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un poco de lo que será el final del relato "Mi primera vez en un trío".

"No tenía sentido retrasarlo más. Allí estábamos, los tres, y entonces, con una
facilidad pasmosa, totalmente ajena a mí, a mis convulsiones, me acerqué a
Alejandra que seguía empinada, y entré en su culo; literalmente entré; le apoyé
una mano en la cintura, y le ensarté la verga, sintiendo como mi glande recorría
sus intestinos; entonces topó, y le agarré con la otra mano de los cabellos - eso
me encantó; decididamente, Alejandra, pensé, "eres una perra", y comencé a
moverme dentro de ella. Mientras la bombeaba por detrás, veía al chico de
cabello negro, pero no era capaz de procesar mis propias sensaciones".

Mi primera vez en un trío (Primera parte).


Supongo que puede parecer extraño, pero aquella imagen, aquella
inocente imagen, resultó al cabo el factor más esclarecedor, el impacto
más violento. Yo iba muy nervioso, hasta sentía cosas en el estómago y
la boca seca; era la primera vez que hacía algo así, y estaba muy
excitado. Ella, su hermoso rostro, su piel morena, sus cejas casi
perfectas, de labios delgados, boca pequeña pero engañosa; sus ojos
café oscuros, su mirada penetrante flanqueaba a derecha e izquierda al
hombre que nos acompañaba, que entonces no pude identificar porque
traíamos antifaces. Tal era la confusión en la que aquella radiante
amalgama de cuerpos me había sumido previamente. La carne perfecta,
reluciente, parecía hundirse satisfecha en sí misma sin trauma alguno,
sujeto y objeto de un placer completo, redondo, autónomo, tan distinto
del que sugieren esos anos mezquinos, fruncidos, permanentemente
contraídos en una mueca dolorosa e irreparable.
Tristes, pensé entonces. Él y yo, nos mirábamos, sonrientes, y
mirábamos la abierta grupa que nos ofrecía esa mujer. En los bordes de
su culo, se podía distinguir que la piel era tensa y rosa, tierna, luminosa y
limpia. Además, su vagina depilada, rosadita, pequeñita, con labios
pequeños. Antes, alguien había afeitado cuidadosamente toda la
superficie. Aquella era la primera vez en mi vida que participaba en un
espectáculo semejante. Un hombre, un hombre grande y musculoso, una
mujer hermosa con unos pechos enormes, empinada a cuatro patas (con
piernas muy largas y delgadas) sobre una mesa, con el culo erguido y los
muslos separados, esperando.
Indefensa, encogida como una perra abandonada, como un animalillo
suplicante, temblorosa, dispuesta a agradar a cualquier precio; como un
perro hundido que escondía el rostro, no una mujer. Había visto decenas
de mujeres en la misma postura, pero esa mujer, con su lencería morada
y con encaje, se veía perfecta. Fue entonces cuando deseé por primera
vez estar allí, tocarle, escrutarle, obligarle a levantar la cara y mirarle a
los ojos, limpiarle la cara y untarle con sus propias babas.
Deseé acercarme, herirle y hacerle gritar, y complacerme en ello,
