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Alejandro Lodi, El Activo Encanto de Lo Libriano
Alejandro Lodi, El Activo Encanto de Lo Libriano
.- La Luna Llena. Es la oposición del Sol y la Luna. En los ciclos de edad -organizados
a partir de septenios- hay un momento identificado como "la crisis de los 42 años" que
responde a un "momento de Luna Llena": los tránsitos de Júpiter, Saturno y Urano, y la
progresión de la Luna enfrenta a cada uno de ellos con su propia posición natal.
Diríamos que esos planetas están en fase de oposición, en fase de Luna llena, en fase de
VII.
El tono de la edad de 42 años es de oposición, de Luna llena, un tono que está asociado
a la posibilidad de poder enfrentarse con aquello que en algún momento se inició. Esta
capacidad de "oponerse a" se relaciona con la cualidad de lo que hoy se reconoce como
insight, y que no es otra cosa que aquello que entendíamos como darse cuenta. La fase
de oposición (o de Luna Llena o de VII) es un momento para darse cuenta, para ser
conscientes de la naturaleza de aquello que se inició en la conjunción (o Luna Nueva o
fase de I); es un momento especular, un momento espejo, que otorga la posibilidad de
verse a sí mismo. Todo momento que refiere a la Luna Llena, todo momento de
oposición, todo momento libriano, representa una oportunidad para verse, para darse
cuenta.
Libra es un signo de modalidad cardinal. En el zodíaco hay tres ritmos: cardinal, fijo y
mutable. Lo cardinal refiere a una acción de impulso, de definición, de inicio; lo fijo
representa una acción de consolidación y sostenimiento; y lo mutable se caracteriza por
una acción adaptativa que desestabiliza para propiciar la generación de un movimiento
cardinal futuro.
Libra es el signo cardinal de Aire. Cada modalidad rítmica tiene un signo de cada
elemento, y a Libra le corresponde la cardinalidad aérea. El Aire, además de
relacionarse con lo mental y la capacidad de objetivar, tiene que ver con lo vincular. En
Libra se activa –diríamos casi irresistiblemente- el encuentro y por eso se le adjudica la
regencia de Venus. Venus es regente de dos signos: Libra y Tauro. La diferencia entre
ambos modos de lo venusino es justamente la actitud activa o receptiva. Venus en Tauro
es un Venus de Tierra, esto es un Venus asociado al pulso de la absorción. Venus en
Libra es un Venus de Aire, esto es un Venus asociado al pulso de la manifestación.
Si Venus en Libra se vincula con la modalidad activadora del deseo, provocadora del
deseo y complementaria del deseo del otro, entonces Venus en Tauro aparecerá más
vinculado al disfrute sensual y la contemplación, un goce sensorial en el que no
necesariamente se significa un otro, una capacidad perceptiva y de satisfacción corporal
que no necesita vincularidad. Venus en Libra propicia la vincularidad. Resulta acaso
más abstracto que el Venus taurino, se relaciona con el arte pero no desde la labor del
artista (dimensión más taurina en tanto implica trabajar la materia y resultar en obra),
sino con la apreciación del arte, con la ponderación de hecho artístico.
Y un cierto grado de relación que implica un compromiso. Tanto en Libra como en casa
VII, la palabra responsabilidad o compromiso no resulta ajena. En general no nos gusta
asociar esas palabras a los vínculos y preferimos identificarnos con una actitud más
libre, con la creencia de elegir con libertad y sin condicionamientos nuestras relaciones.
Compromiso o responsabilidad queda automáticamente asociado a aburrimiento,
imposición, restricción.
El cuadrante Libra, Escorpio y Sagitario (en otro plano, casa VII, casa VIII y casa
IX) nos habla del yo en interacción vincular activa, mientras que Capricornio,
Acuario y Piscis (Medio Cielo, casa XI y casa XII) abre una dimensión de
trascendencia del yo. Ambos cuadrantes conforman el hemisferio social.
Hay un vínculo de casa VII y otro de casa V. En casa VII la relación revela una
dimensión nueva y desconocida en los individuos a partir de haber establecido ese
vínculo; ese espacio interno que se abre ya no queda encerrado en una circulación con
ese otro, sino que es una dimensión que excede a uno y otro en tanto individuos.
Saturno en Leo no experimenta una cualidad afín. No está cómodo, está en detrimento.
La cualidad leonina resulta muy incómoda para la experiencia humana de la función
saturnina.
Venus y Marte forman un par indisoluble. No es posible desarrollar una función sin que
al mismo tiempo se desarrolle la otra. Ejercer una actitud receptiva de encuentro va a
provocar que alguien intente o se sienta seducido a ese encuentro; si soy muy mandado
e intrusivo buscaré encontrar aquello que me recepcione y me encuentre. No es posible
imaginar la expresión de una de estas funciones sin que también aparezca una
manifestación complementaria de la otra. Una expresión venusina tiene su
correspondiente manifestación marciana complementaria.
