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Antología Fundadores
Antología Fundadores
ANDRÉS FIDALGO1
Por iniciativa de la “Comisión Asesora de Publicaciones Literarias e Históricas” de la provincia de
Jujuy se ha reeditado esta obra cuya primera edición (1934) se hallaba totalmente agotada. El
hecho merece, por esa circunstancia y por los valores del libro que comentamos, los mejores
elogios.
Son aproximadamente 4.200 piezas literarias que comprenden romances, rondas infantiles y
canciones, coplas y cantares y oraciones en quíchua. A la vez, dentro de las coplas (clasificadas por
asunto, como ya es tradicional) se incluyen relaciones, rimas infantiles, adivinanzas, etc.
Se inicia la obra con un “Discurso Preliminar”, que abarca 120 páginas; y que constituye, en
realidad, un compendio de Historia, Geografía, Zoología, Botánica, de la Provincia; y de las
costumbres, tradiciones, vestimentas, alimentación, etc. de sus habitantes. Anotaciones que, si
bien en algunos casos pueden ser modificadas o actualizadas, constituyen el andamiaje, el
indispensable antecedente sobre el cual deberá trabajarse en lo futuro, para ahondar en
cualquiera de estos temas.
Es oportuno recordar hasta qué punto poetas cultos han utilizado (reelaborándolos en mayor o
menor grado o inspirándose en ellos) temas de este Cancionero. Y cómo se han incorporado
también en canciones que no siempre dan cuenta del origen anónimo de la letra. A manera de
ejemplos, señalamos:
Coplas números 348, 350 y 961: Las tres, en chacarera “Mañana de mañanita”,
que figura como de A. Chazarreta. Disco RCA
Víctor 68-1598-B.
1
En revista Tarja, nº 14-15, San Salvador de Jujuy, julio a octubre de 1959.
“El amor del hombre pobre, “El amor del hombre viejo
es como el del gallo enano, es como el del gallo enano,
que en querer y no alcanzar, que en brincar y no alcanzar,
se lo pasa todo el año” se lo pasa todo el año”
“Yo soy el que pinta l’uva “Yo soy el que pinta las uvas
y la vuelve a despintar, y la vuelve a despintar,
al árbol verde lo seco al palo verde lo seco
y al seco lo hago brotar”. y al seco lo hago brotar”.
La copla 3018 ha sido tema de inspiración para el soneto de Raúl Galán titulado “Guachi,
Torito” y que figura en su libro Carne de tierra, con la cita pertinente:
“En la punta de aquél cerro “De la punta del cerro con su tonada
baja un torito serrano, bajó un toro rezando como un cristiano;
en el resuello trae invierno su balido nos trajo todo el verano
y en el balido, verano”. y una flor trajo el aire de su cornada”.
Copla 2593:
“He de cantar y bailar
hasta que la muerte llegue,
mi cuerpo ha de estar tendido
y mi corazón alegre”.
Con las numerosas y eruditas notas del autor; se comprueba la íntima relación que nuestro
coplerío guarda con el español. También es fácil advertir cuáles son las genuinas, las del pueblo
jujeño. Hemos desarrollado el tema en nuestro ensayo sobre “La Copla” y creemos innecesario
volver sobre él.
Es de lamentar que no se haya aprovechado la reedición, para salvar los numerosísimos errores
que afeaban la originaria; resulta indudable que se utilizaron nuevamente las mismas planchas.
Hay quienes opinan (todavía los hay!) que las creaciones artísticas, el goce estético y las
especulaciones científicas están sólo reservadas a ciertos grupos o sectores minúsculos de
predestinados o especialistas. En particular para ellos, esta obra constituye un mentís
contundente. El pueblo es el gran creador; el permanente y multitudinario (a veces contradictorio)
hacedor. Se trata de facilitarle el acceso, de poner a su alcance los que medios que en justicia le
son debidos, para que despliegue al máximo todas sus facultades. Muchos tomos más de
“Cancioneros” será posible llenar entonces.
