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INICIACIÓN A LA ASTRONOMÍA

Unidad Didáctica n.º 1


INICIACIÓN A LA ASTRONOMÍA Unidad Didáctica n.º 1

I Introducción
A) Introducción

B) Conceptos básicos

II El sistema solar. Planetas interiores


A) Origen del sistema solar

B) El Sol

C) Mercurio

D) Venus

E) La Tierra

F) La Luna

G) Marte

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INICIACIÓN A LA ASTRONOMÍA Unidad Didáctica n.º 1

I. Introducción

A) Introducción

La Astronomía es la ciencia que estudia los astros. Esta definición aparentemente


obvia encierra un significado verdaderamente amplio. Podríamos incluso afirmar que la
Astronomía estudia el universo en su totalidad, lo que explicaría lo grandioso e interesante de
esta ciencia.

Ante la imposibilidad material de ocuparnos de todos aquellos astros y demás cuerpos


que componen el universo, en este curso de iniciación nos centraremos en el estudio de los
objetos celestes más relevantes, así como de la observación astronómica de aquellos astros
que, bien a simple vista o con la ayuda de un telescopio o binoculares, podamos llegar a
conocer sin excesivos medios técnicos.

La Astronomía está considerada como la ciencia más antigua, ya que existen pruebas
de que civilizaciones como los babilonios y los egipcios poseían conocimientos astronómicos.
Tras unos inicios basados en el geocentrismo, creencia que afirmaba que el centro del
universo era la tierra y que todos los demás objetos (el Sol, las estrellas, etc.) giraban alrededor
de ella. Científicos como Copérnico y Kepler colaboraron en el desarrollo de la teoría
heliocéntrica, que consideraba al Sol como centro del sistema solar. En los siglos XVI y XVII,
Galileo utilizó por primera vez un instrumento de aumento (anteojo) en la observación
astronómica, lo que permitió el descubrimiento de nuevos planetas, estrellas y galaxias. Tras
asentar Newton las bases teóricas de esta ciencia en los siglos XVII y XVIII, la verdadera
revolución se inició con la aplicación de los radiotelescopios y la introducción de las técnicas
fotográficas a la astrofísica.

La Astronomía está dividida en tres ramas principales:

 La Astronomía de posición, que estudia la situación y las coordenadas de los


astros, así como sus variaciones.

 La Astrofísica, que estudia las leyes físicas que rigen el comportamiento de los
cuerpos que componen el universo.

 La Cosmología, que se ocupa de explicar el origen y la evolución del universo.

La Astrología, a pesar de contar con un origen común a la Astronomía, no es una


ciencia, sino una creencia que se basa en ciertos datos procedentes de esta última, la cual sí
posee un método científico basado en la formulación de hipótesis que se contrastan empírica o
teóricamente para concluir en una teoría. El fin último de la Astronomía es, por tanto, el estudio
de los elementos del universo para ofrecer una descripción de este y de las relaciones que
surgen entre ellos.

Los astrónomos utilizan algunas teorías corroboradas por medio de la experimentación


para desarrollar otras teorías, y así sucesivamente. Una de las teorías más importantes para el
avance, no solo de la Astronomía, sino de la ciencia en general, es la teoría que explica cómo
se formó el universo, cuál fue su origen y cuál será su final. El gran problema que surge al
desarrollar esta teoría es la dificultad de conocer científicamente que ocurrió en el verdadero
inicio del universo.

Los científicos han llegado a explicar que ocurrió después de


0,00000000000000000000000000000000000000000001 segundos de vida del universo. En el
tiempo precedente no son aplicables las leyes de la Física que conocemos y, además de esto,
para conocer lo que ocurrió antes de este instante los científicos necesitarán saber cuál es la
masa exacta que hay en el universo, lo que en la actualidad parece bastante difícil, pero no
imposible.

Quizá en los próximos años, o siglos, se pueda llegar a conocer qué ocurrió antes de
ese momento, pero hasta ahora, tenemos que conformarnos con saber lo que tuvo lugar

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‒43
después. Transcurridos esos 1 × 10 segundos, la temperatura ya ha descendido hasta los
27
1.000.000.000.000.000.000.000.000.000 grados (10 °C). A esta temperatura ya se empiezan
a formar los quarks y los antiquarks, que son las partículas que originan los fotones, neutrones,
electrones y protones. A partir de ese momento, el universo empieza a expandirse de modo
que cuando aumenta su tamaño al doble y su temperatura desciende a la mitad. De esta forma,
podríamos asegurar que en el principio absoluto del universo, la temperatura de este sería
infinita, ocuparía un volumen cero y tendría una densidad igualmente infinita.

A esto hay que añadir el problema de explicar cómo era el universo “antes” de que
existiera el tiempo. La idea de imaginar toda la masa del universo ocupando un espacio cero a
una temperatura infinita da idea de la dificultad de demostrar científicamente cuál fue
exactamente su origen. Actualmente, la teoría aceptada por la comunidad científica acerca del
origen del universo es la del Big Bang, que promulga la idea de esta gran explosión inicial del
universo que aún hoy en día sufrimos.

Tres minutos después de la gran explosión, la temperatura ya había descendido a los


1.000.000.000 °C y se empezaron a formar los primeros átomos de hidrógeno. A medida que la
temperatura descendía, se iban formando cada vez más átomos y estos, a su vez, se iban
uniendo para formar moléculas, estrellas, planetas y galaxias. Cuando hubo en el universo la
suficiente cantidad de átomos unidos como para generar fuerzas “gravitatorias” (aquellas que
origina un cuerpo por el simple hecho de tener masa y estar en movimiento), la velocidad a la
que se expandía el universo se vio reducida por el efecto de atracción que provocaban estas
fuerzas gravitatorias.

Ahora mismo el universo se sigue expandiendo, como fruto de esa explosión inicial, y si
resulta muy complicado entender el origen, más complicado aún resulta augurar su final. Para
poder predecir cómo será, es necesario saber con exactitud cuál es la masa del universo.
Sabemos que el 74% de lo que hay en él es hidrógeno, el átomo más sencillo, formado por un
protón alrededor del cual orbita un electrón. Todo este hidrógeno cumple la función de ser el
“combustible” de las estrellas, por lo que parece sencillo, a primera vista, calcular la masa total
si conocemos el número total de estrellas.

El problema radica en que se calcula que la cantidad de materia visible (luminosa) del
universo no llegue a ser ni siquiera la mitad de la masa total, debido a la existencia de un sinfín
de objetos que no emiten luz que veremos más adelante con detenimiento. Así pues, existen al
menos dos posibles finales para el universo. La primera posibilidad sería que la cantidad de
masa total no sea suficiente para generar las fuerzas gravitatorias necesarias para detener
completamente la expansión provocada por la explosión inicial, por lo que se estaría
expandiendo y enfriando “infinitamente”. Esta hipótesis tiene un problema, la temperatura
máxima que puede alcanzar un cuerpo parece ser infinita, pero no así la temperatura mínima.
En el siguiente apartado de esta unidad didáctica veremos qué es la temperatura y en qué
escalas se puede medir, pero se puede afirmar que la temperatura mínima que puede alcanzar
la materia es de aproximadamente ‒273 °C, es decir, 0 °K. La cuestión es, ¿qué ocurrirá
cuando toda la materia del universo haya alcanzado esta temperatura? Teóricamente,
entonces todos los protones, neutrones y electrones de todos los átomos del universo dejarán
de vibrar y se desintegrarán.

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La segunda posibilidad es que sí exista materia suficiente para frenar la expansión del
universo y que este llegue a un punto de no expansión, que irá seguido de una contracción
continua hasta volver a ocupar un espacio cero y tener una temperatura infinita. Es lo que se
conoce como la teoría del Big Crunch.

Existen muchas más posibilidades, pero como hemos dicho, para poder conocerlas
necesitamos saber cuál es exactamente la masa del universo. Algunos científicos opinan que la
masa total que ya está calculada sería un 80% del total, mientras que otros indican que solo
conocemos el 1% de lo que realmente existe en él. Lo que sí parece probable es que ese final
no está aún muy cercano y existe la posibilidad de llegar a conocer qué ocurrirá realmente con
“este” universo que cuenta ya con una edad de unos 15.000 millones de años
aproximadamente.

Enlace de interés: Big Bang, Big Crunch

B) Conceptos básicos
Resulta prácticamente imposible imaginar a alguien que nunca se haya maravillado al
observar una noche estrellada, o que nunca se haya preguntado cómo serán esos cuerpos que
dominan el firmamento cada noche. Aunque a simple vista todos parecen semejantes, con
excepción de la Luna, veremos cómo existen numerosos objetos de diferentes clases, lo que
nos ayudará a comprender un poco mejor cómo está formado el universo y qué lugar
ocupamos en él.

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Entre los principales objetos que forman el cosmos podemos diferenciar:

- Planetas: cuerpos con forma


aproximadamente esférica que no
emiten luz por sí mismos sino que
la reflejan de alguna estrella. La
Tierra, por ejemplo, es uno de
ellos. En ocasiones se agrupan
formando sistemas, como es el
caso del sistema solar, orbitando
alrededor de una o varias
estrellas. La gran mayoría
presenta satélites, como la Luna,
que habitualmente proceden de
fragmentos despedidos del propio
planeta o de objetos que entran
en su órbita.

