Crooked Kingdom PDF
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CrookeD Kingdom
The dregs 2
leigh bArdugo
Leigh Bardugo The Dregs
Sinopsis
K az Brekker y su equipo acaban de ejecutar un golpe tan atrevido que ni siquiera
ellos creyeron sobrevivir. Pero en lugar de obtener una enorme recompensa,
vuelven a luchar por sus vidas. Traicionados y mutilados por el secuestro de un valioso miembro
de su equipo, el grupo está escaso de recursos, alianzas y esperanza.
Mientras fuerzas poderosas alrededor del mundo descienden sobre Ketterdam para
desenterrar los secretos de la poderosa droga conocida como jurda parem, viejos rivales y nuevos
enemigos emergen para desafiar la astucia de Kaz y probar las frágiles lealtades del equipo. Una
guerra se librará en las calles oscuras y retorcidas de la ciudad… una batalla por la venganza y
redención que decidirá el destino de la magia en el mundo Grisha.
Leigh Bardugo The Dregs
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Era más notable en el Barril, incluso más en un basurero miserable como este…
una taberna achaparrada acuñada en el piso inferior de uno de los edificios de
departamentos más sucios de los barrios bajos, su techo estaba vencido por el clima y la
construcción chapucera, sus vigas ennegrecidas por el hollín de una chimenea que había
dejado de funcionar hacía mucho, el conducto tapado por escombros. El suelo estaba
cubierto de aserrín para absorber cerveza derramada, vómito y cualquier otra cosa de la
que los dueños del bar perdían el control. Retvenko se preguntó hace cuanto que las
tablas habían sido limpiadas. Enterró la nariz más profundamente en el vaso, inhalando
el dulce perfume del whisky fuerte. Hizo que los ojos se le aguaran.
—Se supone que lo bebas, no lo inhales por la nariz —dijo el camarero con una
risa.
Retvenko bajó su vaso y miró al hombre borroso. Tenía un cuello ancho y pecho
de barril, un verdadero matón. Retvenko lo había visto arrojar a más de un cliente
alborotador a la calle, pero era difícil tomárselo en serio vestido con la absurda moda
favorecida por los jóvenes del Barril: una camisa rosa con mangas que parecían a punto
de desgarrarse sobre los enormes bíceps, un chaleco chillón a cuadros rojos y naranjas.
Lucía como un cangrejo de concha suave acicalado.
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—Dime —dijo Retvenko. Su kerch no era bueno para empezar, y era peor
después de unos cuantos tragos—. ¿Por qué ciudad huele tan mal? ¿Cómo sopa vieja?
¿Como lavadero lleno de platos?
Retvenko vaciló. No debería desperdiciar su dinero. Si era listo con sus peniques,
solo necesitaría rentarse para una travesía más, tal vez dos, y tendría suficiente dinero
para saldar su contrato y comprarse un boleto a Ravka en un camarote de tercera clase.
Eso era todo lo que necesitaba.
Debía estar en los muelles en menos de una hora. Se habían predicho tormentas,
así que la tripulación dependería de Retvenko para que dominara las corrientes de aire
y guiara la nave tranquilamente a cualquier puerto que necesitaran que llegara. No sabía
dónde y no le importaba. El capitán diría las coordenadas; Retvenko llenaría las velas o
calmaría los cielos. Y entonces colectaría su paga. Pero los vientos aún no habían
remontado. Tal vez podría dormir durante la primera parte de la travesía. Retvenko
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golpeteó la barra y asintió. ¿Qué iba a hacer un hombre? Merecía algo de comodidad en
este mundo.
Retvenko agitó la mano con desdén. Esta persona, este patán común, nunca
podría entender. Él trabajaba incansablemente en las tinieblas. ¿Esperando qué? ¿Una
moneda extra en su bolsillo? ¿Una mirada cálida de una chica bonita? Él no sabía nada
de la gloria en la batalla, lo que era ser reverenciado.
—¿Ravkano?
A través del borrón confuso que el whisky había creado, Retvenko se puso alerta.
—¿Por qué?
dejando que la caminata aclarara su mente. Dos travesías más, se repitió a sí mismo, unas
cuantas semanas más en el mar, unos cuantos meses más en esta ciudad. Encontraría
una forma para hacerlo soportable. Se preguntaba si alguno de sus viejos amigos podría
estar esperándolo en Ravka. Se decía que el joven rey estaba otorgando indultos como
dulces de a centavo, ansioso de reconstruir el Segundo Ejército, la milicia Grisha que
había sido diezmada por la guerra.
—Solo dos viajes más —le dijo a nadie, pisoteando con las botas contra la
humedad del muelle. ¿Cómo podía hacer tanto frío y humedad tan avanzado el año?
Vivir en esta ciudad era como estar atrapado en el sobaco frío de un gigante congelado.
Pasó por Grafcanal, estremeciéndose cuando captó un vistazo de la isla Velo Negro,
metida en el recodo del agua. Ahí era donde los kerch ricos una vez habían enterrado a
sus muertos, en pequeñas casas de piedra sobre el nivel del agua. Algún truco del clima
mantenía la isla envuelta en nieblas cambiantes, y había rumores de que el lugar estaba
embrujado. Retvenko apresuró sus pasos. No era un hombre supersticioso (cuando
tenías un poder como el suyo, no había razón para temer a lo que podía merodear en las
sombras) pero ¿a quién le gustaba pasar junto a un cementerio?
Retvenko atisbó el sello purpura de cera de uno de los miembros del Consejo Mercante
de Kerch. Esos sellos eran mejor que oro en esta ciudad, garantizaban los mejores
amarraderos en el puerto y acceso preferencial a los muelles. Y ¿por qué los concejales
obtenían semejante respeto, semejante ventaja? Debido al dinero. Porque sus misiones
traían ganancias a Ketterdam. El poder significaba algo más en Ravka, donde los
elementos se inclinaban ante la voluntad de los Grisha y el país estaba regido por un rey
adecuado en lugar de una catedra de mercaderes advenedizos. Claro, Retvenko había
intentado deponer al padre de ese rey, pero el argumento seguía siendo válido.
—Bien por ustedes —dijo Retvenko, sin impresionarse. Miró hacia una de las
negras torres como obelisco que se alzaban por encima del puerto. Si había alguna
posibilidad de que el grandioso Consejo de Mareas pudiera verlo desde su atalaya, les
habría dejado saber exactamente lo que pensaba con unos cuantos gestos variados.
Supuestamente eran Grisha, pero ¿ellos alguna vez habían levantado un dedo para
ayudar a los otros Grisha en la ciudad? ¿Para ayudar a aquellos con mala suerte que
podrían haber agradecido un poco de amabilidad?—. No, no lo han hecho —se
respondió a sí mismo.
El primer oficial hizo una mueca. —Caramba, Retvenko. ¿Has estado bebiendo?
—No.
—Apestas a whisky.
—Solo ponte sobrio. Consíguete algo de café o jurda fuerte. Este algodón tiene
que estar en Djerholm en dos semanas, y no te estamos pagando para que estés de resaca
bajo cubierta. ¿Entendido?
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Retvenko sonrió con un placer sombrío, luego sintió que una oleada de tristeza
se apoderaba de él. Era un gigante entre hombres, un Impulsor dotado, un gran soldado,
pero aquí solo era un empleado, un triste viejo ravkano que hablaba kerch entrecortado y
bebía demasiado. Casa, se dijo. Pronto estaré en casa. Obtendría su indulto y se probaría
una vez más. Pelearía por su país. Dormiría bajo un techo que no goteara y vestiría una
kefta azul de lana revestida con pelaje de zorro plateado. Sería Emil Retvenko de nuevo,
no esta patética sombra.
—¿Té?
—Hay café.
Este país. Retvenko llenó una taza del brebaje oscuro, más que nada para
calentarse las manos. No podía soportar el sabor, ciertamente no sin una saludable dosis
de azúcar, que el supervisor había fallado en suministrar.
—El viento está soplando —dijo el empleado cuando una campana tañó afuera,
sacudida por la brisa que se elevaba.
—No creo que aumente mucho aquí, pero una vez que salgas del puerto…
Retvenko se llevó un dedo a los labios. —Alguien grita. —El sonido había
provenido de donde estaba anclada la nave.
Retvenko elevó una mano, y una ráfaga de aire azotó al empleado contra la
pared. —Dije silencio.
Por todos los Santos, ¿Retvenko tendría que sacarle el aire de los pulmones a este
chico y sofocarlo para que se callara?
Retvenko dejó que el empleado cayera al suelo. Había derramado su café, pero
no deseaba molestarse con otra taza.
—Te dije que no era nada —dijo el empleado, mientras se ponía de pie
lentamente—. No tenías que acalorarte tanto. —El empleado se sacudió y volvió a
colocarse detrás del escritorio—. Nunca antes conocí a uno de ustedes. Grisha. —
Retvenko bufó. El empleado probablemente sí los había conocido y sencillamente no lo
sabía—. ¿Te pagan muy bien por las travesías?
—No lo bastante.
—Yo… —Pero lo que sea que el empleado estaba a punto de decir después se
perdió, cuando la puerta de la oficina explotó en una granizada de astillas.
El empleado alcanzó una pistola que Retvenko vio pegada debajo del escritorio.
—¡Han venido por la nómina! —gritó—. Nadie va a llevarse la nómina.
Retvenko asomó la cabeza alrededor del escritorio a tiempo para ver que el
disparo impactaba a la mujer directamente en el pecho. Ella salió despedida hacia atrás
y colisionó con la jamba de la puerta, derrumbándose en el piso. Él olió la quemazón
fuerte de la pólvora, el regusto metálico de la sangre. La barriga de Retvenko dio un
retortijón de vergüenza. Había pasado mucho tiempo desde que había visto que le
disparaban a alguien enfrente de él… y eso había sido en tiempo de guerra.
Pero antes que Retvenko pudiera replicar, la mujer shu envolvió el marco de la
puerta con su mano ensangrentada, impulsándose para ponerse de pie.
El empleado tanteó para recargar, pero la mujer fue demasiado rápida. Ella le
quitó el arma de las manos y lo golpeó con ésta, derribándolo de costado con una fuerza
terrible. Arrojó el arma a un lado y giró sus ojos dorados hacia Retvenko.
Retvenko enfocó su poder y empujó ambas manos hacia delante, sintiendo que
los oídos le pitaban cuando la presión bajó y el viento se inflamó en un yunque
cumuliforme creciente. Tal vez esta mujer no podía ser detenida por balas. Veríamos
cómo se enfrentaba contra la furia de una tormenta.
Retvenko se rio. Había olvidado lo bien que se sentía luchar. Luego, detrás de él,
escuchó un crujido alto, el grito de clavos liberándose y desgarrando madera. Miró sobre
su hombro y captó el más breve vistazo del cielo del amanecer, el muelle. La pared había
desaparecido.
Unos fuertes brazos lo sujetaron, aferrando sus manos a los costados, previniendo
que utilizara su poder. Se estaba elevando, navegando hacia arriba, el puerto se encogía
debajo de él. Vio el techo de la oficina del supervisor, el cuerpo del primer oficial en un
montón sobre el muelle, la nave en la que Retvenko debía haber zarpado… su
amarradero era un desastre de tablas rotas, cuerpos apilados cerca de los mástiles
destrozados. Sus atacantes habían estado allí primero.
El aire era frío en su cara. Su corazón palpitaba a un ritmo desigual en sus oídos.
—Por favor —rogó mientras se elevaban más, inseguro de qué estaba suplicando.
Temeroso de moverse demasiado repentinamente o demasiado, dobló el cuello para
mirar a su captor. Retvenko lanzó un gemido aterrorizado, en algún lugar entre un
sollozo y el quejido de miedo de un animal atrapado en una trampa.
El hombre que lo sostenía era shu, su cabello negro estaba atado en un molote
apretado, sus ojos dorados se entrecerraban contra la ráfaga de viento… y de su espalda
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emergían dos vastas alas que se agitaban contra el cielo, con bisagras, forjadas
grácilmente en una filigrana de círculos de plata y lona tirante. ¿Era un ángel? ¿Un
demonio? ¿Alguna cosa mecánica extraña venida a la vida? ¿Retvenko sencillamente
había perdido la cabeza?
En los brazos de su captor, Emil Retvenko vio la sombra que proyectaban sobre
la superficie resplandeciente del mar, muy por debajo: dos cabezas, dos alas, cuatro
piernas. Él se había convertido en una gran bestia y, aun así, esa bestia lo devoraría. Sus
oraciones se tornaron en gritos, pero ninguno de los dos obtuvo respuesta.
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Ese pensamiento había atravesado la cabeza de Wylan al menos seis veces al día
desde que había conocido a Kaz Brekker. Pero en una noche como esta, una noche
cuando estaban «trabajando», el pensamiento se elevaba y caía en su cabeza como un
tenor nervioso que practicaba sus notas.
Quéestoyhaciendoaquíquéestoyhaciendoaquíquéestoyhaciendoaquí.
Había pasado menos de una semana desde que habían llegado a Ketterdam, casi
un mes desde que habían salido de Djerholm. Wylan había estado luciendo los rasgos
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de Kuwei durante la mayor parte de ese tiempo, pero cuando captaba un vistazo de su
reflejo en un espejo o un escaparate, tardaba un largo momento en darse cuenta que no
estaba mirando a un desconocido. Esta era su cara ahora… ojos dorados, frente amplia,
cabello negro. Su viejo ser había sido borrado, y Wylan no estaba seguro de conocer a
la persona que quedaba… la persona que estaba parada en un salón privado en uno de
los sitios de apuestas más lujosos de la Tapa, atrapado en otra de las maquinaciones de
Kaz Brekker.
Se atrevió a echar una mirada a Jesper ahora. El pistolero estaba sentado ante la
mesa, encorvado sobre sus cartas. Vestía un maltratado chaleco azul marino con
pequeñas estrellas doradas, y su camiseta arrugada brillaba blanca contra su piel café
oscuro. Jesper se frotó una mano cansada sobre el rostro. Habían estado jugando cartas
durante más de dos horas. Wylan no podía decir si la fatiga de Jesper era real o parte del
acto.
¿Por qué todos lo llamaban trabajo? No se sentía como trabajar. Se sentía como
perder un escalón y repentinamente encontrarte cayendo. Se sentía como pánico. Así
que Wylan tomó nota de los detalles de la habitación: un truco que había utilizado con
frecuencia para tranquilizarse cuando llegaba a algún lugar nuevo o cuando su padre
estaba de un humor particularmente desagradable. Tomó inventario del patrón de los
brotes estelares que se entrelazaban y formaban el pulido piso de madera, los nodos en
forma de concha de los candelabros de gas, el papel tapiz de seda cobalto decorado con
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nubes plateadas. No había ventanas que permitieran entrar luz natural. Kaz decía que
ninguno de los salones de juego las tenía, porque los jefes deseaban que los jugadores
perdieran la noción del tiempo.
Wylan observó a Kaz dar otra tirada a Smeet, Jesper, y los otros jugadores en la
mesa redonda. Él vestía la misma chaqueta azul cielo que Wylan y sus manos estaban
desnudas. Wylan tenía que esforzarse para no mirarlas fijamente. No solo era lo extraño,
lo erróneo de ver a Kaz sin sus guantes, era que sus manos parecían animadas por una
maquinaria secreta que Wylan no entendía. Cuando había empezado a aprender el
dibujo de figuras, Wylan había estudiado ilustraciones de anatomía. Tenía un buen
entendimiento de la musculatura, la forma en que los huesos y las articulaciones y
ligamentos encajaban. Pero las manos de Kaz se movían como si hubieran sido hechas
para el único propósito de manipular cartas, largos dedos blancos flexionándose en un
ritmo fácil, el barajeo preciso, cada giro sucinto. Kaz había proclamado que podía
controlar cualquier baraja. Así que ¿por qué Jesper estaba perdiendo tan terriblemente?
Cuando Kaz había descrito esta parte del plan en el escondite en Velo Negro,
Wylan había estado incrédulo, y por una vez, él no había sido el único con preguntas.
—Déjame entender bien esto —había dicho Nina—. ¿Tu gran estrategia es dar a
Jesper una línea de crédito y hacerlo jugar cartas con Cornelis Smeet?
—A Smeet le gustan las apuestas altas en el Tres Hombres Zarza y las rubias —
dijo Kaz—. Así que vamos a darle ambas. Yo me encargaré de la primera mitad de la
noche, luego Specht me relevará.
—No tienes que hacerlo. Desde el momento que te sientes, será un juego honesto.
Lo importante es mantener a Smeet en las mesas hasta la media noche. El cambio de
turno es cuando nos arriesgamos a perderlo. Tan pronto yo me levante, él va a empezar
a pensar en pasar a otro juego o dar la noche por terminada, así que todos tienen que
hacer todo lo posible para mantener su culo firmemente plantado ante esa mesa.
Nina solo había fruncido el ceño. —Seguro, y tal vez para la fase dos de este plan
puedo disfrazarme como vendedora de jurda parem. ¿Qué podría ir mal?
—Smeet nunca hace engaños en las cartas o a su esposa —dijo Kaz—. Él es como
la mitad de novatos que se pavonean por el Barril. La mayor parte del tiempo él es
respetable, escrupuloso… economía estricta y media copa de vino en la cena. Pero una
vez a la semana disfruta sentirse como si fuera un renegado comparando ingenios con
los grandes apostadores de la Duela Este, y le gusta una bonita rubia de su brazo cuando
lo hace.
Nina frunció los labios. —Si es tan moral, entonces ¿por qué quieres que
intente…?
—Porque Smeet está nadando en dinero, y cualquier chica de la Duela Oeste que
se respete al menos haría el esfuerzo.
Jesper había sonreído con su sonrisa imprudente de pistolero. —Para ser justos,
Matthias, no te gustan muchas cosas.
—No sé cómo mantienes las reglas en orden en tu cabeza —dijo Nina con una
risita.
Wylan casi dejó caer la botella que estaba sosteniendo: el champán salpicó en el
piso.
—Estoy pagando para beberme eso, no llevarlo encima, chico —espetó Smeet.
Se limpió los pantalones y murmuró—: eso es lo que se consigue de contratar
extranjeros.
hablar shu, un hecho que no lo había preocupado hasta que dos turistas shu con un mapa
en mano lo habían abordado en la Duela Este. Wylan había entrado en pánico, hecho
un elaborado gesto de encogerse de hombros, y huyó rápidamente a la entrada de los
sirvientes del club Cúmulo.
—Pobre nene —dijo Nina a Smeet, pasándole los dedos por el cabello ralo y
ajustando una de las flores acomodadas en sus sedosos rizos rubios. Wylan no estaba
segura si ella le había dicho a Smeet que era de la Casa del Lirio Azul, pero él ciertamente
lo habría asumido.
—Oh, me encantaría ver tus armas —canturreó Nina, y Wylan miró al techo en
un intento de evitar rodar los ojos—. ¿Vamos a sentarnos aquí toda la noche?
Wylan intentó ocultar su confusión. ¿No era todo el objetivo conseguir que se
quedara? Pero aparentemente Nina lo sabía mejor, porque la cara de Smeet tomó un
aspecto ligeramente testarudo. —Ahora silencio. Si gano en grande, puede que te
compre algo bonito.
Wylan captó el temblor de las fosas nasales de Nina y pensó que debía estar
inhalando una bocanada fortificante. No había tenido apetito desde que se había
recuperado de su episodio con parem, y no sabía cómo había conseguido sorber casi una
docena de ostras.
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Esa era la señal. Wylan se acercó y recogió la gran bandeja cargada de hielo y
conchas desechadas.
—¿Qué cosecha?
Para cuando regresó al salón con la orden de Nina, Kaz se estaba levantando de
la mesa. Hizo un gesto como si se estuviera sacudiendo las manos; la señal de que un
crupier había terminado su turno. Specht se sentó, tenía un pañuelo azul de seda
amarrado en la garganta para ocultar sus tatuajes. Sacudió los puños de la camisa y
llamó a los jugadores para que pusieran dinero o se retiraran.
Wylan se adelantó un paso, inseguro de qué decir, solo sabiendo que tenían que
retrasar a Smeet. —¿Todo es de su gusto, señor? ¿Puedo ofrecerle algo más a usted y la
dama?
Smeet lo ignoró, su mano aún estaba sobre la parte trasera de Nina. —Hay
viandas más finas y mejor servicio que recibir por toda la Tapa, querida.
Smeet hizo un gesto hacia la triste pila de fichas de Jesper. —Ciertamente parece
que sí.
Wylan intentó atrapar la mirada de Jesper. ¿Esto era parte del plan? E incluso si
lo era, ¿qué estaba pensando Jesper? Él amaba esas armas. Bien podría cortarse su propia
mano y arrojarla al montón.
—Yo te financiaré —dijo Smeet con estudiado desinterés—, si eso hace que el
juego se mueva de nuevo. ¿Mil kruge por las armas?
—Siete.
Nina fulminó a Wylan, y el tono de Specht fue de furia con incredulidad cuando
dijo: —Caballeros, ¿avivamos este juego de nuevo? ¡Pongan sus apuestas!
Jesper empujó sus revólveres al otro lado de la mesa hacia Smeet, y Smeet a
cambio deslizó un alto montón de fichas hacia Jesper.
—Seis.
—Bien. Ni siquiera Jesper debería ser capaz de acabarse eso en menos de dos
horas. —Lanzó a Wylan una capa y máscara, los adornos del Diablillo Gris, uno de los
personajes de la Komedie Brute—. Vamos.
—¿Yo?
—Por supuesto que sí. Yo controlo el juego, Wylan, o no juego. Podría haberme
asegurado que Jesper ganara cada mano.
—No estábamos allí para ganar a las cartas. Necesitábamos que Smeet se quedara
en las mesas. Él estaba mirando embobado esas armas casi tanto como el escote de Nina.
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Ahora se está sintiendo confiado, como si estuviera a punto de tener una gran noche…
si pierde, aun seguirá jugando. ¿Quién sabe? Jesper tal vez incluso vuelva a ganar sus
revólveres.
—Eso espero —dijo Wylan mientras saltaba en una barca atiborrada de turistas
y se dirigían al sur por el Tablón.
—Deberías.
Entonces ¿por qué hacer que entre en un salón de juego? Wylan lo pensó, pero no lo
dijo. ¿Y por qué hacer a Jesper renunciar a algo que significaba tanto para él? Tenía que
haber otra forma de mantener a Smeet jugando. Pero esas no eran las preguntas
correctas. La pregunta real era por qué Jesper lo hacía todo sin vacilar. Tal vez aún
estaba buscando la aprobación de Kaz, esperando volver a ganarse su favor después que
el desliz de Jesper los hubiera conducido a una emboscada en los muelles que casi había
costado la vida de Inej. O tal vez Jesper deseaba de Kaz algo más que perdón.
Tan pronto llegaron a las afueras del Barril, Wylan y Kaz abandonaron sus capas
y chaquetas azul cielo y se abrieron paso al este, en el distrito Zelver.
—Él solo tiene una doncella y una cocinera durante el día —dijo Kaz—. Es
demasiado avaro para sirvientes de tiempo completo.
—¿Cómo est…?
—Nina está bien. Jesper está bien. Todos están bien excepto por mí, porque estoy
atorado con una pandilla de nodrizas que se restriegan las manos de preocupación.
Mantén la vigilancia.
—Utiliza tus ojos en lugar de mover la boca —dijo Kaz, unas ganzúas ya estaban
destellando en sus manos enguantadas.
Eso hago, pensó Wylan. Pero no era estrictamente verdad. Se había fijado en las
proporciones de la casa, la inclinación de su techo a dos aguas, las rosas que empezaban
a florecer en las jardineras de las ventanas. Pero no había mirado la casa como un
acertijo. Con algo de frustración, Wylan podía admitir que era fácil de resolver. El
distrito Zelver era próspero, pero no realmente rico: un lugar para artesanos exitosos,
libreros y abogados. Aunque las casas estaban bien construidas y limpias, con vistas de
un canal amplio, estaban apretujadas entre sí, y no había grandes jardines o muelles
privados. Para acceder a las ventanas de los pisos superiores, él y Kaz tendrían que
irrumpir en una casa vecina y abrir dos pares de cerraduras en lugar de uno. Mejor
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Utiliza tus ojos. Pero a Wylan no le gustaba mirar el mundo de la forma que Kaz
lo hacía. Y una vez que hubieran obtenido su dinero, nunca más tendría que hacerlo.
No hubo sonido del silbato… al menos no uno que Wylan pudiera escuchar. No
va a funcionar, pensó, imaginando esas inmensas mandíbulas desgarrándole la garganta.
Pero los perros se frenaron, chocando unos con otros en un enredo confuso.
Kaz sopló de nuevo, sus labios se fruncieron al ritmo del patrón de una nueva
orden. Los perros se callaron y cayeron al suelo con un quejido contrariado. Uno incluso
rodó de espaldas.
—Me gustan los perros —dijo Wylan—. Solo que no cuando son del tamaño de
osos.
Wylan sabía que el acertijo real de la casa de Smeet había sido algo espinoso de
resolver para Kaz. Kaz podía abrir prácticamente cualquier cerradura y superar
cualquier sistema de alarma, pero no había sido capaz de que se le ocurriera una forma
simple (que no dejara su plan expuesto) para evitar los sabuesos sanguinarios de Smeet.
Durante el día, los perros eran mantenidos en una perrera, pero durante la noche se les
daba pase libre por la casa mientras la familia de Smeet dormía pacíficamente en las
habitaciones ricamente decoradas del tercer piso, la escalera cerrada por una reja de
acero. Smeet paseaba a los perros en persona, a lo largo de Handelcanal, siguiéndolos
como un trineo gordinflón con sombrero costoso.
Nina había sugerido drogar la comida de los perros. Smeet iba al carnicero cada
mañana para seleccionar cortes de carne para la jauría, y habría sido lo bastante fácil
cambiar los paquetes. Pero Smeet deseaba a sus perros hambrientos por la noche, así
que los alimentaba en las mañanas. Él habría notado si sus preciados perros hubieran
estado adormilados todo el día, y no podían arriesgarse a que Smeet se quedara en casa
para cuidar de sus sabuesos. Tenía que pasar esa tarde en la Duela Este, y cuando
regresara a casa, era esencial que no encontrara nada fuera de lugar. La vida de Inej
dependía de eso.
Kaz había hecho arreglos para el salón privado en el Cúmulo, Nina había
arrebatado con caricias el silbato de debajo de la camisa de Smeet, y, trozo a trozo, el
plan se había cohesionado. Wylan no deseaba pensar en lo que habían hecho para
obtener las órdenes de silbato. Se estremeció cuando recordó que Smeet había dicho:
Uno de mis empleados nunca regresó de sus vacaciones. Nunca lo haría. Wylan aún podía
escuchar al empleado gritando mientras Kaz lo tenía colgado por los tobillos desde el
faro Hanraat Point. Soy un buen hombre, había gritado. Soy un buen hombre. Fueron las
últimas palabras que había dicho. Si hubiera hablado menos, tal vez habría vivido.
Ahora Wylan observó a Kaz rascarle detrás de las orejas al perro babeante y
levantarse. —Vamos. Cuida donde pisas.
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La oficina tenía tres pequeños escritorios acomodados junto a las ventanas, para
tomar ventaja de la luz natural, uno para Smeet y dos para sus empleados. Soy un buen
hombre.
—Tantos pichones —murmuró Kaz, escaneando las cajas con los ojos—. Naten
Boreg, ese pequeño y triste granuja Karl Dryden. Smeet representa a la mitad del
Consejo Mercante.
Kaz sacó un libro gordo de las estanterías. —Primero nos aseguramos que tu
padre no tiene nuevas adquisiciones bajo su nombre. Luego buscamos bajo el nombre
de tu madrastra, y el tuyo.
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—No la llames así. Alys apenas es mayor que yo. Y mi padre no mantendría
propiedades a mi nombre.
—Te lo dije —dijo Wylan, jugueteando con un bolígrafo en uno de los papeles
secantes—. Mi padre confía en sí mismo primero. En Alys hasta cierto punto. No dejaría
nada a mi nombre.
Kaz solo dijo: —Siguiente libro. Empecemos con las propiedades comerciales.
Kaz se inclinó hacia atrás. Su mirada era casi retadora cuando dijo: —Una
imprenta.
La misma vieja broma. ¿Así que por qué seguía doliendo? Wylan dejó el
bolígrafo. —Ya veo.
—Por supuesto que sí —replicó Wylan, deseando sonar menos amargado. Otra
broma privada para disfrute de su padre… una isla abandonada con nada más que un
parque de diversiones en ruinas, un lugar sin valor para su hijo analfabeto y sin valor.
No debería haber preguntado.
Mientras los minutos transcurrían y Kaz continuaba leyendo en voz alta, Wylan
empezó a agitarse cada vez más. Si tan solo pudiera leer, se estarían moviendo el doble
de rápido entre los archivos. De hecho, Wylan ya conocería al derecho y al revés los
negocios de su padre. —Te estoy retrasando —dijo.
Kaz dio vuelta a otro legajo de documentos. —Sabía exactamente cuánto tiempo
tomaría esto. ¿Cuál era el apellido de tu madre?
—Compláceme.
—Hendriks.
—Nos gusta mantener bajas nuestras expectativas. —El dedo enguantado de Kaz
recorrió una columna de números y se detuvo. Sus ojos se movieron alternativamente
entre dos libros, luego cerró de golpe las cubiertas de cuero—. Vámonos.
—¿Encontraste algo?
—No. Paga el diezmo a Ghezen, pero dice que la caridad les roba a los hombres
la oportunidad de una labor honesta.
—Si Nina y Jesper hicieron correctamente sus trabajos, Smeet estará pronto en
casa. No podemos estar aquí cuando regrese o el plan al completo se va al infierno.
Andando.
Por sobre el hombro de Kaz, Wylan vio a una niñita parada en el descansillo,
inclinada sobre el cuello de uno de los masivos perros grises. Tenía que tener cinco años,
sus dedos de los pies apenas eran visibles bajo el dobladillo de su camisón de franela.
Kaz salió al pasillo, cerrando casi por completo la puerta detrás de él. Wylan
vaciló en la oficina oscurecida, inseguro de qué debería hacer, aterrorizado de lo que
Kaz podría hacer.
La niña miró hacia Kaz con grandes ojos, luego se quitó el pulgar de la boca. —
¿Trabajas para mi pá?
—No.
Wylan lo había escuchado entonces, esa peligrosa nota baja de advertencia. Pero
el empleado no conocía a Kaz, no reconoció el cambio en el raspar ronco de su voz.
Creyó que había encontrado una palanca, algo que Kaz deseaba.
Uno de sus clientes le está dando regalos costosos. Ella se está guardando el dinero. ¿Sabes
lo que el Pavorreal le hizo a la última chica que atrapó ocultándole sus ganancias?
Sí, lo sé, dijo Kaz, sus ojos destellando como el filo de una navaja recta. Tante
Heleen la mató a golpes.
Justo allí, en el salón, esta chica sabe que está frita si yo lo cuento. Me ve gratis solo para
que yo mantenga la boca cerrada. Me hace entrar a escondidas. Haría lo mismo por ti, tus amigos.
Lo que sea que te guste.
Si Tante Heleen lo descubre, mataría a tu zemeni, dijo Kaz. La haría un ejemplo para las
otras chicas.
Sí, el empleado jadeó ansioso. Ella hará todo lo que desees, todo.
Lentamente, Kaz empezó a permitir que las piernas del hombre se deslizaran de
su agarre. Es terrible, ¿no? Saber que alguien tiene tu vida en sus manos.
La voz del empleado se elevó otra octava cuando se dio cuenta de su error. Solo
es una chica trabajadora, gritó ¡Ella conoce el negocio! Soy un buen hombre. ¡Soy un buen hombre!
No hay hombres buenos en Ketterdam, dijo Kaz. El clima no armoniza con ellos. Y
entonces sencillamente lo soltó.
—¿En serio?
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Ella pareció pensarlo, luego sacudió la cabeza. —Me gusta más Duque Addam
Von Ancaplateada, luego Morropeludo, luego Maestro Avisos.
—¿De verdad?
—Lo sabía —respiró la chica, miedo y triunfo en su voz—. Mamá dijo que no
había nada allí, pero yo lo sabía. —Ladeó la cabeza—. No luces como un monstruo.
—Te contaré un secreto, Hanna. Los monstruos realmente malos nunca lucen
como monstruos.
Ahora el labio de la niña tembló. —¿Viniste para comerme? Pá dice que los
monstruos comen niños que no se van a la cama cuando se les dice.
—Eso hacen. Pero yo no lo haré. No esta noche. Si haces dos cosas por mí. —Su
voz era calmada, casi hipnótica. Tenía el raspar áspero de un arco demasiado
lubricado—. Primero, debes meterte a la cama. Y segundo, nunca debes contarle a nadie
que nos has visto, especialmente a tu pá. —Se inclinó hacia delante y le dio a la trenza
de Hanna un tirón juguetón—. Porque si lo haces, le rajaré la garganta a tu madre y
luego a tu padre, y luego arrancaré los corazones de todos estos dulces sabuesos
babeantes. Guardaré a Duque Ancaplateada al último, para que sepas que todo es tu
culpa. —La cara de la niña estaba tan blanca como el encaje en el cuello de su camisón,
sus ojos muy abiertos y brillantes como lunas nuevas—. ¿Entiendes? —Ella asintió
frenéticamente, con la barbilla temblorosa—. Anda, anda, nada de lágrimas. Los
Leigh Bardugo The Dregs
monstruos ven las lágrimas y eso solo abre su apetito. A la cama, y lleva también a ese
inútil Maestro Avisos.
Cuando ella se marchó, Wylan se deslizó desde detrás de la puerta y siguió a Kaz
por los escalones. —¿Cómo pudiste decirle algo así? Es solo una niña.
—Pero…
—Era eso o quebrarle el cuello y hacerlo lucir como que se cayó de las escaleras,
Wylan. Creo que mostré un control extraordinario. Muévete.
Kaz revisó la calle y luego hizo gestos a Wylan para que saliera, pausando solo
para cerrar la puerta detrás de ellos.
—Deja de mirar alrededor como si pensaras que alguien te está siguiendo —dijo
Kaz—. Y deja de ir a la carrera. No podrías lucir más culpable si estuvieras interpretando
el rol del Ladrón Número Tres en una obra de a centavo en la Duela Este. La próxima
vez camina normalmente. Intenta lucir como si pertenecieras.
Wylan no discutió. Hasta que Inej estuviera a salvo, hasta que hubieran obtenido
el dinero que se les había prometido, él no podía hacer ningún grandioso ultimátum.
Pero habría un fin a esto. Tenía que haberlo, ¿no?
Matthias dio un ruidoso canto de pájaro desde el otro extremo de la calle. Kaz
echó un vistazo a su reloj y se pasó una mano por el cabello, desarreglándoselo
salvajemente. —Justo a tiempo.
El chico era Kaz, pero él no era Kaz. El pelo negro estaba desordenado, su actitud
nerviosa. Mantuvo los ojos apartados, el mentón escondido en el cuello, como
irremediablemente avergonzado; un joven inmaduro, respetuoso a sus mayores. Wylan
merodeaba detrás de él, encogido tan profundamente en el abrigo que Matthias pensó
que en realidad podía desaparecer.
Kaz mantuvo la cabeza baja, pero de alguna forma se las arregló para expresar
un humilde agradecimiento mientras murmuraba: —Muy amable, señor. Demasiado
amable. Que Ghezen sea tan generoso.
Leigh Bardugo The Dregs
—No me molesté.
Smeet escrudiñó la camisa, luego sacó el silbato y abrió la puerta, tarareando una
vez más. Matthias no podía comprenderlo. Había mantenido su entrenada mirada sobre
las manos enguantadas de Kaz mientras él se preocupaba por Smeet, pero aun sabiendo
que Kaz trataba de devolver el silbato, Matthias no había sido capaz de detectar el
momento del artificio. Estaba tentado a arrastrar a Smeet de vuelta y hacer que Kaz
realizara el truco de nuevo.
Kaz se arregló el pelo con los dedos y le entregó los cinco kruge a Wylan. —No
lo gastes todo en un solo lugar. Vamos.
Matthias los condujo junto al estrecho canal donde había amarrado el bote de
remos. Le lanzó el bastón a Kaz y bajaron a tientas. Kaz había sido sabio al no permitirse
usar el bastón esta noche. Si alguien notara a un muchacho con un bastón con cabeza
de cuervo acechando a horas inusuales alrededor de las oficinas de Cornelis Smeet, si
una repentina mención de ese hecho llegara de alguna manera a los oídos de Van Eck,
todo su trabajo sería por nada. Para recuperar a Inej, necesitaban la sorpresa de su lado,
y el demjin no era del tipo que dejaba nada al azar.
—¿Y bien? —preguntó Matthias mientras el bote se deslizaba por las oscuras
aguas del canal.
—Cierra la boca, Helvar. A las palabras les gusta viajar por el agua. Sé útil y
ayuda con los remos.
Leigh Bardugo The Dregs
Matthias contuvo el impulso de quebrar sus remos por la mitad. ¿Por qué Kaz
era incapaz de mantener una conversación civilizada? Daba órdenes como si
simplemente esperara que todos las siguieran, y había sido el doble de insoportable desde
que Van Eck se había llevado a Inej. Pero Matthias quería volver a Velo Negro y a Nina
lo más rápido posible, así que hizo lo que le ordenaron, sintiendo la flexión en los
hombros mientras el bote se movía contra la corriente.
Casi todos los mausoleos estaban en mal estado, y muchos eran poco más que
pilas de rocas desplomadas cubiertas de vides y racimos de flores de primavera. Matthias
se había horrorizado con la idea de usar un cementerio como casa de seguridad, sin
Leigh Bardugo The Dregs
importar por cuánto tiempo hubiera estado abandonada. Pero, por supuesto, nada era
sagrado para Kaz Brekker.
—La plaga —contestó Kaz —. El primer brote grave fue hace más de cien años,
y el Consejo Mercante prohibió los entierros dentro de los límites de la ciudad. Ahora
los cuerpos tienen que ser cremados.
Matthias odiaba Velo Negro, pero reconocía que les había servido bien. Los
rumores de apariciones mantenían a raya a los intrusos, y la niebla que rodeaba los
sauces torcidos y los mástiles de piedra de las tumbas oscurecían la luz de una linterna
de vez en cuando.
—Pasaste una noche en las mesas perdiendo el dinero de alguien más —espetó
Nina en respuesta—, ¿eso no es básicamente unas vacaciones para ti?
Kaz golpeó con fuerza su bastón contra una lápida y los dos se callaron,
poniéndose rápidamente en posiciones de combate.
Nina se relajó tan pronto como los vio a los tres en las sombras. —Oh, son
ustedes.
Leigh Bardugo The Dregs
—Sí, somos nosotros. —Kaz usó el bastón para guiarlos a ambos al centro de la
isla —. Y nos habrían escuchado si no hubiesen estado ocupados gritándose el uno al
otro. Deja de mirar embobado como si nunca antes hubieras visto a una chica en un
vestido, Matthias.
—No estaba embobado —dijo Matthias con toda la dignidad que fue capaz. Pero
por el amor de Djel, ¿cómo se suponía que tenía que mirar cuando Nina tenía lirios
metidos entre… todo?
—Sí —dijo Jesper—. Espléndido. Excepto que mis revólveres actualmente están
recolectando polvo en la caja fuerte del club Cúmulo. Smeet tuvo miedo de caminar a
casa con ellos, el gordito irritante. Solo de pensar en mis nenes en sus manos sudorosas…
—Me arrinconaste con tu repartición. ¿Cómo demonios se supone que iba a hacer
que Smeet se quedara en las mesas?
Kuwei asomó la cabeza por una enorme tumba de piedras mientras se acercaban.
Siguieron al chico shu dentro. Matthias odiaba este lugar. ¿Por qué construir esos
monumentos a la muerte? La tumba fue construida para parecer un antiguo buque de
carga, el interior tallado en un enorme casco de piedra. Incluso tenía portillas de vidrio
de colores que arrojaban arcoíris en el piso de la cripta al final de la tarde. Según Nina,
las tallas de palmeras y serpientes en las paredes indicaban que la familia había sido
comerciante de especies. Pero que debían haber caído en tiempos difíciles o que
simplemente llevaron a sus muertos a otra parte, porque solo una de las bóvedas tenía
un residente, y los estrechos pasajes en ambos lados estaban igual de vacíos.
Nina se sacó las horquillas del pelo y la peluca rubia y la lanzó contra la mesa
que habían puesto en el centro de la tumba. Se dejó caer en una silla, frotándose los
dedos sobre el cuero cabelludo. —Mucho mejor —dijo con un suspiro feliz. Pero
Matthias no podía ignorar la apariencia casi verdosa de su piel.
Estaba peor esa noche. O bien se había metido en problemas con Smeet o
simplemente se había exigido demasiado. Y, aun así, mirándola, Matthias sintió que
algo en él se aliviaba. Por lo menos ahora se veía como Nina de nuevo, el cabello castaño
en ondas húmedas, los ojos medios cerrados. ¿Era normal estar fascinado por la forma
en la que alguien se inclinaba?
—Hablé con Specht antes —dijo Kaz —. Las embajadas están llenas de
diplomáticos y soldados. Zemeni, kaelish, ravkanos.
Leigh Bardugo The Dregs
—Creo que saben de parem —dijo Kaz—. Por lo menos, rumores. Y en la Corte
de Hielo había montones de bandos interesados para recoger rumores sobre la…
liberación de Kuwei. —Se volvió a mirar a Matthias —. También están aquí los
fjerdanos. Tienen todo un contingente de drüskelle con ellos.
Kuwei suspiró con tristeza y Jesper se inclinó junto a él, dándole un empujón con
el hombro. —¿No es agradable ser querido?
Wylan tomó una de las galletas que Jesper había dejado en la mesa. Aún era
perturbador verlo a él y Kuwei en la misma habitación. La confección de Nina había
sido tan exitosa que a menudo Matthias tenía problemas para diferenciarlos, hasta que
hablaban. Le gustaría que uno de ellos tuviera la amabilidad de ponerse un sombrero.
—Esto es bueno para nosotros —dijo Kaz —. Los shu y los fjerdanos no saben
dónde empezar a buscar a Kuwei, y todos esos diplomáticos generando problemas en el
Salón de la Guardia van a crear un buen ruido para distraer a Van Eck.
—Es todo el tiempo que tenemos. No vamos a esperar una invitación escrita.
¿Cuál es tu progreso con el gorgojo?
—Tienes que ponerle un nombre —dijo Jesper—. ¿De qué otra forma lo llamarías
a cenar?
—Olvida cómo se llama —dijo Kaz —. Lo que importa es que este pequeño
frasco se va a comer las cuentas bancarias de Van Eck y su reputación.
La negra mirada de Kaz fijó a Kuwei como la punta de una daga. —Te sugiero
que reconsideres tus prioridades.
Jesper le dio a Kuwei otro empujón. —Esa es la forma en la que Kaz dice, «ayuda
a Wylan o te encerraremos en una de las tumbas y veremos cómo les va a tus intereses».
Nina rodó los ojos. —Qué bueno que todo esto es acerca de recuperar nuestro
dinero y no sobre rescatar a Inej. Definitivamente no es sobre eso.
Jesper volvió a levantar las cejas. —¿Uno de nosotros? ¿Eso quiere decir que ella
sabe el apretón de manos secreto? ¿Eso quiere decir que estás listo para hacerte un
tatuaje? —Pasó un dedo por el antebrazo de Wylan y éste se puso rosa brillante. Matthias
no pudo evitar simpatizar con el muchacho. Sabía lo que era estar abrumado y a veces
sospechaba que podían olvidar toda la planificación de Kaz y dejar que Jesper y Nina
conquistaran en sumisión a la totalidad de Ketterdam.
Wylan conscientemente tiró de su manga hacia abajo. —Inej es parte del grupo.
—Simplemente no lo presiones.
—Porque lo práctico para Kaz sería subastar a Kuwei al mejor postor y olvidarse
completamente de Inej.
Ninguno de ellos sabía realmente lo que Kaz haría o no haría. A veces Matthias
se preguntaba si incluso Kaz estaba seguro.
—Está bien, Kaz —dijo Nina, quitándose los zapatos y moviendo los pies—, ya
que todo esto es sobre el plan todopoderoso, que tal si dejas de meditar sobre ese mapa
y solo nos dices qué nos espera.
—¿En serio? —preguntó Nina, tirando del corsé. El polen de uno de los lirios
estaba disperso sobre su hombro desnudo. Matthias tuvo la abrumadora urgencia de
limpiarlo con sus labios. Probablemente es venenoso, se dijo con severidad. Tal vez debería
dar un paseo.
Leigh Bardugo The Dregs
—Van Eck nos prometió treinta millones de kruge —dijo Kaz —. Eso es
exactamente lo que vamos a tomar. Y otro millón por intereses, gastos y solo porque
podemos.
Wylan rompió una galleta en dos. —Mi padre no tiene por ahí treinta millones
de kruge. Incluso si toman todos sus activos juntos.
—Entonces deberías marcharte —dijo Jesper—. Solo nos asociamos con los
herederos deshonrados de las fortunas más grandiosas.
Kaz estiró la pierna mala, flexionado ligeramente el pie. —Si Van Eck tuviera esa
cantidad de dinero en la mano, le habríamos robado en lugar de irrumpir en la Corte de
Hielo en primer lugar. Solo podía ofrecer una recompensa tan grande porque afirmaba
que el Consejo Mercante estaba poniendo los fondos de la ciudad en ella.
—¿Y qué pasa con el cofre lleno de billetes que trajo a Vellgeluk? —preguntó
Jesper.
—No —dijo Kaz—. Vamos a hacer lo que hacen los mercaderes y dejar que el
mercado haga el trabajo por nosotros. —Se inclinó hacia atrás, con las manos
enguantadas descansando en la cabeza del bastón—. Vamos a tomar el dinero de Van
Eck y entonces tomaremos su reputación. Nos aseguraremos que nunca más pueda
hacer negocios en Ketterdam o en ningún lugar de Kerch.
—Una vez que el trabajo esté hecho, Kuwei; y cualquier otro convicto, Grisha y
joven desheredado que tengan o no precio por sus cabezas, puede vivir con bajo perfil
en las Colonias del Sur.
—Pensé que era una solicitud de ayuda —dijo Matthias—, no una invitación a
negociar. —Nunca habían discutido entregar a Kuwei a Ravka.
Kaz los estudió con diversión. —Ninguna de las dos. Esperemos que Rollins sea
tan crédulo como ustedes dos.
—Kaz se pregunta si debe mantenerte con vida —dijo Jesper—. Terrible para los
nervios. Te recomiendo respiraciones profundas. Tal vez un tónico.
—Vamos, Kaz. No pasamos por todos esos problemas para salvar a Kuwei solo
para convertirlo en comida de gusanos.
Kuwei habló despacio, eligiendo las palabras con cuidado. —Allí es más seguro.
Para los Grisha. Para mí. No me quiero esconder. Quiero entrenar. —Kuwei tocó los
cuadernos frente a él—. El trabajo de mi padre puede ayudar a encontrar… —dudó,
intercambiando unas palabras con Nina—, un antídoto para parem.
Jesper se inclinó hacia atrás en la silla. —Creo que Nina está a punto de estallar
en canto.
Un antídoto. ¿Eso era lo que Kuwei había estado escribiendo en sus cuadernos?
La perspectiva de que algo pudiera neutralizar los poderes de parem era atractiva, y sin
embargo, Matthias no podía evitar ser cuidadoso. —Poner todo este poder en las manos
de una nación… —empezó.
Pero Kuwei interrumpió. —Mi padre trajo esta droga al mundo. Incluso sin mí,
lo que sé, se volverá a hacer.
—A veces los descubrimientos científicos son así —dijo Wylan—. Una vez que
la gente sabe que algo es posible, aumenta la velocidad de nuevos descubrimientos.
Después de eso, es como tratar que un enjambre de avispones vuelva a su nido.
—Eres nuestro químico, Wylan —dijo Nina con esperanza—, ¿qué piensas?
Wylan se encogió de hombros. —Tal vez. No todos los venenos tienen antídoto.
—En Ravka, hay Fabricadores más talentosos —dijo Kuwei—. Podrían ayudar.
Nina asintió con énfasis. —Es verdad. Genya Safin sabe de venenos más que
nadie, y David Kostyk desarrolló todo tipo de armas nuevas para el Rey Nikolai. —Miró
a Matthias—. ¡Y otras cosas también! Cosas bonitas. Muy pacíficas.
Matthias negó con la cabeza. —Esta no es una decisión que se tome a la ligera.
Hubo una larga y tensa pausa, luego Kaz pasó el pulgar enguantado sobre el
pliegue de sus pantalones y dijo —Nina, cariño, ¿traduce para mí? Quiero asegurarme
de que Kuwei y yo nos entendamos.
Kaz se inclinó hacia adelante y descansó las manos en las rodillas, un amable
hermano mayor ofreciendo algún consejo amigable. —Creo que es importante que
entiendas los cambios en tus circunstancias. Van Eck sabe que el primer lugar al que
irías por asilo sería a Ravka, así que cualquier nave que vaya a sus costas será registrada
de arriba abajo. Los únicos Confeccionistas lo suficientemente poderosos como para
hacerte parecer alguien más están en Ravka, a menos que Nina quiera tomar otra dosis
de parem.
Matthias gruñó.
—Lo que es poco probable —admitió Kaz—. Ahora, ¿me imagino que no quieres
que te lleve de vuelta a Fjerda o a Shu Han?
Estaba claro que Nina había terminado de traducir cuando Kuwei gritó —¡No!
—Entonces tus opciones son Novyi Zem y las Colonias del Sur, pero la presencia
de Kerch en las colonias es muy baja. Además, el clima es mejor, si te interesan esas
cosas. Eres una pintura robada, Kuwei. Demasiado reconocible para vender en el
mercado abierto, demasiado valioso para dejar libre. No tienes valor para mí.
Nina tradujo, y al final, Kuwei asintió con firmeza. Aunque Matthias se había
salido con la suya, el desaliento en la cara de Nina dejó una sensación de vacío en su
pecho.
Kaz comprobó su reloj. —Ahora que estamos de acuerdo, todos saben cuáles son
sus responsabilidades. Hay muchas cosas que pueden salir mal entre ahora y mañana en
la noche, así que repasen el plan y luego repásenlo de nuevo. Solo tenemos una
oportunidad en esto.
—Así es. Tiene más armas, más hombres y más recursos. Todo lo que tenemos
es la sorpresa, y no vamos a desperdiciarla.
—¿Números?
—No pude acercarme al Tablón —dijo Rotty—, pero Per Haskell está agitado, y
no está siendo silencioso acerca de eso. Sin ti, el trabajo se le acumula al viejo. Ahora
hay rumores de que volviste a la ciudad y que peleaste con un mercader. Oh, y que hubo
una especie de ataque en los puertos hace unos días. Un grupo de marineros asesinados,
la oficina del supervisor del puerto convertida en un montón de astillas, pero nadie sabe
detalles.
Matthias vio que la expresión de Kaz se oscureció. Estaba hambriento por más
información. Matthias sabía que el demjin tenía otras razones para ir tras Inej, pero el
hecho era que, sin ella, su habilidad para reunir información se había visto severamente
comprometida.
—Está bien —dijo Kaz—. ¿Pero nadie nos ha relacionado con la redada en la
Corte de Hielo o parem?
—Dale tiempo —dijo Kaz —. Él sabe que tenemos a Kuwei escondido en alguna
parte. La carta a Ravka solo lo mantendrá persiguiendo su cola un tiempo.
Jesper golpeó sus muslos con los dedos. —¿Alguien ha notado que toda la ciudad
nos está buscando, está enojada con nosotros o quiere matarnos?
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Perdón? —el kerch de Matthias era bueno, pero tal vez todavía había vacíos.
—Tomó tu lugar en la Puerta del Infierno —dijo Jesper—, para que pudieras
unirte al trabajo de la Corte de Hielo.
Matthias recordaba la pelea con los lobos, Nina de pie en su celda, el escape de
la prisión. Nina había cubierto a un miembro de los Indeseables con llagas falsas y le dio
fiebre para asegurarse de que lo pusieran en cuarentena y lo mantuvieran alejado de la
población general de la cárcel. Muzzen. Matthias no debería haber olvidado algo así.
—Pensé que habías dicho que tenías contactos en la enfermería —dijo Nina.
—Para mantenerlo enfermo, no a salvo. —El rostro de Kaz era sombrío—. Fue
un éxito.
—¿Por qué no? —dijo Nina—. Sabemos que hay drüskelle aquí. Si vinieron a la
ciudad a buscarte e hicieron ruido en el Salón de la Guardia, les habrían dicho que
estabas en la Puerta del Infierno.
—¿Qué se siente estar muerto? —preguntó Jesper. La luz alegre se había ido de
sus ojos.
Matthias no tenía respuesta. El cuchillo que había matado a Muzzen había estado
destinado para él, y los fjerdanos podían ser los responsables. Los drüskelle. Sus
hermanos. Querían que muriera sin honor, asesinado en la cama de una enfermería. Era
una muerte adecuada para un traidor. Era la muerte que se había ganado. Ahora
Matthias tenía una deuda de sangre con Muzzen, pero ¿cómo la pagaría? —¿Qué
hicieron con el cuerpo? —preguntó
—Hay algo más —dijo Rotty—, alguien está levantando polvo buscando a
Jesper.
—Sus acreedores tendrán que esperar —dijo Kaz y Jesper hizo una mueca.
Leigh Bardugo The Dregs
I nej yacía bocabajo, con los brazos extendidos enfrente de ella, revolviéndose como un
gusano en la oscuridad. A pesar del hecho de que prácticamente se había estado
matando de hambre, la ventila aún era estrecha. No podía ver a dónde estaba yendo;
solo continuaba moviéndose hacia delante, impulsándose con las yemas de los dedos.
¿A dónde la habría traído Van Eck? Podía estar en un almacén, la casa de alguien.
Podría ni siquiera seguir en Kerch. No importaba. Era Inej Ghafa, y no temblaría como
un conejo en un cepo. Donde sea que esté, solo tengo que salir.
alrededor. Los imaginó revisando las cuerdas en sus muñecas, insuflándole vida a sus
manos. No se dijo que no estaba asustada. Hace mucho tiempo, después de una mala
caída, su padre había explicado que solo los tontos no tenían miedo. Nosotros enfrentamos
el dolor, había dicho, damos la bienvenida al visitante inesperado y escuchamos lo que él tiene
que decirnos. Cuando el miedo llega, algo está a punto de suceder.
Inej tenía la intención de hacer que algo sucediera. Había ignorado el dolor en su
cabeza y se forzó a moverse alrededor de la habitación, estimando sus dimensiones.
Entonces utilizó la pared para ponerse de pie y la tocó, arrastrando los pies y yendo a
saltitos, buscando cualquier puerta o ventana. Cuando escuchó pisadas aproximándose,
se dejó caer al piso, pero no había tenido tiempo de volver a colocarse la venda. Desde
entonces, los guardias la ataron con más fuerza. Pero eso no importaba, porque ella
había encontrado la ventila. Todo lo que necesitaba entonces era una forma de quitarse
las cuerdas. Kaz podría haberlo conseguido en la oscuridad y probablemente bajo el
agua.
El único vistazo a fondo que tenía de la habitación donde estaba siendo retenida
era durante las comidas, cuando ellos traían una linterna. Ella escuchaba llaves girando
en una serie de cerrojos, la puerta se abría, el sonido de la bandeja siendo colocada sobre
la mesa. Un momento después, la venda era levantada suavemente de su cara; Bajan
nunca era brusco o abrupto. No estaba en su naturaleza. De hecho, ella sospechaba que
estaba más allá de las capacidades de sus manos cuidadas de músico.
Nunca había algún cubierto en la bandeja, por supuesto. Van Eck era lo bastante
sabio para no confiar en ella con ni siquiera una cuchara, pero Inej había aprovechado
cada momento sin venda para escuchar en cada centímetro de la habitación desnuda,
buscando pistas que podrían ayudarla a evaluar su ubicación y planear su escape. No
había mucho de lo que partir: un piso de concreto marcado por nada más que una pila
de mantas que le habían dado para acurrucarse en la noche, paredes alineadas con
estantes vacíos, la mesa y silla donde tomaba sus comidas. No había ventanas, y la única
pista de que podrían seguir cerca de Ketterdam era el rastro húmedo de sal en el aire.
Leigh Bardugo The Dregs
Bajan le desataba las muñecas, luego las ataba de nuevo enfrente de ella para que
pudiera comer… aunque una vez que descubrió la ventila, solo había picoteado la
comida, comiendo lo suficiente para mantener su fuerza y nada más. Aun así, cuando
Bajan y los guardias habían traído su bandeja esta noche, su estómago había gruñido
audiblemente ante el olor de salchichas suaves y puchero. Había estado mareada del
hambre, y cuando intentó sentarse, había derribado la bandeja de su lugar sobre la mesa,
estrellando la taza y tazón de cerámica blanca. Su cena cayó al suelo en un montón
humeante de hongos sabrosos y vajilla rota y ella había aterrizado a un lado, sin gracia,
apenas evitando una cara llena de potaje.
Bajan había sacudido su sedosa cabeza oscura. —Estás débil porque no comes.
El señor Van Eck dice que debo alimentarte a la fuerza si es necesario.
Pero Bajan solo se había reído, con una resplandeciente sonrisa blanca. Él y uno
de los guardias la habían ayudado a volver a la silla, y él había mandado por otra
bandeja.
Van Eck no podría haber escogido mejor a su carcelero. Bajan era suli, solo unos
pocos años mayor que Inej, con grueso cabello negro que se rizaba alrededor de su cuello
y ojos como gemas negras enmarcadas por pestañas lo bastante largas para espantar
moscas. Él le contó que era un maestro de música con un contrato vinculante a Van Eck,
e Inej se maravilló que el merca metiera a un chico como ese a su morada, dado que su
nueva esposa tenía menos de la mitad de su edad. Van Eck era o muy confiado o muy
estúpido. Traicionó a Kaz, se recordó. Se inclina marcadamente a la columna de estúpido.
—Debes comer más que eso —interrumpió Bajan—. Si eres un poco más
obediente, si respondes sus preguntas, descubrirás que Van Eck es un hombre razonable.
Bajan no pudo ocultar su placer. Tenían la misma rutina en cada comida: ella
picoteaba su comida. Él hacía charla, condimentado su charla con preguntas
intencionadas sobre Kaz y los Indeseables. Cada vez que ella hablaba, él lo consideraba
una victoria. Desafortunadamente, cuanto menos comía, más débil se ponía, y más
difícil era mantener la sensatez.
—Shevrati —dijo Inej marcadamente. No sabes nada. Ella había llamado a Kaz así
en más de una ocasión. Pensó en Jesper jugando con sus armas, Nina exprimiendo la
vida de un hombre con un movimiento de muñeca, Kaz abriendo una cerradura con sus
guantes negros. Matones. Ladrones. Asesinos. Y todos valían más que un millar de Jan
Van Eck.
Inej sabía que no debería continuar hablando con él, pero también era una
recolectora de secretos. —¿Qué instrumentos enseñas? —dijo—. ¿Arpa? ¿Pianoforte?
Inej rodó los ojos. Él era justo como los chicos con los que ella había crecido, una
cabeza llena de sinsentidos y una boca llena de encanto fácil. —Estoy atada y
enfrentando el prospecto de tortura o peor. ¿Estás realmente coqueteando conmigo?
Bajan chasqueó la lengua. —El señor Van Eck y tu señor Brekker llegarán a un
acuerdo. Van Eck es un hombre de negocios. Por lo que entiendo, él sencillamente está
protegiendo sus intereses. No puedo imaginar que él recurra a la tortura.
—Si fueras el que está atado y vendado cada noche, tal vez tu imaginación no te
fallaría tan completamente.
En las largas horas que se quedaba a solas, Inej intentaba descansar y enfocar su
mente en escapar, pero inevitablemente sus pensamientos giraban a Kaz y los otros. Van
Eck deseaba intercambiarla por Kuwei Yul-Bo, el chico shu que habían robado de la
fortaleza más mortal en el mundo. Él era la única persona que tenía esperanza de recrear
el trabajo de su padre sobre la droga conocida como jurda parem, y el precio de su rescate
habría dado a Kaz todo lo que siempre hubiera deseado; todo el dinero y prestigio que
necesitaba para tomar su merecido lugar entre los jefes del Barril, y la oportunidad para
vengarse de Pekka Rollins por la muerte de su hermano. Los hechos se alineaban uno
tras otro, un ejército de dudas ensambladas con la esperanza que ella intentaba mantener
controlada en su interior.
El curso de acción de Kaz era obvio: Pedir un rescate por Kuwei, tomar el dinero,
encontrarse una nueva araña para escalar las paredes del Barril y que robara secretos
para él. Y ¿no le había dicho ella que planeaba dejar Ketterdam tan pronto les pagaran?
Quédate conmigo. ¿Lo había dicho en serio? ¿Qué valor poseía su vida frente a la
recompensa que Kuwei podría representar? Nina nunca permitiría que Kaz la
Leigh Bardugo The Dregs
abandonara. Ella lucharía con todo lo que tenía para liberar a Inej incluso si aún estaba
en las garras de parem. Matthias la apoyaría con ese gran corazón lleno de honor. Y
Jesper… Bueno, Jesper nunca dañaría a Inej, pero necesitaba dinero con urgencia si no
deseaba que su padre perdiera su sustento. Él haría su mayor esfuerzo, pero eso podría
significar no necesariamente lo que era mejor para ella. Además, sin Kaz, ¿alguno de
ellos sería rival para la crueldad y recursos de Van Eck? Yo sí, se dijo Inej Puede que yo no
tenga la mente ladina de Kaz, pero soy una chica peligrosa.[/i
Van Eck había enviado a Bajan con ella cada día, y él no había sido más que
amable y placido incluso cuando la presionaba por las ubicaciones de las casas de
seguridad de Kaz. Ella sospechaba que Van Eck no venía él mismo porque sabía que
Kaz mantendría estrecha vigilancia en sus movimientos. O tal vez él pensaba que ella
sería más vulnerable con un chico suli que un merca artero. Pero esta noche algo había
cambiado.
Bajan usualmente se marchaba cuando Inej dejaba claro que no comería más;
una sonrisa de despedida, una pequeña reverencia y se marchaba, con el deber cumplido
hasta la mañana siguiente. Esta noche, él se había entretenido.
En lugar de captar la señal para desvanecerse cuando ella utilizaba sus manos
atadas para apartar su plato, él había dicho: —¿Cuándo viste a tu familia por última vez?
Bajan echó un vistazo a los guardias y dijo bajito: —Van Eck podría devolverte
con tu familia. Él podría liquidar tu contrato con Per Haskell. Está dentro de sus
posibilidades.
—¿Importa? —preguntó Bajan. Había una urgencia en su voz que pinchó en las
defensas de Inej. Cuando el miedo llega, algo está a punto de suceder. ¿Pero él temía a Van
Eck o temía por ella?—. Puedes librarte de los Indeseables y Per Haskell y de ese horrible
Kaz Brekker definitivamente. Van Eck podría darte transporte a Ravka, dinero para
viajar.
¿Una oferta o una amenaza? ¿Podría Van Eck haber encontrado a su madre y
padre? Los suli no eran fáciles de rastrear, y serían precavidos con los desconocidos
haciendo preguntas. Pero ¿qué tal si Van Eck había enviado hombres clamando tener
información sobre una chica perdida? Una chica que se había desvanecido un amanecer
frío como si la marea hubiera alcanzado la costa para reclamarla.
—¿Qué sabe Van Eck de mi familia? —preguntó ella, con la ira elevándose.
—Sabe que estás lejos de casa. Sabe los términos de tu contrato vinculante con la
Colección.
—Entonces él sabe que fui una esclava. ¿Hará que arresten a Tante Heleen?
—No… lo cr…
—Por supuesto que no. A Van Eck no le importa que fui comprada y vendida
como una madeja de algodón. Él solo está buscando una ventaja.
Pero lo que Bajan preguntó a continuación tomó a Inej por sorpresa. —¿Tu
madre hace pan de sartén?
Ella frunció el ceño. —Por supuesto. —Era un platillo esencial suli. Inej podría
haber hecho pan de sartén en sueños.
—¿Con romero?
la vuelta al pan con rápidos pellizcos de sus dedos, oler la masa cocinándose sobre las
cenizas.
Cada alarma dentro de Inej había resonado en peligro. La jugada era demasiado
obvia. Bajo el encanto de Bajan, sus ojos oscuros, sus promesas fáciles, había miedo. Y,
aun así, entre el clamor de sospecha, podía escuchar el tañido de otra campana, el sonido
de ¿Qué tal si? ¿Qué tal si se permitía ser consolada, renunciar a la pretensión de haber
superado las cosas que había perdido? ¿Qué tal si sencillamente permitía que Van Eck
la pusiera en un barco, que la enviara a casa? Ella podría probar el pan de sartén,
calentarse junto a la olla, ver la oscura trenza de su madre entretejida con listones,
mechones de seda del color de caquis maduros.
Pero Inej lo sabía mejor. Ella había aprendido del mejor. Mejor verdades terribles
que mentiras amables. Kaz nunca le había ofrecido felicidad, y ahora ella no confiaba en
los hombres que le prometían proporcionársela. Su sufrimiento no había sido para nada.
Sus Santos la habían traído a Ketterdam por una razón: un navío para cazar esclavistas,
una misión para darle significado a todo lo que había atravesado. No traicionaría ese
propósito o a sus amigos por algún sueño del pasado.
Inej siseó a Bajan, un sonido animal que lo hizo dar un paso sobresaltado hacia
atrás. —Dile a tu amo que honre sus viejos tratos antes de empezar a hacer nuevos —
dijo—. Ahora déjame en paz.
Bajan se había escurrido como la rata bien vestida que era, pero Inej supo que era
tiempo de marcharse. La nueva insistencia de Bajan podría no significar nada bueno
para ella. Tengo que salir de esta trampa, había pensado, antes que esta criatura me atraiga con
recuerdos y simpatía. Tal vez Kaz y los otros venían por ella, pero no tenía la intención de
aguardar y verlo.
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Una vez que Bajan y los guardias se hubieron marchado, ella había deslizado la
esquirla de tazón roto de donde lo había ocultado debajo de las cuerdas alrededor de sus
tobillos y se puso a trabajar. A pesar de lo débil y mareada que se había sentido cuando
Bajan había llegado con ese tazón de hongos de olor paradisiaco, ella solo había fingido
derrumbarse para poder tirar deliberadamente su bandeja de la mesa. Si Van Eck
realmente hubiera hecho su investigación, habría advertido a Bajan que el Espectro no
caía. Ciertamente no en un montón torpe al piso, donde podría fácilmente meter un
trozo afilado de cerámica entre sus ataduras.
Después de lo que pareció como una eternidad de serrar y raspar y sangrarse las
yemas de los dedos con el borde afilado, finalmente había cortado sus cuerdas y liberado
sus manos, luego se desató los tobillos y anduvo a tientas hasta la ventila. Bajan y los
guardias no regresarían hasta la mañana. Eso le daba la noche entera para escapar de
este lugar y alejarse lo más posible.
Ella avanzó centímetro a centímetro. ¿Qué tan lejos había ido? Cada vez que
inhalaba profundo, se sentía como si el conducto de aire se estuviera apretando alrededor
de sus costillas. Por todo lo que sabía, podría estar en la cima de un edificio. Podría
asomar la cabeza por el otro lado solo para encontrar una calle ajetreada de Ketterdam
muy abajo. Inej podía contender con eso. Pero ¿si el conducto solo terminaba? ¿Si estaba
cerrado en el otro lado? Tendría que retroceder agitándose la distancia completa y
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esperar reajustarse las cuerdas para que sus captores no supieran lo que había hecho.
Imposible. No podía haber callejones sin salida esta noche.
Más rápido, se dijo a sí misma, el sudor le perlaba la frente. Era difícil no imaginar
el edificio comprimiéndose a su alrededor, sus paredes exprimiéndole el aire de los
pulmones. No podía hacer un plan real hasta que alcanzara el final de este túnel, hasta
que supiera qué tan lejos tendría que ir para evadir a los hombres de Van Eck.
Deseó tener sus cuchillos, el peso consolador de ellos en sus palmas. ¿Van Eck
aún los tenía en su posesión? ¿Los había vendido? ¿Arrojado al mar? Aun así, nombró
las cuchillas: Petyr, Marya, Anastasia, Lizabeta, Sankt Vladimir, Sankta Alina; y encontró
valentía en cada palabra susurrada. Entonces forcejeó con la ventila y le dio un fuerte
empujón. Se abrió, pero en lugar de columpiarse en sus goznes, se soltó completamente.
Intentó sujetarla, pero se deslizó más allá de sus dedos y traqueteó hasta el suelo.
Inej esperó, con el corazón palpitante. Un minuto pasó en silencio. Otro. Nadie
vino. La habitación estaba vacía. Tal vez el edificio completo estaba vacío. Van Eck no
la habría dejado sin vigilancia, así que sus hombres debían estar apostados afuera. Si ese
era el caso, ella sabía que escabullirse de ellos presentaría poco desafío. Y al menos ahora
sabía aproximadamente qué tan lejos estaba el suelo.
cuerpo empezó a inclinarse, dejó que la inercia la impulsara, se hizo un ovillo y acomodó
los brazos debajo de la cabeza para protegerse el cráneo y cuello mientras caía.
El impacto fue casi indoloro. El piso era de concreto duro como el piso de su
celda, pero ella rodó cuando impactó y se topó con lo que parecía ser la parte trasera de
algo sólido. Se puso de pie, con las manos explorando lo que sea con lo que se había
topado. Estaba tapizada en terciopelo. Mientras se desplazaba, sintió otro objeto
idéntico junto a éste. Asientos, se dio cuenta. Estoy en un teatro.
Se movió lentamente, con las manos extendidas ante ella hasta que alcanzó una
pared en lo que creyó era la parte posterior del teatro. Toqueteó su superficie, buscando
una puerta, una ventana, incluso otra ventila. Finalmente, sus dedos se engancharon
sobre el marco de una puerta y sus manos rodearon el pomo. No se movía. Cerrada. La
agitó tentativamente
Él estaba parado en el escenario del teatro decrepito, su traje negro de merca era
de corte severo. Los asientos de terciopelo verde del teatro estaban apolillados. Las
cortinas que enmarcaban el escenario colgaban en jirones. Nadie se había molestado en
retirar la escenografía de la última obra. Lucía como la visión terrorífica de un niño de
la sala de operación de un cirujano, con sierras y mazos desproporcionados colgando de
las paredes. Inej lo reconoció como la escenografía de El Loco y el Doctor, una de las obras
cortas de la Komedie Brute.
Inej no vaciló. Saltó sobre el estrecho respaldo de la butaca más cercana, luego
corrió hacia el escenario, saltando de fila en fila mientras los guardias intentaban trepar
sobre los asientos. Ella aterrizó en el escenario, pasó junto a un alarmado Van Eck, evitó
hábilmente a dos guardias más, y cogió una de las cuerdas del escenario, trepando por
su longitud, orando para que aguantara su peso hasta que consiguiera llegar a la parte
superior. Podía ocultarse en las vigas, encontrar un camino al tejado.
Inej trepó más alto, más rápido. Pero segundos después vio una cara por encima
de ella. Uno de los guardias de Van Eck, con un cuchillo en la mano. Él dio un tajo a la
cuerda.
Cedió e Inej cayó hacia el piso, alistando las piernas para soportar el impacto.
Antes que pudiera enderezarse, tres guardias estaban sobre ella, sosteniéndola en el sitio.
—En serio, señorita Ghafa —reprendió Van Eck—. Estamos bien enterados de
sus dones. ¿Creyó que no tomaría precauciones? —No esperó una respuesta—. No va
salir de esto sin mi ayuda o la del señor Brekker. Ya que él parece que no va aparecer,
tal vez deba considerar cambiar de alianza.
Van Eck se acomodó las manos tras la espalda. Era extraño mirarlo y ver el
fantasma de la cara de Wylan. —La ciudad está inundada de rumores de parem. Una
delegación de fjerdanos drüskelle ha arribado en el sector de la embajada. Hoy los shu
atracaron dos naves de guerra en el Tercer Puerto. Le di a Brekker siete días para
negociar un trato por el bienestar de usted, pero todos están buscando a Kuwei Yul-Bo,
y es imperativo que lo saque de la ciudad antes que lo encuentren.
Dos naves de guerra shu. Eso es lo que había cambiado. A Van Eck se le acababa el
tiempo. ¿Bajan lo había sabido o sencillamente percibió la diferencia en el humor de su
amo?
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—Había esperado que Bajan probara ser bueno para algo más que mejorar el
talento de mi esposa en el pianoforte —continuó Van Eck—. Pero parece que usted y yo
ahora debemos llegar a un acuerdo. ¿Kaz Brekker, dónde mantiene al chico?
—Si lo conoces tan bien, entonces sabes que él nunca mantendría a Kuwei en
algún lugar al que yo podría conducirte.
Inej sabía que era inútil luchar, pero lo hizo de todos modos. Era luchar o ceder
al terror que la atravesaba mientras los guardias la alzaban a la mesa y le ataban las
extremidades. Ahora vio que una de las mesas de utilería estaba dispuesta con
instrumentos que no lucían para nada como los mazos y sierras desproporcionados que
colgaban de las paredes. Eran herramientas de cirujano reales. Escalpelos y sierras y
tenazas que resplandecían con intención siniestra.
—Es el Espectro, señorita Ghafa, leyenda del Barril. Ha reunido los secretos de
jueces, consejeros, ladrones y asesinos por igual. Dudo que haya algo en esta ciudad que
no sepa. Me dirá las ubicaciones de las casas de seguridad del señor Brekker, ahora.
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Van Eck suspiró. —Recuerde que he intentado tratarla con educación. —Se giró
a uno de los guardias, un hombre de complexión robusta con una nariz afilada como
cuchilla—. Preferiría que esto no se prolongue demasiado. Haga lo que piense que es
mejor.
El guardia dejó que su mano flotara por encima de la mesa de instrumentos como
decidiendo qué crueldad sería más eficiente. Inej sintió que su coraje se tambaleaba, la
respiración salió en jadeos de pánico. Cuando el miedo llega, algo está a punto de suceder.
Bajan se inclinó sobre ella, con la cara pálida, los ojos llenos de preocupación. —
Por favor dile. Seguramente Brekker no vale el quedar marcada o lisiada. Dile lo que
sabes.
