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EL DICCIONARIO DE MARÍA MOLINER Y EL USUARIO

EXTRANJERO

Luis Alberto Hernando Cuadrado


Universidad Complutense de Madrid

El Diccionario de uso del español de María Moliner' responde al mismo propósito


renovador de crear "el diccionario orgánico, viviente, sugeridor de imágenes y asociacio-
nes", a la vez descodificador y codificador, que anunciara Julio Casares en su discurso de
ingreso en la Real Academia Española en 1921 y llevara a la práctica en el Diccionario ideo-
lógico de la lengua española (1942), con la diferencia de que, mientras que en este último
la parte codificadora forma un cuerpo separado de la descodificadora, en la obra de María
Moliner la una se halla incluida dentro de la otra formando un solo cuerpo.
La denominación de uso, aplicada a su diccionario, significa, según la autora, que
"constituye un instrumento para guiar en el uso del español tanto a los que lo tienen como
idioma propio como a aquellos que lo aprenden y han llegado en el conocimiento de él a ese
punto en que el diccionario bilingüe puede y debe ser sustituido por un diccionario en el pro-
pio idioma que se aprende" (1966: IX), proporcionando al usuario los recursos de que dis-
pone el idioma para expresar las ideas con la máxima precisión o resolviendo sus dudas
acerca de la legitimidad de las expresiones o de la corrección de las construcciones2.
El caudal léxico es prácticamente el mismo que el del Diccionario de la lengua espa-
ñola de la Real Academia Española, excepto las voces de gemianía, las variantes de las
usuales o actuales que no se emplean en las ciudades, los tecnicismos excesivamente espe-
cializados, los nombres de instituciones y pueblos antiguos, los americanismos de escaso
interés y los derivados no usuales.
Con el fin de guiar al lector, principalmente al extranjero, en relación con lo que puede
usar sin riesgo de no ser entendido o de causar extrañeza, "se recurre al arbitrio de poner en
letra cursiva y con encabezamientos perceptiblemente más pequeños que los de las palabras
usuales, aquellas acepciones y palabras que al menos un noventa por ciento de los españo-
les de instrucción media tiene que buscar en el diccionario si se las tropieza alguna vez, o

1
María Moliner, Diccionario de uso del español, 2 vols., Madrid, Gredos, 1966-1967 (19a reimp., 1994).
2
H. Hernández da la siguiente interpretación a las palabras de María Moliner: "En este sentido el uso
(norma) es la realización concreta de un significado (sistema), y se aproxima más al mismo concepto de acepción
que al que tiene cuando se habla de un determinado tipo de diccionarios" ("Los diccionarios de uso del último dece-
nio [1980-1990]: estudio crítico", EURALEX '90. Actas del IV Congreso Internacional, Barcelona, Bibliograf,
1992, p. 475). Según J. Dubois, el diccionario de uso, en general, "es un diccionario unilingüe cuya nomenclatura
corresponde al léxico común del conjunto de los grupos sociales que constituyen la comunidad lingüística" (Dic-
cionario de lingüística, Madrid, Alianza, 1992, s. v. uso); G. Haensch, con mayor detalle, lo considera como un
diccionario "que selecciona las palabras más corrientes, prescindiendo de los términos técnicos y regionalismos,
para así poder ampliar el desarrollo del vocabulario más corriente en cuanto a su uso en un contexto (ejemplos,
construcción y régimen, fraseología, modismos, etc.); o sea, que amplía la parte sintagmática de las entradas y ofre-
ce, también, una parte paradigmática" (La lexicografía, Madrid, Gredos, 1982, p. 156).

