Dos Navegantes
Dos Navegantes
De Rafael Bruza
(3000) Santa Fe
Te/Fax: 0342-4520529
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PERSONAJES
Leonora, Nicanora y Mascarón de proa: deben ser interpretados por la misma actriz.
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Sueños de mar en el espejo. Perdido en ellos Carlos Méndez no alcanza a ver su propia
figura reflejada. Viste como Cristóbal Colón o como alguna imitación que nos regalo
la historia.
El esqueleto de un barco de tres metros promete mares. De vez en cuando, Méndez lo
mira y vuelve hacia al espejo. Unos golpes en la puerta, lo traen a la tierra. Méndez
mira la puerta sin moverse, tratando de descifrar el significado de esos golpes.
Pausa. Los golpes se repiten. Méndez toma aire y retoma la pose digna de Cristóbal
Colón.
Méndez: Avanti.
La puerta se abre y aparece el Colombiano, vestido como para soportar el mas extremo
frío. Apenas se ve el pequeño círculo de su cara y la punta de unos dedos que sostienen
un trozo de papel de diario. Leonardo Mendizabal tirita incontenible. Ante la vista de
Carlos Méndez abre grandes los ojos, olvidándose hasta de tiritar. Lo señala con un
dedo.
Mendizabal: Colón....
Silencio. Mendizabal espera una explicación que no llega. Sonríe tímido. La punta de
un dedo señala el recorte de diario.
Mendizabal: “¿Le gusta viajar? ¡No busque más!”.... Méndez lo mira serio. Vengo por
el aviso...
Méndez: Luego de estudiarlo se sienta en una silla. Golpea las manos. ¡A bordo!
Impulsado por la orden, Mendizabal se sube a la parte delantera del barco. Méndez se
levanta furioso. ¡Allí no! ¡Allí me paro yo para descubrir un nuevo mundo! ¡A popa!
¡ Al timón! Mendizabal corre y trastabilla. Se sujeta al timón para no caerse. Queda
allí inseguro de haber obedecido correctamente. Méndez se aproxima a él maravillado
¡Rodrigo de Triana! ¡Es la viva imagen! Se acerca hasta quedar cara a cara.
Mendizabal lo mira espantado. ¡A babor Rodrigo! Mendizabal retrocede un paso
siempre sujeto al timón. ¡Eso! ¡Así se hace! Corre a proa y se para heroico. ¡De
frente a la tormenta Rodrigo! ¡Que la naturaleza no doblegue el destino de un
descubridor! ¡No creáis en los mitos de una tierra plana ni en dragones furiosos
acechando barcos! ¡Es solo Dios que defiende su obra de la conquista de los hombres!
¡Pero un nuevo continente será descubierto Rodrigo! ¡Lo juro por mi nombre!
Reacciona. Tiende la mano a Mendizabal. Carlos Méndez Colono, encantado. ¿ Con
quién tengo el gusto?
Mendizabal: Mira el esqueleto sin saber que contestar. Bien... Está lindo.
Méndez: ¡Ya sabía yo que su presencia era de mal agüero! ¡ Usted es el diablo! ¡Peor
que el diablo! ¡Es la realidad! ¡ Derrumbaré la pared si es necesario! ¡Le hablo de cruzar
el Atlántico y usted me pregunta por el arroyo Leyes! ¡Destructor!
Méndez: Tiene razón. No lo había pensado. Empieza a sollozar Sabía que me estaba
olvidando de algo. Me enceguecí con la grandeza. Me estoy volviendo viejo. Tengo
baches de realidad. Leonora... Leonora me dejó porque nunca me acordaba dónde
había dejado la llave de la casa. Ella salía y yo quedaba encerrado adentro. Entonces
me sentaba y esperaba que ella volviera. Cuando entraba yo la miraba agradecido por
sacarme de esa prisión. “No encuentro la llave” le decía yo. “¡Imbécil!” Me decía ella
“¡Siempre el mismo imbécil!” Así fue que perdí el trabajo y a Leonora.
Mendizabal: Cómo?
