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Cita:

Vommaro, Pablo (2015). JUVENTUDES Y POLÍTICAS EN


LA ARGENTINA Y EN AMÉRICA LATINA. Tendencias,
conflictos y desafíos. Buenos Aires, Grupo Editor
Universitario.

JUVENTUDES Y POLÍTICAS
EN LA ARGENTINA Y EN AMÉRICA LATINA

Tendencias, conflictos y desafíos


Pablo Vommaro

A Hernán, amor de mi vida


ÍNDICE
Presentación. Las juventudes en el mundo actual

Capítulo I. Hacia el enfoque generacional

Capítulo II. Las Juventudes argentinas:


dinámicas históricas y transformaciones

Capítulo III. Las juventudes movilizadas en América Latina

Palabras finales. Hacia las configuraciones generacionales de la


política
PRESENTACIÓN
LAS JUVENTUDES EN EL MUNDO ACTUAL1
Si pensamos en las formas de la política y las movilizaciones
sociales en la Argentina, América Latina y en el mundo, se hace
necesario enfocarnos en las juventudes y sus modalidades de
expresión y producción. En efecto, los jóvenes son hoy protagonistas
de las principales movilizaciones, impulsando organizaciones y formas
de agrupamiento, dinamizando el conflicto social y expresando muchos
de los elementos que conforman las agendas públicas de las
sociedades contemporáneas.
Esto se enmarca, además, en un fenómeno más global que nos
permite identificar que en las primeras décadas del siglo XXI se han
producido en diversas regiones del mundo (África del Norte, América
Latina, Europa, América del Norte) procesos de movilización social que
encuentran en los jóvenes sus principales impulsores. Los movimientos
de carácter más sociopolítico, como los de la denominada primavera
árabe que contribuyeron a la caída de distintos gobiernos en África del
Norte, los múltiples colectivos que se agrupan bajo la denominación de
indignados en Europa (sobre todo en España) y Estados Unidos, las
organizaciones estudiantiles que luchan por la democratización y la
mejora de la calidad de una educación mercantilizada y degradada en
América Latina (Chile, Colombia, México), y los jóvenes urbanos
movilizados en Brasil, han sido los más visibles en este aspecto, pero
no son los únicos.
Existen también agrupaciones de indígenas, de trabajadores
precarizados, de diversidades sexuales, de migrantes, de campesinos y
centros culturales, entre muchos otros, que son activos protagonistas
de los conflictos y movilizaciones en sus territorios de acción
específicos. Los jóvenes de los sectores populares y las periferias de
muchas grandes ciudades también han construido colectivos y
asociaciones, que expresan sus formas singulares de participación y
compromiso con lo público y con la transformación de la realidad en la

1
Este libro se enmarca en el trabajo del autor en diferentes proyectos de investigación y
espacios institucionales. Entre ellos, se destacan el Equipo de Estudios de Políticas y
Juventudes (EPoJu, Instituto Gino Germani de la UBA); PICT 2012-1251 “Activismo y
compromiso político juvenil: un estudio sociohistórico de sus experiencias políticas y
militantes (1969-2011)”; PICT 2012-2751 “Juventud, política y nación: un estudio sobre
sentidos, disposiciones y experiencias en torno a la política y el proyecto común"; y
UBACyT 20020130200085BA “Jóvenes militantes y espacios juveniles en agrupaciones
político partidarias: una aproximación a las formas de compromiso juvenil luego de la
crisis de 2001”. A los miembros de estos equipos –y de otros en los cuales trabajo-
agradezco por sus generosos aportes, y desde ya, los eximo de cualquier error o falencia
que pudiera tener esta obra.
que viven, a la vez que son emergentes de los conflictos urbanos de la
actualidad.
La importancia creciente de las juventudes en las sociedades
actuales, sobre todo en relación con los procesos políticos, puede ser
pensada en base a cinco elementos que se destacan. En primer lugar,
la capacidad organizativa y de movilización que demuestran la mayoría
de los colectivos juveniles. En segundo término, la gran visibilidad
pública de sus acciones, escenificadas en el espacio público y
amplificadas por los medios de comunicación, sobre todo digitales y
electrónicos. Tercero, la expansión de las políticas públicas de
juventud, que desde hace dos décadas forman parte de la gran mayoría
de los planes de gobierno y ocupan espacios en aumento en las
estructuras estatales. En cuarto lugar, las renovadas formas de
participación política y compromiso público que las grupalidades
juveniles producen en sus prácticas cotidianas. Por último, los
elementos anteriores generaron un interés mediático, político y
académico cada vez mayor, que contribuyó a colocar a las juventudes
en el centro de las agendas públicas.
Además, este protagonismo político, social y cultural de las
juventudes en el mundo contemporáneo y el lugar de creciente
importancia de lo juvenil en la dinámica política es parte de un proceso
más general que podemos identificar, junto a otros autores, como
2
juvenilización y que abarca distintas esferas de la vida social . Esto
puede verse tanto en aspectos políticos, como en las dimensiones
culturales, en las pautas de consumo, modos y estilos de vida, en la
fuerza de trabajo y en otros ámbitos como las sexualidades o las
migraciones.
La contracara de este lugar de creciente importancia que las
juventudes han ganado en las sociedades del presente son los
procesos de desigualdades y segregaciones que los jóvenes están
viviendo. Así, según diversos informes, situaciones como el desempleo
o la pobreza se duplican o triplican entre los jóvenes; que no sólo
atraviesan desigualdades materiales, sino también étnicas, sexuales y
3
de género, territoriales, culturales, políticas y religiosas, entre otras . De
esta manera, diversidades y desigualdades son dos de los principales