Bajan pareció aguijoneado. —No he sido más que amable contigo. No soy alguna
clase de monstruo.
—¡Eso no es justo!
Inej no podía creer la blandura de esta criatura, que buscara su aprobación en este
momento. —Si aún crees en justicia, entonces has llevado una vida muy afortunada.
Quítate del camino del monstruo, Bajan. Terminemos con esto. —El guardia con nariz
afilada se adelantó; algo brilló en su mano. Inej buscó un lugar de quietud dentro de sí,
el lugar que le había permitido soportar un año en la Colección, un año de noches
marcadas por dolor y humillación, de días contados en golpizas y peor—. Adelante —
urgió, y su voz fue de acero.
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—Espera —dijo Van Eck. Estaba estudiando a Inej como si estuviera leyendo un
libro de contabilidad, intentando casar las cifras. Inclinó la cabeza a un lado y dijo—:
rómpele las piernas.
—No —dijo Van Eck—. No quiero que sea una ruptura limpia. Utiliza el mazo.
Destroza el hueso. —Su cara flotó sobre ella, sus ojos de un azul claro y brillante; los
ojos de Wylan, pero desprovistos de algo de la amabilidad de Wylan—. Nadie será capaz
de volver a armarla, señorita Ghafa. Tal vez pueda ganar dinero para pagar su contrato
mendigando peniques en la Duela Este y luego arrastrarse a casa al Tablón cada noche,
asumiendo que Brekker aún le dé una habitación allí.
—No. —No sabía si estaba rogándole a Van Eck o a sí misma. No sabía a quién
odiaba más en este momento.
El guardia de nariz afilada probó el peso del mazo en sus manos. Van Eck asintió.
El guardia lo levantó en un arco ágil.
Bajan se movió para colocarle la venda sobre los ojos. —Lo siento —susurró él—
. No sabía que él tenía intención… yo…
—Kadema mehim.
Los suli eran gente cercana, leales. Tenían que serlo, en un mundo donde no
tenían tierra y donde eran tan pocos. Los dientes de Inej estaban castañeando, pero forzó
las palabras a salir: —Estás maldito. Como me has dado la espalda a mí, igual ellos te
darán la espalda a ti. —Era la peor de las acusaciones suli, una que te prohibía la
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—Lo harás.
En sus primeros días en la Colección, ella había creído que alguien vendría por
ella. Su familia la encontraría. Un oficial de la ley. Un héroe de una de las historias que
su madre solía contarle. Habían llegado hombres, pero no para liberarla, y
eventualmente su esperanza se había marchitado como hojas debajo de un sol
demasiado brillante, reemplazada por un amargo capullo de resignación.
Kaz la había rescatado de esa desesperanza, y sus vidas habían sido una serie de
rescates desde entonces, una hilera de deudas de la que no llevaban la cuenta mientras
se salvaban el uno al otro una y otra vez. Acostada en la oscuridad, se dio cuenta que, a
pesar de todas sus dudas, ella creía que él vendría a rescatarla una vez más, que él
apartaría su avaricia y sus demonios y vendría por ella. Ahora no estaba tan segura.
Porque no era solo el sentido de las palabras que había dicho lo que había inmovilizado
la mano de Van Eck, sino la verdad que él había escuchado en su voz. Él nunca hará el
intercambio si me rompes. Ella no podía fingir que esas palabras habían sido conjuradas
por estrategia o siquiera astucia animal. La magia que habían realizado había nacido de
la creencia. Un feo encantamiento.
Mañana en la noche puede que no sea tan misericordioso. ¿Esta noche había sido un
ejercicio destinado a asustarla? ¿O Van Eck regresaría para ejecutar sus amenazas? Y si
Kaz venía, ¿cuánto quedaría de ella?
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J esper sentía como si su ropa estuviera a rebosar de pulgas. Cuando el equipo dejaba
la isla Velo Negro para merodear por el Barril, vestían los disfraces de la Komedie
Brute; las capas, velos, máscaras y ocasionalmente cuernos que los turistas y lugareños
por igual utilizaban para ocultar sus identidades, mientras disfrutaban los placeres del
Barril.
Pero aquí en las avenidas y canales respetables del distrito universitario, el señor
Carmesí y el Duendecillo Gris habrían atraído un montón de miradas, así que él y Wylan
habían desechado sus disfraces tan pronto estuvieron lejos de las Duelas. Y si Jesper era
honesto consigo mismo, no deseaba reunirse con su padre, por primera vez en años,
vestido con una máscara de ojos desorbitados o una capa de seda naranja o incluso su
usual atuendo del Barril. Se había vestido tan respetablemente como pudo. Wylan le
había prestado unos cuantos kruge para una chaqueta de tweed de segunda mano y un
abrigo largo gris plomizo. Jesper no lucía precisamente respetable, pero de todas formas
los estudiantes no debían lucir demasiado prósperos.
Bueno, se consoló, no es como si hubiera podido traer mis revólveres en esta diligencia, de
todas formas. Los estudiantes y profesores no iban de clase en clase cargando pólvora.
Podría hacer más interesante un día escolar si lo hicieran. Aun así, Jesper había ocultado
un triste remedo de pistola debajo de su abrigo. Esto era Ketterdam, después de todo, y
era posible que él y Wylan estuvieran caminando hacia una trampa. Era por eso que
Kaz y Matthias seguían sus pasos. Él no había visto señal de ninguno de los dos, y Jesper
suponía que era algo bueno, pero aun así estaba agradecido que Wylan se hubiera
ofrecido a acompañarlo. Kaz solo lo había permitido porque Wylan dijo que necesitaba
suministros para su trabajo con el gorgojo.
—Huele mucho mejor aquí. —Tabaco costoso, lluvia matutina que aún
empapaba el empedrado, nubes azules de jacintos en las jardineras de las ventanas. Nada
de orina, vomito, perfume barato o basura podrida. Incluso el olor fuerte del humo del
carbón parecía más débil.
—No. —Jesper exhaló y se encorvó un poco—. Tal vez un poco. —Rotty había
llevado un mensaje al hotel donde el hombre que clamaba ser el padre de Jesper se estaba
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quedando, para que pudieran fijar una hora y lugar para encontrarse. Jesper había
deseado ir solo, pero si su padre realmente estaba en Ketterdam, era posible que
estuviera siendo utilizado como carnada. Mejor encontrarse a plena luz del día, en un
terreno neutral. La Universidad había parecido lo más seguro, muy lejos de los peligros
del Barril o cualquiera de los territorios familiares de Jesper.
Jesper le lanzó una veloz mirada de reojo. Aún no estaba acostumbrado a que la
voz de Wylan saliera de la cara de Kuwei. Siempre lo dejaba sintiéndose un poco
desequilibrado, como si hubiera pensado que estaba alcanzando una copa de vino y
obtuviera un sorbo de agua en su lugar. —¿Tu papá es realmente tan religioso, o solo es
una excusa por ser un hijo de perra grosero en lo que se refiere a negocios?
—Puede que tenga un argumento válido —dijo Jesper. A veces se preguntaba qué
habría sucedido si nunca hubiera salido con sus nuevos amigos esa noche, si nunca
hubiera entrado en ese salón de juegos y dado ese primer giro a la Rueda de Makker. Se
suponía que fuera una diversión inofensiva. Y para todos los demás, lo había sido. Pero
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la vida de Jesper se había dividido como un tronco en dos trozos distintos y desiguales:
el tiempo antes que se hubiera acercado a esa rueda y cada día desde entonces—. El
Barril se come a la gente.
—Tal vez —consideró Wylan—. Pero los negocios son negocios. Los salones de
juego y burdeles responden a una demanda. Ellos ofrecen empleo. Pagan impuestos.
—Que buen niño del Barril te has vuelto. Esa es prácticamente una página sacada
de los libros de los jefes. —Cada pocos años a algún reformador se le metía en la cabeza
limpiar el Barril y purgar Ketterdam de su reputación desagradable. Era entonces cuando
los panfletos salían, una guerra de propaganda entre los propietarios de los salones de
juego y casas de placer en un lado y los mercaderes reformadores de trajes negros en el
otro. Al final, todo se reducía a dinero. Los negocios de las Duelas Este y Oeste
entregaban una ganancia considerable, y los habitantes del Barril lanzaban monedas
muy honestas en las arcas de impuestos de la ciudad.
—Realmente no lo sé. Dejó de hablar esas cosas conmigo hace mucho tiempo.
Jesper vaciló. Jan Van Eck era un completo tonto por la forma en que había
tratado a su hijo, pero Jesper podía admitir que tenía curiosidad sobre el supuesto
«padecimiento» de Wylan. Deseaba saber qué veía Wylan cuando intentaba leer, por
qué parecía estar bien con ecuaciones o precios o un menú, pero no oraciones o signos.
En su lugar, dijo: —Me pregunto si la proximidad al Barril hace a los mercaderes más
estirados. Toda esa ropa negra y restricción, carne solo dos veces a la semana, cerveza
clara en vez de brandy. Tal vez están compensando toda la diversión que nosotros
tenemos.
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—Claro. Quiero decir, solo piensa en los niveles de libertinaje que podríamos
alcanzar si nadie mantuviera esta ciudad bajo control. Champán para desayunar. Orgías
desnudas en el piso de la Bolsa de Valores.
Wylan hizo un ruido aturullado que sonó como un ave con tos y miró a cualquier
lado menos a Jesper. Era tan maravillosamente fácil de perturbar, aunque Jesper podía
admitir que no pensaba que el distrito universitario necesitara una dosis de lo sucio. Le
gustaba justo como era: limpio y tranquilo y con olor a libros y flores.
—No tienes que venir, sabes —dijo Jesper, porque sintió que debía—. Tienes tus
suministros. Podrías esperar seguro y cómodo en una cafetería.
No. No puedo hacer esto solo. Jesper se encogió de hombros. No estaba seguro de
cómo se sentía sobre lo que Wylan podría atestiguar en la Universidad. Jesper rara vez
había visto a su padre enojado, pero ¿cómo podía no estar enojado ahora? ¿Qué
explicaciones podría Jesper ofrecerle? Había mentido, puesto en peligro la fuente de
ingresos por la que su padre había trabajado tan duro. ¿Y por qué? Una pila humeante
de nada.
Pero Jesper no podía soportar la idea de enfrentar a su padre a solas. Inej lo habría
entendido. No que él se mereciera su simpatía, pero había algo estabilizador en ella que
él sabía reconocería y tranquilizaría sus propios miedos. Había esperado que Kaz se
ofreciera a acompañarlo. Pero cuando se habían separado para aproximarse a la
Universidad, Kaz solo le había dirigido una mirada oscura. El mensaje había sido claro:
Tú cavaste esta tumba. Ve a acostarte en ella. Kaz aún lo estaba castigando por la emboscada
que casi había terminado el trabajo de la Corte de Hielo antes que iniciara, e iba a
requerir más que Jesper sacrificara sus revólveres para volver a estar en buenos términos
con Kaz. ¿Kaz siquiera tenía buenos términos?
El corazón de Jesper latió con un poco de más fuerza cuando caminaron debajo
del vasto arco de piedra hacia el patio de la Boeksplein. La Universidad no era un edificio
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sino una serie de ellos, todos construidos alrededor de secciones paralelas del Boekcanal
y se unía al Puente Orador, donde la gente se reunía para debatir o beber una amigable
pinta de cerveza clara, dependiendo del día de la semana. Pero Boeksplein era el corazón
de la Universidad; cuatro bibliotecas construidas alrededor de un patio central y la
Fuente del Erudito. Habían pasado casi dos años desde que Jesper había puesto un pie
en los terrenos de la Universidad. Nunca había renunciado oficialmente a la escuela. Ni
siquiera realmente había decidido no asistir. Simplemente había empezado a pasar más
y más tiempo en la Duela Este, hasta que levantó la vista un día y se dio cuenta que el
Barril se había convertido en su hogar.
Pero cuando entraron al patio, Jesper no miró alrededor para saborear la cantería
o escuchar el salpicar de la fuente. Toda su atención se enfocó en el hombre parado cerca
de la pared este, que miraba las ventanas de vitral, con un sombrero arrugado en sus
manos. Con una punzada, Jesper se dio cuenta que su padre se había puesto su mejor
traje. Se había acomodado el cabello pelirrojo kaelish para apartarlo de su frente. Ahora
había un gris en éste que no había estado cuando Jesper se marchó de casa. Colm Fahey
lucía como un granjero camino a la iglesia. Totalmente fuera de lugar. Kaz (diablos,
cualquiera del Barril) le echaría un vistazo y solo vería a un blanco andante.
La garganta de Jesper se sintió reseca como arena. —Pá —dijo con voz ronca.
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—¡Jes! —gritó su padre. Y entonces Jesper estaba cruzando el patio y los brazos
de su padre lo rodeaban apretadamente, abrazándolo tan fuerte que Jesper pensó que en
realidad sintió que las costillas se le doblaban—. Por todos los Santos, creí que estabas
muerto. Dijeron que ya no eras un estudiante aquí, que sencillamente te habías
desvanecido y… yo estaba seguro que te habían atacado bandidos o algo parecido en
este lugar abandonado por los Santos.
Su padre se rio y lo liberó, manteniéndolo a distancia del brazo, con sus grandes
manos sobre los hombros de Jesper. —Juro que estás una cabeza más alto.
Jesper no tenía idea de cómo llenar el silencio que siguió. No estaba seguro de
qué había esperado de esta reunión con su padre, pero no era un amigable intercambio
de formalidades.
Un disparo resonó contra las paredes del patio. Jesper empujó a su padre detrás
de él al tiempo que una bala resquebrajaba las piedras a sus pies, levantando una nube
de polvo. Repentinamente, disparos hicieron eco del otro lado del patio. La
reverberación hizo difícil decir de dónde provenían los tiros.
—¡Santos! —jadeó su padre—. ¡Esta ciudad es peor de lo que dicen las guías!
Jesper intercambió una mirada con Wylan. ¿Jan Van Eck? ¿Una pandilla rival
buscando desquitarse? ¿Pekka Rollins o alguien más a quien Jesper había pedido
prestado dinero? —Hay una larga lista de candidatos potenciales. Necesitamos salir de
aquí antes que se presenten más personalmente.
—¿Bandoleros?
Jesper sabía que había una buena posibilidad de que estuviera a punto de ser
cubierto de hoyos, así que intentó controlar su sonrisa. —Algo así.
Se asomó por el borde de la puerta, disparó dos tiros, luego volvió a agacharse
cuando explotó otro aluvión de disparos.
—Wylan, dime que traes más que plumas, tinta e ingredientes para el gorgojo.
—Tengo dos bombas destello y algo nuevo que equipé con un poco más de, um,
contundencia.
—Conozco otra salida —dijo Wylan—. Pero la entrada está en el otro lado del
patio. —Apuntó a una puerta debajo de un arco tallado con alguna especie de monstruo
cornudo que mordisqueaba una pluma.
—Jesper…
—Pá, te juro que explicaré todo, pero ahora mismo todo lo que necesitas saber es
que estamos en una mala situación, y resulta que las malas situaciones son mi área de
especialización. —Y era verdad. Jesper podía sentir que se avivaba, se apartó la
preocupación que había estado siguiendo sus pasos desde que había recibido la noticia
de la llegada de su padre a Ketterdam. Se sentía libre, peligroso, como siendo un
pararrayos sobre la pradera—. Confía en mí, Pá.
Jesper estaba muy seguro que pudo escuchar un por ahora sin decir. Vio a Wylan
prepararse. El mercito aún era muy nuevo en todo esto. Con algo de suerte, Jesper no
conseguiría que mataran a todos.
Una bala impactó la estatua central de la fuente, el libro en la mano del erudito
explotó en fragmentos de piedra. Cualquier munición que estuvieran utilizando, no
estaban jugando.
—Por todos los Santos —gritó cuando el dolor le atravesó el hombro. Realmente
odiaba que le dispararan. Se agachó detrás del borde de la piedra. Flexionó la mano,
probando el daño a su brazo. Solo un rasguño, pero dolía endemoniadamente, y estaba
sangrando sobre su nueva chaqueta de tweed—. Es por eso que no conviene intentar
lucir respetable —murmuró. Sobre él, podía ver moviéndose las siluetas en el tejado. En
cualquier minuto, iban a rodear al otro lado de la fuente y él estaría acabado.
Jesper miró hacia arriba y algo estaba cayendo en arco a través del cielo. Sin
pensarlo, apuntó y disparó. El aire explotó.
Jesper se arrojó a la fuente, y un segundo después el aire siseó con luz. Cuando
Jesper asomó su cabeza empapada fuera del agua, vio que cada superficie expuesta del
patio y sus jardines estaba llena de hoyos, volutas de humo se elevaban de los diminutos
cráteres. Quien sea que estuviera en el tejado estaba gritando. ¿Qué clase de bomba había
soltado Wylan?
Esperaba que Matthias y Kaz hubieran encontrado una cubierta, pero no había
tiempo de pensarlo detenidamente. Se movió rápidamente hacia el umbral debajo del
demonio que mordisqueaba el lápiz. Wylan y su padre estaban esperando en el interior.
Cerraron la puerta con un azote.
El hombre detrás del escritorio vestía túnica gris de profesor. Sus fosas nasales
estaban tan inflamadas por su descaro, que Jesper temió ser succionado en una de ellas.
—Jovencito…
—No te preocupes, Pá. La gente se apunta con armas los unos a los otros todo el
tiempo en Ketterdam. Básicamente es un apretón de manos.
—¡Nada de qué preocuparse, todos! —gritó Jesper—. Solo una pequeña práctica
de tiro en el patio.
—Por aquí —dijo Wylan, guiándolos a través de una puerta cubierta con un
forjado elaborado.
Una bonita chica rubia tenía levantada la vista desde donde estaba acuclillada en
el suelo.
—¿Fjerda?
Jesper se dirigió a las escaleras, detrás de Wylan, luego asomó la cabeza de vuelta
en la sala de lectura. —Si vivo, te compraré gofres.
Jesper nunca había tenido razón para entrar a la sala de libros raros mientras
estaba en la escuela. El silencio era tan profundo que era como estar bajo el agua.
Manuscritos coloreados estaban exhibidos en vitrinas de cristal iluminadas por haces
dorados de luz de lámpara, y mapas raros cubrían las paredes.
Un Impulsor con una kefta azul estaba parado en un rincón, con los brazos
levantados, pero retrocedió cuando entraron.
—No, pero hay una larga tradición de amotinarse por las calificaciones.
—No es por ser un engreído —murmuró Jesper a Wylan—, pero no habría creído
que estarías familiarizado con la sala de libros raros.
—Solía reunirme con uno de mis tutores aquí, cuando mi padre aún pensaba…
El tutor tenía un montón de historias interesantes. Y siempre me gustaron los mapas.
Trazar las letras a veces me facilitaba… Así es como encontré el pasaje.
Hubo una breve pausa y luego, desde algún lugar arriba, escuchó a Wylan decir:
—Entonces vas a ser mucho más difícil de sorprender.
Jesper sonrió, pero no se sintió del todo correcto. Desde detrás de él, podía
escuchar gritos desde la sala de libros raros. Había estado cerca, él estaba sangrando del
hombro, habían hecho un gran escape… estos eran los momentos por los que vivía.
Debería estar zumbando por la emoción de la pelea. La emoción aún estaba allí,
burbujeando dentro de su sangre, pero junto a ella había una sensación fría y
desconocida que se sentía como si estuviera drenándole la alegría. Todo lo que podía
pensar era: Pá podría haber salido herido. Podría haber muerto. Jesper estaba acostumbrado
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N ina no podía dejar de mirar fijamente a Colm Fahey. Era un poco más bajito
que su hijo, más ancho de hombros, su color clásicamente kaelish: vibrante
cabello pelirrojo oscuro y esa piel blanca como sal, densamente cubierta de pecas por el
sol zemeni. Y aunque sus ojos eran del mismo gris claro que los de Jesper, poseían una
seriedad en ellos, una especie de segura calidez que difería de la energía chispeante de
Jesper.
Nina no había estado en Vellgeluk cuando Van Eck había tomado a Inej de rehén.
Aún había estado intentando purgar la parem de su cuerpo, atrapada en la neblina del
sufrimiento que había empezado en la travesía desde Djerlholm. Se dijo a sí misma que
estuviera agradecida por el recuerdo de esa miseria, cada minuto tembloroso, doloroso,
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Ahora miró a Matthias, su cabello salía grueso y dorado, lo bastante largo que
apenas empezaba a rizarse sobre sus orejas. Ella amaba la simple visión de él, y también
la odiaba. Pero él no le daría lo que ella deseaba. Porque él sabía cuánto la necesitaba
ella.
Después que Kaz los había instalado en Velo Negro, Nina había conseguido
durar dos días antes de romperse e ir con Kuwei para pedirle otra dosis de parem. Una
pequeña. Solo una probada, algo para tranquilizar su necesidad incesante. Los sudores
habían desaparecido, los brotes de fiebre. Ella podía caminar y hablar, y escuchar a Kaz
y los otros elaborando sus planes. Pero incluso mientras se encargaba de sus asuntos;
bebía las tazas de caldos y té endulzado con azúcar que Matthias ponía frente a ella; la
necesidad estaba allí, un serruchar incesante en sus nervios, una y otra vez, minuto a
minuto. No había tomado la decisión consciente de pedirle a Kuwei cuando se había
sentado junto a él. Le había hablado suavemente en shu, lo escuchó quejarse sobre la
humedad de la tumba. Y entonces las palabras salieron de su boca: —¿Tienes más?
Ella había sonreído. Él había sonreído. Ella había deseado desgarrarle la cara.
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Porque nunca podría ir con Matthias. Nunca. Y por todo lo que ella sabía, él
habría arrojado al mar cualquier dosis de la droga que Kuwei tuviera. La idea la llenó
de tanto pánico que había tenido que correr afuera y vomitar el contenido de su
estómago enfrente de una de los mausoleos ruinosos. Había cubierto el desastre con
tierra, luego encontró un lugar tranquilo para sentarse debajo de una pérgola de hiedra
y sollozó en ataques de lágrimas temblorosas.
—Todos ustedes son un montón de granujas inútiles —les había dicho a las
tumbas silenciosas. A ellas no pareció importarles. Y, aun así, de alguna forma la
quietud de Velo Negro la confortó, la tranquilizó. No podía explicar por qué. Los lugares
de los muertos nunca antes habían representado solaz para ella. Descansó durante un
rato, se secó las lágrimas, y cuando supo que no se delataría con piel manchada y ojos
acuosos, había regresado con los otros.
Luego, anoche, cuando había estado preparándose para intimar con Cornelis
Smeet, había cometido el error de utilizar su poder. Incluso con la peluca y las flores y
el disfraz y el corsé, no se había sentido del todo en el rol de la seductora. Así que había
encontrado un espejo dentro del club Cúmulo e intentó confeccionar los círculos debajo
de sus ojos. Era la primera vez que había intentado utilizar su poder desde su
recuperación. Había empezado a sudar por el esfuerzo, y tan pronto el color amoratado
se desvaneció, el hambre por la parem la impactó, una rápida y dura patada en su pecho.
Se había doblado, aferrando el lavamanos, su mente llena con pensamientos vertiginosos
de cómo podía marcharse, quién podría tener una dosis, qué podría dar a cambio. Se
había forzado a pensar en la vergüenza en el barco, el futuro que tal vez podría hacer
con Matthias, pero el pensamiento que la había devuelto a la cordura fue Inej. Le debía
a Inej su vida, y no había forma de que la dejara aislada con Van Eck. Ella no era esa
persona. Se rehusaba a serlo.
subido el corsé y mostrado la sonrisa más brillante que pudo conjurar. Haz esto bien y
Smeet no te estará mirando a la cara, se había dicho Nina, y se había deslizado por las
puertas para coger un pichón.
Pero una vez que el trabajo estuvo terminado, cuando la información que
necesitaban estuvo asegurada, y todos se habían quedado dormidos, había rebuscado
entre las pocas pertenencias de Matthias, a través de los bolsillos de su ropa, y su
frustración creció con cada segundo que pasaba. Ella odiaba a Matthias. Odiaba a
Kuwei. Odiaba esta estúpida ciudad.
—Tengo frío —dijo ella, sus manos continuaron su búsqueda. Ella presionó un
beso a su cuello, luego debajo de su oreja. Nunca antes se había permitido besarlo así.
Nunca había tenido la oportunidad. Habían estado demasiado ocupados desenredando
la madeja de sospechas y lujuria y lealtad que los unía, y una vez hubo tomado la
parem… fue todo en lo que ella podía pensar, incluso ahora. El deseo que sentía era por
la droga, no por el cuerpo que sentía removerse bajo sus manos. Sin embargo, no le besó
los labios. No permitiría que la parem también le arrebatara eso.
—Matthias…
—Yo no la tengo.
Leigh Bardugo The Dregs
Ella se liberó de un tirón, la vergüenza reptó por su piel como el fuego sobre el
suelo de un bosque. —¿Entonces quién? —siseó.
—Estoy acostumbrado a eso. Ven aquí. —La había rodeado con los brazos y
conseguido que hablara sobre Ravka, sobre Inej. La había distraído con historias,
nombrado los vientos que soplaban a través de Fjerda, le contó sobre su primera comida
en el salón drüskelle. En algún punto, ella debió haberse adormilado, porque lo siguiente
que supo es que estaba saliendo a duras penas de un sueño pesado y sin sueños,
despertada por el sonido de la puerta de la tumba abriéndose.
Aunque el hambre por parem se había atenuado desde el frenesí de anoche, aún
estaba allí, y no tenía idea de cómo iba a conseguir llevar a cabo la misión esta noche.
Seducir a Smeet solo había sido la primera parte de su plan. Kaz contaba con ella. Inej
contaba con ella. Necesitaban que fuera una Corporalnik, no una adicta temblorosa que
se fatigaba solo con el más leve trocito de confección. Pero Nina no podía pensar en
nada de eso con Colm Fahey parado allí, retorciendo su sombrero, y Jesper luciendo
Leigh Bardugo The Dregs
como si prefiriera estarse comiendo una pila de gofres cubiertos de vidrio esmerilado que
enfrentarlo, y Kaz… ella no tenía idea de qué esperar de Kaz. Ira, tal vez peor. A Kaz
no le gustaban las sorpresas o vulnerabilidades potenciales, y el padre de Jesper era una
vulnerabilidad muy corpulenta y fastidiosa.
—¿Wylan?
Wylan dejó su morral en la mesa. —Si ellos hubieran sabido sobre el pasadizo,
nos habrían seguido o habrían tenido gente esperando en la imprenta. Los perdimos.
—Suena aproximado —dijo Jesper—. Pero no puedo estar seguro. Tenían el sol
a la espalda.
Kaz se sentó, sus ojos negros enfocados en el padre de Jesper. —Usted fue el
anzuelo.
—¿Perdona, muchacho?
Leigh Bardugo The Dregs
Los ojos de Jesper estaban firmemente fijos sobre el suelo de la tumba. —Estaba
cerca. Estoy cerca.
—Pensó que vería a qué se dedicaba su brillante chico en las calles oscuras de
Ketterdam.
Colm aplastó su sombrero con renovado vigor. —¿Y a dónde se supone que fuera,
Jes? Sabes lo peligroso que es para… para alguien como tú.
—Pá —dijo Jesper, mirando a su padre a los ojos al fin—. No les dijiste que soy…
Colm arrojó el bulto de fieltro que había sido su sombrero. —No entiendo nada
de esto. ¿Por qué me trajiste a este horrible lugar? ¿Por qué nos dispararon? ¿Qué ha sido
de tus estudios? ¿Qué ha sido de ti?
—Fue mi culpa —barbotó Wylan. Todos se giraron hacia él—. Él eh… él estaba
preocupado por el préstamo del banco, así que suspendió sus estudios para trabajar con
un…
—Es una mentirijilla. Totalmente diferente. —No tenía idea de dónde estaba
yendo Wylan con esto, pero claramente estaba necesitado de ayuda.
—Fueron estafados —dijo Kaz. Su voz era tan fría y tranquila como siempre,
pero estaba rígido, como caminando sobre terreno inestable—. Se les ofreció una
oportunidad de negocio que parecía demasiado buena para ser verdad.
—Tu hermano gemelo —dijo Kaz con un vistazo a Kuwei, que estaba sentado en
silencio observando la acción—. Sí. Perdieron todo. El hermano de Wylan no ha dicho
una palabra desde entonces.
—Parece del tipo callado —dijo Colm—. ¿Y todos ustedes son… estudiantes?
—Bueno… —Wylan empezó, pero Kaz lo silenció con una mirada. Un silencio
extraño cayó sobre la tumba. Kaz se sentó ante la mesa.
—Pero vas a salirte de la ley para hacerlo —dijo Colm. Sacudió la cabeza con
cansancio—. Apenas luces lo bastante mayor para graduarte.
—No puedes ser tan malo, chico —dijo Colm bruscamente—. No has estado vivo
el bastante tiempo para cometer tu ración de pecados.
—No.
—Sí.
Colm disparó a Jesper una mirada desconcertada. —Bueno. Eso espero, y gracias
por remarcarlo.
—La Avestruz.
Leigh Bardugo The Dregs
Colm consideró a Rotty y luego a Kaz. Expulsó una bocanada decidida. —No.
Te agradezco, pero este es un error. —Se giró hacia Jesper—. Encontraremos otra forma
de pagar la deuda. O empezaremos de nuevo en algún otro lado.
—No vas a renunciar a la granja —dijo Jesper. Bajó la voz—. Ella está allí. No
podemos abandonarla.
—Jes…
—Por favor, Pá. Por favor déjame recomponer esto. Sé… —Tragó, sus hombros
huesudos se desplomaron—. Sé que te decepcioné. Solo dame una oportunidad más. —
Nina sospechaba que no solo estaba hablando a su padre.
—Señor Fahey —dijo Kaz tranquilamente—. ¿Sabe lo que dicen sobre entrar en
pastizales de vacas?
Las cejas de Jesper se elevaron, y Nina tuvo que acallar una risa nerviosa. ¿Qué
sabía el bastardo del Barril sobre pastizales de vacas?
—¿Pá?
—Tres días, Jesper. Luego nos vamos a casa. Con o sin el dinero. —Descansó
una mano sobre el hombro de Jesper—. Y por todos los Santos, sé cuidadoso. Todos.
—El padre de Jesper fue a la vigilancia —dijo Matthias—. Estoy seguro que
muchos de los oficiales son susceptibles a sobornos.
—Cierto —dijo Nina—. Pero no puede ser coincidencia que el banco solicitara
el préstamo cuando lo hicieron.
Wylan se sentó ante la mesa. —Si los bancos están involucrados, puede que mi
padre esté detrás.
—O Pekka Rollins también tiene influencia sobre los bancos —dijo Kaz, y Nina
vio su mano enguantada flexionarse sobre la cabeza de cuervo de su bastón.
Jesper se frotó las manos sobre la cara. —Por todos los Santos y tu tía Eva,
esperemos que no.
—No voy a descartar nada —dijo Kaz—. Pero nada de esto cambia lo que va a
suceder esta noche. Toma. —Se estiró dentro de uno de los nichos en la pared.
Cualquier rastro de la calidez que Kaz había mostrado al padre de Jesper había
desaparecido, tan fugaz como el sueño de esos campos dorados. —¿De qué sirve un
pistolero sin sus armas? —preguntó Kaz, al parecer inconsciente de la forma en la que
la sonrisa de Jesper colapsó—. Has estado en números rojos demasiado tiempo. Todos.
Esta es la noche en que empezamos a pagar nuestras deudas.
Leigh Bardugo The Dregs
Ahora la noche había caído y estaban en camino a hacer justo eso, una luna
cerosa los miraba desde arriba como un ojo blanco y vigilante. Nina se sacudió las
mangas. El frente frío había desaparecido, y estaban en medio de una adecuada
primavera tardía. O lo que se le parecía en Kerch: la calidez húmeda y claustrofóbica de
la boca de un animal aliviada solo por tormentas breves e impredecibles. Matthias y
Jesper se habían marchado a los muelles temprano para asegurarse que la gondela estaba
en su lugar. Luego todos se habían dirigido al punto de desembarco, dejando a Kuwei
en Velo Negro con Rotty y Specht.
El bote cortaba silenciosamente a través del agua. Adelante, Nina podía ver el
resplandor de luces que los guiaba hacia delante.
—Será mejor que estemos en lo correcto sobre esto —dijo Wylan con un
suspiro—. Mi padre va a estar preparado.
Nina dejó que sus dedos rozaran contra la culata de la pistola metida en el bolsillo
de su ligero abrigo primaveral. Nunca antes había tenido un arma, nunca deseó cargar
una. Porque yo era el arma. Pero ahora no confiaba en sí misma. El control sobre su poder
se sentía endeble, como si continuara intentando alcanzar algo que estaba un poquitito
más lejos de lo que había pensado. Necesitaba saber que estaría allí esta noche. No podía
cometer un error, no cuando la vida de Inej dependía de ello. Nina sabía que si hubiera
estado en Vellgeluk, la batalla habría resultado diferente. Inej nunca habría sido llevada
si Nina hubiera sido lo bastante fuerte para enfrentar a los secuaces de Van Eck.
Leigh Bardugo The Dregs
Nina le dio a su cabeza una firme sacudida. Si hubieras tenido parem, serías
completamente adicta y estarías de camino a la Barcaza de la Parca.
Nina flexionó los dedos. Silenciar a cuatro guardias. Eso debería ser fácil. Unas
semanas antes lo habría sido. Ralentizar sus pulsos. Mandarles a la inconsciencia
rápidamente, sin dejar salir un sonido de alarma. Pero ahora se preguntaba si era la
humedad o su propia traspiración de nervios lo que hacía que su ropa se pegara tan
incómodamente a su piel.
Demasiado pronto, vio las formas de los primeros dos guardias en su puesto.
Estaban inclinados contra la baja pared de piedra, los rifles acomodados junto a ellos,
su conversación elevándose y bajando en un zumbido perezoso. Fácil.
Alertada por algún sonido o sencillamente su presencia, uno de los guardias echó
un vistazo en su dirección, escrutando en las sombras. Él levantó sus rifles y señaló para
que su acompañante lo imitara.
—Se dirigen en esta dirección. —Las manos de Jesper fueron a sus armas.
Oh, Santos. Si Jesper tenía que disparar, los otros guardias se verían alertados. La
alarma se elevaría, y la iniciativa al completo podría irse directamente al infierno.
—¡Gillis! —dijo el otro guardia—. ¿Qué pasa? —Pero no era lo bastante tonto
para bajar su arma—. ¡Alto! —gritó en su dirección, aun intentando sostener a su
amigo—. Identifíquense.
Nina apretó el puño, intentando apretar la laringe del guardia para evitar que
pidiera ayuda.
—¡Identifíquense!
Jesper sacó su arma. No, no, no. Ella no iba a ser la razón para que esto fuera mal.
Parem se suponía que la matara o la dejara en paz, no atorarla en este purgatorio
miserable e impotente. La ira atravesó a Nina, limpia, perfecta ira centrada. Su mente
se estiró y repentinamente, tuvo agarre de algo, no un cuerpo, pero algo. Captó un
movimiento desde el rabillo del ojo, una figura tenue emergió de las sombras… una nube
de polvo. Se disparó hacia el guardia parado. Él agitó las manos como si estuviera
intentando espantar a un enjambre de mosquitos, pero éste giró más y más rápido, un
borrón casi invisible. El guardia abrió la boca para gritar y la nube se desvaneció. Él dejó
escapar un gruñido y cayó de espaldas.
¿Lo había hecho? Nina sintió que podía probar el polvo en su propia boca. Eso
no debería ser posible. Un Corporalnik podía manipular el cuerpo humano, no materia
inorgánica. Ese era el trabajo de un Fabricador… uno poderoso. —¿No fuiste tú?
—Sofisticado. Me gusta.
Nina sintió una extraña sensación reptante por todo su cuerpo, pero la necesidad
de parem ya no estaba gritando en su interior. No tenía la intención de matarlo. No
importaba. Ahora mismo no podía importarle. Los guardias estaban despachados y el
plan estaba en movimiento.
Cuando hubieron pasado sus temblores, se arrastró hacia la ventila, solo para
encontrar que había sido atornillada y firmemente cerrada. Tenían que haberlo hecho
mientras ella estaba en el teatro. No se sorprendió. Sospechaba que Van Eck la había
dejado sin resguardar solo para darle esperanza y luego arrebatárselo de tajo.
y ciertamente había pasado suficiente tiempo en torno a Nina para aprender una o dos
cosas.
Cuando Bajan finalmente apareció y le quitó la venda de los ojos, tenía seis
guardias armados con él. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado, pero
sospechaba que todo el día se había ido. La cara de Bajan parecía pálida y tenía
problemas para mirarla a los ojos. Ella esperaba que él hubiera permanecido despierto
toda la noche, con el peso de sus palabras pesándole en el pecho. Él liberó sus tobillos,
pero sustituyó las cuerdas con grilletes; que chocaron con fuerza mientras los guardias
la llevaban por el pasillo.
Esta vez la llevaron a través de la puerta trasera del teatro, los pisos, los materiales
de decoración y los accesorios desechados estaban cubiertos de polvo, sobre el escenario.
Habían bajado las cortinas verdes apolilladas, de manera que la zona de asientos y
balcones ya no era visible. Aislada del resto del teatro, calentada por el calor irradiado
por las luces del escenario, la atmósfera tenía una curiosa sensación de intimidad.
Parecía menos como un escenario y más como la sala de operaciones de un verdadero
cirujano. La mirada de Inej tocó la esquina destrozada de la mesa donde había yacido
la noche anterior y luego la apartó rápidamente.
Van Eck estaba esperando con una máscara protectora. Inej hizo una promesa
silenciosa. Incluso si su plan fracasaba, incluso si él rompía sus piernas hasta dejarlas
como pulpa, aunque nunca volviera a caminar, ella iba a encontrar una manera de
pagarle con la misma moneda. No sabía cómo, pero se las arreglaría. Había sobrevivido
demasiado para dejar que Jan Van Eck la destruyera.
—Sí.
Inej respiró hondo y bajó la cabeza en lo que esperaba fuera una exhibición
convincente de rendición. —Sí —susurró.
Leigh Bardugo The Dregs
—Prosiga.
—Si la información es buena, no tiene nada que temer de mí, señorita Ghafa. No
soy un bruto. He empleado los métodos a los que está más acostumbrada, las amenazas,
la violencia. El Barril la ha entrenado para esperar semejante trato. —Sonaba como
Tante Heleen. ¿Por qué me haces hacer estas cosas? Tú te lo buscaste, niña.
—Entonces, ¿me das tu palabra? —preguntó ella. Era absurdo. Van Eck había
dejado claro exactamente lo que su palabra valía cuando había roto su acuerdo en
Vellgeluk y trató de que los mataron a todos.
Inej se aclaró la garganta. —El Paraíso azul es un club no muy lejos del Tablón.
Kaz ha utilizado las habitaciones superiores para guardar la mercancía robada. —Era
cierto. Y las habitaciones aún deberían de estar vacías. Kaz había dejado de utilizar el
lugar después de que había descubierto que una de las encargadas estaba en deuda con
los Leones del Centavo. Él no quería que nadie informara sobre sus idas y venidas.
——¿Sabe algo, señorita Ghafa? —Van Eck dio un paso más cerca de ella. No
había ira en su rostro. Él parecía casi alegre—. No creo que ninguno de estos lugares sea
realmente importante.
Inej oyó el crujido de cuerdas y, poco a poco, las cortinas rasgadas se elevaron.
El teatro estaba lleno de guardias que cubrían los pasillos, al menos treinta, tal vez más,
todos fuertemente armados con fusiles y garrotes, una enorme exhibición de fuerza. No,
pensó, mientras las palabras de Van Eck calaban en ella.
—Así es, señorita Ghafa —dijo Van Eck—. Su héroe se acerca. Al señor Brekker
le gusta creer que él es la persona más inteligente en Ketterdam, así que pensé que debía
de ser indulgente y dejarlo engañarse a sí mismo. Me di cuenta de que, en lugar de
ocultarla, simplemente debería dejar que la encontrara.
Inej frunció el ceño. No podía ser cierto. No podía ser cierto. ¿De verdad este merca
había logrado engañar a Kaz? ¿La había usado a ella para hacerlo?
—He estado enviando a Bajan ida y vuelta de Eil Komedie todos los días. Me
pareció que un chico suli sería más visible y cualquier tráfico a una isla supuestamente
desierta tenía que ser observada. Hasta esta noche, no estaba seguro de que Brekker
mordería el anzuelo; me estaba poniendo muy ansioso. Pero lo hizo. Temprano esta
tarde, dos de su equipo fueron vistos en los muelles preparando una gondela para zarpar,
el enorme fjerdano y el chico zemeni. No hice que los interceptaran. Al igual que usted,
son meros peones. Kuwei es el premio, y su señor Brekker finalmente va a darme lo que
me debe.
Leigh Bardugo The Dregs
—Si hubieras seguido tu parte del trato con nosotros, ya tendrías a Kuwei —
dijo—. Arriesgamos nuestras vidas para sacarlo de la Corte de Hielo. Arriesgamos todo.
Debiste haber cumplido tu palabra.
——Un patriota se habría ofrecido para liberar a Kuwei sin la promesa de una
recompensa.
—Los mercados son resistentes. Kerch perdurará. Incluso puede verse reforzada
por los cambios venideros. Pero a usted y su calaña es posible que no les vaya tan bien.
¿Cómo cree que los parásitos del Barril se las arreglarán cuando estemos en guerra?
¿Cuándo los hombres de bien no tengan monedas para despilfarrar y solo puedan
enfocar sus mentes en ir a trabajar en lugar del vicio?
Inej sintió que su labio se tensaba. —Las ratas del canal tienen siempre una
manera de sobrevivir, no importa lo difícil que trates de acabar con nosotros.
Pensó en Jesper, Nina y Matthias, el dulce Wylan, que merecía algo mucho mejor
por padre que esta basura. No era solo por ganar a Van Eck. Ahora era personal. —Nos
odias.
—Le duele oírlo, pero es cierto. Cuando yo deje este mundo, permanecerá el más
grande imperio de transportación que se haya conocido jamás, un motor de riqueza, un
Leigh Bardugo The Dregs
homenaje a Ghezen y una señal de sus hazañas. ¿Quién se acordará de una chica como
usted, señorita Ghafa? ¿Qué van a dejar atrás Kaz Brekker y usted, además de cadáveres
para ser quemados en la Barcaza de la Parca?
Un grito llegó desde afuera del teatro, y un repentino silencio cayó mientras los
guardias se volvían hacia las puertas de entrada.
Van Eck consultó su reloj. —Medianoche en punto. Brekker tiene un gusto por
lo dramático.
Ella oyó otro grito, a continuación, un breve traqueteo de disparos. Seis guardias
detrás de ella, grilletes en sus pies. La impotencia se elevó hasta asfixiarla. Kaz y los
demás estaban a punto de entrar en una trampa, y no tenía manera de advertirlos.
—Creí mejor no dejar sin vigilancia el perímetro completo —dijo Van Eck—. No
queremos que sea demasiado fácil y delatar el juego.
La sonrisa de Van Eck era indulgente. —Yo solo me pregunto qué resultará más
eficaz: torturar al señor Brekker u obligarlo a observar cómo la torturo a usted. —Se
inclinó, con voz de complicidad—. Le puedo decir que lo primero que voy a hacer es
destruir esos guantes y romper cada uno de sus dedos de ladrón.
Inej pensó en las pálidas manos arteras de Kaz, la cuerda brillante de tejido
cicatrizado que corría encima de los nudillos de su mano derecha. Van Eck podría
romper todos los dedos y las dos piernas de Kaz y él nunca diría una palabra, ¿pero si
sus hombres despojaban a Kaz de sus guantes? Inej seguía sin entender por qué los
necesitaba o por qué se había desmayado en el vagón de la prisión camino a la Corte de
Hielo, pero sabía que Kaz no podía soportar el tacto de la piel sobre la piel. ¿Cuánto de
esta debilidad podría ocultar? ¿Con qué rapidez Van Eck localizaría su vulnerabilidad?
¿Y cuánto tardaría en aprovecharse de ella? ¿Cuánto tiempo hasta que se deshiciera de
Kaz? No podía soportarlo. Se alegró de no saber dónde estaba Kuwei. Ella se rompería
antes que Kaz lo hiciera.
Leigh Bardugo The Dregs
—Yo… señor Van Eck —jadeó, sus manos elevadas a modo de defensa.
—Bajen las armas —Van Eck ordenó a los guardias—. ¿Qué sucede?
Van Eck se puso en pie, la silla sobre la que estaba golpeó el suelo. —Alys…
Alys. La hermosa mujer embarazada de Jan Van Eck. Inej sintió una chispa de
esperanza, pero la enterró de inmediato, temerosa de creer.
—Tráela aquí —ladró Van Eck. El muchacho se acercó por el pasillo, y Van Eck
arrebató la nota de su mano.
—¿Qué... qué dice? —preguntó Bajan. Su voz era temblorosa. Tal vez Inej había
tenido razón sobre Alys y el maestro de música.
Van Eck le dio una advertencia. —Si me entero de que sabías algo acerca de
esto…
—¡No lo sabía! —exclamó Bajan—. No sabía nada. ¡He seguido sus órdenes al
pie de la letra!
Leigh Bardugo The Dregs
Van Eck arrugó la nota en su puño, pero no antes de que Inej lograra dar un
vistazo a las palabras irregulares escritas a mano por Kaz, inconfundibles… Mañana al
mediodía. Goedmedbridge. Con los cuchillos de ella.
—La nota fue estacada con esto. —El chico metió la mano en el bolsillo y sacó
un alfiler de corbata con un enorme rubí, rodeado por las hojas de un laurel de oro. Kaz
lo había robado de Van Eck tiempo atrás, cuando habían sido contratados para el trabajo
de la Corte de Hielo. Inej no había tenido la oportunidad de verlo de cerca antes de salir
de Ketterdam. De alguna manera, Kaz debía haber conseguido apoderarse de él de
nuevo.
Van Eck la abofeteó con fuerza. La agarró por la túnica y la sacudió hasta que
sus huesos traquetearon. —Brekker piensa que todavía estamos jugando un juego,
¿verdad? Ella es mi esposa. Ella lleva a mi heredero.
Inej rio aún más fuerte, todos los horrores de la última semana se fueron de su
pecho en repiques vertiginosos. Ella no estaba segura de que pudiera haberse detenido,
incluso si hubiera querido. —Y fuiste tan estúpido como para decirle a Kaz todo eso en
Vellgeluk.
—¿Voy a tener que hacer que Franke busque el mazo y le muestre qué tan serio
soy?
Pero Inej estaba harta de tener miedo de este hombre. Antes de que Van Eck
pudiera tomar otro aliento, golpeó con la frente hacia arriba, rompiéndole la nariz. Él
gritó y la soltó mientras la sangre se derramaba sobre su fino traje de mercader. Al
instante, sus guardias estuvieron sobre ella, tirando de ella hacia atrás.
—Tú… perra —dijo Van Eck, con un pañuelo de monograma sobre su cara—.
Tú… pequeña ramera. Voy a tomar un mazo y te arrancaré las piernas yo mismo y…
Leigh Bardugo The Dregs
—Adelante, Van Eck, amenázame. Dime todas las cositas que soy. Ponme un
dedo encima y Kaz Brekker cortará al bebé del vientre de tu bonita esposa y colgará su
cuerpo desde un balcón en la Bolsa de Valores. —Horribles palabras, un discurso que
pinchó en su conciencia, pero Van Eck merecía las imágenes que había plantado en su
mente. A pesar de que no creía que Kaz haría una cosa así, se sentía agradecida por cada
cosa desagradable y viciosa que sus Manos Sucias había hecho para ganarse su
reputación, una reputación que atormentaría a Van Eck cada segundo hasta que le fuera
devuelta su esposa.
—¿Piensas que no lo hará? —se burló Inej. Podía sentir el calor en la mejilla,
donde su mano la había golpeado, podía ver el mazo que seguía descansando en la mano
del guardia. Van Eck le había provocado miedo y estaba contenta de regresárselo—. Vil,
despiadado, sin moral. ¿No es por eso que contrataste a Kaz en primer lugar? ¿Porque
hace las cosas que nadie más se atreve? Vamos, Van Eck. Rómpeme las piernas y ve qué
pasa. Rétalo a él.
¿Ella realmente había creído que un merca podía ser más inteligente que Kaz
Brekker? Kaz conseguiría liberarla y luego le mostrarían a este hombre exactamente lo
que las rameras y las ratas del canal podían hacer.
M atthias expiaría los errores que había cometido en esta vida durante mucho
tiempo en la próxima, pero siempre había creído que a pesar de sus
crímenes y fallas, había un núcleo de decencia en su interior que nunca podría agrietarse.
Y, aun así, se sentía seguro que, si tenía que pasar otra hora con Alys Van Eck, tal vez
la asesinaría solo por tener un poco de silencio.
El asedio en la casa del lago había resultado con una precisión que Matthias no
podía más que admirar. Solo tres días después que Inej fue secuestrada, Rotty había
alertado a Kaz de las luces que habían aparecido en Eil Komedie, y el hecho de que se
habían visto botes yendo y viniendo allí a horas extrañas, con frecuencia transportando
a un joven suli. Rápidamente había sido identificado como Adem Bajan, un maestro de
música con un contrato vinculante con Van Eck durante los últimos seis meses.
Aparentemente se había unido al hogar Van Eck después que Wylan se había marchado
de casa, pero Wylan no se sorprendió que su padre hubiera asegurado una instrucción
profesional de música para Alys.
Había sido lo bastante fácil deducir que Inej estaba siendo mantenida cautiva en
Eil Komedie, y Nina había querido ir por ella inmediatamente.
—Él no la sacó de la ciudad —había dicho, con las mejillas brillando de color por
primera vez desde que había emergido de su batalla con parem—. Es obvio que la
mantiene allí.
Leigh Bardugo The Dregs
Pero Kaz sencillamente había mirado a media distancia con esa mirada extraña
en su cara y dijo: —Demasiado obvio.
—Kaz…
—¿Cuál es la trampa?
—Exactamente. Van Eck lo está haciendo demasiado fácil. Nos está tratando
como blancos. Pero él no nació en el Barril, y nosotros no somos un montón de
sacrificios tontos listos para saltar ante el primer anzuelo brillante que muestre. Van Eck
quiere que pensemos que ella está en esa isla. Tal vez lo está. Pero también tendrá
montones de armas de fuego esperándonos, tal vez incluso unos cuantos Grisha
utilizando parem.
Kaz había dado golpecitos con su bastón cabeza de cuervo a las baldosas del piso
de la tumba. —¿Sabes cuál es el problema de Van Eck?
—No —dijo Kaz—. Demasiado que perder. Y nos dio un mapa de qué robar
primero.
Se había puesto de pie y empezó a idear los planes para raptar a Alys. En lugar
de intentar rescatar a Inej como Van Eck esperaba, forzarían a Van Eck a intercambiarla
por su propia esposa embarazada. El primer truco había sido encontrarla. Van Eck no
era tonto. Kaz sospechaba que había sacado a Alys de la ciudad tan pronto hizo su trato
falso con ellos, y sus investigaciones iniciales respaldaban eso. Van Eck no mantendría
Leigh Bardugo The Dregs
—Van Eck debe estar manteniendo propiedades fuera de los libros —había dicho
Kaz—. Probablemente también ingresos.
Jesper frunció el ceño. —¿Que no el no pagar tus impuestos es… no sé, sacrílego?
Creí que era fanático de servir a Ghezen.
Siempre golpea donde el blanco no esté mirando. Era un pensamiento sensato, podía
admitir Matthias… pensamiento militar, de hecho. Cuando estabas sobrepasado en
armas y hombres, buscabas los objetivos menos defendidos. Van Eck había esperado un
intento de rescate para Inej, así que allí era donde había concentrado sus fuerzas. Y Kaz
había animado eso, diciéndole a Matthias y Jesper que fueran tan conspicuos como fuera
posible cuando llevaran una gondela a uno de los amarraderos privados del Quinto
Puerto. A las once campanadas, Rotty y Specht habían dejado a Kuwei en Velo Negro
y, vestidos con pesados abrigos para ocultar sus caras, zarparon con el bote, haciendo
un tremendo espectáculo de gritar a supuestos compatriotas que salían desde otros
amarraderos… la mayoría de ellos turistas confundidos que no estaban seguros de por
qué hombres desconocidos les gritaban desde una gondela.
Leigh Bardugo The Dregs
Se habían aproximado desde el otro lado del lago y hecho un trabajo rápido con
los pocos guardias en el perímetro. La mayoría de las villas a lo largo de la orilla estaban
vacías, ya que era demasiado temprano en la estación para que el clima se hubiera
entibiado apropiadamente. Pero las luces ardían en las ventanas de la casa Van Eck…
o, más bien, la casa Hendriks. La propiedad había pertenecido a la familia de la madre
de Wylan durante generaciones, antes que Van Eck hubiera puesto un pie en la puerta.
—Creo que es «Quédate quieto, pequeño abejorro» —dijo Wylan desde detrás de
la máscara y cuernos de su disfraz del Duendecillo Gris—. Pero es difícil decirlo.
Cuando habían entrado a la sala de música, el terrier de pelaje sedoso a los pies
de ella había tenido el sentido común de gruñir, pero la pobre, bonita y embarazada Alys
solo había levantado la vista de su partitura y dicho: —¿Esto es una obra?
Pero a mitad de camino de vuelta a la ciudad, cuando Nina había atado las manos
de Alys y amarrado una venda sobre sus ojos, asegurándola con fuerza sobre las
arregladas trenzas enrolladas en su coronilla, la realidad de su situación debía haber
empezado a calarle. Ella había empezado a gimotear, limpiándose la nariz goteante con
la manga de terciopelo. El gimoteo se convirtió en una especie de profundas
respiraciones temblorosas, y para cuando habían acomodado a Alys confortablemente
en la tumba y encontrado un cojincito para sus pies, había dejado escapar un largo
lamento.
Desde entonces, el llanto no había parado. Kaz eventualmente había alzado las
manos al aire en frustración, y todos habían salido de la tumba para intentar encontrar
algo de silencio.
Matthias echó un vistazo dentro del casco de piedra. —Solo las raptadas.
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz sacudió la cabeza. —No podemos arriesgarnos a que conduzca a Van Eck
de vuelta aquí.
—Estamos en medio de un trabajo —dijo Kaz—. Hay un montón que tiene que
suceder antes del intercambio de mañana. Alguien encuentre una forma de callarla, o
yo lo haré.
—Antes que termines esa oración, quiero que pienses en lo que cuesta una
promesa mía y en lo que estás dispuesto a pagar por ella.
—No es culpa de ella que sus padres la obligaran a un matrimonio con mi padre.
—Alys no está aquí porque hiciera algo malo. Ella está aquí porque es una
ventaja.
—Inej no querría…
Matthias rodó los ojos hacia el cielo. Todos estos lunáticos necesitaban unos
buenos seis meses en un campo de entrenamiento militar y posiblemente una buena
tunda.
—No, todo es sobre el gran plan, ¿recuerdas? —dijo Nina con un bufido—. Alejar
a Inej de Van Eck es solo la primera fase.
Alys se había tranquilizado y estaba sentada con las manos unidas sobre su
vientre, liberando pequeños hipidos infelices. Hizo un intento mediocre de quitarse la
venda, pero Nina había sido astuta con los nudos. Matthias echó un vistazo a Kuwei,
que estaba sentado enfrente de ella en la mesa. El chico shu solo se encogió de hombros.
Nina lucía como si tal vez le fuera a decir a Alys exactamente dónde podía
ponerse su miel y limón, así que Matthias dijo apresuradamente. —¿Qué tal un bizcocho
de chocolate?
Nina entrecerró los ojos. —No recuerdo haber dicho que podías regalar mis
bizcochos.
—Es por una buena causa —dijo Matthias, recuperando la lata. Había comprado
los bizcochos con la esperanza de conseguir que Nina comiera más—. Además, apenas
los has tocado.
—Oye —dijo Jesper—. Nosotros no somos los que estamos echando mano a tu
provisión de galletas.
Jesper se mofó. —Lo dudo. He escuchado que ocasiona toda clase de problemas
cuando está alrededor.
—¿Pero cómo es él? —preguntó Jesper—. ¿Algún miedo secreto que te haya
confiado? ¿Malos hábitos? ¿Infatuaciones abocadas al fracaso?
—Wylan siempre fue agradable con mis aves. Extraño a mis aves. Y a Rufus.
Quiero ir a caaaaaasa. —Y entonces estuvo llorando a lágrima viva de nuevo.
Nina había dejado caer la cabeza sobre la mesa en derrota. —Bien hecho. Creí
que realmente podríamos tener un momento de silencio. He sacrificado mis bizcochos
por nada.
Matthias deslizó los zapatos de Alys y dijo: —No has sido secuestrada. Solo estás
siendo retenida durante un tiempo breve. Para mañana por la tarde estarás en casa con
tu perro y tus aves. Sabes que nadie va a herirte, ¿sí?
—Bueno, no puedes verme, pero soy la persona más grande aquí, y prometo que
nadie te lastimará. —Incluso mientras decía las palabras, Matthias sabía que podría estar
mintiendo. A Alys actualmente le estaban frotando los pies y tenía una toalla fría sobre
su frente en un pozo lleno de algunas de las víboras más mortíferas que reptaban por las
calles de esta ciudad irracional—. Ahora —dijo—. Es muy importante que permanezcas
calmada para que no te pongas enferma. ¿Qué ayuda a animarte?
—Muy bien, tal vez podamos ir por una caminata después. ¿Qué más?
No era que Alys fuera tan mala, sencillamente nunca paraba. Cantaba entre
mordiscos de comida. Cantaba mientras estaba caminando entre las tumbas. Cantaba
desde detrás de un arbusto cuando necesitaba aliviarse. Cuando finalmente se durmió,
tarareaba en sueños.
—Tal vez este fue el plan de Van Eck desde el principio —dijo Kaz taciturno
cuando se hubieron reunido fuera de la tumba de nuevo.
Kaz consultó su reloj de bolsillo. —De todas formas, Nina y Matthias deberían
irse yendo. Si se ponen en posición temprano, pueden recuperar unas cuantas horas de
sueño. —Tenían que ser cuidadosos al ir y venir de la isla, así que no podían permitirse
esperar hasta el amanecer para asumir sus puestos.
mediodía. Wylan en el suelo. Matthias en el tejado del Emporium Komedie. Jesper estará
al otro lado de la calle sobre el tejado del Hotel Ammbers. Nina, tú estarás en el tercer
piso del hotel. La habitación tiene un balcón que tiene vista al Goedmedbridge. Asegúrate
que tu línea de visión esté despejada. Quiero que tengas los ojos puestos sobre Van Eck
desde el momento uno. Él estará planeando algo, y necesitamos estar listos.
Matthias vio a Nina lanzar una mirada furtiva a Jesper, pero todo lo que dijo fue:
—Sin llantos.
Nina se dirigió hacia donde estaba atracado el bote de remos. Kaz y Wylan
retrocedieron hacia la tumba, pero antes que Jesper pudiera desvanecerse en el interior,
Matthias le bloqueó el paso.
—Porque Nina proclamará que está bien hasta que esté sufriendo demasiado para
formar las palabras.
Jesper tocó sus revólveres con las manos. —Todo lo que voy a decir es sé
cuidadoso. No es… del todo ella misma.
Lo más listo que había hecho desde que regresaron de la Corte de Hielo fue darle
a Kaz la parem restante. No había sido una decisión fácil. Nunca estaba seguro de la
profundidad del pozo en el interior de Kaz, dónde localizar los límites de lo que él haría
o no haría. Pero Nina no tenía poder sobre Kaz, y cuando ella había reptado a la cama
de Matthias la noche del trabajo de Smeet, él estuvo seguro que había tomado la decisión
correcta porque, Djel sabía, Matthias había estado listo para darle cualquier cosa que
ella deseara si tan solo continuaba besándolo.
Ella lo había despertado del sueño que lo había estado plagando desde la Corte
de Hielo. Un momento él había estado vagando en el frío, ciego por la nieve, con lobos
aullando en la distancia, y en el siguiente, había estado despierto, con Nina a su lado,
todo calidez y suavidad. Pensó de nuevo en lo que ella le había dicho en el barco, cuando
había estado en lo peor de las garras de parem. ¿Tan siquiera puedes pensar por ti mismo? Yo
solo soy otra causa que seguir. Primero fue Jarl Brum, y ahora soy yo. Yo no deseo tu juramento
maldito.
Él no creía que ella lo dijera en serio, pero las palabras lo atormentaban. Como
drüskelle, él había servido a una causa corrupta. Podía verlo ahora. Pero había tenido una
senda, una nación. Había sabido quién era y lo que el mundo pediría de él. Ahora no
estaba seguro de nada excepto su fe en Djel y el juramento que había hecho a Nina. Me
han hecho para protegerte. Solo muerto incumpliré este juramento. ¿Él sencillamente había
sustituido una causa por otra? ¿Estaba refugiándose en sus sentimientos por Nina porque
temía elegir un futuro por sí mismo?
mirar hacia la ciudad. Intentaban entrar y salir de Velo Negro lo menos posible durante
el día, así que esta era la forma en la que había llegado a conocer Ketterdam. Una noche
había vislumbrado a una mujer ante su tocador, con un vestido de tarde enjoyado,
desatándose el cabello. Un hombre… su esposo, asumió Matthias, se había parado
detrás de ella y encargado de la tarea, y ella había levantado el rostro hacia él y sonreído.
Matthias no podía nombrar el anhelo que sintió en ese momento. Él era un soldado.
Igual que Nina. No estaban destinados a semejantes escenas domésticas. Pero había
envidiado a esas personas y su tranquilidad. Su hogar cómodo, su comodidad el uno
con el otro.
—No tuve mucha oportunidad para hacer turismo mientras estaba en la Puerta
del Infierno —dijo Matthias—. Y, de todas formas, no habría venido aquí.
—Por supuesto que no. Tanta gente divirtiéndose en un lugar podría haber
conmocionado al fjerdano en ti.
Pasaron por una tienda de queso, y Nina suspiró. —¿Cómo puedo pasar junto a
un escaparate lleno de ruedas de queso y no sentir nada? Ya ni siquiera me reconozco.
Leigh Bardugo The Dregs
—Hizo una pausa, entonces dijo—: Intenté confeccionarme. Algo se siente raro.
Diferente. Solo conseguí arreglar los círculos debajo de mis ojos, y requirió cada
resquicio de mi concentración.
—Modales, fjerdano.
—Nina.
—Esto fue diferente. No era solo desafiante, era doloroso. Es difícil explicarlo.
—No exactamente.
—Inténtalo en mí.
—Inténtalo.
—Nina…
—Eso es tonto.
—¿Por qué?
—Así es. Es verdad. ¿Sabes qué ayudaría? Un montón de besos. No hemos estado
a solas desde que estuvimos a bordo del Ferolind.
—¿Te refieres a cuando casi moriste? —dijo Matthias. Alguien tenía que recordar
la gravedad de esta situación.
—Necesito atraparte con la guardia baja, de otra forma estás muy ocupado
protegiéndome y preguntándome si estoy bien.
Él la siguió. Sabía que había dicho algo incorrecto, pero no tenía idea de qué era
lo correcto. Sonó una campanita cuando entraron a la tienda.
—Turistas.
—¿El nombre?
—Judit Coenen.
—Estamos bien. —Matthias levantó los paquetes con poco esfuerzo. La gente de
esta ciudad necesitaba más aire fresco y ejercicio.
—Ignórelo —dijo Nina—. Él necesita una siesta. Muchas gracias por su ayuda.
—Sabes que eres terrible en esto, ¿verdad? —preguntó Nina una vez que
estuvieron en la calle y entraron a la Duela Este.
—Nina…
Ella estaba irritada con él. Podía escucharlo en su voz, y no creía que fuera porque
había sido cortante con el empleado. Se detuvieron solo para que Matthias pudiera
intercambiar su disfraz del Loco por uno de los muchos atuendos del señor Carmesí
doblado en los paquetes de la peletería. Matthias no estaba seguro si el empleado había
sabido lo que estaba metido en la envoltura de papel café, si los disfraces habían sido
hechos en la tienda, o si el Tejón Dorado era solo alguna clase de punto de entrega. Kaz
tenía conexiones misteriosas por todo Ketterdam, y solo él sabía la verdad de sus
maquinaciones.
Una vez que Matthias encontró un abrigo rojo lo bastante grande y se colocó la
máscara lacada rojo y blanco sobre la cara, Nina le tendió una bolsa de monedas de
plata.
—Por supuesto que no. Pero nadie nunca sabe si las monedas son reales. Eso es
parte de la diversión. Practiquemos.
—¿Practicar?
Nina se empujó el velo sobre la cabeza para que él pudiera experimentar la fuerza
plena de su mirada fulminante. —Es de la Komedie Brute. Cuando el señor Carmesí sube
al escenario, la audiencia grita…
—¿Por qué?
—Por la misma razón que todos sisean al Loco y le arrojan flores a la Reina
Escarabajo. Es la tradición. Los turistas no siempre lo entienden, pero los kerch sí. Así
que esta noche, si alguien grita: «Madre, Padre, paguen el alquiler…»
—Tienes que hacerlo con más entusiasmo —urgió Nina—. Se supone que sea
divertido.
Para su sorpresa, en lugar de ofrecer una réplica afilada, ella se quedó en silencio
y permaneció así hasta que tomaron su primera posición enfrente de un salón de
apuestas en la Tapa, uniéndose a músicos y trovadores, apenas a unas puertas de
distancia del club Cúmulo. Entonces fue como si alguien hubiera activado un interruptor
en Nina.
Leigh Bardugo The Dregs
—¡Venga uno, vengan todos al Alfanje Carmesí! —declaró ella—. Usted de allí,
señor. Es demasiado flacucho para su propio bien. ¿Qué pensaría de un poco de comida
gratis y un botellón de vino? Y usted, señorita, luce como si supiera cómo divertirse…
Nina atrajo turistas hacia ellos uno por uno como si hubiera nacido para ello,
ofreciendo comida y bebida gratis y tendiendo disfraces y panfletos. Cuando uno de los
matones del salón de apuestas emergió para ver qué se traían entre manos, ellos se
movieron, dirigiéndose al sur y oeste, continuaron entregando los doscientos disfraces y
máscaras que Kaz había procurado. Cuando la gente preguntaba sobre qué era todo eso,
Nina proclamaba que era una promoción para un nuevo salón de apuestas llamado el
Alfanje Carmesí.
Nina se reclinó contra el umbral y dijo: —Bueno, la historia es que cuando una
mujer descubrió que su esposo se había enamorado de una chica de la Duela Oeste y
planeaba abandonarla, ella vino al puente y, en vez de vivir sin él, se arrojó al canal.
—¿Nunca has estado tentado? ¿Con toda las frutas y carne de la Duela Oeste ante
ti?
—Dudo que sea verdad. Sencillamente es lo que sucede cuando dejas que los
hombres nombren los puentes.
—Estás enojada.
Su voz era fría, su espalda recta. El recuerdo del sueño vino a él con tanta fuerza
que casi pudo sentir la mordida del viento, la nieve azotando sus mejillas en ráfagas
cortantes. La garganta le quemó, en carne viva mientras gritaba el nombre de Nina.
Deseaba decirle que tuviera cuidado. Deseaba preguntarle qué sucedía.
Ammbers pero no vio señal de Nina. Eso era bueno. Si él no podía verla desde el puente,
entonces Van Eck tampoco podría. Unos cuantos escalones de piedra lo bajaron a un
muelle donde un vendedor de flores estaba remando su barcaza llena de capullos para
acomodarla bajo el baño rosáceo de la luz de mañana. Matthias intercambió una breve
palabra con el hombre mientras atendía sus tulipanes y narcisos, notando las marcas que
Wylan había puesto con tiza sobre el nivel del agua a ambos lados del canal. Estaban
listos.
Subió las escaleras del Emporium Komedie, rodeado por todos lados por máscaras
y velos y capas destellantes. Cada piso tenía un tema diferente, que ofrecía fantasías de
todo tipo. Se horrorizó al ver un estante de disfraces drüskelle. Aun así, era un buen lugar
para evitar llamar la atención.
Se apresuró al tejado e hizo señales a Jesper con su espejo. Ahora todos estaban
en posición. Justo antes del mediodía, Wylan descendería para esperar en el café al
costado del canal que siempre atraía una ruidosa colección de artistas callejeros:
músicos, mimos, juglares, suplicando dinero de los turistas. Por ahora, el chico yacía de
costado, acomodado bajo el saliente de piedra del tejado y tomando una siesta ligera. El
rifle de Matthias yacía enrollado en tela impermeabilizada junto a Wylan, y él había
dispuesto una hilera completa de fuegos artificiales, sus detonadores enrollados como
colas de ratón.
Despertó, jadeando. El sol estaba alto en el cielo. Wylan se erguía sobre él,
sacudiéndolo suavemente. —Casi es tiempo. —Matthias asintió y se levantó, moviendo
los hombros en círculos, sintiendo el cálido aire de primavera de Ketterdam a su
alrededor. Se sentía ajeno en sus pulmones—. ¿Estás bien? —preguntó Wylan
tentativamente, pero aparentemente la mirada fulminante de Matthias fue respuesta
suficiente—. Estás grandioso —dijo Wylan, y se apresuró a bajar las escaleras.
Matthias consultó el barato reloj de latón que Kaz había adquirido para él. Casi
doce campanadas. Esperaba que Nina hubiera descansado con mayor tranquilidad que
él. Destelló su espejo una vez hacia el balcón de ella y sintió una oleada de alivio cuando
una luz brillante destelló en respuesta. Hizo señas a Jesper, luego se inclinó por encima
del saliente del tejado para esperar.
Matthias sabía que Kaz había elegido la Duela Oeste por su anonimato y sus
multitudes. Sus ciudadanos ya habían empezado a despertar de nuevo después de las
juergas de la noche previa. Los sirvientes que atendían a las necesidades de sus varias
casas estaban haciendo las compras, aceptado embarques de vino y fruta para las
actividades de la siguiente noche. Turistas que acababan de arribar en la ciudad estaban
paseando por ambos lados del canal, apuntando a los letreros elaboradamente decorados
que marcaban cada casa, algunas famosas, algunas notorias. Él podía ver una rosa de
muchos pétalos elaborada en blanco hierro forjado y con filigrana de plata. La Casa de
la Rosa Blanca. Nina había trabajado ahí durante casi un año. Él nunca la había
interrogado sobre su tiempo allí. No tenía derecho. Ella se había quedado en la ciudad
para ayudarlo, y podía hacer lo que deseara. Y, aun así, había sido incapaz de evitar
imaginarla allí, las curvas de su cuerpo yaciendo desnudas, ojos verdes de párpados
entrecerrados, pétalos color crema atrapados en los rizos oscuros de su cabello. Había
noches cuando la imaginaba haciendo señas para que se acercara, otras cuando era a
alguien más al que daba la bienvenida en la oscuridad, y él permanecía despierto,
preguntándose si serían celos o deseo lo que lo enloquecería primero. Arrancó los ojos
del letrero y sacó un catalejo de su bolsillo, forzándose a revisar el resto de la Duela.
Leigh Bardugo The Dregs
Apenas unos minutos antes del mediodía, Matthias vislumbró a Kaz avanzando
desde el oeste, su figura oscura un borrón moviéndose a través de la multitud, su bastón
mantenía el ritmo de su andar desigual. La multitud parecía partirse a su alrededor, tal
vez percibiendo el propósito que lo conducía. Le recordaba a Matthias a los pueblerinos
haciendo señales en el aire para protegerse de espíritus malignos. Alys Van Eck andaba
a su lado. Su venda había sido removida, y a través de su catalejo, Matthias pudo ver
que sus labios se movían. Dulce Djel, ¿todavía está cantando? A juzgar por la expresión
amarga en la cara de Kaz, era una posibilidad clara.
Más allá del otro lado del puente, Matthias vio a Van Eck aproximarse. Tenía un
porte rígido, su postura erguida, con los brazos apretados contra el cuerpo como si
temiera que el aire rico en pecados del Barril le manchara el traje.
Kaz había sido claro: Deshacerse de Van Eck era un último recurso. No deseaban
matar a un miembro del Consejo Mercante, no a plena luz del día enfrente de testigos.
—¿No sería más limpio? —preguntó Jesper—. ¿Un ataque al corazón? ¿Fiebre
cerebral? —Matthias habría preferido una muerte honesta, una batalla abierta. Pero no
era así como se hacían las cosas en Ketterdam.
—Él no puede sufrir si está muerto —había dicho Kaz, y eso había sido todo. El
demjin no toleraba ninguna discusión.
Van Eck había llegado rodeado por guardias vestidos en la librea rojo y dorado
de su casa. Sus cabezas se giraban a izquierda y derecha, analizando su alrededor,
buscando amenazas. Por cómo colgaban sus abrigos, Matthias podía decir que todos
estaban armados. Pero allí, rodeados por tres guardias inmensos, había una diminuta
figura encapuchada. Inej.
compromiso a verla libre de Van Eck. Solo deseaba que ella se separara de Kaz Brekker.
La chica merecía algo mejor. Pero bueno, tal vez Nina merecía algo mejor que Matthias.
Ambos bandos alcanzaron el puente. Kaz y Alys se adelantaron. Van Eck hizo
señas a los guardias que sujetaban a Inej.
Matthias destelló su espejo dos veces hacia Nina. Desde el punto de observación
más bajo de ella, no vería a la vigilancia hasta que fuera demasiado tarde. De nuevo sintió
el frío azote del viento, escuchó su voz llamándola, sintió que su terror aumentaba
cuando no llegó ninguna respuesta. Ella estará bien, se dijo a sí mismo. Ella es una guerrera.
Pero la advertencia de Jesper se reprodujo en sus oídos. Sé cuidadoso. Ella no es del todo
ella misma. Esperaba que Kaz estuviera listo. Esperaba que Nina fuera más fuerte de lo
que parecía. Esperaba que los planes que habían dispuesto fueran suficiente, que la
puntería de Jesper fuera certera, que los cálculos de Wylan fueran correctos. Los
problemas venían por todos ellos.
Van Eck estaba tratando de mantener una expresión neutral, pero se esforzaba
tanto por lucir impasible que su frente estaba brillante por el sudor. Sus hombros estaban
rígidos y su pecho sobresalía hacia delante como si alguien hubiera unido una cadena a
su esternón y tirado de él hacia arriba. Se dirigió hacia Goedmedbridge a un ritmo
imponente, rodeado de guardias de librea en rojo y dorado, bueno eso sorprendió a Kaz.