- Estrellas: esferas de gas en


reacción que suelen tener objetos
en su órbita debido a las enormes
fuerzas gravitatorias provocadas
por su masa. En la tercera unidad
didáctica estudiaremos los tipos
de estrellas que existen, así como
sus ciclos y clasificaciones. En
ocasiones, las estrellas se
agrupan formando lo que se
conoce como cúmulos estelares.

- Nebulosas: es habitual
encontrar partículas de polvo y
gas en el “espacio”
aparentemente vacío que separa
unos cuerpos de otros. La
distribución de estas partículas no
es en absoluto uniforme y existen
zonas del universo en las que
estas se acumulan formando
estos cuerpos que estudiaremos
en la tercera unidad.

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- Galaxias: agrupación de
millones de estrellas, planetas,
polvo y gas. Suelen agruparse
formando cúmulos de galaxias y
son uno de los objetos más
interesantes para estudiar.

- Quásars: objetos cuyo nombre


procede de la abreviatura de
“quasi-stellar”, que están
enormemente lejos y parecen
alejarse de nosotros a una
enorme velocidad y cada vez más
rápido. Solo se conocen debido a
las fuertes emisiones de
radioondas que emiten.

- Agujeros negros: regiones del


espacio procedentes de colapsos
de estrellas en los que la materia
está sometida a una densidad y
gravedad tan enormes que nada
puede escapar de ellos, ni tan
siquiera la luz.

Además de estos, existen otros objetos menores de los que nos iremos ocupando más
adelante. Desde el punto de vista de la observación astronómica, los objetos más
espectaculares son sin duda los planetas, las nebulosas y las galaxias.

Una de las primeras cosas que observamos al mirar el cielo nocturno es que todos los
objetos que vemos no brillan por igual. La luz es lo único que permitía estudiar las estrellas y
planetas hasta la implantación de la radioastronomía, centrada en las emisiones en forma de
ondas que emiten los cuerpos. Una de las principales propiedades de la luz es su llamada
dualidad onda-corpúsculo. Esto quiere decir que la luz se propaga, a la vez, como onda y
como corpúsculo. Como luego veremos, las distancias que nos separan de las estrellas son tan
enormes que lo que estamos viendo hoy, ocurrió hace miles de años. La luz que emana una

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estrella se transmite por el espacio a una velocidad de 1.080.000.000 km/h o, lo que es lo


mismo, a 300.000 km/s.

Además de luz visible, los cuerpos pueden emitir otro tipo de radicaciones que no son
perceptibles a simple vista. Al transmitirse como una onda, la luz posee varios tipos de
“longitudes de onda”. El ojo humano es capaz de captar exclusivamente las emisiones con
unas longitudes de onda comprendidas entre 400 (violeta) y 690 nm (rojo). El resto de las
radiaciones, los rayos gamma, UVA, X, etc., solo pueden percibirse con la ayuda de cierto tipo
de instrumentos (como los radiotelescopios) que han proporcionado una información muy
valiosa sobre todos aquellos objetos celestes que no son visibles al ojo humano. Por lo tanto,
existen numerosas radiaciones que no podemos ver, pero están ahí.

En virtud de esto, podríamos definir la oscuridad como la ausencia de luz visible, es


decir, de ondas que no sean capaces de estimular la retina humana. Este hecho tan
aparentemente obvio ha sido de gran ayuda para los científicos en su tarea de descubrir si el
universo es infinito o no. Una sencilla pregunta como ¿si existen tantas estrellas y objetos
brillantes en el firmamento, por qué la noche es oscura? permitió a científicos como Oblers
descubrir que para tener el número de estrellas necesarias que iluminaran el cielo nocturno
hasta que pareciera tan luminoso como el día, el universo debería tener un tamaño concreto
15
(6,66 × 10 años luz). Así pues, podemos saber que el universo tiene un tamaño inferior al
necesario para que sus estrellas iluminen todo el espacio y, por lo tanto, saber que es finito.
Ahora bien, si el universo es finito, ¿qué hay fuera de él? Esto es lo que se conoce como la
paradoja de Oblers que definió el universo como algo finito pero ilimitado, debido a la propia
naturaleza del término “limitado”.

Entre los objetos visibles a simple vista, o con la ayuda de telescopios convencionales,
notamos diferencias en el brillo de los objetos. Los astrónomos utilizan el término magnitud
para diferenciar el brillo de los cuerpos celestes. Entre los factores que influyen en la magnitud
de un objeto, están la distancia que nos separa de ellos y su propio brillo. Si observamos un
objeto muy brillante a mucha distancia, este puede parecernos tan brillante como uno situado
más cerca, pero que en realidad brille menos. La magnitud es la escala que mide la
luminosidad de los objetos. Cuanto menor sea la magnitud de un objeto, mayor será su brillo.
Por ejemplo, el objeto más brillante del firmamento es el Sol, con una magnitud de ‒26,
mientras que las estrellas menos brillantes que puede captar un ojo humano tienen magnitudes
de 6 o 7.

Esta forma de asignar las magnitudes, en la que los objetos más brillantes tienen
menores magnitudes, se debe a que es una escala logarítmica y no decimal; esto es, la
diferencia de un valor a otro no es de 1, sino de aproximadamente 2,5. Por ejemplo, si un
objeto tiene magnitud 5 y otro 10, el primero no es el doble de brillante que el segundo, sino
que el de magnitud 5 sería 100 veces más brillante que el de magnitud 10.

Diferencia de Diferencia de
magnitud brillo
1 2,512 veces
2 6,31 veces
3 15,85 veces
4 39,81 veces
5 100 veces
6 251 veces
7 631 veces
8 1585 veces
9 3981 veces
10 10.000 veces
15 1000.000 veces

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En la siguiente tabla, podemos observar las magnitudes de algunos cuerpos celestes:

Cuerpos Magnitudes Cuerpos Magnitudes


Sol ‒27 Marte 1
Luna ‒13 Estrellas de la Osa Mayor ~2,5
Venus ‒4 Estrella Polar 2
Júpiter ‒2,4 Urano 6
Sirio ‒1,6 Neptuno 8
Mercurio ‒1,5 Eris 19
Límite de telescopios
Vega 0,1 25
terrestres
Límite del telescopio
Saturno 0,7 28
espacial Hubble

Como observamos en la imagen anterior, el ojo humano solo puede ver objetos con
magnitudes inferiores a 6 en condiciones normales y lejos de la luz de la ciudad. En una noche
de luna llena, y no muy alejados de las luces urbanas, solo podremos observar objetos de
magnitudes 2 o inferiores. Así pues, la magnitud depende del brillo del objeto y de su distancia
hasta nosotros. Existe otro término que hace referencia al brillo real del objeto sin tener en
cuenta su distancia, es la magnitud absoluta.

La magnitud absoluta es el brillo que tendría el objeto si lo situáramos a 32,6 años luz
(10 pársec). Por ejemplo, el Sol tiene una magnitud absoluta de 5, por lo que si estuviera a 32,6
años luz en vez de a “ocho minutos” luz, lo veríamos como un objeto muy poco brillante que
pasaría desapercibido a simple vista.

Hasta ahora hemos estado hablando de distancias a los cuerpos celestes de varias
formas, años luz, pársec, etc. En Astronomía no se utilizan las unidades de medida
convencionales (kilómetros, millas, etc.) porque las enormes distancias que separan los
cuerpos hacen inútiles las unidades a las que estamos habituados.

Uno de los métodos que utilizan los astrónomos para calcular distancias es el paralaje
trigonométrico. Este método es útil para calcular distancias entre objetos. Los objetos más
cercanos parecen desplazarse más que los lejanos. Por ejemplo, si cogemos dos bolígrafos,
uno con cada mano, y uno de ellos lo situamos lejos de nuestra cara con el brazo extendido y
el otro más cerca de nuestro ojo, al observarlos con un ojo y, a continuación, con el otro, de
forma que siempre estemos mirando con un solo ojo, mientras repetimos esta operación varias
veces, vemos que el bolígrafo situado cerca de la cara parece desplazarse más que el que está
en la mano del brazo extendido, por lo tanto, cuanto mayor sea el movimiento de una estrella
con respecto a la Tierra, más cercana estará. Este sistema es el más antiguo y a la vez, el más

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limitado, ya que por medio de él la distancia máxima que se puede llegar a medir es de 326
años luz (nuestra galaxia tiene un diámetro de 100.000 años luz aproximadamente). Las
distancias superiores se han medido en la época actual gracias a modernos satélites y al
telescopio espacial Hubble.

