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La llorona

La gente que vivía en Texcoco a inicios del siglo XVI,


dijo en varias ocasiones que el alma de Cihuacóatl se
aparecía por las veredas. Pronto, los chamanes de
aquella época, quienes, dicho sea de paso, poseían
conocimientos acerca de la astronomía aseguraban
que esta clase de fantasmas, debían ser tomados en
cuenta como parte de los sucesos funestos que
estarían a punto de padecer los aztecas.

Todas esas interpretaciones no dejaban al gran


Moctezuma conciliar el sueño, pues dentro de él
sabía que pronto la grandeza del pueblo mexica
caería ante los invasores ibéricos.

Sin embargo, otros de los sacerdotes tenían una visión opuesta acerca del surgimiento de aquella
misteriosa mujer vestida de blanco, pues aseguraban que Cihuacóatl había salido de entre las
aguas, no para avisarles a los aztecas que estaban perdidos, sino que se prepararan para la batalla.

Posteriormente, en el instante en el que la conquista se consumó, los clérigos españoles


continuaron escuchando esas leyendas en las que se señalaba que una mujer vagaba por las
noches sin rumbo fijo.

Entre los principales promotores de este tipo de historias de terror no debe dejar de señalarse a
Fray Bernardino de Sahagún, pues fue él quien se encargó de acomodar los elementos de la
mitología azteca en esa historia, para que todo estuviera a favor de España.

Por ejemplo, se cuenta que este hombre les dijo a los indígenas que pronto llegarían hombres de
tierras lejanas que paulatinamente acabarían con la ciudad de Tenochtitlan, así como con sus
gobernantes.

Lógicamente, los evangelizadores sabían que el ejército comandado por Hernán Cortés sería la
pieza fundamental que consumaría la conquista de ese territorio.

Y es que no solamente fueron varias batallas las que se libraron, sino que los europeos también
trajeron al nuevo continente una serie de epidemias y enfermedades que eran completamente
desconocidas en este territorio y que ocasionaron que miles de personas murieran sin remedio.

Por último, la verdadera historia de la llorona, inició como un relato de espantos, cuyo propósito
primordial era el de asegurar que la gente que era politeísta, se convirtiera de inmediato al
catolicismo.
El callejón del beso
Cuando dos enamorados pasan por el Callejón del
Beso, deben besarse en el tercer escalón para que
su amor perdure por siempre.

Por ello, cientos de personas que pasean por este


estrecho lugar, no dudan en hacerlo y esperan que
la historia sea cierta.

El Callejón del Beso es un hermoso lugar, situado en


la ciudad de Guanajuato a unos 360 kms de
distancia de la Ciudad de México.

Cuenta la leyenda que Doña Carmen era la hija única de un padre avaro e intransigente.

Buscaba como muchos padres de aquella época, un exitoso comerciante para ceder la mano de su
hija. Por ello la cuidaba celosamente en su casa evitando que conociera a los hombres comunes y
corrientes que existían en el pueblo minero.

Tan solo pensar que su hermosa hija se enamorara de un pobre pueblerino, le llenaba de
ansiedad. Pero como suele suceder, el amor derriba todas las barreras por más fuertes que éstas
sean.

Doña Carmen conoce a Don Luis, un humilde minero con el que se veía en un templo cercano a su
hogar, a escondidas de su padre.

Un día que el joven minero cortejaba a la hermosa doncella ofreciéndole agua bendita de sus
manos, fue descubierta.

Su padre la encerró en casa y la amenazó de casarla en España con un viejo y rico noble, con el
que, además, acrecentaría el padre su mermada fortuna.

La bella y sumisa doncella, triste, vivió su encierro al lado de su muy querida dama de compañía,
Doña Brígida.

Ambas lloraban todos los días su pena desde el balcón de su recámara, y Doña Brígida no hacía
más que prometerle que no dejaría que la llevaran a España en contra su voluntad.

El joven enamorado no supo en un principio qué hacer ya que no le era permitido hablar con su
amada, pero al pasar cerca de su casa, notó que la ventana de la recámara daba exactamente a la
ventana de la casa vecina, y estaban a escasos centímetros de distancia.

Se abría la posibilidad de poder estar en contacto con su amante si compraba aquella casa vecina.

Sugirió al dueño de aquella casa, un precio para comprarla, pero recibió constantes negativas
hasta fijarlo en un costo tan alto que tuvo que dar todo su patrimonio de años a cambio.

El precio valió la pena cuando al asomarse por la ventana y extender su mano pudo tocar con sus
nudillos la ventana del cuarto de su amada.
La sorpresa de Doña Carmen, fue mayúscula cuando, asomada a su balcón, encontró a tan corta
distancia al hombre de sus sueños.

No hicieron más que jurarse amor eterno y planear como se verían todas las noches a través de
esos balcones tan cercanos.

Cuando más abstraídos se encontraban los amantes, arropados en un cálido beso, del fondo de la
pieza se escucharon frases violentas.

Era el padre de Doña Carmen reprendiendo a Brígida, quien se jugaba la misma vida por impedir
que su amo entrara a la habitación de su señora.

