(Eric A. Havelock) La Musa Aprende A Escribir PDF
(Eric A. Havelock) La Musa Aprende A Escribir PDF
bolsillo
La musa aprende
a escribir
Reflexiones sobre oralidad y escritura
desde ¡a Antigüedad hasta el presente
PAIDÓS
Barcelona ■Buenos Aires * México
Título original: The Mase Learns to Write. Reflections on Orality and Literacy
from Antiquity to the Present
Publicado en inglés por Yale University Press, New Haven y Londres
ί Λedición, 1996
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ISBN: 84-493-0286-2
Depósito legal: ^22.319-1996
1. Programa de investigación................................... 19
2. Presentación de la m u sa........................ .............. 41
3. El descubrimiento moderno de laoralidad......... 47
4. La radio y el redescubrimiento de laretórica . . . 55
5. Colisiones interculturales..................................... 61
6. ¿Puede hablar un texto?....................................... 73
7. El habla almacenada............................................. 85
8. La teoríageneral de la oralidad prim aria............. 95
9. La teoría especial de la oralidad griega............. 113
10. La teoríaespecial de la escritura griega................. 135
11. Las teorías especiales y sus críticos.................... 157
B ib l io g r a f ía .......................................................................................... 169
Ín d i c e a n a l í t i c o ......................................................... 177
P rólo go
A n t o n io A le g r e G o rk i
Universidad de Barcelona
3. Heinz Wismann, «Atomos Idea», Neue Hefte fü r Philosophie 15/16, 1979, pigs.
34-52.
A g r a d e c im ie n t o s
E. A. H.
New Milford, Connecticut
C a pít u l o 1
PROGRAMA DE INVESTIGACIÓN
Era éste, de hecho, otro caso en que una insinuación del con
texto correcto en que un problema —el de Sócrates, en este caso-
podía hallar una solución había visto la luz veinte años antes,
en un ensayo que planteaba la pregunta: ¿por qué se procesó a
Sócrates? Como parte de la respuesta, había observado que has
ta la segunda mitad del siglo v «no había libros de texto ni ense
ñanza institucionalizada del derecho, de la gestión empresarial,
de la agricultura, etc., como tampoco los había para los trabajos
artesanales. En efecto, los procesos de educación general tenían
que adaptarse a las condiciones de una cultura oral» (Havelock,
«Why Was Socrates Tried?», 1952, pág. 100).
El mecanismo —si es que se puede llamar así— que servía
para mantener esa «educación», garantizando su transmisión de
generación en generación, era típico de una sociedad oral: a sa
ber, la costumbre asiduamente cultivada de la íntima asociación
diaria (sunousia) entre adolescentes y hombres mayores que les
servían de «guías, filósofos y amigos» (ibid.). La institución fa
vorecía, a tal propósito, los vínculos homosexuales. En una so
ciedad de dominación masculina y familias extensas ese arreglo
gozaba del firme apoyo de los padres de familia. El delito de Só
crates consistía en proponer que esa educación se profesionali
zara efectivamente, de modo que no fuesen ya la tradición poé
tica y la práctica (empeiría) lo que determinaba su contexto sino
el examen dialéctico de «ideas»: lo cual no dejaba de ser, obvia
mente, una amenaza para el control político y social que hasta
entonces venían ejerciendo los jefes de las «primeras familias»
atenienses.
Propuse, pues, la educación socrática (paídeusis) y la noción
socrática del yo (self) como eslabones perdidos de una posible
solución del problema socrática Ambos aspectos planteaban cues
tiones pertenecientes al contexto de la ecuación otalidad-escritura,
ya que el descubrimiento de la individualidad (selfhood) se po
día considerar parte y parcela de aquella separación entre el co
24 LA MU SA A P R E N D E A E S C R I B I R
PRESENTACIÓN DE LA MUSA
sus versos no fuesen suyos sino que derivasen de una fuente ex
terna a él, una fuente a la que llama «musa» y que en realidad
era, según nos enseña «Hesíodo», un compuesto de nueve her
manas (¿un coro?) hijas de Zeus —lo cual les confería prestigio
olímpico— y de su madre, «Memoria» (Mnémosúne). Eso nos
da, por cierto, una clave —la primera— acerca de la composi
ción original de esos cuatro poemas. En ningún pasaje de los
cuatro poemas se halla el menor indicio de un interés en «escri
bir» o «leer», ni por parte del cantor ni por parte de la musa
o las musas. La Teogonia, el poema que narra sus nombres y as
cendencia, se introduce con un extenso himno dividido en tres
partes, dirigido a las nueve, y en el cual se celebra lo que ellas
hacen y producen. En las distintas versiones el lenguaje en que
ellas componen se describe repetidamente en términos orales,
como elocución o canto proferido mientras danzan, y que se
transmite acústicamente a través del espacio a los oyentes.