Las unidades de medida de distancias más habituales en Astronomía son el año luz,
el parsec y la unidad astronómica (UA). El año luz es la distancia que recorre la luz en un
año, aproximadamente 9.460.000.000.000 km. Esta unidad de medida es muy útil para calcular
distancias entre estrellas y galaxias. Deteniéndonos en esto, observamos que el hecho de
mirar a la luna es verla como era 1,3 segundos antes de mirarla, mirar a la estrella más
cercana, Proxima Centauri, es verla como era hace 4,7 años y mirar a M42, la Nebulosa de
Orión, es ver su aspecto real del año 500 d. C. La conclusión que se desprende de esto es que
cuando miramos al cielo en realidad estamos mirando al pasado. Algunos de los últimos
quásars en ser descubiertos se encuentran a unos 10.000 millones de años luz, por lo que
estaríamos observando la luz que salió de ellos “muy poco” tiempo después del nacimiento del
universo.

La unidad astronómica (UA) es la distancia que separa a la Tierra y el Sol que, como
término medio, es de 150 millones de kilómetros. Se suele utilizar para medir distancias “cortas”
como las que existen entre los planetas del sistema solar. Por ejemplo, Júpiter está a 5,2 UA
del Sol, es decir, a 5,2 veces la distancia que separa la Tierra del Sol.

El pársec, palabra que procede de unir paralaje (parallax) y segundo (second) es la


distancia en la que la UA equivale a un segundo de arco, es decir, a 3,26 años luz.

Aunque hablaremos de ello con más detenimiento, hay que tener en cuenta que los
astrónomos también utilizan medidas y coordenadas angulares para identificar y calcular las
distancias de los objetos. La unidad principal es el grado (°). Todo círculo está dividido en 360°
y a su vez cada grado en 60 minutos de arco y, estos, en 60 segundos de arco. Por ejemplo, si
estiramos completamente el brazo, lo que abarca el ancho de un dedo es 1° y la distancia entre
la punta del dedo meñique y la punta del pulgar abarcan unos 20°.

En la mayoría de los
casos, dos estrellas
que parecen estar
cercanas en el
firmamento, visto en
dos dimensiones,
suelen estar muy
separadas
tridimensionalmente
hablando, como
muestra la imagen.

El tiempo es una magnitud muy importante a la hora de comprender lo que estamos


haciendo cuando nos adentramos en el mundo de la Astronomía. El tiempo y su medición han
proporcionado al hombre grandes avances en multitud de facetas desde las primeras
civilizaciones. Para medir el tiempo se han utilizado eventos astronómicos como los
movimientos terrestres y lunares. Lo que hoy conocemos por la “hora” del día es el resultado
de la observación astronómica. Teniendo en cuenta que es la Tierra quien se mueve, y no el
Sol, se observó que este último necesitaba un tiempo fijo y concreto para pasar por el punto
más alto del cielo (mediodía), llegar al más bajo, no observable (medianoche) y volver al punto

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de máxima altura con respecto al horizonte. Esto es lo que se conoce como día solar
aparente, el tiempo que tarda la Tierra en “dar una vuelta completa” y volver al punto de
origen. Está demostrado que el tiempo que emplea el Sol en realizar esta operación no es fijo,
ya que se adelanta entre 14 y 16 minutos todos los días dependiendo de la época del año
debido a la inclinación del eje terrestre y a la órbita elíptica (no circular) de la Tierra. Para
simplificar este hecho se ideó el día medio, que se ajustó a 24 horas; este “tiempo” es el que
utilizamos habitualmente para dividir los días en horas y minutos.

La hora real varía enormemente dependiendo de la localización. Por ejemplo, en


España, dos puntos separados tan solo 20 o 25 km poseen una diferencia horaria de un minuto
con respecto al Sol. Este hecho es claramente observable si nos fijamos en que en Barcelona
anochece mucho antes, a veces casi una hora, que en Galicia. Para solucionar esto se ha
dividido el planeta en las llamadas “franjas horarias”, y se toma como referente el Meridiano de
Greenwich, de longitud 0°, fijando la hora GMT (Greenwich Meridian Time) por la cual se restan
horas si nos desplazamos hacia el oeste y se añaden si lo hacemos hacia el este.

Este método tan aproximado de dividir el año en 365 días de 24 horas cuando en
realidad un año tiene 365,242 días de 24 horas, hace necesario utilizar unidades más precisas
para el estudio de cuerpos y objetos celestes. Para ello, los astrónomos usan un sistema
basado en el movimiento de las estrellas y no del Sol, es lo que se conoce como tiempo
sideral. Un día sideral tiene 4 minutos menos que un día solar, y es el tiempo que tarda una
estrella en situarse en la misma posición después de que la tierra efectúe un ciclo de rotación
completo, es decir, 23 horas, 36 minutos y 4.091 segundos. Este hecho puede comprobarse
fácilmente observando la posición de una estrella a una hora concreta (por ejemplo, Betelgeuse
a las 12 de la noche; si lo observamos al día siguiente en la misma posición veremos que
ocupa esa misma posición a las 23 horas y 56 minutos aproximadamente). Esta unidad de
medida de tiempo es muy útil en Astronomía y nos ocuparemos de ella en la unidad 5, en el
apartado de “Observación astronómica”.

Para aclarar este asunto, en 1967 se definió exactamente qué es un segundo, el


tiempo que tarda un átomo de Cesio 133 en emitir 9,192,631,770 ciclos de radiación de
microondas en un reloj atómico.

Como hemos visto, los movimientos de la Tierra son un factor determinante en la


medida del tiempo, así como lo serán en los parámetros que debemos tener en cuenta a la
hora de preparar una observación astronómica. Los movimientos principales de la Tierra son:

 Rotación: es el movimiento que efectúa la Tierra al girar sobre su propio eje,


causante del día y la noche. Como vimos anteriormente, la Tierra tarda 23 horas y
56 minutos en girar completamente sobre sí misma. Este movimiento se produce
en dirección este.

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 Translación: este movimiento, producido por la gravedad del Sol, hace que la
Tierra describa órbitas elípticas a su alrededor, para ello se necesitan 365 días, 5
horas y 57 minutos. En este tiempo, el planeta recorre un total de 930 millones de
kilómetros, de lo que resulta que, cuando creemos estar quietos en un sitio, en
realidad nos movemos a casi 30 km/s, unos 108.000 km/h. A una distancia media
del Sol de unos 150 millones de kilómetros (una UA), la órbita que describe no es
perfectamente circular, y alcanza el punto más cercano al Sol en el Perihelio, a
mediados de enero, y el más distante a mediados de julio durante el Afelio. Como
podemos comprobar, la temperatura de los hemisferios no depende de la cercanía
al Sol, sino del ángulo con el que inciden sus rayos sobre nuestro planeta. En
enero, pese a estar más cerca del Sol, los rayos impactan de una forma menos
perpendicular que en julio en el hemisferio norte, por lo que la temperatura es más
baja.

Estos dos movimientos serían los únicos que describiría la Tierra si fuese
perfectamente esférica pero, al no ser así, la atracción gravitacional del Sol y de la Luna
provoca una especie de balanceo muy sutil en la Tierra durante su translación alrededor del
Sol. Este fenómeno recibe el nombre de precesión, por el cual el eje que forman los polos va
describiendo un movimiento semejante al de una peonza que describe un cono con sus ejes
mientras gira a la vez que se desplaza. Debido a esto, la posición del polo celeste va
cambiando a través de los siglos.

Actualmente, la Estrella Polar no coincide exactamente con el polo norte celeste, y la


distancia que le separa es el verdadero norte magnético de aproximadamente 1°.
Posteriormente, el norte celeste y el magnético se irán aproximando hasta el año 2020 llegando
a una distancia de 30 segundos, luego se alejará paulatinamente describiendo un inmenso
círculo para volver cerca de su posición actual después de transcurrir más de 25.000 años.
También es muy destacable que por este fenómeno, dentro de 13.000 años, las constelaciones
observables en una época del año serán las opuestas a las actuales, es decir, si desde Madrid
podemos observar Orión en enero y Escorpión en junio, dentro de ese tiempo se observará
Orión en verano y Escorpión en invierno.

Por último, la Luna provoca en la Tierra el movimiento de nutación, debido a la forma


no esférica de la Tierra que hace que esta sea atraída ligeramente por la Luna describiendo
una pequeña figura elíptica dentro del cilindro que describe en la precesión.

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Como podemos ver, cuando realizamos observaciones astronómicas no estamos


“quietos” mirando en el espacio, sino que estamos sujetos a varios movimientos; los más
importantes son el de traslación y el de rotación, que van a condicionar nuestras
observaciones, de modo que solo podremos ver las mismas estrellas durante ciertos periodos
del año, así como dentro de una misma noche las estrellas y planetas que observemos
variarán de posición. La Luna y los planetas del sistema solar describen en la noche una línea
imaginaria que se llama eclíptica, y que equivale al plano por el cual se desplazan todos los
planetas del sistema solar, incluido el nuestro. Para hacernos una idea, sería como situarnos
cerca del centro de un disco musical que está girando y observar a través de él lo que nos
rodea como muestra la imagen.

Para finalizar, el último concepto que debemos tener claro antes de comenzar con la
Astronomía propiamente dicha es a qué nos referimos cuando hablamos de temperatura.
Hemos hablado de que el universo se está enfriando y también hablaremos del continuo
calentamiento del Sol, etc. Por ello, debemos conocer qué es la temperatura y en qué unidades
se mide.