derribarla de la mesa y continuar empujando, desgarrando, avanzando a
través de aquella carne inmaculada, conmovedora, tan nueva para mí.
Ella se me adelantó. Entreabrió los labios y sacó la lengua. Sus ojos se
cerraron y empezó a masturbarse. Siempre de riguroso perfil, como una
doncella egipcia, mientras yo recorría aplicadamente con la punta de mi
lengua la exigua isla rosa que rodeaba la sima deseada, lamía sus
contornos, resbalaba hacia dentro, se introducía por fin en ella.
Después de unos minutos, ella se levantó y se sentó al lado mío; yo me
giré un poco, y ella comenzó a acariciar mi brazo, yo contesté con mi
mano en su pierna, ella me preguntó al oído si me ponía nervioso; le
contesté que un poco, entonces me besó muy rico, con un beso en el
cual nos fundimos por unos segundos; después, rápido volteé a ver al
chico, el cual no se inmutó, sino que, al contrario, sólo asintio con la
cabeza y siguió platicando cosas cachondas de parejas... después me
preguntó que si me gustaba bailar, le dije que sí me gustaba pero que no
era muy bueno, y ella me jaló hacia el centro de la sala; nos levantamos,
le subió más el volumen al estéreo y comenzamos a bailar; el chico sólo
miraba; miraba y sonreía.
Pero pronto nos separó y se acercó a ella; abrió la boca y cerró los ojos,
y acarició con la lengua esa piel intensa, la frontera del abismo. Al mismo
tiempo, con su mano libre, la única mano que estaba al alcance de la
cámara con la que nos grabamos, golpeó suavemente la cadera de ella,
que comenzó a moverse rítmicamente, adelante y atrás, como si
respondiera a un secreto aviso. La medio empinó, y el agujero, que
empapamos de salivas, apenas, se contrajo varias veces. De vez en
cuando, inevitablemente, sus lenguas se encontraban, y entonces se
detenían un instante, se enredaban entre sí y se lamían mutuamente,
para desligarse de nuevo, después, y volver por separado a su tarea
original.
El otro chico me hizo la señal de que le tocara los pechos, así que yo la
puse de espaldas, mientras ella restregaba su hermoso trasero sobre mi
pene y yo le tocaba los senos. Después se giró y nos besamos
apasionadamente por varios minutos, ella ya empezaba a jadear un poco,
yo igual, era muy excitante todo eso. De buenas a primeras, me dijo:
"ahorita regreso, y desapareció de la salita nuevamente. Yo seguí
platicando con el chico, de lo mucho que me gustaba su mujer, y parecía
que eso lo prendía, porque constantemente se acomodaba la verga.
A los pocos minutos, entró nuevamente la chica, pero esta vez noté que
se habia quitado el bra, y ahora me pidió que siguiéramos bailando, así
que bailamos más y el baile iba subiendo cada vez más de tono, pues
ahora ya le masajeaba sus pechos y sentía cómo sus pezones se
levantaban... pocos minutos después, volvió a decirme: "ahorita regreso".
Y salió nuevamente. Su chico me preguntaba si quería seguir, y por
supuesto que yo le contesté que sí, que tenía muchas ganas de estar con
esa mujer.