Méndez: ¡Roncaba! ¡Yo roncaba! El ronquido es uno de los grandes azotes del
hombre. No tiene remedio. ¿Cómo refrenar ese aire en un estado de inconsciencia?
¿Cómo evitar las vibraciones de la vida mientras se duerme?. “Roncás demasiado”,
me decía Leonora. “No me dejás dormir. Y cuando no roncás yo espero que empieces
y me desvelo”. El ronquido es horrible, amigo Mendizabal.
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Méndez: ¿Y?
Méndez: Estamos aquí. Señala con la escoba. Partiremos del puerto de Santa Fe de la
Veracruz el 27 de Febrero.
Méndez: ¡Para llegar a Europa el 12 de Octubre! ¡Está todo calculado! ¡No pregunte
estupideces!
Mendizabal: Disculpe.
Méndez: Bajamos por el Paraná y arribaríamos al puerto de Santa María del Buen Aire
el 6 de Marzo.
Mendizabal: Dónde?
Mendizabal: ¡Ah!
Méndez: Allí tendría lugar lo que yo llamo la gran contrapartida, el gran paralelismo.
La esposa del presidente, la primera dama, vendería las joyas de la república que nos
permitiría financiar el resto del viaje. Ya le escribí una carta.
Méndez: Lo amenaza con la escoba ¡Porque me llamo Carlos Méndez Colono y soy
descendiente de Cristóbal Colón!¡ Quién se cree que es para criticar mis acciones! ¡Me
tiene harto con sus acotaciones estúpidas!
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Mendizabal: ¿Cómo?
Méndez: Perdí el trabajo y perdí a Leonora. “No podés vivir del aire”, me decía
Leonora. “Conseguite un trabajo. Sos un don nadie”. Tenía razón. ¿Pero cómo
explicarle mi alma? Yo estoy hecho para los grandes sueños, no para las pequeñas
realidades. Amo la aventura, no la rutina. El mundo me aplasta, le decía a Leonora.
Tengo que descubrir otro. Ella suspiraba y me decía “¿Qué vamos a comer hoy?”. ¡Yo,
que la llenaba de ilusiones, me abandonó porque el plato estaba vacío! ¡Cambió la
filosofía por el pollo al horno! Caí en la desesperación , adelgacé 20 kilos, parte por la
angustia, parte por el hambre. Entonces me dije: ¿Acaso mi fuerte no son la ideas?
Tengo que pensar algo que certifique que mi vida no es vana, que sea capaz de darle a
Leonora su pan diario. ¡Y hasta una cazuela de mariscos si es necesario! Así fue que
comencé a construir el barco. Cruzo el Atlántico y me hago famoso. Escribo un libro
con la hazaña, me lleno de plata. Y Leonora retorna junto a mí.
Méndez: ¡Colombiano!
Mendizabal: ¿Cómo?
Méndez: ¡Lo lleva en la sangre! ¡Colombia! ¡La gran Colombia según el sueño de
Bolívar! ¡Colombia! ¡La tierra de Colón! ¡El único país que hizo suyo el nombre de
mi antepasado! ¡No se dejó seducir por unas temerarias exploraciones hechas por ese
arribista de Vespuccio. Se mantuvo firme rindiendo honores a su descubridor! ¡Yo te
maldigo Américo por haberte robado la gloria! ¡Yo te maldigo América por haberte
olvidado de tu verdadero padre! ¡Volveré con el nombre de Colón a España y el mundo
tomará conciencia de su error histórico! ¡Será justicia!
Cantando una saloma, empiezan a armar el casco del barco. Mendizábal, por primera
vez se muestra entusiasmado. Al retirar una de las planchas del casco queda al
descubierto Nicanora. Con el cabello suelto y semidesnuda, aparece en una actitud
provocativa, mirando fieramente a Mendizábal. Este queda unos segundos congelado,
con la madera en la mano. Méndez continúa cantando y trabajando como si nada
ocurriera. Vuelve la madera a su lugar, cubriendo a Nicanora. Con los ojos
desorbitados se sienta pálido. Saca un pañuelo y se lo pasa por el rostro. Méndez deja
de cantar y lo observa.
