Consagración Al Sagrado Corazón de Jesús

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CONSAGRACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

La consagración es una dedicación, es la oportunidad de poner en las manos


de Dios lo que por justicia le pertenece, es decir, la creación entera y todas
sus realidades. Dios queriendo llevar a cabo su designio de salvación ha
puesto toda la creación material en las manos del hombre, “rey de la
creación”; pero éste, dejándose arrastrar por las insidias del demonio pecó
gravemente, de modo que “por el pecado original el diablo adquirió un cierto
dominio sobre el hombre [y sobre el mundo], aunque éste permanezca libre.
El pecado original entraña ‘la servidumbre bajo el poder del que poseía el
imperio de la muerte, es decir, del diablo’ (Cc. de Trento: DS 1511, Cf. Hb
2,14)” (CEC 407). Así pues, el hombre por su pecado ha ido arrancando el
Señorío de Dios sobre la creación, y Dios “ha ido perdiendo” lo que por
derecho le pertenecía. El diablo a través del pecado se ha ido enseñoreando
del hombre y ha ido “imponiendo su ley” en las realidades humanas.
Por tanto, si queremos devolver a Dios lo que por justicia le pertenece
debemos entablar este combate espiritual, que consiste esencialmente en la
conversión auténtica de cada uno. No podrá haber cambio en las realidades
humanas, incluidas las comunidades y sociedades, sin este combate personal,
que por otro lado, no se puede librar sin la ayuda divina. Hemos de utilizar
todos los medios espirituales a nuestro alcance: las obras de piedad: la
oración, la recepción de los sacramentos (confesión y comunión frecuente),
etc.; las obras de penitencia (actos de autodominio, ejercicio de virtudes
morales), y sobre todo las obras de misericordia y caridad.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma en sus números 408 y 409 que
“las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de
los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora. Esta
condición es como una “influencia negativa que ejercen sobre las personas
las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los
pecados de los hombres (Cf. RP 16). Esta es la condición dramática del
mundo que “todo entero yace en poder del maligno” (1Jn 5,19; cf. 1P 5,8;
GS 37,2). 10 Las consagraciones al Sagrado Corazón de Jesús y al
Inmaculado Corazón de María son una obra de piedad, una oración explícita
y puntual en la que reconocemos que queremos ser de Dios y en la que le
decimos que aceptamos que Él sea el Señor; en la que le pedimos que “venga
a nosotros su reino”, de modo que no reine en mi vida el egoísmo, el orgullo,
la soberbia, sino su amor y su voluntad. Una auténtica consagración lleva
consigo el deseo y la voluntad firme de salir del pecado y la determinación
de luchar contra él; implica el compromiso de trabajar por la instauración del
reino de Dios (Instaurare Omnia in Christo), en mi vida, en mi familia y en
mi entorno social. La Consagración no es una oración mágica que va a
cambiar mi situación y la de España con el simple hecho de pronunciar una
fórmula. Ésta implica una preparación y un compromiso muy profundo, que
involucra la conciencia del combate espiritual contra los enemigos del alma:
la mentalidad del mundo egoísta, la sensualidad y el demonio. No podría
reinar Jesús y su divino Corazón, ni el Inmaculado Corazón de su Santa
Madre, si siguen reinando en mi vida mis intereses personales, mis deseos
de protagonismo, de ventaja, de fama, de enriquecimiento ilícito, de poder,
etc.
Si soy consciente de lo anterior, entonces, vale la pena hacer esta oración de
consagración, que como todo sacramental, es un signo sensible que “no
confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero
por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con
ella” (CEC 1670). Éstos harán que “los acontecimientos de la vida sean
santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la pasión,
muerte y resurrección de Cristo, de quien reciben su poder todos los
sacramentos y sacramentales, y que todo uso honesto de las cosas materiales
pueda estar ordenado a la santificación del hombre y a la alabanza de Dios”
(SC 61).

Padre Rogelio Alcántara, Consagración al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María
PROMESAS DEL SAGRADO CORAZÓN
Promesas reveladas a Santa María Margarita Alacoque por Nuestro Señor:
1.- "Daré a las almas devotas, todas las gracias necesarias para su estado
de vida".