Había pensado que Van Eck preferiría entrar en el Barril con la menor pompa posible.
Reflexionó mentalmente sobre esta nueva información.
Era peligroso ignorar los detalles. A nadie le gustaba que lo pusieran en ridículo
y, a pesar de todos sus intentos de un desfile majestuoso, la vanidad de Van Eck tenía
que estar herida. Un merc se enorgullecía de su sentido del negocio, su capacidad para
crear una estrategia, manipular a los hombres y los mercados. Estaría buscando
devolvérsela después de verse coaccionado por un despreciable matón del Barril.
Kaz dejó que sus ojos pasasen una vez por encima de los guardias, brevemente,
en busca de Inej. Ella estaba encapuchada, apenas visible entre los hombres que Van
Eck había traído, pero en cualquier lugar habría reconocido esa postura como filo de
cuchillo ¿Y si la tentación estaba allí para hacer que estirara el cuello, para mirar más de
Leigh Bardugo The Dregs
cerca, para asegurarse de que ella estaba ilesa? Podía reconocerla, y hacerla a un lado.
Él no iba a romper su concentración.
Por un breve instante, Kaz y Van Eck se evaluaron el uno al otro desde lados
opuestos del puente. Kaz no pudo evitar recordar cuando se habían enfrentado así hace
siete días. Él había pensado demasiado sobre esa reunión. A altas horas de la noche,
cuando la jornada de trabajo había culminado, había permanecido despierto, repasando
cada momento de la misma. Una y otra vez, Kaz pensó en esos pocos segundos cruciales
cuando había permitido que su atención fuera hacia Inej en lugar de mantener sus ojos
en Van Eck. Era un error que no podía permitirse el lujo de cometer otra vez. Ese chico
había mostrado su debilidad en una sola mirada fugaz, había cedido la guerra por una
sola batalla y puesto a Inej ( a todos ellos) en peligro. Era un animal herido que tenía que
ser sacrificado. Y Kaz lo había hecho con mucho gusto, asfixiando su vida sin tiempo
de arrepentirse. El Kaz que permanecía solo veía el objetivo: liberar a Inej. Hacer pagar
a Van Eck. El resto era ruido inútil.
Había pensado también en los errores de Van Eck en Vellgeluk. El merca había
sido lo suficientemente estúpido como para pregonar el hecho de que su precioso
heredero se estaba cocinando en el vientre de su nueva esposa, la joven Alys Van Eck,
con su cabello blanco como la leche y manos rellenitas como bollitos. Había sido
provocado por el orgullo y también por su odio a Wylan, su deseo de borrar a su hijo de
los libros como un negocio fallido.
Kaz y Van Eck intercambiaron cortos movimientos de cabeza. Kaz mantuvo una
mano enguantada en el hombro de Alys. Dudaba que ella tratara de huir, pero ¿quién
sabía qué ideas daban vueltas en la cabeza de la chica? A continuación, Van Eck hizo
una señal a sus hombres para llevar a Inej hacia adelante, Kaz y Alys empezaron a cruzar
el puente. En un abrir y cerrar de ojos, Kaz notó el andar extraño de Inej, la forma en
que mantenía los brazos detrás de la espalda. Le habían atado las manos y le pusieron
grilletes en los tobillos. Una precaución razonable, se dijo. Yo habría hecho lo mismo. Pero
sintió un pedernal dentro de él, raspando contra las cavidades, listo para encender la ira.
Volvió a pensar simplemente en matar a Van Eck. Paciencia, se recordó. La había
practicado antes con frecuencia. Con el tiempo, la paciencia pondría a todos sus
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Qué? —dijo Kaz, inseguro de haberla oído correctamente. Ella había estado
tarareando y cantando todo el camino desde el mercado, donde Kaz le había quitado la
venda de los ojos y él había estado haciendo todo lo posible para no escucharla.
Alys arrugó la nariz pequeña, meditando. —Creo que Jan sería guapo, si no fuera
tan viejo.
—Por suerte para ti, vivimos en un mundo donde los hombres pueden compensar
el ser viejos con ser ricos.
—¿Por qué detenerse ahí? ¿Qué me dices de joven, rico y de la realeza? ¿Por qué
conformarse con un merc cuando podrías tener un príncipe?
Bueno, nadie podría dudar de que esta era una chica nacida y crecida en Kerch.
—Alys, estoy sorprendido de que tú y yo estemos de acuerdo.
flotando boca abajo en un canal, pero Kaz podía conducir a Van Eck hasta Kuwei y ese
conocimiento debería impedir que recibiera una bala en el cráneo.
—Lo sé, querida —dijo Van Eck con calma, la mirada fija en Kaz. Él bajó la
voz—. Esto no ha terminado, Brekker. Quiero a Kuwei Yul-Bo.
—¿Estamos aquí para repetirnos? Deseas el secreto para parem jurda y yo quiero
mi dinero. El trato es el trato.
—Solo un momento —dijo Van Eck—. Alys, ¿cómo vamos a nombrar al niño?
—Muy bien —dijo Kaz. Su equipo había hecho pasar a Wylan como Kuwei Yul-
Bo en Vellgeluk y Van Eck había sido bien engañado. Ahora el merc quería
confirmación de que en realidad estaba recibiendo a su mujer y no una niña con una
cara confeccionada radicalmente y un falso vientre—. Parece que un perro viejo puede
aprender un truco nuevo. Además de rodar.
Van Eck no le hizo caso. —Alys —repitió—, ¿qué nombre daremos al niño?
Leigh Bardugo The Dregs
—Oh, creo que Plumje es un nombre precioso para una niña —dijo Kaz—.
¿Satisfecho, merc?
—Ven —dijo Van Eck, acompañando el avance de Alys mientras hacía una señal
al guardia que sostenía a Inej para liberarla.
Cuando Inej sobrepasó a Van Eck, ella volvió su rostro hacia él y murmuró algo.
Los labios de Van Eck se fruncieron.
Inej avanzó arrastrando los pies, de manera elegante, incluso con los brazos
atados detrás de ella y grilletes alrededor de sus tobillos. Tres metros. Metro y medio.
Van Eck abrazó a Alys, mientras ella dejaba escapar un torrente de preguntas y charla.
Un metro. La mirada de Inej era firme. Estaba más delgada. Tenía los labios agrietados.
Pero a pesar de los largos días de cautiverio, el sol captaba el brillo oscuro de su pelo por
debajo de la capucha. Medio metro. Y entonces ella estaba delante de él. Todavía
necesitaban salir del puente. Van Eck no los dejaría ir tan fácilmente.
Van Eck había desatado a Alys y ella estaba siendo llevada por sus guardias. Esos
uniformes de color rojo y dorado todavía preocupaban a Kaz. Algo andaba mal.
—Vamos a salir de aquí —dijo, con un cuchillo de ostras en sus manos para
ocuparse de las cuerdas de Inej.
—Señor Brekker —dijo Van Eck. Kaz oyó la emoción en la voz de Van Eck y se
congeló. Tal vez el hombre era mejor en echarse faroles de lo que él le había dado
crédito—. ¡Me dio su palabra, Kaz Brekker! —Van Eck gritó en tonos teatrales. Todo el
Leigh Bardugo The Dregs
mundo al alcance del oído en la Duela se volvió para mirar. — ¡Juró que me devolvería
a mi esposa e hijo! ¿Dónde tiene a Wylan?
Y entonces Kaz los vio, una marea de color púrpura se movía hacia el puente, la
vigilancia inundaba la Duela, fusiles en alto, desenvainando garrotes.
—¡Bloqueen el puente! —gritó uno de ellos. Kaz echó un vistazo por encima del
hombro y vio a más oficiales de la vigilancia que bloqueaban su retirada.
Van Eck sonrió. —¿Vamos a jugar de verdad ahora, señor Brekker? ¿La fuerza
de mi ciudad en contra de su banda de matones?
—Lado oeste, barco de flores —dijo a Inej. Eso fue todo, ella saltó sobre la
barandilla del puente y desapareció por la borda sin pensarlo dos veces.
Kaz tironeó una soga de escalar del interior de su bolsillo y conectó el gancho al
carril. Cogió la cabeza de su bastón de la barandilla junto a él, se impulsó para trepar, y
saltó por el borde, su impulso lo llevó por encima del canal. El cable se tensó, y él se
Leigh Bardugo The Dregs
arqueó hacia atrás en dirección al puente como un péndulo, se dejó caer sobre la cubierta
de la barcaza de flores al lado de Inej
Arrojó un arreglo de geranios silvestres en el canal bajo las protestas del vendedor
de flores y agarró la ropa que Matthias había escondido allí más temprano por la
mañana. Colocó el manto rojo en los hombros de Inej con una lluvia de pétalos y flores,
mientras ella seguía atando sus cuchillos. Ella pareció casi tan alarmada como el
vendedor de flores.
—¿Qué? —preguntó él, mientras le arrojaba una máscara del señor Carmesí que
hacía juego con la propia.
—¿Listo?
Leigh Bardugo The Dregs
—Ahora —dijo.
La Duela Oeste era un caos. Los Señores Carmesí estaban por todos lados,
cincuenta, sesenta, setenta de ellos con máscaras rojas y capas, arrojando monedas en el
aire, mientras turistas y lugareños se empujaban, riendo y gritando, arrastrándose sobre
manos y rodillas, completamente ajenos a los oficiales de la vigilancia que intentaban
deshacerse de ellos.
Cuando alzó la vista, era como tratar de mirar a través de un velo espeso. El
humo flotaba pesadamente en el aire. Las orejas de Kaz estaban zumbando. Como
provenientes de una gran distancia, oyó gritos asustados, gritos de terror. Una mujer
pasó corriendo junto a él, la cara recubierta de polvo y yeso como una pantomima de
fantasma, las manos apretadas sobre las orejas. Había sangre goteando por debajo de
sus palmas. Un enorme agujero había estallado en la fachada de la Casa de la Rosa
Blanca.
Vio a Inej levantar su máscara y él tiró de nuevo hacia abajo, sobre su cara.
Sacudió la cabeza. Algo andaba mal. Había planeado una revuelta amable, no un
desastre masivo y Wylan no era del tipo de calcular tan tremendamente mal. Alguien
más había llegado a causar problemas en la Duela Oeste, alguien al que no le importaba
hacer mucho daño.
Todo lo que Kaz sabía era que había invertido mucho tiempo y dinero en
recuperar al Espectro. Seguro que no iba a perderla de nuevo.
Tocó el hombro de Inej brevemente. Esa era toda la señal que necesitaban. Él
corrió hacia el callejón más cercano. No tuvo que mirar para saber que ella estaba a su
lado, en silencio, con paso firme. Ella podría haberlo dejado atrás en un instante, pero
corrieron a la par, coincidiendo paso a paso.
Leigh Bardugo The Dregs
Jesper tenía dos trabajos, uno antes del intercambio de rehenes y uno después.
Mientras Inej estaba en posesión de Van Eck, Nina era la primera línea de defensa si los
guardias intentaban quitarla del puente o si alguien la amenazaba. Jesper tenía que
mantener a Van Eck en la mira de su rifle; no disparos a matar, pero si el tipo empezaba
a blandir un arma, Jesper tenía permitido dejarlo sin el uso de un brazo. O dos.
—Van Eck tendrá alguna artimaña —dijo Kaz en Velo Negro—, y va a ser un
desastre, porque él tiene menos de doce horas para planearlo.
—Malo —dijo Kaz—. Entre más complicado es el plan, más gente tiene que
involucrarse, más gente que habla, muchas más formas en que puede salir mal.
—Es una ley de sistemas —murmuró Wylan—. Creas salvaguardas para las
fallas, pero algo en las salvaguardas termina causando una falla imprevista.
—La movida de Van Eck no será elegante, pero será impredecible, así que
necesitamos estar preparados.
Jesper había visto los problemas inminentes al divisar los grupos de la vigilancia
dirigiéndose al puente. Podría ser solo precaución. Eso pasaba una vez o dos al año en
las Duelas, la forma del Consejo Mercante de mostrarles a los jugadores, proxenetas y
artistas que no importaba cuánto dinero ellos echaran en las arcas de la ciudad, el
gobierno aún estaba a cargo.
Él había señalizado a Matthias y esperó. Kaz había dicho: Van Eck no va actuar
hasta tener a Alys fuera de peligro. Ahí es cuando necesitamos mantener la vigilancia.
Y, claro, una vez que Alys e Inej cambiaron lugares, algún tipo de jaleo había
iniciado en el puente. El dedo de Jesper en el gatillo picaba, pero su segundo trabajo
había sido simple también: Observar a Kaz en espera de la señal.
—Las cosas siempre son más interesantes en la oscuridad —había contestado Jesper.
No había sido capaz de evitarlo. Realmente, si el mercito iba a ofrecer ese tipo de
oportunidades, él tenía la obligación de tomarlas.
El primer lote de cohetes fue una señal para los señores Carmesí a quien Nina y
Matthias habían reclutado la noche anterior —o muy temprano esta mañana—
ofreciéndole alimento gratis y vino a quienes vinieran al Goedmebridge cuando los cohetes
fueran disparados justo después del mediodía. Toda una gran promoción para el
inexistente club Alfanje Carmesí. Sabiendo que solo una fracción de la gente en realidad
se presentaría, ellos entregaron más de doscientos trajes y bolsas con monedas falsas.
Jesper calculó que al menos había cien señores Carmesí inundando el puente y la
Duela, entonando el canto que acompañaba su entrada en cualquier obra de la Komedie
Brute, lanzando monedas al aire. Algunas veces las monedas eran reales. Por eso era el
favorito de la multitud. La gente estaba riendo, arremolinándose unos contra otros,
agarrando las monedas, persiguiendo a los señores Carmesí mientras que el cuerpo de
vigilancia intentaba en vano mantener el control. Era glorioso. Jesper sabía que las
monedas eran falsas, pero de todas maneras le hubiera gustado estar abajo recogiendo
la plata.
Tenía que permanecer en su lugar por un rato más. Si las bombas de Wylan
plantadas en el canal no se activaban cuando se suponía que lo hicieran, Inej y Kaz iban
a necesitar un poco más de distracción para bajar del bote del vendedor de flores.
Una serie de bombas brillantes explotaron a través del cielo. Matthias había
liberado el segundo lote de cohetes. Esos no eran una señal; esos eran el camuflaje.
Muy abajo, Jesper vio dos chorros de agua saltar del canal cuando Wylan detonó
sus minas acuáticas. Justo a tiempo, mercito.
Ahora, guardó su rifle bajo la capa de señor Carmesí y descendió por las
escaleras, parando solo para unirse a Nina mientras salían del hotel. Ellos habían
marcado sus máscaras rojiblancas con una lágrima grande de color negro para
diferenciarse de los espectadores, pero en medio del tumulto, Jesper se preguntó si
debieron elegir algo más evidente.
Mientras cruzaban el puente a toda prisa, Jesper creyó ver a Matthias y a Wylan
con sus capas rojas, arrojando monedas mientras continuaban ininterrumpidamente su
salida de la Duela. Si ellos empezaban a correr podrían atraer la atención del cuerpo de
vigilancia. Jesper se esforzó por no reír. Definitivamente esos eran Matthias y Wylan.
Matthias estaba lanzando el dinero con demasiada fuerza y Wylan con demasiado
entusiasmo. El brazo de lanzamiento del chico necesitaba mucho trabajo; lucía como si
quisiera dislocarse el hombro a propósito.
Leigh Bardugo The Dregs
El sonido fue algo entre un rayo y el crujir de un relámpago. Elevó a Jesper del
suelo, haciéndolo caer con un zumbido retumbante que llenaba sus oídos. De repente,
estaba perdido en la tormenta de un humo blanco y sucio que bloqueaba sus pulmones.
Tosió y todo lo que inhaló raspó en las paredes de su garganta como si el aire se hubiera
tornado en vidrio finamente picado. Los párpados estaban cubiertos de polvillo y se
esforzó por no frotarlos, parpadeando rápidamente, intentando expulsar los pedacitos
de escombros.
Leigh Bardugo The Dregs
Se enderezó sobre manos y rodillas, jadeando por aire, con la cabeza zumbando.
Otro señor Carmesí estaba en el suelo junto a él, una lágrima negra pintada sobre su
mejilla con laca roja. Jesper se retiró la máscara. Los ojos de Nina estaban cerrados y la
sangre corría por su sien. Él le sacudió el hombro.
Ella abrió los ojos y respiró bruscamente, luego empezó a toser mientras se
levantaba.
—No lo sé —dijo Jesper—. Pero alguien aparte de Wylan está liberando bombas.
Mira.
—Por los Santos, tengo que ayudarlos —dijo Nina, la confundida mente de
Jesper recordó que ella había trabajado en la Rosa Blanca una buena parte del año—.
¿Dónde está Matthias? —preguntó ella, sus ojos escaneando la multitud—. ¿Dónde está
Wylan? Si esta es una de las sorpresas de Kaz…
—No creo… —dijo Jesper. Entonces otra explosión sacudió los adoquines. Ellos
se derrumbaron en el suelo, con los brazos sobre la cabeza.
—En el nombre de cada santo que ha sufrido, ¿qué está pasando? —gritó Nina
con miedo y exasperación. La gente estaba chillando y corriendo alrededor de ellos,
intentando encontrar algún tipo de refugio. Ella se puso de pie y miró hacia el sur del
canal, a través de una columna de humo que se levantaba de otra casa de placer.
—No —dijo Nina, una expresión de horror opacó su rostro mientras comprendía
algo que Jesper no entendía—. Es el Yunque.
Mientras lo decía, una figura se disparó hacia el cielo por el hoyo en el costado
del que había sido el Yunque. Se disparó hacia ellos en un borrón.
En ese momento, una segunda figura alada irrumpió desde la Rosa Blanca. Sonó
otra explosión y mientras la pequeña pared cedía, un hombre y una mujer inmensos se
adelantaron. Ellos tenían pelo negro y piel bronceada, igual a la del hombre con alas.
—Shu —dijo Jesper—. ¿Qué están haciendo aquí? ¿Y desde cuándo pueden volar?
Leigh Bardugo The Dregs
Jesper no tenía intención de ser llevado por algún shu chico-pájaro. No sabía
adónde se fue el segundo sujeto volador y solo podía esperar que estuviera ocupado con
su prisionero Inferno. El hombre alado se lanzó a la izquierda, la derecha, revolviéndose
y zumbando como una abeja borracha.
—Mantente quieto, grandísimo insecto —gruñó Jesper, luego disparó tres tiros
que alcanzaron un punto mortal en el pecho del volador, haciéndolo retroceder.
Matthias estaba disparándole a los dos shu gigantes. Cada tiro fue un golpe
directo, pero a pesar de que los shu se tambalearon, no dejaron de avanzar.
—Eso intento —gruñó Nina, con las manos elevadas, los puños apretados—.
Ellos no lo están sintiendo.
—¡Agáchense! —dijo Wylan. Cayeron sobre los adoquines. Jesper oyó un golpe
y vio humo negro lanzarse hacia el hombre alado. El volador esquivó por la izquierda,
pero el humo negro se dividió y dos bolas crepitantes de llama violeta explotaron. Una
aterrizó con un siseo inofensivo en el canal de agua. La otra golpeó al volador. Él gritó,
arañándose mientras las llamas violetas se esparcían sobre su cuerpo y sus alas, se desvió
Leigh Bardugo The Dregs
de su curso y se golpeó contra el muro, con las llamas aun quemándole, su calor era
palpable a pesar de la distancia.
Ellos escaparon por el callejón más cercano, Jesper y Wylan al frente, Nina y
Matthias siguiéndole los pasos. Wylan lanzó descuidadamente una bomba destello sobre
su hombro. Ésta se estrelló contra una ventana y liberó una explosión de brillo inútil.
Nina gritó. Jesper se giró. El cuerpo convulsionante de Nina estaba cubierto por
una red plateada y estaba siendo arrastrada hacia atrás por una mujer shu, quien estaba
plantada en el centro del callejón. Matthias abrió fuego, pero ella no se movió.
—¡Las balas no funcionan! —dijo Wylan—. Creo que hay metal bajo su piel.
Una vez que dijo eso, Jesper pudo ver el metal destellando por debajo de las
heridas de bala. Pero ¿qué significaba eso? ¿Ellos eran mecánicos de alguna manera?
¿Cómo era eso posible?
Todos agarraron la red de metal, intentando tirar de Nina para ponerla a salvo.
Pero la mujer shu seguía jalándola hacia atrás, mano a mano, con una fuerza imposible.
—Al diablo con la cuerda —gruñó Nina entre dientes apretados. Ella tomó un
revolver de la funda de Jesper—. ¡Suéltenme! —les ordenó.
Leigh Bardugo The Dregs
—Háganlo.
Ellos la soltaron y Nina avanzó por el callejón en una rápida ráfaga de inercia.
La mujer shu dio un torpe paso hacia atrás, luego levantó el borde de la red, jalando
hacia arriba a Nina.
Nina esperó hasta el último segundo posible y dijo: —Veamos si eres toda de
metal.
El disparo no solo le arrancó el ojo, sino también la parte superior del cráneo. Por
un momento, ella permaneció de pie, apretando a Nina, una enorme masa de huesos,
masa cerebral color rosa pálido y fragmentos de metal donde el resto de su cara debería
de estar. Luego se desplomó.
Nina agarró y sacudió la red. —Quítenme esta cosa antes de que sus amigos
vengan por nosotros.
Matthias retiró la red de Nina y todos corrieron, con los corazones martillando,
las botas golpeando sobre los adoquines.
Jesper podía oír las palabras temerosas de su padre, persiguiéndolo a través de las
calles, un viento de advertencia a sus espaldas. Temo por ti. El mundo puede ser cruel con los
de tu clase. ¿Qué había enviado a los shu tras Nina? ¿Tras los Grisha de la ciudad? ¿Tras
él?
M ientras Inej y Kaz se alejaban más de la Duela Oeste, el silencio entre ellos
se extendió como una mancha. Habían abandonado sus capas y máscaras
en un montón de basura detrás de un pequeño burdel decadente llamado la Habitación
Aterciopelada, donde Kaz aparentemente había guardado otro cambio de ropa para
ellos. Era como si la ciudad entera se hubiera convertido en su guardarropa, e Inej no
pudo evitar pensar en los prestidigitadores que sacaban kilómetros de bufandas de sus
mangas y desvanecían chicas de cajas, que siempre le recordaban incómodamente a
ataúdes.
Después que fue liberada de la Colección, Inej había recorrido las calles de
Ketterdam, intentando encontrarle sentido a la ciudad. Había estado abrumada por el
ruido y las multitudes, segura que Tante Heleen o alguno de sus secuaces la atraparían
desprevenida y la arrastrarían de vuelta a la Casa de Exóticas. Pero había sabido que, si
Leigh Bardugo The Dregs
iba a ser de utilidad para los Indeseables, y liquidar su nuevo contrato, no podía permitir
que la extrañeza del clamor y el empedrado la superaran. Damos la bienvenida al visitante
inesperado. Ella tendría que descubrir la ciudad.
Siempre prefería viajar por los tejados, fuera de vista, libre del entrechocar de
cuerpos. Allí, se sentía casi del todo como ella misma; la chica que había sido una vez,
alguien que no había tenido la sensatez de tener miedo, que no había conocido la
crueldad que el mundo podía ofrecer. Había llegado a conocer los gabletes en pico y
jardineras en balcón de Zelverstraat, los jardines y amplios bulevares del sector de la
embajada. Había viajado al sur donde el distrito manufacturero daba lugar a mataderos
de olor nauseabundo y pozos de salmuera ocultos a las meras orillas de la ciudad, donde
sus despojos podían ser vertidos en el pantano al borde de Ketterdam, y era menos
probable que su peste se esparciera a las partes residenciales de la ciudad. La ciudad
había revelado sus secretos a ella casi tímidamente, en destellos de grandeza y miseria.
Ahora, ella y Kaz dejaron atrás las pensiones y los carretones. Sumergiéndose a
mayor profundidad en el ajetreado distrito de almacenes y el área conocida como el
Tejido. Aquí, las calles y canales estaban limpios y ordenados, amplios para el transporte
de bienes y cargamento. Pasaron por hectáreas valladas de madera basta y piedra de
cantera, pilas bien custodiadas de armas y munición, enormes tiendas a rebosar de
algodón, seda, lona y pieles, y almacenes repletos con atados perfectamente pesados de
hojas de jurda seco de Novyi Zem, que serían procesadas y empacadas en latas con
etiquetas brillantes, luego enviadas a otros mercados.
Inej aún recordaba el sobresalto que había sentido cuando vio las palabras
Especias Raras pintado en un costado de uno de los almacenes. Era un anuncio, las
palabras enmarcadas por dos chicas suli enlucidas en pintura, con las extremidades cafés
desnudas, el bordado de sus sedas escasas sugeridas por pinceladas doradas. Inej se había
quedado allí parada, con la mirada pegada al letrero, a menos de tres kilómetros de
donde los derechos de su cuerpo habían sido comprados y vendidos y regateados, el
corazón le palpitaba como loco en el pecho, el pánico le atenazó los músculos, incapaz
de dejar de mirar a esas chicas, los brazaletes en sus muñecas, los cascabeles alrededor
de sus tobillos. Eventualmente, se había obligado a moverse, y como si algún hechizo
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hubiera sido roto, había corrido más rápido que nunca, de vuelta al Tablón, apresurada
sobre los tejados, la ciudad pasando en destellos grises bajo sus pies temerarios. Esa
noche había soñado que las chicas pintadas cobraban vida. Estaban atrapadas en la
pared de ladrillo del almacén, gritando para que las liberaran, pero Inej era impotente
para ayudarlas.
Especias raras. El letrero aún estaba allí, desteñido por el sol. Aun poseía poder
sobre ella, hacía que sus músculos se apretaran, que el aliento se le atorara. Pero tal vez
cuando tuviera su barco, cuando hubiera hundido al primer esclavista, la pintura se
ampollaría desprendiéndose de los ladrillos. Los gritos de esas chicas en sus sedas color
menta se convertirían en risas. Danzarían para nadie más que ellas mismas. Adelante,
Inej podía ver una columna alta coronada por la Mano de Ghezen, arrojando su larga
sombra sobre el corazón de la opulencia de Kerch. Ella imaginó a sus Santos rodeándola
con cuerdas y derribándola al suelo.
Ella y Kaz no atrajeron miradas con sus abrigos deformes, dos chicos buscando
trabajo o en camino al siguiente turno. Aun así, Inej no podía respirar tranquilamente.
La vigilancia patrullaba las calles del distrito de almacenes con regularidad, y solo en
caso que no hubiera suficiente protección, las compañías transportadoras empleaban
guardias privados para asegurarse que las puertas permanecían cerradas y que ninguno
de los trabajadores abasteciendo, acomodando y transportando bienes se tomaba
demasiadas libertades con las manos. El distrito de almacenes era uno de los lugares más
seguros en Ketterdam, y debido a eso, era el último lugar donde Van Eck los buscaría.
El candado en la puerta trasera era poco desafío para Kaz, y entraron en un piso
inferior que había sido gravemente dañado por el fuego. La escalera cerca de la fachada
Leigh Bardugo The Dregs
del edificio parecía mayormente intacta. Subieron, Inej moviéndose con ligereza sobre
las tablas, el avanzar de Kaz puntuado por el rítmico sonido sordo de su bastón.
Cuando alcanzaron el tercer piso, Kaz los dirigió a una bodega donde rollos de
lino aún estaban apilados en pirámides gigantes. Estaban mayormente indemnes, pero
aquellos en el fondo estaban manchados de hollín, y la tela tenía un olor a quemado,
desagradable. Sin embargo, eran confortables. Inej encontró un lugar junto a una
ventana que le permitía descansar los pies sobre un rollo y la espalda sobre otro. Estaba
agradecida de solo sentarse, mirar por la ventana en la luz acuosa de la tarde. No había
mucho que ver, solo las paredes de ladrillo desnudo de los almacenes y arboledas de
inmensos silos de azúcar que se alzaban sobre el puerto.
Kaz tomó una lata de debajo de una de las viejas máquinas de costura y se la
pasó. Ella la abrió de un tirón, revelando avellanas, galletas envueltas en papel de cera,
y un frasco con corcho. Así que esta era una de las casas de seguridad de las que Van
Eck había estado tan ansioso por saber. Inej descorchó el frasco y lo olisqueó.
Ella bebió profusamente y comió unas cuantas de las galletas rancias. Estaba
famélica, y dudaba que tuviera una comida caliente en el futuro cercano. Kaz le había
advertido que no podían regresar a Velo Negro hasta que cayera la noche, e incluso
entonces, ella no creía que estarían cocinando mucho. Lo observó impulsarse hasta un
montón de rollos enfrente de ella, descansando su bastón a su lado, pero forzó sus ojos
de vuelta a la ventana, lejos de la precisión de los movimientos de él, la línea tensa de su
mandíbula. Mirar a Kaz se sentía peligroso en una forma que no lo había sido antes.
Ella podía ver el mazo elevarse, destellando en las luces del escenario en Eil Komedie. Él
nunca hará el intercambio si me rompes Estaba agradecida por el peso de sus cuchillos. Los
tocó con las manos como saludando a viejos amigos, sintió que algo de la tensión en su
interior se tranquilizaba.
—¿Qué le dijiste a Van Eck en el puente? —le preguntó Kaz al fin—. ¿Cuándo
estábamos haciendo el intercambio?
Leigh Bardugo The Dregs
A Inej no le gustaba eso. ¿Qué tal si alguien había resultado herido? ¿Qué tal si
no todos ellos conseguían regresar a la isla? Después de días de temor y espera, sentarse
quieta mientras sus amigos podrían estar en problemas era una nueva clase de
frustración.
Se dio cuenta que Kaz la estaba estudiando, y ella giró la mirada hacia la suya.
La luz del sol entraba en ángulo por las ventanas, volviendo sus ojos del color de té
oscuro. Él nunca hará el intercambio si me rompes. Podía sentir el recuerdo de las palabras,
como si le hubieran quemado la garganta al pronunciarlas.
Ella se rodeó las rodillas con los brazos. ¿Por qué quieres saberlo? ¿Para estar seguro
que soy capaz de soportar un nuevo peligro? Para que puedas añadirlo a la lista de males por los
que debe responder Van Eck?
Kaz había sido claro sobre su arreglo con ella desde el principio. Inej era una
inversión, un recurso digno de protección. Ella había deseado creer que se habían
convertido en algo más el uno para el otro. Jan Van Eck la había despojado de esa
ilusión. Inej estaba entera, indemne. No portaba cicatrices o trauma de su calvario en
Eil Komedie que la comida y el sueño no remediaran. Sin embargo, Van Eck había
Leigh Bardugo The Dregs
tomado algo de ella. Ya no seré de utilidad para él. Las palabras se desgarraron de algún
lugar oculto en su interior, una verdad que no podía dejar de saber. Debería alegrarse
por ello. Mejor verdades terribles que mentiras amables.
Dejó que sus dedos vagaran al lugar donde el mazo había rozado su pierna, vio
que los ojos de Kaz seguían el movimiento, y se detuvo. Ella unió las manos en su
regazo, y sacudió la cabeza.
—No. Él no me hirió.
—Tengo asuntos cerca de los silos, y quiero ver qué información puedo recoger.
—Dejó su bastón apoyado contra uno de los rollos.
—¿No te lo llevarás?
abordaron un pequeño bote que pilotaron por Grafcanal, y entraron en las neblinas que
envolvían la isla Velo Negro.
Inej sintió que su emoción incrementaba mientras se abrían paso entre los
mausoleos hacia el centro de la isla. Que estén bien, oró. Que todos estén bien. Finalmente,
atisbó una luz tenue y escuchó el débil murmullo de voces. Echó a correr, sin importarle
cuando su gorra se le deslizó de la cabeza hasta el suelo cubierto de enredaderas. Abrió
bruscamente la puerta de la tumba.
Las cinco personas en el interior se levantaron, con armas y puños alzados, e Inej
se paró bruscamente.
Él mostró una sonrisa, pero se le resbaló cuando dijo: —Una disculpa por mi
padre.
Kaz dio golpecitos con el bastón sobre el piso de piedra. Estaba parado en el
umbral de la tumba. —Si todos han terminado de hacerse arrumacos, tenemos un
trabajo que hacer.
Jesper asintió sabiamente. —Ese fue su gran error. Si se hubieran quedado en los
alrededores, los podría haber casi matado un sujeto shu con alas.
Nina plantó a Inej en una silla y depositó la lata enfrente de ella. —Come —
ordenó—. Había dos shu con alas, y un hombre y una mujer que eran… no normales.
Matthias se les unió en la mesa. —La mujer shu que enfrentamos era más fuerte
que yo, Jesper y Wylan juntos.
—Casi —dijo Nina sombría—. Tenían redes. Estaban buscando cazar y capturar
Grisha.
Ella sacudió la cabeza. —No. No creo que fueran Grisha. No mostraron ningún
poder, y no se estaban curando las heridas. Parecía como que tenían alguna clase de
coraza metálica debajo de la piel.
—Muy bien —Jesper arrastró las palabras—. ¿Por qué tus queridos amigos shu
probaron parem en Fabricadores? —Estaba despatarrado en su silla, con las manos
descansando sobre sus revólveres, pero Inej no creía del todo su pose relajada.
—Son los más fáciles de capturar —acotó Matthias, ignorando la mirada amarga
de Nina—. Hasta recientemente, recibían poco entrenamiento en combate, y sin parem,
sus poderes son poco aptos para la batalla.
—Creo que puedo responder esa pregunta con un gigantesco sí —dijo Jesper.
Aún habla como si él no fuera uno de ellos, notó Inej. Todos sabían que Jesper era un
Fabricador, incluso Kuwei lo había descubierto en el caos que siguió a su escape de la
Corte de Hielo. Y, aun así, Jesper rara vez reconocía su poder. Ella suponía que
dependía de él proteger su secreto como deseara.
Inej no podía comprenderlo del todo. —Pero nos estás diciendo que viste a un
hombre con alas injertadas de alguna forma en su espalda?
—No, eran mecánicas. Alguna clase de estructura metálica, y ¿lona, tal vez? Pero
es más sofisticado que solo pegar un par de alas entre los omoplatos de alguien. Tendrías
que ligar la musculatura, ahuecar los huesos para disminuir el peso corporal, luego de
alguna forma compensar por la pérdida de médula, tal vez reemplazar el esqueleto por
completo. El nivel de complejidad…
Nina se alejó de la mesa con un empujón. —¿El Consejo Mercante no hará nada
sobre el ataque shu? —le preguntó a Kaz—. ¿Sencillamente se les permite entrar
valsando a Kerch y empezar a volar cosas y secuestrar gente?
—Dudo que el Consejo actúe—respondió—. A menos que los shu que los
atacaron a ustedes estuvieran vistiendo uniformes, el gobierno de Shu Han
probablemente negará cualquier conocimiento del ataque.
—Tal vez no —dijo Kaz—. Hoy pasé un poco de tiempo reuniendo información
en los puertos. ¿Esas dos naves de guerra shu? El Consejo de Mareas las dejó varadas.
—Hicieron retroceder la marea. Toda. Utilizaron el mar para formar una nueva
isla con ambas naves encalladas en ella. Puedes verlas yaciendo de costado, con las velas
arrastrándose en el lodo, justo allí en el puerto.
Kaz se encogió de hombros. —¿Quién sabe? Pero podría hacer que los shu sean
un poco más cuidadosos en cazar en las calles de Ketterdam.
—Es astuto cuando piensas en ello —dijo Kaz—. Los shu estaban maximizando
sus recursos. Un Grisha adicto al parem no puede sobrevivir durante mucho tiempo, así
que los shu encontraron otra forma de explotar sus poderes.
Jesper se frotó la boca con la mano. —Y que pueden salir y cazar más Grisha.
Juro por los Santos que uno de ellos nos encontró por nuestro olor.
—No creo que este fuera el primer ataque —dijo Jesper—. Wylan, ¿recuerdas lo
aterrorizado que estaba ese Impulsor en la sala de libros raros? ¿Y qué hay de ese barco
merc sobre el que nos contó Rotty?
rebelado, fugado de su contrato vinculante. Pero tal vez él no desapareció. Tal vez fue
capturado. Él era uno de los Grisha del antiguo Concejal Hoede.
—Conocía sobre él. La mayoría de los Grisha en Ketterdam saben los unos de los
otros. Compartimos información, intentamos mantenernos pendientes de los demás.
Los shu deben tener espías aquí si sabían dónde buscarnos a cada uno. Los otros
Grisha… —Nina se levantó, luego aferró el respaldo de su silla, como si el repentino
movimiento la hubiera mareado.
—Espléndida —dijo Nina con una sonrisa poco convincente—. Pero si los otros
Grisha en Ketterdam están en peligro…
—¿Vas a hacer qué? —dijo Jesper, e Inej se sorprendió por el filo cortante de su
voz—. Tienes suerte de estar viva después de lo que sucedió hoy. Esos soldados shu
pueden olernos, Nina. —Se giró hacia Kuwei—. Tu padre hizo eso posible.
Kaz golpeó los nudillos contra la mesa. —Wylan tiene razón. Tranquilízate. La
ciudad no era segura antes y no es segura ahora. Así que hagámonos lo bastante ricos
para reubicarnos.
Nina se colocó las manos sobre las caderas. —¿Realmente hablamos de dinero?
Inej enganchó su brazo con el de Nina. —Quiero saber qué podemos hacer para
ayudar a los Grisha que aún están en Ketterdam. —Vio el destello del mazo cuando
alcanzaba la cima de su arco—. Y también me gustaría saber cómo vamos a hacer sufrir
a Van Eck.
—No para mí —dijo Jesper—. Me quedan dos días para enmendarme con mi
padre.
Sus manos regresaron a sus revólveres. —Sí. Así que realmente me gustaría saber
exactamente cómo pretendemos nivelar el marcador.
—Nunca tendría una deuda con Rollins. Vendí mi parte del Quinto Puerto y el
Club Cuervo.
No. Kaz había construido esos lugares de la nada. Eran testamentos de lo que
había hecho por los Indeseables. —Kaz…
Kaz rodó los ojos. —No para mi café, listillo. Utilicé el dinero para comprar
acciones en azúcar y las coloqué en cuentas privadas para todos nosotros… bajo alias,
por supuesto.
—Por supuesto que no. Te gustan las cosas que puedes ver. Como pilas de nieve
y benevolentes dioses árbol.
—¡Oh, allí está! —dijo Inej, descansando su cabeza sobre el hombro de Nina y
sonriendo radiante a Matthias—. Extrañaba su mirada fulminante.
—Es un área justo al sur del Sexto Puerto —dijo Inej. Recordaba la vista de los
vastos silos que se alzaban por encima del distrito de almacenes. Eran del tamaño de
pequeñas montañas—. Es donde mantienen melaza, caña, y las plantas procesadoras
para refinar azúcar. Estuvimos cerca de allí hoy. Eso no fue una coincidencia, ¿o sí?
Leigh Bardugo The Dregs
Jesper silbó. —¿Van Eck controla un tercio del suministro mundial de azúcar?
—Él es dueño de los silos —dijo Kaz—, pero solo de una fracción del azúcar
dentro de ellos. Mantiene los silos con dinero de su propio bolsillo, suplementa guardias
para ellos, y paga a los Impulsores que monitorean la humedad en el interior de los silos
para asegurarse que el azúcar permanece seco y separado. Los mercaderes dueños del
azúcar le pagan un pequeño porcentaje de cada una de sus ventas. Incrementa
rápidamente.
—Se dispararía como un par barato de revólveres de seis tiros —dijo Jesper,
poniéndose de pie y empezando a pasearse.
Jesper se balanceó sobre los talones. —Nuestras acciones valdrían cinco… tal vez
diez veces lo que valen ahora.
—Podríamos vender con una inmensa ganancia —dijo Wylan—. Nos haríamos
ricos de la noche a la mañana.
Leigh Bardugo The Dregs
Inej pensó en una goleta ágil, cargada con pesados cañones. Podría ser suya. —
¿Ricos con treinta millones de kruge? —preguntó. La recompensa que Van Eck les debía
por el trabajo de la Corte de Hielo. Una que él nunca había tenido la intención de pagar.
La sonrisa más breve apareció en los labios de Kaz. —Con un millón más, o
menos.
—Cierto —dijo Matthias—. Y si destruimos los silos, será claro que Van Eck era
el objetivo.
Wylan se adelantó en el asiento como un escolar ansioso por probar que tenía las
respuestas. Sacó un vial de su bolsillo. —Esta versión funciona.
—Diminuto y feroz —dijo Jesper. Guiñó el ojo de nuevo—. Igual que tú.
—El gorgojo hará que la destrucción del azúcar luzca como un accidente —dijo
Wylan.
—Así es —dijo Kaz—, hasta que los otros mercaderes descubran que Van Eck
ha estado comprando azúcar que no está almacenada en sus silos.
—Utilicé la mitad del dinero para nuestras acciones. Utilicé el resto para comprar
acciones a beneficio de Van Eck… bueno, en beneficio de una sociedad creada bajo el
nombre de Alys. No podía hacerlo demasiado obvio. Las acciones fueron adquiridas en
efectivo, imposibles de rastrear. Pero los certificados que autentifican su adquisición
serán encontrados estampados y sellados en la oficina de su abogado.
Leigh Bardugo The Dregs
—No ganas jugando un solo juego —dijo Kaz—. La reputación de Van Eck se
resentirá cuando se pierda el azúcar. Pero cuando la gente que le pagó para mantenerla
a salvo descubra que se benefició de la pérdida de ellos, mirarán más de cerca esos silos.
—¿Sí? —dijo Wylan bajito. Utilizó su dedo para dibujar una línea que cruzaba el
mapa de Ketterdam, desde Arrecife Dulce hasta el Barril, luego hacia Geldstraat, donde
su padre vivía. Jan Van Eck había intentado matar a Wylan. Se había librado de él como
un desecho. Pero Inej se preguntó si Wylan estaba listo para condenar a su padre a la
ejecución.
—Pero será vetado del comercio —dijo Wylan, su voz casi mareada—. Sus
pertenencias serán confiscadas para indemnizar por el azúcar perdido.
De nuevo, Kaz se encogió de hombros. —Nadie va a creer que esa chica tuvo
algo que ver con una estratagema financiera. Alys demandará el divorcio y
probablemente se mudará de vuelta con sus padres. Llorará por una semana, cantará por
dos, y luego lo superará. Tal vez se casará con un príncipe.
—Solo hay un pequeño problema —dijo Jesper—, y por pequeño, quiero decir
«inmenso, flagrante, tachemos esto y vayamos por una cerveza». Los silos. Sé que todos
hablamos sobre quebrantar lo inquebrantable, pero ¿cómo se supone que entremos?
—No creo haber oído nunca que esas palabras dejaran tus labios —dijo Nina—.
Dilo de nuevo, bien y lento.
—¡Esos silos tienen casi veinte pisos de altura! ¿Inej va a trepar y bajar diez de
ellos en una noche?
—¿Y luego qué? —dijo Nina, con las manos de vuelta en las caderas y los ojos
verdes ardientes.
Nina lanzó las manos al aire. —Y todo eso sin una red, ¿supongo?
—Una Ghafa nunca se presenta con una red —dijo Inej indignada.
—Habrá una red —dijo Kaz—. Ya está puesta detrás de la caseta de guardia del
silo, bajo un montón de bolsas de arena.
El silencio en la tumba fue repentino y completo. Inej no podía creer lo que estaba
oyendo. —No necesito una red.
Kaz consultó su reloj. —No pregunté. Tenemos seis horas para dormir y
cicatrizar. Pillen suministros del Cirkus Zirkoa. Están acampados en las afueras del oeste
de la ciudad. Inej, haz una lista de lo que necesitarás. Atacamos los silos en veinticuatro
horas.
—Es cierto —coincidió Jesper—. Ella luce lo bastante delgada para irse volando
con una brisa fuerte.
—¿No es así como se hacen las cosas por aquí? —preguntó Wylan—. ¿Todos le
decimos a Kaz que estamos bien y luego hacemos algo estúpido?
—Bien. Estás fuera. Aun así, tendrás tu parte del dinero por tu trabajo en la Corte
de Hielo, pero no te necesito en este equipo.
Kaz descansó su bastón sobre sus piernas. —Parece que todos están formando
alianzas.
Inej recordó la forma en que el sol había captado el castaño de los ojos de Kaz
solo horas antes. Ahora eran del color del café amargo en la cocción. Pero ella no iba a
echarse para atrás.
—Y a mí no me gustan los zapatos que aprietan los dedos, pero todos debemos
sufrir. Piensa en ello como un desafío para tu cerebro monstruoso.
Después de una larga pausa, Kaz dijo: —¿De cuánta gente estamos hablando?
—Hay menos de treinta Grisha en la ciudad, que yo sepa, aparte del Consejo de
Mareas.
—¿Y cómo te gustaría reunirlos? ¿Distribuir panfletos que los dirija a una
gigantesca balsa?
Inej no deseaba estar en desacuerdo, pero tenía que decirlo. —Creo que sí puede.
Van Eck tiene el poder completo del gobierno de la ciudad respaldándolo. Y no viste su
reacción cuando descubrió que Kaz se había atrevido a llevarse a Alys.
—Por favor, dime que realmente le salió espuma por la boca —dijo Jesper.
—Estuvo cerca.
—¿Por qué crees que echaron a Specht de la Marina? —preguntó Kaz—. Estaba
falsificando licencias y órdenes de suministros.
Wylan se tiró del labio. —Pero no es solo cuestión de unos cuantos documentos.
Digamos que hay treinta refugiados Grisha. El capitán de un barco va a querer saber por
qué treinta personas…
Kaz se encogió de hombros. —Si vamos a robar un bote, bien podríamos ponerte
en él.
—Entonces treinta y uno —dijo Nina con una sonrisa, aunque si el músculo
palpitante en la mandíbula de Matthias era algún indicador, él no estaba tan
emocionado.
—Muy bien —dijo Wylan, alisando una arruga en el mapa—. Pero el capitán de
un barco va a preguntarse por qué treinta y una personas están siendo añadidas a su
manifiesto.
—No si el capitán piensa que él es parte del secreto —dijo Kaz—. Van Eck
escribirá una carta redactada apasionadamente, implorando al capitán que tenga la
máxima discreción en transportar a esos valiosos refugiados políticos y le pida que a
toda costa los mantenga ocultos de cualquiera susceptible a sobornos shu… incluyendo
la vigilancia. Van Eck prometerá al capitán una enorme recompensa cuando regrese, solo
para asegurarse que él no tenga ninguna idea sobre vender a los Grisha. Ya tenemos una
muestra de la escritura de Van Eck. Solo necesitamos su sello.
—Tendremos que entrar y salir sin que él lo note —dijo Inej—. Y tendremos que
movernos rápidamente después de eso. Tan pronto Van Eck se dé cuenta que el sello
falta, será capaz de adivinar qué tramamos.
El dedo de Wylan una vez más estaba trazando Geldstraat. —No tuvieron que
meterse en la caja de seguridad de mi padre.
—¿Van Eck mantiene el sello en una caja de seguridad? —dijo Jesper con una
risa—. Es casi como si él quisiera que lo tomemos. Kaz es mejor en hacerse amigo de
cerraduras de combinación que de personas.
—Nunca han visto una caja de seguridad como esta —dijo Wylan—. Hizo que
la instalaran después que robaron el DeKappel. Tiene una combinación de siete dígitos
que renueva cada día, y la cerradura está dispuesta con interruptores falsos para
confundir a los ladrones de cajas fuertes.
Wylan sacudió la cabeza. —Las paredes de la caja fuerte están hechas de una
aleación única reforzada con acero Grisha.
Kaz elevó una ceja. —Sospecho que Van Eck notaría eso.
Ella se inclinó hacia delante, escrutando a Wylan. —¿Es esa una expresión
calculadora?
—Posiblemente.
Wylan pareció regresar de golpe a la realidad. —No lo es. Pero… pero sí creo que
tengo una idea.
—El gorgojo es básicamente solo una versión mucho más estable de ácido áurico.
—Un corrosivo. Emite una cantidad mínima de calor una vez que empieza a
reaccionar, pero es increíblemente poderosa e increíblemente volátil. Puede atravesar
acero Grisha y prácticamente cualquier otra cosa aparte de fibra de balsa.
—¿Fibra?
—Eso podría funcionar. Una vez que tengamos ambos componentes, tendremos
que ser muy cuidadosos con el transporte —continuó Wylan—. De hecho, tendremos
que ser más que cuidadosos. Después que se complete la reacción, el ácido áurico
básicamente es inofensivo, pero mientras está activo… bueno, es una buena forma de
perder las manos.
Inej se estiró, girando suavemente los hombros. Era bueno estar entre esta gente
de nuevo. No había estado solo durante unos pocos días, y estaban sentados en un
mausoleo húmedo, pero aun así se sentía como el regreso al hogar.
Leigh Bardugo The Dregs
Pero no podían permitir que este pequeño rescate los retrasara. Con tantos
oponentes y el cuerpo de vigilancia involucrado, no podían permitírselo. Dado el tiempo
suficiente, los shu se dejarían de preocupar sobre esas naves de guerra varadas y el
Consejo de Mareas, y encontrarían su camino a Velo Negro. Kaz deseaba a Kuwei fuera
de la ciudad y removido de la jugada tan pronto como fuera posible.
Los otros dormirían. Kaz no podía. Había dicho en serio lo que había dicho. Van
Eck tenía más dinero, más aliados, y el poderío de la ciudad respaldándolo. No podían
solo ser más listos que Van Eck, tenían que ser implacables. Y Kaz podía ver lo que los
otros no podían. Ganarían la batalla hoy; se habían preparado para recuperar a Inej de
Van Eck y lo habían hecho. Pero el merc aún estaba ganando la guerra.
la nota que Van Eck había enviado para arreglar la reunión en Vellgeluk, pero era una
prueba lamentable de las estratagemas del hombre. Recordaba lo que Pekka Rollins
había dicho en el Palacio Esmeralda, cuando Kaz había declarado que el Consejo
Mercante nunca respaldaría las actividades ilegales de Van Eck. ¿Y quién va a decirles?
¿Una rata de canal del peor tugurio en el Barril? No te engañes, Brekker.
En el momento, Kaz apenas había sido capaz de pensar más allá de la neblina de
ira que descendía cuando estaba en presencia de Rollins. Lo despojaba de la razón que
lo guiaba, la paciencia de la que dependía. Alrededor de Pekka, perdía la forma de quién
era… no, perdía la forma de quién había luchado por convertirse. No era Manos Sucias
o Kaz Brekker o incluso el lugarteniente más duro de los Indeseables. Solo era un chico
avivado por una llama blanca de ira, una que amenazaba con quemar en cenizas la
pretensión de civilidad duramente ganada que mantenía.
Pero ahora, reclinado sobre su bastón entre las tumbas de Velo Negro, podía
reconocer la verdad de las palabras de Pekka. No podías ir a la guerra contra un merca
honorable como Van Eck, no si eras un matón con una reputación más sucia que la suela
de la bota de un mozo de establo. Para ganar, Kaz tendría que nivelar el terreno.
Mostraría al mundo lo que él ya sabía: a pesar de sus manos suaves y trajes finos, Van
Eck era un criminal, tan malo como cualquier matón del Barril… peor, porque su
palabra no valía nada.
Kaz no escuchó a Inej aproximarse, solo supo cuando ya estaba allí, parada junto
a las columnas rotas de un mausoleo de mármol blanco. En algún lado, ella había
encontrado jabón para lavarse, y el aroma de las habitaciones húmedas de Eil Komedie
(ese débil rastro de heno y maquillaje de teatro) había desaparecido. Su cabello negro
brillaba a la luz de la luna, ya acomodado pulcramente en un moño en su nuca, y su
inmovilidad era tan completa que bien podría haber sido confundida con uno de los
guardianes de piedra del cementerio.
Sí, ¿por qué la red? ¿Por qué algo que complicaría el asalto que había planeado
en los silos y permitir el doble de probabilidades de quedar expuestos? No podría soportar
Leigh Bardugo The Dregs
—Es correcto.
Per Haskell aún era el líder de los Indeseables, y Kaz sabía que le gustaban las
ventajas de ese puesto, pero no el trabajo que iba con él. Con Kaz desaparecido durante
tanto tiempo, las cosas empezarían a desatarse. Además, cuando Haskell se ponía
inquieto, le gustaba hacer algo estúpido solo para recordarle a la gente que él estaba a
cargo.
—Él habrá reforzado su seguridad. —El resto se quedó sin decir. No había nadie
mejor equipada para atravesar las defensas de Van Eck que el Espectro.
Después del barullo estridente de la tarde, los canales parecían más silenciosos
de lo usual, el agua antinaturalmente quieta.
—¿Crees que la Duela Oeste volverá a ser la misma esta noche? —preguntó Inej,
con la voz baja. Había aprendido la precaución de una rata de canal en lo concerniente
a viajar por las vías fluviales de Ketterdam.
Leigh Bardugo The Dregs
—Y ahora que sabe que Wylan está con nosotros —coincidió Inej—. ¿Dónde
vamos a reunirnos con el anciano?
—El Nudillo.
Kaz condujo la gondela a Zovercanal al borde este del Barril. A Per Haskell le
gustaba abrir corte en la Posada Clima Favorable la misma noche de cada semana,
reuniéndose con sus lacayos para jugar cartas y chismorrear. Era imposible que se lo
perdiera esta noche, no cuando su lugarteniente privilegiado (su lugarteniente
privilegiado desaparecido) había reñido con un miembro del Consejo Mercante y traía
tantos problemas a los Indeseables, no cuando él sería el centro de atención.
Kaz esperó hasta que la figura estuvo casi a su nivel antes de dar un paso al frente.
—Haskell.
Per Haskell giró, sacando una pistola de su abrigo. Se movía rápidamente a pesar
de su edad, pero Kaz sabía que llevaría acero y estaba listo. Le dio al hombro de Haskell
un rápido golpe con la punta de su bastón, solo lo suficiente para enviar una sacudida
de entumecimiento a su mano.
Haskell gruñó y el arma se deslizó de su agarre. Inej la atrapó antes que pudiera
tocar el suelo y se la arrojó a Kaz.
—Hubo guardias reptando por todo el Tablón y el Club Cuervo. Tuvimos que
cerrar todo el lugar, y quién sabe cuándo seremos capaces de empezar de nuevo. ¿Qué
estabas pensando al secuestrar al hijo de un mercader? ¿Este era el gran trabajo por el
Leigh Bardugo The Dregs
que dejaste la ciudad? ¿El que se suponía que me haría rico más allá de mis sueños más
alocados?
—Yo no secuestré a nadie. —No era estrictamente cierto, pero Kaz imaginaba
que las sutilezas no le importarían a Per Haskell.
—No, señor.
—Van Eck está jugando un juego ruin, pero yo aún estoy un paso por delante de
él.
—Bien —dijo Kaz—. Mejor que nadie nos vea venir. Muzzen fue una pérdida
que no anticipé, pero dame unos cuantos días más y no solo la ley ya no estará en tus
espaldas, tus arcas estarán tan pesadas que serás capaz de llenar tu bañera con oro y
nadar en él.
Haskell abrió mucho los ojos. Una vida de bebida y duro vivir en el Barril había
amarillado lo blanco. —¿Estás intentando quedar bien?
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz acomodó sus rasgos en seriedad. Las amenazas de Haskell eran casi tan
vacías como sus alardeos.
Kaz sintió a Inej ponerse rígida a su lado. —La necesito para el trabajo.
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz se forzó a no sonreír. Mientras Per Haskell había estado barbotando, Inej
sencillamente se había fundido en las sombras y escalado silenciosamente la pared.
Haskell escaneó la longitud del callejón y levantó la cabeza hacia los tejados, pero Inej
ya se había marchado hace mucho.
en un barco bajo sus propias órdenes, y Kaz se estaría alistando para separarse de Haskell
para siempre. Pero el anciano tendría su kruge para consolarlo.
—Pequeño bastardo arrogante que está a punto de hacerte uno de los jefes más
ricos en el Barril.
—Espero que las cartas sean favorables. —Kaz se movió a un lado—. Pero tal
vez quiera estas. —Extendió la mano. Seis balas yacían sobre su palma enguantada—.
En caso de una pelea.
Como si ella pudiera leer su mente, Inej dijo: —Yo puedo manejar la vigilancia.
Te veré de vuelta en la isla.
Con un demonio. Ella no iba a librarse de él tan fácilmente. —¿Desde qué dirección
deseas aproximarte a la casa de Van Eck?
Kaz no estaba emocionado de oírlo, pero los llevó a Beurscanal, más allá de la
Bolsa y la gran fachada del Hotel Geldrenner, donde el padre de Jesper probablemente
estaba roncando profundamente en su suite.
Inej podría haber trepado las paredes externas con poco esfuerzo, y Kaz podría
haberlo conseguido, pero no iba a ponerse a prueba en una noche cuando su pierna
estaba gritando con cada paso. Necesitaba acceso a una de las capillas.
—No tienes que subir —dijo Inej, mientras avanzaban sigilosamente por el
perímetro y localizaban una de las puertas de la capilla.
catedral principal, y luego por la longitud del dedo anular de Ghezen, eligiendo su
camino por una escarpada montaña de tejados resbalosos y estrechas columnas de
piedra.
—¿Por qué a los dioses siempre les gusta ser venerados en lugares altos? —
murmuró Kaz.
—Son los hombres los que buscan grandeza —dijo Inej, saltando ágilmente como
si sus pies supieran alguna topografía secreta—. Los Santos escuchan plegarias donde
sea que se les hable.
—Lo que deseas y lo que el mundo necesita no siempre están de acuerdo, Kaz.
Rezar y desear no es lo mismo.
Pero son igualmente inútiles. Kaz se tragó su réplica. Estaba demasiado enfocado
en no desplomarse a su muerte para involucrarse apropiadamente en una discusión.
Era un buen punto de vista ventajoso para observar la seguridad que Van Eck
había dispuesto alrededor de la casa y en el canal, pero no les proporcionaría toda la
información que necesitaban.
—Tú…
Leigh Bardugo The Dregs
—Tu orgullo te arrastró aquí arriba. Si Van Eck percibe que algo está fuera de
lugar esta noche, todo se acaba. Este no es un trabajo de dos personas y lo sabes.
—Inej…
Kaz se quedó allí parado, mirando el lugar en el que ella había estado solo
segundos antes. Lo había engañado. La decente, honesta y piadosa Espectro lo había
burlado. Se giró para mirar hacia la larga expansión de techo que iba a tener que recorrer
para regresar al bote.
—Te maldigo a ti y todos tus Santos —dijo a nadie en absoluto, luego se dio
cuenta que estaba sonriendo.
mientras el agua lamía suavemente los costados del canal. Así que ¿por qué había
insistido en acompañarla? Esos eran pensamientos peligrosos… de la clase que había
ocasionado que capturaran a Inej en primer lugar.
Puedo superar esto, se dijo Kaz a sí mismo. Para mañana a la media noche, Kuwei
estaría en camino fuera de Ketterdam. En cuestión de días, ellos tendrían su recompensa.
Inej sería libre de perseguir su sueño de cazar esclavistas, y él estaría libre de esta
constante distracción. Empezaría una nueva pandilla, una construida a partir de los
miembros más jóvenes y mortíferos de los Indeseables. Volvería a dedicarse a la promesa
que había hecho a la memoria de Jordie, la tarea meticulosa de destrozar la vida de
Pekka Rollins trozo a trozo.
Unos cuantos largos minutos después, ella se dejó caer sin un ruido en la gondela.
—¿La oficina?
—Misma ubicación, justo al final del pasillo. Ha hecho que instalen cerraduras
Schuyler en todas las ventanas exteriores de la casa. —Kaz soltó un suspiro molesto—.
¿Eso es un problema? —preguntó ella.
Leigh Bardugo The Dregs
—No. Una cerradura Schuyler no detendrá ninguna ganzúa que valga su precio,
pero consumen tiempo.
—No pude encontrarles sentido, así que tuve que esperar que uno del personal
de la cocina abriera la puerta trasera. —Él había hecho un trabajo lamentable en
enseñarle a abrir cerraduras. Ella podría dominar una Schuyler si se enfocaba en ello—
. Estaban recibiendo entregas —continuó Inej—. Por lo poco que fui capaz de oír, están
preparándose para una reunión mañana por la noche con el Consejo Mercante.
—¿Ellos accederán?
—No tienen razón para negárselo. Y están obteniendo un aviso bastante previo
para esconder bajo la alfombra a sus amantes o cualquier otra cosa que no deseen que
se descubra en una redada.
—No —dijo Kaz mientras la gondela se deslizaba más allá del superficial banco
de arena que colindaba con Velo Negro y entró en la niebla de la isla—. Nadie quiere
que los mercaderes se entrometan en nuestros negocios. ¿Alguna noción de a qué hora
tendrá lugar esta reunioncita del Consejo?
—Las cocineras estaban comentando sobre disponer una mesa completa para la
cena. Podría ser una buena distracción.
—Exactamente. —Esto era ellos en su máximo potencial, con nada más que el
trabajo entre ellos, trabajando juntos, libres de complicaciones. Debería dejarlo en eso,
pero necesitaba saber—. Dijiste que Van Eck no te lastimó. Dime la verdad.
Habían alcanzado el refugio de los sauces. Inej mantuvo los ojos sobre la caída
de sus ramas blancas. —No lo hizo.
Leigh Bardugo The Dregs
Cuando estaban a solo unos metros del casco de piedra, Inej se detuvo y observó
la niebla que envolvía las ramas. —Iba a romperme las piernas —dijo ella—. Aplastarlas
con un mazo para que nunca sanaran.
Jesper y Nina tenían razón. Inej necesitaba descanso y una oportunidad para
recuperarse después de los últimos días. Él sabía lo fuerte que era ella, pero también
sabía lo que el cautiverio significaba para ella.
El silencio entre ellos era agua oscura. Él no podía cruzarla. No podía atravesar
la línea entre la decencia que ella merecía y la violencia que esta senda exigía. Si lo
intentaba, tal vez conseguiría que los mataran a ambos. Él solo podía ser quien era
realmente… un chico que no tenía consuelo para ella. Así que le daría lo que pudiera.
—Voy a desgarrar a Van Eck —dijo bajito—. Voy a darle una herida que no
pueda ser suturada, de la que él nunca se recupere. De la clase que no puede sanarse.
Kaz no podía culpar a Van Eck por eso. Kaz había erigido esa duda en ella con
cada palabra fría y pequeña crueldad.
Cuando ella se giró hacia él, sus ojos estaban brillantes de ira.
—Él iba a romperme las piernas —dijo, con la barbilla alzada, el más leve temblor
en su voz—. ¿Habrías venido por mí entonces, Kaz? ¿Cuándo no pudiera escalar un
muro o caminar por la cuerda? ¿Cuándo ya no fuera el Espectro?
Manos Sucias no lo haría. El chico que podría hacer que superaran esto,
conseguir su dinero, mantenerlos con vida, le haría la cortesía de sacarla de su miseria,
luego cortar por lo sano y seguir adelante.
—Yo vendría por ti —dijo, y cuando vio la mirada cautelosa que ella le disparó,
lo dijo de nuevo—: Yo vendría por ti. Y si no pudiera caminar, me arrastraría hasta ti,
y sin importar lo rotos que estuviéramos, lucharíamos juntos para abrirnos paso, con los
cuchillos en ristre, las pistolas llameando. Porque eso es lo que hacemos. Nunca dejamos
de luchar.
Se sentía miserable esta mañana, y aun así una sensación de propósito facilitaba
levantarse de la cama. La necesidad por parem había atenuado algo en ella, y a veces
Nina temía que cualquier chispa que hubiera desaparecido nunca regresaría. Pero hoy,
aunque los huesos le dolían y su piel se sentía seca y la boca le sabía cómo un horno que
necesitaba limpieza, se sentía esperanzada. Inej estaba de vuelta. Tenían un trabajo. Y
ella iba a hacer algo bueno por su gente. Incluso si para conseguirlo tenía que chantajear
a Kaz Brekker para que fuera una persona decente.
mesa intercambiando bocetos con Wylan mientras Kuwei observaba, ofreciendo una
sugerencia ocasionalmente. Nina dejó que sus ojos estudiaran las dos caras shu una
junto a la otra. Los modales y postura de Wylan eran completamente diferentes, pero
cuando ambos chicos estaban descansando, era casi imposible distinguirlos. Yo hice eso,
pensó Nina. Recordaba el mecer de las linternas del barco en el pequeño camarote, los
rizos rojizos de Wylan desapareciendo bajo las puntas de sus dedos para ser
reemplazados por una mata de espeso cabello negro, sus grandes ojos azules, temerosos,
pero obcecadamente valientes, volviéndose dorados y cambiando de forma. Se había
sentido como magia, verdadera magia, como las de las historias que los maestros en el
Pequeño Palacio habían contado para intentar hacerlos dormir. Y todo eso había
pertenecido a ella.
Inej vino a sentarse junto a ella con dos tazas de té caliente en la mano.
—No lo creo. —Nina se forzó a tomar un sorbo de té, luego dijo—: Gracias por
lo que hiciste anoche. Por apoyarme.
—Aun así.
—¿Gofres?
—Montones de ellos.
—¿Y luego?
Nina apretó los puños. —Voy a colgar sus entrañas como guirnaldas de fiesta.
Leigh Bardugo The Dregs
Nina descansó su mandíbula encima del cabello sedoso de Inej. —Zoya solía
decir que el miedo es un fénix. Puedes verlo arder un millar de veces y aun así regresará.
—La necesidad de parem también se sentía así.
—Kaz nos procuró roles en caso que nos detengan en el cuarto ravkano. Somos
Sven y Catrine Alfsson. Desertores fjerdanos buscando asilo en la embajada ravkana.
Tenía sentido. Si los detenían, era imposible que Matthias pudiera hacerse pasar
por ravkano, pero Nina fácilmente podía ser fjerdana.
Jesper se acercó sin prisa, frotándose los ojos para quitarse el sueño. —Para nada
perturbador.
Nina hizo una mueca. —¿Por qué tenías que hacernos hermanos, Brekker?
Kaz no levantó la vista del documento que estaba examinando. —Porque era más
fácil para Specht falsificar los papeles de esa forma, Zenik. Los mismos nombres de
padres y lugar de nacimiento, y estaba ocupado en acomodar tus nobles impulsos con
tan poca antelación.
—Y ninguno de los dos tiene branquias —dijo Nina—. Eso no significa que
luzcamos emparentados.
El desafío en los ojos de Kaz era claro. Así que él sabía que ella había estado
teniendo dificultades. Por supuesto que lo sabía. Manos Sucias nunca se perdía un
engaño.
—No quiero que me confeccionen —dijo Matthias. Ella no tenía duda que era
verdad, pero sospechaba que también estaba intentando salvar el orgullo de ella.
—Toma —dijo Matthias, tendiéndole la peluca rubia que había utilizado para el
trabajo Smeet y una pila de ropa.
—Será mejor que sean de mi talla —dijo Nina hosca. Estaba tentada a desnudarse
en medio de la tumba, pero pensó que a Matthias podría darle el síncope por la completa
falta de decoro. Cogió una linterna y marchó a una de las catacumbas laterales para
cambiarse. No tenía un espejo, pero podía decir que el vestido era espectacularmente
falto de estilo, y no tenía palabras para el pequeño chaleco tejido. Cuando emergió del
pasadizo, Jesper se dobló de risa, las cejas de Kaz se dispararon hacia arriba e incluso
los labios de Inej temblaron.
—¿Así como?
Una vez que estuvieron fuera de Velo Negro, siguieron los canales al noroeste,
deslizándose con los botes camino a los mercados matutinos cerca del Salón de la
Guardia. La embajada ravkana estaba en la orilla del sector de gobierno, metida en un
amplio recodo en el canal que colindaba con una ancha vía pública. La vía pública una
vez había sido un pantano, pero había sido rellenado y pavimentado por un constructor
que había tenido la intención de utilizar el sitio para un gran hotel y plaza de armas. Se
le habían acabado los fondos antes que la construcción pudiera comenzar. Ahora era
hogar de un mercado pululante de tenderetes de madera y carretas que aparecían cada
mañana y se desvanecían cada tarde cuando la vigilancia patrullaba. Era donde
refugiados y visitantes, nuevos inmigrantes y viejos expatriados venían para encontrar
rostros y costumbres familiares. Los pocos cafés cercanos servían pelmeni y arenque
salado, y ancianos se sentaban en las mesas de exterior, sorbiendo kvas y leyendo sus
folletines de noticias ravkanas, con semanas de atraso.
que sirviera en el Segundo Ejército. ¿Cómo podía explicar que no podía regresar a Ravka
hasta que hubiera liberado a un fjerdano drüskelle al que había ayudado a encarcelar con
falsos cargos? Después de eso, rara vez había visitado Pequeña Ravka. Era demasiado
doloroso caminar por estas calles que eran tan parecidas a casa y al mismo tiempo tan
diferentes a casa.
Aun así, cuando atisbó la doble águila dorada Latsov, volando en su campo azul
pálido, su corazón saltó como un caballo dando un brinco. El mercado le recordaba a
Os Kervo, la ciudad bulliciosa que había servido como capital de Ravka Occidental antes
de la unificación… los chales bordados y samovar resplandecientes, el aroma de cordero
fresco siendo cocinado en un fogón, los sombreros tejidos de lana, y maltrechos símbolos
de hojalata destellando ante el sol de la mañana temprana. Si ignoraba los estrechos
edificios kerch con sus tejados con gablete, casi podía fingir que estaba en casa. Una
ilusión peligrosa. No existía seguridad en estas calles.
Cuando Nina emergió de sus pensamientos, se dio cuenta que ella y Matthias
estaban atrayendo algunas miradas muy desagradables. Sin duda existían algunos
prejuicios contra los fjerdanos entre los ravkanos, pero esto era algo diferente. Entonces
miró a Matthias y suspiró. Su expresión era conflictuada, lucía aterrador. El hecho de
que tenía la constitución del tanque que habían conducido fuera de la Corte de Hielo no
ayudaba tampoco.
—Entonces finge ser un actor. —Él hizo un sonido disgustado—. ¿Alguna vez
has estado en el teatro?
—Déjame adivinar, eventos serios que duran varias horas y narran cuentos épicos
de los héroes de tiempos antiguos.
—En realidad son muy entretenidos. Pero nunca he visto a un actor que sepa
cómo sostener la espada apropiadamente.
—¿Qué son esos? —preguntó él, haciendo gestos a una de las mantas de los
vendedores. Estaba repleta de diminutas filas de lo que lucían como ramitas y trozos de
roca.
—De todas formas, ¿quién decidió que Alina Starkov era una santa? —dijo
Matthias gruñón—. Era una Grisha poderosa. No es lo mismo.
—Alina Starkov tenía nuestra edad cuando fue martirizada. Solo era una chica,
y se sacrificó para salvar Ravka y destruir el Abismo de Sombras. Hay gente en tu país
que también la venera como una Santa.
—Ciertamente puedo intentarlo. —No estaba siendo justa. Ravka era el hogar
para ella; aún era territorio enemigo para Matthias. Él podría haber encontrado una
forma de aceptarla, pero pedirle que aceptara una nación entera y su cultura iba a tomar
mucho más trabajo—. Tal vez debí haber venido sola. Podrías ir a esperar en el bote.
Nina no deseaba pensar sobre eso. —Entonces necesitas calmarte e intentar lucir
amigable.
—Bien. Finge que son niños pequeños. Niñitos tímidos que se mojarán si no eres
amable.
La mujer fue de precavida a perpleja. Nina decidió que lo tomaría como una
mejoría.
Nina tosió y tomó su brazo, conduciéndolo lejos. —Dijo que eres un individuo
muy agradable, y un mérito para la raza fjerdana. Ooh, mira, ¡blini! No he tenido blini
decoroso desde hace una eternidad.
—Esa palabra que utilizó: babink —dijo él—. Me has llamado así con
anterioridad. ¿Qué significa?
Leigh Bardugo The Dregs
Nina dirigió su atención a una pila de panqueques con mantequilla del grosor de
papel. —Significa amorcito.
—Nina…
—Bárbaro.
—No. Bueno, sí. Pero no en este contexto. Ella deseaba saber si te gustaría jugar
a la Princesa y el Bárbaro.
—¿Es un juego?
—No exactamente.
Nina no podía creer que realmente iba a intentar explicar esto. Mientras
continuaban por la calle, dijo: —En Ravka, hay una popular serie de historias sobre,
mm, un valiente guerrero fjerdano…
—En la historia así es, y… —Se aclaró la garganta—, pasan mucho tiempo
conociéndose el uno al otro. En la cueva de él.
Nina cogió un par de guantes bordados de otro tenderete. —¿Te gustan estos? Tal
vez podríamos conseguir que Kaz use algo con flores. Que avive su apariencia.
Nina arrojó los guantes de vuelta a la pila, en derrota. —Ellos llegan a conocerse
íntimamente.
—Verás, él es muy taciturno, muy masculino —se apresuró a decir Nina—. Pero
se enamora de la princesa ravkana y le permite que lo civilice…
—¿Qué lo civilice?
—¿Hay tres?
—Cálmate, Matthias.
—Tal vez escribiré una historia sobre ravkanas insaciables a quienes les gusta
emborracharse y quitarse la ropa y hacer avances indecorosos hacia fjerdanos
desventurados.
—Eso suena como una fiesta. —Matthias sacudió la cabeza, pero ella pudo ver
una sonrisa tironeando de sus labios. Decidió presionar su ventaja—. Podríamos jugar
—murmuró, lo bastante bajito para que nadie a su alrededor pudiera escuchar.
Leigh Bardugo The Dregs
—Calla.
—Así es. Y está funcionando. Prácticamente no has hecho más que fulminar a
todos con la mirada durante dos cuadras. Y mira, estamos aquí.
—Buena salud al joven rey Nikolai —replicó Nina en ravkano—. Que reine un
largo tiempo.
La taberna estaba fresca y oscura después del brillo de la plaza, y Nina tuvo que
parpadear para distinguir el interior. El piso estaba regado con aserrín y en unas pocas
mesas pequeñas, la gente se reunía en conversación sobre vasos de kvas y platillos de
arenque.
—¿Entonces por qué todas las armas? —preguntó Nina, ganando tiempo.
