti-e las piedras brotar una alimaña,

y al son de los compactos resuellos del torrente,

con áspera sonrisa palpita la campaña...

Rumia en el pAcipicio una cabra p3ndiente;

una ternera rubia baila entre la maraña,


y el cielo campesino contempla ingenuamente
la arruga pensativa que tiene la montaña.

Sobre el tronco enastado de un abeto de nieve,

ha rato que se aman Damócaris y Hebe;


uno, con su cayado, reanima las pavesas,

oü"o distrae el ocio con pláticas sencillas...

Y de la misma hortera comen higos y fresas,

manjares que la Dicha sazona en sus rodillas.


pAgínas escogidas 47

El alba

Humean en la vieja cocina hospitalaria

los rústícos candiles... Madrugadora leña


infunde una sabrosa fragancia lugareña;
y el desayuno mima la vocación agraria...

Rebota en los collados la grita rutinaria

del boyero que a ralos deja la yunla y sueña...


Filis prepara el huso. Tetis, mientras ordeña,

ofrece a Dios la leche blanca de su plegaria.

Acongojando el valle con sus beatos nocturnos,

salen de los establos, lentos y taciturnos,

los ganados. La joven brisa se despereza...

Y como una pastora, en piadoso desvelo,

con sus ojos de bruma, de una dulce pereza,


el Alba mira en éxtasi^ las esti'eüas del cielo.
48 JULIO HERRERA REISSIQ

La vuelta de los campos

La tarde paga en oro divino las faenas...

Se ven limpias mujeres vestidas de percales,

trenzando sus cabellos con tilos y azucenas


o haciendo sus labores de aguja, en los umbrales.

Zapatos claveteados y báculos y chales...

Dos mozas con sus cántaros se deslizan apenas.

Huye el vuelo sonámbulo de las horas serenas.

Un suspiro de Arcadia peina los matorrales...

Cae un silencio austero... Del charco que se nimba


estalla una gangosa balada de marimba.
Los lagos se amortiguan con espectrales lampos,

las cumbres, ya quiméricas, corónanse de rosas...

Y humean a lo lejos las rutas polvorosas

por donde los labriegos regresan de los campos.


PÁGINAS ESCOGIDAS 49

La huerta

Por la leja inclinada de las rosas techumbres

descienden en silencio las horas... El bochorno

sahuma con bucólicas fragancias el contomo


ufano como nunca de vistosas legumbres.

Hécuba diligente da en reparar las lumbres...

Llegan por el camino cánticos de retomo.


Iris, que no ve casi, abandona su tomo,
y suspira a la tarde, libre de pesadumbres.

Obscurece. Una mística Majestad unge el dedo


pensativo en los labios de la noche sin miedo...
No llega un solo eco, de lo que al mundo asombra,

a la almohada de rosas en que sueña la huerta.,.

Y en la sana vivienda se adivina la sombra


de un orgullo que gruñe como un perro a la puerta.
50 JULIO HERRERA REISSIQ

Clarobscuro

En el dintel del cielo llamó por fin la esquila.

Tumban las carrasqueñas voces de los arrieros

que el eco multiplica por cien riscos y oteros,

donde laten bandadas de pañuelos en fila.,.

El humo de las chozas sube en el aii-e lila;

las vacas maternales ganan por los senderos;

y al hombro sus alforjas, leñadores austeros,

tornan su gesto opaco a la tarde tranquila.,.

Cerca del Cementerio —más allá de las granjas,

el crepúsculo ha puesto largos toques naranjas.

Almizclan una abuela psz de las Escrituras

los vahos que trascienden a vacunos y cerdos.

Y palomas violetas salen como recuerdos


de las viejas paredes arrugadas y obscuras.
pAoinas escogidas 51

La Iglesia

En un beato silendo el recinto vegeta.

Las vírgenes de cera duermen en su decoro


de terciopelo lívido y de esmalte incoloro;

y San Gabriel se hastía de soplar la trompeta...

Sedienta, abre su boca de mánnol la pileta.

Una vieja estornuda desde el altar al coro...

Y una legión de átomos sube un camino de oro


aéreo, que una escala de Jacob interpreta.

Inicia sus labores el alma reverente:


para saber si anda de buenas San Vicente
con tímidos arrobos repica la alcancía...

Acá y allá maniobra después con un plumero,


mientras, por una puerta que da a la sacristía,

irrumpe la gloriosa turba del gallinero.


52 JULIO HERRERA REISSIO

El cura

Es el cura... Lo han visto las crestas silenciarias,

luchando de rodillas con todos los reveses,

salvar en pleno invierno los riesgos montañeses


o trasponer de noche las rutas solitarias.

De su mano propicia, que hace crecer las mieses,

saltan como sortijas gracias involuntarias;

y en su asno taumaturgo de indulgencias plenarias,


hasta el umbral del cielo lleva a sus feligreses...

El pasa del hisopo al zueco y la guadaña;


él ordeña la pródiga ubre de su montaña

para encender con oros el pobre altar de pino;

de sus sermones fluyen suspiros de albahaca:


el único pecado que tiene es un sobrino...

Y su piedad humilde lame como una vaca.


pAoinas escogidas 53

La llavera

Viste el hábito rancio y habla ronco en voz densa;

sigue un perro la angustia de su sombra benigna;


mascullando sus votos, reverente, consigna
un espectro achacoso de rutina suspensa...

Al repique doméstico de sus llaves, se piensa

en las brujas de Rembrandt... Sin embargo es tan digna


que Luzbel la chamusca, por lo cual se persigna

y con aguas benditas neutraliza la ofensa...

Ella sabe la historia de los Santos Patrones,

de Syllabus, d© ritos y de Kirieleysones...

Ella sufre nostalgias sordas del Santo Oficio.

En la gloria del Padre será libre de expurgo.


Y se tiene por cierto que en la Noche del Juicio

dará fe de los buenos parroquianos del burgo...


54 JULIO HERRERA REISSIO

La noche

La noche en la montaña mira con ojos viudos

de cierva sin amparo que vela ante su cría;

y como si asumieran un don de profecía,


en un sueño inspirado hablan los campos rudos.

Rayan el panorama, como espectros agudos,


tres álamos en éxtasis... Un gallo desvaría,

reloj de media noche. La grave luna amplía


las cosas, que se llenan de encantamientos mudos.

El lago azul de sueño, que ni una sombra empaña,


es como la conciencia pura de la montaña...

A ras del agua tersa, que riza con su aliento,

Albino, el pastor loco, quiere besar la luna.

En la huerta sonámbula vibra un canto do cuna...

Aullan a los diablos los perros del convento.


PÁGINAS ESCOGIDAS 55

La flauta

Tirita entre algodones húmedos la arboleda...

La cumbre está en un blanco éxtasis idealista;

y en brutos sobresaltos, como ante una imprevista


emboscada, el torrente relinchando rueda.

Todo es grave... En las cañas sopla el viento flautista.

Aías súbito, rompiendo la invernal humareda,


el sol, tras de los montes, abre un telón de seda,

y ríe la mañana de mirada amatista.

Cien iluminaciones, en fluidos estambres,


perlan de rama en rama, lloran de los alambres...

Descuidando el rebaño, junto al cauce parlero,

Upilio se confía dulcemente a su flauta,

sin saber que de amores, tras un álamo, incauta,

contemplándole Fíhda muere como un cordero.


56 JULIO HERRERA REISSIQ

Las madres

Verde luz y heliotropo en los amplios confines...

El cielo, paso a paso, deviénese incoloro;


en la fuente decrépita iza un iris canoro

la escultura musgosa de los cuatro delfines.

Suena, de roca en roca, sus candidos trintrines

la vagabunda esquila del rebaño, y en oro,

ante Dios que retumba en la tarde, urna de oro,


los charcos panteístas entonan sus mallines,

Y a grave paso acuden, por los senderos todos,

gentes que rememoran los antiguos éxodos:


mujeres matronales de perfiles obscuros,

cuyas carnes a trébol y a tomillo trascienden,


ostentando el plefórico seno de donde penden

sonrosados infantes, como frutos maduros.


PÁGINAS ESCOGIDAS 57

El domingo

Te anuncia un ecuménico amasijo do hogaza,


que el instinto del gato incuba antes que el horno.

La grey que se empavesa de sacrilego adorno,


te sustancia en un módico pavo real de zaraza...

Un rezongo de abejas beatifica y solaza

tu sopor, que no turban ni la rueca ni el torno...

Tú irritas a los sapos líricos del contorno;

y plebeyo te insulta doble sol en la plaza...

I
Oh domingo 1 La infancia de espíritu te sueña,

y el pobre mendicante que es el que más te ordeña...

Tu genio bueno a todos cura de los ayunos,

la Misa te prestigia con insignes vocablos,

y te bendice el beato rumiar de los vacunos

que sueñan en el tímido Bethlem da los establos!...


58 JULIO HERRERA REISSIQ

La granja

Monjas blancas y lilas de su largo convento,


las palomas ofician vísperas en concilio^

y ante el Sol que, custodia regia, bruñe el idilio,

arrullan al milagro vivo del Sacramento...

Una vil pesadumbre, solemne en su aspaviento


suntuoso, ubica el pavo: Gran Sultán en exilio...

El disco de los cisnes sueña Renacimiento,


mármoles y serenos éxtasis de Virgilio.

Con pulida elegancia do Tenorio en desplante,

un Aramís erótico, fanfarrón y galante,

el gallo erige... ¡Oh huerto de la dicha sin fiebre!

No faltan más que el agua bendita y el hisopo,

para mugir las candidas consejas del pesebre

y cacarear en ronda las fábulas de Esopo.


í>Aqinas escogidas 59

Otoño

La druídica pompa de la selva se cubre

de una gótica herrumbre de silencio y estragos;


y Cibeles esquiva su balsámica ubre,

con un hilo de lágrimas en los párpados vagos...

Sus cabellos de místico azafrán llora Octubre


en los lívidos ojos de muaré de los lagos,

las cigüeñas exodan. Y los buhos aciagos


ululuan la mofa de un presagio insalubre...

Tras de la cabalgata de metal, las traillas

ladran a las casacas rojas y a las hebillas...

El cuerno muge. Todo ríe de austera corte.

El abuelo Silencio tiémulo se solaza...

Y zumba la leyenda ecuestre de la caza,

en medio de un hierático crepúsculo del Norte.


60 JULIO HERRERA REISSIO

El monasterio

A una menesterosa disciplina sujeto,

él no es nadie, él no luce, él no vive, él no medra.


Descalzo en dura arcilla, con el sayal escueto,

la cintura humülada por borlones de hiedra,..

Abatido en sus muros de rigor y respeto,


ni . el alud, ni la peste, sólo el Diablo le arredra

y como un perro huraño, él muerde su secreto,

debajo su capucha centenaria d© piedra.

Entre sus claustros húmedos, se inmola día y noche


por ese mundo ingrato que le asesta un reproche...

Inmóvil ermitaño sin gesto y sin palabras,

en su cabeza anidan cuervos y golondrinas,


le arrancan el cabello de musgo algunas cabras

y misericordiosas le cubren las glicinas.


LA TORRE DE LAS ESFINGES
pAoinas escogidas 63

La torre de lag esfinges

Psicologación Morbo- Panteísta

Tertulia lunática

VESPERAS
Jam sol recedit igneus...

En túmulo de oro vago,


cataléptico fakir,

se dio el tramonto a dormir


la unción de un Nii'vana vago..
Objetívase un aciago
suplicio de pensamiento,
y como un remordimiento
pulula el sordo rumor
de algún pulverizador
de músicas de tormento.

El cielo abre un gesto verdC,

y ríe el desequilibrio

de un sátiro de ludibrio
eníermo de absintio verde,..
64 JULIO HERRERA REISSIO

En hipótesis se pierde
el horizonte errabundo,
y el campo meditabundo
de informe turbión se puebla,
como que todo es tiniebla

en la conciencia del Mundo.

Ya las luciérnagas —brujas


del joyel de Salambó
guiñan la «marche aux flambeaux»
de un aquelarre de brujas...

Da nostalgias de Cartufas
el ciprés de terciopelo,

y vuelan de tu pañuelo,
en fragantes confidencias,
interjecciones de ausencias
y ojeras de ritornelo.

Todo es postumo y abstracto


y se intiman de monólogos
los espíritus ideólogos
del Incognoscible Abstracto...

Arde el bosque estupefacto

en un éxtasis de luto,
y se electriza el hirsuto
laberinto del proscenio
con el fósforo del genio
lóbrego de lo Absoluto.

Todo suscita el cansancio


de algún país psicofíslco
en el polo metafísico

de silencio y de cansancio...
Un vaho de tiempo rancio
PÁGINAS ESCOGIDAS 65

historia la unción plenaria,


y cunde, ante la arbitraria

lógica de la extensión,
la materialización
del ánima planetaria.

Del insonoro interior

de mis obscuros naufragios.


Zumba, viva de presagios,
la Babilonia interior...
Un pitagorizador
horoscopa de ultra-noche,
mientras, en auto reproche
de contriciones estáticas,

rondan las momias hierálicas

del Escorial de la Noche.

Fuegos fatuos de exorcismo


mi doble vista,
ilusti'an

como un malabarista
rutilación de exorcismo...
Lo Sub-Con5ciente del mismo
gran Todo, me escalofría;

y en la multitud sombría
de la gran tiniebla afónica
fermenta una cosmogónica
trompeta de profeiía.

Tal en un rapto de nieve


se aguza la ennita gótica,

y arriba la aguja hipnótica


enhebra estrellas de nieve...

El bosque en la sombra mueva


C6 JULIO HERRERA REISSIO

fantásticos descalabros,

y en los enebros macabros


blande su caila un pastor,

como un lego apagador

de tétiicos candelabros.

Duerme, la oreja en acecho,


como un lobo montaraz
el silencio suspicaz
del precipicio en acecho...

Frunce el erial su despecho,


mienü'as disuelve y rehusa
el borbollón de la esclusa

monólogos de esquimal,
en gárgaras de cristal

y euforias de cornamusa.

Alarba en ristre, el sonámbulo


molino metaforiza
un Don Quijote en la liza,

encabalgado y sonámbulo...
Tortura el humo un funámbulo
Guiñol de Kaleidoscopio,
y hacia la noche de opio
abren los pozos de Ciencia
el ojo de una conciencia
profunda de espectroscopio.

Sobre la torre, enigmático


el buho de ojos de azufre,

su canto insalubre sufre


como un muczín enigmático...

Ante el augurio lunático,

capciosa, espectral, desnuda.


pAqinas escogidas 67

aterciopelada y muda,
desciende en su lela inerte,

como una araña de muerte,


la inmensa noche do Budha.

->'
68 JULIO HERRERA REISSIQ

AVERNUS

Tú que has enti-ado en mi imperio


como feroz dentellada,
demonia tornasolada
con romas gandas de imperio.
Infiérname en el cauterio

voraz de tus ojos vagos,

y en tus senos que son lagos


de ágata en cuyos sigilos

vigilan los cocodrilos


reprobos de tus halagos

Consubstanciados en fiebre,

amo, en supremas neurosis,

vivir las metempsicosis


vesánicas de tu fiebre...

Haz que entre rayos celebre


su aparición Belcebú,
y tus besos de cauchú
me sirvan sus maravillas,

al modo que las pastillas

del Hada Pari-Banú I


PÁGINAS ESCOGIDAS 69

Lapona Esfinge: En tus grises

pupilas de opio, evidencio


la Catedral del Silencio

de mis neurastenias grises...

embalsamados países
de ópalo y de ventiscos,
bruma el esplín de sus discos,
en cuyos glaciales bancos
adoran dos osos blancos
a los Menguantes ariscos.

En el Edén de la inquieta
ciencia del Bien y del Mal,
mordí en tu beso el fatal

manzano de carne inquieta...

Tu cal)ellera %'iolela

denuncia su fronda inerte,

mi brazo es el dragón fuerte


y los frutos delictuosos

tus inauditos y briosos


senos que me dan la muerte!

Carnívora paradoja,
funambulesca Danaida,
esfinge de mi Tebaida
maldita de paradoja...
Tu miseria es de una roja
fascinación de impostura,
y arde el cubil de tu impura
y artera risa de clínica,

como un incesto en la cínica

máscara de la Locura!...
70 JULIO HKRRFiRA REISSIO

Et noctem quietam concedet Dominus.

III

Canta la noche salvaje


sus ventriloquias de Congo,
en un gangoso diptongo
de guturación salvaje...

La luna muda su viaje

de astrólogo girasol,

y olímpico caracol,

proverbial de los oráculos,


hunde en el mar sus tentáculos,
hipnotizado de Sol.

Sueña Rodembacli su ambigua


quimera azul, en la bruma;
y el gris surtidor empluma
su frivolidad ambigua...
Allá en la mansión antigua
la noble anciana de leda
cara de esmalto, remeda
—bajo su ci-espo algodón
el copo de una ilusión
envuelto en papel de seda.
PÁGINAS ESCOGIDAS 71

En la absüacción de un esp Jo
introspectivo me copio
y me reiLero en mí propio
como en un cóncavo espejo...
La sierra nubla un perplejo
rictus de toraicnla mómica,
y en su gran página atómica
finge el ciclo de estupor
el imnenso borrador
de una música astronómica.

Con insomnios de neuralgia


bosteza el reloj : la una
y el parque alemán de luna
sufre una blanca neuralgia...

Ronca el pino su nostalgia


con latines de arcipi^este;

y es el molino una agreste


libélula embalsamada,
en un alfiler picada
a la vitrina celeste.

Un leit-motiv de ultratumba
desarticula el pantano,
como un organillo insano
de un carrousel de ultratumba...
El Infinito derrumba
su interrogación huraña,
y se suicida, en la extraña
vía láctea, el meteoro,
como un carbunclo de oro
en una tela de araña.
72 JULIO HERRERA REISSIO

Officium tenebrarum

IV

Tal como en una capilla

ardiente de hipei-eslesia,

enü-e grillos de anestesia,


tiembla la noche en capilla...

Un galo negro a la orilla


del cenador de bambú,
telegraíía una eu
a Orion que le signa un guiño,
y al fín estrangula un niño
improntu hereje en miau!

La luna de plafón chino


prestidigita en su riesgo,

la tesla truncada en sesgo,


de algún Cuasimodo chino...

Sangra un puñal asesino


en la encrucijada obtusa;

y cual Tornera Reclusa,


abre —entre sordos cuidados
las puertas, con solapados
llaveros agrios, la Intrusa 1
PÁGINAS ESCOGIDAS 73

Su hisopo sacramental
vierte en el lago amatista,

el sauce, como un Bautista


en gesto sacramental...
Diverge un fauno in\'ernal

el símbolo de sus cxiernos,

y con sulfures internos


riela el charco de disturbio,
como un tragaluz del tui'bio
sótano de los Avernos I

En el Coro de la Noche
cárdena del otro mundo,
retumban su «De Profundo»
los monjes de media noche...
Desde el pulpito, un fantoche

cruje un responso malsano,


y se adelanta un Hermano,

y en cavernosas secuencias,
le rinde tres reverencias
con la cabeza en la mano.

Eriza la insidia sorda


del bituminoso piélago,

Caronte, con el murciélago


de su barca — vela sorda...

En las riberas aborda,


el desgreñado turbión,
y como la interjección
de un rayo sobre la Nada,
se raja la carcajada
estridente de Plutón!...
74 JULIO HERRARA RKISSIO

Numen

Mefistófela divina,

miasma de fulguración,
aromática infección
de una fístula divina...

Fedra, Molocha, Caína,


Cómo tu filtro me supo!
A ti — ¡Santo Dios I— te cupo
ser astro de mi desdoro:
Yo te abomino y te adoro
y de rodillas te escupo 1

Acude a mi desN^entura

con tu electrosis de te,

en la luna de Aslarté
que auspicia tu desventura...

Vértigo de ensambladura
y amapola de Sadismo:
yo sumaré a tu guarismo
unitario de Gusana,
la equis de mi Nirvana
y el cero de mi ostracismo I
PÁGINAS ESCOGIDAS 75

Carie sórdida y uremia


felina de blando arrimo,
intoxícame en tu mimo
entre dulzuras do uremia...
Blande tu invicta blasfemia
que es una garra pulida,

y sórbeme por la herida


sediciosa del pecado,
como un pulpo delicado,

«i muerte a muerte y vida a vida !»

Clávame en tus fulgurantes

y fieros ojos de elipsis,

y bruña el Apocalipsis
sus músicas fulgurantes...

¡Nunca I ¡Jamás I ¡Siempre! y i Antes 1

Ven, antropófaga y diestra,

escorpiona y Cliytemnestra I

Pasa sobre mis arrobos,


como un huracán de lobos
en una noclie siniestra!

