01 - Teorico - Edad Media
01 - Teorico - Edad Media
San Ambrosio (333-397) nació en Galia. De aquí pasó a Roma y luego a Milán,
donde se ordenó sacerdote, fue elegido obispo y finalmente se lo bautizó, según
una costumbre de la época. Inmediatamente comienza a preocuparse por su propia
formación teológica y lee las Sagradas Escrituras y a los padres orientales Anastasio
y Gregorio Nacianceno. Actúa en las luchas contra el arrianismo. En sus obras
expone ideales éticos y ascéticos sobre matrimonio y virginidad. “Sobre los deberes
de los ministros” es un tratado sobre las obligaciones morales de sus sacerdotes; el
“De Ofifcilis ciceroniano” le provee el plan de la obra y algunos conceptos de moral
estoica caros a San Ambrosío, quien impone a su exposición el acento cristiano de
los ejemplos bíblicos. La contribución de San Ambrosio a la lírica himnódica y poesía
litúrgica es considerable. Ya antes que él San Hilario de Poitiers (300-367) compuso
por primera vez en latín himnos litúrgicos, surgidos de las necesidades del culto,
influido por himnos y cantos de las comunidades orientales que frecuentó en Frigia.
Pero por el carácter excesivamente teológico y oscuro, su himnodia pronto cayó en
desuso. En cambio San Ambrosio dotó sus creaciones líricas de atractiva simplicidad
y eligió el fácil dímetro yámbico para sus versos agrupados en estrofas sin rima.
San Jerónimo había llegado a la que él llamaba “Babilonia” por invitación del
papa Dámaso que le encargaría la revisión de las versiones latinas de la Biblia.
Instalado desde 382 en Roma, se relaciona con un círculo de nobles damas
interesadas en la lectura de las Sagradas Escrituras y en el canto de los salmos que
algunas de ellas leían en hebreo. San Jerónimo se convierte en su guía espiritual y
las induce a la práctica monástica. Más adelante Marcela, poseedora del palacio del
Monte Aventino donde se reunía el círculo, fundará un convento en Roma. En 358
San Jerónimo abandona Roma a causa de una acusación: Blesila, hija de Paula, una
de las santas mujeres del círculo de Marcela, muere y se lo acusa de haberle
provocado la muerte con las excesivas penitencias. Faltándole la protección de
Dámaso, muerto en 384, parte para Oriente junto con Paula y su hija Eustochium.
Instalado en 386 en Belén -sede del monasterio para hombres y de los tres para
mujeres fundados por Paula- retorna a sus estudios de la lengua hebrea. La con-
frontación de la versión bíblica en griego de los “Setenta” con los originales lo había
convencido de que éstos habían sufrido alteraciones en la traducción. De allí que,
no conformándose ni con las versiones latinas ni con la de los “Setenta”, se remitió
directamente al texto hebreo, a la “hebraica veritas”. En el curso de esta exégesis
bíblica advierte un paralelismo de expresión literaria entre la Biblia y las otras obras
paganas. La versión bíblica de San Jerónimo -a la que agregó comentarios para una
mejor comprensión de la palabra de Dios- fue mal recibida por el propio San Agustín
que había aprobado la primera revísión del texto griego. El Concilio de Trento
sellará la autenticidad de la obra de San Jerónimo a las que denominará “vetus et
vulgata editio”.
De 413 a 426 San Agustín redacta su magnífica obra “La ciudad de Dios”,
síntesis de doctrina cristiana que contrapone la “societas improborum”, es decir, la
ciudad terrestre que representa al Estado pagano, y la “communio electorum” o
ciudad de Dios, reunión de espíritus puros. Entre sus obras exegéticas, en “Sobre la
doctrina cristiana” se propone dar un método de interpretación de la Biblia
recomendando el aprendizaje del griego y hebreo. Advertimos en esto una
evolución del pensamiento agustiniano con respecto a la posición que había
adoptado sobre la exégesis alegórica de la Biblia que -según San Agustín- tiene un
sentido oculto que debe interpretarse.
San Isidoro de Sevilla (560-636) es una figura de transición entre los siglos VI
y VII; sus “Etimologías” componen una verdadera enciclopedia de conocimientos
antiguos: las artes liberales, la medicina, el derecho, la cronología, los libros
sagrados, Dios, los ángeles, los santos, la Iglesia, la antropología, la agricultura son
tratados minuciosamente. Constituyeron la base del desarrollo intelectual de los
monasterios de Irlanda e Inglaterra, así como también del vasto movimiento
intelectual que se conoce con el nombre de “Renacimiento carolingio”. Los
conocimientos isidorianos acerca de la filosofía griega, de los clásicos latinos, de las
Sagradas Escrituras, de San Agustín, San Jerónimo y San Ambrosio se manifiestan
en cada una de sus obras que componen una vasta serie y abarcan diversos
géneros.
Otro poeta en cuyas obras se insinúa la vida literaria de la Galia del siglo VI,
es Sidonio Apolinar (431-487). Sus composiciones en verso, algunas de ellas
panegíricos a los emperadores, revelan preferencias por el endecasílabo, el
hexámetro, y ciertos procedimientos retóricos como clisés, enumeraciones,
creación de nuevas palabras y alusiones mitológicas. En su madurez compuso
nueve libros de epístolas, con largas descripciones de personas y lugares. También
pertenecientes al siglo V es la personalidad de Marciano Capela (410) nacido en
Madaura, que escribió Las “bodas de Filología y Mercurio”, alegoría en prosa y verso
sobre las siete artes liberales. La obra comienza con la boda de Mercurio y Filología,
ascendida al rango de diosa, que recibe como regalo las siete artes, cada una de las
cuales declama sobre el tema que le corresponde. En muchos textos poéticos del
siglo XII y aun de toda la Edad Media estará reflejada esta obra basada en las
“Metamorfosis” de Apuleyo, en especial en el episodio de las bodas de Psique y
Cupido.
Relacionado con la abadía de FuIda está Lupo Servato (n. 862), amigo de
Rabano Mauro, Gottschalk y Eginhardo. Escribe algunas biografías y comenta las
obras de Rabano Mauro; es un verdadero precursor del humanismo italiano pues su
preocupación fundamental fue la corrección de textos, la posesión de obras de la
literatura clásica y manuscritos. En el irlandés Sedulio Escoto (n. 848) están
presentes el conocimiento y la predilección por la lengua griega. Comenta las
“Categorías” de Aristóteles y los gramáticos latinos Donato y Prisciano. Su “Libro
sobre los príncipes cristianos” escrito hacia el 859, mezcla prosa y verso, tal como
habían hecho Marciano Capela y Boecio. En “Disputa entre la rosa y el lirio” emplea
el “conflictus”, muy estimado en la Edad Media, ya señalado en Alcuino. Selecciona
metros variados y hay en sus obras cierta nota de humor que caracterizará a las
creaciones goliárdicas del siglo XIII. Junto a la figura de Sedulio, está la de Juan
Escoto Erígena filósofo y teólogo que actúa en la corte de Carlos el Calvo desde el
845. Se dedica a la traducción, explicación y comentario de textos, intentando
también el género poético. En “La división de la naturaleza” hace renacer las ideas
de Orígenes y los neoplatánicos. Esta obra, junto con “Sobre la predestinación”
escrito contra Gottschalk, fue condenada como herética. Juan Escoto aspiraba a
comprender la palabra divina, a interpretar la Escritura con su multiplicidad de
sentidos.