Mendizabal: Salta como un resorte. Nada, nada... Traga saliva. En un segundo... Está
todo bien. Sí. Está todo bien.
Mendizábal: ¡No! Yo puedo. Siga Ud. con lo suyo nomás que ya...
Ambos levantan la madera y dejan al descubierto el lugar donde estaba Nicanora. Esta
ha desaparecido. Mendizábal mira alrededor, extrañado. Colocan la madera contra la
quilla del barco. De espaldas a Méndez, Nicanora vuelve a aparecer, esta vez con un
corpiño en la mano.
Nicanora: Leonardo...
Mendizábal vuelve a abrir grandes los ojos. Deja de trabajar y queda mirando a
Nicanora. Comienza a hacerle señas para que se cubra, indicándole el corpiño.
Méndez observa el movimiento extrañado.
Méndez: No lo parece.
Méndez: Sin dejar de trabajar. Todos estamos solos, amigo Mendizábal. Eso es el
hombre: una soledad que a veces habla con otra soledad.
Nicanora: Sólo el deseo hace ver las cosas que uno imagina.
Nicanora: Te fuiste a buscar una virgen y abandonaste a una mujer. No. No soy tu
imaginación. Soy tu conciencia. La conciencia de la carne.
Mendizábal: A Nicanora...
Mendizábal gira con el corpiño alrededor del cuello. Sonríe estúpido. Nicanora se
aleja hasta apoyarse en el barco.
Mendizábal: ¿Yo?
Mendizábal: ¿Dónde?
Méndez: En el cuello.
Méndez: Toma el corpiño. Raro. Normalmente se estila llevar una foto o algo así. Pero
un corpiño...
Empiezan a cargar los objetos en el barco. Poco a poco, todo lo que está en la
habitación se instala sobre el barco. Mendizábal toma una jaula y la observa
extrañado.
Méndez: ¡Fundamental, Mendizábal! Esa paloma tiene un gran destino por delante.
Méndez: Esto no es para comer. Son los productos del nuevo mundo para entregarlos
de obsequio a los reyes de España, como Colón. Nosotros viviremos de la pesca.
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Méndez acusa el golpe y se paraliza. Empieza a bufar. Al ver esta reacción, Mendizábal
intenta huir tratando de esconderse.
Méndez: ¡No huya! Esta vez tiene razón. Saca la espada de madera. ¡Se llamará Santa
Leonora, en honor a mi esposa! Guarda la espada. ¡A bordo!
Mendizábal: En voz baja. Esto de salir clandestinamente del país no me gusta nada. No
tiene dignidad.
Mendizábal: ¿Quién?
Méndez: ¡Qué vivo! Usted porque viene de Colombia. Allí: puros partidarios de Colón.
Pero por estos lados, los vespucianos son una plaga. Sobre todo a nivel oficial.
Mendizábal: ¿Cómo?
Méndez: ¡Sí señor! Están los colonófilos, que son los buenos por un lado, y los
americanófilos, que son los malos por el otro. Es una lucha sin cuartel.
Méndez: ¿Se imagina los millones de mapas que habría que imprimir de nuevo? ¿Y las
enciclopedias? Usted me va a decir: con una fe de errata se soluciona. ¡Claro! ¡Como si
una fe de errata repara cinco siglos de historia! Acuérdese de lo que le digo: quiebra la
bolsa de New York.
Mendizábal: Estalla. Se incorpora. ¡Termínela! ¡Me tiene harto con sus fabulaciones
ridículas! Salimos clandestinamente del país. Huimos de la guardia costera. ¡Náufragos
en la niebla sin más esperanzas que la cárcel! ¿Ésta es la famosa salida del puerto de
Buenos Aires que me prometió? ¡Usted es un fracasado! ¡Un fracasado con disfraz de
soñador!
Méndez: ¡Cállese la boca y échese al piso, que si nos agarra la guardia costera nos hace
fracasar la empresa!
