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DOS NAVEGANTES

TRAS EL MASCARÓN DE PROA

De Rafael Bruza

Francia 2852 dto. 2

(3000) Santa Fe

Te/Fax: 0342-4520529

[email protected]
[email protected]
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PERSONAJES

Carlos Méndez Colono

Leonardo Mendizábal Mendizábal

Leonora, Nicanora y Mascarón de proa: deben ser interpretados por la misma actriz.
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DOS NAVEGANTES TRAS EL MASCARÓN DE PROA

Sueños de mar en el espejo. Perdido en ellos Carlos Méndez no alcanza a ver su propia
figura reflejada. Viste como Cristóbal Colón o como alguna imitación que nos regalo
la historia.
El esqueleto de un barco de tres metros promete mares. De vez en cuando, Méndez lo
mira y vuelve hacia al espejo. Unos golpes en la puerta, lo traen a la tierra. Méndez
mira la puerta sin moverse, tratando de descifrar el significado de esos golpes.
Pausa. Los golpes se repiten. Méndez toma aire y retoma la pose digna de Cristóbal
Colón.

Méndez: Avanti.

La puerta se abre y aparece el Colombiano, vestido como para soportar el mas extremo
frío. Apenas se ve el pequeño círculo de su cara y la punta de unos dedos que sostienen
un trozo de papel de diario. Leonardo Mendizabal tirita incontenible. Ante la vista de
Carlos Méndez abre grandes los ojos, olvidándose hasta de tiritar. Lo señala con un
dedo.

Mendizabal: Colón....

Méndez: Asiente digno. Por parte de madre.

Silencio. Mendizabal espera una explicación que no llega. Sonríe tímido. La punta de
un dedo señala el recorte de diario.

Mendizabal: “¿Le gusta viajar? ¡No busque más!”.... Méndez lo mira serio. Vengo por
el aviso...

Méndez: Luego de estudiarlo se sienta en una silla. Golpea las manos. ¡A bordo!
Impulsado por la orden, Mendizabal se sube a la parte delantera del barco. Méndez se
levanta furioso. ¡Allí no! ¡Allí me paro yo para descubrir un nuevo mundo! ¡A popa!
¡ Al timón! Mendizabal corre y trastabilla. Se sujeta al timón para no caerse. Queda
allí inseguro de haber obedecido correctamente. Méndez se aproxima a él maravillado
¡Rodrigo de Triana! ¡Es la viva imagen! Se acerca hasta quedar cara a cara.
Mendizabal lo mira espantado. ¡A babor Rodrigo! Mendizabal retrocede un paso
siempre sujeto al timón. ¡Eso! ¡Así se hace! Corre a proa y se para heroico. ¡De
frente a la tormenta Rodrigo! ¡Que la naturaleza no doblegue el destino de un
descubridor! ¡No creáis en los mitos de una tierra plana ni en dragones furiosos
acechando barcos! ¡Es solo Dios que defiende su obra de la conquista de los hombres!
¡Pero un nuevo continente será descubierto Rodrigo! ¡Lo juro por mi nombre!
Reacciona. Tiende la mano a Mendizabal. Carlos Méndez Colono, encantado. ¿ Con
quién tengo el gusto?

Mendizabal: Devolviendo el saludo. Leonardo Mendizábal Mendizábal.


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Méndez se quita el abrigo y la peluca que cuelga en un perchero. Abajo aparece un


gastado mameluco

Méndez: ¿Que le parece el barco?

Mendizabal: Mira el esqueleto sin saber que contestar. Bien... Está lindo.

Méndez: Salió en la revista “Yachting”. Yo le hice algunos cambios. “Construya su


velero de fin de semana”. Poca visión de la grandeza la revista “Yachting”. Para fin de
semana decía. Como si los sueños duraran sólo el fin de semana. Lo que yo construyo
no digo que sea para siempre, pero al menos tiene ilusiones de eternidad.

Mendizabal: Una pregunta .... ¿ y cómo lo va a sacar de aquí adentro?

Méndez lo mira un instante desconcertado. En un arranque de furia corre hacia


Mendizabal. Viendo venir el ataque empieza a correr huyendo de Méndez.

Méndez: ¡Ya sabía yo que su presencia era de mal agüero! ¡ Usted es el diablo! ¡Peor
que el diablo! ¡Es la realidad! ¡ Derrumbaré la pared si es necesario! ¡Le hablo de cruzar
el Atlántico y usted me pregunta por el arroyo Leyes! ¡Destructor!

Mendizabal:¡ No era mi intención!. ¡Pregunte por preguntar!

Méndez: ¡Le hablo de un almuerzo de reyes y usted me sale con el sánguche de


mortadela! ¡Le hablo del arte en el Louvre y pregunta dónde está el baño! ¡Pedestre!

Mendizabal: ¡Pare! ¡ Retiro lo dicho!

Méndez agotado, se sienta en una silla, está cansado y abatido.

Méndez: Tiene razón. No lo había pensado. Empieza a sollozar Sabía que me estaba
olvidando de algo. Me enceguecí con la grandeza. Me estoy volviendo viejo. Tengo
baches de realidad. Leonora... Leonora me dejó porque nunca me acordaba dónde
había dejado la llave de la casa. Ella salía y yo quedaba encerrado adentro. Entonces
me sentaba y esperaba que ella volviera. Cuando entraba yo la miraba agradecido por
sacarme de esa prisión. “No encuentro la llave” le decía yo. “¡Imbécil!” Me decía ella
“¡Siempre el mismo imbécil!” Así fue que perdí el trabajo y a Leonora.

Mendizabal: Estupefacto. Abandonado por olvidarse la llave...

Méndez: ¡No! No era solo eso. Es que además .... Roncaba.

Mendizabal: Cómo?

Méndez: ¡Roncaba! ¡Yo roncaba! El ronquido es uno de los grandes azotes del
hombre. No tiene remedio. ¿Cómo refrenar ese aire en un estado de inconsciencia?
¿Cómo evitar las vibraciones de la vida mientras se duerme?. “Roncás demasiado”,
me decía Leonora. “No me dejás dormir. Y cuando no roncás yo espero que empieces
y me desvelo”. El ronquido es horrible, amigo Mendizabal.
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Mendizabal: Conmovido. Si puedo hacer algo por usted...

Méndez: Se para y lo toma de los hombros ¡Sí! Acompañarme en mi empresa.


Brindarme la realidad que a mí me falta. Soportarme los ronquidos.

Mendizabal: ¡Espere, espere! Busca en su bolsillo el recorte de diario. Si tuviera la


bondad de explicarme... “¿Le gusta viajar? ¡No busque más! Importante empresa
necesita personal para viaje internacional. No se necesita experiencia previa”. Queda
mirando a Méndez esperando una explicación. Este no se inmuta.

Méndez: ¿Y?

Mendizabal: ¿Y cuál es la importante empresa?

Méndez: La mía. ¿No entiende?

Mendizabal: Tímido No.

Méndez resopla y busca un inmenso mapamundi antiguo que desenrolla y clava en un


madero. Utiliza una escoba como puntero.

Méndez: Estamos aquí. Señala con la escoba. Partiremos del puerto de Santa Fe de la
Veracruz el 27 de Febrero.

Mendizabal: Perdón ... Porqué el 27 de Febrero?

Méndez: ¡Para llegar a Europa el 12 de Octubre! ¡Está todo calculado! ¡No pregunte
estupideces!

Mendizabal: Disculpe.

Méndez: Bajamos por el Paraná y arribaríamos al puerto de Santa María del Buen Aire
el 6 de Marzo.

Mendizabal: Dónde?

Méndez: Vulgarmente se lo conoce como Buenos Aires.

Mendizabal: ¡Ah!

Méndez: Allí tendría lugar lo que yo llamo la gran contrapartida, el gran paralelismo.
La esposa del presidente, la primera dama, vendería las joyas de la república que nos
permitiría financiar el resto del viaje. Ya le escribí una carta.