2
Siguiendo diferentes trabajos, podemos pensar que la juvenilización junto a la
feminización son dos de los procesos que singularizan la dinámica social de las últimas
décadas, si miramos dimensiones diversas como la fuerza de trabajo, la esfera del
consumo y la dinámica política, entre otras.
3
Esta situación de desigualdad y segregación que viven las juventudes latinoamericanas
en distintos planos ha sido abordada en diversos informes de organismos y agencias
internacionales, al menos desde el año 2010. Por ejemplo, en el Panorama Social de
América Latina que publica CEPAL anualmente; en informes del PNUD y la OIT; en
trabajos de OIJ o UNESCO y en un informe elaborado por CLACSO y UNESCO en 2013.
rasgos que pueden caracterizar a las juventudes en la actualidad.
Volveremos sobre esto a lo largo del libro.
Podríamos historizar lo dicho hasta aquí abordando el proceso por
el cual las juventudes adquieren el protagonismo mencionado, a la vez
que el propio término juventud cobra un sentido positivo, movilizador,
atrayente y productor de adhesiones y simpatías. Si asumimos que la
consideración de la juventud como sujeto o actor social es un producto
del capitalismo y la modernidad, podemos decir que los jóvenes (en
tanto término que define un momento o etapa de la vida) existen hace
siglos con diversas resignificaciones, pero que la juventud (en tanto
expresión de esos jóvenes como grupo social con características más o
menos singulares) es algo más contemporáneo, propio de los siglos
XIX y XX.
El dispositivo escolar, en su doble dimensión de contenedor de
niños y jóvenes y de instancia propedéutica para el mundo del trabajo y
la política ciudadana, fue el espacio que el sistema de dominación
construyó para los jóvenes (Balardini, 2000). Aunque, como dijimos, su
estudio genealógico podría llevarnos a épocas anteriores, fue a partir
de la segunda posguerra cuando comenzó a considerarse en los países
occidentales este período como un momento específico y diferenciado
de la vida, con estilos y modos de vida singulares. Así, para analizar las
relaciones entre juventudes y políticas en el presente es importante
rastrear las características del protagonismo juvenil a partir de los años
sesenta y setenta del siglo pasado, haciendo también hincapié en las
expresiones juveniles de los años ochenta y noventa. Sin duda, las
4
denominadas revueltas juveniles de los sesenta impusieron el análisis
de esta noción como parte de las interpretaciones del proceso político y
social que se vivía en aquellos años.
El despliegue de las prácticas juveniles, que ya no sólo pugnaban
por un lugar en el mundo dominado por los adultos sino que marcaban
el curso de los acontecimientos, llevó a que en los años noventa se
comenzase a hablar del estallido de la juventud, en base a las
crecientes diversidades que caracterizaban a las juventudes en ese
momento. Este espacio en expansión que ocupaban los jóvenes en la
vida social, económica, política y cultural de muchos países generó un
renovado interés en el mundo científico y académico, a la vez que en
las políticas públicas impulsadas por los estados y también por distintos
organismos internacionales. Así, surgieron diferentes