Mi primera vez en un trío (Segunda parte).


A los pocos segundos, ella bajó de nuevo, pero esta vez con una
minifalda negra, súper cortita!!! se veía uuuuu increíble; yo estaba que
quería echármele encima… Se sentó al lado mío, y le comencé a
acariciar sus piernas mientras seguíamos platicando; después me dijo:
"ahora quiero bailarte", así que pusimos una silla en medio de la sala, me
senté y ella comenzó a bailarme. Debo reconocer que fue uno de los
espectáculos más excitantes de mi vida; se movía increíble, pero en una
de ésas, se agachó, y puso frente a mí su hermoso culo con una diminuta
tanga negra, y no pude resistir más, así que me acerqué y correspondí la
provocación besando y acariciando ese maravilloso trasero.
Recorrí con mi lengua cada una de sus nalgas, y de vez en cuando se las
abría para intentar rozar su culo con mi lengua. Nos movimos, y luego se
sentó sobre mí, y me empezó a restregar el culo en mis pantalones (ya
con la verga bien parada), pero se acomodó de tal manera que me quedó
en una posicion en la que podía tocar todo: sus enormes pechos,
naturales por cierto, sus piernas bien torneadas, y pude sentir esa rajita
completamente lisa, depilada y mojada. Se levantó nuevamente, y luego
me dijo: "Ahorita regreso". Mientra salía, le pidió al otro chico que la
acomapañara, así que ambos salieron (creo que para ponerse de acuerdo
si continuaban con esto o no). Al minuto regresaron, y él se volvio a
sentar en el sillón; yo seguía en la silla, ella se me acercó y nos besamos;
se hincó, y obviamente yo ya sabía lo que quería, pero no sabía qué
hacer, pues el chico en realidad me intimidaba. Cuando volteé a verlo,
me hizo la seña de que me la sacara del pantalón.
Como yo soy bien obediente, así lo hice y me la saqué, y ella sin titubear,
la agarró directamente con sus manos y comenzó a chupármela tan rico
(varias chicas me lo habían hecho antes, pero nunca de esa manera tan
placentera); a leguas se le notaba que le encantaba mamarla, además de
que se notaba la experiencia que tenía. Mi verga es algo gruesa, y le
entraba toda hasta la garganta. Ella chupaba hasta la base de mi pene, y
el sonido que producía era muy exitante… Estuvo así varios minutos, y en
medio de la mamada que me estaba dando, se quitó su blusa y dejó al
descubierto un par de espectaculares y suculentos pechos, además de
su piel morena; en eso, el chico se levantó, y diciéndonos que iba al baño
caminó hacia la puerta, pero ella se detuvo y me dijo que la esperara un
poco, pues quería que él viera y estuviera en todo momento viendo lo que
me hacía.
El chico puso una luz tenue y comenzamos a besarla y tocarla entre los
2; ella sólo decía que quería la verga de los dos; así que ahí estábamos
los 3, de pie, besándonos, y siendo presas de la excitación; yo, con su
espalda de ella delante de mí y él frente a ella, lo que a mí me permitía
acariciar sus nalgas y sus pechos mientras el chico la besaba y la
terminaba de desnudar; por común acuerdo, decidimos dejarle los
tacones puestos, y luego la acostamos boca arriba en la cama, de tal
manera que ella me la mamaba mientras el le chupaba su panochita
depilada. Los 3 disfrutábamos de lo lindo… Yo jugaba con sus pechos
mientras con la otra mano jalaba más de su nuca hacia mi verga, lo cual
le calentaba más.
Después de un rato cambiamos… él la puso en 4 patas, y me dijo que me
quedara con la verga en su boca de ella mientras él le chupaba su ano;
después noté que él le estaba metiendo uno o dos dedos por su culo.
Pasaron algunos minutos, y entonces él se puso al borde de la cama, y
me pidió que le pasara una crema del tocador, así que saqué mi verga de
la boca de ella, y obedientemente, fui por la crema y se la entregué en
las manos. La tomó y se la puso sobre su verga y sobre ella. Yo me
acomodé nuevamente con mi verag en la boca de ella para que
continuara chupándomela, y entonces la oí gritar…
El grito era producto de que su chico se la había dejado ir por el culo de
un golpe; ella gritó muy fuerte, pero más que un grito de dolor, fue un
grito de placer. Se la estuvo bombeando por detrás por alrededor de unos
5 minutos. Yo estaba que moría de la excitacion, y la verdad es que ya
quería mi turno. Al fin él dijo, hay que cambiar, ¿no? Así que al fin tuve a
mi disposición ese hermoso culo con el ano ya medio abierto frente a mi
verga, que punzaba de excitación; me puse el condón, y su esposo me
dijo: "No se la metas por la vagina, vete directo al culo, y métesela de
golpe"... Yo sólo le dije a ella: "ni nodo, mi reina, haré lo que quiera él", y
entonces apunté la cabeza de mi verga en su entrada, y se la metí de
golpe.