El período que siguió al Renacimiento Carolingio -comprendiendo en éste el
reinado de Carlomagno, Luis el Piadoso y Carlos el Calvo- comenzó con señales de
abatimiento y retroceso. El siglo X, considerado el siglo de las tinieblas, significó la
desintegración del imperio y de la obra de Carlomagno. Europa occidental padecía
desde el siglo VIII sucesivas invasiones: musulmanes, asentados en el norte de
Africa y España; normandos, que saqueaban las costas de Inglaterra y Francia y
llegaron en el siglo XI hasta Italia; los eslavos y mongoles, que atacaron Germania y
la actual Hungría. La inestabilidad afectó el aspecto político, social y económico. A
causa de la desorganización reinante y las dificultades de comunicación, la defensa
frente a estos invasores fue insuficiente. Poco a poco las comarcas fueron
independizándose y los señores poderosos que en ellas gobernaban se fueron
apropiando de las regiones que convirtieron en pequeños feudos, base de la nueva
organización social europea que ya se estaba gestando desde épocas anteriores. La
dinastía carolingia se mantuvo en Francia y Alemania hasta el siglo X. En 918 ocupa
el trono germano Enrique de Sajonía, que inaugura la dinastía sajona. Su sucesor,
Otón I el Grande (936-973), organizador del Sacro Imperio Romano Germánico,
desarrolla una vasta acción política orientada hacia la consolidación de la autoridad
real y la reducción del poder de los señores.
En Italia, en 1007 nace Pedro Damián que después de haber sido maestro en
Ravena y enseñado las “artes” en Parma, renegó de la cultura y se entregó a la
vida ascética de un ermitaño. Compartía las opiniones del Papado acerca de la
supremacía del poder eclesiástico frente al poder civil, de ahí que Hildebrando
-pontífice con el nombre de Gregorio VII- encontró en él a un firme partidario. Es un
verdadero renovador en materia de teología y su correspondencia es sumamente
útil para la historia eclesiástica. Muchos de sus poemas son de tono apocalíptico
(“De die mortis”) y denuncian una admirable libertad rítmica y dominio de la forma.
Fulberto (960-1029) otorgó fama a la escuela de Chartres, eclipsada sólo en el siglo
XIII por la de París; su copioso epistolario, de gran valor para la historia eclesiástica,
revela amplios conocimientos de la antigüedad profana y cristiana y aun de
teología, que junto al trivium y quadrivium se enseñab a en Chartres.
Para concluir, cabe preguntarse, como Curtius “¿cuáles son las bases
medievales del pensamiento occidental? Son la Antigüedad clásica y el cristianismo.
La función de la Edad Media consistió en recibir ese depósito, en transmitirlo y en
adoptarlo. Su Iegado más precioso es el espíritu que la Edad Media creó mientras
desempeñaba esa tarea”.
Es sabido, desde los tiempos de Aristóteles, que el género épico tiene como
propósito central, generalmente, la narración exaltadora de las hazañas de un
individuo o héroe que a la vez es, casi siempre, el conductor militar de una
comunidad o facción determinada en las luchas contra sus enemigos. La concepción
romántica según la cual la épica es de origen eminentemente popular y no consti-
tuye otra cosa que la reelaboración progresiva de leyendas heroicas provenientes
del patrimonio colectivo, ha caído hoy en descrédito. La habitual historicidad y
objetividad de los poemas épicos, aparte de su elaboración y sus complicadas
referencias topográficas, parece indicar en cada caso la presencia de uno o varios
poetas perfectamente adiestrados en su oficio. Los trabajos eruditos sobre la lengua
de los grandes poemas épicos han demostrado casi siempre, descontadas las
ligeras modificaciones producidas por copistas sucesivos, la existencia de un núcleo
original coherente y unitario, debido con seguridad a un autor único. Un vistazo a la
historia social de la literatura no nos permite considerar a la épica, género
aristocrático por excelencia, como expresión espontánea del “alma popular” sino
más bien como la glorificación organizada y deliberada que hace una clase domi-
nante -por lo común, la aristocracia guerrera- de sus conquistas y proyectos
políticos. El Cid, Sigfrido, Igor, Roland, son todos nobles o príncipes ejemplares,
reales o imaginarios, que son propuestos a la estratificada sociedad medieval como
modelos heroicos.
La Chanson de RoIand
El éxito del Roland fue inmediato y puede decirse que los grandes ciclos de
gesta medievales se inician con él. El poeta que hablaba de la “dulce Francia”
proclama su fe patriótica en la grandeza y unidad del país, precisamente cuando la
feudalidad diversífica los centros de poder, y obtiene una repercusión inmediata en
su tierra y fuera de ella. Las exageraciones y anacronismos del poema tienen por fin
construir un modelo heroico en torno del cual pueda organizarse la veneración de
un pasado común; y efectivamente, después del Roland la leyenda carolingia
alcanza extraordinaria difusión. Imitaciones, refundiciones, traducciones hacen del
Roland una obra tan legendaria como el pasado que recrea; a partir de él el género
cuenta con una tradición importante en lengua vulgar, muy por encima de las
cantilenas y los versos épicos hasta entonces difundidos.
En la segunda mitad del siglo XII otros cantores de gesta, siempre bajo la
advocación del Roland, se difunden progresivamente: “Girart de Rousillon”,
“Fierabrás”, “Aioul”. El ciclo de Guillermo de Orange es engrosado con “Aimeri de
Narbona”, y el de la peregrinación de Carlomagno con “Berthe au gran pied”. Es
posible que sea algo anterior la “Coronación de Luis”, también vinculada con
Guillermo de Orange; en cambio, se cree que la “Canción de Raoul de Cambrai” fue
compuesta entre fines del siglo XII y comienzos del XIII. Esta últiina, inspirada en las
luchas de los señores feudales y los problemas hereditarios de sus posesiones,
alcanza en algunos pasajes notable fuerza trágica, sobre todo en los lamentos
proferidos por la madre de Raoul cuando éste decide tomar por la fuerza el feudo
prometido y no concedido. En el s. XIII proliferan los cantares de gesta, aunque casi
siempre en un sentido epigonal y sin aportar nuevos asuntos al género. Los ciclos
de Carlomagno, de Guillermo de Orange, de Doorn de Mayence prolongan una
vigencia adquirida en la centuria anterior.
