Diario de Una Vagabunda
Diario de Una Vagabunda
Diario de Una Vagabunda
ePub r1.0
Titivillus 02.08.18
Título original: 放浪記 (Hōrōki)
Fumiko Hayashi, 1930
Traducción: Virginia Meza
Prólogo: Kayoko Takagi
Fumiko fue hija natural de una pareja de comerciantes ambulantes en la zona del
norte de Kiushu, la sureña isla del archipiélago japonés. Desde su nacimiento en
1903 no tuvo la suerte de disfrutar de una vivienda fija, ya que sus padres no la
poseían y, más tarde, a causa de su separación, se vio obligada a los 10 años a
incorporarse al negocio de sus padres vendiendo comida y baratijas para
contribuir a la extremadamente precaria economía familiar.
Como se desprende de las primeras páginas de su obra, entendemos que
viajaba continuamente junto a sus padres por muchos pueblos mineros del sur de
Japón. Tras no pocos sufrimientos, consiguió graduarse en el colegio elemental
de Onomichi, ciudad a la orilla del mar Interior de Japón, con dos años de
retraso sobre lo previsto. Pronto su talento literario fue descubierto por varios
maestros del colegio y fue recomendada para seguir sus estudios en el instituto
femenino de la ciudad. A los 18 años empezó a enviar poemas modernos y
clásicos a las páginas de los diarios locales. Su afición a la lectura y a la
composición de poesía era notable.
Su primera experiencia de amor frustrado ocurrió justo al acabar los estudios
a los 19 años. Se trasladó a Tokio siguiendo a su novio estudiante y se mantuvo
como pudo a su lado durante un año trabajando en fábricas, de niñera, de chica
de servicio, de dependienta o de sirvienta en los bares para hombres. Sin
embargo, tras graduarse, el novio se marchó solo a su casa natal rompiendo la
promesa de casarse con ella. Él procedía de una casa antigua del pueblo y la
diferencia de clase no dejó fructificar su unión. Los padres de ella, que también
habían llegado a Tokio en busca de más suerte, no vieron ninguna perspectiva de
mejora económica y volvieron a Kiushu, dejando a Fumiko, quien había
decidido quedarse en Tokio.
La vida sola en la capital fue una cadena de penosas experiencias tanto en el
trabajo como en su vida sentimental. Vivió con varios hombres que conocería en
los cafés donde servía. La tónica general fue que ella trabajaba muchísimo para
alimentarlos y ellos no lo valoraban o ni tan siquiera lo necesitaban. Tuvo que
transigir unas veces con la infidelidad y el egoísmo masculinos y, otras veces,
con el mimo machista al que estaban acostumbrados los intelectuales de la
época. La sombra del actor Tanabe Wakao, hombre casado, veinte años mayor
que ella, poco serio y nada fiel, fue intensa y duradera, mucho más de lo que ella
hubiera deseado. El poeta dadaísta Nomura Yoshiya fue otro caso descrito en la
obra como hombre irascible y enfermo, pero que, al final, se alejaría de ella al
enamorarse de otra. Aunque no aparecen más nombres en la presente obra, el
listado de artistas de tendencia anarquista que convivió con ella no debía de ser
corto en aquella época.
Las excepciones, también recogidas en las páginas que siguen, fueron, en
primer lugar, ese vecino de la habitación de alquiler, Matsuda, que le presta
dinero a cambio de nada, o mejor dicho, con la oculta expectativa de que ella le
hiciera caso un día. No obstante, esa ilusión siempre recibirá un rechazo frontal
de la deseada, quien lo describía de este modo: «Era bajo de estatura, parecía un
niño de quince o dieciséis años. El pelo largo le llegaba a los hombros. Es el tipo
de hombre que tiene todo lo que yo detesto». La vida itinerante con los
diferentes hombres de la protagonista-autora no cesaría hasta que apareciera en
su vida Tezuka Masaharu[1], estudiante de Arte caracterizado en la obra como el
pintor Yoshida. Tezuka le aportó el apoyo psicológico y la estabilidad emocional
que Fumiko precisaba. A pesar de que los biógrafos no cesan de descubrir los
affaires amorosos de Fumiko, aun después de la boda con él, el carácter errante
de Fumiko encontró su puerto de descanso en Masaharu[2]. Desde entonces, la
escritora se centró en trabajar en sus obras, que ya no se alimentaban de las
vivencias reales como única fuente de inspiración.
Desde el año 1928 al 1930 se publicó por entregas la primera versión del
Diario de una vagabunda en la revista Nyonin geijutsu[3] (El arte por las
mujeres) dirigida por la escritora feminista Hasegawa Shigure[4]. Su éxito hizo
que en el mismo año de 1930 se publicara como libro y, seguidamente, la
segunda parte. La publicación de la obra no terminó aquí por la gran aceptación
del público que empujó las ventas a la espectacular cifra de 600.000 ejemplares.
En 1939 se editó la versión definitiva por la editorial Shinchō[5] y, a partir de
1946, se agregó la tercera parte y se publicó el Nuevo diario de una vagabunda.
La apreciación de estas diferentes versiones está recogida en general en la
Nota al texto de la traductora Virginia Meza, por lo que me limito a reafirmar
algunos de los puntos más notables. El primero es que presenta el modo claro de
diario que la autora iba redactando después de los duros trabajos del día,
venciendo el cansancio físico, con frases cortas e incoherentes a veces. La
versión definitiva, por otro lado, corrige el formato de diario sencillo y las
expresiones incompletas, cambiando el lenguaje coloquial por uno más
elaborado y literario. Sin embargo, la primera versión arroja un torrente de
expresiones sinceras y enérgicas, a pesar de que desde el punto de vista
estilístico carezca del refinamiento suficiente como para ser una escritura de
altura. Seguramente ahí estaba el atractivo principal de la obra, en especial para
los lectores y para el público general de su tiempo. La intención de la autora, al
corregir y agregar la segunda y la tercera partes, se supone que era para elevar la
obra al nivel al que años más tarde aspiraría. Es la razón por la que, hasta hoy,
conviven las tres versiones de la obra.
Tras el éxito obtenido con Diario de una vagabunda, Fumiko realizó unos
viajes a China, Corea, Londres y París, ciudad donde residió unos seis meses
pasando hambre por no tener suficiente dinero para mantenerse. Sin embargo, su
actividad como poeta y novelista no cesó: publicó su primera colección de
poemas Vi un caballo azul[6] en 1930 y diferentes crónicas de sus viajes por el
extranjero para una serie de revistas.
Se dice que era una trabajadora nata que, seguramente afectada por la
pobreza extrema que experimentó en su niñez y juventud, nunca rechazó
ninguna oferta de trabajo. Publicó 278 libros y escribió unas treinta mil páginas a
lo largo de su vida. Cuando Fumiko murió de una insuficiencia cardíaca a los 48
años, la prensa escribió que fue víctima de los medios de comunicación que la
habían explotado.
Durante los años 1937 y 1938, años de tantas turbulencias en el continente
chino, viajó a Nanjing[7] como reportera del diario Mainichi y, seguidamente,
aceptó el trabajo de cronista del diario Asahi para cubrir la batalla de Wuhan[8]
tras su caída. Este tipo de actividad colaboradora con el Gobierno japonés se
repitió alrededor de la etapa de la Segunda Guerra Mundial, y volvió a realizar
trabajos de cronista formando parte del ejército de tierra japonés en Indochina,
Singapur, Java, Borneo y otros escenarios bélicos en los años 1942 y 1943. La
experiencia en Dalat, Indochina, fue precisamente la que le sirvió a Hayashi
Fumiko de inspiración para su posterior obra Nubes flotantes[9].
En una escritora que fue considerada una denunciante de la discriminación
social de la mujer y de la pobreza de la gente de los bajos fondos de la sociedad,
como podemos leer en sus primeras obras, es difícil entender estas actividades
progubernamentales y promilitares. Se sabe que sus amigas y amigos
(incluyendo los amantes) eran prácticamente todos de ideología anarquista y
comunista, como era la tónica general entre los intelectuales del Japón de los
años veinte y treinta.
Tal vez podamos buscar los motivos de la escritora para este cambio de
actitud en la detención policial que sufrió en 1933 por considerarla «roja». La
razón de la detención fue que publicaba sus obras en revistas de ideología
comunista y que sus escritos no alentaban precisamente el sentido del sacrificio
por la patria. La verdad es que la revista que la encumbró a la fama como mujer
escritora de éxito, Nyonin Geijutsu, pronto se inclinó abiertamente hacia el
comunismo soviético y en mitad de la crisis de Shōwa[10] (1930-1931) empezó a
publicar obras y artículos de inspiración soviética. La idealización de la Unión
Soviética como paraíso de los trabajadores se propagó de tal manera en el
territorio japonés, que la sociedad asistió al sorprendente exilio amoroso de una
de sus actrices más populares, que huyó con su amante a aquel país[11]. Los
biógrafos discuten en este sentido que, como ocurrió con algunas escritoras de
éxito de la época, Fumiko quería mostrar su compromiso con la patria más allá
de la ideología afín a su vida de sufrimiento, por lo que aceptaría encargos
llamativos, poco coherentes con sus actividades anteriores. Para sus adentros,
ella declaraba siempre: «si no puedes comer, no sirve de nada la ideología ni la
religión». En una palabra, era la encarnación del realismo sincero y sus obras, a
diferencia de otras producidas en esta época tanto por hombres como por
mujeres, huían del servilismo ciego a las ideas.
A partir del fin de la guerra, en 1945 reanudó sus publicaciones. Salió a la luz El
remolino[12], que trata la vida de una viuda de guerra con su hijo de cinco años.
Vuelve el tema de la lucha de una mujer en situaciones adversas, pero era una
cuestión candente de la época. Muchas jóvenes se casaron antes de alistarse su
marido en el Ejército para ir a la guerra y, sin tener suficiente tiempo de disfrutar
de su vida matrimonial, recibían noticias tristes desde los lejanos campos de
batalla. Aunque no se considera la mejor obra de la autora, esta novela que se
publicó por entregas en el diario Mainichi redescubrió como novelista a Fumiko.
A partir de aquí, los temas de posguerra estarán presentes en casi todas sus obras.
El crisantemo tardío[13] es una novela corta pero bien estructurada que
recibió muy buenas críticas. Narra lo siguiente: una geisha en sus cincuenta
espera la visita de un cliente joven con quien, antes de ir él a la guerra en
Birmania, mantenía una apasionada relación. El hombre que reaparece ante ella
ya no es el mismo. Su musculoso cuerpo lleno de energía ya no habita en él. En
realidad viene a pedirle dinero para sanear su maltrecha economía, como todos
los que habían vuelto de la guerra. Ella lo intuye y se siente decepcionada. Saca
su foto de cuando era joven, pero esa imagen solo acentúa el paso del tiempo y
el deterioro físico del hombre. Ante la negativa de prestarle el dinero, el hombre
pasa por un delirio momentáneo en que siente el impulso de atacarla para
robarle. «Estás borracho. Quédate a pasar la noche…». Con estas palabras de la
geisha el hombre vuelve en sí. Ella dice para sus adentros: «Todavía queda un
tercio de la botella de whisky. Se lo serviré todo para que duerma como un
tronco y mañana lo echaré a la calle. Yo sí que estaré despierta». La geisha echa
la foto al fuego del brasero del que sube un hilo de humo negro.
Las descripciones del interior de los dos, que nos descubren la cruda realidad
a la que se enfrentan ya sin la dulzura de aquel amor que pasó, son magníficas.
Fumiko demostró con esta obra la suficiente experiencia y la destreza de una
escritora que supo plasmar la calidad literaria de su talento.
Sin embargo, seguramente, la obra que la hizo aún más popular después del
éxito de Diario de una vagabunda es Nubes flotantes. En esta, la destrucción del
ser humano al término de la guerra es el gran tema. El protagonista varón,
Tomioka, es casi la prolongación del joven en El crisantemo tardío. Es un
funcionario del Ministerio de Agricultura que fue destinado a Dalat, Vietnam. Es
un buen trabajador pero débil a la atracción femenina. Aun siendo un hombre
casado y con un hijo, se relaciona con la muchacha nativa que sirve en su oficina
y, cuando encuentra a una nueva mecanógrafa, la joven Yukiko, también la
seduce. A partir de aquí, la relación de la pareja es la que constituye el eje de la
novela. Al terminar la guerra, vuelven los dos a un asolado Tokio. Tomioka no
da señales de vida a Yukiko, que cree en su palabra dada en Dalat de casarse con
ella tras divorciarse de su mujer. Yukiko lo visita, pero encuentra a un hombre
acabado, sin trabajo, y sin voluntad de dar una solución a la situación. Yukiko
intenta sobrevivir sola pero no encuentra trabajo fácilmente y acepta ser
mantenida por un soldado americano[14].
Tomioka, por su parte, fracasa en los negocios y se ve obligado a vender su
casa. Además, su mujer, resentida por la frialdad y la infidelidad de su marido,
muere enferma. Desesperado, invita a Yukiko a unas fuentes termales con el
propósito de suicidarse juntos. Sin embargo, el plan no se cumple porque
aparece ante él la joven mujer del dueño del hotel con la que Tomioka tiene una
aventura. Yukiko lo llama monstruo, pero el suceso más monstruoso está a punto
de acaecer. El marido sigue a la mujer que viaja a Tokio para vivir con Tomioka
y la mata.
Tomioka, finalmente, consigue un trabajo en la isla de Yakushima, isla lejana
en el extremo sur del archipiélago. Yukiko al fin lo acompaña en el viaje sin
tener que preocuparse de otras mujeres, pero por culpa de su dañada salud, tras
el aborto del bebé que iba a tener con Tomioka, muere en la isla de Yakushima
ante un arrepentido Tomioka. La obra termina describiendo el estado de alma del
protagonista, quien reconoce su verdadero amor hacia Yukiko, pero quien, a la
vez, no puede evitar una sensación de alivio al no tener que cargar con nadie. Por
fin libre, siente esta libertad como la de las nubes flotantes en el cielo, pero las
que no se sabe hacia dónde se dirigen.
La valoración de la obra fue excelente, especialmente en cuanto a la
descripción del protagonista varón, en contra de lo que era la tónica general en
las obras de Fumiko. La escritora, que gozaba de gran consideración entre las
mujeres, demostró al final de su carrera la capacidad de meterse en la piel de un
hombre y logró presentar ante los lectores la realidad del Japón de posguerra
donde no era raro encontrar a un Tomioka o a una Yukiko. La sensación triste
que surge de la obra puede que indicara también el final de la escritora, quien
pareció haber intuido el fin próximo de su vida.
El prólogo a la obra dice: «Si acaso puedo vivir hasta los cincuenta años, a
esa edad me gustaría escribir el verdadero Diario de una vagabunda. […] ¡Qué
alegría y qué felicidad sería llegar a los cincuenta años sin que se marchite mi
alma femenina!…».
Fumiko murió en 1951 sin acabar su obra La comida[15], que se publicaba
por entregas en la edición vespertina del diario Asahi. Hasta el final, su apego a
la vida y al trabajo sobresalía de su día a día.
Así comienza la obra que nos ocupa. Es una declaración sincera de la autora
quien, años atrás, lo recordaría como condición fundamental de su vida. La obra
relata sus memorias a modo de diario sin presentar un hilo temporal riguroso.
Dice la autora en su Prefacio: «… es un extracto del diario que escribí desde los
dieciocho hasta los veintidós o veintitrés años…». En él se detectan unas
vivencias tristes, duras, desgarradas, casi de vida o muerte en ocasiones, de las
que saldría siempre con la fuerza de voluntad de mantenerse viva. La palabra
«lucha» encajaría a la perfección en su modo de pasar los días de la juventud.
Si bien todas las obras de la primera etapa de Hayashi Fumiko se basaban en
los sucesos de su penosa vida real, la vida de una mujer curtida en apuros, no se
la puede calificar de cronista o escritora de novelas del yo. Frente a la índole
general de las novelas del yo, que es describir con toda sinceridad los secretos de
la vida del escritor para acercarse a la esencia de la novela naturalista, Diario de
una vagabunda se coloca en un punto de mira muy diferente. Para empezar, su
intencionalidad se encuentra en otro lado de este movimiento. Puede que el alma
de poeta de Fumiko naturalmente no le permitiera caer en esa tentación.