4
Nos referimos con este término tanto a los sucesos conocidos como Mayo Francés, los
acontecimientos de Tlatelolco en México o el Cordobazo en la Argentina, como a
movimientos como el organizado contra la Guerra de Vietnam, las diversas expresiones
estudiantiles y obreras, los movimientos de descolonización y liberación nacional y social
(vinculados a la lucha armada en muchos casos), y a otros de carácter más cultural como
el de los hippies norteamericanos.
conceptualizaciones para intentar comprender o interpretar las
dinámicas juveniles, alejándose de los abordajes meramente
biologicistas o demográficos que habían predominado en décadas
anteriores. Se reactualizó entonces la noción de generación, que
habían trabajado autores como Mannheim y Ortega y Gasset en los
años veinte y treinta del siglo XX. Este es el enfoque que tomaremos en
este libro y que desarrollaremos en el primer capítulo.
A la vez que las transformaciones ocurridas a nivel mundial (sobre
todo en Occidente) luego de la segunda posguerra, y más
marcadamente después de los años sesenta y setenta, llevaron a una
diversificación y expansión del lugar de las juventudes en la sociedad;
también la política experimentó cambios. El principal que abordaremos
en este libro es el proceso de ampliación de sus fronteras, por el cual
se extendió su campo de acción a esferas que previamente no podían
considerarse como políticas. Es decir, la política se despliega en otras
dimensiones como la social y reproductiva, vinculada con espacios
privados e íntimos. Denominamos a este proceso de ampliación de las
fronteras de la política (que puede llevarnos a discutir también las
distinciones entre la política y lo político que hemos analizado en otros
5
trabajos ) como politización, remarcando una concepción dinámica y
socio-histórico-cultural de esta noción. A su vez, esta politización de la
vida social y cultural genera una transformación en las relaciones entre
la política y el espacio en el cual es producida. Así, el espacio
socialmente producido, concebido como un entramado de relaciones
sociales, deviene territorio. Política y espacio establecen, entonces, un
vínculo recíproco por el cual la política puede interpretarse como una
producción territorial y el territorio como una producción política. Este
proceso de territorialización de la política y de politización del territorio
también será abordado en el Capítulo 1.
Una vez presentados los enfoques y perspectivas desde las cuales
trabajamos, y que serán en parte compartidos por los otros libros de
esta colección, nos centraremos en desarrollar como estos elementos
se desplegaron en la Argentina en los últimos treinta años, es decir,
desde la restauración democrática hasta la actualidad. Aquí cruzaremos
las prácticas políticas producidas desde las juventudes, con los
discursos y disputas públicas generadas a partir de las mismas. Este
será el contenido del segundo capítulo.
Para profundizar los análisis acerca de las relaciones entre
juventudes y políticas, enfocando en las tendencias, conflictos y
desafíos presentes y futuros, consideramos necesario incorporar a
nuestro trabajo una dimensión regional y continental. Por eso en el
Capítulo 3 abordaremos los procesos de organización y movilización