Cuando en el año 987 Hugo Capeto, señor de la Isla de Francia, fue elegido
rey de Francia, se encontró con un afianzado sistema feudal que reemplazaba al
régimen de patronato galorromano. Los reyes habían sido impotentes ante las
sucesivas invasiones de los normandos, que habían llegado a sitiar la ciudad de
París. Los nobles comenzaron a defender ellos mismos sus heredades, y se
transformaron en señores, considerando al rey uno más entre ellos. Fue una época
de orden y también de penurias, estas últimas sobre todo para los campesinos que
debían afrontar las continuas amenazas de la guerra, el hambre y las pestes. Por
otra parte, un sistema feudal cada vez más rígido establecía altos impuestos y
tributos. El pueblo evocaba la edad de oro de la “dulce Francia” en que había
reinado la paz. El logro de la unidad era difícil en un país donde incluso reinaba la
anarquía lingüística: en Ruán y Caen se hablaba el normando, el celta en Bretaña, y
la lengua d'oc en la Provenza y Aquitania. Sin embargo, Hugo Capeto, primer rey de
Francia que habló en lengua romance, logró conservar la corona para su familia. La
constitución de un poder real efectivo habría de ser lenta y laboriosa.
Otro hecho capital signó el siglo XI: la primera Cruzada para liberar el Santo
Sepulcro, que desde el año 673 se hallaba en manos de los “infieles”. El Papa
Urbano II, de origen francés, la había promovido. Godofredo de Bouillon fue uno de
los jefes de la empresa y logró tomar Jerusalén en 1099. Un espíritu
acendradamente cristiano animó a los caballeros de la época a luchar en Tierra
Santa. La religiosidad profundamente arraigada es un rasgo fundamental de la
cultura francesa medieval. Durante largos siglos de penuria y de hambre el pueblo
francés halló en el catolicismo, y especialmente en el culto mariano, una forma de
superación de los males que lo aquejaban. Prueba de esa fe son las grandes
catedrales románicas y góticas y los numerosos testimonios de carácter religioso
que transitan la literatura medieval: desde la Cantilena de Santa Eulalia se
escribieron hagiografías misterios y milagros. Desde el punto de vista literario, las
hazañas guerreras de los Cruzados fomentaron la literatura épica y dieron origen a
las crónicas.
La novela cortesana
A mediados del siglo XII surge en Francia la novela cortesana (roman
courtois). En oposición a los cantares de gesta, estas obras estaban destinadas no
ya a ser cantadas ante nutridos auditorios en sitios públicos, sino a ser leídas en
alta voz en círculos restringidos y selectos. El nuevo género surgió en respuesta a
las exigencias de la aristocracia cortesana, cuyas costumbres se habían ido
refinando progresivamente. Tal refinamiento respondía a diversas causas: la
nobleza se había transformado en una clase hereditaria, la mujer ocupaba un lugar
cada vez más preeminente en las cortes, la primera Cruzada había despertado el
interés por el arte oriental (se importaban e imitaban alhajas y tapices). Todo ello
contribuyó a formar una sociedad culta, amante del arte y el lujo, que puede
considerarse procursora de los salones. Ese público gustaba encontrar en la novela
la pintura de una vida elegante: ceremonias, fiestas y torneos, análisis de aventuras
sentimentales, el culto del ideal caballeresco y del amor cortés. Paralelamente se
había producido en diversos centros intelectuales (Angers, Tours, Blois, Chartres,
Orleans, París), un resurgimiento de los estudios clásicos que tuvo preponderante
influjo en la creación del nuevo género.
Según las influencias bajo las cuales se originaron, las novelas cortesanas (la
mayoría de ellas escritas en octosílabos pareados), se han dividido en dos grupos:
novelas antiguas o latinas, y novelas bretonas. En las primeras, los temas de la
literatura latina fueron adaptados al espíritu de la época. Los héroes guerreros se
transformaron en caballeros valientes y galantes, el amor y lo maravilloso se
constituyeron en ingredientes indispensables del género. Entre las principales
novelas antiguas se encuentran: “La novela de Alejandro” (siglo XII), compuesta en
dodecasílabos monorrimos (de aquí el nombre de alejandrinos dado a los versos de
doce sílabas); “La novela de Troya” (1160), en octosílabos; “La novela de Eneas”
(1175), adaptación de La Eneida de Virgilio; “La novela de Tebas” (1155), que tomó
por modelo la “Tebaida” de Estacio.
La influencia de la estirpe celta se hizo sentir en una serie de obras que, pese
a la diversidad de tonos, estructura, y carácter, se habían nutrido en el mundo ideal
y fantástico de las leyendas bretonas. Las visiones sobrenaturales y maravillosas, el
culto al amor que poblaba la poesía de una Bretaña fabulosa, originó, el ciclo de las
llamadas novelas bretonas. Dos son los grupos que lo integran: las novelas de amor
y las novelas de aventuras y místicas, cuyo principal exponente fue Chrétien de
Troyes. En la primera serie se han incluido los “Lais” de María de Francia y los poe -
mas sobre Tristán e Iseo. Entre 1160 y 1180 fueron traducidas al francés unas
quince canciones primitivas célticas (lais) en forma de poemitas narrativos
octosilábicos. Muy pocos son los datos que se tienen de su autora, considerada la
primera escritora francesa: se llamaba María y vivió en la corte de Enrique II de
Inglaterra y de Eleonora de Aquitania. Era una mujer cultivada que conocía el
inglés, el latín y la literatura francesa de su época. La pintura de un amor tierno y
melancólico caracteriza los poemas de María de Francia. Naturalmente, es también
el amor el motivo central de los poemas de Tristán e Iseo. No ya el amor que vive
de la ensoñación y de la ternura, sino el que nutre fatales pasiones, el que causa las
más grandes dichas y los más crueles tormentos.
Chrétien de Troyes
Aucassin y Nicolette
Entre las obras que escapan, a una clasificación se encuentra “Aucassin y Ni-
colette”, de autor anónimo, compuesta en la segunda mitad del siglo XII. La
originalidad de la obra reside en que se alterna la narración en prosa con tiradas
líricas asonantadas acompañadas de melodías. A tal género se lo llamó
“chantefable”, y se lo ha considerado indistintamente cuento, novela, embrión de
una composición dramática y mimo. El tema es la historia de los amores
contrariados de dos adolescentes que terminan por casarse. El autor, con espíritu
ingenuo y frescura poética, realiza una parodia burlesca de los episodios de la
novela cortesana.