La narrativa libre, muy libre, pero de un vigor inusual mezclado con la
sensibilidad de poeta sazonada con un punto de humor alegre, constituye el
estilo de esta obra. La escritora dijo que se inspiró en Sult (1890, Hambre), obra
de Knut Hamsun, premio nobel de literatura en 1920. Sabemos que las lecturas
de Fumiko eran muy amplias. Solo hojeando páginas de la obra encontramos los
nombres de Chéjov, Tolstói, Artsibáshev, Max Stirner, Emile Verhaeren,
Schnitzler, Lunacharsky… mezclados con Takuboku[32], Hakushū[33], Shiga
Naoya, etc. Muchas veces vendía sus libros para sobrevivir, pero cuando tenía
algo de dinero, lo gastaba de nuevo en libros.
Es fácil calibrar el porqué del éxito que obtuvo Hayashi Fumiko con esta
obra. El tema de la vida de una mujer joven desgraciada que lucha por su
supervivencia ya de por sí atraía a las lectoras de la época, las cuales veían en
sus páginas la doble imagen de su existencia. La obra se llevó varias veces a la
gran pantalla, pero destaca entre las diferentes versiones la que realizó el
maestro Naruse Mikio[34] con la actriz Takamine Hideko[35]; quedó para la
historia del cine japonés. La obra de teatro con el mismo nombre, cuyo guión
escribió su amigo Kikuta Kazuo[36], se representó más de dos mil veces y se
convirtió en una de las obras más populares de nuestro tiempo.
En este sentido, otro caso similar lo podemos encontrar no en las novelas
sino en el serial televisivo japonés Oshin. Trata de la vida de una niña que crece
entre la Era Meiji y la de Showa superando toda clase de sufrimientos hasta
conseguir ser dueña de una cadena de supermercados. Desde que se emitió en
1983 conquistó al público japonés y hasta la fecha se ha podido ver en más de
sesenta y seis países.
Sin embargo, no debemos atribuir el mérito solamente a la temática de la
obra. El modo particular de narrar los sucesos de la vida en que no se sabe dónde
empieza el poema y dónde se acaba el relato nos recuerda aquel comienzo de la
literatura japonesa de los tiempos de Heian. Fumiko parece que no lo hace con
intención sino más bien por imperativo poético, el cual le exige asomarse entre
líneas a sus vivencias. Unas veces son canciones de infancia que nos suenan a
todos los japoneses, otras veces, son versos de Takuboku que recuerdan a otro
poeta pobre apegado a la vida, o poemas de propia creación. Este modo de
intercalar los versos o las canciones con las descripciones sueltas y no muy bien
estructuradas puede deberse a la influencia del modernismo que asimiló la
autora, pero también hemos de recordar la costumbre arraigada de la literatura de
Heian, en la que el ritmo de la narrativa está muy sujeto a las partes poéticas que
cambian no solo el modo de expresión sino también el de recepción. En cierto
modo, podemos encontrar un alma literaria comparable a la de la autora del
Libro de la almohada, Sei Shonagon, salvando las distancias. Es cierto que las
condiciones en que vivieron ambas mujeres estaban muy alejadas, pero su
afilada sensibilidad, apoyada por el talento poético con que extraen juicios
subjetivos de cualquier acontecimiento de la vida y, sobre todo, esa mirada
crítica que conduce a una percepción cómica de las situaciones, no nos dejan
indiferentes ante esa comparación.
Un antiguo minero loco que le solía quitar los piojos de la cabeza a la niña
protagonista, un orante con un ojo de vidrio, un vendedor de licor de víbora, una
prostituta sin un dedo pulgar… eran con quienes compartía la niña su posada.
Podríamos imaginar una escena de los Bajos fondos de Máximo Gorki, con la
consiguiente sordidez que produce la situación. Sin embargo, la frase que escribe
la autora a continuación es la siguiente: «Constituíamos un grupo más pintoresco
que un circo. —Ella dice que el vagón de la mina le aplastó ese dedo, pero debe
de ser mentira. Seguramente, alguien se lo cortó… La dueña de la posada
Umaya le dijo esto a mi madre guiñando un ojo mientras sonreía
maliciosamente».
Aquí podemos apreciar el tono de la obra que nunca se deja caer en un
lamento sin remedio por las penurias humanas. Sus gritos de infamia y de pasión
se mezclan en muchas páginas de esta obra, pero, a pesar de todo lo melancólico
que contienen las escenas, suena más fuerte al final esa voz de la autora que
dice:
Kayoko Takagi[37]
Noviembre de 1939
Hayashi Fumiko
DIARIO DE UNA VAGABUNDA
Tuve unos padres que no podían entrar en su tierra natal, por eso los viajes
fueron mi terruño. Por eso yo soy una viajera y aprendí esta canción de «Mi
tierra añorada» con un sentimiento de melancolía.
A los ocho años, a esa tierna edad de mi vida, también empezó a soplar un
viento huracanado.
En Wakamatsu[43] mi padre subastaba telas de algodón e hizo una fortuna
considerable; metió en la casa a una geisha llamada Hama, quien venía huyendo
desde una de las islas de Amakusa, en el mar cercano a Nagasaki. Poniendo
como punto final el Año Nuevo del calendario antiguo, un día que nevaba, mi
madre dejó la casa llevándome con ella.
Recuerdo que Wakamatsu era un sitio al que solo se podía ir en una barcaza.
Los tres céntimos que recibía se esfumaban en cosas como libros miniatura de
Las hermosas gemelas y dos bolas de hielo raspado.
Poco tiempo después, en vez de ir a la escuela, empecé a ir a una fábrica de
dulce de mijo en el barrio Susaki donde ganaba veintitrés céntimos al día.
Recuerdo que por entonces el arroz que iba a comprar con mi cesta de bambú
costaba dieciocho céntimos.
Por la noche leía libros como Kisaburo el manco[51], El disparatado
Fukushima Masanori[52], Hototogisu[53], La relación madrastra hijastra[54],
Torbellino[55], entre otros. Los conseguía en una librería que prestaba libros.
¿Qué es lo que recogí de tales relatos? Como una esponja, mi cabeza se
empapó a mi capricho de heroísmo y sentimentalismo y de fantasías con los
finales felices que me gustaban.
A mi alrededor todo el día se hablaba de dinero.
Mi única ilusión era volverme ricachona.
Cuando llovía durante varios días seguidos y la carreta que había alquilado
mi padre quedaba expuesta a la intemperie, mañana y noche comíamos arroz con
calabaza. Era verdaderamente triste sostener el tazón en la mano.
Agosto.
En unas esquinas de las calles de Nōgata, calientes como una sartén de barro,
en ese entonces se colocaron unos carteles de Kachusha[56].
Era la imagen de una joven extranjera cubierta desde la cabeza con una
manta y que golpeaba la ventanilla de un tren en la estación mientras caía la
nieve.
Poco después se puso de moda el peinado Kachusha, con la raya en medio.
Por aquel entonces estaba muy de moda la expresión «Todo al mismo precio».
Todos mis abanicos, también, costaban diez céntimos y tenían dibujos de
carpas, de los siete dioses de la buena suerte o del monte Fuji. El armazón
consistía en siete resistentes varas de bambú. Cada día, de media, se vendían
unos veinte abanicos.
Vendía muchos más si me daba una vuelta por las casas de vecindad de los
mineros que entre las mujeres de las viviendas de los empleados de la compañía
minera; la pintura verde de esos edificios estaba desconchada.
Aparte había unas vecindades de coreanos llamadas «trompeta». En cada una
vivían hasta diez familias.
Sobre las esteras de paja, los niños jugaban desnudos como cebollas peladas,
encaramándose unos sobre otros.
Bajo el cielo ardiente, la tierra removida abría sus fauces y a lo lejos, como
un trueno, se oía el ruido de los vagones en movimiento.
Las voces que cantaban así no tenían nada de particular, pero al ver los montones
ennegrecidos de tierra de carbón, en verdad me sentía angustiada.
—Tú también pasas de los treinta, trabaja un poco más seriamente, si no, no
saldremos adelante… —comentó mi madre.
Yo, a la luz de una diminuta lámpara, leía con mucho entusiasmo una novela
del ladrón Zigomar[61]. Mi madre dormía en el lado opuesto a mis pies. Afuera
llovía.
—Una casa… Tenemos que establecernos, ¿verdad? Si no, estaremos en
apuros como estos días —le susurró a mi padre.
—¡Mira que eres machacona! —exclamó mi padre en voz baja.
Después, de nuevo, el sonido de la lluvia.
La prostituta sin dedo era la única persona que siempre estaba alegre y bebía.
—Sería bueno que empezara la guerra.
La conversación de esta mujer siempre era sobre la guerra.
Decía que resultaba agradable que la gente muriera en gran cantidad. Decía
que sería bueno que el mundo se volviera un caos. Decía que sería bueno que
afluyera muchísimo dinero a la mina.
—Tú de verdad eres de buena familia —comentaba mi madre con ironía.
—¿Por qué hasta tú dices eso? —replicaba la prostituta sin dedo sonriendo
tristemente con los ojos llenos de lágrimas.
Decía que tenía veinticinco años. Al parecer, antes había sido obrera y
conservaba una juventud fresca.
Dos mineros, que venían casi arrastrándose, nos dieron alcance. Dijeron que
llevaban dos días sin comer. Mi padre les preguntó si venían huyendo.
Eran coreanos.
Dijeron que iban hasta Orio y que, por favor, les prestáramos dinero.
Imploraron haciendo muchas reverencias con la cabeza. Mi padre sacó dos
monedas de plata de cincuenta céntimos y entregó una a cada uno.
Un viento helado soplaba en el dique. Sobre la cabeza de contorno impreciso
de los dos coreanos brillaba la vaga luz de las estrellas. Cosa extraña. Yo tiritaba
sin parar. Tras recibir sus monedas empujaron nuestra carreta y durante largo
rato caminaron en silencio.
Debido a la muerte del abuelo, mi padre regresó a Okayama para vender sus
tierras. Su único objetivo era obtener un pequeño capital y con eso vender en
subasta artículos de cerámica de Karatsu[62].
Sea lo que sea, en un pueblo minero lo más fácil de vender es la comida.
Mamá vendía plátanos y yo panecillos anpan. Siempre y cuando no lloviera,
lo que vendíamos nos daba de comer a las dos. El alquiler de Umaya era de dos
yenes con veinte céntimos al mes. Últimamente, mamá decía que esto era más
cómodo que alquilar una casa.
Han pasado mucho más de diez años. Aún hoy soy simplemente una vagabunda
de la vida. Mi padrastro, que ya pasa de los cuarenta, como de costumbre
vagabundea de acá para allá por los campos de Kansai[63], llevando a mi madre
con él.
Mi sueño de convertirme en ricachona, de cuando estaba en Nōgata, pasó a
ser un chiste.
LA PROSTITUTA Y LA FONDA
Día de diciembre
Noche.
Al ver a Kiku, la asistenta, preparando un apetitoso gomokuzushi[66], me
alegré.
Después de bañar a la niña, ordené un poco y ya dieron las once de la noche.
Detesto a los bebés, pero, cosa extraña, la niña deja que yo la lleve a mis
espaldas y enseguida se queda dormida. A todos les parece algo curioso.
Gracias a eso puedo leer libros.
Quizás sea porque su hija nació cuando él era ya mayor… el caso es que la
preocupación del maestro es tan grande que ni siquiera puede trabajar. Cuando
veo al señor inquietarse por la niña, hasta un punto que me produce fastidio,
pienso que no me gustaría ser sirvienta toda la vida.
¿Acaso este maestro no sabe que aun los tréboles que comen los caballos dan
unas hermosas flores blancas?
La esposa, criada en el campo, parecía siempre somnolienta, pero era la
persona que más me gustaba de esa casa.
Día de diciembre
Me despidieron.
Noche.
Me hospedé en una posada barata en el barrio Asahi, en Shinjuku.
Bajo el muro de piedra, la nieve se había derretido; en una posada para
viajeros, en una calle fangosa, por treinta céntimos la noche tendí mi cuerpo,
muerto de fatiga.
La habitación era de tres tatamis[69] y tenía una lámpara minúscula. Era un
cuarto de los que no deben de haber existido ni aun en la Era Meiji[70]. Yo, que
no tenía ninguna perspectiva para el día siguiente, escribí una larga carta que no
serviría de nada al hombre de la isla que me había abandonado.
Adiós a todos.
Volví atrás como un dado deforme.
Aquí, en la parte trasera del tejado
en una calle de posadas baratas.
Aferrada a la convicción de haber quedado amontonada
el fuerte viento me golpeaba de frente.
—¿Qué has estado haciendo hasta ahora? ¿Dónde naciste? ¿Adónde vas? ¿Edad?
¿Padres…?
Aquel hombre medio sucio está de pie junto a mi cama y chupa un lápiz.
¡Qué pase lo que tenga que pasar!
—¿Conocías a esa mujer?
—Sí, únicamente hace tres minutos…
Ni siquiera Knut Hamsun[72] debe de haberse encontrado en estas
circunstancias.
Cuando se fue el detective, estiré los brazos y las piernas con gusto, y palpé
el monedero que había escondido debajo de mi almohada.
Me quedaba un yen y sesenta y cinco céntimos.
Desde la alta ventana torcida se veía la luna mecida por el viento.
El payaso es hábil para bajar de un salto desde lugares elevados, pero no es fácil
que muestre sus acrobacias para subir de un salto.
Todo se resolverá de alguna manera…
Día de diciembre
Día de diciembre
Ja, ja, ja, oigo una carcajada, un cubo de pozo, alucinaciones como si me fuera a
volver loca.
Froto una cerilla y la uso como lápiz para las cejas.
Diez de la mañana.
Me dirijo a la Embajada de Italia, en el barrio Sannen de Kōjimachi.
Viviré riéndome.
Mi rostro se deforma.
Un niño extranjero salió montando a caballo. Junto al portón de entrada
había una especie de caseta de vigilancia destruida. La escena es blanca, azul y
verde. La grava continúa hasta lejos. Al fin y al cabo, no parece ser un lugar al
que venga alguien como yo.
Me hicieron pasar a una habitación amplia en la que había un mapa y un
tapete rojo. La señora extranjera, vestida de blanco y negro, era hermosa y
viéndola de lejos era aún más bella. El niño que había salido a caballo regresó
resoplando por la nariz.
También entró un hombre extranjero, pero no era el embajador, sino que dijo
ser el secretario. Tanto el marido como la mujer eran altos y me sentí oprimida.
La señora vestida de blanco y negro me mostró la cocina. Dentro de un
cuarto de cemento había algunas cebollas por acá y por allá, y dos braseros de
barro. Me explicó que las sirvientas los usaban para cocinar sus propios
alimentos.
El cuarto para la servidumbre era exactamente igual que una habitación
desierta. Una persiana negra cerrada, olía a otro país, como a jabón.
Finalmente, salí por la puerta sin saber qué hacer. Crucé la zona de mansiones
lujosas del barrio Sannen y al bajar por la cuesta, sopló el viento de diciembre.
Las banderas rojas que ondeaban en las tiendas penetraron en mis ojos. El fin de
año estaba cerca.
Si la raza es diferente, los sentimientos tampoco se pueden comprender. ¿Iré
a buscar a otra parte?
No tomé el tren. Mientras caminaba al lado del canal me dieron ganas de
volver a mi tierra[76]. No tengo ningún objetivo, pero vagabundeo por Tokio sin
rumbo y, después de todo, no lograré nada. Cuando veo los trenes, pienso en
morir.
Me dirijo a la casa donde vivía antes, en Hongo.
La casera es indiferente.
Había una carta del maestro Chikamatsu. Cuando me fui de su casa, sus
palabras fueron que el señor Yoshii Isamu en el barrio de Jūnisō necesitaba una
criada y que, tal vez, él pudiera ayudarme. Pero esta carta era una disculpa
escrita con tinta desleída.