Mendizabal: ¿Le contestó?

Méndez: Todavía no.

Mendizabal: ¿Y cómo sabe que lo va a apoyar?


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Méndez: Lo amenaza con la escoba ¡Porque me llamo Carlos Méndez Colono y soy
descendiente de Cristóbal Colón!¡ Quién se cree que es para criticar mis acciones! ¡Me
tiene harto con sus acotaciones estúpidas!

Mendizabal: Alzando los brazos. Soy su realidad. ¿ Recuerda?

Méndez: Se congela mirando seriamente a Mendizabal. Sigamos. El 7 de Marzo


abandonaremos oficialmente la Argentina con las primeras luces del alba. ¡Lleno de
gente el puerto!

Mendizabal: ¿Le parece?

Méndez: Poca imaginación caramba, venga. Se coloca el vestuario de Colón y


arrastra a Mendizabal al barco. ¡Salude! ¡Vamos, salude! Méndez mueve la mano en
señal de despedida. Mendizabal tímidamente lo imita. ¡Con ganas! ¡Sonría hombre!
¡Es un momento histórico! ¡Es la gran empresa después de 500 años de historia!
Mendizabal se pliega a Méndez. Ambos saludan sonrientes. ¡La primera dama! ¡Allá!
¡Gracias señora por permitir esta epopeya! ¡El dinero de las joyas está bien empleado!
Mendizabal entusiasmado le tira un beso. ¿ Pero qué hace hombre? ¿ No ve que es una
mujer casada? ¡Epico, no erótico! ¡Arrivederci! ¡Arrivederci! ¡Il genovese voglio a
descubrire terra nova!

Mendizabal: Siempre saludando. Señor Méndez...

Méndez: Idem. ¿Si?

Mendizabal: ¿Puedo interrumpirlo un momento?

Méndez: Métale . ¡Pero siga saludando!

Mendizabal: No quiero decepcionarlo pero ... El Atlántico se cruzó millones de veces.


Colón mismo hizo cuatro viajes y regresó. No ì¥Á6q6
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121212ú1212812121221212l12fragata Libertad es un baile de graduación. La Kontiki
un capricho de antropólogos. ¡Esto es inédito!

Mendizabal: Estalla. ¿Y porqué no en canoa? ¿O en un sampán? ¡En tabla de surf!


¡Pruebe con tabla de surf! ¡No se hizo nunca! ¿Qué le pasa? ¿Está loco o es suicida
acaso?

Méndez: No. Quiero recuperar a Leonora.

Mendizabal: ¿Cómo?

Méndez: Perdí el trabajo y perdí a Leonora. “No podés vivir del aire”, me decía
Leonora. “Conseguite un trabajo. Sos un don nadie”. Tenía razón. ¿Pero cómo
explicarle mi alma? Yo estoy hecho para los grandes sueños, no para las pequeñas
realidades. Amo la aventura, no la rutina. El mundo me aplasta, le decía a Leonora.
Tengo que descubrir otro. Ella suspiraba y me decía “¿Qué vamos a comer hoy?”. ¡Yo,
que la llenaba de ilusiones, me abandonó porque el plato estaba vacío! ¡Cambió la
filosofía por el pollo al horno! Caí en la desesperación , adelgacé 20 kilos, parte por la
angustia, parte por el hambre. Entonces me dije: ¿Acaso mi fuerte no son la ideas?
Tengo que pensar algo que certifique que mi vida no es vana, que sea capaz de darle a
Leonora su pan diario. ¡Y hasta una cazuela de mariscos si es necesario! Así fue que
comencé a construir el barco. Cruzo el Atlántico y me hago famoso. Escribo un libro
con la hazaña, me lleno de plata. Y Leonora retorna junto a mí.

Ambos quedan mirándose. Mendizabal durmiendo sus propios pensamientos. Méndez


expectante.

Mendizabal: Sin mirarlo ¿Y después de Buenos Aires?

Méndez: Reacciona entusiasmado, toma la escoba y vuelve hacia el mapa Iríamos


subiendo paralelo a la costa hasta Colombia, nuestro último punto de contacto con el
continente.

Mendizabal: Ansioso ¡Colombia!

Méndez: Si, Colombia.

Mendizabal: ¿Qué lugar de Colombia?

Méndez: Cartagena de Indias.

Mendizabal: ¡Cartagena de Indias!

Méndez: ¡Sí, Cartagena de indias!


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Mendizabal: Se sienta, queda con la mirada fija en el piso. Musita. Cartagena de


Indias...

Méndez: Cartagena de Indias... ¿Por qué tanta sorpresa?

Mendizabal: Es que... soy colombiano.

Méndez: ¡Colombiano!

Mendizabal: Sí, colombiano.

Méndez: Colombiano, ¡que maravilloso!

Mendizabal: Colombiano. ¿Por qué tanta sorpresa?

Méndez: ¡Usted es el navegante ideal!

Mendizabal: ¿Cómo?

Méndez: ¡Colombia está bañada por 2 mares! ¡Por fuerza es navegante!

Mendizabal: Yo nací en la cordillera.

Méndez: ¡Lo lleva en la sangre! ¡Colombia! ¡La gran Colombia según el sueño de
Bolívar! ¡Colombia! ¡La tierra de Colón! ¡El único país que hizo suyo el nombre de
mi antepasado! ¡No se dejó seducir por unas temerarias exploraciones hechas por ese
arribista de Vespuccio. Se mantuvo firme rindiendo honores a su descubridor! ¡Yo te
maldigo Américo por haberte robado la gloria! ¡Yo te maldigo América por haberte
olvidado de tu verdadero padre! ¡Volveré con el nombre de Colón a España y el mundo
tomará conciencia de su error histórico! ¡Será justicia!

Mendizabal: ¡Si! ¡Reivindicaremos el nombre de Colombia! ¡Colombia es el sueño


de Bolívar, no la pesadilla de sus males! En toda América ...

Méndez: ¡No pronuncie ese nombre!

Mendizabal: En todo el continente uno decía: soy Colombiano y le contestaban: abra la


maleta. Colombiano ha significado ser culpable. ¡Voy a acompañarlo en su empresa!
¡Vamos a llevar el nombre de Colombia a una nueva dimensión! ¡Vamos a unir el
continente! Colombia será reconocida por su épica, no por sus delitos. ¡Lo juro como
Colombiano y como Latino ... como Latino-Colombiano!

Quedan en silencio, altivos. Méndez se aproxima a Mendizabal y lo toma de los


hombros

Méndez: ¡Rodrigo de Triana!

Mendizabal: ¡Sí mi almirante!

Méndez: ¡Al astillero a terminar la carabela!


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Cantando una saloma, empiezan a armar el casco del barco. Mendizábal, por primera
vez se muestra entusiasmado. Al retirar una de las planchas del casco queda al
descubierto Nicanora. Con el cabello suelto y semidesnuda, aparece en una actitud
provocativa, mirando fieramente a Mendizábal. Este queda unos segundos congelado,
con la madera en la mano. Méndez continúa cantando y trabajando como si nada
ocurriera. Vuelve la madera a su lugar, cubriendo a Nicanora. Con los ojos
desorbitados se sienta pálido. Saca un pañuelo y se lo pasa por el rostro. Méndez deja
de cantar y lo observa.

Méndez: ¿Qué le pasa?

Mendizabal: Salta como un resorte. Nada, nada... Traga saliva. En un segundo... Está
todo bien. Sí. Está todo bien.

Méndez: Déjese de farfullar y traiga la madera.

Mendizabal: La mira. ¿La madera?

Méndez: Sí, la madera.

Mendizábal: ¡No! Es que... Está pesada la madera.

Méndez: Resopla fastidiado. Yo lo ayudo.

Mendizábal: ¡No! Yo puedo. Siga Ud. con lo suyo nomás que ya...

Méndez: Tomando la madera. No me haga perder el tiempo y levante de ese lado.

Méndez intenta levantar la madera pero Mendezábal la mantiene firme en su lugar.