Los cuerpos del universo están formados por moléculas, y estas a su vez por átomos.
Estos átomos se unen a otros para formar moléculas por medio de diversos tipos de enlaces.
Estas moléculas están continuamente vibrando, debido a dichos enlaces, por lo que cuanto
más caliente esté un cuerpo, mayor será la vibración de sus enlaces. Por ejemplo, el agua está
compuesta por moléculas formadas por dos átomos de hidrógeno unidos a uno de oxígeno. Si
la enfriamos hacemos estos enlaces más fuertes, ya que disminuimos la vibración (entropía) de
sus componentes, por lo que el resultado es el de unas moléculas más fuertemente unidas que
dan lugar al hielo, más sólido que el agua. Si, por el contrario, calentamos el agua,
aumentaremos la velocidad de vibración de sus moléculas, por lo que estaremos debilitando la
fuerza de sus enlaces, llegando un punto en el que se romperán, haciendo “desaparecer” el
agua para formar vapor, menos sólido.

Por lo tanto, podemos decir que la temperatura de un cuerpo está relacionada con la
vibración de sus componentes y, por extensión, con la fortaleza de sus enlaces. Cuando un
cuerpo está muy caliente (como una estrella), los enlaces son muy inestables, y tienen lugar
reacciones nucleares (aquellas en las que un núcleo atómico cambia de estructura) que
provocan radiaciones. Al principio del curso hablamos de que existía una temperatura mínima
mientras que no existe una máxima. Esto sucede porque hay una temperatura por debajo de la
cual las moléculas y sus átomos vibran tan poco que llegarían a “desintegrarse”, se separarían
los componentes esenciales de esa materia y, si esta no existe, no puede tener temperatura.
Esa temperatura, a la que no se ha conseguido llegar por medios artificiales en nuestro
planeta, aunque sí a aproximarse, se conoce como cero Kelvin. La escala Kelvin, cuyo
referente es la temperatura a la cual deja de existir la materia, es la que se utiliza

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habitualmente en Astronomía, y su “cero” equivale a los ‒273 °C aproximadamente. Por


ejemplo, decir que el agua hierve a 100 °C o a 373 K es decir lo mismo.

La escala Celsius toma como referente la temperatura de congelación y ebullición del


agua, a 0 °C el agua se convierte en hielo y a 100 °C, en vapor.

En EE. UU. se utiliza la escala Fahrenheit, que toma como referente la temperatura del
cuerpo humano (100 °F). Los grados Fahrenheit no son equivalentes a los Celsius, es decir, si
subimos 2 °C la temperatura de un cuerpo no los estamos subiendo 2 °F pero sí 2 °K. El agua
se congela a 32 °F y hierve a 212 °F, por lo que entre ellos hay 180 °F de diferencia.

Algunas fórmulas para convertir los grados en estas escalas son estos:

II. El sistema solar. Planetas interiores

A) Origen
El sistema solar al que pertenece la Tierra consiste en ocho planetas, con un total de
162 satélites conocidos, que orbitan alrededor de una estrella mediana como el Sol, además de
numerosos cometas, asteroides y meteoritos. Está situado en una zona intermedia dentro de
nuestra galaxia, la Vía Láctea, que cuenta con más de 200 billones de estrellas, la más cercana
al Sol es Próxima Centauro, situada a unos 4,3 años luz.

En alguna parte de nuestra galaxia, una estrella explotó a modo de “supernova”


produciendo durante miles de años grandes cantidades de material estelar, es decir, de gas.
Se formó una nebulosa que estuvo calentándose y comprimiéndose durante unos 100.000
años. Al ir aumentando su temperatura y densidad, se formó una “protoestrella” que contaba
con un disco de materia que se fue enfriando y orbitando a su alrededor.

En esa zona “fría” la temperatura desciende lo suficiente como para que se solidifiquen
los átomos de metales pesados y empiecen a aglomerarse formando moléculas de hierro y
roca. Estas moléculas empiezan a chocar formando aglomerados que siguen chocando y
aumentando de tamaño hasta que se llegan a formar grandes estructuras de piedra, gas y
metal que consiguen empezar a girar y dar lugar a fuerzas gravitatorias que empiezan a atraer
hacia sí más materiales.

Tras varias decenas de millones de años, estos “protoplanetas” fueron variando de


órbita y chocando entre sí hasta formar los planetas y satélites que hoy conocemos. La fuerza
de estos impactos llegó a ser tal que se han encontrado rocas de Marte en la Tierra, llegadas
hasta nosotros por algún impacto de un enorme meteorito contra el planeta rojo. Dicho impacto
provocó tal holocausto que lanzó rocas hasta el espacio, superando la velocidad de escape
(velocidad a la cual se supera el efecto de la gravedad de un planeta y se logra escapar de su
superficie hacia el espacio exterior) y que por casualidad cayeron en la Tierra.

Todos los planetas y asteroides del sistema solar giran en la misma dirección (la
contraria a las manecillas de un reloj) describiendo órbitas elípticas más o menos excéntricas,
todas ellas en un mismo plano, la eclíptica. Todos ellos poseen unos ejes de rotación
perpendiculares al plano eclíptico, excepto Urano y Plutón, que tienen un eje de rotación
horizontal al plano.

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Solo el 0,15% de la masa total del sistema solar se encuentra en los planetas, satélites
y asteroides. La práctica totalidad de la materia está en el Sol; además de esto, solo Júpiter
contiene más del doble de la masa del resto de planetas y satélites del sistema solar juntos. A
pesar de ocupar una región ínfima de la galaxia, el sistema solar posee unas dimensiones tan
enormes que se aprecian mejor con un ejemplo. Si imaginamos al Sol con el tamaño de un
armario de 1,5 m, la Tierra estaría a 150 m de él y tendría el tamaño de una moneda; Júpiter
estaría a 700 m y tendría el tamaño de un libro; Saturno, el tamaño de una manzana y a 1.500
m, por último, Urano y Neptuno serían como naranjas situadas a 3,5 y 5 km respectivamente. A
esta escala la estrella más cercana se encontraría a más de 35.000 km.

Los ocho planetas que componen el sistema solar tienen dos tipos de composición. Por
un lado, estarían los planetas rocosos (Mercurio, Venus, Tierra y Marte) y, por otro,
encontramos los planetas gaseosos (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno).

A continuación, veremos cada uno de los cuerpos que forman el sistema solar,
haciendo hincapié en los planetas y satélites que lo componen.

B) El Sol
El Sol es una estrella de tamaño mediano dentro de las que componen nuestra galaxia.
De hecho, si nos alejásemos a la distancia necesaria, el Sol pasaría desapercibido debido al
tamaño muy superior de cientos de estrellas relativamente cercanas. Aun así, para nosotros es
la estrella más importante, gracias a la cual es posible la vida en la Tierra y también será la
culpable de la inevitable destrucción de la vida en nuestro planeta, seguido de la destrucción
total del mismo, como veremos más adelante.

Dentro de la clasificación de estrellas que estudiaremos en la segunda unidad, el Sol


sería una estrella tipo G2. Es el objeto más importante, grande y pesado del sistema solar y
posee un diámetro de casi 1.400.000 km, es decir, necesitaríamos 109 Tierras para igualar el
tamaño del disco solar. Su masa asciende a casi 2.000.000.000.000.000.000 trillones de
30
toneladas (1989 × 10 kg) y está situado a una UA de la Tierra, es decir, unos 150 millones de
kilómetros (8,3 “minutos luz”).

Su temperatura varía según sus distintas partes. En la superficie se alcanzan


temperaturas de 5.800 K (5.527 × C) y en su núcleo llegan a 15.600.000 K. La presión que
tendría que soportar un objeto en el Sol sería de aproximadamente 340.000 millones de veces
la presión atmosférica. En la actualidad, está compuesto por un 75% de hidrógeno y un 25% de
helio. Decimos en la actualidad, ya que como veremos, las estrellas no son más que enormes
reactores nucleares cargados de combustible (hidrógeno) y lo van gastando para convertirlo en
helio. Esta reacción de fusión ―proceso por el cual los átomos reaccionan para unirse
(opuesta a la fisión, en la que un átomo se “rompe”, como ocurre con el uranio de las centrales
nucleares)―, que produce la energía solar, tiene lugar siguiendo varias etapas:

 En primer lugar, dos átomos de hidrógeno se unen para formar un isótopo de


hidrógeno llamado Deuterio. En esta reacción se liberan un electrón y un neutrino.

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 A continuación, un tercer átomo de hidrógeno se une al deuterio para formar un


3
isótopo de helio (He ), y se liberan rayos gamma.

 Este átomo de He se une a otro átomo igual a él y juntos forman un átomo de


3
4
helio común (He ) y liberan dos protones.