Juan Alfonso Carrizo, el señ or que
recogía versos viejos
“La memoria es el único paraíso del que no podemos ser desterrados”
2
NÉSTOR GROPPA
Juan Alfonso Carrizo (1895-1957) en realidad no tiene biografía. Pasó a ser símbolo popular
tomando la trayectoria independiente y orgullosa que rumbean los símbolos. Habiendo sido
hombre cabal, creyente y estudioso, hoy nos parece (aunque ya lo había semejado) todo un
pueblo. Una referencia ineludible de las particularidades del ser argentino del noroeste, es
especial. Y como a los pueblos suele ser complicado adjudicarles biografías –de la misma manera
que se hace con las personas– uno los llega a conocer entonces por sus historias, que en todos los
casos son amenas y dolidas. La historia de Juan Alfonso Carrizo pasó paralela, o imbricada –mejor–
con un fragmento pequeñísimo de las historias de estas poblaciones donde duran inermes unas
existencias infinitas, aprisionando fechas y más fechas, esas que a la vez se nutren y alimentan de
sí mismas prologándose sin término.
Lástima que la memoria colectiva esparcida por capas geológicas y por una colonia sobrevolante y
angelical –pero muda– tienda a desaparecer. Porque están queriendo desaparecer esos cofrecitos
de papel que la resguardan, tal como se nos antoja llamar a los Cancioneros recopilados e
impresos hace ya más de cincuenta años. La incuria –descuido, dejadez, pereza, negligencia–, la
irresponsabilidad, la ignorancia (repetida veces) de sectores con poderes y deberes de gobierno
vigilante y curadurías provinciales y nacionales, conspira contra la conservación de la “libreta de
familia” de estos pueblos. Y el día que ellos pierdan sus memorias (la filiación, incluso), pueden
llegar a vacilar en la escala de los tres reinos magníficos, resignando sus privilegios humanos y
adquiriendo los no menos intensos privilegios de los otros dos, vecinos reinos pero distantes: vale
decir, volverse poblaciones cercadas con bellas aunque indefensas calidades de flores o árboles
esbeltos; o poblados, estancos en silencios de mineral.
Y ya no habrá biografías, ni de seres, ni de pueblos. Se dará por acabada la memoria de este reino.
Habremos sido desterrados del “único paraíso” y en el tiempo quedarán sólo azulando lagunas
donde hubo hombres y pueblos con testimonios. Por eso, estos libros. Para mantener con la vida
la memoria de lo vivido, se los reimprime. Para vivir de lo aprendido y apuntado durante siglos por
2
Texto publicado en la contratapa de la 2da. reimpresión facsimilar del Cancionero Popular de Jujuy (San Salvador de
Jujuy, EdiUnju, 2009).
las historias de los hombres y las biografías de sus pueblos. Y por eso también, otros libros en los
que se anote para memorias futuras, los tanteos del caminar del hombre hacia adelante.
Coplas de autor
3
Andrés Fidalgo, Aproximaciones a la poesía, Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1986, pág. 17.
4
Néstor Groppa la incluye en su libro Abierto por balance (de la literatura en Jujuy y otras existencias), San Salvador de
Jujuy, Buenamontaña, 1987). El autor afirma que considera muy apropiada a la copla “y que si no es de cancionero,
merecería serlo”; sospechamos que él la escribió.
El Familiar
Dicen que hace años el Familiar no salía de su escondite, porque el patrón en persona le llevaba la
comida. Esa comida eran hombres, muchachos, y a veces, alguna mujer.
¿Cómo los pillaba? Con engaños, haciéndoles creer que les daría ‘aumento’, o alguna otra cosa por
el estilo. Esto pasaba hace mucho tiempo.
Después, la gente fue aprendiendo, no se dejaba engañar con tanta facilidad. Esto hizo que el
patrón tuviera que largar al Familiar, para que se las rebuscara solo por ahí. Y así fue que el
Familiar comió gente, sorprendida en cualquier lugar, a deshora de la noche. Los sorprendía
apareciendo con formas distintas; ya sea como un perro negro, viborón, tigre, hombre elegante.
También dice que se apareció más de una vez en forma de una ‘cuña arregladita’.
La cuestión es que el Familiar comió mucho más gente de la que se sabe. Con el fin de no tenerlo
aullando noche y día en el sótano de su casa, el patrón lo largaba y asunto arreglado. Él se iba a
dormir y dejaba que el diablo –porque es el diablo en persona– se diera el gusto con la gente
descuidada. A la mañana siguiente se encontraban algunos rastros de la víctima, pero en la
mayoría de los casos, ni siquiera eso. Dicen que casi siempre les deja ‘el enrole’, tirado en el lugar
donde los comió, pero uno se pregunta, para qué sirve el enrole si ya no está la persona.