Mi primera vez en un trío (Tercera parte).


Ella gritó, y su esposo sólo me dijo: "Así le gusta, Diego, dale más duro"; yo la
cogía por el culo mientras ella se la chupaba a él, pero en varias ocasiones
dejaba de chupársela para seguir gritando (para esto, eran ya las 2:00 a.m.; y
estoy seguro que los vecinos escucharon toda nuestra sesión de sexo, pero eso
no nos importó). Él le forzaba el miembro en su boca para que no gritara tanto,
y en ocasiones hacía que se atragantara al grado que le producía como intentos
de vomitar; estuvimos así un rato, luego ella pidió que cambiáramos de nuevo...
y entonces me quitó el condon y nos la empezó a mamar a los dos.
Era muy grande su frenesí y excitación, porque quería tragarselas las 2; el
chico, que yo digo que era su esposo, la puso al borde de la cama con las
piernas sobre su hombro y comenzó a cogérsela de nuevo. Yo estaba muy
excitado, y ya no podía más... Quería explotar toda mi leche en donde fuera; se
lo hice saber a ella y me dijo: "Dame toda tu lechita en mi boquita"... y más
tardó en decirlo que yo en venirme. Explotó tal cantidad de leche, que la mitad
cayó en su boca abierta y la otra mitad sobre su cara. Tuve un orgasmo como
nunca lo había tenido antes. Fue increíble; me vine a chorros en ella que estaba
muy caliente... y el chico no tardó mucho tiempo más en venirse dentro de su
culito...
Descansamos unos breves minutos, sin decir nada, solamente recostados en el
sillón. Y pasado un tiempo, ella comenzó a dejar que sus dedos, sus larguísimas
uñas pintadas de rojo oscuro, color de sangre seca, se deslizaran lentamente en
mi verga de arriba abajo, dejando tras de sí leves surcos blanquecinos,
marcando su territorio. Él, mientras tanto, amasaba la carne morena de ella con
su mano, la pellizcaba y la estiraba, imprimiendo sus huellas en la piel. Nos
besábamos lo tres, al grado de que ninguno de los dos permitía a mi lengua el
más breve descanso.
Tras la primera sacudida, asombro y alborozo, había experimentado la inefable
sensación de un cambio de piel. La mujer estaba muy alterada, pero
comprendía. Era adorable así, mezquina, encogida, con la cara oculta. Yo la
deseaba. Deseaba poseerla nuevamente. Aquélla era una sensación inaudita.
Entonces el chico se metió al baño, y nos quedamos ahí sólo ella y yo. Mis
pensamientos eran turbios, confusos, pero a pesar de todo comprendía, no
podía dejar de comprender.
Luego, apenas un instante después de la metamorfosis, la acostumbrada
sensación mental de estar portándome mal. Un frío húmedo, un desagradable
chasquido, la piel erizada, acabábamos de salir de un baño templado,
asquerosamente tibio, y los bancos estaban helados, y no hay toallas, no puedo
secarme, tuve que permanecer de pie encogido, frotándome todo el cuerpo con
las manos, con las yemas sarmentosas, arrugadas como los garbanzos del
cocido familiar, el inevitable cocido de los sábados. Desvalimiento.
Estaba solo frente a esa mujer. Quería regresar al útero materno, empaparme
en ese líquido reconfortante, encogerme y dormir, dormir durante años.
Siempre ha sido así, la misma repugnante premonición del arrepentimiento.
Desde que tengo memoria, siempre lo mismo, aunque entonces, hace tantos
años, sufría más. Atracarme de chocolate, pelearme con mis hermanos, mentir,
suspender las matemáticas, apagar la luz, despegar ansiosamente los
recónditos labios con la mano izquierda y masturbarme a la perfección,
describiendo círculos leves e infinitos, capaces de provocar al fin la escisión.
El desconocido ha vuelto, mi cuerpo se ha convertido nuevamente en un lugar
caliente, confortable. Volvió a acomodar a la chica en 4; la tenía delante, en
todo su esplendor. Apenas un instante después comenzaron a besarse de una
manera salvaje, urgente, insólita, mejor que en una película pornográfica. Antes
les había visto hablar, intercambiar gestos y gruñidos de tanto en tanto, como
si en realidad se conocieran bien. Tal vez fuera así, no lo sé. De todos modos, el
beso, su sorprendente y sincero beso, cesó pronto, bruscamente, tal y como
había empezado.

Mi primera vez en un trío (Cuarta parte).