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Luis Alberto Hernando Cuadrado

que, aun siendo comprensibles, no se emplean corrientemente en el lenguaje hablado o


escrito de las personas no literatas ni se encuentran sino rarísimamente en obras literarias
modernas no especializadas o en periódicos" (XXV).
En cuanto a las adiciones al contenido del Diccionario de la lengua española de la
Real Academia Española, es preciso señalar el desmenuzamiento de abundantes acepciones
(vid. opinión, reserva, tacto) y la inclusión de neologismos del lenguaje general (tremendis-
mo), de extranjerismos (cachet, dancing, rendibú), de palabras cultas y tecnicismos salidos
ya del ámbito estrictamente especializado para aparecer en artículos de divulgación o en
prospectos de objetos de uso común (cognición, júmel, reactor) y de modismos que ocultan
su condición bajo una apariencia de frases compuestas: con mis propios ojos, por mi pie,
todo lo que no sea.
También se incorporan las expresiones, desde la letra c, aprobadas por la Real Acade-
mia Española para su inclusión en la edición del Diccionario de la lengua española de 1970,
y las palabras que, habiendo figurado en él antes, fueron eliminadas en la edición de 1956,
así como una larga serie de nombres propios, geográficos (Bosforo, Habana, Méjico), del
mundo de la religión (Alá, Báratro, Tárgum), mitológicos (Ceres, Endimión, Nike), litera-
rios (Dulcinea, Micifuz, Pierrot), hipocorísticos (Chelo, Pepe, Pili), de cuerpos celestes
(Aries, Mira, Saturno) o de personajes de la ciencia (Pitágoras, Roentgen) o de la historia:
Carlomagno, Pilatos.
El origen de las palabras contenidas en el diccionario es variado, ya que, junto a los
extranjerismos y tecnicismos y, por supuesto, a las voces patrimoniales, algunas de ellas
anticuadas (desafiuciar, lambida, qui), otras no frecuentes (cogujón, enconar, gonfalón) o
poco usadas (alcor, dicaz, pasadero), las hay también dialectales o regionales (frondio, golo-
rito, sarde), populares (badajoceño, desformar, esquena) e informales: cacao, gocho, lam-
brucio.
Incluidos como entradas nombres científicos latinos de animales (Aotus, Mycetoperca
Ínterstitialis, Vulpesfulva) y plantas (Brosimus alicástrum, Myrtus thea, Quercus róbur), en
buena lógica no resulta extraño que hayan sido acogidos, asimismo, como tales símbolos de
elementos químicos (Ca, Eu, Nb), siglas (c.g.s., D.M., k.o.) y abreviaturas (acep., ant., apt.),
aunque su lugar más adecuado no sea un diccionario de la lengua.
También figuran como entradas raíces (crimo-, dinam-, do-), afijos (des-, -nch-, -año)
y secuencias de fonemas separados por puntos suspensivos (ch...p, t...r...r, z...z), traídos, tal
vez, de la mano de otras onomatopéyicas: beee..., chsss, ¡mmm...!
Las entradas, otras veces, se hallan integradas por frases o expresiones de origen lati-
no fijadas: Deo volente, in saécula saeculórum, quid pro quo.
Aunque, en un principio, pensó la autora tomar las definiciones del Diccionario de la
lengua española de la Real Academia Española, como habían hecho hasta entonces, salvo
alguna notable excepción, "los diccionarios españoles (incluso las enciclopedias, hasta las
más extensas, que, en su parte definitoria, copian esas definiciones al pie de la letra), hacien-
do solamente algunos retoques enderezados especialmente a uniformar y modernizar el esti-
lo" (XIÜ-XIV), a la vista de las modificaciones necesarias, optó por una reconstrucción
total, imponiéndose como imperativo de honestidad intelectual aprovechar la coyuntura que
ofrecería la elaboración de una nueva vestidura formal para que en su estructura íntima nin-
guna desviación o círculo vicioso emborronase su carácter de reflejo exacto en el plano ver-
bal de la estructura ascensional del mundo de los conceptos.