5
Por ejemplo, en Vommaro, 2010 y 2014a.
que las juventudes protagonizaron en América Latina en la última
década, tomando algunos países como Brasil, Chile, Colombia y
México en tanto expresiones del mismo.
Finalizando nuestro recorrido, plantearemos una hipótesis que se
presenta fructífera para analizar las relaciones entre políticas y
juventudes en la actualidad. Pensamos que el enfoque generacional es
una vía de ingreso muy estimulante para comprender las formas de la
política en las sociedades contemporáneas. Así, en el lugar de las
palabras finales del libro, presentaremos algunos rasgos de lo que
denominamos configuraciones generacionales de la política,
construidas a partir de los casos y experiencias estudiadas.
Sobre estos problemas trata este libro, pensado como una
contribución al conocimiento de las configuraciones generacionales de
la política en la actualidad, en el camino a aportar a la construcción de
relaciones intergeneracionales significativas y mejores condiciones de
vida para todos. La intención es alimentar la comprensión de las
dinámicas políticas en la actualidad y realizar un aporte a la producción
de prácticas más potentes y efectivas para la transformación de nuestra
sociedad.
CAPÍTULO I
HACIA EL ENFOQUE GENERACIONAL
La noción de juventudes es fructífera pero problemática, y ello se
evidencia principalmente cuando su caracterización se presenta como
“acumulación de adjetivos” (Pérez Islas, 2000). Las prácticas de los
jóvenes han desafiado –y continúan desafiando- al mundo académico
en cuanto a su conceptualización, cuestionando tanto la mirada acerca
de la juventud como etapa transicional o de preparación para un
momento maduro de la vida; como la concepción que la asocia a un
ciclo de vida con rasgos específicos e inherentes, con atributos que
serían esenciales a la condición juvenil. El ejemplo más notorio de esta
última mirada son los estudios que conciben a la juventud como
rebelde, con potencialidad transformadora y disruptivas; o bien quienes
la analizan como apática, desinteresada y poco participativa. En ambos
casos se trata de adjetivos que invisibilizan y esencializan una
construcción sociohistórica y cultural que siempre es múltiple y situada.
Pensamos entonces, junto con otros autores, que la juventud es
una noción dinámica, sociohistórica y culturalmente construida, que es
siempre situada y relacional.
Así, a partir de la perspectiva que tomamos en este libro centrada
en las relaciones entre las juventudes y las formas de la política,
consideramos a la juventud como experiencia vital y noción socio-
6
histórica definida en clave relacional, más que etaria o biológica . De
acuerdo con Perez Islas (2000), esta noción se ha ido configurando en
el proceso de interrelación entre dos fuerzas: las del mundo adulto y
sus instituciones de control, y la resistencia de los “recién llegados” a
tomar el lugar que la situación dominante les tenía asignado. Siguiendo
al mismo autor, entendemos que el sujeto joven -al ser relacional-, no
puede comprenderse ni en sí mismo ni por sí mismo. “Este conflicto
está articulado a la confrontación general que se produce en la
sociedad y, por lo tanto, asume las determinaciones históricas que se
desarrollan a su alrededor. En este marco, la representación social
juventud se encuentra inmersa en el proceso de producción de sentido
que tiene que ver tanto con condiciones objetivas de una estructura
social específica, como con las relaciones simbólicas que la sustentan”
(Perez Islas, 2000: 47). En el mismo sentido, Mariana Chaves sostiene
que la juventud es una noción que cobra significado únicamente cuando

6
A pesar de nuestro énfasis en las dimensiones histórico-social y relacional, no
desconocemos el anclaje etario de la noción de juventud, aun en su clave generacional.
Al respecto, numerosos estudios, citados por ejemplo en Ghiardo (2004), definen los
límites biológicos de la juventud entre los 14 y 29 años, aunque otros los restringen entre
los 18 y los 29 años (Ghiardo, 2004: 18).
podemos enmarcarla en el tiempo y en el espacio, es decir, reconocerla
como categoría situada en el mundo social (Chaves, 2006).
Si acordamos con estos planteos, podemos concluir que el sujeto
joven está constituido en y por una trama material y simbólica en el
marco de correlaciones de fuerzas -también materiales y simbólicas-,
en el seno de formaciones sociales concretas. Por ende, no existe un
sujeto joven sino una multiplicidad de posibilidades de constitución,
aparición y presentación de ese sujeto en el mundo social. Así, cuando
se piensa a la juventud como portadora de una misión determinada,
rebelde, apática o bien como período preparatorio para la vida adulta,
se hace referencia a uno de los modos específicos en que se produce
juventud (Martín Criado, 1998) y no a un ser joven unívoco y
7
homogéneo (mirada “esencialista”) . Hay otras juventudes, otras tramas
materiales y simbólicas que las constituyen. De este modo, en este libro
hablamos de juventudes en plural.
Entonces, nuestra perspectiva busca confrontar con la idea de que
los jóvenes, en cuanto tales, tienen mayor predisposición ya sea a la
acción y a la participación o al desencanto con la política y a la
retracción de los compromisos públicos. Siguiendo a Marcelo Urresti,
para comprender a los jóvenes es preciso “más que pedirles o juzgarlos
por aquello que hacen o no hacen respecto de los jóvenes de
generaciones anteriores, comprenderlos en su relación con la situación
histórica y social que les toca vivir” (2000: 178).
Antes de avanzar, nos interesa hacer una propuesta más para
abordar las relaciones entre juventudes y políticas. Pensamos que
reactualizar la noción de generación es muy fructífero para realizar este
tipo de análisis. La generación no puede ser considerada como una
mera cohorte, puesto que -como ya lo había señalado Mannheim (1993
[1928])- la sola contemporaneidad cronológica no es suficiente para
definir una generación. Por el contrario, la idea de generación, antes
que a la coincidencia en la época de nacimiento, “remite a la historia, al

