Suelto
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EXTRANJERO
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María Moliner, Diccionario de uso del español, 2 vols., Madrid, Gredos, 1966-1967 (19a reimp., 1994).
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H. Hernández da la siguiente interpretación a las palabras de María Moliner: "En este sentido el uso
(norma) es la realización concreta de un significado (sistema), y se aproxima más al mismo concepto de acepción
que al que tiene cuando se habla de un determinado tipo de diccionarios" ("Los diccionarios de uso del último dece-
nio [1980-1990]: estudio crítico", EURALEX '90. Actas del IV Congreso Internacional, Barcelona, Bibliograf,
1992, p. 475). Según J. Dubois, el diccionario de uso, en general, "es un diccionario unilingüe cuya nomenclatura
corresponde al léxico común del conjunto de los grupos sociales que constituyen la comunidad lingüística" (Dic-
cionario de lingüística, Madrid, Alianza, 1992, s. v. uso); G. Haensch, con mayor detalle, lo considera como un
diccionario "que selecciona las palabras más corrientes, prescindiendo de los términos técnicos y regionalismos,
para así poder ampliar el desarrollo del vocabulario más corriente en cuanto a su uso en un contexto (ejemplos,
construcción y régimen, fraseología, modismos, etc.); o sea, que amplía la parte sintagmática de las entradas y ofre-
ce, también, una parte paradigmática" (La lexicografía, Madrid, Gredos, 1982, p. 156).
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ASELE. Actas VI (1995). LUIS ALBERTO HERNANDO CUADRADO. El «Diccionario» de María
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pero con gran profusión de salvedades de motivación práctica que hacen que hombre y
homicidio queden separados y que bajo hijo se incluya hijodalgo pero no hidalgo, lo cual
constituye, en cierto modo, un factor de confusión y un escollo importante en la consulta del
diccionario.
Si bien es cierto que se hacen múltiples referencias a las peculiaridades de uso de las
palabras {científico, coloquial, solemne...), también lo es que con frecuencia se omiten algu-
nas indicaciones gramaticales (como la relativa a si un nombre es masculino o femenino, por
ejemplo), por considerarlas inconexas o carentes de interés, lo cual choca con la enorme
atención prestada en otros lugares a este tipo de cuestiones.
Por otro lado, se proporcionan abundantes informaciones gramaticales, sin duda de
gran utilidad, por ejemplo, sobre las preposiciones con que se construyen muchos verbos
(jugar a) o adjetivos (apto para), o sobre los verbos que se combinan con determinados
nombres para formar con ellos las frases: conciliar el sueño.
También se incluyen, en los lugares alfabéticos correspondientes, desarrollos didácti-
cos muy extensos de cuestiones gramaticales (artículo, oración, verbo...) que hubiera sido
preferible que se hubieran expuesto como apéndice de la obra, en forma orgánica, como se
suele hacer en los diccionarios bilingües.
No siendo el Diccionario de uso del español un diccionario etimológico, no figura
entre sus objetivos el de rastrear el origen de todas las palabras, sino sólo el de aquellas que
sirven para agrupar las familias de la misma raíz, como en el caso de "CONSAGRAR. (Del latín
consacrare, alteración de consecrare, derivado del adjetivo sacer, -era, -crum; véase
SACRO)".
Cuando el español ha heredado la palabra que en la lengua madre constituye la cabe-
za de la familia, en su etimología se incluyen las referencias a los miembros distantes: así
matriz y metrópoli, por ejemplo, se asocian con madre.
Cuando no ocurre esto, se incluye en el diccionario la raíz y en ella se agrupan todas
las voces que la contienen: en auc-, por ejemplo, raíz derivada de augere, se encuentran reu-
nidas aumentar, autor, autoridad, autorizar, auxilio, auxología y otorgar.
Además de indicar la pronunciación de algunas palabras extranjeras que pudieran ofre-
cer duda al usuario español ("BREAK [pronunc. bree]", "MAÍTRE D'HÓTEL [pronunc. metr
dotel]", "TROUSSEAU [pronunc. trusó]"), se señala la de algunas españolas pensando espe-
cialmente en el usuario extranjero: "ARRUINAR (pronunc. arr(ui)nar; a veces, en poesía, se
mide como de 4 sílabas: a-rru-i-nar)"; "ESTRIADO, -a (pronunc. estri-ado)"; "GUIAR (pro-
nunc. gui-ar, guí-o, etc.)".
