Ojos de Niño Peronista. Una Crítica A La Película Infancia Clandestina, de Benjamín Ávila - Novedades
Ojos de Niño Peronista. Una Crítica A La Película Infancia Clandestina, de Benjamín Ávila - Novedades
Una
crítica a la película Infancia
Clandestina, de Benjamín Ávila
Michael Tomasso
Stella Grenat
Dándose de bruces con sus propios dichos, Ávila, cuenta su historia desde
una posición política acorde con la de sus auspiciantes oficiales. En este
sentido, lo primero que veamos en pantalla son unas palabras puestas allí
para librar a Perón de su responsabilidad en la constitución de la Triple A.
Elige decir que “luego de la muerte de Perón”, bandas para policiales
comenzaron a perseguir y asesinar a militantes y a “revolucionarios”. Un
error que el PTS señala y al PO ni siquiera le parece necesario mencionar.
Sin embargo, esta no es más que una construcción ideológica a la que se llega
mediante el ocultamiento de cierta información que, otra vez, se elige no
contar. Veamos como ejemplo la presentación del padre de Juan/Ernesto
(que en verdad no era su padre biológico), como el más “comprometido”. En
la vida real, el compañero de la madre de Ávila, era el Comandante Horacio
Mendizábal, uno de los fundadores de la organización Descamisados que, a
fines del ’72, se fusiona con Montoneros. Miembro de la Conducción
Nacional, máximo responsable de la Secretaría Militar, jefe del ejército
Montonero y responsable de la Secretaría de Agitación, Prensa y
Adoctrinamiento para 1979. Como tal, fue partícipe directo de la
diagramación y puesta en marcha de la Contraofensiva, plan estratégico de
carácter militar pergeñado para asumir la dirección “revolucionaria” de las
masas peronistas que, desde su perspectiva, estaban prontas a tomar el
poder. Antes de ello, dirigió la ofensiva montonera que, en el marco del
Mundial ’78, supuso la realización de alrededor de 20 acciones militares con
el objetivo de atacar los ejes centrales del poder político y militar de la
dictadura. Mendizábal era un cuadro político militar, conciente y racional que
actuó a partir de una determinada caracterización que suponía el despliegue
de una estrategia equivocada para la Argentina. Una intervención errónea
que, en el contexto de la dictadura, profundizó la derrota de las fuerzas
populares devastadas por la represión, en tanto uno de sus resultados
objetivos fue la eliminación física de militantes que habían logrado sobrevivir
[4].
Ese recorte y esta expulsión de los conflictos políticos deja a la abuela como
única representante de la sensatez (“los van a matar”). Los militantes
construidos por Ávila no comprenden la situación y los datos más
elementales no logran siquiera hacerlos dudar de su alocada empresa. Es
decir, la obra los presenta como seres que han perdido no solo su
racionalidad, sino su contacto con el mundo que los rodea. Incluso el niño
muestra mayor madurez al querer llevar una vida normal y cuestionar, con su
propio cuerpo, tanta locura. La única portadora de la razón es una anciana
ajena al conflicto, quien finalmente es la única que puede hacerse cargo del
chico. El film cae entonces en el lugar que quería evitar: la teoría de los dos
demonios. De un lado, fanáticos románticos de izquierda y, del otro,
sanguinarios de derecha. En el medio, la cordura de quienes no tienen nada
que ver. La pregunta que termina instalando el film es quién es, en esta
historia, el infante clandestino.
Irresponsables
Que el director elija colocarse en la perspectiva del niño que fue y que este
punto de partida lo construya en el marco de una política oficial es
perfectamente entendible. Que un partido de izquierda pase por alto toda esta
cuestión es un profundo error político que pierde de vista que la tarea
fundamental consistía, después del golpe, en salvaguardar sus fuerzas. De
allí, la pertinencia de la lucha de Madres bajo la consigna de la recuperación
con vida de los desaparecidos.
Sería necio no reconocer que, al igual que el resto del cine kirchnerista sobre
los ’70, esta película no busca demonizar a los militantes. Sin embargo, los
infantiliza. La izquierda no puede sumarse a esa visión tan abstracta de la
militancia con el objetivo de reivindicar al peronismo, sino que debe marcar
sus límites: la Triple A empezó a actuar antes de la muerte de Perón, la
Contraofensiva no fue un acto revolucionario, los montoneros no eran
revolucionarios y fue un error volver con niños pequeños. Lamentablemente,
los compañeros terminan arrodillándose frente a una celebración
kirchnerista, cuyo director reconoce públicamente que sus padres creían
“algo que hoy […] nos parece delirante, creían profundamente que iban a
cambiar el mundo […] hoy ya sabemos que el mundo no va a cambiar” [5].
NOTAS:
[2] Ídem.
[3] Ídem.