Descargar como rtf, pdf o txt
Descargar como rtf, pdf o txt
Está en la página 1de 1

José Luis Trullo.

- Juan Eduardo Cirlot fue uno de los poetas más excéntricos (en el mejor
sentido) de la literatura española del siglo XX. Es la suya una obra visionaria, la cual retoma la
gran tradición que vindica el valor gnoseológico de la palabra y pone en manos del escritor una
tarea hercúlea, casi prometeica, encaminada a sondar las profundidades del espíritu humano
con vistas a alcanzar la visión de la perdida unidad del ser. En este orden literario, se
emparentaría con aquellos poetas modernos (Blake, Novalis, Yeats, Rilke) cuya escritura aspira
a la trascendencia en un sentido fuerte, radical, no como mera ascensión del alma individual,
sino como abismal indagación de los límites del conocimiento y de la virtualidad de la poesía
para acceder a la hondura de un modo no referencial, sino simbólico.

Cirlot, pues, se inscribe en esa senda ardua por la que pocos se atreven a transitar, y ello se
traduce en una obra densa e intrincada, trufada de referencias culturales e inconográficas las
cuales, sin embargo, no es preciso dominar de un modo erudito para poder aprehender de un
modo intuitivo, casi como una revelación. En un mundo dominado por el positivismo materialista,
una práctica literaria tal sólo puede mover a escándalo, o a hilaridad. Sin embargo, se trata de un
reto que no debemos desdeñar, y que se resumiría, a modo de aforismo, como sigue: frente a la
ciencia, que domina, la poesía, que conmina. Sí, es el poeta el auténtico guía de la humanidad;
es el escritor quien lleva a cabo la labor espeleológica que todo ser humano ha de emprender en
algún momento de su vida, cual Orfeo que ha de rescatar a Eurídice del Hades. En un mundo
que le ha dado la espalda a los dioses y a los santos, son los poemas y son los poetas los
últimos instrumentos válidos para franquear el acceso a esa dimensión más pura de lo real, y
más auténtica del ser humano.

Que Cirlot es un poeta de referencia para quienes defendemos un concepto de la poesía como
linterna (según la célebre metáfora de M.H. Abrams) sí era cosa sabida, aunque por muchos con
recelo. Lo que muchos desconocíamos es que, además, era un excelente aforista. Por ello
hemos de acoger con motivado alborozo la reedición, en la colección A la mínima de
Renacimiento, de estos Aforismos del no mundo, a cargo de un experto en el autor, el también
poeta y aforista Antoni Rivero Taravillo. En un breve pero sustancioso prólogo, Rivero Taravillo
nos traza la senda más adecuada para comprender la importancia de estos aforismos, no sólo
dentro de la obra del poeta barcelonés, sino en cuanto valiosa aportación a la propia tradición
aforística, tan necesitada de ser enriquecida y matizada casi, casi, hasta el paroxismo.

Son los aforismos de Cirlos poco complacientes con el lector, y menos aún pródigos en todos
aquellos contenidos que se asocian con el género más breve de manera un tanto tópica: ironía,
juego verbal, artificio y/o moralidad. El aforismo cirlotiano participa plenamente de los mismos
anhelos que presiden sus versos: una vocación por explorar los entresijos del ser y por plasmar
(not but least) las angustias que asaltan al explorador cuando constata, casi palpa, los estrechos
cauces que le imponen las armas de las que se vale: esto es, de un lenguaje que no deja de ser
él mismo, helàs, limitador y limitante.

Nos abstendremos aquí de tratar de subsumir los aforismos de Cirlot a una horma hermenéutica
que nos apacigüe con la ilusión de haber llegado a algún puerto. Lo que sí invitamos al lector es
a emprender por sí y para sí mismo la travesía de una lectura que no puede dejarle en modo
alguno indiferente. Y es que, como ocurre con todos los autores verdaderos (que lo son de
verdad porque buscan la verdad, toda la verdad y únicamente la verdad), a Cirlot sólo se le
puede leer a su lado y desde dentro: nunca desde arriba, nunca desde lejos. ¡Feliz viaje!

Juan Eduardo Cirlot, Aforismos del no mundo. Edición de Antonio Rivero Taravillo. Renacimiento,
Sevilla, 2018. 90 págs.

También podría gustarte