Probablemente, los hombres de letras sean insensibles.
Mientras caminaba por las calles de Shinjuku al atardecer, sin razón alguna sentí
deseos de apoyarme en un hombre.
¿No habrá alguien que me ayude? Cuando vi que la luz de los avisos color
púrpura del viaducto en Shinjuku oscilaba, mis párpados se llenaron de lágrimas
y me entró hipo, como si fuera una cría.
Es casi fin de año. Me siento triste porque no tengo un lugar donde asentarme,
pero aunque me preocupe, en este mundo las cosas no tienen remedio. Todo se lo
dejaré a mi cuerpo saludable.
Los cables eléctricos gimen con el viento. En un rincón de una calle de posadas
baratas, tendida sobre un futón sucio, esta pequeña mujer contempla la cara del
dios Daikoku[80], cuya imagen está colgada en la pared. Imagina que está en un
palacio sobre las nubes.
¿Regresaré a mi pueblo y me casaré?
1922
EMPEZAR DESDE CERO
Día de abril
Hoy, guiada por Yasu, un vendedor de tela de punto, le llevé sake al patrón.
A la entrada del callejón de la tienda de los encurtidos, en Dōgenzaka, pasé
por debajo del anuncio de un contratista de obras. Cuando abrí la puerta
enrejada, que no era bonita pero estaba bien pulida, el anciano que durante el día
siempre nos asignaba los espacios a nosotros, los vendedores, sorbía su té al lado
del brasero.
—Me dijeron que vas a poner tu puesto desde esta noche. Si lo pones de día
y de noche, pronto serás riquísima.
El viejo era un buen hombre. Soltó una carcajada y recibió la botella de sake
que yo le llevaba.
Noche.
Instalé mi puesto entre una mujer que vendía plumas estilográficas y un
hombre viejo que escribía letreros para las entradas, aunque no sabía si alguien
los compraría.
En una contraventana corredera que conseguí prestada en el restaurante de
fideos soba[81], alineé los calzoncillos de punto y colgué un cartel. «Veinte
céntimos, precio único». Alumbrándome con la luz del puesto de plumas
estilográficas, leí La muerte de Lande[82].
Aspiré largo y profundo, sentí la primavera.
Tengo un lejano recuerdo de esta sensación del aire.
El pavimento está lleno de luz. Hay un mar de gente.
Frente a la tienda de cerámica, un estudiante universitario caído en la miseria
vende máquinas sumadoras.
—¡Señoras y señores! Si a diez y tantos mil, agregamos diez mil ciento y
pico, ¿cuánto es? ¿No lo saben? ¡Cuántos tontos hay aquí reunidos!
Se comporta con altanería. Esta manera de hacer negocios también es
interesante.
Una dama elegante revolvió los calzoncillos durante veinte minutos y solo
compró uno.
Si al menos mi padre, que está en Kiushu, se pusiera mejor… por ahora, tarara,
tarara, como la canción de mamá.
Día de abril
Las jóvenes que caminan por la calle llevan un chal delgado, como un chorro de
agua. Me gustaría tener uno. En abril, los adornos de los aparadores de las
tiendas de artículos occidentales son dorados, plateados y con flores de cerezo.
Un hilo de misericordia,
dos hilos de obligación,
en el cielo azul, los cerezos en todo su esplendor.
Hilos extraños tiran suavemente de
los labios desnudos
de todas las mujeres que viven en este mundo.
Pienso en ahorrar dinero para comprar el chal, pero como todavía me falta
mucho, he ido a un cine en el que había descuento. La película era La rosa
blanca en las vías férreas. Mientras estaba allí comenzó a llover, salí corriendo y
me fui al puesto.
Mi madre estaba levantando la estera.
Como siempre, las dos cargamos los bultos y nos dirigimos a la estación. Las
señoritas refinadas, como peces de colores, y los caballeros que regresaban de
ver los cerezos llenaron la estación anochecida y serpenteaban como plantas
acuáticas.
Mi madre y yo empujamos el gentío para abrirnos paso y subimos al tren.
Cayó un aguacero. Me gusta. ¡Que llueva más, que llueva más! ¡Qué bueno
que caigan deshojadas todas las flores! Cuando acerco la mejilla a la ventanilla
oscura del tren y miro hacia fuera, en el vidrio veo a mi madre reflejada,
tambaleándose como una niña, con aire triste y abatido.
Incluso dentro del tren la maldad se junta.
Día de abril
Mi madre se mojó durante el aguacero y está resfriada, por eso he ido sola a
instalar el puesto. La librería despide un olor fuerte a libros nuevos. Quisiera
comprarlos.
El camino está en mal estado por el lodo. En Dōgenzaka el pavimento parece
como si sobre él se hubiera vertido pasta de judías. Si descanso un día y la lluvia
cae varios días seguidos, eso sería un problema, así es que me resigno e instalo
el puesto.
En la calle enlodada se reflejan los colores de las luces. Solo estamos el
vendedor de zapatos de goma y yo.
Las mujeres que pasan ríen con disimulo al ver mi cara. ¿Será que me he
puesto demasiado colorete? ¿O será que mi peinado es raro? Les devuelvo una
mirada hostil.
No hay nadie que tenga tan poca conmiseración como las mujeres.
El camino está mal, a pesar de que hace buen tiempo y está templado.
Después de mediodía, una vendedora de postizos instaló su puesto. Se quejaba
porque la tarifa para ocupar el espacio había aumentado dos céntimos.
En el almuerzo comí dos tazones de fideos udon. Costaron dieciséis
céntimos.
Un estudiante me compró nada menos que cinco artículos. Hoy voy a cerrar
temprano e iré a Shiba a comprar mercancía.
A la vuelta compré diez céntimos de pastelillos calientes taiyaki[84].
—¡Yasu fue arrollado por un tren y su vida está en peligro! —me gritó mi madre
desde su lecho en cuanto volví.
Yo, con el bulto aún sobre la espalda, me quedé atónita.
Mi madre buscó el papel donde había anotado el nombre del hospital que le
había dado alguien de la familia de Yasu cuando vino a avisarla pasado el
mediodía.
Día de abril
Día de mayo
La habitación que queremos alquilar está en una casa demasiado sucia, aún no
hay quien la alquile.
Mi madre trajo una col grande y dijo que se la habían fiado en la verdulería.
Al ver la col me dieron ganas de comer un humeante trozo de cerdo rebozado.
En medio de la habitación vacía, mientras miraba el techo acostada, pensaba
que sería divertido volverme pequeña como un ratón y caminar mordisqueando
diversas cosas.
Por la noche, mi madre dijo que en el baño público había escuchado que estaban
buscando asistentas de hogar y me sugirió que fuera a solicitar trabajo.
Probablemente esté bien, pero soy salvaje por naturaleza. Me angustiaría más
mostrarme servil ante las costumbres de una familia rica que hacerme el
haraquiri. Pero al ver la cara sombría de mi madre, gruesas lágrimas llenaron mis
ojos.
Ahora no es tiempo de fingir que estoy satisfecha. Tengo hambre. Desde hoy
estamos famélicas.
¡Ah! ¿Llegarían aquellos trece yenes? Estoy harta de Tokio. Sería bueno que
mi padre nos dé una vida holgada pronto. Kiushu sería un buen sitio y también
Shikoku.
A altas horas de la noche, viendo a mi madre escribir una carta a mi padre,
lamiendo una y otra vez la punta del lápiz, llegué a pensar si no habría alguien
que quisiera comprar este cuerpo mío.
Día de mayo
Lo que más me divierte es caminar por las calles, cubierta de polvo del mes de
mayo. Cruzo el puente de Shinjuku y tomo el tranvía. En el paisaje de las calles
parece como si hubiera banderas izadas que dijeran «Paz en todo el mundo».
Cuando veo estas calles, parece como si no hubiera incidentes. Los objetos que
deseo comprar están colgados.
¡Qué bueno sería que esos treinta y cinco yenes al mes duren mucho tiempo!
Pero por ahora tampoco creo que esto dure mucho.
—En cuatro o cinco días, pediré un adelanto y te lo mandaré. Ten cuidado y que
te vaya bien. Sería tonto que te deprimas.
Mi madre sollozaba.
—¡Tonta! Haré cualquier cosa y te mandaré lo del pasaje. Tranquilízate y
atiende a la abuela.
Partió el tren, y de pronto me sentí triste y angustiada. Parecía que los ojos
me daban vueltas. No tomé el tren de inmediato para regresar y salí de la
estación de Tokio.
Durante largo tiempo no me he dado crema y la cara me escuece. No hay
manera de detener las lágrimas y corren neciamente.
Los que creen, venid… ¡Bah!, hay canciones de primavera más ingeniosas.
Sería preferible vomitar sangre a borbotones y ser atropellada por el
automóvil de un señor ministro del gabinete en una calle hermosa de Ginza.
Querida mamá, ahora debes de estar por Tozuka o por Fujisawa, ¿en qué estarás
pensando en un rincón del vagón de tercera clase? ¿Por dónde estarás
pasando…?
Sería bueno que los treinta cinco yenes duren mucho tiempo.
Era el foso del palacio centellean las luces del Teatro Imperial. Me imaginaba los
raíles por los que iba corriendo el tren. Todo, absolutamente todo, está quieto.
¿Habrá paz en todo el mundo?
1923
ELIMINAR EL OBJETIVO
Día de noviembre
Cuando salí de la puerta de la fábrica, todavía con las mangas plegadas con un
cordón, Chiyo me dio alcance desde atrás.
—Oye, ¿hoy no vas a pasar por el mercado? Voy a comprar la cena de esta
noche.
Un plato de pescado sanma[89] costaba ocho céntimos. La piel azul brillaba
con la grasa, Chiyo y yo los llevamos en los brazos y su fuerte olor pasó a
nuestros estómagos.
—Cuando vamos por este camino, ¿no te hace sentir contenta?
—Es verdad, me siento aliviada.
—Tú estás sola y eso me da envidia.
En su cabello atado se acumuló el polvo, la imagen me emocionó tanto que
me dieron ganas de prenderle fuego al esplendor de las calles, a todo.
Día de noviembre
¿Por qué?
¿Por qué?
¡Hasta cuándo tendremos que llevar esta estúpida forma de vida! Aunque
pasen y pasen los días, la canción del celuloide, el olor del celuloide, la vida del
celuloide.
Desde la mañana hasta la noche, pintamos interminablemente los colores
primarios. Nos aíslan del sol como insectos rastreros. Dentro de una fábrica
deforme, durante largas horas sin fin, exprimen nuestra juventud y nuestra salud.
Cuando observo el perfil de esas jóvenes mujeres, me embarga una tristeza
punzante.
Aunque, espera un poco…
Si pienso que los artículos que nosotros fabricamos: los cupidos o los
broches con forma de mariposa adornarán los rostros de las niñas pobres como
en un festival… no estaría mal sonreír un poco bajo aquella ventana.
Mándame algo de dinero, aunque solo sean cincuenta céntimos. Tengo problemas por el reuma.
Espero con ansia que tú y tu padre regreséis pronto a casa. Él también dice que las cosas no le van
bien. Cuando oigo que tu situación económica tampoco es la que quisieras, siento que es muy duro
vivir.
—Creo que los dos podremos vivir bastante bien con los sesenta yenes que gano.
Tu corazón helado me causa mucha tristeza.
El hombrecillo, como si fuera una piedra, se sentó al lado de mi almohada
poniendo sobre mí su rostro lúgubre similar al musgo.
Cuando sentí la respiración agitada del hombre, mis ojos se nublaron por las
lágrimas.
¿Ha habido hasta ahora algún hombre que me haya hablado con palabras tan
cariñosas para consolarme? Todos me han hecho trabajar para luego desecharme
como si fuera humo.
Si me uniera a este hombre y viviéramos en una vecindad, formaríamos un
hogar, pero es algo demasiado triste. Si le veo a la cara durante diez minutos,
este pequeño hombre me provoca náuseas.
—Disculpa, pero estoy mal de salud. No tengo ganas de hablar. Vete, por
favor.
Noche.
Fui a comprar un poco de arroz.
Aprovechando, con mi envoltorio de furoshiki en la mano, caminé por los
puestos nocturnos del puente Aizome.
Puestos de flores, pan de Rusia, bizcochos dorayaki[90], pescado seco,
verduras, libros viejos… es el paisaje de la calle que veo después de tanto
tiempo.
Día de diciembre
Sobre el arroz caliente pongo tiras del pescado sanma asado de la noche anterior.
Cuando se come con la boca llena, la vida no es tan mala.
En el periódico viejo en el que venía envuelto el rábano en salmuera que
compré, decía que en Hokkaido todavía existen decenas de miles de hectáreas de
tierras sin cultivar. ¡Qué alegría poder construir la utopía del proletariado en una
tierra salvaje como esa!
Tal vez se podría cantar la tonada del arrullo de la paloma.
Tal vez se podría poner de moda la canción que dice «Palomas, venid todas
volando en armonía».
Día de diciembre
—No seas tan recatada de esa manera rara. Si Matsuda te está diciendo que te lo
va a prestar, Fumi, deberías aceptarlo. En realidad, nosotros contamos con lo que
nos pagáis por el alquiler.
Al ver la cara de la señora de cabello ralo, me siento humillada hasta el punto
de querer largarme de ahí.
Es una guerra para salir. Me dirigí a toda prisa hacia la calle Nezu. Matsuda
me estaba esperando en el buzón al lado de la tienda de licores mientras echaba
una tarjeta.
Me sonríe. De verdad que es una buena persona, pero a mí me da náuseas.
—No digas nada y toma el dinero. Será como un préstamo. Te lo puedo
regalar, aunque si tú te sintieras presionada, yo estaría en un aprieto…
Trató de guardar en mi obi el dinero envuelto en papel en forma menuda. Yo,
preocupada por mi haori[92] anticuado, con pliegues en los hombros, como de
niña, me sentí extrañamente avergonzada. Me sacudí sus manos y abordé el tren.
Día de diciembre
Anoche encontré dentro del buzón un regalo afectuoso de parte de Matsuda. ¿Lo
tomaré prestado? Si se lo pago después, estará bien. Fragilidad, tu nombre es
pobreza.
1923
MÚLTIPLES ROSTROS EXTRAÑOS
Día de abril
Aunque gritase: «Planeta Tierra, ¡pum, pum, pártete en dos!», solo soy una negra
gata siniestra, el mundo me mira con el rabillo del ojo y me dice: «Silencio,
silencio».
En el cielo de abril, cuando las flores se abren en todo su esplendor, ondea una
bandera roja.
En la parte exterior del planeta Tierra sopla silbando el viento caliente. En el
firmamento de abril estalla una voz invisible que llama pst, pst.
¡Sal corriendo y ven!
Trabajaré en un lugar que nadie sepa. En medio de la espesa bruma percibí
una mano gruesa. Vi un brazo negro azabache.
Día de abril
Cuando voy caminando con los ojos clavados en la tierra, estoy profundamente
triste y empiezo a temblar como un perro enfermo. ¡Al diablo! Esto no está bien.
Hoy también, como un perro callejero, vagué por el pavimento de hermosas
calles, pensando: «¿No hay alguien que me compre? Me venderé…».
Si este vínculo no se puede mantener, aunque lo intente…, si se quiere
romper, me separaré de este hombre sin apego…
Cuando me siento triste, me entra comezón en la planta de los pies. Al lado del
hombre que está hablando solo, me miro furtivamente en el espejo ladeado hacia
la luz de la luna.
Mi cara de cejas pintadas con líneas gruesas se va girando en círculos como
un remolino. Sería maravilloso que todo el mundo tuviera la brillantez de una
noche de luna…
—Oye, es mejor que nos separemos. No sé por qué, tengo deseos de estar
sola… No me importa lo que venga, quiero vivir por mí misma —propuse.
El hombre, como si volviera en sí, dio un gran jadeo y dejó caer unas
lágrimas. Ante la sensación infeliz que provoca la palabra «separación», llora en
silencio y trata de abrazarme.
Esto también es una representación teatral pueril. Bien, a partir de hoy estaré
muy ocupada.