Méndez: ¿Qué hace?

Mendizábal: No, disculpe, un segundo que me clavé una astilla

Méndez: Imperioso. ¡Levante de una vez!

Ambos levantan la madera y dejan al descubierto el lugar donde estaba Nicanora. Esta
ha desaparecido. Mendizábal mira alrededor, extrañado. Colocan la madera contra la
quilla del barco. De espaldas a Méndez, Nicanora vuelve a aparecer, esta vez con un
corpiño en la mano.

Nicanora: Leonardo...

Mendizábal vuelve a abrir grandes los ojos. Deja de trabajar y queda mirando a
Nicanora. Comienza a hacerle señas para que se cubra, indicándole el corpiño.
Méndez observa el movimiento extrañado.

Méndez: ¿Es epiléptico o algo así?


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Mendizábal: No... soy sanito.

Méndez: No lo parece.

Vuelve al trabajo. Mendizábal va hasta Nicanora, quien lo sujeta con el corpiño


pasándoselo alrededor del cuello.

Mendizábal: Susurrando. ¿Cómo es que estás aquí?

Nicanora: Te extraño Leonardo. Ya hace un año que has partido. Es demasiado. Me


siento tan sola...

Mendizábal: Desesperado. ¡Yo también me siento solo!

Méndez: Sin dejar de trabajar. Todos estamos solos, amigo Mendizábal. Eso es el
hombre: una soledad que a veces habla con otra soledad.

Mendizábal: Bajando la voz. Tienes que cubrirte. Te puede ver.

Nicanora: Sólo el deseo hace ver las cosas que uno imagina.

Mendizábal: ¿Eres mi imaginación?

Nicanora: Te fuiste a buscar una virgen y abandonaste a una mujer. No. No soy tu
imaginación. Soy tu conciencia. La conciencia de la carne.

Mendizábal: ¡Voy a volver! ¡Lo prometo! ¡Voy a volver!

Méndez: Claro que vamos a volver. Cruzamos el Atlántico en barco y volvemos en


avión. A la gran Colombia. A Leonora.

Mendizábal: A Nicanora...

Méndez: Dándose vuelta. ¡Oiga! ¿Usted está hablando solo?

Mendizábal gira con el corpiño alrededor del cuello. Sonríe estúpido. Nicanora se
aleja hasta apoyarse en el barco.

Mendizábal: ¿Yo?

Méndez: ¿Qué tiene allí?

Mendizábal: ¿Dónde?

Méndez: En el cuello.

Mendizábal: Tocando el corpiño. ¡Ah! Es... un corpiño.

Méndez: ¡Ya sé que es un corpiño!


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Mendizábal: Sí claro. Pero este corpiño es un recuerdo de una mujer. De Nicanora.

Méndez: ¿Un recuerdo?

Mendizábal: Sí. Me lo regaló cuando salí de Colombia.

Nicanora: Para que no me olvides.

Mendizábal: Para que no la olvidara.

Méndez: Toma el corpiño. Raro. Normalmente se estila llevar una foto o algo así. Pero
un corpiño...

Mendizábal: Es que... soy fetichista.

Méndez: Rumiando la palabra. Fetichista... fetichista... Fetiche... ¡El mascarón de proa!


¡Sabía que me estaba olvidando de algo! Agarra a Mendizábal y lo ubica en la proa del
barco. ¡Aquí! Le pone el corpiño. ¡Póngase esto para hacerme la idea! Mendizábal
extiende los brazos hasta quedar abrazado al barco. Atrás, Nicanora lo mira sonriente.
¡Un hermoso mascarón de proa! Con las tetas apuntando hacia las olas y los cabellos
revueltos por el viento. Los brazos hacia atrás protegiendo el barco. El rostro como
amando al océano y una boca sensual capaz de tragarse a los peces. ¡Afrodita buscando
a Vulcano! ¡El cénit del erotismo! ¿Qué le parece?

Mendizábal: Con lágrimas en los ojos. Me encanta.

Méndez: ¡Ahora sí! Ya estamos listos para la gran empresa.

Nicanora: Yéndose. Adiós Leonardo. Te espero en Colombia.

Mendizábal: ¡Sí! ¡A Colombia! ¡A Nicanora!

Méndez: ¡A España! ¡A Leonora! Cargue las cosas en el barco, Mendizábal.

Empiezan a cargar los objetos en el barco. Poco a poco, todo lo que está en la
habitación se instala sobre el barco. Mendizábal toma una jaula y la observa
extrañado.

Mendizábal: ¿La palomita también?

Méndez: ¡Fundamental, Mendizábal! Esa paloma tiene un gran destino por delante.

Mendizábal carga la paloma. Méndez toma un gran canasto de frutas y lo carga.


Mendizábal lo mira pensativo.

Mendizábal: ¿Lleva suficiente provisiones?

Méndez: Esto no es para comer. Son los productos del nuevo mundo para entregarlos
de obsequio a los reyes de España, como Colón. Nosotros viviremos de la pesca.
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Mendizábal: No me gusta el pescado.

Méndez: ¡Pues tendrá que acostumbrarse!

Mendizábal patalea lloroso pero sigue cargando.

Mendizábal: ¿El ventilador también?

Méndez: También. Por si no hay viento en el mar.

Mendizábal va a observar algo pero se encoge de hombros. Se detiene.

Mendizábal: Perdón almirante. Pero ¿cómo se llama el barco?

Méndez acusa el golpe y se paraliza. Empieza a bufar. Al ver esta reacción, Mendizábal
intenta huir tratando de esconderse.

Méndez: ¡No huya! Esta vez tiene razón. Saca la espada de madera. ¡Se llamará Santa
Leonora, en honor a mi esposa! Guarda la espada. ¡A bordo!

Mendizábal: Subiendo al barco. ¿Y el mascarón de proa almirante?

Méndez: ¡El mascarón de proa está en nosotros, Mendizábal! Es Leonora. Es Nicanora.


El mascarón de proa nos llevará a un nuevo mundo. ¡Levad el ancla! ¡Izad las velas!
Las velas se inflan. ¡De frente a la pared Rodrigo! ¡A derrumbarla! La pared se
derrumba con gran estrépito. Una nube de polvo invade todo. ¡Carlos Méndez Colono
desafía al mundo!

La niebla ha hecho desaparecer el mundo. En el medio de ella, la Santa Leonora


navega arrastrada por las aguas. Parece un barco a la deriva, las velas bajas, el viento
soplando entre las sogas. El único signo de vida son dos cabezas que asoman en el
costado del barco.

Mendizábal: En voz baja. Esto de salir clandestinamente del país no me gusta nada. No
tiene dignidad.

Méndez: Idem. Niega con la cabeza. Para mí que no recibió la carta.

Mendizábal: ¿Quién?

Méndez: La esposa del presidente. No la debe haber recibido. Seguro que se la


cajonearon.

Mendizábal: ¿Quién va a hacer una cosa así?

Méndez: Algún descendiente de Vespuccio. Está lleno.

Mendizábal: ¿Le parece? Yo no conozco ninguno.


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Méndez: ¡Qué vivo! Usted porque viene de Colombia. Allí: puros partidarios de Colón.
Pero por estos lados, los vespucianos son una plaga. Sobre todo a nivel oficial.

Mendizábal: Pero ¿por qué harían una cosa así?

Méndez: ¡Para evitar que le cambiemos el nombre de América, papá!

Mendizábal: ¿Cómo?

Méndez: ¿Todavía no se percató? Si esta hazaña se cumple, los colonófilos van a


empezar un movimiento de reivindicación.

Mendizábal: Azorado. ¿Existe un movimiento colonófilo?

Méndez: ¡Sí señor! Están los colonófilos, que son los buenos por un lado, y los
americanófilos, que son los malos por el otro. Es una lucha sin cuartel.

Mendizábal: Ya desinteresado. ¡No me diga!

Méndez: Si llegamos a ganar nosotros se arma una crisis que ni le cuento.