Un caso conocido ocurrió en Calilegua, en tiempo de los Villar. Allí había muchos chaguancos entre
la peonada y el cacique era un hombre sabio y prudente. Como tenía muchos hijos mozos, quiso
advertirles sobre los peligros del Familiar y les dijo que él había notado que el bicho cuando anda
buscando presas, ronda tan sólo por el cañaveral y les remarcó:
─Aquí tenemos un chacral, por eso por aquí nunca viene, cuando oigan ladrar los perros, es señal
que ha salido a buscar comida. Vénganse todos para el chacral, que por aquí no viene.
Para el cacique, el chacral era un lugar seguro, por eso tras advertir a todos se sintió más tranquilo.
Se fueron a dormir, pero el hijo menor, a quien le gustaba mucho andar de noche, resolvió salir y
no le prestó atención. Esa noche los perros avisaban ladrando a más no poder. Pero el muchacho
cruzó el río con el afán de llegar al pueblo Ingenio, buscando vaya a saber qué cosa.
No bien puso los pies en la otra orilla, iluminada por la luna, le salió al paso una cuña de tipoy rojo,
con la cara pintada y una cinta azul atándole los largos y sedosos cabellos que le llegaban hasta la
cintura. Traía en sus brazos un pequeño jaguar, que acariciaba con sus finos dedos de mocita, y
entre sonrisa y sonrisa lo fue atrayendo hasta un tupido monte. El muchacho la siguió,
hipnotizado, y allí desaparecieron ambos.
Nunca se supo del menor de los hijos del cacique, pero en un monte de arbustos a la orilla del río,
sus hermanos encontraron una cinta azul y algunas quebraduras de ramas, con lo que pudieron
armar y reconstruir la trampa en que cayó el muchacho.
Esta es una de las tantas historias del Familiar del Ingenio Ledesma. Por eso, como decía el cacique
de la tribu que trabajaba en Calilegua en tiempo de los Villar, ‘hay que sabérselas todas, como las
sabe el patrón, para no caer en ninguna trampa. Porque si alguna ya se conoce y ya cuidado,
aparece otra y luego otra, por lo que el Familiar siempre halla la forma de llenarse la panza’.” 5
5
Leyenda regional incluida por Olga Demitrópulos en su libro El hombre arco iris, Libertador General San
Martín, Ediciones Rowan, 1994, pp. 6-7.
Coya muerto en el ingenio
RAÚL GALÁN
A Eduardo Pacheco
6
MANUEL J. CASTILLA
Evangelina Gutiérrez
cuchillo en mano deschala
y siente que todo el aire
a su lado se azucara.
En el lote Arrayanal,
Ingenio de La Esperanza
a cada golpe de cuchillo
le va cortando la infancia.
Evangelina Gutiérrez
tallo de arena en La Quiaca
cosecha para el ingenio
flores de azúcar quemada.
6
Publicado en Tarja nº 3, marzo – abril 1956.
salado como una lágrima
y el aire se pone luto
tordo cruceño en las alas
porque están moliendo el sueño
de Evangelina en la zafra.
En el lote Arrayanal,
Ingenio de La Esperanza.
Jujuy, 1956.
MANUEL J. CASTILLA7
7
Bajo las lentas nubes
Te vio pasar y dijo: “Me lo llevo”,
y nos dejó con tu nombre en la boca para siempre.
Domingo Zerpa
Un escritor fascinante. Creció en medio de una rica tradición oral. Su primer libro tiene
toda esa carga y es, además, una obra auténticamente popular. Pero no se quedó ahí,
como sí lo hicieron varios de sus epígonos. Zerpa fue un escritor profesional (esto es:
alguien que hace de la escritura su profesión central), toda la obra que publicó después
de Puya-Puyas demuestra que es mucho más que un autodidacta. Él adquirió una rápida
formación clásica que, sin ir más lejos, se puede apreciar en su paradigmático soneto
“Abra Pampa”.
¡Juira juira!