Abandoné al hombre en ese primer piso y salí corriendo hacia el barrio
Dōzaka.
Daré un apretón de manos a este y a aquel. Metí la cabeza en un puesto de
raviolis chinos, y lo primero que hice fue tomar una copa de licor chino y vomité
los besos insípidos de ese hombre.
Día de abril
Aunque habían dado las doce, el restaurante tenía muchísima clientela. Ya era mi
hora de salida y estaba ansiosa.
Con excepción de Mitsu y de mí, todas las demás vivían allí mismo, por lo
que sin ningún escrúpulo mendigaban diversas cosas a los clientes que
quedaban.
—Señor Taa, yo quiero fruta…
—Oye, yo quiero sopa de fideos con pato…
Era exactamente igual que una reunión de gente salvaje. Reían y comían,
reían y comían. Parecía que fueran a matar el tiempo sin límite. No pude evitar
sentirme irritada.
Día de abril
Por la tarde, cuando fui al Salón Miwa, que está en Yotsuya, ya estaba
abarrotado de gente. En el escenario se representaba, como de costumbre,
Navaja de afeitar.
El hermano menor del hombre me encontró a primera vista y parpadeó.
—¿Por qué no vas al camerino? —me preguntó.
Es un hombre bueno, carpintero de oficio. Vive en un mundo totalmente
diferente al de su hermano mayor.
En el escenario se desarrollaba una violenta pelea entre marido y mujer.
¡Ah! Esa es la mujer. Mientras veía a la actriz con quien ese hombre hablaba
orgullosamente, no pude evitar sentir celos por primera vez.
El hombre llevaba la misma ropa de dormir de siempre. Esta mañana no le
he cosido ese quimono a propósito. Se le había descosido en el dorso unos seis
centímetros.
Ya no aguanto más a este hombre egocéntrico.
Estornudé muchas veces seguidas y me dieron ganas de volver a casa. Salí a
la calle templada junto con dos o tres amigos poetas.
En una noche tan bonita como esta, ¡qué agradable sería despojarme de la
ropa y correr desnuda!
Día de abril
—Cuando te mande el telegrama, regresa enseguida. —Umm… el hombre
todavía está mintiendo.
Me sentí humillada, pero recibí los quince yenes y a toda prisa me dirigí
hacia la añorada estación.
Regreso a mi terruño que rezuma olor a agua de mar. ¡Ah! Que todo, todo
desaparezca, no necesito nada.
El hombre y yo nos sentamos en una mesa blanca del restaurante Seiyōken.
Fue un modesto banquete de despedida con comida japonesa.
—Pienso quedarme bastante tiempo por allá.
—Aunque nos despidamos de esta manera, sé que te echaré de menos. Pero
ahora siento que no hay remedio. Esta sensación me causa estupor hasta tal
punto que en verdad no sé cómo controlarme.
¡Ah! Es de noche, es de noche, es de noche.
Una noche en la que no necesito nada. En cuanto suba al tren me fumaré un
cigarrillo.
En el kiosco de la estación compro cinco o seis cajetillas azules de Bat.
Desde la ventanilla del tren nos damos un apretón de manos verdaderamente
frío.
—Adiós, cuídate.
—¡Gracias…! ¡Que te vaya bien…!
¿Adónde demonios me dirijo…? Cada vez que oigo las voces de los vendedores
en las estaciones abro los ojos con el corazón aterrorizado.
1924
PANTUFLAS ROJAS
Día de mayo
Me enamoré de Buda.
Si beso sus labios ligeramente helados,
¡oh!, mi corazón se entumece, no lo merezco.
Todo lo de usted
es inmerecido.
Mi sangre suave
fluye a contracorriente.
¡Buda!,
¡usted es demasiado frío!
Mi corazón
lleno de agujeros como un panal de abejas…
Buda,
la capacidad de usted no es solo hacer que yo comprenda,
Namu Amidabutsu[98],
la transitoriedad del mundo,
sino que con su masculinidad
descienda y zambúllase
en mi corazón que es como una llama.
Desde aquel entonces hasta el día de hoy, he andado vagando por el mundo
desordenado.
—¡Dame un beso por quince céntimos!
Así importuné a otros en la taberna. Esto es lo que queda en mi corazón.
¡Los hombres son bobos!
Ardiendo de ira quería dispersarlos a puntapiés y pisotearlos. Bebí al mismo
tiempo güisqui y sake. Esa imagen mía era miserable y tristemente acude a mi
mente mientras estoy en la cama así, oyendo en calma el sonido de la lluvia.
Mientras pienso… «en este momento ha de estar abrazando el cuello de la actriz
dentro de la mosquitera inflada al máximo por el viento». Siento ganas de subir a
un dirigible y lanzarles una bomba.
Día de junio
La mañana.
Hace un tiempo espléndido. Cuando abrí la contraventana, las mariposas
blancas se congregaron. Parecían copos de nieve. Me sorprendió el olor de esta
estación masculina.
Las nubes se amontonan y flotan de este modo. En verdad, debo estar
haciendo un buen trabajo. Cuando tiré las colillas de los cigarrillos que estaban
esparcidas en el brasero, pensé que era bueno vivir sola en una buhardilla. Al
aspirar el aire de la mañana azulada, mis sentimientos confusos también
mejoraron.
Esperaba con ansia el correo, pero llegó un aviso de que la prenda había sido
confiscada en la casa de empeño, lo que me causó fastidio. ¡Cuatro yenes con
cuarenta céntimos de interés! ¡Bórrenme de su lista!
Por la noche, después de regresar del baño público, mientras estaba cortándome
las uñas, vino a visitarme Yoshida, el estudiante de Arte; dijo que había ido a
dibujar. Traía una pintura de paisaje del número diez que acababa de hacer y
despedía un fuerte olor a pintura fresca.
Lo conocía porque me lo había presentado el poeta Aikawa. Ni me gustaba
ni me disgustaba particularmente, pero después de que hubiera venido una, dos,
tres veces, empecé a sentir que era una carga.
Debajo de la pantalla de color púrpura, Yoshida se tumbó diciendo que
estaba cansado y al incorporarse súbitamente:
Día de junio
Isori, amigo del hombre con quien rompí, se mudará hoy a la amplia habitación
de al lado.
No sé por qué, pero me pareció que podía tratarse de una intención secreta de
aquel hombre y me sentí intranquila.
En el camino hacia la fonda compré incienso y se lo ofrecí al Jizō[102].
Cuando regresé a casa, me lavé el cabello y, con una sensación de limpieza, fui a
la pensión de Shizue[103], en Dangozaka.
Animada, subí corriendo la cuesta porque ya debería estar listo el cuaderno
de poesía titulado Dos personas[104].
Abrí ligeramente la cortina azul, como siempre. Me apoyé en la ventana y
conversé con Shizue. Siempre parece joven, inclina su abundante cabello corto,
le brillan sus ojos húmedos.
Por la tarde, fuimos juntas a la imprenta a recoger los cuadernos. Tiene solo
ocho páginas, pero es agradable, como una fruta fresca.
De regreso pasamos por Nantendō[105] y le mandamos un ejemplar a cada
uno.
Quiero trabajar y continuar durante mucho tiempo con este cuaderno.
Mientras bebía un café helado, Tsuji[106] me dio una palmadita en el hombro
y elogió el cuadernillo al mismo tiempo que se aflojaba la cinta ceñida a la
cabeza.
—Habéis publicado algo muy bueno. Seguid adelante.
Sonreímos al despreocupado Tsuji Jun, que estaba borracho, y tanto Shizue
como yo salimos con buen ánimo.
Día de junio
Los miembros de Sembrador[107] dicen que van a publicar una revista llamada
Frente de Batalla de las Artes y la Literatura, por lo que les he enviado una
poesía titulada «Una obrera canta», que trata sobre la pequeña fábrica en la que
trabajaba pintando juguetes de celuloide. En el periódico Miyako de hoy han
publicado un poema mío que le escribí al hombre de quien me separé. Ya basta,
dejaré de escribir versos como este; son absurdos. Estudiaré más, mucho más, y
escribiré mis propios poemas llenos de vitalidad.
Por la tarde he ido al Shōgetsu, en Ginza. Había una exposición de la poesía
de Donne; mi torpe escritura ostentosamente era la primera de la lista. Me
encontré con el señor Hashizume[108].
Día de junio
En plena primavera.
Todos los sauces florecen al unísono.
Una noche, el viento de primavera se mete en mi alcoba.
Las flores blancas danzan cayendo hacia el sur.
Que vuelva, salí de la puerta, pero mis piernas no tienen fuerza.
Recogí una de las flores, mi pecho se llenó de lágrimas.
Pareja de golondrinas que se van en otoño y regresan en primavera,
os ruego que traigáis la flor de sauce hasta mi lecho.
Sentada de lado bajo la lámpara, mientras leía un poema de la reina madre Ling,
que se enamoró de Paihwa[109], sentí una gran añoranza por los viajes.
Desde que se mudó, Isori siempre regresa a altas horas de la noche, pasada la
una de la mañana. Los inquilinos de la planta baja, gente que trabaja, se duermen
como a las nueve.
Es un sitio silencioso, igual que si viviera en una montaña. Únicamente a
veces se oye un ruido como el rumor del mar procedente de los trenes eléctricos
y de vapor que pasan por la estación Tabata.
Empecé a sentirme profundamente sola.
Sentí deseos de un hombre hermoso como Yang Paihwa.
Puse el libro boca abajo e irritada bajé de mi habitación.
—¿Adónde vas a estas horas? —La casera, que estaba en la planta baja, dejó
un momento la costura y me dirigió la vista.
—Hay cine de descuento.
—Cuánta energía tienes…
Abrí el paraguas de papel, con diseño de ojo de serpiente y me dirigí a la
barraca donde proyectan películas en Dōzaka.
El joven rajá[110]. Me sentí un poco enamorada del raja joven, que estaba a
precio de descuento. La orquesta estilo oriental de la canción «El barco del lago
Tai» también me hizo sentir feliz, porque era un día lluvioso.
Pero, al fin y al cabo, vaya a donde vaya, estoy sola. Cuando el cine se cerró,
de nuevo como un ratón de albañal, regresé a mi cuarto con un sentimiento y una
apariencia miserables.
—Alguien ha venido a visitarte…
A mis espaldas escuché la voz somnolienta de la señora. Cansada subí y ahí
estaba Yoshida, enrollando un papel que se metió en el bolsillo.
—Disculpa por venir tan de noche.
—No hay problema, he ido a ver una película.
—Como ya es tan tarde, te iba a dejar una nota.
Es una persona totalmente ajena con la que no tengo nada en particular de
qué hablar, pero trató de acercárseme con arrumacos. Es tan alto que parece
tocar el dintel con la cabeza; al mirarlo sentí que me aplastaría.
—Llueve mucho… ¿No? —dije.
Me dio miedo de que, si no fingía ignorarlo de esta manera, esa noche
explotaría.
Apoyó la espalda en la pared y me miró fijamente a la cara. Sentí que estaba
en apuros, ya que pensé que ese hombre me iba a gustar a rabiar.
No obstante, por causa de aquel individuo ya había escarmentado con los
hombres.
Callada, puse ambas manos sobre el escritorio y pasé la vista por la luz de la
lámpara que se reflejaba en el blanco papel de borrador. Mis dedos palpitaban
violentamente.
Dos seres humanos empujaban con todas sus fuerzas un leño, uno contra el
otro.
¡Ay! Si me miras de esa manera, no lo podré soportar, soy una mujer frágil
en extremo. Estoy ávida de amor y el fondo de mi corazón siente cosquillas y
grita agudamente.
—Te estás burlando de mí, ¿no?
—¿Por qué? —pregunté.
¡Qué respuesta tan estúpida!
Ni siquiera nos hemos besado, solo me estás arrastrado hacia mi
sentimentalismo fresco… Mientras murmuraba para mis adentros, me pareció
que sería un poco triste evitar que este hombre se acercara a mí.
¡Ah! Deseo un amigo. Quiero un amigo que sea así de tierno, pero… gruesas
lágrimas rodaron.
Sería mejor que me mataran de una vez. Quizás aquel hombre me mate con su
mirada. Saliva fresca corre sobre mi lengua en abundancia.
—¡Perdóname!
Echarme a llorar de bruces era como incitar aún más el pecho de este
hombre. Me sentí miserable sin remedio. En medio de esta habitación en la que
había pasado algunos meses con el hombre de quien me separé, flotaban
diversos espectros que me hicieron sentir insoportable.
Tengo que mudarme, ya no aguanto más. Recostada sobre el escritorio,
dándole vueltas en mi cabeza, traté de dibujar el refrescante paisaje veraniego de
los suburbios.
La pasión de la lluvia se encendió aún más.
Día de junio
Estoy triste.
Estoy aburrida.
Quiero dinero.
Me gustaría estar en Hokkaido y caminar yo sola, a mis anchas, por una calle
arbolada con un fuerte aroma a acacias.
Estoy desconsolada…
Aunque llamé: «Oiga»,
nadie recogió mi pantufla.
Con osadía,
¿saltaré de la silla giratoria
e iré por la pantufla que voló?
1924
LAS LÁGRIMAS DE UNA ATOLONDRADA
Día de mayo
¡Mentiroso!
Estaba leyendo el poema «Mundo» de Émile Verhaeren[112], en el que está
escrita esta frase absurda.
Dirigiéndome al firmamento, que da un gran bostezo, mostraré mi desprecio
por este poeta pusilánime.
Dale valor al dinero, no hagas que nos preocupemos y consigue tus propios medios de vida. No
debes vanagloriarte de eso que llaman «talento». Tu madre está bastante debilitada. Regresa, no
estoy de acuerdo con tu vida de vagabundeo.
Día de junio
Esta noche hay una luz azul encendida en el depósito de cadáveres del cuartel
que está enfrente. Otra vez ha muerto un soldado.
Dos soldados que están velando el cuerpo cruzan por la luz azul de la
ventana, su sombra se refleja vagamente.
Noche.
Los vecinos, el matrimonio Tsuboi[114] y los Kuroshima vinieron de visita.
—Hoy ha ocurrido algo muy gracioso. Kuroshima y yo fuimos al mercado a
comprar un cubo grande y, aunque todavía no lo había pagado, me entregaron el
cubo y tres yenes de cambio. Por un instante el corazón me dio un salto —
explicó el señor Tsuboi.
—¡Oye! ¡Qué envidia! Estoy segura de que en la novela Hambre de Knut
Hamsun había un pasaje en que el personaje iba a comprar una vela y se la llevó
gratis junto con cinco coronas de vuelta —comenté.
A mi marido[115] y a mí, la anécdota de Tsuboi nos pareció digna de envidia.
¡Qué casa de vecindad tan triste! Una lechuza ulula. A la sombra del bosque
melancólico, como un barco flotando en el pantano.
Estamos rodeados por un depósito de cadáveres, un cementerio, un hospital y
un cabaré que semeja un lupanar. Me sentía totalmente harta de esta casa en
Taishidō.
—A propósito. ¿No comemos arroz con brotes de bambú mañana?
—¿Vamos a robarlos…?
Nosotras las mujeres deseábamos ver las luces de las animadas calles, pero nos
resignamos y caminamos por el templo Taishidō. Hoy es día de fiesta.
Las linternas portátiles de los puestos instalados en el sendero de la espesura
de bambúes humeaban como una fuente.
Día de junio
El cielo está espléndido, por lo que, enamorados del verdor sedoso sobre la
colina, la mujer y el hombre pobres hablaron de dar un paseo después de tanto
tiempo.
Eché la llave a la puerta y salí un paso después de él. ¿Hacia dónde se habrá
ido? No se ven ni las luces del hombre.
Enfadada, fui y vine por el camino de la colina quemado por el sol. Me
pareció muy extraño.
El hombre furioso, como tallo de cardo, me empujó violentamente por la
espalda y corrió hacia la casa cerrada.
—¡Oye! ¡Lánzame la llave!
¿Otra vez…? Cuando entré por la cocina como una gata ladrona, el hombre
me arrojó bruscamente al pecho un estropajo y un tazón, entre otras cosas.