Méndez: Un soñador y un fracasado son la misma cosa. ¿Acaso el que sueña otra
realidad no es porque fracasó en ésta? ¿Acaso el fracasado no sueña con cambiar su
suerte? El fracaso de un individuo es el éxito de una sociedad. Sí, soy un fracasado. Y
Ud. también. Si no fuéramos dos fracasados no estaríamos aquí.
Mendizábal: ¡No puedo! ¡Soy llorón! ¡No resisto el fracaso! Cuando algo me sale mal
me dá por llorar. De chiquito fui llorón. Lloraba cuando me retaba la maestra. Lloraba
cuando me pegaban los compañeritos de grado. Un día, en la clase de historia, la
maestra explicó que Bolívar había sido derrotado en la batalla de La puerta, en junio de
1814. ¡Qué manera de llorar! “No te pongás así Leonardito, que después triunfa”.
Incontenible. Me tuvieron que mandar a casa.
Mendizábal: En voz baja. No puedo evitarlo. Los Mendizábal somos todos llorones.
Mire. Saca una foto del bolsillo. Ésta que llora acá es mi mamá. La que llora al lado es
mi tía. El bebé que está en brazos soy yo. ¿Ve? Fíjese qué lindo lloraba.
Méndez: ¿Pero cómo? ¿Usted no es Mendizábal por parte de padre y Mendizábal por
parte de madre?
Mendizábal: No. Soy Mendizábal por parte de madre y Mendizábal por parte de tía.
Mendizábal: En Colombia los que usan un solo apellido es porque son hijos naturales.
Mi tía me prestó el suyo para que la gente no se diera cuenta que era ilegítimo. De ahí lo
de Mendizábal Mendizábal.
Méndez: Señala hacia la proa. ¿Ve esa línea entre los azules? Es el horizonte. Detrás
está el nuevo mundo.
Méndez: El nuevo mundo para nosotros, Rodrigo. ¡A cambiarse que el largo viaje ha
comenzado!
Méndez se viste como Cristóbal Colón. Mendizábal hace lo propio con un traje de
marinero de época. Méndez lo observa maravillado. Mendizábal sonríe.
Méndez: Pues deje la emoción para más tarde ¡A toda vela Leonardo! Que de seguro,
este buen viento de dios nos llevará a destino.
Leonardo trepa al mástil y queda allí como vigía. Méndez, digno, parece una estatua en
la proa del barco. Permanecen allí ocupados en sus oficios.
Méndez: No.
Méndez: Sí.
Méndez saca una brújula de plástico del bolsillo. Los dos la observan como quien ve
por primera vez algo. Al unísono, se van moviendo hacia los cuatro puntos cardinales.
A cada punto, Méndez niega con la cabeza.
Mendizábal: ¿Y?
Méndez: ¿Y qué?
Méndez: No sé.
Méndez: No. Vino de regalo con la revista “Yachting”. Las instrucciones para usarla
salían en el próximo número. Yo no lo compré.
Mendizábal: ¡Los alisios soplan de allá para acá! ¿O se pensó que después se
arrepentían y pegaban la vuelta?
Méndez: Si es por eso no se haga problema. A algún lado vamos a llegar. Si aparece
tierra a la izquierda son las Indias Occidentales. Si aparece a la derecha, es África.
Méndez: Un marino tiene que tener más espíritu de aventura, Mendizábal. Debe saber
enfrentar lo inesperado.
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Mendizábal corre por el barco protegiéndose con el palo mayor. Méndez lo persigue
tirándole sablazos con todas sus fuerzas hasta que un golpe da contra el mástil y rompe
la espada. Se queda mirando la empuñadura extrañado. Mendizábal se acerca
confiado.
Mendizábal: Hace un año que salí de Colombia. No tenía forma de volver. Cuando vi
su aviso en el diario...
Méndez: ¡Lo voy a matar! ¡Lo voy a matar con mis propias manos y lo tiraré por la
borda, a que se lo coman los tiburones! ¡No va a quedar nada de Ud.! ¡Como si nunca
hubiera existido!
Méndez: Solamente derrotarla... Tiene razón. Es que he sido derrotado tantas veces que
ya no recuerdo lo que es una victoria. Sólo Colón descubre un nuevo mundo y triunfa.