Los cronistas
Las Cruzadas a Tierra Santa fomentaron el espíritu épico y despertaron en el
público la avidez por relatos verídicos de las grandes hazañas heroicas. La historia,
que durante siglos había sido un género escrito en latín por clérigos, comenzó a ser
narrada en francés por los cronistas. Estos habían sido partícipes de los
acontecimientos que relataban, o habían recibido los datos de testigos directos; de
manera que los relatos eran, presumiblemente, auténticos. Los principales cronistas
en los siglos XIII y XIV fueron Geoffroi de Villehardouin (1164-1213), Jean de Joinville
(1255-1317) y Jean Froissart (1337-1410). Villehardouin había participado en la
Cuarta Cruzada, que debió desviarse hacia Constantinopla, y escribió una “Historia
de la Conquista de Constantinopla” (1205-1213). La crónica, que marca el comienzo
de la prosa francesa, está escrita en un estilo simple y claro que a veces denuncia
algunas parcialidades del autor. Compañero de Luis XI en la Octava Cruzada,
Joinville logró perfilar la figura del gran rey en la “Historia de San Luis” (1309),
plena de pintoresquismo y exotismo. Proissart, por su parte, fue gran viajero y
testigo director de los horrores de la Guerra de los Cien Años. Sus “Crónicas”
(1360-400) reflejan una inclinación aristocrática y cortesana señalan las
vacilaciones de quien había estado sucesivamente al servicio de grandes señores
franceses e ingleses. El principal cronista del siglo XV fue Philippe de Commynes
(1447-1511) quien escribió “Memorias”. Fue sucesivamente servidor del duque de
Borgoña, Carlos el Temerario, y de su enemigo, Luis XI. Commynes abarca en las
Memorias los reinados de Luis XI y Carlos VIII. Verdadero historiador, se preocupó
en clarificar las causas desencadenantes de los acontecimientos, y en buscar la
psicología de los principales personajes heroicos. Sin pretensiones literarias, el
estilo de Commynes, vivo y espontáneo, superó al de sus predecesores.
La literatura popular
El Roman de Renard
El poema más antiguo del ciclo fue escrito por Pierre de Saint-Cloud, entre
1174 y 1177. La calidad del primer creador, desvergonzadamente malicioso, fue
rara vez superada por los imitadores que le siguieron. Los temas del Roman de
Renard fueron recogidos de la tradición oral, de las comedias latinas a imitación de
Plauto y Terencio representadas en los colegios, y de los poemas escritos en latín a
imitación de Esopo y Fedro. A estos antecedentes deben agregarse los “Isopets” (de
Esopo), reunión de narraciones provistas siempre de una moraleja que eran
destinadas a los escolares. Los más célebres isopets fueron escritos por María de
Francia.
Los "fabIiaux"
La forma picarda “fabliau” fue adoptada por los críticos en el siglo XVIII para
designar el género llamado “fableau” en francés. Se trata de cuentos escritos en
versos octosilábicos, la mayoría de ellos escritos con el propósito de hacer reír al
lector. De los ciento cincuenta que aproximadamente se han conservado, la mayor
parte pertenece al siglo XIII, aunque algunos pueden ser atribuidos a las
postrimerías del siglo XII, y otros a comienzos del siglo XIV. A menudo los fabliaux
son anónimos. Si bien unos diez de ellos poseen temas de origen oriental, la
mayoría tiene antecedentes literarios franceses. Una serie de obras escritas en latín
–“Amphitryo y Aululario” de Vitalis y “Alda, de Guillaume de Blois, entre otras-
constituyen el trasfondo literario que se fue modificando en manos de la tradición
popular, sobre todo en el norte de Francia, en Champaña, Artois y Picardía.
Rutebeuf
Hay en el siglo XIII una corriente lírica y realista, que al igual que los fabliaux
y el Roman de Renard en la narrativa, se opone a la literatura cortesana y
aristocrática. Sus principales exponentes fueron Jean Bodel de Arras (s. XIII), Colin
Muset (s. XIII) y sobre todo Rutebeuf. Los pocos datos que se conocen de la vida de
Rutebeuf fueron recogidos de su obra. Nacido probablemente en la Champaña, vivió
en París durante el reinado de San Luis y Felipe III. Conocía el latín, pero no había
seguido ninguna carrera universitaria ni era clérigo; como juglar recorría las ta-
bernas donde se mostraba gran jugador y amigo del vino. Tuvo un matrimonio
desgraciado y frecuentes urgencias económicas. Su actividad cesó hacia el año
1280.
Jean Chopinel (1240-1305), originario de Meung sur Loire, fue un espíritu muy
diferente al de Guillaume de Lorris. Era un clérigo razonador y poco fantasioso, más
interesado por Razón y Naturaleza que por el Enamorado y su rosa. En unos
dieciocho mil versos se relata el ataque y la conquista (los términos aluden a la in-
fluencia de la estrategia militar medieval en las formas románticas del amor) del
Castillo de la Rosa por Amor y sus aliadas, las virtudes cortesanas. El argumento es,
en realidad, un pretexto del erudito autor para expresar sus conocimientos
enciclopédicos en las frecuentes digresiones. Aflora en esta segunda parte un
espíritu cínico y escéptico que se burla de las concepciones corteses. Concibe el
amor como un medio de perpetuar la vida, se reiteran las sátiras populares contra
la mujer, se ataca a las órdenes mendicantes y la falsa nobleza. A menudo Razón y
Naturaleza exponen atrevidas tesis sobre cuestiones diversas de orden filosófico,
científico y moral. La actitud de Jean de Meung anticipa lo que más adelante se
llamaría espíritu de libre examen. Existe en la filosofía del autor un verdadero culto
a la naturaleza (opuesta a la muerte), reconciliado sin embargo con la fe cristiana.
Alain Chartier, burgués de Bayeux, fue secretario del rey, y fiel servidor del
delfín, para quien trabajó en las embajadas de Alemania, Venecia y Escocia. En
recompensa a sus servicios obtuvo un canonicato en París y otro en Tours. La fama
que como escritor alcanzó entre sus contemporáneos, sólo es comparable con la
que más tarde alcanzaría Ronsard. En 1420 publicó “La bella dama sin piedad”, en
la que relata la muerte de un enamorado ante la indiferencia de su dama. Con un
estilo conciso revive los refinamientos de la cortesía, el análisis del corazón
femenino, y la pintura de las dichas del amor. Pero el autor no era admirado por sus
contemporáneos por el solo hecho de ser un delicado poeta amoroso, o por realizar
una brillante pintura de la corte del delfín Carlos, o por combinar hábilmente metros
y rimas. En su extensa producción sobresale el orador político, el ferviente patriota,
el defensor del pueblo que denuncia con voz firme y mordaz a los responsables de
la triste suerte del reino. En “El libro de las cuatro damas” (1415), debate con todas
las características del género, se desenvuelve la lamentación de Francia tras la
batalla de Azincourt. Mediante una sátira mordaz y objetiva reprocha la pereza,
indisciplina y cobardía de los caballeros franceses. En una elocuente Invectiva
escrita en 1422, dialogan vehementemente Francia, el Caballero, el Pueblo y el
Clero para dilucidar quién es el responsable de los males que aquejan al reino.