¡Yo te excomulgo, Ananké!


Tu sombra de Melisendra
irrita la escolopcndi-a
sinuosa de mi ananké...
Ei-es hidra en Salomé,
en Brenda panteón de bruma,
tempestad blanca en Satzuma,
en Semíramis carcoma,
danza de vienti^e en Sodoma

y páramo en Olalumal
76 JULIO HERRERA REISSIO

Por tu amable y circunspecta


perfidia y tu desparpajo,
hiela mi cuello en. el tajo

de tu traición circunspecta...

Y juro, por la selecta

ciencia de tus artimañas,


que irá con risas hurañas
hacia tu esplín cuando muera,
mi galante calavera
a morderte las entrañas I...

1909.
LOS PARQUES ABANDONADOS
PÁGINAS ESCOGIDAS 79

Lofe parques abandonados


Eufocordias

El banco del suplicio

... et puis je suis parti, pleurant comme un enfant!


Musset

A punto de dormirte bajo el ledo

suspiro del arcángel que te guía,

hirióme el corazón tu analogía

con una ingrata que olvidar no puedo.

Reclinada en el banco dol viñedo,

junto al tilo de exánime apatía,

al iluso terror de que eras mía

me arrodillé con tembloroso miedo.

Partido por antiguo sufrimiento.


Sobre tu frente agonicé un momento...
Y cuando el sueño te aquietó en el blando

tu irreal de los deliquios suyos,

uniéronse mis labios a los tuyos,

y como un niño me alejé llorando I


80 JULIO HERRERA -RE133IQ

La estrella del destino

La tumba, que ensañóse con mi suerte,

me vio acercar a vacilante paso,

como un ebrio de horrores, que al acaso

gustase la ilusión de substraerte.

En una larga extenuación inerte,

pude medir la infinidad del caso,

mientras que se pintaba en el ocaso

la dulce primavera de tu muerte,

la estrella que amparónos tantas veces,

y que arrojara, en medio de las preces,

un puñado de luz en tus despojos,

hablóme al alma, saboreando llanto:

«¡Oh hermano, cuánta vida en esos ojos

que se apagaron de alumbrarnos tanto!»


PÁGINAS ESCOGIDAS 81

El camino de las lágrimas

Citándonos, después de obscura ausencia

tu alma se derretía en largo lloro,

a causa de quién sabe qué tesoro


perdido para siempre en tu existencia.

Junto a los surtidores, la presencia

semi-dormida de la tarde de oro,

decíate lo mucho que te adoro

y cómo era de sorda mi dolencia.

Pesando nuestra angustia y tu reproche,

toda mi alma se pobló de noche..,

Y al estrecharle murmurando aquellas

remembranzas de dicha a que me amparo,


hallé un sendero matinal de estrellas,

en tu falda ilusión de rosa claro.


82 JULIO HERRERA REISSIO

La gota amarga

Soñaban con la Escocia de tus ojos,

verdes, los graneles lagos amarillos;

y engarzó un nimbo de esplendores rojos


la sangre de la tarde en tus anillos.

En la bn)Iica paz de los rasti'ojos

gorjearon los ingenuos caramillos,

un cántico de arpegios tan sencillos

que hablaban de romeros y de hinojos.

¡Y dimos en sufrir! Anle aquel canto

crepuscular, escintiló tu llanto...

Viendo nacer una ilusión remota,

callaron nuestras almas hasta el fondo...

Y como un cáliz angustioso y hondo


mi beso recogió la última gota.
pAoinas escogidas 83

La sombra dolorosa

Gemían los rebaños. Los caminos


llenábanse de lúgubres cortejos

una congoja de holocaiislos viejos

ahogaba los silencios campesinos.

Bajo el mislerio de los velos finos,

evocabas los símbolos perplejos,

hiera tica, perdiéndote a lo lejos

con tus húmedos ojos mortecinos.

Mientras unidos por un mal hermano,

me hablaban con suprema confidencia


los mudos apretones de tu mano,

manchó la soñadora transparencia


de la tarde infinita el tren lejano,

aullando de dolor hacia la ausencia.


84 JULIO HERRERA REÍSSIO

La reconciliación

Alucinando los silencios míos,

al asombro de un cielo de extráñela,


la flébil devoción de tu cabeza

aletargó los últimos desvíos.

Con violetas antiguas, los tardíos

perdones de tus ojos mi aspaneza


mitigaron. Y entonces la tristeza

se alegró como un llanto de rocíos.

Una profética eíluxión de miedos,

entre el menudo aprisco de tus dedos,

como un David, el piano interpretaba.

En tanto, desde el místico occidente,

la media luna, al ver que te besaba,

entró al jardín y se durmió en tu frente.


PAGINAS ESCOGIDAS

Decoración heráldica

Señora de mis pobres homenajes,


Débote amar aunque me ultrajes.
GÓNGORA

Soñé que te encontrabas junto al muro


glacial donde termina la existencia^

paseando tu magnífica opulencia

de doloroso terciopelo obscuro.

Tu pie, decoro de] marfil más puro,


hería, con satánica inclemencia,
las pobres almas, llenas de paciencia,
que aun se brindaban a tu amor perjuro.

IMi dulce amor que sigue sin sosiego,

igual que un triste corderito ciego,

la huella perfumada de tu sombra,

buscó el suplicio de tu regio yugo,

y bajo el raso de tu pie verdugo

puse mi esclavo corazón de alfombra.


86 JULIO HERRERA REISSIG

La novicia

Surgiste, emperatriz de los altares,

esposa de tu dulce Nazareno,

con tu atavío vaporoso, lleno


de piedras, brazaletes y collares.

Celoso de tus júbilos albares,

el ataúd te recogió en su seno,

y hubo en tu místico perfil un pleno


desmayo de crepúsculos lunares.

Al contemplar tu cabellera muerta,

avivóse en tu espíritu una incierta

huella de amor. Y mientras que los bronces

se alegraban, brotaron tus pupilas

Ingrimas que ignoraran hasta entonces


la senda en flor de tus ojeras lilas.

1900.
PAGINAS ESCOGIDAS 87

Consagración

Surgió tu blanca majcslad de raso,

toda sueño y fulgor, en la espresura;

y era en vez de mi mano —atenta al caso —

mi alma quien oprimía tu cintura...

De procaces sulfates, una impura


fragancia conspiraba a nuestro paso,

en tanto, que propicio a tu aventura,

llenóse de amapolas el ocaso.

Pálida de inquietud y casto asombro,

tu frente declinó sobixí mi hombro...


uniéndote a tu ser, con suave impulso,

al fin de mi especioso simulacro,


de un largo beso le apuré convulso,
hasta las heces, como un vino sacro!
S8 JULIO HERRERA REISSIQ

El enojo

Todo fué así: Sahumábase de lilas

y de helioti'opo el viento en tu ventana;

la noche sonreía a tus pupilas,


como si fuera su mejor hermana...

Mi labio trémulo y tu rostro gi'ana

tomaban apariencias intranquilas,

fingiendo, tú, mirar por la persiana,

y yo, soñar al son de las esquilas.

¡Vibró el chasquido de un adiós violento!..

Cimbraste a modo de una espada al viento;

y al punto en que iba a desflorar mi tema,

gallardamente, en ritmo soberano,


desenvainada de su guante crema,
como una daga, me afrentó tu mano.
PAGINAS ESCOGIDAS 89

La última carta

Con la quietud de un síncope furtivo,

desangróse la tarde en la vertiente,

cual si la hiriera repentinamente


un aneurisma determinativo...

Hurló en el bosque un pájaro cautivo


de la fascinación de una serpietiíe;

y una cabra enigmática, en la fuente,

describió como un signo negativo.

En su vuelo espectral de alas hurañas,

la noche se acordó de tus pestañas...

Y en tanto que atiplaban mi vahído

las gracias de un billete perfumado,


ofició la veleta del tejado

el áspero responso de tu olvido!


90 JULIO HERRERA REISSIQ

CI sauce

A milad de mi fausto galanteo,


su paraguas de sedas cautelosas

la noche desplegó, y un lagrimeo


de estrellas, hizo hablar todas las cosas..

Erraban las Walkirias vaporosas

de la bruma, y en cósmico mareo


parecían bajar las nebulosas

al cercano redil del pastoreo...

En un abrazo de postrero arranque,


caímos en el ángulo del bote...

Y luego que llorando antie el estanque

lu invicta castidad se arrepentía,

el sauce, como un viejo sacerdote,

gravemente inclluado nos unial...


pAqinas escooidas 91

La fuga

Temblábamos al par... En el austero

desorden que realzaba tu hermosura,


acentuó tu peinado su negrura
inquietante de pájaro agorero...

Nadie en tus ojos vio el enigma, empero,

calló hasta el mar en su presencia obscura 1

Inaccesible y ebria de aventura,

entre mis brazos te besó el lucero.

Apenas subrayó el esquife vago

su escuálida silueta sobre el lago,

te sublimaron trágicos som'ojos...

Sacramentó dos lágrimas postreras


mi beso al consagrar sobre tus ojos.

I Y se durmió la tarde en tus ojeras!...


92 JULIO HERRERA REISSIQ

Expiación

Errando en la heredad yerma y desnuda,


donde añoramos horas tan distintas,

bajo el ciprés, nos remordió una aguda


crisis de cosas para siempre extintas...

Vistió la tarde soñadoras tintas,

a modo de romántica viuda;

y al grito de un piano entm las quintas,

rompimos a llorar, ebrios de duda!

Llorábamos los íntimos y aciagos


muertos, que han sido nuestros sueños vagos.

Por fin, a trueque de glacial reproche,

sembramos de Uusión aquel retiro;

¡y graves, con el último suspiro,

salimos de la noclie, hacia la noche!...


pAqinas escogidas 93

Sepelio

Mirándote en lectura sugerente,

llegué al epflogo de mis quimeras;

tus ojos de palomas mensajeras


volvían de los astros, duloemente...

Tenía que decirte las postreras

palabras, y callé espantosanienle;

tenía que llorar mis pi-imaveras,

y sonreía, feroz... indiferente...

La luna, que también calla su pena,

me comprendió como una hermana buena...


Ni una inquietud, ni un ademán, ni un modo;

¡un beso helado... una palabra helada.


Un beso, una palabra, eso fué todo:
Todo pasó sin que pasase nadal,,.
94 JULIO HERRERA REISSIO

Amor sádico

Ya no te amaba, sin dejar por eso


de amar la sombra de tu amor distante.

Ya no te amaba, y me turbé, no obstante,

de la repulsa nos unió un iostante...

Agrio placer y bárbaro embeleso

crispó mi faz, me demudó el semblante.


Ya no te amab'a, y me turbé, no obstante,
como una virgen en un bosque espeso.

Y ya perdida para siempre, al verte

anochecer en el eterno luto,

—mudo el amor, el corazón inerte,

¡huraño, atroz, inexorable, hirsuto...

Jamás viví como en aquella muerte,

nunca te amé como en acjiíel minuto I


pAofnas escogidas 93

Color de sueño

Anoche vino a mí, de lerciopelo,

sangraba fuego de su herida abierta;

era su palidez de pobre muerta,

y sus náufragos ojos sin consuelo...

Sobre su mustia frente descubierta,

languidecía un fúnebi-e asfódelo.

Y un perro aullaba, en la amplitud de; hielo,

al doble cuerno de una luna incierta...

Yacía el índice en su labio, fijo

como por gracia de hechicero encanto,

y luego {fue, movido por su llanto,

quién era, al fin, la interrogué, —me dijo:

— Ya ni siquiera me conoces, hijo,

jsi soy tu alma que ha sufrido tanto!...


LAS CAMPANAS SOLARIEGAS

w
PAGINAS ESCOGIDAS 99

Lats campanas solariegas


La muerte del pastor

BALADA ECLÓGICA

Infelix o setnper, oves, pecus.


Virgilio

Se lo dijo a la fontana
el llanto de una aldeana,
ya el carrizal no lo duda,
que oyó gemir al Poeta.

Todo, todo, lo trasuda:


El sauce y la mejorana...
Es bien cierto: ¡Pobre nieta!...

Lo cuenta en su lengua ruda


la Soledad rusticana;
lo deplora la campana
desde la Ermita desnuda,
la zampona que está muda,
la flauta y la pandereta,

y hasta el cielo que interpreta


una gran tristeza humana...
100 JULIO HERRERA REISSIQ

¡Pobre nieta!...

¡Pobre abuelo I...

Hay un gran beso de duelo


en la quietud del ambiente.
Murió el pastor: ¡quién lo duda I

Desde la Ermita hasta el Huerto,


la montaña lentamenle
se está vistiendo de viudal...

¡Es cierto, es cierto I

Ya todos saben que ha muerto


el mozo de la carreta...

Por el camino violeta

su corazón va llorando
como un cordero inexperto:
¡Armando I ¡Armando!...

El alma de las montañas,


de sugestiones tranquilas,

mira, con penas hurañas,


aquellas claras pupilas
que en el camino violeta

lloran con lágrimas lilas...

Muda está la pandereta,


mudas están las esquilas,

ya nadie emboca las cañas^


desde que Armando está ausente,

en tanto que las montañas


miran pasar lentamente
aquellas vagas pupilas
que, tarde a tarde, intranquilas
van a llorar a la fuente...
PÁGINAS ESCOGIDAS 101

¡Cuánto tarda la carreta!

¡Armando Armando I j

Van sus ojos escrutando


por el camino violeta...

Por el camino violeta

va la pastora llorando,
sin rumbo, no tiene mando
su voluntad incompleta...
— ¿Llora acaso por Armando,
el mozo de la carreta?
¿Adonde van sus pupilas?

Por el camino violeta

va la pastora dejando
su alma en lágrimas lilas.

¡Armando! ¡Annando!...

¿Murió su pastor? ¿Es cierto?


Ella interroga a la vieja

choza y al campo desierto,

a la distancia bermeja
y hasta al porfiado pedrisco...
A la relama, al lentisco,

a la vaguedad perpleja
del horizonte incierto,
al palomar, al aprisco,

al buey y al cardal arisco,


al asno, a la comadreja,
a la congoja del Huerto,
al buho rapaz que bisco,

un mito burlón semeja...

Y todo le grita: ¡ha muerto 1...


102 JULIO HERRERA REISSIO

¡Armando! ¡Armando!...
Su corazón va llorando
como un cordero inexperto.

II

Cruza Junto al Adivino,


junto al Sabio y al Poeta,
no se fija en el pollino

del anciano Anacoreta,


y atra%iesa la meseta,
bajo el misterio opalino
de aquella tarde secreta...

— ¿Adonde va? ¿Qué la inquieta?


Ya la perdieron de vista
las cabanas lugareñas,
el pañuelo de batista
que de lejos le hizo señas,
el sonámbulo molino
y hasta el estanque amatista
donde termina el camino...
Va sin rumbo, soñadora
por el camino violeta,

la pastora...

¿Por qué llora?


¿Desde cuándo?
¿Adonde va? ¿Qué la inquieta?
Hoy se larda más que nunca la carreta

¡Armando! ¡Armando!...
PÁGINAS ESCOGIDAS 103

El aire es de terciopelo...

Por el camino violeta,

cual a través de una grieta,

se ve Cómo piensa el cielo.

En el umbral el abuelo
está esperando a su nieta,

tiene en la mano un pañuelo


y en los ojos el consuelo
de una lágrima secreta...

Desde que partió la nieta,

llora menudo el
a abuelo,

y por un ceño de hielo

se encuentra lay Dios! obsedido.


El ha ce j*^ con su pañuelo,
señas al Sabio, al Poeta,
a la inválida carreta

de andar penoso y dolido,


a la corneja, al mochuelo
y al misterioso cometa
que, hace noches, desde el cielo

le está diciendo: ¿Y tu nieta?


¡Mal año tienes, abuelo I...

No es esa, no, la carreta


que tú esperabas, ni el vuelo
de aquellas cornejas grises

te traerá de los países

tenebrosos a tu nieta...

¡Pobre abuelo! ¡Pobre nieta!...

Ya no verás la can-ela

por el atajo vecino,

ya no oirás la pandereta,
ni comerás del tocino
10-1 JULIO HERRERA. REISSIO

que te brindara tu nieta...

Ya ni el Sabio, ni el Poeta
podrán darte algún consuelo,
ya no tendrás otro abrigo
que la lámpara del cielo,

ni tendrás más fiel amigo


que el pobre peiTO mendigo,
que fué en un tiempo de Armando,
y que ha de venir llorando
a consolarse contigo.

1 Armando 1 ¡Armando!... '

III

El aire es de terciopelo...

Por el sendero vecino


llega un eco mortecino
de voces graves; el cielo

¡tiene un ensueño opalino...

A la vera del camino,

el Sabio y el Adivino
conversan con el Poeta
sobre el Amor y el Destino...

De repente, el Adivino,
después de invocar al Cielo,

solemnizó :
— Pobre
¡ Armando !...
¡Es un decreto divino!...

Dios sabe... — y sobre el pañuelo


se inclinó un ralo lloiundo...
'páginas escogidas 105

Dice el Sabio: — ¡Qué saeta

tuvo el ingrato destino!...

— ¡Cierto!, reza el Adivino,


¡Era virtuoso, era blando!...

Dice a su turno el Poeta:


— ¡Hemos perdido un amigo!...

Mientras el perro mendigo


se acerca al grupo ladrando.

¡ Armando ! ¡ Armando ! . .

Hoy no viene la carreta...


¡Qué desolación secreta
tiene la tarde en el Huerto!
¡Adonde irá la pastoral
¿Se habrá extraviado que llora

como un cordero inexperto?...

IV

A la orilla de un camino
que frecuentó por su infancia,

oye el rumor campesino


de una antigua resonancia...

Es el pino, el viejo pino,


que murmura temblando:
le

— ¿Qué es de la vida de Armando?


¿Cuál ha de ser tu destino?
¡ Armando I ¡ Armando I...
106 JULIO HERRER.H REISSIQ

En una de esas mañanas,


de esas mañanas muy blancas,
que parecen tener francas
ingenuidades de hermanas...
En una de esas mañanas,
al pie de ese mismo pino,
se dieron el primer beso
y partieron su destino
con una sola palabra,
mientras partieron el queso;
el pan, la leche de cabra,
la miel y las avellanas!...

En una de esas mañanas...

El perejil y el hinojo,
el romero y el tomillo,

lamen el ruedo sencillo


de su trajecilo rojo;

y por el vago rastrojo


y el carrizal amarülo,
llega Lux, el perro cojo
que perdió a su pastorcillo.

¡Armando! ¡Armando!...

¿Cómo lo ha perdido y cuándo?


¿De qué suerte? Lux lo ignora,
pero aulla y lo deplora
y al presentir la pastora,
brizna a brizna rastreando,
corre a su encuentro, la implora,
pi-egúntale por Armando,
si es que murió, cómo y cuándo.
PAOINAS ESCOGIDAS 107

y se arrodilla y lo llora,

i
Armando I ¡Armando!...

— ¿Adonde fué pastorcillo? el

— ¿Adonde pastora? irá la

— ¿Qué será del perro cojo?


El adivino lo ignora,
y también el ruedo rojo
y el perejil y el tomillo !...

Nunca vendrá la carreta...

Ya no se oyen las tranquilas


dulzuras del caramillo,

y el crepúsculo amarillo
cuenta una historia secreta...

Muertas están las esquilas,

colgada la pandereta...

Sólo gime la campana


desde la Ermita desnuda,
bajo el cielo que concreía
una gran tristeza hermana I...

Mas, ciertas noches no hay duda,


cuenta la grey rusticana,
suele verse una can-eta

y detrás una serrana


tocando la pandereta,
por el camino violeta

que conduce a la fontana...


108 JULIO herrera' REIS3IQ

— Adiós,
¡ mañanas tranquilas I

¡Oh, qué destino nefando I

— Diz que llora la silueta,

siempre andando, siempre andando.

— ¿Qué ven sus glaucas pupilas?


¿.Adonde marcha sin mando
su voluntad incompleta?...
Por el camino violeta,

va la pastora dejando
su alma en lágrimas lilas.

[Armando! ¡Armando!.,,

1907.
EL TEATRO DE LOS HUMILDES
(TOMO II DE LAS OBRAS COMPLETAS)
PÁGINAS ESCOGIDAS 111

El teatro de los humildes

Eglogánimas

Loís éxtasis de la montaña

Es una ingenua página de la Biblia, el paisaje...

La tarde en la montaña, moribunda se inclina,

y el sol un postrer lampo, como una aguja fina,

pasa por los quiméricos miradores de encaje.

Un vaho de infinita guluración salvaje,

de absti'usa disonancia, remonta a la sordina...