7
Las miradas esencialistas de la juventud, suelen ser tributarias de determinadas
perspectivas instaladas como hegemónicas. Al respecto, luego de una revisión exhaustiva
y crítica acerca de las perspectivas desde donde se ha pensado –y enunciado- a la
juventud en América Latina, Chaves (2010) concluye que “las miradas hegemónicas
sobre la juventud latinoamericana responden a los modelos jurídico y represivo del poder
(…) están signadas por el gran NO: es negada (modelo jurídico) o negativizada (modelo
represivo), se le niega la existencia como sujeto total (en transición, incompleto, ni niño ni
adulto) o se negativizan sus prácticas (juventud problema, juventud gris, joven desviado,
tribu juvenil, ser rebelde, delincuente)”. Así, esta autora coincide con la perspectiva
general de Perez Islas (2000) cuando menciona que “lo joven adquiere desde la
institución, un estatus de indefinición y de subordinación; a los jóvenes se les prepara, se
les forma, se les recluye, se les castiga y, pocas veces, se les reconoce como otro. En el
mejor de los casos, se les concibe como sujetos sujetados, con posibilidades de tomar
algunas decisiones, pero no todas; con capacidad de consumir pero no de producir, con
potencialidades para el futuro pero no para el presente” (Chaves, 2010).
momento histórico en el que se ha sido socializado” (Margulis y Urresti,
1996: 26). Sin embargo, una generación tampoco puede comprenderse
sólo a partir de la coexistencia en un tiempo histórico común, sino que –
para ser tal- debe poner en juego de una u otra forma, criterios de
8
identificación común entre sujetos que comparten un problema .
Entonces, el vínculo generacional aparece y se constituye como
efecto de un proceso de subjetivación, ligado con una vivencia común
en torno a una experiencia de ruptura, a partir de la cual se crean
mecanismos de identificación y reconocimiento en tanto parte
constitutiva de un nosotros (Lewkowicz, 2004). Este autor argentino
propone definir una generación no como aquello ligado directamente a
la edad de los individuos, o a la proximidad en las fechas de
nacimiento. Una generación se configura cuando se tienen problemas
en común que se expresan en una experiencia alteradora, y en ese
sentido, las generaciones se caracterizan, también, por sus
movimientos de ruptura:
“una generación se constituye cuando el patrimonio legado se disuelve
ante el embate de las circunstancias. Un saber transmitido se revela
insolvente. Tenemos un problema: de esto no se sabe. Si nos
constituimos subjetivamente como agentes de lo problemático del
problema, advenimos como generación” (Lewkowicz, 2004).

En una palabra, una generación parece surgir a partir de una


experiencia originaria, como punto en el que se constituye una nueva
sensibilidad, un adoptar un lugar en una escena.
En la dinámica histórica, como lo señala Bauman (2007) las
generaciones pueden sucederse, pero también superponerse. De esta
manera, el conflicto intergeneracional se expresa en las dinámicas
políticas, sociales y culturales de las sociedades en los que se
producen. Además, en un mismo momento histórico pueden coexistir -
muchas veces en tensión- diferentes maneras de producir juventud y de
ser joven (Ghiardo, 2004: 44). Así comprendidos, los jóvenes son
producidos –por el sistema de dominación-. En tanto colectivos
organizados producen –resistencias, prácticas alternativas, creaciones,
innovaciones-, y se producen, generando estéticas, modos de ser y
subjetividades que los singularizan.
Al remarcar la importancia de analizar las expresiones que
adquiere la participación política entre los jóvenes remitiéndonos al
concepto de generación, nos distanciamos tanto de la consideración de
la juventud en clave biológica, como también de la idea de que ésta
pueda ser asociada -en tanto parte del ciclo de vida- con una
predisposición específica hacia la participación política; ya sea para la