De nuevo fue ella quien tomó la iniciativa. Súbitamente, sin previo aviso,
la mirada fija en la de su compañero, introdujo uno de sus aguzados
dedos en su trasero, pero esta vez no pareció acusar el cambio de
situación. Las uñas eran tan largas y tan afiladas que resultaban
animales, casi repugnantes. Supuse que debía (y quería) hacerse daño;
tenía que estar haciéndose daño cuando, a pesar de que ella había
engullido obedientemente todo el dedo, hasta la base, seguía empujando,
retorciendo la mano en torno a la entrada, mientras increpaba
jocosamente al otro hombre, que la miraba, aparentemente divertido.
Ella gemía y gesticulaba exageradamente, como una niña pequeña
excitada por una sorpresa. Fruncía los labios suplicante, ladeaba
levemente su cabecita morena y menuda, dejaba ver la aguda punta de
su lengua. Entonces me ordenó que me acercara, y así lo hice. Meti un
dedo, y ella solita empezó a moverse; luego me pidió que le metiera dos y
así lo hice. Entonces comencé a mover la mano más deprisa, más
enérgicamente, y mi brazo comenzó a temblar, pues todo su cuerpo se
movía en pos de mi mano.
Sus gestos se hicieron más explícitos, todavía más femeninos; sus labios
se contrajeron en una mueca brutal, ridícula. Y entonces le saqué los
dedos y la penetré sin más. Fue enloquecedor. No fui capaz de
experimentar ninguna sensación cercana a la compasión, a pesar de que
me aferraba a la idea de que todo aquello debía de ser muy doloroso para
ella. Estaba siendo castigada, pensé, tan arbitrariamente como antes
había sido premiada. Era justo. Aquel pequeño dolor, un dolor tan
ambiguo, a cambio de tanta belleza. La visión de la desconocida,
penetrada, al fin y al cabo, me nublaba el cerebro.
Solamente después, recobrada la calma, deseché la gozosa hipótesis del
castigo y el sufrimiento. Recordé todos mis pequeños tormentos
voluntarios, aquellos a los que quizá se entregan todos los niños pero que
yo no he podido abandonar todavía. Apretar una goma en torno a la
falange de un dedo, dar vueltas y vueltas hasta que la piel se vuelve
morada y la carne empieza a arder. Clavar todas las uñas a la vez en la
palma de la mano, hincar los dedos con fuerza y contemplar después las
irregulares señales, pequeñas medias lunas cárdenas.
Y el mejor, introducir una uña en la estrecha ranura que separa dos
dientes y presionar hacia arriba, contra la encía. El dolor es instantáneo.
El placer es inmediato. La desconocida comenzó a moverse de nuevo.
Seguramente se retorcía de placer. Entonces el otro, el hombre de pelo
negro y águila tatuada en color azul, en el antebrazo, abandonó su pasiva
condición de espectador y se puso de pie. Posó levemente su mano
izquierda sobre la desconocida, cuyo rostro, sumido entre dos enormes
hombros, no pude ver aún.
Su mano derecha empuñaba su verga gloriosa. Saqué muy lentamente la
mía de ese glorioso hoyo. Miré todavía una última vez al hombre de pelo
negro, ahora completamente erguido, y entonces ella desapareció por la
derecha, andando de rodillas como una penitente. Creo que fue al baño,
porque el chavo vergudo y yo nos quedamos solos. Fue entonces cuando
advertí que seguramente la desconocida iba a ser sodomizada. Sentí un
extraño regocijo, sodomía, sodomizar, dos de mis palabras predilectas,
eufemismos frustrados, mucho más inquietantes, más reveladores que
las insulsas expresiones soeces a las que sustituyen con ventaja,
sodomizar, verbo sólido, corrosivo, que desata un violento escalofrío a lo
largo de la columna vertebral.
Nunca había estado en un trío; a los hombres nos gusta ver coger a dos
mujeres, a mí no me gustan los hombres; nunca me había parado a
pensar que alguna vez podría coger a una mujer con otro hombre, pero
entonces sentí un extraño regocijo y recordé cómo me gustaba
pronunciar esa palabra: sodomía, y escribirla, sodomía, porque su sonido
evocaba en mí una noción de virilidad pura, virilidad animal y primaria.
Tanto el desconocido como su inmediata amante, sodomitas, eran sin
duda ganado de gimnasio.
Cuerpos intachables, músculos elásticos, ahora tensos, piel lustrosa,
impecable bronceado, jóvenes y hermosos. Carne perfecta. No había
nada de femenino en él y nada de masculino en ella. El hombre fue a
colocarse exactamente detrás de la desconocida. El ritmo de su mano
derecha acentuaba las enormes proporciones de su sexo, enorme, rojo y
reluciente, tieso. Las gruesas venas moradas, torturadas por la piel
escasa, parecían a punto de estallar, un magnífico presagio, pero él se
acariciaba muy tranquilamente, los pies clavados en el suelo, los ojos,
serenos, vigilando el movimiento de la mano, el rostro serio, sobrio
incluso, mientras su compañera seguía esperando, clavada a gatas sobre
la mesa. Yo también esperaba. Por un momento sospeché con horror que
al final todo se iba a reducir a esto, a esta ridícula pantomima, pero no
fue así.

Mi primera vez en un trío (Quinta y última parte).