La noche dulcemente sonríe ante el villaje,

como una buena muerte a una concieíncia albina.

Sobre la gran campaña verde azul y aceituna,


se cuajan los apriscos en vagas nebulosas;

cien estrellas lozanas han abierto una a una;

rasca un grillo el silencio perfumado de rosas...

El molino en el fondo, abrazando la luna,

inspira de romántico viejo tiempo las cosas.


112 JULIO HERRERA REISSIQ

El dintel de la Vida

Oh, la brega que jacta de virsuta y de pieles!...

Las espesas comadres mascan livianas prosas;

y en proverbiales éxodos, promiscúan las jocosas

diligencias, su carga, bajo los cascabeles...

AJi, dicha analfabeta sin resabios, ni hieles I

El rudo pan del Cielo sabe a tomillo y rosas.


Ah, bañarse en la atónita desnudez de las cosas,

y morir en los brazos de la buena Cibeles!

Oh, mañana inefable do la Vida! Oh, la franca

risa como de lecho de la conciencia blanca!

Ante el alba inocente —no bien la noche fuga

se abre, entre la hierba viciosa de sus calles,

la dulce aldea: blanca violeta de los valles,

siempre dichosa y siempre buena porque madruga.


pAoinas escogidas 113

Clarobscuro

Son campos solariegos... Tal vez, ¡ay! ese muro


algún idilio trágico en su orfandad recuerde,
y la hiedra misántropa que su mármol remuerde,
dio sombra al gran Virgilio o a Lamartine tan puro!

El viejo caserío, chato, de aspecto duro,


allá en los accidentes, sonámbulo, se pierde;

y la pradera huraña mira, en éxtasis verde,

al monte que en el cielo enfosca un gesto obscuro.

La siembra su chillona, rústica pompa viste

en pañuelos pictóricos, que van hasta los cerros,

bordados de hortalizas, de lino, mies y alpiste...

Y en tanto, entre las roncas alarmas de los perros,

el tren se hunde en el túnel, como un ciclón de fierros,

el llanto de una gaita vuelve la tarde triste.

8
114 JULIO HERRERA REISSIQ

La procesión

El señor Cura, impue to de sus oros sagrados,

acaudilla el piadoso rebaño serraniego;


en voz alta exorcisa los demonios, y luego
salpica de agua santa las siembras y los prados.

Corean cien ladridos la proceión. Por grados,


las músicas naufragan en el ancho sosiego...

Todo \aielve al divino mutismo solariego

gentes, rebaños, eras, parroquias y collados.

La emoción del crepúsculo pe a solemnemente.

Pájaros en triángulo vuelan sobre el torre-nte...

De cuando en cuando gime con unción oportuna,

la inválida miseria de un viejo carricoche...

Todo es grave. El castillo encantado d© luna,

llena de cuentos de hadas los campos y la noche.


rAOlNAS ESCOGIDAS 115

El burgo

Junto al cielo en la cumbre de una sien*a lampiña,

tal como descansando de la marcha, se sienta


el burgo, con su iglesia^ su molino y su 'venta,
en medio a un estridente mosaico de campiña.

Regálase de oxígeno, de nuez sana y de pina...

Rige chillonamenlc gitana vestimenta

chales de siembra, rosas y una carga opulenta


de ágatas, lapislázulis y collares de viña.

Naturaleza pródiga lo embriaga de altruismo:


El campo en su filósofo, su ley el catecismo.

Fieramente embutido en sus costumbres hoscas,

por vanidad ni gloria mundanas se encapricha;

tan cerca está del ciído que goza de su dicha,

y se duenne al narcótico zumbido do las moscas...


116 lULIO HERRERA REÍSSIQ

La casa de Dios

Flamante con sus gafas sin muchos retintines,

ataca a sus enfermos el médico cazurro:


Al bien forrado, es lógico, lo cura con latines,

y en cuanto al pobre, rápido receta desde el burro...

Como antes, la acequia comenta en parlanchines

borbollones el mismo confidencial susurro;

la orquesta del Casino, de un arpa y tres flautinies,

descerraja una polca contra el coro baturro.

El pueblo ronca viejas credenciales de gloria:

Bastiones y acueductos con sus barbas de liistoria,

una escuela sin bancos y un hospicio en la cumbre,

criptas y humilladeros con medrosos retablos...

Y en los miamos dinteles, bajo un fanal sin lumbre,

una gran cruz de fierro para ahu3'entar los diablos.


PÁGINAS ESCOGIDAS 117

El espejo

Se hunden en una sorda crisis meditabunda...

El Ocaso sua\lza los últimos enojos,

y Xeitli enjuga el oro líquido de sus ojos,

triste como su hermana, la tarde moribunda...

Conspira en acres vahos la insinuación fecunda


de la Naturaleza, por siembras y rastrojos;

y ellos, que ora se brindan flores en \-ez de abrojos,


suman entrelazados una unidad profunda.

Largamente, idealmente, como un sacro beleño.

Bión la apura de un beso hasta el fonJo del sueño...


Por no \-erla, en procura de un instante de calma.

cierra luego los ojos, declinando en el hombro


la harmoniosa cabeza, y ¡oh I dulcísimo asombro,
como en un claro espejo, la contempla en el alma.
118 JULIO HERRERA REISSIO

Bostezo de luz

Cien fugas de agua viva rezan a la discreta

ventura de los campos sin lábaro y sin tronos.

El incienso sulfúrico que arde por los abonos,

se hermana a ¿os salobres yodos de la caleta...

Con sus densos períiles y sus abruptos conos,


a lo lejos, la abstracta serranía concreta

una como dormida tormenta violeta

que el crepúsculo prisma dd enigmáticos tonos.

Silencio. Un gran silencio que aneistesia y que embruja,


5' una supei-sticiosa soledad de Cartuja.

Ripian en la plazuela, sobi-e el único banco,

el señor del castillo con su galgo y su rifle...

Y allá en la carretera que abi-e un bostezo blanco,

se duerme la tartana lerda del mercachifle.


PÁGINAS ESCOGIDAS 119

El ama

Erudita en legías, doctora en la compota


y loro en los esdrújulos latines de la misa,

tan ágil viste un santo, que zurce un^ camisa,


en medio de una impávida circunspección devota...

Por cuanto el señor cura eis más que un hombre, flota

en el naufragio unánime su continencia lisa...

Y un tanto regañona, es a la vez sumisa,

con los cincuenta iuviemos largos de su denota.

Hada del gallinero. Genio de la despensa.

Ella en el paraíso fía la i-ecompensa...

Cuando alegi-an sus vinos, el vicario la engríej

asustándole en chanza las pomposas casullas...

Y en sus manos canónicas, golondrinas y grullas

comulgan los recortes do las hostias que fríe.


120 JULIO HERRERA REISSIO

El entierro

Cuatro rudos gañanes, sobre el hombro herculoso


sustentan el humilde féretro descubierto.

El cura ronca el salmo del eterno reposo,

y redobla la esquila desde el valle hasta el huerto.

Las melenas volcadas de dolor, con incierto

ritmo tardo y solemne adelantan al foso...

Y los torvos ancianos, con la vista enj el muerto,


se arrodillan en medio de un silencio espantoso.

«Adiós, alma bendita, paloma de los cielos»,

reza el cura. Y unánimes desdoblan los pañuelos...


Por fin, sobre la caja, con íntimo reproche,

cada cual un puñado de tierra vil derrumba...

Todo duerme. A intervalos lastiman en la noche,

los aullidos del perro que vela ante la tumba.


PÁGINAS ESCOGIDAS 121

La cena

Un repique de lata la merienda circula...

Aploma el artesano su crasura y secuestra


media mesa en canónicas dignidades de bula,
comiendo con la zurda^ por aliviar la diesti"a...

Mientras la grey famélica los manjares adula,

en sabroso anticipo, sus colmillos adiestra;

y por merecimiento, casi más que por gula,

duplica su pitanza de col y de menestra...

Luego, que ante el rescoldo sus digestiones hipa,

sumido en la emulada neblina de su pipa,

arrullan, golosinas domésticas de invierno:

la Hormiga y Blanca Niev^es, Caperuza y el Lobo...

Y la prole apoUada, bajo el manto materno,


choca de escalofríos, en un éxtasis bobo.
SONETOS VASCOS
pAqinas escogidas 125

Sonetos vascos

El mayoral

Con la faja incendiaria de cragiente pingajo,

con su boina arrogante de carlismo y sus prendas,


ruge el viejo Pelayo sus morriñas ti^emendas,

y sus «jos» y sus «erres» deseniunda a destajo...

Nadie anima una yunta, nadie blande las riendas,

como el Cid montonero campeador del atajo;

juega en su modo el guante dócil de su agasajo

y le ofusca un invierno de lejanas leyendas...

El eco de sus bélicos alaiidos rebota

de valle en monte, en ágiles balances de pelota...

En su recia cabeza y en su garbo de roble,

se recela un instinto algo terco de cabra...

Y soslaya sus ojos de mastín bravo y noble,

el orgullo que roe la tristeza cántabra.


126 JULIO HERRERA REISSIO

El jefe negro

Temerario y agudo y diestro enti-e los diestros

el jefe negro empuña su indómita memada


y en pos de bendiciones o al son de padre nuestros,

desata las guerrillas y asorda la emboscada...

Comulgan en alforja con los bandos siniestros

el cáliz, y con chumbos la Custodia Sagrada.

Canta misas en medio de los bosques ancestros,

y del santo responso pasa a la cuchillada.

Espeluzna en su neutra virilidad de eunuco


el rosario enroscado a un enorme trabuco...

Oh, buen león! Apenas bate el hierro inhumano,

para orar por el alma del \-encido se vuelve:

el enemigo pronto se convierle en hermano,

y la mano que mata es la mano que absuelve!...


•PAOINAS ESCOOÍDAS 127

Tarascón

Oh, Tarascón heráldico, sin tacha y sin deslices,

Quijote de la hipérbole, Sancho del alma fresca I

Soñando tiburones^ no duerme por la pesca;

y es fama que de muchos pescaron sus narices...

Oh, espanto de las liebres ! oh, epicúreos felices i

En Tarascón no hay liebres, sin intención burlesca;

cazan a la platónica luna tartarinesca

y a sus gorras que luego guisan como perdices...

El sol, aquel sofístico mago de i\Iediodía,

exalta con alquimias locas la fantasía...

Densos y doctorales, jactan en sus quei^llas

de agrios positivismos, y aun los que pintan canas,


son almas tanto ilusas, que dijéranse hermanas
de los sauces : misántropos pescadores de estrellas.
128 JULIO HERRERA REISSIO

El caudillo

Reciamente miraron siempre al destino bizco,

sus diez lustros nivosos, ebrios de joven Mayo;

y en el ci-espo entrevero, despojándose el sayo,

ordenó: «Fuera pólvoras I A puñada y mordisco 1»

Nadie ajusta una barra; nadie bota un pedrisco,


ni la cáustica fusta zigzaguea en un rayo,

como el ancho caudillo, que en honor de Pelayo,


cabalgara montañas, fabuloso y arisco.

Ya que baile o qne ría, ya que ruja o que cante,


en la lid o en la gi-esca, nadie ati^ve un desplante,

nadie erige tan noble rebelión como el vasco,

y sobre esa leonina majestad que le orla,

le revienta la boina de valor, como un casco

que tuviera por mecha encendida la borla!...


LAS CLEPSIDRAS
PÁGINAS ESCOGIDAS 131

La!s clepsidras

Idealidad exótica

Tal la exangüe cabeza, trunca y viva,

de un mandarín decapitado, en una


macábrica ficción, rodó la luna

sobre el absurdo de la perspectiva...

Bajo del velo, tu mirada bruna


te dio el prestigio de una hurí cautiva;
y el cocodrilo, a flor de la moruna
fuente, cantó su soledad esíjuiva.

Susceptible quién sabe a qué difuntas


dichas, plegada y con las manos juntas,

te idealizaste en gesto sibilino...

Y a modo de espectrales obsesiones,

la torva cornamenta de un moUno


amenazaba las constelaciones...
132 JULIO HERRERA REISSIQ

Supervivencia

Con tu heroica sonrisa húmeda en llanto,

la veste ensangrentada de amapolas,


junto a la pira, joyas y corolas

sacrificabas, con un gesto santo...

"Viendo cadáver lo que fué tu encanto,

te heló vivir como un espectro a solas...

Y te ofreciste, impávida de espanto,


al fuego que se hinchó en hambrientas olas.

Rugiendo en bramas de pavor estigio,

la hoguera, hipnotizada de prodigio,

lamió, león de trágicos antojos,

tus manos angustiosamente bellas...

Y al inmolarte luz a luz, tus ojos

sobrevivieron como dos estrellas.


PÁGINAS ESCOGIDAS 133

Amazona

Sobre el arnés de piala y pedrería,


en trono de vértigo y marea,
te erguíste, zodiacal Pentesilea,

símbolo de la Eterna Geometría...

Zigzagueó el rayo de tu fusla impía,

y humeando en nimbos de ópalo, chispea

sulfúrico el bridón, sangra y bravea

y escupe rosas en la faz del día...

Contra la Muerte, de un abismo a otro,

blandió tu mano capitana el potro;

en un Apocalipsis iracundo,

lo dislocó, y ante la cresta indemne


surgiste sobre el sol, roja y solemne
como un Arcángel incendiando un mundo...
134 JULIO HERRERA REISSIO

Génesis

Los astros tienen las mejillas tiernas...

La luna trunca es una paradoja


espectro-humana. Proserpina arroja

su sangre al mar. Las horas son eternas,

Júpiter en la orgía desenoja

su ceño absurdo; y junto a las cisternas

las Ménades, al sol que las sonroja

arman la columnata de sus piernas

Juno duerme cien noches... Vorazmente


Hércules niño, con precoz desvelo,
en un lúbrico rapto de serpiente,

le muerde el seno. Brama el Helesponto...,

Surge un ampo de leche. Y en el cielo

la Vía Láctea escinüJó de pronto.


PÁGINAS ESCOGIDAS 133

El arpa y Dina

El arpa y Dina: sabias musicales...


mujer en música es el Arpa y Dina
mujer en verso y arpa femenina
de los arpistas supersubstanciales...

Mujer en verso y ánfora de astrales

pitagorizaciones, luna fina,

cisne del lago de Platón, ondina


con ojos de Venecias irreales...

Su mano es pájaro de luz que arranca

noche infinita a cada arpegio... Trema


el Arpa, y llora en una albricia fi-anca;

y Dina muere de ilusión extrema...


Y ambas se cuentan su nostalgia blanca

en un abrazo de amistad suprema I


136 lULIO HERRERA REISSIQ

Epitalamio ancestral

Con pompas de brahmánicas unciones,

abrióse el lecho de tus primaveras,

ante un lúbrico rito de panteras,

y una erección de símbolos varones...

Al trágico fulgor de los hachones,

ondeó la danza de las bayaderas,

por entre un apoteosis de banderas

y de un siniestro trueno de leones.

Ardió al epitalamio de tu paso,

un himno de trompetas fulgurantes...

Sobre mi corazón, los hierofantes

ungieron tu sandalia,, urna de raso,


a tiempo que cien blancos elefantes

enroscaron su trompa hacia el ocaso.


IPAOINAS ESCOGIDAS 13/

Misa bárbara

Trofeo en el botín de los combates,

proplciadora del Moloch asirlo,

fué tu cautiva doncellez de lirio,

ofrenda de guerreros y magnates.

Ardía el catafalco. Anle el Eufrates

que ensangrentó el rubor de tus martirios,


sonreiste, entre lámparas y cirios,

al gemebundo réquiem de los vates.

Sobre la hoguera de los sacrificios,

cirrió tu carne, mirra de suplicios...

Entonces los egregios Zoroastros,

en un inmenso gesto de exterminio,


erizaron sus barbas de aluminio,

supramundanamente, hacia los astros.


133 JULIO HERRERA REISSIQ

Liturgia erótica

En tus pendientes de ópalos malditos

y en tu collar de rojos sacrilegios,

fulgió un Walhaila de opulentos mitos

y una Bagdad de Califatos regios...

Ante los religiosos monolitos,

al mago influjo de tus sortilegios

grabé a tus plantas, zócalos egr^ios,

la efigie de mis besos eruditos.

Y fui tu dueño... Entre devotas pomas;


sacrifiqué gacelas y palomas...
Después, en una gloria de fagotes,

surgiste hacia los tálamos votivos,

sobre una alfombra negra de cautivos,


bajo el silencio de los sacerdotes.
pAqinas escogidas 139

Renunciación simbólica

Entre las refulgentes armaduras,


en mi uniforme y sobre tus emblemas,
pintó la tarde bárbaros poemas

y hecatombes de olímpicas bravuras.

Apeémosnos de las cabalgaduras...

aulló la Esfinge cabalas supi-emas;

y en un búdico trance de torturas,

relampagueó mi yatagán de gemas.

Al desangrarme en un suplicio heroico,

desvanecí, como un suicida estoico,

mi frente exangüe en tus rodillas yertas...

Y ante el aro sutil de tus ajorcas,


inmolé un beso en las doradas horcas
de nuestras vanas ilusiones muertas.
lio JULIO HERRERA REISSIQ

Oblación abracadabra

Lóbrega rosa que tu almizcle efluvias,

y pitonisa de epilepsias libias,

ofrendaste a Gonk-gonk, visceras tibias,

y corazones de panteras nublas.

Para evocar los genios de las lluvias,

ti'agedizaste postumas lascivias,

entre osamentas y mortuorias tibias

y cabelleras de cautivas rubias.

Sonó un trueno. A los últimos reflejos

de fuego y sangre, en místicos sigilos,

se aplacaron los ídolos perplejos...

Picó la lluvia en crepitantes hilos,

y largamente suspiró a lo lejos

el miserere de los cocodrilos.


EL COLLAR DE SALAMBO
WOINAS ESCOGIDAS 143

Ojos grises

No sé qué hurañas regiones


de ventisqueros y riscos,

se insinúan en los discos

de tus dos ojos lapones.

Noche boreal... CeiTazones...

Kremlin de nácar... Apriscos

de oso que braman ariscos,

hacia las Constelaciones^.,

No llores, mi dulce Cleol


Amor regirá el trineo

por la quimera sin fin...

E iremos hacia los grises,

vagos, enfermos países


que hay en tus ojos de esplín..
LAS LUNAS DE ORO
(TOMO III DE LAS OBRAS COMPLETAS)

10
pAqinas escogidas 147

Lais lunas de oro

Divagaciones románticas

(Junto al lago)

A ti, Julieta amada

Hoy mi jardín de pálido poeta


con azucenas de oríandad se viste,

un solonombre vive en mí: Julieta I

Canta, mi amor, tu soledad y piensa


que sin el sol de su mirada inmensa
mi alma solloza como una agua triste.

II

Llega hasta mí una música divina


de besos y nostalgias: Es Julieta

que suspira en el piano una indiscreta


confesión de latidos... Ella trina

—alondra y surtidor y brisa fina

su canto —encaje y tul y perla rara.


148 JULIO HERRERA REISSIQ

Canta, mi amor, tu soledad y piensa


que al ver el sol de su mirada inmensa
mi alma revive como un. agua clara...

III

Surge en delgada y gótica silueta

la tentación de la primera cita,

la buena luna sabe ser discreta

y parece que se oj^e a Margarita


decir: «un beso I»... «júrame I»... «.te adoro I»

Canta, mi amor, tu soledad, y piensa

que sin el sol do su mirada inmensa


mi alma la sueña como un agua de oro...

Una forma sublime en la glorieta

de mi espíritu, vaga... se detiene

y mira... un crepúsculo violeta

junto a sus ojos inspirados tiene:


es mi quimera y es mi hurí, la inquieta
revelación de mi ansiedad obscura

Canta, mi amor, tu soledad, y piensa


que bajo el sol de su mirada inmensa
mi alma la espeja como un agua pura...

->-
pAqinas escogidas 119

Poema violeta

Vivir: astros que amanecen,

ebrios de sonambulismo...
Morir: cual gemas de un mismo
collar que se desvanecen!

Conjugar el imposible

con muchos «cielo» y «aimél»,


mientras el tiempo insensible
se aleja en puntas de pie...

Y en tanto en el bosque giran


elfos de ensueño y dríadas,
suspiran porque suspiran

las fuentes enamoradas...


150 'JULIO HERRERA REISSIQ

Nevar de fiiescos Jazmines


la ingenuidad de tu moñOj
mientras lloran los violines

amarillos del Otoño...

Regre-sar juntando lilas

por el camino más largo...

Sentir llanto en las pupilas

y som-eir, sin embargo...