8
Para ampliar este punto ver Bonvillani, Palermo, Vázquez y Vommaro (2010).
mayor implicación juvenil, como hacia la retracción de su compromiso
9
político . En definitiva, nos alejamos de las posturas que remarcan tanto
la apatía y el desinterés, como el compromiso y la rebeldía como
rasgos distintivos de las juventudes actuales.
En los años noventa, algunas visiones proponían que la
denominada crisis de representación se traducía, especialmente entre
los jóvenes, en la ausencia de toda forma de organización y acción
colectiva. Desde esta óptica, la crisis de la política -entendida como
sistema de representación institucional y liberal- expresaba, al mismo
tiempo, la crisis de la participación política juvenil (Sidicaro y Tenti
Fanfani, 1998). Sin embargo, a partir de las investigaciones en las que
se basa este libro, decimos que las nociones de apatía, desinterés o
desencanto aludían a la falta de legitimidad y de compromiso entre los
jóvenes hacia determinadas formas de la política; es decir, no significó
el rechazo a la política como tal, entendida como discurso y como
práctica relacionados con la construcción social de lo común. Entonces,
el desinterés, la apatía o desencanto no tienen por qué traducirse en la
idea de que las nuevas generaciones no valoraban las cuestiones
públicas o, en otras palabras, que se trataba de generaciones
despolitizadas.
Por el contrario, los diagnósticos sobre el alejamiento y el
descompromiso podrían permitirnos dar cuenta del modo en que se
produjo un distanciamiento de los jóvenes de la política entendida en
términos representativos e institucionales. Esto es, la disminución de la
participación en prácticas políticas que podemos denominar clásicas,
así como el alejamiento y la desconfianza hacia las instituciones y
actividades convencionales de implicación en la esfera pública. En el
mismo sentido, podemos analizar los modos en los que la politización
se produjo a través de otro tipo de prácticas o a través de otros canales
que se alejaron relativamente de las vías institucionales conocidas de la
política.
Es así como la consideración de los jóvenes como generación, nos
permite aprehender un conjunto de relaciones sociales y políticas en las
cuales éstos se encuentran inmersos, así como también los procesos
socio-históricos que constituyen la dinámica del cambio social. La
generación incluye así, el contexto de socialización -más amplio- en el
cual una determinada cohorte se apropia, y al mismo tiempo resignifica,
las prácticas sociales y políticas del mundo en el que habita. Es este
proceso de apropiación y modificación lo que posibilita la ruptura y la
innovación características de muchas experiencias políticas juveniles.
9
Por ejemplo, Margulis y Urresti (1996) realizan una crítica a los análisis de la juventud
desde las categorías de cesantía, aplazamiento o moratoria vital, caracterizándolos como
problemáticos y poco productivos para los casos latinoamericanos y más aún si se trabaja
con jóvenes de los sectores populares.
Los procesos de politización