Mendizábal: Ya cansado de la historia. ¿De qué crisis me habla?

Méndez: ¿Se imagina los millones de mapas que habría que imprimir de nuevo? ¿Y las
enciclopedias? Usted me va a decir: con una fe de errata se soluciona. ¡Claro! ¡Como si
una fe de errata repara cinco siglos de historia! Acuérdese de lo que le digo: quiebra la
bolsa de New York.

Mendizábal: Estalla. Se incorpora. ¡Termínela! ¡Me tiene harto con sus fabulaciones
ridículas! Salimos clandestinamente del país. Huimos de la guardia costera. ¡Náufragos
en la niebla sin más esperanzas que la cárcel! ¿Ésta es la famosa salida del puerto de
Buenos Aires que me prometió? ¡Usted es un fracasado! ¡Un fracasado con disfraz de
soñador!

Méndez: ¡Cállese la boca y échese al piso, que si nos agarra la guardia costera nos hace
fracasar la empresa!

Mendizábal se tira al piso. Ambas cabezas siguen escudriñando la niebla.

Méndez: En voz baja. Es lo mismo.

Mendizábal: ¿Qué es lo mismo?

Méndez: Un soñador y un fracasado son la misma cosa. ¿Acaso el que sueña otra
realidad no es porque fracasó en ésta? ¿Acaso el fracasado no sueña con cambiar su
suerte? El fracaso de un individuo es el éxito de una sociedad. Sí, soy un fracasado. Y
Ud. también. Si no fuéramos dos fracasados no estaríamos aquí.

Ambos quedan pensativos. Mendizábal empieza a llorar.


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Mendizábal: ¡Sí! ¡Tiene razón! ¡Soy un fracasado! ¡Nada me sale bien!

Méndez: Lo cobija. Bueno, bueno. Ya va a pasar. No llore.

Mendizábal: ¡No puedo! ¡Soy llorón! ¡No resisto el fracaso! Cuando algo me sale mal
me dá por llorar. De chiquito fui llorón. Lloraba cuando me retaba la maestra. Lloraba
cuando me pegaban los compañeritos de grado. Un día, en la clase de historia, la
maestra explicó que Bolívar había sido derrotado en la batalla de La puerta, en junio de
1814. ¡Qué manera de llorar! “No te pongás así Leonardito, que después triunfa”.
Incontenible. Me tuvieron que mandar a casa.

Méndez: Shh. Despacito que nos va a escuchar la guardia.

Mendizábal: Nuevo ataque de llanto. ¡No me la nombre que me pongo peor!

Méndez: ¡Cállese le digo!

Mendizábal: En voz baja. No puedo evitarlo. Los Mendizábal somos todos llorones.
Mire. Saca una foto del bolsillo. Ésta que llora acá es mi mamá. La que llora al lado es
mi tía. El bebé que está en brazos soy yo. ¿Ve? Fíjese qué lindo lloraba.

Méndez: Toma la foto. ¿Y éste que sonríe es su papá?

Mendizábal: No. Es el partero. A mi papá nunca lo conocí. No sé ni cómo se llamaba.

Méndez: ¿Pero cómo? ¿Usted no es Mendizábal por parte de padre y Mendizábal por
parte de madre?

Mendizábal: No. Soy Mendizábal por parte de madre y Mendizábal por parte de tía.

Méndez: ¿Cómo de tía?

Mendizábal: En Colombia los que usan un solo apellido es porque son hijos naturales.
Mi tía me prestó el suyo para que la gente no se diera cuenta que era ilegítimo. De ahí lo
de Mendizábal Mendizábal.

El viento ha empezado a soplar. La niebla se abre ante el amanecer. La Santa Leonora


está rodeada de azul. Los tripulantes quedan hipnotizados mirando el mar.

Mendizábal: ¿Es grande no?

Méndez: En los mapas parecía más chiquito.

Mendizábal: ¿Y el mundo? ¿Dónde está el mundo?

Méndez: Señala hacia la proa. ¿Ve esa línea entre los azules? Es el horizonte. Detrás
está el nuevo mundo.

Mendizábal: ¿Cuál nuevo mundo?


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Méndez: El nuevo mundo para nosotros, Rodrigo. ¡A cambiarse que el largo viaje ha
comenzado!

Mendizábal: ¡Sí mi almirante!

Méndez se viste como Cristóbal Colón. Mendizábal hace lo propio con un traje de
marinero de época. Méndez lo observa maravillado. Mendizábal sonríe.

Méndez: ¡Increíble! ¿Por casualidad el apellido de su padre no habrá sido Triana?

Mendizábal: No sé. Lo dudo.

Méndez: ¡Pues tiene todo el aire de familia!

Mendizábal: Ahora que lo dice... Piensa. A la vuelta de mi casa vivía un hombre de


apellido Triano o Triana.

Méndez: ¡Era Triana, seguro!

Mendizábal: ¿Usted cree?

Méndez: ¡Pero claro hombre! ¿No le parecen demasiadas casualidades?

Mendizábal: Masculla la idea. A lo mejor fue él y mamá no me lo quiso decir.

Méndez: ¡Leonardo de Triana Mendizábal!

Mendizábal: Se congela. Sí. Suena bien. Leonardo de Triana Mendizábal. ¡Leonardo de


Triana Mendizábal! Abraza a Méndez. ¡Gracias almirante por darme un apellido!
¡Leonardo de Triana Mendizábal! ¡Ya tengo papá!

Méndez: ¡No vaya a llorar ahora!

Mendizábal: Es la emoción. Veintisiete años esperando un apellido. Y aquí, en el medio


del mar, encuentro uno.

Méndez: Pues deje la emoción para más tarde ¡A toda vela Leonardo! Que de seguro,
este buen viento de dios nos llevará a destino.

Mendizábal: ¡A la orden almirante!

Leonardo trepa al mástil y queda allí como vigía. Méndez, digno, parece una estatua en
la proa del barco. Permanecen allí ocupados en sus oficios.

Méndez: ¿Se avista algo señor de Triana?

Mendizábal: ¡No señor Colón! Sólo el mar.

Méndez: Fíjese bien a babor.


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Mendizábal: Lo hace. Nada señor. Sólo el mar.

Méndez: A estribor ahora.

Mendizábal: Lo hace. Nada señor. Sólo el mar.

Méndez: Sobresaltado. ¿Y la costa? ¿No se ve la costa?

Mendizábal: Nada señor. Sólo el mar.

Méndez: Mira a Mendizábal esperanzado. ¿Y ahora qué hacemos?

Mendizábal: Alarmado. ¿Cómo qué hacemos? ¿No previó esto?

Méndez: No.

Mendizábal: ¿Estamos perdidos?

Méndez: Sí.

Mendizábal: Baja del mástil. ¿Y no trajo nada para guiarse?

Méndez: ¡Ah sí! Traje la brújula.

Méndez saca una brújula de plástico del bolsillo. Los dos la observan como quien ve
por primera vez algo. Al unísono, se van moviendo hacia los cuatro puntos cardinales.
A cada punto, Méndez niega con la cabeza.

Mendizábal: ¿Y?

Méndez: ¿Y qué?

Mendizábal: ¿Dónde estamos?

Méndez: No sé.

Mendizábal: Pero... ¿no sabe usarla?

Méndez: No. Vino de regalo con la revista “Yachting”. Las instrucciones para usarla
salían en el próximo número. Yo no lo compré.

Mendizábal: ¿Y cómo iba a hacer para llegar a España?

Méndez: Con los vientos. Los vientos alisios.

Mendizábal: ¡Los alisios soplan de allá para acá! ¿O se pensó que después se
arrepentían y pegaban la vuelta?

Méndez: ¿Se me está amotinando?


22

Méndez: ¡No señor! Lo único que quiero es llegar a Colombia.

Méndez: Si es por eso no se haga problema. A algún lado vamos a llegar. Si aparece
tierra a la izquierda son las Indias Occidentales. Si aparece a la derecha, es África.