Rezar un Ave María,

rimados por la cintura,

y sorprendernos el cura
en esa impropia annonía...

Y si nostalgias te abruman
por algún amor <dontano»,

me contarás en el piano
una quimera de Schumann.

Oh, soledad! Oh, retiros

Oh, éxtasis! Oh, aflicciones!


Un ¡ay! entre dos suspiros,

como dos interjecciones.

En esto soñaba, cuando


temblé de sorpresa al verle...

Qué bella ha de ser la muerte


juntos... atjuí... suspirando!
pAoIíNas escogidas 151

— Dime si soy tu tesoro,

si me amas a lo inaudito...

— Yo no te amo... te adoro...

Y hasta te odio un po<ruito*.

II

Hora de ¡adiós I
y iqpiién sabe I

De [te amo! y ¡eres mía I...

Tu mano tiene una suave


fragancia a melancolía I.,.

Tu peinador Ida viste

Ja ambigua tarde ojerosa,

y está llena de una rosa


felicidad... algo triste I

Todo flota en un dormido


ambiente de más Allá...

Y la tarde en tu vestido

se embriaga de re¿edá...

III

Te llaman Melancolía
hermana del Arpa Eólica,
porque eres el alma mía,
y mi alma es melancólica...
152 JULIO HERRERA REISSIQ

Muere la tarde de seda,

muere la tarde y me encanta.

Tiene la fragante y queda

agonía de una santal...

IV

Hay nebulosas discretas

Bobre tus labios delgados,

como sombras de violetas,

suspiros precipitados.

Intriga, muerde, provoca

y te da un beso en la nuca,

el gnomo que se acurruca

en los hoyos de tu boca...

Cede a mi lírico arranque,

en tanto que taciturnos


sollozan en el estanque

los violoncelos nocturnos I

Deja rodar la fortuna,

ebriamente descuidada,
IPAOINAS ESCOGIDAS 153

como un rosario por una


mano que ha estado entregada.

Tu dolor que apenas noto,

como una tenue fragancia,

tiene la triste elegancia

de tu primer guante roto.

No temas que te hagan daño


mis fieras desolaciones

como Pedro el Ermitaño


jugarás con los leones I

En todo este desconsuelo

que late dentro de mí,


sabe que hay mucho de cielo,

espolvoreado de ti I

Consolará mi infortunio

tu frenle, que es la mitad

serena de un plenilunio

pálido de Eternidad I

VI

La tarde que unge tu vida,

hermana de tus sonrojos.


154 'julio herrera reissiq

se detuvo ante tus ojos

hasta quedarse dormida...

Tus languideces figuran


convalecencias escuálidas,

y se picosa en las que apuran


vinagre para estar pálidas...

Mientras la tarde se pinta

para sus bodas de muerta,


sueñas con gracia inexperta,
en una toilette de extinta!...

Tu mirada busca el cielo

como un incensario, y ella

se inclina como una estrella

amiga de mi des\-elo.

La desolada embriaguez
de mi nostalgia moruna,
sueña con tu delgadez
aérea de jown luna.

Fuera en mi escudo augural,


tu frente, como un cometa,
con su cauda zodiacal
de cabello ultravioleta.

Por tu mirada nocturna,

desolado mar que pasma,


pAoinas escogidas 155

boga hacia Dios taciturna


mi alma, buque fantasmal

Todo lo que en mi te adora


me 'duele cuando te ru^o:
tal un huerfanito ciego

que quiere hablar y en vez llora I

Muchas veces presintiendo

que al fin me puedas amar,


me sube como un pesar
feliz de seguir viviendo!

Y pienso en las oportunas

muertes de iluso desmayo,

y en el casual fin de algunas

novelas que parte un rayo...

Como una indulgencia clara,

sobre mi pecho depon


tu mano que se hizo para

la súplica y el perdón I

VII

La tarde que una Estambul


de oro pintó en tus quimeras,
156 JULIO HERRERA REISSIO

se ha dormido en tus ojeras

con un éxtasis a^rul.

Tus dichas tristes en tanto


se muestran siempre inclinadas,

como esas enamoradas


que adoran el campo santo...

No hubiera mayor lisonja

que hacer de mi pecho adusto,


un monasterio a tu gusto

para que entraras de monja!

En la imnensidad remota
huye la larde, y naufraga,
como una galera vaga,

bajo el incendio en derrota.

El viejo parque se embruja

y se idealiza el canal

y se agrava la Cartuja

de silencio medioeval

Te singulariza un sello

varonil de gracia loca,

la paradoja de vello

lila, que sueña en tu boca.

Tu frente bajo la bruna


duplicidad del bandeux,
pAqfnas escogidas 157

delira un claro de luna


entre dos sombras: tú y yol

Dime, qué brisa le peina,

y qué lucero te adora,

y qué cabeza de reina


humilla tu pie de Aurora?

La tarde que en tus pupilas

alhajó sus priraavoras;

ha pintado en tus ojeras

un vago jardín de lilas.

Qué húmedas penas efluvia

tu mirada ultravioleta,

dice la luna incompleta

que tiene ojeras de lluvia.

Mi acento lleno de miado

y tus miradas infijas,

se asocian como sortijas

hermanas de un mismo dedo.

Allá en la nocturna calma

tiembla un astro sensitivo,

como un punto suspensivo,

de tu alma hacia mi alma.

Y la ^^oleta augural

que ajan tus labios de flor,


158 JULIO HERRERA REI3SI0

ríe a mi pena cordial

como una hermana menor.

Murió la tarde violeta,

tu hermana de soledad,

murió exhalando una quieta


fragancia de santidad...

Las lejanías se ahuman


hacia confines aciagos,

y todo: montes y lagos,

se congestiona de Schumannl

—Mira el azul constelado.

Qué grata iluminación 1

Todo ese cielo estrellado

lo tengo en mi corazón.

Oh, tú, la copa irreal

de algún elixir atómico,

la mayúscula inicial

de mi breviario astronómico.

Haz de la luz que te viste,

que en mi penumbra se integre;

con tu dicha un poco triste

yo haría mi pena alegre.

Deja que tu alma retarde


desvanecida en mi hombro,
pAqinas escooidas 159

mientras nos unge la tarde

de vago verso y de asombro.

Condúceme a la imposible

helicona donde bebe


el Infinito y las nuew
musas del Incognoscible.

Sé tú la sacerdotisa

de mi eterna Religión,

y alza en la celeste misa


tu divino corazón.

Amor nos llama, mi dueño,


dame de soñar lu ciencia,

dame de beber la esencia

melodiosa de tu ensueño.

Yo iré hasta el pozo en que arde,


Samaritana tu vino,

como el lucero divino

de mañana y tarde a tarde.

Y sabré, ciego y de hinojos,


como ante el lúgubre Araos,

todo lo que hablan tus ojos

de la otra vida y de Dios!


ECOS

11
PAaFNAS ESCOOIDAS IC"

Ecos

El sueño

Pediré, cuando me muera,


que me pongan por sudario
tu divina cabeH'era,

y tu corazón a modo de divino escapulario...

A la fosa del olvido iré más tarde a soñar.

Llegará el día del Juicio.., Cuando la trompeta austera


llame a los muertos — inútil I
—yo no querré despertar.

-^'
164 JULIO HERRERA REISSIO

Eres todo I...

Oh, tú, de incienso místico la más delgada espira,


lámpara taciturna y Ánfora de soñar
Eres toda la Esfinge y eres toda la Lira

y eres el abismático pentagrama del mar.

Oh, Sirena melódica en que el Amor conspira,

encarnación sonámbula de una aurora lunar!


Toma de mis corderos blancos para tu pira,

y haz de mis trigos blancos hostias para tu altar.

Oh, Catedral hennética de carne visigoda!

A ti van las heráldicas cigüeñas de mi Oda.


En ti beben mis labios, vaso de toda Ciencia.

Lírica sensitiva que la Muerte rest;inge!


Salve, noche estrellada y urna de quintaesencia:
eres toda la Lira y eres toda la Esfinge!
PÁGINAS ESCüüIDAS 1G3

Nirvana crepuscular

Con su veste en color de serpentina,


reía la voluble Primavera...

Un billón de luciérnagas de fina

esmeralda, rayaba la pradera.

Bajó un aire fugaz de muselina,


todo se idealizaba, cual si fuera

el vago panorama, la divina

materialización de una quimera...

En consustanciación con aquel bello

Nirvana gris de la Naturaleza,

te inanimaste... Una irreal pereza

mimó tu rostro de incitante \^llo,

y al son de mis suspiros, tu cabeza


durmióse como un pájaro en mi cuello I...
166 JULIO HüRRERA REISSIO

Holocausto

Junto a la fuente, en posa de agonía,

con arrobo do trágicos juguetes,

hacías naufragar los rauíilleles,

que fueron clave de tu amor, un día...

Con viperinas gulas, la onda impía


mordió los aromáticos billetes,

y el sol se desangró en la fantasía

de tus sortijas y tus brazaletes.

La tarde ahogóse entre, opalinas franjas...

En tanto, desde el fondo de las granjas,

avivó un piano los inciertos rastros

de tu infantil amanecer primero,


3' te sacrifiqué, como un cordero,

mi pobre corazón, bajo los astros I...


'PÁGINAS ESCOOIDAS 1G7

El beso

Disonó tu alegría en el respeto

de la hora, como una rima ingrata,

en toilette cruda, tableteado peto

y pasamanerías de escarlata...

De tu peineta de bruñida plata


se enamoró la tarde, y junto al seto,

loqueando, me crispaban de secreto

tus actitudes lúbricas de gata.

De pronto, cuando en fútiles porfías,

me ajaban tus nerviosas ironías,


selló tu risa, de soprano alegro,

con un deleite de alevoso alarde,

mi beso, y fué a perden^e con la tarde

en el país d© tu abanico negro!...


168 JULIO HERRERA REISSIO

Deíerminismo ideal

Otra vez el pasado, con abstrusa

niebla, obsedía su razón serena,

y yo insinuaba a tanta sorda pena,


la sutileza de mi larga escusa...

Su llanto era un reproche en una ilusa

pauta de amor, y más rfue su alma buena,


me hablaba en elocuencia extratetrena,
su palidez celeste de reclusa.

Hacia la noche negra y e^ti-ellada

volvimos abstraídos la mirada...

nos pareció que sobre el tiempo amargo,

caía desde el cielo un gran borrón...

Y nos volcamos bajo un beso largo,

todos los astros en el corazón!...


pAqinas escouiüas 169

La intrusa

Por aquella, que siempre me acompaña,

y a quien canto en mis versos, sientes duda,

que llora cuando lloro y que restaña


mi negra herida con su mano ruda...

No hay sino ella que a mi noche acuda,


con frente desolada y alma extraña,
a dai-me el beso de su boca huraña,

y mirarme con ojos de viuda...

Ella es mi hermana de melancolía,

que con pálida mano de abadesa,


de mustia luna mi camino alfombra...

Ay! si te viera, cuánto te amaría


la triste soledad, tu rival, esa

que odias y es apenas una sombra!...


170 JULIO HERRERA REISSIQ

El juramento

A plena inmensidad, todas las cosas

nos eflmaaron de un secrelo mago.


W'alter ScoU erraba sobre el lago,

y Lamartine soñaba entre las rosas...

Los dedos en prisiones temblorosas,


nos henchimos de azul éxtasis vago,

venciendo a duras penas un amago


inefable de lágrimas dichosas.

Ante Dios y los astros, nos juramos

amarnos siempre como nos amamos...


Y un astro fugitivo, aquel momento,

sesgó de plano a plano el Infinito,

como si el mismo Dios hubiera escrito

su firma sobrc nuestro juramento!...


•pAqinas escogidas 171

El crepúsculo del martirio

Te vi en el mar, te oí en el viento.

OSSIAN

Con sigilo de felpa la lejana

piedad de tu sollozo en lo infinilo

desesperó, como ua clamor maldito


que no tuviera eco... La cristiana

viudez de aquella hora en la campana,


llegó a mi corazón... y en el contrito

recogimiento de la tarde, el grito

de un vapor fué a morir a tu ventana.

Los sauces padecían con los vagos

insomnios del molino... La profunda


superficialidad de tus halagos

so arrepintió en el mar... Y ten las riberas,

echóse a descansar, meditabunda,

la caravana azul de tus ojeras!...


172 JULIO HE.<RERA REISSIQ

Oleo brillante

Fundióse el día en mortecinos lampos,


y el mar y la ribera y las aristas

del monte; se cuajaron de amatibtas,

de carbunclos y raros crisolarapos.

Nevó la luna, y un billón de ampos


alucinó las caprichosas vistas;

y embargaba tus ojos idealistas,

el divino silencio de los campos...

Como un exótico abanico de oro,

cerró la tarde en el pinar sonoro...

Sobre tus senos, a mi abrazo impuro,

ajáronse tus blondas y tus cintas...

Y erró a lo lejos un rumor obscuro,

de carros, por el lado de las quintas!...


'pAqínas escooidas 173

La liga

«Honi soit qui mal y pense...»

Husmeaba el sol, desde la pulcra hebilla

de tu botina, un paraíso blanco...

Y en bramas de felino, sobre el banco,

hinchóse el tornasol de tu sorabi-illa.

Columpióse, al vaivén de mi rodilla,

la estética nerviosa de tu flanco;

y se exhaló de tu vestido un franco


efluvio de alhucema y de vainilla.

Entre la fuente de pluviosas hebras,


diluía cambiantes de culebras,

la tarde... Tu mirada se hizo muda

al erótico ritmo; y desde el pardo


Plinto, un Tritón significó su dardo

concupiscente, hacia tu liga cruda!...


174 JULIO HERRERA REISSIO

Belén de amor

Soñaban los jardines, y a despecho


de Abril, gemía en fluctuación redonda,
tu seno; y tu cabeza de Golconda
se deshojó de esplín sobre mi pecho...

En la quietud ingenua del barbecho,

la arruga de mi mal se hizo más honda;

y un cisne daba luz entre la fronda

de un sauce, a orillas del estanque estrecho.

Con la última voz del campanario,


ardió la tarde, como un incensario...

Cediendo débilmente a mi querella,

Mojáronse tus ojos de idealismo;

y en nuestro corazón a un tiempo mismo


que en el azul, reverberó una estrella!...
\pAoínas escogidas 175

Muerte blanca

Morías, como un pajaro en su nido,

en tu trono emoliente de escarlata;

tus dedos picoteaban al descuido

la fresa que asomaba entre la bata...

A ratos delirabas la sonata -

que te inspiró un amor desvanecido;


y oh, resurrexit! con la aurora beata
se abrió a tus ojos un Edén florido.

Plegóse en suavidades dej)aloma

tu honda mirada ; un religioso aroma


fluyó del alma, entre los labios flojos,

y florecieron bajo fus pupilas,

como sonrisas muertas de tus ojos,

dos diminutas mariposas lilas


176 JULIO HERRERA REISSIQ

El juego

Que nunca llegaremos a encontrarnos.

Heinb

Jugando al escondite, en dulce aparte,


niños o pájaros los dos, me acuerdo,

por gustar tu inquietud casi me pierdo,

y en cuanto a ti... problema era encontrar Le I...

Después, cuando el espíritu fué cuerdo,

burló mi amor tu af.ín en ocultarte...

Y al amarme a tu vez, en el recuerdo

de otra mujer rae refugié con arte.

De nuevo, en la estación de la experiencia,

diste en buscarme, cuando yo en la ausencia,

suerte fatal, me disfracé de olvido...

Por fin, el juego ha terminado... Trunca

tu vida fué!... Tan bien te has escondido,

que, \ive Dios, no nos veremos nunca!...


rAOINAS ESCOGIDAS 177

La golondrina

Batiendo lindes y salvando zanjas,

alegraba el amor nuesü'os latidos;

pañuelos charros de amarillas franjas

dijéranse los predios florecidos...

Tifieron el azul, desvanecidos

celajes rosas, lilas y naranjas;


y collai-es de fósforo en fluidos
guiños, relampaguearon en las granjas...

Pidiéndome que entrase —en tu querella-


mi alma en tu alma y anidase en ella,

busqué en tu boca el oportuno acceso;

y mi alma —pájaro invisible cuya


gorjeante nota fuera un frágil beso — •.

entró cantando al seno de la tuya I...

12
LAS PASCUAS DEL TIEMPO
(TOMO IV DE LAS OBRAS COMPLETAS)
PÁGINAS ESCOGIDAS 181

La!s Pascuas del TÉempo

I.— Su Majestad el Tiempo

El viejo Patriarca,

que todo lo abarca,

se riza la barba de príncipe asirio;

su nivea cabeza parece un gran lirio,

parece un gran lirio la nivea cabeza del viejo Patriarca.

Su pálida frente es un mapa confuso;

la abultan montañas de hueso,

que forman lo raro, lo inmenso, lo espeso.

De todos los siglos del tiempo difuso.

Su frente de viejo ermitaño

parece el desierto de todo lo antaño;

en ella han carpido la hora y el año,

lo siempre empezado, lo siempre concluso,

lo vago, lo ignoto, lo iluso, lo extraño,

lo extraño y lo iluso...
182 JULIO HERRERA REISSIO

Su pálida frente es un mapa confuso:


la cruzan arrugas, eternas arrugas,
que son cual los ríos del vago país de lo abstruso

cuyas olas, los años, se escapan en rápidas fugas.

Oh, las viejas, eternas arrugas!

Oh, los surcos obscuros!

Pensamientos en formas de orugas

de donde saldrán los magníficos siglos futuros!

«
pAqinas escogidas 183

IV.— Recepción instrumental del gran políglota


Orfeo
(Cuentos de armonía)

Entra el viejo Orfeo. Mil notas auroran

el aire de ruidos, mil notas confusas:

suspiran las Musas, las Sirenas lloran;

las Sirenas lloran, suspiran las Musas.

Misteriosas flautas que modulan gritos

de bacantes ebrias, de hetairas locas,

cantan las canciones de los tristes mitos,

de los besos muertos en las regias bocas.

Finas violas trinan los rondeles breves

que en la danza regia dicen los encajes,

las suaws y amables carcajadas leves

de las suaves sedas de los leves trajes.

Sistros marfilados hablan de las lidias

de los viejos i-eyes; de su real decoro;


184 JULIO HERRERA REISSIO

de Judith y Esther cuentan las perfidias,

los asesinatos de sus besos de oro.

Címbalos de plata cuentan las historias

de reinas de Saba; de sangrientas misas,

y cascabelean las divinas glorias

de los viejos bardos y las pitonisas.

Suaves mandolinas desabrochan llantos

de Mignones ebrias y Lilis divinas,

y hacen las historias de crueles encantos

y dulces venenos, de las Floi-entinas.

Cuernos y zamponas, cobres y trompetas,


(que tienen el triunfo dorado del Sol),

aullan y ladran y rugen y gritan,

los himnos más rojos en tono si bemol,


hablando de guerras, de sangre, de atletas,

de incendios, de muertes y cosas que excitan I

Órganos tronantes murmuran canciones,

de mística, vaga, celeste armonía,

que hacen de las barbas de Jehová vellones

para ornar la mesa de la eucaristía.

Discretos violines hacen historietas

de pies diminutos, escotes y falles;

de anillos traidores; de las Antonietas;

de los galanteos del regio Versalles.


pAoinas escogidas 185

Narran mil alegros, de collai-es ricos,

de aleves conquistas, de alcobas doradas,

las conspiraciones de los abanicos

y las aventuras de las estocadas.

Timbales y oboes, panderos y gaitas

son gitanas tristes, ebrias bayaderas

que dan el alrafoar de las cliirigaitas,

sangre de cicutas, celos de panteras,

que sugieren dramas de placer y llanto,

risas y suspiros de Selikas locas,


sollozos de Aída, ramos de amaranto,
orgías de vasos, puñales y bocas.

Graves cla^ácor<lios, tristes violonceJos,

susurran amores de duques suicidas,

y hablan en la lengua de los terciopelos,

del vino que usaban las reinas queridas.

Guitarras sensibles, en raudos alegi-os,

hablan de toreros, chulos y manólas;


fingen las tormentas de los ojos negros,

y hablan de los celos de las reinas Lolas.

Ríen Qon la risa del castañeteo,

vuelan con el vuelo de la seguidilla,

y hablan del hechizo que en el culebreo

ponen las sultanas de la manzanilla.


186 JULIO HERRERA REISSIO

Surgieren de pronto caderas ariscas,

gestos que provocan y ligas que atan;


toros de lujurias, besos de odaliscas,
canelas, mantillas y piernas que matan I

^^'
PÁGINAS ESCOGIDAS 187

VII.— El canto de los meses

Aramis ordena que los danzarines

cuenten sus historias. Comienza el andante.