Todo este proceso se inicia debido a las condiciones de elevadísima presión y


temperatura solares, y en él cuatro átomos hidrógeno se transforman en uno de helio, liberando
enormes cantidades de energía (este proceso es el que sigue la llamada “bomba de
hidrógeno”) canalizada en varias formas de la que quizás la más curiosa sean los neutrinos.
Esos neutrinos que liberan las reacciones solares acaban de atravesar nuestro cuerpo mientras
leemos estas líneas y dentro de un minuto habrán atravesado la órbita de Marte sin sufrir el
más mínimo cambio en su trayectoria desde que salieron del Sol. Aproximadamente cada
segundo se transforman más de 700 toneladas de hidrógeno en helio, y se liberan unos 5
millones de toneladas de “energía” en ese tiempo, por lo que el Sol se va haciendo más ligero
cada segundo que pasa.

Como dijimos, el Sol y el resto de las estrellas del universo funcionan “gastando” un
combustible que, inevitablemente, se agotará tarde o temprano. A medida que el Sol va
gastando hidrógeno, se va haciendo más ligero y más caliente. Lenta, pero continuamente, el
Sol dejará inhabitable la Tierra antes de engullirla. De momento, la Tierra es un lugar ideal para
nosotros, pero no siempre será así. Cuando el Sol se haya calentado un 5%, toda la vida
vegetal del planeta desaparecerá, cuando la temperatura sea un 15% mayor, los océanos
empezarán a hervir, por lo que antes de ese momento todo rastro de vida sobre nuestro
planeta habrá desaparecido. A no ser que el hombre consiga salir de este planeta, nuestra raza
se extinguirá.

Los científicos barajan varias opciones, como colonizar Marte e incluso Europa, luna de
Júpiter, que posee océanos congelados que, para aquel entonces, se encontrarán en estado
líquido. El calor del Sol seguirá aumentando hasta que dentro de 5.000 millones de años se
agotará el hidrógeno del Sol y el Helio reaccionará formando elementos muy pesados y
empezará a hincharse; irá aumentando de tamaño y destruirá paulatinamente a Mercurio,
Venus, Tierra (aproximadamente dentro de 7.000 millones de años) y Marte; se convertirá en lo
que se conoce como gigante roja, y 1.000 millones de años después se colapsará formando
una enana blanca. Teóricamente, dentro de un trillón de años el Sol habrá desaparecido y se
habrá enfriado completamente. En ese momento los pocos restos de planetas como Júpiter y
Saturno que queden en el sistema solar dejarán de orbitar al desaparecer el Sol y comenzarán
a vagar por la galaxia.

El Sol no tiene una estructura uniforme, posee varias capas bien diferenciadas con
temperaturas y composiciones muy distintas. La fotosfera es la superficie del Sol y tiene una
temperatura media de 5.800 K, aunque posee ciertas zonas “frías” llamadas manchas solares
que se encuentran a 3.800 K y pueden llegar a alcanzar diámetros de 50.000 km (más de 4
veces el de la Tierra). La formación de estas manchas solares está aún por aclarar, pero
parece probable que estén producidas por complejos cambios en el campo magnético solar.

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Sobre dicha fotosfera se encuentra la cromosfera, con un espesor aproximado de


8.000 km que solo es visible durante los eclipses de Sol, cuando la Luna se interpone entre la
estrella y la Tierra, en los que la cromosfera aparece como un intenso anillo rojo. La corona es
la parte más exterior del Sol que, al igual que la cromosfera, solo es visible durante los eclipses
solares. De aquí surgen las erupciones solares, en las cuales el material escapa de la Corona
a miles de kilómetros por hora y llega a alcanzar alturas enormes. La erupción que muestra la
imagen fue registrada en 1973 y alcanzó los 600.000 km de altura. Es curioso que la corona
esté mucho más caliente que la fotosfera, a pesar de que esta última está situada mucho más
cerca del núcleo. La ciencia actual todavía no ha conseguido descifrar el porqué de este
paradójico suceso. El gas que se encuentra en la corona no está en ninguno de los tres
estados habituales de la materia (sólido, líquido y gaseoso), sino en estado de plasma.

Por cortesía de SOHO/[instrument] consortium. SOHO es un proyecto de cooperación


internacional entre ESA y NASA.

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La parte más interna del Sol la


compone su núcleo, que alcanza las
temperaturas más altas y donde se origina la
energía del astro que asciende a la superficie
solar a una velocidad de tan solo 1 mm por
hora (se necesitarían casi 170.000 años para
alcanzar su superficie). En otras palabras, la
energía que recibimos hoy del Sol se generó
en su núcleo cuando los primeros Homo
Sapiens habitaban el planeta. Las
condiciones que se dan en este lugar son
prácticamente imposibles de imaginar, con
temperaturas de decenas de millones de
grados y una densidad de más de 150 veces
la del agua.

Por cortesía de SOHO/[instrument]


consortium. SOHO es un proyecto de
cooperación internacional entre ESA y NASA.

Uno de los fenómenos más peculiares del Sol es el viento solar, efecto que producen
las partículas que el astro emite y escapan de su corona atravesando el sistema solar a unos
450 km/s. Debido a este efecto, las colas de los cometas siempre siguen una trayectoria
opuesta al Sol. Junto a esto, nuestra estrella produce un fortísimo campo magnético que llega a
interactuar con el de planetas tan relativamente alejados como la Tierra.

Por cortesía de SOHO/[instrument] consortium. SOHO es un proyecto de cooperación


internacional entre ESA y NASA.

Fenómenos como estos nos afectan en nuestra vida cotidiana, ya que algunas
interferencias producidas en emisiones terrestres, como la televisión o la radio, así como
periodos inusualmente fríos o calurosos suelen estar relacionados con el aumento o la
disminución de las manchas solares y de las características del campo magnético solar.

Enlace de interés: El sol, pasado, presente y futuro

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C) Mercurio
El planeta más cercano al Sol recibió su nombre del dios romano del comercio y los
viajes, que significa mensajero de pies alados, nombre que quizá se le atribuyo al ser Mercurio
el planeta que más rápido se mueve. En el siglo III a. C. los sumerios le llamaban Apolo cuando
aparecía por las mañanas y Hermes cuando lo hacía por la tarde. Mercurio, al igual que Venus,
siempre aparece en nuestros cielos al atardecer y amanecer, debido a que están más cercanos
al Sol que nosotros y nunca podrán aparecer ya entrada la noche.

Casi todos los datos que tenemos de él han sido recogidos por la sonda Mariner 10, ya
que desde la Tierra es muy difícil observarlo, debido a su gran cercanía al Sol. El interior de
Mercurio es bastante parecido al de la Tierra y su exterior recuerda mucho a la Luna. Si
enviásemos un explorador a este planeta, vería el Sol casi tres veces más grande que en
nuestro planeta, pero nunca sería “de día” ya que, al igual que en la Luna, Mercurio no tiene
una atmósfera que provoque la dispersión de la luz solar que crea el efecto al que llamamos
día.

La órbita de Mercurio es extremadamente excéntrica, en su punto más cercano al Sol


(perihelio) se sitúa a 46 millones de kilómetros, y en el más alejado (afelio), a 70 millones. Su
órbita es muy peculiar, ya que prácticamente un día dura prácticamente un año (exactamente
tres días son dos años). Generalmente, ofrece siempre la misma cara al Sol (al igual que la
Luna ofrece siempre la misma cara a la Tierra), por lo que el astronauta que consiguiera
aguantar en su superficie vería los días no como en la Tierra, en la que el Sol “sale” por el este
y se oculta por el oeste, sino que los días (terrestres) transcurrirían con un Sol prácticamente
fijo en el cielo mientras su tamaño aumentaría para posteriormente reducirse de una forma
lenta, pero continua. Mercurio tarda 88 días en dar una vuelta completa alrededor del Sol, por
lo que un año de Mercurio supone las dos terceras partes de un día.

Su órbita discurre a 58 millones de kilómetros (0,38 UA) y posee un diámetro de 4.880


23
km (menos de una vez y media el tamaño de la Luna) y una masa de 3,30 × 10 (casi 5 veces
la masa Lunar), dato del que se desprende la gran densidad de Mercurio, pues es el segundo
planeta más denso de todo el sistema solar.

Mercurio es el planeta donde mayor variación térmica existe. Hay lugares donde solo
se alcanzan los 90 K (‒183 °C) y en otros se llega hasta los 700 K (427 °C).

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La superficie de Mercurio está plagada de cráteres debido a su ausencia de atmósfera


y su cercanía al Sol, lo que le hace el blanco de numerosos objetos que son atraídos por la
enorme gravedad de este último. La superficie de este planeta es semejante a la de la Luna, y
en ella dominan las grandes llanuras unidas a enormes cráteres. En la antigüedad, Mercurio
tenía tectónica de placas y predominaban en él las erupciones volcánicas de las que se han
encontrado rastros.

En su superficie destaca un
lugar llamado Crater Caloris. Este lugar,
de 1.300 km de diámetro, es una gran
llanura producida por el impacto de un
enorme objeto en las etapas iniciales
del sistema solar.

La sonda Mariner 10 no consiguió cartografiar el Polo Norte del planeta en donde se


cree que existe hielo de agua que consigue permanecer en este estado al encontrarse en la
zona de sombra de algunos grandes cráteres.

En cuanto a su núcleo, Mercurio posee una estructura semejante a la Tierra. Los


núcleos de ambos planetas están compuestos principalmente de hierro, aunque en Mercurio se
encuentra concentrado unas cinco veces más que en la Tierra.