¡Ay! Hasta este punto te parece odiosa esta bromista atolondrada… De pie,
junto al pozo, destrozada, miré las nubes azules.
Parece que me equivoqué y en vez de ir por el camino de la derecha, tomé el
de la izquierda. Aun así, ¿no sería suficiente con que me dijera una sola palabra:
boba?
Cuando vi mi sombra triste, me acordé de mis días en la escuela primaria, la
época de aquel mundo extraño, cuando después de ver mi sombra, miraba el
cielo, entonces esta se reflejaba en el firmamento. Alcé la vista hacia la alta
bóveda celeste.
Lágrimas de dolor manaron copiosamente y me acurruqué en el suelo. Sentí
deseos de cantar una melodía de añoranza por el terruño como un vendedor de
agua de El Cairo.
La sede de Tenrikyō estaba junto al arroyo. El jardín había sido regado y daba
una impresión de frescura. El follaje verde de los arces se desparramaba fuera
del muro.
Cuando las dos ancianas se postraron ante el altar, extendieron ambas manos
e iniciaron una extraña danza.
Día de junio
Y los vecinos
y los parientes
y los amantes
¿qué son?
Si en la vida no puedes comer suficiente,
la flor encantadora que pintaste acabará marchitándose.
Aunque me gustaría trabajar alegremente,
me acurruco y me hago muy pequeña
y parezco enternecedora
en medio de palabras injuriosas.
Soy empujada durante largo tiempo en el tren. De nuevo debo regresar a esa casa
donde no hallo ningún consuelo.
Escribir versos es mi único alivio.
Por la noche, Iida y Taiko vinieron a visitarnos entonando esta canción
popular:
Día de junio
¡Oh! ¡Jóvenes! Está bien, ¿no?, está bien, ¿no? Como no sabíamos canciones,
recitábamos poemas tanka de Takuboku, mientras picábamos fideos udon y
bebíamos aguardiente.
Esa noche, cuando mi marido, que había ido con todos a despedir a Hagiwara,
regresó a casa, cerramos el cuarto y, como no había mosquitera, pusimos
incienso antimosquitos antes de acostarnos. Después escuchamos los ruidosos
pasos del gentío, que retumbaron en mi cabeza como si estuvieran pisando
cebada.
—¡Oíd! ¡Levantaos, levantaos!
—No finjáis que estáis dormidos…
—Estáis despiertos, ¿no?
—¡Si no os levantáis, prendo fuego!
—¡Mirad! Hemos arrancado unos rábanos blancos. Están sabrosos. ¿No os
vais a levantar…?
Entre las voces mezcladas, se oían la de Iida y la de Hagiwara.
Me reí y permanecí callada.
Día de julio
1925
TORMENTA CON TRUENOS
Día de julio
Después de todo, ni siquiera tengo tierra natal, pero siento angustia cuando
pienso en mi madre.
¿Me convertiré en una ladrona? ¿Seré una bandida…?
El rostro del hombre de quien me separé oprime mis párpados ardientes.
—¡Oye! Yumi, sabes bien que faltan camareras, ¿no? ¿Qué tal si te aguantas
un poco y me haces el favor de bajar? —dice la patrona con voz aguda mientras
sube la escalera.
¡Ah! Todo, absolutamente todo, es arena, bruma, es fango. Atando de nuevo
el cordel de mi delantal, mientras tarareo alegremente una canción, voy bajando
hacia el bullicio del piso inferior que parece el fondo del océano.
Día de julio
Día de julio
En la lejanía, un gallo canta anunciando el cielo azul del amanecer. Una alegre
mañana de verano, el viento no hace caso de la pasión de la noche anterior y
corre suavemente como la seda.
Si este hombre fuera aquel otro…
Abandoné en el coche el rostro cómico de ese hombre y me apeé en el
camino fangoso.
Fatigada por la noche pasada, en que estuve a punto de caer vencida, dejé
que el viento acariciara mis ojos hinchados y caminé de buen humor, como no lo
había hecho en mucho tiempo, por un sendero como el de mi pueblo.
Yo, una mujer degenerada, cuando salí del robledal, sentí ternura por Matsu.
Al pensar en el hombre cansado que dormía en el coche como un niño, me
dieron ganas de regresar corriendo y despertarlo…, pero quizás se sentiría
avergonzado, y cuando pensé que Matsu estaría tranquilo fumando un cigarrillo
en el asiento del conductor, concluí que, después de todo, era un hombre
detestable.
Día de agosto
Día de agosto
Aquí descubrimos los dos caminos del arte, las dos formas del entendimiento. ¿Por qué vía progresa
el ser humano? ¿Será a través de una ilusión? ¿Por la búsqueda de un pequeño oasis de belleza? ¿O
bien, será a través de la creación activa? Por supuesto, una parte está relacionada con la altura de los
ideales. Mientras más bajo sea el ideal, la persona será más realista y pensará que el abismo entre el
ideal y la realidad es menos desesperante. Sin embargo, en buena parte, eso está relacionado con la
cantidad de fuerza, con la acumulación de energía de la persona y con la tensión de los nutrientes
que su cuerpo orgánico procesa. Una vida tensa tiene como complementos naturales la creatividad,
la tensión de la lucha y la esperanza.
1925
LLEGÓ EL OTOÑO
Día de octubre
Contemplando el tragaluz cuadrado de unos treinta centímetros por lado, vi
por primera vez un claro cielo purpurino.
Llegó el otoño. Mientras comía en el cuarto del cocinero, ¡con cuánta
nostalgia pensé en los otoños de mi lejana tierra! ¡Tan entrañable!
El otoño es maravilloso…
Hoy también ha llegado una mujer. Una mujer algo interesante, blancucha
como un malvavisco. Siento fastidio de mí misma, porque sin razón aparente
añoro con ansia a la gente.
Sin embargo, veo la cara de cada cliente como una mercancía y la cara de
cada uno de ellos también parece fatigada. No me importaba lo que fuera, fingí
leer una revista y me sumí en reflexiones sobre diversas cosas. No puedo
aguantar más.
Tengo que hacer algo; si no, acabaré dejándome pudrir por completo.
Día de octubre
Día de octubre
Día de octubre
¡Espléndido! ¡Es maravilloso estar viva! Verdaderamente pensé que la vida era
algo divertido. Todos son personas buenas.
Estamos a principios del otoño, sopla un viento un poco frío.
A pesar de estar melancólica, no sé por qué se enciende en mí una pasión
femenina.
Día de octubre
Día de octubre
Día de octubre
No sé por qué, pero tengo ganas de tener una persona que me mime de verdad.
Pero hay muchos hombres que mienten.
Ahorraré dinero y haré un viaje libre de preocupaciones.
La noche que llegó, cuando íbamos todas a tomar el baño, Aki permaneció de
pie en un rincón del pasillo con expresión sombría y abatida.
—¡Oye! Aki, si no te bañas y te quitas el sudor, tu cuerpo se pudrirá.
Kei, con el cepillo de dientes en la boca, la llamó en voz alta.
Un poco después, Aki, cubriéndose el pecho con una toallita, entró en
silencio en el cuarto de baño de unos seis metros cuadrados.
—Tú has parido algún hijo, ¿no? —indagó Kei.
—¡El jardín está completamente blanco a todo lo largo y ancho! No lo has olvidado, ¿verdad?
¿Liuba? Mira, aquel largo camino arbolado es semejante a un cinturón extendido, continúa en línea
recta hasta el infinito y brilla en las noches de luna. Seguro que tú lo recuerdas, ¿verdad? No lo has
olvidado, ¿cierto?
[…]
—Ya lo sabes. Hasta este jardín de cerezos se venderá como prenda de la deuda. Aunque sea
extraño, no hay remedio.
Día de octubre
Cuando abrí suavemente los ojos, Toshi ya estaba haciendo los preparativos.
—Te has dormido. Si no te das prisa, se nos acabará el tiempo.
Cuando llevé todo el equipaje al cuarto de baño, me sentí aliviada.
Me ceñí el obi de seda con cuidado para que no hiciera ruido, me arreglé el
cabello y a hurtadillas traje dos pares de geta que estaban en el suelo de la
cocina. Aunque ya son las siete de la mañana, en la cocina los ratones corretean.
Los ronquidos del patrón, un buen hombre, también son apacibles.
Kei regresó a Chiba la noche anterior porque su hijo está enfermo.
Verdaderamente, solo con los estudiantes y los clientes del menú fijo no se podía
ganar nada.
Toshi y yo cuchicheábamos entre nosotras que queríamos dejar este trabajo,
pero ya que las dos somos débiles de carácter, tuvimos que resignarnos al pensar
en todo el quehacer que había al mediodía con los estudiantes y en la falta de
camareras.
Puesto que no entraba dinero y como ninguna de las dos podíamos hacer este
trabajo por gusto, no teníamos otra opción que huir.
Día de octubre
1925
SAKE SIN REFINAR
Día de octubre
Ha llegado la época en que siento nostalgia por las voces de los vendedores de
castañas asadas.
Al oír las voces sordas de esos vendedores que caminaban por el distrito
licencioso, me puse triste y, desde el cuarto oscuro, inmóvil y abatida, miré la
ventana.
Desde que era una niña, cuando se acercaba el invierno, padecía con frecuencia
dolor de muelas.
Cuando todavía esperaba que mi madre rae mimara, lloraba a gritos rodando
sobre el tatami. Ella me ponía por toda la cara una plasta de ciruelas encurtidas
en sal; a pesar de eso, yo seguía llorando con hipo.
Sin embargo, ahora casi cerca de la mitad de mi vida, de mi vida errante, me
encuentro en el piso superior de este cabaré miserable; estoy tendida en la cama
con dolor de muelas y fácilmente vienen a mi mente los campos, las montañas y
el mar de mi terruño, así como el rostro de las personas a quienes he dicho adiós.
El dios a quien dirijo mis ojos húmedos y a quien hablo es únicamente la
luna indiferente que se ve fuera de la ventana deforme.
—¿Todavía te duele?
Bajo la luz de la luna, el enorme peinado redondo de Kimi, que había subido
sin hacer ruido, me cubrió con su sombra negra. Yo no había comido nada desde
por la mañana y hasta mi nariz llegó el aroma de las algas nori. Kimi puso al
lado de mi almohada un plato de sushi. Sin decir nada miró mis ojos abiertos.
Una atención cargada de ternura… Sin motivo, las lágrimas humedecieron
mis pupilas y, cuando en silencio saqué mi monedero de debajo del delgado
futón, Kimi me riñó:
—¡Tonta!
Me dio un golpecito en la mano que me produjo un ligero dolor, como si me
hubiera pegado con un papel grueso; arregló el edredón y de nuevo bajó la
escalera silenciosamente.
¡Oh! Es un mundo de grata memoria.
Día de octubre
Hace viento.
Cerca del amanecer soñé que una serpiente delgada color azul claro reptaba
por el suelo.
Tenía atada una cinta color rosa pálido. Extrañamente, desde que me levanté,
tuve la sensación de que ocurriría algo que alborotaría mi pecho, algo
maravillosamente alegre[135].
Al terminar la limpieza matutina, mientras inmóvil veía el espejo, di un largo
suspiro. Mi cara estaba pálida y abotargada, cansada de una vida turbulenta.
Tenía ganas de meterme en la pared.
Cuando pensé en que esta mañana también tomaría una sopa de miso parecida al
fango y el arroz sobrante, se me ocurrió que me gustaría comer fideos chinos.
Al ver mi cara distraída y sin maquillaje, me irrité de repente y me pinté los
labios con un rojo encendido.
En la mañana límpida veo por la partición del noren cómo el montón de sal
puesto al lado de la entrada para atraer la fortuna es pisoteado por algunas
jóvenes estudiantes. El montoncito pronto se dispersa y se va haciendo cada vez
más pequeño.
Hace dos semanas que llegué a esta casa. Hay bastantes propinas.
Tengo dos compañeras.
Una de ellas se llama Hatsu y es cándida como su nombre. Le sienta muy
bien el peinado ichōgaeshi, es realmente hermosa.
—Nací en Yotsuya, pero a los doce años, me robó un hombre de mediana edad y
acabé en Manchuria. Pronto fui vendida a una casa de geishas, por lo que
enseguida olvidé la cara de ese hombre… Junto con la niña de allí, llamada
Momochiyo, jugaba a deslizarme por el ancho y resbaladizo pasillo, que era
igual a un espejo. Cuando algún grupo de teatro llegaba desde la metrópoli, me
cubría con una manta, me calzaba unas botas e iba a verlos. Cuando el suelo se
congela, se puede caminar con chanclas de madera. Pero cuando terminas de
bañarte, el cabello de las sienes se congela, se eriza y es gracioso. Estuve unos
seis años, pero el hombre de una compañía periodística me trajo de regreso.
Día de noviembre
Día de noviembre
Todos, todos, se ríen a carcajadas. ¡Ay! ¡Planeta Tierra, pum, pum, pártete en
dos! Muchas caras que se mofan de mí se apiñan.
—Haz la prueba de beber diez copas de King of Kings. ¡Te apuesto diez yenes!
Un calvo despreocupado de cabeza extraordinariamente reluciente extendió
sobre la mesa un billete de diez yenes parecido a un tatuaje.
—¡No es difícil!
Yo, exponiendo mi miserable figura bajo la luz blanca, me bebí las diez
copas de ese güisqui como si nada.
El tipo de la calva brillante me miraba con estupor. Esbozó una sonrisa sin
querer reconocer su derrota y, dándose aires de gran señor, desapareció.
El que se alegró fue el dueño del cabaré: «Vaya, vaya, así que esa muchacha
se ha bebido diez copas de güisqui de un yen cada una…». Me dan ganas de
escupirle.
—¿Está bien? ¿No sufrirás por comportarte así? ¿No te atormentarás? —me dice
Kimi abriendo mucho los ojos y asiéndome con fuerza.
Es tarde. Está a punto de acabársele la cuerda al reloj. Dos niños precoces imitan
las voces de cierta parte de una obra de kabuki: «La luna se ve brumosa, el fuego
para pescar también…». Mendigan inoportunamente.
—¡Oiga, señor! Por su amable voluntad… Oiga, señor, por su amable
voluntad…
—¡Echen fuera ya a esos lisiados enfermizos!
Al ver las caras ásperas de esos niños inocentes maquilladas en exceso con
polvos blancos, a mí también me dan unas ganas insoportables de aferrarme a
alguien.
Día de noviembre
El patrón se pone de mal humor si hacemos las tres comidas en la casa, pero
detesto sobremanera que los clientes me paguen la comida.
Aunque el anuncio dice que se cierra a las dos de la mañana, si llegan los
clientes que salen del barrio de placer, el dueño finge ignorancia y no retira el
noren, aunque ya sea de madrugada
El suelo de cemento suena extrañamente fuerte. Me pone la piel de gallina y
hasta la sangre se me congela.
Me disgusta el olor agrio del sake y me pongo irascible.
—¡Qué fastidio…!
Hatsu se quedó plantada distraídamente mientras exprimía la manga de su
quimono que se había empapado de cerveza.
—¡Una cerveza!
Ya son más de las cuatro, a lo lejos se oye el canto de un gallo; siento
nostalgia de verdad.
¡Quiquiriquí! En la estación Shinjuku suena el silbato de los trenes de vapor.
Mi turno era el último, entró un hombre que parecía un dandi de pega.
—¡Una cerveza!
Sin más remedio, destapé la cerveza y la vertí en un vaso hasta el borde.
El hombre miraba el techo de manera muy irritada. Se bebió la cerveza de un
tirón.
—¿¡Qué!? ¡Cerveza Ebisu! No me gusta.
Diciendo esto en tono fingido se marchó. Simplemente salió a la calle
pavimentada en medio de la espesa niebla. Yo me quedé boquiabierta. De
repente sentí rabia, tomé en la mano la botella de cerveza y fui tras él.
Cuando el hombre estaba a punto de doblar junto al banco, le lancé la botella
de cerveza a su silueta oscura con todas mis fuerzas.
—Si quieres beber cerveza, ¡aquí tienes, tómatela!