Gimen los oboes, lloran los violines,

(Rabelais se ríe de un cuento picante).

(Cien pajes anuncian. «Monsieur Sagitario,

Madame Virgo, Taurus con un unicornio.


Géminis y Cáncer, Piscis, Leo, Acuario,

Escorpión y Aries, Libra y Capricornio).

Un pueblo de estrellas sus brillos expande;


la orquesta derrama tori-entes de notas.

(Entra Cuasimodo, Federico el Grande,

y el Rey Pulgarcillo con sus grandes botas).

Canta el Rey Enero de circuncisiones,

de pascuas alegres, de rey(?s, de heraldos.


188 JULIO HERRERA REISSIO

(Llueve blancos lirios, felicilaclones

conütes, muñecos, ramos y aguinaldos).

Liliput envía casíaños de nieve,


Gulliver regala cartuchos de enanos;
el gorro de Enero golosinas Hueve.

(Se besan las bocas, se juntan las manos).

Febrero el alegí^ cania y payasea


canciones borrachas, ebrias cavatinas.

(Arlequín solloza, Clown carnavalea;


mil pierrots se abrazan con sus colombinas).

Enti'a el Rey de Kioto con un frac de adúcar;

Baco está dormido y un bufón lo roba;

Cenicienta, muerde sus botas de azúcar;

(Napoleón es jockey de un palo de escoba).

Se anuncian Tom-Pouce. Montados en cebras,


entran saludando Narciso y Pepino.
(Llueve cascabeles, diablos y culebras;
botellas, harinas y affiches de vino.)

Marzo, Rey de Ayuno, canta la plegaria

de todas las témporas, hambres y abstinencias.

(Se ven: una ermita triste y solitaria.

Fray en la garita de las penitencias).

Entra el Rey Otoño, de gris adornado,


muy páUdo y triste (llue\Te agua bendita);
^A0INAS ESCOGIDAS 189

el Otoño quiere llorar un pecado,

y habla con el fraile que está en la garita.

«Cortaos el verde cabello» — le dice

el fraile al oído fingiendo congojas.

(Mueren Julia, Elena, Flora, Cleo y Bice.)

Los árboles llueven su lluvia do hojas.

Los árboles lloran su calvicie blanca.

El Otoño llora; (llueve agua bendita)


el coiffeur aéreo las hojas arranca.

(Llora la campana de la triste ermita.)

Abril, el sagrado Rey de los olivos

canta el Evangelio de las buenas almas.


(Lucen en el ara los corderos vivos;

se agitan pañuelos, túnicas y palmas).

Abril, el sagrado Rey de los Calvarios,

canta de suplicios y llagas divinas;

(los frailes rezongan Patrcs y rosarios,

y llueve vinagre, sudores y espinas).

Abril, el sagrado Rey de los rituales,

entona maitines de notas opacas;

(de pronto anochecen los claros vidríales,

se apagan los lirios, ladran las matracas).

El Rey Abril canta de Resurrecciones,


de la alegre danza de los incensarios;
190 JULIO HERRHRA REISSIQ

(las misas cantadas gritan sus canciones,

y laten los pechos de los campanarios).

El Rey Abril canta su alegría suma,


llamando a los fieles para sus convite».

(Las campanas bailan, el incienso fuma;


llueve cera, cohetes, flores y confites).

Mayo, el caminante de la buena ruta,

canta los rastrillos, la sierra y el zoclo.

(San José fabrica trenzas de virutas;


San Isidro peina sus barbas de choclo).

Junio, el Rey de estufas, canta los rondeles

que hacen cuando bailan, los raudos paünes',

(entra el rey Invierno, vestido de pieles,

con blancos paraguas y blancos botines).

Junio, el Rey más blanco de los doce Meses,

canta el aleluya de los reyes místicos:

(Llueven lenguas rojas los Pentecosteses.

Coi-pus Christi llueve panes eucarísticos).

Junio, el Rey más blanco, blanco néctar bebe;

bebe blanca nieve, nieva blanca harina;


toma blancas hostias; llueve leve nieve;

canta la nevada de la f© divina.

El monarca Julio canta las concordias

de las caridades y \lsitaciones.


pAqínas escogidas 191

(San Vicente llora sus misericordias,

y la Virgen llora sus revelaciones).

Agosto, el furioso Rey de turbulencias,

canta la sonata de los huracanes.

(Los ángeles juegan a las indulgencias...

Santa Rosa llora llanto de volcanes).

El joven Septiembre, trina las canciones

que hablan de bohemias, floi-es y zagalas;


que hablan de los bailes de los corazones,

y los cuchicheos de las colegialas.

Septiembre, el mimado de las reinas rosas,

echa en su casaca mágicos oloi-es:

(llora el Arco Iris, flores, mariposas,

ríe Primavera, ríen los amoi-es).

Ríen los amores, ríe Primave^ra;

(llueven mariposas, flores peregiinas)

los amores ríen en su real litera

llevada por hadas y por golondrinas.

Octubre, el Rey dandy canta de las blondas

que en el aire dejan dulce de fragancia,

del beso que ritman las formas redondas

que atesoran opios y magias de Francia.


192 JULIO HERRERA REISSIO

Noviembre se signa y hace funerales,

y responsos mudos, de mudos misterios


Noviembre es el mudo de los carnavales,

de los carnavales de los cementerios.

Noviembre, el Rey Negro del ceño fruncido,

canta los lamentos de una viuda alouette;

a todos los santos les hace un cumplido,


cuando no lo espía Madame Squelctte.

Noviembre a quien aman las negras Gorgonas,

es Rey ¡de cipreses y de golondrinas.


(Las bellas floristas le labran coronas;

los sepultureros le piden propinas).

Diciembre el Rey Fauno, canta barcarolas

que elogian los raptos de blancas primicias,

que hacen en la playa las lúbricas olas

babeadas de besos y suaves caricias.

Diciembre el ardiente canta el ritornelo

de blancas kenneses y fiestas del río;

(llueve brin, zaraza, sudoi-es y hielo.

Vestido de rojo penetra el Estío).

Diciembre el ardiente sus pasiones narra,

y habla de indiscretos, suaves esperezos,

(pulsa su bordona la inquieta cigarra,

y el grillo armoniza collares de rezos).


PAorMAS ESCOGIDAS 193

Diciembre, el alegi^e Rey de Nacimientos,


habla de pesebi-es, bueyes y cayados.
(Los abuelos cuentan sus más lindos cuentos^

y llueve pan dulce, castañas y helados).

Alegres saludos y aplausos corteses

vibran en los aires. (Una bella hazaña


cuenta un duque. Ríen, amables, los Meses
haciéndole gracias al noble Champaña).

Resuenan los Coros:

Amemos al viejo Patriarca


que todo lo abarca;

Su pálida frente es un mapa confuso;


la abultan montañas de hueso

que forman lo raro, lo inmenso, lo- espeso,

de todos los siglos del tiempo difuso.

f\J\/\^\y*^r<^ ^^

13
LOS MAITINES DE LA NOCHE
PÁGINAS ESCOGIDAS 197

Los maitines de la noche


Desolación absurda

Je serai ton cercueil


aimable pestilencel...

Noche de tenues suspiros


platónicamenle ilesos

vuelan bandadas de besos

y parejas de suspiros;
ebrios de amor los céfiros

hinchan su leve plumón;

y los sauces en montón


obseden los camalotes

como torvos hugonotes


de una muda emigración.

Es la divina hora azul


en que cruza el meteoro,

como metáfora de oro


198 JULIO HERRERA REISSIO

por un gran cerebro azul.

Una encantada Stambul


surge de tu guardapelo,

y llevan su desconsuelo
hacia vagos ostracismos,

floridos sonambulismos

y adioses de terciopelo.

En este instante de esplín,

mi cerebro es como un piano


donde un aire wagneriano
toca el loco del esplín.

En el lírico festín

de la ontológica altura,

muestra la luna su dura

calavera torva y seca,

y hace una rígida mueca


con su mandíbula obscura.

El mar, como gran anciano,

lleno de arrugas y canas,

junto a las playas lejanas


tiene rezongos de anciano.

Hay en acecho una mano


dentro del tembladeral;

y la supersubstancial

Vía Láctea se me finge

la osamenta de una Esfinge


dispersada en un erial.
pAoinas escogidas 199

Cantando la tartamuda
frase de oro de una flauta,

recorre el eco su pauta

de música tartamuda.

El entrecejo de Bu da
hinca el barranco sombrío,
abre un bostezo de hastío
la perezosa campaña,

y el molino es una araña


que se agita en el vacío.

Deja que incline mi frente


en tu frente subjetiva,

en la enferma sensitiva

media luna de tu frente,

que en la copa decadente


de tu pupila profunda
beba el alma vagabunda
que me da ciencias astrales,

en las horas espectrales

de mi vida moribunda!

Deja que rime unos sueños


en tu rostro de gardenia,
hada de la neurastenia,

trágica luz de mis sueños.


Mercadera de beleños
llévame al mundo que encanta;

soy el genio da Atalanta


200 J'JLIO HERRERA REISSIQ

que en sus delirios evoca

el ecuador de tu boca

y el polo de tu garganta!

Con el alma hecha pedazos,


tengo un Calvario en el mundo;
amo y soy un moribundo,
tengo el alma hecha pedazos:
cruz me deparan tus brazos,
hiél tus lágrimas salinas,

tus diestras uñas espinas,

y dos clavos luminosos

los aleonados y briosos

ojos con que me fascinas I

Oh, mariposa noc'uma


de mi lámpara suicida,

alma caduca y torcida,

evanescencia nocturna ;

linfática taciturna

de mi Nirvana opioso,
en tu mirar sigiloso

me espeluzna tu erotismo

que es la pasión del abismo

por el Ángel Tenebroso!

(Es media noche). Las ranas

torturan en su acordeón
un «piano» de jMendeIssohn
PÁGINAS ESCOGIDAS 201

que es un gemido de ranas;


habla de cosas lejanas

un clamoreo sutil

y con aire acrobatil,

bajo la inquieta laguna,

hace piruetas la luna

sobre una red de marfil.

Juega el vienlo perfumado,


con los pétalos que arranca,
una partida muy blanca

de un ajedrez perfumado;
pliega el arroyo en el prado
su abanico de cristal,

y genialmente anormal
finge el monte a la distancia

una gran protuberancia


del cerebro universal.

Vengo a ti, serpiente de ojos

que hunden crímenes amenos,


la de los siete venenos
en el iris de sus ojos;
beberán tus llantos rojos

mis estertores acerbos,


mientras los fúnebres cuervos,

reyes de las sepulturas,

velan como almas obscuras


de atormentados protervos
202 JULIO HERRERA REISSIQ

Tú eres postuma y marchita


misteriosa ñor erótica,

müiunanochesca, hipnótica,

flor de Estigia acre y marchita;


tú eres absurda y maldita,
desterrada del Placer,

la paradoja del ser

en el borrón de la Nada,
una hurí desesperada
del harem de Baudelairel

Ven, declina tu cabeza

de honda noche delincuente

sobre mi tétrica frente,

sobre mi aciaga cabeza;

deje su indócil rareza

tu numen desolador,

que en el drama inmolador


de nuestros mudos abrazos
yo te abriré con mis brazos
un paréntesis de amorl
PAGINAS ESCOGIDAS 203

Julio

Frío, frío, frío I

Pieles, nostalgias y dolores mudos.

Flota sobre el esplín de la campaña


una jaqueca sudorosa y fría,

y las ranas celebran en la umbría


una función de ventriloquia extraña.

La Neurastenia gris de la montaña


piensa, por singular telepatía,

con la adusta y claustral monomanía


del convento senil de la Bretaña.

Resolviendo una suma de ilusiones,

como un Jordán de candidos vellones

la majada eucarística se integra;

y a lo lejos el cuervo pensativo


sueña acaso en un Cosmos abstractivo

como una luna pavorosa y negra.


i04 JULIO HE.'ÍRERA REISSIQ

Octubre

Primavera celebra las pubertades.

Un crimen de cantáridas palpita

cabe el polen. Floridos celLbatos

perecen de pasión bajo los gratos


azahares perversos de Afrodita.

Como un coi-piño quo a besar exciía,

"íl céfiro delinque en los olfatos;

mientras llueven magn.'ficos oraaios

a los pies de la Virgen de la ermita.

Tocando su nerNÍosa pandereta

una zagala brinca en el sendero;

y al repique pluvial de la pileta,

con un ritmo de arterias desmayadas,


se extinguen en el turbio lavadeío

las rosas de las nuevas iniciadas.


PÁGINAS ESCOGIDAS 205

Esplín

Todas las cosas se visten de una vaguedad profunda;


pálidas nieblas evocan la nostalgia de París;
hay en el aire perezas de cocotle meditabunda.
Llenos están cielo y tierra de un aburrimiento gris.

Otoño el príncipe, vela tras una tenue vitrina,

medio envuelto en la caricia de su pálido jubón.


Flora, enferma, se desmaya mientras el Hada neblina

abre a los silfos del sueño, su palacio de algodón.

Pulsa el arpa somnolienta; y haz que tus dedos armónicos

salten como plumas de ópalo de un verderol del Edén


y que me finjan tus manos dos insectos filarmónicos,

dos arañas venturosas de un ensueño de Chopin.

Yo quiero ver en tus ojos una tiniebla azulina

de la clorótica noche de tu faz plemlunial;

crucifícame en tus brazos, mientras el Hada neblina

fuma el opio neurasténico de su cigan-o glacial


LAS PLAGAS
^Aginas escogidas 209

Las plagas

«Era su mano una sentencia. Y me


arrastré como un gusano...» Job.

— Aguza la vista, imbécil: Brilla el crimen en las dagas,

íi-cnte a ti

las emboscadas se erizan en el bosque. Dos chacales,

gruñen fieramente el rasLro de tu inconscieoicia febril 1

— No puedo, no!
Ya la noche de íus ojos ha caído sobre mí!...

!
— Un paso más y amaneces, necio pingajo dei arcilla!

La cumbre canta tu gloria como un blanco muecín.


No alientes, cierra los párpados! Bajo tus pies, el abismo
polariza su mirada criminosa de Caín.

— No puedo, no!

El vértigo de tus ojos ha caído sobre mí!...

— Iluso, el polo te arroba. Sobre la blanca gangrena,

clave tu paso la enseña del atavismo viril!

Gloria a tu nombre! Adelante, cretino, con tu osamenta!


11
210 JULIO HERRERA REISSIQ

La aurora boreal corona tus audacias de reptil.

— No puedo, no I

El invierno de tus ojos ha caído sobro mí!...

— Vuelve hacia atrás miserable! Saluda al simún, no tiembles;


toma rumbo a la cisterna y al datilero gentil.

Oh, estulto! La Esfinge aulla de muerte a tu caravana.


Viene un séquito verdugo de cuervos para el festín...

— No puedo, nol
La perdición de tus ojos ha caído sobre mí!...

— Boga con genio, insensato 1 La epilepsia constrictora

del Océano te escupe. Puja con rabia, infeliz I

La jauría de las olas grita el drama de tu sangre

y en las fauces de algún monsünio irás pronto a sucumbir I

— No puedo, nol

La tempestad de tus ojos ha caído sobre mí!...

— Canceroso de soberbia, mordido por la neurosis:

erige al Cielo tus náuseas. Rinde la torva cerviz!

Primaveriza, cadáver amable de ilustre crápula!

Dios te concede un minuto cordial para ser feliz.

— No puedo, no!

La maldición de tus ojos ha caído sobre mí!...

'
— Condenado espeluznante, donde vas y donde pisas

la alegría üene fin:

perro esclavo de ti mismo, reprobo infame, libértate


pAoinas escogidas 211

de tu infección luminosa, gusta la paz, Ángel ruin I

— No puedo, no I

El infierno de tus ojos ha oaído sobre mil...

— Cuánto sufres, dios leproso del corazón; es horrenda


la vigilia suicidante de tus llagas, alma vil I

Depon tu vida, cobarde; besa el asco de la muerte;

entra en mi tumba de olvido y dejarás de existir I

— No puedo, no I

La eternidad de tus ojos ha caído sobre mí!

Octubre 1904, !

-^-
212 JULIO HERRERA REISSIO

Amor

Papa intrigante y femenino, lame


tu sandalia infecciosa el mundo eatoro;

sublime charlatán, gran embustero,


mercader falso de amuletos, — dame
tu filtro jjue em-enena y (jue.Tiace infame;
anima con tu cifra nuestro cero,

tu lepra es el incienso más sincero

que ondular puede el vil que te proclame.

^ Simpático demonio ! Monstruo hipnótico


de cuerno egregio y alas de narcóíico...

Galante dios podrido hasta los huesos.

A ti la gracia de humillar te cupo,

siglos y i-eyes, con tus aptos besos,

oh, Amor, gloria a tu nombre!... yo te escupo!


LA VIDA Y OTROS POEMAS
(TOMO V DE LAS OBRAS COMPLETAS)
PÁGINAS ESCOGIDAS 215

Los OJOS negros de Julieta

De par en par muy abiertos

cual las puertas del amor,

he visto en sueños dos ojos

que me causaron pavor;


golondrinas de mi Otoño

y aureolas de mi Cruz,
me alumbraron con su sombra,
me cegaron con su luzt

Desde que soñé con ellos

les vi ternura y reproche:

son mis amigos de día,

son mis huéspedes de noche!


Centinelas de mi alma,
nunca dejaron de verme,
se abren para intenogarme,
jamás para responderme I
216 JULIO HERRERA REISSIO

Profundos ojos da Símbolo


en cuyas negras elipsis,

ríe «Las mil y una noches»

y brama el Apocalipsis

Lóbregas linternas mágicas


de un vago kaleidoscopio

alcázares de silencio

y Paraísos d^ opio!

Ojos que insultan y aplacan,

ojos que enseñan a amar, i

y que en el fondo de un vaso


los encontró Baltasar

Ojos raros, negros cisnes

del bosque de la Pasión,

que adoró Pentesilea

y soñó la Maintenonl

Son la noche de Saturno


por el alba sorprendida

wrdugos y creadores,

matan al par que dan \ida!


Me hacen xev gratos Edenes

y a un tiempo me dejan ciego:

para mí está el Paraíso

en las llamas de su fuego I

Como la frente de Jove,

tiene la luz que rej


pAoin'as escogidas 217

la luz que dló vida a Baco

e hizo morir a Semelcl


Ojos de briosas Medeas,
ojos de altivas Zoraidas,

arrancadas por las Furias

a las sangrientas DanaidasI

Son de una mujer amable


y terrible, cuando quiere:

que mata cuando acaricia

y acaricia cuando hiere!

Ojos en cuyas ojeras


Amor esbozó un violado
Jardín del Mal, y dos manchas
sacrilegas del pecado

Cuando adora son sus ojos

un «fiat lux» de placeres:


como las piedras de PiíTa
cristalizaban mujeres
Cuando no late o execra,

son Cerberos que arrebatan


y son glaciales Medusas
que petrifican y matan I

Ojos de enigma sombrío,


ojos de rapto severo:

ojos que dicen: te juro!

ojos que dicen: me muero I


218 JULIO HERRERA REISSIQ

ojos románticos, límpidos

como dos lagos de Escocia,

y guardados por un monstruo


como el raudal de Beocial

Al par que mucha esperanza,

mucho dolor miro en ellos:

negras Esñn^es de duda,


son terribles y son bellos 1

Como imanes caprichosos,


me atraen y me rechazan,

y son faros que me guían


y carbones que me a'brasanl

Arde el amor en su foco

como en un vivo crisol,

y en su regia faz esplenden


como las manchas del Solí

Cuando me esquivan los bufico,

pálido de frenesí,

cuando no quiero mirarlos

siempre están fijos en mil

Astros de eclipse, agoreros

en mis esplines de niebla:


astros que son pura lumbre

y que son pura tinieblal

Precipicios en que habitan

flamígeros Levjathanes,
PÁGINAS ESCOGIDAS 2l0

y cráteres carbonosos

de fatídicos volcanes 1

Son cual ossiánicas nubes;

que dan vértigo y desmayo;


con el relámpago alumbran,
para matar con el rayo I

Son los negros ruisefioi-es

de mis noches de insosiego:


son dos duendes emboscados
en un castillo de fuego 1

Ojos qiie he visto en Damasco,

ojos que he visto en Ormuz,


que son Alhambras de sombra
y Trocaderos de luz!