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ASELE. Actas
El diccionario de María Moliner y el usuario extranjero

A los cuatro conceptos de sustancia, acción-fenómeno, modo y relación les corres-


ponden en el plano lingüístico, respectivamente, el nombre, el verbo, el adjetivo-adverbio y
la preposición-conjunción. La definición lógica es aplicable con carácter universal al nom-
bre, en la mayoría de los casos al verbo y a veces al adjetivo y al adverbio, pero nunca a la
preposición ni a la conjunción, por ser elementos de índole relacional. Cuando no es posi-
ble la definición lógica, que, en última instancia, nos llevaría hasta el nombre cosa o al verbo
ser, se recurre a una perífrasis equivalente o a una explicación.
Concebida la definición como la relación que se establece entre los términos definido
(T), genérico (G) y diferenciador (D), un diccionario correctamente construido tendrá nece-
sariamente una estructura ascendente, en forma de cono léxico, con una larga serie de gra-
dos intermedios antes de llegar a la cosa y al ser, los elementos de la cumbre, para cuya defi-
nición habrá que recurrir a las tautologías o a "una suma de casos de aplicación para sumi-
nistrar una idea intuitiva del significado de la palabra, dando al conjunto una apariencia de
definición por el procedimiento de referir la explicación no al concepto, sino a la palabra
que lo expresa" (XVIII).
De acuerdo con este modelo, podemos definir, por ejemplo, la voz sofá como 'asien-
to con capacidad para varias personas' (todo asiento es mueble —por primitivo que sea— y,
por consiguiente, cosa). Si el asiento sirve también para acostarse, se llama diván; si es para
una sola persona y carece de respaldo, banqueta o taburete; si tiene brazos, sillón, y, si care-
ce de ellos, silla.
Del mismo modo, en el campo léxico de las vías de comunicación 'camino terrestre',
el camino es la vía que se construye para transitar; la vereda, el camino angosto; la pista, el
camino para el tránsito de carros; la carretera, el camino pavimentado con una sola calzada
en cada sentido de circulación; la autovía, la carretera con dos o más calzadas separadas en
los dos sentidos, con posibilidad de cruces al mismo nivel, y la autopista, la carretera con
dos o más calzadas separadas en los dos sentidos, con cruces a distinto nivel.
En las fórmulas definitorias, se procura no omitir ninguna noticia necesaria o conve-
niente para el uso acertado de las expresiones y omitir, en cambio, las circunstancias que,
por ser ajenas a su significado, una vez conocido éste, resultan innecesarias.
Con la habilitación de un equipo de géneros próximos o puntos de partida, las defini-
ciones de los nombres abstractos se encuentran dotadas de gran uniformidad, precisión y
propiedad: culpa, por ejemplo, no es ni 'estado de ánimo' como alegría, ni 'acción' como
risa, ni 'cualidad' como pereza, ni 'actitud' como benevolencia, ya que el único término
genérico que le es aplicable es 'estado de conciencia'.
Los participios, omitidos por sistema en el diccionario oficial, reciben toda la atención
que merecen. Algunos, como volado entre los intransitivos, que sólo se emplean con el auxi-
liar haber, o como limpiado entre los transitivos, que se usan, con significado pasivo, con
ser o estar, además de con haber, son meros participios. Cuando los participios son también
adjetivos, se consignan, lo que significa que, si se trata de verbos intransitivos, se pueden
construir con estar, como descansado, con ser, como tullido, o yuxtapuestos, como amane-
cido, o que, si son verbos transitivos, se pueden usar con ser sin que la frase tenga signifi-
cado pasivo, como espabilado, o son aplicables a una cosa sin necesidad de que se haya ejer-
cido sobre ella la acción expresada por el verbo, como separado. Los participios referidos a
personas (herido) pueden casi siempre emplearse como nombres, uso que a veces predomi-
na sobre cualquier otro.