* Versión castellana citada (véase nota anterior). El autor utiliza la traducción in
glesa de la Colección Loebi [T.]
44 LA M U S A A P R E N D E A E S C R I B I R
LA RADIO Y EL REDESCUBRIMIENTO
DE LA RETÓRICA
COLISIONES INTERCULTURALES
EL HABLA ALMACENADA
tal»): así, por ejemplo, los cinco miembros del conjunto «ka ke
ki ko ku» se representaban mediante el signo k. El signo repre
sentaba el conjunto consonantico, pero no la consonante aisla
da k. El lector que usaba el sistema tenía que decidir, por tanto,
él mismo qué vocal debía elegir entre las cinco (o cualquiera que
fuese el número y la variedad de vocales usadas en una lengua
particular). Se lograba una drástica economía (pues era fácil me-
morizar los nombres de semejante «alfabeto») al precio de una
no menos drástica ambigüedad.
Es fácil ver por qué los sistemas anteriores al griego no fue
ron nunca más allá de la sílaba. Este «trozo» de sonido lingüísti
co es efectivamente pronunciable y, por tanto, empíricamente
perceptible. Las consonantes de por sí son, por definición es
tricta, «mudas» e «impronunciables {áphóna, ápbtbonga eran los
términos de Platón, tomados, según dice, de fuentes anteriores).
El sistema griego fue más allá del empirismo, abstrayendo los
elementos impronunciables e imperceptibles contenidos en las
sílabas. Hoy en día llamamos a esos elementos «con-sonantes»
(súm-phona, el término griego más exacto, que sustituye a áphona,
porque «suenan en compañía con»). Con su creación se aisló
un componente impronunciable del sonido lingüístico y se le
dio una identidad visual. Los griegos no «añadieron las vocales»
(un error frecuente: los signos vocálicos habían aparecido ya en
el cuneiforme mesopotámico y el Lineal B) sino que inventa
ron la consonante (pura). Y con ello proporcionaron a nuestra
especie por primera vez una representación visual del ruido lin
güístico que era a la vez económica y exhaustiva: una tabla de
elementos atómicos que agrupándose en una variedad inagota
ble de combinaciones pueden representar con exactitud razona
ble cualquier ruido lingüístico efectivo. El invento suministró
también el primer y último instrumento que estaba perfecta
mente construido para reproducir el entero alcance de la orali
dad previa.
EL HABLA ALMACENADA 93
una y otra vez la misma historia; hecho éste que incluso los fa
bricantes de casetes tuvieron que tener en cuenta en sus tratos
con el mercado para sus productos. ¿Arroja este hecho alguna
luz sobre las reglas de lenguaje por las que se regía una sociedad
de oralidad primaria?
Una teoría general de la oralidad se debe fundar sobre una
teoría general de la sociedad. Exige que la comunicación se en
tienda como un fenómeno social y no como una transacción
privada entre individuos. Un lenguaje de cualquier tipo sólo ad
quiere significado para el individuo en la medida en que este sig
nificado sea compartido-por la comunidad, incluso cuando el
hablante individual no esté dirigiéndose a la comunidad. Gran
parte de la atención que prestan los textualistas a la oralidad como
contrapartida o adversaria del texto está influida por la prefe
rencia de Sigmund Freud por buscar la explicación de la con
ducta en el lenguaje oculto usado por la estructura interna de
la psique personal. Es dudoso que ese sesgo pueda arrojar mu
cha luz sobre los fundamentos del oralismo, aunque el concep
to de «introyección» desempeña un papel importante en las dis
cusiones contemporáneas.
Una vez más vislumbramos la visión romántica de Rousseau
que contempla la sinceridad, la sencillez y la integridad moral
de la comunicación entre salvajes libres de tutela. No es ésta la
manera de visualizar una sociedad de oralidad primaria. La me
todología freudiana, que busca los enigmas de nuestra condición
humana escudriñando los ámbitos interiores de nuestra experien
cia introyectada, es reduccionista en cuanto supone que un todo
consiste simplemente en la suma de sus partes, que la sociedad
es simplemente un agregado de individuos. Una teoría general
de la oralidad primaria debe ser dialéctica; debe considerar el
todo como lo que gobierna la naturaleza de las partes.