Ojos que son las monedas


con que se compra una hurí,

y los claros talismanes

que usó el Pontífice Alíl

Son las lámparas eternas

y las flamígeras urnas


de NeiLh, y los laberintos
de las Thulé taciturnas I

Fuegos fatuos que lucieron


en la Reina de Sabá,

y palomas mensajeras
venidas del más Allá!
220 JULIO HERRERA REISSIO

Ojos fetiches sonámbulos,


ojos etíopes con celo,

ojos que tienen rugidos


como las iras de Ótelo!
Ojos en que hay raros bailes
de salamandras lascivas,

ojos que muerden, que be^an

y que son dos «aguas vivas»!

Ojos perversos y mansos,


ojos tiistes y risueños,
ojos que son como el «Mane,
Tecel Fares» de mis sueños!

Prosei-pinas indulgentes

para el Plutón que las roba:

criminales en su celda
y Sultanes en su alcoba!

Lo que más me agrada en ellos


es ¡ayl lo que más me arredra:

son la plegaria de Palas,

y la imprecación de Fedra!
Ojos de dulce Solyma
y de espantable Gorgona:
son Radamante que juzga,

y son Minos que perdona!

Ojos que como el Mar ]\Iuerto,

tienen sordas ardentías.


PAaíN'AS ESCOGIDAS 221

y que son dos uvas negras


de la vid de mis orgías I

Cafi-es que atisban; vampiros


de luz acariciadores:

ojos que tienen el brillo

de los aceros traidores I

Astrólogos en vigilia,

cuervos de Odín en visión;

y a media noche extasiados


muccínes en oración I

Ojos que evocan insomnes


lampadarios de un Augur,
y que semejan dos negras
panteras de Vishapurl

Ojos troneras del Tártaro,

y espejos del Elíseo,

cisternas del Flegetón

y Pagodas del Leteo!

En ellas bebe retinto


café de insomnio, mi esplín;

y en su fondo desolado
guiñan noches de Caín I

Ojos Crujías del Caos, donde


el Ángel Negro se asoma,

y que son (alguien lo ha dicho)


dos pecados de Sodomal
222 JULIO HERRERA REIS3IQ

Ojos que hacen pensar


en pócimas de Lucrecia,

y en trágicos enlutados
de un Carnaval de Venecial

Son fulgurantes Profetas

sobre un Tabor inspirado:

son las manchas del Vacío

en el gran cielo esti-ellado!

Son luciérnagas en fiebre,

luces malas en delirios,

hadas negras de Damasco


y Plañideros Asidos 1

Braseros de Nigromancia,
custodias de pedrería,

Santa Santorum del Cielo,

y Hortus Conclusus del Día I

Piscinas de mármol negro

y asfódelos de Judá,

broches de estrellas de Maya,

y cuevas de Alí Baba I

Lunas raras de Astarté,

basiliscos de Colonia,

vigilantes hidras negras

de un portal de Babilonia!
Son carbunclos de SemíraraLs,

parlas negras de Astrakán,


pAoin'as escogidas 223

y son flores luminosas

del jardín de Solimán!

Ojos narcóticos; tétricas

adormideras de Budha,
lotos que abren en los parques

de la gran Nirvana muda!


Borras que halló Sardanápalo
en la copa del Placer,
amuletos de la muerte
e imanes de Lucifer I

Bellos ojos que surgieron


de las iras de Neptuno,
cual insigne Vía Láctea

brotó del seno de Juno I

Ojos cantáridas vivas

y falenas venenosas
que sirvieron de excitantes
en la mesa de las Diosas!

Ojos Olimpos de gloria


que me dicen: Vuelve atrás,

Belerofonte ha caído

y tú muy pronto caerás!

Ojos de Osiris, hipnóticos

soles de Serapeión,
astros que emerjen con garras
de la boca de un Dragón!
224 JULIO HERRERA REIS3IQ

Ojos de Estigia en. que rielan


lunáticos icabiilleos;

alacranes de Rachilde
en lúbricos himeneos I

Ojos que se me figuran

agazapados ^ladrones

y zalameros abates
del -tiempo de los Borbones...

En su pi-esencia me asisten

quiméricos Zoroasti'os

soy Melampo que adivina

y Quirón que lee en los astros!

Lejos de ellos, soy Mazeppa

espectral gobre una suerie

de Clavileño murciélago,

en viaje hacia la muerte I

Ojos que son las ventanas

insinuantes de un harén,

y como el fruto especioso

que Eva comió en el Edénl


Ojos que tienen veneno,
ojos que dan el hatchis,

procedentes de Turquía

y adquiridos en París 1

Cuando los estoy mirando


siento un placer que me duele,
PÁGINAS ESCOGIDAS 225

sienfo un dolor que rae gusta

y una atracción que me impelel...

S6 que en ellos flota un algo

que es amor y es odio eterno:

son las alas del Empíreo


y los antros del Infierno!

Ojos que hubiera soñado


el travieso Rabelais,

que dicen un epigrama


como bailan un rnmué...

Que en el regís Lro del alma


tocan provocando bis,

un allegro de Ros;^ini

y una sonata de Liszl!

Son los crótalos de Siva,

son los rayos de Visnú,

y son las piedras de escándalo

con que lucha Belcebúi


Son los fosos de las fieras

que salvaron a Daniel,


son las selvas de Alighieri

y los antros da Ezequiel!

Ojos que me crucifican

sueño a sueño en el Azur,

transmigrados en los nítidos

clavos de la Cruz del Sur...

15
22G JULIO HERRERA REISSIO

Son mis amigos remotos


y en la noche en que sucumba,
en el Carro de los A.^tros

me llevarán a la tumbal

Ojos que sois gloria y luto


de mi eterna pesadumbre,
que vaiestro fulgor me ciegue

y vuestra sombra me alumbre!


Ojos de alegre ti niebla

y de triste resplandor:

sed los cirios de mi féretro,

sed la antorcha de mi Amor!

Sueño un sol que me oriente

y una noche que me enfrie.

Jonás busca quien lo trague

y Tobías quien lo guíel...

Oh, mis divinos verdugos!


Ojos que vais donde voy,
no me matéis, alejaos...

Venid, matadme, aquí estoy!.,.

-!-
LES VÍERGES AU CREPUSCULE
pAqinas escooidas 229

Les vierges au crépuscule

(De Albert Samain)

— Naís, de tu sortija no veo los colores...

— Lydé, de
3^0 he notado
los cisnes la ausencia...

— Naís, no oyes dulce lade pastores? flauta los

— Lydé, de naranjos no percibes


los esencia? la

—Naís, por qué soy presa de un acerbo temblor,


'

al mirar a lo lejos morir el sol marino?


— L)'dé, por qué yo sufro y tiemblo de pavor

al ruido de los carros que entran en el camino?


Y ambas de quince años, vírgenes criaturas,

sienten en la terra.sse de olores emolientes,

el corazón fundírseles en lágrimas obscuras,

y, uniendo sus cabellos al inclinar las fi-entes,

a un rapld( en que la boca en la boca palpita,


dulcemente sollozan en la tarde infinita...
EL CIRCULO DE LA MUERTE
El círculo de la muerte

Entre los procedimientos literarios qim se han


sucedido, desde la época de la Biblia y de los rapso-
das, hasta nuestros días, ©n verdad, no hay ninguno
que pueda vanagloriarse de vivir demasiado, lo qud
quiere decir que el alma de la sociedad, sedienta
de imposibLe, versátil y caprichosa, cautiva, inquie-
ta, encantada de más allá, y sin poder rebasar un

límite, como la onda llena de luna, anhela siempre

variar, variar infinitamente, mostrándose ein esto mu-


jer, que se aburre harto pronto de un mismo color

y de una misma moda, que desdeña hoy lo que


hasta ayer adoraba^ y que miañana volverá a adorar^
lo que hoy lo hastía (1).

(i) Pienso en la regresión a los antiguos cánones y en cómo se tocan


los extremoi más avanzadoj de los caprichos de actualidad, con sus se-
?31 JULIO HERRERA REISSIQ

Mucho se ha escrito y se ha tartamudeado, por


estetas, revisl'eros^ dilctaiilis y hasta reporters, so-
bre lel eterno, como a mi de las li-
ver, inútil pleito
teraturas; 3' es de buen gusto evitar citas y reminis-
cencias al beato lector cuyo es el derecho de exigirnos
una opinión por sandia que sea, pero al fin propia
y no de las que se deslizan por contrabando habi-
tual y pacto con la memoria, después de ricos pre-
ludios y fugas de biblioteca, ©n este libresco siglo.
Si es que en definiti\'a las ^^ejas formas d'e ex-
presar la sensación hubieran sido universalmient©
rechazadas por todos los escritores y «sensitivos»,
después de veinte o treinta centurias de discipli-

na en yunque, y substituidas por otras que sim-


©1

bolizasen una actualidad artística de gustos y mati-


ces, contrapuestos a los lejanos moldes primerizos,
— esto nos suministraría el criterio científico de una
ÍAuegable superioridad de arte y de pensamiento
en nuestra época, sobre e! pasado, y de una sanción
diarwiniana de complejidad o heberogeneidad, en los
órganos psicológicos de apr'edar 3' producir lo Belloi

Tal adelanto implicaría, sin aspavientos, un simple


grado en el máquina sensible, corre>-
proceso de la

lativo a otros adelantos que se realizan en el orga-


mismo. Desde luego no sucede así: el campo de la
Estética, tanto en su fondo como en su apariencia,
sigue di^ddido proteicamente en banderías que entra-

mejantes de hace dos mil años. Presumo un ciclo de evoluciones cuyo


término está en el principio ya conocido, a donde tal vez nos dirigire-
mos, para volver a recorrer lo andado, sin cambiar jamás de horizonte
y con extremos siempre los mismos.
PÁtjlNAS ESCOOIDAS 235

flan las más variadas indumentarias, y que se divor-


cijan, por grados, en diefinicdones,en ien sutilezas,
un dédalo de fórmulas y de razonamientos casi me-
tíifísicos, que hacen sonreír, cuando no bostezar, y

que conducen, después de todo, lal laberinto de las


cien mil puertas. Se trata de una Babel en que las
lenguas se confunden y en que los hombres riñen,
mientras lel edificio se desmorona aplastándolos a
todos.
Quienes larrancan de la lógica, quienes del lein-
*

guaje, quienes del caprlclio, quienes del desinterés


en la sensación, quienes del ensueño, quienes del
sonido, quienes del aparato fisiológico, quienes de
la emoción quintaesentc, quienes de la novedad su-
til, quienes de la revelación pitagórica o de un con-
cepto mislico de la virtud como belleza, quiene$
de morboso y de lo efímero', quienes de lo im-
lo
preciso en la conciencia, quienes de la natura, quie-
nes del yo egoísta y paradojal, quienes de la moral
sociológica en la simpatía. ¡Qué infierno, santo Dios!...
¿Y qué es Belleza, al fin; en qué consiste; cómo
se produce; en dónde se la encuentra; cuáles son sus
leyes?...

Todos hablan en nombre de alguna cosa y nos


invocan alguna razón y nos deparan algunos li-
bros y se acogen a algún profeta, filósofo^ oi literato.

Estos predican la sobriedad, la sencillez, la jus-


teza, la línea, la proporción, la melodía, el con-
torno; aquellos, el derroche, la complejidad, la ima-
ginación, el color, el desaliño, la asimetría, las di-
236 JULIO HERRERA REISSIO

sonancias de Wagner; los de más allá se enferman


o aspiran opio para ver que nadie ha visto y
lo

Idecirnos lo qu© nadie entiende; se clama por lo


objetivo sereno; se vocifera por lo subjetivo estre-
inecedor; luchan la Biblia y la Odisea, la curva
y lel zig-zag, la música y el aullido, Sófocles die

plata y Job de estiércol; aquí se grita: sed claros,


haceos comprender; más allá: esfumad, apagad, mis-
teriad... haceos adivinar; los brujos de Mallanné
nombran sus padrinos a Pitágoras y Zoroastro; los
escultóricos de Leconte de Liste a N'ewton y Aristó-
teles; tales haoen la aritmética de la gramática y
la gramática de la sensación, budhistas enterrados
vivos en sus retóricas de penitencia; otros como feti-

ches de histerias raras, atonnientan la sintaxis y el

sentido a plomo con torcimienlos de danza del vien-


tre, a cual más absurdo y vicioso... Luego, fumistas
y rajahs, visten exótica y carnavalescamente el pen-
samiento, hasta el punto que éste no asoma ni las

narices, lentre la espesa malla de ornamentaciones


inútiles o grotescas que lo degradan— y quienes, por
último, lo ponen fotográficamente en carnes sobre
la página Adva, en nombre de un realismo que es,

la veces, banalidad de tres al cuarto, y, a menudo,


escándalo de «vaudeville».
¡Qué diversidad de gustos y de aspiraciones ¡Qué
inquietud dantesca de receptividad emo viente! ¡Qué
embolismo de palabras y de teurgias antípodas! ¡Qué
crespa vorágine de pensamiento! A través de tan in-
sólitos disfraces y del charlatanismo oficial dei pre-
pAqinas escogidas 237

ceptores y discípulos, se diría que Belleza no es


«una», sino que es un mero punto de
múltiple;
vista personal, un tono del prisma psíquico, que
cada hombre ve y siente de distinta manera, bajo
circunstancias cspecialísimas, una cosa que es siem-
pre la misma en potencia y substancia, que forma
parte elevada de nuestro ser íntimo; un postulado
natural, que aparece, por decirlo así, como una con-
dición psicológica prcstablecida en nuestra existen-
cia, como un modo innato del espíritu, peroi, que el

frío análisis da como un sentido particiüarj


nos lo

en conexión con céntimos unánimes del sistemai


los

nervioso, más o menos desarrollado en ciertas razas


y en ciertos individuos, pero un sentido, al fin, que
como el gusto o el tacto, todos tenemos, y que lo
podemos ejercitar, con mayor o menor eficacia, se-
gún los temperamentos.
Tal anomalía fuera que unos vieran verde lo que
otros contemplan rojo, o que ciertos paladearan vai-
nilla donde algunos saborean ajo, lo cual mié paree©

una broma. El caso, sin duda, no deja de ser curioso,


y tienta agudamente la introspección seriada que,
a mi juicio, deberá aplicarse no al arquetipo, ni si-
quiera al selecto, sino en común, a la colectividad
sintiente, según los grupos, las circunstancias exte-
riores y las características étnicas.
Examinemos sino estos dos criterios, puesto el

uno frente al otro después de dos mil años, como


dos enemigos denti'o de una misma plaza: Platón,
el que fundó la Estética del Ideal, hizo consistir el
238 [ULIO HERRERA REISSIO

Arte ion el pensamiento puro. «Pensad y haréis sen-


tir», decía a sus discípulos el enemigo de los poetas.

Las palairas eran para el Maestro una servidumbre


del único señor, el raciocinio, sin embargo de que
el gran ideólogo ha sido, por excelencia, el soñador
armonioso y el más insigne de los poetas.
Verlaine, un pobre Platón de taberna, decía, por
lo contrario:«Sonad y haréis pensar: sugerid ideas
por simples sonidos: las dos son ideas melodiosas.
Todo ritmo da un pensamiento. Impresionad». Tam-
bién los formalistas, los estalnarios, los neo griegos
del Parnaso, dan preferencia a la palabra sobre la
idea y a la línea sobre la 'emoción. En mi concepto
— abro un paréntesis— los «mentistas» exclusivos nun-
ca harán arte culto, dándonos el pensamiento' en.

estado de barbarie ingénita, como un metal gi'ueso,


áspero, obscuro 3^ sin relie\^e, que ofende el espí-
ritu; los segmidos, exagierando el principio' de la

fonna, caerán en la impostura infantil de un falso


arte como es el de modelar caprichos inexpresables,
sin verdad y sin vida, o de vestir por simple «sno^-

bismo» maniquíes de entretenimiento.


Desde el Profeta del Pórtico al cíclope agudo Kant,
el esteta de la percepción, y desde Kant a Guyau,
un joven Crisóstomo que fundó su encantadora doc-
trina sobre el principio de la simpatía social, cuánto
se ha discutido, cuánto se ha sofismado inútilmente
sobre el modo de hacer arte, de fundarlo, de diri-
girlo; sobre su génesis, sobre su naturaleza filosó-

fica, sobre su objetivo esencial o sobre su no obje-


PAGINAS ESCOGIDAS 239

tivo, que lo mismo da; (1) liaciéiidoloi derivar de


Dios, o de la fuerza pantetista magnética del Uni-
vei'so, considerado iililitariament'ei como un fin' ne-
cesario, como una un pre^
ley de orden vital, como'
cipitado de la conciencia o oomo; un diletanlismo
superior, según Spenoer, —y len 'él delirio místico de
algunos sacerdotes, ha llegado hasta pro-clamársel©
ilustre lengendro de Satanás, que vino al mundo
para servirlo... Sonriamos, no es para menos, de lo
que íes el hombre ante la Belleza, y de lo que es
el genio ante su obra. Que espíritus ooeánioos, sín-
tesis de humanidad, mayúsculas de psicología, sumas
totales de la especie, jueguen un rol de niños* do-
centes, queriendo explicar qué es Arte y en qué
consiste, y que se pasen la vida inflando burbujas
y moliendo sabias necedades, es algo solemnemente
jocoso...

Y
en cuanto a géneros, orígenes y tesis consti-
tutivas, ¡qué caos de divergencias! Desde el arte
por Dios, que fué el primer arte, arte por la patria,

arte por la guerra, arte por la agricultura, artie

sibarítico por el placer, arte caballeresco por la


dama, arte palatino por el ingenio, arte por la po-
lítica, pasamos, nada menos, que al arte por la
Humanidad, cuyo patriarca es Hipólito Taine; arte

Hubieron filósofos y moralistas enemigos del arte, que le negaron


(i)
rol alguno de importancia en el desarrollo del espíritu, y hasta lo res-
ponsabilizaron negativamente de atrofiar las facultades superiores en pro-
vecho de un ejercicio animal de sentidos subalternos. Los cristianos lo
execraban, pretextando estos y otros razonamientos y culpándole de
vanidad y de hipócrita materialismo.
240 JULIO HERRERA REISSIO

por «uno mismo» del señor Ego Sum Barres; artel


por «todos» que s© heleniza en Renán, se poetiza eil
Hugo, se socializa Guyau y
se espiritualiza en
ten

Tolstoi; arte por la Vidaque se atosca de Glaudio


Bernard y de los médicos del naturalismo en boga;
arte por la Muerte, suicidante, asiático, pesimista,
que se envenena, 'en Schopenhaüer, hace arcadas
en Baudelaire, y se afemina en los ingenuos místicos
de la decadencia; arte por la Superioridad, que se
individualiza en Herbert Spenoer y se embriaga en
lia viña tudesca de la detonante megalomanía de
Nietzsche, con que nos asordan los mesiánicos del
super-hombne; arte por el arte, dulce y huraño, con-
templativo y grave que se «glisa» silenciosamente por
Una cinta blasonada, a la media noclie, desde la
Torre del conde Vigni; y hasta— ¡qué gracioso!
que eis un colmo de colmO',
arte por la Ciencia, lo
un duplicado aritmético, dos presas de un solo dis-
paro, un super-arte neoyorkino, en fin, como es
poner en consonante nada menos que un curso de
historia, la geogí^afía o los precieptos del guaraní!...