Mendizábal: ¡Yo no quiero ir a África! ¡Quiero ir a Colombia!

Méndez: Un marino tiene que tener más espíritu de aventura, Mendizábal. Debe saber
enfrentar lo inesperado.

Mendizábal: ¡Lo que yo espero es encontrar Colombia! ¡Espero encontrar a Nicanora!

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282828ú2828828282822828l28 ¡Soliviantado! ¡Lo pasaré por la quilla! ¡Lo haré
caminar por la planchada!

Mendizábal corre por el barco protegiéndose con el palo mayor. Méndez lo persigue
tirándole sablazos con todas sus fuerzas hasta que un golpe da contra el mástil y rompe
la espada. Se queda mirando la empuñadura extrañado. Mendizábal se acerca
confiado.

Mendizábal: Hace un año que salí de Colombia. No tenía forma de volver. Cuando vi
su aviso en el diario...

Sorpresivamente, Méndez suelta la empuñadura y toma a Mendizábal del cuello. Las


piernas se le doblan por la violencia de la embestida. El rostro se va poniendo cada vez
más morado.

Méndez: ¡Lo voy a matar! ¡Lo voy a matar con mis propias manos y lo tiraré por la
borda, a que se lo coman los tiburones! ¡No va a quedar nada de Ud.! ¡Como si nunca
hubiera existido!

Mendizábal: ¡Si me mata, mata la realidad!

Méndez: Se paraliza. ¿Cómo?

Mendizábal: Si me mata, entrará en la locura y no podrá salir de allí.

Méndez: Afloja la presión. ¿Por qué dice eso?

Mendizábal: Solamente los locos matan la realidad. La matan y quedan viviendo en su


propio mundo. Nosotros no queremos matarla. Solamente derrotarla.

Méndez, pensativo, se incorpora. Mendizábal se toma el cuello, respirando


dificultosamente.

Méndez: Solamente derrotarla... Tiene razón. Es que he sido derrotado tantas veces que
ya no recuerdo lo que es una victoria. Sólo Colón descubre un nuevo mundo y triunfa.

Mendizábal: ¡Entonces va a triunfar! ¡Ud. es Colón!

Méndez: No. No lo soy.

Mendizábal: ¿Cómo que no es Colón?

Méndez: No lo soy.

Mendizábal: ¿No?
29

Méndez: Mi mamá, a la noche me contaba sobre unos amores de Colón. De esos


amores nacía el apellido Colono. Pero era una metáfora. Un cuento para arrullar niños.
En cierta forma, todos somos Colonos. Somos el producto ilegítimo entre Europa y el
Nuevo Continente.

Mendizábal: Pero almirante...

Méndez: ¡No me llame almirante! Puse un aviso en el diario para ver si aparecía algún
marino. ¡Usted fue el único! ¡Un inútil igual que yo! Busca la brújula en el bolsillo y la
arroja con violencia sobre la borda. ¡Al diablo con esto! ¡Ni siquiera sé usar una
brújula! ¡No soy almirante! ¡No soy Colón! ¡No soy nada!

Méndez se sienta y solloza. Mendizábal se sienta a su lado.

Mendizábal: Una vez leí sobre los viajes de Colón. ¡Meses de navegación! ¿Sabe los
bríos que tenía esa gente cuando llegaban? ¡No se salvaba nadie! Méndez sonríe triste.
Así que el tema de los amores de Colón no debía ser ninguna metáfora. ¡Seguro que
cristianizó a más de una india!

Méndez: ¿Usted cree?

Mendizábal: Además está el asunto de su apellido materno. ¡Son demasiadas


coincidencias!

Méndez: Pensativo. A lo mejor mamá me trataba de ocultar que su familia era ilegítima.

Mendizábal: ¡Seguro! ¿Y la nariz?

Méndez: Desconcertado se la toca. ¿Qué pasa con mi nariz?

Mendizábal: ¡Típica nariz de mestizo!

Méndez: Es verdad. Yo siempre me preguntaba: ¿de quién saqué esta nariz?

Mendizábal: ¡Carlos Méndez Colono!

Méndez: Impactado. Sí. Suena bien. Carlos Méndez Colono. ¡Sí señor! ¡Soy Carlos
Méndez Colono, descendiente de Colón por parte de madre y en consecuencia marino,
como el gran descubridor! ¡Gracias Mendizábal por hacerme recuperar mi apellido!

Mendizábal: No me lo agradezca almirante. Después de todo, si yo puedo ser Triana,


usted bien puede ser Colón.

Méndez: ¡A toda vela Leonardo! ¡Lo llevaré a Colombia y proseguiré mi viaje! ¡A toda
vela!

Méndez se para altivo en la proa del barco. Mendizábal se pone en acción y despliega
las velas, trepándose al mástil. Mira al mar y su sonrisa desaparece.
30

Mendizábal: Perdón almirante, pero ¿hacia dónde? Méndez mira a su alrededor,


desconcertado. Estamos perdidos, ¿se acuerda? Méndez asiente con la cabeza. Habría
que pedir auxilio. Méndez lo mira fijamente. No pequemos de soberbios, almirante. No
es para que nos lleven de vuelta. Simplemente para que nos señalen el rumbo.

Méndez: Tiene razón. En un momento como éste, la soberbia es un gesto innecesario.

Mendizábal: Se baja del mástil. ¡Celebro que esté de acuerdo! Pero... ¿cómo pedimos
auxilio?

Méndez: Suficiente. ¡La paloma!

Mendizábal: Desconcertado. ¿Le dio hambre almirante? A mí también. Pensé que no


iba a sugerirlo nunca.

Méndez: No sea animal. No es para comer. Es una paloma mensajera. Tiene un mensaje
en la pata. La traje para una emergencia como ésta.

Mendizábal: ¿Vamos a pedir auxilio con la palomita?

Méndez: A usted le falta mundo, Mendizábal. ¡Traiga la jaula! Mendizábal lo hace.


Suelte la paloma ahora.

Mendizábal abre la jaula y queda esperando. La paloma no se mueve.

Mendizábal: No quiere salir.

Méndez: Agárrela y tírela hacia arriba. Después ella va sola.

Mendizábal saca la paloma con sumo cuidado y la impulsa. La paloma describe un


arco y cae como una piedra en la cubierta del barco. Los dos se arriman a ella,
demudados.

Méndez: Está muerta.

Mendizábal: Sí.

Méndez: Hace rato que está muerta.

Mendizábal: Sí, hace rato.

Méndez: ¿Y no se dio cuenta que estaba muerta?

Mendizábal: Yo la veía quietecita, pero pensé que estaba dormida.

Méndez: ¿No le puso agua?

Mendizábal: No.

Méndez: ¿Comida tampoco?


31

Mendizábal: Tampoco.

Méndez: ¿Y cómo pensó que iba a vivir, la pobrecita?

Mendizábal: No sé. Nunca tuve un pajarito en casa. No sabía.

Méndez: Tengo ganas de matarlo.

Mendizábal: Sí, ya sé.

Méndez: Habrá que seguir como se puede entonces.

Mendizábal: Donde nos lleven los vientos.

Méndez: Voy a estrenar la bitácora con la muerte de la palomita. ¿Qué hora es?

Mendizábal: Las siete de la tarde.

Méndez: Tengo hambre.

Mendizábal: Yo también.

Méndez: No comimos nada en todo el día.

Mendizábal: Ni un bocado.

Se miran entre sí y luego a la paloma. Rápidamente se ponen en acción. Méndez


prepara el fuego mientras Mendizábal despluma la paloma. Méndez saca una estaca e
inserta a la paloma en ella, poniéndola sobre el fuego. Los dos se quedan mirando a la
paloma mientras se asa.