Los deberes de nuestra vida diaria son numerosos y a menudo bastante


difíciles. Dios nos concede, en respuesta a la oración y la recepción frecuente
de los sacramentos, todas las gracias necesarias para nuestro estado de vida.
Hay también gracias extraordinarias que se encuentran fuera de la acción
normal de la Providencia de Dios, gracias que Él da a sus amigos especiales.
Estas son las gracias más eficaces, las más abundantemente dadas a los
devotos del Sagrado Corazón.

2.- "Voy a establecer la paz en sus hogares".

"La paz es la tranquilidad del orden, la serenidad de la mente, con sencillez


de corazón, es el vínculo de la caridad". (San Agustín) Fue la primera cosa
que los ángeles desearon a los hombres en el nacimiento de Jesús. Nuestro
Señor mismo ordenó a sus discípulos que dieran la paz: "En cualquier casa
donde entréis, decid primero: ¡Paz a esta casa" (Lucas 10,5)
En el Corazón de Jesús se encuentra la verdadera paz, que hace que la casa
sea su reflejo y el anticipo de nuestro hogar celestial.

3.- "Voy a consolarlos en todas sus aflicciones"

El deseo de consolar a los tristes es la marca de un corazón noble y amable.


El Sagrado Corazón es el más noble y generoso de los corazones, tanto
humano como divino. ¿Cómo nos consuela? No necesariamente
liberándonos de la tristeza y aflicción. Él conoce, el valor inmensurable de
la cruz y por medio de ella, tenemos que expiar nuestros pecados. Por su
gracia, Él hace lo que lo doloroso sea tolerable.
"Yo siempre les hablo con toda franqueza y tengo sobrados motivos para
gloriarme de ustedes. Esto me llena de consuelo y me da una inmensa alegría
en medio de todas las tribulaciones" (2 Cor. 7,4)

4.- "Voy a ser su refugio seguro en la vida, y sobre todo en la hora de la


muerte".

"Uno de los soldados abrió el costado de Jesús con una lanza, y al instante
salió sangre y agua." (Juan 19,34)
El costado de Cristo se abrió para demostrar que la Divina Providencia quiso
que todos los hombres encontrasen en su Corazón Divino un refugio seguro
contra los enemigos de nuestra salvación. En su Corazón podemos encontrar
protección, fuerza en nuestra fragilidad, la perseverancia en nuestra
inconstancia, refugio seguro en los peligros, fatigas de la vida y en la hora
de la muerte.

5.- "Voy a conceder abundantes bendiciones sobre todo a sus empresas


temporales y espirituales".

Dios es amor. Él está dispuesto a dar a sus hijos abundantes bendiciones


temporales, siempre que no pongan en peligro nuestros intereses eternos. Su
especial Providencia protege y vela por los devotos al Sagrado Corazón con
gran amor y ternura. Sin embargo, no debemos desanimarnos si nuestras
oraciones, pidiendo favores temporales, no son contestadas siempre, porque
Dios siempre pone nuestro bien eterno antes de nuestro bien temporal.

6.- "Los pecadores encontrarán en Mi Corazón la fuente y el océano


infinito de la misericordia"

La redención es el drama inmortal de la misericordia de Dios; y nuestro


Divino Redentor es, por así decirlo, la Misericordia de Dios Encarnado.
"…porque en Él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia"
(Sal. 129,7)
En la tierra, el Corazón de Jesús estaba lleno de misericordia hacia todos.
Ahora en su humanidad glorificada en el cielo, Jesús sigue mostrando Su
misericordia sin límites, "viviendo siempre para interceder por nosotros."
(Heb. 7,25)
7.- "Las almas tibias se harán fervorosas"

La tibieza es un estado moribundo y lánguido del alma que ha perdido su


interés en la Religión, no busca la Verdad y es indiferente a su perfección.
El Espíritu Santo expresa disgusto profundo para un alma así:
"Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por
eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca." (Ap 3,15-16)
El único remedio para la tibieza es la devoción al Sagrado Corazón, que vino
"a traer fuego sobre la tierra", es decir, para inspirar a los corazones fríos y
tibios con un nuevo temor y el amor de Dios.