Un grupo de poetas que fueron sobre todo hábiles versificadores, formado por
Georges Chastelain (1403-1475), Jean Molinet (1435-1507), Jean Meschinot
(1420-1491), Jean Marot (1463-1523) y Octavie de Saint-Gelais (1466-1502),
reconoció como jefe a Chartier. Fueron llamados los “Grandes Retóricos” y preferían
los rebuscamientos de estilo, los juegos de palabras, las acrobacias de la
versificación, a una inspiración espontánea que tradujese sinceramente los
sentimientos. La influencia del grupo sobre la poesía francesa se hizo sentir en la
primera mitad del siglo XVI. En el capítulo dedicado al Renacimiento francés
también se hace referencia a ellos.
François Villon
Los sicilianos
En el azaroso vaivén de las invasiones, esta zona había pasado del dominio
árabe al bizantinio para luego caer en manos de los normandos y, en la época que
nos concierne, es decir, a comienzos del siglo XIII, era sede de la dinastía imperial
germana de los Hohenstaufen. Desde el punto de vista cultural, estas sucesivas
dominaciones habían dejado una benéfica huella: los árabes habían aportado sus
especulaciones científicas y filosóficas y su lírica refinada, los bizantinos su eru-
dición clásica y los normandos el patrimonio de la epopeya heroica y las finas
leyendas corteses del norte de Francia. Todas estas influencias hallaban ahora un
terreno fértil para producir sus frutos en la corte palermitana de Federico II
Hohenstaufen, rey de las dos Sicilias y de Alemania y emperador de Occidente
(1194-1250). Este príncipe de estirpe teutónica, aunque nacido en Italia, había
recibido una esmerada educación bajo la tutela del papa Inocencio III, quien esperó
apagar, Federico mediante, la antigua amistad entre Papado e Imperio. Sin
embargo, su pupilo resultó poco devoto (véase Divina Comedia, Infierno, X) y
aunque se valió de la religión como instrumento eficaz para el orden social y la
disciplina política, reunió a su alrededor con moderna tolerancia a filósofos,
astrólogos, matemáticos y literatos de cualquier raza y credo: cristianos, hebreos,
musulmanes, heréticos. Amante de la sabiduría, hizo traducir al latín importantes
obras de las más variadas lenguas, entre las cuales se destaca el comentario al
“Organon” aristotélíco del árabe Averroes (Ibn Rushd, siglo XII), que revolucionó el
pensamiento filosófico de toda Europa. En 1224 fundó la Universidad de Nápoles y
protegió ampliamente a eruditos, poetas y artistas que llegaban a su corte desde
todas las latitudes.
Si Jacopo da Lentini (nace a fines del siglo XII y muere entre 1246 y 1250) fue
el más antiguo, Giacomino Pugliese (sólo se sabe que murió hacia 1260) fue
ciertamente el mayor de los “sicilianos” por la gracia, el colorido y el vigor de sus
versos. Cierta vena de inspriación popular y una notable adherencia a sentimientos
y sucesos reales lo alejaron en muchas oportunidades de la reanimada imitación de
los provenzales para dejar versos de una inmediatez de música verbal recién
nacida, como cuando exclama, refiriéndose a su amada: “!Ay, Dios, cómo me
gusta!”, o como cuando reprocha con dulces acentos a la Muerte que se la ha
arrebatado.
Por último cabe señalar que la primera lírica cortesana de Italia representada
por estos poetas de la magna curia o por otros que habitaron las regiones italianas
iluminadas por la luz de la civilización imperial, nació bajo el influjo, primero de la
poesía árabe y francesa y luego -más tangiblemente- de la lírica provenzal. Aunque
su tono general fue artificioso, como todo producto de la imitación, no carece de
algunos rasgos de verdadera poesía, especialmente cuando se aleja de los motivos
trovadorescos para asumir la transfiguración poética de la naturaleza y para tratar
motivos en aquel entonces comunes en la producción popular: lamentos de mujeres
traicionadas o malmaridadas, jóvenes obligadas a tomar los hábitos, etc., es decir,
libres expresiones de ese sentido de la vida que la moda retórica podía excluir del
arte refinado pero no del espontáneo.
En Toscana, antes de que los rimadores del “dolce stil novo” asumieran el
primado de la poesía lírica, éste perteneció a Guittone d'Arezzo (1225-1294),
alrededor del cual se pueden agrupar idealmente muchos poetas de Italia
septentrional, antes de Dante. En la lírica amorosa de Guittone vuelven a aflorar los
motivos de la musa occitana. Y puesto que también aquí se trata de poesía
imitativa y no de inspiración, los aciertos del arte trovadoresco se muestran diluidos
y embotados. Con el agravante de que entre sus versos y aquellos de los “sicilia -
nos” existe una notable y perjudicial diferencia: en la lírica meridional resuena de
cuando en cuando una nota de frescura, de vitalidad popular, como en los poemas
de Giaccomino Pugliese; en la del aretino todo está estudiado, pensado, calculado.
Fue ciertamente Guittone un artista por demás artificioso, pero tuvo el mérito de
encaminar su musa hacia los temas más variados, ejerciendo gran influjo sobre sus
contemporáneos y sirviendo de puente entre la lírica de los primitivos y la madurez
poética del “dolce stil novo”.
Merecen una mención aparte dos poetas florentinos que marcan la transición
entre los modos guittonianos y aquellos de los stilnovistas; se trata de Chiaro
Davanzati y el anónimo que firma sus versos con el pseudónimo de Cumplida
Doncella. Estos poetas se distinguen de los anteriores por su esfuerzo constante en
mirar de frente la realidad del sentimiento amoroso, sin perderse del todo en las
sofisticadas abstracciones de una desgastada metafísica del amor.
La poesía religiosa
La mujer “angelizada” que, como fantasma poético, ha sido creada por Dante,
está preanunciada en la famosa canción “Al cor gentil repara sempre amore” del
boloñés Guido Guinizelli (1230-1276), que es también la primera palabra acerca del
amor y de la vida pronunciada por el nuevo estilo. Las ideas de la nobleza y de la
elevación del hombre a través de la contemplación de la belleza terrena (escala de
la angelización) son los principales motivos de este poema. Pero Guinizelli
vislumbra, antes que ver claramente, estas dos ideas y las plasma en un tono
sustancialmente lírico más por el entusiasmo que lo anima que por la clara visión de
la verdad del sentimiento que las informa. Su desarrollo e integración en múltiples
sentidos, hasta formar el “texto” de la nueva escuela, sería obra de Guido
Cavalcanti (1259-1300) y sobre todo de Dante Alighieri.
Sin embargo, en Cavalcanti, la luminosa idea del amor como creación pura
del alma, no se remonta, como en Dante, hasta la esfera de lo divino, sino que se
repliega sobre sí misma turbada y confusa. El poeta intuye y expresa esta íntima
tribulación del espíritu, pero no se desahoga por medio de una explosión lírica de
conmoción; se queda en una esfera incierta y patética, suspendido entre una divini-
dad inalcanzada y una idea desnuda de realidad que puede conformar a su espíritu
durante el trabajo creador, pero que no puede aplacarlo al final. La muerte, pues, es
la solución última de este íntimo desgarramiento.