La botella se hizo añicos con un ruido estrepitoso y la espuma salpicó.
—¡Qué haces!
—¡Idiota!
—Yo soy un terrorista.
—¡Eh! ¿Hay alguno como tú…? ¡Qué terrorista tan ridículo e inútil!
Kimi, preocupada, vino corriendo. Llegaron los conductores de dos o tres
coches y el extraño terrorista se esfumó rápidamente entre las callejuelas.
¿Dejaré este oficio…?
Sin embargo, leí la larga carta que mi padre mandó desde Hokkaido. Me dice
que las dificultades continúan, que no tiene para pagar el pasaje de regreso al
pueblo y que le envíe dinero. Mi padre se desalienta con facilidad cuando hace
frío. Me las apañaré como sea para enviarle cuarenta o cincuenta yenes.
Después de trabajar un poco más, ¿también me iré a Hokkaido? ¿Será mejor
que trabaje con mis padres vendiendo de puerta en puerta…? No hay marcha
atrás.
Hatsu apagó las luces de la tienda, metió la cabeza en un puesto de oden[138] que
dejaba escapar vapor como una locomotora; clavando con los palitos una bolita
de pasta de pescado, con gran entusiasmo comió arroz con té.
Mientras se apaciguaban mis temblores debidos a la excitación, le pedí a
Kimi que me quitara el delantal y, justo antes de irme a dormir, disfruté del sake
sin refinar junto con el oden.
1925
VIAJAR SOLA
Día de diciembre
Asakusa es estupendo.
Asakusa es un sitio al que siempre es bueno venir.
Yo soy la Kachusha de vida errante que gira y gira en medio de las luces que se
mueven a un ritmo acelerado.
Mi cutis está duro como la cerámica, ya que por largo tiempo no me he dado
ninguna crema. Yo, que me emborracho con sake barato, no le tengo miedo a
nadie.
¡Un vaso de sake dulce fermentado por cinco céntimos! ¡Un vaso de bebida
dulce de an por cinco céntimos! ¡Una brocheta de pollo de dos céntimos! ¡Qué
manjares tan simples!
Los estandartes de la barraca del teatro flotan como peces de colores. En uno
de ellos leo el nombre del hombre a quien amé tiempo atrás, ja, ja, ja… Con su
voz de siempre se burla de mí.
Que les vaya bien a todos… El cielo nocturno que no veía desde hace tantos
años es frío. El material de mi chal es una mezcla de rayón. Como si alguien me
hubiera puesto la mano en el hombro, el viento que pasa penetra fácilmente en
mi piel.
Día de diciembre
Para una mujer propensa a la soledad, no hay mejor consuelo que fumar un
cigarrillo en la cama por la mañana. El humo color púrpura que flota formando
anillos es hermoso. La luz del sol da de lleno en mi cabeza y pido que hoy ocurra
algo bueno.
Mis quimonos tan usados, rojo, negro, rosado, amarillo, están desparramados por
toda la habitación de tres tatamis, ya que vivo sola y libre. Yo, adormilada, soy
una pequeña tortuga en un rincón soleado.
Cuando llego hasta cierto punto, me desmorono y quedo aplastada. Aunque sea
algo insignificante, fantasear con una cosa como el oden me hace sentir feliz
como una niña.
No puedo recurrir a mis padres en busca de ayuda porque son pobres.
Aunque trabaje acá y allá, únicamente me puedo comprar uno o dos libros al
mes, lo demás se esfuma en comer y beber. He alquilado un cuarto minúsculo,
pero, aunque vivo con lo mínimo necesario, mis reservas también se han
agotado.
Día de diciembre
Kimi vino a proponerme que buscáramos de nuevo un buen trabajo juntas. Nos
llevamos un pequeño recorte de periódico y tomamos un tren de la línea nacional
con dirección a Yokohama.
Cuando el cabaré en el que trabajábamos hasta hace poco perdió los clientes,
Kimi renunció junto conmigo, regresó al lado de su esposo en Itabashi y se
quedó allí durante mucho tiempo.
Su marido tiene treinta años más que ella. La primera vez que la visité en
Itabashi pensé que se trataba de su padre. Esa familia era un embrollo, que si la
madre adoptiva de Kimi, que si sus hijos. A mí todo eso me fastidia. No puedo
entender su relación.
Ambas guardamos silencio y al bajarnos del tren salimos hacia la colina mientras
admirábamos el mar de un azul intenso.
—Hacía muchísimo tiempo que no veía el mar…
—Hace frío…, pero el mar es hermoso…
—Sí, tienes razón. Cuando veo este mar tan masculino, me dan ganas de
desnudarme y zambullirme en él. ¿No te parece que es como si el color azul se
hubiese vuelto líquido?
—¡Es verdad! Inspira temor…
Día de diciembre
Boo, boo, silba la máquina de vapor como si meciera el fondo del estómago.
Algunos pequeños remolinos se remansan en el color plomizo y uno a uno
desaparecen allende el mar. El viento helado de diciembre sopla hacia mí
gimiendo y hace que el cabello de mis sienes de mi peinado ichōgaeshi,
alborotado, se quede pegado a mis mejillas.
Meto ambas manos dentro de la apertura de las axilas de mi quimono y, al
oprimir tranquilamente mis senos, el tacto de mis pezones fríos incita algunas
lágrimas dulces sin razón aparente.
¡Ah! ¡Todo me ha derrotado!
Estoy lejos de Tokio y, mientras voy navegando sobre el mar azul, los rostros
de los hombres y las mujeres con quienes de alguna manera me he relacionado,
asoman uno a uno entre las nubes blancas.
El cielo de ayer era tan azul que, tras mucho tiempo, me hizo añorar mi tierra.
Me vi obligada a abordar el tren de vapor.
Duerme, niño,
duérmete.
Mañana levántate temprano.
El viento de la costa es frío,
duérmete temprano…
Día de diciembre
Abro la puerta corredera que está totalmente amarilla debido al humo y, mientras
veo en silencio la nieve que sigue cayendo y que desaparece en cuanto toca el
suelo, olvido todo, absolutamente todo.
—Mamá, este año la nieve ha llegado muy pronto, ¿no?
—Sí.
—Papá también debe de estar sufriendo por el frío.
Ya han pasado más de cuatro meses desde que se fue a Hokkaido. Se fue
demasiado lejos y el trabajo no marcha como esperaba. Será la próxima
primavera cuando regrese a Shikoku, dice la carta de mi padre. Aquí también
está bastante helado.
A medida que el frío arrecia, en las hileras de casas bajas del pueblo de
Tokushima, el olor del caldo para los fideos udon se vuelve más fuerte. El agua
del río que corre por el pueblo empieza a exhalar vapor ligeramente.
Poco a poco fueron disminuyendo los huéspedes que se alojaban allí. Mi
madre se resistía a encender la lámpara de su hostal.
—Cuando hace frío, la gente no se mueve de sus lugares…
Mis padres y yo, que no teníamos un pueblo natal propiamente dicho, nos
habíamos establecido finalmente en Tokushima. En una esquina de este pueblo
de mujeres hermosas, cerca de un bonito río, abrimos un viejo hostal para
viajeros. En ese pueblo yo había pasado casi un año.
Pero eso fue cuando aún era una niña… Ahora, este hostal está
completamente en ruinas y se ha convertido en el trabajo suplementario de mi
madre.
Abandoné a mi padre, abandoné a mi madre, durante mucho tiempo
vagabundeé por Tokio, me fatigué y regresé aquí y, cuando vacié un cajón del
desvencijado armario, aparecieron antiguas cartas de amor mal escritas,
fotografías donde luzco un enorme peinado redondo. Poco a poco resucitan los
hermosos sueños del pasado que recuerdo con añoranza.
¡Todo era maravilloso! La sopa de fideos chinos de color amarillo de
Nagasaki, los cerezos del templo Senkō-ji de Onomichi, la canción de Jōgashima
que aprendí en Niyugawa[143].
Cuando en el fondo del armario aparecieron varias hojas amarillentas de mis
torpes bocetos de la época en que comencé a aprender dibujo, me vi a mí misma
como alguien de un mundo completamente distinto.
Día de diciembre
Al cabo de muchos días, el tiempo mejoró, como es deseable a la orilla del mar.
Una pareja de recitadores de naniwa-bushi se hospeda aquí desde hace dos o
tres días. Ambos traen enrollada al cuello una bufanda negra y, cuando se
marchan por la mañana temprano, solamente quedamos mi madre y yo en la
cocina amplia y tiznada. Ella está asando unas sardinas.
¡Ah! Ya estoy aburrida de la provincia otra vez.
—No te vayas tan lejos. ¿Qué tal si te casas aquí…? Hay alguien que dice
que quiere tomarte como esposa…
—¿Eh? ¿Quién?
—Su familia tiene un negocio de galletas de arroz en Shōgoin, Kioto. Es el
sucesor. Ahora está aquí y trabaja en la municipalidad… Es un buen partido.
—¿Qué me dices…?
—¿Me entrevistaré con él? Suena interesante.
Todo eso es pueril y divertido.
Me convertiré en una joven provinciana. Me sonrojaré como una doncella
inocente al servirle el té. No estaría mal que, por una vez en la vida, interprete
ese papel.
Mientras sube y baja el cubo del pozo cuya polea rechinaba, mi corazón
siente impulsos como los de una jovencita.
¡Oh, oruga de la pasión! Experimento el deseo de chuparle toda la sangre a
un hombre como si fuera una sanguijuela.
Ansío la piel masculina del mismo modo que ansío un futón cuando la
temperatura es gélida.
Día de diciembre
Cuando el hombre desató el cordón de sus zapatos rojizos y entró, tuve la
extraña sensación de estar a punto de enfermar del estómago y, justo frente a él,
fruncí las cejas.
—¿Cuántos años tienes?
—¿Yo? Veintidós.
—Umm…, entonces yo soy mayor.
Tenía cejas espesas y labios gruesos. No sé por qué su cara me parecía
conocida, pero no pude recordar. De repente, me puse contenta y sentí ganas de
silbar.
1925
HERIDA ANTIGUA
Día de enero
Sobre la mesita de la mañana había sopa de miso blanco, tofu seco cocido y sojas
negras; todo producía una sensación acuosa en el paladar. Solo tengo recuerdos
tristes de Tokio. Mejor intentaré vivir en Kioto o en Osaka…
Estaba tumbada en el piso superior de un hostal barato en el monte
Tenpō[145], mientras con nostalgia oía un gato que maullaba.
¡Ay! ¿Vivir es así de complicado? Mi cuerpo y mi alma están totalmente
exhaustos.
El futón miserable, sucio y nauseabundo como tripas de pescado.
El viento golpea el mar con fuerza, el rumor de las olas es fuerte.
Soy una mujer hueca… No tengo ni habilidad ni riqueza ni belleza para vivir.
Solo me queda mi cuerpo lleno de sangre apasionada.
Cuando estoy aburrida, doblo una pierna y giro sobre mi eje dentro de la
habitación.
Mis ojos alejados durante largo tiempo de la lectura, deletrearon la frase
procaz del cartel pegado en la pared: «Desde un yen la noche».
Anochecer… Empieza a nevar lentamente.
Aunque mire hacia allá o hacia acá, solo se ve el cielo de una vida errante.
¿Volveré de nuevo a mi tierra en Shikoku? Este es un hostal muy sombrío, como
para ratones.
¡Boo, boo! Al escuchar el silbato del barco, abrí la ventana de par en par y dirigí
un llamado al puerto sumido en la noche nevada.
Dormitan algunos barcos de luces azules encendidas.
Ellos y yo somos vagabundos.
Nieve, nieve, la nieve cae. De pronto recuerdo con cariño al hombre objeto
de mi primer amor, que se fue lejos y que nunca antes había venido a mi mente.
Era una noche como esta.
Él entonó la canción de Jōgashima.
También cantó «Campanas silenciosas». En el mar de Onomichi, de grata
memoria, el oleaje no estaba tan agitado.
Bajo el manto con el que los dos nos cubríamos, frotamos dos fósforos para
iluminarnos. Él miró mi cara y yo la suya. Ni siquiera nos besamos. Fue una
separación inesperada.
Ya han pasado siete años desde que recibí su última carta en la que me decía:
«¡Mujer que te precipitaste en línea recta!». Ese hombre hacía comentarios sobre
la pintura de Picasso y amaba la poesía de Kaita.
Sentí dolor por la mano dura que me golpeaba repetidamente la cabeza mientras
gritaba: «¡Qué tal esto! ¡Todavía no!», «¡Qué tal esto! ¡Todavía no!».
En algún sitio se oye un shamisen. Me quedo sentada con la mirada perdida
silbando durante mucho tiempo.
Día de enero
Día de enero
En la cama donde duermen juntas Ito y Kuni, las almohadas de madera negra,
que parecen geta altas, están una al lado de la otra. El juban largo[147] y rojo de
Ito, que a la mitad era de una tela diferente, había sido arrojado sobre el futón.
Como haría un hombre, fijé mis ojos en ese quimono interior rojo durante
mucho tiempo. Son las últimas en bañarse, no hay risas, ni voces de las dos
jóvenes mujeres. Únicamente se oye el chapoteo del agua caliente.
Me gustaría acariciar las hermosas manos blancas de Ito de vello suave. Tuve
la sensación de haberme convertido en hombre y en mi mente me hice la ilusión
de que amaba a Ito vestida con ese juban largo y rojo.
¡Ay! Si yo fuera hombre amaría a todas las mujeres del mundo… Las
mujeres traen desde lejos un aroma de flores en silencio.
Cerré los ojos mojados de lágrimas y volví la frente apartándola de la luz
deslumbrante.
Día de enero
Mi madre me decía con frecuencia: «Tú naciste con la estrella de oro del siete
rojo[148]: es el oro de un biombo dorado, por lo que debes dedicarte a un trabajo
pulcro». Sin embargo, el trabajo refinado pronto me aburre.
Lo triste de mi naturaleza es que soy poco constante, apocada, la gente
pronto me agobia, me cuesta trabajo trabar amistad… Quiero gritar con todas
mis fuerzas en donde no haya nadie, me impaciento.
Escribiré poemas buenos.
Escribiré poemas alegres.
Leo con gusto De Profundis, el único libro que tengo de Wilde.
En medio de la lluvia gris de noviembre estaba rodeado de una turba que se mofaba de mí. […] Para
quienes se encuentran en la prisión, las lágrimas son parte de sus experiencias cotidianas. El día en
que los que están allí no lloren será porque su corazón se ha endurecido y no porque su corazón esté
feliz.
Día de febrero
Las calles están llenas de estandartes rojos que anuncian las ventas de primavera.
Pasamos por debajo de la linterna colgante del portón y sin hacer ruido subimos
a la planta alta. En ese momento, resonaron a lo lejos los tañidos pausados de la
campana de un templo.
En lugar de hablar con detalle de cosas molestas, guardaré silencio…
Cuando Natsu fue al piso inferior a buscar fuego, yo me apoyé en la ventana y di
un gran bostezo profundo.
1926
MUJER CONVERTIDA EN COLILLA
Día de julio
Por eso yo
cruzo las miserables mangas sobre mi pecho
con aquella ingenuidad añorada
de cuando me criaron en mi pueblo.
Di golpecitos suaves al tronco del pino.
Me puse muy triste al recordar sin razón alguna este poema del viejo pino y
caminé como un perro sin dueño entre los árboles de un verde negruzco.
Después de mucho tiempo no llevo un delantal sobre mi pecho y mi
maquillaje es ligero.
Mientras hacía girar la sombrilla, me acordé de mi tierra y vino a mi
memoria aquel viejo pino de la colina.
Cuando regresé a la pensión, en el cuarto del hombre había un gran estante para
libros.
Manda a su mujer a trabajar a un cabaré y él se compra este estante.
Como de costumbre, guardo veinte yenes debajo de las hojas de papel para
borrador, con la confianza de que nadie me observe. Con una sensación de
comodidad, busco la ropa sucia dentro del armario empotrado.
Al parecer, las cosas entre los dos habían avanzado bastante. En la carta sobre la
ida a las aguas termales, decía: «Yo llevaré algo de dinero, pero consigue un
poco tú también». Cuando leí eso, esparcí todas las hojas por la habitación.