Pero desde los bordes de su consciencia percibió algo más, una clase diferente de
consciencia, un bolsillo de frío en un lago profundo, un impacto vigorizante que pareció
despertar sus células. Era familiar… había sentido algo similar cuando neutralizó al
guardia la noche que habían raptado a Alys, pero esto era mucho más fuerte. Tenía
forma y textura. Se permitió sumergirse en el frío, alcanzando esa sensación de vigilia
ciegamente, avaramente, y arqueó los brazos hacia delante en un movimiento que era
tanto instinto como habilidad.
—¡Abran fuego!
Nina se preparó para el impacto de las balas, pero en el segundo siguiente se sintió
izada de sus pies bruscamente. Un momento estaba parada en el suelo de la taberna y
en el siguiente su espalda estaba aplastada contra las vigas del techo mientras miraba el
aserrín muy abajo. A todo su alrededor, los hombres que la habían atacado a ella y
Matthias colgaban en lo alto, también unidos al techo.
Una joven estaba parada en el umbral de la cocina, con cabello negro brillándole
casi azul en la luz tenue.
Zoya avanzó a la luz, una visión de seda zafiro, sus mangas y dobladillo bordado
con densas espirales de plata. Sus ojos de pestañas gruesas se habían abierto mucho. —
¿Nina? —La concentración de Zoya vaciló, y todos cayeron treinta centímetros en el
aire antes que ella levantara las manos y una vez más estuvieran aplastados contra las
vigas.
Leigh Bardugo The Dregs
W ylan no había estado en una barca de este tamaño desde que había intentado
abandonar la ciudad seis meses atrás, y era difícil no recordar ese desastre ahora,
especialmente cuando los pensamientos sobre su padre estaban tan frescos en su mente.
Pero este bote era considerablemente diferente al otro que había intentado tomar esa
noche. Esta barca recorría el trayecto del mercado dos veces al día. Al llegar, estaba
repleto de vegetales, ganado, lo que sea que los granjeros trajeran a las plazas del
mercado dispersas por la ciudad. De niño, había creído que todo provenía de Ketterdam,
pero pronto había descubierto que, aunque prácticamente cualquier cosa podía
encontrarse en la ciudad, poco se producía allí. La ciudad tenía sus exóticos: mangos,
fruta dragón, pequeñas piñas fragantes; de las colonias sureñas. Para alimentos más
ordinarios, dependían de las granjas que rodeaban la ciudad.
—¿Por qué no podemos tomar la ruta a Belendt? —se había quejado Jesper
apenas horas antes—. Pasa por Olendaal. Los botes en la ruta del mercado están sucios
y nunca hay sitio donde sentarse.
Leigh Bardugo The Dregs
Wylan no había considerado lo conspicuo que podría ser afuera de la ciudad con
su nueva cara. Pero estaba secretamente aliviado que Kaz no los deseara en la ruta a
Belendt. Podría haber sido más cómodo, pero los recuerdos habrían sido demasiado en
el día que finalmente vería dónde reposaba su madre.
—Jesper —había dicho Kaz—. Mantén las armas ocultas y los ojos abiertos. Van
Eck tiene que tener gente vigilando todas las embarcaciones de transporte mayor, y no
tenemos tiempo para falsificar identificación para Wylan. Conseguiré el corrosivo de
uno de los astilleros en Imperjum. Su primera prioridad es encontrar la cantera y
conseguir el otro mineral que necesitamos para el ácido áurico. Van a Santa Hilde solo
y solo si hay tiempo.
Jesper solo había sacudido la cabeza, pero Wylan podía decir que el
resentimiento de Kaz aún punzaba.
Ahora, Wylan observaba a Jesper apoyado en la barandilla, con los ojos cerrados,
el perfil girado hacia el débil sol de primavera.
—¿No crees que deberíamos ser más cuidadosos? —preguntó Wylan, su propia
cara enterrada en el cuello de su abrigo. Apenas habían esquivado a dos miembros de la
vigilancia mientras abordaban.
Jesper abrió un ojo y dijo: —¿Y detener el tráfico? Van Eck ya está causando
problemas en los muelles. Si colapsa el avance de las barcas, habrá un motín.
—¿Por qué?
—Ven aquí.
Precavido, Wylan se deslizó más cerca. Jesper alcanzó el cuello del abrigo y le
dio la vuelta, dándole un tirón para que Wylan pudiera girar la cabeza y alcanzar a
distinguir un listón azul pegado allí.
—Así es como los actores marcan sus disfraces —dijo Jesper—. Este pertenece
a… Josep Kikkert. Oh, él no es tan malo. Lo vi en El loco consigue esposa.
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Disfraces?
Jesper volvió a darle la vuelta al cuello, y cuando lo hizo, sus dedos rozaron la
nuca de Wylan. —Síp. Kaz abrió una entrada secreta a las salas de guardarropa de la
casa de ópera Stadlied hace años. Es allí donde consigue un montón de lo que necesita
y donde almacena el resto. Significa que nunca pueden atraparlo con un uniforme falso
de vigilancia o una librea de servicio en una redada.
Wylan supuso que tenía sentido. Observó la luz del sol reflejándose en el agua
durante un rato, luego se enfocó en la barandilla y dijo: —Gracias por venir conmigo
hoy.
Wylan realmente no sabía por qué había inventado esa loca historia sobre atraer
a Jesper a una mala inversión. Ni siquiera había estado totalmente seguro de lo que iba
a decir cuando abrió la boca. Sencillamente no podía soportar ver a Jesper (el confiado
y sonriente Jesper) con esa mirada perdida en la cara, o la terrible mezcla de esperanza
y temor en la mirada de Colm Fahey mientras esperaba una respuesta de su hijo. Le
recordó demasiado a Wylan la forma en que su propio padre lo había mirado a él, en
ese entonces cuando aún creía que Wylan podía ser curado o arreglado. No deseaba ver
la expresión en los ojos del padre de Jesper cambiar de preocupación a angustia, luego
a ira.
Jesper dejó escapar una risotada que hizo que Wylan mirara frenéticamente sobre
su hombro de nuevo, temeroso de atraer la atención.
Leigh Bardugo The Dregs
Wylan sabía que estaba hablando sobre Colm. —¿Por qué no lo hiciste?
Wylan volvió a mirar el agua. Había empezado a pensar en Jesper como audaz,
pero tal vez ser valiente no significaba no tener miedo. —No puedes huir de esto para
siempre.
—Obsérvame.
Otra granja pasó, poco más que una forma blanca en la niebla de la mañana,
lirios y tulipanes punteando los campos ante ella en constelaciones fracturadas. Tal vez
Jesper sí podía continuar huyendo. Si Kaz seguía con hazañas milagrosas, tal vez Jesper
siempre podría permanecer un paso adelante.
—Podemos recoger algunas en el camino —dijo Jesper, y Wylan supo que estaba
aferrando el cambio de tema con ambas manos—. ¿La recuerdas mucho?
Wylan sacudió la cabeza. —Recuerdo sus rizos. Eran del dorado rojizo más
hermoso.
Wylan sintió que sus mejillas se sonrosaban por ninguna buena razón. Jesper solo
estaba estableciendo un hecho, después de todo.
—Mi padre me contó que había sido enterrada en el hospital. Eso fue todo.
Sencillamente dejamos de hablar sobre ella. Dijo que no servía de nada mortificarse por
el pasado. No lo sé. Creo que él realmente la amaba. Peleaban todo el tiempo, a veces
sobre mí, pero también los recuerdo riéndose juntos un montón.
—Él no es malvado.
—Intentó matarte.
—No, destruyó nuestro barco. Matarme habría sido un beneficio añadido. —Eso
no era completamente cierto, por supuesto. Jesper no era el único que intentaba
mantenerse un paso por delante de sus demonios.
—¿Cómo?
Una débil sonrisa tocó los labios de Wylan. —Él me leía o yo le pedía a una de
las niñeras que lo hiciera, y me memorizaba lo que sea que dijeran. Incluso sabía cuándo
hacer pausas y girar las páginas.
—Mucho. Como que acomodaba las palabras con música en mi cabeza, como
canciones. Aún lo hago a veces. Solo digo que no puedo leer la escritura de alguien y
hago que me lean las palabras en voz alta, para disponerlo en una melodía. Puedo
retenerlo en mi cabeza hasta que lo necesito.
—Dones malgastados.
Aún no había mucho qué mirar. Wylan se dio cuenta de lo cansado que se sentía.
No estaba acostumbrado a esta vida de temor, desplazándose de un momento de
preocupación al siguiente.
Pensó en contarle a Jesper cómo había comenzado todo. ¿Sería un alivio tener al
descubierto la historia vergonzosa al completo? Tal vez. Pero alguna parte de él deseaba
que Jesper y los otros continuaran creyendo que había dejado la casa de su padre con la
intención de establecerse en el Barril, que él había escogido esta vida.
Leigh Bardugo The Dregs
Mientras Wylan se hacía mayor, Jan Van Eck había dejado cada vez más claro
que no había lugar para su hijo en su casa, especialmente después de su matrimonio con
Alys. Pero no parecía saber qué hacer con Wylan. Se avocó a hacer dictámenes sobre su
hijo, cada uno más nefasto que el anterior.
No puedo hacerte aprendiz en algún lugar porque podrías revelar que eres defectuoso.
Eres como comida que se pudre con demasiada facilidad. Ni siquiera puedo ponerte en una
repisa en algún lado sin que empieces a apestar.
Su padre se encogió de hombros. —Lo que sea necesario para que la gente se
olvide que tenía un hijo. Oh, no me mires con esa expresión herida, Wylan. Soy honesto,
no cruel. Esto es lo mejor para ambos. Se te eximirá de la tarea imposible de intentar
cubrir el rol del hijo de un mercader, y a mí se me eximirá de la vergüenza de observarte
intentarlo.
No te trato con más dureza de lo que el mundo lo hará. Ese era el refrán de su padre.
¿Quién más sería tan franco con él? ¿Quién más lo amaba lo suficiente para decirle la
verdad? Wylan tenía recuerdos felices de su padre leyéndole historias; cuentos oscuros
de bosques llenos de brujas y ríos que hablaban. Jan Van Eck había hecho su mayor
esfuerzo para cuidar de su hijo, y si había fallado, entonces el defecto recaía en Wylan.
Su padre podría sonar cruel, pero no se estaba protegiendo solo a él o el imperio Van
Eck, también estaba protegiendo a Wylan.
Leigh Bardugo The Dregs
Y todo lo que decía tenía perfecto sentido. A Wylan no podía confiársele una
fortuna porque sería estafado con demasiada facilidad. Wylan no podía ir a la
Universidad porque sería blanco de burlas. Esto es lo mejor para ambos. La ira de su padre
había sido desagradable, pero era su lógica la que atormentaba a Wylan; esa voz práctica
e irrefutable que hablaba en la cabeza de Wylan cuando sea que pensaba en intentar algo
nuevo, o intentar de nuevo aprender a leer.
Había dolido ser enviado lejos, pero Wylan aún había estado esperanzado. Una
vida en Belendt le sonaba mágica. No sabía mucho sobre ella, aparte que era la segunda
ciudad más vieja en Kerch y estaba localizada en las costas del río Droombeld. Pero
estaría muy lejos de los amigos y socios de negocios de su padre. Van Eck era un nombre
lo bastante común, y así de lejos de Ketterdam, ser un Van Eck no significaría ser uno
de esos Van Eck.
Wylan entendió. Incluso estaba incapacitado para abordar por su cuenta un bote
que saliera de la ciudad.
Pero las cosas serían diferentes en Belendt. Empacó una pequeña maleta con una
muda de ropa y las pocas cosas que necesitaría antes que sus baúles llegaran a la escuela,
junto con las partituras de sus piezas favoritas de música. Si podía leer las letras tan bien
como leía una tablatura, no tendría problemas en absoluto. Cuando su padre había
dejado de leerle, la música le había proporcionado nuevas historias, unas que se
Leigh Bardugo The Dregs
desenvolvían de sus dedos, que podía escribir por sí mismo en cada nota tocada. Metió
su flauta en su morral, en caso que deseara practicar en el trayecto.
Su despedida de Alys había sido breve e incómoda. Era una chica agradable, pero
ese era todo el problema… ella solo era unos pocos años mayor que Wylan. No estaba
seguro cómo su padre podía caminar por la calle junto a ella, sin avergonzarse. Pero a
Alys no parecía importarle, tal vez porque a su alrededor su padre se convertía en el
hombre que Wylan recordaba de su niñez… amable, generoso, paciente.
Incluso ahora, Wylan no podía nombrar el momento específico cuando supo que
su padre se había rendido con él. El cambio había sido lento. La paciencia de Jan Van
Eck se había desgastado silenciosamente como una lámina de oro sobre metal crudo, y
cuando se desvaneció, fue como si su padre se hubiera convertido en alguien más por
completo, alguien con mucho menos lustre.
—Deseaba despedirme y desearte bien —dijo Wylan a Alys. Ella había estado
sentada en su salón, su terrier dormitando a sus pies.
—Oh, ¡que maravilloso! —había gritado Alys—. Extraño tanto el campo. Estarás
muy contento por el aire fresco, y seguro haces excelentes amigos. —Había dejado su
aguja y lo besó en ambas mejillas—. ¿Regresarás para las festividades?
—Tal vez —había dicho Wylan, aunque sabía que no lo haría. Su padre deseaba
que desapareciera, así que desaparecería.
Miggson y Prior llegaron a las ocho campanadas para llevar a Wylan al bote.
Nadie vino a decir un último adiós, y cuando pasó por la oficina de su padre, la puerta
estaba cerrada. Wylan se rehusó a golpear y suplicar por una sobra de afecto como el
terrier de Alys rogando premios.
Los hombres de su padre vestían los trajes oscuros favorecidos por los mercaderes
y dijeron poco a Wylan en el camino al muelle. Compraron boletos para la ruta a
Belendt, y una vez que estuvieran a bordo del bote, Miggson había enterrado la cabeza
en un diario mientras Prior se reclinaba en su asiento, con el sombrero inclinado, los
párpados no del todo cerrados. Wylan no podía estar seguro si el hombre estaba
durmiendo o mirándolo fijamente como alguna especie de lagarto de ojos adormilados.
moral. Debería intentar descansar. Tal vez podría despertar temprano y observar el
amanecer.
—Lo siento —dijo Wylan—. Yo… —Y entonces las manos de Prior estuvieron
apretadas alrededor de su garganta.
Wylan jadeó… o lo intentó, el sonido que salió fue apenas un gruñido. Rasguñó
las muñecas de Prior, pero el agarre del hombre era como hierro, la presión inamovible.
Era lo bastante grande para que Wylan pudiera sentirse levantado ligeramente mientras
Prior lo empujaba contra la barandilla.
La cara de Prior era desapasionada, casi aburrida, y Wylan entendió que nunca
alcanzaría la escuela en Belendt. Esa nunca había sido la intención. No había secretario.
Ni cuenta a su nombre. Nadie estaba esperando su llegada. Los supuestos papeles de
matrícula en su bolsillo podrían decir cualquier cosa. Wylan ni siquiera se había
molestado en intentar leerlos. Iba a desaparecer, justo como su padre siempre había
deseado, y había contratado a estos hombres para hacer el trabajo. Su padre, quien le
había leído por las noches, quien le había llevado té de malva dulce y miel de abeja
cuando había tenido una enfermedad pulmonar. Lo necesario para que la gente olvide que
tenía un hijo. Su padre iba a borrarlo del libro de contabilidad, un cálculo equivocado, un
costo que podría ser expugnado. La cuenta se corregiría.
La voz parecía provenir de una gran distancia. El agarre de Prior se aligeró muy
levemente. Los pies de Wylan hicieron contacto con la cubierta del bote.
—Bueno, me alegra que ustedes estuvieran tan alertas. —El hombre se giró para
marcharse.
El bote se lanzó hacia delante ligeramente. Wylan no iba a esperar a ver lo que
sucedía a continuación. Empujó contra Prior con toda su fuerza… entonces, antes que
pudiera perder las agallas, se arrojó por la borda del bote hacia el canal turbio.
Nadó con cada pizca de velocidad que pudo reunir. Aún estaba mareado y la
garganta le dolía mucho. Para su conmoción, escuchó otro chapuzón y supo que uno de
los hombres se había lanzado tras él. Si Wylan aparecía en algún lugar aun respirando,
probablemente no les pagarían a Miggson y Prior.
Necesitaba hacer alguna clase de plan, pero era difícil formar pensamientos
completos. Revisó los bolsillos de su pantalón. Aún tenía a buen resguardo los kruge que
su padre le había dado. Aunque el efectivo estaba completamente mojado, era
perfectamente bueno para gastar. Pero ¿a dónde se suponía que fuera Wylan? No tenía
suficiente dinero para salir de la ciudad, y si su padre enviaba hombres a que lo buscaran,
lo rastrearían fácilmente. Necesitaba llegar a algún lugar seguro, algún lugar donde su
padre no pensara buscar. Sus extremidades se sentían pesadas como plomo, el frío daba
paso a la fatiga. Temía que, si se permitía cerrar los ojos, no tendría la voluntad para
abrirlos de nuevo.
—¡Yo le daría una buena sumergida! —cacareó una mujer reclinada en las
escaleras.
Estaba en el Barril. Wylan había vivido su vida entera en Ketterdam, pero nunca
había venido aquí. Nunca se le había permitido. Nunca lo había deseado. Su padre lo
llamaba un «sucio tugurio de vicios y blasfemia» y «la vergüenza de la ciudad». Wylan
sabía que era un laberinto de calles oscuras y pasajes ocultos. Un lugar donde los
lugareños vestían disfraces y ejecutaban actos indecorosos, donde extranjeros
abarrotaban las vías públicas buscando entretenimientos viles, donde la gente iba y venía
como mareas. El lugar perfecto para desaparecer.
Y lo había sido… hasta el día que había llegado la primera carta de su padre.
Leigh Bardugo The Dregs
Con un sobresalto, Wylan se dio cuenta que Jesper estaba tirándole de la manga.
—Esta es nuestra parada, mercito. Espabílate.
Jesper miró alrededor. —Este lugar me recuerda a casa. Campos hasta donde
alcanza la vista, el silencio roto solo por el zumbido de abejas, aire fresco. —Se
estremeció—. Repugnante.
Mientras caminaban, Jesper lo ayudó a reunir flores silvestres del costado del
camino. Para cuando llegaron a la calle principal, tenían un montoncito respetable.
—Wylan Van Eck, le mentiste a Kaz Brekker. —Jesper se apretó una mano contra
el pecho—. ¡Y te saliste con la tuya! ¿Das lecciones?
Localizaron un almacén general a mitad del camino principal, y les tomó solo
unos momentos comprar lo que necesitaban. En la salida, un hombre que cargaba un
carromato intercambió un saludo con ellos. —¿Están buscando trabajo, chicos? —
Leigh Bardugo The Dregs
preguntó escépticamente—. Ninguno de los dos luce apto para pasar un día entero en el
campo.
—Le sorprendería —dijo Jesper—. Nos apuntamos para hacer algo de trabajo
cerca de Santa Hilde.
—Vaya novia.
El camino de tierra estaba bordeado a ambos lados por lo que lucía como campos
de cebada y trigales, las extensiones planas de terreno moteadas ocasionalmente por
graneros y molinos. El vagón mantuvo un paso rápido. Un poco demasiado rápido, pensó
Wylan mientras botaban sobre un bache profundo. Inhaló en un siseo.
—Está bien —dijo Jesper con una mueca, mientras el carromato golpeaba otro
terrón sacude huesos—. Realmente no necesito mi bazo en una pieza.
—Supongo.
—Suena prometedor —dijo Jesper agitando la mano, pero cuando se giraron para
recorrer el camino a la iglesia, farfulló—: caminaremos de regreso. Creo que me lastimé
una costilla.
bajas, que conducían a una puerta arqueada. La entrada estaba cubierta ordenadamente
con gravilla y bordeada por bajos arbustos de tejo a cada lado.
—¿Tal vez solía ser un monasterio o una escuela? —sugirió Wylan. Escuchó la
gravilla tronar debajo de sus zapatos—. Jesper, ¿recuerdas mucho sobre tu madre?
Había un centenar de preguntas que Wylan deseaba formular, pero cuanto más
se acercaban a la iglesia, menos parecía capaz de capturar un pensamiento y retenerlo.
A la izquierda del edificio, podía ver una glorieta cubierta con glicinas recién florecidas,
el dulce aroma de las flores púrpuras era pesado en el aire primaveral. Un poco más allá
del jardín de la iglesia, y a la derecha, vio una verja de acero forjado y una cerca que
rodeaba un cementerio, una alta figura de piedra se erguía en el centro… una mujer,
supuso Wylan, probablemente Santa Hilde.
—Ese debe ser el cementerio —dijo Wylan, apretando con más fuerza sus flores.
¿Qué estoy haciendo aquí? Ahí estaba de nuevo esa pregunta, y repentinamente no lo supo.
Kaz había tenido razón. Esto era estúpido, sentimental. ¿Qué bien le haría ver una
tumba con el nombre de su madre en ella? Ni siquiera sería capaz de leerlo. Pero habían
recorrido todo este camino.
—Jesper… —empezó, pero en ese momento una mujer con ropa gris de trabajo
rodeó la esquina empujando una carretilla repleta de tierra.
—Y es una bella mañana —dijo Jesper grácilmente—. Venimos desde las oficinas
de Cornelis Smeet.
Ella frunció el ceño y Wylan añadió. —De parte del estimado Concejal Jan Van
Eck.
Leigh Bardugo The Dregs
—Solo una nueva política —dijo Jesper—. Más trabajo para todos.
—¿No es así siempre? —La mujer sonrió de nuevo—. ¿Y veo que trajeron flores?
Wylan bajó la vista al ramo. Parecía más pequeño y más desgreñado de lo que
había pensado. —Nosotros… sí.
Ella se frotó las manos en su blusón informe y dijo: —Los llevaré con ella.
El salón frontal era de dos pisos de altura, su piso tenía limpias baldosas blancas
pintadas con delicados tulipanes azules. No lucía como ninguna iglesia que Wylan
hubiera visto nunca. El silencio en la habitación era tan profundo, que se sentía casi
sofocante. Un largo escritorio estaba colocado en la esquina, y sobre él estaba un jarrón
de las glicinas que Wylan había visto afuera. Inhaló profundamente. El olor era
reconfortante.
—Aquí estamos: Marya Hendriks. Como pueden ver, todo está en orden. Pueden
echarle un vistazo mientras la aseamos. La próxima vez pueden evitar el retraso si nos
notifican de antemano sobre su visita.
Leigh Bardugo The Dregs
La mujer removió un pesado llavero del gabinete y abrió una de las puertas azul
pálido que conducían fuera del salón. Wylan la escuchó girar la llave en la cerradura
desde el otro lado. Dejó las flores silvestres sobre el escritorio. Sus tallos estaban rotos.
Los había estado apretando con demasiada fuerza.
—¡Qué es este lugar? —dijo Wylan—. ¿Qué quiso decir, con la aseamos? —Su
corazón marcó un latido frenético, un metrónomo dispuesto al ritmo equivocado.
—Eso es imposible.
Wylan sacudió la cabeza. Eso no podía ser. —Ella enfermó. Una infección
pulmonar…
—No puede estar viva. Él… él volvió a casarse. ¿Qué hay de Alys?
—Creo que hizo que declararan a tu madre loca y lo utilizó como base para el
divorcio. Esto no es una iglesia, Wylan. Esto es un manicomio.
Leigh Bardugo The Dregs
Santa Hilde. Su padre había estado enviándoles dinero cada año… pero no como
una donación de caridad. Para su manutención. Para su silencio. La habitación
repentinamente estuvo girando.
Jesper tiró de él hasta la silla detrás del escritorio y presionó los omoplatos de
Wylan, urgiéndolo a echarse hacia adelante. —Pon la cabeza entre las rodillas, enfócate
en el piso. Respira.
—Dime el resto.
Jesper soltó una bocanada y continuó girando las páginas del archivo. —Hijo de
perra —dijo después de un minuto—. Hay una transferencia de autoridad en el archivo.
Es una copia.
Wylan mantuvo los ojos sobre el piso de baldosas. —¿Qué? ¿Qué es eso?
Jesper leyó: —Este documento, atestiguado a plena vista de Ghezen y manteniendo los
tratos honestos de los hombres, válido por los tribunales de Kerch y su Consejo Mercante, representa
la transferencia de toda propiedad, finca y posesiones legales de Marya Hendriks a Jan Van Eck,
para ser administradas por él hasta que Marya Hendriks sea de nuevo competente para conducir
sus propios asuntos.
—La transferencia de toda propiedad —repitió Wylan. ¿Qué estoy haciendo aquí?
¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué está haciendo ella aquí?
—Estamos listos para ustedes —dijo—. Ella está bastante dócil hoy. ¿Está bien?
—Mi amigo se está sintiendo un poco débil. Demasiado sol después de todas esas
horas en la oficina del señor Smeet. ¿Podríamos molestarla con un vaso de agua?
Leigh Bardugo The Dregs
Jesper se acuclilló enfrente de Wylan y le puso las manos sobre los hombros.
Caminaron más allá de puertas cerradas, alguna clase de sala de ejercicio. Desde algún
lugar, escuchó gemidos. En un salón amplio, dos mujeres estaban jugando lo que parecía
un juego de adivinanzas.
Mi madre está muerta. Ella está muerta. Pero nada en su interior lo creía. Ya no.
Una mujer estaba sentada en una silla de ruedas, con la cabeza agachada como
si estuviera luchando por no quedarse dormida, las mantas se apilaban alrededor de sus
hombros estrechos. Su rostro estaba arrugado, su cabello de un ámbar desteñido,
recorrido de gris. El color de mi cabello, se dio cuenta Wylan, si hubiera estado en el sol para
que se decolorara. Sintió una inundación de alivio. Esta mujer era demasiado vieja para
ser su madre. Pero entonces ella levantó la barbilla y sus ojos se abrieron. Eran de un
celeste claro, puro, sin cambios, sin atenuaciones.
Los labios de su madre se movieron, pero Wylan no pudo escuchar lo que dijo.
Ella los miró con ojos agudos. Entonces su expresión cambió, se volvió vaga e
interrogadora mientras la certeza abandonaba su rostro. —¿Debería… debería
conocerlos?
Wylan se giró impotente hacia Jesper. No estaba listo para esto. Su madre era un
cadáver largo tiempo enterrado, polvo en la tierra.
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Sobre qué?
—Un nombre encantador para una chica encantadora. El señor Smeet pidió que
eche un vistazo por todas las instalaciones mientras estamos aquí. ¿Le importaría darme
un recorrido rápido?
—Estaremos bien aquí —consiguió decir Wylan, en una voz que sonaba
demasiado alta y demasiado afable a sus oídos—. Solo haré unas preguntas de rutina.
Todo parte de la nueva política.
Ella no era familiar, exactamente, pero había algo en la forma que inclinaba la
cabeza, la forma en que se sentaba, su espalda aún derecha. Como si estuviera ante el
piano.
Él sacó la flauta de su camisa. Había viajado todo el día con ella metida contra
su pecho como alguna clase de secreto, y aún estaba cálida por su cuerpo. Había
planeado tocarla junto a su tumba como alguna especie de idiota. Cómo se habría reído
Kaz de él.
Así que tocó un reel kaelish y luego una saloma marítima de Kerch que era más
apta para el silbato de hojalata. Tocó cada canción que llegó a su mente, pero nada de
luto, nada triste. Ella no habló, aunque ocasionalmente, la vio golpetear con los dedos
de los pies al ritmo de la música, y sus labios se movían como si conociera las palabras.
Al final, dejó la flauta en su regazo. —¿Durante cuánto tiempo has estado aquí?
Él se inclinó hacia delante, buscando alguna respuesta en esos vagos ojos celeste.
—¿Qué te hicieron?
Ella descansó una mano gentil sobre la mejilla de él. Su palma se sentía fría y
seca. —¿Qué te hicieron? —Él no pudo determinar si era un desafío o si ella solo estaba
repitiendo sus palabras.
Leigh Bardugo The Dregs
La puerta se abrió con un golpe. —Bueno, ¿tuvimos una buena visita? —dijo la
enfermera mientras entraba.
—Ustedes dos parecen terriblemente jóvenes para este tipo de trabajo —dijo,
mostrando sus hoyuelos a Jesper.
—Yo podría decir lo mismo de usted —replicó—. Pero ya sabe cómo es, los
nuevos empleados se quedan con las tareas más arduas.
—¿Regresarán pronto?
Los labios de Marya se movieron, pero estaba vez Wylan estaba lo bastante cerca
para escuchar lo que ella murmuraba: Van Eck.
Casi estaban en la puerta azul pálido cuando la enfermera dijo: —¿Les gustaría
ver sus pinturas?
Leigh Bardugo The Dregs
La mujer los condujo de vuelta por donde habían venido y abrió la puerta de lo
que parecía ser un armario.
Wylan sintió que sus rodillas cedían y tuvo que aferrarse a la pared para
equilibrarse. La enfermera no lo notó… ella estaba hablando y hablando. —Las pinturas
son costosas, por supuesto, pero parecen traerle tanto placer. Esta es solo la última tanda.
Cada seis meses, aproximadamente, tenemos que ponerlas en el montón de basura.
Sencillamente no hay espacio para ellas.
Debió haber hecho alguna clase de ruido, porque la enfermera se giró hacia él. —
Oh, cielos —dijo a Jesper—. Tu amigo se ha puesto muy pálido de nuevo. ¿Tal vez un
estimulante?
Estaban a mitad del camino al muelle antes que pudiera conseguir hablar: —Ella
sabe lo que él le hizo. Ella sabe que él no tenía derecho a tomar su dinero, su vida. —
Van Eck, había dicho. No era Marya Hendriks, era Marya Van Eck, una esposa y madre
despojada de su nombre y su fortuna—. ¿Recuerdas cuando dije que él no era malvado?
Las piernas de Wylan cedieron y se sentó con fuerza, justo allí a mitad del
camino, y no consiguió que le importara porque las lágrimas estaban saliendo y no había
forma de que pudiera detenerlas. Rachearon a través de su pecho en sollozos
entrecortados y feos. Odiaba que Jesper estuviera viéndolo llorar, pero no había nada
Leigh Bardugo The Dregs
que pudiera hacer, ni sobre las lágrimas, ni sobre nada al respecto. Enterró la cara en sus
brazos, cubriéndose la cabeza como si al desearlo con la bastante fuerza, pudiera
esfumarse.
—No, no lo está.
Wylan sacudió la cabeza. —No lo entiendes. Fui yo. Yo causé esto. Él deseaba
una nueva esposa. Deseaba un heredero. Un heredero real, no un imbécil que apenas
podía deletrear su propio nombre. —Él tenía ocho cuando su madre había sido enviada
lejos. Ya no tenía que preguntárselo, fue entonces cuando su padre se había rendido con
él.
—Ey —dijo Jesper, sacudiéndolo—. Ey. Tu padre podría haber hecho un montón
de elecciones cuando descubrió que no podías leer. Diablos, podría haber dicho que eras
ciego o que tenías problemas de vista. O mejor aún, sencillamente podría haber estado
feliz con el hecho de que tenía un genio por hijo.
deseaba un desastre como yo por hijo? Tú no causaste esto. Esto sucedió porque tu padre
es un lunático vestido con un traje de calidad.
Wylan presionó el borde de sus palmas contra sus ojos hinchados. —Todo eso es
cierto, y nada de eso me hace sentir mejor.
Jesper le dio otra sacudida en el hombro. —Bueno, ¿qué hay de esto? Kaz va a
destrozar la maldita vida de tu padre.
Wylan estaba a punto de decir que eso tampoco ayudaba, pero vaciló. Kaz
Brekker era la criatura más brutal y vengativa que Wylan había conocido… y había
jurado que iba a destruir a Jan Van Eck. El pensamiento se sintió como agua fría
cayendo en cascada sobre la sensación ardiente y vergonzosa de impotencia que había
estado cargando consigo durante tanto tiempo. Nada podría enderezar esto, nunca. Pero
Kaz podía hacer muy mala la vida de su padre. Y Wylan sería rico. Podría llevarse a su
madre de este lugar. Podrían ir a algún lugar cálido. La pondría frente a un piano, haría
que tocara, la llevaría a algún lugar de colores brillantes y sonidos hermosos. Podrían ir
a Novyi Zem. Podrían ir a cualquier lugar. Wylan levantó la cabeza y se limpió las
lágrimas. —En realidad, eso ayuda un montón.
Jesper sonrió. —Creí que lo haría. Pero si no nos subimos a ese bote de vuelta a
Ketterdam, no habrá nada de justo merecido.
—¿No es tu dinero?
Leigh Bardugo The Dregs
U
na multitud se había reunido afuera de la taberna, atraída por los sonidos de
cristales rotos y problemas. Zoya bajó a Nina y Matthias no demasiado
gentilmente al suelo, y los arreó rápidamente por la parte trasera de la
taberna, rodeados por un pequeño segmento de los hombres armados. El resto
permaneció en la taberna para ofrecer cualquier explicación que se pudiera dar por el
hecho de que un montón de huesos acababan de volar a través del mercado y destrozado
las ventanas del edificio. Matthias ni siquiera estaba seguro de entender lo que había
sucedido. ¿Nina había controlado esas falsas reliquias de Santo? ¿Había sido algo
completamente diferente? ¿Y por qué habían sido atacados?
Solo unos momentos después, Zoya los condujo por una estrecha escalera de
metal a una habitación desnuda con un techo tan bajo que Matthias tuvo que doblarse.
Nina dijo a Zoya algo en ravkano y entonces tradujo la respuesta de Zoya para
Matthias. —Es una media habitación. Cuando la embajada se construyó, crearon un
piso falso metro y medio por encima del piso original. Por la forma en que está dispuesta
en los cimientos, es casi imposible saber que hay otra habitación debajo de ti.
—Sí, pero los edificios de Ketterdam no tienen sótanos, así que nadie nunca
pensaría en buscar debajo.
Parecía una precaución extrema en lo que se suponía que era una ciudad neutral,
pero tal vez los ravkanos habían sido forzados a tomar medidas extremas para proteger
a sus ciudadanos. Debido a gente como yo. Matthias había sido un cazador, un asesino, y
estado orgulloso de hacer bien su trabajo.
Él asintió. Este sería el lugar más seguro para mantener a un grupo de gente si no
deseabas que las voces se elevaran a través del piso de la embajada. Había
aproximadamente quince personas, de todas edades y colores. Parecían tener poco en
común más allá de sus expresiones precavidas, pero Matthias sabía que todos debían ser
Grisha. No habían necesitado la advertencia de Nina para buscar santuario.
—Tal vez los otros salieron por su cuenta o están manteniendo un perfil bajo.
O tal vez ya habían sido capturados. Si Nina no deseaba decir en voz alta la
posibilidad, él tampoco lo haría.
Zoya los condujo a través de una arcada hasta un área donde Matthias estuvo
aliviado de poder pararse derecho. Dada la forma redonda de la habitación, sospechaba
que estaban debajo de alguna clase de cisterna falsa o tal vez una estructura en el jardín.
Su alivio se disolvió cuando uno de los hombres armados de Zoya produjo un par de
grilletes, y Zoya apuntó directamente a Matthias.
Matthias sabía exactamente con quién estaba lidiando. Zoya Nazyalensky era
una de las brujas más poderosas en Ravka. Era una Impulsora legendaria, una soldado
que había servido primero al Darkling, luego a la Invocadora del Sol, y quien había
subido al poder como miembro del Triunvirato del rey Nikolai. Ahora que había
experimentado una probada de sus habilidades en persona, no le sorprendía la velocidad
con la que había ascendido.
Zoya entrecerró los ojos. Miró de Matthias a Nina y luego, con un kerch de
acento cargado, dijo: —Nina Zenik, aún eres una soldado del Segundo Ejército, y aun
soy tu comandante. Estás desobedeciendo órdenes directamente.
—¡Nina! —el grito provino de una chica pelirroja que había aparecido en la
habitación llena de eco.
—¡Genya! —celebró Nina. Pero Matthias habría conocido a esta mujer sin
ninguna presentación. Su rostro estaba cubierto de cicatrices, y usaba un parche ocular
de seda roja bordado con un rayo solar dorado. Genya Safin… la renombrada
Confeccionista, la antigua instructora de Nina, y otra miembro del triunvirato. Mientras
Matthias las observaba abrazarse, se sintió enfermo. Había esperado encontrar un grupo
de Grisha anónimos, gente que había tomado refugio en Ketterdam y luego se
encontraron solos y en peligro. Gente como Nina… no los Grisha de mayor rango de
Ravka. Todos sus instintos le dijeron que luchara o se marchara de este sitio lo más
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rápido posible, no que se quedara allí parado como un pretendiente conociendo a los
padres de su amada. Y, aun así, estas eran las amigas de Nina, sus maestras. Son el
enemigo, dijo una voz en su cabeza, y no estuvo seguro si era la del comandante Brum o
la propia.
Genya dio un paso atrás, apartándole del rostro los mechones rubios de la peluca
de Nina para mirarla mejor. —Nina, ¿cómo es posible? La última vez que Zoya te vio…
Para sorpresa de Matthias, Nina realmente hizo una mueca, como una niña
recibiendo una regañina. No creía que la hubiera visto alguna vez avergonzada.
—Luce bien.
—Lo peor sucedió —dijo Nina—. Y luego sucedió un poco más. —Tomó la
mano de Matthias—. Pero estamos aquí ahora.
Zoya miró sus manos unidas y cruzó los brazos. —Ya veo.
Genya elevó una ceja cobriza. —Bueno, si él es lo peor que puede suceder…
—Ha habido ataques sobre Grisha por toda la ciudad. No sabíamos quién eras o
si podrías estar coludida con los shu, solo que utilizaste el código con el vendedor. Ahora
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Dado lo que Matthias había visto de los nuevos soldados shu, tenían razón en ser
precavidos.
—¿Qué clase de ayuda? No tienes idea de las fuerzas que están en funcionamiento
aquí, Nina. Los shu han desarrollado una droga…
—Jurda parem.
—Por supuesto que lo hizo —dijo Zoya—. ¡Siempre has sido así! Te sumerges en
los problemas como si fuera un baño caliente. ¿Es por eso que luces como gachas de dos
días? ¿Cómo pudiste tomar un riesgo así, Nina?
—No luzco como gachas —protestó Nina, pero tenía esa misma expresión
regañada en la cara. Matthias no pudo soportarlo.
—Ella lo hizo para salvar nuestras vidas —dijo—. Lo hizo sabiendo que podría
estarse condenando a la miseria e incluso la muerte.
un puñado de huesos—. Atacó a nuestros soldados con estos, con esquirlas de hueso,
Genya. ¿Alguna vez has escuchado que sea posible semejante cosa?
Genya lucía menos segura, pero dijo: —Estoy diciéndote que deberíamos
escucharla.
—Muy bien —dijo Zoya—. Espero con oídos abiertos y corazón listo.
Entretenme, Nina Zenik.
Matthias sabía lo que era enfrentar a los mentores que habías idealizado, sentir
el convertirte de nuevo en un pupilo nervioso, ansioso por complacer. Se giró hacia Nina
y dijo en fjerdano: —No dejes que te intimiden. No eres la chica que eras. No eres solo
un soldado al que ordenar.
—Matthias…
Nina dio otro apretón a la mano de Matthias, lanzó hacia atrás la cabeza y dijo:
—Fui capturada por los drüskelle. Matthias me ayudó a escapar. Matthias fue capturado
por los kerch. Yo lo ayudé a escapar. Fui capturada por Jarl Brum. Matthias me ayudó
a escapar. —Matthias no estaba del todo cómodo con lo buenos que eran ambos en ser
capturados.
Nina suspiró. —Ha sido un año duro. Juro que les explicaré todo, y si deciden
que debería ser puesta en un saco y lanzada en el río Sokol, iré con berridos al mínimo.
Pero vinimos aquí esta noche porque vi a los soldados Kherguud atacar en la Duela
Oeste. Quiero ayudar a sacar a estos Grisha de la ciudad antes que los shu los
encuentren.
Zoya tenía que ser varios centímetros más baja que Nina, pero aun así consiguió
ver por encima de la nariz cuando dijo: —¿Y cómo puedes ayudar?
Zoya agitó una mano desdeñosa. —También tenemos un barco. Está encallado
a kilómetros de la costa. El puerto ha sido bloqueado por los kerch y el Consejo de
Mareas. Ningún transporte extranjero puede ir o venir sin permiso expreso de un
miembro del Consejo Mercante.
Así que Kaz había tenido razón. Van Eck estaba utilizando cada trozo de su
influencia con el gobierno para asegurar que Kaz no sacaba a Kuwei de Ketterdam.
—Claro —dijo Nina—. Pero nuestro barco pertenece a un miembro del Consejo
Mercante de Kerch.
Nina explicó algunos de los detalles a Zoya y Genya, aunque Matthias notó que
no mencionó a Kuwei y que se desvió claramente de cualquier mención de la Corte de
Hielo.
Cuando ellas fueron arriba para debatir la propuesta, dejaron a Nina y Matthias
atrás, dos guardias armados apostados en la entrada de la habitación cisterna.
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En fjerdano, Matthias susurró: —Si los espías de Ravka valen algo, tus amigos
van a darse cuenta que nosotros fuimos los que sacamos a Kuwei.
—No susurres —replicó Nina en fjerdano, pero en un tono de voz normal—. Solo
levantará sospechas en los guardias. Y le contaré a Zoya y Genya todo eventualmente,
pero ¿recuerdas lo dispuestos que estábamos a matar a Kuwei? No estoy segura que Zoya
haga la misma elección de perdonarlo, al menos no hasta que esté a salvo sobre suelo
ravkano. Ella no necesita saber quién está en ese bote hasta que ancle en Os Kervo.
A salvo en suelo ravkano. Las palabras cayeron pesadas sobre las entrañas de
Matthias. Estaba ansioso por sacar a Nina de la ciudad, pero nada en el prospecto de ir
a Ravka le parecía a salvo.
Matthias esperaba que eso fuera verdad, pero incluso si lo fuera, no estaba seguro
que importara. —¿Recuerdas lo que me dijiste, Nina? Deseaste que el rey Nikolai
marchara al norte y arrasara todo a su paso.
—Estaba enojada…
—Sí —admitió.
—¿Por qué?
Él había sabido que a ella no le gustaría. —No estaba seguro cómo la parem
afectaría tu poder. Si tenía que detenerte de utilizar la droga, necesitaba ser capaz de
luchar contigo sin lastimarte.
—Sí.
Él asintió, esperando su amonestación, pero todo lo que ella hizo fue observarlo,
con la cara pensativa. Ella se acercó. Matthias lanzó una mirada intranquila a las
espaldas de los guardias, visibles a través del umbral.
—Este no es el momento…
—No.
Ella se detuvo, y él pudo verla luchar con lo que deseaba decir. —¿Es por la forma
en que me comporté en el barco? ¿La forma en que actué la otra noche… cuando intenté
que me dieras el resto de parem?
—Nina, te di mi juramento.
—Pero…
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—Tus enemigos son mis enemigos, y estaré contigo contra cualquier oponente…
incluyendo esta maldita droga.
Ella sacudió la cabeza como si él estuviera diciendo sinsentidos. —No quiero que
estés conmigo por un juramento, o porque pienses que necesitas protegerme, o porque
crees que me debes alguna estúpida deuda de sangre.
Djel, era terrible en esto. Tartamudeó, intentando hacerla entender. —Pero estoy
agradecido cada día por ese desastre. Necesitaba un cataclismo para sacudirme de la
vida que conocía. Tú fuiste un terremoto, una avalancha.
—Yo —dijo ella, plantando una mano en la cadera—, soy una flor delicada.
—No eres una flor, eres cada flor en el bosque floreciendo a la vez. Eres un
maremoto. Eres una estampida. Eres sobrecogedora. Abrumadora.
—¿Y qué preferirías? —dijo, con los ojos ardientes, el más ligero temblor en la
voz—. ¿Una decorosa chica fjerdana que viste cuellos altos y se sumerge en agua fría
cada vez que tiene la urgencia de hacer algo emocionante?
Ella se acercó más a él. De nuevo, sus ojos se desviaron a los guardias. Tenían
las espaldas giradas, pero Matthias sabía que debían estar escuchando, sin importar qué
lenguaje él y Nina estuvieran hablando. —¿A qué le tienes tanto miedo? —lo retó—. No
los mires a ellos, Matthias. Mírame a mí.
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Miró. Era una lucha no mirar. Le encantaba ver sus ropas fjerdanas, el pequeño
chaleco de lana, el movimiento circular de sus faldas. Sus ojos verdes eran brillantes, sus
mejillas rosas, sus labios estaban ligeramente separados. Era demasiado fácil imaginarse
arrodillándose como un penitente frente a ella, dejando que sus manos se deslizaran por
las curvas blancas de sus pantorrillas, levantando esas faldas, más allá de sus rodillas
hasta la piel cálida de sus muslos. Y la peor parte es que sabía lo bien que se sentiría la
piel de ella. Cada célula en su cuerpo recordaba la presión de su cuerpo desnudo esa
primera noche en el campamento ballenero. —Yo… no hay nadie a quien desee más;
no hay nada que desee más que ser abrumado por ti.
—Tienes mi atención.
—Nuestro primer beso sería en un bosque iluminado por el sol o bajo un cielo
estrellado después de una danza de la villa, no en una tumba o algún sótano húmedo y
oscuro con guardias en la puerta.
—Déjame entender bien esto —dijo Nina—. ¿No me has besado porque el
escenario no es apropiadamente romántico?
—El primer día que aparecieras en mi casa para este cortejo decoroso, yo te
habría arrinconado en la alacena —dijo—. Pero por favor, cuéntame más sobre las
chicas fjerdanas.
—Si coqueteara con una planta, puedes apostar a que se levantaría y lo notaría.
¿Estás celoso?
—Todo el tiempo.
—Me alegra. ¿Qué estás mirando, Matthias? —El bajo retumbar de su voz vibró
directamente a través de él.
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—Posiblemente.
—¿Cuántas reglas has roto desde que me conociste? ¿Cuántas leyes? No serán las
últimas. Nada respecto a nosotros será decoroso —dijo. Inclinó la cabeza hacia la de él.
Tan cerca ahora que era como si ya se estuvieran tocando—. Ni la forma en que nos
conocimos, ni la vida que llevemos, y no la forma en que nos besemos.
Ella se puso de puntillas, y así de fácil, su boca estaba contra la suya. Era apenas
un beso… solo una rápida y alarmante presión de sus labios.
Antes que ella pudiera siquiera pensar en apartarse, él la estaba sujetando. Sabía
que probablemente estaba haciendo todo incorrectamente, pero no pudo importarle,
porque ella estaba en sus brazos, sus labios estaban separados, sus manos enredándose
alrededor de su cuello, y dulce Djel, su lengua estaba en la boca de él. No era de extrañar
que los fjerdanos fueran tan precavidos sobre el cortejo. Si Matthias podía estar besando
a Nina, sintiendo su mordisco en su labio con sus dientes habilidosos, sentir su cuerpo
apretado contra el suyo, escucharla liberar ese pequeño suspiro en el fondo de la
garganta, ¿por qué se molestaría en hacer otra cosa? ¿Por qué lo haría alguien?
Ella era dulce como la primera lluvia, exuberante como pradera reverdecida. Sus
manos se curvaron en la espalda de ella, trazando su figura, la línea de su columna, el
ensanchamiento enfático de sus caderas.
Él abrió los ojos, seguro que había cometido algún error terrible. Nina se estaba
mordiendo el labio inferior… estaba rosa e hinchado. Pero estaba sonriendo, y sus ojos
chispeaban. —¿Hice algo mal?
Zoya se aclaró la garganta. —Me alegra que ustedes dos encontraran una forma
de pasar el tiempo mientras esperaban.
Su expresión era puro disgusto, pero junto a ella, Genya lucía como si estuviera
a punto de explotar de alegría.
Zoya rodó los ojos. —Estamos haciendo un trato con un par de adolescentes
locos de amor.
Matthias sintió otra oleada de calor en la cara, pero Nina solo ajustó su peluca y
dijo: —¿Entonces aceptarán nuestra ayuda?
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—Estén preparados para una pelea —dijo Matthias—. Los shu estarán
observando este sector de la ciudad. No han tenido la temeridad de atacar la embajada
o el mercado aún, pero solo es una cuestión de tiempo.
—Nadie me capturará viva —dijo la chica. Deslizó una diminuta tableta amarillo
pálido de su bolsillo, mostrándola entre sus dedos.
—¿Veneno?
No eres un buen hombre, había gritado ella. Eres un buen soldado, y lo triste es que ni
siquiera conoces la diferencia. Ella había sido miserable después, sollozando, enferma de
hambre, enferma de arrepentimiento. Lo siento, había dicho. No lo dije en serio. Sabes que
no lo dije en serio. Y un momento después: Si tan solo me ayudaras. Sus hermosos ojos
estaban llenos de lágrimas, y en la débil luz de las linternas, su piel pálida había parecido
bañada de escarcha. Por favor, Matthias, tengo tanto dolor. Ayúdame. Él habría hecho
cualquier cosa, intercambiado cualquier cosa para tranquilizar su sufrimiento, pero
había jurado que no le daría más parem. Había hecho un juramento de que no la dejaría
convertirse en una esclava de la droga, y él tenía que honrarlo, sin importar lo que le
costara.
No puedo, mi amor, había susurrado él, presionando una tolla fría en su frente. No
puedo conseguirte más parem. Hice que cerraran la puerta desde el exterior.
En un destello, la cara de ella cambió, sus ojos fueron como rendijas. Entonces
derriba la jodida puerta, inútil skiv.
No.
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Horas después, ella había estado en silencio, su energía agotada, triste pero
coherente. Se había tendido de costado, sus párpados de un tono amoratado de violeta,
el aliento le salía en jadeos superficiales, y dijo: —Háblame.
—¿Sobre qué?
Él no debería haberse sorprendido que ella supiera de los isenulf, los lobos blancos
criados para acompañar en batalla a los drüskelle. Eran más grandes que lobos ordinarios,
y aunque estaban entrenados para obedecer a sus amos, nunca perdían la cualidad
salvaje e indómita que los separaba de sus distantes primos domesticados.
Había sido difícil pensar en Fjerda, la vida que había dejado atrás
definitivamente, pero se hizo hablar, ansioso por cualquier forma de distraerla. —A
veces hay más lobos que drüskelle, a veces más drüskelle que lobos. Los lobos deciden
cuándo aparearse, con poca influencia del criador. Son demasiado obstinados para eso.
Nina había sonreído, luego hecho una mueca de dolor. —Continúa —había
susurrado.
—La misma familia ha estado criando a los isenulf durante generaciones. Viven
muy al norte, cerca de Stenrink, el Anillo de Piedras. Cuando una nueva camada llega,
nosotros viajamos a pie y por trineo, y cada drüskelle elige un cachorro. Desde entonces,
cada uno es la responsabilidad del otro. Luchan juntos, duermen en las mismas pieles,
tus raciones son las raciones de tu lobo. Él no es tu mascota. Es un guerrero como tú,
un hermano.
—Un drüskelle puede entrenar un nuevo lobo, pero es una pérdida terrible.
¿Cuándo los otros drüskelle habían decidido que Matthias estaba muerto? ¿Había
sido Brum el que había llevado a Trass al hielo del norte? La idea de su lobo abandonado,
aullando por Matthias para que viniera y lo llevara a casa, le talló un hueco doloroso en
el pecho. Se sentía como si algo se hubiera roto allí y dejado un eco, el solitario crujir de
una rama demasiado pesada por la nieve.
Como si ella hubiera percibido su dolor, Nina había abierto los ojos, el verde
pálido de un capullo a punto de abrirse, el color que lo había devuelto del hielo. —¿Cuál
era su nombre?
—Trassel.
Había tomado más de una semana de duro viaje alcanzar el Anillo de Piedras.
Matthias no había disfrutado el viaje. Él tenía doce años de edad, nuevo a los drüskelle,
y cada día había pensado en huir. No le molestaba el entrenamiento. Las horas pasadas
corriendo y haciendo esgrima ayudaba a mantener a raya el anhelo que sentía por su
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familia. Deseaba ser un oficial. Deseaba combatir Grisha. Deseaba una oportunidad
para traer honor al recuerdo de sus padres y su hermana. Los drüskelle le habían dado
propósito. ¿Pero el resto? ¿Las bromas en el comedor? ¿Las interminables charlas
jactándose sin sentido? Eso no le servía de nada. Él tenía una familia. Estaban enterrados
debajo de la tierra negra, sus almas idas a Djel. Los drüskelle eran meramente un medio
para un fin.
Había montado en la parte trasera del trineo durante todo el viaje, acurrucado en
sus pieles, sin hablarle a nadie, y cuando finalmente habían llegado al Anillo de Piedras,
se había quedado rezagado, inseguro de sí mismo mientras los otros drüskelle iban
corriendo al gran granero, gritando y empujándose unos a otros, cada uno de ellos
arrojándose a la pila de lobeznos blancos agitados, con sus ojos como trozos de hielo
azul.
La verdad era que deseaba desesperadamente un lobezno, pero sabía que tal vez
no habría suficientes para todos. Dependía del criador qué chico se emparejaba con cada
cachorro y quién iba a casa con las manos vacías. Muchos de los chicos ya estaban
hablando con la anciana, intentando encantarla.
Matthias sabía que debería intentar ser afable, hacer alguna clase de esfuerzo,
pero en su lugar se encontró atraído a las casetas en la parte trasera del granero. En el
rincón, en una jaula de alambres, captó un destello amarillo… luz reflejada de un par de
ojos cautelosos. Se acercó más y vio un lobo, ya no un cachorro, pero aún no del todo
crecido. Gruñó cuando Matthias se acercó a la jaula, con los pelos del pescuezo erizados,
la cabeza baja, los dientes desnudos. El joven lobo tenía una larga cicatriz a través del
morro. Atravesaba su ojo derecho y cambiaba parte del iris de azul a castaño moteado.
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—No quieres tener nada que ver con ese —dijo la criadora.
Matthias no sabía cuándo ella se había deslizado detrás de él. —¿Él puede ver?
—Salió cuando aún era un cachorro. Cruzó tres kilómetros de campos helados.
Un niño lo encontró y lo cortó con una botella rota. No deja que nadie se acerque a él
desde entonces, y se está poniendo demasiado mayor para entrenarlo. Probablemente
tendré que dormirlo pronto.
—Déjeme llevármelo.
Tan pronto la mujer se alejó, Matthias abrió la jaula. E igual de rápido, el lobo se
arrojó hacia delante y lo mordió.
Matthias deseaba gritar mientras los dientes del lobo se hundían en su antebrazo.
Cayó al suelo, con el lobo encima de él, el dolor más allá de cualquier cosa que hubiera
conocido. Pero no hizo un sonido. Sostuvo la mirada del lobo mientras sus dientes se
hundían a mayor profundidad en el músculo de su brazo, un gruñido retumbaba a través
del pecho del animal.
Matthias sospechaba que las mandíbulas del lobo eran lo bastante fuertes para
romper hueso, pero no luchó, no gritó, no dejó caer la mirada. No te lastimaré, juró, incluso
si tú me lastimas.
Pasó un largo momento, y luego otro. Matthias podía sentir que la sangre
empapaba su manga. Creyó que tal vez perdería la consciencia.
El sueño había venido cada noche desde entonces. Era difícil no verlo como
alguna clase de presagio, y cuando Nina casualmente había dejado caer esa píldora
amarilla en su bolsillo, había sido como observar la tormenta avanzar: el rugido del
viento llenando sus orejas, el frío clavándose en sus huesos, la certeza de que iba a
perderla.
—¿Qué?
—¿Debido a parem?
Nina descansó una mano sobre su brazo. —No voy a ser capturada, Matthias.
—Pero si lo fueras…
—No sé lo que la parem me hizo. Tengo que creer que los efectos se desvanecerán
con el tiempo.
—¿Y si no?
—Tienen que —dijo, con la frente arrugada—. No puedo vivir así. Es como…
ser solo la mitad de mí. Aunque…
—El anhelo no es tan malo ahora mismo —dijo, como dándose cuenta ella
misma—. De hecho, apenas he pensado en parem desde la pelea en la taberna.
—Lo fue. —La cara de Nina se partió en una sonrisa cegadora—. Matthias, estoy
famélica.
—Vas a luxarte algo si continúas haciendo eso —dijo ella con otra sonrisa
radiante.
—No quisiera ver esa ave. Ahora vayamos a conseguirme una pila de gofres el
doble de alta que tú. Yo…
—Alguien debió pedir ver el cuerpo de Muzzen antes de incinerarlo. —Tal vez
los fjerdanos. Tal vez sencillamente alguien en la prisión. En la parte inferior había más
palabras impresas en kerch que Matthias no podía leer, pero entendió su propio nombre
y el número lo bastante bien—. Cincuenta mil kruge. Están ofreciendo una recompensa
por mi captura.
—No —dijo Nina. Señaló el texto debajo del gran número y tradujo—: Buscado:
Matthias Helvar. Muerto o vivo. Le han puesto un precio a tu cabeza.
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—Gracias a todos los Santos —dijo Inej, dejando su trabajo en la mesa con
Wylan y Kaz. Estaban ensamblando la masa de alambres y engranajes que Kaz había
robado del Cirkus Zirkoa. Wylan había pasado las últimas dos horas haciendo
modificaciones para asegurar la integridad de Inej en los silos, conectando las
abrazaderas magnetizadas que se sujetarían a sus costados metálicos.
—Todo salió muy bien —dijo Nina—. Dejando de lado el romper algunas
ventanas y casi recibir un disparo.
—Nada que no pudiéramos manejar —dijo Nina—. Por favor, dime que hay algo
para comer.
Todos miraron a Nina. Ella hizo una reverencia. —Sí, sí, Nina Zenik tiene
hambre. Ahora, ¿alguien me dará de comer antes de que me vea obligada a cocinar a
uno de ustedes?
—¿Por galletas?
—Maldita sea —dijo Jesper—. Kaz y Wylan siguen a la cabeza. —Hizo un gesto
hacia donde habían pegado el resto de los carteles de «Se busca»: Jesper, Kaz e Inej,
todos estaban allí. Van Eck aún no se había atrevido a colocar la cara de Kuwei Yul-Bo
sobre cada superficie de Ketterdam, pero había tenido que mantener la farsa de que
buscaba a su hijo, así que también había un cartel que ofrecía una recompensa por el
regreso seguro de Wylan Van Eck. Mostraba sus rasgos antiguos, pero Jesper no creía
que tuvieran mucha semejanza. Solo Nina no estaba entre los carteles. Ella nunca había
conocido a Van Eck, y aunque tenía conexiones con los Indeseables, era posible que no
supieran de su participación.
Matthias examinó los carteles. —¡Cien mil kruge! —Le lanzó una mirada de
incredulidad a Kaz—. Tú difícilmente vales eso.
El tintineo de una sonrisa tiró de los labios de Kaz. —Como el mercado lo dicte.
—Dímelo a mí —dijo Jesper—. Ellos solo ofrecen treinta mil por mí.
—Sus vidas están en juego —dijo Wylan—. ¿Cómo pueden actuar como si fuera
una competencia?
—Tal vez deberíamos ir a Ravka —dijo Nina, golpeando el cartel de «Se busca»
de Inej—. No es seguro que te quedes aquí.
—De ninguna manera. Permaneceré aquí con un perfil bajo. Quiero ver cómo la
vida de Van Eck se deshace cuando caiga el mazo.
—Pero tu podrías venir —dijo Nina a Inej—. ¿Jesper? Podríamos llevar a Colm
también.
—De ninguna manera —dijo Jesper—. Quiero que Pá obtenga su dinero lo más
rápido posible y luego regrese a Novyi Zem. No voy a dormir tranquilo hasta que esté a
salvo en la granja. Nos esconderemos en su hotel hasta que Van Eck haya sido
desacreditado y el mercado del azúcar se vuelva loco.
Todos miraron al Espectro, excepto Jesper. Él observó a Kaz, curioso por ver
cómo reaccionaría ante la perspectiva de que Inej abandonara la ciudad. Pero la
expresión de Kaz era impasible, como si esperara escuchar a qué hora se serviría la cena.
Jesper arqueó las cejas. —¿Desde cuándo eres marinero?, ¿Y qué persona sana
querría pasar más tiempo en un barco?
Inej sonrió. —He oído decir que esta ciudad enloquece a la gente.
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Kaz sacó su reloj del chaleco. —Comenzaremos a las ocho campanadas. Van
Eck reunirá al Consejo Mercante en su casa para una reunión esta noche.
Nina tomó la botella y colocó una cantidad generosa del extracto detrás de sus
orejas y en sus muñecas. —Esperemos que los Kherguud funcionen de la misma manera.
—Es mejor que tus refugiados estén preparados —dijo Kaz—. ¿Cuántos hay?
—¿Por qué todos están tan decididos a quedarse en esta miserable ciudad? —
gruñó Nina.
Jesper inclinó la silla hacia atrás, estudiando a Kaz. No le había sorprendido que
Wylan quisiera quedarse en Ketterdam. —Tu sabías —dijo, juntando las piezas—.
Sabías que la madre de Wylan estaba viva.
Jesper sintió una punzada de rabia. Una cosa era que Kaz jugara con él, pero
Wylan no era como el resto de ellos. A pesar de la mala mano que había tenido con su
padre, Wylan no había dejado que sus circunstancias o esta ciudad le hicieran perder la
bondad. Aún creía que la gente podía hacer lo correcto. Jesper señaló con un dedo a
Kaz. —No deberías haberlo enviado así a Santa Hilde. Fue cruel.
—Fue necesario.
Kaz unió las manos sobre su bastón. —Se está haciendo tarde, así que todo el
mundo haga a un lado sus pañuelos dePobre Wylan y enfóquense en la tarea que tienen
a mano. Matthias, Jesper y Kuwei partirán a la embajada a las nueve y media. Se
acercarán desde el canal. Jesper, eres alto, moreno y sobresales demasiado...
—Y eso significa que tendrás que ser dos veces más cuidadoso.
—Trata de tomar esto en serio —dijo Kaz, la voz como una hoja oxidada. ¿Era
esa preocupación real? Jesper trató de no preguntarse si era por él o por el trabajo—.
Muévanse rápidamente y lleven a todos a los muelles no antes de las diez. No quiero
que todos se queden dando vueltas, llamando la atención. Nos reunimos en el Tercer
Puerto, en quince minutos. El barco se llama el Verrhader. Navega la ruta de Kerch a
Ravka varias veces al año. —Se levantó—. Sean inteligentes y permanezcan tranquilos.
Nada de esto funciona si Van Eck se pone alerta.
Jesper también lo quería. Quería verlos a salvo del otro lado después de esta
noche. Levantó la mano. —¿Habrá champán?
Nina se terminó la última de las galletas, lamiéndose los dedos. —Yo estaré allí,
y soy efervescente.
Después de eso, no había nada que hacer, más que terminar de empacar su
equipo. No habría un gran adiós.
Jesper se acercó a la mesa donde Wylan empacaba su morral y fingía buscar algo
que necesitaba en la pila de mapas y documentos.
—¿De verdad?
—Debería.
Wylan esperó. Jesper no tenía respuesta para él. Si regresaba a la granja, estaría
lejos de las tentaciones de Ketterdam y del Barril. Pero podría encontrar un nuevo tipo
de problemas. Y habría tanto dinero. Incluso después de que el préstamo fuera pagado,
todavía habría más de tres millones de kruge. Se encogió de hombros de nuevo. —Kaz
es el planificador.
—No. Solo sé que voy a sacar a mi madre de ese lugar y tratar de construir una
especie de vida para nosotros. —Wylan asintió con la cabeza a los carteles en la pared—
. ¿Es esto realmente lo que quieres?, ¿ser un criminal?, ¿seguir saltando desde tu siguiente
recompensa a la próxima pelea y a la siguiente casi victoria?
—Sí, esto es lo que quiero —dijo Jesper. Wylan se colocó el morral sobre el
hombro, y sin pensarlo, Jesper extendió la mano y desató la correa. Pero Wylan no lo
soltó—. Pero no es todo lo que quiero.
Le voy a pegar en su dura cabeza con ese bastón. Jesper soltó la correa. —Sin llantos.
—Sin funerales —dijo Wylan en voz baja. Él y Kaz desaparecieron por la puerta.
Nina e Inej fueron las siguientes. Nina había desaparecido en uno de los pasajes
para cambiarse el ridículo traje de fjerdana y ponerse unos pantalones prácticos, un
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abrigo y una túnica, todo de hechura ravkana. Había llevado a Matthias con ella y había
emergido arrugada y sonrosada varios minutos después.
Inej empujó la botella de extracto de café hacia Jesper. —Trata de ser cauteloso
esta noche, Jes.
—Soy tan bueno siendo prudente como Matthias es bueno teniendo diversión.
Había más que quería decirles a todos ellos, en su mayoría a Inej, pero no delante
de los demás. Tal vez nunca, admitió. Le debía una disculpa a Inej. Su descuido les había
llevado a una emboscada en el Quinto Puerto antes de partir para el trabajo de la Corte
de Hielo, y el error casi le había costado la vida al Espectro. Pero, ¿cómo demonios te
disculpas por eso?, Lamento que casi te apuñalaran. ¿Quién quiere gofres?
Antes de que pudiera meditar más, Inej le había plantado un beso en la mejilla,
Nina había apuntado un gesto de un solo dedo a la pared de carteles buscados, y Jesper
estaba atrapado esperando las nueve y media campanadas, mirando a Kuwei y un
ansioso Matthias.
El pobre niño está asustado, pensó Jesper. —No, pero tendrás a Nina y a Matthias
contigo.
Jesper tuvo que reírse. —Él no es lo que yo llamaría festivo, pero tiene algunas
buenas cualidades.
—Ella no tiene que estarlo esta noche. La idea es no entrar en una pelea, por
desgracia.
Jesper alisó la esquina de uno de los mapas. —No estoy seguro, pero creo que
ella mató a un hombre ahogándolo con una nube de polvo.
—Gracias por notarlo. —Jesper estiró las piernas y cruzó un tobillo sobre el
otro—. ¿Tienes algo que decir, Matthias?
—Mi padre…
—Tu padre podría ir con nosotros esta noche. Y si estás tan preocupado por él,
¿por qué no estuviste en su hotel hoy?
—Sí. Exactamente. Para esconderse más fácilmente. Si los Grisha no usan sus
poderes, se enferman. Envejecen, se cansan fácilmente, pierden el apetito. Es una forma
en que los shu identifican a los Grisha que tratan de vivir en secreto.
—No uso mi poder —dijo Jesper—. Y, sin embargo… —Él levantó sus dedos,
enumerando sus puntos mientras los decía—. Uno: En una apuesta me comí, literal, un
pozo lleno de gofres empapados en jarabe de manzana y casi regresé por una segunda
ración. Dos: La falta de energía nunca ha sido mi problema. Tres: Nunca he estado
enfermo un día de mi vida.
Jesper tocó los revólveres. Aparentemente el fjerdano tenía mucho en mente esta
noche.
Kuwei abrió su mochila y sacó una lata de jurda corriente, del tipo que se vendía
en cada tienda de la esquina en Ketterdam. —Jurda es un estimulante, bueno para
combatir la fatiga. Mi padre piensa… pensó que era la respuesta para ayudar a los de
nuestra clase. Si él podía encontrar la fórmula correcta, permitiría a los Grisha
mantenerse saludables mientras ocultan sus poderes.
—No funcionó de esa manera, ¿verdad? —dijo Jesper. Tal vez estaba un poco
enfadado.
—Las pruebas no salen siempre como estaban planeadas. Alguien del laboratorio
habló de más. Nuestros líderes escucharon sobre ello y vieron un destino diferente para
la parem. —Sacudió la cabeza e hizo un gesto a su mochila—. Ahora trato de recordar
los experimentos de mi padre.
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—Debe ser fascinante. Día uno: sentado en la tumba. Día dos: sentado en la
tumba un poco más.
Kuwei frunció el ceño. —Algo. Creo. En un laboratorio con científicos reales, tal
vez más. No soy mi padre. Él era un Fabricador. Yo soy un Inferno. Esto no es en lo
que soy bueno.
Kuwei le lanzó una mirada especulativa, luego frunció el ceño. —Nunca tuve la
oportunidad de averiguarlo. Vivimos una vida de temor en Shu Han. Nunca fue un
hogar.
Eso era algo que Jesper podía comprender. Cogió la lata de jurda y abrió la tapa.
Era materia de calidad, de aroma dulce, las flores secas casi enteras y un color
anaranjado vibrante.
—¿Cómo funcionaría?
—Sí. Drenaría la parem —dijo Kuwei—. Pero incluso si tenemos éxito, ¿cómo
administrarlo?
Jesper apretó una de las flores de jurda entre sus dedos. Eventualmente, alguien
podría imaginar cómo crear su propia versión de jurda parem, y cuando lo hicieran, una
de estas flores podría valer una fortuna bastante considerable. Si se concentraba en sus
pétalos, incluso un poco, podía sentir que se deshacían en sus componentes más
pequeños. No era exactamente ver, más como detectar todos los diferentes pedacitos de
materia que formaban un solo todo.
—Jes —dijo al fin—. Nunca debes hacer eso de nuevo. Prométemelo. Tu mamá
tenía el mismo don. Pero solamente puede traerte miseria.
—Lo prometo —dijo Jesper rápidamente, deseando hacer las cosas bien, todavía
sintiendo vergüenza al ver a su paciente padre, de modales suaves, tan furioso. Pero todo
lo que había pensado era, Má no parecía miserable.
bastante mayor para trabajar los campos con su padre, se le había permitido quedarse
en casa con ella. Siempre había ropa que lavar, comida que preparar, leña que cortar, y
a Jesper le encantaba ayudarla.
sus dedos, y ella hacia su propia pólvora, extrayendo el salitre de un lago grande y seco
cerca de donde vivían. —¿Por qué pagar por algo que yo puedo hacer mejor? —
preguntaba—. Pero no le mencionemos esto a Pá, ¿mm? —Cuando Jesper le preguntaba
por qué, ella simplemente decía—: Porque él tiene bastante de qué preocuparse, y no me
gusta cuando se preocupa por mí. —Pero Pá se preocupaba, especialmente cuando uno
de los amigos zemeníes de su madre llegaba a la puerta buscando ayuda o curación.
—¿Crees que los esclavistas no pueden llegar hasta aquí? —le había preguntado
una noche, caminando de un lado a otro en su cabaña mientras Jesper se acurrucaba en
sus mantas, fingiendo dormir para poder escuchar—. Si se esparce el rumor de que hay
una Grisha viviendo aquí…
—Esa palabra —dijo Aditi con una ondulación de una de sus graciosas manos—
, no es nuestra palabra. No puedo ser otra cosa que lo que soy, y si mis dones pueden
ayudar a la gente, entonces es mi deber usarlos.
—¿Y nuestro hijo? ¿No le debes nada? Tu primer deber es estar a salvo para que
no te perdamos.
Pero la madre de Jesper había tomado el rostro de Colm en sus manos, tan suave,
tan amablemente, con todo el amor brillando en sus ojos. —¿Qué clase de madre sería
para mi hijo si escondiera mis talentos? ¿Si dejo que el miedo sea mi guía en esta vida?
Sabías lo que era cuando me pediste que te eligiera, Colm. Ahora no pidas que sea
menos.
Ella rio y lo besó. —Entonces debes mantenerme cerca —decía ella con un guiño.
Y la discusión terminaba. Hasta la próxima vez.
—Si fuese Jes el que estuviera sufriendo, ¿dirías eso? —preguntó su madre.
—Aditi…
Ella había besado la mejilla de Colm, y luego había apretado a Jesper entre sus
brazos. —¿Está despierto mi conejito?
—Bueno, entonces debes estar soñando. —Lo empujó de regreso, besó sus
mejillas y su frente—. Ve a dormir, conejito, y volveré mañana.
La mujer que esperaba en la puerta era más gorda que su madre, pero casi tan
alta, su cabello recogido en espesos rollos de trenzas. Ella los guio adentro, diciendo: —
Ella está arriba.
En los años siguientes, cuando Jesper había reconstruido lo que había sucedido
durante esos terribles días, recordaba muy pocas cosas: los suelos de madera pulida de
Leigh Bardugo The Dregs
la casa de campo y cómo se sentían casi sedosos bajo sus dedos, los ojos de la mujer
robusta, y la niña, una niña varios años mayor que Jesper con trenzas como las de su
madre. La muchacha había bebido de un pozo que había sido excavado demasiado cerca
de una de las minas. Se suponía que debía haber sido tapado, pero alguien simplemente
había quitado el cubo. El cabrestante seguía allí, y la vieja cuerda. Así que la niña y sus
amigos habían usado una de sus fiambreras para sacar el agua, fría como la mañana y
dos veces más clara. Los tres se habían enfermado esa noche. Dos de ellos habían
muerto. Pero la madre de Jesper había salvado a la muchacha, la hija de la mujer
robusta.
Ahora no había nadie a quien llamar para salvarla. Jesper no sabía cómo hacerlo.
Si ella hubiera estado consciente, si hubiera sido más fuerte, ella misma podría haberse
curado. En vez de eso, se deslizó hacia algún sueño profundo, su respiración se volvió
más y más laboriosa.
triste, e incluso ahora, al ver aquellas flores de color rosa pálido en una vitrina o bordadas
en sedas de una dama, lo ponían siempre de un humor melancólico. Lo transportaban
al olor de la tierra fresca, el viento susurrando a través de los campos, el barítono
tembloroso de su padre cantando una canción solitaria, un aire kaelish en palabras que
Jesper no entendía.
Cuando Colm terminó, y las últimas notas subieron a las ramas del cerezo, Jesper
dijo: —¿Era Má una bruja?
Colm puso una mano pecosa sobre el hombro de su hijo y lo acercó. —Era una
reina, Jes —dijo—. Era nuestra reina.
Jesper había hecho la cena para ellos esa noche, galletas quemadas y sopa acuosa,
pero su padre comió todos los bocados y le había leído de su libro kaelish de los Santos
hasta que las luces disminuyeron su fulgor y el dolor en el corazón de Jesper se calmó lo
suficiente para que pudiera dormir. Y así había sido desde entonces, los dos, cuidándose
el uno al otro, trabajando los campos, juntando y secando jurda en los veranos, tratando
de hacer rendir la granja. ¿Por qué no había sido suficiente?