Méndez: No lo soy.
Mendizábal: ¿No?
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Méndez: ¡No me llame almirante! Puse un aviso en el diario para ver si aparecía algún
marino. ¡Usted fue el único! ¡Un inútil igual que yo! Busca la brújula en el bolsillo y la
arroja con violencia sobre la borda. ¡Al diablo con esto! ¡Ni siquiera sé usar una
brújula! ¡No soy almirante! ¡No soy Colón! ¡No soy nada!
Mendizábal: Una vez leí sobre los viajes de Colón. ¡Meses de navegación! ¿Sabe los
bríos que tenía esa gente cuando llegaban? ¡No se salvaba nadie! Méndez sonríe triste.
Así que el tema de los amores de Colón no debía ser ninguna metáfora. ¡Seguro que
cristianizó a más de una india!
Méndez: Pensativo. A lo mejor mamá me trataba de ocultar que su familia era ilegítima.
Méndez: Impactado. Sí. Suena bien. Carlos Méndez Colono. ¡Sí señor! ¡Soy Carlos
Méndez Colono, descendiente de Colón por parte de madre y en consecuencia marino,
como el gran descubridor! ¡Gracias Mendizábal por hacerme recuperar mi apellido!
Méndez: ¡A toda vela Leonardo! ¡Lo llevaré a Colombia y proseguiré mi viaje! ¡A toda
vela!
Méndez se para altivo en la proa del barco. Mendizábal se pone en acción y despliega
las velas, trepándose al mástil. Mira al mar y su sonrisa desaparece.
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Mendizábal: Se baja del mástil. ¡Celebro que esté de acuerdo! Pero... ¿cómo pedimos
auxilio?
Méndez: No sea animal. No es para comer. Es una paloma mensajera. Tiene un mensaje
en la pata. La traje para una emergencia como ésta.
Mendizábal: Sí.
Mendizábal: No.
Mendizábal: Tampoco.
Méndez: Voy a estrenar la bitácora con la muerte de la palomita. ¿Qué hora es?
Mendizábal: Yo también.
Mendizábal: Ni un bocado.
“Dígame padre: ¿qué pasa si cambio de virgen?”. “¿Cómo, cómo?” me dice el cura.
“Claro, le digo yo, que pasa si en vez de cumplirle a la de Guadalupe le paso la
promesa a la del Carmen”. Imagínese que yo estaba desesperado, caso contrario nunca
se me hubiera ocurrido una cosa así. “¡No!” me dice el cura. “¡Con lo celosa que es la
del Carmen! Usted vio como es caprichosa esta virgen: que si los claveles no son
blancos, que si no le entrás de rodillas...” Conclusión: no me lo aconsejó. Empecé a
renegar de mi patria. “Este país de mierda, pensé, ni virgen de Guadalupe tiene. A lo
mejor en Ecuador tengo más suerte”. Y crucé la frontera. Iglesias, capillas, oratorios,
catedrales, basílicas, ermitas, grutas, nada se salvaba de mi visita. Vírgenes del agua, de
la Concepción, de las rocas, de los pescadores, de los campesinos, vírgenes para todo el
mundo menos para mí. Comida no me faltó. Me ponía ante cualquier virgen y empezaba
a llorar. Lloraba en serio. Por lo que me pasaba, lloraba. A los gritos, lloraba. Al que me
intentaba consolar le pedía comida. Eso sí: no lloraba más de lo necesario. Jamás se me
ocurrió aprovecharme. ¡Si le habré llorado a vírgenes! Bajé llorando por Perú y Bolivia.
¡Miles de vírgenes! Hasta se me aparecían en sueños. Me despertaba gritando:
¡Milagro! ¡Milagro! Pero yo sabía que era sólo el hambre o la desesperación. Países
extraños, vírgenes extrañas. La más rara de todas fue Nuestra Señora del Columpio.
Resulta que un chico que estaba en un parque hamacándose se cae del columpio y se da
un golpe en la cabeza. Cuando se da vuelta ve que la hamaca sigue en movimiento y
sentada en ella: la virgen. “Mamá, mamá, la virgen”. “¿Dónde?” preguntó la madre.