Recogí los veinte yenes que había dejado bajo los papeles para borrador, los
guardé en la manga del quimono y salí de la habitación enjugándome las
lágrimas.
Ese hombre, cada vez que me ve, me dice que soy fría; o bien, que todos los
poemas y novelas que escribe en revistas son para atacarme.
«¡Cerda!».
«¡Puta!».
Ha escrito sobre mí toda clase de injurias.
Y yo, bajo aquella linterna del cabaré, he tenido que cantar: «por ti abandoné
todo…», por ese hombre infeliz, enfermo de los pulmones y que parece un loco.
Me llega el viento fresco del anochecer y, mientras voy caminando por la
calle del barrio Wakamatsu, pierdo las ganas de regresar al cabaré en Shinjuku.
Umm… De pronto recordé las palabras: «se acabó todo, solo quedó un
poquito».
—¡Oye!, ¿no quieres que vayamos juntas a las aguas termales? —le pregunté a
Toki.
Como yo estaba demasiado borracha, esa noche ella me miraba con ojos
tristes.
Día de julio
¡Ay!, en cualquier lugar hay montañas verdes para ser sepultada. Recibo una
carta de excusa de ese hombre.
Noche.
Viene la madre de Toki. Le presto cinco yenes.
Mundo tedioso, más que masticar goma de mascar, todo se convierte en
colillas de cigarrillo.
¿Conseguiré ahorrar un poco de dinero y podré ir a ver a mi madre después
de tanto tiempo?
De camino a la cocina robo un poco de güisqui y me lo bebo.
Día de julio
Despierto triste como un pescado de una pescadería. Cuatro mujeres dejan todo
y duermen igual que si fueran un líquido blanco y espeso echado a perder.
Mientras fumo un cigarrillo que estaba junto a mi almohada, miro el brazo
extendido de Toki.
Apenas tiene diecisiete años y una tez rosada.
Su madre vendía hielo en el barrio Zōshiki, pero como su padre está
enfermo, cada dos o tres días aparece por la puerta trasera para recoger el dinero
que le da Toki.
El cristal de la ventana sin cortina refleja el cielo azul. Veo la banderola roja
del restaurante de comida occidental y china que se infla exactamente igual que
yo.
Cuando comencé a trabajar en el cabaré, la ilusión que albergaba sobre los
hombres se esfumó como un sueño. Ahora me parece que ninguno tiene
dignidad. Se han convertido en una mercancía barata que se vende al precio de
un lote.
Puesto que ya no tengo necesidad de mantener a aquel hombre, ¿iré a
exponerme al viento marino de mi tierra después de tanto tiempo? Pero
pobrecito de él.
Dinero, dinero.
Dicen que el dinero circula por el mundo,
pero aunque yo trabaje y trabaje, no llega.
En otro tiempo, en una ocasión escribí este poema para una revista porque tú me
trataste muy duramente y de esta manera correspondí a lo que me hiciste.
Soy una gran idiota que interpretaba de buena fe que estabas nervioso porque
las ganancias eran irregulares.
Bueno, tengo lo suficiente para irme a mi pueblo, así que tomaré el tren.
¡Qué hermosa es el agua que salpica el barco rápido! El color carmesí del
faro, el mar azul, tarará, tarará.
El tren nocturno, el tren nocturno. Nadie viene a despedirme. Con una
tristeza similar a la de un velatorio, simplemente me abandoné a la línea
Tōkaidō[150], la que tantas veces había abordado cuando mi situación era
adversa.
Día de julio
Era enternecedora, igual que una muñeca hina[154] carcomida por las polillas.
—¿Ya han reconstruido Tokio después del terremoto?
La boca desdentada de la anciana parecía una bolsita cerrada, su expresión
era dulce.
—Coma esto.
Saqué el almuerzo de mi cesta y se lo ofrecí. Sonrió y se llenó la boca con la
tortilla de huevo.
Día de julio
Por debajo de la ventana, los peones pasan cantando esta balada de Tosa-bushi.
Con el viento soplando con fuerza, la mosquitera se hincha como una ola.
Fue un despertar matutino encantador. Cuando escuché la melancólica balada de
Tosa[155], sentí nostalgia de aquel puerto en Takamatsu[156].
En mis recuerdos, mi terruño en Shikoku es inmaculado. ¿Volveré…? No
tiene sentido intentar ser cocinera…
«¡Oye, idiota!».
«¡Hembra!».
«¡Puerca roja!».
Lancé hacia el techo, como un canto, las palabras insultantes que usaba el
hombre del que me separé y aspiré profundamente mi cigarrillo Bat.
—¡Oye! ¡Eh! —los marinos se llaman unos a otros.
Le pedí a la dueña del hostal que hiciera de mediadora y por un yen vendí mi
billete con dirección a Okayama, interrumpido pero válido, a un corredor de
pelitre. Decidí tomar un barco para Takamatsu desde Hyōgo[157].
¡Ánimo! No debo desalentarme en ningún caso.
1926
LABIOS EN EL OTOÑO
Día de octubre
El aire del otoño es demasiado azul, por eso he recordado este poema de
Hakushū.
¡Ay! ¿En el mundo únicamente hay este placer? Uno, dos… contando con los
dedos pienso en mi edad, la de una mujer pequeña y desdichada.
—¡Yumi! ¡Enciende la luz!
Es la voz chillona de la dueña.
¿Yumi? ¡Qué nombre me inventé! Mi madre está en Tokushima, en Awa[158].
Día de octubre
Shizue:
Tengo la sensación de que he vivido hasta el límite de la supervivencia.
No nos hemos visto desde hace mucho tiempo. ¿No es así? Desde que nos
despedimos en Kan da…
Me entristezco insoportablemente cuando pienso que no me queda nadie en
este ancho mundo que sienta cariño por mí. Siento deseos de llorar.
A pesar de que siempre estoy sola, quiero escuchar palabras cariñosas de
otras personas. Y si se da el caso de que alguien me trate con un poco de ternura,
derramo lágrimas de alegría. Me gustaría caminar por las calles en mitad de la
noche cantando en voz alta.
Desde el verano hasta el otoño, mi estado físico no es el normal. Aunque
quiera trabajar, no puedo hacerlo porque estoy débil y, por lo tanto, apenas tengo
para comer.
Quiero dinero.
No tendría de qué quejarme si pudiera comer arroz blanco acompañado de un
crujiente rábano blanco en salmuera. Cuando uno es pobre, se vuelve como un
bebé.
Mañana será un día feliz: recibiré dinero por un manuscrito y, aunque sea
poco, con eso pienso ir hasta donde pueda.
Paso el tiempo mirando el mapa. La verdad es que este sucio mapa en la
pared arriba de la escalera, en la planta alta de este cabaré en el que no tengo
ninguna alegría, es lo que me hace ser una persona dada a la fantasía.
Es posible que vaya a un lugar llamado Ichiburi, en el litoral del mar de
Japón. ¿Viviré, moriré? De cualquier manera, quiero ir de viaje.
La expresión «Fragilidad…» se puede aplicar totalmente a mi persona y no
me importa. Yo, que soy salvaje y no conozco los buenos modales, no tengo más
remedio que lanzarme hacia la naturaleza. En esta situación no puedo mandar
dinero a mi pueblo a mi hombre solo le debo excusas por todo.
Hasta ahora, pacientemente me he reído. Me iré de viaje durante bastante
tiempo, hasta que el cielo y la tierra de la provincia me permitan recuperar la
salud. Pienso trabajar antes de regresar.
Lo que más preocupación me causa es no estar bien físicamente. Además,
también él está enfermo y me siento fastidiada. Quiero dinero.
Hice negociaciones para trabajar como sirvienta en un hotel de Ikaho[161],
pero considero que es un abuso trabajar durante un año por un pago adelantado
de cien yenes.
Pensarás que para qué quiero viajar, pero de cualquier forma, en esta
situación, acabaré explotando.
He vivido en medio de los insultos desconsiderados de la gente, pero ya no
me importa lo que me digan. Estoy agotada.
Cuando llegue el invierno, tendré la fuerza de diez personas y nos
encontraremos. Iré hasta donde sea posible. Llevando un borrador de poemas
amarillento que es mi mujer y mi marido, lo único en lo que creo, iré a la costa
del mar de Japón.
Cuídate. Adiós…
Querido mío:
Siento mucho no haberme puesto en contacto contigo durante tanto tiempo.
¿Qué tal tu salud? Te escribo esta carta, a ti que padeces de nervios
crispados. Estoy segura de que esbozarás una sonrisa malévola.
De hecho, se me saltan las lágrimas.
Aunque nos hayamos separado, me entristezco cuando pienso en ti, que estás
enfermo. Tengo recuerdos de las dificultades y de las alegrías, pero cuando
pienso en tu manera retorcida de tratarme, me invade el rencor y todos estos
recuerdos se vuelven incómodos. Te mando dos billetes de un yen, no te enfades
y, por favor, úsalos en algo. Dicen que ya no estás con ella. ¿Verdad? ¿Será que
yo juzgué todo de una manera exagerada?
Ya es otoño. Mis labios se ponen fríos y se van congelando. Desde que rompí
contigo…
Tai[162] también está trabajando en la parte de atrás.
Mamá:
Perdona el retraso en mandarte el dinero.
Con la llegada del otoño he tenido diversos gastos, de ahí la tardanza.
¿Cómo va tu salud? Yo estoy bien. Si hay ocasión, por favor, envíame un
poco del medicamento para la nariz que me mandaste la vez pasada. Lo tomo en
infusión y me alivia los mareos. Además tiene muy buen aroma.
En cuanto al dinero, como de costumbre, el giro ya tiene el sello y solo tienes
que ir a cambiarlo a la oficina.
¿Recibes cartas de papá? Pase lo que pase, quédate tranquila. Este año no es
de buen augurio para mí, por eso yo también me he quedado quieta.
Antes que nada, cuida tu salud. Rezo por ti. Dentro va un sobre, contéstame,
por favor.
Fumi
Mi cara empapada por las lágrimas. Aunque trato de contenerlos con todas mis
fuerzas, los sollozos no paran. Así, sola, escribo esta carta en la planta superior
de un cabaré desolado como este. Mi anciana madre es lo primero que llega a mi
corazón.
¡Por favor, no te mueras hasta que yo tenga un medio de vida! Sería
demasiado miserable que se muriese en aquella orilla del mar, en esa situación,
sin que yo pudiera darle una vida tranquila.
Mañana iré a la oficina de correos y lo primero que haré será mandarle
dinero. Dentro de mi obi se han juntado unos seis o siete billetes maltratados de
un yen. En la libreta de ahorros, el dinero entra y sale; está casi vacía.
Acostada, mi cabeza boca abajo sobre la almohada de madera. En el barrio
de placer suenan las tabletas que anuncian las dos de la mañana.
Día de octubre
Me bajé en Mikado.
Las luces se iban encendiendo una a una. Frente la estación, los campos
cultivados de morera; acá y allá, unos tejados de paja llegan a mi vista. Con la
cesta en la mano, distraída, me quedé de pie en la estación.
—¿Hay algún hostal aquí?
—Si sigue de aquí en adelante, en Chōja, hay uno.
Una chica vestida con un hanten[167] moteado y que llevaba un perro negro se
acercó deprisa mientras cantaba.
En ese momento, las olas, de repente, salpicaron ruidosas gran cantidad de
agua; el perro pareció asustarse, irguió la cabeza y ladró dirigiéndose al mar.
¡Guau, guau!
Los gruñidos del perro negro y el rugido del mar semejante a truenos lejanos.
Era inevitable sentir algo parecido a una fuerza misteriosa.
—¿No hay un hostal por aquí? —le pregunté a esa hermosa niña que era la
única persona en la playa.
—Mi casa no es un hostal, pero, si quiere, puede quedarse ahí.
La niña volvió sobre sus pasos sin preocupación alguna y me condujo
mientras hacía silbar una concha vacía de caracol de color púrpura claro. Los
suyos eran los únicos labios rojos en medio de aquel vasto paisaje.
Es una tiendecita donde ofrecen té y dulces, parecida a un pequeño barco en
ruinas en la arena, a las afueras de la playa de Hiari, justo donde empieza Chōja.
La pareja de ancianos de esta tienda de té preparó el baño para mí gustosamente.
También existe un mundo como este, en el que se puede vivir en forma
natural. Así, sin preocupaciones.
Recordar la atmósfera turbulenta de aquel cabaré en la capital me horrorizó.
En el techo estaba pegado algo como la cola de un pescado completamente seca.
La lámpara de la habitación es oscura, igual que mi alma de mujer en este
viaje.
Me faltaba todo. Tampoco podía ver el otoño de la costa del mar de Japón
con la que tanto había soñado. Esta costa de Soto-Bōshū no me parece tan
cuidada como aquella. Desde Ichiburi hasta Oyashirazu[168], las numerosas y
grandes piedras colocadas en los tejados de las casas, aquel paisaje umbroso
salpicado por la blanca espuma que llegaba hasta los raíles, las flores carmesí de
los cardos clavándose en el cielo sobre el acantilado desplomado… todas son
reminiscencias gratas de unos años atrás.
Cuando me metí dentro del futón con olor a mar, saqué de mi cesta un frasco
de cloroformo y dejé caer una o dos gotas en mi pañuelo.
En ese momento deseaba desaparecer, así tal cual. No podía soportar
ahogarme en diversos recuerdos sin hacer nada. Apreté el pañuelo impregnado
con el desagradable olor del cloroformo contra mi nariz como si fuera una flor
seca.
Día de noviembre
Serían como las diez cuando me despertaron el rugido de la marea, como truenos
lejanos, y el sonido de la lluvia golpeando suavemente la ventana. Confusa abrí
los ojos. El olor a vinagre del cloroformo parecía invadir todo el cuarto, por lo
que sin hacer ruido abrí la ventana.
La pálida lluvia enturbiaba la orilla de la bahía. Era una mañana húmeda y
apacible. En la casa principal había un fuerte olor a sardinas secas que se estaban
asando.
Tenía un dolor de cabeza muy punzante. Al mediodía salí junto con la niña y
el perro. Nos fuimos a la playa de Hiari.
En las casas de los pescadores, cercanas a la orilla, grupos de mujeres y
niños clavaban sardinas frescas por acá y por allá en brochetas de bambú. Los
débiles rayos del sol, tras la lluvia, emitían destellos plateados sobre las sardinas
ensartadas como soldados en formación.
La niña, después de que le hubieran llenado su cubo con sardinas, las cubrió
con hierbas que había arrancado por ahí.
—Esto cuesta diez céntimos —dijo la niña en el camino de regreso,
poniendo frente a mí el cubo, que parecía pesado.
Vi el Fuji.
Vi el Fujiyama[169].
Si cayese nieve roja,
sería adecuado elogiarlo diciendo que el
Fuji es una hermosa montaña.
Vi el Fuji.
Vi el monte Fuji.
¡Cuervo![170]
Desde la cresta vuela sobrepasando su cima
con tu pico escarlata, lánzale una sola carcajada burlona
¡Viento!
El Fuji es el palacio endeble de la gran tristeza.
Fiuu, fiuu, viento, brama furiosamente.
El monte Fuji es la imagen de Japón.
Es la Esfinge.
Es un sueño de densa nostalgia.
Es el palacio de la gran tristeza
donde mora el demonio.
¡Mirad el Fuji!
¡Mirad el monte Fuji!
¡Cuervo! ¡Viento!
Golpead esos hombros del monte Fuji
helados y de un blanco tan puro.
Ese no es un castillo de plata.
Es el palacio de la gran tristeza
donde se oculta la desdicha.
¡Monte Fuji!
Aquí está de pie una mujer que no te respeta.
Aquí está una mujer que se burla de ti
¡Fujiyama!
¡Fuji!
Tu ardor estruendoso semejante al fuego
brama con fuerza
hasta que devuelvas el golpe al cuello
de esta mujer testaruda,
yo esperaré silbando alegremente.