Un par de meneos más y el chico explotaría sobre la desconocida, fuera
de ella, salpicando su piel con chorros de semen mil veces inútil,
rechazando esa carne deliciosa, obsesiva, objeto de mi mezquina
iniciación, si es que se puede llamar así a un absurdo tan impreciso, que
ahora amenazaba con terminar antes de haber empezado. Yo me
masturbaba lenta, concienzudamente. Al mismo tiempo, con la mano
libre, acariciaba monótonamente la cadera de la chica. De pronto, sin
alterarse en absoluto, el chico la apartó de él y de mí; la levantó y la dejó
caer nuevamente.
El azote resonó como un latigazo. Aquel era un nuevo signo, quizá la
contraseña esperada. Todo volvía a ocurrir muy deprisa. El hombre de
cabello negro entreabrió los labios. Volvía a sonreír. La desconocida se
estremecía bajo los golpes, cada vez más violentos, que estallaban en
mis oídos con el bíblico estrépito de las trompetas de Jericó. Su piel
enrojecía, sus muslos se doblaban, su duro y liso cuerpo de modelo,
machacado en tantas infernales máquinas de musculación, se agitaba
ahora impotente.
Su culo temblaba como los muslos de una virgen añosa en su noche de
bodas. El volumen de la banda sonora, un espantoso popurrí de temas de
siempre al piano, disminuyó progresivamente, hasta cesar por completo.
El chasquido de los azotes la sustituyó. La desconocida resoplaba. El
hombre no había perdido la calma. Alguno de los dos gritó, y después se
separaron. Esta vez el intermedio fue muy breve, y sorprendente. El
rostro de la desconocida llenó de golpe todo mi panorama. Era hermosa,
más guapa que cualquier mujer que hubiera conocido; morena, de ojos
castaños, las cejas y los labios perfectamente dibujados, completamente
femeninos, la mandíbula perfecta. Se desvelaba el secreto, la
desconocida dejaba de serlo, acababa de nacer y, por tanto, necesitaba
un nombre. Le llamé Alejandra.
Le quedaba llamarse Alejandra, nombre de colegiala mexicana, bella
joven martirizada por la perversa verga de un maestro enjuto, levita raída
y miembro miserable, que saboreaba de antemano cualquier travesura de
nuestra pequeña chica, y le obligaba a quedarse después de la clase para
cogerle sobre un pupitre, bajarle los pantalones y descargar sobre su
culo moreno y duro, un alud de mezquinos golpes de vara, mientras su
vagina, mojada y húmeda, pedía a gritos una verga dentro de sus
pantalones.
Retrato robot de la sodomita perfecta, Alejandra, allí estaba, Alejandra.
Tenía las mejillas arreboladas, de color púrpura. Sudaba. Los regueros de
sudor habían dibujado en su cara extrañas pistas, como las que nacen de
las lágrimas. Miraba hacia ninguna parte. Seguía esperando. El hombre
de cabello negro me hizo una seña: era mi turno de volver a cogerla. Él se
puso delante de Alejandra, y yo me fui a su trasero, adelantándome de
nuevo, pero ahora con suavidad, la mano libre, que posé sobre la
enrojecida piel, la acaricié un instante y presioné después sobre la carne,
carne perfecta y deliciosamente tumefacta, para abrirme camino con el
pulgar.
El hueco me pareció enorme. Se inclinó hacia delante. Alejandra se
hundió todavía más, la cabeza ladeada, la mejilla pegada contra el
tablero. Yo perdí los nervios. El mando a distancia estaba sobre la mesa.
Lo cogí y volví para atrás. Volví al principio, intentando reconstruir la
secuencia paso a paso, procurando mantener la cabeza fría y
comprenderlo todo bien, serio y atento como siempre que me planteo una
tarea que está por encima de mis capacidades. Quería conocerlos,
platicar con ellos, pero supe renunciar a tiempo. Al fin y al cabo, no eran
otra cosa que personas que cogían por dinero; cualquier intento de
atisbar dentro de ellos a partir de ahí resultaría inútil.
No tenía sentido retrasarlo más. Allí estábamos, los tres, y entonces, con
una facilidad pasmosa, totalmente ajena a mí, a mis convulsiones, me
acerqué a Alejandra que seguía empinada, y entré en su culo;
literalmente entré; le apoyé una mano en la cintura, y le ensarté la verga,
sintiendo como mi glande recorría sus intestinos; entonces topó, y le
agarré con la otra mano de los cabellos - eso me encantó;
decididamente, Alejandra, pensé, "eres una perra", y comencé a
moverme dentro de ella. Mientras la bombeaba por detrás, veía al chico
de cabello negro, pero no era capaz de procesar mis propias
sensaciones.
Poco a poco fui cogiéndome a Alejandra. Sudaba más, ahora, con los ojos
casi cerrados, los labios tensos, se la estaba pasando muy bien. Yo se lo
repetía sin cesar, en silencio. Eres una niña mala, Alejandra. No deberías
haberlo hecho. Eres tan cruel. Has enfadado a papá y esta vez va en
serio. ¡Pobre papá! Tan joven aún, tan vigoroso y tú casi lo haces
explotar en un minuto.
El hombre del cabello negro terminó en la boca de Alejandra. Apenas el
primer chorro de semen salió disparado, signo incontrovertible de la
ausencia de fraude; entonces saqué mi verga del trasero de Alejandra, y
penetré nuevamente en la que ahora, después de todo, no dejaba de ser
una desconocida. Pero mi cuerpo ardía. No podía más… así que
intensifiqué el movimiento, hasta terminar en las entrañas de Alejandra,
explotando toda mi leche en su interior... Mi Alejandra… Mi hermosa
Alejandra.
FIN.

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