La sociedad, sea oral o de escritura, existe en la medida en
que logra combinar a los individuos formando un nexo que sea
102 LA MUSA AP R END E A ESCRIBIR
haga. La voz que se lo dice es, en este caso, una voz colectiva,
una voz de la comunidad. Requiere un conjunto de lenguaje «co
dificado» (como decimos en términos propios de la escritura)
que transporte las instrucciones necesarias.
Las instrucciones deben poseer una estabilidad. Se deben re
petir de generación en generación, y se debe garantizar que la
repetición sea fiel; de lo contrario, la cultura pierde su coheren
cia y, con ello, su carácter histórico como cultura. El lenguaje
de las instrucciones debe estar estructurado de manera que po
sea dicha estabilidad. En las sociedades alfabetizadas esto no plan
tea ningún problema, puesto que el lenguaje necesario está do
cumentado en las leyes, la escritura, la filosofía, la historia y la
literatura. ¿Cómo se consigue en una sociedad de oralidad
primaria?
Una vez inscritas, las palabras de un documento quedan fija
das, y fijado está también el orden en el que aparecen. Toda la
espontaneidad, la movilidad, la improvisación y la agilidad de
la respuesta del lenguaje hablado se desvanecen. La elección y
el orden originales de las palabras se pueden corregir, pero sólo
mediante una escritura ulterior que reemplaza una versión de
permanencia por otra (como en un procesador de textos). Esta
disposición verbal fijada en un artefacto visible es el instrumen
to necesario para sostener la tradición de la sociedad en la que
vivimos, una sociedad alfabetizada cuya continuidad y cuyo ca
rácter se hallan afirmados y reafirmados en miles de documen
tos que le sirven de sostén material.
Esta clase de lenguaje tiene una importancia que jamás tiene
la conversación informal. Cuando una sociedad depende de un
sistema de comunicación enteramente oral dependerá, sin em
bargo, al igual que la nuestra, de una tradición expresada en enun
ciados fijos y transmisibles como tales. ¿Qué clase de lenguaje
puede satisfacer esa necesidad sin dejar de ser oral? Parece que
la respuesta está en un habla ritualizada, un lenguaje tradicional
104 LA MUS A A P R E N D E A ESCRIBIR
una estatuilla de bronce (Jeffery, 1961, págs. 68, 90, 110, 235;
Cook, 1971, pág. 175; Morris, 1984, pág. 34). Las letras están
grabadas, buriladas o pintadas; las fechas de la confección y de
la. inscripción no tienen que coincidir necesariamente. Esta puede
ser posterior a aquélla, excepto en el caso de la placa. Esa distin
ción es crucial en el caso de uno de los objetos, que se considera
el más antiguo: el célebre «vaso de Dipilón», cuya fabricación
se ha datado en distintas fechas comprendidas entre el 740 y el
690 a.C., siendo la fecha más temprana, u otra próxima a ella,
la que ha resultado más aceptable. Se suele aclamar al vaso como
el ejemplo más antiguo de la escritura griega. Los otros cuatro
objetos se sitúan más o menos en tomo al año 700 a.C., y en
su conjunto sugieren que la invención se realizó alrededor de
esta fecha o después; en este caso, el vaso de Dipilón se habría
venido usando como olla durante algún tiempo antes de que al
guien grabara en él las letras griegas, lo cual es una suposición
razonable (Havelock, 1982, pág. 15, citando una conversación
personal con Jean Davison). Para citar a una autoridad pruden
te (West, 1966, pág. 41), «sólo hay una muestra conocida de es
critura alfabética griega que se debe datar necesariamente antes
del año 700». Incluso esta necesidad desaparece una vez se dis
tinguen y se tratan por separado la fabricación del objeto y su
utilización como superficie portadora de letras.
En las discusiones eruditas sobre la fecha no se ha tomado
en serio esa distinción. Considerando la escrupulosidad que suele
caracterizar la erudición clásica, la omisión parece notable; aun
que tiene la ventaja de permitir al estudioso situar la fecha de
la invención del alfabeto «en el siglo vin» o «hacia mediados del
siglo vm» y no «a principios del siglo vu». CaBe sospechar que
los motivos de esa preferencia son ideológicos. Esta tiene dos
ventajas: a) reduce al mínimo posible la historia de los griegos
anterior a la escritura, pues sobre la base de la analogía moder
na una sociedad sin escritura se considera indigna del honor de
118 LA MUSA A P R EN D E A ESCRIBIR
nas hasta el último tercio del siglo v a.C. y está atestiguada por
primera vez por Platón a principios del siglo iv (Havelock, 1982,
págs. 39-40).