He vuelto a ser Yumi, como antes. Con el delantal puesto voy a abrir la ventana
del piso superior, desde ahí se ve el tenue monte Fuji, apenas un atisbo.
¡Ah! ¡Cuántas veces habré ido y venido por las faldas de esa montaña
abrazando sentimientos desdichados! Pero, aunque haya sido un viaje corto,
aquel paisaje solitario de los dos días en Soto-Bōshū, limpió mi alma y mi
cuerpo, y los embelleció.
Los viajes son buenos. Yo, que soy un cedro solitario en medio del campo,
no podría sentir consuelo si no tuviera estos placeres.
A partir de mañana comienza la temporada en que se va a admirar las hojas
rojas del otoño. Tendremos que estar uniformadas con quimonos rojísimos como
locas. ¡Qué tontería que en la ciudad se les ocurra una tras otra estas irritantes
ideas!
Otra vez ha llegado una nueva mujer.
Esta noche también me pondré el maquillaje blanco, como si fuera una
máscara, disimularé con una sonrisa fingida… Mundo frívolo, ¡qué expresión tan
apropiada…!
Durante mi ausencia, mi madre me ha enviado dos juban cortos de tela de
algodón blanqueada.
1926
LA CASA DE SHITAYA
Día de enero
Regresamos, cerca de las diez, cargando el pesado bulto entre las dos y echando
un vaho blanquecino.
—¡Fumi! En la casa de enfrente hay una maestra de baladas kouta[172].
Mira… Es fantástico.
Abro el paraguas
en el barrio de placer los pétalos de los cerezos
caen como nevisca
esta cinta para la cabeza es algo del pasado
era la primavera que cubría Edo de púrpura
Desde la planta alta de la casa de enfrente, muy cerca, llega la grata melodía del
shamisen, con un tono muy melancólico. Junto a la contraventana apenas abierta,
con la luz clara se pueden ver los enrejados finos de madera de la puerta
corredera de papel.
—Dejemos el baño para mañana y acostémonos… ¿Pediste prestado un
edredón?
Toki cerró la puerta corredera dando un golpe.
Las dos nos cubrimos con el edredón que nos había prestado la casera del piso
de abajo y anoté la lista en mi diario.
Total: 13 yenes
Mesita para comer 1 yen
Brasero cuadrado 1 yen
Maceta con ciclamen (1)[174] 35 céntimos
Tazón para arroz (2) 20 céntimos
Tazón para sopa (2) 30 céntimos
Rábano picante encurtido 5 céntimos
Rábano blanco en salmuera 11 céntimos
Palillos (5 pares) 5 céntimos
Juego de tazas para té y tetera con bandeja 1 yen y 10 céntimos
Recipiente Momotarō con tapa[175] 15 céntimos
Plato (2) 20 céntimos
Renta (cuarto de 3 tatamis, una parte) 6 yenes (30 días, 9 yenes)
Palillos de metal para el brasero 10 céntimos
Parrilla para asar mochi 12 céntimos
Cucharón de aluminio 10 céntimos
Paleta para arroz cocido 3 céntimos
Pañuelos de papel (un paquete) 20 céntimos
Loción facial 28 céntimos
Sake para ofrenda (180 ml) 25 céntimos
Fideos soba (por la mudanza)[176]
(para la familia de la casera) 30 céntimos
Restante: 1 yen con 26 céntimos
Día de febrero
Desperté de pronto con la voz de Toki cantando. Junto a la almohada había dos
pies blancos descalzos.
—¿Ya te has levantado…?
—Está nevando.
Cuando me levanté, el agua estaba hirviendo y sobre la tabla fuera de la
ventana, el arroz en cocimiento derramaba una sustancia blanca.
—¿Ya ha llegado el carbón…?
—Me lo ha prestado la señora de abajo.
Toki, que nunca hacía nada en la cocina, cosa rara, estaba secando los
tazones para el arroz.
Después de tanto tiempo bebí un té con tranquilidad, sobre la mesita
minúscula.
—Por ahora no avisemos a la gente de Yamatokan, ni a nadie, de este sitio,
¿vale?
Toki, dando cabezadas, se calentaba las manos en el pequeño brasero.
—¿Vas a salir a pesar de que esté nevando así?
—Sí.
—Entonces, yo también iré a ver al señor Shiraki del Jiji Shinbun. Le he
mandado un cuento infantil.
—Si recibes algo de dinero, prepara algo caliente. Yo andaré de un lado a
otro, así que regresaré tarde.
Por primera vez saludo al matrimonio de vendedores de ropa usada que vive
en la habitación de seis tatamis de al lado.
También conozco al esposo de la señora de abajo, de quien dicen que es el
jefe de los bomberos.
Todos son muy francos, como es la gente de los barrios populares.
—Antes, la casa daba a la calle, pero hubo un incendio y tuvimos que
recogernos en este sitio… En la parte de enfrente hay una concubina y al fondo
de la calle, un maestro de baladas kiyomoto[178]. Aquí es ruidoso, de verdad que
es bullicioso, pero…
Yo miré con extrañeza a la dueña, que llevaba los dientes pintados de
negro[179].
—¿Concubina? ¡Ya caigo! La vi solo de pasada, pero era una mujer atractiva
—comentó Toki.
—Aunque la casera de aquí abajo dice que tú eres una joven guapa, de las
que no hay por estos rumbos.
Las dos, peinadas con estilo ichōgaeshi muy similar, salimos a la calle cubierta
de nieve.
Nevaba intensamente como espuma desinflada, como si fuera a cubrirnos los
ojos y la nariz.
—Es duro ganar dinero.
¡Que nieve sin cesar! Hasta que yo quede sepultada. Caminaba haciendo
girar mi paraguas con obstinación.
En todas las ventanas de la calle Yaesu había una luz encendida. También las
mujeres que trabajan y que llevan puestos abrigos púrpura o rojos andaban
contra la nieve.
No llevo abrigo para quimono y mis mangas están completamente
empapadas. Soy un sapo miserable.
Cuando llegué, me dijeron que el señor Shiraki ya se había ido. ¿Ves? Así
pasa siempre.
Por esta razón, digo que trabajaré en el cabaré, pero Toki me dice que me
ponga a estudiar. En la amplia recepción, esta mujer miserable escribió la nota
rutinaria con letras borrosas de: «Como estoy en apuros…».
A pesar de eso, la puerta del edificio de Jiji es gracioso. Gira, gira, molino de
agua. Cuando la empujé dos veces, dando una vuelta, volvió atrás, a la posición
anterior. El cartero se rio.
¡Seres humanos tan pequeños! Si miro el edificio hacia arriba, me dice: «¿No
te parece que da igual que alguien como tú viva o muera?».
Aunque, si yo vendiese ese edificio, podría pagar el arroz y el alquiler de
toda la vida, y podría escribir un largo telegrama a mi pueblo.
Si les dijese a mis parientes despiadados y a mis amigos indiferentes que me
volveré una ricachona, con seguridad se quedarían pasmados.
Deplorable Fumiko.
Esfúmate.
Toki, helada, debe de estar caminando como perro sin dueño en medio de esta
nieve…
Día de febrero
Anoche eran las dos, anteanoche la una y media, ella siempre regresaba
puntualmente a las doce y media. Pensé que Toki sería la última persona que
hiciera algo equivocado, pero…
Dos o tres hojas del original para Wakakusa están esparcidas sobre la mesita
para comer.
En la casa ya no hay más que once céntimos.
Los cerca de diez yenes que me había pedido guardar regularmente se los
había llevado, no sé en qué momento, y ayer otra vez no me atreví a preguntarle
sobre ese dinero.
El arroz estaba batido, ya que lo había puesto a recalentar al vapor una y otra
vez. El miso de la cazuela de almejas se había puesto espeso. ¡Qué mujer tan
desventurada soy! Como ya no puedo seguir escribiendo mi manuscrito, lo
pongo al lado del tocador y con tristeza extiendo el futón.
¡Ah, me gustaría ir a la peluquera! He hecho que mi ichōgaeshi me dure más
de diez días. Siento picazón en la cabeza.
Si está oscuro cuando ella regrese, tal vez se sienta triste. Enciendo la luz y
cubro la lámpara con una tela color púrpura.
¡Adiós, Toki!
Cuando desapareció la voz de un hombre joven, en la entrada de la calle
sonó la bocina discordante de un automóvil.
Día de febrero
Día de febrero
Probablemente sea el camino para que esa mujer se vaya despeñando sin tener
ningún objetivo para vivir.
A pesar de que tantas veces le he dicho que ser pobre no era una vergüenza
en absoluto… A sus dieciocho años deseaba el rojo y el púrpura. Con las cinco
monedas de cobre de un céntimo que me quedaban fui a comprar cinco golosinas
baratas y me las comí en la cama mientras leía una revista vieja.
Aunque le había dicho que no es vergüenza ser pobre. Finalmente, las cinco
golosinas no alivian mi estómago. Estiro el brazo y abro el armario empotrado.
Como con los dedos sobras de col china en salmuera y fantaseo con la sensación
del arroz blanco en la lengua.
No hay nada.
Vacuidad.
Los ojos se me llenan de lágrimas.
Día de febrero
Señorita Fumiko:
No digas nada y perdóname. He sido amenazada por el hombre que me dio el
anillo y estoy en una casa de diversión[180] en Asakusa.
Tiene mujer, pero dice que se puede separar de ella.
No te rías, por favor. Es contratista y tiene cuarenta y dos años.
Me ha mandado hacer muchos quimonos y cuando le hablé de ti, me dijo que
cada mes te mandaría unos cuarenta yenes.
Estoy contenta.
Pero su hermosa figura inocente como un lirio del campo, su suave tez rosada, su
cabello negro, esa mujer todavía era casta.
¿Por qué? ¿Por qué le ofreció su primera flor a ese hombre semejante a la
larva de un mosquito infecto y vulgar…? Ladeando su cuello encantador, la niña
que cantó para mí…
1927
GLOSARIO
An: pasta dulce de judías rojas muy común en los dulces japoneses.
Ichōgaeshi: peinado de las jóvenes adultas todavía solteras, también usado por
las geishas.
Inarizushi: una clase de sushi. Es una bola de arroz sazonado con vinagre y
cubierta con tofu frito fino.
Juban: ropa interior para quimono en forma de quimono corto. Hay también un
juban largo, el cual se usa encima del corto; su forma y el largo son como los del
quimono.
Koshimaki: ropa interior para quimono. Tela en forma rectangular que se enrolla
a la cadera para cubrir la parte inferior del cuerpo.
Obi: faja para ceñir el quimono. Generalmente, el obi para mujeres es de seda
gruesa y ancha; para hombres es más estrecho, y para niños y niñas es suave.
Oden: plato caliente preparado con cocido de tofu frito, pasta de pescado, huevo
cocido, verduras y otros ingredientes.
Soba: fideos finos de harina de alforfón; se sirven fríos con una salsa en la que
se los sumerge o en caldo caliente.
Tabi: clase de calcetines que se ponen con el quimono y en los que el dedo
gordo queda separado de los demás dedos.
Tatami: estera gruesa de paja cubierta con un tejido de juncos japoneses. Se usa
para cubrir el suelo.
Tofu: cuajada de soja.
1968 y autor de Yukiguni (El país de nieve, 1935-1948) o de Yama no oto (El
clamor de la montaña, 1954). <<
[24] Tanizaki Junichirō (1886-1965), autor de Shunkinshō (Historia de Shunkin,
<<
[26] Uno Chiyo (1897-1996), novelista y editora de la revista de moda Ohan
(1947-1957). <<
[27]
Miyamoto Yuriko (1899-1951), novelista comunista, autora de Nobuko
(1924). <<
[28]
Sata Ineko (1904-1998), novelista del movimiento proletario. Autora de
Kyarameru Kōjō kara (Desde la fábrica de caramelos, 1928). <<
[29] Hirabayashi Taiko (1905-1972), novelista del movimiento proletario y autora
años, pero que escribió en 14 meses todas sus obras. Dejando atrás la infancia
(Takekurabe, 1896), inspirada en la vida de una adolescente, es una de sus obras
más representativas. <<
[31] Premio creado bajo el nombre de Akutagawa Ryūnosuke por el escritor
obra. <<
[40] Bjarne P. Holmsen, seudónimo de Johannes Schlaf (1862-1941), escritor,
obi para mujeres es de seda gruesa y ancha; para hombres es más estrecho, y
para niños y niñas es suave. <<
[47] Fideos gruesos de harina de trigo que comúnmente se sirven en un caldo. <<
[48] Especie de colchoneta y edredón plegables que se pueden guardar durante el
día. <<
[49] Ropa interior para quimono. Es una tela en forma rectangular que se enrolla
n. 49), muy popular en la primera mitad del siglo XX. También llamado rōkyoku.
<<
[58] Canción folclórica que originalmente entonaban los obreros de las minas de
y Wakayama. <<
[64]
Ishikawa Takuboku (1886-1912), poeta representativo de la Era Meiji,
conocido especialmente por sus tankas líricos. Sus obras siguen siendo
admiradas en la actualidad. Véase nota 32 del Prólogo. <<
[65] Chikamatsu Shūkō (1876-1944), novelista de watakushi shōsetsu («novela
cocidas. <<
[67] Esteras gruesas de paja cubierta con tejido de juncos. Se usan para cubrir el
tierra» o «mi terruño», siempre se refiere al lugar donde está su madre. <<
[77] Autobuses urbanos de Tokio de aquel entonces. <<
[78]
Aparato de calefacción tradicional en Japón. Se trata de una mesa baja
cubierta por un edredón, con un brasero o estufa debajo. <<
[79] Tipo de sushi que consiste en una bola de arroz sazonado con vinagre y
tiene más de 30 cm de ancho, por lo que ese artículo se usa para arreglar y
mantener la forma del obi. <<
[89] Este pescado es muy típico en otoño y se considera una delicia. <<
[90] Dulce que consiste en dos bizcochos de forma redonda rellenos de pasta
Restauración Meiji que estableció las bases de la modernización del país. Nació
en Satsuma (actual Kagoshima) y vivió modestamente toda su vida. <<
[94] Pastelito de arroz glutinoso. Es un manjar indispensable para celebrar el Año
y al dadaísmo. <<
[109] Yang Paihwa (楊白花), su nombre significa «flor blanca de sauce»; en este
poema, la flor de sauce es una metáfora del mismo Paihwa, que dejó a Ling y se
fue al sur. <<
[110] Película estadounidense producida en 1922. <<
[111] Uenoyama Kiyotsugu (1889-1960), pintor japonés; en ese año 1924, su obra
tiempo vivía ahí con la escritora Hirabayashi Taiko (véase n. 81). <<
[117] Se sitúa en la prefectura de Hiroshima; en esa ciudad, Fumiko estudió en
anarquismo. <<
[122] Quimono ligero de algodón para verano; es una prenda informal. <<
[123] Murayama Kaita (1896-1919), pintor y poeta. <<
[124] Artsybashev, mencionado en n. 44. Arthur Schnitzler (1862-1931), médico,
ingredientes. <<
[139] Producto del tubérculo konjac parecido a una gelatina consistente; es un
marzo. <<
[155] Véase n. 61. <<
[156] Actual prefectura de Kōchi, en Shikoku. <<
[157] Lugar donde está el puerto de Kobe. <<
[158] Awa está en la actual prefectura de Tokushima, donde vivía la madre de
Italia. <<
[165] Hirano Banri (1885-1947), poeta japonés. <<
[166] Zona costera del océano Pacífico en la prefectura de Chiba. <<
[167] Chaqueta parecida al happi (véase n. 59) que se usa para trabajar. <<
[168] Oyashirazu está junto a Ichiburi; ambos se sitúan en la orilla acantilada del
1926, vivió allí durante un tiempo con la escritora Hirabayashi Taiko. <<
[174] Por aquel entonces, el ciclamen era todavía una novedad. <<
[175] Es posible que sea un recipiente con forma de melocotón representando a
cuando alguien se muda, regala esos fideos a los vecinos cercanos. <<
[177] Hagiwara Kyōjirō (véase n. 83). <<
[178] Se entonan principalmente en las danzas del teatro kabuki y se acompañan
<<