“Allá, en el columpio”. La madre le da un tremendo coscorrón en la cabeza justo donde
el chico se había golpeado. “Vos viste a la Josefa, que anda siempre de vestido celeste”
El chico se pone a llorar. “No mamá, yo estaba en el suelo y la miré de abajo pero era la
virgen”. Nuevo coscorrón en la cabeza. “¡Degenerado! Le estabas mirando las piernas”
El chico se desmaya y a la semana muere de un derrame cerebral. Mientras agonizaba
repetía: “Era la virgen, era la virgen”. La madre se vuelve loca y empieza a vagar por las
calles. “Vio a la virgen y no le creí”. La gente quedó tan conmovida que empezó a ir a
rezar a la plaza, delante del columpio. Se tomó la costumbre de empujar el columpio
pensando que así la virgen iba a volver a aparecer. Al año le empezaron a construir la
iglesia alrededor. ¡Linda la iglesia! Se arma una fila de gente que hace cola para mover
el columpio. Cri cri, cri cri, se escucha todo el día dentro de la iglesia. Todo en silencio
y cri cri, cri cri. ¡Te emociona!. Al año de haber salido de Bogotá llegué a la Argentina.
A Jujuy. Pregunté sin esperanzas si había una virgen de Guadalupe. “¿De Guadalupe?”
me dijo un paisano. “¡Pero claro! ¡Cómo no va a haber una virgen de Guadalupe! Hay
una por el litoral. Pregúntele al compadre Ezequiel que le fue en peregrinación el año
pasado”. “Sí señor, me dijo el compadre Ezequiel, hay una basílica en Santa FE que se
peregrina todos los años. Ahora no porque no estamos en temporada.” Me indicó el
camino y me vine para Santa Fe. ¡Imagínese la emoción cuando llegué a la basílica!. Un
día entero llorando ante el altar. Entre cuatro no me podían sacar de allí. Lloraba y
gritaba. De pura lástima el párroco cerró la iglesia y me dejó que llorara tranquilo.
Después me explicó que nunca en sus años había visto un peregrino tan devoto. ¡Había
cumplido mi promesa! Pero extraño a Nicanora. Extraño la carne. Junté espiritualidad
durante un año y pico. Empieza a llorar. ¡A las vírgenes no se las puede tocar, a
Nicanora sí! Quiero volver a Colombia. Quiero volver a Nicanora.
La Santa Leonora navega plácidamente. Los tripulantes duermen. Sobre las aguas
viene caminando Leonora, vestida con un miriñaque de la corte de Luis XIV. Bufando,
patea el agua como si apartara piedras del camino.
Méndez: Viniste...
Leonora: Me podrías haber fantaseado de otra manera. Me siento ridícula con este
vestido.
Leonora: ¡No me llamés así! ¡Sabés que no me gustan los diminutivos! ¡Claro! El
señor fantasea a su antojo, pero la que tiene que venir caminando es una, la pavota.
¿Tenés idea lo que es caminar cientos de millas marinas vestida así?
Leonora: ¡Pero qué vas a tener idea vos! Estoy de sal hasta las orejas.
Méndez: Pero bichi... Pero bicho... Hay que mirar el lado positivo a las cosas. Cuando
lleguemos a la corte de los Reyes Católicos ya estás lista para bailar el minué.
Leonora: Hacé lo que quieras pero no contés conmigo. Yo me saco esta porquería.
Amaga a quitarse el vestido.
Méndez: ¡Te dejás eso ahí! Leonora desiste. ¿Pero será posible que no pueda controlar
ni una puta fantasía?
Méndez: Bicho... No peleemos bicho. Dame el gusto aunque sea por una vez.
Leonora: Bueno, dale. Pero no andés diciendo después que el mundo no es como lo
soñaste.
Méndez camina sobre las aguas hasta llegar a Leonora y la toma de la mano. Esta lo
deja hacer a regañadientes. Parecen una pareja de nobles.