¡ Cuánta definición, cuánto embrollo, cuánta nada


imponente, qué frontispicio de papel impreso! ¡Cual-
quiera los entiende a estos prestidigitadores de pa-
labras, que haciende un adjetivo una verdad, y de
una bella frase una filosofía!... A Dante se le olvidó
tal vez un círculo en dojide jadearan, condenados!

a echar cimientos en el aire, los especiosos arguitec-


tómanos de teorías, que habiendo podido concretar
su espíritu en un «cuantum» generoso de emotivi-
pAqimas escogidas 241

dad viviente, pasaron su mejor vida entre el por qué


y 'el cómo, haciendo equilibrios sobre el vórtice de
un alambre quimérico...
la ciencia, ten
Me afirmo en que no hemos adelantado un paso
en materia de producir y de apreciar la Belleza,
desde que el mundo es redondo... Todos aman lo
noble, lo grande, lo fuerte de la antigüedad, y Ho-
mero y Anacreonte, Píndaro e Isaías, Kalidasa y
Ossian, con ser tan diversos, jamás podrán ser ne-
gados, íi pesar de los múltiples gustos que en materia
de uniformar el pensamiento existen, según las ra-

zas y las sugestiones del ambiente, Y no es esto


sólo, sino que en ia actualidad muchos prefiereni
los moldes puramente clásicos de las desnudas épo-
cas fraternales;— la palabra ingenua, húmeda de luz,

caliente todavía, recién salida del molde, vecina de


la 'emoción como un eco, sencilla, tierna, trémula
de rocío, olorosa y acné oorao una planta que hu-
mea al ser removida; el grito espontáneo que es
acción refleja, la frase sin remilgos, la postura na-
tural de Cibeles, el encanto eglógico del cuadro que
sonríe y llora con la mañana, la sintaxis precisa, el
lenguaje sobrio y hasta modesto— al arsenal retórico
de estos tiempos, a su léxico exuberante y peinado,
a la «pose» diplomática de la frase, a la bruma nór-
dica de la sensación evaporada en imprecisos vo-
cabularios, a la opulencia fatigosa y al arreo iridis-

cente de §u lenguaje selecto. Todo parece indicar


que el espíritu desengañado de aventuras manchegas
16
242 •
JULIO HERRERA REISSIQ

por los vericuietos del Ideal, vuélvese triste y nos-


tálgico, hacia las lontananzas de la Hélade, suspi-
rando por la Hipocrene sonora de linfas gráciLes^
transparentes y curvas, como los versos de Eurí-
pides y como los sueños de Fidias, orquestados €*i|

blancos Acrópolis.
Se delira por una reacción al método milenario, a
las fuentes primitivas de nuestros sabios maestros
greco-latinos, y, últimamente, grandes poetas han
escrito según los moldes arcaicos, incitandOi a una
saludable reacción de estética.
Esto nos conduce a la siguiente interesantísima
cuestión, que forma, según creo, la médula cogita-
cional de mi temerario opúsculo:— ¿Por qué, pues,
si el espíritu evoluciona en sus más altas especula-
ciones; por qué si nuestras facultades superiores—
según positiva— crecen, sin cesar, y varían
la ciencia

al complicarse, apartándose más y más del punto


de partida, lo cual implica \^a una diferenciación in-

terna y por consiguiente un adelanto estable; cómo


es que habiéndose desarrollado nuestros sentidos no-

toriamente, de treinta siglos a la fecha — como lo ase-

guran los más notables antropologistas y filósofos

de las modernas escuelas alemana y escocesa — ^y

complicado y reintegrado sin excepción, todas nues-


tras funciones psíquicas, cuyos aparatos nerviosos
difieren y se praduoen con gran ventaja sobre los

del hombre antiguo— cómo, pues, no se ha resuelto


en un tipo fijo y más a'to de apreciación y de cul-
tura, el sentido de la Belleza, habiéndose quedado
pAoinas üscooidas 213

estacionario, como iiidiferontc!, en. mediO' del pro-


greso d'G todos los demás órganos?... (1)

Tendremos que volver a Platón, al idealismo piu'O,


al oráculo recóndito de la pre-oonci'encia, a las es-
peculaciones místicas sobro lo Bello; convenir en
que esto abstracto, anterior a toda experiencia psi-
cológica, es un recuerdo de Dios, superviviente y
sellado en nuestros espíritus, el que no puede, por
lo tanto, variar, ni desvirtuarse, libre de toda acción,
de Naturaleza; será preciso remontarnos al candido
espiritualismo «a prioii» de los caminos azules, dese-
chando toda idea de progresión, de sensibilidad, a,
esie respecto, que explique su concepción emotiva, y

afimiamos en que el concepto de armonía, de pura


Belleza, procede de un ojo invariable, eternamente
abierto hacia Dios, Suprema Causa y Belleza en sí
mismo. ¿Tendremos que creer que no habrá ni más
ni menos Belleza que la que hubo siempre, para el
espíritu humano; que éste no la verá nunca dis-

(i) Porque es indudable que los centros de juicio, de compenetra-


bilidad, de abstracción y correlación, de amplitud, de síntesis, de memo-
ria, toda la máquina de raciocinio, todo el tejido celular, ha ido creciendo
por aluviones inteligentes, y de ahí el progreso teórico y práctico del
género humano, la prodigiosa inventiva, la capacidad sintética, el poder
remoto de abstraerse, y la fuerza de inducción a que se ha llegado. De
igual manera, en cuanto al progreso de los sentidos, podría citar un
sin número de ejemplos y de testimonios en la mitcria, probando que
nuestros sentidos de hoy son muy superiores a los del hombre de hace
veinticinco siglos. Los griegos de la época de Homero no veían ciertos
colores, ni oían ciertas notas que el más rudo de los bípedos civilizados
distingue, sin mayor esfuerzo. Esto a un lado, pienso que el gran Arte
no depende únicamente de la imaginación, de un sentido particular de
Belleza, sino que está ligado en sus raices alimenticias a facultades su-
periores del espíritu como rofle^ijn, síne.is di ccrnimiento y am.plitud,
y por eso, a mi juicio, su mayor o menor intensidad y vida.
244 JULIO HERRERA REIS3IQ

tinta en lesoncia, ni la sentirá de otro modo, que es


un irelativo absoluto de un Absoluto Perfecto; que

no depiemde de un sentido corporal sujeto^ a desarroi-


Uos y reacciones psiooorgánicas, sino de un prin-
cipio inmutable y perenne: el alma; ya que si de-
pendiera de un sentido al variar el agente variaría
el fenómeno?... ¿Admitiremos, como razón filosófica,
que la Belleza es un prefijado de orden sobrenatural,
unigénita y divina en sí; im sentido metafísico como
el sentido de Dios, según Descartes, que se resuel-
ve en espontaneidad consciente al ser provocado?
¡Misterio!... El espíritu se cruza de brazos e in-
clina como Hamlet la frente llena de noche...
Lo que parece' innegable es que se la comprende
y hasta se la adivina, en sus mil oscilaciones e in-
quietudes, a través de los ropajes más complica-
dos de! esti]o— esta moda de las literaturas (1)—
de que donde la hay, aunque se la atormente,
allí

se 03'e como una voz que dice: adoradme, estoy pri-


sionera, estoy pintada, estoy mal vestida, pero soy
yo: adoradme!

(i) refiero únicamente al estilo de la letra. Y a propósito, ¿el


Me
estilo, una moda, es algo pasajero, es lo que viste y resalta por sí
es
solo, llevando en triunfo al pensamiento, por la página, como un bello
traje a una mujer, o como dicen los alemanes lo más intenso del espí-
:

ritu, lo invariable, la idea que corre en toda su fuerza natural, arras-


trando la palabra como un juguete?... He aquí otio punto interesantí-
simo sobre el que nadie está de acuerdo ni ha reparado como se debe.
Para hablar con propiedad filosófica, débense distinguir en mi concepto,
dos estilos dentro de uno mismo, el de la palabra y el del pensamiento,
como hay dos cosas en una: la natural y la artística, y dos hombres, el
fisiológico y el psíquico. Quererlos separar para hacer escuelas es, desde
luego, rebajarlos puerilmente. El primero sin el segundo es muerto; el
PÁGINAS ESCOGIDAS 245

Escuelas son palabras. Belleza íes eternidad. Piara


vivir se neoesita vivir realmente y no explicarnos
qué cosa es la vida. Tal en arte.

¿De polémicas á& los filósofos y de las «mise


las
en scéne» de los flamantes programistas de Esté-
tica, qué es lo que nos ha quedado? No son sus
paradojas, sus exégesis, sus pintorescas burbujas va-
nas, ¡ni sus catecismos alambicados, sino algunas
bellas páginas en que nos expresan con lealtad su
emoción y su pensamiento, en ©1 gradO' más culmi-
nante y a veces modestameinte. Lo que vive es lo
que hace vivir, lo que impresiona; es la aguja iman-
tada que nos hiere sin decirnos «cómo», y no el
hornillo teúrgico del alquimista, donde se cuecen
ímprobas hipótesis, que ahuma nuestro pensamiento
y lo entorpece en calenturas agrias.
Virgilio, Petrarca, Shakespeare y Censantes, genios
tan diversos, no se preocuparon mayormentej al es-

segundo sin el primero es nonato: uno por incapacidad, otro por defor-
midad. Vemos en la literatura de los genios, como esos estilos se unen
y se confunden, repartiéndose en el mismo grado de potencia y vibra-
ción. Pienso que el triunfo de un verdadero estilo está precisamente en
una compenetrabilidad hermética y sin esfuerzo de los que llamaremos
sub-estilos, palabra y concepto. El pensamiento, que es fuerza activa,
debe tomar su parte de gracia al encarnarse en el vocablo para gustar
sin violencia, —
el vocablo, que es gracia pasiva, su parte de fuerza, para
vivir sin humillación. Es una duplicidad armónica y semejante; trátase
de que la idea tome inmediatamente la forma del vocablo, como un peri-
sprit la forma del cuerpo donde mora, confundida en él y fraternizando
hasta parecer tangible; y a su vez de que la palabra se imprima en el
pensamiento y entre en él, de un modo ágil, ni más ni menos que como
en un molde preciso y pulcro la cera caliente. El gran estilo es el que
brilla y corre, como un agua primaveril, espejo moviente de sombras
movientes y vivas que erran p>or la página y se hunden en ella, cual
pececülos traslucidos, color del cristal...
216 JULIO HERRERA REISSIO

grirair la pluma, de dónde procedía lo Bello, ni cuál

era su objetivo, ni en qué consistía, ni en virtud


de qué ley intrínseca se produce; no nos llenaronl
trabajosamenlie de reclamos de farmacia milagrosa;
la estética lestaba en ellos; ellos la sentían según
su espíritu y la' condensaban ©n vibraciones natu-
rales; el vocablo, el modismo, la métrica, el color,
la música, la forma, expresaron simplemente el fondo,
confundiéndose con en una dulce amistad; fue-
él,

ron como la sombra sincera que proyecta el cuerpo


herido por la luz desde lo alto y que se estretoiece
junto con su amigo.
Tampoco el interés, la religión, ni la moral— sim-
ples accidentes o circunstancias de la obra — rebasan
una época y, por consecuencia, no subsisten una
vez eliminados dichos elementos subalternos por
otros de su especie, o trasplantados a distintos pm-
ses, en que prevalecen diversas costumbres. Isaías,
judío, Sófocles, pagano. Hafiz, musulmán, Milton,
protestante, Voltaire, escéptico, Goethe, indiferente,
Chateaubriand, calóaco, Baudelaire, b'asfcmo, se ve-
neran en el mismo santuario de Inmortalidad, oon
independcTicia absoluta de su credo o de su ateís^
mo. Y es que las religiones desaparecen o el interés
que ellas nos inspiran, dejándonos únicamente la
herencia de genio artístico que consiguieron reunir,
a su paso por el espíritu. Así, la Venus de Mito,
Minerva, Juno, los templos de Jonia, la mitología
egipcia con sus bajo-relieves, sarcófagos, pirámides

y obeliscos, los monumentos indús, la arquitectura


PÁGINAS ESCOGIDAS ^47

y la estatuaria de la antigüedad creyenle, €in todas las


sociedades. Así también un Olimpo desnudo y un
cristianismo carnal que viven fraternalmente en el

Museo del Vaticano, a despecho de los fanatismos


verdugos de las religiones que los engendraron: Sa-
tanás en casa de Cristo; Venus confidente de María;
las M'rgenes en dulce paz con las Bacantes; el vino
de Saturno con la sangre del Gólgota: Milagro del
Arte, derrota de Dios!
Idéntica cosa en cuanto a moral, inlerés, políticaj
simbolismo. Nadie venera la liíada porque Homero
templó con lella el alma de la Grecia, ni agradece
a Theócrito y a Bión, que alentaran con sus églogas
la ganadería, ni a Camoens, el haber inspirado la
fiebre de las conquistas; no se adora a Miguel de
Cervantes porque fustigó las supersticiones de la
caballería andariega, ni a ]\Ioliére porque rió de los
hipócritas y de los impostores de la Ciencia, ni a
Shakespeare porque dio el antídoto profundo de las
pasiones, desnudando en su teatro tenebroso hu-
manidades caliientes.

Tampoco han sido execrados Anacreonte y Apu-


leyo— reidores de la orgía— por el furor afrodisíaco
de sus Musas borrachas. Ni el crítico, ni el lector,
enagcnados por el encanto audaz que los enerva,
piden cuenta a Horacio, el epicúreo sátiro de Roma;
a Propercio, Cátulo y Ovidio, cantáridas de orO' del

rito esencial; a Saint Evremond, Bocaccio, Moore,


Quevedo, Hamilton, pájaros burlones del jardín púr-
pura de Afrodita; al cínico Rabelais, cerdo galantei;
248 JULIO HERRERA REISSIO

a Byron, Shelley, Senancourt, Swimburne, de Ner-


val, Heine, Beaudelaire, Musset y los modernos car-
nívoros del París babilónico, de sus delirios y de
sus blasfemias, los cuales, por otra parte, son un
delicioso manjar de escándalo, que nadie rehusa a
solas... o en compañía de Lucifer...

Sólo (exigimos de ellos, y en esto opinoi contral


Guyau, Max Nordau, Bininetiéne y Menéndez Pelayo,
que nos sacudan, que nos 'emocionen, agradablei-
Im'ente o terriblemeníe, de un modo triste, alegre,

mórbido, macabro, depresivo o vital, que lo mismo


importa, pero siempre intenso, siempre poderoso;
que nos sugieran estados de conciencia, ya reales,
ya imposibles, ya vagos, simpáticos o refractarios
ial todo social, salubres o piei'vea'sos, turbulentos o
apacibles, que nos enaltezcan o nos debiliten, que
nos alucinen o nos repugneía, pero siempre de tal

manera, que una realidad parezca resucitar dentro


de nosotros al ser evocada por el numen feériooi, y
que vivamos, un instante, violentamente, el capricho
o la voluntad del libro que nos señorea.
la moral en Arte es sólo un punto de
Pienso que
como la simpatía es sólo un convenciona-
vista, así

lismo más o menos adaptable a la organización de


la sociedad, o de cualquiera de sus grupos.
El arte no está obligado a ser cátedra evangélicaj
ni debe degenerar en eje de conducta de los hombres,
perdiendo, por una solidaridad ajena a sus propios
atributos, la soberanía de su fuerza libérrima de
señor de todos los tiempos, de todas las razas, de
PÁGINAS ESCOGIDAS 219

todos los espíritus y de todas las tívilizaciones. La


Belleza es por sí sola y se produde sin oondición.
Los griegos jamás nos la pintaron exclusivamente!
casta, generosa, cabal, plausible, sino con todos los
atributos simpáticos o anti-sociales, positivos o rm-
gativos, ergotistas o colectivistas, útiles o deletéreos,
con toda la gama del gesto humano y hasta fabu-
loso, una majestad su-
pero, siiempre revestida de
prema que es por sí propia una ley, una emoción y
una vida orquestal. Darlo que lo bello no es lo útil,
que subsiste indepfendicntemente de aquel atributo,
¿por qué exigir al Arte una utilidad social o doctri-
naria que repugna a su naturaleza íntima; a q'ué
obligarle a diluir a la plena luz de la vida, en el

palenque de la lucha humana, el elemento de sueñO'


y de imposible de que se compone en alto grado, y en
el que se ha mecido ingenuamente, desde que na-

ció? La hermosura, fuera de la Etica: tal es lel


ideal. Libremos al Arte de toda conducta, dsl pesado

arreo de los atavismos. Nadie prcgimta a Safo: ¿sois


hetaira? y a Teresa de Jesús: ¿sois santa? y a Co-
rlna: ¿sois marimacho? y a Rachilde: ¿sois, deano-
nio? Nos gustan y nos penetran: eso es todo, y eso
nos basta. Por eso viven. Por eso vi\irán. Mismos,
lo feo, lo repugnante (juzgados como^ inmoralidades
de las cosas en la escolástica de Alejandría), lo tri-
vial, lo horrible y hasta lo absurdo, fuertemente su-
gestivos, constituyen a veces los elementos de la
Belleza en la obra de arte, y agradan en un con-
junto armónico a fuerza de repelernos por separado.
250 JULIO HERRARA REISSIQ

Se trata, ni más ni menos, que de una trasmutación


superior, de juna, solución áe antítesis, en vista áe
un esfuerzo absoluto del genio, que todo lo puede
y todo lo doma a su antojo ano-rmal, imantándoilp
de su virtud rediviva.
En la naturaleza lexiste en gran parte el elemento
de fealdad o desagradable: noche, borrasca, in-
vierno, aridez, constituyen los 'elementos negativos
de uno de los hemisferios del mundo Armonía, qu©
encierran en sí su entidad de emoción y se resuel-
ven len Belleza suma al combinarse con los positivos
del polo contiario: así la noche y eil día nos dan la
aurora al besarse, triunfo magnífico del color—
entre el invierno y el verano, ticuide un puente de
ros'as laprimavera: maiavilla del perfumee y áe la
poesía. Veamos también según esto, como a imagen
del genio— foco de ere acón espontánea, que todo
lo transforma con su chispa inédita — un simple rayo
de sol puede, en cualquier circunstancia, tornar un
cielo caótico de frías nubes, descolorido y sin ex-
presión, en campo de panoramas sublimes^ opulen-
to de gracia y de relieve.
Y
para concluir con la moral en la literatura:
¿quién haJjrá que desaire a Schiller. condenando «Los
Bandidos» porque estos titanes de la paradoja, inci-
taron a la vida salvaje, fuera de los códigos; mi
tampoco quién blasfemará de Goethe, leyendo a Wer-
ther, por la epidemia de suicidios a que dio lugar
su éxito en las almas hiperestésicas, enfermas de
amor?...
PÁGINAS ESCOGIDAS 251

Lo hay d^e cierto, después de todo, es que


qtie
lo único que pei'dura ten la obra varonil, nO' >es la
técnica, no es «el estilo, la palabra, el género, la or-
questación, lel ci'onos, la geomieti'ia, la mayor riqueza
o simplicidad, la transparencia ni la bruma, y me-
nos las definiciou'es harto inocentes de sus propios
autores y de los escolásticos que las explican, con
apostólica gravedumbre, a la postetridad; sino lo que
escapa muchas a eocis a la red de la palabra misma
y persiste en contra y a pesar e'Ia; es ese fluido
famihar que nos impresiona, lesa substancia impon-
derabLe que nos toca, estremeciéndonos^ al simpa-
tizar con nuestra misma subs'ancla; es ose «algo»
resistente al tiempo, a la censura y a la volubilidad
de las modas artísticas, como un metal milagroso,

moldeado en un conjunto de cosas simples y a la


vez complejas, que grita, como Memnón en la obra
del genio: ¡soy lo que vos anhelabais y lo que bus-
can todos: doblad la rodilla!

-«-
DISCURSO EN ELOGIO
DE ALCIDES DE MARÍA
256 JULIO HEIÍRERA REISSIO

gado alambre líiico del Sen limienlo,— saludo aKre-


cuerdo del viejo león patricio de melenas gauchas,
Alcides de María; al abuelo agreste de las veladas
pintorescas de nuestias viviendas criollas, al pié de
nuestros ombúes nativos y en torno de los hogares
campesinos, encendidos con leña de mataojo y de
espinillo,— al rapsoda ingenuo de la. Épica vagabunda

y bravia, erizada de tacuai'as y dei uñas de gato, de


pitas y de macacliines, de abrojos charrúas y de
espinas de tala; de la epopeya ecuestre del facón y
del trabuco, del poncho patrio y de la media luna^
de lanza matrera y boleadoras indias; saludo al

Homero criollo de nuestra Odisea desmelenada; de


n,uestra Odisea con labios púrpuras de margarita
y mejillas de aterciopelado laurel-rosa; de nuestra
Odisea china, vestida de percal y de zarazas limpia —
y almidonada— de larga trenza recogida en gráciles
moños multicolores y f bisada con claveles de llama
y con cedrones —
de los jardines, de nuestra Odisea
casi romántica— asomada el Domingo a la puerta del
rancho de adobe y reclinada— bajo el crepúsculo
en la tranquera de ñandubay, en espera del prome-
tido, que sueña... de nuestra Odisea con perfumes

de trébol y de aroma, de menta y de toronjil, de


hierba buena y de cedi'ón; Saludo, señores, al re-
cuerdo familiar de nuestro Bión catopuso de la
guitarra florida, con cinla celeste y roja, filigranas
de nácar, de la guitarra solariega de las citas en la

media noche y de las rondas en la pulpería, de las

serenatas al claro de luna, de los pericones y de los


pAv FNAS ESCOniDAS 257

malambos; de la vreja guitarra aiidai'iega y bohemia


de las versadas en contrapunto y de las cifras que-
jumbrosas, bajo el alero; de la zumbona vihuela
del pago, que es la lira de nuestro Olimpo y la ronca
cigarra de nuestra Arcadia cimarrona, — saludo al

bardo de las sabrosas Bucólicas a la intemperie, en


el mimo madrugador de nuestros campos, de las
bucólicas del churrasco gordo y de los chicharrones
dorados, de las tortas fritas y de las empanadas de
fruta, del mate amargo y de la suculenta mazamorra;
de las bucólicas pampeanas, vividas fraternalmente
sobre cabezas de vaca o en cuclillas alrededor de las
brasas, enti"e las faenas lieráclitas del «rodeo» y en
los puestos de invernada^ en las trillas canarias y
en las siegas bíblicas, en los bailes rusticanos y
en los velorios lenguaraces, en las «tabas» y en
los «con cueros» en las carpas de la guerra montera
3' en el aleluya siniestro de los «vivacs»...