Los términos griegos (áristos, thaumaturgós, tragoidíd) y latinos (exágium, fíltrum,
torméntum) reciben el acento ortográfico de acuerdo con las normas que se siguen para las
restantes voces de nuestro idioma (los verbos griegos se citan por el presente de indicativo
[deiknyo, gígnomai, phileo] y los latinos por el infinitivo [ascenderé, dedúcere, stríngere],
como se suele hacer en los diccionarios de estas lenguas).
Con las características señaladas, el Diccionario de uso del español de María Moliner,
redactado en un lenguaje claro y actual, se presenta como el intento renovador más ambi-
cioso del siglo XX entre los denominados diccionarios de lengua, en el que el estudiante del
español como segunda lengua que, habiendo superado el nivel umbral de expresión-com-
prensión, ha alcanzado un nivel medio o superior encuentra un eficaz instrumento con el que
perfeccionar su conocimiento del idioma, ya que en esas etapas el diccionario bilingüe, dado
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el anisomorfismo de los diferentes sistemas lingüísticos, con frecuencia, más que ofrecerle
soluciones, le acarrea serios problemas, de donde se deriva la necesidad de consultar un
buen diccionario monolingüe que contribuya a su mejor conocimiento de los recursos del
idioma para poder transmitir sus ideas con precisión y solucionar sus dudas sobre la legiti-
midad de las expresiones o la corrección de las construcciones, objetivos que consigue fácil-
mente con la ayuda del diccionario de María Moliner.
Muchos de los profesores que estamos dedicados a la enseñanza de una segunda len-
gua tenemos la impresión de que los problemas teóricos que estudia la Lingüística resultan
demasiado intrincados, demasiado abstractos para aplicarlos a nuestro trabajo diario con los
alumnos. Sin embargo, no podemos sentirnos ajenos a los avances de las investigaciones
que se llevan a cabo en Psicolinguística sobre los modelos que es posible adoptar en la ense-
ñanza de una L2. No obstante, elegir una base teórica para que nuestro método pedagógico
facilite un aprendizaje eficaz no es tarea sencilla, porque aunque el lenguaje es uno de los
fenómenos conductuales que más interés ha despertado desde siempre, ofrece una tenaz
resistencia a su total penetración científica.
En el II Congreso Internacional de Expolingua, celebrado en abril de 1989 en Madrid,
Francisco Matte Bon, al hablar de una gramática de los porqués y de los cornos, nos decía
que comunicar es construir un mundo con otra persona. Y, en efecto, así es. Ello implica
considerar el lenguaje como una capacidad que el indiviuo desarrolla inserto en un contexto
social y cultural. Por tanto, la capacidad lingüística que deben alcanzar nuestros alumnos no
ha de limitarse a aprehender un determinado sistema de unidades fonológicas, unas reglas
sintácticas básicas o un vocabulario más o menos amplio. El lenguaje, como sistema social-
mente compartido, posee normas para una correcta utilización en situaciones determinadas.
Así pues, teniendo en cuenta su auténtica naturaleza, no podemos olvidarnos de las tres
dimensiones que, tan estrechamente vinculadas, lo integran: forma, contenido y uso. El len-
guaje conlleva un significado codificado mediante una serie de reglas, está representado por
una forma lingüística y es usado con finalidades determinadas en contextos determinados.
Así, describir y comprender las características de una lengua exige tener presentes las con-
diciones reales en las que se desarrollan los actos de habla con locutores concretos y en situa-
ciones precisas. Y éste es el objeto de investigación que reclama para sí la pragmática. Como
disciplina lingüística estudiará, por tanto, los principios que guían la interpretación de las
enunciaciones, cómo los seres hablantes interpretamos enunciados en contexto, cómo pro-
ducimos "significados intencionales", pues a nadie se le escapa que muchas veces el signi-
ficado de lo que decimos va más allá del contenido literal de las proposiciones enunciadas.1
Si realmente hablar es hacer como sostienen los filósofos del lenguaje, al describir y
descubrir a otros una lengua no podemos limitarnos a su dimensión sistemática, abstracta y
formal olvidándonos de los principios que rigen su uso. Debemos avanzar de la visión saus-
suriana del lenguaje como código a la visión pragmática del lenguaje como acción.2
' Es la diferencia entre decir, querer decir y decir sin querer. Véase G. Reyes, La pragmática lingüística. El
estudio del uso del lenguaje, Montesinos, Barcelona, 1990, págs. 18-27.
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Para Charles Morris (fundamentos de la teoría de los signos, 1985) la pragmática es el estudio de la rela-
ción entre los signos y sus intérpretes, no es otro componente de la teoría del lenguaje, sino una perspectiva que
puede aplicarse a cualquier aspecto de la estructura del lenguaje, pues cualquier aspecto tienen alguna función reía-
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