El 3 de agosto de 2004, la nave de la NASA Messenger fue lanzada hacia Mercurio. El


14 de enero de 2008 la sonda visitó por primera vez Mercurio, 33 años después del último
sobrevuelo realizado por la Mariner 10. Las imágenes enviadas mostraron una superficie
rugosa y repleta de cráteres, consecuencia del intenso bombardeo de meteoritos que ha
sufrido el planeta.

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D) Venus
Venus fue, probablemente, el primer planeta conocido por nuestros antepasados, ya
que es el más brillante en la noche y el tercero de todo el cielo detrás del Sol y la Luna.

Su nombre procede de la diosa griega del amor y de la belleza. También se le conoce


como “el lucero del alba” cuando se observa al atardecer y la “estrella vespertina”, al mostrar su
brillo al amanecer.

Venus posee un tamaño, densidad y volumen semejantes al de la Tierra, aunque sus


diferencias en los demás aspectos son muy grandes. Su órbita es la más circular del sistema
solar, y se encuentra a 108 millones de kilómetros del Sol (0,72 UA). Al igual que Mercurio y la
Luna, la rotación de Venus es muy lenta y siempre muestra la misma cara hacia la Tierra. Un
día de Venus equivale a 273 días terrestres. Por el contrario, tarda 224 días en recorrer su
órbita así que, como ocurría en Mercurio, un año de Venus dura menos que un día en ese
planeta.

La presión en la superficie de Venus es enorme, unas 90 veces la de la Tierra, lo que


equivaldría a la presión que sufriríamos a 1 km de profundidad bajo el océano. Su atmósfera
está compuesta principalmente de ácido sulfúrico y posee enormes cantidades de dióxido de
carbono. Es curioso que Venus y la Tierra tengan una cantidad similar de CO 2, aunque la
mayoría del que se encuentra en la Tierra está fijado dentro de los océanos, cosa que no
ocurre en Venus debido a la ausencia de agua. La principal característica de Venus es el
avanzadísimo efecto invernadero que sufre su atmósfera, hecho que está ayudando a los
científicos a conocer que ocurrirá en nuestro planeta si continuamos contaminando la
atmósfera con CO2 y destruyendo la capa de ozono.

Su superficie está mucho más caliente que la de Mercurio, a pesar de estar más lejos
del Sol, en ella se alcanzan temperaturas suficientes para fundir el plomo (800 K). Las nubes
de ácido sulfúrico son tan densas que impiden por completo la visión de la superficie del
planeta, aunque en 1979 la nave Pioneer Venus Orbiter y en 1990 la aeronave Magallanes
consiguieron realizar un estudio muy detallado de su superficie, la cual consiste en llanuras con
amplias depresiones y dos grandes áreas elevadas, Ishtar Terra (del tamaño de Canadá) y
Aphrodite Terra (tan grande como África).

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En esta imagen se aprecia el movimiento


atmosférico de las nubes sulfúricas de Venus
que pueden llegar a provocar vientos de
hasta 500 km/h, aunque en su superficie,
como pudo comprobar la sonda rusa Venera,
el viento es mucho más tenue.

En Venus existen grandes elevaciones, como


el Monte Gula, un enorme volcán de más de 3
km de altura, en la región de Ishtar, del que
fluyen enormes cantidades de lava como
muestra esta imagen simulada en tres
dimensiones realizada por la NASA.

La superficie de Venus cuenta


también con cráteres de impacto, aunque
todos son de un tamaño importante debido a
la gran densidad de la atmósfera de Venus
que impide que los pequeños meteoritos
lleguen a su superficie. Uno de los cráteres
más grandes que se han encontrado en su
superficie es el Cráter Danilova, de 30 km de
diámetro.

Igualmente, la nave Magallanes


desveló la existencia de “volcanes en torta”
como los Pancake Volcanoes que muestra la
imagen inferior.

En definitiva, la superficie de Venus muestra una elevada actividad volcánica que


puede ser fruto de su principal característica, su altísima temperatura superficial. Al igual que
Mercurio, su núcleo es parecido al de la Tierra y ninguno de los dos planetas cuya órbita
discurre dentro de la terrestre posee satélites.

En octubre de 1975 y marzo de 1982, las distintas unidades Venera consiguieron tocar
la superficie (no “aterrizar”) de Venus y recogieron diversas muestras de material que desveló
una composición de superficie muy semejante a los basaltos y rocas volcánicas terrestres.

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Además de esto, enviaron imágenes de su superficie en un hecho sin precedentes hasta aquel
entonces.

Cuando se tomaron estas imágenes, el Sol estaba alto en el cielo de Venus. La luz
recuerda a la que existe en la Tierra en los días nublados y calurosos. Vemos objetos rocosos
semejantes a los que hay en las zonas volcánicas. Las imágenes poseen el color real de la
superficie del planeta, aunque no podemos conocer exactamente el color de las rocas, ya que
la atmósfera sulfúrica de Venus no deja pasar la luz azul. Los objetos que se ven en la parte
inferior de las imágenes son componentes de las naves Venera.

En 1990, la nave espacial Magallanes entró en órbita, y permaneció allí durante varios
años. En noviembre de 2005, la Agencia Espacial Europea (ESA) lanzó la sonda Venus
Express. La nave espacial sigue todavía trabajando duro en su tarea de examinar el planeta, y
ha detectado relámpagos procedentes de su atmósfera (a pesar de que está demasiado
caliente para la lluvia y no hay agua) y tormentas con vientos muy fuertes.

Enlace de interés: Mercurio y Venus

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E) Tierra
En este apartado nos ocuparemos de nuestro planeta desde la perspectiva necesaria
para poder compararlo con el resto de los que componen el sistema solar. La Tierra es el tercer
planeta más cercano al Sol, orbitando a más de 149 millones de kilómetros (1 UA) de nuestra
estrella. Posee un diámetro de 12.756 km y una masa de casi 6.000 trillones de toneladas. Es
un planeta pequeño comparado con sus compañeros y, desde el espacio, ofrece una visión
bella y frágil, aunque desde su superficie nos parezca un planeta fuerte y capaz de aguantarlo
todo.

La tierra necesita 365.256 días para dar una vuelta alrededor del Sol y 23,9345 horas
para efectuar una vuelta completa sobre su propio eje. La principal diferencia entre nuestro
planeta y el resto de los que forman el sistema solar es la composición de su atmósfera, que lo
hace óptimo para que la vida evolucione en él. Nuestra atmósfera está compuesta de un 78%
de nitrógeno y un 28% de oxígeno. Esta atmósfera, unida a un campo magnético fuerte
producido por su núcleo compuesto de hierro, crea un campo magnético que protege al planeta
de las enormes radiaciones solares que acabarían con todo rastro de vida si pudieran llegar a
la superficie.

Desde el espacio, la Tierra presenta un aspecto azulado producido por la gran cantidad
de agua que existe en la superficie, que se encuentra en los tres estados habituales: sólido
(polos), líquido (océanos) y gaseoso (nubes). La masa de la Tierra, junto a su rotación, hace
que la gravedad, o fuerza con la que todos los cuerpos en su superficie somos atraídos hacia el
2
centro del planeta, sea de 9,8 m/s , lo que provoca que la velocidad de escape, es decir, la
velocidad que debe alcanzar un cuerpo que pretenda abandonar este planeta sea de 40.248
km/h, a la que llegan los cohetes y naves espaciales.

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La Tierra está dividida en varias capas: además de la corteza, que se encuentra entre
los 0 y 40 km de profundidad, existe una zona enorme llamada manto, que abarca desde los 40
hasta los 2.700 km de profundidad. Debajo del manto encontramos el núcleo externo (entre
2.700 y 5.100 km) y, por último, el núcleo interno (5.100-6.378 km de profundidad). La corteza y
el núcleo son sólidos y el manto es líquido, fluyendo libremente y llegando en ocasiones a la
superficie por medio de los volcanes. El núcleo está principalmente compuesto de hierro y
níquel, a una temperatura de 7.500 K, es decir, algo más de la temperatura de la superficie
solar. El manto se divide en inferior (compuesto de silicio, magnesio y oxígeno) y superior
(basado en silicatos de hierro y magnesio). La composición de la corteza es, principalmente,
silicio, en forma de dióxido de silicio (cuarzo) y feldespatos.

Teniendo en cuenta esto, la composición del planeta, incluida su atmósfera es de un


35% de hierro, 30% de oxígeno, 15% de silicio y 13% de magnesio. Uno de los principales
efectos de esta estructuración es la llamada tectónica de placas. Al estar la superficie
compuesta por placas continentales “flotando” sobre el manto, se producen movimientos de
enormes zonas de terreno cuando los bordes de dos placas, las llamadas fallas (como la Falla
de San Andrés) chocan entre sí.