Lo libriano-venusino genera una acción por omitir, por no hacer, por dejar un espacio
vacío de disponibilidad.
Cuando están heridos de amor, las mujeres se cuentan lo que les pasa, hablan sobre lo
que sienten, mientras que los varones se juntan y permanecen callados, comparten lo
que les pasa no hablando.
Sacándolo del nivel de vínculos de pareja, el encuentro de dos personas que comparten
la misma raza, la misma religión, el mismo estilo de vida, la misma visión del mundo,
no representa un avance significativo para la conciencia humana. La humanidad
progresa en el encuentro de aquellos que provienen de culturas totalmente distintas, con
concepciones del mundo diferentes.
Ahora, esta distancia interna en lo humano tiene que ver con una distancia que se
reproduce en cada uno de nosotros: la diferencia de géneros, el desencuentro masculino-
femenino. Este es un desafío que nos alcanza a todos: comprender
complementariamente al otro sexo. Si bien hoy se puede percibir la necesidad de
reunir con una calidad de integración distinta la complementariedad masculino-
femenino, hasta ahora no hemos sabido expresarla más que en modos muy polarizados.
No ha habido mucha predisposición a comprender al otro sin juicio. Esta comprensión
es aún una deuda en la humanidad y en cada uno de nosotros. Los grandes
antagonismos entre religiones, entre concepciones ideológicas del mundo y de la vida,
tienen su raíz en escisiones entre el principio masculino y el femenino, escisiones
sobre las que sombriamente se estructuran cada una de ellas, pero que son proyectadas
sobre algún otro "demonizado". Las grandes religiones se basan en una escisión entre el
principio masculino y el femenino.
Al ser el primer sector del hemisferio social, lo que ocurre en VII es consciente de una
aspiración de culminación, culminación que no es un fin personal, sino un fin social. En
la VII existe la posibilidad de ser consciente de que el vínculo genera algún tipo de
logro o hecho social. Es consciente, por ejemplo, del potencial de generar una familia,
de generar progenie. La apreciación vincular desde VII y consciente de X no considera
el tema hijos como fatalidad. Para quién sí suele ser una fatalidad es para el vínculo de
V, esto es un tipo de vínculo que aspira a mantenerse en la zona del mandala signada
por la experiencia individual y que por eso proyecta en el hemisferio social pura
imposición, deber ser o un compromiso responsable con la sociedad que anula la
vitalidad.
Este llegar a X en forma forzada se hace desde IV-V, no desde VII. Y así la X se
transforma en mera formalidad institucional, imposición social.
Como vemos, hay en VII una dimensión muy profunda, y no es fácil encontrar
relaciones que la reflejen auténticamente. En este sentido, las relaciones de VII de
nuestros abuelos estaban absolutamente condicionadas por la IV y una modalidad
de X determinada por la preservación de la tradición y sus costumbres. Es
significativo que las relaciones de complementariedad estén culturalmente
asociadas a conceptos como "matrimonio" y "patrimonio", conceptos que aluden a
"madre" y "padre", a IV y a X. Creo que todos percibimos estos criterios como una
interferencia, como una imposición de la estructura social que impide la vivencia
más profunda y auténtica de lo vincular. También podemos ser testigos de vínculos
de VII que surgen de fantasías de V. Pero, siempre presionados por la identidad por
pertenencia o la autoafirmación individual. Lo que realmente resulta poco verificable es
la posibilidad de una vincularidad de VII desde una identidad que se revela, no en el yo,
sino en el nosotros.
Olvidar ese ámbito concreto de labor podría llevarnos a la fantasía de ser monjes
aislados. Seguramente un verdadero monje no está desconectado de esta percepción,
porque desarrollar sensibilidad espiritual no es aislamiento.
Esta conciencia universal aceptaría que el individuo aprende acerca del misterio de lo
vincular peleándose con su pareja, discutiendo con los socios, experimentando
sensaciones de mutua invasión con allegados. No creo que adquirir esta conciencia
implique eliminar el conflicto, sino dar a ese conflicto un sentido que trasciende el nivel
del ego.
Cuanto más joven, menor disposición a dar tiempo de proceso a los vínculos y mayor
anhelo a fundirme en la pasión. El tiempo implica que la pasión inmediata se frustra,
pero también abre la posibilidad a que el proceso genere otras delicias futuras. En el
tiempo puede haber sabiduría. Saturno exaltado en Libra. Al mismo tiempo que me
permito ir explorando la relación, también voy descubriendo qué se provocó en mí. Si el
vínculo se agota rápidamente en una descarga de intensidad erótica y pasional, nunca
llego a conocer qué dimensión abre en mí.
Bibliografía de referencia
Rudhyar Dane, Zodíaco, el Latido de la Vida, Ed. Obelisco, Barcelona (España), 1982.
Rudhyar Dane, Las Casas Astrológicas, Ed. Kier, Buenos Aires (Argentina), 1990.
Ruperti Alexander, La Rueda de la Experiencia Individual, Luis Cárcamo Ed., Madrid
(España), 1986.