Tal vez la obra maestra de este poeta que, primero entre los italianos, enlazó
la idea del amor con la de la muerte, sea la llamada “balada del exilio” (“per ch'io
non spero di tornar giá mai...”), en la cual llora el melancólico deseo de la patria
lejana y de la mujer amada con una subjetividad íntima y dolorosa, limpia de toda
reflexión metafísica, donde los versos nacen desde dentro naturales, sencillos,
sobrios, en perfecta correspondencia de sentimiento y expresión.
Otros exponentes del “dolce stil novo” que por razones de espacio y calidad
poética apenas merecen mención fueron Cino da Pistoia (1265-1337), cuya poesía
está transida por una profunda tristeza, a la vez melancólica y dulce; ciertas
sugestivas cripciones de los rasgos físicos de la belleza femenina, prácticamente
ausentes en los demás stilnovistas, lo convierten en anticipador de Petrarca; por el
extremo refinamiento de su técnica resulta muchas veces oscuro. Gianni Alfani
(nada se sabe acerca de su vida), cuyas poesías líricas de sabor más terreno y
realista, parecen señalar un atisbo de cambio en la espiritualidad que había
alimentado la nueva poesía; Lapo Gianni (1250-1328) y unos pocos más.
La personalidad de Petrarca
Pero la parte más célebre del Cancionero es la que Petrarca dedica a su amor
por Laura. Es la primera poesía amorosa de la Edad Media plenamente humana,
libre de la imitación estereotipada de los provenzales y del simbólico filosofar del
“dolce stil novo”. No faltan en ella antítesis de conceptos y estudiados juegos de
palabras y rimas que recuerdan los orígenes artificiosos de la lírica amorosa en
Italia. Sin embargo, sólo constituyen sus últimos y raros ecos. Y Laura, si bien se ve
exaltada como un ser paradisíaco, ya no es la mujer angelizada y abstracta del
stilnovismo, sino una presencia humana por la que el poeta experimenta y expresa
terrenales deseos y añoranzas a través de versos cálidos e inmediatos. En las dos
partes del Cancionero -en vida y en muerte de madonna Laura- el dolor por la pa-
sión no correspondida, la angustia por la separación, el recuerdo de los momentos
en que el poeta esperaba una amorosa respuesta, otorgan a estas rimas un valor
humano universal y eterno, pues nunca, ni antes ni después, fueron tratadas con
tanta eficacia y verdad las íntimas vicisitudes de un alma enamorada. En el
insistente análisis introspectivo, en la descripción de bellezas humanas y naturales,
la expresión se presta dócil a cada necesidad pictórica y musical, demostrando la
plena madurez que adquiere bajo su pluma el instrumento lingüístico vulgar. Es así
que en esta lírica puede manifestarse con pleno vigor el dramático duelo entre
anhelo de amor y gloria y el deber cristiano de despreciar toda vanidad terrena, que
desgarrará su ánimo hasta sus últimos días. El libro se cierra con una humilde y
fervorosa invocación a la Virgen, que parece pertenecer a la ancianidad del poeta.
Es la postrera esperanza de un perdón divino que siente como inmerecido y que
solo una de esas milagrosas intercesiones de María puede lograr. Pero, aquí
también, es tal la ternura con que vuelve a evocar el fantasma de Laura -aunque
sea para llamarla “mortal tierra caduca”, que basta para demostrar cuan viva per-
manece en el recuerdo del anciano la imagen querida, a pesar de las reiteradas
protestas de un sincero y más durable arrepentimiento.
Dante
Dante era probablemente aún joven cuando se casó con Gemma di Manetto
Donati, de la cual tuvo tres hijos. A partir de 1295 tuvo parte activa en la vida
política de Florencia. Una “provisión” de julio de ese año establecía, en efecto, que
todos los ciudadanos -y por lo tanto también los nobles, que habían sido excluidos
de los Ordenamientos de Justicia, emanados en 1293- podían aspirar a los cargos
públicos, si sus nombres figuraban en la matrícula de una de las corporaciones o
artes. Éstas reunían a todos los ciudadanos, desde los simples artesanos a los
poderosos banqueros, que desarrollaban una actividad productiva. Dante se
inscribió en la sexta de las Artes Mayores, la de los médicos y drogueros (en esos
tiempos había entre los médicos Los términos güelfos y gibelinos proceden de los términos
italianos “guelfi” y “ghibelini”, con los que se denominaban las
muchos cultores de la filosofía, a la dos facciones que desde el siglo XII apoyaron en Alemania,
en el contexto del conflicto entre la Iglesia y el Sacro Imperio
cual Dante se había dedicado tras la Romano Germánico, respectivamente a la casa de Baviera
(los Welfen, pronunciado Güelfen y de ahí la palabra güelfo) y
muerte de Beatriz), y fue a la casa de los Hohenstaufen de Suabia, señores del castillo
de Waiblingen (y de ahí la palabra gibelino).
sucesivamente, desde noviembre de Estas dos facciones se enfrentaban por la sucesión a la
corona imperial después de morir el emperador Enrique V en
1295 a septiembre de 1296, miembro 1125 sin dejar heredero. Los güelfos sostenían una línea
política de autonomía en contra de cualquier intromisión
del Consejo especial del Capitán del externa y en contra de los privilegios nobiliarios, apoyando a
la Iglesia en contraposición al Imperio, en una actitud cercana
Pueblo, del Consejo de los Sabios para al independentismo. Los gibelinos, por el contrario, se
oponían al poder del pontífice afirmando la supremacía de la
la elección de los Priores, y del institución imperial. Muerto Enrique V, por lo tanto, los
primeros presentaron al trono de Alemania a Lotario, duque
Consejo de los Cien. En mayo de 1300 de Baviera y protegido del Pontífice, mientras que los
gibelinos propusieron a Corrado, duque de Franconia, al cual
fue enviado como embajador a San el papa Onorio II no dudó en excomulgar.