El padre arrojó a la protectora de Doña Carmen y al ver como su hija se besaba con ese miserable
minero, con una daga en la mano y de un solo golpe, la clavó en el pecho de su hija lleno de rabia y
coraje.

Don Luis enmudeció de espanto…la mano de Doña Carmen seguía entre las suyas, pero cada vez
más fría y sin movimiento.

Ante lo inevitable, Don Luis dejó un tierno beso sobre aquella mano tersa y pálida, ya sin vida… El
joven no pudo soportar vivir sin su amada Carmen y desesperado se suicidó, tirándose desde el
brocal del tiro principal de La Mina de la Valenciana.

El Callejón del Beso aun existe en la hermosa ciudad de Guanajuato, está situado en la zona
histórica, en las faldas del cerro del Gallo, una barriada que existía ya desde el siglo XVIII y que es
sin duda, uno de los más típicos de dicha ciudad.

Este callejón tiene la peculiaridad de que mide 68 cm de ancho y sus balcones están casi pegados
el uno a uno al otro, a la trágica distancia de “un beso”.
La barranca del diablo
Harto de las maldades que el diablo hacía a las
personas que recorrían la carretera de Uruapan
hacia Apatzingán, San Pedro decidió darle un
escarmiento.

Para esto, lo buscó día y noche hasta que lo


encontró en los barrancos de Lombardía, región que
es tan caliente como el Averno mismo. Entonces,
definitivamente la lucha entre el bien y el mal
comenzó.

En esta larga persecución, en la cual San Pedro aventajaba al diablo, el demonio se fue
arrinconando hasta que cayó al fondo al barranco.

Cuando San Pedro se dio cuenta del escondite del diablo, saltó por encima del barranco. Al saltar,
la huellas de sus sandalias se grabaron en un tipo de barda natural.

Desde entonces, todos los que pasan por la carretera pueden ver las huellas de sus sandalias a un
lado del puente de Lombardía.

El demonio no cesa en sus intentos por escapar del fondo del barranco. Con cada intento su furia
aumenta considerablemente, por lo que lanza enormes llamaradas de fuego que producen un
calor casi insoportable en toda la región.

Algunos aseguran que este aire es tan caliente, que hasta los automóviles que transitan por la
carretera cercana al barranco se calientan y prenden fuego.

Los pobladores tratan de no circular de noche por este paraje, ya que aseguran que las llamaradas
son tan potentes que toman la forma de la cara del diablo, transformándose en un espectáculo
espeluznante.

Dicen que se escucha gritar al demonio mientras lanza amenazas a San Pedro, diciéndole que no
ahorrará esfuerzos hasta alcanzar con su fétido aliento cada rincón de la región.

Desde el momento en que San Pedro logró encerrar al demonio las altas temperaturas son
insoportables en Puruarán, Carácuaro, Huacana, Huetamo, Churumaco y muchos otros lugares
michoacanos.
El jinete sin cabeza
Se dice que en un pueblo muy aislado de toda
civilización se contaba la historia de un jinete que
acostumbraba a hacer su recorrido por las noches en un
caballo muy hermoso, la gente muy extrañada se
preguntaba ¿que hombre tan raro por que hace eso?,
ya que no era muy usual que alguien saliera y menos
por las noches, a hacer esos recorridos.

En una noche muy oscura y con fuertes relámpagos


desapareció del lugar, sin dar señas de su desaparición.
Pasaron los años y la gente ya se había olvidado de esa
persona, y fue en una noche igual a la que desaparecio, que se escuchó nuevamente la cabalgata
de aquel caballo. Por la curiosidad muchas personas se asomaron, y vieron un jinete cabalgar por
las calles, fue cuando un relámpago cayó e iluminó al jinete y lo que vieron fue que ese jinete no
tenia cabeza. La gente horrorizada se metió a sus casas y no se explicaban lo que habían visto…
El charro negro
Cuenta la leyenda que una bella chica de nombre
Adela, vivía en un pequeño poblado, y su madre
constantemente la reprendía por lo coqueta que
llegaba a ser con los hombres.

Al no estudiar ni trabajar, Adela aprovechaba sus


tiempos libres para andar de cita rompiendo
corazones, por ese motivo muchas personas no la
veían con buenos ojos.

Una noche, la bella campesina se quedó de ver con


uno de sus tantos pretendientes, pero en el camino, de repente a lo lejos vio el andar de un
caballo con un charro montado que iba hacía ella.

Al llegar, el caballo se postró a su lado y la chica quedó deslumbrada, pues el charro que lo
montaba era muy apuesto y lucía un hermoso traje de charro negro con unas elegantes botas
negras y unas espuelas de oro.
La leyenda de los volcanes
La vista que engalana a la ciudad más grande
del mundo: la Ciudad de México, está
realzada por la majestuosidad de dos de los
volcanes más altos del hemisferio, se trata del
Popocatépetl y del Iztaccíhuatl.