Mendizábal: Yo había dicho que si Nicanora me aceptaba, le peregrinaba a la virgen de


Guadalupe. Dije de Guadalupe como podría haber dicho cualquier otra. Pero vio como
son las cosas. Cuando uno está enamorado y se le mete una virgen en la cabeza no hay
quien se la saque. Y Nicanora me aceptó. Bueno, me dije, habrá que cumplirle a la
virgen. Así que me largué a buscar a la de Guadalupe. Me recorrí todo Bogotá. ¡Ni se
imagina la cantidad de vírgenes del Huerto que hay! De nuestra señora de los Milagros,
ni le cuento. Pero de la de Guadalupe, ni noticias. Le pregunté a un cura y me miró con
mala cara. “Acá somos muy de la virgen de la Caridad. Esa sí que es milagrosa. No me
la va a comparar con la de Guadalupe”. Me hizo dudar, pero promesas son promesas y
le metí hacia el sur. Al mes había llegado a Cali. ¡Sesenta y tres iglesias tiene Cali y ni
una virgen de Guadalupe! Le puse un telegrama a Nicanora: “Imposible encontrar una
virgen. Stop. Sigo buscando”. Empecé a llevar un registro. Saca una libretita del
bolsillo. Mire. Hasta ese momento llevaba registradas 41 vírgenes del Perpetuo Socorro,
38 de las del Huerto, 25 del sagrado Corazón, 19 de vírgenes del Niño, 14 de los
milagros, 11 de la de los pobres, 9 de los humildes, 5 del escapulario, 3 de los enfermos
y una llorosa. ¡De dónde había sacado yo la idea de la virgen de Guadalupe! Dos
semanas más y estaba en Pasto. Ahí tuve una flojedad. Estaba yo ante la virgen del
Carmen cuando se me acercó un cura. Le planteé mi problema y le ofrecí una variante.
32

“Dígame padre: ¿qué pasa si cambio de virgen?”. “¿Cómo, cómo?” me dice el cura.
“Claro, le digo yo, que pasa si en vez de cumplirle a la de Guadalupe le paso la
promesa a la del Carmen”. Imagínese que yo estaba desesperado, caso contrario nunca
se me hubiera ocurrido una cosa así. “¡No!” me dice el cura. “¡Con lo celosa que es la
del Carmen! Usted vio como es caprichosa esta virgen: que si los claveles no son
blancos, que si no le entrás de rodillas...” Conclusión: no me lo aconsejó. Empecé a
renegar de mi patria. “Este país de mierda, pensé, ni virgen de Guadalupe tiene. A lo
mejor en Ecuador tengo más suerte”. Y crucé la frontera. Iglesias, capillas, oratorios,
catedrales, basílicas, ermitas, grutas, nada se salvaba de mi visita. Vírgenes del agua, de
la Concepción, de las rocas, de los pescadores, de los campesinos, vírgenes para todo el
mundo menos para mí. Comida no me faltó. Me ponía ante cualquier virgen y empezaba
a llorar. Lloraba en serio. Por lo que me pasaba, lloraba. A los gritos, lloraba. Al que me
intentaba consolar le pedía comida. Eso sí: no lloraba más de lo necesario. Jamás se me
ocurrió aprovecharme. ¡Si le habré llorado a vírgenes! Bajé llorando por Perú y Bolivia.
¡Miles de vírgenes! Hasta se me aparecían en sueños. Me despertaba gritando:
¡Milagro! ¡Milagro! Pero yo sabía que era sólo el hambre o la desesperación. Países
extraños, vírgenes extrañas. La más rara de todas fue Nuestra Señora del Columpio.
Resulta que un chico que estaba en un parque hamacándose se cae del columpio y se da
un golpe en la cabeza. Cuando se da vuelta ve que la hamaca sigue en movimiento y
sentada en ella: la virgen. “Mamá, mamá, la virgen”. “¿Dónde?” preguntó la madre.
“Allá, en el columpio”. La madre le da un tremendo coscorrón en la cabeza justo donde
el chico se había golpeado. “Vos viste a la Josefa, que anda siempre de vestido celeste”
El chico se pone a llorar. “No mamá, yo estaba en el suelo y la miré de abajo pero era la
virgen”. Nuevo coscorrón en la cabeza. “¡Degenerado! Le estabas mirando las piernas”
El chico se desmaya y a la semana muere de un derrame cerebral. Mientras agonizaba
repetía: “Era la virgen, era la virgen”. La madre se vuelve loca y empieza a vagar por las
calles. “Vio a la virgen y no le creí”. La gente quedó tan conmovida que empezó a ir a
rezar a la plaza, delante del columpio. Se tomó la costumbre de empujar el columpio
pensando que así la virgen iba a volver a aparecer. Al año le empezaron a construir la
iglesia alrededor. ¡Linda la iglesia! Se arma una fila de gente que hace cola para mover
el columpio. Cri cri, cri cri, se escucha todo el día dentro de la iglesia. Todo en silencio
y cri cri, cri cri. ¡Te emociona!. Al año de haber salido de Bogotá llegué a la Argentina.
A Jujuy. Pregunté sin esperanzas si había una virgen de Guadalupe. “¿De Guadalupe?”
me dijo un paisano. “¡Pero claro! ¡Cómo no va a haber una virgen de Guadalupe! Hay
una por el litoral. Pregúntele al compadre Ezequiel que le fue en peregrinación el año
pasado”. “Sí señor, me dijo el compadre Ezequiel, hay una basílica en Santa FE que se
peregrina todos los años. Ahora no porque no estamos en temporada.” Me indicó el
camino y me vine para Santa Fe. ¡Imagínese la emoción cuando llegué a la basílica!. Un
día entero llorando ante el altar. Entre cuatro no me podían sacar de allí. Lloraba y
gritaba. De pura lástima el párroco cerró la iglesia y me dejó que llorara tranquilo.
Después me explicó que nunca en sus años había visto un peregrino tan devoto. ¡Había
cumplido mi promesa! Pero extraño a Nicanora. Extraño la carne. Junté espiritualidad
durante un año y pico. Empieza a llorar. ¡A las vírgenes no se las puede tocar, a
Nicanora sí! Quiero volver a Colombia. Quiero volver a Nicanora.

Méndez: Mejor coma Mendizábal. No es bueno llorar con el estómago vacío.

Ambos comen mientras se va haciendo de noche. Cada uno en su rincón, se van


quedando dormidos bajo la luz de la luna.
33

La Santa Leonora navega plácidamente. Los tripulantes duermen. Sobre las aguas
viene caminando Leonora, vestida con un miriñaque de la corte de Luis XIV. Bufando,
patea el agua como si apartara piedras del camino.

Leonora: Malditas olas...

Méndez se incorpora de golpe, sobresaltado. Al ver a Leonora se le ilumina el rostro.

Méndez: Viniste...

Leonora: Me podrías haber fantaseado de otra manera. Me siento ridícula con este
vestido.

Méndez: Pero bichito... Estás preciosa.

Leonora: ¡No me llamés así! ¡Sabés que no me gustan los diminutivos! ¡Claro! El
señor fantasea a su antojo, pero la que tiene que venir caminando es una, la pavota.
¿Tenés idea lo que es caminar cientos de millas marinas vestida así?

Méndez: No. Yo...

Leonora: ¡Pero qué vas a tener idea vos! Estoy de sal hasta las orejas.

Méndez: Pero bichi... Pero bicho... Hay que mirar el lado positivo a las cosas. Cuando
lleguemos a la corte de los Reyes Católicos ya estás lista para bailar el minué.

Leonora: En la corte de los Reyes Católicos no se bailaba el minué. Eso es en Francia.


Y un par de siglos más adelante. Siempre fuiste un negado para la historia.

Méndez: ¡La fantasía es mía y si se me ocurre bailar el minué en España lo voy a


bailar!

Leonora: Hacé lo que quieras pero no contés conmigo. Yo me saco esta porquería.
Amaga a quitarse el vestido.

Méndez: ¡Te dejás eso ahí! Leonora desiste. ¿Pero será posible que no pueda controlar
ni una puta fantasía?

Leonora: El que no controla su vida no controla sus sueños.