Con la elección a rey de Alemania de Federico I
Gimignano, y a su regreso, el 15 de Hohenstaufen (llamado Barbarroja) en 1152 y su posterior
coronación en 1155, la facción gibelina triunfó en el territorio
junio, fue elegido prior. Los nuevos imperial. Dado que Federico deseaba reafirmar en Italia la
supremacía imperial que las comunidades habían sustraído al
priores (eran dos en el gobierno) imperio con el apoyo del papado, bajo su reinado (1152-1190)
se verificó un desplazamiento de los términos güelfo y
hubieron de afrontar una situación gibelino desde la zona alemana a la italiana, donde pasaron a
denominar respectivamente a los partidarios del partido papal
extremadamente conflictiva, tanto en y a los defensores de la causa imperial. En Italia, por lo tanto,
hubo ciudades como Florencia, Milán y Mantua que
el interior de la Comuna como en las abrazaron la causa güelfa, mientras que otras como Forli,
Pisa, Siena y Lucca se unieron a la causa imperial.
relaciones con el pontífice. Durante el siglo XIV, los partidos güelfo y gibelino se
dividieron en facciones internas (Los güelfos blancos, hostiles
a la hegemonía pontifical, que consideran demasiado pesada
para la ciudad, y los güelfos negros, más favorables a un rol
Bonifacio VIII había decidido papal más desarrollado.) perdiéndose la fuerza y la
combatividad original. Los dos términos sobrevivieron en los
enviar a Florencia a su legado, el siglos sucesivos para denominar las líneas políticas
favorables y contrarias a la Iglesia, pero el escenario histórico
cardenal Mateo d'Acquasparta, para en el que se habían forjado inicialmente estaba
desapareciendo.
componer las diferencias entre güelfos
blancos y güelfos negros,
capitaneados por las familias rivales de los Cerchi y de los Donati. En realidad, el
papa proyectaba extender su hegemonía sobre Toscana como vicario imperial (el
trono del Imperio estaba vacante desde la muerte de Federico II de Hohenstaufen
-1250- y la fracasada coronación de Alberto I de Austria), y fundándose en el
principio de la plenitudo potestatis.
En los primeros años del destierro, Dante se unió a los demás blancos
expatriados en sus tentativas de regresar a Florencia por la fuerza de las armas,
pero muy pronto, antes de que sus compañeros fueran derrotados en la batalla de
Lastra (1304), abandonó su “malvada y torpe compañía”. Siempre se había
mantenido por encima de las facciones y la política que había defendido y
propugnado era la de las libertades comunales. Sólo la condena al exilio y el deseo
de regresar a Florencia lo habían impelido a acercarse a los Cerchi, hacia los cuales
no había ocultado nunca su escasa simpatía. Comenzó así el largo período de su
vida en que anduvo “por casi todas las partes en que esta lengua (la italiana) se
extiende, peregrino, casi mendigando... mostrando contra mis deseos la llaga de la
fortuna, que muchas veces suele injustamente imputarse al propio llagado”, como
“una nave sin vela ni gobierno llevada a distintos puertos, ríos y playas por el seco
viento que sopla la dolorosa pobreza”. Entre 1304 y 1308, aproximadamente,
compuso dos tratados: “De vulgari eloquentia” y “Convivio”. La composición de la
Comedia se remonta, tal vez, a 1307, pero la obra será llevada a término sólo en
1321, año de la muerte del poeta. En 1310, en ocasión de la campaña del
emperador Enrique VII en Italia, lo conmovió la idea de un próximo y justo acuerdo
entre Papado e Imperio, y se ilusionó con poder regresar a una Florencia pacificada
y concorde. Pero la oposición de los italianos al emperador, fomentada doquiera por
Florencia y las demás comunas güelfas, así como por el papa Clemente V y por el
rey de Nápoles, Roberto d'Anjou, impidió que las ideas acariciadas por Dante se
hicieran realidad. Son estos los años de la epístola política dirigida por el exiliado a
los príncipes y a la gente de Italia, para que acojan con digno homenaje al “nuevo
Moisés”, al “Cordero de Dios”; aquella a los “muy perversos florentinos” que se
oponen a su soberano y se preparan para guerrear con él, y una tercera, dirigida al
propio emperador, para incitarlo a vengarse pronto de quienes se le oponen. En el
tratado “De Monarchia”, escrito probablemente poco después de la muerte de Enri-
que VII (1313), se hallan expuestas en forma sistemática las ideas de Dante acerca
de la suprema autoridad política del Imperio.
En 1315, bajo las amenazas del jefe gibelino Uguccione della Faggiuola, el
gobierno de Florencia concedió una amplia amnistía a los exiliados, pero Dante no
quiso aprovecharla porque habría tenido que reconocer, por lo menos en parte, su
culpabilidad. Después de haber sido huésped de varios señores gibelinos de Italia
central y septentrional (entre otros, Cangrande della Scala, señor de Verona), halló
un tranquilo refugio en Rávena, en el palacio de Guido Novello da Polenta,
descendiente de esa Francesca, que constituye una de las figuras más vivas y
conmovedoras de la Divina Comedia. Y en Rávena murió, la noche del 13 al 14 de
setiembre de 1321. Un vivo retrato del poeta ha sido entregado a la posteridad por
Boccacio: “Fue nuestro poeta de mediocre estatura, tenía la cara larga y la nariz
aguileña, grande la quijada y el labio inferior bastante pronunciado, tanto que se
adelantaba mucho al superior; más bien cargados los hombros y los ojos más
grandes que pequeños, la piel morena y el cabello y la barba rizados y negros; casi
siempre estaba melancólico y pensativo. Sus vestimentas fueron siempre
honestísimas, sus modos como los que convienen a la madurez, su andar grave y
tranquilo, y tanto en las costumbres domésticas como en las públicas fue
admirablemente compuesto y civil”.
Obras menores
Las Rimas
El “Convivio”
Ya expuestas las razones del título, Dante se detiene a defenderse del pro-
bable reproche que le dirigirán los doctos por haber escrito en vulgar acerca de
argumentos muy elevados, para los cuales tradicionalmente se empleaba el latín. Y
no sólo se justifica recordando la finalidad de su obra y demostrando que habría
sido absurdo comentar en latín canciones en vulgar, sino que levanta una fiera
protesta contra los “detractores” del vulgar italiano y lo exalta como digno de tratar
todo argumento y admirable por su “dulcísima y amabilísima belleza”. El segundo
tratado, como dijimos, desarrolla la doctrina de los cielos y de los ángeles, y
también se explaya sobre las ciencias medievales del trivium y del cuadrivium. En
el tercero se razona acerca del alma, del amor y de la filosofía. Por último, el cuarto
trata de la nobleza entendida a la manera stilnovista, como conquista moral, del
imperio romano y de su función y, además, de los motivos por los cuales el hombre
se precipita en el pecado.
Esta obra fue escrita casi ciertamente entre 1304 y 1308; las canciones, por
el contrario, ya habían sido compuestas en años precedentes. Por lo tanto, entre el
“Convivio” y la “Vida nueva” median alrededor de diez años de distancia, y las
duras y complejas experiencias de la vida política, la amargura del exilio y el
trabajoso crecer del hombre sobre el joven soñador de la primera obra. Pero el
Convivio documenta sobre todo una doctrina más amplia y más orgánica de la que
se manifiesta en la obrita juvenil de Dante. Se hace patente un conocimiento más
profundo de los clásicos latinos y especialmente de Aristóteles a través de Santo
Tomás y de los comentarios de los árabes Averroes y Avicena, una asimilación
vigorosa de filósofos y teólogos medievales, desde San Agustín a Alberto Magno y a
Egidio Colonna, una capacidad de meditación y un rigor lógico poco comunes.