Abra Pampa
UN JAMPIRI
“Se inició en la cuerda floja del nativismo o lo universal (aceptando que ninguno de los dos lleve el
germen del otro). Se recuerdan sus primeros poemas nacidos en el altar de la Puna, con el nombre
de sus únicas flores, las puya-puyas (libro de muchas reediciones. Único caso en la provincia para
un poemario). Sus recitales se recuerdan (lo sabía memorar Manuel J. Castilla en los carnavales de
Cerrillos, en la carpa de Tames, creo. Famosos). Su amistad con Julio Cortázar, Nicolás Cócaro,
Rubén Benítez, en Chivilcoy, cuando todos no eran más que profesores del secundario, y donde
recaló Zerpa como otro profesor más de Literatura, hasta jubilarse. Poeta de características únicas,
su prosa actual y sus poemas conservan el ser natural junto a las riquezas del oficio adquirido. Es
un jampiri (un yunga, un médico herbolario, un “vitiche”) que se fue de la provincia (pero vuelve) a
ensalmar por otras tierras”.
UN POETA POPULAR
“Asuntos desarrollados simplemente, con giros, modismos y vocablos lugareños, tiene el mérito
del iniciador, del artista que advierte el temario real que lo circunda, la densa carga poética del
árido paisaje puneño y de sus habitantes. Pese a la sencillez de la forma, sus creaciones no están
exentas de imágenes o figuras que exteriorizan dominio de la materia poética. Es lo que se
entiende por “poeta popular”, en el mejor sentido. Nutrido en nuestro coplerío anónimo, en el
romancero español, las formas expresivas que emplea se adecuan al contenido de sus poemas”.
(Andrés Fidalgo, Panorama de la Literatura Jujeña, Buenos Aires: Editorial La Rosa Blindada, 1975.)
UN CLÁSICO LOCAL
“El único (libro jujeño) que yo creo que va a llegar a ser un clásico es Puya-Puyas de Domingo
Zerpa. Te explico por qué: me parece poesía de primer nivel, el libro describe un paisaje tan
nuestro como lo es la Puna, con muchísima belleza y de una manera muy exacta. Al ser éste un
paisaje muy sujeto a modificaciones, en unos años la gente podrá leer sus poesías e imaginarse
exactamente cómo era cuando él la describió”.
(Ernesto Aguirre, “¿Quiénes son los clásicos locales?”, en revista Generaciones, San Salvador de
Jujuy, año 1, Nº 2, diciembre de 1996.)
Sus versos se decían en la ciudad y en los pueblitos más remotos; en ambientes cultivados y en la
campaña pobrísima. Y en todas partes eran aplaudidos con entusiasmo, con sincera simpatía, con
admiración fervorosa.
Su lenguaje casi dialectal y al mismo tiempo familiar, entrañable, comprendido y lo que es más
importante, sentido por todos, suena como hoy como en aquel lejano entonces, con auténtica
nobleza, porque está asistido por la verdad.
Nació donde la Puna se alza como una triste copa de sal y de silencio y vivió su infancia y su
juventud en la meseta altísima, transitado por el paisaje como por la vida y unido a su tierra y al
ayer por raíces tradicionales.
Después de sus primeros libros, de creación casi instintiva; “como es su deber mágico dar flores a
los árboles”, recorrió todos los caminos del arte y la cultura. Por eso, junto a la fluencia natural del
verso octosílabo de sus primeros trabajos, podrán escucharse en esta placa poemas de formas
clásicas, escritos en un idioma intemporal y común a todo territorio de la lengua castellana.
Demos testimonio de esta magia: su poesía, francamente admirable, mantiene hoy a cuarenta
años de haber sido escrita, la frescura, la inocencia, la gracia inimitable de las grandes creaciones.
Tengo la certeza de que la Puna de Jujuy escribió sus propios versos con la mano de Domingo
Zerpa. Por tal causa en esos versos se reconoce todo un pueblo. Por eso, también, desde que
nacieron viven en la memoria de cuantos los conocen, como pájaros que volarán por el tiempo...
Por el tiempo. No hay otro espacio para el alma.”
(Jorge Calvetti, en el CD Poemas de la puna jujeña de Domingo Zerpa, 1980.)