Méndez: Isabel la Católica agarra un choclo y lo mira extrañada. Yo, sabedor, le explico
que eso es la famosa mazorca de maíz, que los aborígenes muelen para preparar polenta,
maicena, arepas y otras exquisiteces. Ella, mujer al fin, se ensalza conmigo en una
auténtica discusión de cocina, intuyendo las múltiples posibilidades culinarias que le
ofrece el nuevo producto. Que si hay que cocinarla en olla de cobre, que el chorro de
aceite para que no se pegue... Vos le aconsejás que pruebe la polenta con manteca y
queso parmesano.
Méndez: Fernando, el Rey Católico, que se siente relegado, carraspea y pregunta por
unas extrañas hojas que traje de las Indias Occidentales. “Es tabaco”, le explico yo. Para
fumar. Eso despierta el interés del monarca. Así que ahí mismo nos ponemos a liar un
cigarrillo y fumamos, mientras vos le pasás a la reina la receta de las natillas,
inaugurando así el postre más tradicional de España. A nuestro alrededor corretea Juana
La Loca.
Méndez: ¡De chiquita tuvo problemas mentales! “Mirá mamá, un tubérculo comestible”
dice Juana. “Es una papa” aclaro yo, “rica en almidón”. En un extremo del salón, Felipe
el Hermoso.
Leonora: Estás haciendo una mezcla bárbara! ¡Me niego a ser parte de una fantasía con
tantos anacronismos! ¡Me voy!
Méndez: ¡No te podés ir! ¿Cómo me voy a presentar a los Reyes sin esposa? El
protocolo tiene sus exigencias.
Méndez: El barco.
Leonora: Bicho...
Méndez: No vayas a pensar que no me conmovía. Seré un descubridor pero ante todo
soy hombre. ¡A un paso estuve de convertirme en amante real! Pero allí estaba tu
imagen, una luz en las sombras, para apartarme del sueño.
Leonora: Los sueños son lo más hermoso que tienes. Ven. Déjame cobijarte. Duerme,
sigue soñando. Yo velaré para que no se vuelvan pesadillas.
Méndez: Bichito...
Méndez cierra los ojos cobijado por Leonora quien canturrea bajo. Mendizábal se
incorpora de golpe y los ve.
Mendizábal: Nicanora.
Leonora: Típica confusión de los sueños. Que la geografía, que las personas...
Mendizábal: Estás bromeando. La toma de los hombros. Nicanora... Hace noches que
te busco, Nicanora.
Leonora: ¡Guarde su lugar, joven! Ya le dije que este sueño no es suyo. Ahora... Si
Carlos le dio permiso...
Mendizábal: Sobre todo los sueños. El sueño de un continente unido, de una lengua
común, de un mercado único...
Mendizábal: Sí Nicanora.
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Méndez: ¡Y vos le seguiste el juego! ¡Te traje para que veles mis sueños, no para que
despiertes mis pesadillas!
Mendizábal: Es igualita.
Leonora: Golpea las manos. ¡Se acabó! ¡Se acabó el sueño! ¿No les dá vergüenza? ¡A
dormir los dos! ¿Se dan cuenta de lo que estaban haciendo? Casi destruyen la
hermandad argentino-colombiana por un sueño rasposo. ¡Vamos! ¡A dormir!
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Ambos, avergonzados se tiran cada uno en su rincón. Leonor los observa con los brazos
cruzados.
Leonora: Ahora sí. Duerman tranquilos. Este sueño empezó por mí y yo lo termino.
¡Estos hombres! Que descanse señor Mendizábal. Lamento no haberlo conocido en
otras circunstancias. Adiós mi bicho. No te atormentes. Nadie es capaz de decir cuándo
un sueño, por bello que sea, se va a transformar en una pesadilla. Patea el suelo con
enojo. Malditas olas...
Cartagena de Indias. Sobre las murallas, Carlos Méndez mira el mar. A su lado, el
barco espera la última etapa del viaje. Mendizábal llega corriendo. Al ver a Méndez se
detiene y camina humildemente hacia él.
Mendizábal: Almirante...