La Tierra tiene aproximadamente 4.500 millones de años y, curiosamente, se han


llegado a encontrar fósiles de más de 3.800 millones de años de edad, pero las piedras más
antiguas encontradas datan de solo 3.000 millones de años. Esto quiere decir que no queda ni
un solo rastro del periodo inicial de la Tierra en el que se formó la vida. Su principal rasgo
diferenciador, junto a la atmósfera basada en el nitrógeno y oxígeno, es el agua en estado
líquido. Se cree que puede haber grandes cantidades de agua en Titán (satélite de Saturno) y
Europa (satélite de Júpiter), aunque en estos satélites está congelada y no puede provocar el
efecto de regulación térmica que causan las grandes cantidades de agua líquida de la Tierra. El
agua es una de las sustancias más “difíciles” de calentar y enfriar, lo que provoca que la
temperatura permanezca relativamente estable en todo el planeta, sin sufrir grandes
variaciones, como ocurre en el resto de los planetas.

Nuestra atmósfera tenía enormes cantidades de CO2 en estado gaseoso en un pasado


remoto, pero la mayoría de él se fijó en las rocas y océanos, por lo que no sufrimos el
devastador “efecto invernadero” que sufren planetas como Venus. Este efecto provoca que los
rayos del sol reboten en la superficie y no escapen del planeta, sino que vuelvan a rebotar en la
atmósfera y en la superficie sucesivamente, calentando su superficie. Una de las estructuras
más importantes para que no se produzca este efecto es la llamada capa de ozono, que filtra
los rayos solares perjudiciales y ayuda a mantener “frío” el planeta.

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Esta capa de ozono es muy frágil y se destruye fácilmente con los clorofluorocarbonos
(CFC) que contienen los aerosoles y refrigerantes de los aires acondicionados y frigoríficos. La
imagen anterior muestra el estado de la capa de ozono en la Antártica en septiembre de 2000,
siendo los colores oscuros las zonas de muy baja concentración de ozono. Este “agujero” en la
capa va extendiéndose debido a las continuas emisiones que, aun siendo menores que las
producidas en décadas anteriores, son elevadas. El ozono puede regenerarse, pero para ello
son necesarios unos niveles de emisión de sustancias como CFC muy inferiores a las actuales
si no queremos que nuestro planeta posea una atmósfera tan mortal como la de Venus.

Desde una distancia cercana, la Tierra ofrece imágenes tan espectaculares como esta,
tomada por la NASA, en la que se aprecia el importante efecto de la civilización que se
extiende sobre el planeta, perceptible desde el espacio. En ella vemos el aspecto de
Norteamérica por la noche, donde destaca la diferencia en el nivel de iluminación nocturna
entre zonas como la costa oeste de EE. UU. y México, donde se aprecian muchos menos
puntos de luz.

Desde una distancia mayor, como por ejemplo desde la Luna, la Tierra
adquiere un predominante color azulado. Es curioso que si observásemos la
Tierra desde la Luna, cuando en la Tierra viésemos al satélite en cuarto
creciente, esta se vería desde allí en cuarto menguante y viceversa. Por
ejemplo, en la imagen de la izquierda habría Luna nueva desde la Tierra y
“Tierra llena” en la Luna. En la imagen inferior, la Tierra adopta un aspecto
creciente en una de las imágenes más bellas captadas desde nuestro satélite.

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Si nos remontamos más allá, la Tierra sigue ofreciendo un hermoso aspecto. Estas dos
imágenes fueron tomadas por la misión Clementine en su camino hacia los planetas exteriores.
La primera de ellas (izquierda) se realizó a medio camino entre la Tierra y Marte, y se puede
observar el impresionante aspecto del desierto del Sahara y la península arábiga. La segunda
de ellas muestra a la Tierra junto a la Luna desde una distancia más lejana.

Enlace de interés: La Tierra

F) La Luna
La Luna es el objeto más cercano a la Tierra y su único satélite natural. A simple vista
se pueden contemplar detalles muy interesantes de su estructura, sus llanuras brillantes y sus
cráteres. Se encuentra a 384.400 km de la Tierra y posee un diámetro de 3.476 km. Su masa
22
(7,35 × 10 ) es 81 veces menor a la de la Tierra y su gravedad es la sexta parte de la terrestre,
es decir, una persona que pese 80 kg en nuestro planeta solo pesará 13,3 kg en la Luna.
Recordemos que el peso es independiente de la masa. El peso depende de la fuerza
gravitatoria del lugar donde nos encontremos (0 en el espacio) y la masa es propia del objeto e
invariable debido a cambios externos.

La Luna no posee atmósfera, por lo que está expuesta a numerosos impactos de


meteoritos y al viento solar, efectos que son los causantes de la apariencia de su superficie.

Nuestro satélite posee dos movimientos. En primer lugar, efectúa una traslación
alrededor de la Tierra (al igual que la Tierra se traslada alrededor del Sol) que tiene una
duración diferente según el tipo de referencia que tomemos. La Luna en su movimiento refleja
la luz solar con un ángulo distinto, que da lugar a las llamadas fases lunares. Si tomamos
como referencia las estrellas para determinar su ciclo completo de traslación, el llamado mes
sideral, la duración del ciclo es de algo más de 27 días terrestres. Si tomamos como referencia
las fases lunares, la diferencia entre una luna llena completa y la siguiente es de 29,5 días
terrestres.

El segundo movimiento lunar, el de rotación sobre su propio eje, es exactamente igual


a un mes sideral (27,3 días), lo que hace que existan elevadas diferencias entre las zonas
iluminadas por el Sol y las oscuras, y se llegan a alcanzar temperaturas de ‒15 °C en las
últimas y de 105 °C en las iluminadas. Al ser un mes lunar mucho más lento que un día
terrestre, la luna sale cada día 50 minutos después que el anterior, fenómeno que se conoce

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como retardación. El efecto más curioso es que la Luna siempre ofrece la misma cara a la
Tierra, lo que da lugar a las conocidas cara visible y cara oculta de la Luna.

Existen dos teorías acerca de por qué gira la Luna alrededor de la Tierra. La primera de
ellas sugiere la posibilidad de que el satélite fuera “capturado” por la Tierra mientras vagaba
por el espacio o describía algún tipo de órbita sobre otro objeto incluido el Sol. La segunda
afirma que la Luna procede de una parte de la Tierra que se escindió en las primeras etapas de
la formación de nuestro planeta. Ambas teorías poseen dificultades en su confirmación. Lo que
sí sabemos a ciencia cierta es que la Luna tiene multitud de fragmentos de impactos, algunos
de ellos con 4.000 millones de años de edad, suponiendo un verdadero “fósil” que nos da una
imagen de cómo era el sistema solar en sus primeros momentos.

Estos impactos han pulverizado las primitivas rocas lunares y las han convertido en los
llamados regolitos, con un tamaño entre 2 y 8 m. En la Luna existen principalmente dos tipos
de terreno: las zonas de cráteres y las zonas de mares. Los mares suponen solo un 16% de la
superficie y también son cráteres, pero provocados por enormes impactos que posteriormente
se rellenaron de lava fundida. Es muy curioso que casi todos los mares estén situados en la
cara visible de la Luna, hecho para el que no se tiene una explicación en la actualidad. Además
de los numerosos cráteres que poseen nombres de científicos famosos, la Luna presenta
varios mares observables a simple vista.

Imagen de un cráter lunar (Cráter Copérnico)


que muestra el impacto de un objeto así como
el material que ha sido despedido a los
alrededores.

El este de la Luna está dominado por el gran Mare Crisum, mientras que en el oeste
destaca el Oceanus Procellarun. En la imagen de la página siguiente se observan los
principales mares observables de la cara visible (el norte está situado en la parte superior y el
sur, en la inferior).

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Las ya conocidas fases


lunares (creciente,
menguante, llena y nueva)
son producto de los
movimientos lunares y
terrestres. La zona que
separa la parte iluminada de
la oscura se llama
Terminador y suele ofrecer
imágenes bellísimas si se
observa con un telescopio
pequeño o con prismáticos.

Estos movimientos no solo provocan las


fases lunares. Además de que la Tierra
produzca un efecto de gravedad sobre la
Luna que la hace rotar sobre ella, la Luna
también ejerce gravedad sobre la Tierra, lo
que provoca un efecto interesante. La parte
de la Tierra más cercana a la Luna es
“atraída” por esta, y surge un pequeño
abultamiento en esa zona y un
“estiramiento” de la zona opuesta. Por
ejemplo, si la Luna está situada sobre
España, se producirá un efecto de
abultamiento sobre la península y una
pequeña concavidad en Australia.

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Este fenómeno se nota más en los mares y océanos terrestres que en la superficie
continental por motivos obvios, lo que da lugar a las mareas. Estas prominencias se mueven
por toda la superficie terrestre una vez al día, lo que provoca dos mareas diarias.

El hombre pisó la Luna por primera vez el 20 de julio de 1969, y la última vez que un
hombre estuvo allí fue en 1972. En las distintas misiones que se enviaron al satélite, llamadas
Apolo, se trajeron a la Tierra más de 300 kg de roca lunar, que ayudaron a incorporar una
nueva teoría sobre la formación de la luna, junto a la teoría de la “captura” y de la escisión en
los estadios iniciales, se ha incorporado la de que un gran objeto (quizá del tamaño del doble
de la Luna actual) golpeó la Tierra, y la Luna del material liberado en la gran explosión. Esta
nueva teoría es la más aceptada en el mundo científico hoy en día. Además de esto, el estudio
de las rocas lunares ha permitido comprobar la existencia de muchas partículas llegadas del
Sol (iones de hidrógeno) que han ayudado enormemente en el estudio de la composición de
nuestra estrella.