Todas las consideraciones razonables apuntan a que el alfa
beto no fue aceptado de buenas a primeras, sino que tropezó
con unas resistencias que luego se fueron debilitando a un rit
mo que sólo se puede determinar combinando un gran número
de pruebas indirectas. La lectura, junto a la escritura, tratada como
un ejercicio humano que se puede dar por supuesto, no se re
cuerda en la tragedia griega hasta el último tercio del siglo v,
en el Hipólito de Eurípides (véase el capítulo 2). La oralidad pri
maria abandonó Grecia sólo lentamente, a una velocidad que
se puede determinar por el grado en que el lenguaje de almace
namiento escrito sustituía el lenguaje de almacenamiento oral.
Huellas de «leyes» (o más correctamente «preceptos», thesmoí)
consignadas en forma de inscripciones se conservan en Creta
posiblemente desde finales del siglo vn. El primer texto cohe
rente (escrito en un muro) se puede datar en fecha tan tardía
como el 450 a.C. La llamada Constitución de Quío fue inscrita
quizá unos cien años antes. Esos textos epigráficos, así como el
«código legal» ateniense revisado a finales del siglo v, conservan
todavía, como hemos observado ya, huellas de formulaciones
que se requerían cuando esas reglas eran objeto de memoriza
ción oral (Havelock, 1982, págs. 205-206).
Bajo las condiciones de la oralidad primaria, el lenguaje de
almacenamiento se expresa en un complejo de recitales épicos,
actuaciones corales y rituales, representaciones dramáticas y can
ciones privadas «publicadas» en los simposios. Ello requiere un
espacio social considerable. Su equivalente en letras jamás po
dría ser objeto de epigrafía. Era un medio demasiado restricti
vo. El almacenamiento escrito debía hallar unas superficies que
pudiesen recibir una transcripción copiosa y fluida, lo cual en
la Antigüedad significaba pergamino o papiro.
124 LA M U S A A P R E N D E A ESCRIBIR
* Aristóteles, Polit. 1253 a 9-15. Seguimos la traducción propuesta por el autor. [T.]
144 LA MUSA A P R EN D E A ESCRIBIR
* Trad. cast, de A. Bernabé Pajares, Himnos homéricos, Madrid, Gredas, 1988. [T.]
146 LA MUSA AP R EN D E A ESCRIBIR
tajoso el mundo griego más allá de Atenas. Por mucho que este
mundo haya aportado a la suma total del helenismo —y la apor
tación fue ciertamente considerable—, su importancia se perci
be como marginal y su estatus como inferior en comparación
con el lugar en donde él se ha colocado. Uno sube al Partenón
como al Templo de Jerusalén. En efecto, en esta era de la deca
dencia de la fe puede surgir la sospecha de que el icono clásico
se ofrezca como sustituto necesario del hebreo (Jenkyns, 1980-,
Turner, 1981).
El atenocentrismo como hábito de pensamiento constituye
una barrera más que se opone a la creencia en la validez de la
ecuación onilidad-escritura para explicar la historia cultural griega.
La teoría especial de la escritura griega empieza por reconocer
que las condiciones necesarias para la creación de la escritura sur
gieron primero en Jonia y no en Atenas. Fue allí donde nació
y prosperó la literatura griega en su forma textual (el idioma de
Hesíodo no es ático, y mucho menos beocio, sino jónico), has
ta que le sucedió la prosa griega, también jónica, a medida que
los griegos de ultramar iban aprendiendo lentamente a leer y
escribir.
En Atica y en Atenas, por el contrario, el progreso de estas
materias se produjo con un retraso que no fue completamente
superado hasta el último tercio del siglo v. La conquista persa
y la destrucción que en la Anatolia occidental siguieron a la de
rrota de la revuelta de Jonia hicieron más fácil a los estudiosos
modernos otorgar a Atenas el virtual monopolio de la historia
griega. A fin de cuentas, fue la ciudad que en Salamina invirtió
el veredicto naval de Lade, hecho que sus oradores y poetas ex
plotaron cuanto pudieron, y justificadamente. Lo que había sido
«allá al otro lado» estaba perdido en su mayor parte, y la pérdi
da posterior de los textos alejandrinos de los poetas jónicos ar
caicos sólo ha hecho más espesa la oscuridad que envuelve un
período dinámico de la historia cultural de Grecia.
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