Méndez: Bicho... No peleemos bicho. Dame el gusto aunque sea por una vez.

Leonora: Bueno, dale. Pero no andés diciendo después que el mundo no es como lo
soñaste.

Méndez camina sobre las aguas hasta llegar a Leonora y la toma de la mano. Esta lo
deja hacer a regañadientes. Parecen una pareja de nobles.

Méndez: Palacio Real de Madrid...


34

Leonora: Todavía no estaba construido.

Méndez: ¡Pues lo acabo de inaugurar! Los reyes Católicos sentados en su trono,


sonrientes. Nosotros entrando y poniendo a sus pies las riquezas del nuevo continente.
Susurra. ¡Inclinate! Leonora obedece a desgano. Joyas, frutos exóticos, unos indios de
muestra...

Leonora: ¿Tenías que poner indios también?

Méndez: Isabel la Católica agarra un choclo y lo mira extrañada. Yo, sabedor, le explico
que eso es la famosa mazorca de maíz, que los aborígenes muelen para preparar polenta,
maicena, arepas y otras exquisiteces. Ella, mujer al fin, se ensalza conmigo en una
auténtica discusión de cocina, intuyendo las múltiples posibilidades culinarias que le
ofrece el nuevo producto. Que si hay que cocinarla en olla de cobre, que el chorro de
aceite para que no se pegue... Vos le aconsejás que pruebe la polenta con manteca y
queso parmesano.

Leonora: Sabés que nunca me gustó la cocina.

Méndez: Fernando, el Rey Católico, que se siente relegado, carraspea y pregunta por
unas extrañas hojas que traje de las Indias Occidentales. “Es tabaco”, le explico yo. Para
fumar. Eso despierta el interés del monarca. Así que ahí mismo nos ponemos a liar un
cigarrillo y fumamos, mientras vos le pasás a la reina la receta de las natillas,
inaugurando así el postre más tradicional de España. A nuestro alrededor corretea Juana
La Loca.

Leonora: Todavía no estaba loca.

Méndez: ¡De chiquita tuvo problemas mentales! “Mirá mamá, un tubérculo comestible”
dice Juana. “Es una papa” aclaro yo, “rica en almidón”. En un extremo del salón, Felipe
el Hermoso.

Leonora: Estás haciendo una mezcla bárbara! ¡Me niego a ser parte de una fantasía con
tantos anacronismos! ¡Me voy!

Méndez: ¡No te podés ir! ¿Cómo me voy a presentar a los Reyes sin esposa? El
protocolo tiene sus exigencias.

Leonora: ¡Me importa un pimiento los Reyes! ¡Soy antimonárquica!

Méndez: ¿Y cómo le explico yo a la Reina lo de la Santa Leonora? Ella quería que lo


bautizara Isabel de Castilla.

Leonora: ¿Qué Santa Leonora?

Méndez: El barco.

Leonora: ¿Le pusiste mi nombre?


35

Méndez: ¡Por supuesto! Y poniendo en riesgo la empresa. “Cristófolo”, me dijo la


reina, “el nombre de Isabel de Castilla tiene que sonar en otras tierras”. “Señora”, le
contesté altivo, “mi corazón y mi barco ya tienen nombre. Se llaman Leonora y con ella
y por ella emprenderé mi viaje”.

Leonora: Bicho...

Méndez: Vieras. Hasta me coqueteaba. “Pero qué le cuesta Cristobalín”, me decía la


turra. “Señora”, le decía yo, “guarde las formas. Fernando no nos saca los ojos de
encima”

Leonora: ¡Qué gesto bicho!

Méndez: No vayas a pensar que no me conmovía. Seré un descubridor pero ante todo
soy hombre. ¡A un paso estuve de convertirme en amante real! Pero allí estaba tu
imagen, una luz en las sombras, para apartarme del sueño.

Leonora: Carlos... Carlos Méndez Colono...

Méndez: ¡Sí! Pronuncia bien fuerte mi nombre. Libérame de los sueños.

Leonora: Los sueños son lo más hermoso que tienes. Ven. Déjame cobijarte. Duerme,
sigue soñando. Yo velaré para que no se vuelvan pesadillas.

Méndez: Bichito...

Leonora: Sí, mi bicho.

Méndez: Te amo bichito...

Leonora: Yo también. Duerme.

Méndez cierra los ojos cobijado por Leonora quien canturrea bajo. Mendizábal se
incorpora de golpe y los ve.

Mendizábal: Nicanora.

Leonora: Señala a Méndez. ¡Shh! Que se está durmiendo.

Mendizábal: Viniste Nicanora...

Leonora: Me llamo Leonora. Y le advierto joven que está interviniendo en sueños


ajenos.

Mendizábal: ¿Cómo? ¿Este sueño no es mío?

Leonora: No señor. Este sueño pertenece a Carlos Méndez Colono.

Mendizábal: Pero eres igual a Nicanora.


36

Leonora: Típica confusión de los sueños. Que la geografía, que las personas...

Mendizábal: Estás bromeando. La toma de los hombros. Nicanora... Hace noches que
te busco, Nicanora.

Leonora: ¡Guarde su lugar, joven! Ya le dije que este sueño no es suyo. Ahora... Si
Carlos le dio permiso...

Mendizábal: Como si fuera un juego. ¡Por supuesto! Somos como hermanos.

Leonora: Raro. Nunca me habló de Usted.

Mendizábal: ¿Nunca escuchó hablar de la famosa hermandad colombiano-argentina?


Somos hermanos. Compartimos todo.

Leonora: ¿También los sueños?

Mendizábal: Sobre todo los sueños. El sueño de un continente unido, de una lengua
común, de un mercado único...

Leonora: Sí, ya había escuchado hablar de esas cosas.

Mendizábal: ¿Vió? Así que quédese tranquila y levántese la falda.

Leonora: Obedece dudosa. ¿Le parece?

Mendizábal: Sí Nicanora.

Leonora: ¡Insiste con ese nombre!

Mendizábal se baja los pantalones y toma a Leonora de atrás.

Mendizábal: Nicanora... Nunca habíamos jugado a esto del cambio de personalidad.


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424242ú4242842424224242l42s... la unidad argentino-colombiana.

Méndez: ¡Qué unidad ni unidad! ¡En mi país tiene otro nombre!

Mendizábal: ¡Y qué se tiene que meter usted conmigo y con Nicanora!

Leonora: A Méndez. Me confunde.

Méndez: ¡Y vos le seguiste el juego! ¡Te traje para que veles mis sueños, no para que
despiertes mis pesadillas!

Mendizábal: Jugábamos a eso de ahora yo soy otro y te violo.

Leonora: Me daba no sé qué decepcionarlo.

Méndez: ¡Una puta! ¡Eso es lo que sos: una puta!

Mendizábal: ¡No le diga puta a Nicanora!

Méndez lo toma de la cabeza y lo pone frente a Leonora.

Méndez: Fíjese bien. ¿Le parece que es Nicanora?

Mendizábal: Es igualita.

Méndez: Le presento a Leonora, mi esposa.

Mendizábal: Mira bien. Traga saliva. Encantado señora.

Leonora: El gusto ha sido mío.

Méndez: ¡Ya decía yo que no se podía confiar de un colombiano!

Mendizábal: ¿Ah sí? ¿Y si hubiera sido al revés? ¿Y si un argentino se hubiera


aprovechado de mi novia? ¿Qué tenía que hacer yo? ¿Aplaudir?

Méndez: ¡Colombiano traidor! ¡Indio!

Mendizábal: ¡Argentino soberbio! ¡Europeizante!

Leonora: Golpea las manos. ¡Se acabó! ¡Se acabó el sueño! ¿No les dá vergüenza? ¡A
dormir los dos! ¿Se dan cuenta de lo que estaban haciendo? Casi destruyen la
hermandad argentino-colombiana por un sueño rasposo. ¡Vamos! ¡A dormir!
43

Ambos, avergonzados se tiran cada uno en su rincón. Leonor los observa con los brazos
cruzados.