Intuimos en estas páginas la arquitectura doctrinal que habría de sostener la poesía
de la Comedia, constituyendo a veces su límite, pero más a menudo su robusta
sustancia. Finalmente, debe verse también en el Convivio el fin apologético de mos-
trar la propia cultura, para purgarse de la “mácula de infarnia” con que la
desventura del exilio y de la pobreza habían manchado a Dante, y adquirir mayor
autoridad frente a los señores que lo hospedaban y frente a la misma patria, en la
cual esparaba aún “descansar su ánimo atribulado y terminar el tiempo que le
había sido concedido”.
De vulgari eloquentia
La obra fue escrita en latín porque Dante se proponía hablar a los eruditos
para persuadirlos de la excelencia del vulgar y para convencerlos de que lo
emplearan en sus escritos, y tal vez para demostrar su dominio del “arte de la
gramática”, con la misma intención con que quiso mostrar en el “Convivio” su
cultura científica.
De Monarchia
También fue escrito en latín el tratado político “De Monarchia”, que Dante
compuso probablemente entre 1310 y 1315, es decir, durante la expedición de
Enrique VII a Italia y algo después de la muerte de este rey. En los tres libros que
constituyen esta obra el poeta, desarrollando algunos conceptos ya insinuados en el
Convivio (IV, 4-5), afirma la necesidad de la monarquía universal, o Imperio, para
bienestar de la humanidad, y juzga que el pueblo romano ha sido designado por
Dios para ejercer esa fun ción, sosteniendo que la autoridad imperial deriva
inmediatamente de la divina y, por lo tanto, no está sujeta a ningún ministro o
vicario de Dios sobre la tierra, sino en la medida en que el poder temporal debe
considerarse medio y camino hacia esa felicidad eterna, cuyo guía es el Papa.
La Divina Comedia
Dos veces designa Dante a su obra con el nombre de Comedia (Infierno, XVI,
128 y XXI, 2). En otro pasaje la llama “sagrado poema” (Paraíso, XXIII, 62), y poco
más adelante (Paraíso, XXV, 1) “poema sacro”. Boccaccio la llamó “divina”, pero,
recién una edición veneciana de 1555, para afirmar a la vez su carácter sacro y su
perfección artística, llevaba el título de “Divina Comedia”, que nunca más fue
abandonado, especialmente después de la edición de la Academia de la Crusca, de
1595.
La acción imaginaria
En la noche que va del jueves a viernes santo (7 y 8 de abril de 1300 año del
Jubileo convocado por Bonifacio VIII), Dante imagina hallarse en una selva oscura y
horrorosa sin saber cómo ha llegado allí, pues perdió el derecho camino en un
estado de inconsciente somnolencia. Hacia el amanecer del viernes, alcanza el pie
de un alto cerro, cuya cima iluminan los rayos del sol. Pero cuando emprende la
marcha ascendente, tres fieras, una pantera, un león y una loba, le cierran el
camino. Ya retrocede desesperanzado, cuando de pronto se le aparece la sombra
del poeta latino Virgilio, su autor preferido, el exaltador de Roma y del Imperio
(Eneida) y compositor de la Egloga IV, en la que el Medioevo vislumbró una
inconsciente profecía de la venida de Cristo (Purgatorio. XXII, 67). Virgilio ha sido
enviado por Beatriz, quien, en un acto de amor, ha descendido del Paraíso hasta el
Limbo, morada ultraterrena de los paganos virtuosos, para encomendarle la
protección y guía del extraviado Dante. Este, para salvarse, deberá recorrer,
observando y meditando, el triple reino de la condenación eterna, de la temporánea
expiación y de la eterna bienaventuranza. En efecto, el poeta realiza el místico viaje
entre el anochecer del viernes 8 de abril y el del siguiente viernes 14. A través de
todo el Infierno y hasta el último trecho del Purgatorio lo guía Virgilio. Más allá no
puede seguir el virtuoso pero pagano cantor de Eneas, por lo cual le sucede la
propia Beatriz. Aparece ésta de improviso sobre un carro que forma parte de un
cortejo alegórico, rodeada por un coro de ángeles que derraman flores alrededor.
Severa en el primer encuentro, reprocha al poeta por los pecados en que incurrió
después de su muerte y lo obliga a confesarlos entre lágrimas. Luego un ángel lo
purifica sumergiéndolo en los ríos Leteo, que otorga el olvido del mal y Eunoé, que
dispone hacia el bien. Ya purificado, Dante vuela con Beatriz de Cielo en Cielo.
Cuando alcanzan la Corte Celestial, ella vuelve a ocupar su sitio entre los más
cercanos al Señor, y es el anciano San Bernardo quien sigue acompañando al poeta
y que, por mediación de la Virgen, obtiene para él la gracia de contemplar y
comprender a Dios uno y trino.
Los "precursores"
En el centro del hemisferio de las aguas sitúa Dante una isla solitaria, en la
que se yergue la montaña del Purgatorio. Esta tiene la misma forma del Infierno,
pero emergente. Está dividida en dos secciones preparatorias y siete terrazas
ascendentes, y está formada por la tierra que se abalanzó fuera del Infierno por el
horror del contacto con Lucifer, que se hundía por el lado opuesto. En su cima
boscosa reside el Paraíso Terrestre.
Los nueve Cielos concéntricos que giran en torno a la Tierra con diversa
velocidad y perfecta armonía, forman el Paraíso, junto con el Empíreo, Cielo inmóvil,
donde los bienaventurados dibujan una cándida y luminosa rosa alrededor de la
Santísima Trinidad.
El Infierno y la condenación
El Purgatorio y la expiación
Así como el poeta pasa del anteinfierno al infierno durante el sueño (no se
entiende claramente cómo), del mismo modo pasa del antepurgatorio al purgatorio
llevado en vuelo por Santa Lucía, mientras duerme. En la puerta del reino de la
penitencia, un ángel le graba sobre la frente con la punta de su espada siete P, que
corresponden a las siete llagas espirituales de los pecados capitales. Se las
cancelará una por una con un toque de su ala cada ángel guardián de las distintas
etapas ascendentes, como señal de la purificación obtenida en la anterior. La última
P -la de la injuria- desaparece cuando el poeta cruza las llamas de la séptima te-
rraza.
El Paraíso y la beatitud
La simetría
El drama místico
Los tres cánticos constituyen también tres actos de un místico drama que
contiene una gradual revelación, especialmente visible en los tres finales. En el
Infierno, los traidores sepultados en el hielo y los Gigantes encadenados que los
rodean ilustran las extremas consecuencias de la grandeza sólo material. En el
Purgatorio, el encuentro de Dante con Beatriz, que lo reprende duramente por sus
pecados, señala la culminación de la lucha entre el espíritu y la carne, que se
resuelve en las purificadoras lágrimas del poeta. En el Paraíso, la estática visión del
Empíreo marca la meta del alma, que comprende la Verdad eterna y se libera
definitivamente de las falacias terrenas.