Enlace de interés: La Luna

G) Marte
El llamado “Planeta Rojo” debe su nombre al dios de la guerra. Se le aplicó este
nombre debido al intenso color rojizo que muestra si es observado desde la Tierra. Sin duda, la
principal característica de su estudio ha sido que siempre se ha pensado que Marte albergaba
vida, fenómeno alimentado por el sinfín de cine y literatura fantástica que se ha hecho sobre el
tema, que hace que aún sigamos refiriéndonos a la hipotética vida extraterrestre como “los
marcianos”. Como veremos, no existe vida inteligente en Marte, pero parece que en otro
tiempo sí pudo albergar algún tipo de vida.

Este planeta posee una órbita algo más excéntrica que la Tierra, por lo que posee unas
estaciones más marcadas que nuestro planeta. Su día dura prácticamente lo mismo que el
nuestro (38 minutos más) y su año comprende 687 días terrestres. Su órbita transcurre a 1,52
UA del Sol y posee un diámetro de 6.800 km, lo que le convierte en el segundo planeta más
pequeño tras Mercurio. Debido a la excentricidad de su órbita y a la ausencia de elementos que
suavicen el clima, la temperatura media de Marte es de 218 K (‒55 °C), y se llegan a alcanzar
los ‒149 (‒133 °C) en invierno y los 300 K (27 °C) en los días de verano.

La atmósfera marciana está principalmente compuesta de CO 2, y a pesar de ser muy


tenue, solo hay 7 milibares de presión media (menos del 1% de la terrestre), aunque permite
que se den en el planeta enormes tormentas de las que nos ocuparemos más tarde. Su
atmósfera también sufre el efecto invernadero, aunque no es tan elevado como en Venus.

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A pesar de tener un tamaño muy inferior a la Tierra, la superficie marciana es la misma


en tamaño que la superficie emergida terrestre. En este planeta encontramos un terreno muy
variado, con formaciones muy espectaculares.

El Valles Marineris es una enorme formación de cañones con más de 3.500 km de


largo, llegando a los 7 km de profundidad. Sin duda, se aprecian en la imagen cauces
erosionados por antiguos ríos, que en años anteriores confundieron a los científicos al pensar
que se trataba de ríos activos y no de cauces secos. En la siguiente imagen se aprecian los
cañones y cauces de este interesante lugar donde se ha demostrado la existencia de
fenómenos sísmicos y volcánicos.

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Esta imagen muestra el casquete del polo sur


de Marte. Este polo nunca se descongela
completamente y está formado principalmente
por dióxido de carbono congelado mezclado
con polvo que le da un color rojizo. Esta
fotografía fue tomada en uno de los
momentos en los que la cantidad de CO 2
congelado era menor.

A diferencia del polo sur, el polo norte


marciano contiene agua congelada al igual
que los polos terrestres.

Otra de las estructuras más llamativas de Marte es el Olympus Mons. Se trata de la


montaña más elevada de todo el sistema solar. Su altura con respecto a la llanura circundante
es de 25 km y su anchura, de 500 km. Se encuentra emplazado en un cráter que tiene una
profundidad de 6 km. El Olympus Mons es un conjunto de dos volcanes cuya actividad ha
desaparecido.

En la imagen de la izquierda observamos el monte en su conjunto, y a la derecha


vemos la cima del monte conseguida a partir de una fotocomposición realizada por la NASA.

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Quizá no sea la zona de Marte con un


mayor interés geológico, pero la región de
Cydonia, que se encuentra aproximadamente
en la zona ecuatorial del planeta, presenta
una estructura de erosión producida
seguramente por agua en estado líquido. Esta
erosión no parece muy llamativa a primera
vista, como muestra la imagen superior. En
las sucesivas misiones Viking enviadas por la
NASA se realizaron estudios más detallados
de la superficie de esta zona caracterizada
por lo caprichoso de sus formas. En una de
las imágenes que se tomó, aparece una
figura que dio la vuelta al mundo al tener un
increíble parecido con una cara humana. Se
llegó incluso a especular con la posibilidad de
que esta figura fuera una enorme escultura
creada por hipotéticos habitantes del planeta
en el pasado, aunque en vista de los datos
científicos, se trata de un capricho de la
erosión. La imagen inferior muestra la
singular imagen de lo que se conoce como la
“cara de Marte”.

El avance definitivo en el estudio de la superficie de Marte tuvo lugar cuando las


misiones Viking 1 y Viking 2 consiguieron alcanzar su superficie. Existen muchos proyectos de
varios países y agencias para enviar misiones, incluso tripuladas, a la superficie marciana ya
que el planeta rojo se presenta como el primero en la lista de planetas candidatos a albergar
vida humana en un futuro. Estas misiones devolvieron a la Tierra impactantes imágenes de la
superficie marciana que se parece a muchas zonas volcánicas (como ocurría con Venus) de la
Tierra. En todas ellas domina un color rojizo característico de su suelo rico en óxidos de hierro
y se aprecia una atmósfera que permite pasar una luz mucho más familiar que la observada en
Venus. Todos los aparatos que se muestran en las imágenes pertenecen a partes de las
aeronaves.

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Sin duda, si pretendemos establecer algún tipo de estación habitada en Marte, una de
las principales tareas de los científicos será conocer cómo funcionan las enormes tormentas
que se producen en el planeta rojo producidas por los bruscos descensos de temperatura. La
atmósfera marciana es irrespirable para el hombre debido a que su “aire” está principalmente
compuesto de CO2, mucho más propicio para la formación de enormes tormentas que arrasan
todo lo que encuentran a su camino. El telescopio espacial Hubble ha enviado numerosas
imágenes de la formación de estas tormentas que pueden llegar a durar varios meses.

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Estas imágenes muestran la rápida evolución


de las tormentas marcianas. Bajo estas líneas
se encuentran las imágenes de la mayor
tormenta de arena recogida en imágenes, en
la que se aprecia claramente cómo la enorme
lengua de polvo se desplaza sobre la
superficie del planeta durante cientos de
kilómetros.

Phoenix o Phoenix Mars Lander es una sonda espacial construida por la NASA,
lanzada el 4 de agosto de 2007 desde la base de cabo Cañaveral con destino al planeta Marte.
Su llegada se produjo el 25 de mayo de 2008. La misión principal debía durar 90 días
marcianos, unos 92 días terrestres aproximadamente. Tras el descubrimiento de hielo de agua,
se decidió prolongar la misión cinco semanas más, para acabar finalmente el 10 de noviembre
del 2008.

Para finalizar, Marte cuenta con dos pequeños satélites llamados Fobos y Deimos.
Fobos tiene un tamaño mayor y es el satélite que más cerca se encuentra de su planeta en
todo el sistema solar. Su órbita discurre a tan solo 6.000 km del planeta y posee un diámetro de
tan solo 22 km, siendo además uno de los más pequeños satélites naturales conocidos. Según
la mitología griega, Fobos y Deimos eran hijos de Marte y Venus, y su significado se podría
traducir por “miedo” y “pánico” respectivamente. Realiza órbitas muy rápidas sobre Marte
recorriendo su superficie aproximadamente dos veces al día. Al contrario que los satélites que
hemos visto hasta ahora (la Luna terrestre se separa cada vez más de la Tierra), Fobos posee
una órbita demasiado cercana a Marte como para poder resistir “mucho” tiempo a su atracción.
Dentro de unos 50 millones de años Fobos se estrellará contra Marte o se romperá en
pequeños fragmentos formando un anillo. Fobos está principalmente compuesto de roca y hielo
y cuenta en su superficie con un gran número de impactos.

Deimos es aún más pequeño (12 km) y su órbita está más alejada (23.000 km) de
Marte. Al igual que Fobos, lo más probable es que haya sido capturado por Marte en una etapa
anterior del planeta, cuando este contaba con una atmósfera hipotéticamente más densa. Sus
formas, lejos de ser esféricas, no se parecen a las de ningún otro satélite del sistema solar. El
espectáculo de observar Deimos desde Marte debe ser realmente interesante. Al completar
casi tres rotaciones completas al día y no efectuar rotación sobre su propio eje, siempre
presenta la misma cara a Marte, por lo que en un día podríamos ver casi tres veces todas las
fases (llena, menguante, creciente y nueva) del satélite.

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Todas las imágenes reales y recreaciones tridimensionales de objetos celestes que


aparecen en esta unidad son cortesía de NASA (National Aeronautics and Space
Administration) y NSSDC (Nasa’s Space Science Photo Gallery).

Las imágenes solares en las que así se indica son cortesía de SOHO Instrument
Consistorium (SOHO is a project of international cooperation between ESA and NASA).

En la sección “Utilidades” encontraréis bibliografía disponible para el curso


Iniciación a la Astronomía.

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