La presencia milenaria de estos enormes


volcanes ha sido de gran importancia en las
diferentes sociedades que los han admirado y
venerado, siendo fuente de inspiración de
múltiples leyendas sobre su origen y creación.
Entre ellas las más conocidas son dos que a
continuación relataremos.

Hace ya miles de años, cuando el Imperio Azteca estaba en su esplendor y dominaba el Valle de
México, como práctica común sometían a los pueblos vecinos, requiriéndoles un tributo
obligatorio. Fue entonces cuando el cacique de los Tlaxcaltecas, acérrimos enemigos de los
Aztecas, cansado de esta terrible opresión, decidió luchar por la libertad de su pueblo.

El cacique tenía una hija, llamada Iztaccíhuatl, era la princesa más bella y depositó su amor en el
joven Popocatépetl, uno de los más apuestos guerreros de su pueblo.

Ambos se profesaban un inmenso amor, por lo que antes de partir a la guerra, Popocatépetl pidió
al cacique la mano de la princesa Iztaccíhuatl. El padre accedió gustoso y prometió recibirlo con
una gran celebración para darle la mano de su hija si regresaba victorioso de la batalla.

El valiente guerrero aceptó, se preparó para partir y guardó en su corazón la promesa de que la
princesa lo esperaría para consumar su amor.

Al poco tiempo, un rival de amores de Popocatépetl, celoso del amor de ambos se profesaban, le
dijo a la princesa Iztaccíhuatl que su amado había muerto durante el combate.

Abatida por la tristeza y sin saber que todo era mentira, la princesa murió.

Tiempo después, Popocatépetl regresó victorioso a su pueblo, con la esperanza de ver a su amada.
A su llegada, recibió la terrible noticia sobre el fallecimiento de la princesa Iztaccíhuatl.

Entristecido con la noticia, vagó por las calles durante varios días y noches, hasta que decidió
hacer algo para honrar su amor y que el recuerdo de la princesa permaneciera en la memoria de
los pueblos.

Mandó construir una gran tumba ante el Sol, amontonando 10 cerros para formar una enorme
montaña.

Tomó entre sus brazos el cuerpo de su princesa, lo llevó a la cima y lo recostó inerte sobre la gran
montaña. El joven guerrero le dio un beso póstumo, tomó una antorcha humeante y se arrodilló
frente a su amada, para velar así, su sueño eterno.
Desde aquel entonces permanecen juntos, uno frente a otro. Con el tiempo la nieve cubrió sus
cuerpos, convirtiéndose en dos enormes volcanes que seguirán así hasta el final del mundo.

La leyenda añade, que cuando el guerrero Popocatépetl se acuerda de su amada, su corazón que
guarda el fuego de la pasión eterna, tiembla y su antorcha echa humo. Por ello hasta hoy en día,
el volcán Popocatépetl continúa arrojando fumarolas.
LEYENDA DEL PETIRROJO.
Jesús acababa de nacer, y era de noche. Hacía frío,
mucho frío. Y como el pesebre no tenía puerta, de
vez en cuando entraban unas ráfagas de viento
heladas que enfriaban al pequeño que dormía en
su cuna. La Virgen María estaba a su lado. San
José había salido en busca de algo de comida para
la Niña que terminaba de ser Madre. Al lado de
María y del pequeño, había una pequeña hoguera,
apenas quedaba lumbre y estaba a punto de
apagarse.

Entonces María le pidió al buey que le ayudara a avivar las llamas, pero el animal estaba tan
dormido, que no se enteró. Le pide a la mula ¡ayúdame a dar vida al fuego! Estoy muy cansada y
apenas tengo fuerza para levantarme, deja que duerma. Entonces le pidió al gallo que le ayudara,
por eso de que los gallos son madrugadores… pero el gallo estaba de cortejo en el corral, cantando
con todas sus fuerzas y nada escuchó.

La Virgen, muy triste, temió por su pequeño, el frío era intenso y un constipado a pocas de venir al
mundo podía ser mortal... Pero entonces, oyó el trino de un pájaro. El sonido venía de un pequeño
nido que había en una esquina del pesebre. Del nido salió un pequeño pajarito y voló hasta donde
estaba el fuego, comenzó a aletear ¡con tanta fuerza!, que el fuego comenzó a avivarse.

No era suficiente el generoso aleteo, así, que el pajarito voló hasta su nido y empezó a llevar las
ramitas hasta el fuego. Desmanteló todo el nido para poder avivar más y más, la pequeña hoguera
a punto de cegarse. Las llamas comenzaron a cobrar vida, eran ahora tan fuertes, que el pajarito
se quemó el pecho. Pero a pesar del dolor, continuó aleteando para que el niño Jesús pudiera
dormir calentito.

Al ver que el pajarito se había quemado el pecho y desmantelado su nido, la Virgen María lo
bendijo y le dio un nuevo nombre: Petirrojo, que significa 'pecho rojo'.

¿Les ha gustado? No olviden que un cuento, les hará retornar a vivencias de otros tiempos, con
ello su memoria se reavivará como la llama en la posada donde dormía el Niño Dios.

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