Pero, aun cuando Jesper tenía el pensamiento, sabía que nunca podría ser
suficiente. Nunca podría volver a esa vida. No había sido creado para ella. Tal vez si su
madre hubiera vivido, le habría enseñado a canalizar su inquietud. Tal vez le hubiera
enseñado a usar su poder en lugar de ocultarlo. Tal vez habría ido a Ravka para ser un
soldado de la corona. O tal vez habría terminado aquí mismo de todos modos.
Fue entonces cuando la ventana se rompió. Jesper tenía las armas preparadas en
menos de una respiración, mientras Matthias empujaba a Kuwei y se llevaba el rifle al
hombro. Se acercaron a la pared y Jesper se asomó por el cristal manchado. En las
sombras del cementerio vio linternas levantadas, formas cambiantes que tenían que ser
personas, mucha gente.
—A menos que los fantasmas acaben de animarse mucho —dijo Jesper—, parece
que tenemos compañía.
Leigh Bardugo The Dregs
Leigh Bardugo The Dregs
Inej y Nina amarraron su bote en el ancho canal central que corría por el centro
del distrito y bajaron por el silencioso muelle, manteniéndose cerca de los almacenes y
lejos de las farolas que delineaban el borde del agua. Pasaron barcazas llenas de madera
y de inmensos contenedores llenos de carbón. De vez en cuando, vislumbraban hombres
que trabajaban a la luz de una linterna, levantando barriles de ron o fardos de algodón.
Esta valiosa carga no podía dejarse desatendida durante la noche. Cuando casi llegaban
a Arrecife Dulce, vieron a dos hombres descargando algo de un gran vagón aparcado al
lado del canal, iluminado por una sola lámpara de color azul.
—No hay espacio. Sé que se habló de reabrir Velo Negro hace mucho tiempo,
pero todo se detuvo cuando atacó la plaga de la Doncella de la Reina. La gente tiene
demasiado miedo del contagio. Si tu familia se lo puede permitir, te envían a un
cementerio o a un campo santo fuera de Ketterdam. Y si no pueden…
Sin llantos, sin funerales. Otra manera de decir buena suerte. Pero era algo más.
Un oscuro guiño al hecho de que no habría costosos entierros para gente como ellos, sin
lápidas de mármol para recordar sus nombres, sin guirnaldas de mirto y rosas.
Inej tomó la delantera cuando se acercaron a Arrecife Dulce. Los propios silos
eran desalentadores, vastos como dioses centinelas, monumentos a la industria,
estampados con el laurel rojo Van Eck. Pronto todos sabrían de qué se trataba ese
emblema: la cobardía y el engaño. El conjunto circular de los silos de Van Eck estaba
rodeado por una alta valla metálica.
—No será un problema. —Había sido inventado para mantener el ganado en sus
corrales. No presentaría ningún desafío para el Espectro.
Señalaría a Inej con un breve destello de luz verde cuando estuviera despejado, para que
pudiera cruzar.
—Son mucho más altos de cerca —dijo Nina—. ¿Estás lista para esto?
Inej no podía negar que eran intimidantes. —No importa la altura de la montaña,
la escalada es la misma.
Nina se cubrió la boca con horror. —Voy a comer el doble de pastel para
compensarlo.
—Inej —dijo Nina con voz vacilante—, deberías saber, mi poder no ha sido el
mismo desde la parem. Si nos metemos en una pelea…
—No habrá peleas esta noche. Atravesaremos como fantasmas. —Ella le dio a
Nina un apretón en los hombros—. Y no conozco un guerrero más feroz, con poderes o
no.
—Pero…
En los pocos pasos que le llevó cruzar el espacio desde su almacén mirador hasta
la piscina de luz de lámpara que bañaba la caseta de guardia, todo el comportamiento
Leigh Bardugo The Dregs
de Nina cambió. Inej no pudo explicarlo, pero sus pasos se hicieron más precavidos, sus
hombros cayeron ligeramente. Casi parecía encogerse. Ya no era una Grisha entrenada,
sino una joven inmigrante nerviosa que esperaba un fragmento de bondad.
—¿Por favor, disculpe? —dijo Nina con un acento ravkano ridículamente denso.
Nina murmuró algo, mirándolo con grandes ojos verdes. Inej no tenía ni idea de
que pudiera parecer tan honesta.
—Yo vengo a buscar trabajo, ¿sí? —dijo Nina—. Para hacer azúcar.
—Tu… uh… ¿tu amigo está buscando trabajo también? —preguntó el guardia.
El portón junto a la caseta militar no se cerraba desde el interior, por lo que Inej
la abrió, dejándola apenas entreabierta para Nina y corrió hacia las sombras en la base
del silo más cercano.
—¿Hola? —gritó.
Inej esperó la señal de Nina, y luego corrió por los peldaños soldados al lado del
silo. Un piso, dos pisos, diez. En el carnaval, su tío mantenía al público entretenido
durante su ascenso. Ningún truco como este se ha intentado nunca antes, ¡y ciertamente nunca
por alguien tan joven! Sobre ustedes, contemplen la cuerda aterradoramente alta. Un proyector
se encendería, alumbrando el alambre de manera que pareciera que el más delgado hilo
de telaraña colgaba a través de la carpa. Caballeros, tomen la mano de su dama en las suyas.
¿Ven lo delgados que son sus dedos? Ahora imagínese, tratando de caminar a través de algo tan
delgado, ¡tan frágil como eso! ¿Quién se atrevería a algo semejante? ¿Quién se atrevería a desafiar
la muerte misma?
Entonces Inej se paraba en la parte superior del poste y, con las manos en las
caderas, gritaba: —¡Yo lo haré!
Leigh Bardugo The Dregs
Y la multitud jadeaba.
Pero espera, no, esto no puede estar bien, su tío decía, ¿una niña pequeña?
No había multitud esta noche, solo el viento, el frío metal bajo sus dedos, la
brillante cara de la luna.
Inej alcanzó la parte superior del silo y miró hacia la ciudad. Ketterdam brillaba
con luz dorada, linternas se movían lentamente a través de los canales, velas dejadas
ardiendo en las ventanas, tiendas y tabernas todavía brillaban resplandecientes para los
negocios nocturnos. Podía distinguir la brillante lentejuela de la Tapa, las coloridas
linternas y los vistosos bulbos en cascada de las Duelas. En tan solo unos pocos días, la
suerte de Van Eck estaría arruinada y ella estaría libre de su contrato con Per Haskell.
Libre. Para vivir como ella deseaba. Para buscar el perdón por sus pecados. Para
perseguir su propósito. ¿Extrañaría este lugar? ¿Este desastre abarrotado, remedo de
ciudad, que había llegado a conocer tan bien, que de alguna manera se había convertido
en su hogar? Ella estaba segura de que lo haría. Así que esta noche, actuaría para su
ciudad, para los ciudadanos de Ketterdam, aunque no supieran que debían aplaudir.
al silo con un tañido suave. Sacó una ballesta y un grueso rollo de alambre de su mochila,
luego enrolló un extremo del cable a través de la abrazadera, lo aseguró firmemente y
sujetó los alambres guía. El otro extremo se fijó a una abrazadera magnetizada cargada
en la ballesta. Ella soltó el gatillo. El primer disparo falló, y tuvo que enrollar el cable de
nuevo. El segundo tiro se enganchó al peldaño equivocado. Pero el tercer disparo se
cerró correctamente en su lugar en el siguiente silo. Ella retorció la abrazadera hasta que
la tensión en la cuerda se sintió bien. Habían usado un equipo similar antes, pero nunca
en una distancia tan amplia o una subida tan alta. No importaba. La distancia, el peligro
se transformaría sobre el alambre, y ella se transformaría también. En la cuerda floja,
ella no le pertenecía a nadie, una criatura sin pasado o presente, suspendida entre la
tierra y el cielo.
Era hora. Podías aprender a utilizar los trapecios, pero tenías que nacer para la
cuerda floja.
La madre de Inej le había dicho que descendían de la Gente del Aire, que una
vez tuvieron alas, y que, a la luz correcta, esas alas todavía se podían vislumbrar sobre
los seres humanos a los que ellos les mostraban su favor. Después de eso, Inej se retorcía
perpetuamente, frente a los espejos, comprobando su sombra, ignorando la risa de sus
primos, para ver si tal vez sus propias alas se distinguían.
Cuando su padre se cansó de que ella lo molestara todos los días, le permitió
comenzar su educación con los alambres bajos, descalza, para que pudiera tener la
sensación de caminar hacia adelante y hacia atrás, manteniendo su centro equilibrado.
Se había aburrido hasta la inconsciencia, pero había cumplido diariamente los ejercicios,
probando su fuerza, probando la sensación de zapatos de cuero que le permitirían
agarrar el cable más rígido y menos amistoso. Si su padre se distraía, ella cambiaba a
mantenerse parada sobre sus manos, de manera que cuando él se volvía hacia ella, Inej
atravesaba la cuerda con sus manos. Él estuvo de acuerdo en levantar el alambre unos
centímetros, dejarla probar un cable apropiado, y a cada nivel, Inej dominaba una
habilidad tras otra: volteretas laterales, volteretas normales, mantener una jarra de agua
sobre su cabeza. Ella se familiarizó con el esbelto y flexible palo que le permitiría
mantener el equilibrio en alturas mayores.
Leigh Bardugo The Dregs
Una tarde, su tío y sus primos habían estado preparando un nuevo acto. Hanzi
iba a empujar a Asha a través del alambre en una carretilla. El día era caluroso y
decidieron tomar un descanso para almorzar e ir a nadar en el río. Sola en el
campamento tranquilo, Inej escaló una de las plataformas que habían erigido,
asegurándose de que diera la espalda al sol para que tuviera una visión clara del alambre.
Inej respiró profundamente, alineó sus caderas en su centro de gravedad y dio sus
primeros pasos en el aire. Debajo de ella la hierba era un mar ondulante. Sintió que su
peso cambiaba, inclinándose a la izquierda, sintió la atracción de la tierra, la gravedad
dispuesta a unirla con su sombra muy por debajo.
Sus músculos se flexionaron, dobló las rodillas, el momento pasó, y luego solo
estaban ella y el alambre. Ya estaba a medio camino cuando se dio cuenta de que estaba
siendo observada. Dejó que su visión se expandiera, pero mantuvo su enfoque. Inej
nunca olvidaría la mirada de su padre cuando volvió del río con su tío y sus primos, con
la cabeza inclinada hacia ella, la boca en un gran “O” de sobresalto, su madre saliendo
del carromato y presionándose las manos sobre el corazón. Habían permanecido en
silencio, temerosos de romper su concentración: su primera audiencia en la cuerda,
muda de terror, que le pareció a ella como una adulación.
Una vez que hubo bajado, su madre pasó la mayor parte de una hora alternando
entre abrazarla y gritarle. Su padre había sido severo, pero ella no se había perdido el
orgullo de su mirada, ni la admiración a regañadientes de los ojos de sus primos.
Cuando uno de ellos la había llevado a un lado más tarde y dijo: —¿Cómo
caminas tan sin temor?
Leigh Bardugo The Dregs
Pero eso no era cierto. Era mejor que caminar. Cuando otros caminaban en la
cuerda, combatían: el viento, la altura, la distancia. Cuando Inej estaba en la cuerda
floja, se convertía en su mundo. Podía sentir su inclinación y atracción. Era un planeta
y ella era su luna. Había una sencillez que nunca sintió en los trapecios, donde se dejaba
llevar por la inercia. Amaba la quietud que podía encontrar en la cuerda, y era algo que
nadie más entendía.
Ella había caído solo una vez, y todavía culpaba a la red. La habían colocado
porque Hanzi estaba agregando un monociclo a su acto. Un momento Inej estaba
caminando y el siguiente estaba cayendo. Casi no tuvo tiempo de registrarlo antes de
golpear la red, y rebotó fuera de la red al suelo. Inej se sintió algo sorprendida al descubrir
lo dura que era la tierra, que no se suavizaba ni se doblaba por ella. Se rompió dos
costillas y tenía un bulto en su cabeza del tamaño de un gran huevo de ganso.
—Es bueno que sea tan grande —murmuró su padre—. Eso significa que la
sangre no está dentro de tu cerebro.
Tan pronto como las vendas de Inej fueron retiradas, ella estaba de vuelta en la
cuerda. Nunca volvió a trabajar con una red. Sabía que eso la había hecho descuidada.
Pero mirando hacia abajo ahora, podía admitir que no le habría importado un poco de
seguridad. Muy por debajo, la luz de la luna atrapó las curvas de los adoquines,
haciéndolos parecer las semillas negras de una fruta exótica. Pero la red escondida detrás
de la caseta era inútil, con solo Nina allí para sostenerla, e independientemente de lo que
Kaz originalmente había pensado, el nuevo plan no había sido construido considerando
que alguien sostuviera una red a simple vista. Así que Inej caminaría como siempre
había hecho, sin nada para atraparla, mantenida a flote por sus alas invisibles.
Dejó que las rodillas rebotaran una vez. Afortunadamente, el alambre casi no se
movía. Caminó, sintiendo la fuerza de la presión bajo los arcos de sus pies. Con cada
paso, el cable se inclinaba ligeramente, ansioso por alejarse del agarre de los dedos de
sus pies.
El aire se sentía caliente contra su piel. Olía a azúcar y melaza. Su capucha estaba
bajada y podía sentir los pelos de su trenza escapando para hacerle cosquillas en la cara.
Se concentró en el alambre, sintiendo la afinidad familiar que había experimentado
cuando era niña, como si el cable se aferrara a ella tanto como ella se aferraba a él,
dándole la bienvenida a ese mundo de espejos, un lugar secreto ocupado solo por ella.
En momentos, había llegado a la azotea del segundo silo.
que dejaba atrás. Aprendió que los hombres que llegaban a la casa nunca miraban muy
de cerca, nunca hacían demasiadas preguntas. Ellos querían una ilusión, y estaban
dispuestos a ignorar cualquier cosa para preservar esa ilusión. Las lágrimas, por
supuesto, estaban prohibidas. Había llorado la primera noche. Tante Heleen había usado
la vara en ella, luego el bastón, luego la ahogó hasta que se desmayó. La próxima vez,
el miedo de Inej fue mayor que su dolor.
Aprendió a sonreír, a susurrar, a arquear la espalda y a hacer los sonidos que los
clientes de Tante Heleen requerían. Ella todavía lloraba, pero las lágrimas nunca fueron
derramadas. Estas llenaron el lugar vacío dentro de ella, un pozo de tristeza donde, cada
noche, se hundía como una piedra. La Colección era una de las casas de placer más
caras en el Barril, pero sus clientes no eran más amables que los que frecuentaban las
casas baratas y las muchachas del callejón. De alguna manera, Inej llegó a comprender
que eran peores. Cuando un hombre gasta esa cantidad de monedas, decía la chica kaelish,
Caera, cree que se ha ganado el derecho de hacer lo que quiera.
Inej se había reído, pensando que era parte del juego que deseaba jugar, y le sirvió
vino de una jarra de oro. —Seguramente no.
—No —dijo, ansioso como un niño—. Estoy seguro de ello. Vi a tu familia actuar
allí. Estaba de permiso militar. No podrías haber tenido más de diez, la niña más
diminuta, caminando por la cuerda floja sin miedo. Tú usabas un tocado cubierto de
rosas. Por un momento, perdiste el agarre. Perdiste pie y los pétalos de tu corona se
soltaron en una nube que se deslizó hacia abajo, abajo. —Flotó sus dedos por el aire
como si simulara una nevada—. Volví la segunda noche, y sucedió de nuevo, y aunque
sabía que todo era parte del acto, todavía sentí que mi corazón se apretaba mientras
fingías recuperar el equilibrio.
Inej trató de estabilizar sus temblorosas manos. El tocado rosa había sido idea de
su madre. —Tú haces que parezca demasiado fácil, meja, correteando como una ardilla
en una rama. Deben creer que estás en peligro incluso si no lo estás.
Inej podía oír el siseo del azúcar mientras el gorgojo hacía su trabajo. Se obligó a
concentrarse en el sonido, a respirar más allá del nudo en su garganta.
Te tendré sin armadura. Esas eran las palabras que le había dicho a Kaz a bordo
del Ferolind, desesperada por alguna señal de que él pudiera abrirse a ella, que pudieran
ser más que dos criaturas cautelosas unidas por su desconfianza hacia el mundo. Pero,
¿qué habría pasado si él hubiera hablado esa noche?, ¿si le hubiera ofrecido
voluntariamente alguna parte de su corazón?, ¿qué pasaría si él hubiera venido a ella, se
hubiera quitado sus guantes, la hubiera atraído hacia él, besado su boca? ¿Lo habría
acercado más?, ¿le habría devuelto el beso?, ¿podría haber sido ella misma en un
momento así, o se habría fragmentado y desaparecido, una muñeca en sus brazos, una
chica que nunca podría estar completa?
No importaba. Kaz no había hablado, y tal vez eso había sido mejor para ambos.
Podrían continuar con su armadura intacta. Ella tendría su barco y él tendría su ciudad.
Leigh Bardugo The Dregs
Inej extendió la mano para cerrar la trampilla y tomó una profunda respiración
teñida de carbón, expulsando de sus pulmones, con una tos, la dulzura del azúcar
arruinado. Luego tropezó cuando sintió que una mano le agarraba la nuca, empujándola
hacia adelante.
Ella sintió que su centro de gravedad cambiaba mientras era absorbida por la boca
bostezante del silo.
Leigh Bardugo The Dregs
E ntrar en la casa no fue tan difícil como debería haber sido y eso puso nervioso a
Kaz. ¿Le estaba dando a Van Eck demasiado crédito? El hombre piensa como un
merc, Kaz se lo recordó a sí mismo mientras se metía el bastón bajo el brazo y se deslizaba
por una tubería. Él todavía cree que su dinero lo mantiene a salvo.
Los puntos más fáciles de entrada eran las ventanas en la planta superior de la
casa, accesibles solo desde el techo. Wylan no era apto para escalar o descender, por lo
que Kaz iría primero y lo metería a través de los pisos inferiores.
—Dos piernas buenas y todavía necesita una escalera —murmuró Kaz entre
dientes, haciendo caso omiso a la punzada de su pierna que concordaba con él.
—Una cerradura es como una mujer —había dicho adormilado—. Tienes que
seducirla para conocer sus secretos.
Él era uno de los viejos amigos de Per Haskell, feliz de hablar de tiempos mejores
y grandes estafas, sobre todo si eso significaba que no tenía que trabajar mucho. Y ese
era exactamente el tipo de embrollada sabiduría que a estos viejos gorrones les gustaba
soltar. Claro, una cerradura era como una mujer. También era como un hombre y
cualquier persona o cualquier otra cosa; si se quería entenderla, había que desarmarla y
ver cómo funcionaba. Si se quería dominarla, había que aprender también cómo volver
a armarla.
pintura DeKappel y siempre le gustaba regresar a un hogar o negocio que había tenido
motivo para visitar antes. No era solo la familiaridad. Era como si al regresar, reclamara
el lugar. Conocemos cada secreto uno del otro, la casa parecía decir. Bienvenido de nuevo.
Wylan echó un vistazo a la guardería con los ojos muy abiertos y luego sacudió
la cabeza. Kaz comprobó el pasillo. El guardia estaba de vuelta en su puesto delante de
la puerta de Alys.
Los segundos pasaron. Por último, sonó otro estallido. El guardia volvió a la
ventana y Kaz hizo un gesto para que Wylan lo siguiera a lo largo del pasillo. Kaz hizo
Leigh Bardugo The Dregs
—Mira tú —canturreó Kaz cuando la caja fuerte de Van Eck apareció a la vista.
Caja fuerte ni siquiera parecía la definición correcta. Era más bien como una bóveda,
una puerta de acero en una pared que a su vez había sido reforzada con más acero. La
cerradura era de manufactura kerch, pero nada que Kaz hubiera visto antes, una serie
de interruptores que podían fijarse con una combinación aleatoria de números distintos
cada día. Imposible de descifrar en menos de una hora. Pero si no se podía abrir una
puerta, solo se tenía que hacer una nueva.
Leigh Bardugo The Dregs
El sonido de voces se filtró desde el piso de abajo. Los mercas habían encontrado
algo sobre lo que no estaban de acuerdo. A Kaz no le habría importado tener la
oportunidad de escuchar a escondidas la conversación. —Vamos —dijo—. El reloj está
corriendo.
Wylan sacó dos frascos de su morral. Separados, no eran nada especial, pero si
Wylan tenía razón, una vez que se combinaban, el compuesto resultante quemaba
atravesándolo todo, excepto el recipiente de vidrio de balsa.
Wylan tomó una pipeta de vidrio de balsa y sacó una pequeña cantidad de
líquido, dejando que goteara por la parte delantera de la puerta de acero de la caja fuerte.
Al instante, el metal comenzó a disolverse, emitiendo un crujido ruidoso que parecía
fuerte y desagradable en la habitación pequeña. Un penetrante olor metálico llenó el aire
y ambos, Kaz y Wylan, se cubrieron la cara con las mangas.
—Si se derrama una sola gota de esto, quemará en línea recta a través del suelo
hasta los invitados a la cena de mi padre.
—Tomate tu tiempo.
que se fueran. No le importaba la idea de que la oficina se derrumbara sobre Van Eck y
sus invitados, pero no antes de que la empresa de la noche estuviera completa.
Después de lo que pareció toda una vida, el agujero fue lo suficientemente grande
para pasar a través. Kaz hizo brillar la luz de hueso en el interior y vio un libro de
contabilidad, pilas de kruge y una bolsita de terciopelo. Sacó la bolsa de la caja fuerte,
haciendo una mueca cuando su brazo se puso en contacto con el borde del agujero. El
acero todavía estaba lo suficientemente caliente como para chamuscar.
—Sí.
—Qué lujo que le des tu espalda al lujo. —Kaz empujó los kruge en sus bolsillos.
—Entonces págale a alguien para que haga ese trabajo por ti.
Sí, pensó Kaz sin dudar. Hay una persona en la que confiaría. Conozco a una persona
que nunca usaría mis debilidades en mi contra.
Pasó rápidamente el dedo pulgar a través del libro mayor y le dijo: —Cuando la
gente ve a un lisiado caminar por la calle, apoyado en su bastón, ¿qué es lo que sienten?
—Wylan apartó la mirada. La gente lo hacía siempre cuando Kaz hablaba de su cojera,
como si él no supiera lo que era o cómo el mundo lo veía—. Sienten lástima. Ahora,
¿qué es lo que piensan cuando me ven llegar?
La boca de Wylan se curvó en la comisura. —Ellos piensan que sería mejor que
cruzaran la calle.
Kaz arrojó el libro mayor de vuelta a la caja fuerte. —Tú no eres débil porque no
puedes leer. Eres débil porque tienes miedo que la gente vea tu debilidad. Estás dejando
a la vergüenza decidir quién eres. Ayúdame con la pintura.
—¡Abajo! —le gritó Matthias a Kuwei. El chico shu se aplastó contra el suelo. Un
segundo disparo sacudió el aire, destrozando otro de los vitrales.
—Estamos rodeados —dijo. Las personas que estaban entre las tumbas de Velo
Negro estaban muy lejos de ser los oficiales de la vigilancia que esperaba ver. A la luz
parpadeante de las linternas y antorchas, Matthias vislumbró tela a cuadros y estampado
de cachemir, chalecos rayados y abrigos a cuadros. El uniforme del Barril. Llevaban
armas variadas: armas de fuego, cuchillos largos como el antebrazo de un hombre y
bates de madera.
—No puedo distinguir sus tatuajes —dijo Jesper—. Pero estoy bastante seguro
de que ese en la delantera es Doughty.
Matthias podía oír a la gente riendo, gritando y, debajo de todo, el zumbido bajo
y febril que llegaba cuando los soldados sabían que tenían la ventaja, cuando olían la
promesa de derramamiento de sangre en el aire.
Matthias levantó de un tirón una manta de caballos del suelo y la arrojó sobre el
recipiente. La empujó de nuevo a través de la ventanita mientras otro disparo de arma
de fuego surcaba el aire. Los ojos le ardían, lágrimas corrían por sus mejillas.
Jesper disparó y uno del grupo que avanzaba cayó, su antorcha se apagó en el
suelo húmedo. Una y otra vez, Jesper disparó, y su puntería infalible derribó Leones del
Centavo. Sus filas se rompieron mientras se dispersaban para cubrirse.
—No importa —dijo Matthias. No había tiempo para pensar en cómo Velo
Negro había sido comprometido. Todo lo que sabía era que, si Pekka Rollins había
enviado a su pandilla detrás de ellos, Nina también podría estar en peligro—. ¿Con qué
herramientas contamos?
—Wylan nos dejó con un montón de esas bombas violeta en caso de que nos
metiéramos en problemas con los soldados shu y también tengo un par de bombas
destello. ¿Kuwei?
—Tienes esa maldita mochila —dijo Jesper—. ¿No hay nada útil allí?
Kuwei sujetó la bolsa contra su pecho. —Mis cuadernos —dijo con una
inhalación.
—¿Qué con los restos del trabajo de Wylan? —preguntó Matthias. Nadie se había
molestado en recoger nada.
—Son solo algunas de las cosas que utilizó para hacer los fuegos artificiales para
el Goedmedbridge —dijo Jesper.
—Tiene que haber por lo menos treinta gorilas ahí afuera buscando sacarnos el
pellejo —dijo Jesper—. Solo hay una manera de salir de la tumba y estamos en una
maldita isla. Estamos fritos.
—¿Estás loco? Los Leones del Centavo tienen que saber por cuánto nos
sobrepasan en número.
—Cierto —dijo Matthias—. Pero no saben que dos de nosotros son Grisha. —
Ellos pensaban que estaban cazando a un científico, no a un Inferno, y Jesper había
guardado en secreto sus poderes de Fabricador por largo tiempo.
Pero no sonaron pasos y hubo otra serie de gritos provenientes del exterior. —No
usaron una carga lo suficientemente grande —dijo Matthias—. Te quieren vivo, así que
están siendo cautelosos. Tenemos una oportunidad más. Kuwei, ¿cuánto calor puedes
producir de una llama?
—Puedo hacer que el fuego arda más intensamente, pero es difícil de mantener.
Matthias recordó las llamas violetas que lamían el cuerpo del soldado shu
volador, inextinguibles. Wylan había dicho que ardían a mayor temperatura que el fuego
ordinario.
—Dame una de las bombas —le dijo a Jesper—. Voy a volar el fondo de la
catacumba.
—¿Por qué?
—Para hacerles creer que estamos volando un camino de salida por el otro lado
—dijo Matthias, poniendo la bomba en el extremo más alejado del pasaje de piedra.
—No —admitió Matthias—. Pero a menos que tengas alguna idea brillante ...
—Yo…
Leigh Bardugo The Dregs
—Disparar a tantas personas como sea posible antes de morir no es una opción.
—¿A la derecha?
—Sí. Ve directo a esa. Jesper, coge toda la pólvora que dejó Wylan y haz lo
mismo.
—¿Por qué?
Matthias encendió la mecha. —Puedes seguir mis órdenes o puedes hacer tus
preguntas a los Leones del Centavo. Ahora, ve.
Los empujó contra la pared, protegiendo sus cuerpos cuando un estallido resonó
desde el final del túnel.
—¡Corran!
disparos estalló como una tormenta desatada, al tiempo que los Leones del Centavo
olvidaron toda promesa de disciplina o recompensa y se abalanzaron con toda su fuerza.
Podían haber recibido la orden de mantener a Kuwei con vida, pero eran ratas del Barril,
no soldados entrenados.
—Sin aliento, pero todavía respirando —dijo Jesper. Kuwei asintió, aunque
estaba temblando—. Plan fantástico, por cierto. ¿Cómo es que estar aquí atrapados es
mejor que estar encerrados en la tumba?
—Lo que quedó de ellos —dijo Jesper. Vació sus bolsillos, revelando tres
paquetes.
Por qué. Por qué. Con los drüskelle, habría sido encarcelado por insubordinación.
—Se supone que Velo Negro está embrujado, ¿no? Vamos a hacer algunos
fantasmas. —Matthias miró alrededor del borde del mausoleo—. Se están moviendo.
Necesito que sigas mis órdenes y dejes de hacer preguntas. Ambos.
Con la menor cantidad de palabras que pudo, Matthias explicó lo que pretendía
hacer ahora y cuando llegaran a la costa de la isla, suponiendo que su plan funcionara.
Abrió el paquete. Jesper alzó las manos y con un leve golpe, el polvo se elevó en
una nube. Flotaba suspendido en el aire como si el tiempo se hubiera ralentizado. Jesper
se concentró, sudaba en la frente, empujando las manos hacia adelante. La nube se
adelgazó y rodó por encima de las cabezas de los Leones del Centavo y luego capturó
una de sus antorchas en una explosión verde.
—Continúa —dijo Matthias, y Kuwei flexionó los dedos, pero las llamas verdes
se apagaron.
Kuwei apartó las manos de nuevo y una de las linternas de los Leones del
Centavo explotó, esta vez en una espiral de llamas amarilla. Kuwei retrocedió como si
no hubiera pretendido usar tanta fuerza.
Kuwei hizo un bucle con sus muñecas y las llamas de la linterna se elevaron en
un arco serpenteante.
—Ey —dijo Jesper—. No está mal. —Él abrió otro paquete de polvo y lanzó su
contenido en el aire, luego arqueó sus brazos hacia adelante, enviándolo para
encontrarse con la llama de Kuwei. El hilo retorcido de fuego se convirtió en un carmesí
profundo y reluciente—. Cloruro de estroncio —murmuró el tirador—. Mi favorito.
Leigh Bardugo The Dregs
Kuwei flexionó uno de sus puños y otra corriente de fuego se unió a las llamas
de la antorcha, luego otra, formando una serpiente de cuerpo grueso que ondulaba sobre
Velo Negro, lista para atacar.
Se deslizaron por la orilla, cayendo en las aguas poco profundas. Matthias agarró
las bombas violetas y las abrió azotándolas contra los cascos de los botes estropeados.
Una tenue llama violeta los envolvió. Tenía una calidad misteriosa, casi cremosa.
Matthias había ido y venido de Velo Negro bastantes veces para saber que ésta era la
parte más superficial del canal, el largo tramo de arena donde los barcos probablemente
encallaban, pero la orilla opuesta parecía increíblemente lejana.
—Kuwei —ordenó, orando para que el chico shu fuera lo suficientemente fuerte,
esperando que pudiera manejar el plan que Matthias había esbozado momentos antes—
, abre un camino.
Leigh Bardugo The Dregs
Kuwei empujó sus manos hacia delante y las llamas cayeron en el agua
levantando una enorme columna de vapor. Al principio, todo lo que Matthias pudo ver
fue una pared blanca. Entonces el vapor se abrió ligeramente y vio peces que flotaban
en el barro, los cangrejos deslizándose sobre el fondo expuesto del canal mientras las
llamas violetas lamían el agua a cada lado.
—Por todos los Santos y los burros que montaban —dijo Jesper con un suspiro
de asombro—. Kuwei, lo hiciste.
—¡Apresúrate! ——gritó, y corrieron por un camino que no había estado allí hace
unos instantes, corriendo hacia el otro lado del canal, hacia las calles y callejones que
podrían darles cobertura. Antinatural, clamó una voz en su cabeza. No, pensó Matthias,
milagroso.
—¿Te das cuenta de que tú solo has dirigido a tu propio pequeño ejército de
Grisha? —dijo Jesper mientras salían del barro y corrían por las calles en sombras hacia
Arrecife Dulce.
podría cambiar? Me han hecho para protegerte. Su deber para con su dios, su deber para
con Nina. Tal vez eran lo mismo. ¿Qué pasaría si la mano de Djel había levantado las
aguas la noche de la furiosa tormenta que destrozó el buque drüskelle y unió a Matthias
y a Nina?
Matthias corría por las calles de una ciudad extranjera, hacia peligros que no
conocía, pero por primera vez desde que había mirado a los ojos de Nina y visto que su
propia humanidad se reflejaba en ellos, la guerra en su interior se calmó.
Encontraremos una manera de hacerles cambión de opinión., había dicho ella. A todos.
Él localizaría a Nina. Sobrevivirían esta noche. Se librarían de esta ciudad húmeda y
descabellada, y luego ... Bueno, entonces cambiarían el mundo.
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I nej se retorció, liberándose del agarre como garras en su nuca. Se revolvió para detener
su caída. Sus piernas encontraron sujeción en el techo del silo y se liberó de un tirón,
alejándose de la trampilla. Se giró sobre los talones, con los cuchillos ya liberados de sus
fundas, un peso mortífero en sus manos.
Su mente no podía encontrarle sentido a lo que estaba viendo. Una chica estaba
parada ante ella en el techo del silo, resplandeciente como una figura tallada de marfil y
ámbar. Su túnica y pantalones eran del color de la crema, con bandas de cuero color
marfil y bordadas en dorado. Su cabello caoba colgaba en una gruesa trenza adornada
con el centelleo de joyas. Era alta y esbelta, tal vez uno o dos años mayor que Inej.
El primer pensamiento de Inej fue sobre los soldados Kherguud que Nina y los
otros habían visto en la Duela Oeste, pero esta chica no lucía shu.
—¿Te conozco?
—Soy Dunyasha, la Espada Blanca, entrenada por los Sabios de Ahmrat Jen, los
más grandes asesinos de esta era.
—Soy nueva en esta ciudad —reconoció la chica—, pero me han dicho que eres
una leyenda en estas calles sucias. Lo confieso, creí que serías… más alta.
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Dunyasha sonrió. Parecía practicada, como las sonrisas que Inej había visto que
las chicas daban a los clientes en el salón dorado de la Colección. —Un saludo vulgar
para una ciudad vulgar. —Agitó los dedos desmañadamente hacia el horizonte,
reconociendo y despreciando Ketterdam con un simple gesto—. El destino me trajo
aquí.
—¿Y el destino paga tu salario? —preguntó Inej, evaluándola. No creía que esta
chica marfil y ámbar hubiera escalado un silo solo para conocerla. En una lucha, la
altura de Dunyasha le daría un mayor alcance, pero podría impactar su balance. ¿Van
Eck la había enviado? Y si era así, ¿también había mandado a alguien tras Nina? Dirigió
el más breve vistazo hacia abajo, pero no pudo ver nada en las profundas sombras de los
silos—. ¿Para quién trabajas?
Una luz exultante llenó sus ojos, la primera chispa verdadera de vida que Inej
había visto en ella, y entonces atacó.
profundo, se dijo. A menos que, por supuesto, la cuchilla estuviera envenenada—. Creo
que lo tienes. No puedes temer a la muerte y ser su verdadera emisaria.
¿La chica estaba loca? ¿O solo era conversadora? Inej saltó hacia atrás,
moviéndose en un círculo alrededor del techo del silo.
—Yo nací sin temor —continuó Dunyasha con una risita feliz—. Mis padres
creyeron que me ahogaría porque de bebé gateé hasta el océano, riendo.
—Confieso decepción —dijo Dunyasha, mientras sus pies saltaban ágilmente por
el techo del silo—. Había esperado que fueras un desafío. Pero ¿qué encuentro? Un
manchón de acróbata suli que lucha como una matona callejera corriente.
Era verdad. Inej había aprendido su técnica de chicos como Kaz y Jesper en los
callejones y calles torcidas de Ketterdam. Dunyasha no tenía solo un modo de ataque.
Se inclinaba como un junco cuando era necesario, se lanzaba como un gato acechando,
retrocedía como el humo. No tenía ni un solo estilo que Inej pudiera comprender o
predecir.
Ella es mejor que yo. El conocimiento tenía el sabor a podrido, como si Inej hubiera
mordido una fruta tentadora y encontrado que estaba echada a perder. No era solo la
diferencia en su entrenamiento. Inej había aprendido a pelear porque tuvo que hacerlo
si deseaba sobrevivir. Había sollozado la noche que había matado por primera vez. En
cambio, esta chica lo estaba disfrutando.
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Sintió que el cable se bamboleaba. Imposible. Pero cuando miró hacia atrás sobre
su hombro, Dunyasha la había seguido sobre la cuerda floja. Estaba sonriendo, su piel
blanca resplandecía como si se hubiera tragado la luna.
Desde algún lugar debajo, escuchó gritos, los sonidos de una pelea. Nina. ¿Quién
o qué había enviado Jan Van Eck tras ella? Pero no podía permitirse distracciones, no
sobre la cuerda, no enfrentada a esta criatura.
—Si debes saberlo, Pekka Rollins paga mi salario —dijo la chica, y las pisadas de
Inej vacilaron. Rollins—. Él paga mis viajes, mi alojamiento. Pero no pido dinero por las
vidas que tomo. Son las joyas que visto. Son mi gloria en este mundo y me traerán honor
en el siguiente.
Pekka Rollins. De alguna forma, ¿él había encontrado a Kaz? ¿A los otros? ¿Qué
tal si Nina yacía muerta abajo? Inej tenía que librarse de esta chica. Ella tenía que
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Nuestro trabajo es la muerte y es sagrado. ¿A qué dios oscuro servía esta mercenaria?
Inej imaginó a alguna deidad inmensa cerniéndose sobre la ciudad, sin cara y sin rasgos,
la piel tirante sobre sus extremidades hinchadas, engordada con la sangre de las víctimas
de sus acólitos. Podía sentir su presencia, la frialdad de su sombra.
De nuevo, calculó la distancia detrás de ella. Solo un metro más. Pero cuando
volvió a mirar al frente, Dunyasha ya no estaba en la cuerda. Inej la vio inclinarse, vio
su mano alcanzar el imán. No.
Cualquier señal del respetable Jakob Hertzoon se había ido esta noche. Rollins
vestía un chaleco de rayas verdes perfectamente abotonado en los inicios de su tripa
protuberante y un pantalón de tonalidad esmeralda. Aparentemente, había remplazado
el reloj que Kaz le había robado, porque sacó uno nuevo y lo miró ahora.
—Esta cosa nunca mantiene la hora del todo correcta —dijo Rollins, dándole al
reloj una sacudida, sus patillas temblaron ligeramente mientras emitía un suspiro de
exasperación—, pero no puedo resistir un fino toque de brillo. ¿No creo que guardaras
el que me quitaste? —Kaz no dijo nada—. Bueno, —Rollins continuó con un
encogimiento de hombros, cerrando el reloj y devolviéndolo al bolsillo de su chaleco—
, justo ahora, mis lugartenientes deben estar rodeando a tu equipo y a cierto rehén
invaluable en la Isla Velo Negro.
particular en tu aljaba, así que encontré a alguien aún más extraordinario para que se
encargue de ella.
El rugido en los oídos de Kaz se volvió más fuerte. —Estás trabajando para Van
Eck. —Él sabía que era una posibilidad, pero la había ignorado. Había creído que, si se
movía lo suficientemente rápido, ellos no tendrían tiempo para formar una alianza.
—Estoy trabajando con Van Eck. Después que vinieras a mí buscando dinero,
tuve el presentimiento que él podría necesitar mis servicios. Tuvo sus dudas al principio,
no ha tenido la mejor de las suertes haciendo tratos con los chicos del Barril. Pero ese
pequeño truco que hiciste con su esposa lo condujo directamente a mis brazos amorosos.
Le dije a Van Eck que tú siempre estarías un paso enfrente de él porque no puede evitar
pensar como un hombre de negocios.
Rollins se rio entre dientes. —Sabía que no podrías resistirte. Oh, no sabía qué
plan habías tramado, pero sabía que cualquier proyecto que idearas te traería aquí. No
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podías dejar pasar la oportunidad de humillar a Van Eck, de recuperar lo que piensas
que te debe.
Rollins negó con su cabeza, cloqueando como una gran mamá gallina. —Te
tomas las cosas muy personalmente, Brekker. Deberías estar concentrado en el trabajo,
pero estás muy ocupado guardando rencor.
—Me alegra que conservaras tu sentido del humor, muchacho. Una vez hayas
cumplido tu plazo encerrado, asumiendo que Van Eck te deje vivir, tal vez simplemente
te deje trabajar para mí. Una pena ver desperdiciarse un talento como el tuyo.
—Preferiría ser cocinado a fuego lento en un asador, con Van Eck girando la
manija.
—¿Qué te hace creer que Van Eck cumplirá su acuerdo contigo más de lo que
hizo con nosotros?
que dure más que nosotros. Te acostumbrarás a eso, chico. Ahora ¿por qué no me das
ese sello y vienes en silencio?
Pero si no podías abrir una puerta, solo tenías que hacer una nueva. Era fácil
hacer que Rollins hablara; de hecho, Kaz dudaba que lo pudiera parar si quisiera. Luego,
era solo cuestión de mantener los ojos de Rollins sobre el brillante sello de oro en la
mano derecha de Kaz, mientras abría un frasco de ácido áurico con la izquierda.
—Prepárate —murmuró.
—Te veo del otro lado —dijo Kaz. Agarró su bastón y lo golpeó contra las tablas
bajo sus pies. El piso cedió con un crujido.
Chocaron contra el primer piso en una nube de yeso y polvo, justo sobre una
mesa que colapsó bajo su peso.
regazos. Luego Van Eck estaba gritando: —¡Captúrenlos! —Y Kaz y Wylan saltaron
por encima de un jamón caído y corrieron por el pasillo de baldosas negras y blancas.
Dos guardias con librea estaban parados enfrente de las puertas con paneles de
cristal que se abrían al jardín trasero, levantando sus rifles.
Una bala perforó el costado del bote mientras disparos salpicaban el agua
alrededor de ellos. Él y Rotty tomaron sus remos.
—Lanza la artillería pesada —gritó Kaz, y Wylan arrojó cada cohete, bomba, y
un poco de municiones que había podido caber en el bote. El cielo sobre la casa de Van
Eck explotó en un despliegue de luz, humo y sonaba como si los guardias esquivaban
buscando protegerse.
Kaz inclinó uno de sus remos, dirigiendo el bote a estribor y apenas esquivando
un barco lleno de turistas.
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Kaz flexionó los hombros, y Rotty igualó su ritmo, las brazadas de sus remos
impulsaban el bote más rápido a través de la corriente. Necesitaba llevarlos dentro del
tráfico y lo más lejos de la casa de Van Eck como fuera posible. Necesitaba llegar a
Arrecife Dulce. Los hombres de Rollins habrían seguido a Inej y a Nina allí desde Velo
Negro. ¿Por qué las había mandado solas a los silos? Nina y sus preciosos refugiados.
No habría un gran rescate para los Grisha esta noche. Todas sus oportunidades se fueron
al infierno. También he preparado algo especial para el Espectro. Al diablo con la venganza,
al diablo con los planes. Si Rollins le había hecho algo a Inej, Kaz pintaría la Duela Este
con sus entrañas.
Piensa. Cuando un plan era arruinado, hacías uno nuevo. Cuando te acorralaban
en un rincón, cortabas un hoyo en el techo. Pero no podía reparar algo a lo que no podía
agarrarse. El plan se había vuelto resbaladizo. Él les había fallado. Le había fallado a
ella. Todo porque parecía tener alguna clase de punto ciego cuando se trataba de Pekka
Rollins. Jesper podría ya estar muerto. Inej podría estar desangrándose por las calles de
Arrecife Dulce.
N ina los escuchó antes de verlos. Estaba posicionada entre el segundo y tercer
silo, donde podía observar el progreso de Inej y echar un ojo sobre la caseta de
guardia.
Inej había trepado el silo como una diminuta araña ágil moviéndose a un ritmo
que cansó a Nina solo de mirarla. El ángulo era lo bastante pronunciado que apenas
pudo ver a Inej una vez que alcanzó la cima, así que no podía decir el progreso que
estaba haciendo con la trampilla. Pero Inej no empezó a cruzar cuando Nina dio la
primera señal, así que debía haber tenido algún retraso con las cuerdas o con el gorgojo.
Ante la segunda señal, Nina la vio avanzar sobre la nada.
Desde donde Nina esperaba, el cable era invisible en la oscuridad, y lucía como
si Inej estuviera levitando, cada paso preciso, considerado. Allí… el más leve bamboleo.
Ahora… una pequeña corrección. El corazón de Nina latió a un ritmo entrecortado
mientras observaba. Tenía la absurda sensación que si permitía que su propia
concentración vacilara durante siquiera un segundo, Inej podría caerse, como si la
concentración y fe de Nina la estuvieran ayudando a mantenerse a flote.
Cuando Inej finalmente alcanzó el segundo silo, Nina deseó vitorear, pero se
conformó con una breve y silenciosa danza. Entonces esperó que los guardias volvieran
a estar a la vista en el lado oeste del perímetro. Se detuvieron ante la caseta de guardia
durante unos minutos y salieron de nuevo. Nina estaba a punto de hacer una señal a Inej
cuando escuchó el sonido de risas alborotadas. Los guardias también lo notaron,
repentinamente alertas. Nina vio a uno de ellos encender la linterna y hacer señales
encima de la caseta para llamar refuerzos… una medida precautoria en caso de
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problemas. Se había sabido que sucedían motines, y con el caos en la Duela Oeste el día
anterior, a Nina no le sorprendía que los guardias fueran rápidos en llamar por ayuda.
Parecía que podrían necesitarla. Nina conocía una banda de matones del Barril
cuando veía una, y esto parecía un lote desagradable, todos grandes, de músculos anchos
y pesadamente armados. La mayoría tenía armas, una señal segura de que estaban
buscando más que una riña. El de la delantera vestía un chaleco a cuadros sobre su pecho
ancho y estaba agitando una cadena en las manos. Sobre su antebrazo, Nina pudo ver
un tatuaje circular. No podía distinguir los detalles desde esta distancia, pero habría
apostado un buen dinero a que era un león acurrucado dentro de una corona. Los Leones
del Centavo. Los chicos de Pekka Rollins. ¿Qué demonios estaban haciendo aquí?
Nina levantó la vista. Inej estaría poniendo el gorgojo en el segundo silo. Con
algo de suerte, ella estaba fuera de su vista, pero ¿exactamente qué deseaba la pandilla
de Pekka?
Oh, Santos, esto es malo. ¿Los Leones del Centavo las habían seguido a ella e Inej
desde Velo Negro? ¿Estaban los demás en problemas? Y ¿qué tal si Pekka Rollins y su
pandilla sabían sobre los Grisha en la embajada? Algunos de ellos estaban violando sus
contratos al intentar dejar la ciudad. Podían ser chantajeados o peor. Pekka podría
venderlos a los shu. Tienes tus propios problemas ahora mismo, Zenik, dijo una voz en su
cabeza. Deja de preocuparte sobre salvar el mundo y salva tu propio trasero. A veces su voz
interior podía ser muy sabia.
El sello rojo. El color de Van Eck. Estos eran sus silos, y no había forma en que
los guardias se arriesgaran a abrir esa reja para cualquiera que su patrón no hubiera
aprobado. Las implicaciones hicieron que le diera vueltas la cabeza. ¿Podían Jan Van
Eck y Pekka Rollins estar trabajando juntos? Si era así, las oportunidades de los
Indeseables de salir con vida de la ciudad se acababan de hacer migajas sobre un plato
pastelero.
Nina vio que la cadena que el chico estaba girando tenía un pesado grillete en el
extremo. Cuando había llegado a Ketterdam, Pekka Rollins le había ofrecido empleo y
su dudosa protección En su lugar, ella había elegido firmar con los Indeseables. Parecía
que Pekka estaba harto de regirse por contratos o las leyes de las pandillas. Él iba a atarla
en cadenas, tal vez venderla a los shu u ofrecerla a Van Eck para que pudiera dosificarla
con parem.
Nina estaba refugiada en las sombras del segundo silo, pero no había
absolutamente ninguna forma de moverse más de unos cuantos pasos sin exponerse.
Pensó en la píldora de veneno en su bolsillo.
—No nos hagas ir por ti, chica. —El chico estaba haciendo señas para que los
otros Leones del Centavo se desplegaran.
Nina descubrió que tenía dos ventajas: primero, el grillete en el extremo de esa
cadena significaba que Pekka probablemente la quería viva. Él no desearía sacrificar una
Grisha Cardio valiosa, así que ellos no dispararían. Segundo, esta asamblea de genios
no sabía que la parem había trastornado sus poderes. Podría ser capaz de comprarse a
ella misma e Inej algo de tiempo.
—Ahora tranquilos —dijo ella, plantando una mano sobre una cadera—. No voy
a serle de mucha utilidad a Pekka si me llenan de hoyos como la tapa de un salero.
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—Bueno, qué tal si haces que tus amigos se relajen y bajen esas armas para que
pueda enseñarte algunas palabras nuevas.
Nina elevó los brazos y vio que los hombres a su alrededor se ponían rígidos,
listos para disparar, sin importar las órdenes de Pekka. Ella convirtió su movimiento en
un estiramiento perezoso. —Eamon, sabes que antes que me pongas esas cadenas yo
podría hacer licuado con los órganos internos de estos caballeros.
Un suave repiqueteo sonó de algún lugar por encima de ellos, y todos apuntaron
sus armas hacia el cielo. Demonios, Inej, guarda silencio. Pero cuando Nina levantó la vista,
sus pensamientos trastabillaron hasta detenerse aterrorizados. Inej estaba de vuelta en la
cuerda. Y no estaba sola.
Durante un momento, Nina pensó que tal vez estaba alucinando mientras
observaba la figura de blanco seguir a Inej a la cuerda. Lucía como un fantasma flotando
en el aire por encima de ellos. Entonces ella arrojó algo a través del aire. Nina captó un
destello de metal. No lo vio impactar, pero vio que los pasos de Inej fallaban. Inej se
enderezó, su postura inflexible, con los brazos extendidos para balancearse.
Tenía que haber una forma de ayudarla. Nina estiró su poder hacia la chica de
blanco, buscando su pulso, la fibra de sus músculos, algo que pudiera controlar, pero de
nuevo estaba esa terrible ceguera, esa nada.
Eamon sonrió con suficiencia. —No eres ni de cerca tan dura como escuchamos.
Mucha charla, nada de acción. —Se giró hacia su equipo—. Compraré bebidas toda la
noche para el primero que la agarre.
Nina arriesgó una mirada hacia arriba. Inej, de alguna forma, aún mantenía el
balance. Parecía estar intentando regresar al primer silo, pero claramente había sido
herida y su andar era inestable.
La red. Pero no servía con Nina sola. Si tuviera un poco de parem, solo una
probada, podría forzar a estos grandes idiotas a ayudarla. La obedecerían sin pensar.
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Uno de los Leones del Centavo se adelantó a la carrera y luego todos estaban
lanzándose hacia ella, sujetándole los brazos, arrastrándola hacia Eamon, cuya cara
estaba dividida con una sonrisa, su hoyuelo curvándose en una media luna.
Entonces lo sintió… allí, en ese desierto negro, un bolsillo de frío tan profundo,
que quemaba. Allí, más allá de los silos, en la cuña del canal, camino al puerto… el bote
de enfermos, apilado hasta arriba de cuerpos. Una punzada de reconocimiento pulsó a
través de ella. No percibía latidos o fluido sanguíneo, pero podía sentir algo más, otra
cosa. Pensó en las esquirlas de hueso, recordó el consuelo que había sentido en Velo
Negro, rodeada de tumbas.
Ella sintió una mano en su cabello, le echaron bruscamente la cabeza hacia atrás
para exponer su cuello. Nina sabía que lo que estaba pensando era una locura, pero se
le habían acabado las opciones cuerdas. Con toda su fuerza restante, pateó con fuerza a
Eamon, zafándose de su agarre. Elevó los brazos en un amplio arco, enfocándose en
esta extraña consciencia nueva, y sintió que los cuerpos de la barcaza se levantaban.
Apretó los puños. Vengan a mí.
Los Leones del Centavo aferraron sus muñecas. Eamon la golpeó en la boca,
pero ella mantuvo los puños apretados, la mente enfocada. Esta no era la euforia que
había sentido con parem. Eso había sido calor, fuego, luz. Esta era una llama fría, una
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que ardía baja y azul. Sintió que los cuerpos se elevaban, uno tras otro, respondiendo su
llamada. Nina estaba consciente de las manos sobre ella, las cadenas siendo aseguradas
alrededor de sus muñecas, pero el frío era más profundo ahora, un río invernal de flujo
rápido, rápidos negros dentados de hielo quebrado.
Los Leones del Centavo estaban retrocediendo ahora, la misión olvidada, con
terror en las caras, y Nina pudo ver exactamente por qué. Una línea de gente estaba
empujando la verja, agitándola en sus postes. Algunos eran viejos, otros jóvenes, pero
todos eran hermosos: mejillas sonrojadas, labios rosados, cabello brillante y moviéndose
en ondas alrededor de sus caras con el suave mecer de algo que crecía bajo el agua. Eran
encantadores y eran horribles, porque mientras algunos de ellos no poseían señales de
heridas, una tenía sangre café y vomito salpicándole todo el vestido, otro tenía una
herida de puñalada que se había vuelto negra por la putrefacción. Dos estaban desnudos
y uno tenía un profundo y amplio tajo a través del estómago, la abotargada piel rosa caía
hacia delante en un faldón. Todos sus ojos brillaban negros, la pizarra cristalina del agua
invernal.
Nina sintió que una oleada de náusea se apoderaba de ella. Se sintió extraña y un
poco avergonzada, como si estuviera mirando por una ventana a través de la cual no
tenía derecho a asomarse. Pero se le habían acabado las opciones. Y la verdad era, no
deseaba detenerse. Flexionó los dedos.
—Apuesto que ahora deseas que hubiéramos tenido esa charla —gruñó Nina.
Pero no le importaban los Leones del Centavo.
Levantó la vista. Inej aún estaba en la cuerda, pero la chica de blanco estaba en
el techo del segundo silo y estaba alcanzando la abrazadera.
Inej se puso rígida. La chica de blanco había alcanzado el fondo del segundo silo
y estaba acercándose a zancadas hacia ellas.
Los brazos de Nina se elevaron y los cadáveres se pararon enfrente de ella e Inej.
—¿Estás segura que quieres esta pelea, copo de nieve?
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La chica entrecerró sus hermosos ojos. —Te superé —le dijo a Inej—. Sabes que
lo hice.
—Tuviste una buena noche —replicó Inej, pero su voz sonaba débil como hilo
desgastado.
—¿Puedes caminar?
Inej asintió, aunque su cara lucía cenicienta. —Nina, ¿esta gente… está muerta?
—Pero no utilizaste…
Nuestro poder nos conecta a la vida en formas que la gente ordinaria nunca podría entender,
había dicho su maestro. Es por eso que utilizar nuestro don nos hace más fuertes en lugar de
mermarnos. Estamos vinculados al poder de la creación misma, la hechura en el corazón del
mundo. Para los Corporalki, ese vínculo está incluso más entretejido, porque lidiamos con la vida
y la remoción de ésta.
El maestro había elevado las manos, y Nina sintió que su pulso se ralentizaba
ligeramente. Los otros estudiantes habían soltado jadeos y mirado unos a otros, todos
experimentando lo mismo. ¿Sienten eso? preguntó el maestro. ¿Todos sus corazones, latiendo
en tiempo compartido, vinculados al ritmo del mundo?
¿Pero el poder que había utilizado esta noche? No era nada parecido. Era un
producto de la parem, no la creación en el corazón del mundo. Era un error.
Se movieron de nuevo, un ajetreo repentino que trajo una oración a los labios de
Inej. Nina los observó desvanecerse, figuras tenues en la oscuridad.
Los pasos de Inej ralentizaron cuando comprendió la realidad. —Si Velo Negro
está comprometido, Kaz… Kaz me dijo a dónde ir si las cosas se estropeaban. Pero…
Las palabras colgaron entre ellas. Pekka Rollins entrando en el campo significaba
mucho más que un plan fallido.
¿Qué tal si Velo Negro fue descubierto? ¿Qué tal si algo le había sucedido a
Matthias? ¿Pekka Rollins le perdonaría la vida o sencillamente dispararía primero y
reclamaría su recompensa?
Los Grisha. ¿Qué tal si Pekka había seguido a Jesper y Matthias a la embajada?
¿Qué tal si se habían dirigido a los muelles con los refugiados y fueron capturados? De
nuevo. pensó en la píldora amarilla en su bolsillo. Pensó en los feroces ojos dorados de
Tamar, la mirada imperiosa de Zoya, la risa burlona de Genya. Ellas habían confiado
en ella. Si algo les había sucedido, nunca se perdonaría a sí misma.
Mientras Nina e Inej regresaban sobre sus pasos al atracadero donde su bote
estaba amarrado, dirigió una mirada a la barcaza donde el último de los cadáveres estaba
recostándose, acomodándose. Ahora lucían diferentes, su color regresaba al gris
ceniciento y blanco moteado que ella asociaba con la muerte. Pero tal vez la muerte no
era una sola cosa.
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En ese momento, vieron dos figuras corriendo hacia ellas. Inej alcanzó sus
cuchillos y Nina elevó los brazos, preparada para llamar a sus extraños soldados una vez
más. Sabía que sería más fácil esta vez.
Kaz y Wylan aparecieron a la luz de una farola de la calle, con la ropa arrugada,
el cabello cubierto de trozos de yeso… y lo que bien podría haber sido salsa gravy. Kaz
estaba apoyándose pesadamente en su bastón, su paso era imparable, los rasgos afilados
de su cara dispuestos en líneas de determinación.
Nina miró de Inej a Kaz y vio que ambos tenían la misma expresión. Nina
conocía esa mirada. Venía después del naufragio, cuando la marea se movía contra ti y
el cielo se había oscurecido. Era la primera visión de tierra, la esperanza de refugio e
incluso salvación que tal vez te esperaba en una costa distante.
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V oy a morir y no habrá nadie que la ayude. Nadie que recuerde siquiera a Marya Hendriks.
Wylan deseaba ser valiente, pero estaba helado y amoratado, y peor… estaba rodeado
por las personas más valientes que conocía y todos ellos parecían severamente alterados.
—Ellos estarán bien —dijo Inej, rodeándole los hombros con el brazo—. Él estará
bien. —Pero sus movimientos eran tentativos, y Wylan podía ver sangre en su ropa.
Después de eso, nadie dijo una palabra. Kaz y Rotty remaban solo
esporádicamente, dirigiéndolos a los canales más estrechos y más tranquilos, dejándose
ir a la deriva en silencio cuando era posible, hasta que rodearon una curva cerca de
Schoonstraat y Kaz dijo. —Alto. —Él y Rotty encajaron los remos, arrastrando la
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Wylan sabía que se dirigían a otra casa segura, pero Kaz lo había dicho él mismo:
No hay a salvo. ¿Dónde podían esconderse? Pekka Rollins estaba trabajando con el padre
de Wylan. Entre ambos, tenían que ser dueños de la mitad de la ciudad. Wylan sería
capturado. ¿Y entonces qué? Nadie creería que él era el hijo de Jan Van Eck. Wylan Van
Eck bien podría ser despreciado por su padre, pero tenía derechos que ningún criminal
shu podía esperar. ¿Terminaría en la Puerta del Infierno? ¿Su padre encontraría una
forma de que lo ejecutaran?
¿Jesper estaría esperando cuando finalmente llegaran a donde sea que estuvieran
yendo? ¿O yacía herido y sangrante en el suelo de la tumba con nadie que fuera en su
ayuda? Wylan se rehusaba a creerlo. Cuanto peor eran las probabilidades, mejor era
Jesper en una pelea. Pensó en Jesper rogando a Colm. Sé que te decepcioné. Solo dame una
oportunidad más. ¿Con qué frecuencia Wylan había dicho casi las mismas palabras a su
padre, esperando cada vez poder cumplirlas? Jesper tenía que sobrevivir. Todos.
Leigh Bardugo The Dregs
Wylan recordó la primera vez que había visto al tirador. Había parecido como
una criatura de otro mundo, vestido de verde lima y amarillo limón, su zancada larga y
desenvuelta, como si cada paso fuera vertido de una botella con cuello estrecho.
—El letrero justo allí dice vacantes —dijo, haciendo gestos al otro lado de la calle
con su pipa—. ¿Qué eres, ciego?
La posada estaba sucia pero benditamente barata. Había rentado una habitación
por diez kruge y también había pagado por un baño caliente. Sabía que necesitaba
ahorrar su dinero, pero si contraía fiebre pulmonar la primera noche, tendría más
problemas que estar corto de efectivo. Llevó la pequeña toalla al baño al final del pasillo
y se lavó rápidamente. Aunque el agua estaba lo suficientemente caliente, se sentía
vulnerable en cuclillas, desnudo en una tina, sin cerradura en la puerta. Secó su ropa lo
mejor que pudo, pero aún estaba empapada cuando volvió a ponérsela.
Wylan pasó esa noche acostado sobre un colchón del grosor de papel, mirando
fijamente el techo y escuchando los sonidos de la posada a su alrededor. En el Geldcanal,
las noches eran tan silenciosas que podías escuchar el agua lamiendo contra los costados
del cobertizo para botes. Pero aquí bien podría haber sido mediodía. La música fluía a
través de la ventana sucia. La gente hablaba, reía, azotaba puertas. La pareja en la
habitación encima de él estaba peleando. La pareja en la habitación debajo de él
definitivamente estaba haciendo algo más.
Leigh Bardugo The Dregs
Wylan se llevó los dedos a los moretones en su garganta y pensó: Desearía poder
tocar la campana para pedir un té. Fue en ese momento que realmente empezó a entrar en
pánico. ¿Cuánto más patético podía ser? Su padre había intentado que lo asesinaran.
Casi no tenía dinero y estaba acostado sobre un camastro que apestaba a los químicos
que habían utilizado para intentar librar el colchón de liendres. Debería estar haciendo
un plan, tal vez incluso planeando venganza, intentando reunir su astucia y recursos. ¿Y
qué estaba haciendo? Deseando poder llamar por un té. Tal vez no había sido feliz en
casa de su padre, pero nunca había tenido que trabajar por nada. Había tenido sirvientes,
comidas calientes, ropa limpia. Lo que sea que se requiriera para sobrevivir en el Barril,
Wylan sabía que él no lo tenía.
Tan pronto sacó el grueso sobre, supo que su padre era culpable. Estaba
completamente empapado y olía a canal, pero su color era prístino. Ninguna tinta había
sangrado de los supuestos documentos en el interior. Wylan abrió el sobre de todas
formas. El legajo de papeles doblados se pegaba en un montón húmedo, pero separó
cada uno. Todos estaban en blanco. Su padre ni siquiera se había molestado con una
treta convincente. Sabía que Wylan no intentaría leer los papeles. Y que su hijo crédulo
nunca pensaría en sospechar que su padre mintiera. Patético.
Wylan se había quedado dentro durante dos días, aterrorizado. Pero en la tercera
mañana, había estado tan hambriento que el olor de patatas fritas que se elevó de la calle
lo había sacado de la seguridad de su habitación. Compró un cono de papel lleno de
ellas y las engulló tan vorazmente que se quemó la lengua. Entonces se obligó a caminar.
Solo tenía dinero suficiente para mantener su habitación por otra semana, menos
si planeaba comer. Necesitaba encontrar trabajo, pero no tenía idea de dónde comenzar.
No era lo bastante grande o fuerte para un trabajo en los almacenes o astilleros. Los
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trabajos más suaves requerirían que leyera. ¿Era posible que uno de los salones de
apuestas o incluso una de las casas de placer necesitara un músico que tocara en sus
salones? Aún tenía su flauta. Camino arriba y abajo por la Duela Este y por las calles
mejor iluminadas. Cuando empezó a oscurecer, regresó a la posada, completamente
derrotado. El hombre con la pipa aún estaba en sus escalones, fumando. Hasta donde
Wylan sabía, él nunca dejaba ese lugar.
—Estoy buscando un trabajo —le dijo Wylan—. ¿Conoce a alguien que pudiera
estar contratando?
El hombre lo miró entre una nube de humo. —Una joven gota de crema como tú
debería poder hacer buen dinero en la Duela Oeste.
—Trabajo honesto.
El hombre se había reído hasta que empezó a toser, pero eventualmente había
dirigido a Wylan al sur, a las curtidurías.
A Wylan le pagaban una suma nimia por mezclar tintes y limpiar las cubas. Los
otros trabajadores eran mayormente mujeres y niños, unos cuantos chicos escuálidos
como él. Hablaban poco, demasiado cansados y demasiado enfermos por los químicos
para hacer más que completar su trabajo y colectar su paga. No les daban guantes ni
máscaras, y Wylan estaba bastante seguro que estaría muerto por envenenamiento antes
que tuviera que preocuparse sobre a dónde debería ir con la diminuta cantidad de dinero
que estaba ganando.
Una tarde, Wylan escuchó al jefe de tintado quejarse de que estaban perdiendo
galones de tinte por la evaporación, porque los calentadores calentaban demasiado.
Estaba maldiciendo por el coste que había pagado para que arreglaran dos y de lo poco
que había servido.
Una semana después de eso, Wylan había estado parado ante las cubas con su
paleta de madera, atontado por los tintes, con los ojos aguados, preguntándose si ayudar
al jefe de tintado significaba que podía pedir un aumento, cuando un chico se le
aproximó. Era alto, desgarbado, su piel de un profundo café zemeni, y lucía
ridículamente fuera de lugar en el piso de tintado. No solo por su chaleco a cuadros color
lima y pantalones amarillos, sino porque parecía exudar plena seguridad, como si no
hubiera lugar en el que prefiriera estar que una curtiduría miserable, de terrible olor,
como si acabara de entrar en una fiesta a la que no podía esperar para asistir. Aunque
era delgado, su cuerpo encajaba con una especie de facilidad de miembros sueltos. Al
jefe de tintado usualmente no le gustaban los extraños en el piso de tintado, pero no dijo
una palabra a este chico con los revólveres colgados en las caderas, solo inclinó su
sombrero respetuosamente y se escurrió lejos.
El primer pensamiento de Wylan fue que este chico tenía los labios más
perfectamente formados que hubiera visto. Su segundo pensamiento fue que su padre
había enviado a alguien nuevo a matarlo. Aferró su paleta. ¿El chico le dispararía a plena
luz del día? ¿La gente sencillamente hacía eso?
Pero el chico dijo: —Escuché que sabes manejarte con un equipo de química.
—¿Solo un poco?
Wylan había mirado fijamente el papel, las letras un revoltijo enfrente de sus ojos.
—Yo… yo no sé dónde es esto.
El chico soltó un suspiro exagerado. —No eres de por aquí, ¿verdad? —Wylan
sacudió la cabeza—. Bien. Vendré a recogerte, porque claramente no tengo nada qué
hacer con mi tiempo más que hacer de doncel de nuevos talentos alrededor de la ciudad.
Wylan, ¿cierto? —Wylan asintió—. ¿Wylan qué?
—Wylan… Hendriks.
—¿Demo?
Wylan no sabía en absoluto a qué se refería, pero sintió que admitir eso sería un
grave error. —Seguro —dijo con toda la confianza que pudo reunir.
El chico le lanzó una mirada escéptica. —Ya veremos. Estate al frente a las seis
campanadas. Y nada de armas a menos que quieras problemas.
El chico había rodado sus ojos grises y murmurado: —Kaz tiene que haber
perdido la cabeza.
Leigh Bardugo The Dregs
A las seis campanadas, Jesper llegó para escoltar a Wylan a una tienda de
anzuelos en el Barril. Wylan había estado avergonzado por su ropa arrugada, pero era
la única que poseía, y el miedo paralizante de que esta fuera solo una trampa elaborada
concebida por su padre había provisto amplia distracción de su preocupación. En un
cuarto trasero de la tienda de anzuelos, Wylan conoció a Kaz e Inej. Le dijeron que
necesitaban bombas destello y tal vez algo con un poco más de impacto. Wylan se había
rehusado.
Esa noche, regresó a la posada para encontrar la primera carta. Las únicas
palabras que reconoció fueron el nombre del remitente: Jan Van Eck.
Había yacido despierto toda la noche, seguro de que en cualquier momento Prior
atravesaría la puerta y cerraría sus manos carnosas alrededor de su cuello. Había
pensado en huir, pero apenas tenía suficiente dinero para pagar su renta, mucho menos
comprar un boleto fuera de la ciudad. Y ¿qué esperanza tenía en el campo? Nadie iba a
contratarlo como un trabajador de granja. El siguiente día, fue a ver a Kaz, y esa noche,
construyó su primer explosivo para los Indeseables. Sabía que lo que estaba haciendo
era ilegal, pero había ganado más dinero por unas cuantas horas de trabajo que lo que
había conseguido en una semana en la curtiduría.
Las cartas de su padre continuaron llegando, una vez, a veces dos a la semana.
Wylan no sabía qué pensar de ellas. ¿Eran amenazas? ¿Mofas? Las guardó en un montón
debajo de su colchón, y a veces en la noche creía poder sentir la tinta sangrar a través de
las páginas, subir por el colchón y entrar en su corazón como veneno oscuro.
Pero cuanto más tiempo pasaba y cuanto más trabajaba para Kaz, menos
asustado se sentía. Conseguiría su dinero, saldría de la ciudad y nunca volvería a decir
el nombre Van Eck. Y si su padre decidía acabar con él antes de eso, no había nada que
Wylan pudiera hacer al respecto. Su ropa estaba desgastada y raída. Se estaba poniendo
tan delgado, que tuvo que cortar nuevos hoyos en su cinturón. Pero se vendería en las
casas de placer de la Duela Oeste antes de pedir la misericordia de su padre.
Wylan no se había dado cuenta entonces, pero Kaz había conocido su verdadera
identidad todo el tiempo. Manos Sucias mantenía vigilancia sobre cualquiera que
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Él no tenía ilusiones sobre por qué Kaz lo había buscado, pero también sabía que
nunca habría sobrevivido tanto tiempo sin su ayuda. Y a Kaz no le importaba si no podía
leer. Kaz y los otros lo molestaban, pero le habían dado la oportunidad para probarse a
sí mismo. Valoraban las cosas que podía hacer en lugar de castigarlo por las cosas que
no podía.
Wylan había creído que Kaz podría conseguir venganza por lo que le habían
hecho a su madre. Había creído que a pesar de la riqueza e influencia de su padre, este
equipo (su equipo) era rival para Jan Van Eck. Pero ahora su padre estaba alcanzándolo
para mofarse de él de nuevo.
Era bien pasada la media noche cuando alcanzaron el distrito financiero. Habían
llegado a una de las áreas más prósperas de la ciudad, cerca de la Bolsa de Valores y el
Salón de la Guardia. La presencia de su padre se sentía más cercana aquí, y Wylan se
preguntó por qué Kaz los había traído a esta parte de la ciudad. Kaz los condujo a través
de un callejón a la parte trasera de un gran edificio, donde una puerta estaba
completamente abierta, y entraron a un descansillo construido alrededor de un enorme
elevador de acero en el que se apretujaron. Rotty permaneció atrás, presumiblemente
para mantener guardia en la entrada. La reja del elevador se cerró con un traqueteo y
subieron quince pisos, hasta el piso superior del edificio, luego emergieron en un pasillo
decorado en patrones de madera lacada, y sus techos pintados de un lavanda pálido y
cremoso.
Estamos en un hotel, se dio cuenta Wylan. Esa era la entrada de servicio y el elevador
del personal. Golpearon en un par de amplias puertas blancas. Colm Fahey respondió,
vestía un largo comisión con un abrigo encima. Estaban en el Geldrenner.
Colm no les hizo preguntas, solo apuntó hacia el baño y se sirvió una taza de té
mientras ellos dejaban lodo y porquería sobre las alfombras púrpura. Cuando Matthias
vio a Nina, saltó de su asiento en el inmenso sofá berenjena y la apretó en sus brazos.
—No pudimos atravesar los bloqueos a Arrecife Dulce —dijo—. Temí lo peor.
Hasta ese momento, Wylan no había comprendido del todo cuánto significaban
ellos para él. Su padre se habría burlado desdeñosamente de estos matones y ladrones,
un soldado en desgracia, un apostador que no se podía alejar de las deudas. Pero estos
eran sus primeros amigos, sus únicos amigos, y Wylan sabía que incluso si tuviera que
elegir entre un millar de acompañantes, estas habrían sido las personas que escogería.
Solo Kaz se quedó aparte, mirando silenciosamente por la ventana a las calles
oscuras de abajo.
—Kaz —dijo Nina—. Puede que tú no estés contento de que estemos vivos, pero
nosotros sí estamos contentos de que estés vivo. ¡Ven aquí!
Colm ordenó café, gofres y una botella de brandy, y mientras esperaban, Nina
enlistó su ayuda para localizar algunas tijeras para que pudiera cortar las toallas del hotel
para vendajes. Una vez que encontraron un par, llevó a Inej al baño para atender sus
heridas.
Cuando un golpe sonó en la puerta, todos se tensaron, pero solo era su comida.
Colm dio la bienvenida a la doncella e insistió que podía manejar el carrito para que ella
no viera la extraña compañía que se había reunido en sus aposentos. Tan pronto la
puerta se cerró, Jesper saltó a ayudarlo a rodar una bandeja de plata cargada de comida
y montones de platos de porcelana tan fina que eran casi transparentes. Wylan no había
comido en platos como estos desde que había dejado la casa de su padre. Se dio cuenta
que Jesper debía estar vistiendo una de las camisas de Colm; estaba demasiado grande
en los hombros y demasiado corta en las mangas.
—De todas formas, ¿qué es este lugar? —preguntó Wylan, mirando alrededor
dela vasta habitación decorada casi enteramente en púrpura.
Nina e Inej emergieron del baño. Nina rebosó un plato con comida y se dejó caer
junto a Matthias sobre el sofá. Dobló uno de los gofres a la mitad y dio un gran mordisco,
agitando los dedos de los pies con deleite.
—Lo siento, Matthias —dijo con la boca llena—. He decidido huir con el padre
de Jesper. Él me mantiene en la ricura a la que me he acostumbrado.
Inej se había quitado la túnica y vestía solo su chaleco tejido, dejando desnudos
sus brazos morenos. Tiras de toalla estaban atadas en su hombro, ambos antebrazos, su
muslo derecho y la espinilla izquierda.
Inej se acomodó en una silla de brazos junto a donde Kuwei se había acomodado
en el piso. —Hice una nueva conocida.
Jesper se despatarró sobre un diván y Wylan tomó la otra silla, con un plato de
gofres balanceado sobre la rodilla. Había una mesa y sillas perfectamente buenas en el
comedor de la suite, pero aparentemente ninguno de ellos tenía interés en él. Solo Colm
había tomado asiento allí, con café a su lado, junto con la botella de brandy. Kaz
permaneció junto a la ventana, y Wylan se preguntó qué veía a través del cristal que era
tan cautivador.
—Entonces —dijo Jesper, añadiendo azúcar a su café—. Aparte de que Inej hizo
una nueva colega, ¿qué diablos sucedió allá afuera?
Jesper tomó un sorbo de café. —¿Pero qué hay de la casa del lago? ¿Controlaste
ese polvo?