Leonora: Ahora sí. Duerman tranquilos. Este sueño empezó por mí y yo lo termino.
¡Estos hombres! Que descanse señor Mendizábal. Lamento no haberlo conocido en
otras circunstancias. Adiós mi bicho. No te atormentes. Nadie es capaz de decir cuándo
un sueño, por bello que sea, se va a transformar en una pesadilla. Patea el suelo con
enojo. Malditas olas...

Cartagena de Indias. Sobre las murallas, Carlos Méndez mira el mar. A su lado, el
barco espera la última etapa del viaje. Mendizábal llega corriendo. Al ver a Méndez se
detiene y camina humildemente hacia él.

Mendizábal: Almirante...

Méndez: Señor de Triana...

Se sonríen tristes. Quedan mirando el mar.

Mendizábal: ¿Cree que puede lograrlo?

Méndez: ¿Por qué no? Usted ya lo logró. Ya está en Cartagena de Indias.

Se sonríen tristes. Quedan mirando el mar.

Mendizábal: No la encontré. Méndez lo mira interrogante. A Nicanora... no la


encontré. Méndez asiente con la cabeza. Encontré una mujer que se echó a mis brazos y
gritó: “¡volviste!”, pero no era la de mis sueños. Méndez lo mira interrogante. Se
parecía... Pero la que yo soñaba era... la que me empujaba a andar, no la del final de mi
viaje. Méndez asiente con la cabeza. A lo mejor es la misma y yo no la distinguí.
Méndez lo mira interrogante. Quiero decir... ¿uno sueña con lo que ha conocido o sueña
lo que nunca va a conocer?. Méndez asiente con la cabeza. Una mujer es el tiempo
mismo. Méndez lo mira interrogante. Digo... una mujer es el pasado, el presente y el
futuro. Si no abarca mi tiempo entonces no es mi mujer. Méndez asiente con la cabeza.
Pero existe. Nicanora existe. Méndez lo mira interrogante. Amo una mujer y se llama
Nicanora. Sólo que la que encontré no era ella. Pero en algún lado tiene que estar.
Méndez asiente con la cabeza.

Se sonríen tristes. Quedan mirando el mar.

Méndez: Miraba el mar y pensaba: ¿Leonora sabrá de mí? Mendizábal lo mira


interrogante. Partimos en silencio, sin que nadie supiera. ¿Sabrá lo que estoy haciendo
por ella? Mendizábal asiente con la cabeza. Al final no importa. Si lo sabe o no lo sabe,
no importa. Mendizábal lo mira interrogante. Importa que lo estoy haciendo. Importa
que me atreva a hacerlo. Importa que lo haga aunque no lo sepa. Mendizábal asiente
con la cabeza. Y si no lo sabe, mejor. Mendizábal lo mira interrogante. No lo hago por
ella. Lo hago por mí. Y no espero nada a cambio. Si encuentro a Leonora, mejor. Si no
la encuentro... seguiré buscando. Mendizábal asiente con la cabeza. ¡Y hasta conocí
Cartagena de Indias! Mendizábal lo mira interrogante. Quiero decir... si no fuera por
Leonora, no estaría aquí. Mendizábal asiente con la cabeza.
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Méndez sube al barco y se para digno. Mendizábal se desespera.

Méndez: Adiós Mendizábal. Tengo que irme hacia el futuro. Allí me espera Leonora.

Mendizábal: ¿Puedo ir con Ud.?

Méndez: Extrañado. ¿Por qué?

Mendizábal: Nicanora no estaba en el presente. Tengo que ir al futuro. Seguro que está
allí.

Méndez: Asiente con la cabeza. Suba.

Mendizábal sube al barco y entre los dos empiezan a desplegar las velas. La Santa
Leonora se pone en movimiento.
Aparece Leonora mirando alejarse el barco.

Leonora: ¿Alguien me creerá si digo que lo amaba? Después de todo, amar es un verbo
que nunca se pudo definir. Estuvo en boca de los poetas desde siempre, y todavía se
escriben poemas tratando de explicarlo. Lo amaba, sí. Y porque amaba lo quería en mi
mundo, aunque no le perteneciera. Él navegaba por aguas extrañas. Siempre estuvo
navegando. Era un marino aunque viviera en tierra. Su mente era la que navegaba.
Ahora sé que si hubiera dejado de hacerlo, ¡quién sabe si lo hubiera amado! Cuando
supe de su empresa empecé a esperarlo. ¡Deseaba tanto que triunfara! Pero no volvió.
Dicen que se perdió en el mar. Otros me dijeron que llegó a España y se asentó allí, a
recoger su gloria en el cuerpo de otra mujer. Hay quien cree que sigue navegando: “lo
de Colón me queda chico; ahora voy a intentar lo de Magallanes”, dicen que dijo. Da
igual. Yo, que me llené de orgullo por ser la causa de las cosas, ahora lloro por no ser el
fin de las mismas. Soy la musa que permitió el poema, pero el destino es el gran mundo.
¿Alguien me creerá si digo que lo amaba? Quizás sí, si les digo ahora que ojalá que siga
navegando, que su barco no se detenga nunca.

Leonora se quita la ropa y aparece vestida como Nicanora.

Nicanora: Ya empezaron las lluvias. ¡Si vieras los verdes que tiene la cordillera,
Leonardo! La vista tropieza a cada paso con las montañas y los árboles. Acostumbrado a
esto: ¿cómo verás el mar? ¿No te aburres con tanto de lo mismo? Hice tallar una virgen
de Guadalupe y la puse en mi casa, junto a mí. Ahora no tendrás que viajar tanto. Si
vuelves, podrás cumplir tu promesa. Yo le rezo todos los días. Mientras tanto, trato de
vivir, como me dijiste. A veces lo logro, a veces no. A veces mi memoria trata de
borrarte y sólo veo una mancha que cambia de formas. Otras veces te trae como una
fotografía que me mira sonriente. Te escucho, a veces. Como cuando volviste y me
dijiste: “No recordaba ese lunar. Y las cejas las recordaba más espesas. Y el lóbulo de la
oreja más chico. Y el cabello menos rizado. Y el color de los ojos, y el tamaño de las
manos” Al final, no era a mí a quien buscabas. Y saliste corriendo gritando mi nombre
hasta que te tragó la montaña. “No está en las montañas, quizás esté en el mar”, fue lo
último que alcancé a oír. No entiendo. ¿Quién está en el mar? Yo estoy aquí. ¿Qué está
en el mar? Estas montañas son lo más bonito de la tierra. En el mar no hay nada ni
nadie. Sólo mar. ¿O acaso en las profundidades haya algo que yo no vea? Quizás
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encuentre lo que busca. Porque lo que se busca existe, aunque esté más allá de la línea
del horizonte.

Nicanora se quita su ropa y aparece envuelta en velos, como un mascarón de proa.

Mendizábal: ¡Mire almirante! ¡Sobre las murallas! ¡Cartagena de Indias ha venido a


despedirnos!

Méndez corre junto a Mendizábal. Se escucha una salva de cañones.

Méndez: ¡Una salva de cañones! ¡Los viejos cañones del Reino de España nos dan la
despedida! ¡Gracias Cartagena de Indias!

Mendizábal: ¡Arrivedercci! ¡Arrivedercci!

Méndez: ¡Arrivedercci, signori! ¡Arrivedercci!

Mendizábal: ¡Voy a volver Nicanora! ¡Voy a volver! Me iré y volveré todas las veces
que sea necesario, hasta que te encuentre.

Méndez: ¡Voy a volver Leonora! ¡Voy a volver! Me iré y volveré para que vivamos en
un nuevo mundo, para siempre.

Las velas se inflan y llevan a los tripulantes hacia el mar abierto. Los sonidos de las
voces y los cañones quedan flotando en el aire. El mascarón de proa se incrusta en la
proa y sonríe. Detrás de él, los marinos buscan a lo lejos, la vista perdida en el
horizonte.

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