Las discusiones teóricas y empíricas acerca de los vínculos entre


juventudes y políticas signaron los estudios de juventudes en los
últimos años, tanto en la Argentina como en América Latina. Así, los
diagnósticos de efervescencia o de apatía, o bien, de novedades,
alternatividades y retornos se suceden y superponen en los trabajos
académicos y en los debates públicos. Para avanzar en estas
cuestiones creemos necesario abordar las transformaciones que
experimentó la política en los últimos treinta años y explorar la
diversidad de prácticas, formas organizativas y asociativas,
construcciones identitarias y culturales y modalidades de subjetivación
política que produjeron los jóvenes en sus experiencias de
participación.
Los lugares y las formas de la política tienen diversos modos de
expresarse y resolverse: las instituciones político estatales y
representativas son unas, como así también los movimientos sociales,
en tanto modalidades y colectivos que, por fuera de la institucionalidad
estatal instituida, persiguen objetivos públicos y construyen modos de
disputar dirección y gobierno (Tapia, 2008). Por otra parte, coincidimos
con Jelin en que lo político no es un a priori o esencia: diferentes
contenidos (incluso algunos considerados tradicionalmente privados o
íntimos) pueden asumir carácter público y confrontativo y así politizarse
(Jelin, 1989). Podríamos avanzar aún más y sostener que algunas
prácticas culturales juveniles –aún cuando no han sido concebidas
como políticas por los actores que las protagonizan- han sido leídas
como modos de expresión de politicidad, en tanto “modos de contestar
al orden vigente y formas de insertarse socialmente” (Reguillo, 2003a),
o bien de intervenir en el espacio de “lo común” (Nuñez, 2010). Así,
prácticas como el arte callejero, determinados consumos culturales y
determinadas expresiones en el marco de las denominadas culturas
juveniles han revelado, para algunos investigadores, un carácter
político.
Como presentamos en la introducción, pensamos que la noción de
politización permite abordar el proceso de ampliación de las fronteras
de lo político que se produjo en la Argentina y en América Latina en los
últimos cuarenta años. En efecto, la politización de las relaciones y los
espacios cotidianos diluyó ciertas fronteras entre lo privado y lo público
produciendo un avance de lo público en tanto producción de lo común y
territorio de la política. Desde esta mirada, la política es una producción
relacional y dinámica, en proceso; y los jóvenes son protagonistas
fundamentales de estas transformaciones de las formas de la política,
con sus innovaciones y continuidades respecto a modalidades
anteriores (Vommaro, 2013a).
Ahora bien, aunque sostenemos que las formas de expresión,
producción y práctica de la política pueden multiplicarse y que existen
diferentes modos de intervenir en y producir lo público; y partimos de
que la política en los jóvenes excede lo instituido, también asumimos
que es necesario precisar en qué momentos y situaciones una práctica,
una experiencia o una organización se politizan, es decir adquieren
carácter público, conflictivo y colectivo. En este sentido, creemos que la
politicidad, o la dimensión política de una práctica o producción, es más
una hipótesis, un punto de llegada, que un supuesto de partida. Así,
pensamos la politicidad también en términos de la potencialidad política
que pueden conllevar las prácticas culturales juveniles. Retomamos
entonces las propuestas que realizamos en un texto colectivo junto a
Bonvilliani, Palermo y Vázquez (2010) en el que sosteníamos que: “la
politización es un potencial u horizonte constitutivo de cualquier vínculo
social. Sin embargo, para atribuirle carácter político a un colectivo y a
un sistema de prácticas sociales, consideramos que es preciso
reconocer, al menos, cuatro aspectos: 1) que se produzca a partir de la
organización colectiva; 2) que tenga un grado de visibilidad pública (ya
sea de un sujeto, de una acción o de una demanda); 3) que reconozca
un antagonista a partir del cual la organización adquiere el potencial
político; 4) que se formule una demanda o reclamo que adquiera un
carácter público y contencioso”.
A partir de lo dicho, sostenemos que en las últimas décadas es
posible observar entre los jóvenes un doble desplazamiento. En primer
lugar, desde las formas clásicas de organización y participación política
hacia otro tipo de espacios y prácticas, en los que no sólo no
rechazaban la política, sino que se politizaban sobre la base de la
impugnación de los mecanismos delegativos de participación y toma de
decisiones. Este es el movimiento que signó los años ochenta y –más
fuertemente- noventa (podríamos fecharlo en el período 1983-2002/3).
En segundo lugar, una trayectoria que marca una nueva parábola de
recomposición de la política partidaria e institucional centrada en el
estado; un reencantamiento con lo público estatal y con las formas
clásicas de participación política. Es decir, el surgimiento de
organizaciones que se nombran o autoperciben como juveniles, que se
constituyen desde o en diálogo fluido con el estado y encuentran en las
políticas públicas de ciertos gobiernos latinoamericanos (que
denominan progresistas o populares) espacios fértiles de acción y
desarrollo de sus propuestas. Son grupos que en algunos casos están
vinculados a juventudes partidarias y que en todos los casos se
presentan como base de apoyo de los gobiernos en cuyas políticas o
instituciones participan (Rodríguez, 2012). Esta es la dinámica que
marca el proceso de recomposición que caracterizó a la Argentina
luego de 2003. Sin embargo, este regreso de la política vinculada a los
partidos y a los canales institucionales propuestos desde el estado no
será una réplica de momentos anteriores. Al contrario, se asentará
sobre nuevas bases caracterizadas por dos nociones fundamentales:
territorio y politización.
En definitiva, intentando distanciarnos de las miradas esencialistas
de la juventud –como mencionáramos-, en este libro pensamos a los
jóvenes como sujetos activos y potentes para de este modo analizar
sus posibilidades y sus producciones contextualizadas. De esta
manera, proponemos un análisis centrado en su protagonismo político,
en el marco de las particulares condiciones sociohistóricas que
experimentaron y en las que han intervenido de determinadas maneras.
Al concebir las juventudes a partir de la noción de generaciones y
al resaltar su dimensión relacional, es ineludible asumir también el
vínculo que se establece con otras generaciones, es decir las
dinámicas intergeneracionales. De este modo, asumiendo la diversidad
de lo político, pero planteando una hipótesis de delimitación e
identificación de los procesos de politización, en los capítulos siguientes
mostraremos las características y las formas en la que los jóvenes
intentaron, se involucraron, construyeron e hicieron política en los
últimos treinta años en la Argentina y en América Latina.
Bibliografía
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