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En la definición de los adjetivos, si se descarta la utilización de una frase introducida


por que (contradictorio 'que tiene contradicción con otra cosa'), por resultar un procedi-
miento tosco y poco familiar al oído, se puede recurrir, en orden de preferencia: a) a la defin-
ción lógica por medio de un adjetivo que sirva de G: visible 'susceptible de ser visto'; b) a
una definición cuyo G sea el adjetivo cumbre en la escala de extensión (tal) o un adjetivo
de magnitud precedido de tan o expresiones equivalentes: insufrible 'tal (de tal naturaleza)
que no se puede sufrir', innumerable 'tan numeroso que no se puede contar'; c) a una perí-
frasis o frase adjetiva encabezada por una preposición: cariacontecido 'con gesto de dis-
gusto', polícromo 'de varios colores', o d) a una explicación partiendo del término gramati-
cal que comprende a la palabra en cuestión: aturdido, adjetivo que se aplica a la 'persona
que obra sin aplomo'.
En los verbos, se distinguen con claridad las formas pronominales (arrojarse, cabre-
arse, divertirse) y se incluyen las acepciones causativas (extrañar 'causar extrañeza') y no
causativas (llenar 'estar llenando': "El público llenaba el teatro") de aquellos cuyo signifi-
cado primario no tiene ese carácter.
Al prescindirse de la sinonimia como sistema definitorio, en los artículos, siempre que
es posible, delante de las acepciones se ofrecen las palabras o expresiones susceptibles de
sustituir a la definida, aunque las connotaciones de estas unidades, habida cuenta de que en
la lengua raras veces se encuentran sinónimos totales, haya que buscarlas en sus respectivos
artículos (vid. apto y capaz).
Al final de ciertos artículos, suelen aparecer: a) la forma afija de la palabra del enca-
bezamiento, así como los afijos o raíces cultas con que se construyen palabras relacionadas
con la idea expresada por ella (vid. derecho, -a); b) las palabras afines y relacionadas (vid.
taberna); c) los equivalentes pluriverbales (vid. burla); d) las palabras casi equivalentes y
aquellas otras cuyo significado abarca el de la del encabezamiento o se halla comprendido
en él (vid. reunir); e) las unidades fraseológicas y exclamativas (vid. dar); f) el antónimo o
antónimos fundamentales (vid. perder), o g) una lista de otros catálogos relacionados (vid.
producir).
Estos elementos van señalados con un asterisco, y, en su artículo, aparecen, además,
otras formas que guardan relación con ellos, siendo la más amplia la que sirve de cabeza.
En ocasiones, esas listas de palabras se hacen excesivamente largas e incomodan la lectura,
tanto por los asteriscos como por las estrellas que separan las diferentes series, así como por
las distintas clases de letras empleadas en ellas.
En la ordenación de las acepciones, se concede prioridad a la más próxima a la eti-
mología, aunque no sea usual, y las demás se colocan a continuación en orden conceptual,
de modo que cada una se justifique por la anterior, hasta llegar a las que, tal vez, sin este
método pudieran parecer totalmente desligadas de la etimológica: "CASTRO. (Del lat. cas-
trum, castillo, y, en pl., campamento). 1. Castillo o *fortificación iberorromana. 2. (ant.)
Sitio en que estaba *acampado y fortificado un ejército. 3. (Asturias, Galicia). Altura en que
hay restos de ^fortificaciones romanas o anteriores. 4. (Asturias, Santander). *Peñasco que
avanza hacia el *mar. 5. Juego de chicos que consiste en hacer avanzar unas piedrecitas
por unas rayas según ciertas reglas".
Pese a la devoción que declara la autora por el alfabeto, aparte de eliminar como letras
los dígrafos ch y II (en lo que recientemente se le ha acabado dando la razón), ordena las
voces con un criterio etimológico precastellano (de manera que, por ejemplo, bajo la raíz ov-
aparecen agrupadas palabras semánticamente tan dispares como ovación, óvalo y ovario),