—Hay un cementerio familiar junto a la casa del lago Hendriks —dijo Wylan,
recordando el terreno vallado que colindaba con la pared oeste—. Qué tal si el polvo
era… bueno, ¿huesos? ¿restos de personas?
Nina dejó su plato. —Eso casi es suficiente para hacerme perder el apetito. —Lo
recogió de nuevo—. Casi.
—Es por eso que preguntaste sobre que la parem cambiara el poder de un Grisha
—dijo Kuwei a Matthias.
—No lo sé. Solo tomaste la droga una vez. Sobreviviste a la abstención. Eres una
rareza.
—O tal vez Djel extinguió una luz y encendió otra —dijo Matthias.
Ella descansó la cabeza en el hombro de él. —Eres mejor que los gofres, Matthias
Helvar.
Una pequeña sonrisa curvó los labios del fjerdano. —No digamos cosas que no
sentimos, mi amor.
Kaz hizo gestos para que se quedara dónde estaba y se movió en silencio hacia la
puerta. Se asomó por la mirilla.
—¿Hay acceso a la torre del reloj en este piso? —preguntó Kaz a Colm.
—Al final del pasillo —dijo Colm—. Yo no he subido. Las escaleras son
empinadas.
Sin una palabra, Kaz desapareció. Todos se miraron entre sí durante un momento
y luego lo siguieron, pasando junto a Colm, quien los observó marcharse con ojos
cansados.
Mientras recorrían el pasillo, Wylan se dio cuenta que el piso entero estaba
dedicado al lujo de la suite Ketterdam. Si iba a morir, suponía que no sería el peor lugar
para pasar su última noche.
Uno por uno, subieron por una escalera retorcida de acero hasta la torre del reloj
y empujaron una trampilla. La habitación en la cima era grande y fría, ocupada
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mayormente por los engranajes de un reloj inmenso. Sus cuatro caras miraban sobre
Ketterdam y el cielo gris del amanecer.
Al sur, una voluta de humo se elevaba de la isla Velo Negro. Mirando al noreste,
Wylan pudo ver el Geldcanal, botes de la brigada de incendios y la vigilancia rodeaban el
área cerca de la casa de su padre. Recordó la mirada sorprendida en la cara de su padre
cuando habían aterrizado en mitad de la mesa de comedor. Si Wylan no hubiera estado
tan aterrorizado, bien podría haber roto a reír. Es la vergüenza lo que devora completos a los
hombres. Si tan solo hubieran incendiado el resto de la casa.
—Specht dice que han cerrado los puertos y cerrado el paso a los botes de remos
—dijo Kaz—. Están sellando la ciudad. Nadie será capaz de entrar o salir.
Jesper caminó a la ventana que encaraba al oeste, donde Kaz estaba parado. —
Por todos los Santos y tu tía Eva —dijo con una ráfaga de aliento.
Una multitud estaba moviéndose hacia el este desde el Barril por el distrito
Zelver.
—Albatros Navaja —dijo Inej, apuntando detrás de los Leones del Centavo—. Y
allí están los Tapones.
—Han sido nombrados representantes —dijo Kaz—. Specht dice que el mensaje
está por todo el Barril. Las buenas noticias es que ahora nos quieren vivos… incluso a
Matthias. Las malas noticas es que han añadido recompensas por los gemelos shu con
los que estamos viajando, así que la cara de Kuwei, y la de Wylan, están adornando
también las paredes de la ciudad.
Kaz no dijo nada, solo observó la multitud pasar enfrente del hotel, las pandillas
arracimadas en enjambres coloridos, gritándose insultos unos a otros, vitoreando como
si fuera alguna clase de festividad. Incluso después que hubieron pasado, sus canticos
permanecieron en el aire. Tal vez marcharían todo el camino hasta el Salón de la
Guardia.
—Seremos cazados por cada miembro de la vigilancia y cada matón del Barril en
la ciudad, hasta que nos encuentren —dijo Kaz—. Ahora no hay forma de salir de
Ketterdam. Ciertamente, no contigo a remolque.
Jesper descansó la cabeza contra el cristal. —Mi padre. Ellos lo llevarán también.
Será acusado de albergar fugitivos.
El chico cortó el aire bruscamente con la mano. —Me salvaron de los fjerdanos.
Si no actuamos, entonces me capturarán de todos modos.
—¿Entonces todo esto para nada? —preguntó Wylan, sorprendido ante su propia
ira—. ¿El riesgo que tomamos? ¿Lo que conseguimos en la Corte de Hielo? ¿Todo lo que
sufrieron Inej y Nina para sacarnos?
—Pero si me entrego a Van Eck, entonces el resto de ustedes puede quedar libre
—insistió Kuwei.
Kuwei gimió y se dejó caer contra la pared. Lanzó una mirada torva a Nina. —
Debiste haberme matado en la Corte de Hielo.
—No puedo creer que salimos libres de la Corte de Hielo, pero estamos atrapados
en nuestra propia ciudad —dijo Wylan. No parecía correcto.
Kaz dibujó un círculo en la ventana con un dedo enguantado en cuero. —No del
todo —dijo—. Puedo conseguir que la vigilancia retroceda.
—Yo me entregaré.
—La vigilancia no sabe sobre Kuwei. Piensan que están buscando a Wylan. Así
que les diré que Wylan está muerto. Les diré que yo lo maté.
Leigh Bardugo The Dregs
—Te pudrirás en prisión antes que eso suceda —dijo Matthias—. Van Eck nunca
te dará una oportunidad para que hables en una corte.
—¿Realmente creen que han construido una celda que pueda retenerme?
—Van Eck sabe lo bueno que eres con las cerraduras —dijo Inej enojada—.
Morirás antes incluso que alcances la cárcel.
—Esta es mi ciudad —dijo Kaz—. No la abandonaré con la cola entre las patas.
Jesper soltó un gruñido de frustración. —Si esta es tu ciudad, ¿qué queda de ella?
Renunciaste a tu parte del Club Cuervo y el Quinto Puerto. Ya no tienes una pandilla.
Incluso si escapas, Van Eck y Rollins de nuevo unirán la vigilancia y la mitad del Barril
contra ti. No puedes luchar contra todos.
—Obsérvame.
Kaz se giró hacia él. —Tú eres el que se está preparando para huir, Jesper.
Sencillamente deseas que yo huya con ustedes para que no tengas que sentirte tan mal
al respecto. Para todo el amor que tienes por las peleas, siempre eres el primero en hablar
sobre huir para esconderse.
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—¿Para qué? —dijo Kaz, con los ojos titilantes—. ¿Para poder jugar otra ronda
en las mesas? ¿Para que puedas encontrar otra forma de decepcionar a tu padre y
desilusionar a tus amigos? ¿Le has contado a tu padre que eres la razón por la que va a
perder su granja? ¿Le has contado a Inej que tú eres la razón por la que casi murió en la
punta del cuchillo de Oomen? ¿Por la que todos casi morimos?
Durante el momento más breve, la cara de Kaz se desencajó, con una mirada
confundida, casi atemorizada en sus ojos oscuros… allí estaba y luego desapareció, tan
rápido que Wylan se preguntó si lo había imaginado.
—¿Qué quieres de mí? —espetó Kaz, su expresión tan cerrada y cruel como
siempre—. ¿Mi confianza? La tenías y la destrozaste en pedazos porque no pudiste
mantener la boca cerrada.
—Una vez. ¿Cuántas veces te he cubierto la espalda en una pelea? ¿Cuántas veces
lo he hecho correctamente? ¿Eso no cuenta para nada? —Jesper elevó las manos—. No
puedo ganar contigo. Nadie puede.
—Así es. No puedes ganar. Crees que eres un apostador, pero solo eres un
perdedor nato. Peleas. Cartas. Chicos. Chicas. Seguirás jugando hasta que pierdas, así
que, por una vez en tu vida, solo aléjate.
Wylan se giró hacia Inej, esperando que objetara, hacia Matthias para que los
separara, que alguien hiciera algo, pero los otros solo retrocedieron, dejando espacio. Solo
Kuwei mostró alguna clase de preocupación.
—¿Creen que no pueden matarse el uno al otro con las manos desnudas?
—¿Exactamente qué está sucediendo aquí? —dijo Colm—. Creí que eran amigos.
Jesper se pasó una mano por la nuca, luciendo como si deseara desvanecerse por
la duela del piso. —Nosotros… eh… estábamos teniendo un desacuerdo.
—Puedo ver eso. He sido muy paciente con todo esto, Jesper, pero estoy en mi
límite. Te quiero aquí abajo antes que cuente diez o te atizaré el culo para que no te
sientes por dos semanas.
Jesper hizo una mueca. —Matthias, Nina dejó que Cornelis Smeet le agarrara el
trasero.
Pero Kaz estaba mirando a la distancia. Wylan creyó que conocía esa expresión.
—Sé cómo hacerlo —dijo Kaz lentamente—. Cómo sacar a Kuwei, sacar a los
Grisha, conseguir nuestro dinero, vencer a Van Eck, y darle a ese hijo de perra, Pekka
Rollins, todo lo que se merece.
—Todo este tiempo, hemos estado jugando el juego de Van Eck. Nos hemos
estado escondiendo. Terminamos con eso. Vamos a organizar una pequeña subasta. A
plena vista de todos. —Se giró para encararlos, y sus ojos brillaron lisos y negros como
Leigh Bardugo The Dregs
los de un tiburón—. Y ya que Kuwei está tan ansioso por sacrificarse, él va a ser el
premio.
Leigh Bardugo The Dregs
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Cierra los ojos y espera que el pelotón de fusilamiento tenga buena puntería, pensó
sombríamente.
—Jesper.
Él se giró. Inej estaba justo detrás de él. No la había escuchado acercarse, pero
eso no era ninguna sorpresa. ¿Le has contado a Inej que tú eres la razón por la que casi murió
en la punta del cuchillo de Oomen? Bueno, Jesper pensó que se había disculpado mucho
está mañana. Mejor llegar a ello.
—No vine por una disculpa, Jesper. Tienes un punto débil. Todos tenemos un
punto débil.
—¿Cuál es el tuyo?
—La compañía que tengo —dijo ella con una leve sonrisa.
—Entonces cuéntame.
—Estaba hasta el fondo con Pekka Rollins por un poco de kruge. Sus matones
estaban presionando, así que yo… yo les dije que me iba de la ciudad, pero que estaba a
punto de obtener una gran recompensa. No dije nada sobre la Corte de Hielo, lo juro.
—¿Sabes que los suli no tienen palabras para decir «Lo siento»?
—Lo haré.
—Mati en sheva yelu. Esta acción no tendrá eco. Significa que no repetiremos los
mismos errores, que no continuaremos haciendo daño.
—No quise…
—Hay una herida en ti, y las mesas, los dados, las cartas… se sienten como
medicina. Te calman, te hacen sentir bien por un tiempo. Pero son veneno, Jesper. Cada
vez que juegas, tomas otro sorbo. Tienes que encontrar otra forma de curar esa parte de
ti. —Ella colocó la mano en el pecho de él—. Deja de tratar tu dolor como si fuese algo
que imaginas. Si ves que la herida es real, entonces puedes curarla.
¿Una herida? Él abrió la boca para negarlo, pero algo lo detuvo. A pesar de todos
sus problemas en las mesas y lejos de ellas, Jesper siempre había pensado que era
afortunado. Feliz, sencillo. El tipo de chico que la gente quería alrededor. Pero ¿y si él
había estado engañado todo este tiempo? Enfadado y asustado; así lo había llamado el
fjerdano. ¿Qué habían visto Matthias e Inej en Jesper que él no entendía?
—Yo… yo lo intentaré —era lo mejor que podía ofrecer ahora. Tomó las manos
de ella en las suyas, presionó un beso en sus nudillos—. Podría tomarme un tiempo antes
de decir esas palabras. —Sus labios se inclinaron en una sonrisa—. Y no solo porque no
puedo hablar suli.
—Lo sé —dijo ella—, pero piensa en ello. —Miró hacia la sala de estar—. Solo
dile la verdad, Jesper. Ambos estarán agradecidos de saber dónde se encuentran.
—Cada vez que pienso en hacer eso, tengo ganas de tirarme de una ventana. —
Dudó—. ¿Les dirías la verdad a tus padres? ¿Les dirías todo lo que has hecho…todo lo
que pasó?
—No lo sé —admitió Inej—. Pero daría lo que fuera para tener la opción.
Jesper encontró a su padre en la sala de estar púrpura, una taza de café en sus
grandes manos. Él había apilado los platos de vuelta sobre la bandeja plateada.
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Su padre se inclinó hacia atrás, observándolo con esos severos ojos grises. Jesper
podía ver cada línea y pecas en su rostro a la clara luz de la mañana.
—No hubo ninguna estafa, ¿no? Ese chico shu mintió por ti. Todos ellos lo
hicieron.
Jesper juntó las manos para evitar que se movieran. Ambos estarán agradecidos de
saber dónde se encuentran. Jesper no estaba seguro de que eso fuera cierto, pero no tenía
más opciones.
—Ha habido muchas estafas, pero por lo general yo estaba en el lado estafador.
Un montón de peleas… por lo general estaba en el lado ganador. Un montón de juegos
de cartas. —Miró hacia abajo a las medias lunas blancas de sus uñas—. Por lo general
estaba en el lado perdedor.
—Me metí con la gente equivocada. Perdí en las mesas y seguí perdiendo, así que
seguí pidiendo prestado. Pensé que podía encontrar una forma de desenterrarme.
Jesper quería reír. Él se rogó así mismo, se gritó a sí mismo para detenerse.
—No es de esa forma. —Hay una herida en ti—. No para mí. No sé por qué.
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Colm se apretó el puente de la nariz. Lucía tan cansado, este hombre que podía
trabajar desde el amanecer hasta el atardecer sin siquiera quejarse.
—Pá…
—Sabía que la granja no era para ti. Quería que tuvieras algo mejor.
—Fuera de cuestión.
—¿Por qué?
—¿Por qué debería enviar a mi hijo a algún país extranjero para luchar y morir
en sus guerras?
—Leoni es zowa. Ella también tiene el don —dijo él—. Hay profesores en el este,
pasando la frontera. Ellos podrían entrenarlos.
—Pero su madre…
—Vuelve a esta tierra y lo consideraré una invitación para meterte una bala entre
los ojos. Vete y llévate a esa niña contigo. Aquí nadie tiene el don y nadie lo quiere.
Leigh Bardugo The Dregs
—Nada.
—Pero…
—Eso fue lo que mató a tu madre, ¿entiendes? Eso fue lo que se la llevó lejos de
nosotros. —La voz de su padre era feroz, sus ojos grises duros como cuarzo—. No le
dejaré llevarte también. —Entonces sus hombros se hundieron. Como si las palabras
fueran arrancadas, había dicho—: ¿Quieres ir con ellos? Puedes ir. Si es lo que tú quieres.
No me enojaré.
Jesper tenía diez años. Había pensado en su padre solo en la granja, regresando
a una casa vacía cada día, sentado solo en la mesa cada noche, sin nadie para hacerle
bizcochos quemados.
Ahora, él se levantó de su silla, incapaz de seguir sentado por más tiempo, y paseó
por la longitud de la habitación. Jesper sintió como si no pudiese respirar. No podía estar
más aquí. El pecho le dolía. La cabeza le dolía. Culpa y amor y resentimiento se
enredaban en él, y cada vez que intentaba desenredar el nudo en sus entrañas, se volvía
peor. Estaba avergonzado del desastre que había cometido, del problema que había
traído a la puerta de su padre. Pero también estaba enfadado. ¿Y cómo podía estar
enfadado con su padre? ¿La persona que más lo amaba en el mundo, que había trabajado
para darle todo lo que tenía, la persona por la que él recibiría una bala cualquier día de
la semana?
Leigh Bardugo The Dregs
—Voy a… encontraré una forma de compensarlo, Pá. Quiero ser una mejor
persona, un mejor hijo.
—No te crie para ser un jugador, Jesper. Ciertamente no te crie para ser un
criminal.
—Te amo, Pá. Te amo con todo mi corazón mentiroso, ladrón e indigno, pero
sí, lo hiciste.
Vaya con la verdad. Jesper dio zancadas a la puerta. Si no se iba de este lugar,
iba a saltar fuera de su piel.
—De todas formas, estoy muriendo, Pá. Solo que lo hago lentamente.
Jesper caminó por el pasillo. No sabía a dónde ir ni qué hacer consigo mismo. Ve
al Barril. Mantente alejado del Tablón. Hay un juego que jugar en alguna parte, solo sé discreto.
Seguro, un zemeni tan alto como un árbol modestamente ambicioso y con un precio por
su cabeza no se notaba en absoluto. Recordó lo que Kuwei había dicho sobre que los
Leigh Bardugo The Dregs
Pasó una puerta abierta, luego volvió sobre sus pasos. Wylan estaba sentado ante
un piano blanco lacado en un rincón, presionando apasionadamente una solitaria nota.
—¿En serio?
Wylan se levantó del banco del piano. Dio un paso hacia Jesper. Sus ojos eran
de un oro claro y luminoso, como el sol a través de la miel. Jesper extrañaba el azul, las
largas pestañas, el enredo de rizos. Pero si el mercito tenía que estar envuelto en un
paquete diferente, Jesper podía admitir que le gustaba mucho este. ¿Y eso realmente
importaba cuando Wylan lo miraba así, con la cabeza inclinada hacia un lado, con una
leve sonrisa en los labios? Parecía casi... audaz. ¿Qué había cambiado? ¿Había temido
Leigh Bardugo The Dregs
que Jesper no saliera de la refriega en Velo Negro? ¿Solo se sentía afortunado por estar
vivo? Jesper no estaba seguro de que le importara. Quería distracción, y aquí estaba.
Jesper podía sentir el calor del cuerpo de Wylan contra el suyo. Deslizó su mano
a la parte posterior del cuello de Wylan, inclinando la cabeza hacia atrás, pidiendo más.
Se sentía codicioso por algo. Había querido besar a Wylan desde que lo había
visto por primera vez revolviendo sustancias químicas en esa horripilante curtiduría;
rizos ondulados húmedos con el calor, la piel tan delicada que parecía que se moriría si
soplaba sobre ella con demasiada fuerza. Parecía que había caído en la historia
equivocada, un príncipe convertido en mendigo. A partir de entonces, Jesper había
estado atrapado en algún lugar entre el deseo de insultar al pequeño mercito mimado
para que se ruborizara y el deseo de coquetearle en un rincón tranquilo solo para ver qué
podía suceder. Pero en algún momento durante sus horas en la Corte de Hielo, esa
curiosidad había cambiado. Había sentido el tirón de algo más, algo que cobró vida con
el inesperado coraje de Wylan, con su forma generosa y de ojos muy abiertos de mirar
el mundo. Hizo sentir a Jesper como una cometa con una cuerda, elevada y luego
desplomándose hacia abajo, y le gustó.
Así que ¿dónde estaba ese sentimiento ahora? La decepción inundó su interior.
¿Soy yo? Pensó Jesper. ¿Estoy fuera de práctica? Se acercó, permitiendo que el beso
se profundizara, buscando esa elevación, caída, sensación osada, moviendo a Wylan
contra el piano. Oyó que las teclas se golpeaban una contra otra, música suave y
discordante. Adecuado, pensó. Y entonces: si puedo pensar en metáforas en un momento como
este, algo está definitivamente mal.
Leigh Bardugo The Dregs
Se echó hacia atrás, dejó caer las manos, sintiéndose incómodamente torpe. ¿Qué
decías después de un beso terrible? Nunca había tenido motivos para preguntárselo.
Fue entonces cuando vio a Kuwei de pie en la puerta, con la boca abierta, los
ojos muy abiertos y sorprendidos.
No Kuwei.
—Oh, Santos —susurró Jesper. Ese no era Kuwei en la puerta. Era Wylan Van
Eck, experto en ciernes en demo y chico rico rebelde. Y eso significaba que acababa de
besar…
—Yo…
Pero Wylan ya se había ido. Jesper miró fijamente la puerta vacía. ¿Cómo pudo
haber cometido un error así? Wylan era más alto que Kuwei; su rostro era más estrecho
también. Si Jesper no hubiera estado tan nervioso e inquieto después de la pelea con Kaz
y la discusión con su padre, nunca los habría confundido. Y ahora lo había arruinado
todo.
Jesper se volvió.
—Bastante bueno.
—De acuerdo, entonces espero que entiendas exactamente lo que quiero decir
cuando digo que eres definitivamente más problemas de lo que vale la pena.
Jesper se había quitado las botas y estaba sentado sobre la alfombra, con las
rodillas apretadas contra el pecho, lanzando miradas furtivas a Wylan, quien se había
acomodado sobre el sillón y parecía estar ignorándolo deliberadamente. Inej se sentó
sobre el descansillo de la ventana, su balance tan perfecto que la hacía parecer ingrávida,
un ave dispuesta a alzar el vuelo. Kuwei se había acurrucado en el codo del diván, uno
de sus cuadernos abierto junto a él, y Kaz estaba sentado en una silla purpura de respaldo
alto, su pierna mala acomodada sobre la mesa baja, el bastón apoyado contra su muslo.
De alguna forma, se había ocupado de la manga desgarrada de su camisa.
—Muy bien —dijo Nina, lamiendo jugo de fresa de sus dedos en una forma que
vencía completamente la habilidad de Matthias de formar un pensamiento racional—.
Cuando dices una subasta, no te refieres realmente a…
—¿Estás loco?
—Probablemente sería más feliz si lo fuera —dijo Kaz. Descansó una mano
enguantada sobre su bastón—. Cualquier ciudadano kerch y cualquier ciudadano libre
que viaje a Kerch tiene el derecho a vender su propio contrato vinculante. No es solo la
ley, es negocio, y no hay nada más sagrado en Kerch. Kuwei Yul-Bo tiene el derecho
sagrado, como es dictado por Ghezen, dios de la industria y el comercio, a someter su
vida a la voluntad del mercado. Puede ofrecer su servicio en subasta.
—A nuestro postor más alto. Vamos a arreglar el resultado para que Kuwei
consiga su deseo más profundo… una vida bebiendo té de un samovar en Ravka.
Nina estaba sacudiendo la cabeza. —Si anunciamos una subasta, los shu sabrán
exactamente cuándo y dónde encontrarlo.
Kuwei bajó su cuaderno. —Los shu tal vez todavía tengan parem y Fabricadores.
—Eso es cierto —dijo Jesper—. Si es verdad, pueden hacer todo el dinero que
deseen. No habrá forma de superarlos.
—Aun así…
—Inej —dijo Nina—. ¿No crees que deberías contarles un poco más sobre tu
nueva amiga?
—Sí —dijo Jesper—. ¿Quién es esta nueva conocida que te hizo un montón de
hoyos?
Inej atisbó por la ventana. —Hay un nuevo jugador en el campo, una mercenaria
contratada por Pekka Rollins.
Inej se levantó del descansillo. Alcanzó su bolsillo y con un traqueteo dejó sobre
la mesa una pila de lo que lucían como pequeños soles plateados.
—Ella clama que tiene sangre Lantsov y que es una contendiente para el trono
ravkano.
—Pekka podría haber hecho que nos siguiera desde Velo Negro anoche —dijo
Inej.
—Alguien de su gente debe haber visto a uno de nosotros —replicó Kaz—. Eso
es todo lo que se requería.
Matthias se preguntó si era mejor que no pudieran estar seguros de quién era
responsable. De esa forma, nadie tenía que cargar la culpabilidad o sería culpado.
—Bien —dijo Kaz, pero la respuesta no salió tan rápidamente como Matthias
habría esperado. Él teme por ella, pensó Matthias, y no le gusta eso. Por una vez, podía
simpatizar con el demjin.
—No.
—Nina.
—Solo era una observación. —Nina cogió los restos de un gofre de la bandeja y
dijo—: Ravka no puede ganar la subasta. Estamos quebrados.
—No lo sabías.
—¿Crees que Fjerda no está consciente que las arcas ravkanas están vacías?
Nina hizo una mueca. —Al menos podrías haber fingido estar sorprendido.
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz movió su pierna mala. —Es por eso que el Consejo Mercante de Kerch va a
financiarlos.
—Algo así —dijo Kaz—. Y tomamos un pequeño porcentaje. Igual que hacen
los bancos.
—Pero ¿quién va a ser el señuelo? —dijo Jesper—. Van Eck ha visto todas
nuestras caras excepto a Nina y Specht. Incluso si uno de nosotros es confeccionado o
traemos a otra persona, entonces el Consejo Mercante no va solo a entregar su dinero a
un recién llegado sin credenciales reales.
—Sí.
—Ya está en esto, Jes. Tú lo involucraste cuando hiciste que hipotecara su granja
para pagar por tu título en desperdiciar dinero.
—No —repitió Jesper—. Van Eck va a hacer la conexión entre Colm Fahey y
Jesper Fahey. No es un idiota.
Leigh Bardugo The Dregs
—Es un granjero de una ciudad cercana a Lij. Su familia ha estado allí por años.
Tiene propiedades en Kerch y en Novyi Zem.
—Ya estoy albergando fugitivos. Si voy a ayudar, bien podría ser cómplice.
—¿Qué tengo que perder, Jes? Mi vida son tú y la granja. Esta es la única forma
en que puedo proteger ambas cosas.
Jesper se levantó del piso, paseándose arriba y abajo enfrente de las ventanas. —
Esto es una locura —dijo, pasándose la mano por la nuca—. Ellos nunca caerán con
eso.
—Hay trece miembros del Consejo —dijo Jesper—. Eso son sesenta y cinco
millones de kruge.
—Yo tampoco contaría con la protección del Consejo de Mareas —dijo Nina—.
¿Alguna vez han aparecido en público?
—¿Y crees que van a aparecer para proteger a Kuwei ahora? No podemos
mandarlo a solas a una subasta pública.
—¿El escenario?
—Las subastas son llevadas a cabo en la Iglesia del Trueque, justo enfrente del
altar. ¿Qué podría ser más sagrado? Es perfecto… un lugar cerrado con múltiples puntos
de entrada y fácil acceso a un canal.
Nina sacudió la cabeza. —Kaz, tan pronto Matthias pise ese escenario, la mitad
de la delegación fjerdana lo reconocerá, y tú eres el hombre más buscado en Ketterdam.
Si se aparecen en la subasta, ambos serán arrestados.
Leigh Bardugo The Dregs
—Tiene que haber otra forma —dijo Jesper—. ¿Qué tal si intentáramos hacer un
trato con Rollins?
—No más tratos —dijo Kaz—. Nunca debí haber ido con Rollins en primer lugar.
—Es igual —dijo Jesper—. Si vamos en contra del gobierno de Kerch, las
pandillas del Barril y los shu…
—Y los fjerdanos —añadió Matthias—. Y los zemeníes, y los kaelish, y quien sea
más que aparezca cuando se anuncie la subasta. Las embajadas están llenas y no
sabemos qué tan lejos han llegado los rumores de parem.
—Lo sé —dijo Kaz, enderezándose las mangas—. Es por eso que voy a ir al
Tablón.
—¿De qué estás hablando? —dijo Nina—. Hay un precio por tu cabeza. Todos
en el Barril lo saben.
Leigh Bardugo The Dregs
—Viste a Per Haskell y los Indeseables allí abajo —dijo Jesper—. ¿Crees que
puedes convencer al anciano para que te respalde cuando la ciudad entera está a punto
de caerte encima como un saco de ladrillos? Sabes que él no tiene las agallas para eso.
—Lo sé —dijo Kaz—. Pero necesitamos un equipo más grande para este trabajo.
—Cuando todo esto haya acabado, cuando Van Eck haya sido puesto en su lugar,
cuando Rollins huya, y el dinero esté pagado, estas aún serán mis calles. No puedo vivir
en una ciudad donde no puedo levantar la cabeza.
—He recibido cuchillos, balas y demasiados golpes para contarlos, todo por un
trocito de esta ciudad —dijo Kaz—. Esta es la ciudad por la que sangro. Y si Ketterdam
me ha enseñado algo, es que siempre puedes sangrar un poco más.
Johannus Rietveld. Había dicho una especie de verdad. Johannus Rietveld nunca
había existido. Kaz había utilizado el segundo nombre de Jordie y su apellido
compartido para crear la identidad del granjero años atrás.
No estaba seguro de por qué había comprado la granja donde había crecido o por
qué había seguido haciendo negocios y adquirido propiedades bajo el nombre de
Rietveld. ¿Johannus Rietveld tenía la intención de ser su Jakob Hertzoon?, ¿Una
identidad respetable como la que Pekka Rollins había creado para engañar mejor a los
inocentes pichones?, ¿O había sido alguna forma de resucitar a la familia que había
perdido? ¿Incluso importaba? Johannus Rietveld existía en el papel y en los registros
bancarios, y Colm Fahey era perfecto para desempeñar el rol.
Sabía lo estúpido que estaba siendo, lo improbable que volviera del Tablón. Kaz
había pasado su vida en una serie de maniobras de evasión y fintas. ¿Por qué enfrentarse
a un problema directamente cuando se puede encontrar alguna otra manera de
acercarse? Siempre había una debilidad, y él era un experto en encontrarla. Ahora él
estaba a punto de avanzar como un buey enganchado a un arado. Las probabilidades de
que terminara golpeado, sangrando y arrastrado a través del Barril directamente a la
acera de Pekka Rollins, eran muy altas. Pero ellos habían caído en una trampa, y si él
tenía que roerse la pierna para sacarlos de ella, entonces eso era lo que haría.
Primero tenía que encontrar a Inej. Estaba en el lujoso cuarto de baño blanco y
dorado de la suite, sentada ante una mesa de tocador, cortando vendajes nuevos de las
toallas.
—Voy contigo.
—Sabes que tengo que enfrentarme a ellos yo solo —dijo—. Estarán buscando
cualquier señal de debilidad, Espectro. —Dio vuelta a las llaves, y después de algunos
crujidos, el agua hirviendo salió del grifo. Tal vez cuando estuviera rodando en kruge
haría que instalarán el flujo de agua caliente en el Tablón—. Pero no puedo acercarme
a nivel de la calle.
Se quitó los guantes y se mojó las manos en el agua, luego se la echó por la cara
y se pasó los dedos por el pelo. —Háblame de la mejor ruta o encontraré mi propio
camino allí.
Inmediatamente ella tocó el mapa. —Este camino es más rápido, pero es más
pronunciado.
—Está hecho. —Había liquidado todos los bienes que tenía, usando hasta el
último de los ahorros que había acumulado, cada parte del dinero sucio.
Ella apretó el sobre sobre su pecho, encima de su corazón. —No tengo palabras
para agradecerte por esto.
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Sin duda los suli tienen mil proverbios para tal ocasión?
—Si termino en la horca, puedes decir algo agradable sobre mi cadáver —dijo—
. Espera hasta las seis campanadas. Si no vuelvo, intenta sacar a todos de la ciudad.
—Kaz…
Inej entrecerró los ojos. —Voy a fingir que no dijiste eso. Estos son mis amigos.
No voy a ninguna parte.
—Ella llevaba cuchillas de calidad. —Inej tomó las tijeras de la barra del tocador
y comenzó a cortar tiras nuevas de una de las toallas—. Creo que puede ser mi sombra.
—Los suli creen que cuando hacemos el mal, damos vida a nuestras sombras.
Cada pecado fortalece a la sombra, hasta que finalmente la sombra es más fuerte que tú.
—Si eso fuera cierto, mi sombra habría envuelto a Ketterdam en una noche
permanente.
—Tal vez —dijo Inej, volviendo su oscura mirada hacia la suya—. O tal vez tú
eres la sombra de otra persona.
—¿Qué pasa si vuelves del Tablón? ¿Si la subasta va según lo planeado y logramos
esta hazaña?
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Y tú?
—Romperé todo el havok que pueda hasta que mi suerte se agote. Utilizaré
nuestro esfuerzo para construir un imperio.
—Mira el salón del Club Cuervo, Kaz. —Su voz era suave, paciente… ¿Por qué
le hacía querer incendiar algo?—. Piensa en cada estafa y juego de cartas y robo que has
llevado a cabo. ¿Todos esos hombres y mujeres merecían lo que consiguieron o lo que
les quitaron?
¿Por qué había llamado a Jesper por el nombre de Jordie? Cuando miraba en el
pasado, veía a su hermano a través de los ojos del niño que había sido: valiente, brillante,
infalible, un caballero vencido por un dragón vestido como un merc. Pero, ¿cómo vería
a Jordie ahora?, ¿cómo un blanco?, ¿otro pichón tonto que busca un atajo? Apoyó las
manos en el borde del lavabo. Ya no estaba enojado. Se sentía cansado. —Fuimos
tontos.
—Mi padre. Mi madre. Hubieran hecho algo para evitar que me robaran.
¿Cómo podía mirar al mundo de esa manera? —Vendida a un burdel a los catorce
años y te consideras afortunada.
—Ellos me amaban. Me aman. Eso creo. —La vio acercarse más al espejo. Su
cabello negro era un chapoteo de tinta contra las paredes de azulejos blancos. Ella se
detuvo detrás de él—. Tú me protegiste, Kaz.
—El hecho de que estás sangrando a través de tus vendas me dice otra cosa.
Ella miró hacia abajo. Una flor roja de sangre se había extendido sobre el vendaje
atado alrededor de su hombro. Tiró torpemente de la tira del vendaje. —Necesito a Nina
para arreglar esto.
Kaz podía oír el goteo del grifo, el agua golpeando el lavabo en un ritmo desigual.
No estaba seguro de lo que quería que ella dijera. Dile que se vaya, exigió una voz dentro
de él. Ruégale que se quede.
Pero Inej no dijo nada. En su lugar, recogió las vendas y las tijeras del tocador y
las colocó junto al lavabo. A continuación, colocó las palmas de las manos sobre la
encimera y sin esfuerzo se impulsó para sentarse en ella.
Leigh Bardugo The Dregs
Ahora estaban ojo a ojo. Él dio un paso más y luego se quedó allí, incapaz de
moverse. No podía hacer esto. La distancia entre ellos parecía nada. Se sentía como
kilómetros.
Ella alcanzó las tijeras, con elegancia como siempre, una chica bajo el agua, y se
las ofreció a él con la empuñadura por delante. Estaban frías en su mano; el metal era
sereno y tranquilizador. Entró en el espacio enmarcado por las rodillas de ella.
—¿Por dónde empezamos? —preguntó ella. El vapor del lavabo había rizado los
mechones de pelo que rodeaban su rostro.
Asintió con la cabeza a su antebrazo derecho, sin confiar en sí mismo para hablar.
Sus guantes yacían al otro lado del lavabo, negros contra el mármol veteado de oro.
Parecían animales muertos.
Se centró en las tijeras, metal frío en sus manos, nada parecido a la piel. No podía
hacer esto si sus manos temblaban.
Puedo superar esto, se dijo. No era diferente de apuntar con un arma a alguien. La
violencia era fácil.
Su corazón no debería estar haciendo ese sonido. Tal vez nunca llegaría al
Tablón. Tal vez esto lo mataría. Deseó que sus manos se movieran, anudó la venda una
vez, dos veces. Estaba hecho.
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz respiró hondo. Sabía que debía reemplazar la venda en su hombro, pero no
estaba preparado para eso, así que asintió hacia el brazo izquierdo. El vendaje estaba
perfectamente limpio y seguro, pero ella no lo interrogó, solo ofreció su antebrazo.
Esta vez fue un poco más fácil. Se movió lentamente, metódicamente, las tijeras,
el vendaje, como meditando. Pero entonces la tarea estuvo completa.
La venda en su hombro había sido doblada bajo su brazo dos veces y atada cerca
de la axila. Se inclinó ligeramente, pero el ángulo era incómodo. No podía simplemente
calzar las tijeras debajo de la toalla. Tendría que levantar el borde de la tela.
Todo en él retrocedió. El agua estaba fría contra sus piernas. Su cuerpo se había
quedado entumecido y, sin embargo, todavía podía sentir la humedad de la carne
putrefacta de su hermano bajo sus manos. Es la vergüenza la que devora completos a los
hombres.. Se estaba ahogando en ella. Ahogándose en el puerto de Ketterdam. Tenía los
ojos borrosos.
—No es fácil para mí tampoco —la voz de ella, baja y firme, la voz que alguna
vez lo había traído de vuelta del infierno—. Incluso ahora, un chico me sonríe en la calle,
o Jesper me pasa el brazo alrededor de la cintura, y siento que voy a desaparecer. —La
habitación se inclinó. Se aferró a la vibración de su voz—. Vivo con miedo de ver a uno
de sus… uno de mis… clientes en la calle. Durante mucho tiempo, pensé reconocerlos
en todas partes. Pero a veces pienso que lo que ellos me hicieron no fue lo peor.
No estaba seguro de poder hacerlo. Pero si ella podía pronunciar esas palabras
en el eco de esta sala, él bien podría intentarlo.
Tomó otra larga tira de toalla en su mano derecha. Tenía que inclinarse para
rodearlo detrás de ella. Estaba tan cerca ahora. Su mente absorbió la caracola de su oído,
el cabello recogido detrás, ese rápido pulso revoloteando en su garganta. Viva, viva, viva.
Antes de que supiera lo que quería, bajó la cabeza. Ella respiró hondo. Sus labios
flotaron justo encima de la coyuntura caliente entre el hombro y la columna del cuello
de ella. Él esperó. Dime que me detenga. Empújame lejos.
El más mínimo movimiento y sus labios rozaron la piel cálida de ella, suave,
perlada de sudor. El deseo lo recorrió, miles de imágenes que había acumulado, apenas
dejándose fantasear… la caída de su cabello oscuro liberado de su trenza, su mano
ajustada a la curva de su cintura, sus labios entreabiertos, susurrando su nombre.
—No lo hagas.
Ella se quedó parada en el centro del suelo de baldosas, enmarcada por blanco y
oro, como un icono dorado. —¿Qué te sucedió, Kaz?, ¿Qué le pasó a tu hermano?
—No importa.
Dile, dijo una voz dentro de él. Dile todo. Pero no sabía cómo ni por dónde
empezar. ¿Y por qué debería hacerlo?, ¿Para que ella pudiera encontrar una forma de
absolverlo de sus crímenes? No quería su compasión. No necesitaba explicarse, solo
necesitaba encontrar una forma de dejarla ir.
—¿Quieres saber lo que Pekka me hizo? —Su voz fue un gruñido que resonó en
los azulejos. —¿Que te diga sobre lo que hice cuando encontré a la mujer que fingió ser
su esposa, la chica que fingió ser su hija?, ¿O qué te diga sobre lo que le pasó al chico
que nos atrajo en esa primera noche con sus perros mecánicos de juguete? Esa es buena.
Su nombre era Filip. Lo encontré administrando un juego de monte en Kelstraat. Lo
torturé durante dos días y lo dejé desangrándose en un callejón, con la llave de un perro
de cuerda clavada en su garganta. —Kaz vio a Inej estremecerse. Ignoró el pinchazo en
su corazón.
Inej sacudió la cabeza. ¿Cómo podía seguir mirándolo con bondad en los ojos?
—No pides perdón, Kaz. Lo ganas.
—Al cazar esclavistas. Al arrancar de raíz a los comerciantes y los jefes del Barril
que se aprovechan de ellos. Al ser algo más que solo el próximo Pekka Rollins.
Leigh Bardugo The Dregs
Era imposible. No había nada más. Podía ver la verdad incluso aunque ella no
pudiera. Inej era más fuerte que nunca. Ella había mantenido su fe, su bondad, incluso
cuando el mundo trató de quitárselas con manos codiciosas.
Kaz pasó por delante de Inej, cogió los guantes desechados de encima del lavabo
y se los puso. Se metió en su abrigo, se arregló la corbata en el espejo, se metió el bastón
bajo el brazo. Bien podría ir a encontrar su muerte con estilo.
Cuando se volvió hacia ella, estaba listo. —Pase lo que pase, sobrevive a esta
ciudad. Consigue tu barco, ten tu venganza, talla tu nombre en sus huesos. Pero
sobrevive a este lío en el que nos he metido.
—¿Qué?
—Apártate, Espectro.
—Kaz…
Pasó por delante de ella y salió de la habitación. No podía pensar en lo que podría
ser, en lo que había que perder. E Inej estaba equivocada acerca de una cosa. Sabía
exactamente lo que tenía intención de dejar atrás cuando hubiera muerto.
Daño.
Leigh Bardugo The Dregs
Inej literalmente bufó mientras saltaba sobre una chimenea. Era ofensivo. Ella había
tenido numerosas oportunidades para liberarse de Kaz, y nunca las había tomado.
Así que él no era apto para una vida normal. ¿Ella estaba destinada a encontrar
un esposo de corazón amable, tener sus hijos, luego afilar sus cuchillos después que ellos
se hubieran ido a dormir? ¿Cómo explicaría las pesadillas que aún tenía de la Colección?
¿O la sangre en sus manos?
Podía sentir la presión de los dedos de Kaz contra su piel, sentir el roce de ave de
su boca contra su cuello, ver sus ojos dilatados. Dos de las personas más mortíferas que
el Barril poseía y apenas podían tocarse entre sí sin que ambos desfallecieran. Pero lo
habían intentado. Él lo había intentado. Tal vez podrían intentarlo de nuevo. Un deseo
tonto, la esperanza sentimental de una chica a la que no le habían robado las primeras
veces de su vida, quien no había sentido nunca el azote de Tante Heleen, quien no estaba
cubierta de heridas y era buscada por la ley. Kaz se habría reído ante su optimismo.
Pensó en Dunyasha, su sombra. ¿Qué sueños tenía ella? ¿Un trono, como había
sugerido Matthias? ¿Otra muerte ofrecida a su dios? Inej no tenía dudas de que volvería
a encontrarse con la chica de marfil y ámbar. Deseaba creer que emergería victoriosa
cuando ese momento llegara, pero no podía discutir los dones de Dunyasha. Tal vez
realmente era una princesa, una chica de noble cuna entrenada en las artes de matar,
destinada para la grandeza como una heroína en una historia. Entonces ¿eso en qué
Leigh Bardugo The Dregs
Tal vez. Pero aún no. Aún tenía deudas que pagar.
Inej siseó mientras se deslizaba por una tubería, sintiendo que el vendaje
alrededor de su muslo se liberaba. Iba a dejar un rastro de sangre sobre el horizonte.
Él esquivó sobre los tejados de Groenstraat, siguiendo la ruta que habían trazado
juntos, y pronto, la parte trasera del Tablón apareció a la vista: estrecha, inclinándose de
lado contra sus vecinas, sus tejas negras de hollín.
¿Cuántas veces ella se había aproximado al Tablón desde este ángulo? Para ella,
era el camino a casa. Distinguió la ventana de Kaz en el piso superior. Ella había pasado
incontables horas sentada en ese descansillo, alimentando a los cuervos que se reunían
allí, escuchándolo a él planificar. Debajo, ligeramente a la izquierda, distinguió la franja
de ventana que pertenecía a su propio dormitorio diminuto. La impactó que, ya sea que
la subasta tuviera éxito o fallara, esta podría ser la última vez que regresaba al Tablón.
Tal vez nunca volvería a ver a Kaz sentado ante su escritorio o escucharía el golpeteo de
Leigh Bardugo The Dregs
su bastón subiendo por los escalones desvencijados del Tablón, dejándole saber por su
ritmo si había sido una noche mala o buena.
miembros más jóvenes de los Indeseables, los niños que Kaz había traído y organizado,
los que habían trabajado con mayor ahínco y aceptaban los peores trabajos porque eran
los más nuevos.
¿Pero exactamente qué tenía Kaz en mente? ¿Había entrado en su oficina por una
razón o sencillamente porque era el punto de acceso más fácil desde el tejado? ¿Tenía la
intención de hablar a solas con Per Haskell? La totalidad de la escalera estaba expuesta
a la entrada. Kaz no podía siquiera bajar sin atraer la atención de todos, a menos que
planeara hacerlo disfrazado. Y el cómo recorrería las escaleras con su pierna mala, sin
que nadie reconociera su andar, estaba más allá de su imaginación.
Vitorearon.
—Anciano.
Él estaba parado en la cima de las escaleras, mirando desde arriba cuatro pisos
de madera desvencijada. Ella se dio cuenta que él se había detenido a cambiarse el abrigo
y se le ceñía en líneas perfectamente a medida. Estaba reclinado sobre su bastón, el
cabello recogido ordenadamente de su frente pálida, un chico de cristal negro de bordes
mortíferos.
—No deberías haber venido aquí… a menos que sea para entregarte como el
muchacho listo que sé que eres.
—Tú siempre estabas actuando como si fueras mejor que nosotros, Brekker —
gritó Seeger, aun sosteniendo el silbato de hojalata, y algunos de los otros Indeseables
asintieron. Per Haskell aplaudió, animando.
Y era verdad. Kaz siempre se había mantenido aparte de todos. Ellos habían
deseado camaradería, amistad, pero él nunca había accedido a jugar su juego, solo el
propio. Tal vez esta hora de la verdad era inevitable. Inej sabía que Kaz no había tenido
la intención de permanecer como el lugarteniente de Per Haskell para siempre. Su
triunfo en la Corte de Hielo debería haberlo convertido en rey del Barril, pero Van Eck
lo había despojado de eso. Los Indeseables no conocían las cosas extraordinarias que él
había logrado en las últimas semanas, el premio que había arrancado de los fjerdanos, o
el botín que aún podía estar a su alcance. Él los enfrentó solo, un chico con pocos
aliados, un desconocido para la mayoría de ellos, a pesar de su reputación brutal.
Pero Seeger era lento por el whisky, y para cuando alcanzaron a Kaz en el tercer
rellano de escaleras, ya no tenían aliento. El bastón de Kaz azotó en dos arcos tajantes,
destrozando los huesos de los brazos de Seeger. En lugar de enfrentarse a Bastian, se
deslizó a su lado, imposiblemente rápido a pesar de su pierna mala. Antes que Bastian
pudiera girarse, Kaz encajó el bastón en el espacio suave entre el muslo y rodilla de
Bastian, que se derrumbó con un grito estrangulado.
Kaz aún estaba en terreno ventajoso, pero estaba superado en número, y ahora
venían en oleadas. Varian y Swann corrieron por el descansillo del tercer piso, Felix
Rojo pisándoles los talones, Milo y Gorka muy de cerca.
Leigh Bardugo The Dregs
Inej apretó los labios cuando Kaz recibió un golpe en su pierna mala, se tambaleó,
y apenas se enderezó a tiempo para esquivar un golpe de la cadena de Varian. Azotó el
barandal a centímetros de la cabeza de Kaz, enviando a volar astillas de madera. Kaz
sujetó la cadena y utilizó la inercia de Varian para mandarlo volando sobre la barandilla
rota. La multitud se echó para atrás cuando golpeó el piso de entrada.
Swann y Felix Rojo vinieron hacia Kaz desde ambos lados. Felix Rojo sujetó el
abrigo de Kaz, jalándolo hacia atrás. Kaz se liberó como un mago escapando de una
camisa de fuerza en un espectáculo de la Duela Este.
Felix Rojo extrajo una piedra de su bolsillo y golpeó con fuerza la mano derecha
de Kaz. El golpe fue torpe, pero el bastón de Kaz cayó al piso, rodando por las escaleras.
Beatle, delgado como un hurón y con la cara de uno, se precipitó por los escalones y lo
aferró, arrojándoselo a Per Haskell mientras sus lacayos daban un vítor. Kaz plantó las
manos a ambos lados de la barandilla y azotó sus botas contra el pecho de Felix Rojo,
haciendo que trastabillara hacia atrás por las escaleras.
Tres Indeseables más saltaron más allá de Felix Rojo y convergieron contra él:
Milo, Gorka, flacucho Beatle con su extraña cara pequeña y cabello grasoso. Inej se
atrevió a parpadear y Milo tenía a Kaz contra la pared, mandando una lluvia de golpes
contra sus costillas y cara. Kaz echó atrás la cabeza y golpeó la frente con la de Milo con
un crujido repugnante. Milo dio un paso atontado, y Kaz presionó la ventaja.
Pero había demasiados y Kaz ahora estaba luchando solo con los puños, la sangre
derramándose por un costado de su cara, el labio partido, el ojo izquierdo cerrándosele
de la hinchazón. Sus movimientos estaban volviéndose lentos.
Leigh Bardugo The Dregs
Pero, en ese momento, por entre las amplias tablas en el barandal del descansillo,
vio que los ojos de él estaban abiertos. Su mirada encontró la de ella. Él había sabido
todo el tiempo que ella estaba aquí. Por supuesto que sí. Él siempre sabía cómo
encontrarla. Él dio la más escueta sacudida de su cabeza sangrienta.
Ella deseaba gritar. Al diablo con tu orgullo, con los Indeseables, con esta miserable
ciudad al completo.
Pero todo lo que Inej pudo ver fue el cuchillo en manos de Milo, largo y
destellante. Lucía como la cosa más limpia de él.
Kaz utilizó la barandilla para ponerse en pie. Beatle levantó las manos, como
olvidando que aún estaba en posesión de un garrote y Kaz estaba desarmado. Kaz sujetó
un puñado del cabello de Beatle, tiró hacia atrás de su cabeza y la chocó contra la
barandilla, el sonido fue como un disparo, el retroceso fue lo bastante brusco que la
cabeza de Beatle rebotó de la madera como una pelota de goma. Se derrumbó en una
pila de hurón.
Kaz se pasó una manga por la cara, esparciéndose sangre sobre la nariz y frente,
y escupió. Ajustó sus guantes, miró a Per Haskell desde el descansillo del segundo piso,
y sonrió. Tenía los ojos rojos y húmedos. La multitud era mucho mayor que cuando la
pelea había comenzado. Giró los hombros. —¿Quién sigue? —preguntó, como si tal vez
tuviera una cita en algún otro lado—. ¿Quién viene? —Inej no sabía cómo podía
mantener la voz tan firme—. Esto es lo que hago todo el día. Lucho. ¿Cuándo fue la
última vez que vieron a Per Haskell recibir un golpe? ¿Liderar un trabajo? Diablos,
¿cuándo fue la última vez que lo vieron fuera de la cama antes del mediodía?
—¿Crees que vamos a aplaudirte porque puedes recibir una paliza? —bufó Per
Haskell—. No compensa los problemas que has ocasionado. Traer la ley al Barril,
secuestrar al hijo de un mercader…
Leigh Bardugo The Dregs
—Es bueno saber que aceptas la palabra de un León del Centavo por encima de
uno de los tuyos.
Un murmullo inquieto pasó entre la multitud debajo como un viento agitando las
hojas. Tu pandilla era tu familia, el vínculo era tan fuerte como la sangre.
—Su esposa, no su hijo. Su esposa, quien está a salvo en casa, junto a su esposo
ladrón, tejiendo botitas y hablando a sus aves. Piensa por un minuto, Haskell. ¿Qué
posible utilidad podría tener yo para el mocoso de un merca?
—Chantaje, rescate…
—Quisiste cualquier otra cosa que he traído a tu puerta, Haskell. Aun estarías
haciendo los mismos engaños de centavos y bebiendo whisky aguado si no fuera por mí.
Leigh Bardugo The Dregs
Estas paredes se estarían cayendo alrededor de tu cabeza. Has aceptado cada trozo de
dinero y suerte que te he tendido. Devoras los beneficios del Quinto Puerto y el Club
Cuervo como si fuera tu deber, dejándome a mí hacer tus peleas y tu trabajo sucio. —
Su mirada pasó lentamente sobre los Indeseables de abajo—. Todos ustedes se
beneficiaron. Recogieron las ganancias. Pero a la primera oportunidad que tienen, están
listos para quedar bien con Pekka Rollins por el placer de llevarme a la horca. —Otro
susurro intranquilo de los mirones—. Pero no estoy enojado.
Tenía que haber veinte Indeseables mirando hacia Kaz, todos armados, y aun así
Inej podría haber jurado que percibió su alivio. Entonces comprendió… la pelea era solo
el acto de apertura. Ellos sabían que Kaz era rudo. No necesitaban que él lo probara.
Esto se trataba de lo que Kaz necesitaba. De intentar un golpe de estado contra Per
Haskell, habría tenido que buscar a los Indeseables individualmente, perdiendo tiempo
y arriesgándose a la captura en las calles del Barril. Ahora tenía una audiencia, y Per
Haskell había estado feliz de dar la bienvenida a todo eso… un poco de entretenimiento,
el dramático fin de Kaz Brekker, la humillación de Manos Sucias. Pero esto no era
comedia barata. Este era un rito de sangre, y Per Haskell había permitido que la
congregación se reuniera, sin darse cuenta que el espectáculo real aún estaba por
comenzar. Kaz estaba parado en su púlpito, herido, amoratado y listo para predicar.
—No estoy enojado —dijo Kaz de nuevo—. No por eso. ¿Pero saben qué me
enoja? ¿Lo que realmente me enfurece? Ver a un cuervo aceptando órdenes de un León
del Centavo. Verlos desfilar tras Pekka Rollins como si fuera algo de lo que estar
orgulloso. Una de las pandillas más mortíferas del Barril doblándose como un montón
de lirios frescos.
—Rollins tiene poder, chico —dijo Per Haskell—. Recursos. Regáñame cuando
hayas estado por aquí unos cuantos años más. Es mi trabajo proteger a esta pandilla, y
eso es lo que hice. Los mantuve a salvo de tu temeridad.
—¿Crees que estás a salvo porque le mostraste la panza a Pekka Rollins? ¿Crees
que estará feliz de honrar esta tregua? ¿Qué no ansiara lo que tienes? ¿Te suena como
Pekka Rollins?
Leigh Bardugo The Dregs
—¿A quién quieren parado en ese umbral cuando al león le entre hambre? ¿Un
cuervo? O un gallo desgastado que grazna y se pavonea, luego se alía con un León del
Centavo y algún merca sucio contra uno de los suyos?
Desde arriba, Inej podía ver a la gente más cerca de Per Haskell ahora
inclinándose ligeramente lejos de él. Unos cuantos le estaban lanzando largas miradas,
a la pluma en su sombrero, a los cayados en sus manos… el bastón de Kaz que habían
visto empuñado con semejante precisión sangrienta y el cuervo falso que Haskell había
concebido para burlarse de él.
—Puede que no camine derecho —dijo Kaz—. Pero al menos no huyo de una
pelea.
—¡Ve por los hombres de Rollins! —ordenó Per Haskell a Varian—. ¡Eleva la
alarma! —Pero Anika sacó un cuchillo largo y se paró enfrente de la puerta de entrada.
Lentamente, con la cojera pronunciada pero la espalda recta, Kaz bajó el tramo
final de escaleras, apoyándose pesadamente en la barandilla. Cuando alcanzó el piso
inferior, la multitud restante se dividió.
—Tienes dos minutos para salir de mi casa, anciano. El precio de esta ciudad es
la sangre —dijo Kaz—. Y estoy feliz de pagar con la tuya.
Leigh Bardugo The Dregs
J esper nunca había visto a Kaz tan ensangrentado y golpeado: nariz rota, labio
partido, un ojo hinchado. Se estaba aferrando el costado en una forma que hizo
pensar a Jesper que al menos tenía rota una costilla, y cuando tosió en un pañuelo, Jesper
vio sangre en la tela blanca antes que Kaz lo metiera a su bolsillo. Su cojera era peor que
nunca, pero aún estaba de pie, y Anika y Pim estaban con él. Aparentemente, habían
dejado un equipo mínimo indispensable muy bien armado en el Tablón, en caso que
Pekka se enterara del golpe de estado de Kaz y decidiera intentar hacer una apropiación
de territorio.
—Por todos los santos —dijo Jesper—. ¿Supongo que fue bien?
Kaz sujetó el extremo de un vendaje con los dientes y arrancó un trozo. —No
necesito su ayuda. Continúa trabajando con Colm.
Leigh Bardugo The Dregs
Poco más de una hora después, Inej se había deslizado en la habitación y tendido
a Kaz una nota. Era muy entrada la tarde y las ventanas de la suite estaban encendidas
de luz oro mantequilla.
Kaz elevó una ceja. —Que hecho tan interesante como para olvidarse
mencionarlo, Nina.
—¡Por supuesto que es relevante! —dijo Wylan enojado. Jesper estaba un poco
sorprendido. Al principio a Wylan no había parecido importarle lucir los rasgos de
Kuwei. Casi había parecido dar la bienvenida a la distancia que le proporcionaba de su
padre. Pero eso había sido antes que hubieran ido a Santa Hilde. Y antes que Jesper
hubiera besado a Kuwei.
Nina hizo una ligera mueca. —Wylan, creí que ibas a ir a Ravka. Habrías podido
conocer a Genya tan pronto estuviéramos en el bote.
Leigh Bardugo The Dregs
Una débil sonrisa tocó los labios de Kaz. —Como dije. —Se giró hacia Inej—.
¿Estableciste nuestros términos?
—Sí, estarán en los baños del hotel en una hora. Les dije que se aseguraran de
que nadie los viera entrar.
Kaz asintió. —Pero vas a tener que ser el doble de cuidadoso hasta la subasta. Tu
padre no desea que aparezcas para echar por tierra el engaño que está ejecutando con el
Consejo Mercante y la vigilancia. Sería más listo esperar…
—Hice que reservaran el lugar entero para el señor Rietveld —dijo Nina—. Es
muy cohibido en desvestirse enfrente de otros.
—Soy ambos.
—Te amo, Nina, pero el gobierno ravkano no ha tratado a los suli muy bien. No
estoy interesada en intercambiar cortesías con sus líderes. —Jesper realmente nunca
había considerado eso, y era claro por la expresión afectada de Nina que ella tampoco.
Leigh Bardugo The Dregs
Inej le dio un fuerte abrazo—. Vamos —dijo—. Haremos que Colm nos ordene algo
decadente.
Mientras se dividían para preparase para la reunión con los ravkanos, Jesper
siguió a Wylan por el pasillo.
—Ey.
—No somos nada parecidos —dijo Wylan indignado—. ¡Él ni siquiera es tan
bueno en ciencia! La mitad de sus cuadernos están llenos de garabatos. Mayormente de
ti. Y esos ni siquiera son buenos.
Wylan rodó los ojos. —Olvídalo. Puedes besar a quien quieras, Jesper.
Era pequeño, sin marco, adecuado solo para una miniatura: un retrato de Wylan
de niño, alrededor de ocho años. Wylan curvó los dedos alrededor del borde de la
pintura. —Es como ella me recuerda. Ella nunca me vio crecido. —Frunció el ceño—.
Es tan antiguo. No sé si será de utilidad.
—Sigues siendo tú —dijo Jesper—. Mismos rizos. Misma arruguita entre las
cejas.
El nuevo humor boyante de Jesper duró todo el camino hasta el ascensor, pero
cuando se unieron a Kaz y descendían al tercer piso del hotel, sus nervios empezaron a
tintinear. Podrían estar entrando en una trampa, y Kaz no estaba exactamente en forma
para pelear.
Alguna parte de Jesper esperaba que los ravkanos dijeran no a este plan
desquiciado. Entonces Kaz sería obstaculizado, e incluso si todos terminaban en la
Puerta del Infierno o colgando de la horca, su padre al menos tendría la oportunidad de
escapar indemne. Colm había pasado horas con Nina y Kaz intentando aprender su rol,
repasando diferentes escenarios, soportando sus preguntas interminables y pinchazos sin
quejarse. Colm no era un actor, y mentía tan bien como Jesper bailaba ballet. Pero Nina
estaría con él. Eso tenía que contar para algo.
Les habían dicho que se reunirían con solo dos miembros del Triunvirato, pero
había tres personas junto a la piscina. Jesper sabía que la chica tuerta con la kefta rojo y
azul debía ser Genya Safin, y eso significaba que la chica asombrosamente preciosa con
la gruesa cascada de cabello ébano era Zoya Nazyalensky. Estaban acompañadas por
un hombre cara de zorro de veintitantos que vestía un abrigo verde azulado, con guantes
de cuero café, y un impresionante par de revólveres zemeni colgados alrededor de sus
caderas. Si esta gente era lo que Ravka tenía que ofrecer, tal vez Jesper debía considerar
una visita.
—Me temo que eso no es posible —dijo el hombre—. Aunque Zoya es, por
supuesto, una fuerza considerable, los extraordinarios dones de Genya son poco aptos
para la confrontación física. Yo, por otro lado, soy muy apto para todas formas de
confrontación, aunque estoy particularmente encariñado con la física.
—¡Él me conoce! —dijo Sturmhond deleitado. Codeó a Genya—. Te dije que soy
famoso.
—Porque podría perder. Y luce muy mal cuando los reyes pierden.
Jesper no podía creer que estaba teniendo una conversación con el Sturmhond.
El corsario era una leyenda. Había roto incontables bloqueos en favor de los ravkanos,
y había rumores de que… —¿Realmente tienes una nave voladora? —barbotó Jesper.
—No.
—Oh.
—Tengo varias.
—Llévame contigo.
Leigh Bardugo The Dregs
—Muy justo. Así que digamos que ambos nos hemos ganado el derecho a tener
nuestros nombres asociados a los peores círculos. El rey no arrastrará ciegamente a
Ravka en una de tus estratagemas. La nota de Nina decía que tienes a Kuwei Yul-Bo en
tu posesión. Quiero confirmación de ese hecho, y quiero los detalles de tu plan.
—Puedo formularlo como pregunta si hará que las plumas se te aplanen —dijo
Kaz.
—Insolente…
—Eres el chico que Nina confeccionó para lucir como Kuwei —dijo Genya—.
¿Y quieres que intente deshacer su trabajo?
—Sí —dijo Wylan, esa única palabra estaba imbuida con un mundo entero de
esperanza—. Pero no tengo nada con lo que negociar.
Genya rodó su único ojo ámbar. —¿Por qué los kerch están tan enfocados en el
dinero?
—Nada —dijo Jesper—. Solo decía que Kerch es un país en bancarrota moral.
—Zoya…
—Voy a encontrar una habitación oscura con una piscina profunda e intentaré
desprenderme de un poco de este país.
—Encuentren una silla —dijo Genya—. Y recojan mi botiquín del área principal
de piscinas. Es pesado. Lo encontrarán cerca de las toallas.
—La chica suli lo sugirió —dijo Genya, ahuyentándolos para que siguieran sus
órdenes.
—Las costuras.
—¿Costuras?
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Porque ella podría arruinarlo y hacerte lucir como una comadreja con rizos?
Genya elevó una ceja del color de las llamas. —Tal vez un topillo.
—No es gracioso —dijo Wylan. Había apretado las manos con tanta fuerza sobre
su regazo que sus nudillos se habían vuelto estrellas blancas.
—Podría ser peor —dijo ella—. Una vez conocí a una mujer que se había frotado
placenta de ballena en la cara con la esperanza de lucir más joven. Y no diré nada de lo
que hizo con la saliva de mono.
Se subió las mangas, y Jesper vio que las cicatrices en su cara también recorrían
sus manos y subían por sus brazos. No podía imaginar qué clase de arma había retorcido
el tejido de esa forma.
Leigh Bardugo The Dregs
Jesper había oído que ella había sido torturada durante la guerra civil ravkana,
pero eso no era la clase de cosa sobre la que tenías una conversación educada. —Ahora
no sé a dónde mirar —admitió.
—A cualquier lugar que gustes. Solo quédate en silencio para que no haga un
desastre horroroso con este pobre chico. —Se rio ante la expresión de terror de Wylan—
. Estoy bromeando. Pero sí quédate quieto. Esto es un trabajo lento, y necesitarás ser
paciente.
Ella tenía razón. El trabajo era tan lento que Jesper no estaba seguro que algo
estuviera sucediendo. Genya colocaba las puntas de los dedos debajo de los ojos de
Wylan o sobre sus párpados, luego retrocedía y examinaba lo que había hecho… lo que,
hasta donde Jesper podía ver, era nada. Entonces alcanzaba uno de los estuches de
cristal o botella, untaba algo en sus yemas, tocaba la cara de Wylan de nuevo, retrocedía.
La atención de Jesper vagó. Paseó alrededor de la habitación, enterró el dedo en la
arcilla, se arrepintió, fue a buscar una toalla. Pero cuando miró a Wylan desde un poco
más de distancia, pudo ver que algo había cambiado.
—Su frente debería ser más estrecha —dijo Jesper, asomándose sobre el hombro
de Genya—. Solo un poquito. Y sus pestañas eran más largas.
Leigh Bardugo The Dregs
—Y no tienen miedo —dijo Wylan bajito—. Es otra gente la que les enseña sus
límites. —Los ojos de Wylan encontraron los de Jesper por encima del hombro de
Genya, y como si estuviera retando tanto a Jesper como a sí mismo, dijo—: Yo no puedo
leer. —Su piel se manchó instantáneamente, pero su voz fue firme.
Jesper podía ver la ansiedad en su cara, lo que le costaba decir esas palabras. Lo
hizo sentir como un cobarde.
Wylan elevó las cejas, y Jesper supo que lo estaba retando a hablar, pero él
permaneció en silencio. No es un don. Es una maldición. Retrocedió a la ventana, de
repente profundamente interesado en las calles de abajo. Eso fue lo que mató a tu madre,
¿entiendes?
Genya alternó entre trabajar y hacer que Wylan sostuviera el espejo para guiarla
a través de modificaciones y cambios. Jesper observó durante un rato, fue al piso
superior para ver a su padre, le consiguió a Genya algo de té y a Wylan una taza de café.
Cuando regresó a la habitación de arcilla, casi dejó caer las tazas.
Genya se estiró y dijo: —Bien, porque si tuviera que pasar otro minuto oliendo
esa arcilla, podría volverme loca. —Era claro que estaba cansada, pero su cara estaba
resplandeciente, sus ojos ámbar chispeaban. Así era como lucían los Grisha cuando
utilizaban su poder—. Sería mejor revisitar el trabajo de nuevo en la mañana, pero tengo
que regresar a la embajada. Y para mañana, bueno… —Se encogió de hombros.
Wylan le agradeció y luego continuó agradeciéndole hasta que ella los empujó
físicamente por la puerta para que ella pudiera ir a encontrar a Zoya.
—Estoy famélico —dijo Jesper—. Pero Pá está dormido. No estoy seguro que
tengamos permitido pedir comida. —Inclinó la cabeza a un lado, escrutando a Wylan—
. ¿Hiciste que ella te hiciera más apuesto?
Wylan se sonrosó. —Tal vez olvidaste lo atractivo que soy. —Jesper elevó una
ceja—. Bien, tal vez un poco. —Se unió a Jesper junto a la ventana mirando sobre la
ciudad. El anochecer estaba cayendo y las farolas de la calle habían florecido en
formación ordenada a lo largo de los bordes de los canales. Patrullas de vigilancia eran
visibles, moviéndose entre las calles, y las Duelas estaban encendidas de color y sonido
de nuevo. ¿Durante cuánto tiempo estarían seguros aquí? Jesper se preguntaba si los
Kherguud estaban rastreando a los Grisha a través de la ciudad, revisando las casas de
sus contratos. Los soldados shu podrían estar rodeando la embajada incluso ahora. O
tal vez este hotel. ¿Podían oler a un Grisha a quince pisos de altura?
—Sé lo que estabas haciendo allá —dijo Jesper—. No tenías que contarle que no
puedes leer.
—¿Sabes que Kaz fue la primera persona a la que le conté de… mi condición?
—Lo sé. Sentí como si me fuera a ahogar con las palabras. Tenía tanto miedo de
que se burlara de mí. O que solo se riera. Pero no hizo nada de eso. Contarle a Kaz,
enfrentando a mi padre, liberó algo en mí. Y cada vez que le cuento a alguien nuevo,
me siento más libre.
Jesper observó un bote de remos desvanecerse debajo del Zentsbridge. Estaba casi
vacío. —Yo no estoy avergonzado de ser un Grisha.
—Adelante —dijo Jesper—. Lo que sea que estés pensando, solo dilo.
Wylan levantó la vista hacia él. Sus ojos eran del azul claro y puro que Jesper
recordaba… un lago de alta montaña, un interminable cielo zemeni. Genya había hecho
bien su trabajo. —Sencillamente no lo comprendo. Yo he pasado mi vida entera
ocultando las cosas que no puedo hacer. ¿Por qué huir de las cosas increíbles que tú
puedes hacer?
Jesper se encogió de hombros irritado. Él había estado enojado con su padre por
casi exactamente lo que Wylan estaba describiendo, pero ahora solo se sentía a la
defensiva. Estas eran sus elecciones, correctas o erróneas, y había pasado mucho desde
que las había tomado. —Sé quién soy, en lo que soy bueno, lo que puedo hacer y lo que
no. Yo solo… soy lo que soy. Un gran pistolero, un mal apostador. ¿Por qué eso no
puede ser suficiente?
—¿Has pensado en mí? ¿A altas horas de la noche? ¿Qué estaba usando yo?
Leigh Bardugo The Dregs
—He pensado sobre tus poderes —dijo Wylan, con las mejillas sonrosándose de
un tono más oscuro—. ¿Alguna vez se te ha ocurrido que tu habilidad de Grisha podría
ser parte de la razón por la que eres tan buen tirador?
—Wylan, eres lindo, pero eres demasiado loco para un vaso tan pequeño.
—Tal vez. Pero te he visto manipular metal. Te he visto dirigirlo. ¿Qué tal si no
fallas porque también estás dirigiendo tus balas?
Jesper sacudió la cabeza. Esto era ridículo. Era un buen tirador porque había sido
criado en la frontera, porque entendía las armas, porque su madre le había enseñado a
estabilizar su mano, aclarar su mente y sentir su blanco tanto como verlo. Su madre.
Una Fabricadora. Una Grisha, incluso si ella nunca utilizó esa palabra. No. Así no es cómo
funciona. Pero ¿qué tal si sí?
La mirada de Wylan era firme. Jesper no podía apartar la mirada de ese claro
azul agua. Se forzó a quedarse quieto, inhaló, exhaló.
Leigh Bardugo The Dregs
—De nuevo —dijo Wylan, y cuando Jesper abrió la boca para inhalar de nuevo,
Wylan se inclinó hacia delante y lo besó.
—Wylan —dijo Jesper, mirando el interior del amplio azul cielo de sus ojos—.
Realmente espero que no muramos.
Leigh Bardugo The Dregs
N ina estuvo furiosa al descubrir que Genya había confeccionado no solo a Wylan
sino también a Kaz, y ella no había podido ver.
Nina tuvo la repentina sospecha de que Genya había ofrecido curar la pierna
mala de Kaz. —Bueno, luces como la peor clase de matón del Barril —se quejó Nina—
. Al menos deberías haberle permitido que te quitara el resto de los moretones.
—Soy la peor clase de matón del Barril. Y si no luzco como si acabara de aplastar
a diez de los mejores tipos duros que Per Haskell tenía para ofrecer, entonces nadie va a
creer que lo hice. Ahora vayamos a trabajar. No puedes hacer una fiesta si nadie recibe
la invitación.
Kuwei Yul-Bo, hijo de Bo Yul-Bayur, Químico en jefe de Bhez Ju, pone en disponibilidad
su servicio y ofrecerá su contrato vinculante como el mercado y la mano de Ghezen ordenan.
Aquellos que deseen ofertar, están invitados a participar en una subasta gratuita y justa en
cumplimiento con las leyes de Kerch, la regla del Consejo Mercante, y la supervisión del Consejo de
Mareas en la Iglesia del Trueque en el plazo de cuatro días. Los participantes se reunirán al
mediodía. Sagrado es Ghezen y en el comercio vemos Su mano.
—Quiere enviar por un Fabricador para poder hacer oro —dijo Jesper.
Las puertas del Salón de la Guardia estaban cerrados al público, y se decía que el
Consejo Mercante estaba en una reunión de emergencia para determinar si autorizarían
la subasta. Esta era la prueba: ¿Ellos apoyarían las leyes de la ciudad, o… dado que al
menos sospechaban sobre Kuwei, flaquearían y encontrarían alguna forma para denegar
sus derechos?
En la cima de la torre del reloj, Nina esperó con los otros, observando la entrada
oriental de la Bolsa de Valores. Al mediodía, un hombre vestido de negro de mercader
se aproximó al arco con un legajo de documentos. Una horda de gente descendió sobre
él, arrancándole los panfletos de las manos.
Leigh Bardugo The Dregs
Todo lo que el panfleto decía era: De acuerdo a las leyes de Kerch, el Consejo Mercante
de Ketterdam accede a actuar como representante de Kuwei Yul-Bo en la subasta legal de su
contrato vinculante. Sagrado es Ghezen y en el comercio vemos Su mano.
Inej le posó una mano en el brazo. —No es demasiado tarde para cambiar de
estrategia.
Nina no dijo nada. Le agradaba Colm. Le importaba Jesper. Pero esta subasta
era la mejor oportunidad que tenían de llevar a Kuwei a Ravka y salvar vidas de Grisha.
—Los mercaderes son blancos perfectos —dijo Kaz—. Son ricos y son listos. Eso
los hace fáciles de engañar.
—Los hombres ricos desean creer que merecen cada centavo que consiguen, así
que olvidan lo que le deben a la probabilidad. Los hombres astutos siempre están
buscando lagunas. Quieren una oportunidad para jugar con el sistema.
—El blanco más duro es uno honesto —dijo Kaz—. Afortunadamente, siempre
están escasos. —Dio golpecitos al cristal de la carátula del reloj, haciendo gestos hacia
Karl Dryden, quien aún estaba parado junto a la Bolsa, abanicándose con su sombrero
ahora que la multitud se había dispersado—. Dryden heredó su fortuna de su padre.
Desde entonces, ha sido un inversor demasiado tímido para incrementar
sustancialmente su riqueza. Está desesperado por una posibilidad de probarse a sí mismo
ante los miembros del Consejo Mercante. Nosotros vamos a darle una.
Kaz casi sonrió. —Sabemos que es representado por nuestro buen amigo y
amante de perros, Cornelis Smeet.
Y de cierta forma, podían agradecer a Van Eck por la facilidad con la que Kaz
colocó el anzuelo. Vestidos con uniformes de la vigilancia, Anika y Pim detuvieron a los
mensajeros de Smeet con impunidad, exigiendo ver sus identificaciones mientras
revisaban sus bolsas. Los documentos en el interior eran confidenciales y estaban
sellados, pero no estaban tras los documentos. Solo necesitaban plantar unas cuantas
migas para atraer al joven Karl Dryden.
—A veces —dijo Kaz—, un ladrón competente no solo toma. Deja algo atrás.