Leandrito
Lo conocí cuando todavía no era Néstor Groppa. 1947. Era Leandro, o Leandrito porque era el más
joven de los cuatro. Ese año hice la colimba con el hoy conocido pintor Domingo Onofrio, que en
esa época cursaba la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano con Leandro y Andrés Lizarraga que
se convertiría en el dramaturgo de Santa Juana de América que por la década del 50 protagonizara
en una actuación memorable Norma Aleandro en el Teatro Independiente Fray Mocho.
Leandro venía siempre –como creo hoy, 50 años después– de riguroso traje gris, chaleco y
corbata y a través de sus eternos lentes desparramaba sobre nosotros una inteligente e incisiva
mirada que nos hacía sentir incómodos o culpables.
En esos tiempos, bastantes pesados a nivel cultural, éramos cuatro amigos inseparables,
ávidos de conocimiento, es decir, saqueadores contumaces de librerías. Leandro además dibujaba
con trazos finos, obsesivos, detallistas, donde no había margen para la imperfección. Conservo
algunos de esos trabajos.
En 1951 nos hartamos de Buenos Aires: Lizarraga y yo nos largamos a Bariloche, Groppa y
Onofrio a Jujuy. Allí trabajaron de maestros –en Tilcara– bajo la protección de Medardo Pantoja y
Luisa, su mujer. Onofrio pegó la vuelta a los cuatro años y Leandro se aquerenció en la Quebrada y
ahí se quedó hasta hoy. En esa época tomaba unas malditas pastillas cuyo nombre todavía
recuerdo: “Privina”. Jamás supimos para qué eran. ¿Contra la nostalgia, tal vez? ¿Contra la
hostilidad del mediocre del que nunca se supo defender muy bien? Nos reuníamos al atardecer –o
al caer la oración, como diría mi abuela– en un café frente al viejo hospital Clínicas, hoy hecho
plaza para felicidad de los gorriones. En su primer libro, Taller de muestras (1954), Groppa recorre
Buenos Aires, la describe amorosamente como hiciera la generación del 22 (Borges, Olivari,
Tuñón) y se detiene justamente en un poema que se llama “el Clínicas”. Será imposible obviar este
libro cuando se haga un inventario de los cantores de Buenos Aires. Y, como me señaló el joven
poeta Daniel García Helder, secretario de redacción de Diario de Poesía, “a pesar de las influencias
de Tuñón y Girondo, ya hay en ese primer asomo una voz propia”, que, a mi entender, lo hace un
lúcido precursor de los sesentistas que encabezaría Juan Gelman.
En 1956 lo reencontré en Jujuy, me llevó a la casa de Andrés Fidalgo y Nélida en la calle
Senador Pérez –que por los dueños de casa y por los que pasaron por ahí debería ser declarada
monumento nacional con chapa en la puerta– y ahí tuve el privilegio de asistir al nacimiento de la
mitológica Tarja.
Me acuerdo que cuando lo conocí vivía en Flores sur, en un pasaje que se llamaba
“Recuero” y me contaba que había nacido en Laborde, un pueblo de la pampa húmeda de la
provincia de Córdoba y que, por motivos de trabajo de su padre, después se trasladó a América, en
Buenos Aires. Su madre murió muy joven y lo recuerda en su primer poema “A Vicenta Groppa” de
su segundo libro Indio de carga (1958) que bien hubiera querido escribir yo a la muerte de mi
madre: “Les dio a mis ojos el mundo/ Y en el tiempo labrador/ ellos siempre harán recuerdo/ de su
silencio de flor”.
Pasó medio siglo Leandrito, quién diría. Ya no están los títeres del Quitupí que
revoloteaban con Nélida Fidalgo, tampoco está más su hija Alcira, joven poderosa que se llevó lo
siniestro, y aunque el mediocre te siga cercando, hoy tu obra comienza a ser considerada en esta
ciudad que caminaste y quisiste tanto, ya vas a ver, no seas pesimista. No estás cercado, te rodean
los jóvenes poetas de Jujuy al igual que al usía Fidalgo, está tu obra editorial en la Universidad de
Jujuy que bien conocemos aquí, y fundamentalmente, está tu obra poética, que te comunicará
para siempre con los seres humanos, a cuyo destino, al igual que Withman, jamás fuiste ajeno.