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ASELE. Actas
El diccionario de María Moliner y el usuario extranjero

pero con gran profusión de salvedades de motivación práctica que hacen que hombre y
homicidio queden separados y que bajo hijo se incluya hijodalgo pero no hidalgo, lo cual
constituye, en cierto modo, un factor de confusión y un escollo importante en la consulta del
diccionario.
Si bien es cierto que se hacen múltiples referencias a las peculiaridades de uso de las
palabras {científico, coloquial, solemne...), también lo es que con frecuencia se omiten algu-
nas indicaciones gramaticales (como la relativa a si un nombre es masculino o femenino, por
ejemplo), por considerarlas inconexas o carentes de interés, lo cual choca con la enorme
atención prestada en otros lugares a este tipo de cuestiones.
Por otro lado, se proporcionan abundantes informaciones gramaticales, sin duda de
gran utilidad, por ejemplo, sobre las preposiciones con que se construyen muchos verbos
(jugar a) o adjetivos (apto para), o sobre los verbos que se combinan con determinados
nombres para formar con ellos las frases: conciliar el sueño.
También se incluyen, en los lugares alfabéticos correspondientes, desarrollos didácti-
cos muy extensos de cuestiones gramaticales (artículo, oración, verbo...) que hubiera sido
preferible que se hubieran expuesto como apéndice de la obra, en forma orgánica, como se
suele hacer en los diccionarios bilingües.
No siendo el Diccionario de uso del español un diccionario etimológico, no figura
entre sus objetivos el de rastrear el origen de todas las palabras, sino sólo el de aquellas que
sirven para agrupar las familias de la misma raíz, como en el caso de "CONSAGRAR. (Del latín
consacrare, alteración de consecrare, derivado del adjetivo sacer, -era, -crum; véase
SACRO)".
Cuando el español ha heredado la palabra que en la lengua madre constituye la cabe-
za de la familia, en su etimología se incluyen las referencias a los miembros distantes: así
matriz y metrópoli, por ejemplo, se asocian con madre.
Cuando no ocurre esto, se incluye en el diccionario la raíz y en ella se agrupan todas
las voces que la contienen: en auc-, por ejemplo, raíz derivada de augere, se encuentran reu-
nidas aumentar, autor, autoridad, autorizar, auxilio, auxología y otorgar.
Además de indicar la pronunciación de algunas palabras extranjeras que pudieran ofre-
cer duda al usuario español ("BREAK [pronunc. bree]", "MAÍTRE D'HÓTEL [pronunc. metr
dotel]", "TROUSSEAU [pronunc. trusó]"), se señala la de algunas españolas pensando espe-
cialmente en el usuario extranjero: "ARRUINAR (pronunc. arr(ui)nar; a veces, en poesía, se
mide como de 4 sílabas: a-rru-i-nar)"; "ESTRIADO, -a (pronunc. estri-ado)"; "GUIAR (pro-
nunc. gui-ar, guí-o, etc.)".
Los términos griegos (áristos, thaumaturgós, tragoidíd) y latinos (exágium, fíltrum,
torméntum) reciben el acento ortográfico de acuerdo con las normas que se siguen para las
restantes voces de nuestro idioma (los verbos griegos se citan por el presente de indicativo
[deiknyo, gígnomai, phileo] y los latinos por el infinitivo [ascenderé, dedúcere, stríngere],
como se suele hacer en los diccionarios de estas lenguas).
Con las características señaladas, el Diccionario de uso del español de María Moliner,
redactado en un lenguaje claro y actual, se presenta como el intento renovador más ambi-
cioso del siglo XX entre los denominados diccionarios de lengua, en el que el estudiante del
español como segunda lengua que, habiendo superado el nivel umbral de expresión-com-
prensión, ha alcanzado un nivel medio o superior encuentra un eficaz instrumento con el que
perfeccionar su conocimiento del idioma, ya que en esas etapas el diccionario bilingüe, dado

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el anisomorfismo de los diferentes sistemas lingüísticos, con frecuencia, más que ofrecerle
soluciones, le acarrea serios problemas, de donde se deriva la necesidad de consultar un
buen diccionario monolingüe que contribuya a su mejor conocimiento de los recursos del
idioma para poder transmitir sus ideas con precisión y solucionar sus dudas sobre la legiti-
midad de las expresiones o la corrección de las construcciones, objetivos que consigue fácil-
mente con la ayuda del diccionario de María Moliner.