Trabajando con Specht, Wylan había creado un sello que podía presionarse en la
parte posterior de un sobre sellado. Daba la impresión que el sobre había absorbido la
tinta de otro documento, como si algún empleado irreflexivo hubiera dejado los papeles
Leigh Bardugo The Dregs
en algún lugar húmedo. Cuando los mensajeros entregaron los documentos de Dryden,
si él tenía algo de curiosidad, al menos echaría un vistazo a las palabras que parecían
haberse impregnado en su paquete de papeles. Y en verdad que encontraría algo muy
interesante: una carta de otro de los clientes de Smeet. El nombre del cliente era ilegible,
pero la carta era claramente una consulta: ¿Smeet tenía conocimiento de un granjero
llamado Johannus Rietveld, el líder de un consorcio de agricultores de jurda de Kerch y
Zemeni? Estaba sosteniendo reuniones en el Hotel Geldrenner solo con inversionistas
selectos. ¿Sería posible una presentación?
Incluso antes de que colocaran el anzuelo con la carta falsa, Kaz hizo que Colm
tomara sus comidas en el comedor lavanda del Geldrenner con varios miembros de la
comunidad comercial y bancaria de Kerch. Colm siempre se sentaba a buena distancia
de cualquiera de los otros clientes, ordenaba extravagante, y hablaba con sus invitados
en tonos susurrados. El contenido de la discusión era completamente benigno (charla de
reportes de cultivo y tasas de interés) pero nadie en el comedor sabía eso. Todo era hecho
delante del personal del hotel, así que cuando los miembros del Consejo Mercante
vinieron preguntando sobre cómo el señor Rietveld pasaba su tiempo, obtuvieron la
respuesta que Kaz deseaba.
callados. Kaz la había educado bien en el poder de la avaricia, y estos hombres deseaban
cada trozo de ganancia para ellos mismos.
En cuanto a Nina, Genya le había ofrecido una gloriosa kefta roja de su colección
y habían retirado el bordado, alterándola de azul a negro. Ella y Genya no eran de la
misma talla, pero consiguieron soltar las costuras y añadir unos cuantos retazos extra.
Se había sentido extraño vestir una kefta apropiada después de tanto. La que Nina vestía
en la Casa de la Rosa Blanca había sido un disfraz, un hábito barato que tenía la
intención de impresionar a su clientela. Esto era lo real, vestido por soldados del
Segundo Ejército, hecho de seda pura teñida en un rojo que solo un Fabricador podía
crear. ¿Ella tenía siquiera el derecho de vestir algo así ahora?
Nina había estado nerviosa sobre que Colm tomara el rol principal en esta
charada. Él era definitivamente un amateur, y durante las primeras reuniones con
banqueros y consultores, él lucía casi tan verde como su sopa de guisantes. Pero con
cada hora que pasaba, su confianza había aumentado, y Nina había empezado a sentir
la emotividad de la esperanza.
Leigh Bardugo The Dregs
Y, aun así, ningún miembro del Consejo Mercante había venido a ver a Johannus
Rietveld. Tal vez Dryden nunca había visto el rastro del documento falso o había
decidido no actuar en consecuencia. O tal vez Kaz solo había sobreestimado su avaricia.
—¿Señor Rietveld?
—¿Sí? —croó Colm. No un inicio auspicioso. Nina le dio la patada más suave
que podía bajo la mesa. Él tosió—. ¿Qué asunto, caballeros?
Leigh Bardugo The Dregs
Durante las preparaciones, Kaz había insistido que Nina aprendiera todos los
colores y emblemas de casas del Consejo Mercante, y Nina reconoció sus broches de
corbata: un dorado manojo de trigo atado con un listón azul esmalte para la familia
Dryden, y el laurel rojo para Van Eck. Incluso sin el broche, ella habría reconocido el
parecido de Van Eck con Wylan. Vio las entradas en su cabello. El pobre Wylan tal vez
tendría que invertir en un buen tónico.
—No deseamos desperdiciar su tiempo, señor Rietveld —dijo Van Eck con una
sonrisa sorprendentemente encantadora—. O el nuestro.
—Gracias —dijo Van Eck con otra sonrisa—. Entendemos que representa un
consorcio de granjeros de jurda.
Colm miró alrededor como preocupado de que alguien pudiera escuchar. —Es
posible que así sea. ¿Cómo obtuvieron esta información?
—Me enteré por el capitán del barco en el que viajó usted —dijo Van Eck.
—Soy Grisha —dijo Nina con un gesto dramático—. Ningún secreto está más
allá de mi alcance. —Bien podría divertirse.
Ahora Van Eck se inclinó hacia delante, con los ojos ligeramente entrecerrados.
—Eso es interesante, señor Rietveld. ¿Cómo es que apareció en Ketterdam en un
momento tan fortuito? ¿Por qué elegir ahora para empezar un consorcio de jurda?
Ahí se acababa lo de estar a la defensiva. Pero Kaz había preparado a Colm para
esto.
—Si debe saberlo, hace unos meses, alguien empezó a comprar granjas de jurda
alrededor de Cofton, pero nadie pudo descubrir su identidad. Algunos de nosotros nos
dimos cuenta que algo debía estarse cociendo, así que elegimos no venderle, y en su
lugar empezamos nuestra propia empresa.
—No —dijo Van Eck un poco demasiado brusco—. Después de todo, usted está
aquí ahora y es apto para representar nuestros intereses. ¿Por qué desperdiciar tiempo y
esfuerzo en hacer de sabueso, inútilmente? Cada hombre tiene el derecho de buscar
beneficios donde pueda encontrarlos.
—Es igual —dijo Dryden—. Es posible que este inversionista supiera algo sobre
la situación con los shu…
Pero, entonces, Van Eck unió los dedos y dijo: —Ciertamente vale la pena reunir
toda la información que podamos. Yo mismo me encargaré de investigar a este otro
comprador.
Tímido en realidad, pensó Nina. Atisbó la señal de Anika desde el otro lado del
recibidor. —Señor Rietveld, ¿su siguiente cita? —Lanzó una mirada significativa al
recibidor, donde Rotty (luciendo increíblemente elegante en negro de mercader)
conducía a un grupo de hombres a través de la entrada y más allá del comedor.
Leigh Bardugo The Dregs
—Me temo que, a fecha tan tardía, realmente no podría aceptar más…
—¿Juntos?
—El Consejo Mercante cree que los precios de jurda podrían cambiar pronto.
Hasta recientemente, nuestras manos estaban atadas por nuestros roles como servidores
públicos. Pero la subasta próxima nos ha liberado para perseguir nuevas inversiones.
Nina casi podía ver los engranajes girando en la mente de Van Eck. Sin duda
hubo granjeros que se rehusaron a vender en Novyi Zem. Ahora tenía la posibilidad de
controlar no solo los campos de jurda que había comprado, sino también una buena
tajada de aquellos que no había conseguido adquirir. Nina también se preguntó si,
considerando el dinero que la búsqueda de su hijo le estaba costando a la ciudad, estaba
sintiendo la presión de llevarle al Consejo una buena oportunidad.
La expresión de Colm fue de disculpa. —Me temo que debo terminar mis
negocios aquí para mañana en la noche. Ya he reservado mi pasaje.
El padre de Jesper dirigió a Van Eck una fría mirada gris que erizó el vello de los
brazos de Nina. —Me siento decididamente acosado, señor Van Eck, y no me gusta.
Colm fingió vacilar. —Veinticuatro horas. Pero no hago promesas. Debo hacer
lo que es mejor para el consorcio.
armar nuestro caso para hacernos cargo del consorcio. Creo que encontrará nuestra
oferta muy generosa.
Mientras Nina se giraba para seguirlo fuera del comedor, Van Eck dijo: —
Señorita Zenik.
—¿Sí?
—Escuché que trabajaba para la Casa de la Rosa Blanca. —Su labio se curvó
ligeramente, como si incluso decir el nombre de un burdel constituyera libertinaje.
—Así es.
—He escuchado que la Cardio de allí ocasionalmente trabaja con Kaz Brekker.
—He hecho trabajos para Brekker antes —concedió Nina tranquilamente. Mejor
ir a la ofensiva. Tomó la mano de Van Eck en la suya, complacida ante la forma que el
cuerpo entero de él pareció recular—. Pero créame, si tuviera alguna idea de dónde se ha
llevado él a su hijo, les contaría a las autoridades.
—No puedo imaginar la angustia que debe estar atravesando. ¿Cómo siquiera
Brekker le puso las manos encima al chico? —continuó Nina—. Yo habría creído que
su seguridad…
—¿No?
—Tal vez.
—Espero que no se haya metido en el camino de Kaz Brekker —dijo Nina con
un estremecimiento.
—Wylan no…
—Por supuesto que no —dijo Nina mientras agitaba las mangas de su kefta y se
preparaba para salir del comedor—. Solo un tonto lo haría.
Leigh Bardugo The Dregs
N
ina estaba cansada, Kaz podía verlo. Todos lo estaban. Incluso él no había
tenido más opción que descansar después de la pelea. Su cuerpo había dejado
de escucharlo. Había traspasado un límite invisible y sencillamente se apagó.
No recordaba quedarse dormido. No soñó. En un momento estaba descansando en el
dormitorio más pequeño de la suite, de espaldas, repasando los particulares del plan, y
en el siguiente estaba despertándose en la oscuridad, con pánico, inseguro de quién era
o cómo había llegado allí.
Cuando estiró la mano para encender la lámpara, sintió un brusco tirón de dolor.
Había sido atroz soportar los suaves toques de Genya cuando se había encargado de sus
heridas, pero tal vez debía haber dejado que la Confeccionista lo curara solo un poco
más. Aún tenía una larga noche por delante, y la estratagema de la subasta no se parecía
a nada que hubiera intentado.
En su tiempo con los Indeseables, Kaz había visto y oído bastante, pero su
conversación con Sturmhond en el solario lo había superado todo.
Habían repasado los detalles de la subasta, qué necesitarían de Genya, cómo Kaz
predecía que irían las pujas y en qué incrementos. Kaz deseaba que Sturmhond entrara
en la puja con cincuenta millones y sospechaba que los shu harían una contraoferta
elevándola diez millones o más, Kaz necesitaba saber que los ravkanos estaban
comprometidos. Una vez que la subasta fuera anunciada, tendría que proceder. No
podría haber pasos atrás.
Leigh Bardugo The Dregs
El corsario estaba cauteloso, presionando por información sobre cómo los habían
contratado para el trabajo de la Corte de Hielo, igual que cómo habían conseguido
encontrar y liberar a Kuwei. Kaz le había proporcionado suficiente información para
convencer al corsario que Kuwei era de hecho el hijo de Bo Yul-Bayur. Pero no tenía
interés en divulgar los mecanismos de sus estratagemas o los verdaderos talentos de su
equipo. Por todo lo que Kaz sabía, Sturmhond tal vez tuviera algo que deseara robar
algún día.
—Solo hay una cosa —dijo Kaz, estudiando la nariz rota del corsario y cabello
rojizo—. Antes que unamos las manos y saltemos juntos de un acantilado, quiero saber
exactamente con quién estoy aliándome.
—Conozco la apariencia del hijo de un hombre rico, y no creo que un rey enviaría
a un corsario ordinario a manejar asuntos tan delicados.
—¿Estás seguro que eso sería posible, Brekker? Ahora conozco tus planes. Estoy
acompañado por dos de las Grisha más legendarias, y yo tampoco soy un mal luchador.
Leigh Bardugo The Dregs
—Y yo soy la rata de canal quien sacó vivo a Kuwei Yul-Bo de la Corte de Hielo.
Hazme saber si te gustan tus posibilidades. —Su equipo no tenía ropa o títulos para
rivalizar a los ravkanos, pero Kaz sabía dónde apostaría su dinero, si le quedara algo.
Sturmhond unió las manos detrás de la espalda, y Kaz vio el más leve cambio en
su comportamiento. Sus ojos perdieron su resplandor desconcertado y adoptaron un
peso sorprendente. Para nada un corsario ordinario.
Kaz posó las manos sobre su bastón. —Mientras no intentes engañarme, puedes
entrar como la Reina Hada o Istamere.
—Más que un poco de ambos —dijo Kaz—. Estás arriesgando un país. Nosotros
estamos arriesgando nuestras vidas. Parece un trato justo.
—Si tan solo los tratados pudieran ser firmados tan rápidamente —dijo, su
comportamiento de corsario despreocupado volvió a su lugar como una máscara
comprada en la Duela Oeste—. Voy por una bebida y un baño. Uno puede soportar el
lodo y la mugre hasta cierto punto. Como el rebelde dijo al príncipe, es malo para la
salud. —Se retiró una mota invisible de polvo de la solapa y salió a zancadas del solario.
Ahora Kaz se alisó el cabello y se puso la chaqueta. Era difícil de creer que una
humilde rata de canal había cerrado un trato con un rey. Pensó en esa nariz rota que le
daba al corsario la apariencia de alguien que había pasado por una gran cantidad de
Leigh Bardugo The Dregs
peleas a puños. Por todo lo que Kaz sabía, así era, pero debían haberlo confeccionado
para disimular sus rasgos. Era difícil mantener un perfil bajo cuando tu cara estaba en el
dinero. Al final, realeza o no, Sturmhond sencillamente era solo un timador muy grande,
y todo lo que importaba era que él y su gente hicieran su parte.
—¿Y?
—Si algo sucede… los shu estarán en la subasta, tal vez los Kherguud. Hay
mucho que depende de este trabajo. No puedo decepcionar a mi padre de nuevo.
Necesito la parem, como medida de seguridad.
Una pregunta razonable. Darle parem a Jesper habría sido la jugada astuta, la
jugada práctica.
—Pero…
—No voy a dejarte convertirte en un mártir, Jes. Si uno de nosotros cae, todos
caemos.
—Esta es mi decisión.
Leigh Bardugo The Dregs
—Y, aun así, parece que soy yo el que la está tomando. —Kaz se dirigió hacia la
sala de estar. No tenía la intención de discutir con Jesper, especialmente cuando no
estaba completamente seguro de por qué estaba diciendo que no en primer lugar.
—¿Quién es Jordie?
Kaz se detuvo. Sabía que la pregunta vendría y, aun así, era duro escuchar el
nombre de su hermano. —Alguien en quién confiaba. —Miró sobre su hombro y
encontró los ojos grises de Jesper—. Alguien a quien no quería perder.
—¡Arriba!
Al fin, ella se despertó y se colocó las botas. Había descartado la kefta roja en
favor del abrigo y los pantalones que había usado durante la desastrosa chapuza que
había sido el trabajo de Arrecife Dulce. Matthias observó cada uno de sus movimientos,
pero no pidió acompañarlos. Sabía que su presencia solo aumentaría el riesgo de que los
descubrieran.
Hacía frío adentro, iluminado solo por una linterna con la llama azul de
advertencia de luz funeraria. Había una sala de procesado y más allá una gran cámara
helada llena de cajones lo bastante grandes para contener cuerpos. El lugar al completo
olía a muerte.
Kaz nunca había sido capaz de esquivar el horror de esa noche en el puerto de
Ketterdam, el recuerdo del cadáver de su hermano apretado con fuerza en sus brazos
mientras se decía a sí mismo que pateara un poco más fuerte, que respirara una vez más,
que permaneciera a flote, permaneciera vivo. Había encontrado el camino a la orilla, se
comprometió a la venganza que se le debía a él y su hermano. Pero la pesadilla se
rehusaba a desvanecerse. Kaz había estado seguro que se volvería más fácil. Dejaría de
Leigh Bardugo The Dregs
tener que pensar dos veces antes de tener que estrechar una mano o verse forzado a
entrar en cámaras cerradas. En su lugar, las cosas se pusieron tan mal que apenas podía
rozar a alguien en la calle sin encontrarse una vez más en el puerto. Estaba en la Barcaza
de la Parca y la muerte estaba rodeándolo. Estaba pateando entre el agua, aferrándose a
la resbalosa y abotagada carne de Jordie, demasiado temeroso de ahogarse para soltarlo.
El siguiente día se había comprado su primer par de guantes, baratas cosas negras
que sangraban tinte cada vez que se humedecían. La debilidad era letal en el Barril. La
gente podía olerla en ti como la sangre, y si Kaz iba a poner de rodillas a Pekka Rollins,
no podía permitirse más noches temblando en el piso de un baño.
Kaz nunca respondía preguntas sobre los guantes, nunca respondía a las mofas.
Solo los utilizaba, un día sí y el otro también, se los quitaba solamente cuando estaba
solo. Se dijo que era una medida temporal. Pero eso no evitó que volviera a dominar
cada juego de manos mientras los utilizaba, aprender a revolver y manejar una baraja
incluso más diestramente de lo que podía con las manos desnudas. Los guantes retenían
las aguas, evitaban que se ahogara cuando recuerdos de esa noche amenazaban con
arrastrarlo bajo la superficie. Cuando se los ponía, se sentía como si estuviera
armándose, y eran mejores que un cuchillo o un arma. Hasta que conoció a Imogen.
que él. Había operado con un equipo en Zierfoort, fraudes cortos que ella dijo que la
habían dejado aburrida. Desde que llegó a Ketterdam, había estado merodeando por las
Duelas, eligiendo pequeños trabajos, intentando encontrar su camino en una de las
pandillas del Barril. La primera vez que Kaz la había visto, ella estaba rompiendo una
botella sobre la cabeza de un Albatro Navaja que se había puesto mano larga. Había
vuelto a aparecer cuando Per Haskell lo tenía con la bitácora de las peleas profesionales
de primavera. Ella tenía pecas y una abertura entre los dientes de enfrente, y podía
arreglárselas en una riña.
Una noche, cuando estaban parados junto a la arena vacía contando el botín del
día, ella le había tocado la manga del abrigo con la mano, y cuando él levantó la mirada,
ella había sonreído lentamente, con los labios cerrados, de tal forma que él no pudo ver
la abertura en sus dientes.
Había empezado de a poco, con gestos que nadie notaría. Un juego de Tres
Hombres Zarza ejecutado sin los guantes puestos. Una noche pasada con ellos debajo
de su almohada. Entonces, cuando Per Haskell lo mandó a él y Tetera a lastimar un
poco a un peleador mediocre llamado Beni, que le debía efectivo, Kaz había esperado
hasta que lo tenían en el callejón, y cuando Tetera le dijo a Kaz que sostuviera los brazos
de Beni, él se había quitado los guantes, solo como una prueba, algo fácil.
Tan pronto hizo contacto con las muñecas de Beni, una oleada de repulsión lo
inundó. Pero estaba preparado y lo soportó, ignorando el sudor helado que le brotó
mientras enganchaba los codos de Beni detrás de su espalda. Kaz se forzó a apretar el
cuerpo de Beni contra el suyo mientras Tetera repasaba los términos de su préstamo con
Per Haskell, puntuando cada sentencia con un golpe a la cara o tripa de Beni.
Estoy bien, se dijo Kaz. Estoy manejando esto. Entonces las aguas se elevaron.
Esta vez la ola fue tan alta como las agujas de la Iglesia del Trueque, lo
dominaron y arrastraron bajo la superficie, un peso del que no podía escapar. Tenía a
Jordie en los brazos, su cuerpo como pescado podrido apretado contra él. Kaz lo
empujó, jadeando por aire.
Lo siguiente que supo es que estaba reclinado contra una pared de ladrillo. Tetera
le estaba gritando mientras Beni huía. El cielo era gris por encima de él, y la peste del
callejón llenó sus fosas nasales, el aroma cenizo y vegetal de la basura, el fétido olor de
orina vieja.
—¿Qué demonios fue eso, Brekker? —gritó Tetera, la cara manchada de furia, la
nariz silbando en una forma que debería haber sido divertida—. ¡Tan solo lo soltaste!
¿Qué tal si traía un cuchillo encima?
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz lo registró solo difusamente, Beni apenas lo había tocado, pero de alguna
forma, sin los guantes, todo era mucho peor. La presión de piel, la flexibilidad de otro
cuerpo humano tan cerca del suyo.
Tetera le dio a Kaz la paliza que había planeado para Beni y lo dejó sangrando
en el callejón. No te volvías blando o te rendías a la distracción, no en un trabajo, no
cuando alguien de tu equipo estaba contando contigo. Kaz apretó las manos en sus
mangas, pero nunca lanzó un golpe.
Le había tomado casi una hora arrastrarse de ese callejón, y semanas para
reconstruir el daño a su reputación. Cualquier resbalón en el Barril podía conducir a una
mala caída. Encontró a Beni y lo hizo desear que Tetera hubiera sido el que le diera la
golpiza. Volvió a ponerse los guantes y no se los quitó. Se volvió dos veces más
despiadado, luchó dos veces más duro. Dejó de preocuparse por parecer normal, dejó
que la gente viera un destello de la locura en su interior y los dejó suponer el resto. Si
alguien se acercaba demasiado, lanzaba un golpe. Si alguien se atrevía a ponerle las
manos encima, rompía una muñeca, dos muñecas, una mandíbula. Manos Sucias, lo
llamaban. El perro rabioso de Haskell. La rabia en su interior ardió y aprendió a
despreciar a la gente que se quejaba, que rogaba, que clamaba que habían sufrido. Déjame
enseñarte cómo luce el dolor, decía, y entonces creaba una pintura con sus puños.
En la arena, la siguiente vez que Imogen le colocó los dedos en la manga, Kaz le
sostuvo la mirada hasta que esa sonrisa de boca cerrada desapareció. Ella dejó caer la
mano, apartó la mirada. Kaz regresó a contar el dinero.
—Terminemos con esto —le dijo a Nina, escuchando que su voz hacia un eco
demasiado alto en la piedra fría. Deseaba salir de este lugar tan pronto como fuera
posible.
Kaz cruzó la habitación hasta ella. Se quedaron ante el cajón, ninguno de los dos
se movió para abrirlo. Kaz sabía que ambos habían visto montones de cadáveres. No
podías hacer una vida en las calles del Barril o como soldado en el Segundo Ejército sin
encontrar muerte. Pero esto era diferente. Esto era putrefacción.
Ella soltó una larga bocanada de aire y luego apartó la sábana del cadáver. Kaz
pensó en una serpiente cambiando de piel.
—Me pregunto cómo murió —murmuró Nina mientras escrutaba los pliegues
grises de la cara del hombre muerto.
—Solo —dijo Kaz, mirando las puntas de los dedos del hombre. Algo los había
estado mordisqueando. Las ratas habían llegado a él antes que encontraran su cuerpo.
O una de sus mascotas. Kaz sacó de su bolsillo el contenedor sellado de cristal que había
hurtado del botiquín de Genya—. Toma lo que necesites.
Parado en la torre del reloj por encima de la suite de Colm, Kaz inspeccionó a su
equipo. La ciudad aún estaba cubierta en oscuridad, pero el amanecer vendría pronto y
ellos irían por caminos separados: Wylan y Colm a una panadería vacía para esperar el
inicio de la subasta. Nina al Barril con sus encargos a la mano. Inej a la Iglesia del
Trueque para tomar su posición en el tejado.
Se sentía más como él mismo que en días. La emboscada en casa de Van Eck lo
había sacudido. No había estado listo para que Pekka Rollins reentrara en el campo en
esos términos. No había estado preparado para la vergüenza, para los recuerdos de
Jordie que habían regresado con mucha fuerza.
Me fallaste. La voz de su hermano, más fuerte que nunca en su cabeza. Dejaste que
te engañara de nuevo.
Kaz había llamado a Jesper por el nombre de su hermano. Un mal resbalón. Pero
tal vez había deseado castigarlos a ambos. Kaz ahora era mayor que Jordie cuando
sucumbió a la Plaga de la Doncella de la Reina. Ahora podía mirar atrás y ver el orgullo
Leigh Bardugo The Dregs
Pensó en Inej preguntando: ¿No había nadie que los protegiera? Recordaba a Jordie
sentado junto a él en un puente, sonriente y vivo, el reflejo de sus pies en el agua debajo
de ellos, la calidez de una taza de chocolate caliente acunada en sus manos con mitones.
Se suponía que nos cuidábamos el uno al otro.
Habían sido dos chicos de granja, que extrañaban a su padre, perdidos en esta
ciudad. Así fue cómo Pekka los cogió. No era solo la atracción del dinero. Él les había
dado un nuevo hogar. Una esposa falsa que les hizo hutspot, una hija falsa con la que
Kaz jugara. Pekka Rollins los había atraído con un fuego cálido y la promesa de la vida
que habían perdido.
Y eso era lo que te destruía al final: el anhelo por algo que nunca podrías tener.
Escaneó las caras de la gente junto a la que había luchado, sangrado. Les había
mentido y ellos le habían mentido. Los había traído al infierno y sacado de ahí de nuevo.
Kaz posó las manos sobre su bastón, con la espalda hacia la ciudad. —Todos
deseamos cosas diferentes de este día. Libertad, redención…
Wylan se inclinó hacia el lavabo y se echó agua fría en la cara. En unas pocas
horas, comenzaría la subasta. Abandonaría la suite del hotel antes del amanecer. Era
imperativo que si alguien fuese a buscar a Johannus Rietveld después de la subasta,
encontrasen que se había ido hace mucho tiempo.
Dio un último vistazo en el espejo dorado del baño. La cara que le miraba le era
familiar de nuevo, pero ¿quién era él realmente? ¿Un criminal? ¿Un fugitivo? ¿Un chico
que era aceptable—tal vez más que aceptable— en demo?
Pensó en su madre, sola, abandonada, junto con su hijo defectuoso. ¿No había
sido lo suficientemente joven como para procrear un heredero adecuado? ¿Habría sabido
su padre en aquel entonces que querría deshacerse para siempre de cualquier evidencia
de que Wylan hubiera existido?
Pero sabía la respuesta. Solo él podía encargarse que su padre fuera castigado por
lo que había hecho. Solo él podía encargarse de liberar a su madre.
Jan Van Eck no iba a conseguir su deseo. Wylan no iba a ninguna parte.
—Sin llantos —dijo Pim. Desapareció por la puerta antes de que Wylan pudiera
responder.
tratando de estar cómodos. Kaz les había dejado con instrucciones estrictas, y Wylan no
tenía interés en hacer caso omiso de ellas. Johannus Rietveld nunca podría ser visto en
la ciudad de nuevo, y Wylan sabía exactamente lo que su padre le haría si encontraba a
su hijo vagando por las calles de Ketterdam.
Se sentaron en silencio durante horas. Colm se durmió. Wylan tarareó para sí,
una melodía que había tenido en su cabeza por un tiempo. Necesitaría percusión, algo
con un rata-a-tat-tat como disparos.
Echó un vistazo cauteloso por la ventana y vio a algunas personas que se dirigían
a la Iglesia del Trueque, estorninos que tomaban vuelo en la plaza, y allí, solo a unos
cientos de metros de distancia, la entrada a la Bolsa. No tenía necesidad de leer las
palabras grabadas sobre el arco. Había oído a su padre repetirlas infinidad de veces.
Enjent, Voorhent, Almhent. Industria, Integridad, Prosperidad. Jan van Eck había logrado
dos de tres lo suficientemente bien.
Wylan no se dio cuenta que Colm estaba despierto hasta que dijo: —¿Qué te hizo
mentir por mi hijo ese día en la tumba?
—Yo…
Wylan trazó una línea en el suelo con el dedo. —Le dio alguien a quien recurrir.
No importa lo que hizo o lo que salió mal. Creo que eso es más grande que los errores
más grandes.
La cara de Wylan se enrojeció. Sabía cuánto amaba Colm a Jesper, lo había visto
en cada gesto que había hecho. Significaba mucho que pensara que Wylan era lo
suficientemente bueno para su hijo.
Caminó más allá de los hornos, en la parte posterior de la panadería. Los olores
eran más fuertes aquí, la oscuridad más intensa, pero la habitación estaba vacía. Una
falsa alarma.
—No es…
—Ey, pequeño merca —dijo una voz profunda que no reconoció—. ¿Listo para
reunirte con tu papi?
—Por este lado —dijo uno de ellos, una chica—. Pekka está en el lado sur de la
catedral.
—Simplemente corre como un buen soldado y dile que los Leones del Centavo
tienen un presente esperándolo en la capilla de armamento.
Oyó unos pasos subiendo las escaleras, el sonido de una puerta abriéndose.
—¿Cómo lo encontraron?
Van Eck negó con la cabeza. —Cada vez que pienso que no me puedes
decepcionar más, me demuestras que estoy equivocado.
Estaban en una pequeña capilla coronada por una cúpula. Las pinturas al óleo
sobre el muro presentaban escenas de batallas y montones de armamento. La capilla
tenía que haber sido donada por una familia de fabricantes de armas.
En los últimos días, Wylan había estudiado los planos de la Iglesia del Trueque,
trazando mapas de los nichos y bovedillas de las azoteas con Inej, dibujando la catedral
y las largas naves en forma de dedos de la mano de Ghezen. Él sabía exactamente dónde
estaba—una de las capillas al final del meñique de Ghezen. El suelo estaba alfombrado,
la única puerta daba a la escalera, y las únicas ventanas daban a la azotea. Incluso si él
no estuviese amordazado, dudaba que alguien más aparte de las pinturas fuera capaz de
oírle gritar pidiendo ayuda. Dos personas estaban detrás de Van Eck: una chica en
pantalones de rayas, el cabello amarillo afeitado a la mitad de la cabeza, y un chico
robusto vestido con tela a cuadros y tirantes. Los dos llevaban los brazaletes de color
púrpura que indicaban que actuaban como representantes del cuerpo de vigilancia.
Ambos llevaban el tatuaje de los Leones del Centavo.
El chico sonrió. —¿Quiere que vaya a buscar a Pekka? —preguntó a Van Eck.
—No hay necesidad. No quiero que aparte los ojos de los preparativos para la
subasta. Y esto es algo que prefiero manejar por mí mismo. —Van Eck se inclinó—.
Escucha, chico. El Espectro fue visto con un miembro del Triunvirato Grisha. Sé que
Brekker está trabajando con los ravkanos. A pesar de todas tus muchas deficiencias,
todavía llevas mi sangre. Dime lo que él ha planeado y me aseguraré que cuiden de ti.
Tendrás una pensión. Podrás vivir en algún lugar cómodo. Voy a quitarte la mordaza.
Si gritas, dejaré que los amigos de Pekka hagan lo que quieran contigo, ¿entendido?
Van Eck sacó un pañuelo con monograma de nieve del bolsillo. Bordado con el
laurel rojo. —Un informe adecuado viniendo de un chico que apenas puede formar
palabras. —Se limpió la saliva de la cara—. Vamos a intentar esto de nuevo. Dime lo
que Brekker está planeando con los ravkanos y puedo dejarte vivir.
Van Eck dobló su pañuelo sucio dos veces, lo guardó. Asintió con la cabeza al
chico y a la chica. —Hagan lo que tengan que hacer. La subasta comienza en menos de
una hora, y quiero respuestas antes de que comience.
El chico miró a Wylan con escepticismo. —¿Seguro que deseas hacerlo de esta
manera, pequeño merca?
—Tal vez deberíamos romperte los dedos para que no puedas tocar esa flauta
infernal —Van Eck sugirió a uno de ellos.
Leigh Bardugo The Dregs
Estoy aquí por ella, Wylan se recordó. Estoy aquí por ella.
Al final, él no era Nina o Matthias o Kaz o Inej o Jesper. No era más que Wylan
Van Eck. Él les contó todo.
Leigh Bardugo The Dregs
E ntrar en la Iglesia del Trueque no era tarea fácil esta mañana. Debido a su posición
cerca de la Bolsa y el Beurscanal, su tejado no se unía a ningún otro, y sus entradas
ya estaban rodeadas por guardias cuando Inej llegó. Pero ella era el Espectro; estaba
hecha para encontrar lugares ocultos, los rincones y grietas donde nadie pensaba en
mirar.
El piso era piedra fría debajo de su vientre mientras reptaba por la anchura de la
iglesia, luego esperó al final del pasillo y se movió rápidamente detrás de una de las
columnas de la arcada occidental. Se movió de columna en columna, luego se deslizó
en la nave que la conduciría a las capillas del pulgar. Una vez más, se puso a reptar para
poder utilizar las bancas de la nave como cubierta. No sabía dónde debían estar
patrullando los guardias, y no tenía deseos de que la atraparan fácilmente por merodear
por la iglesia.
Leigh Bardugo The Dregs
Esta era la parte más alta de la iglesia, pero el terreno era familiar, y eso facilitaba
el trayecto. De todos los tejados en Ketterdam, el de la catedral era el favorito de Inej.
No había tenido buenas razones para aprender sus contornos. Había montones de otros
lugares desde los cuales podría haber observado la Bolsa o el Beurscanal cuando un
trabajo lo requería, pero siempre había elegido la Iglesia del Trueque. Sus agujas eran
visibles casi desde cualquier lugar en Ketterdam, el cobre de su tejado estaba enverdecido
desde hace mucho y cruzado por columnas de volutas de metal, llenas de perfectos
asideros y ofrecía bastante cobertura. Era como una extraña tierra de hadas gris-verde
que nadie más en la ciudad conseguía ver.
La equilibrista en ella había imaginado correr por una cuerda entre sus agujas
más altas. ¿Quién se atrevería a desafiar la muerte misma? Yo lo haría. Los kerch
Leigh Bardugo The Dregs
Plantó los explosivos que Kaz había descrito como su «seguro» en las ubicaciones
que ella y Wylan habían acordado mientras hacían el mapa de la catedral. Solo en la
mente de Kaz el caos podría contar como seguro. Las bombas estaban destinadas a ser
ruidosas, pero harían poco daño. Aun así, si algo salía mal y se necesitaba una
distracción, estarían allí.
La acústica era lo bastante buena para que hubiera podido escuchar cada palabra
de los sermones si lo hubiera deseado, pero elegía ignorar esas partes del servicio.
Ghezen no era su dios, y no tenía deseos de ser sermoneada sobre cómo podría servirlo
mejor. Tampoco sentía aprecio por el altar de Ghezen: una roca plana, sin gracia,
alrededor de la cual había sido construida la iglesia. Algunos la llamaban la Primera
Fragua, otros Mortero, pero hoy sería utilizado como bloque de subasta. Eso retorcía el
estómago de Inej. Ella supuestamente era una trabajadora con contrato, traída a Kerch
por su propia voluntad. Eso es lo que decían los documentos. No contaban la historia
de su secuestro, su terror en la bodega de un barco esclavista, la humillación que había
sufrido a manos de Tantee Heleen, o la miseria de su existencia en la Colección. Kerch
se había construido sobre el comercio, pero ¿cuánto de ese comercio había sido de
humanos? Un ministro de Ghezen podría pararse en ese altar y despotricar contra la
esclavitud, pero ¿cuánto de esta ciudad había sido construido con impuestos de las casas
de placer? ¿Cuántos miembros de su congregación empleaban chicos y chicas que apenas
podían hablar kerch, que fregaban pisos y doblaban ropa por centavos mientras
trabajaban para liquidar una deuda que parecía nunca disminuir?
Leigh Bardugo The Dregs
Ahora Inej observó a los guardias haciendo el ultimo barrido al piso de la iglesia,
revisando los rincones y capillas. Sabía que podrían enviar a unos cuantos bravos
oficiales a que revisaran el tejado, pero había bastantes lugares para ocultarse, si era
necesario, sencillamente podía deslizarse de vuelta al domo de la capilla del pulgar para
esperar a que se marcharan.
Los guardias se acomodaron en sus puestos, e Inej escuchó al capitán dar órdenes
sobre dónde estarían sentados en el escenario los miembros del Consejo Mercante.
Atisbó al medik universitario que había sido traído para verificar la salud de Kuwei y
vio a un guardia acomodar un podio en el lugar donde se pararía el subastador. Sintió
una oleada de irritación cuando vio a unos cuantos Leones del Centavo caminando por
los pasillos con los guardias. Sacaban el pecho, disfrutando su nueva autoridad, los unos
a los otros aludiendo a las bandas purpura de la vigilancia en sus brazos y riendo. La
vigilancia real no lucía complacida, e Inej pudo ver al menos a dos miembros del Consejo
Mercante observando sus procederes con ojo cauto. ¿Se estaban preguntando si habían
obtenido más de lo que habían pedido al permitir que un montón de matones del Barril
fueran nombrados guardias en funciones? Van Eck había empezado su baile con Rollins,
pero Inej dudaba que el rey del Barril lo dejara llevar el liderazgo durante mucho tiempo.
Inej escaneó el horizonte, hasta el Puerto y las negras torres de obelisco. Nina
había estado en lo correcto sobre el Consejo de Mareas. Parecía que preferían
permanecer encerrados en sus atalayas. Aunque, ya que sus identidades eran
desconocidas, Inej suponía que podían estar sentados en la catedral ahora mismo. Miró
Leigh Bardugo The Dregs
hacia el Barril, esperando que Nina estuviera a salvo y no hubiera sido descubierta, que
la pesada presencia de lavigilancia en la iglesia significara un tránsito más sencillo en las
calles.
debería haberse encontrado con los ravkanos cuando tuvo la oportunidad. ¿Qué podría
aprender en un mes con la tripulación de Sturmhond?
Los fjerdanos se levantaron e Inej pensó que podría empezar una pelea cuando
los drüskelle enfrentaron a los soldados ravkanos, pero dos miembros del Consejo
Mercante se apresuraron a adelantarse, respaldados por una tropa de la vigilancia.
—Kerch es territorio neutral —les recordó uno de los mercaderes, su voz era alta
y nerviosa—. Estamos aquí en asuntos de negocios, no de guerra.
—¿Por qué su débil rey manda a un sucio pirata a hacer las pujas? —bufó el
embajador fjerdano, sus palabras hicieron eco a través de la catedral.
Inej rodó los ojos. Eran peores que una pareja de jefes del Barril enfrentándose
en las Duelas.
Todos los ojos se giraron hacia las puertas inmensas de la catedral mientras los
shu entraban, una marea de estandartes rojos representados con los caballos y llaves, sus
uniformes oliva engalanados con oro. Sus expresiones fueron pétreas mientras recorrían
Leigh Bardugo The Dregs
Eventualmente, Van Eck recorrió a zancadas el pasillo, desde donde sea que
hubiera estado merodeando junto al escenario y espetó: —Si deseaban sentarse al frente,
deberían haber renunciado al drama de una gran entrada y llegado aquí a tiempo.
Los shu y los kerch estuvieron en un tira y afloja un rato más hasta que al fin, los
shu se acomodaron en sus asientos. El resto de la multitud bullía con murmullos y
miradas especulativas. La mayoría de ellos no sabía lo que Kuwei valía o solo habían
oído rumores de la droga conocida como jurda parem, así que debían preguntarse por
qué un chico shu había atraído semejantes postores a la mesa. Los pocos mercaderes que
se habían sentado en los bancos frontales con la intención de hacer una puja, estaban
intercambiando encogimientos de hombros y sacudiendo la cabeza con perplejidad.
Claramente, este no era un juego para jugadores casuales.
Los gritos empezaron inmediatamente. Era difícil saber quién estaba causando el
revuelo más ruidoso. Los criminales más buscados en la ciudad estaban recorriendo el
pasillo central de la Iglesia del Trueque. Ante el primer vistazo a Kaz, los Leones del
Centavo apostados a lo largo de la catedral empezaron a abuchear. Matthias
Leigh Bardugo The Dregs
instantáneamente había sido reconocido por sus hermanos drüskelle, quienes le estaban
gritando lo que Inej presumió que eran insultos en fjerdano.
La santidad de la subasta protegería a Kaz y Matthias, pero solo hasta que cayera
el mazazo final. Incluso así, ninguno de ellos parecía remotamente preocupado.
Caminaban con las espaldas derechas y ojos mirando hacia delante, Kuwei apretado a
salvo entre ellos.
Kuwei estaba lidiando peor con todo. Los shu estaban gritando la misma palabra
una y otra vez, sheyao, sheyao, y lo que sea que significara, con cada grito, Kuwei parecía
encogerse más sobre sí.
Inej escaneó las ondulantes espirales de la catedral, los tejados de las naves de los
dedos que salían de la palma de Ghezen. Aún ninguna patrulla en el tejado. Era casi
insultante. Pero tal vez Pekka Rollins y Jan Van Eck tenían algo más planeado para ella.
Radmakker bajó su mazo en tres arcos furiosos. —Que haya orden —gritó. El
clamor en la habitación se redujo a un murmullo descontento.
Radmakker esperó el absoluto silencio. Solo entonces empezó a recitar las reglas
de la subasta, seguido por los términos del contrato vinculante ofrecido por Kuwei. Inej
echó un vistazo a Van Eck. ¿Cómo era para él estar tan cerca del premio que había
buscado durante tanto tiempo? Su expresión era altiva, ansiosa. Ya está calculando su
siguiente movimiento, se percató Inej. Mientras Ravka no tuviera la puja ganadora… y
Leigh Bardugo The Dregs
cómo podrían, con sus arcas de guerra menguadas tremendamente, Van Eck obtendría
su deseo: el secreto de jurda parem desatado sobre el mundo. El precio de la jurda se
elevaría a alturas inimaginables, y entre sus propiedades privadas secretas y sus
inversiones en el consorcio de jurda manejado por Johannus Rietveld, él sería rico más
allá de todos los sueños.
—Entonces procedamos. —El medik bajó y Radmakker levantó su mazo una vez
más—. Kuwei Yul-Bo da libremente su consentimiento a estos procedimientos y por
tanto ofrece su servicio por un precio justo según guie la mano de Ghezen. Todas las
pujas serán hechas en kruge. A los postores se les conmina a mantener silencio cuando
no estén haciendo ofertas. Cualquier interferencia en esta subasta, cualquier puja hecha
no en buena fe será castigada por el peso completo de la ley kerch. La puja empezará
con un millón de kruge. —Hizo una pausa—. En el nombre de Ghezen, que la subasta
comience.
Leigh Bardugo The Dregs
Una contraoferta elevada diez millones. Justo como Kaz había anticipado.
Incluso desde su puesto, Inej podía ver la cara pálida y asustada de Kuwei. Los
números habían subido demasiado alto, demasiado rápido.
Bum. Las masivas puertas dobles se abrieron bruscamente. Una oleada de agua
de mar se estrelló en la nave, haciendo espuma entre los bancos, luego se desvaneció en
una nube de niebla. Las charlas excitadas de la multitud se convirtieron en gritos
alarmados.
La gente gritó por sus armas; algunos se aferraron unos a otros y gritaron. Inej
vio a un mercader agacharse, abanicando frenéticamente a su esposa inconsciente.
Las figuras se deslizaron por el pasillo, sus atuendos se movían en ondas lentas.
—Esa fue una advertencia —dijo Dunyasha. Estaba parada sobre la voluta de
una de las agujas, a nueve metros de Inej, su capucha marfil estaba levantada alrededor
de su cara, brillante como nieve recién caída debajo del sol de la tarde—. Te miraré a los
ojos cuando te envíe a tu muerte.
Es solo otra arma. Su naturaleza depende de quien la blande. Tendría que seguir
recordándoselo. Los pensamientos de odio eran tan viejos que se habían convertido en
instintos. Eso no era algo que pudiera curar de la noche a la mañana. Como Nina con
la parem, bien podría ser una lucha de por vida. Para este momento, ella estaría muy
metida en su asignación en el Barril. O tal vez habría sido descubierta y arrestada.
Mandó una plegaria a Djel. Mantenla a salvo mientras yo no puedo.
—¡La subasta está autorizada por la ley! —gritó el embajador shu—. No tienen
derecho a detener los procedimientos.
Los Mareomotores elevaron los brazos. Otra ola atravesó las puertas abiertas y
rugió por el pasillo, arqueándose sobre las cabezas de los shu y quedándose allí flotando.
Los miembros del Consejo Mercante estaban ahora de pie, exigiendo respuestas,
reuniéndose alrededor de Radmakker al frente del escenario. Van Eck hizo una gran
exhibición de gritar junto con los otros, pero se detuvo junto a Kaz, y Matthias lo oyó
murmurar: —Y aquí estaba pensando que tendría que ser yo el que revelara tu
estratagema con los ravkanos, pero parece que los Mareas tendrán el honor. —Sus labios
se curvaron en una sonrisa de satisfacción—. Wylan recibió una buena paliza antes de
delatarte a ti y tus amigos —dijo, moviéndose hacia el podio—. Nunca supe que el chico
tuviera tantas agallas.
—Se creó un falso fondo para estafar dinero a los mercaderes honestos —
continuó la Mareomotor—. Ese dinero fue canalizado a uno de los postores.
—¡Por supuesto! —dijo Van Eck con sorpresa falsa—. ¡Los ravkanos! ¡Todos
sabíamos que no tenían los fondos para pujar competitivamente en semejante subasta!
—Matthias podía escuchar lo mucho que estaba disfrutando—. Estamos conscientes de
cuánto dinero ha pedido prestado la corona ravkana de nosotros durante los últimos dos
años. Apenas pueden pagar los intereses. No tienen ciento veinte millones de kruge listos
para pujar en una subasta abierta. Brekker debe estar trabajando con ellos.
Todos los postores estaban ahora fuera de sus asientos. Los fjerdanos estaban
gritando por justicia. Los shu habían empezado a pisotear el suelo y golpear el respaldo
de las bancas. Los ravkanos estaban parados a mitad de la vorágine, rodeados por
enemigos a cada lado. Sturmhond, Genya y Soya estaban en el centro de todo, con las
barbillas en alto.
—Haz algo —gruñó Matthias a Kaz—. Esto está a punto de tornarse feo.
Los Mareas elevaron los brazos y la iglesia se sacudió con otro estallido
resonante. El agua salpicó por las ventanas del balcón superior. La multitud se acalló,
pero el silencio no era completo. Bullía con murmullos furiosos.
Van Eck parpadeó, luego cambió de pista. —Bueno entonces, Brekker forjó
alguna clase de trato con los shu.
—El fondo falso fue creado por Johannus Rietveld y Jan Van Eck.
La Mareomotor se giró hacia Dryden. —Tanto usted como Jan Van Eck fueron
vistos reuniéndose con Rietveld en el vestíbulo del Hotel Geldrenner.
—Sí, pero era para un fondo, un consorcio de jurda, una honesta empresa de
negocios.
—Estaba allí para una presentación de los futuros de combustible zemeni. Fue de
lo más peculiar, pero ¿qué con eso?
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—Cada uno de nosotros puso dinero en ese fondo por aliciente tuyo —dijo uno
de los otros concejales—. ¿Estás diciendo que todo ha desaparecido?
—Por supuesto que no. La recogí de la plaza del mercado, tal como me pediste
—mintió Kaz con una presteza que incluso Matthias encontró convincente—. Ella dijo
que estaba vendada y nunca vio a la gente que se la llevó.
Alys sacudió la cabeza, con ojos muy abiertos y perplejos. Susurró algo a su
doncella, quien gritó: —Sus captores usaban máscaras y ella estuvo vendada hasta que
alcanzó la plaza.
—¡Brekker fue el que dispuso la reunión en el puente! —dijo Van Eck—. Él dejó
una nota, en la casa del lago.
—¿Entonces cómo sabes que fue Kaz Brekker quien envió la nota?
—Así que no tienes ninguna prueba en absoluto de que Kaz Brekker secuestró a
tu esposa. —La paciencia de Radmakker estaba terminándose—. ¿El asunto con tu hijo
extraviado es tan endeble? La ciudad entera lo ha estado buscando, se han ofrecido
recompensas. Rezo porque tu evidencia sea más fuerte a ese respecto.
—Mi hijo…
Cada ojo en la habitación se giró hacia la arcada junto al escenario. Wylan estaba
reclinado contra la pared. Su cara estaba ensangrentada y él lucía apenas capaz de estar
de pie.
—Por la mano de Ghezen —se quejó Van Eck entre dientes—. ¿Nadie puede
hacer su trabajo?
—Yo…
—¿Y estás seguro que eran hombres de Pekka? Si no eres del Barril, podrías
encontrar difícil distinguir a leones de cuervos. Un animal es igual que el siguiente.
Matthias no pudo evitar la oleada de satisfacción que sintió cuando vio que la
comprensión alcanzaba a Van Eck. Kaz había sabido que no había forma de meter a
Wylan en la iglesia sin que Van Eck o los Leones del Centavo lo descubrieran. Así que
había orquestado un secuestro. Dos de los Indeseables, Anika y Keeg, con sus bandas
de brazo y tatuajes falsos, sencillamente habían caminado hasta un miembro de la
vigilancia con su cautivo y les dijeron a los hombres que fueran por Van Eck. Cuando
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Van Eck llegó a la capilla, ¿qué vio? A su hijo cautivo por dos miembros de pandilla que
tenían la insignia de los Leones del Centavo de Pekka. Sin embargo, Matthias no había
creído que ellos golpearían tan gravemente a Wylan. Tal vez, él debería haber fingido
romperse antes.
El oficial fue al lado de Wylan y lo ayudó a cojear hasta una silla mientras el
medik se adelantaba para atenderlo.
—¿Wylan Van Eck? —dijo Radmakker. Wylan asintió—. ¿El chico en cuya
búsqueda hemos estado despedazando la ciudad?
—¿De Brekker?
—De Rollins.
—Detén tus mentiras —siseó Van Eck—. Cuéntales lo que me dijiste. Cuéntales
sobre los ravkanos.
Wylan levantó la cabeza con poca energía. —Diré lo que sea que quieras, Padre.
Solo no dejes que me lastimen más.
—Brekker es el criminal —dijo Van Eck—. ¡Brekker está detrás de esto! Todos
ustedes lo vieron en mi casa la otra noche. Irrumpió en mi oficina.
—Por supuesto que estábamos allí —dijo Kaz—. Van Eck nos invitó para
negociar un trato por el contrato vinculante de Kuwei Yul-Bo. Nos dijo que nos
reuniríamos con el Consejo Mercante. En su lugar, Pekka Rollins estaba esperando para
emboscarnos.
—¿Estás diciendo que violó una negociación de buena fe? —dijo uno de los
concejales—. Eso parece improbable.
—Pero también todos vimos a Kuwei Yul-Bo allí —dijo otro—, aunque no
sabíamos quién era en ese momento.
—He visto el cartel ofreciendo una recompensa por un chico shu que coincide
con la apariencia de Kuwei —dijo Kaz—. ¿Quién proveyó su descripción?
—Bueno… —El mercader vaciló, y Matthias podía ver que la sospecha batallaba
con su reluctancia a creer las acusaciones. Se giró hacia Van Eck, y su voz fue casi
esperanzada cuando dijo—: ¿Seguramente no sabías que el chico shu que describiste era
Kuwei Yul-Bo?
—Yo deseaba investigar al comprador secreto que compró las granjas de jurda en
Novyi Zem. Tú dijiste… —Dryden se calló, con los ojos muy abiertos, y la boca
colgándole—. ¡Eras tú! ¡Tú eras el comprador secreto!
—No puedes creer que yo buscaría estafar a mis propios amigos y vecinos —
argumentó Van Eck—. ¡Yo invertí mi propio dinero en ese fondo! Yo tengo tanto que
perder como el resto de ustedes.
Radmakker golpeteó con su mazo una vez más. —Jan Van Eck, en el mejor de
los casos, has despilfarrado los recursos de esta ciudad persiguiendo acusaciones
infundadas. En el peor de los casos, has abusado de tu posición como concejal, intentado
defraudar a tus amigos, y violado la integridad de esta subasta. —Sacudió la cabeza—.
La subasta ha sido comprometida. No puede proseguir hasta que hayamos determinado
si cualquier miembro del Consejo canalizó fondos con conocimiento a uno de los
postores.
Entonces todo pareció suceder a la vez. Tres drüskelle fjerdanos se lanzaron hacia
el escenario y la vigilancia se apresuró a bloquearlos. Los soldados shu empujaron hacia
delante. Los Mareomotores elevaron las manos, y entonces, encima de todo eso, como
el grito ansioso de una mujer en duelo, la sirena de la plaga empezó a chillar.
L a rueda giró, y los paneles dorados y verdes se movieron tan rápido que se
convirtieron en un solo color. Se redujo la velocidad y se detuvo y cualquiera
que fuese el número que mostro debió ser muy alto, porque las personas
vitorearon. El piso del palacio del juego estaba demasiado caluroso, y el cuero cabelludo
de Nina picaba debajo de su peluca. Era en forma de campana poco favorecedora, y la
había combinado con un vestido poco elegante. Por una vez, no quería llamar la
atención.
Mientras sonreía y gritaba con los otros jugadores, abrió el estuche de cristal en
su bolsillo y se centró en las células negras que contenía. Podía sentir en el fondo ese frío
que irradiaba de ella, esa sensación de algo más, algo distinto que hablaba al poder
dentro de ella. Vaciló solo brevemente, recordando con demasiada claridad el frío de la
morgue, el hedor de la muerte. Recordaba estar por encima del cuerpo del hombre
muerto y centrada en la piel descolorida alrededor de su boca.
Así como alguna vez había utilizado su poder para curar o marcar la piel, o
incluso colocar un rubor en las mejillas de alguien, se había concentrado en aquellas
células en descomposición y canalizó una tira delgada de carne necrótica en el estuche
Leigh Bardugo The Dregs
Ella se inclinó para hacer una apuesta. Con una mano, puso sus fichas en la mesa.
Con la otra, abrió el estuche de cristal.
—¡Deséame suerte! —le dijo al que giraba la rueda, permitiendo que la bolsa
abierta rozara contra la mano de él, enviando esas células muertas hasta sus dedos,
dejando que se multiplicaran sobre su piel sana.
Él se pasó los dedos por el abrigo verde bordado, como si se tratara simplemente
de tinta o polvo de carbón. Nina flexionó los dedos, y las células se arrastraron desde la
manga del sujeto hasta el cuello de la camisa, estallando en una mancha negra sobre un
lado de su cuello, curvándose debajo de su mandíbula hasta su labio inferior.
Oculta por la multitud, Nina barrió su brazo a través del aire y un grupo de células
saltó del empleado de la rueda a una mujer que usaba perlas de aspecto costoso. Un
patrón de líneas negras apareció en su mejilla, una pequeña araña fea le onduló por la
barbilla y sobre la columna de su garganta.
—¿Qué se le pegó?
—¡Fuera de mi camino!
—¿Qué está pasando aquí? —pregunto el jefe de la sala, colocando una mano
sobre el hombro del empleado desconcertado.
El jefe de sala miró las manchas negras en la cara y las manos del empleado,
alejándose rápidamente, pero ya era demasiado tarde. La mano que había tocado el
hombro del empleado se volvió de un negro violáceo feo, y ahora el jefe de sala estaba
gritando también.
Los turistas voltearon los unos a los otros con preguntas en los ojos, pero los
lugareños (los artistas, los comerciantes, los tenderos y los jugadores de la ciudad) se
transformaron instantáneamente. Kaz le había dicho que iban a reconocer el sonido, que
iban a prestarle atención como niños llamados a casa por un padre severo.
Kerch era una isla, aislada de sus enemigos, protegida por los mares y su inmensa
armada. Pero había dos cosas a las que su capital era más vulnerable, a los incendios y
a las enfermedades. Y así como el fuego saltaba fácilmente entre los tejados apretujados
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de la ciudad, la peste pasaba sin esfuerzo de un cuerpo a otro, a través de las densas
multitudes y espacios hacinados. Igual que los chismes, nadie sabía exactamente donde
comenzó o cómo se movió tan rápidamente, solo que lo hizo, a través de la respiración
o el tacto, llevada en el aire o por los canales. Los ricos sufrieron menos, capaces de
permanecer encerrados en sus grandes casas o jardines, o huyeron de la ciudad por
completo. Los pobres infectados fueron puestos en cuarentena en hospitales
improvisados, en barcazas fuera del puerto. La plaga no pudo ser detenida con armas o
dinero. No se podía razonar con ella o alejarla con oraciones.
Las leyes contra la peste eran simples y férreas: Cuando sonaba la sirena, todos
los ciudadanos tenían que regresar a sus hogares. Los oficiales de la guardia debían
reunirse en estaciones separadas en torno a la ciudad; en caso de infección, este era un
medio para tratar de evitar que se extendiera a la totalidad del cuerpo de vigilancia. Ellos
eran enviados solo para detener a saqueadores, y a esos hombres se les daba el triple de
remuneración por el riesgo de vigilar los lugares públicos. Se detenía el comercio y solo
los botes de enfermos, los cadavereros y mediks tenían vía libre por la ciudad.
Pero conozco la única cosa a la que esta ciudad teme más que a los shu, los fjerdanos, y
todas las pandillas del Barril juntos.. Kaz había estado en lo correcto. Las barricadas,
bloqueos, los controles de documentos de las personas, todos serían abandonados para
encarar la plaga. Por supuesto, ninguna de estas personas estaba realmente enferma,
pensó Nina mientras aceleraba de nuevo a través del puerto. La carne necrótica no se
extendería más allá de lo que Nina había injertado en sus cuerpos. Tendrían que
eliminarla, pero nadie más enfermaría o moriría. En el peor de los casos, tendrían que
soportar unas cuantas semanas de cuarentena.
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Nina mantuvo la cabeza baja, cubierta con su capucha. A pesar de que había sido
la causa de todo, y aunque sabía que la plaga era pura ficción, todavía tenía el corazón
acelerado, llevado al galope por la histeria que burbujeaba a su alrededor. La gente
lloraba, empujando y gritando, discutiendo por el espacio en los botes de remos. Era un
caos. El caos de su creación.
Yo hice esto, pensó con asombro. Ordené a esos cadáveres, esos trozos de hueso, esas
células muertas. ¿En qué la convertía eso? Si algún Grisha había tenido alguna vez un
poder tal, nunca había oído hablar de él. ¿Qué pensarían los otros Grisha de ella? ¿Sus
compañeros Corporalki, los Cardios y Sanadores? [i Estamos vinculados al poder de la
creación misma, la hechura en el corazón del mundo. Tal vez debería sentir vergüenza, tal vez
incluso estar asustada. Pero ella no había sido hecha para la vergüenza.
Quizá Djel extinguió una luz y encendió otra. A Nina no le importaba si era Djel o los
Santos o una brigada de gatitos que escupían fuego; mientras corría hacia el este, se dio
cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía fuerte. Su respiración era
fácil, el dolor en sus músculos se había atenuado. Ella estaba hambrienta. El ansia de
parem se sentía distante, como un recuerdo del hambre real.
Nina había entristecido por la pérdida de su poder, por la conexión que había
sentido con el mundo de los vivos. Había resentido este regalo de sombra. Le había
parecido una farsa, un castigo. Pero tan cierto como la vida está conectada a todo,
también lo está la muerte. Era ese interminable río de aguas rápidas. Había sumergido
sus dedos en su corriente, aferrado el remolino de su poder en su mano. Ella era la Reina
del Luto, y en sus profundidades, nunca se ahogaría.
Leigh Bardugo The Dregs
Inej saltó hacia delante, velozmente hacia su oponente, con los pies seguros sobre
este techo en el que había pasado tantas horas. Ella arrojó la estrella de vuelta a
Dunyasha. La chica la esquivo fácilmente.
Pero Inej no necesitaba golpearla, solo era una mera distracción. Ella movió su
mano, como si estuviera lanzando otro cuchillo, y mientras Dunyasha seguía el
movimiento, Inej rebotó hacia afuera en la columna metálica a su derecha, dejando que
el rebote la llevara más allá de su oponente. Ella se agachó, cuchillas en la mano y le
hirió la pantorrilla a la mercenaria.
Inej se levantó en un momento, con el cuchillo sobre una de las volutas de las
columnas de la iglesia, manteniendo sus ojos sobre Dunyasha. Pero la chica solo se rio.
Inej sabía que no podía moverse hacia el rango de esas cuchillas. Así que rompe el
ritmo, se dijo a sí misma. Ella dejó que Dunyasha la persiguiera, cediéndole terreno,
escabulléndose hacia atrás, por la columna, hasta que vio la sombra de una alta aguja
detrás de ella. Hizo una finta, retando a su oponente a embestir hacia delante. En vez de
comprobar la finta y mantener su balance, Inej continúo dejándose caer hacia la derecha.
En el mismo movimiento, guardó sus cuchillos y se agarró de la aguja con una mano,
balanceando su cuerpo hacia el otro lado. Ahora la aguja estaba entre ellas. Dunyasha
gruñó de frustración mientras sus cuchillas resonaban contra el metal.
Inej brincó de voluta en voluta por todo el techo hacia las más delgadas columnas
de metal, siguiendo por encima de la forma jorobada de la catedral. Era como caminar
sobre las aletas de algún animal marino.
Dunyasha la siguió e Inej tuvo que aceptar que sus movimientos seguían tan
suaves y con tanta gracia aún con las dos pantorrillas sangrando. —¿Vas a correr todo
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el camino de regreso a la caravana, Espectro? Sabes que es cuestión de tiempo para que
esto termine y se haga justicia.
—¿Justicia?
—Eres una asesina y una ladrona. Fui elegida para librar a este mundo de gente
como tú. Puede que un criminal me pague el salario, pero yo nunca he tomado una vida
inocente.
Esas palabras tañeron una nota discordante dentro de Inej. ¿Era ella inocente?
Ella se arrepentía de las vidas que había tomado, pero las había tomado para salvar su
propia vida y la vida de sus amigos. Ella había robado. Ella ayudaba a Kaz a chantajear
a hombres buenos y malos. ¿Podría decir que las decisiones que había tomado eran las
únicas puestas frente a ella?
Ella sacó sus cuchillos una vez más. Sankt Vladimir, Sankta Alina, protéjanme.
—Son encantadores —dijo Dunyasha, y sacó dos largos cuchillos rectos de las
vainas en su cintura—. Le voy a dar a mi nuevo cuchillo una empuñadura nueva con tu
pantorrilla. Será un honor para ti servirme en muerte.
Dunyasha embistió.
ella seguía siendo una chica entrenada en las calles, y no en las torres de algún
monasterio shu.
El primer error de Inej fue que retrocedió muy lento. Ella lo pagó con un
profundo corte en su bíceps izquierdo. Cortó a través de su relleno y le hizo difícil
mantener un buen agarre del cuchillo con la mano izquierda. Su otro error fue poner
mucha fuerza en el impulso de un gancho hacia arriba, se inclinó demasiado y sintió el
cuchillo de Dunyasha rozar sus costillas. Cortó superficialmente esta vez, pero había
estado muy cerca.
—¿Cansada, Espectro?
Inej sintió sangre en su mano y arrancó el cuchillo hasta dejarlo libre y Dunyasha
soltó un gruñido de sorpresa. La chica la miraba fijamente ahora, agarrándose el pecho
con una mano. Tenía los ojos entrecerrados. Todavía no había miedo en ellos, solo un
duro y brillante resentimiento, como si Inej hubiera arruinado una fiesta importante.
—La sangre que has derramado es sangre de reyes —dijo Dunyasha, furiosa—.
Tú no estás hecha para tener semejante regalo.
Inej casi sentía pena por ella. Dunyasha realmente creía que ella era la heredera
de los Lantsov, y tal vez así era. ¿Pero eso no era lo que soñaba cada chica? ¿Despertarse
y encontrarse a sí misma como una princesa? ¿o bendecida con poderes mágicos y un
gran destino? Tal vez había gente que vivía esas vidas. Tal vez esta chica era una de ellas.
Pero ¿qué hay del resto de nosotros? ¿Qué con los donnadies, los nada, las chicas invisibles?
Nosotros aprendemos a levantar nuestras cabezas como si usáramos coronas. Nosotras aprendemos
a hacer magia a partir de lo ordinario. Así es como sobrevivías cuando no eras escogida,
cuando no había sangre real en tus venas. Cuando el mundo no te debía nada, aun así,
exigías algo.
Inej levantó una ceja y lentamente se limpió la sangre de reyes en los pantalones.
Ellas estaban cerca del tope de la columna principal de la iglesia, las volutas
estaban sueltas en varias partes e Inej cuadró sus pasos de acuerdo a eso, esquivando los
golpes de Dunyasha fácilmente ahora, brincando de derecha a izquierda, tomando
pequeñas victorias, un corte aquí, un golpe allá, esto era una batalla de desgaste y la
mercenaria estaba perdiendo sangre rápidamente.
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—No hay vergüenza en encontrar un oponente digno. Esto significa que hay más
que aprender, un recuerdo bienvenido para perseguir la humildad. —La chica bajó la
cabeza, envainó su cuchillo. Se colocó un puño en el pecho en señal de saludo.
Inej esperó, con la guardia alta. ¿Podía decirlo en serio? Esta no era la forma en
que se terminaba una pelea en el Barril, pero la mercenaria claramente seguía su propio
código. Inej no quería estar forzada a matarla, sin importar lo desalmada que parecía.
Inej vio una nube de polvo rojo y retrocedió, pero ya era muy tarde. Sus ojos
quemaban. ¿Qué era eso? No importaba. Estaba ciega. Escuchó el sonido de un cuchillo
siendo preparado, y sintió el corte. Caminó hacia atrás a lo largo de la columna,
luchando por mantener el balance.
Las lágrimas le caían por la cara mientras trataba de limpiarse el polvo de los
ojos. Dunyasha no era más que una figura borrosa frente a ella. Inej mantuvo extendido
su cuchillo, tratando de crear distancia entre ellas, y sintió el cuchillo de la mercenaria
cortar a través de su antebrazo. El cuchillo se deslizó fuera de sus dedos y resonó sobre
la azotea. Sankta Alina, protégeme.
Pero, tal vez los santos habían escogido a Dunyasha como su navío. Sin importar
los rezos de Inej y sus penitencias, tal vez el juicio había llegado al fin.
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No estoy arrepentida, se dio cuenta. Ella había escogido vivir libremente como una
asesina mientras otros morían tranquilos como esclavos, y ella no podía arrepentirse de
eso. Podía ir con sus santos con el espíritu listo y esperando que ellos pudieran recibirla.
El próximo corte, se sintió a través de sus nudillos. Inej dio otro paso atrás, pero
sabía que se estaba quedando sin espacio. Dunyasha iba a llevarla hasta al borde.
—Te lo dije, Espectro. Yo no tengo miedo. Por mi sangre fluye la fuerza de cada
reina y de cada conquistador que vinieron antes de mí.
El pie de Inej se topó con el final de una de las columnas de metal, y entonces lo
entendió. Ella no tenía el entrenamiento ni la educación de su oponente o sus finas ropas
blancas. Ella nunca podría ser tan despiadada y no podía desear serlo. Pero ella conocía
esta ciudad de adentro hacia afuera. Era la fuente de su sufrimiento y el campo de
pruebas de su fuerza. Le gustara o no, Ketterdam (el brutal, sucio y desesperanzado
Ketterdam) se había vuelto su hogar. Y ella lo defendería. Ella conocía estas azoteas
como conocía los escalones que chirriaban en el Tablón, como conocía los adoquines y
los callejones de la Duela. Ella conocía cada centímetro de esta ciudad como un mapa
en su corazón.
—La chica que no conoce el miedo —jadeó Inej mientras la hoja de la mercenaria
se movía delante de ella.
—Entonces conoce el miedo ahora, antes de morir. —Inej dio un paso a un lado,
balanceándose en un pie, mientras la bota de Dunyasha bajaba sobre el trozo faltante de
la voluta.
Sin embargo, resbaló, se precipitó hacia adelante. Inej vio a Dunyasha a través
del borrón de sus lágrimas. Ella colgó por un momento, con su silueta contra el cielo
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azul, los dedos de sus pies buscando agarre, brazos extendidos con nada para sujetarse;
una bailarina en posición para saltar, ojos y boca abiertos en sorpresa. Incluso ahora, en
su último momento, ella lucía como una chica de una historia destinada a la grandeza.
Ella era una reina sin misericordia, una figura tallada en marfil y ámbar.
Inej se asomó cautelosamente por el borde del techo. Allá abajo, la gente estaba
gritando. El cuerpo de la mercenaria yacía como una flor blanca rodeada de un campo
rojo.
Necesitaba moverse. Las sirenas todavía no habían sonado, pero Inej sabía que
ya era tarde. Jesper debía estar esperando. Ella corrió rápidamente por la azotea de la
catedral, por encima del pulgar de Ghezen hacia la capilla. Trepó por la cuerda y el rifle
de Jesper estaba donde ella lo había dejado, encajado entre dos piezas de voluta.
Mientras escalaba el domo y bajaba la cabeza para entrar en la capilla anaranjada, solo
pudo rezar para que no fuera demasiado tarde. Pero Jesper no se encontraba por ninguna
parte.
Ella necesitaba localizar a Jesper. Kuwei Yul-Bo tenía que morir esta noche.
Leigh Bardugo The Dregs
Jesper pensó en Wylan, quien por fin tendría justicia por su madre, en su propio
padre esperando en la panadería. Él estaba arrepentido por la pelea que habían tenido,
a pesar de que Inej le había dicho que ambos estarían felices de saber en dónde estaban
parados, Jesper no estaba tan seguro. A él le encantaban los enfrentamientos, pero esa
confrontación con su padre lo dejó con un nudo en el estómago. Ellos evitaron hablar
de tantas cosas por mucho tiempo, que cuando realmente hablaron con la verdad, fue
como si se hubiera roto una clase de hechizo; no una maldición, sino magia buena, del
tipo de magia que mantenía a todos seguros, que podía preservar un reino bajo cristal.
Hasta que un idiota como él venía y usaba esa protección como blanco de práctica.
Tan pronto como los Mareas avanzaron por el pasillo, Jesper se alejó del grupo
de los zemeníes y se dirigió al pulgar de la iglesia. Mantuvo sus movimientos lentos y su
espalda vuelta hacia los guardias que se encontraban alineados junto a las paredes,
fingiendo que estaba tratando de encontrar un lugar mejor para ver lo que sucedía.
Cuando alcanzó el arco que marcaba la entrada al pulgar, dirigió sus pasos hacia
las puertas principales de la catedral, como si fuera a salir.
—Retroceda, por favor —dijo uno de los gruñones miembros del cuerpo de
vigilancia, siendo amable con el visitante, pero al mismo tiempo volteando el cuello para
Leigh Bardugo The Dregs
ver qué estaba pasando con el Consejo de Mareas—. Las puertas deben mantenerse
despejadas.
—Lo siento mucho, señor. —¡Señor!, tanta educación para alguien que no fuera
una rata del Barril.
—Estaba en una de las guías de turistas. —De hecho, era uno de los peores
restaurantes en Ketterdam, pero también era uno de los más baratos. Ya que estaba
abierto a todas horas y era accesible, Sten era una de las pocas cosas que los del Barril y
los oficiales de la vigilancia tenían en común. De vez en cuando, alguien reportaba algún
desagradable problema estomacal gracias a la comida de Sten y su cacerola maldita por
los santos.
—Este pobre bastardo fue con Sten. Si lo dejo ir por el frente el capitán puede
verlo, ¿lo llevas por la parte trasera de la capilla?
Simpatía, camaradería. Voy a fingir ser un turista más seguido, pensó Jesper. Puedo
renunciar a unos cuantos bonitos chalecos si los soldados van a comportarse tan agradables.
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Mientras pasaban bajo el arco, Jesper notó que había una escalera en espiral, que
conducía a la parte superior, y desde ahí podría tener una mejor vista del escenario. Le
habían prometido a Kuwei que no lo dejarían solo en medio del desastre, a pesar de que
era un hacedor de problemas, Jesper no iba a dejarlo solo.
—Oh —se quejó Jesper, esperando que el guardia siguiera su paso—. No creo
poder lograrlo.
—El especial.
—Nunca ordenes el especial. Ellos solo recalientan cualquier cosa que les haya
quedado del día anterior. —Llegaron a la capilla y el guardia dijo—: Te dejaré pasar por
esta puerta, hay una cafetería cruzando la calle.
—Gracias —dijo Jesper, y enrolló su brazo alrededor del cuello del guardia,
aplicando presión suficiente para que su cuerpo cayera inconsciente. Jesper se desató las
tiras de cuero alrededor de las muñecas, amarrándole las manos del guardia a la espalda,
y le metió en la boca el pañuelo que él llevaba alrededor del cuello, y después rodó el
cuerpo detrás del altar.
—Duerme bien —le dijo Jesper, sintiéndose mal por él, aunque no lo suficiente
para despertarlo y desatarlo, pero mal, aun así.
Una mano lo sujetó firmemente del cuello y lo arrojó hacia atrás, golpeando el
piso de la capilla tan fuerte que le sacó completamente el aire. Su atacante estaba parado
al pie de las escaleras, viéndolo en el piso con sus ojos dorados.
Su ropa era diferente de la que Jesper le había visto al salir de la Casa de la Rosa
Blanca en la Duela Oeste. Ahora, el soldado Kherguud vestía un simple uniforme color
olivo sobre sus amplios hombros, sus botones brillaban y su cabello negro estaba
recogido en una apretada coleta, mostrando su cuello tan grueso como un jamón. Lucía
como lo que verdaderamente era: un arma.
—Que bien que te vestiste para la ocasión —dijo Jesper, aun tratando de
recuperar el aliento. El soldado shu inhaló profundamente, ensanchando sus fosas
nasales, y sonrió.
Jesper pataleó como un pez, tratando de evadir el agarre del enorme hombre,
agradecido de tener la complexión de una garza a dieta, y pudo ponerse nuevamente de
pie; pero el soldado era muy veloz a pesar de su tamaño. Arrojó a Jesper contra la pared,
quien soltó un grito de dolor, preguntándose si no se le habría quebrado una costilla. Es
bueno para ti, estimula el hígado.
Jesper vio el puño del gigante retroceder, el brillo del metal en sus dedos. Ellos le
dieron nudillos de latón de verdad, se dio cuenta horrorizado, los insertaron en su mano.
Él captó mi aroma, pensó Jesper, ese día en la Duela. A él no le interesa que quizá lo
encuentre la guardia, él estaba cazando y ahora ha encontrado su presa.
Volvió a esquivar a la derecha, el puño del soldado hizo otro cráter en la pared
de la iglesia, la cara del gigante se contorsionó de furia, detuvo a Jesper por el cuello
para que no se moviera y preparó su golpe por última vez.
El gorgojo químico. Inej había botado los viales sin utilizar en la mesa en la suite
de Ketterdam. Él estuvo jugueteando con un vial mientras él y su padre discutían, ahora
los dedos de Jesper buscaron en su bolsillo, y encontraron el tubo de cristal.
—¡Parem! —gritó Jesper, era una de las pocas palabras shu que conocía.
Leigh Bardugo The Dregs
Jesper abrió la boca y fingió meterse algo en ella, mientras los ojos del soldado se
abrían en asombro y la fuerza con que lo retenía disminuyó, ya que trataba de apartar la
mano de Jesper. El Kherguud hizo un sonido, quizá un gruñido, quizá los inicios de una
protesta, eso no importaba. Con la otra mano, Jesper aplastó el suero en la boca abierta
del soldado.