Saludo al Mosco de las Bucólicas genuinas, al

chisporroteo doméstico del «Fogón», al son del chi-


llido monótono de las pavas y del glu-gki de la
olla rezongona en la vieja cocina hospitalaria, enne-
grecida por los candiles de sebo y por los rajos de
coronilla seca y de chal-chal.
Saludo al recuerdo grato del Cantor, por excelen-
cia, de nuestra Égloga sentimental^ saturada de sul-
furos de siembra y de yodos marinos, de la Égloga
curtida de sol y de salitres, en el abanicazo de los
Pamperos salvajes; de la Égloga de ojos verdes como
17
258 JULIO HERRERA REISSIQ

nuestros bosques y nuestros esteros; —que se desj)e-


reza desnuda en las márgenes de los ríos paternos
y sonríe al éxtasis de nuestro cielo de Niza, bajo
la barba israelita de los sauces; saludo al Virgilida

de las pastoriles hirsutas, áe chiripá cribado y na-


zarenas lestridentes, de las pastorales retozonas y
locuaces, que cabalgan el potro legendario de Fausto
y de Santos Vega, con rutilante apero chapeado en
oro, desplegando blondasy eoicajes al ritmo briosa
de un escarceo!
Nadie como Alcides de María, intensificó las no-
tas del ambiente, penetró con más gallarda agili-

dad en la psique de la raza a/inazona, esculpió el


relieve psicológico del aborigen caballeresco, animó
los perfiles, los lineamientos, el plasma a\'enturero,
y los claro-obscuros de su idiosincrasia tumultuosa,
la periferia rural y la lealtad en el fondo de su
espíritu inconsútil, vagamente idealista, y apasionado
de la Libertad.
Nadie como él moldeó el escorzo romántico de su
bizan-a hidalguía y de su empuje pelasgo, en el
dibujo rígido de su varona salud de Teseo y en el
gesto primai'io de su aurora étnica, semejante al de
aquellos bandidos hidalgos a quienes Schiller dio
vida imperecedera en los bajo-relieves del Poema
inaudito. Por eso vive, por eso como una sín-
vivirá,

tesis, como una personificación, como un emblema,


como mito áspero de una primavera bárbara y
el

de un idilio ancestral, en el friso ecuménico de la


Gloria.
rAolNAS ESCOGIDAS 239

El «caló» travieso y móvil del morador d© nlues-


tras campañas, los proverbios de Sancho socarrón,
la agudeza retozona do su verba, el indómito cen-
telleode su energía pasionaria,— su amor al juego
y a la guerra— las asperezas y los caprichos,— todos
esos mil tonos intermedios y suspensivos de la placa
sensible, de su gama interna, la maraña de sus
quimeras y de sus ensueños, las hipertrofias de
su orgidlo y de su misioneísmo sacerdotal, las mo-
dalidades de su «yo» y supersticioso, sus
inculto
intuiciones comprensivas, su brillo dialéctico y su
despejo representativo^— todo eso cantó el Maestro
perfecto, haciendo sollozar la bordona de las nostal-

gias nativas en los «cíelos» elegiacos de sus trovasi

y reir— como gnomos funambulescos, como duendes


del Decamerón criollo— las agudas «primas» de su
regocijo,en vibrantes déchnas de gayo decir gau-
cho, inagotables de humor bufo y de sabor iniral,
salpimentadas de intención y de virtud festiva, es-
pumantes y ligeras como el moscatel latino de Ju ve-
nal y de Bocaccio, de Quevedo y de Saint Evremond.
Claro y sencillo, rico y cambiante— maleable y
preciso, pictórico y musical— siempre sutil y mor-
daz—poseía la «escabrosa facilidad del engarce có-
modo y de la expresión ingenua, que traduce por
acción refleja los gritos del alma, vecinos del eco
candido y del balbuceo infantil, empapados ep el
bautismo de la emoción, como en un rocío luminoso
del Amanecer, al primer esti"emecimiento de la Na-
turaleza, en el gorjeo de una sonrisa...
2G0 JULIO HERRfTRA REISSIQ

El conoció como nadie la teatralidad do los «ran-


cheros» y sus atavismos antropológicos; él se aven-
turó en las picadas más tortuosas de su ideología!
y en los mil laberintos de su conciencia acome-
tiva.

El precisó los niedios tonos etnológicos; él des-


tacó las vagas tintas subjetivas; él individualizó los
detalles lugareños y los episodios característicos y
los pruritos remotos; él puntualizó los aspectos in-
teresantes; él subrayó todas las faces del «documenta
humano», los grados emocionales del pentagrama
impresionista: él barajó como ninguno los neolo-
gismos de alma retrospectiva y huraña. La menage^
ría arqueológica de los resabios y de las rutinas;
toda la batería remorosa de los bagajes y de las
vituallas;el diccionario bozal de los substantivos
y de los retruécanos, la zandunga de las moralejas
requintonas y de las máximas agro-pecuarias; la
jerigonza refractaria 3^ los bizcos calembures, la ono-
matepeya selvática de las interjecciones, que se «com-
ponen el pecho» y emergen la cadera guasa; todo
lo sabía, todo le era familiar. De ahí la paleta pro-
digiosa de sus «aguas fuertes» y do sus «óleos ver-
des», el caldo único, el «cachet» comadrero de su
léxico; el zumo substancioso de las notas charras;
de ahí la propiedad imitativa, la estereotipia gráfica,
el gai'bo paisano, la Jovialidad caprípede, la proso-
popeya arcaica, el «requesón» sabroso de sus plá-
ticas, espolvoreadas con la harina de Polichinela y
con el pica-pica, sin veneno y sin intención de las
PÁGINAS ESCOGIDAS 261

almas que ríen, que la Virtud es alegre, como lo


dijo San Agustín.
El adoró a Cibeles, él auscultó los latidos del co-
razón del mundo; él arrugó su freinte sonámbula
entre la hierba húmeda del Panteísmo; él se dio
un baño beato d© ingenuidad, — que abre sus ojos en
flor y ordeña la leche sagrada de la buena Neith,
él se desnudó por dentro; él empezó a vivir a cada
instante; él fué niño un minuto, para ser un hombre
una eternidad!
El precisó y dio contorno de realidad demotiva;
él vació en el molde esciüto de su Arte simple, la
nebulosa transitoria de un momento históricoi y de
una etapa social, la lej^enda peinnclita de una raza
de Centauros, que se eisfuma paia jamás en el Cre-
púsculo (JLe las transfusiones biológicas y de las
confluencias lexti'añas de sanares nuevas, en la in-
tegración del tipo definiíivo que sucederá al embrión
pretérito.
El movimcntó las olimpiadas gauchas ©n las meto-
pas del clasicismo regional, del cual como Pous-
ckine en Rusia^ Strauss eu Hungría, Mistral en la
Provenza, Cirano en la Gascuña, Klosptock en Ale-
mania, Hafiz en Persia. y Syenki'ewicz en Polonia,,—
él es ©1 Profeta sumo, él es el ayo solariego, él es
iel mtiezin campechano de la mezquita tradicional,
en la hora poética del ostracismo, y a la evocación
retrospectiva die su cencerro jovial.— las viejas oos-
tumbres se actualizan, el encanto analfabeto llora
saudade^ imposibles,— cacarea el reñidero, redoblan
262 JULIO HERRERA REISSIQ

las penoas, bufan las yerras inquisidoras, y las do-


mas pentesileanas, roncan
trucos refraneros y
los
las esquilas patriai'cal'es sueñan baladas de la Es-
critura, I

Con el mismo garbo obj'etivo con que ginetea y


esciarcfea, resopla, se encabrita, piafa, se balancea,
blande la forma rítmica,— en la descripción su estilo,
caracolea, relincha de vigor, atropella de audacia,
humea en el vértigo, rebota y chispea en el peder-
nal del adjetivo, espumea rosas del freno y suda
sangre de la pluma y arde en cantáridas de isol,

entre nubes de polvo olímpico.


Y fué sencillo, — sin embargo— como debió serlo
para ser sincero, para no turbar con especiosidades
de compostura, el agua virgen de la «cachimba»
serrana, cp.ie filtra en el alambique de las piedras
azules del fondo, que fluye límpida en el cristal]

de sus versos, y que se brinda a los corazones «que


se levantan antes del día» en la obertura sagrada
del mundo niño que recién despierta, al primer
gesto atónito de los seres, y en la placidez inédita
de la primer sonrisa, en la mañana de las cosas.

¡Oh lo simple genial! ¡Oh lo simple impereced ei'o


Yo lo admiro no por ser lo simple sino por ser lo
genial, por ser la más hondo, de
expresión de lo
lo más remoto y de lo más obscuro, como el rayo
del luoero es la expresión de la distancia y de la!
Inmensidad misteriosa! Lo claro es lo obscuro. Lo
simple es lo complejo. En el fondo del diamante está
la noche del carbón v más allá el sol formidable
•PÁGINAS ESCOGIDAS 263

con el día plutónico de sus entrañas incandescentes.


¡Cuánto suda una expresión! Y una
el alma pai'a
expresión es a vei-es toda el alma, toda la vida, un
viaje a través de todos los dolores, de todas las em-
briagueces, de todos los círculos de la filosofía^ de
todos los universos de la conciencia.
Lo simple,—en las grandes literaturas,— lejos de
ser lo trivial y lo fácil, es lo compllejo simplificado',
es la cristalización de la noche en síntesis luminosas.
Tal como sueña un Es la fina gota de agua
fiiósoio:
que cae de la nube y que ha tenido necesidad para
formarse, de todas las profundidades del ciclo y del
Océano. ,

Así en los ranchos más recónditos del Uruguay


y de la pampa Argentina, se recuerda su nombre de
Poeta y todos cantan sus décimas melodiosas más
dulces que el hurucuyá del monte y que las salutífe-
ras lechiguanas, lo que prueba cuanto es amado y
comprendido, por aquellos mismos que las inspi-
raron.
Yo también,— sacerdote del Templo imperecedero
de la humanidad que sueña, del más espiritual y ga-
llardo de los templos, del único, inconmovible y
augusto, de las Cien Torres en éxtasis y da las mil
ventanas len marca
espectaliva,— cuyo reloj la hora
lazul de la Inmortalidad y cuyas campanas trascen-
dentales i-epercuten hasta las estrellas,— yo también
rezo mi responso lírico de homenaje en gloria
y
gracia por un Hermano invisible, que no se ha ido,
que no se podría ir, que no se irá jamás de nuestro
261 JULIO HERRERA REISSrO

lado,— que vive y pierdurará y está presente y coa-


substanciado en nosotros mismos, qive nos mira con
el ojo obsesionante y abismáticamente hipnótico des-
de fel fondo de nuestras almas, que es el eco de nues-
tras reminiscencias y la sombra de nuestra vida
pasada; 0113^0 aliento tibio nos quema el rostro, des-
de las páginas de sus libros bien suyos — como el

fluido de una casa que fué habitada por un ser qU€>-


rido, al desplegar las puertas para entrar en ella;—
cuya substancia íntima, cuya esencia inmortal — en
de arte y en efluvios de honda supervivencia,
flores
— satura y electriza la recepii\idad de nuesti'o mundo
interno^— porque, señores^ nuestras formas de arte,
nuestros sudores de luz, nuesti'os poemas sacros,
los pensamientos, los vocablos, las sílabas, los bo-
rrones, las cosas más insignificantes, el papel que
ha mordido vuestra pluma en la fiebre inspirada del
Vértigo, — las reliquias sanguinolentas de nuestro Cal-
vario,- todo eso es más que un molde rígido, que
un símbolo convencional, que un rito estético, que
un ens^er piadoso, que una creación autónoma y
materialista,— sin más gesto, ni más espíritu, ni más
entidad consciente, que el significado cerebral que le
infundió aliento de Arte y la emoción que evoca
al señorear las multitudes anónimas, en el comercio
interpretativo de los ambientes. Esos poemas, esos
mármoles, «•sos sueños corporizados en plenitudes
eurítmicas, — ese patrimonio viviente del pensamien-
to y de la sensibilidad— tienen una vida, un cora-

zón, una voluntad, un alma propia,— miran, sien-


PÁGINAS ESCOGIDAS 265

ten, interrogan, piensan, escuchan, —y ese j-o, y esa


volición, y ese espíritu, y ese cuerpo fluídico,— fué
formado, fué engendrado por nuestra vida, por nu'es-
tro amor hacia ellos, — bajo un relámpago de mila-
gro, en la vorágine morbosa del fuero interno, con
el ansia casi mística de lo Desconocido, en el beso
espasmódico del Numen explorador, ebrio de Mul-
tiformidad y de B^elleza, a la Musa esquiva de lo
Increado, que niega el vaso de agua reparadora
al sitibundo Tántalo f[ue allega ©1 labio enjuto...
¡Oh, sí, señoiies;— os lo aseguro,—esos versos, esas
melodías, esos signos que gesticulan, suspiran, re-
tozan y ríen o lloran o bailan — somos nosotros mis-
mos, son nuestras propias ahnas sub-divididas en
otras almas minúsculas, que reflejan el mismo sen-
timiento y el mismo cai'ácter,— semejantes en un
todo alma generadora,— como los millares de tron
al

zos rutilantes de un espejo, son oti'os tantos espejos,


—hijos, substancia, cualidad y vida, del cristal que
se dio en pedazos al estrellarse para animarse en.

otros espejos! ,

Ley suprema— señores —de solidaridad incontras-


table, corolario annónico de sana filosofía, evangelio
divino de altruismo y de amor cristiano,— por la
que en virtud de postumas transmigraciones y en-
sambladuras íntimas,— los senes y los espíritus, las
vibraciones y los perfumes y las cosas y los fluidos
— se unen, se compenetran y se precisan— a través
de la Vida y de la Muerte: —ley que vincula las al-
mas a las almas, que modela el pensamiento de to-
i66 JULIO HERRERA REISSIO

Idos cion el pensamieinto d© uno y que integra lel


pcnsamiernto de uno con el pensami'ento de todos.—

Ley áe> correspondencia y de mutua eufonía, de


espiritualización pitagórica y d© gravitación molecu-
lar. Platón completado por Niewton. El cerebro ra-
tificiado por el Astro. El Evangelio y la Astronomía.
El corazón y la Ciencia. Los números y las lágrimasv
Las matemáticas y los \iersos. El alma y la fuerza.
La mofral y la física. El amor y la Inmortalidad. Y
Dios en lel centro de todo.
Así— como entne las almas— la substancia cósmica
de un planeta es atraída y se agrega a la de todos
los demás núcleos astrales, en imantaciones amo-
rosas de Vida recíproca y de Dinámica creadora.
Por eso es que todo sigue viviendo. Y todos resu-
citamos apenas morimos— en la oontinuidad deil afec-
to, de la integración hermclica del fluido ^'ital, por
el vínculo fecundo del pretérito, que es el presente
y que sera el porvenir, por las afinidades correla-
tivas de los caracteres, por la segregación de fuerzas
biológicas y por el intercambio vivo de emanaciones
qiie permanecen obscuras y esca-
sub-consci entes,
pan a nuestros sentidos,— por la herencia de Arte,
imantada de subjetividad y de santo amor, que ©s
la prolongación de nu©stra esencia activa,— y quién
sabe, seíioras, si por ima colaboración imdsible de

ultra-tumba, en la luminosidad integral del espíritu


por la vibración su j érente del Pensamiento, en la
suprema convivencia íntima de la personalidad abs-
tractiva.
PÁGINAS ESCOGIDAS 267

Así en presencia luminosa de vuestra gran alma


que preside esta asamblea, ¡oh Poeta bueno! sabed,
que como blasón lemblónático de su prestigio, Teó-
crito evoca grillos, Sihauos Anacreonte, buitres Es-
quilo, sáÜros Horacio, oorderois Virgilio, palomas
blancas Peti'arca, águilas Víclor Hugo, nlurciélagosi
Baudelaire, ibis Lcconlc de Lislc^ cuervos Edgard
Póe, Gustavo Biecker golondrinas; y ruiseñores En-
rique Heine. Sobr© \aiostra lápida rememorativa can-
tarán los pájaros ariscos de la tierruca: los zorzales

y las calandrias, las viudas y los chajás, los benba-

veos y los chingólos, los cai'anchos y los teru-teros,


en exti'año consorcio con las brisas de la si'erra y
con el pampero inaudito, en una tetralogía salvaje de
apoteosis postuma, bajo las cuatro lágrimas de la;

Cruz del Sur.


Señores; Espíritus inmortales:
He aquí que la sanción del Tiempo se adelanta!
por mi mano — en nombre de Apolo— y descorre este
como
velo piadoso, la noche sobre un astro: y ama-
nece un nombre en la Historia: «Alcidcs De-María»!
He dicho.

FIN
^^4¡^4^^^^4¡^^4^4^^^<^^^^^^^

índice

P^6.

Advertencia prelimlaar. ............. ^


Julio Herrera Reissig. .
7

Los éxtasis de la montaña.— EJ despi-rtar. ..... 4.5

El almuerzo 46
El alba ,.
47
La vuelta de ios campos. ........... 48
La huerta. 49
Clarobscuro. ......... ^^
51
La Iglesia

El cura. ...... •
^^
La llavera ^^
La noclie. ^'^
.

La flauta .55
Las madres 56
El dotmángo. ..... 57
La granja .
58
Otoño ...*..... 59
El monasterio ^^
La torre de las esfinges.— Tertulia liuiática. .... 63
Los parques abaiidouados.— El banco del suplicio. ... 79
La estrella del destino 80
El caraJn.0 d© las lágrimas. .
81
270 ÍNDICE

Pág's.

La gota amiaxga. ..... 82


La sombra dolorosa. 83
La reconciliación. .......... 84
Decoración ...........
heráldica. . 85
La novicia. ..... . .
86
Consagración. ................ 87
El enojo. 88
La última carta. 89
El sauce. ... , , >
90
La fuga .....•.••..... 91
Expiación ...*....••.... 92
Sepelio. ., . .i 93
Amior sádico. .
94
Color d© sueño. ............... 95
Las campanas — La muerte del
solariegas. pastor. . . 99
El teatro de ios humildes. — Las éxtasis de la montaña. 111
El dintel de la Vida. . 112
Ciai-ohscuro. . . . ...... ... ^^
La procesión. ..... ........ .
114
El burgo. 115
La casa de Dios. . ...... 116
El espejo. .
••........ H''
Bostezo de luz. .
..... ....... 118
El amia. 119
..............
. . .

El entierro. 120
La cena. . .......... . . .
1^1
Sonetos vascos. — El mayoral. ,
125
El jefe negro. ... . .......... 126
Tarascón. .
_ ^
127
El caudillo. ................. 128
Las clepsidras. — Idi?talidad exótica 131
Supervivencia. . ...-.•.... 1^2
Amazona . . , .
133
Génesis. . . .
134
El arpa y Dina. .
135
EpitaJamio ancestral. ............. 136
ÍNDICE 271

Págs.

Misa báxbara. .
137
Liturgia erótic*i. ..... 138
.Renunciación simbólica. .
139
Oblación abracadabra. .
140
El collar de Salaanibó. .
141
Ojos grises. ........ 143
Las lunas de aro. — D'v.igaciunes uiicas 147
Pócima viólela. .
149
Ecos. — El sueño. 163
Eres todo I... , .
164
Nirvana crepuscular 165
•Holocausto. . _t
166
El beso. .
167
Determinismo ideal. 168
La ins trusa. .
169
El juramenLo. .
170
El crepúsculo del martiriü 171
Oleo brillaiite. .
172
La liga. .... 173
Belén de amior. .
174
Muerie b'ajica. .
175
El juego. .
176
La golondrina. .
177
La^ 'Pascuas del Tietmipo.— I.--Su Majestad el Tiempo. 181'

IV. — Recepción iiLslrmiiiental del grau políglota Orfeo, 183


VIL— El canto de los niieses. 187
Los miaiUnes de la nocbe.— Desolación absurda. 197
Julio. ,
203
Octubre. 204
Esplín. . .
205
Las plagas. .
209
Amor. ..... 212
Los ojos negros de Julieta 215
Les vierges au crépuscule. 229
El círculo de la muerte. .
233

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