8.- "Las almas fervorosas alcanzarán mayor perfección".

La mayor perfección es la recompensa que Jesús otorga a los devotos


fervientes de su Divino Corazón; esta devoción tiene, como su fruto especial,
transformarnos en gran semejanza a Nuestro Señor. Esto enciende en
nuestros corazones el fuego del amor divino, que, como dice San Pablo: "es
el vínculo de la perfección." (Col 3,14)
A través de la devoción al amor del Sagrado Corazón, se dará paso a un celo
ardiente por igualar nuestros intereses a los de Jesús

9.- "Bendeciré a cada lugar en el que se exponga y se venere una imagen


de mi sagrado corazón".

Las imágenes religiosas son una poderosa y atractiva fuente de inspiración.


El Sagrado Corazón es un libro abierto en el que podemos leer el infinito
amor de Jesús hacia nosotros en su pasión y muerte. Nos muestra su Corazón,
cortado y abierto por la lanza, todo resplandeciente como un horno ardiente
de amor, cuyas llamas aparecerán brotando desde la parte superior. Está
rodeado de espinas, el angustiante golpe de amor ignorado. Quizás esto
siempre nos impulse a los actos de amor y de generosidad.

10.- "Daré a los sacerdotes y a todos aquellos que se ocupan de la


salvación de las almas, el don de tocar los corazones más endurecidos".

La conversión de un pecador ocurre a veces por gracias extraordinarias. Dios


nunca va a forzar a la libre voluntad de un ser humano. Pero Él puede otorgar
gracias con las cuales impulsa al pecador a vencer la actitud rebelde que
tienen las almas pecadoras más obstinadas. Esto, entonces, es lo que ocurre
en el caso de los sacerdotes que están animados con gran devoción al Sagrado
Corazón.

11.- "Los que propaguen esta devoción tendrán sus nombres escritos en
Mi Corazón, y nunca serán borrados".
Esta promesa otorga a los promotores de la devoción al Sagrado Corazón
una recompensa maravillosa: "tendrán sus nombres escritos en mi Corazón".
Estas palabras implican una amistad fuerte y fiel de Cristo mismo, y nos
presenta el "Libro de la Vida" de San Juan: "No voy a borrar su nombre del
libro de la vida." (Ap 3,5)

12.- "A los que comulguen el primer viernes de cada mes, durante nueve
meses consecutivos, le concederé la gracia de la perseverancia final".

Esta promesa contiene una gran recompensa, que es nada más y nada menos
que el cielo eterno. "La perseverancia final es un don gratuito de la bondad
de Dios, y no puede ser merecido como un derecho adquirido por cualquier
acto individual que hagamos" (Concilio de Trento) Se da como la
recompensa por una serie de actos continuos hasta el final: "El que persevere
hasta el final se salvará" (Mat. 10,22)

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Santa Margarita María Alacoque

Yo, , me doy y consagro al Sagrado Corazón de Nuestro


Señor Jesucristo; le entrego mi persona y mi vida, mis acciones, penas y
sufrimientos, para no querer ya servirme de ellos, sino para pertenecerle a Él
enteramente y hacerlo todo por amor suyo, renunciando con todo mi corazón
a cuanto pueda disgustarle. Te tomo, pues, Corazón Divino, como único
objeto de mi amor, por protector de mi vida, seguridad de mi salvación,
remedio de mi fragilidad e inconstancia, reparador de todas las faltas de mi
vida, y asilo seguro en la hora de la muerte. Sé, pues, Corazón bondadoso,
mi justificación ante Dios Padre, y desvía de mí los rayos de su justa
indignación. Corazón amorosísimo, en Ti pongo toda mi confianza, porque,
aun temiéndolo todo de mi flaqueza, todo lo espero de tu bondad. Consume,
pues, en mí todo cuanto pueda disgustarte o se oponga a tu Divina Voluntad.
Imprímase tu amor tan profundamente en mi corazón, que no pueda olvidarte
jamás, ni verme separado de Ti. Te ruego encarecidamente, por tu bondad
que mi nombre esté escrito en Ti. Ya que quiero constituir toda mi dicha y
toda mi gloria en vivir y morir como esclavo tuyo. Amén.

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