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ASELE. Actas
LO GRAMATICAL Y LO PRAGMÁTICO: DEL CONOCI-
MIENTO A LA HABILIDAD EN LAS CLASES DE E/LE

La comunicación lingüística no es un apacible juego de codificación


y descodificación por turnos, sino un intercambio simultáneo de papeles,
significados y efectos. (M. Bajtin)

Muchos de los profesores que estamos dedicados a la enseñanza de una segunda len-
gua tenemos la impresión de que los problemas teóricos que estudia la Lingüística resultan
demasiado intrincados, demasiado abstractos para aplicarlos a nuestro trabajo diario con los
alumnos. Sin embargo, no podemos sentirnos ajenos a los avances de las investigaciones
que se llevan a cabo en Psicolinguística sobre los modelos que es posible adoptar en la ense-
ñanza de una L2. No obstante, elegir una base teórica para que nuestro método pedagógico
facilite un aprendizaje eficaz no es tarea sencilla, porque aunque el lenguaje es uno de los
fenómenos conductuales que más interés ha despertado desde siempre, ofrece una tenaz
resistencia a su total penetración científica.
En el II Congreso Internacional de Expolingua, celebrado en abril de 1989 en Madrid,
Francisco Matte Bon, al hablar de una gramática de los porqués y de los cornos, nos decía
que comunicar es construir un mundo con otra persona. Y, en efecto, así es. Ello implica
considerar el lenguaje como una capacidad que el indiviuo desarrolla inserto en un contexto
social y cultural. Por tanto, la capacidad lingüística que deben alcanzar nuestros alumnos no
ha de limitarse a aprehender un determinado sistema de unidades fonológicas, unas reglas
sintácticas básicas o un vocabulario más o menos amplio. El lenguaje, como sistema social-
mente compartido, posee normas para una correcta utilización en situaciones determinadas.
Así pues, teniendo en cuenta su auténtica naturaleza, no podemos olvidarnos de las tres
dimensiones que, tan estrechamente vinculadas, lo integran: forma, contenido y uso. El len-
guaje conlleva un significado codificado mediante una serie de reglas, está representado por
una forma lingüística y es usado con finalidades determinadas en contextos determinados.
Así, describir y comprender las características de una lengua exige tener presentes las con-
diciones reales en las que se desarrollan los actos de habla con locutores concretos y en situa-
ciones precisas. Y éste es el objeto de investigación que reclama para sí la pragmática. Como
disciplina lingüística estudiará, por tanto, los principios que guían la interpretación de las
enunciaciones, cómo los seres hablantes interpretamos enunciados en contexto, cómo pro-
ducimos "significados intencionales", pues a nadie se le escapa que muchas veces el signi-
ficado de lo que decimos va más allá del contenido literal de las proposiciones enunciadas.1
Si realmente hablar es hacer como sostienen los filósofos del lenguaje, al describir y
descubrir a otros una lengua no podemos limitarnos a su dimensión sistemática, abstracta y
formal olvidándonos de los principios que rigen su uso. Debemos avanzar de la visión saus-
suriana del lenguaje como código a la visión pragmática del lenguaje como acción.2

' Es la diferencia entre decir, querer decir y decir sin querer. Véase G. Reyes, La pragmática lingüística. El
estudio del uso del lenguaje, Montesinos, Barcelona, 1990, págs. 18-27.
2
Para Charles Morris (fundamentos de la teoría de los signos, 1985) la pragmática es el estudio de la rela-
ción entre los signos y sus intérpretes, no es otro componente de la teoría del lenguaje, sino una perspectiva que
puede aplicarse a cualquier aspecto de la estructura del lenguaje, pues cualquier aspecto tienen alguna función reía-

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