Méndez: Adiós Mendizábal. Tengo que irme hacia el futuro. Allí me espera Leonora.
Mendizábal: Nicanora no estaba en el presente. Tengo que ir al futuro. Seguro que está
allí.
Mendizábal sube al barco y entre los dos empiezan a desplegar las velas. La Santa
Leonora se pone en movimiento.
Aparece Leonora mirando alejarse el barco.
Leonora: ¿Alguien me creerá si digo que lo amaba? Después de todo, amar es un verbo
que nunca se pudo definir. Estuvo en boca de los poetas desde siempre, y todavía se
escriben poemas tratando de explicarlo. Lo amaba, sí. Y porque amaba lo quería en mi
mundo, aunque no le perteneciera. Él navegaba por aguas extrañas. Siempre estuvo
navegando. Era un marino aunque viviera en tierra. Su mente era la que navegaba.
Ahora sé que si hubiera dejado de hacerlo, ¡quién sabe si lo hubiera amado! Cuando
supe de su empresa empecé a esperarlo. ¡Deseaba tanto que triunfara! Pero no volvió.
Dicen que se perdió en el mar. Otros me dijeron que llegó a España y se asentó allí, a
recoger su gloria en el cuerpo de otra mujer. Hay quien cree que sigue navegando: “lo
de Colón me queda chico; ahora voy a intentar lo de Magallanes”, dicen que dijo. Da
igual. Yo, que me llené de orgullo por ser la causa de las cosas, ahora lloro por no ser el
fin de las mismas. Soy la musa que permitió el poema, pero el destino es el gran mundo.
¿Alguien me creerá si digo que lo amaba? Quizás sí, si les digo ahora que ojalá que siga
navegando, que su barco no se detenga nunca.
Nicanora: Ya empezaron las lluvias. ¡Si vieras los verdes que tiene la cordillera,
Leonardo! La vista tropieza a cada paso con las montañas y los árboles. Acostumbrado a
esto: ¿cómo verás el mar? ¿No te aburres con tanto de lo mismo? Hice tallar una virgen
de Guadalupe y la puse en mi casa, junto a mí. Ahora no tendrás que viajar tanto. Si
vuelves, podrás cumplir tu promesa. Yo le rezo todos los días. Mientras tanto, trato de
vivir, como me dijiste. A veces lo logro, a veces no. A veces mi memoria trata de
borrarte y sólo veo una mancha que cambia de formas. Otras veces te trae como una
fotografía que me mira sonriente. Te escucho, a veces. Como cuando volviste y me
dijiste: “No recordaba ese lunar. Y las cejas las recordaba más espesas. Y el lóbulo de la
oreja más chico. Y el cabello menos rizado. Y el color de los ojos, y el tamaño de las
manos” Al final, no era a mí a quien buscabas. Y saliste corriendo gritando mi nombre
hasta que te tragó la montaña. “No está en las montañas, quizás esté en el mar”, fue lo
último que alcancé a oír. No entiendo. ¿Quién está en el mar? Yo estoy aquí. ¿Qué está
en el mar? Estas montañas son lo más bonito de la tierra. En el mar no hay nada ni
nadie. Sólo mar. ¿O acaso en las profundidades haya algo que yo no vea? Quizás
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encuentre lo que busca. Porque lo que se busca existe, aunque esté más allá de la línea
del horizonte.
Méndez: ¡Una salva de cañones! ¡Los viejos cañones del Reino de España nos dan la
despedida! ¡Gracias Cartagena de Indias!
Mendizábal: ¡Voy a volver Nicanora! ¡Voy a volver! Me iré y volveré todas las veces
que sea necesario, hasta que te encuentre.
Méndez: ¡Voy a volver Leonora! ¡Voy a volver! Me iré y volveré para que vivamos en
un nuevo mundo, para siempre.
Las velas se inflan y llevan a los tripulantes hacia el mar abierto. Los sonidos de las
voces y los cañones quedan flotando en el aire. El mascarón de proa se incrusta en la
proa y sonríe. Detrás de él, los marinos buscan a lo lejos, la vista perdida en el
horizonte.