El soldado, gimió, sus enormes manos soltaron a Jesper y éste avanzó hasta el
rincón más alejado, sin poder quitar sus ojos del Kherguud, cuyo cuerpo comenzó a
convulsionarse, su pecho se expandió, el soldado se dobló mientras chorros de bilis rosa
salpicaban las paredes.
El gigante camino de lado para finalmente caer inmóvil como un tronco. Por un
momento, Jesper solo contempló su enorme cuerpo, pero regresó a sus sentidos.
¿Cuánto tiempo había perdido? Regresó a toda velocidad a la capilla al final del pulgar.
Leigh Bardugo The Dregs
Antes de alcanzar la puerta, Inej salió, apresurándose hacia él. Había faltado al
encuentro; ella no habría regresado a buscarlo a menos que creyera que estaba en
problemas.
—Jesper, ¿Dónde…?
Sin decir otra palabra, ella se la descolgó del hombro, y él la tomó, corriendo de
regreso a la catedral. Si tan solo pudiera llegar hasta la arcada.
La sirena sonó. Demasiado tarde. Él nunca llegaría a tiempo, les fallaría a todos.
¿De qué sirve un pistolero sin sus armas? ¿De qué serviría Jesper si no podía hacer el disparo?
Estarían atrapados en esta ciudad, serían encarcelados, probablemente ejecutados.
Kuwei sería vendido al mejor postor. Parem dejaría una huella ardiente en el mundo y
los Grisha serían cazados con aún más fervor. En Fjerda, la Isla Errante, Novyi Zem.
Los zowa se desvanecerían, obligados al servicio militar, devorados por la maldición de
esta droga.
La sirena se escuchó más fuerte para después disminuir, hubo gritos dentro de la
catedral, la gente corría hacia las puertas principales, pronto llegarían al pulgar,
buscando otras salidas.
Imposible. Él ni siquiera podía ver a Kuwei desde donde estaba, y nadie podía
disparar rodeando una esquina. Pero Jesper conocía los planos de la catedral demasiado
bien, él sabía que era un disparo recto desde el pasillo hasta donde la subasta se estaba
realizando. Él podía ver el segundo botón de la camisa de Kuwei en su mente.
Imposible.
Las balas solo siguen una trayectoria. Pero ¿Qué pasaría si la trayectoria pudiera
ser guiada?
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Jesper? —dijo Inej detrás de él. Levantó su rifle, era un arma de fuego
ordinaria, pero él mismo la había arreglado. Solo había un tiro dentro, no letal, era una
mezcla de cera y hule. Si fallaba, alguien podría terminar gravemente lastimado. Pero si
no disparaba, muchas personas resultarían heridas. Demonios, pensó Jesper, quizá si fallo,
podría sacarle un ojo a Van Eck.
Él había trabajado con armas, hecho sus propias municiones, el conocía las armas
mejor de lo que conocía las reglas de la Rueda de Makker. Jesper se enfocó en la bala,
sintió todo, hasta las partes más pequeñas, quizá él era igual, una bala en la recámara,
que pasa toda su vida esperando el momento en que será disparado en una dirección.
—Inej —dijo—, si puedes decir una oración, este sería un buen momento para
hacerlo.
Y disparó. Fue como si el tiempo se detuviera, sintió el culatazo del rifle, la bala
que salía irrefrenable. Con toda su atención se concentró en la cubierta de cera, y tiró
hacia la izquierda, con el disparo aún resonando en sus oídos, sintió la bala girar,
enfocado en ese botón, el segundo botón, una pequeña pieza de madera, los hilos lo
mantenían en su lugar.
Quizá nada, quizá lo imposible. Jesper nunca podía resistirse a las bajas
probabilidades.
Leigh Bardugo The Dregs
K az había estado parado junto a Kuwei cuando la bala impactó y había sido
el primero a su lado. Escuchó unos cuantos disparos en la catedral, muy
probablemente oficiales de la vigilancia asustados, con dedos impulsivos en el gatillo.
Kaz se arrodilló junto al cuerpo de Kuwei, ocultando su mano izquierda de la vista, y
clavó una jeringa en el brazo del chico shu. Había sangre por todos lados. Jellen
Radmakker había caído en el escenario y estaba aullando:
Kaz gritó por un medik. El hombrecito calvo estaba paralizado junto al escenario,
donde había estado atendiendo a Wylan, su cara estaba horrorizada. Matthias atenazó
el codo del medik y lo arrastró hasta allí.
La gente aún estaba empujando para salir de la iglesia. Había estallado una riña
entre los soldados ravkanos y los fjerdanos cuando Sturmhond, Zoya y Genya corrieron
hacia una salida. Los miembros del Consejo Mercante habían rodeado a Van Eck con
un puñado de hombres de la vigilancia. Él no iba a ir a ningún lado.
—Admiro tu compromiso con el oficio —dijo Kaz—. Jesper, quédate con Wylan.
Van a querer interrogarlo.
—Estoy bien —dijo Wylan, aunque su labio estaba tan hinchado que sonó más
como—: Efto bieg.
Kaz e Inej los siguieron a la nave principal, pero Inej se detuvo en la arcada. Kaz
la vio mirar una vez sobre su hombro, y cuando él siguió su mirada vio que Van Eck,
rodeado por furiosos concejales, le estaba devolviendo la mirada. Recordó las palabras
que ella le había dicho a Van Eck en el Goedmedbridge. Me verás una vez más, pero solo una.
Por el bamboleo nervioso de la garganta de Van Eck, él también lo estaba recordando.
Inej dio la más pequeña inclinación.
Kaz asintió a Inej. —Tiene razón. Hace mucho que tenemos una charla
pendiente.
—Tres pisos de paraíso, el salón de juego más lujoso en la Duela Este. ¿Plantaste
una bomba allí o algo?
Rollins lo miró fijamente. —¿Qué es eso? —dijo, su voz poco más que un susurro.
Entonces, como recobrándose, gritó—: ¿Qué es eso?
Leigh Bardugo The Dregs
—Sabes lo que es, Rollins. Y ¿no fuiste tú quien me dijo lo parecidos que eran tú
y Van Eck? Hombres de industria, construyendo algo para dejar tras de sí. Ambos tan
preocupados por su legado. ¿De qué sirve todo eso si no hay nadie a quien dejárselo?
Así que me encontré preguntándome, ¿para quién está construyendo él?
Rollins apretó los puños, los músculos carnosos de sus antebrazos se flexionaron,
sus carrillos temblaron. —Te mataré, Brekker. Mataré todo lo que amas.
Ahora Kaz se rio. —El truco es no amar nada, Rollins. Puedes amenazarme todo
lo que quieras. Puedes destriparme donde estoy parado. Pero no hay forma de que
encuentres a tu hijo a tiempo para salvarlo. ¿Debería enviarlo a tu puerta con la garganta
cortada y vestido en su mejor traje?
Kaz sintió que su humor se alejaba, sintió que esa puerta oscura se abría en su
interior.
—¿Recordar qué?
—Hace siete años hiciste una estafa a dos niños del sur. Niños granjeros
demasiado estúpidos para ser sensatos. Nos acogiste, hiciste que confiáramos en ti, nos
alimentaste con hutspot con tu esposa falsa y tu hija falsa. Tomaste nuestra confianza y
luego tomaste nuestro dinero y luego tomaste todo. —Podía ver la mente de Rollins
trabajando—. ¿No puedes recordar bien? Eran tantos, ¿no es así? ¿Cuántos timos ese
año? ¿Cuántos pichones desafortunados has estafado desde entonces?
—Al otro lado del parque —dijo Pekka rápidamente—. La que tenía cerezos.
—Esa es.
—¿De esto se ha tratado todo este tiempo? ¿El porqué me miras con asesinato en
esos ojos tuyos de tiburón? —Pekka sacudió la cabeza—. Eran dos pichones, y yo resulté
ser el que los desplumó. Si no hubiera sido yo, hubiera sido alguien más.
Esa puerta oscura se abrió aún más. Kaz deseaba atravesarla. Él nunca podría
estar completo. Jordie nunca podría ser traído de vuelta. Pero Pekka Rollins podría
descubrir el desvalimiento que ellos habían conocido.
Rollins se lanzó hacia él, lo sujetó por las solapas y lo aplastó contra la pared de
la capilla. Kaz se lo permitió. Rollins estaba sudando como una ciruela húmeda, la cara
lívida de desesperación y terror. Kaz se embebió. Deseaba recordar cada momento de
esto.
—Brekker…
—Dime el nombre de mi hermano —repitió Kaz—. ¿Qué tal otra pista? Nos
invitaste a una casa en Zelvestraat. Tu esposa tocó el piano. Su nombre era Margit. Había
un perro plateado y llamabas a tu hija Saskia. Ella llevaba un listón rojo en su trenza.
¿Ves? Yo lo recuerdo. Lo recuerdo todo. Es fácil.
Rollins lo soltó, se paseó por la capilla, pasándose las manos por su cabello ralo.
—Es correcto. Dos tontos más a quienes adular. Ahora dime su nombre.
—Kaz y… —Rollins se apretó las manos sobre la coronilla. De un lado para otro
cruzó la capilla, de un lado para otro, respirando pesadamente, como si hubiera corrido
por toda la longitud de la ciudad—. Kaz y… —Se giró hacia Kaz—. Puedo hacerte rico,
Brekker.
—Puedo darte el Barril, influencia con la que nunca has soñado. Lo que sea que
desees.
—¡Él era un tonto y tú lo sabes! Él era como cualquier otro blanco, pensando que
era más listo que el sistema, buscando hacer dinero rápido. No puedes trasquilar a un
hombre honesto, Brekker. ¡Lo sabes!
sí mismo por ser la clase de niño crédulo, confiado, que creyó que alguien podría
sencillamente desear ser amable. Pero para Rollins no habría indulto.
—Dime dónde está, Brekker —rugió Rollins en su cara—. ¡Dime dónde está mi
hijo!
—¿Lo estás?
—Hijo de Perra.
Kaz consultó su reloj. —Todo este tiempo hablando mientras tu niño está perdido
en la oscuridad.
Pekka echó un vistazo a sus hombres. Se frotó las manos sobre la cara. Luego,
lentamente, con movimientos pesados, como si tuviera que luchar con cada músculo de
su cuerpo para hacerlo, Rollins se arrodilló.
Kaz vio que los Leones del Centavo sacudían la cabeza. La debilidad nunca
ganaba respeto en el Barril, sin importar lo bueno de la causa.
—Te estoy rogando, Brekker. Él es todo lo que tengo. Déjame ir con él. Déjame
salvarlo.
Leigh Bardugo The Dregs
Kaz miró a Pekka Rollins, Jakob Hertzoon, arrodillándose frente a él al fin, con
los ojos húmedos de lágrimas, el dolor labrado en las arrugas de su cara enrojecida.
Ladrillo por ladrillo.
Era un inicio.
—Tu hijo está en la esquina al sur del campo Tarmakker, a tres kilómetros de
Appelbroek. He marcado el terreno con una bandera negra. Si te marchas ahora,
deberías llegar a él con bastante tiempo.
—La plaga…
—El que está de guardia en el Palacio Esmeralda. Lo sacas a volandas del ala de
enfermos si tienes que hacerlo. —Presionó un dedo en el pecho de Kaz—. Pagarás por
esto, Brekker. Pagarás y continuarás pagando. No habrá fin a tu sufrimiento.
Kaz encontró la mirada de Pekka. —El sufrimiento es como cualquier otra cosa.
Si vives con él el suficiente tiempo, aprendes a encontrarle el gusto.
Inej se hundió acuclillada, presionándose las palmas contra los ojos. —¿Llegará
a tiempo?
—¿Para qué?
Leigh Bardugo The Dregs
—Para… —Levantó la vista hacia él. Kaz iba a extrañar esa expresión de
sorpresa—. No lo hiciste. No lo enterraste.
—Pero el león…
—Fue una suposición. El orgullo de Pekka sobre los Leones del Centavo es
demasiado predecible. El niño probablemente tiene un millar de leones con los que jugar
y un gigantesco león de madera para cabalgar.
—Lo deduje esa noche en casa de Van Eck. Rollins no dejaba de dar la perorata
sobre el legado que estaba construyendo. Sabía que tenía una casa en el campo, le
gustaba dejar la ciudad. Solo pensé que tenía una querida metida en algún lugar. Pero
lo que dijo esa noche me hizo pensarlo de nuevo.
—¿Y que tenía un hijo y no una hija? ¿Eso también fue una suposición?
—Nada en absoluto. Sin duda su gente reportará que su hijo está sano y salvo y
haciendo lo que sea que los niños mimados hacen cuando sus padres están lejos. Pero
con algo de suerte, Pekka pasará unas cuantas horas agonizantes excavando en la tierra
y yendo en círculos antes de eso. Lo importante es que no estará alrededor para respaldar
ninguna de las declaraciones de Van Eck y que la gente escuchará que huyó de la ciudad
apresuradamente… con un medik a la zaga.
Inej lo miró y Kaz pudo verla completando el acertijo. —Los sitios de los brotes.
—El destino tiene planes para todos nosotros —dijo Inej bajito.
Inej frunció el ceño. —Creí que tú y Nina eligieron cuatro sitios de brotes en las
Duelas.
Ella sonrió entonces, con ojos rojos, sus mejillas manchadas de alguna clase de
polvo. Era una sonrisa por la que creyó que podría morir para ganársela de nuevo.
Ahí iba de nuevo, buscando decencia donde no había ninguna. —Inej, podía
matar al hijo de Pekka solo una vez. —Abrió la puerta con un empujón de su bastón—.
Él puede imaginar su muerte un millar de veces.
Leigh Bardugo The Dregs
M atthias trotaba al lado del cuerpo sin vida de Kuwei. Dos de los guardias
cargaron al chico en una camilla, y fueron corriendo hacia el Beurscanal con
él, mientras ululaban las sirenas anunciando la peste. El medik luchaba para
mantener el ritmo, la túnica de universitario aleteaba.
Simplemente, no tire de esa camisa, deseó Matthias en silencio. Jesper había usado
una bala de cera y goma que se había hecho añicos cuando golpeó la vejiga alojada
detrás del botón de la camisa de Kuwei, estallando la carcasa de la vejiga y salpicando
de sangre y médula por todas partes. La sangre la habían recogido en una carnicería,
pero no había forma en que el medik pudiese saber eso. Para todos en la iglesia, parecía
que Kuwei Yul-Bo recibió un disparo en el corazón y murió inmediatamente.
El pescador hizo un gesto hacia una mujer muy embarazada tumbada en la parte
trasera del barco, protegida por un toldo. —No, señor. Solo somos nosotros y los dos
estamos sanos, pero mi esposa está a punto de tener un bebé. Podríamos necesitar a
alguien como usted a bordo en caso de que no lleguemos a tiempo al hospital.
No puede importarle menos si Kuwei sobrevive, pensó Matthias con severidad. Él está
buscando salvar su propio pellejo.
El medik miró sobre su hombro a la gente en pánico que se desbordaba por las
puertas de la catedral principal. —Muy bien, vamos. Quédate aquí—le dijo a Matthias.
Kaz había dicho que los oficiales no querrían estar en ningún lugar cerca de un
hospital durante una epidemia de peste, y tenía razón. Matthias no podía culparlos.
—Ésta casi muerto —dijo el medik—. Pero hay que seguir con el procedimiento.
Como dirían nuestros amigos uniformados, «Es el protocolo».
Matthias hizo una seña al pescador y Rotty le devolvió el guiño, dando un breve
tirón a las barbas de su disfraz. Enfiló el barco rápidamente por el canal.
Matthias dio a Nina una mirada de advertencia más que obvia. Se podía fingir
un embarazo. No podían fingir un parto real. Al menos no creía que fuera posible. En
este punto no ponía en duda que Kaz fuera capaz de cualquier cosa.
El medik gritó a Matthias para que le llevara su bolsa. Matthias fingió quejarse
por ello por un momento, mientras extraía el estetoscopio y lo metía debajo de una pila
de redes, por si acaso el medik quería escuchar el vientre de Nina.
—Para mí.
El hombre del bote de botellas gritó algunas palabras groseras más hacia Rotty
(Specht claramente estaba disfrutándolo) y entonces el barco pesquero pasó el Zentsbridge
y siguió avanzando, moviéndose más rápido ahora que habían dejado la parte más
concurrida del canal. Matthias no pudo resistir dar una mirada hacia atrás y vio sombras
que se movían detrás de las cajas de vino apiladas en el bote de botellas. Aún había más
trabajo por hacer.
—¿A dónde vamos? —dijo el medik bruscamente—. Pensé que nos dirigíamos a
la clínica universitaria.
Esa era la idea. La clínica universitaria estaba más cerca, pero Ghezendaal era
más pequeño, con personal menos capacitado, e inevitablemente estaría abrumado por
el pánico de la plaga, un lugar perfecto para llevar un cuerpo que no sería examinado
muy de cerca.
—Estamos poniendo cuarentena por una plaga. No tenemos camas para dar a
los muertos. Llévenlo a la parte trasera de la bahía de vagones. Los cadavereros pueden
venir por él esta noche.
—Bueno, al menos ayuden a esta mujer, que está a punto de… —El medik miró
a su alrededor, pero Nina y Rotty ya habían desaparecido.
—Pero…
—Ah, bueno, sí. En efecto. Solo estaba cumpliendo con mi deber y juramento.
—El medik miraba con nerviosismo a las casas y negocios que ya habían comenzado a
bloquear sus puertas y sellar sus persianas—. Realmente tengo que llegar a la clínica...
—Estoy seguro de que todos estarán muy agradecidos por su atención —dijo
Matthias, seguro que la intención del medik era correr a casa, a sus aposentos y montar
una barricada contra cualquiera que estornudara siquiera.
—Sí, sí —dijo el medik—. Buen día y buena salud. —Y salió corriendo por la
calle estrecha.
—Te acuso de traición —dijo, con la voz quebrada—, alta traición contra Fjerda
y tus hermanos drüskelle.
—No importa.
—Me uní cuando era aún más joven que tú. Yo sé lo que se siente allí, los
pensamientos que ponen en tu cabeza. Pero no tienes que hacer esto.
—Estás mintiendo. Incluso dejaste que mataran a ese chico shu que se suponía
debías proteger. Eres un traidor y un cobarde. —Bien, él creía que Kuwei estaba muerto.
—Iré contigo. Tienes mi palabra. Y tú tiene la pistola. No hay nada que temer de
mí.
—No soy como tú —dijo el chico, sus ojos azules ardiendo. Matthias vio la ira
allí, la rabia. Él la conocía muy bien. Pero, aun así, se sorprendió cuando escuchó el
disparo.
Leigh Bardugo The Dregs
N ina se quitó el vestido y la pesada panza de goma que había atado sobre su
túnica, mientras Rotty se deshacía de su barba y abrigo. Ataron todo en un
paquete y Nina lo arrojó por la borda mientras subían al bote amarrado debajo del
Zentsbridge.
—Que poco sentimiento maternal —dijo Kaz, saliendo de detrás de las cajas de
vino.
—Estás sangrando de nuevo —observó Nina cuando se deslizó detrás de las altas
pilas de cajas para unirse a ellos. Había poco tráfico en el canal ahora, pero no debían
correr riesgos—. ¿Y qué ocurrió con tus ojos?
—Nina.
Tal vez demasiado bien. Genya había dicho que el veneno bajaría el pulso y la
respiración hasta el punto de que podría imitar la muerte. Pero la representación era
incómodamente convincente. Una parte de Nina sabía que el mundo podría ser más
seguro si Kuwei moría, pero también sabía que si alguien más desentrañaba el secreto
de parem, lo mejor sería encontrar un antídoto. Habían luchado para liberarlo de la Corte
de Hielo. Planearon y confabularon y se esforzaron para que pudiera estar a salvo y
pudiera dedicarse a su trabajo entre los Grisha. Kuwei era esperanza.
—Desabotónale la camisa.
Leigh Bardugo The Dregs
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Kaz cuando Genya deshizo los restantes
botones de Kuwei. Su pecho era estrecho, las costillas visibles, todo ello salpicado de la
sangre de cerdo que habían encapsulado en la vejiga de cera.
—No estoy segura —admitió Nina. Zoya tenía las manos y los ojos cerrados. El
aire se sentía repentinamente fresco y húmedo.
Zoya abrió los ojos y juntó las manos como en oración, frotándose las palmas de
las manos una contra la otra rápidamente.
Genya empujó un pedazo densamente plegado de tela entre los dientes de Kuwei
y retrocedió. Con un estremecimiento, Nina se dio cuenta de que era para evitar que se
mordiera la lengua.
—Es complicado —dijo Sturmhond—. A los rayos no les gustan los amos. Zoya
está poniendo su vida en riesgo.
Vio que Rotty cerraba los ojos, incapaz de ver. Los labios de Inej se movían en
lo que Nina sabía que debía ser una oración.
Una luz azul débil crujió entre las palmas de Zoya. Ella tomó una respiración
profunda y las colocó sobre el pecho de Kuwei.
—Nada.
Zoya frunció el ceño y juntó nuevamente las palmas de las manos, un ligero sudor
caía a lo largo de su perfecta frente.
—Le va a dar una descarga en el corazón para que vuelva a su ritmo —dijo
Genya—. Y el calor debe ayudar a desnaturalizar el veneno.
—Ahora —dijo Zoya, con voz determinada. Nina se preguntó si estaba ansiosa
por que Kuwei sobreviviera o si simplemente odiaba fallar en algo.
Zoya descargó las palmas de las manos abiertas contra el pecho de Kuwei. El
cuerpo se dobló como una rama verde atrapado por un viento implacable y, una vez,
más se derrumbó contra la camilla.
Kuwei jadeó, con los ojos abiertos. Luchó para sentarse, tratando de escupir el
fajo de tela.
Genya se movió para inmovilizarlo, y los ojos de él se abrieron aún más cuando
el pánico lo poseyó.
Inej se reunió con ella, al lado de Kuwei, le retiró el tejido de la boca, le alisó el
pelo hacia atrás.
—La subasta…
—Se acabó.
Sus ojos dorados estaban aterrorizados, y Nina entendió lo asustado que había
estado.
—El cuerpo…
—Esta noche será recogido por los cadavereros —dijo Kaz—. Se acabó.
Kuwei se dejó caer de nuevo, pasó un brazo sobre los ojos, y se echó a llorar.
Nina lo palmeó suavemente.
—Gracias por casi matar y luego revivir a uno de los rehenes más valiosos en el
mundo para que lo puedan utilizar para su propio beneficio —dijo Kaz—. Ahora tienen
que irse. Las calles están casi vacías, y necesitan llegar al distrito manufacturero.
—Pero no olvides dónde están tus lealtades. —Salió del bote, seguida de Genya
y Sturmhond.
El corsario se volvió hacia el bote y dirigió la mirada hacia Nina. Sus ojos eran
de un color extraño, y sus rasgos no parecían encajar correctamente.
—En caso de que estés tentada a no volver, quiero que sepas que tú y tu fjerdano
son bienvenidos en Ravka. No podemos estimar la cantidad de parem que los shu puede
tener todavía o cuántos de esos soldados Kherguud han hecho. El Segundo Ejército
necesita de tus dones.
Nina vaciló.
Kaz bajó del barco y desapareció de nuevo en dirección a la Iglesia del Trueque.
Nina no creyó que fuera seguro ofrecer vino a Kuwei, por lo que le ofreció un
poco de agua y le animó a descansar.
Nina se esforzó por ver sobre el borde del canal y por la calle.
—¡Matthias!
—¿Matthias?
—Matthias… Oh, Santos. —El abrigo que había estado sosteniendo cayó y vio
la herida de bala en el estómago. Su camisa estaba empapada de sangre—. ¡Ayuda! —
gritó—. ¡Que alguien me ayude! —Pero las calles estaban vacías. Las puertas cerradas.
Las ventanas selladas—. Inej —exclamó.
—Le han disparado. Oh, Santos, Matthias, ¿quién hizo esto? —Tenían tantos
enemigos.
—Busca a Kuwei —le dijo Nina a Inej—. O a Kaz. Él tiene parem. Tienes que
conseguirlo para mí. Puedo salvarlo. Puedo curarlo. —¿Pero sería cierto que, si usaba la
droga, haría retornar su poder a lo que había sido? Podía tratar. Tenía que intentarlo.
Matthias la tomó de la mano con una fuerza sorprendente. Estaba mojado con
su propia sangre.
—No, Nina.
—Puedo luchar contra ella por segunda vez. Puedo curarte y luego puedo luchar
contra ella.
—Me han hecho para protegerte. Incluso en la muerte, encontraré una manera.
—Le agarró la mano con más fuerza—. Que me entierren para que pueda ir a Djel.
Entiérrame para que pueda echar raíces y seguir las aguas del norte.
La luz desapareció de sus ojos. Su pecho se quedó inmóvil bajo sus manos.
Nina gritó, un aullido que arrancó desde el espacio negro donde su corazón había
latido solo unos momentos antes. Buscó su pulso, para encontrar la luz y la fuerza que
había sido Matthias. Si tuviera mi poder. Si nunca hubiera tomado parem. Si tuviera parem.
Sentía el río a su alrededor, las aguas negras del luto. Metió la mano en el frío.
Podía hacerlo. Podría darle una nueva vida, una vida que naciera de aguas
profundas. Él no era un hombre común y corriente. Era Matthias, su valiente fjerdano.
—Nina.
—No puedo.
Nina tocó la fría mejilla. Tenía que haber una manera de hacer esto, para que
estuviera bien. ¿Cuántas cosas imposibles habían logrado juntos?
—Te reunirás con él de nuevo en la próxima vida —dijo Inej—. Pero solo si sufres
esto ahora.
Eran almas gemelas, soldados destinados a luchar por diferentes bandos, para
encontrarse uno al otro y perderse uno al otro demasiado rápido. No lo mantendría aquí.
Así no.
Leigh Bardugo The Dregs
—En la próxima vida, entonces —susurró—. Ve. —Observó sus ojos cerrarse una
vez más—. Farvell —dijo en fjerdano—. Que Djel te cuide hasta que yo pueda hacerlo
una vez más.
Leigh Bardugo The Dregs
W ylan estaba sentado entre Alys y Jesper, en un banco cerca del frente de la iglesia.
Los ravkanos, shu y fjerdanos se habían metido en una maraña de puñetazos que
había dejado a varios soldados heridos y sangrando y al embajador fjerdano con un
hombro dislocado. Se hablaba con enojo de sanciones comerciales y represalias en todas
partes. Pero, por ahora, parecía haberse restaurado algo de orden. La mayoría de los
asistentes a la subasta habían huido desde hacía mucho tiempo o habían sido llevados
por la vigilancia. Los shu se habían marchado, amenazando con acciones militares por
la muerte de uno de sus ciudadanos.
Los fjerdanos aparentemente habían marchado hacia las puertas del Salón de la
Guardia para exigir que Matthias Helvar fuera encontrado y arrestado, solo para ser
informados de que las medidas de emergencia por la plaga prohibían las asambleas
públicas. Debían regresar a su embajada inmediatamente o correrían el riesgo de ser
expulsados de las calles por la fuerza.
Wylan, Jesper, Alys y su doncella habían sido agrupados por la vigilancia y Wylan
esperaba que Kaz hubiera tenido razón al insistir en que permaneciera en la iglesia. No
Leigh Bardugo The Dregs
estaba seguro si sentía que los oficiales estaban allí para protegerlo o mantenerlo bajo
vigilancia. Por como Jesper seguía tamborileando los dedos sobre sus rodillas, Wylan
sospechaba que se sentía igualmente nervioso. No ayudaba el dolor que sentía cada vez
que Wylan respiraba, sentía su cabeza como un timbal siendo asaltado por un
percusionista entusiasta.
Wylan miró a Alys brevemente y susurró: —Lo hicimos. Y sé que Kaz tenía sus
propios motivos, pero estoy bastante seguro de que acabamos de ayudar a prevenir una
guerra. —Si Ravka hubiera ganado la subasta, los shu o los fjerdanos habrían encontrado
alguna excusa para lanzar un ataque a Ravka para ponerle las manos encima a Kuwei.
Ahora Kuwei estaría a salvo, e incluso si alguna otra persona finalmente desarrollaba
parem, los ravkanos pronto podrían estar en camino de desarrollar un antídoto.
Wylan vaciló. —Puedes irte si lo necesitas. Sé que debes estar preocupado por tu
padre.
Jesper echó una ojeada a los guardias. —No estoy seguro de que nuestros nuevos
amigos me dejen salir de aquí. Además, no quiero que nadie me siga hasta él.
Alys frotó una mano sobre su vientre. —Tengo hambre —dijo, echando un
vistazo a donde el Consejo Mercante todavía discutía—. ¿Cuándo crees que consigamos
ir a casa?
Leigh Bardugo The Dregs
—¡Esto es una locura! —gritó Van Eck—. ¡No pueden creer nada de esto!
Wylan se puso de pie para echar un mejor vistazo, luego inspiró profundamente
con una aguda punzada de dolor en sus costillas. Jesper extendió una mano para
estabilizarlo. Pero lo que Wylan vio cerca del podio sacó de su mente todos los
pensamientos de dolor: un oficial de la vigilancia estaba esposando a su padre, que se
agitaba como un pez atrapado en una caña de pescar.
—Cálmate, hombre.
—Te llevarán al Salón de la Guardia para esperar cargos. Una vez que hayas
pagado la fianza...
Wylan sintió lástima por ella. Era dulce y tonta y nunca había hecho nada más
que casarse con el individuo que su familia le ordenó. Si Wylan estaba en lo correcto, su
padre sería acusado por cargos de fraude y traición. Hacer un contrato falso a propósito,
con el fin de subvertir el mercado no era solo ilegal, sino que se consideraba blasfemia,
una desgracia en las obras de Ghezen y las penas eran duras. Si su padre era declarado
culpable, sería despojado de su derecho a poseer bienes o a tener inversiones. Toda su
fortuna pasaría a Alys y a su heredero por nacer. Wylan no estaba seguro de que Alys
estuviera lista para ese tipo de responsabilidad.
—¿Dejarán que Jan vuelva a casa esta noche? —preguntó Alys, su labio inferior
temblaba.
—No lo sé —admitió.
—Yo…
—Permanece lejos de ella —espetó Van Eck cuando la vigilancia lo arrastró por
los escalones del escenario—. Alys, no lo escuches. Necesitas ir por Smeet para que
ponga los fondos para la fianza. Ve…
—No creo que Alys pueda ayudarte con eso —dijo Kaz. Estaba de pie en el
pasillo, apoyado en su bastón cabeza de cuervo.
—Brekker, pequeño desgraciado matón. ¿De verdad crees que esto se acabó? —
Van Eck se enderezó, tratando de recuperar parte de su dignidad perdida—. A esta hora
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mañana, estaré en libertad bajo fianza y restableceré mi reputación. Hay una manera de
conectarte con el consorcio Rietveld y la encontraré. Lo juro.
Wylan sintió que Jesper se tensaba a su lado. Colm Fahey era la única conexión.
—Por supuesto, lo juras —dijo Kaz—. Haz un voto solemne. Creo que todos
sabemos lo que vale tu palabra. Sin embargo, es posible que tus recursos estén algo
restringidos. El custodio de tu patrimonio estará a cargo de tus fondos. No estoy seguro
de cuánto dinero Wylan planea dedicar a tu defensa, o tu fianza, para el caso.
Van Eck rio amargamente. —Lo excluí de mi testamento tan pronto como Alys
concibió. Wylan nunca verá ni un centavo de mi dinero.
—¿Estás seguro? —dijo Kaz—. Yo estoy seguro de que Wylan me dijo que
ustedes dos se habían reconciliado. Por supuesto, eso fue antes de todo este feo asunto.
—Mi testamento está perfectamente claro. Hay una copia de él en ... —Van Eck
se detuvo a la mitad y Wylan observó una expresión horrorizada extenderse por la cara
de su padre—. La caja fuerte —susurró.
No ganas jugando un solo juego. ¿Cuánto tiempo había estado planeando que Wylan
obtuviera el imperio de su padre?
—No —dijo Van Eck, sacudiendo la cabeza—. No. —Con sorprendente fuerza,
se sacudió los guardias—. No puedes darle a este cretino el control de mis fondos —
gritó, señalando a Wylan con sus manos encadenadas—. Incluso si hubiera querido que
heredara, él es incompetente para hacerlo. No puede leer, apenas puede unir una oración
básica en la página. Es un idiota, un niño de mente blanda.
Wylan registró el horror en los rostros de los miembros del Consejo. Esta era la
pesadilla que había tenido en innumerables ocasiones de niño: estar en público, con sus
deficiencias expuestas.
—¡Van Eck! —dijo Radmakker—. ¿Cómo puedes decir algo así sobre tu propia
sangre?
Van Eck se echó a reír. —¡Por lo menos puedo demostrarlo! Dale algo para leer.
¡Adelante, Wylan, muéstrales qué gran hombre de negocios serás!
Radmakker le puso una mano en el hombro. —No tienes por qué obedecer sus
desvaríos, hijo.
Pero Wylan ladeó la cabeza, una idea formándose en su mente. —Está bien,
señor Radmakker —dijo—. Si nos ayuda a poner fin a este trágico asunto, obedeceré a
mi padre. De hecho, si tiene una Transferencia de Autoridad, puedo firmarla ahora y
empezar a reunir fondos para la defensa de mi padre.
Le entregó a Wylan un documento. Podría haber sido cualquier cosa. Wylan vio
las palabras, reconoció sus formas, no pudo formar su significado. Pero él podía oír la
música en su cabeza, ese truco de memoria que había usado con tanta frecuencia cuando
era niño; la voz de Jesper leyéndole en voz alta en la visita a Santa Hilde. Veía la puerta
azul pálido, olía la glicina que florecía.
Van Eck miraba con la boca abierta a Wylan. Los miembros del Consejo
sacudían la cabeza.
—Claro que no, hijo —dijo Radmakker—. Creo que ya has sufrido suficiente. —
La mirada que le dirigió a Van Eck ahora era de lástima—. Llévenlo al Salón de la
Guardia. Tal vez tengamos que encontrarle un medik también. Algo debió de haber
enloquecido su mente, poner esos locos pensamientos en su cabeza.
—Es un truco —dijo Van Eck—. Es otro de los trucos de Brekker. —Se separó
de sus guardias y se precipitó hacia Wylan, pero Jesper se paró frente a él, agarrándolo
por los hombros y manteniéndolo a raya con los brazos rectos—. Destruirás todo lo que
he construido, todo lo que mi padre y su padre construyeron. Tú…
Jesper se inclinó y dijo, lo bastante bajito para que nadie más pudiera oír: —Yo
puedo leerle.
—¡No te saldrás con la tuya en esto! —gritó Van Eck—. Ya conozco tu juego,
Brekker. Mi ingenio es más agudo...
—Solo puedes afilar una espada hasta cierto punto —dijo Kaz, mientras se unía
a ellos en la parte delantera de la iglesia—. Después, se reduce la calidad del metal.
Van Eck estaba aullando. —¡Ni siquiera saben si ese es realmente Wylan! ¡Podría
estar usando la cara de otro chico! No entienden ...
El resto del Consejo Mercante los siguió, luciendo todos un poco aturdidos. —
Está desquiciado —dijo Dryden.
—Deberíamos haber sabido que no estaba cuerdo cuando se alió con ese malvado
Pekka Rollins.
—¿Mi casa?
—Yo …
—Alys —dijo Kaz—. ¿Cómo te sentirías si esperas a que pase todo este
desagradable asunto en el campo? Lejos de la amenaza de la peste. Tal vez en la bonita
casa del lago que mencionaste.
El rostro de Alys se encendió, pero luego vaciló. —¿Es realmente correcto? ¿Que
una mujer abandone a su marido en este momento?
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Ahora los ojos de Alys brillaron definitivamente. —¿Con el señor Bajan? —Se
mordió el labio—. Tal vez sería lo mejor. Para el bebé.
Leigh Bardugo The Dregs
Pero nada de eso le importaba a Jesper. Solo necesitaba saber que su padre estaba
a salvo. Estaba tentado a ir a la panadería, pero no podía arriesgarse a que lo siguieran.
Eso le daba el hormigueo, pero por ahora podía resistirlo. Tal vez utilizar su
poder había ayudado. Tal vez solo estaba aturdido por la pelea. Era demasiado pronto
para intentar desentrañarlo. Pero al menos esta noche, podía prometer no hacer algo
estúpido. Se sentaría a desteñir el color de una alfombra como Fabricador, o haría
práctica de tiro, o haría que Wylan lo atara a una silla si era necesario. Jesper deseaba
saber qué sucedía después. Deseaba ser parte de ello.
Sin importar el escándalo que había tocado el nombre Van Eck hoy, las linternas
aun así habían sido encendidas en las ventanas, y los sirvientes abrieron felizmente la
puerta a Alys y al joven amo Wylan. Mientras atravesaban lo que lucía como el
comedor, pero parecía faltarle una mesa, Jesper levantó la vista hacia el inmenso hoyo
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en el techo. Podía ver directamente hasta el siguiente piso y algunas molduras de madera
bastante sofisticadas.
Sacudió la cabeza. —Realmente deberías ser más cuidadoso con tus cosas.
Wylan intentó sonreír, pero Jesper podía ver que era todo nervios. Se movía de
habitación en habitación cautelosamente, tocando ocasionalmente una pieza de
mobiliario o un punto en la pared brevemente. Wylan aún estaba bastante magullado.
Habían enviado a la Universidad por un medik, pero podría tardar un buen rato antes
que alguien pudiera venir.
—Me siento como un intruso. Como si, en cualquier minuto, mi padre fuera a
entrar intempestivamente por esa puerta y me dirá que me marche.
—Ayudará cuando los papeles estén firmados. Lo hará sentirse más permanente.
—Jesper sonrió—. Fuiste bastante asombroso allá, por cierto.
—Estaba aterrorizado. Aún lo estoy. —Bajó la vista hacia las teclas y tocó un
acorde suave. Jesper se preguntó cómo pudo haber confundido a Kuwei con Wylan. Sus
manos eran completamente diferentes, la forma de los dedos, los nudillos—. Jes —dijo
Wylan—. ¿Era en serio lo que le dijiste a mi padre? ¿Te quedarás conmigo? ¿Ayudarás?
—¿Síi?
—Sí —dijo Wylan, atisbando brevemente sobre su hombro, sus mejillas ahora
estaban rojas como cerezas—. Me gustaría hacer un pago inicial.
Jesper soltó un ladrido de risa. No podía recordar la última vez que se había
sentido tan bien. Y ni siquiera le estaban disparando.
La cocinera hizo una cena fría y Alys se retiró a sus aposentos. El resto de ellos
se sentó en los escalones que conducían al jardín trasero, observando la extraña visión
del sol poniéndose sobre el Geldcanal casi vacío, esperando. Solo los botes de la vigilancia,
la brigada de incendios, y el ocasional bote de medik podía verse deslizarse por el agua,
dejando amplias ondas ininterrumpidas a su paso. Nadie comió mucho. Todos estaban
en ascuas mientras esperaban que cayera la noche. ¿Los otros habían salido ilesos?
¿Todo había ido según lo planeado? Aún había mucho por hacer. Kaz se mantuvo
perfectamente quieto, pero Jesper podía percibir la tensión en él, enroscada como una
cascabel.
Al fin cayó la noche y, una larga hora después, el gran bote de botellas se deslizó
hasta el muelle en la elegante caseta para los botes de Van Eck.
Kaz soltó el aire lentamente. Jesper agarró una linterna y el champán que habían
estado enfriando. Cruzaron el jardín, abrieron la puerta de par en par y se derramaron
en la caseta para botes. Sus felicitaciones murieron en sus labios.
Inej y Rotty estaban ayudando a Kuwei a salir del bote. Aunque lucía arrugado
y tembloroso, y su camisa colgaba abierta para revelar un pecho aún salpicado con
sangre de cerdo, él estaba en una pieza. El padre de Jesper estaba sentado en el bote, con
los hombros caídos, luciendo más agotado de lo que Jesper lo había visto nunca, su cara
pecosa estaba arrugada de tristeza. Se levantó lentamente y bajó al muelle. Apretó a
Jesper con fuerza y dijo: —Estás bien. Estás bien.
Lo posaron sobre la manta. Nina se sentó junto a él, sin decir nada, con la mano
de él apretada entre las suyas. Inej trajo un chal que acomodó sobre los brazos de Nina,
luego se acuclilló silenciosamente junto a ella, con la cabeza anidada contra su hombro.
Durante un rato, ninguno de ellos supo qué hacer, pero eventualmente Kaz miró
su reloj y les hizo señas en silencio. Aún había trabajo que requería su atención.
base de un solo navío como el esqueleto para una barcaza de flores, un navío de pesca,
un tenderete flotante. Lo que fuera necesario para el trabajo. Esta era una transformación
más fácil. No tenía que construirse nada, solo ser arrancado.
Pronto, Jesper estaba sudando, intentando enfocarse en el ritmo del trabajo, pero
no podía sacudirse la tristeza en su corazón. Él había perdido amigos. Había estado en
trabajos cuando las cosas habían salido mal. ¿Por qué esto se sentía tan diferente?
Cuando lo último del trabajo se hubo terminado, Wylan, Kaz, Rotty, Jesper y su
padre se quedaron parados en el jardín. No había nada que faltara hacer. La barcaza
estaba lista. Rotty estaba vestido de negro de la cabeza a los pies, y habían confeccionado
una capucha de cadaverero cortando y volviendo a coser uno de los elegantes trajes
negros de Van Eck. Era tiempo de marcharse, pero ninguno de ellos se movió. A todo
su alrededor, Jesper podía oler la primavera, dulce y ansiosa, el aroma de lirios y
jacintos, rosas que florecían temprano.
Tal vez eso era ingenuo, la protesta del hijo de un mercader rico que solo había
tenido una probada de la vida del Barril. Pero Jesper se dio cuenta que él había estado
pensando lo mismo. Después de todos sus escapes alocados y casi muertes, había
empezado a creer que los seis estaban, de alguna forma, encantados, que las armas de
él, el cerebro de Kaz, el ingenio de Nina, el talento de Inej, la ingenuidad de Wylan y la
fuerza de Matthias, de alguna forma los habían hecho intocables. Podrían sufrir. Podrían
afrontar reveses, pero Wylan tenía razón, al final se suponía que todos quedarían de pie.
Caminaron hacia la caseta para botes. Pero antes que Wylan entrara, se inclinó
y arrancó un tulipán rojo del lecho de flores. Todos lo imitaron y enfilaron al interior en
silencio. Uno por uno, se arrodillaron junto a Nina y descansaron una flor sobre el pecho
de Matthias, luego se levantaron, rodeando su cuerpo, como si ahora que era demasiado
tarde pudieran protegerlo.
Kuwei fue el último. Había lágrimas en sus ojos dorados, y Jesper se alegró que
se hubiera unido a su círculo. Matthias era la razón por la que Kuwei y Jesper habían
sobrevivido a la emboscada en Velo Negro; él era una de las razones por las que Kuwei
tendría una oportunidad para vivir verdaderamente como Grisha en Ravka.
Nina giró la cara hacia el agua, mirando hacia las casas estrechas que delineaban
el Geldcanal. Jesper vio que los residentes habían llenado sus ventanas con velas, como
si estos pequeños gestos pudieran de alguna forma alejar la oscuridad. —Estoy fingiendo
que esas luces son por él —dijo ella. Levantó un pétalo rojo extraviado del pecho de
Matthias, suspiró y le soltó la mano, levantándose lentamente—. Sé que es tiempo.
Jesper la rodeó con el brazo. —Él te amaba muchísimo, Nina. Amarte lo hizo
mejor.
—Solo lo suficiente para conseguir transporte a Fjerda. Hay Grisha que pueden
ayudarme a preservar su cuerpo durante el viaje. Pero no puedo ir a casa, no puedo
descansar hasta que él lo haga. Lo llevaré al norte. Al hielo. Lo enterraré cerca de la
costa. —Se giró hacia ellos entonces, como viéndolos por primera vez—. ¿Qué hay de
todos ustedes?
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—Tendremos que hallar una forma de gastar nuestro dinero —dijo Kaz.
—¿Qué dinero? —dijo Jesper—. Todo se vertió en las arcas de los shu. Como si
lo necesitaran.
—¿En serio?
Nina entrecerró los ojos y Jesper vio retornar un poco de su ánimo. —Deja de
jugar, Brekker, o mandaré mi profano ejército de muertos tras de ti.
Kaz se encogió de hombros. —Sentí que los shu podían arreglárselas solo con
cuarenta millones.
—Los treinta millones que Van Eck nos debía… —murmuró Jesper.
—Cuatro millones de kruge a cada uno. Le daré la parte de Per Haskell a Rotty y
Specht. Será lavado en uno de los negocios de los Indeseables antes que regrese de vuelta
al Gemensbank, pero los fondos deben estar en cuentas separadas para ustedes para finales
de mes. —Hizo una pausa—. La parte de Matthias irá a Nina. Sé que el dinero no te
importa…
—Importa —dijo Nina—. Encontraré una forma de hacer que importe. ¿Qué
harán ustedes con sus partes?
Wylan echó un vistazo a la mansión de su padre. —Yo podría haberte dicho que
no funciona de esa forma.
—Al menos ahora podemos permitirnos un nuevo sombrero para ti —dijo Jesper.
—Este es cómodo.
—Iré a casa, Pá. Cuando la ciudad esté abierta de nuevo. Después que Wylan
esté asentado.
—Él es un buen muchacho. —Demasiado bueno para mí, pensó Jesper—. Espero
que realmente vayas a casa a visitarme. —Colm se miró sus grandes manos—. Deberías
conocer a la gente de tu madre. La chica que tu madre salvó hace todos esos años… he
escuchado que ella es muy poderosa.
—Me… me gustaría eso. Lamento todo esto. Por mezclarte en esto. Por casi
perder lo que construiste trabajando tan duro. Su… supongo que lo que quiero decir es
que esta acción no tendrá eco.
—¿Perdón?
Jesper abrazó a su padre con fuerza. Recuerda esta sensación, se dijo a sí mismo.
Recuerda todo lo que tienes que perder. No sabía si era lo bastante fuerte para mantener las
promesas que había hecho esta noche, pero podría intentar serlo.
Inej colocó las manos sobre los hombros de Nina. —Nos volveremos a ver.
—Por supuesto que sí. Ustedes han salvado mi vida. Yo he salvado la suya.
—No, no me refiero a las grandes cosas. —Los ojos de Nina los contemplaron a
todos—. Me refiero a los pequeños rescates. Reírse de mis bromas. Perdonarme cuando
fui tonta. Nunca intentar hacerme sentir pequeña. No importa si es el próximo mes, o el
próximo año, o en diez años, esas serán las cosas que recordaré cuando los vea de nuevo.
—¿Qué tal si te empujo al canal y vemos si sabes cómo nadar? —dijo Wylan con
una imitación muy pasable de la mirada fulminante de Kaz.
Jesper se encogió de hombros. —He escuchado que él es uno de los hombres más
ricos en Ketterdam. No me metería en su camino.
Kuwei dejó que sus manos cayeran a los costados. Colm fue el siguiente, y Jesper
instantáneamente deseó olvidar la imagen de su padre tendido como un cadáver.
Rotty empujó la larga pértiga de madera contra el fondo arenoso del canal. La
barcaza se alejó del muelle. En la oscuridad, lucía como cualquier otro cadaverero
conduciendo su cargamento sombrío a través de los canales. Solo los botes de enfermos
podían atravesar libremente la ciudad y salir del puerto, recolectando a los muertos para
llevarlos a la Barcaza de la Parca para quemarlos.
Rotty los llevaría a través del distrito manufacturero, a donde los refugiados
Grisha habían huido después de la subasta, después de despojarse de las túnicas azules
que habían utilizado para fingir ser el Consejo de Mareas. Kaz había sabido que no había
forma de transportar tantos Grisha sin atraer la atención. Así que habían tomado el
pasaje secreto de la embajada a la taberna, y luego desfilado por la calle en ondulantes
túnicas azules, con las caras envueltas en niebla, declarando su poder en lugar de intentar
ocultarlo. Jesper suponía que allí había una lección, si deseaba tomarla. Solo había
cuatro Mareomotores reales entre ellos, pero había sido suficiente. Por supuesto, había
existido la posibilidad de que el verdadero Consejo de Mareas apareciera en la subasta,
pero basado en el historial de ellos, Kaz pensó que valía la pena el riesgo.
—Él no se despide —dijo Inej. Ella mantuvo los ojos sobre las luces del canal. En
algún lugar del jardín, un ave nocturna empezó a cantar—. Solo deja ir.
Leigh Bardugo The Dregs
La ciudad todavía no había vuelto a la normalidad, pero eso había creado algunas
oportunidades interesantes. Los precios de las Duelas habían caído mientras la gente se
preparaba para un largo brote de plaga y Kaz se apresuró a tomar ventaja. Compró el
edificio al lado del Club Cuervo para que pudieran expandirse e incluso logró adquirir
una pequeña propiedad en la Tapa. Cuando el pánico se acabó y el turismo se reanudó,
Kaz estaba ansioso por desplumar a una clase mucho más alta de pichones. También
había comprado las acciones de Per Haskell en el Club Cuervo por un precio razonable.
Podía haberlas tenido por nada, dado los problemas en el Barril, pero no quería que
nadie sintiera demasiada lástima por el viejo.
Una vez que Anika terminó su recital, Pim dio los detalles que había recogido en
el juicio de Van Eck. El misterioso Johannus Rietveld no había sido encontrado, pero
una vez que las cuentas de Van Eck habían sido puestas al descubierto, rápidamente
había quedado claro que había estado utilizando la información que había obtenido en
el Consejo Mercante para comprar granjas de jurda. Más allá de estafar a sus amigos,
manipular una subasta y secuestrar a su propio hijo, había incluso sugerencias de que
había contratado un equipo para entrar en un edificio gubernamental fjerdano y
posiblemente para sabotear sus propios silos de azúcar. Van Eck no salió en libertad bajo
fianza. De hecho, no parecía que fuera a salir de la cárcel en el corto plazo. Aunque su
hijo había proporcionado un fondo pequeño para su representación legal, podría
describirse como moderado en el mejor de los casos.
Wylan había elegido utilizar una porción de su nueva riqueza para restaurar su
hogar. Le había dado a Jesper una pequeña cantidad para especular en la bolsa y también
había traído a su madre a casa. La gente de Geldstraat se sorprendió al ver a Marya
Hendriks sentada en el parque con su hijo, o siendo llevada por el canal en un bote de
remos por uno de sus sirvientes. A veces se podía vislumbrar desde el agua, de pie ante
sus caballetes en el jardín Van Eck.
Alys había permanecido con ellos por un tiempo, pero finalmente ella y su terrier
habían escogido escapar de la ciudad y sus chismes. Terminaría su confinamiento en la
casa del lago Hendriks y se decía que estaba haciendo progresos dudosos en sus clases
de canto. Kaz estaba contento de no vivir al lado.
—Buen trabajo —dijo Kaz cuando Pim terminó. No había pensado que Pim
tuviera mucho talento para recolectar información
—Roeder elaboró el informe —dijo Pim—. Creo que está buscando un lugar
como tu nueva araña.
Ladrillo por ladrillo. Eventualmente, Rollins saldría de los escombros. Kaz tendría
que estar listo.
Un golpe llamó a la puerta. El único problema con estar en la planta baja era que
era mucho más probable que la gente te molestara.
—Ha llegado una carta —dijo Anika y la arrojó sobre su escritorio—. Parece que
mantienes compañía cercana, Brekker —dijo con una sonrisa astuta.
Kaz dejó que su mirada hacia la puerta hablara. No estaba interesado en ver a
Anika agitar sus pestañas amarillas.
Kaz llevó la carta a la luz. El sello era de cera azul pálido, marcado con una doble
águila de oro. Abrió el sobre, leyó el contenido de la carta y quemó ambos. Luego
escribió una nota propia y la selló con cera negra.
Kaz sabía que Inej se había quedado en la casa de Wylan. De vez en cuando,
encontraba una nota garabateada en su escritorio, un poco de información sobre Pekka
o los hechos en el Salón de la Guardia y sabía que ella había estado aquí en su oficina.
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Kaz pasó por delante de Anika y Pim en la salida del Tablón. —Volveré en una
hora —dijo—, y es mejor que no les vea perder el tiempo aquí.
—No hay casi nadie en el club —dijo Pim—. Los turistas tienen demasiado
miedo de la peste.
—Vayan a las casas de huéspedes donde todos los pichones asustados esperan
que el pánico desparezca. Muéstrenles que están rozagantes. Asegúrense de que ellos
sepan que acaban de pasar un buen rato jugando Tres Hombres Zarza en el Club Cuervo.
Si eso no funciona, muevan sus traseros al puerto y movilicen algunos pichones de los
trabajadores de los barcos.
Cortó hacia el este a través de la ciudad. Estaba tentado a dar un rodeo, solo para
ver por sí mismo cómo estaban las cosas en la Duela Oeste. Entre el ataque de los shu y
el brote de la peste, las casas de placer estaban prácticamente desiertas. En varias calles
habían sido construidas barricadas para hacer cumplir la cuarentena que rodeaba la
Dulcería y la Colección. Había rumores de que Heleen Van Houden no iba a reunir lo
de la renta ese mes. Una pena.
No había barcos en funcionamiento, por lo que tuvo que hacer el viaje hasta el
distrito financiero a pie. Mientras avanzaba por un canal pequeño y desierto, vio una
espesa niebla que salía del agua. Solo unos pasos después, era tan densa que apenas
podía ver. La niebla se aferró a su abrigo, húmeda y pesada, completamente fuera de
lugar en un cálido día de primavera. Kaz hizo una pausa en el puente bajo que se
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extendía por el canal, esperando, con el bastón preparado. Un momento después, tres
figuras encapuchadas emergieron a su izquierda. A su derecha aparecieron otras tres,
con sus túnicas azules moviéndose sinuosamente en el aire, aunque no había brisa. Eso
Kaz lo había acertado, pero sus máscaras no estaban hechas de niebla. En cambio, el
verdadero Consejo de Mareas (o un grupo muy convincente de actores) llevaba algo que
daba la impresión de mirar hacia un estrellado cielo nocturno. Buen efecto.
Kaz se encogió de hombros. —Una iglesia llena de gente vio que le disparaban.
Un medik lo declaró muerto. Más allá de eso, no puedo ayudarte.
Rápidamente Kaz sintió que sus pulmones se llenaban de agua. Tosió, escupió
agua de mar y se inclinó, jadeando.
—Entonces, tal vez encontraremos a tus amigos y los ahogaremos en sus camas.
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Kaz tosió y escupió de nuevo. —Y tal vez encuentres las torres del obelisco bajo
cuarentena de la peste. —Los Mareas se removieron incómodos, las nieblas se movieron
con ellos—. Yo hice sonar esas sirenas. He creado esta plaga y la controlo.
—No tendrán opción. El público clamará por acción. Quemarán las torres desde
el suelo.
—Muchacho monstruoso.
—El secreto de jurda parem nunca puede revelarse al mundo. Ningún Grisha
volvería a estar a salvo. Ni aquí, ni en ningún lado.
—Entonces es una suerte que haya muerto con ese pobre chico shu.
—Te diré algo —dijo Kaz—. Cuando llegue ese día, márcalo en tu calendario.
Puedo pensar en mucha gente que querrá hacer una fiesta.
Las figuras parecieron borrosas y cuando las nieblas finalmente se diluyeron, Kaz
no vio ningún rastro de los Mareas.
I nej no se veía capaz de subir las escaleras hasta su cama. ¿Cómo había matado el
tiempo durante tanto rato en la cena con Jesper y Wylan?
Wylan tocó el piano y Jesper cantó la saloma marinera más sucia que Inej hubiera
oído jamás. Echaba tanto de menos a Nina que dolía. No había llegado ninguna carta
suya, y solo podía esperar que su amiga hubiera llegado a Fjerda sana y salva y
encontrado un poco de paz en el hielo. Cuando Inej tuviera al fin su barco, quizá su
primer viaje fuera a Ravka. Podría viajar a Os Alta, intentar encontrar a su familia en
una de las viejas rutas que solían transitar, ver a Nina otra vez. Algún día.
Inej había decidido pasar las noches en casa de Wylan, regresó al Tablón solo
para recuperar sus escasas pertenencias. Teniendo el contrato vinculante pagado y su
cuenta bancaria a rebosar de fondos, no estaba segura del todo de cuál era su lugar.
Había estado buscando navíos con cañones resistentes, y usando su conocimiento de los
secretos de la ciudad para comenzar a reunir información que esperaba que la condujera
a los traficantes de esclavos que hacían negocio en los puertos de Kerch. Las habilidades
que había adquirido como el Espectro le serían de mucha ayuda. Pero esta noche, lo
Leigh Bardugo The Dregs
Por supuesto que se las había arreglado para colarse en la casa, evitando a los
sirvientes y a los tres tontos cantando a pleno pulmón. Era lo justo, supuso. Ella misma
había estado yendo y viniendo del Tablón, deslizándose a través de ventanas y puertas,
dejando información para Kaz cuando lo necesitaba. Podría haberse limitado a llamar
a la puerta de su despacho, pero era más fácil así.
Kaz había cambiado. La red, pagar su contrato. Aún podía sentir el ligero tacto
de sus labios en su piel, de sus manos desnudas trajinando con los nudos de sus vendas.
Inej había visto el débil resplandor de en lo que él podría convertirse si él mismo se lo
permitía. No podía soportar la idea de verlo con su armadura una vez más, de vuelta a
sus trajes inmaculados y su frialdad. No lo escucharía hablar como si la Corte de Hielo
y todo lo que había conllevado hubiera sido tan solo otro trabajo, otro botín, otra pizca
de ventaja ganada.
Pero no ignoraría esta nota. Era hora de ponerle fin a esta cosa que no había
tenido nunca la oportunidad de comenzar. Le contaría lo que había oído sobre Pekka,
le ofrecería compartir algunas de sus rutas y escondrijos con Roeder. Y se habría
terminado. Apagó la luz y, tras un largo rato, se quedó dormida apretando la nota con
fuerza.
en un mundo mágico. Había estado en la mansión antes, cuando Kaz y ella robaron el
DeKappel, y luego otra vez antes del trabajo de Arrecife Dulce. Pero una cosa era entrar
como ladrón en un lugar, y otra muy distinta ser invitada. A Inej la avergonzaba el placer
de ser atendida y, aun así, el personal de Van Eck parecía encantado de tenerlos allí.
Quizá temían que Wylan cerrara la casa y ellos perdieran su trabajo. O quizá pensaban
que Wylan se merecía un poco de amabilidad.
Una de las sirvientas le había dejado una túnica de seda lapislázuli y un par de
mocasines al lado de la cama. Había agua caliente en el cuenco al lado de la palangana,
un bol de cristal lleno de rosas frescas. Se lavó, se cepilló el pelo para luego trenzárselo,
se vistió y salió de la casa discretamente; de entre todas las cosas, por la puerta principal.
Sabía que no tenía que anunciar su presencia, así que se puso a su lado,
contemplando los barcos atracados. Parecía que habían llegado varias naves aquella
mañana. Quizá la ciudad comenzaba a recuperar su ritmo.
—Con mucho cuidado y sumas muy limitadas. Wylan espera poder canalizar su
Leigh Bardugo The Dregs
—Podría ser brillante o podría ser un desastre total, pero por lo general a Jesper
le gusta trabajar de esta forma. Por lo menos, la suerte es más favorable que en cualquier
casa de apuestas.
—Wylan solo accedió cuando Jesper prometió que empezaría a entrenar con un
Fabricador... Suponiendo que puedan encontrar uno. Quizá les haga falta una excursión
a Ravka.
Kaz ladeó la cabeza, observando una gaviota volar sobre ellos, con las alas bien
extendidas.
—En el Tablón. —Para Kaz, aquello era tan bueno como un ramo de flores y un
abrazo sincero; y significaría el mundo para Jesper.
Una parte de ella quería desdibujar aquel momento, estar cerca de él durante más
tiempo, oír el raspar áspero de su voz o, simplemente, quedarse allí, en un silencio más
que cómodo, como habían hecho innumerables veces. Había formado una parte tan
grande de su mundo durante tanto tiempo. En vez de eso, Inej dijo:
—¿Qué pasa, Kaz? No puedes estar planeando un trabajo nuevo tan pronto.
—Embarcadero veintidós.
Era elegante y estaba perfectamente proporcionada, con los cañones desplegados y una
bandera con los tres peces de Kerch ondeando desde el mástil.
—No es...
—Kaz...
Inej se había quedado sin habla. Sentía el corazón demasiado lleno, el lecho de
un riachuelo seco que no estaba preparado para semejante chaparrón.
—No he acabado con Ketterdam. —Hasta que no lo dijo en voz alta, no supo
que lo decía de verdad.
—Sí. Y quiero tu ayuda. —Inej se lamió los labios, saboreando el océano en ellos.
Su vida había sido una cadena de momentos imposibles, así que ¿por qué no pedir un
imposible más, ahora?—. No son solo los esclavistas. Son los que consiguen los esclavos,
Leigh Bardugo The Dregs
los clientes, los jefes del Barril, los políticos. Son todos los que hacen la vista gorda con
el sufrimiento cuando pueden sacar dinero.
—Tú nunca venderías a una persona, Kaz. Sabes mejor que nadie que no eres un
jefe más intentando rascar márgenes de beneficio.
—Los jefes, los clientes, los políticos —se burló él—. Eso podría ser la mitad de
Ketterdam perfectamente, y quieres derrotarlos a todos.
—Inej...
Kaz dejó escapar un sonido que casi podría haber sido una carcajada.
Con cuidado, Inej rozó con los nudillos la mano de Kaz, una presión ligera, una
pluma de pájaro. Él se envaró, pero no se apartó.
—No estoy lista para rendirme con esta ciudad, Kaz. Creo que merece la pena
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salvarla.
En Velo Negro, Kaz le había dicho que lucharían juntos para abrirse paso. Con
los cuchillos en ristre, las pistolas llameando. Porque eso es lo que hacemos. Lucharía por él, pero
no podía curarlo. Y no iba a malgastar su vida intentándolo.
Una nave de Ravka, con el águila doble de Lanstov en la asta, había atracado a
tan solo unos embarcaderos de distancia de El Espectro, probablemente para descargar
un grupo nutrido de turistas o de inmigrantes buscando trabajo. El mundo cambiaba. El
mundo seguía adelante.
—No me refiero al tatuaje de los Indeseables. Eso es tan viejo como la banda.
¿Por qué lo adoptaste? Tu bastón. El Club Cuervo. Podrías haber elegido un símbolo
nuevo, construido un mito nuevo.
—Los cuervos recuerdan las caras humanas. Se acuerdan de la gente que los
alimenta, que es amable con ellos. Y también de la que los trata mal.
—¿En serio?
Él asintió lentamente.
—No olvidan. Se dicen entre ellos a quién cuidar y de quién cuidarse. Inej —dijo
Kaz, señalando el puerto con la cabeza de su bastón—, mira.
Inej alzó el catalejo y volvió a mirar el puerto, los pasajeros que desembarcaban,
pero la imagen estaba borrosa. Reacia, le soltó la mano. Era como una promesa, y no
quería dejarla ir. Ajustó la lente, y su mirada fue a caer sobre dos figuras que bajaban
por la rampa de desembarco. Sus pasos eran gráciles, y su postura tan recta como hojas
de cuchillo. Se movían como acróbatas suli.
Inspiró bruscamente. Todo en ella pareció enfocarse, como la lente del catalejo.
Su mente se negaba a aceptar la imagen que tenía delante. No podía ser real. Era una
ilusión, un reflejo falso, una mentira hecha de cristal. Con la siguiente respiración, se
haría añicos.
—No —lo cortó ella mientras las lágrimas comenzaban a caer por fin—. No ha
sido un error.
—Por supuesto, si algo hubiera salido mal durante el trabajo, habrían venido a
recoger tu cadáver.
Ahora Inej temblaba, con las manos apretadas sobre la boca, observándolos
cruzar el muelle hacia el embarcadero. Dio unos pasos hacia ellos, y luego se giró para
mirar a Kaz.
Kaz asintió, como si estuviera calmándose, y flexionó los dedos una vez más.
—Espera —dijo. Su voz sonó más ronca que de costumbre—. ¿Llevo la corbata
recta?
—Esa es la risa —murmuró él, pero ella ya había echado a correr, y sus pies
apenas tocaban el suelo.
Inej los vio girarse, vio a su madre aferrarse al brazo de su padre. Corrieron hacia
ella.
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Pekka se sentía a salvo allí, a salvo con su hijo y los guardaespaldas a los que
pagaba tan bien. Aun así, se apartó de la ventana. Mejor no arriesgarse. Demasiados
lugares para que un tirador se ocultara ahí fuera. Quizá debería talar las hayas que
bordeaban el jardín.
Se esforzó por comprender adónde había ido a parar su vida. Hacía un mes, era
un hombre rico, un hombre con el que codearse, un rey. ¿Y ahora?
—¡Quiero salir a jugar! —dijo Alby, saltando de la rodilla de Pekka con el pulgar
en la boca, aferrando el león de peluche; uno de los muchos que poseía. Pekka apenas
podía soportar verlo. Kaz Brekker lo había engañado, y él había picado.
Pero era peor que eso. Brekker se había metido en su cabeza. Pekka no podía
dejar de pensar en su hijo, su hijo perfecto enterrado bajo tierra, chillando su nombre,
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Pekka había sido Jakob Hertzoon; había tenido mil caras diferentes. Pero Kaz
Brekker lo había encontrado. Había vuelto para vengarse. Si uno de esos idiotas podía
encontrarlo, ¿por qué no otro, y otro? ¿Cuántos estaban haciendo cola, esperando para
echarle encima su paletada de tierra?
Tomar decisiones, incluso las más simples, se había vuelto difícil. Qué corbata
ponerse. Qué pedir para cenar. Dudaba de sí mismo. Pekka jamás había dudado de sí
mismo. Había empezado en la vida como un don nadie. Un picador de roca de la Isla
Errante, un chico valorado solo por su espalda fuerte y su juventud, por su habilidad
para balancear un pico y llevar un cargamento de rocas. Pero había conseguido colarse
en un barco para llegar a Ketterdam, y se había labrado su reputación con los puños.
Había sido un boxeador, un matón, el refuerzo más temido entre las pandillas. Había
sobrevivido porque era el más astuto, el más duro, porque nadie podía doblegar su fuerza
de voluntad. Ahora, todo lo que quería era sentarse, beberse su whisky y observar las
sombras moverse en el techo. Cualquier otra cosa lo llenaba de una fatiga terrible.
Y entonces, una mañana se despertó con un cielo azul brillante. El aire estaba
lleno de trinos de pájaros. Podía oler la llegada del verano, el calor en el aire, la fruta
madurando en los árboles.
enfrentó a todos los papeles y talonarios que habían estado acumulándose sobre su
escritorio.
Pekka estudió las hojas de balance. Ambos salones de apuestas podrían salvarse
a tiempo. Los daba por perdidos para el resto del año, pero cuando las cosas se calmasen,
les daría una mano de pintura y nombres nuevos y volvería al negocio. Probablemente
tendría que cerrar la Dulcería. Ningún hombre iba a bajarse los pantalones cuando el
precio podría ser pillar la plaga, no cuando había muchos otros establecimientos
encantados de reemplazarlo. Era un fastidio. Pero ya había tenido situaciones así antes.
Tenía una buena fuente de «contratados» que trabajarían por nada. Seguía siendo Pekka
Rollins, rey del Barril. Y si cualquiera de esos niñatos que pululaban por ahí se había
olvidado de aquel pequeño detalle, él estaría encantado de recordárselo.
Para cuando Pekka terminó de ponerse al día con las ingentes cantidades de
cartas y noticias, ya había caído la noche. Se estiró, bebió el resto de whisky que le
quedaba y se asomó por la puerta de Alby para verlo durmiendo a salvo y abrazado al
maldito león. Dio las buenas noches a los guardias apostados en la puerta de la
habitación de su hijo, y luego caminó hacia el recibidor.
Cuando subió para acostarse, supo que no soñaría con su hijo llorando, o la
tumba, o el coro oscuro sobre él, riéndose. Soñaría con la Isla Errante, con sus campos
verdes y las nieblas que envolvían sus montañas. Por la mañana se despertaría fresco y
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En lugar de ello, se despertó con el peso de una roca sobre el pecho. Su primer
pensamiento fue que estaba en la tumba, y que la presión que notaba era la tierra.
Después recuperó el control de sí mismo. Su habitación estaba a oscuras, y alguien
estaba encima de él. Tragó saliva y trató de librarse de sus sábanas, pero notó un par de
rodillas y codos firmemente apoyados sobre él, y la presión afilada de una hoja contra
su cuello.
Ella apretó el cuchillo más contra su cuello. Pekka siseó mientras su sangre le
resbalaba por el cuello.
—¿Qué quieres?
—¿Te gusta la vida, Rollins? —Al no obtener respuesta, presionó con el cuchillo
otra vez—. Te he hecho una pregunta. ¿Te gusta la vida?
—No me he molestado.
—Dime el trato que has hecho con Brekker. Sea cuanto sea lo que te está
pagando, puedo doblar esa cifra.
—Shhh —lo acalló la chica, apoyando más peso con las rodillas. Pekka sintió
que su hombro se desencajaba—. Dejé los sesos de la bonita Dunyasha esparcidos por
los adoquines de Ketterdam. Quiero que medites sobre lo que podría hacer contigo.
—Tú...
—Ya puedes chillar —informó. Le subió la camisa del pijama, y entonces enterró
el cuchillo en su pecho. Pekka emitió un alarido espantoso, intentando quitársela de
encima.
—Mucho mejor.
Ella se echó hacia atrás ligeramente, como si fuera a revisar su trabajo. Jadeando,
Pekka miró hacia abajo, pero no pudo ver nada. Le sobrevino una oleada de náuseas.
Por todos los Santos y sus madres, pensó. Me va a arrancar el corazón del pecho.
Pekka pensó en Dunyasha, una de las asesinas más talentosas del mundo, una
criatura sin conciencia ni compasión; el Espectro la había matado. Quizá no era
completamente humana.
Alby.
Embistió la puerta hacia el pasillo, pasando entre los guardias aún apostados allí.
Ellos se giraron, con expresiones de asombro, pero él corrió y los dejó atrás, cruzando
el recibidor a la carrera hacia el cuarto de su hijo. Por favor, suplicó en silencio, por favor,
por favor, por favor.
Abrió la puerta de golpe, y la luz del pasillo se derramó sobre la cama. Alby yacía
de lado, durmiendo a salvo, con el pulgar en la boca. Pekka se dejó caer contra el marco
de la puerta, débil de puro alivio, apretándose el pecho sangrante. Entonces vio el
muñeco que aferraba su hijo. El león había desaparecido. En su lugar había un cuervo
de alas negras.
Pekka reculó como si hubiera visto a su hijo abrazado a una araña peluda.
—Diles que empiecen a hacer nuestras maletas. Y que reúnan todo el dinero que
tengo.
—¿Adónde vamos?
Pekka se sentó ante el espejo y comenzó a limpiarse la sangre del pecho. Se había
enorgullecido de hacer suyo Ketterdam. Había puesto las trampas, provocado los
incendios, puesto la bota sobre el cuello de todos aquellos que lo habían desafiado y
recolectado las recompensas de su valentía. La mayoría de la oposición había caído con
facilidad, presas fáciles, e incluso había dado la bienvenida a los retos ocasionales por la
emoción que conllevaban. Había modelado el Barril, escrito las reglas del juego a su
gusto, las había reescrito a voluntad.
El problema era que las criaturas que habían logrado sobrevivir a la ciudad que
había creado eran un tipo de miseria totalmente nuevo: Brekker, su reina Espectro, su
banda podrida de maleantes. Una generación sin miedo, con mirada dura y feroz, con
sed de venganza antes que de oro.
Pekka contaría su dinero. Educaría a su hijo. Se buscaría una buena mujer, o dos,
o diez. Y quizá, en las horas tranquilas, brindaría por los hombres como él, por los
arquitectos de la desgracia que habían ayudado a crear a Brekker y su banda. Bebería
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por todas sus pobres almas, pero sobre todo por los pobres ignorantes que no sabían el
problema que se avecinaba.
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Reparto de PersonajeS
Grisha Etherealnik (Invocadora del Sol); antigua líder del Segundo Ejército
Inventor de jurda parem que intentó desertar de Shu Han; padre de Kuwei Yul-
Bo
Grisha Etherealnik y título portado por los anteriores líderes del Segundo
Ejército; nombre real desconocido
Geels [geelz]
Mercader prominente
Keeg [keeg]
Rey de Ravka
Pim [pim]
Raske [rask]
Shay [shay]
Specht [spekt]
Swann [swahn]
Agradecimientos
J oanna Volpe también conocida como la Loba, también conocida como la agente
más divertida, dura, inteligente y más paciente que existe… gracias por ser mi
querida amiga y feroz defensora. Y a todos en el Equipo New Leaf… especialmente
Jackie, Mike, Kathleen, Mia, Chris, Hilary, Danielle, y Pouya “All Star” Shahbazian—
gracias por ser una agencia, una familia y un ejército. Los amo, chicos.
Como siempre, tengo una deuda de sangre con Kayte Ghaffar, mi mano derecha,
mi genio de guardia, quien ha prestado tanto tiempo y creatividad a mí y estos libros.
Muchas gracias a mi familia Macmillan: Jon, Laura, Jean, Lauren, Angus, Liz,
Holly, Caitlin, Kallam, Kathryn, Lucy, Katie, April, Mariel, Kaz Brekker, Eileen, Tom,
Melinda, Rich (quien de alguna forma consiguió superarse con esta portada), cada una
de las personas que llevó este libro a los estantes, cada una de las personas en marketing
que consiguió que la gente lo cogiera. Y un agradecimiento muy especial al increíble
equipo de publicistas que ha ido de tour conmigo y ha cuidado de mí y escuchado mi
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Lulu, gracias por postergar los días festivos, sufriendo mis cambios de humor, y
contenerme con peonías. Christine, Sam, Emily, y Ryan, me alegra mucho que seamos
familia. ¡Tarta de elote para todos!
CréditoS
The Guardians
Moderadora
Azhreik
Traductores
Akonatec
Alfacris
Ashadowkiss
Azhreik
Brig20
Guangugo
Ivetee
Leenz
Pily1
Saimi_v
Shiiro
Victor Lobo
Correctora
Azhreik
Diseño
Pamee
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